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Full text of "Obras políticas"

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JVJBLIOTECA  ARGENTINA 

a::6N  mlníiUal  DE  LOS  MlJores  libros  nacionales 

Director:  RICARDO  ROJAS- 


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BIBLIOTECA  ARGENTINA 


Volumen  7 


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4846 


Bernardo  Monteagudo 


BIBLIOTECA   ARGENTINA 

PUBLICACIÓN    MENSUAL    DE    LOS    MEJOBES    LIBROS    NACIONALBS 


Director:  RICARDO  ROJAS 


/ 


Obras  Políticas 


DB 


BERNARDO  MONTEAGUDO 


BUENOS  AIRES 
Librería  LA  FACULTAD,  de  Juan  Roldan 

436— Florida— 436 
I916 


ÍNDICE 


Págs. 

Noticia  Preliminar,  por  Ricardo  Rojas 9 

LIBRO  I 
Memoria  política 

Memoria  sobre  los  principios  políticos  que  seguí  en  la  administra- 
ción del  Perú,  y  acontecimientos  posteriores  a  mi  separación.  37 

LIBRO  II 

Federación  americana 

Ensayo  sobre  la  necesidad  de  una  federación  general  entre  los  es- 
tados hispanoamericanos,  y  plan  de  su  organización    ....  76 

LIBRO  III 
Propaganda  revolucionaria 

I.— El  vasallo  de  la  ley  al  Editor 91 

II. — Causa  de  las  causas 93 

III.— A  las  americanas  del  Sud 98 

IV.— Crimen  de  lenidad 100 

V. — Patriotismo 101 

VI.— Pasiones 108 

VIL— El  Editor 112 

VIII.— Reflexiones  políticas 115 

IX.— Observación 118 

X.— -Observaciones  didácticas 123 

XI.— Clasificación 128 

XII. — Continúan  las  observaciones  didácticas 131 

XIII.— Continúan  las  observaciones  didácticas 134 

XIV.— Ciudadanía 138 

XV.— Continúan  las  observaciones  didácticas 141 

XVI.— Paréntesis  a  las  observaciones  didácticas 145 

XVII.— Continúan  las  observaciones  didácticas 151 

XVIII. — Continúan  las  observaciones  didácticas 156 

XIX. — Concluyen  las  observaciones  didácticas 161 

XX.— Censura  política 168 


VI  índice 

Págs. 

XXI. -El  Redactor 174 

XXH.— El  Editor 176 

XXIII.— Política 178 

XXIV.— Ensayo  sobre  la  revolución  del  Rio  de  la  Plata  desde  el 

25  de  mayo  de  1809 183 

XXV.— Apéndice  a  todas  las  observaciones  de  este  periódico  .    .  188 

LIBRO  IV 
Exposición  de  tareas 

Exposición  de  las  tareas  administrativas  del  Gobierno,  desde  su 

instalación  hasta  el  15  de  julio  de  1822  (Lima) 215 

LIBRO  V 
Discursos  patrióticos 

I.— Oración  inaugural  de  la  «Sociedad  Patriótica»   (Buenos 

Aires,  1812) 245 

II.— Declamación  pública  en  la  «Sociedad  Patriótica»  (Buenos 

Aires,  1812) 260 

III.— Oración  inaugural  de  la  «Sociedad  Patriótica»  (Lima,  1822).      270 

LIBRO  VI 
Epistolario 

Al  doctor  Juan  Antonio  Medina  (1809) 277 

A  don  J.  M.  de  Pueyrredón  y  su  respuesta  (1813) 278 

A  don  Tomás  Guido  y  su  respuesta  (1818) 280 

A  O'Higgins  y  a  García  (1818-1823) 282 

A  Bolívar  y  a  Sucre  (1823-1824) 294 

Apéndice 

Artículos  de  «El  Independiente»  atribuidos  a  Monteagudo  (Bue- 
nos Aires,  1815) 309 


OBRAS   políticas 


NOTICIA  PKELIMINAR 

FOB 

ElCAEDO   EOJAS 


NOTICIA  PRELIMINAR 


Las  Obras  Políticas  de  Bernardo  Monteagudo 
se  hallaban  dispersas  en  archivos  particulares, 
en  gacetas  efímeras  de  su  tiempo,  o  en  algunos 
folletos  de  oportunidad,  hoy  sumamente  raros  (1). 
Faltaba  compilarlas  en  un  solo  volumen,  como 
se  ha  realizado  ya  con  las  obras  de  Mariano  More- 
no, haciendo  lo  propio  con  este  otro  publicista  que 
representó  en  el  continente,  desde  Buenos  Aires 
hasta  Panamá,  en  prodigiosa  aventura  de  dema- 
gogo andante,  el  espíritu  dominador  y  vehemente 
de  la  revolución  argentina.  Digo  que  esa  tarea 
quedaba  por  realizarse,  sin  olvidar  las  reediciones 
facsimilares  del  Museo  Mitre,  durante  la  direc- 
ción del  meritorio  señor  Rosa,  ni  los  apéndices 
de  «escritos»  de  Monteagudo,  que  el  laborioso 
señor  Pelliza  puso  a  ambos  tomos  de  su  biografía 
del  procer  (2).  Mucho  me  han  servido  ese  género 
de  publicaciones,    así  en  el   primer   esfuerzo   de 

(1)  Por  ejemplo:  algunas  cartas  estaban  en  los  archivos  de  O'Leary; 
sus  artículos  y  discursos  en  La  Gaceta,  el  Mártir  o  Libre,  el  Censor  de 
la  Revolución,  etc.;  su  Memoria  y  su  Exposición  de  tareas,  en  opúscu- 
los especiales. 

(2)  La  obra  de  Pelliza  Vida  y  escritos  de  Monteagudo,  se  publicó  en 
Buenos  Aires  el  año  1880  (2  volúmenes).  El  Museo  Mitre  por  su  parte, 
ha  publicado  una  reproducción  facsimilar  del  Mártir  o  Libre  (fototipia 
Coni,  Buenos  Aires,  1910,  (54  págs.),  y  otra  de  mayor  formato,  titulada 
La  Prensa  independiente  del  Perú,  donde  se  incluyen  el  Censor  de  la 
Revolución  y  el  Diario  de  la  Campaña  del  Pacífico,  que  Monteagudo  re- 
dactaba como  boletinero  bajo  las  órdenes  de  San  Martin.  En  folleto 
aparte  (facsímile),  el  Museo  ha  publicado  también  la  Exposición  de  las, 
tareas  administrativas. 


10  NOTICIA    PHELIMINAH 

compilación,  como  en  la  corrección  de  este  volu- 
men, y  no  fuera  justo  olvidar  el  nombre  de  tan 
pacientes  obreros  de  nuestra  historia.  Pero,  según 
mis  noticias,  es  el  presente  volumen  de  la  Biblio- 
teca Argentina,  la  primera  publicación,  como  an- 
tes dije,  exclusiva  y  especialmente  destinada  a 
las  Obras  Políticas  de  Bernardo  Monteagudo. 
Acaso  no  sea  la  presente  una  edición  de  sus  «Obras 
Completas»  desde  el  punto  de  vista  diplomático 
o  material,  pero  lo  es  desde  el  punto  de  vista  psi- 
cológico o  doctrinario,  pues  el  lector  encontrará 
en  estas  páginas,  todos  los  escritos  de  Monteagudo 
que  puedan  ser  la  definición  de  sus  propios  ideales, 
tal  como  su  autor  los  concibiera,  expresara  y  sir- 
viese, desde  1809,  año  de  su  iniciación  revolucio- 
naria, basta  el  28  de  enero  de  1825,  hora  inolvi- 
dable de  su  trágica  muerte  (3). 

(3)  Por  la  índole  del  presente  volumen,  he  omitido  la  biografía  del 
autor,  que  acompaña  algunos  otros  de  esta  Biblioteca.  La  biografía  de 
Monteagudo  está  implícita  en  sus  propios  escritos.  El  resio  es  mal  co- 
nocido o  se  reduce  a  algunas  fechas  y  algunos  cargos.  Se  acepta  gene- 
ralmente que  nació  en  San  Miguel  de  Tucumán  hacia  1785.  Hasta  1809 
nada  se  sabe  de  él,  pues  aparece  mezclado  a  la  revolución  de  la  Paz, 
bruscamente,  y  con  sus  estudios  de  abogado  concluidos  en  Chuquisaca. 
Jujuy  también  se  disputa  su  cuna,  por  haber  vivido  allí  su  padre  y  ha- 
ber costeado  el  Cabildo  local  sus  primeros  estudios,  según  se  asegura. 
En  1810,  apoya  a  Castelli  en  el  Alto  Perú:  baja  a  Buenos  Aires  para  defen- 
derle después  de  Huaqui;  interviene  con  Rivadavia  en  la  ejecución  de 
Alzaga;  continúa  la  obra  de  Moreno  en  la  Gaceta;  inaugura  la  Sociedad 
Patriótica  que  recoge  la  tradición  «morenista»;  funda  el  Mártir  o  Libre; 
es  elegido  miembro  de  la  Asamblea  en  1813,  como  diputado  por  Men- 
doza; es  desterrado  con  Alvear  en  1815;  fúgase  del  barco  en  que  estaba 
preso,  y  va  al  Brasil  y  a  Burdeos;  reaparece  en  1817  con  San  Martín  en 
ios  Andes;  interviene  en  el  fusilamiento  de  los  Carrera  y  en  el  castigo 
de  los  prisioneros  españoles  confinados  en  San  Luis;  secunda  en  Chile 
la  política  de  O'Higgins;  redacta  el  acta  de  independencia  de  aquel  país; 
pasa  con  San  Martín  al  Perú  como  secretario  y  boletinero  del  ejército; 
funda  el  Censor  de  la  Revolución  y  el  Pacificador  del  Perú;  se  le  nom- 
bra ministro  de  Estado  en  Lima;  es  perseguido  después  de  la  expatria- 
ción de  San  Martín;  le  deponen  del  cargo  en  una  revuelta  popular;  es 
desterrado  del  Perú;  se  refugia  en  el  Ecuador;  traba  amistad  con  Bolí- 
var; escribe  en  Quito  su  Memoria;  secunda  en  el  norte  del  continente 
la  obra  de  Bolívar;  el  Congreso  del  Perú  lo  declara  fuera  de  la  ley,  y  al 
volver  a  Lima  es  asesinado  una  noche  por  orden  de  sus  enemigos. — Los 
detalles  de  esta  vida  pueden  verse  en  las  biografías  de  Iñíguez  Vicu- 


NOTICIA   PRELIMINAR  11 

Dada  la  índole  de  esta  edición,  líe  creído  que 
podía  apartarme  del  orden  cronológico,  para  se- 
guir, en  la  serie  de  los  materiales,  el  de  su  impor- 
tancia intrínseca ;  y  lie  ponderado  esta  última  por 
la,  madurez  de  las  ideas  contenidas  en  cada  pieza, 
o  por  su  carácter  más  permanente,  explícito  en 
la  ocasión  del  documento  y  en  la  forma  visible- 
mente más  serena  de  su  estilo.  Con  sujeción  a  ese 
criterio,  he  distribuido  las  «memorias»,  «artícu- 
los», «discursos»,  «ensayos»  y  «cartas»  que  cons- 
tituyen la  producción  de  Monteagudo,  en  cinco 
libros,  que  son:  1.°  Memoria  Política  (1822), 
«sobre  los  principios  que  siguió  en  la  administra- 
ción del  Perú,  y  acontecimientos  posteriores  a  su 
separación»;  2.°  Ensayo  sohre  una  federación  arne- 
ricana  (1824)  o  sea  su  trabajo  «sobre  la  necesidad 
de  una  federación  general  de  los  Estados  bispano- 
americanos  y  plan  de  su  organización»;  3.°  Propa- 
ganda revolucionaria  (1812-1821),  formada  por 
sus  artículos  de  combate  o  doctrina,  en  diversos 
periódicos  donde  colaboró;  4.°  Exposición  de  Ta- 
reas, opúsculo  sobre  la  administración  del  Perú, 
desde  su  instalación  hasta  el  15  de  julio  de  1822; 
5.°  Discursos  patrióticos,  pronunciados  todos  en 
las  asociaciones  de  la  juventud  liberal  que  fueron 
sembradas  por  la  iniciación  «lautarina»  en  el 
Plata  y  el  Pacífico;  6.°  Epistolario  (1809-1823), 
constituido  por  las  principales  cartas  dirigidas  a 
hombres  como  Bolívar,  con  quienes  colaboró  efi- 

ña  (1865),  de  Mariano  Pelliza  (1880),  y  sobre  todo  en  la  de  Clemente 
L.  Fregeiro  (1879).  Sus  obras  han  sido  fragmentariamente  publicadas 
repetidas  veces.  Su  iconografía  se  reduce  al  retrato  que  reproducimos, 
extraído  de  la  obra  de  Pelliza,  aunque  ignoramos  su  grado  de  autenti- 
cidad y  procedencia.  Últimamente  se  ha  iniciado  en  Buenos  Aires  la 
erección  de  una  estatua  en  honor  de  Monteagudo,  pero  como  un  hado 
maligno  había  de  perseguirle  hasta  en  la  gloria,  su  monumento  fué  en- 
cargado a  un  marmolero  alemán,  con  fama  de  escultor  cortesano,  y  me 
aseguran  que  ha  plasmado  una  especie  de  pastor  protestante,  sin  carác- 
ter de  raza,  de  fuerza,  ni  de  belleza. 


12  NOTICIA   PRELIMINAR 

cazmente  en  la  obra  de  la  libertad  americana  (4). 
La  subversión  del  orden  histórico  sacrificado  a 
ese  plan  más  lógico,  es,  por  otra  parte,  muy  leve, 
desde  que  el  libro  III,  el  más  extenso  y  complejo 
por  sus  numerosos  trabajos  menores,  va  desde  1812 
hasta  1821,  y  a  éste  le  sucede  el  libro  IV  con  su 
Exposición  de  1822.  Si  he  puesto  delante  de  ellos 
la  Memoria  de  1823  (Libro  I)  y  el  Ensayo  de  1824 
(Libro  II),  lo  he  hecho  porque  esos  dos  trabajos 
escapan  a  la  mera  cronología  exterior  de  su  data, 
para  abarcar,  en  su  texto  retrospectivo,  más  am- 
plio lapso  de  historia ;  y  sobre  todo  porque  son 
verdaderas  confesiones  de  Monteagudo  acerca  de 
su  conducta  o  sus  ideales  en  la  Revolución.  Lógi- 
camente esos  trabajos  debían  preceder  a  los  otros, 
como  síntesis  de  tan  dramático  espíritu,  y  como 
norma  ofrecida  al  lector  para  la  exacta  crítica  de 
los  otros  documentos,  más  volanderos  y  ocasiona- 
les. Análoga  observación  es  dable  hacer  sobre  sus 
Discursos  y  Epistolario,  que  son  los  últimos  libros, 
pues  aparte  de  haber  conservado  la  cronología 
dentro  de  cada  serie,  sus  piezas  debían,  por  su 
género  literario,  constituir  libros  aparte,  y  ser 
los  últimos  esos  libros,  porque  ellos  no  estuvieron 
destinados  a  la  publicidad,  o  porque  traducen  en 
su  tono  íntimo,  las  más  recónditas  pasiones  y  vir- 
tudes de  su  discutido  autor. 

'A  propósito  de  ese  libro  VI,  que  acentúa  del 
todo  el  carácter  novedoso  de  este  volumen,  debo 
recordar  aquí  el  nombre  del  historiador  don  Cle- 
mente L.  Fregeiro,  que  ha  tenido  la  gentileza  de 
facilitar  con  sus  noticias  esta  parte  de  mi  engo- 

(4)  Ha  de  sorprender  el  no  hallar  cartas  de  Monteapudo  a  San  Mar- 
tín, con  quien  estuTo  íntimamente  y  por  más  largo  tiempo  unido  en 
sus  campañas.  Pero  a  eso  se  debe  precisamente  el  no  haberlas  hallado: 
como  estuvo  siempre  cerca  de  rl  (1(S17-1822),  poco  debieron  escribirse,  y 
el  período  más  fecundo  del  Epistolario  de  San  Martin  corresponde, 
como  se  sabe,  a  la  época  de  su  ostracismo,  que  siguió  a  la  temprana 
muerte  de  Monteagudo. 


NOTICIA   PEELIMINAE  13 

rrosa  tarea.  El  señor  Fregeiro  es,  como  se  sabe, 
uno  de  nuestros  más  concienzudos  historiadores, 
y  en  este  caso  particular,  su  colaboración  se  enca- 
rece por  la  circunstancia  de  haber  escrito,  hace 
ya  muchos  años,  una  excelente  biografía  de  Mon- 
teagudo  (5).  Han  corrido  más  de  seis  lustros  desde 
la  publicación  de  esa  obra,  sin  que  su  autor  haya 
cesado  de  interesarse  sobre  el  viejo  tema,  allegan- 
do nuevos  informes  sobre  su  personaje,  con  el 
objeto  de  reeditar,  mejorada,  la  biografía  de  1879. 
A  esa  loable  coincidencia,  y  a  la  amistad  que  me 
liga  con  investigador  tan  generoso,  debo  el  haber 
enriquecido  este  volumen  con  algunas  interesan- 
tes piezas  que  completan  mi  compilación  (6). 

Informado  ya  el  lector  sobre  el  contenido  de 
esta  obra,  le  informaré  sobre  la  autenticidad  de 
sus  diversos  documentos.  Los  escritos  de  Monte- 
agudo,  se  dividen :  entre  los  que  fueron  suscriptos 
por  él  o  impresos  en  vida  suya  bajo  su  nombre, 
y  los  que  aparecieron  en  periódicos  suyos,  que 
en  virtud  de  esa  razón  le  han  sido  atribuidos, 
según  inferencias  autorizadas  por  el  estilo,  las 
ideas  o  vida  del  autor.  A  la  primera  clase  perte- 
necen la  Memoria  (Libro  I),  el  Ensayo  (Libro  II), 
la  Exposición  (Libro  lY),  los  Discursos  (Libro  V) 
y  el  Epistolario  (Libro  VI),  o  sea  sus  trabajos 
más  personales.  No  se  tiene  tan  explícita  certi- 
dumbre respecto  a  los  artículos  o  proclamas  que 
aparecieron  en  la  prensa  revolucionaria  de  Buenos 
Aires  y  el  Pacífico.  De  ahí  que  a  la  numerosa  serie 
de  sus  artículos,  haya  debido  separarlas  en  dos 
secciones,  poniendo  bajo  el  título  de  Propaganda 
revolucionaria  (Libro  III),  los  que  todos  sus  bió- 


(5)  Edición  de  Igón,  Buenos  Aires,  1879. 

(6)  En  cada  pieza  se  indicará  por  medio  de  una  nota,  la  procedencia 
del  documento.  Las  cartas  que  publico  no  son  todas  las  de  Monteagudo 
Se  tiene  noticia  de  otras,  aunque  no  he  podido  conseguir  su  texto 
auténtico. 


14  NOTICIA   PRELTMlísAR 

grafos  lian  aceptado  hasta  hoy  como  producción 
auténtica  de  Monteagudo,  y  destinando  al  Apén- 
dice los  que  han  sido  objeto  de  dudas  en  tal 
sentido,  o  resueltamente  impugnados  como  apó- 
crifos. 

A  la  sección  de  los  reconocidos  por  auténticos, 
pertenecen  los  que  se  editaron  en  La  Gaceta,  du- 
rante la  época  en  que  Monteagudo  fué  su  redactor 
oficial ;  en  el  Mártir  o  Libre,  nuevo  periódico  que 
fundara  en  Buenos  Aires  al  morir  aquel  otro;  y 
en  el  Censor  de  la  Revolución  y  en  El  Pacificador 
del  Perú,  las  hojas  que  notoriamente  fundó  y 
redactó  durante  sus  campañas  libertadoras  del  Pa- 
cífico. En  cambio,  destíñanse  al  o  Apéndice»  los 
artículos  de  El  Independiente  (1815)  que  fueron 
atribuidos  a  Monteagudo  en  la  obra  de  Pelliza 
(1880),  y  que  Fregeiro  desautorizó  con  muy  vale- 
deras razones,  aunque  no  con  pruebas  de  valor 
absoluto. 

He  dicho  ya  en  Noticias  anteriores,  que  la 
Biblioteca  Argentina  sólo  desea  dar,  por  ahora, 
los  textos  depurados  en  lo  posible,  valiéndose  de 
las  fuentes  menos  sospechosas  y  acompañando  los 
libros  que  publica,  de  una  breve  «historia  externa» 
que  oriente  al  lector  novel,  generalmente  no  infor- 
mado sobre  la  autenticidad  o  variante  de  las  edi- 
ciones anteriores.  No  tratándose,  pues,  de  edicio- 
nes críticas,  en  el  estricto  sentido  europeo  de  esta 
palabra,  sino  del  punto  de  partida  para  hacerlas 
después,  he  creído  que  debía  reducirme  a  clasificar 
los  materiales,  pero  dando  al  lector  los  anteceden- 
tes bibliográficos,  por  si  quisiera  emprender,  sobre 
nuestro  volumen,  el  estudio  del  pertinente  pro- 
blema y  su  definitiva  solución. 

En  este  caso  particular  de  Monteagudo,  los  fun- 
damentos de  Pelliza  en  su  atribución,  se  reducen 
a  dos  fuertes  indicios  de  carácter  «biográfico»,  y  a 
una  débil  conjetura  sobre  la  forma  de  dichos  ar- 


NOTICIA   PRELIMINAR  15 

tículos.  1."  En  1815,  El  Independiente  sostuvo  la 
política  de  Alvear,  y  Monteagudo  fué  del  primi- 
tivo grupo  «alvearista»;  2.°  Cuando  el  dictador 
cayó,  sus  amigos  fueron  desterrados — entre  ellos 
Monteagudo, — y  la  expatriación  de  éste  coincidió 
con  la  muerte  del  periódico  (7),  Esa  es  la  suge- 
rente  coincidencia  biográfica  invocada  por  Pelliza ; 
pero  tal  cosa  no  basta  para  probar  su  atribución, 
sobre  todo  si  se  advierte  que  el  resto  de  su  prueba, 
la  que  se  afinca  en  presuntas  analogías  de  estilo, 
es  la  parte  atacable  de  su  tesis.  Al  cotejar  al  Mon- 
teagudo  auténtico  y  al  autor  de  esos  artículos, 
sólo  señala  Pelliza  meras  coincidencias  de  «pala- 
bras», pero  no  de  maneras  ni  de  timbre  mental, 
a  no  ser  las  que  son  comunes  a  una  época  y  una 
generación  de  escritores.  La  diferencia  de  matiz 
literario — o  de  a  estilo»,  si  de  tal  cosa  puede  hablar- 
se en  este  caso — es  tan  sutil  entre  Monteagudo  y 
sus  coetáneos — Agrelo,  Moreno,  Funes,  Gorriti  y 
otros, — que  por  sí  sola  no  constituye  prueba  defi- 
nitiva. 

La  tesis  negativa  de  Fregeiro  se  apoya  en  que, 
desde  1818,  tales  artículos  eran  atribuidos  a  Ma- 
nuel Moreno,  y  que  en  la  colección  de  periódicos 
perteneciente  a  don  Florencio  Várela  (después  ven- 
dida a  Casavalle),  Fregeiro  vio  que  Yarela,  en 
breves  notas  marginales,  daba  los  nombres  del 
autor  de  cada  artículo  anónimo,  y  estos  del  Inde- 
pendiente, aparecen  atribuidos  a  Manuel  Moreno. 
Florencio  Várela  pudo  tener  esta  noticia  del  pro- 
pio autor,  o  más  probablemente  de  don  Bernardino 
Rivadavia,  su  confidente  en  este  género  de  tra- 
diciones. La  fuente  es  buena,  según  se  ve,  pero  ella 
sola  no  basta  sino  como  prueba  de  autoridad  y 
tradiciones  orales  (8), 

(7)  Manuel  Moreno  se  encontraba  en  idéntico  caso  que  Monteagudo. 

(8)  Los  pormenores  de  esta  cuestión  pueden  verse  en  los  respectivos 
apéndices  del  Monteagudo  de  Pelliza  y  del  Monteagudo  de  Fregeiro.  No 


16  NOTICIA    PRELIMINAR 

Tanto  los  aliechos»  aducidos  por  Pelliza  como 
los  aducidos  por  Fregeiro,  establecen  la  posibi- 
lidad material  y  moral  de  que  Manuel  Moreno  o 
Bernardo  Monteagudo  hayan  podido  redactar  esas 
páginas  del  Independiente;  y  mientras  no  apa- 
rezcan pruebas  documentales  que  resuelvan  la  cues- 
tión, no  queda  al  crítico  sino  la  inferencia  perso- 
nal becha  sobre  los  temas,  ideas  y  formas  litera- 
rias de  uno  y  otro  autor. 

Se  trata  de  cuatro  artículos  solamente,  de  los 
cuales  uno  es  el  prospecto  del  editor ;  los  restantes 
se  titulan:  «Aristócratas  en  Camisa»,  «Libertad 
política  y  civil»,  «Federación».  A  juzgar  por  los 
temas,  Mpnteagudo  pudo  escribir  el  primero,  si 
era  suyo  el  periódico ;  y  los  otros  tres  porque  co- 
rresponden a  su  repertorio  habitual.  Pero  no  se 
substancia  tan  fácilmente  la  cuestión,  si  de  los 
temas  pasamos  a  las  ideas  y  el  estilo.  El  primero 
de  esos  trabajos  es  parsimonioso  y  opaco,  atributos 
que  si  no  prueban  que  es  de  Manuel  Moreno, 
demuestran  a  la  evidencia  subjetiva  del  crítico 
avezado,  que  eso  no  puede  ser  de  Monteagudo. 
Menos  segura  es  mi  «impresión»  en  los  restantes, 
porque,  ciertamente,  Monteagudo,  zaherido  de 
«mulato»,  pudo  poner  a  los  «aristócratas  en  ca- 
misa», sobre  todo  a  los  aristócratas  porteños;  pero 
eso  pudo  hacerlo  cualquier  otro  demócrata  entu- 
siasta de  aquellos  días  en  que  se  continuaba  ha- 
blando de  una  monarquía  americana.  Así  también 
vacilo  ante  el  artículo  titulado  «Federación»,  que 
ataca  el  federalismo — cosa  más  probable  en  Mon- 
teagudo que  en  Manuel  Moreno, — sin  contar  otros 
indicios  en  favor  y  en  contra  de  ambas  tesis. 

Lo  que  en  esta  vacilación  me  tranquiliza,  es 
que,   verdaderamente,  esos  cuatro  artículos — más 


me  detengo  en  ellos,  porque  no  resuelven  la  cuestión, aunque  la  plan- 
tean y  abren  el  camino  para  resolverla. 


NOTICIA    PRELIMINAR  17 

bieu  triviales  como  fondo  y  como  forma — nada 
agTe^an  ni  quitan  a  la  reputación  intelectual  de 
Monteagudo.  Si  fueran  de  él,  redundarían  monóto- 
namente sobre  lo  que  había  predicado  con  vehe- 
mencia y  estilo  más  eficaz,  desde  el  Mártir  o  Libre 
hasta  el  Ensayo.  Si  se  probara  que  no  le  pertene- 
cen, dejarían  más  neta  la  figura  cívica  y  literaria 
que  de  los  otros  surge  con  caracteres  tan  inconfun- 
dibles. He  ahí  la  causa  que  me  ha  detenido  en  la 
tentación  de  dar  mis  horas  escasas  a  la  solución 
de  este  problema,  cuyo  resultado  no  vale  el  esfuer- 
zo de  investigación  que  eso  pudiera  demandar,  si 
se  ha  de  optar — como  debe  hacerse  en  casos  mejo- 
res— por  las  pruebas  documentales,  y  no  por  infe- 
rencias subjetivas,  tan  peligrosas  como  esas  de 
reconocer  al  «hombre»  en  su  «estilo»,  valederas 
sólo  para  quien  las  hace  como  un  mero  ejercicio 
de  sensibilidad  estética  y  de  sutil  imaginación 
literaria. 

jSTo  son  esos  artículos  los  únicos  trabajos  que  le 
han  sido  atribuidos  a  Monteagudo.  Otros  hay  más 
importantes  y  que  más  probablemente  le  perte- 
necen. Tal,  por  ejemplo,  algunos  en  el  Redactor 
de  la  Asamblea  de  1813,  en  el  Grito  del  Sud,  en  el 
Acta  de  la  Independencia  Chilena,  más  la  «cróni- 
ca» de  las  fiestas  que  en  tal  ocasión  se  realizaron, 
y  numerosas  proclamas  o  noticias  de  «zapa» — como 
se  Uamaban — en  el  boletín  del  Ejército  libertador 
del  Perú.  Algo  de  esto,  y  otros  documentos  de  ese 
carácter,  hubieran  podido  venir  a  engrosar  el 
apéndice  de  este  volumen,  pero  he  preferido  no 
hacerlo,  porque  tales  escritos  no  tienen  un  valor 
intelectual  o  literario,  como  las  obras  genuinas 
de  Monteagudo,  sino  un  valor  político  o  civil,  pues 
sólo  eran  redacciones  de  encargo,  labores  de  bole- 
tinero  y  secretario,  donde  otros,  como  San  Martín, 
mandaban  o  visaban  lo  que  aquél  escribía.  Grande 
es  su  acción  en  la  campaña  de  Chile  y  del  Perú; 

2 


18  NOTICIA    PRELIMINAR 

esos  papeles  la  documentan  gloriosamente;  pero 
tal  cosa  interesa  más  a  su  «biografía»,  ya  contada 
por  numerosos  historiadores,  que  a  su  «bibliogra- 
fía», no  aquilatada  hasta  la  presente  publicación. 

Aun  cuando  hubiera  incluido  todos  esos  bandos, 
actas,  notas  y  proclamas,  no  quedaría  completa 
la  obra  intelectual  de  Monteagudo.  Faltaría  su 
tesis  de  doctor,  su  traducción  de  un  drama  portu- 
gués titulado  El  triunfo  de  la  Naturaleza  (9),  y 
sus  innumerables  cartas,  entre  las  que  supongo 
habría  no  pocas  esquelas  amorosas,  dadas  las  afi- 
ciones del  autor...  Pero  he  dicho  ya  que  esta  no 
es  una  edición  de  las  «Obras  Completas»  de  Mon- 
teagudo en  su  sentido  paleográfico,  sino  en  sus 
«Obras  Políticas»  más  selectas,  y  sobre  todo  de  las 
que  bastan  a  dar  una  exposición  de  su  doctrina, 
de  su  carrera  y  de  su  vigorosa  personalidad  in- 
telectual. 

Cualesquiera  que  sean  las  deficiencias  de  esta 
compilación,  puedo  asegurar  que  en  ella  he  resu- 
mido todas  sus  páginas  más  importantes  y  origi- 
nales, y  en  ellas  encontrará  el  lector  americano, 
no  sólo  el  rastro  de  esa  agitada  vida,  sino  el  reflejo 
de  su  pensamiento  agitador.  Desde  la  vaga  vis- 
lumbre de  su  iniciación  revolucionaria  en  La 
Paz,  con  la  carta  a  su  pariente  el  doctor  Medina 
(1809),  hasta  sus  sueños  de  confederación  ameri- 
cana con  su  Ensayo,  escrito  en  vísperas  del  Con- 
greso de  Panamá,  que  precede  a  su  muerte  (1824), 
todo  está  en  el  presente  volumen ;  y  la  cronología 
de  su  acción  libertadora,  se  sucede  en  sus  artículos 
de  la  Gaceta,  en  sus  panfletos  áe\  Mártir  o  Libre, 
en  sus  discursos  de  la  Sociedad  Patriótica,  en  sus 
páginas  del  Censor  de  la  Revolución,  en  sus  admo- 
niciones del  Pacificador  del  Perú,  en  sus  trabajos 


(9)    La  traducción  de  este  drama,  de  tesis  contra  la  vida  monacal,  le 
ha  sido  atribuida  por  casi  todos  sus  biógrafos. 


NOTICIA    PRELIMINAR  19 

de  la  Exposición  de  Tareas,  en  sus  meditaciones 
de  la  Memoria,  en  sus  esperanzas  del  Ensayo  sobre 
una  federación  hispanoamericana,  en  sus  Cartas 
a  O'Higgins  durante  las  campañas  de  los  Andes 
y  en  sus  Cartas  a  Bolívar  durante  sus  últimos  es- 
fuerzos por  la  emancipación,  consagrando  su  he- 
roica personalidad  con  una  gloria  que  abarca  la 
duración  de  toda  la  epopeya,  la  magnitud  de  todo 
el  continente.  Si  Mariano  Moreno  enciende  en  el 
Plata  la  hoguera  de  la  revolución,  y  la  esclarece 
con  su  doctrina  en  la  Gaceta,  Bernardo  Monteagu- 
do  recoge  para  su  tea  una  chispa  de  esa  misma 
hoguera,  y  apenas  muerto  el  procer  inicial,  este 
otro  es  quien  renueva  esa  luz  en  Buenos  Aires  y 
quien  la  lleva  a,  Santiago  de  Chile,  a  Lima,  a 
Guayaquil,  a  Panamá,  a  Guatemala,  en  proyec- 
ción paralela  a  la  acción  armada  de  la  revolución. 
Así  le  cabe  a  Monteagudo  en  las  letras,  respecto  a 
Moreno,  la  posición  que  en  las  armas  le  ha  sido 
reconocida  a  San  Martín,  caballero  andante  de  la 
emancipación,  respecto  a  Belgrano  cuando  enasta 
la  bandera  novísima  dentro  del  territorio  nacional, 
que  él  defiende  y  liberta.  Bernardo  Monteagudo 
es  por  estos  escritos  el  caballero  andante  de  la 
revolución  argentina,  y  así  va  por  el  continente 
con  su  clarividencia  y  sus  caídas,  pero  sin  amen- 
guarse nunca  en  su  ardor.  Fué  menester  que  lo 
asesinaran,  para  que  su  mente  dejara  de  convul- 
sionar muchedumbres  y  de  seducir  héroes  invictos 
que  él  conquistaba  con  su  palabra.  T  esa  gloria 
se  agranda,  cuando  se  piensa  que  tales  muche- 
dumbres pelearon  en  Maipú  y  en  Ayacucho,  com- 
prometiendo la  vida;  y  que  tales  héroes  se  llama- 
ron San  Martín  en  Lima  y  Bolívar  en  Panamá, 
nunca  tan  unidos  en  la  empresa  común  como  en 
las  páginas  vibrantes  de  este  gran  demagogo... 
Por  eso  escribió  sobre  él  Echeverría  los  versos 
que  dicen,  glorificando  a  Tucumán : 


20  NOTICIA    PRELIMINAR 

Y  allí  vino  a  la  vida  Monteagudo, 
El  de  gran  corazón  e  ingenio  agudo. 
Del  porvenir  apóstol  elocuente, 
Que  entre  las  pompas  del  marcial  estruendo, 
Fué   desde  el  Plata   hasta  el    Rimac   vertiendo 
La  fe  viva  y  la  lumbre  de  su  suerte  (10). 

Pero  no  es  la  personalidad  política  de  Monte- 
agudo la  que  yo  debo  hacer  resaltar  en  el  prólogo 
de  esta  compilación,  sino  su  personalidad  intelec- 
tual. Por  grande  que  haya  sido  en  la  acción,  re- 
sulta siempre  inferior  a  los  paladines  a  quienes 
sirviera  o  acompañara.  El  comenta  la  proeza,  pero 
hay  una  cosa  más  alta  que  su  palabra  en  tal 
ocasión,  y  ella  es  la  proeza  misma,  que  otros  con- 
cebían y  realizaban.  Mas  no  ocurre  lo  mismo  si 
se  consideran  sus  escritos  en  sí.  Por  ellos  nadie  le 
excede  en  América,  desde  1811  hasta  1824.  Ni  su 
airada  vehemencia,  ni  su  contagioso  ardor,  ni  su 
fe  libertaria,  ni  su  prodic?iosa  ubicuidad,  ni  su  pe- 
rentoria convicción,  ni  su  prosa  viviente  de  sin- 
ceridad— ya  frenética  en  el  Mártir  o  Libre,  ya  so- 
lemne en  la  Mevioria  Política,  ya  seductora  de 
familiar  elegancia  en  las  Cartas  a  Bolívar, — fue- 
ron atributos  superados  por  los  otros  publicistas 
de  la  revolución.  Sus  contradicciones  de  doctrina, 
son,  por  otra  parte,  las  contradicciones  propias  de 
aquella  enorme  guerra ;  y  no  me  atrevería  a  exigir 
a  su  primer  escritor  una  virtud  que  ella  no  tuvo, 
en  su  mismo  carácter  de  convulsión  plutónica  (11). 


(10)  Son  del  poema  titulado  Avellaneda,  versos  más  bien  ramplones, 
pero  que  cito  por  el  significado  de  la  síntesis  y  del  juicio.  Esa  estrofa 
ha  sido  también  citada  por  Iñiguez  Vicuña  en  1805  {Monteagudo,  p.  31), 
y  antes,  por  Juan  María  Gutiérrez  en  1860  (Biograjias,  p.  144). 

(11)  Monteagudo  ha  escrito  estas  palabras  en  su  Memoria  (núm.  59): 
«Un  gobierno  formado  a  retaguardia  del  ejército  enemigo,  y  rodeado 
por  todas  partes  de  peligros,  casi  no  tenia  elección  sobre  el  plan  que 
debía  seguir.  Salvar  la  tierra  y  vencer  todas  las  resistencias  que  se  en- 
contrasen: ésta  era  la  única  norma  de  su  conducta,  y  ésta  es  la  que  yo 
he  seguido  como  miembro  del  Gobierno».  Esta  necesidad,  impuesta  por 


NOTICIA    PRELIMINAR  21 

Más  que  un  expositor  de  doctrinas,  Monteagndo 
es  un  escritor  que  utiliza  las  doctrinas  como  temas 
de  agitación  popular.  No  se  aviene  a  su  idiosin- 
crasia de  verdadero  demagogo,  ni  el  estudio  ob- 
jetivo ni  la  abstracta  divagación.  Funde  su  propio 
ser  en  su  discurso,  y  derrámase  hirviente  de  pasión 
personal  en  el  corazón  de  los  pueblos  o  de  los 
héroes  a  quienes  habla.  He  aquí  su  rasgo  más 
saliente  como  pensador,  si  tal  puede  llamarse  a 
un  publicista  de  su  índole.  La  vez  que  habló  más 
serenamente,  fué  en  su  Memoria  de  1823,  desde 
el  ostracismo,  y  casi  en  vísperas  de  la  muerte  acaso 
presentida...  «Yo  no  escribo  para  inflamar  pasio- 
nes ajenas,  ni  para  desahogar  las  mías :  un  senti- 
miento de  respeto  a  la  opinión  de  los  hombres,  me 
obliga  a  interrumpir  el  silencio  con  el  cual  he 
contestado  siempre  a  las  declamaciones  del  espíritu 
de  partido  y  a  los  argumentos  del  odio».  Así 
comienza  la  Memoña,  pero  a  poco  andar,  la  per- 
sonalidad se  le  desborda,  y  movido  de  una  nueva 
pasión,  el  desprecio,  dice  a  sus  enemigos  en  el 
parágrafo  63:  aTo  le  doy  las  gracias  por  el  empeño 
que  han  tomado  en  hablar  de  mí :  en  la  revolu- 
ción lo  que  importa  es  no  sobrevivir  uno  a  sí 
mismo:  el  que  cae  en  olvido,  queda  ya  fuera  de 
combate.  Las  injurias  y  los  elogios  hechos  con 
justicia  o  sin  ella,  producen  en  estos  tiempos  la 
utilidad  de  conservar  la  memoria  de  aquel  a  quien 
se  dirigen.  Cada  uno  entra  después  a  formar  su 
propia  opinión,  y  al  fin  prevalece  la  verdad,  por 
más  que  se  la  desfigure.  El  mérito  y  el  desmérito 
son  las  cosas  más  reales  que  hay  en  el  mundo  (12) : 
ambas  han  sido  siempre  independientes  de  los  libe- 


el  tumulto  de  la  acción,  explica  las  contradicciones  de  los  proceres,  in- 
cluso Monteagudo.  Si  por  eso  lo  hubiéramos  de  declarar  un  «histérico», 
lo  serían  también  San  Martín  y  Bolívar.  Cambiaron  en  los  medios, 
nunca  en  el  fin,  que  fué  la  emancipación  americana. 
(12)    El  subrayado  ha  sido  puesto  por  mí,  para  destacar  ese  concepto. 


22  NOTICIA   PRELIMINAR 

los  O  de  las  apolog'ías,  que  en  general  no  son  sino  el 
diáloíT'O  de  un  escritor  con  sus  pasiones». 

Certidumbre  del  propio  valer  vibra  en  tales  pá- 
ginas, y  en  ellas  dice  de  las  injurias  a  que  alude : 
«...por  lo  demás,  yo  sé  el  valor  que  tiene  en  las 
épocas  de  revolución,  y  nunca  me  afano  en  dismi- 
nuir lo  que  es  en  sí  pequeño  i)...  Y  sobre  esa  pe- 
quenez de  los  enemigos  a  quienes  desdeña,  empí- 
nase de  nuevo  su  orgullo,  para  recobrar  la  apa- 
rente serenidad  do  los  soberbios,  que  esconde, 
como  la  de  los  dioses,  una  profunda  agitación  in- 
terior (13), 

Pertenécele,  pues,  a  Monteagudo,  esa  sentencia 
que  dice:  aEl  méñto  y  el  desmérito  son  las  cosas 
más  reales  que  hay  en  el  mundo:  amhas  han  sido 
siempre  independientes  de  los  libelos  o  de  las  apo- 
logías-a. La  serena  verdad  de  esta  sentencia,  ha 
tardado  en  realizarse  con  el  propio  calumniado 
que  la  formuló.  Cayeron  sobre  él  injurias  de  espa- 
ñoles, y  también  de  «patriotas»,  enemigos  suyos, 
como  lo  babían  sido  de  Moreno,  de  San  Martín,  de 
O'Higgins,  de  Bolívar.  Se  le  acusó  de  mulato,  de 
sibarita,  de  sanguinario,  de  ladrón ;  y  la  horrible 

(13)  Su  Memoria  estudia  la  formación  social  del  Perú,  y  contribuyó 
a  exasperar  a  sus  enemigos,  aunque  le  ha  valido  elogios  de  la  posteri- 
dad, y  aun  de  la  critica  extranjera,  ya  que  en  su  patria  no  encontró 
oportuna  justicia.  M.  Charles  de  Mazade  en  un  ensayo  que  se  titula 
Le  socialisme  dans  l'Amérique  du  Siírf,  comentó  a  Monteagudo  en  estos 
términos:  «Deja  des  1823,  ees  questions  se  prcsentaint  á  I'esprit  d'un  des 
hommcs  les  plus  éminents  du  Perou — Monteagudo,— qui,  banni  au  len- 
demain  de  l'independence,  publicait  á  Quito  un  rare  et  curicux  Mé- 
tnoire.  Monteagudo  avait  á  se  detendré  d'avoir  peu  favorisé,  comme 
ministre  peruvien,  le  progrés  des  idees  démocratiques,  et  il  se  fondait 
sur  l'incompatibilité  de  ees  idees  avec  le  degré  de  civilization  et  l'état 
moral  du  pays,  aussi  bien  qu'avec  sa  situation  économiquc.  Le  ministre 
disgracié  du  Perou,  dans  ees  pages  peu  connucs  et  dignes  de  rester  pre- 
sentes aux  intelligences  politiques  de  l'Amérique  du  Sud,  louchait  a  la 
racine  niSme  du  probléme  des  destinées  du  Nouveau  Monde.  C'est  le 
probléme  qui  s'agite  encoré  aujourd'hui  dans  des  conditions  aggravces 
par  l'effervescence  croissante  des  esprits  et  par  le  retcnti'^sement  des  ré- 
ccnts  révolutions  européennes».  M.  de  Mazade  escribía  estas  páginas  en 
1852,  y  puede  leerse  su  ensayo  en  la  Revue  des  Deux  Mondes  (livraison 
du  15  mai,  1852). 


NOTICIA   PRELIMINAR  23 

leyenda  fraf^uada  por  el  odio  de  contemporáneos 
a  quienes  humillaba  con  su  propia  hombría,  ha 
venido  renovándose  hasta  nuestro  tiempo,  repetida 
por  escritores  que  consideraron  verdad  «científica» 
el  dicterio  de  enconados  adversarios,  y  que  nunca 
se  detuvieron  a  meditar  sobre  las  obras  que  hoy 
reaparecen, — única  prueba  auténtica  de  lo  que  fué 
aquel  ag-itado  espíritu  (14). 

Por  ser  muy  hombre  lo  asesinaron  enemigos 
anónimos,  validos  de  manos  mercenarias,  y  toda- 
vía cuando  estaba  muerto,  compusieron  en  Lima 
este  Epitafio  macabro : 

A  DON  BERNARDO  MONTEAGUDO  (W) 

Yace  aquí  para  siempre,  compatriotas, 
El  honorable  inquisidor  de  estado, 
Protector  de  serviles  y  de  idiotas 

Y  opresor  de  los  buenos  declarado. 
El  pretendió  tratarnos  como  ilotas, 

Y  con  no  iluminarnos  se  ha  vengado; 
Ideas  liberales  le  acabaron; 

Ideas  liberales  le  enterraron. 

Así  lo  lapidaban  en  la  honra  hasta  después  de 
haberle  muerto,  los  menguados  que  le  abrieron 
esa  tumba  mojada  con  la  sangre  de  un  crimen... 

En  la  parte  final  de  su  Memoria  (núm.  64), 
Monteag-udo  escribe  en  su  destierro  de  Quito,  esta 
reflexión  estoica:  «A  los  que  deseen  saber  mi  si- 
tuación, después  de  las  vicisitudes  que  he  sufrido, 
yo  tengo  el  placer  de  asegurarles  que  vivo  suelto 
de  cuidados  e  inquietudes,  libre  de  rivales,  pues 
que  a  nada  aspiro,  y  lleno  de  gratitud  por  la  hospi- 
talidad que  he  recibido  en  este  país,  célebre  por  su 


1,14)  Conviene  recordar  que  la  procacidad  empleada  contra  Monte- 
agudo  en  el  Piala  y  en  el  Pacífico,  se  apareja  con  la  dirigida  a  San  Mar- 
tín— igualmente  adobada  de  los  mismos  dicterios, — y  ya  sabemos  con 
cuanta  injusticia. 

(15)    Lo  tomo  de  la  obra  de  Iñíguez  Vicuña. 


24  NOTICIA    PRELIMINAa 

patriotismo,  y  por  la  sobreabundancia  de  buenas 
cualidades  que  distinguen  a  sus  habitantes.  Su 
memoria  aumentará  en  mí  el  número  de  aquellas 
reflexiones  que  sirven  de  descanso  al  alma,  cuan- 
do se  fatig'a  de  recordar  las  calamidades  incesan- 
tes de  la  vida.  Con  respecto  al  porvenir,  estoy 
también  tranquilo,  cualquiera  que  sea  el  plan 
que  las  circunstancias  me  oblig-uen  a  seguir.  Yo 
no  renuncio  a  la  esperanza  de  servir  a  mi  país,  que 
es  toda  la  extensión  de  América :  mi  edad  me  per- 
mite todavía  formar  cálculos,  que  aunque  nece- 
siten algunos  años  para  realizarse,  me  dejan  en- 
trever a  la  distancia  la  satisfacción  de  salir  de 
este  mundo  sin  haber  vivido  en  vano».  Pocos  meses 
más  tarde  le  asesinaron  en  Lima...  Monteagudo 
contaba  apenas  39  años  cuando  escribía  esta  me- 
ditación. Semejante  serenidad  ante  la  desgracia, 
y  esa  confianza  en  su  juventud  batalladora,  de- 
bieron irritar  a  sus  adversarios.  No  le  dejaron 
realizar  su  esperanza.  El  puñal  mercenario  del 
negro  Candelario  Espinosa  le  anticipó  la  muerte 
en  plena  juventud.  Salió  de  esta  vida  con  el 
dolor  de  creer  que  hahía  vivido  en  vano,  sin  com- 
prender que  su  corta  existencia  había  labrado 
surco  imborrable  en  la  tierra  fecunda  de  varias 
naciones.  La  Argentina,  Uruguay,  Brasil,  Fran- 
cia, Inglaterra,  los  Estados  Unidos,  Chile,  Soli- 
via, Perú,  Ecuador,  Colombia,  Guatemala,  viéron- 
le  como  proscripto  en  la  desgracia  o  como  magis- 
trado en  la  buena  fortuna,  y  seis  naciones  le  re- 
cuerdan como  paladín  de  su  propia  historia. 

Personalidad  tan  extensa  y  tan  compleja,  no 
ha  podido  ser  fácilmente  comprendida  hasta  hoy. 
Con  la  publicación  de  sus  escritos,  realizo  un 
esfuerzo  en  favor  de  su  nombre,  y  entiendo  reabrir 
el  proceso  de  este  gran  argentino  calumniado.  Su 
vida  ha  sido  contada  extensamente  por  numerosos 
biógrafos,    entre  ellos   Iñíguez   Vicuña,    que  por 


NOTICIA    PRELIMINAH  25 

haber  sido  de  los  primeros,  compensa  con  su  anti- 
cipación los  muclios  errores  y  lag-unas  de  su  libro ; 
más  tarde,  entre  nosotros,  por  Pelliza  y  Fregei- 
ro  (16).  Pero  la  calificación  de  Monteagudo  como 
escritor  surg'irá  espontáneamente  de  este  volumen, 
y  espero  que  a  él  le  seguirá  una  rectificación  del 
juicio  ligero  que  numerosos  comentaristas  han  for- 
mulado sobre  su  personalidad  y  su  pensamiento, 
deformando  la  imagen  real.  Cábele  grande  respon- 
sabilidad en  ese  error,  al  doctor  José  M.  Ramos 
Mejía,  que  en  sus  Neurosis  nos  ha  presentado  un 
Monteagudo  histérico  y  trivial,  muy  distinto  por 
cierto  del  pensador  altivo  y  del  enérgico  revolu- 
cionario que  surge  de  estas  páginas.  Extraviado 
por  las  novedades  europeas  de  su  especialidad, 
el  ilustre  médico  escribió  su  silueta  con  pluma  de 
novelista  y  criterio  de  psiquiatra,  y  a  fin  de  que  la 
preconcebida  historia  clínica  fundamentara  el 
diagnóstico  juvenil,  recogió  como  verdad  cuanta 
leyenda  había  acumulado  sobre  su  personaje  la 
imaginación  vengativa  de  los  adversarios  (17). 

Ningún  documento  ha  demostrado  hasta  hoy 
que  Monteagudo  fuese  mulato,  ni  enfermizo,  ni 
libidinoso.  Le  dijeron  primero  «hijo  de  negra»,  y 
después  le  dijeron  «hijo  de  fraile»,  a  favor  del 
inexplicable  misterio  que  rodeaba  su  cuna ;  pero 
los  mejores  documentos  han  esclarecido  más  bien, 
que  sus  progenitores  fueron  gentes  honradas  del 
Tucumán,  y  por  de  pronto,  su  padre,  un  oficial 

(16)  Todo  esto  para  no  mencionar  a  los  autores  de  pequeñas  biogra- 
fías como  Juan  María  Gutiérrez,  o  a  los  historiadores  generales  como 
López,  Mitre,  Barros  Arana,  etc.,  que  hablan  de  nuestro  héroe  en  sus 
obras  sobre  la  emancipación. 

(17)  Sabido  es  que  el  doctor  Ramos  Mejia  escribió  las  Neurosis  en  su 
mocedad,  y  esto  mitiga  un  tanto  sus  errores.  Fundar  las  ciencias  na- 
turales en  el  testimonio  tradicional,  o  hacer  de  la  historia  un  documen- 
to clínico,  es  procedimiento  peligroso  ya  denunciado  por  Toulouse. 
Yo  me  honré  con  la  amistad  del  doctor  Ramos,  y  admiro  su  obra  en 
otros  libros;  pero  no  cumpliría  con  mi  deber  si  no  previniese  yo  a  la 
juventud  contra  ese  capítulo  de  su  obra  ciertamente  vigorosa. 


26  NOTICIA   PRELIMINAR 

calificado  de  la  milicia  española  (18).  Le  dijeron 
también  sibarita,  porque  se  bañaba  diariamente, 
se  pulía  las  uñas,  gustaba  del  buen  vestir  y  los 
perfumes,  y  esto  causaba  espanto  en  un  conti- 
nente donde  la  incuria  de  la  propia  higiene  y 
decoro,  constituían  la  tradición  colonial  (19).  En 
cuanto  a  su  salud  física,  ahí  está  su  biografía 
para  certificarla :  sano  en  campañas  duras,  cuando 
hasta  San  Martín  y  Bolívar  ciclópeos  se  enfer- 
maban; recio  de  cuerpo  a  todos  los  climas  y  la- 
bores ;  recio  de  mente  y  voluntad  a  todas  las  vicisi- 
tudes de  su  cruel  destino.  Necesitaron  matarle 
para  veri©  flaquear  (20).  Se  le  acusó  también  de 

(18)  Su  padre  se  llamaba  Miguel  de  Monteagudo,  natural  de  Cuenca 
en  España.  Era  a  su  vez  hijo  legítimo  de  don  Pedro  Monteagudo  y  de 
doña  María  Alejandro,  españoles  también,  según  su  testamento  fechado 
en  Tucumán  el  20  de  mayo  de  1825.  Don  Miguel  asistió  a  la  defensa  de 
Buenos  Aires  en  las  invasiones  inglesas;  fué  capitán  del  ejército  patrio 
en  1811,  según  sus  biógrafos.  Residió  en  Tucumán  antes  y  después  de 
la  revolución,  y  en  Jujuy  antes  de  1792.  He  visto  en  el  Archivo  de  Jujuy, 
documentos  a  él  pertinentes.  En  cuanto  a  la  madre  de  Bernardo,  unos 
dicen  que  fué  doña  María  Hasmaya,  otros  doña  Catalina  Cáceres  — 
criolla  del  Tucumán, — y  la  confusión  proviene  de  que  el  padre  se  casó 
dos  veces  y  de  que  en  el  primer  matrimonio  el  primogénito  habría  sido 
legitimado.  Todo  induce  a  pensar  que  Monteagudo  haya  sido  hijo  na- 
tural, y  que  por  haber  muerto  su  madre,  y  por  ocultar  ese  hecho,  de- 
jara en  el  misterio  su  cuna,  dimanando  de  ahí  las  leyendas  sobre  su 
origen,  hoy  disipadas  en  parte  por  los  documentos.  Cuando  murmu- 
raban sobre  su  origen,  él  mismo  pudo  escribir  en  Buenos  Aires:  «Yo  no 
hago  alarde  de  tener  entre  mis  mayores,  titulas  de  nobleza  adquiridos 
por  la  intriga  y,  acaso,  por  el  crimen;  pero  me  lisonjeo  de  tener  unos 
padres  penetrados  de  honor  y  decentes  sin  ser  nobles»  (carta  a  Pueyrre- 
dón).  Estas  palabras  encierran  probablemente  la  verdad;  pero  años  más 
tarde,  el  odio  y  la  distancia  en  países  lejanos  y  que  se  pagaban  de  su 
aristocracia,  como  Lima,  deformaron  todo  eso  en  rencorosas  leyendas 
en  que  había  su  poco  de  sentimiento  antiargentino 

(19)  A  estos  pormenores  dedica  Ramos  Mejla  en  sus  ATeurosis  nume- 
rosos párrafos,  con  absurdos  con  el  de  que  se  bañaba  en  la  nieve  de  la 
cordillera  para  calmar  sus  ardores...  La  única  prueba  que  conozco  so- 
bre su  vida  íntima,  es  el  inventario  de  1815(Fregeiro,  op.  cit.,  apéndice). 
No  puede  darse  mobiliario  más  sobrio:  dos  mesas,  sillas  de  paja,  un 
catre  de  lona,  una  cómoda  de  cuatro  cajones,  vajilla  de  loza,  etcétera- 
Y  así  se  ha  escrito  su  historia...  ¿Que  usó  de  escolta  y  boato  como  mi- 
nistro del  Perú?  También  lo  han  usado  Sarmiento  y  Sáenz  Peña  en 
nuestro  país,  con  ambiente  menos  propicio  que  el  de  Lima,  y  con  no 
sospechada  austeridad  democrática. 

(20;    Sabemos  por  la  correspondencia  de  San  Martin  y  de  Bolívar 


NOTICIA   PEELIMINAR  27 

sanguinario,  porque  intervino  en  ejecuciones  como 
la  de  los  Carrera  o  los  sublevados  de  San  Luis, 
cuando  entonces  obraba  como  órgano  visible  y 
valiente  de  comités  secretos  a  la  manera  de  la 
Loo-ia  Lautaro,  cuya  intimidad  nadie  conoce ;  y 
cuando  habría  que  formular  un  cargo  idéntico 
contra  Moreno  que  ejecuta  a  Liniers,  contra  Cas- 
telli  que  ejecuta  a  Sanz,  contra  Rivadavia  que 
ejecuta  a  Alzaga  o  contra  San  Martín  y  Belgrano 
y  Bolívar  que  erizaron  su  paso  de  necesarios 
patíbulos,  y  promulgaron  bandos  amenazantes 
para  sembrar  el  terror  (21).  El  cargo  de  que  fuera 
libidinoso,  no  merece  ni  siquiera  recogerse,  pues 
sus  galanteos  con  la  señorita  Pringles  en  San  Luis 
o  con  la  señorita  Serrano  en  Lima,  tan  sólo  prue- 
ban que  se  trataba  de  un  hombre,  y  de  un  hombre 
normal...  (22). 

Todo  eso  me  interesa  aquí,  no  tanto  porque  ha 
servido  para  tejer  la  leyenda  d©  esta  vida,  sino 
porque  con  ello  se  ha  deformado  su  alma  y  su 
mente.  Pero  ya  verá  el  lector  cómo  de  estos  escritos 
se  alza  una  personalidad  vigorosa,  dotada  de  vasta 
cultura  para  su  tiempo,  de  profunda  sensibilidad 
varonil,  de  voluntad  heroica  y  dinámica,  forjada 
en   las    fraguas    de   la   revolución ;    y    cómo   este 

que  ambos  enfermaron  repetidas  veces  en  plena  camp..ña,  sin  contar 
igualmente  las  enfermedades  de  Castelli,  Moreno,  Pueyrredón,  Belgra- 
no y  otros.  Monteagudo  tuvo  más  salud  física  que  todos  ellos. 

(21')  Los  fusilamientos  que  se  ejecutaron  por  orden  de  Belgrano  en 
Santiago,  Tucumán  y  Jujuy,  sin  forma  de  proceso,  y  sus  bandos  terro- 
ristas como  el  del  23  de  agosto  cuando  el  éxodo  jujeño  de  1S12,  exceden 
toda  la  leyenda  del  Monteagudo  sanguinario.  Pero  la  historia  tiene  sus 
predilectos — y  en  ella,  como  en  la  murmuración  contemporánea, — se  da 
en  la  bondad  o  el  vituperio  caprichosamente  a  veces.  Se  habla  de  la 
bondad  de  Belgrano,  y  sin  duda  era  bueno,  a  pesar  de  esas  ejecuciones 
y  bandos.  Monteagudo  hizo  menos,  y  para  él  ha  sido  la  leyenda  sinies- 
tra... En  verdad,  unos  y  otros  no  hacían  sino  cumplir  como  héroes  con 
sus  deberes  de  tales... 

(22)  Lo  de  la  Pringles  es  un  honesto  martelo,  en  rivalidad  con  un 
jefe  español  confinado  en  San  Luis,  a  quien  desplaza,  y  lo  de  la  Serrano 
se  reduce  a  decir  que  iba  a  visitarla  en  su  casa  la  noche  que  fué  asesi- 
nado en  Lima. 


28  NOTICIA    PRELIMINAK 

nuevo  Monteagudo  viene  armado  de  un  pensa- 
miento doctrinario  y  una  capacidad  de  expresión, 
que  conmovieron  ic?ualmente  a  los  héroes  y  a  los 
pueblos.  Muchos  lo  odiaban;  alg-unos  lo  temían: 
pero  los  p^randes  lo  retuvieron  a  su  lado.  Primero 
es  San  Martín  quien  lo  atrae;  después  Bolívar; 
y  ambos  lo  hacen  el  confidente,  el  consejero,  el 
heraldo  de  su  acción.  No  lo  atraían  porque  adula- 
se. Muy  al  contrario,  más  bien  los  sobresaltaba  su 
presencia;  pero  lo  preferían  cerca  y  no  lejos.  Así 
le  ocurrió  con  xUvear,  con  Pueyrredón,  con  O'Hig- 
g-ins,  y  muchísimos  otros  de  la  gran  genera- 
ción. Algo  de  esto  se  ve  en  las  cartas  de  aquellos 
días,  y  de  todo  ello,  tanto  como  de  su  obra  escrita, 
surge  una  personalidad  extraordinaria,  pero  no 
anormal  en  sentido  subalterno.  Y  este  volumen  de 
sus  obras  reálzale  en  pedestal  de  granito  andino, 
entre  las  dos  más  altas  figuras  continentales  de  la 
emancipación. 

Uno  de  los  argumentos  que  el  doctor  Ramos 
Mejía  ha  hecho  valer  en  favor  de  su  o  diagnóstico» 
contra  Monteagudo,  es  la  supuesta  versatilidad  de 
sus  ideas;  pero  hay  diferencia  profunda  entre  la 
efímera  volubilidad  de  un  histérico  y  el  cambio  de 
doctrina  de  nuestro  personaje,  paralelo  al  de  San 
Martín,  al  de  Rivadavia,  al  de  Bolívar,  al  de 
Funes,  al  de  todos  los  proceres ;  y  sincrónico  a  los 
cambios  de  la  política  europea  y  a  los  tumbos  de 
la  revolución  americana.  Aun  esa  variación  es 
relativa  en  Monteagudo,  como  se  verá  por  sus  es- 
critos. Hay  una  línea  lógica  en  su  propaganda, 
que  tiene  una  tesis  central,  continua,  desde  su 
iniciación  hasta  su  muerte.  Predica  en  todo  mo- 
mento la  necesidad  de  abolir  la  herencia  «colonial» 
de  los  españoles  y  de  emancipar  el  continente. 
En  torno  de  este  principio,  se  agitan  las  ideas  sobre 
la  nueva  organización  constitucional  que  debía 
darse  al  continente  emancipado,  y  en  esto  fluctúa, 


NOTICIA   PRELIMINAE  29 

como  todos  los  héroes  de  la  independencia.  Su 
alternativa  en  favor  de  los  ejecutivos  uniperso- 
nales, se  debe  a  la  experiencia  interna  de  la,  anar- 
quía que  ya  comenzaba  y  al  vuelco  que  las  ideas  de 
la  revolución  europea  tuvieron  en  1814  y  1815, 
con  motivo  de  la  caída  de  Napoleón  y  las  restaura- 
ciones de  la  Santa  Alianza,  que  el  desterrado  de 
1815  vio  de  cerca  en  Europa.  Sus  vacilaciones 
sobre  unitarismo  y  federalismo,  tienen  también  su 
matiz,  pues  para  Monteagudo,  como  para  San 
Martín  y  Bolívar,  la  «patria»  era  la  América  toda, 
y  las  ideas  se  presentaban  en  general  muy  con- 
fusas al  respecto,  pues  unas  veces  se  hablaba  de 
«los  pueblos»  en  el  sentido  de  las  «regiones»  unidas 
dentro  de  cada  nación  federal,  como  las  provin- 
cias en  la  Argentina;  y  otras  d©  «los  pueblos»  en 
el  sentido  de  las  «naciones»  unidas  dentro  de  la 
federación  continental,  como  lo  entrevio  en  sus 
panfletos  de  Buenos  Aires  y  lo  concretó  en  su 
«Ensayo»  sobre  el  Congreso  d©  Panamá.  Su  fe 
republicana  sufrió  también  un  leve  eclipse,  pero 
esto  ocurrió  en  el  Perú,  ante  la  formación  étnica 
y  social  de  aquel  Estado,  cuya  estructura  analiza 
objetiva  y  severamente  en  su  Mevioria,  hablando 
de  sus  indios  numerosos,  de  sus  esclavos  seculares, 
de  sus  zambos  abyectos,  de  sus  vanidosos  señores. 
Sus  limitaciones  sobre  la  democracia  romántica 
deseada  en  la  primera  hora,  provienen  de  diez 
años  de  experiencia  revolucionaria,  y  habla  enton- 
ces de  la  democracia  «posible»  en  países  ignoran- 
tes, pobres,  tiranizados  durante  tres  siglos.  Pero 
hay  tanta  lógica  en  esto,  que  fomenta  desde  su 
gobierno  peruano  la  cultura  pública,  fundando 
sociedades  educacionales,  bibliotecas,  escuelas,  co- 
mo Moreno  en  Buenos  Aires,  sin  que  descubra 
©n  todo  ello  nada  más  que  la  adaptación  «objetiva» 
del  estadista  y  hombre  de  acción  a  las  condiciones 
de  su  medio.  Quien  lea  con  estas  advertencias  sus 


30  NOTICIA   PRELIMINAR 

trabajos,  verá  que  Monteagudo  nos  da  en  germen 
las  ideas  que  Gorriti,  Echeverría,  Alberdi,  Sar- 
miento o  Mitre  desarrollarán.  Si  esto  es  «histeris- 
mo», séalo  en  buena  hora,  pero  demos  a  las  cosas 
su  verdadero  valor,  y  no  nos  dejemos  extraviar 
por  palabras  de  un  tecnicismo  falsamente  cien- 
tífico. Y  si  en  el  brillo  o  variedad  de  ideas  de 
Monteagudo,  finca  asimismo  su  condición  de  o  mu- 
lato», convengamos  en  que  también  lo  habrían 
sido  Bolívar,  ese  vasco  de  alcurnia,  y  San  Martín, 
ese  caucásico  improbable...   (23). 

La  cultura  de  Monteagudo  pasó  por  dos  etapas, 
renovando  sus  ideas  y  acrecentando  su  capacidad 
literaria.  El  fondo  de  su  educación,  está  cons- 
tituido por  el  residuo  clásico  de  la  Universidad 
de  Chuquisaca,  más  algún  rendimiento  del  enci- 
clopedismo francés.  Con  ese  bagaje  muévese  hasta 
1815,  fecha  de  su  primera  expatriación.  Su  viaje 
de  exilado,  le  llevó  a  la  corte  del  Janeiro,  a  París, 
a  Londres  y  parece  que  a  los  Estados  Unidos,  y 
así  pudo  en  dos  años  de  lectura,  experiencia  y 
meditación,  completar  su  cultura.  El  fondo  clási- 
co, donde  eran  sus  predilectos  Tácito  y  Polibio, 
se  enriqueció  con  la  lectura  de  Burke  y  de  Bent- 
ham  (24).  Otros  autores  modernos  lo  interesaron, 
y  fuese  influjo  intelectual  de  sus  nuevas  lecturas, 


(23)  Ignacio  Centeno  (citado  por  Fregeiro,  op.  cit.,  pág.  149),  refiere 
que  en  una  fiesta,  después  de  Chacabuco  y  Maipo,  San  Martin  presentó 
a  IVIonteagudo  ante  cierta  dama  chilena.  Como  después  el  Libertador  le 
preguntara  su  impresión  sobre  el  recién  presentado,  la  dama  contestó: 
Parece  un  hombre  de  talento  y  hasta  cierto  punto  distinguido,  pero 
tiene  una  mirada  de  salteador.  Monteagudo  tenía  los  ojos  negros  y  ar- 
dientes, en  su  faz  morena  y  pálida  de  hombre  del  Tucumán.  Quizás 
fuese  audaz  al  mirarla;  más  a  pesar  de  ello,  esa  dama  le  encontraba  ta- 
lento y  distinción  personal.  La  sensibilidad  femenina  es  en  ello  infali- 
ble, y  por  su  fe,  éste  a  lo  menos  era  un  mulato  diverso  de  los  otros... 

(24)  Cito  esos  autores,  porque  en  1815  al  inventariar  sus  bienes  para 
la  confiscación,  figuran  esos  libros  como  sus  lecturas  de  aquel  mo- 
mento; pero,  desde  luego,  su  erudición  era  más  extensa,  si  nos  atenemos 
a  las  reminiscencias,  citas  o  alusiones  de  sus  escritos. 


NOTICIA    PRELIMINAE,  31 

O  natural  madurez  de  los  aSos  y  del  silencio,  volvió 
de  Europa  con  un  nuevo  estilo,  o  más  bien,  con 
el  viejo  ya  serenado  en  formas  y  en  ideas.  Los 
documentos  extremos  de  esa  transición,  pudieron 
ser:  sus  discursos  de  la  primera  Sociedad  Patrió- 
tica antes  de  1815,  más  algunos  artículos  del  Már- 
tir o  Libre;  y  después  de  1815,  su  Memoria  o  su 
Ensayo.  Es  en  estos  dos  últimos  trabajos  en  los 
que  Uega  Monteagudo  a  su  plenitud,  como  hom- 
bre, como  pensador,  como  escritor.  El  hombre 
asume  en  ellos  la  actitud  moral  de  los  más  altos 
espíritus,  volviéndose  estoico  a  fuerza  de  orgullo 
y  de  dolor;  el  pensador  abarca  un  horizonte  de 
ideas  políticas  más  extensas,  que  interesan  a  toda 
la  América,  tales  como  su  crítica  de  la  democracia 
posible  en  pueblos  incultos,  y  su  credo  en  favor 
de  la  confederación  hispanoamericana ;  el  escritor, 
en  fin,  alcanza  el  don  difícil  de  la  sobriedad,  que 
es  espontánea  sencillez  por  fuera,  y  vigorosa  pre- 
cisión por  dentro,  dando  a  la  vez,  en  su  desnuda 
palabra  didáctica,  la  certidumbre  de  la  propia 
fuerza  y  del  destino  de  América,  vibrantes  en  el 
acorde  de  una  sola  emoción. 

Al  comenzar  su  carrera  de  publicista,  Monte- 
agudo  exclamaba  en  la  Gaceta:  o  Escriba  con  be- 
lleza o  con  desaire,  pronuncie  errores  o  sentencias, 
declame  con  celo  o  con  furor,  hable  con  franque- 
za o  con  parcialidad,  sé  que  mi  intención  será 
siempre  un  problema  para  unos,  mi  conducta  un 
escándalo  para  otros,  y  mis  esfuerzos  una  prueba 
de  heroísmo  en  el  concepto  de  algunos  :  me  importa 
todo  eso  muy  poco,  y  no  me  olvidaré  lo  que  decía 
Sócrates:  «los  que  sirven  a  la  patria  deben  con- 
tarse felices  si  antes  de  elevarles  estatuas  no  les 
levantan  cadalsos...».  Mas  a  pesar  de  esos  desplan- 
tes— frecuentes  en  él — que  rayaban  en  la  soberbia 
y  el  coraje,  Monteagudo  amaba  la  gloria.  «Desde 
la  infancia  de  los  tiempos — dijo  en  la  Asamblea 


32,  NOTICIA    PRELIMINAR 

de  1813 — ha  justificado  la  experiencia  que  las  vir- 
tudes redentoras  de  la  humanidad,  no  son  sino 
modificaciones  del  amor  a  la  g'loria».  Cadalsos, 
túvolos  en  su  vida,  y  aún  no  ha  tenido  estatuas. 
Le  hubieran  llevado  al  patíbulo  en  1809  cuando 
la  revolución  de  la  Paz ;  le  desterraron  y  confisca- 
ron sus  muebles  en  1815,  cuando  la  caída  de 
Alvear;  lo  confinaron  a  San  Luis  por  intrigas  en 
1817;  lo  exilaron  del  Perú  en  1823,  poniéndolo 
fuera  de  la  ley;  y  al  fin,  en  premio  de  su  vida 
heroica,  lo  asesinaron  en  1825.  Su  vida  fué  un 
largo  martirio  mitigado  sólo  por  su  fe  demagó- 
gica; su  posteridad,  una  injusta  expiación  de  crí- 
menes y  vicios  que  no  cometió.  Los  enemigos 
de  Monteagudo  han  podido  con  sus  calumnias, 
más  que  él  con  sus  sacrificios.  Pero  se  acerca  ya 
el  momento  de  la  verdadera  gloria,  con  la  divul- 
gación de  estas  páginas  suyas.  Dejará  Monteagudo 
de  ser  un  mito  grotesco  para  convertirse  en  un 
héroe  intelectual.  T  si  he  dilatado  más  allá  de 
mi  deseo  esta  o  noticia»,  es  porque  necesitaba  no 
solamente  explicar  la  estructura  y  origen  del  pre- 
sente volumen,  sino  prevenir  al  joven  lector  que 
ha  de  estudiarlo,  contra  la  leyenda  de  Monte- 
agudo.  Léalo  con  benevolencia  y  sin  prejuicio,  mi 
joven  lector,  pues  tal  es  el  mejor  documento  donde 
pueda  estudiar  a  tal  personaje  y  conocer  muchos 
secretos  de  nuestra  revolución  y  de  su  historia. 
Hallará  en  estas  páginas,  no  sólo  la  revelación  del 
más  hábil  prosista  de  la  independencia  americana, 
sino  el  testimonio  de  una  vida  ejemplar,  por  su 
inteligencia,  su  actividad,  su  coraje,  su  estoicis- 
mo, su  espíritu  de  sacrificio.  Y  con  sólo  verlo  así 
al  héroe  nuevo,  nuestra  generación  habrá  cum- 
plido su  deuda  de  solidaridad  y  justicia  con  el 
patricio  errabundo,  cuya  tempestuosa  vida  se  dilató 
entre  el  misterio  que  obscurece  su  cuna  y  la  tra- 
gedia que  sombrea  su  muerte.  Su  posteridad  de 


NOTICIA    PRELIMINAR  3'J 

un  sio-lo  ha  sido  el  eco,  apenas  entrecortado,  de 
sus  murmurantes  o  aullantes  calumniadores — pues 
tal  hablaban  los  miserables  en  el  contragolpe  de 
su  o-enial  agresión; — y  hora  es  ya  de  que  tras  las 
reparaciones  comenzadas  por  algunos  historiado- 
res vayamos  más  lejos  aún,  oponiendo  sus  pro- 
pias obras  a  la  calumniosa  leyenda,  porque  ellas 
son  para  Mpnteagudo,  su  mejor  monumento,  su 
verdad  y  su  gloria. 

Ricardo  Rojas 


Buenas  Aires,  1915. 


LIBRO  I 

MEMORIA  POLÍTICA 

(1823) 


i 


MEMORIA 

SOBRE  LOS  PEINCIPIOS  POLÍTICOS  QUE  SEGUÍ  EN  LA 
ADMINISTRACIÓN  DEL  PERÚ,  Y  ACONTECIMIENTOS 
POSTERIORES  A  MI  SEPARACIÓN. 

Yo  sería  inconsecuente  con  los 
principios  que  profeso,  si  rehusase 
apelar  al  buen  sentido  del  pueblo,  o 
no  me  sometiese  voluntariamente  al 
juicio  de  mis  iguales. 

1.°  Yo  no  escribo  para  inflamar  pasiones  aje- 
nas, ni  para  desahogar  las  mías:  un  sentimiento 
de  respeto  a  la  opinión  de  los  hombres,  me  obliga 
a  interrumpir  el  silencio  con  .el  cual  he  contestado 
siempre  a  las  declamaciones  del  espíritu  de  parti- 
do y  a  los  argumentos  del  odio.  Por  otra  parte,  des- 
pués de  haber  sido  un  funcionario  público,  la  dig- 
nidad del  Ministerio  que  obtuve  exige  que  no 
abandone  mis  derechos  al  juicio  tumultuario  de 
mis  propios  agresores.  Mi  objeto  es  defenderme 
sin  usar  de  represalias:  el  improperio  y  la  calum- 
nia son  las  armas  que  emplean  los  que  no  saben 
combatir,  sino  desacreditando  su  carácter  y  reve- 
lando los  misterios  vergonzosos  de  su  alma.  Yo 
dejo  a  mis  enemigos  en  posesión  de  sus  recursos. 

2.°  Para  vindicarme  ante  los  hombres  que 
piensan,  únicos  jueces  competentes  de  mi  causa, 
me  basta  exponer  los  principios  políticos  que  he 
seguido,  mientras  tuve  a  mi  cargo  el  Ministerio 
de  Estado  y  Relaciones  Exteriores  del  Perú.  Ellos 
han  sido  proscritos  sin  examen,  y  en  su  lugar  se 
han  proclamado  ideas  contrarias  con  el  aparato 
de  un  triunfo,  al  cual  han  servido  de  trofeos  la 
libertad  de  calumniar,  y  el  empeño  de  sugerir  in- 


38  BERNARDO    MONTEAGUDO 

novaciones,  para  desagraviar  resentimientos.  Pero 
mis  opiniones  no  dependen  de  los  sucesos  de  un 
día,  ni  de  la  malignidad  de  algunos  hombres;  y 
declaro  que  ellas  serán  siempre  las  mismas,  cual- 
quiera que  sea  la  distancia  a  que  yo  me  halle  de 
los  negocios  políticos  y  del  teatro  de  la  revolución. 
3.°  Es  imposible  juzgar  los  principios  que  pro- 
fesa un  hombre  público,  sin  contraerse  a  las  cir- 
cunstancias, que  han  influido  en  su  conducta.  El 
fallo  que  se  pronuncie  sobre  los  que  yo  he  seguido, 
sólo  puede  ser  exacto,  después  de  considerar  el 
estado  presente  del  Perú,  sin  las  excepciones  que 
admite  cuanto  se  diga  de  él  en  general.  Yo  voy 
a  hablar  con  toda  la  franqueza  de  mi  celo,  y  si  en 
el  fondo  de  mis  pensamientos  no  se  encuentra 
siempre  el  más  puro  interés  por  la  causa  de  los 
pueblos,  consiento  en  que  caiga  sobre  mi  nombre 
la  indignación  de  los  patriotas  virtuosos,  cuya  ira 
nunca  se  enciende  sin  justicia.  No  trato  de  lison- 
jear a  ningún  partido,  sino  de  exponer  los  peli- 
gros en  que  todos  se  hallan,  y  doy  por  liltima  ga- 
rantía de  mis  intenciones,  la  protesta  de  prescin- 
dir enteramente  de  los  que,  a  fuerza  de  prodi- 
garme injurias,  han  creído  envenenar  mi  ánimo, 
y  hacerme  perder  esa  inapreciable  tranquilidad 
que  no  depende  de  la  conciencia  de  mis  enemigos, 
sino  de  la  mía. 

4.°  El  Perú,  como  todas  las  antiguas  posesio- 
nes españolas  en  el  nuevo  mundo,  sufría  tres  si- 
glos ha  el  régimen  devastador,  que  había  fundado 
la  espada  de  algunos  aventureros  inhumanos.  Has- 
ta fines  del  siglo  pasado,  la  España  no  necesitó 
otra  fuerza  para  mantener  el  sistema  colonial,  que 
la  superstición  e  ignorancia  de  los  pueblos.  Algu- 
nas explosiones  parciales  se  dejaban  sentir  de  tiem- 
po en  tiempo ;  pero  ellas  no  excitaban  en  la  metró- 
poli inquietud,  sino  venganza ;  aunque  bastaban 
para  avisar  a  los  políticos,  que  existía  en  la  pobla- 
ción de  América  una  masa  inflamable,  que  tarde 
o  temprano  presentaría  el  horrible  espectáculo  de 
un  incendio  universal  en  la  mitad  del  globo. 
5.°     La  revolución  de  los  establecimientos   in- 


OBRAS    POLÍTICAS  -39 

gleses  en  Norte  América,  y  la  estrepitosa  alarma 
que  dio  la  Francia  al  universo,  despertaron  en  las 
colonias  españolas  el  espíritu  de  resistencia.  El 
entusiasmo  con  que  ambas  naciones  llamaron  al 
género  humano,  para  que  entrase  en  la  época  de 
los  grandes  sucesos,  liizo  pensar  sobre  su  suerte 
a  los  americanos  del  sur.  Entonces  empezaron  a 
sentir  la  opresión,  que  antes  sufrían  con  una  pa- 
ciencia supersticiosa,  que  se  confundía  con  los 
actos  espontáneos  de  la  voluntad.  Para  quejarse 
de  usurpación,  es  preciso  conocer  los  derecbos  que 
se  defraudan ;  y  mientras  cada  americano  creía 
que  su  libertad  consistía  en  obedecer,  ninguno  se 
consideraba  esclavo,  porque  la  opinión  gobierna 
a  los  hombres  y  fija  siempre  el  carácter  de  ¡sus  sen- 
timientos. 

6.°  El  ejemplo  cambió  repentinamente  esta 
opinión:  el  clamor  de  independencia  resonó  en  di- 
versas partes  del  continente,  y  bien  presto  se  gene- 
ralizó la  idea  de  sacudir  un  yugo,  que  era  natural 
aborrecer  con  vehemencia,  después  que  se  había 
respetado  con  fanatismo.  La  transición  de  un  ex- 
tremo a  otro,  es  la  alternativa  que  siguen  las  afec- 
ciones humanas. 

7.°  Con  la  idea  de  independencia  empezaron 
también  a  difundirse  nociones  generales  acerca 
de  los  derechos  del  hombre:  mas  éste  era  un  len- 
guaje que  muy  pocos  entendían:  la  ciencia  que 
enseña  los  derechos  y  las  obligaciones  sociales,  es 
vasta  y  complicada:  ella  exige  un  largo  aprendi- 
zaje, y  la  historia  de  todos  los  pueblos,  sin  excep- 
tuar uno  solo,  demuestra  que  en  nada  es  tan  lenta 
la  marcha  del  género  humano,  como  en  el  conoci- 
miento práctico  del  término  de  las  relaciones  que 
unen  a  los  gobiernos  y  a  sus  subditos. 

8."  No  era  de  esperar  que  la  población  ameri- 
cana adquiriese  nuevos  principios  con  la  rapidez 
que  había  cambiado  de  sentimientos.  Detestar  para 
siempre  la  dominación  española,  y  convertir  el 
suelo  patrio  en  una  espantosa  soledad,  antes  que 
depender  de  los  herederos  de  Pizarro  y  Cortés ; 
estos  eran  los  votos  generales  que  sin  ambigüedad, 


40  BERNARDO    MONTEAGUDO 

sin  discusión  y  con  certidumbre  de  su  importan- 
cia, hicieron  todos  los  habitantes  de  estas  regio- 
nes. Desde  el  Río  de  la  Plata  basta  la  nueva  Ca- 
lifornia, la  guerra  se  emprendió  con  este  objeto; 
y  nadie  pensaba  en  otra  cosa,  que  en  destruir  a  los 
españoles,  a  excepción  de  algunos,  que  teniendo 
más  previsión,  o  más  osadía  intelectual,  trazaban 
ya  los  planes  constitucionales  que  cada  uno  creía 
más  análogos  a  la  sección  en  que  se  bailaba. 

9.°  Las  armas  americanas  empezaron  a  triun- 
far; el  orgullo  que  causa  la  victoria  exaltó  las 
imaginaciones,  y  el  celo  se  convirtió  en  pasión: 
desde  entonces  los  hombres  que  habían  inflamado 
el  odio  contra  los  españoles,  creyeron  que  para  di- 
fundir el  amor  a  la  libertad  era  preciso  propagar 
principios  que  embriagasen  a  los  pueblos  con  la 
esperanza  de  una  absoluta  democracia.  Este  fué 
en  aquella  época  un  error  excusable,  porque  hay 
circunstancias  en  las  cuales  no  se  pueden  cometer 
sino  faltas  (1). 

10.  La  fortuna  en  los  primeros  combates  fué, 
por  decirlo  así,  el  vehículo  de  aquellos  principios: 
bien  presto  se  sintió  su  efecto:  asomó  la  hidra  de 
la  discordia,  y  jn,  fué  preciso  combatir  a  los  que 
peleaban  contra  la  independencia  y  los  que  ataca- 
ban la  unidad.  Unas  veces  la  ambición  y  otras  la 
ignorancia,  levantaban  el  estandarte  seductor  de 
la  igualdad  mal  entendida,  contra  los  verdaderos 
intereses  de  la  independencia  proclamada. 

IL  Todo  el  continente  había  probado  las  vici- 
situdes de  esta  doble  lucha  con  excepción  del  anti- 
guo virreinato  del  Peni,  donde  el  despotismo  con- 
servaba el  apoyo  de  la  fuerza,  y  con  un  triple  muro 
de  cadalsos  impedía  la  entrada  al  espíritu  de  in- 
surrección. La  sangre  y  los  tesoros  de  la  tierra 
del  sol,  se  empleaban  para  apagar  la  llama  sagra- 
da que  había  encendido  el  amor  a  la  independen- 
cia;  y  desde  el  Ecuador  hasta  el  Río  de  la  Plata, 
el  nombre  de  la  capital  de  Lima  hacía  estremecer 
de  indignación  a  los  que  habían  tomado  las  armas, 

(1)    El  cardenal  de  Reiz. 


OBRAS    POLÍTICAS  41 

no  para  vengar  sus  propios  ultrajes,  sino  los  de 
toda  la  gran  familia  americana. 

12.  Sin  embargo,  los  habitantes  del  Perú  en 
general  estaban  ya  animados  del  mismo  senti- 
miento :  sus  opresores  lo  habían  difundido  a  fuerza 
de  contrariarlo.  Cada  proclama  en  que  proscri- 
bían los  nuevos  principios,  servían  para  hacerlos 
abrazar  a  los  que  no  habían  reflexionado  sobre  ellos. 
Todos  querían  la  independencia,  y  los  que  se 
creían  llamados  a  dirigir  esta  obra,  después  de 
haber  oído  por  el  espacio  de  diez  años  defender 
con  ardor,  e  impugnar  a  sangre  y  fuego  la  liber- 
tad y  la  igualdad,  esperaban  con  impaciencia  el 
momento  de  poder  rivalizar  a  los  más  acalorados 
defensores  del  Contrato  Social. 

13.  Tal  era  el  estado  político  del  país  en  1820, 
cuando  el  ejército  unido  Libertador  desembarcó 
en  las  costas  del  Perú,  y  anunció  a  los  españoles 
que  allí  estaban  los  que  jamás  habían  recibido 
heridas  por  la  espalda.  No  es  mi  objeto  entrar  en 
los  detalles  de  esta  campaña  memorable,  porque 
es  imposible  reducir  a  un  episodio  el  argumento 
de  un  heroico  drama.  Yo  me  contraigo  por  ahora 
al  resultado  de  sus  esfuerzos,  que  fué  la  ocupación 
de  Lima  en  el  mes  de  julio  de  1821  y  a  la  parte 
que  desde  entonces  tuve  en  el  gobierno  del  Perú. 

14.  Hasta  1.°  de  enero  de  1822  estuvo  a  mi 
cargo  el  Ministerio  de  Guerra  y  Marina,  cuyas 
funciones  había  desempeñado  en  toda  la  campaña: 
en  aquel  día  pasé  a  servir  el  de  Estado  y  Relacio- 
nes Exteriores,  y  entré  en  la  época  de  mi  maj^or 
responsabilidad,  porque  en  la  primera,  mis  debe- 
res estaban  limitados  a  la  parte  administrativa, 
que  en  nuestro  sistema  y  circunstancia  no  exigía 
sino  un  trabajo  asiduo,  pero  material.  Es  tiempo 
que  hable  de  la  marcha  que  me  propuse  seguir  en 
el  nuevo  departamento  a  que  fui  promovido. 

15.  Luego  que  tomé  posesión  de  él,  conocí  que 
se  me  abría  un  vasto  campo  de  gloria  y  de  peli- 
gros. Confieso  que  amo  la  gloria  con  pasión,  y  que 
los  peligros,  después  de  catorce  años  que  he  vivido 
en  ellos,  han  perdido  para  mí  el  prestigio  que  lof? 


42  BERNARDO    MONTEAGUDO 

hace  formidables.  Sin  embargo,  como  esto  no  basta 
para  llenar  grandes  deberes,  desesperaba  de  todos 
mis  recursos,  menos  de  mi  celo :  éste  es  infatiga- 
ble, porque  nada  sé  emprender  a  medias:  mis  ene- 
migos no  negarán,  que  mientras  be  tenido  carác- 
ter público,  yo  he  trabajado  más  de  lo  que  podía 
esperarse  de  un  solo  hombre:  la  constancia  de- 
pendía de  mí  solo:  el  acierto  era  obra  de  las  cir- 
cunstancias. 

16.  Desde  el  25  de  mayo  de  1809,  mis  pensa- 
mientos y  todo  mi  ser  estaban  consagrados  a  la 
revolución:  me  hallaba  accidentalmente  en  la  ciu- 
dad de  la  Plata,  cuando  aquel  pueblo  heroico  y  ve- 
hemente en  todos  sus  sentimientos,  dio  el  primer 
ejemplo  de  rebelión:  entonces  no  tenía  otro  nom- 
bre, porque  el  buen  éxito  es  el  que  cambia  las  de- 
nominaciones. Yo  tomé  una  parte  activa  en  aquel 
negocio  con  el  honrado  general  Arenales  y  otros 
eminentes  patriotas,  que  han  sido  víctimas  de  los 
españoles.  Desde  aquel  día  vivo  gratuitamente:  una 
vez  condenado  a  muerte  y  otras  próximo  a  encon- 
trarla, yo  no  pensé  sobrevivir  a  tanto  riesgo. 

17.  Mis  enormes  padecimientos  por  iina  parte, 
y  las  ideas  demasiado  inexactas  que  entonces  te- 
nía de  la  naturaleza  de  los  gobiernos,  me  hicieron 
abrazar  con  fanatismo  el  sistema  democrático.  El 
Pacto  Social  de  Rousseau  y  otros  escritos  de  este 
género,  me  parecía  que  aun  eran  favorables  al 
despotismo.  De  los  periódicos  que  he  publicado 
en  la  revolución,  ninguno  he  escrito  con  más  ar- 
dor que  el  Mártir  o^  Libre,  que  daba  en  Buenos 
Aires:  ser  patriota  sin  ser  frenético  por  la  demo- 
cracia era  para  mí  una  contradicción,  y  este  era 
mi  texto.  Para  expiar  mis  primeros  errores,  yo 
publiqué  en  Chile,  en  1819,  El  Censor  de  la  Revo- 
lución: ya  estaba  sano  de  esa  especie  de  fiebre 
mental,  que  casi  todos  hemos  padecido;  y  ¡des- 
graciado el  que  eon  tiempo  no  se  cura  de  ella ! 

18.  Cuando  llegó  al  Perú  el  ejército  liberta- 
dor, mis  ideas  estaban  marcadas  con  el  sello  de 
doce  años  de  revolución.  Los  horrores  de  la  gue- 
rra civil,  el  atraso  de  la  carrera  de  la  independen- 


OBRAS    POLÍTICAS  43 

cia,  la  ruina  de  mil  familias  sacrificadas  por  prin- 
cipios absurdos,  en  fin,  todas  las  viscisitudes  de 
que  había  sido  espectador  o  víctima,  me  hacían 
pensar,  naturalmente,  que  era  preciso  precaver  las 
causas  de  tan  espantosos  efectos.  El  furor  demo- 
crático, y  algunas  veces  la  adhesión  al  sistema 
federal,  han  sido  para  los  pueblos  de  América  la 
funesta  caja  que  abrió  Epimeteo,  después  que  la 
belleza  de  la  obra  de  Vulcano  sedujo  su  impru- 
dencia. 

19.  Penetrado  de  estos  sentimientos,  yo  no 
podía  ser  infiel  a  ellos,  cuando  las  circunstancias 
me  daban  una  parte  activa  en  la  dirección  de  los 
negocios.  Al  tomar  sobre  mí  la  que  me  cabía  de 
tan  enorme  peso,  escribí  en  la  tabla  de  mis  debe- 
res los  principios  que  mi  conciencia  me  dictaba. 
Los  he  seguido  con  puntualidad,  y  los  profeso  con 
firmeza,  porque  mil  veces  sería  víctima  de  la  re- 
volución, antes  que  cambiarlos.  Yo  ruego  que  se 
examinen  sin  parcialidad,  no  por  miramiento  a 
mi  individuo,  sino  a  los  grandes  intereses  que  se 
versan  en  esta  contienda. 

20.  Aunque  el  Perú  tenía  los  mismos  motivos 
de  resentimiento  contra  el  gobierno  peninsular 
que  el  resto  de  América,  en  ninguna  parte  estaba 
más  radicado  su  influjo,  por  el  mayor  número  de 
españoles  que  existían  en  aquel  territorio,  por  la 
gran  masa  de  sus  capitales  y  por  otras  razones  pe- 
culiares a  su  población.  El  odio  a  los  desoladores 
del  nuevo  mundo,  había  sido  en  los  demás  países 
el  agente  principal  de  la  revolución:  la  fuerza  de 
este  resorte  estaba  conocida:  digámoslo  francamen- 
te: con  excepción  de  algunas  docenas  de  hombres, 
el  resto  de  los  habitantes  no  tuvieron  más  objeto 
al  principio,  que  arrancar  a  los  españoles  el  poder 
de  que  abusaban,  y  complacerse  a  vista  del  con- 
traste que  debía  formar  su  semblante  despavorido 
y  humillado,  con  esa  frente  altanera  donde  los 
amerieanos  leían  desde  la  infancia  el  destino  ig- 
nominioso de  su  vida. 

21.  Era  preciso  g-eneralizar  este  sentimiento 
en  el  Perú  y  convertirlo  en  una  pasión  popular. 


44  BERNARDO    MONTEAGUDO 

que  haciendo  tomar  un  fuerte  interés  por  la  causa 
de  la  independencia,  borrase  hasta  los  vestigios 
de  esa  veneración  habitual  que  los  hombres  tribu- 
tan involuntariamente  a  los  que  por  mucho  tiempo 
han  estado  en  posesión  de  hacerlos  desgraciados. 
He  aquí  el  primer  principio  de  mi  conducta  pú- 
blica. Yo  empleé  todos  los  medios  que  estaban  a 
mi  alcance  para  inflamar  el  odio  contra  los  espa- 
ñoles: sugerí  medidas  de  severidad,  y  siempre  es- 
tuve pronto  a  apoyar  las  que  tenían  por  objeto 
disminuir  su  niímero  y  debilitar  su  influjo  público 
y  privado.  Este  era  en  mí  sistema,  y  no  pasión:  yo 
no  podía  aborrecer  a  una  porción  de  miserables 
que  no  conocía,  y  que  apreciaba  en  general,  por- 
que prescindiendo  de  los  intereses  de  América, 
es  justo  confesar  que  los  españoles  tienen  virtu- 
des eminentes,  dignas  de  imitación  y  respeto. 

22.  Cuando  el  ejército  libertador  llegó  a  las 
costas  del  Perú,  existían  en  Lima  más  de  diez  mil 
españoles  distribuidos  en  todos  los  rangos  de  la 
sociedad;  y  por  los  estados  que  pasó  el  Presidente 
del  Departamento  al  Ministerio  de  Estado,  poco 
antes  de  mi  separación,  no  llegaban  a  seiscientos 
los  que  quedaban  en  la  capital.  Esto  es  hacer  revo- 
lución, porque  creer  que  se  puede  entablar  un 
nuevo  orden  de  eosas  con  los  mismos  elementos 
que  se  oponen  a  él,  es  una  quimera.  Unos  salie- 
ron voluntariamente  y  otros  forzados,  aunque  to- 
dos lo  eran,  porque  conocían  su  situación;  y  yo 
tenía  buen  cuidado  de  aumentar  sus  sobresaltos, 
para  que  ahorrasen  al  gobierno  la  incomodidad 
de  multiplicar  intimaciones. 

23.  No  quiero  atribuirme  lo  que  no  me  perte- 
nece: las  órdenes  ejecutivas  para  que  saliesen  los 
españoles  que  fueron  en  el  «Milagro»  y  otros  bu- 
ques, emanaron  del  Marqués  de  Trujillo,  que  era 
entonces  Supremo  Delegado:  yo  aplaudí  y  coad- 
yuvé su  celo,  porqué  estaba  de  acuerdo  con  el  mío. 
Las  medidas  que  se  adoptaron  contra  una  parte 
de  sus  bienes,  más  tuvieron  por  objeto  interesar 
en  su  salida  a  la  clase  menesterosa,  que  en  estos 
casos  calcula  siempre  a  su  modo,  que  enriquecer 


OBRAS    POLÍTICAS  45 

el  tesoro.  Ya  uo  era  tiempo  de  pensarlo,  pues  to- 
dos los  habitantes  de  Lima  saben,  que  con  mucha 
anticipación,  los  españoles  pudientes  habían  sa- 
cado sus  caudales,  y  los  demás  fácilmente  oculta- 
ban lo  que  tenían,  porque  era  poco.  Los  que  han 
declamado  sobre  esto,  han  declamado  para  sí  so- 
los: yo  no  temo  las  acusaciones  que  carecen  de 
argumento  y  de  pruebas. 

24.  El  segundo  principio  que  seguí  en  mi  ad- 
ministración fué  restringir  las  ideas  democráticas: 
bien  sabía  que  para  atraerme  el  aura  popular,  no 
necesitaba  más  que  fomentarlas;  pero  quise  hacer 
el  peligroso  experimento  de  sofocar  en  su  origen 
la  causa,  que  en  otras  partes  nos  había  producido 
tantos  males.  El  ejemplo  empezaba  a  formar  un 
torrente:  yo  conocía  que  no  era  fácil  detenerlo,  y 
que  después  sería  más  difícil  hacerlo  retrogradar: 
me  decidí  por  el  primer  partido,  porque  a  más  de 
estar  convencido  de  su  justicia,  no  me  era  indife- 
rente la  gloria  de  dar  a  la  opinión  un  impulso, 
que  aunque  se  interrumpa,  la  experiencia  lo  reno- 
vará con  mejor  éxito.  ¡  Ojalá  que  las  desgracias 
no  ejerciten  el  terrible  ministerio  de  hacer  llorar  a 
los  pueblos  su  desengaño ! 

25.  Para  demostrar  que  las  ideas  democráti- 
cas son  absolutamente  inadaptables  en  el  Perú, 
yo  no  citaré  al  autor  del  Espíritu  de  las  LL.,  ni 
buscaré  en  los  archivos  del  género  humano  argu- 
mentos de  analogía,  que  mientras  no  varíe  su  cons- 
titución física  y  moral,  probarán  siempre  lo  mis- 
mo en  igualdad  de  circunstancias.  Las  autorida- 
des y  los  ejemplos  persuaden  poco,  cuando  las  ilu- 
siones del  momento  son  las  que  dan  la  ley.  Sólo  un 
raciocinio  práctico  puede  entonces  suspender  el 
encanto  de  las  bellezas  ideales  y  hacer  soportable 
el  aspecto  severo  de  la  verdad. 

26.  Yo  pienso  que  antes  de  decidir  si  las  ideas 
democráticas  son  o  no  adaptables  en  el  Perú,  es 
preciso  examinar  la  moral  del  pueblo,  el  estado 
de  su  civilización,  la  proporción  en  que  está  dis- 
tribuida la  masa  de  su  riqueza  y  las  mutuas  rela- 
ciones que  existen  entre  las  varias  clases  que  for- 


46  BERNARDO    MOXTEAGUDO 

man  aquella  sociedad.  He  reducido  a  estos  cuatro 
principios  cuanto  se  ha  diclio  por  los  mejores 
maestros  de  la  ciencia  de  gobierno,  y  en  su  elec- 
ción lie  seguido  mis  propias  observaciones,  sin 
tomar  ningún  sistema  por  modelo:  mi  plan  es  in- 
dicar lieelios  que  nadie  ponga  en  duda,  y  que  cada 
uno  amplíe  sus  reflexiones  hasta  donde  j'o  no  puedo 
extenderlas  por  miramientos,  que  no  será  difícil 
penetrar. 

27.  La  moral  de  los  habitantes  del  Perú,  con- 
siderada con  respecto  al  orden  civil,  no  podía  ser 
otra  que  la  de  un  pueblo  que  ha  sido  esclavo  hasta 
el  ano  21  y  que  aun  lo  es  en  mucha  parte  de  su  te- 
rritorio. La  censura  a  que  están  sujetas  sus  cos- 
tumbres en  este  punto  de  vista,  es  un  argumento 
de  exageración  contra  la  España  y  un  motivo  más 
para  sustraer  aquel  país  a  las  nuevas  desgracias 
en  que  se  vería  envuelto  por  la  falta  de  sobriedad 
en  la  reforma  de  sus  instituciones.  Sus  principa- 
les y  más  antiguos  hábitos  han  sido  obedecer  a  la 
fuerza,  porque  antes  nunca  ha  gobernado  la  ley: 
servir  con  sumisión  para  desarmar  la  violencia  y 
ser  menos  desgraciado:  atribuir  a  las  clases  pri- 
vilegiadas esos  derechos  imaginarios  que  todo  go- 
bierno despótico  sanciona,  interesado  en  exaltar  a 
los  primeros  que  oprime,  para  que  éstos  sean  opre- 
sores a  su  turno:  en  fin,  ser  todos  en  general  es- 
clavos y  tiranos  a  la  vez,  desde  los  que  ocupaban 
el  rango  más  elevado,  hasta  los  que  dirigían  el 
trabajo  de  los  negros  en  las  plantaciones  de  la 
Costa.  La  cadena  era  siempre  la  misma,  aunque 
algunos  eslabones  brillasen  más  que  otros. 

28.  La  virtud  y  el  mérito  sólo  servían  para 
atraer  los  rayos  del  despotismo  sobre  las  cabezas 
más  ilustres.  Una  inversión  total  en  el  objeto  y  en 
los  medios  de  ser  feliz,  hacía  buscar  los  honores 
y  las  recompensas  por  las  sendas  más  extravia- 
das de  la  moral  pública:  el  dinero  suplía  la  ido- 
neidad, la  adulación  valía  más  que  la  modestia, 
y  las  siiplicas  interpuestas,  por  medio  de  blandas 
voces,  alcanzaban  lo  que  no  podía  obtener  el  he- 
roísmo de  algunos  peruanos  superiores  a  los  obs- 


OBRAS    POLÍTICAS  47 

táculos  de  su  educación  y  a  las  costumbres  de  su 
siglo. 

29.  Uu  pueblo  que  acaba  de  estar  sujeto  a  la 
calamidad  de  seguir  tan  perniciosos  liábitos,  es 
incapaz  de  ser  gobernado  por  principios  democrá- 
ticos. Nada  importa  mudar  de  lenguaje,  mientras 
los  sentimientos  no  se  cambian;  y  exigir  repenti- 
namente nuevas  costumbres,  antes  que  haya  pre- 
cedido una  serie  de  actos  contrarios  a  los  ante- 
riores, es  poner  a  los  pueblos  en  la  necesidad  de 
hacer  una  mezcla  monstruosa  de  las  afecciones 
opuestas  que  producen  la  altanería  democrática  y 
el  envilecimiento  colonial.  De  aquí  resulta  esta 
lucha  continua  entre  el  gobierno  y  el  pueblo,  que 
unas  veces  obedece  como  esclavo  y  otras  quiere 
mandar  como  tirano:  tan  presto  recibe  las  refor- 
mas con  veneración,  como  trata  de  abolirías  des- 
plegando el  orgullo  legislativo,  que  es  inherente  a 
la  democracia:  cada  uno  en  su  clase  se  esfuerza  a 
conservar  las  prerrogativas  y  ascendiente  que  an- 
tes gozaba,  y  al  primer  grito  de  un  ambicioso  de- 
magogo, todos  gritan  igualdad,  sin  entenderla  ni 
desearla;  en  fin,  los  empleos  se  solicitan  sin  tra- 
illa jar  por  merecerlos,  y  los  descontentos  que  for- 
man el  mayor  número,  denuncian  como  una  in- 
fracción de  los  derechos  del  pueblo  la  repulsa  de 
sus  pretensiones. 

■iÚ.  El  estado  de  la  civilización  del  Perú  es 
proporcionado  a  la  latitud  que  concedían  las  le- 
yes y  repetidas  cédulas  que  la  generosidad  de  los 
rej-es  de  España  dictaba  en  favor  nuestro.  La 
educación  de  un  pueblo  destinado  a  la  obediencia 
pasiva  se  reduce  a  hacer  a  los  hombres  metafísicos, 
para  que  nunca  descubran  sus  derechos  en  ese  caos 
de  abstracciones  donde  toda  idea  práctica  desapa- 
rece. Algunos  sabios  que  se  formaban  como  por  sor- 
presa en  el  fondo  de  la  soledad,  han  procurado 
en  varios  tiempos  introducir  el  estudio  de  las  cien- 
cias exactas  y  naturales,  al  menos  con  aplicación 
a  los  usos  más  necesarios  de  la  sociedad.  Sus  es- 
fuerzos, aunque  han  tenido  algún  efecto,  no  han 
podido  extenderse   más  allá  del   estrecho  círculo 


48  BERNARDO    MOM'EAGUDO 

a  que  los  limitaban  los  cautelosos  permisos  de  la 
corte  de  Madrid.  Entre  tanto,  la  masa  de  la  po- 
blación seg'uía  siempre  sepultada  en  las  tinieblas 
y  su  ignorancia  llenaba  de  placer  a  los  españoles, 
porque  era  natural  se  deleitasen  en  contemplar  la 
obra  de  sus  manos  y  en  calcular  la  duración  de  su 
imperio  por  la  fuerza  de  las  preocupaciones  en  que 
se  apoyaba. 

31.  Yo  quiero  abora  contraerme  a  la  clase  de 
ilustración,  que  exige  el  gobierno  democrático, 
para  que  sea  realizable.  Todo  el  que  tiene  alguna 
parte  en  el  poder  civil,  debe  conocer  la  naturaleza 
y  término  de  sus  atribuciones,  y  la  relación  que 
éstas  dicen  al  sistema  administrativo  en  general. 
En  el  gobierno  democrático,  cada  ciudadano  es 
un  funcionario  público:  la  diferencia  sólo  está  en 
el  tiempo  y  modo  de  ejercitar  esa  espeeie  de  ma- 
gistratura que  le  dan  las  leyes:  el  mayor  número 
usa  de  este  derecbo  en  las  asambleas  electorales  y 
los  demás  en  la  tribuna.  Pero  la  frecuencia  de  las 
elecciones  aumenta  sin  cesar  la  lista  de  los  candi- 
datos y  exige  un  sobrante  indefectible  de  hombres 
capaces  de  administrar  los  intereses  de  su  país, 
que  supone  en  circulación  las  luces  necesarias  pargt 
llenar  esta  continua  demanda.  Por  desgracia,  la 
mayor  parte  de  la  población  del  Perú  carece  de 
aquellos  conocimientos,  sin  los  cuales  es  imposible 
desempeñar  tan  difíciles  tareas.  El  estudio  de  la 
política  y  de  la  legislación,  ba  sido  basta  aquí  tan 
peligrosa  como  inútil:  la  ciencia  económica  esta- 
ba en  diametral  oposición  con  las  leyes  coloniales : 
la  diplomacia  no  tenía  objeto,  y  habría  sido  tan 
superfino  contraerse  a  ella,  como  aprender  en  Li- 
ma el  Deidam  de  los  Bracmanes:  en  una  palabra, 
todos  los  conocimientos  que  son  accesorios  a  estas 
ciencias,  o  no  había  medios  para  adquirirlos,  o 
era  preciso  arrostrar  anatemas  para  no  ignorarlos. 
Yo  pregunto,  si  el  pequeño  número  de  los  que  han 
cultivado  aquellas  ciencias,  es  capaz  de  suplir  el 
inmenso  déficit  que  se  encuentra  en  la  totalidad 
de  la  población,  para  poder  realizar  las  formas 
democráticas. 


OBRAS    POLÍTICAS  49 

32.  La  proporción  en  que  está  distribuida  la 
riqueza  nacional,  que  es  la  suma  de  las  fortunas 
particulares,  merece  un  examen  no  menos  dete- 
nido; porque  después  de  las  luces,  nada  determina 
tanto  como  las  riquezas,  el  gobierno  de  que  es 
capaz  un  pueblo.  Cuando  la  generalidad  de  los 
habitantes  de  un  país  puede  vivir  independiente 
con  el  producto  que  le  rinde  el  capital,  hacienda 
o  industria  que  posee,  cada  individuo  goza  de 
más  libertad  en  sus  acciones  y  está  menos  expues- 
to a  renunciar  sus  derechos  por  temor,  o  vender- 
los a  vil  precio,  porque  así  lo  compra  todo  el  po- 
deroso al  miserable.  Es  verdad  que  los  que  viven 
en  la  abundancia,  pueden  ser  alguna  vez  tan  co- 
rrompidos como  los  que  gimen  en  la  miseria  •.,  pero 
no  es  probable,  que  todos  los  que  cuentan  con  una 
subsistencia  segura,  vendan  su  voto  en  las  asam- 
bleas del  pueblo;  prostituyan  su  carácter  en  el 
seno  de  la  representación  nacional,  busquen  los 
empleos  con  bajeza,  para  abusar  de  ellos ;  prepa- 
ren los  tumultos  y  se  reúnan  en  las  plazas  públi- 
cas a  gritar  con  el  despecho  de  la  mendicidad.  El 
que  posee  un  capital  de  cualquiera  especie  con  el 
cual  puede  satisfacer  sus  necesidades,  sólo  se  in- 
teresa en  el  orden,  que  es  el  principal  agente  de 
la  producción:  el  hábito  de  pensar  sobre  lo  que 
perjudica  o  favorece  a  sus  intereses,  le  sugiere 
nociones  exactas  acerca  del  derecho  de  propiedad; 
y  aunque  ignore  la  teoría  de  los  demás,  conoce 
su  naturaleza  por  reflexión  y  por  práctica.  Donde 
existen  tales  elementos,  no  sería  difícil  establecer 
la  democracia. 

33.  Examinemos  la  situación  del  Perú  en  este 
punto  de  vista.  Calculando  su  extensión,  fecundi- 
dad y  producciones  que  encierra  en  los  tres  reinos 
de  la  naturaleza,  ciertamente  es  uno  de  los  países 
más  opulentos  del  globo  a  los  ojos  de  un  filósofo. 
Pero  si  se  considera  su  riqueza  económicamente  y 
sólo  se  estiman  los  valores  que  están  actualmente 
en  circulación,  dista  mucho  de  poderse  igualar 
aún  a  los  Estados  que  se  hallan  en  la  mediocridad. 
La  falta  de  datos  estadísticos  en  unos  pueblos  cuyo 

4 


50  BERNABDO    MONTE AGUDO 

gobierno  lia  ignorado  la  aritmética  política,  no 
permite  avaluar  su  riqueza  con  exactitud,  aunque 
para  mi  objeto  basta  observar  por  mayor  la  pro- 
porción en  que  ella  está  distribuida.  La  cantidad 
más  considerable  resulta  del  precio  de  las  fincas 
rústicas  o  urbanas,  y  en  especial  de  las  primeras, 
por  los  valores  que  en  ellas  se  acumulan  para  las 
tareas  de  la  agricultura,  o  para  las  mezquinas  fá- 
bricas que  permitía  el  gobierno  español.  Las  más, 
o  están  vinculadas  en  cierto  número  de  familias, 
o  lo  que  es  peor,  pertenecen  a  manos  muertas.  El 
número  de  los  particulares  propietarios  de  bienes 
raíces,  sobre  ser  muy  corto  en  proporción  a  la  su- 
perficie del  territorio  y  al  total  de  sus  habitantes, 
son  pocos  los  que  no  están  gravados  con  pensiones 
a  favor  de  las  clases  monopolistas.  A  esto  se  agre- 
ga, que  atendida  la  poca  demanda  que  bay  de 
bienes  raíces  por  la  falta  de  capitales,  su  precio  es 
muy  bajo  en  el  mercado,  y  la  renta  que  producen, 
deducidas  las  pensiones  ordinarias,  en  general  no 
basta  para  que  sus  poseedores  puedan  vivir  inde- 
pendientes. 

34.  Los  capitales  del  Perú,  siguiendo  la  acep- 
ción económica  de  esta  voz,  aun  se  hallan  distri- 
buidos en  menor  número  de  individuos,  porque  los 
obstáculos  que  hasta  aquí  se  han  puesto  a  la  pro- 
ducción, no  han  permitido  que  aquéllos  se  multipli- 
quen, para  que  en  proporción  se  difundan.  El  di- 
nero, que  siendo  una  mercancía  intermediaria  in- 
fluye en  el  aumento  de  las  demás,  es  escaso  y  se 
halla  en  pocas  manos:  las  materias  primeras  y  to- 
dos los  otros  productos,  cuya  acumulación  forman 
los  capitales,  no  corresponde  a  la  demanda  que 
se  hace  de  ellos,  ni  pasan  de  un  estrecho  círculo 
en  cada  provincia.  Con  respecto  a  la  industria 
del  Perú,  apenas  hay  materia  para  un  análisis: 
ella  supone,  como  lo  observan  los  economistas,  un 
gran  número  de  sabios,  que  conozcan  las  leyes  de 
la  naturaleza:  mayor  número  de  emprendedores, 
que  apliquen  los  conocimientos  de  aquéllos  para 
dar  utilidad  a  las  cosas,  y  obreros  que  ejerciten 
las  varias  tareas  que  exige  la  subdivisión  del  tra- 


i 

1 


OBRAS    POLÍTICAS  51 

bajo.  A  excepción  de  esta  última  clase,  que  tam- 
poco es  capaz  sino  de  aquello  a  que  está  acostum- 
brada, es  doloroso  tener  que  decir,  que  las  dos 
primeras  no  existen:  hay  sabios  en  el  Perú,  pero 
no  son  de  aquella  clase  que  necesita  la  industria 
para  inventar  y  perfeccionar  sus  productos:  los 
emprendedores  están  reducidos  a  obrar  por  rutina, 
y  ofrecer  en  el  mercado  algunos  artículos  para  los 
usos  más  comunes  y  casi  siempre  para  las  últimas 
clases.  El  resultado  es,  que  la  distribución  de  ca- 
pitales de  industria  en  el  Perú,  no  asegura  la  in- 
dependa individual  de  sus  habitantes,  de  un  modo 
adecuado  al  espíritu  de  las  instituciones  demo- 
cráticas. 

35.  Las  mutuas  relaciones  que  existen  entre 
las  varias  clases  que  forman  la  sociedad  del  Perú, 
tocan  al  máximum  de  la  contradicción  con  los 
principios  democráticos.  La  diversidad  de  condi- 
ciones y  multitud  de  castas,  la  fuerte  aversión  que 
se  profesan  unas  a  otras,  el  carácter  diametral- 
mente  opuesto  de  cada  una  de  ellas,  en  fin,  la  di- 
ferencia en  las  ideas,  en  los  usos,  en  las  costum- 
bres, en  las  necesidades  y  en  los  medios  de  satis- 
facerlas, presentan  un  cuadro  de  antipatías  e  in- 
tereses encontrados,  que  amenazan  la  existencia 
social,  si  un  gobierno  sabio  y  vigoroso  no  previe- 
ne su  influjo.  Este  peligro  es  hoy  tanto  más  gra- 
ve, cuanto  más  se  han  relajado  los  miramientos  y 
habitudes  que  servían  de  freno  a  las  animosidades 
recíprocas:  ellas  serán  más  vehementes  y  funes- 
tas a  proporción  que  se  generalicen  las  ideas  de- 
mocráticas, y  los  mismos  que  ahora  las  fomentan, 
serán  acaso  las  primeras  víctimas. 

36.  Aun  los  hombres  que  piensan  y  son  capa- 
ces de  analizar  los  nuevos  principios  que  adoptan, 
cometen  frecuentes  errores  en  su  aplicación;  hasta 
que  la  experiencia  rectifica  su  juicio.  Las  diver- 
sas castas  que  forman  la  mayor  parte  de  la  pobla- 
ción del  Peni,  lejos  de  poder  entrar  en  el  análisis 
de  la  más  simple  idea,  apenas  ejercitan  su  inte- 
ligencia, porque  la  política  feroz  de  los  españoles 
empleaba  todos  los  medios  de  extinguirla.  En  tal 


52  BERNARDO    MO> TE AGUDO 

estado,  y  sin  más  criterio  que  aquel  de  que  sou 
susceptibles  los  hombres  oprimidos  e  insultados 
por  continuos  ultrajes,  naturalmente  creen  al  oir 
proclamar  la  libertad  y  la  igualdad,  que  la  obe- 
diencia ha  cesado  ya  de  ser  un  deber;  que  el  res- 
peto a  los  magistrados  es  un  favor  que  se  les  dis- 
pensa, y  no  un  homenaje  que  se  rinde  a  la  autori- 
dad que  ejercen;  que  todas  las  condiciones  son 
iguales,  no  sólo  ante  la  ley,  porque  ésta  es  una  res- 
tricción que  no  comprenden,  sino  en  la  más  absur- 
da latitud  del  significado  que  admite  la  igualdad; 
y  en  fin,  que  es  llegado  el  tiempo  en  que  si  se  les 
niega  el  ejercicio  de  sus  quiméricos  derechos,  ha- 
gan valer  el  número  y  robustez  de  sus  brazos  en- 
durecidos en  las  fatigas  de  la  servidumbre,  y  de- 
masiado desiguales  en  fuerza,  respecto  de  los  que 
animan  a  la  democracia  con  escritos,  que  se  re- 
sienten de  la  debilidad  de  su  complexión.  Es  ne- 
cesario concluir  de  todo,  que  las  relaciones  que 
existen  entre  amos  y  esclavos,  entre  razas  que  se 
detestan,  y  entre  hombres  que  forman  tantas  sub- 
divisiones sociales,  cuantas  modificaciones  hay  en 
su  color,  son  enteramente  incompatibles  con  las 
ideas  democráticas. 

•j7.  Expuestas  las  razones  que  tuve  para  res- 
tringir aquellas  ideas,  voy  a  hablar  del  tercer  prin- 
cipio que  me  propuse  seguir  en  mi  administración: 
fomentar  la  instrucción  pública  y  remover  todos 
los  obstáculos  que  la  retardan.  Yo  creo,  que  el 
mejor  modo  de  ser  liberal,  y  el  único  que  puede 
servir  de  garantía  a  las  nuevas  instituciones  que 
se  adopten,  es  colocar  la  presente  generación  a 
nivel  con  su  siglo,  y  unirla  al  mundo  ilustrado  por 
medio  de  las  ideas  y  pensamientos,  que  hasta  aquí 
han  sido  prohibidos,  para  que  la  separación  durase 
más.  Esta  es  la  empresa  más  digna  del  celo  y  de 
la  perseverancia  de  los  verdaderos  patriotas:  este 
es  el  medio  de  disponer  los  pueblos  a  recibir  esas 
reformas,  que  la  oportunidad  hace  saludables,  y 
que  siendo  extemporáneas,  envenenan  la  sociedad 
y  la  destruyen:  este  era,  en  fin,  el  proyecto  que 
más  me  ocupaba  en  medio  de  mis  grandes  tareas. 


OBRAS    POLÍTICAS  53 

y  a  pesar  de  los  obstáculos  que  la  guerra  y  la  es- 
casez de  fondos  oponían  a  mis  empresas.  Yo  reci- 
bo ahora  mismo  la  remuneración  de  mis  deseos, 
pues  recuerdo  con  placer,  que  hice  por  mi  parte 
cuanto  pude,  y  que  mis  intenciones  eran  las  más 
puras  y  sinceras:  lo  digo  con  firmeza  porque  no 
temo  que  mi  conciencia  alce  la  voz  y  me  desmienta. 

38.  En  mi  exposición  de  las  tareas  administra- 
tivas del  gobierno  hasta  el  15  de  julio,  detallé  las 
medidas  a  que  había  cooperado  con  este  objeto: 
la  Biblioteca  pública  es  un  establecimiento  digno 
de  la  capital  del  Perú,  y  me  queda  la  satisfacción 
de  haberlo  dejado  casi  concluido.  En  el  estado 
actual  de  los  conocimientos  humanos,  el  mejor 
medio  de  generalizarlos  es  adoptar  en  todas  par- 
tes el  sistema  de  enseñanza  recíproca:  una  de  las 
instrucciones  que  di  al  señor  Cabero  cuando  pasó 
a  Chile  en  comisión  diplomática,  fué  que  hiciese 
proposiciones  a  Mr.  Thompson,  miembro  de  la  so- 
ciedad lancasteriana  de  Londres,  que  se  hallaba 
en  aquel  país  para  que  viniese  a  Lima:  en  el  poco 
tiempo  que  medió  desde  su  llegada  hasta  mi  sali- 
da, se  hicieron  los  preparativos  para  este  estable- 
cimiento, al  cual  espero  se  le  dé  toda  la  extensión 
que  yo  deseaba.  Mi  plan  era  formar  un  Ateneo 
en  el  Colegio  de  San  Pedro,  y  concentrar  allí  la 
enseñanza  de  todas  las  ciencias  y  bellas  artes,  con 
cuya  mira  escogí  una  parte  de  aquel  edificio  para 
la  Biblioteca  pública.  Yo  consultaba  frecuente- 
mente mis  ideas  con  varios  hombres,  que  para  mí 
serán  siempre  respetables  por  su  literatura  y  pro- 
bidad; y  no  dudaba  del  buen  éxito,  porque  conta- 
ba con  su  celo:  la  constancia  y  la  buena  intención 
eran  el  único  fondo  con  que  yo  pensaba  contribuir 
a  estas  empresas. 

39.  El  último  principio  que  me  propuse  por 
norma  de  mi  conducta  pública,  fué  preparar  la 
opinión  del  Perú  a  recibir  un  gobierno  constitu- 
cional, que  tenga  todo  el  vigor  necesario  para 
mantener  la  independencia  del  Estado  y  consoli- 
dar el  orden  interior,  sin  que  pueda  usurpar  la 
libertad  civil,  que  la  constitución  conceda  al  pue- 


54  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

blo,  atendidas  las  circunstancias  políticas  y  mora- 
les en  que  actualmente  se  halla.  El  Perú,  como 
todo  Estado  que  acaba  nuevamente  de  formarse, 
necesita  suplir  la  respetabilidad  que  imprime  el 
tiempo  a  las  instituciones  humanas,  con  la  mayor 
energía  en  las  atribuciones  y  ejercicio  del  poder 
ejecutivo,  a  quien  toca  defender  los  derechos  que 
emanan  de  la  independencia  nacional.  Cuando  un 
gobierno  empieza  a  existir  por  sí  solo,  su  situa- 
ción respecto  de  los  que  ya  se  hallan  establecidos, 
es  la  más  desventajosa  y  desigual,  tanto  en  la  paz 
como  en  la  guerra:  esta  es  la  lucha  de  un  ser  re- 
cientemente organizado,  con  otros  que  han  llega- 
do al  colmo  de  su  robustez.  Por  más  que  estudie 
sus  intereses  políticos,  no  puede  conocerlos  en 
toda  su  extensión,  porque  sólo  una  larga  experien- 
cia es  capaz  de  descubrir  las  combinaciones  que 
admiten  con  los  de  otros  estados;  y  para  terminar 
las  diferencias  que  el  mismo  desenlace  de  los  su- 
cesos produce  necesariamente,  al  fin  es  preciso  ba- 
tirse o  negociar:  en  ambos  casos,  no  es  difícil  de- 
cidir de  parte  de  quién  se  halla  la  superioridad. 
Los  gobiernos  antiguos  tienen  más  medios  dispo- 
nibles para  emprender  la  guerra,  más  crédito  para 
hacer  valer  sus  pretensiones,  más  astucia  para  di- 
rigirlas y  menos  consideración  a  los  gobiernos  na- 
cientes: éstos,  por  el  contrario,  agotados  por  la 
contienda  que  generalmente  precede  a  su  existen- 
cia, no  pueden  renovarla  sin  dobles  sacrificios:  el 
nuevo  rango  que  ocupan  entre  las  naciones,  hacen 
mirar  con  desdén  y  celos  sus  empresas:  inexper- 
tos en  el  giro  de  las  transacciones  diplomáticas, 
obran  con  desconfianza  y  calculan  con  timidez: 
en  fin,  el  prestigio  de  la  antigüedad  les  hace  pa- 
gar a  despecho  suyo  un  tributo  de  consideración, 
que  entre  los  gobiernos  como  entre  los  particula- 
res, disminuye  casi  siempre  la  osadía  de  sus  de- 
signios y  la  firmeza  de  sus  determinaciones. 

40.  Sólo  un  gobierno  eminentemente  vigoroso, 
capaz  de  deliberar  sin  embarazo  y  de  ejecutar  con 
rapidez,  podrá  equilibrar  tan  grandes  desventajas, 
teniendo  al  menos  siempre  expedito  el  primer  re- 


OBEAS   POLÍTICAS  55 

curso  para  todas  las  empresas,  que  es  la  resolu- 
ción. Pero  si  en  los  conflictos  teme  más  los  ama- 
gos de  la  democracia,  que  las  hostilidades  exter- 
nas; si  él  no  es  sino  un  siervo  de  las  asambleas  o 
congresos,  y  no  una  parte  integrante  del  poder 
nacional;  si  las  medidas  que  necesitan  el  voto  le- 
gislativo se  entorpecen  por  celos  o  se  frustran  por 
la  suspicacia  popular;  últimamente,  si  en  vez  de 
encontrar  el  gobierno  apoyo  para  sus  planes,  los 
demagogos  fomentan  contra  ellos  un  maligno  es- 
pionaje que  paraliza  su  curso,  se  hallará  inferior 
en  todo  a  las  demás  potencias  con  quienes  tenga 
que  batirse  o  negociar. 

41.  La  consolidación  del  orden  interior,  toda- 
vía exige  en  el  gobierno  mayor  grado  de  fuerza 
orgánica  para  vencer  la  vehemente  y  continua  re- 
sistencia de  los  hábitos  contrarios.  Después  de 
una  espantosa  revolución,  cuyo  término  se  aleja 
de  día  en  día,  no  es  posible  dejar  de  estremecerse, 
al  contemplar  el  cuadro  que  ofrecerá  el  Perú, 
cuando  todo  su  territorio  esté  libre  de  españoles,  y 
sea  la  hora  de  reprimir  las  pasiones  inflamadas  por 
tantos  años:  entonces  se  acabarán  de  conocer  los 
infernales  efectos  del  espíritu  democrático:  enton- 
ces desplegarán  las  varias  razas  de  aquella  pobla- 
ción el  odio  que  se  profesan  y  el  ascendiente  que 
adquieran  por  las  circunstancias  de  la  guerra:  en- 
tonces el  espíritu  de  localidad,  se  presentará  ar- 
mado de  las  quejas  y  resentimientos  que  tiene 
cada  provincia  contra  otra;  y  si  el  gobierno  no  es 
bastante  vigoroso  para  mantener  siempre  la  su- 
perioridad en  tales  contiendas,  la  anarquía  levan- 
tará su  trono  sobre  cadáveres,  y  el  tirano  que  suce- 
da a  su  imperio,  se  recibirá  como  un  don  del  cielo, 
porque  tal  es  el  destino  de  los  pueblos,  que  en  cier- 
tos tiempos  llaman  felicidad  a  la  desgracia  que 
los  salva  de  otras  mayores. 

42.  Pero  ¡  mil  veces  desgraciado  el  Peni,  si 
en  medio  de  aquellas  oscilaciones  busca  la  tabla 
del  naufragio  en  el  sistema  federal!  Como  indivi- 
duo de  la  sociedad  humana,  yo  deseo  que  el  país 
de  donde  ha  venido  este  ejemplo,  conserve  y  au- 


56  BERNARDO    MONTEAGüDO 

mente  su  prosperidad ;  yo  deseo  que  reciba  la  san- 
ción de  los  siglos,  y  que  llegue  a  servir  de  modelo, 
pues  hasta  aquí  no  es  más  que  un  peligroso  expe- 
rimento, como  observa  uno  de  sus  mejores  políti- 
cos: cuarenta  años  de  duración  prueban  poco  a  fa- 
vor de  su  estabilidad.  Mas  si  el  Peni  quiere  adop- 
tar la  forma  de  los  Estados  Unidos,  llegará  a  su 
ruina  con  la  misma  velocidad  que  caen  desde  la 
cima  de  los  Andes  las  grandes  masas  que  pierden 
su  equilibrio.  Al  menos  no  es  dudable  que  el  sis- 
tema popular  representativo  dilataría  su  procelo- 
vsa  existencia,  como  ciertos  remedios,  que  no  pu- 
diendo  curar  a  un  enfermo,  prolongan  en  él  por 
algiín  tiempo  la  capacidad  de  sufrir.  Los  que 
creen  que  es  posible  aplicar  al  Perú  las  reformas 
constitucionales  de  Norte  América,  ignoran  u  ol- 
vidan el  punto  de  dónde  ambos  países  ban  partido. 
43.  La  misma  diferencia  de  circunstancias 
existe  entre  el  Perú  y  los  Estados  Unidos,  que 
entre  la  Inglaterra  y  la  España  de  que  antes  de- 
pendían. Si  la  península  proclamase  la  constitu- 
ción de  la  Gran  Bretaña,  y  las  cortes  sancionasen 
las  mejores  leyes,  que  desde  el  tiempo  del  grande 
Alfredo  se  han  establecido  basta  Jorge  IV,  el  pue- 
blo español  se  vería  en  peor  estado  que  el  en  que 
se  encuentra,  tan  sólo  por  haber  adoptado  algu- 
nos de  los  principios  generales  de  aquel  gobierno. 
Lo  mismo  sucedería  en  el  Verú  con  respecto  a  la 
federación.  No  hay,  ni  puede  haber  analogía  entre 
unas  provincias  despobladas,  remotas  unas  de 
otras,  y  cuyos  recursos  físicos  y  morales  son  nu- 
los si  no  se  concentran  bajo  un  buen  sistema,  y  los 
Estados  Unidos  que  al  tiempo  de  emanciparse, 
tenían  una  población  menos  dispersa  y  más  inde- 
pendiente, estaban  acostumbrados  al  ejercicio  de 
las  funciones  legislativas,  aunque  eran  limitadas; 
y  vivían  bajo  una  forma  de  gobierno,  que  les  de- 
jaba trazado  el  plan  de  sus  actuales  instituciones. 
Hay,  por  último,  una  gran  razón  de  diferencia, 
que  abraza  todas  las  demás.  El  Peni  no  ha  tenido 
otro  legislador  que  la  espada  de  los  conquistado- 
res; y  las  principales  colonias  de  Norte  América 


OBEAS    POLÍTICAS  57 

recibieron  sus  primeras  LL.  de  los  filósofos  más 
célebres  de  aquel  tiempo:  Guillermo  Penn  fundó 
la  Pensilvania  a  sus  expensas:  Locke,  el  padre  del 
entendimiento  humano,  fué  el  legislador  de  la 
Carolina;  y  ambos  establecieron  pacíficamente  los 
principios  que  habían  costado  a  la  Europa  torren- 
tes de  sangre.  No  me  extiendo  más  sobre  esta  ma- 
teria, porque  no  es  mi  principal  objeto;  y  con- 
cluj'O  recordando  a  los  federalistas  las  horribles 
desgracias  en  que  precipitó  al  heroico  país  de  Ve- 
nezuela la  constitución  del  ano  12. 

44.  Yo  vuelvo  al  análisis  del  cuarto  principio 
que  propuse:  disponer  la  opinión  del  Perú  a  reci- 
bir un  gobierno  capaz  por  su  energía  de  llenar 
los  fines  que  he  indicado,  sin  que  pueda  usurpar 
la  libertad,  que  la  Constitución  conceda  al  pue- 
blo, atendidas  sus  aptitudes  sociales.  El  gran  De- 
siderátum de  todos  los  políticos  es,  encontrar  las 
mejores  garantías  contra  el  abuso  del  poder:  yo 
prescindo  de  las  opiniones  que  se  han  formado 
sobre  esto,  desde  los  tiempos  a  que  alcanza  la 
historia  de  los  gobiernos ;  y  me  contraigo  a  dar 
la  mía,  no  porque  crea  que  es  la  más  acertada, 
sino  porque  me  he  impuesto  el  deber  de  decir  lo 
que  siento.  La  ilustración  del  pueblo,  el  poder 
censorio  moderadamente  ejercido  por  la  imprenta, 
y  la  atribución  inherente  a  la  Cámara  de  Represen- 
tantes de  tener  la  iniciativa  en  todas  las  leyes 
sobre  contribuciones:  éstas  son,  en  mi  opinión,  las 
mejores  garantías  de  la  libertad  civil. 

45.  Nadie  emprendle  violar  los  derechos  de 
otro,  sin  calcular  la  resistencia  que  tiene  que  ven- 
cer y  los  medios  con  que  para  ello  cuenta:  lo  que 
es  moralmente  cierto,  respecto  de  cualquier  par- 
ticular, lo  es  también  respecto  de  los  que  admi- 
nistran el  poder:  la  variedad  de  objeto  no  altera 
la  naturaleza  de  los  medios  que  deben  emplearse 
a  un  mismo  fin.  Cuando  para  usurpar  el  gobierno 
los  derechos  del  pueblo,  sabe  que  necesita  autori- 
zar la  conciencia  de  sus  subditos  a  desobedecerle, 
porque  ellos  no  ignoran  los  términos  a  que  se  ex- 
tiende el  deber  de  la  sumisión,  él  entra  a  calcu- 


58  BEENARDO    MONTEAGUDO 

lar  primero  sus  recursos  coactivos,  que  forman 
la  base  de  sus  operaciones:  si  aquéllos  penden  del 
sufragio  público,  no  le  queda  medio  entre  corrom- 
per la  nación,  lo  cual  es  imposible  estando  ya  me- 
dianamente ilustrada,  u  obrar  con  despeclio,  que 
es  la  agonía  de  los  tiranos.  Es  cierto  que  conocien- 
do las  dificultades  de  una  usurpación  repentina, 
podría  adoptar  el  plan  de  anular  gradualmente 
las  prerrogativas  del  pueblo  y  hacer  impercepti- 
ble el  trastorno  de  la  Constitución:  pero  estando 
expedito  el  derecho  de  censura,  para  llamar  siem- 
pre la  atención  por  la  imprenta  sobre  los  abusos 
clandestinos  del  poder,  jamás  pasarían  éstos  en  si- 
lencio, ni  prescribirían  por  el  olvido. 

46.  Falta  hacer  otra  importante  observación 
acerca  de  los  medios  de  frustrar  el  líltimo  peligro, 
que  por  lo  mismo  que  es  menos  imponente,  es  más 
temible.  Yo  supongo  que  la  Cámara  de  Represen- 
tantes tenga  la  atribución  de  acusar  a  los  minis- 
tros que  abusen  del  poder  y  pedir  su  remoción. 
De  aquí  nace  otra  garantía  que  se  funda  en  las 
propensiones  que  distinguen  al  espíritu  represen- 
tativo del  espíritu  ministerial:  no  es  probable  que 
todos  los  ministros  tengan  el  plan  y  la  osadía  ne- 
cesaria para  trastornar  la  constitución ;  pero  es 
moralmente  cierto  que  los  representantes  del  pue- 
blo tendrán  siempre  el  mismo  celo  para  conser- 
varla. Este  recurso  unido  a  los  demás  aseguraría 
al  Perú  su  libertad  civil,  no  sólo  en  el  grado  a  que 
debe  restringirse  actualmente  por  su  propia  con- 
servación, sino  en  toda  la  amplitud  que  reciba 
del  progreso  que  hagan  los  pueblos  en  la  carrera 
de  su  civilización. 

47.  Al  terminar  esta  materia  no  puedo  dejar 
de  añadir  algunas  reflexiones  que  satisfagan  a 
los  argumentos  que  pueden  hacerse  contra  mis 
principios  y  que  al  mismo  tiempo  sean  la  reca- 
pitulación de  cuanto  he  dicho.  En  el  conflicto 
de  reducir  a  pocas  páginas  la  manifestación  de 
que  se  multiplican  cuanto  más  se  analizan,  yo  he 
tenido  que  ceñirme  a  indicar  aquellos  pensamien- 
tos que  sobreabundan  de  verdad,  y  que  no  pueden 


OBRAS    POLÍTICAS  59 

oirse  con  indiferencia  por  cualquiera  que  liaya 
presenciado  los  sucesos  de  la  revolución.  Algunos 
se  irritarán  de  la  franqueza  con  que  hablo,  pero 
¿hasta  cuándo  alucinar  a  los  pueblos  con  decla- 
maciones vacías  de  sentido  y  con  esperanzas  tan 
seductoras  como  falsas?  No,  yo  no  seré  cómplice 
en  el  más  horrible  atentado  que  puede  cometerse 
contra  la  sociedad,  que  es  infatuar  a  los  pueblos 
con  ideas,  cuyo  efecto  estoy  profundamente  con- 
vencido que  tarde  o  temprano  será  la  ruina  del 
país  y  su  retorno  a  la  esclavitud.  Este  escrito,  sea 
cual  fuese  su  mérito,  vivirá  más  que  yo ;  y  cuan- 
do las  pasiones  contemporáneas  hayan  callado  en 
la  tumba,  espero  que  se  hará  justicia  a  mis  inten- 
ciones: ellas  son  las  de  un  americano,  las  de  un 
hombre  que  no  es  nuevo  en  la  revolución  y  que 
ha  pasado  por  todas  las  alternativas  de  la  fortuna 
en  el  espacio  de  catorce  años. 

48.  El  principal  argumento  que  puede  hacerse 
contra  mis  principio's,  nace  de  la  inteligencia  que 
se  dé  a  mis  observaciones.  Cuanto  he  dicho  sobre 
la  moral,  la  civilización,  la  distribución  de  rique- 
zas y  variedad  de  relaciones  que  existen  entre  los 
habitantes  del  Perú  para  probar  que  es  inadapta- 
ble  el  sistema  democrático,  nada  arguye  contra  la 
opinión  de  formar  un  gobierno  constitucional  que 
concilie  los  derechos  de  la  libertad  con  los  intere- 
ses de  la  independencia.  Bajo  esta  forma  de  go- 
bierno, las  costumbres  recibirían  modificaciones 
útiles,  que  ni  fuesen  violentas,  ni  degenerasen  en 
abusos  por  el  frenesí  de  los  reformadores.  El  gra- 
do de  civilización  en  que  ha  quedado  el  Perú  al 
separarse  de  la  España,  y  el  número  de  hombres 
ilustrados  que  a  pesar  del  espionaje  metropolitano 
pueden  reunirse,  luego  que  todos  los  departamen- 
tos estén  libres,  bastarían  para  poner  en  planta 
un  gobierno  vigoroso  y  sobrio,  cuya  fuerza  no  con- 
sistiese en  el  número,  sino  en  la  energía  y  dura- 
ción de  sus  resortes.  Por  otra  parte,  una  vez  dado 
el  impulso  a  la  ilustración,  ella  no  puede  quedar 
estacionaria,  sus  progresos  serán  siempre  adecua- 
dos a  la  naturaleza  y  necesidades  de  un  gobierno 


60  BERNARDO    MONTEAGUDO 

constitucional;  pero  serían  por  muclio  tiempo  in- 
suficientes para  dirigir  y  mantener  las  institu- 
ciones democráticas.  La  riqueza  nacional,  que  ne- 
cesariamente se  aumenta  bajo  los  gobiernos  que 
aseguran  mejor  el  orden  interior  y  su  respetabili- 
dad externa,  se  difundiría  proporcionalmente  ex- 
tendiendo los  beneficios  de  la  independencia  indi- 
vidual. Finalmente,  las  relaciones  que  existen  en- 
tre los  habitantes  del  Perú,  cesarían  de  ser  peli- 
grosas bajo  un  gobierno  enérgico  que  los  desar- 
mase de  sus  mutuas  pasiones  y  mejorase  la  condi- 
ción de  cada  uno.  La  nobleza  conservaría  entonces 
sus  privilegios  y  aumentaría  su  esplendor:  el  cle- 
ro obtendría  prerrogativas  más  ventajosas  a  sus 
intereses  que  las  que  necesariamente  debe  perder 
en  el  estado  actual  de  la  civilización  del  siglo,  y 
todas  las  demás  clases  podrían  aspirar  a  ser  feli- 
ces, sabiendo  que  su  fortuna  no  pendía  ya  sino  de 
sus  aptitudes. 

49.  Este  es  el  gran  secreto  para  contentar  a 
los  hombres  y  hacerlos  pacíficos:  este  es  el  objeto 
de  los  gobiernos  y  el  fin  que  se  proponen  los  que 
de  buena  intención  promueven  las  revoluciones. 
La  felicidad  de  las  varias  razas  que  pueblan  el 
Perú,  no  consiste  en  tener  una  parte  más  o  menos 
inmediata  en  el  ejercicio  del  poder  nacional,  sino 
en  vivir  bajo  un  gobierno  que  favorezca  el  des- 
arrollo de  sus  facultades ;  que  les  facilite  los  me- 
dios de  adquirir,  y  les  afiance  la  seguridad  de  go- 
zar el  fruto  de  sus  talentos,  de  su  industria  y  de 
su  trabajo.  Extinguir  la  esclavitud  con  prudencia 
y  sin  defraudar  el  derecho  de  propiedad:  fomentar 
la  educación  de  los  indígenas,  y  emanciparlos  de 
otro  género  de  esclavitud  aun  más  terrible,  que 
consiste  en  las  preocupaciones  con  que  nutren  su 
alma,  los  mismos  cuyo  ministerio  es  anunciar  ver- 
dades; en  fin,  levantar  el  entredicho  en  que  han 
vivido  aquellas  clases  con  todo  lo  que  puede  ser- 
vir de  estímulo  a  la  virtud  y  de  recompensa  al 
mérito:  estos  son  los  medios  prácticos  y  reales  de 
calmar  los  espíritus  y  de  restablecer  el  orden:  la 
miseria  y  el  despecho  de  la  desgracia,  causan  las 


OBRAS    POLÍTICAS  ()1 

revoluciones:  la  abundancia  y  el  sentimiento  de 
la  felicidad  las  pacifican. 

50.  He  concluido  la  exposición  de  mis  princi- 
pios políticos  aplicados  a  las  circunstancias  del 
Perú,  y  contemplando  la  situación  de  aquellos 
pueblos  rigorosamente  tal  cual  es:  3^0  bien  sé  que 
las  regeneraciones  venideras  ofrecerán  el  reverso 
de  la  descripción  que  aquí  he  trazado:  pero  mien- 
tras ellas  lleguen,  juzgo  que  es  impracticable  cual- 
quier otro  sistema  que  se  adopte,  y  que  será  infruc- 
tuoso gritar  en  las  asambleas  del  pueblo  libertad, 
LIBERTAD.  Si  ella  no  es  moderada,  si  no  guarda 
proporción  con  las  aptitudes  sociales  de  los  que  la 
proclaman,  su  nombre  no  será  sino  la  reseña  de 
grandes  atentados  y  el  escudo  con  que  se  cubran 
sus  autores.  La  marcha  del  género  humano  hacia 
la  perfección  de  sus  instituciones  es  lenta  y  pro- 
gresiva (2):  ningiin  pueblo  puede  precipitarla  im- 
punemente ni  contrariar  el  espíritu  del  siglo  que 
es  el  termómetro  para  conocer  el  grado  de  su  ci- 
vilización. Los  gobiernos  constitucionales,  con 
más  o  menos  amplitud  en  el  ejercicio  de  la  liber- 
tad civil,  foman  el  espíritu  del  siglo  presente:  la 
democracia,  el  feudalismo,  el  poder  absoluto  han 
tenido  sus  épocas  y  ya  han  pasado.  Esta  es  una 
razón  más  para  no  temer  el  despotismo,  a  menos 
que  se  busque  por  el  camino  de  la  anarquía.  El 
mar  Negro  sirve  de  término  a  los  gobiernos  abso- 
lutos: desde  allí  al  Este  del  mundo  podrán  quizá 
durar  algunos  siglos,  pero  en  las  demás  partes  es 
imposible  establecerlos  y  mucho  menos  conservar- 
los, sin  perder  el  crédito  entre  las  naciones  civi- 
lizadas y  atraerse  el  desprecio  y  la  execración  de 
todos  los  hombres. 

51.  El  peligro  inminente  de  este  siglo,  no  es 
recaer  bajo  el  despotismo  que  ha  hecho  gemir  a 
nuestra  especie  con  interrupciones  tan  momentá- 
neas como  costosas:  es  abusar  de  las  ideas  libera- 
les, y  pretender  que  todos  los  pueblos  disfruten  el 
gobierno  n^ás  perfecto,  como  si  todos  tuviesen  las 

(2)    Le  monde  avec  lenteur  marche  Ters  la  segésse.— Vo/í. 


62  BERJSAHDO  MOA'TE AGUDO 

mismas  aptitudes.  Hoy  se  teme  conceder  dema- 
siado PODER  A  LOS  GOBERNADORES  (deCÍa  un  filóso- 
fo, cuyo  nombre  no  puede  ser  sospeclioso  al  parti- 
do democrático,  porque  es  el  que  arrancó  el  rayo 
a  los  cielos  y  el  cetro  a  los  tiranos).  Pero  en  mi 

CONCEPTO,    ES    MUCHO    MÁS    DE    TEMER   LA    MUY    POCA 

obediencia  DE  LOS  GOBERNADOS  (3).  Por  desgracia, 
no  sólo  entre  nosotros,  sino  también  en  Europa, 
hay  un  gran  niimero  de  periodistas  exaltados  que 
alarman  la  multitud  inflamándola  en  deseos  que 
no  puede  satisfacer:  algunos  extienden  su  impru- 
dencia hasta  el  extremo  de  dar  planes  de  reforma 
para  el  Nuevo  Mundo,  desde  las  márgenes  del  Tá- 
mesis  o  del  Sena:  los  motivos  de  su  celo  pueden 
ser  plausibles,  pero  sus  efectos  nunca  serán  salu- 
dables porque  ignoran  el  pormenor  de  nuestra  si- 
tuación y  acomodan  sus  principios  a  las  circuns- 
tancias que  ellos  imaginan  de  antemano. 

52.  íle  dicho  sobre  mi  conducta  piiblica  cuan- 
to he  creído  que  bastaba,  no  para  satisfacer  a  mis 
enemigos,  sino  para  llenar  mis  deberes:  he  habla- 
do en  el  lenguaje  de  mis  sentimientos  y  nadie  me 
acusará  de  disimulo:  me  he  abstenido  de  entrar  en 
los  demás  detalles  de  mi  administración,  porque 
después  de  haber  explicado  mis  principios,  la  ma- 
lignidad no  tiene  derecho  a  que  3^0  le  rinda  el  ho- 
menaje, que  sólo  es  debido  a  la  opinión  de  los  hom- 
bres sensatos.  Tampoco  estoy  obligado  a  dar  satis- 
facción sobre  mi  conducta  privada:  ningún  mor- 
tal está  autorizado  a  examinar  las  acciones  y  opi- 
niones de  cualquier  individuo  de  la  sociedad, 
mientras  no  tengan  una  trascendencia  al  orden  pú- 
blico: el  espíritu  inquisitorial  que  desde  fines  del 
siglo  XII  ocultó  aquella  verdad  a  los  pueblos  para 
embrutecerles,  ya  no  existe  sino  en  la  historia  de 
los  crímenes  y  calamidades  que  han  consternado 
al  mundo.  Los  que  conservan  esas  máximas,  que 
han  hecho  tantos  desgraciados,  son  como  la  lava 
de  un  volcán,  que  dura  después  de  la  erupción  y 

(3)    Franklin,  lettre  XCIV.  A  M.  le  Velliard  de  Passy. 


OBRAS    POLÍTICAS  63 

sirve  para  recordar  a  cuantos  pasan  el  estrago  de 
los  años  antiguos. 

53.  Para  completar  el  plan  que  me  lie  propues- 
to, sólo  me  resta  dar  una  rápida  idea  de  los  acon- 
tecimientos que  motivaron  mi  separación  de  Lima 
y  añadir  algunas  reflexiones  sobre  el  decreto  ex- 
pedido por  el  congreso  en  6  de  diciembre  último. 
En  el  mes  de  julio  del  año  pasado  los  negocios  del 
Perú  ofrecían  la  perspectiva  más  lisonjera  que  en 
aquel  período  de  la  revolución  podía  desearse.  El 
gobierno  marchaba  con  la  regularidad  que  permi- 
tían las  dificultades  que  lo  rodeaban.  La  suerte 
de  las  armas  no  nos  había  sido  contraria  sino  en 
lea ;  y  la  masa  de  nuestros  recursos  se  resintió  bien 
poco  de  aquella  desgracia.  Las  relaciones  exterio- 
res empezaban  a  cimentarse  con  los  Estados  limí- 
trofes, yo  había  concluido  un  tratado  de  amistad 
y  alianza  con  el  Plenipotenciario  de  la  República 
de  Colombia,  y  al  firmarlo,  gocé  la  dulce  ilusión 
de  creer  que  sería  durable:  nunca  dudé  que  fuese 
útil.  El  orden  interior  se  mantenía  con  pocos  sa- 
crificios: aun  no  se  había  dado  el  primer  escán- 
dalo, que  es  el  que  abre  la  puerta  a  los  demás. 
Los  planes  de  paz  y  guerra  que  se  meditaban,  po- 
dían fallar  en  fuerza  de  las  vicisitudes  humanas: 
pero  las  combinaciones  eran  tan  verosímiles,  que 
casi  anticipaban  los  sucesos.  El  general  San  Mar- 
tín salió  a  principios  de  julio  para  Guayaquil:  él 
había  empeñado  su  palabra  al  Libertador  de  Co- 
lombia, que  vendría  a  tener  con  él  una  entrevista, 
luego  que  se  aproximase  al  Sur.  Yo  tomé  un  gran- 
de empeño  en  este  negocio,  y  me  lisonjeo  de  ello, 
porque  el  resultado  nada  prueba  contra  mis  miras: 
esperaba  que  la  entrevista  de  dos  jefes  a  quienes 
acompañaba  el  esplendor  de  sus  victorias  y  seguía 
el  voto  de  los  hombres  más  célebres  en  la  revolu- 
ción, sellaría  la  independencia  del  continente  y 
aproximaría  la  época  de  la  paz  interior:  ambos 
podían  extender  su  influjo  a  una  gran  distancia 
de  la  equinoccial,  uniformar  la  opinión  del  Norte 
y  del  Mediodía  y  no  dejar  a  los  españoles  más  asilo 
que  la  tumba  o  el  océano.  Por  mi  parte  yo  quedé 


64  BEEJVARDO    MONTEAGliDO 

lleno  de  estas  esperanzas,  y  a  esto  aludí,  cuando 
dije  en  mi  exposición  del  15  de  julio  que  nos  ha- 
llábamos en  la  víspera  de  grandes  acontecimien- 
tos políticos  y  militares. 

54.  Apenas  salió  de  Lima  el  general  San  Mar- 
tín, se  empezaron  a  notar  los  síntomas  precurso- 
res de  un  trastorno:  yo  estoy  persuadido  hasta  la 
evidencia  que  pudo  evitarse;  pero  no  podría  de- 
mostrarlo, sin  faltar  a  la  promesa  que  he  hecho 
de  prescindir  enteramente  de  los  que  contribuye- 
ron a  mi  separación.  Ha  habido  un  empeño  en 
atribuirme  la  dirección  casi  exclusiva  de  la  admi- 
nistración del  Perú:  yo  no  aprecio  la  intención 
de  mis  enemigos,  aunque  en  realidad  ellos  me  han 
hecho  un  cumplimiento  que  no  merezco.  Mi  influ- 
jo, naturalmente,  se  extendía  más,  porque  el  doble 
ministerio  que  tenía  a  mi  cargo  abrazaba  mayor 
niimero  de  negocios:  este  exceso  relativo  de  poder 
debía  ser  en  cualquier  trastorno  el  primer  objeto 
de  ataque.  El  25  de  julio  se  presentaron  los  com- 
batientes: yo  renuncié  por  decoro  antes  de  ser  de- 
puesto (4):  bien  conocía  el  teatro  en  que  estaba, 
y  la  impaciencia  con  que  algunos  de  los  especta- 
dores deseaban  figurar  en  él.  A  los  tres  días  recibí 
un  pliego  del  Supremo  Delegado  en  que  me  orde- 
naba que  saliese  para  embarcarme  en  el  Callao, 
porque  así  convenía.  Pasé  desde  luego  a  bordo  de 
la  corbeta  de  guerra  limeña  que  tenía  orden  de 
conducirme  al  istmo.  Mi  salida  fué  una  señal  de 
inteligencia  para  variar  completamente  el  siste- 
ma administrativo  del  Perú:  era  de  esperar  que 
los  reformadores  acreditasen  su  misión  lisonjean- 
do a  la  multitud.  Todo  lo  demás  que  sucedió,  sólo 
pudo  tener  un  aire  extraordinario  para  los  que 
recién   entraban   en  la  revolución:   el   ceremonial 


(4)  M.  I.  S— Leído  en  el  Consejo  de  Estado  el  papel  que  esa  Muni- 
cipalidad acompañó  a  su  nota  de  hoy,  sobre  separar  al  honorable  mi- 
nistro coronel  don  Bernardo  Montcagudo  del  despacho,  se  ha  admitido 
la  renuncia  que  hizo  éste  en  el  acto  de  su  empleo,  y  el  Gobierno  se  en- 
carga de  nombrarle  sucesor.  Dios  guarde  a  V.  S.  I.  muchos  años. — 
Lima,  julio  25  de  1822.— El  marqués  de  Trujillo.  M.  L  Municipalidad 
de  esta  capital. 


OBRAS    POLÍTICAS  Go 

que  se  observa  cuando  cae  un  ministro  en  estos 
tiempos,  es  igual  en  todas  partes. 

55.  En  el  mes  de  septiembre  regresó  de  Gua- 
yaquil a  Lima  el  general  San  Martín  y  fué  reci- 
bido con  aclamaciones:  pero  esas  ya  no  eran  sino 
una  maniobra  de  la  ingratitud  que  tomaba  las  apa- 
riencias del  agradecimiento  para  obrar  sin  obs- 
táculos. Mi  nombre  servía  de  velo  a  los  ataques 
que  se  hacían  al  general  San  Martín:  aun  no  era 
tiempo  de  que  se  pusiesen  en  campaña  contra  él 
como  lo  han  hecho  después.  Conociendo  la  nueva 
situación  de  los  negocios,  él  vse  apresuró  a  cumplir 
el  voto  más  antiguo  de  su  corazón,  que  era  dejar 
el  mando.  Los  jefes  del  ejército  saben  que  cuando 
llegamos  a  Pisco,  todos  exigimos  de  él  el  sacrificio 
de  ponerse  a  la  cabeza  de  la  administración  si  ocu- 
pábamos a  Lima,  porque  creímos  que  este  era  el 
medio  de  asegurar  el  éxito  de  las  empresas  mili- 
tares: él  se  decidió  a  ello  con  repugnancia  y  siem- 
pre por  un  tiempo  limitado.  Luego  que  se  reunió 
el  Congreso  dimitió  solemnemente  el  mando,  como 
lo  había  ofrecido  tantas  veces  piíblica  y  privada- 
mente, ün  ambicioso  no  cumple  sus  promesas  con 
esta  fidelidad;  pero  el  general  San  Martín,  vol- 
viendo a  la  clase  de  un  simple  particular,  juzgó 
que  recibía  el  más  alto  premio  de  sus  servicios. 
Poco  después  se  despidió  del  pueblo  y  se  embarcó 
para  Chile:  el  día  que  abandonó  las  playas  del 
Perú,  ganaron  los  enemigos  una  victoria  memora- 
ble: sus  trofeos  quedaron  esparcidos  en  todo  el 
territorio,  y  por  desgracia  ya  han  empezado  a  re- 
cogerlos. Esto  estaba  en  el  orden  de  los  aconteci- 
mientos políticos  a  los  ojos  del  vulgo,  ellos  se  su- 
ceden unos  a  otros ;  pero  todos  se  encadenan,  a  los 

DEL  HOMBRE  QUE   PIENSA    (5). 

56.  Yo  no  puedo  calcular  el  peso  de  las  cir- 
cunstancias que  precipitaron  la  idea  del  general 
San  Martín :  sin  embargo,  pienso  que  no  pudo  ser 
superior  a  las  calumnias  de  la  ingratitud,  y  que 
habiendo  perdido  la  confianza  que  antes  tenía  en 

(5)    Burke. 

5 


G6  BERNARDO    MONTEAGUDO 

muchos  de  los  que  figuraban  en  aquel  teatro,  cre- 
yó que  no  podía  continuar  en  él,  sin  degradarse  a 
negociar,  con  las  nuevas  pasiones  e  intereses  que 
se  habían  formado  en  su  ausencia.  Así  fué  que  no 
tardaron  mucho  tiempo  en  quitarse  la  máscara  los 
que  sólo  creen  que  hay  libertad  de  imprenta  cuan- 
do pueden  ejercitar  la  detracción.  El  general  San 
Martín,  el  héroe  de  Chacabuco  y  Maipú,  el  que 
aun  fué  más  héroe  emprendiendo  libertar  al  Perú 
con  un  pequeño  número  de  bravos,  el  que  sin  ce- 
ñir su  frente  de  nuevos  laureles  manchados  eu 
sangre,  triunfó  de  innumerables  obstáculos  por 
medio  de  la  prudencia,  el  que  salvó  a  Lima  de  las 
catástrofes  que  todos  presagiaban  a  sus  habitan- 
tes para  la  hora  en  que  los  antiguos  resentimientos 
se  diesen  la  señal  de  alarma,  el  que  alzó  de  la  mi- 
seria con  sus  propias  manos  a  muchos  de  los  que 
hoy  son  sus  enemigos ;  el  mismo  ha  sido  insultado 
en  algunos  periódicos  de  aquella  capital  con  im- 
punidad y  escándalo  de  su  honrado  vecindario. 
Pero  sus  brillantes  servicios  a  la  causa  de  Améri- 
ca desde  el  año  12,  y  los  que  ha  hecho  al  Peni, 
abriéndole  la  puerta  para  que  entre  a  su  destino, 
son  una  propiedad  de  la  historia,  a  la  cual  nada 
puede  defraudarse. 

57.  Mientras  la  capital  de  Lima  ocupaba  la 
atención  pública  con  estas  desagradables  ocurren- 
cias, yo  me  hallaba  en  Panamá,  y  no  pensaba  en- 
tonces regresar  al  Sur.  Sin  embargo,  por  moti- 
vos que  no  ignoran  mis  amigos,  me  decidí  de  xm 
momento  a  otro  a  venir  a  Guayaquil ;  ninguna 
mira  política  cambió  mi  resolución  de  pasar  al 
mar  de  las  Antillas.  Luego  que  supieron  en  Lima 
mi  regreso,  se  quiso  adivinar  el  objeto  que  tenía: 
esto  era  imposible,  porque  nadie  se  inclinaba  a 
lo  más  natural,  y  cada  uno  quería  encontrar  un 
misterio  en  lo  que  sólo  era  obra  de  mis  combina- 
ciones particulares.  El  resultado  fué,  que  el  6  de 
diciembre,  el  Congreso  expidió  eu  sesión  secreta 
un  decreto  poniéndome  fuera  de  la  ley,  en  el  caso 
que  pisase  cualquier  punto  del  territorio  del  Peni. 
El  decreto  se  funda  en  una  sentencia  que  supone, 


OBRAS    rOLÍTICAS  67 

pues  dice  que  fui  expulsado  por  enemigo  del  Es- 
tado. Los  trámites  que  se  siguieron  para  mi  sali- 
da fueron  muy  sencillos:  un  tumulto  hizo  las  ve- 
ces de  proceso,  y  la  orden  del  Supremo  Delegado 
que  lie  citado,  sirvió  de  sentencia  definitiva.  Es 
verdad  que  se  nombró  una  comisión  del  Consejo 
de  Estado  para,  que  me  tomase  residencia;  pero 
luego  solicitó  la  Municipalidad  «que  se  evitase 
aquel, juicio»  y  que  saliese  fuera  del  territorio  (6). 
Por  consiguiente,  yo  salí  sin  que  hubiese  podido 
recaer  ninguna  declaración  sobre  mi  causa. 

58.  A  fin  de  que  no  se  extrañe  mi  silencio,  haré 
algunas  reflexiones  sobre  aquel  decreto:  él  me  dejó 
tan  poca  impresión,  que  confieso  que  mi  ánimo 
no  está  preparado  a  impugnarlo:  lo  rínico  que  me 
importaba  en  este  negocio  era  exponer  los  princi- 
pios de  mi  conducta  pública:  lo  demás,  yo  sé  el 
valor  que  tiene  en  las  épocas  de  revolución ;  y  nun- 
ca me  afano  en  disminuir  lo  que  es  en  sí  pequeño. 

59.  El  extrañamiento  es  una  pena  que  supone 
la  agresión  de  un  delito,  las  fórmulas  estableci- 
das por  derecho  y  la  sentencia  pronunciada  por  la 
autoridad  que  corresponde.  Para  decretar  el  mío 
exigía  la  justicia  que  yo  hubiese  violado  alguna 
ley  que  señalase  aquella  pena,  y  que  convencido 
en  juicio,  un  Tribunal  competente  fallase  sobre 
mi  causa.  Como  Ministro  de  Estado,  jo  he  que- 
brantado muchas  leyes,  porque  era  preciso  derri- 
bar el  antiguo  edificio  para  levantar  otro  nuevo. 
La  misión  de  todos  los  que  formábamos  el  gobier- 
no directivo,  era  romper  los  vínculos  que  unían 
el  Perú  a  la  España,  y  administrar  provisional- 
mente los  negocios  públicos  por  los  mismos  prin- 
cipios que  nosotros  trazásemos,  pues  que  no  po- 
díamos seguir  otros.  Un  gobierno  provisional  for- 
mado a  la  retaguardia  del  ejército  enemigo,  y  ro- 
deado por  todas  partes  de  peligros,  casi  no  tenía 
elección  sobre  el  plan  que  debía  seguir.  Salvar  la 
tierra  y  vencer  todas  las  resistencias  que  se  en- 
contrasen: esta  era  la  tínica  norma  de  su  conduc- 

(6)    Oficio  de  la  Municipalidad  al  gobierno,  de  29  de  julio. 


68  BEJIJSARUO    3I0NTEAGUD0 

ta,  y  esta  es  la  que  yo  lie  seguido  como  miembro 
del  gobierno. 

60.  Aun  suponiendo  que  mis  principios  políti- 
cos estuviesen  en  oposición  con  alguna  ley  exis- 
tente, no  se  me  podía  condenar  por  esto:  las  teo- 
rías no  son  delitos,  y  a  lo  sumo  podrán  censurarse 
como  errores.  Mas  no  habiendo  leyes  preexisten- 
tes a  mi  administración  por  las  cuales  debiese  di- 
rigir los  negocios,  mi  obligación  como  bombre  pií- 
blico  era  seguir  el  plan  que  en  mi  conciencia  fuese 
más  equitativo  3^  practicable.  Por  lo  demás,  yo 
estaba  satisfecho  que  mi  consagración  a  la  causa 
del  Perú  no  tenía  límites:  apelo  a  todos  los  hom- 
bres que  me  han  visto  trabajar  desde  que  desem- 
barcamos en  Pisco.  Conociendo  cuáles  eran  las  ar- 
mas más  temibles  en  una  guerra  de  opinión,  ja- 
más gocé  otro  reposo  basta  el  día  en  que  salí  del 
ministerio,  que  el  que  queda  después  de  haber 
cumplido  un  deber,  para  tener  tiempo  de  llenar 
los  demás.  La  imprenta  del  ejército  y  algunas  de 
Lima  son  testigos  del  celo  con  que  3-0  procuraba 
difundir  el  entusiasmo  por  la  causa  de  la  inde- 
pendencia y  prosperidad  del  Perú. 

61.  Hasta  aquí  yo  no  descubro  la  ley  que  he 
quebrantado,  pero  aun  suponiendo  la  infracción, 
todos  saben  que  he  sido  condenado  sin  ser  oído. 
Con  respecto  a  la  autoridad  que  ha  pronunciado 
el  fallo,  permítaseme  decir  que  ha  sido  incompe- 
tente. Decretar  el  extrañamiento  de  un  ciudada- 
no, es  ejercer  las  funciones  del  poder  judicial, 
porque  aquél  es  un  acto  que  supone  la  aplicación 
al  hecho  de  una  ley  ya  promulgada.  El  Congreso 
no  tiene  más  atribuciones  que  las  del  poder  legis- 
lativo: en  fuerza  de  ellas,  pudo  establecer  una  ley 
declarando  que  si  un  ministro  seguía  principios 
contrarios  a  los  que  ha  mandado  observar,  incu- 
rría en  la  pena  de  extrañamiento.  Aun  en  este  caso, 
j'O  no  podía  ser  juzgado  por  aquella  ley.  como  no 
puedo  serlo  por  ninguna  de  las  declaraciones  del 
Congreso  a  menos  que  se  les  dé  un  efecto  retroac- 
tivo, que  es  el  mayor  absurdo  en  materia  de  legis- 
lación. Entre  tanto  es  sensible,  que  el  primer  cuer- 


OBRAS    POLÍTICAS  69 

po  representativo  que  se  lia  reunido  en  el  Perú, 
autorice  un  ejemplo  que  puede  serle  funesto  y  que 
acusa  de  levedad  sus  decisiones.  Los  señores  que 
hicieron  aquella  moción  podían  liaber  llenado  su 
objeto  sin  comprometer  la  dignidad  del  Congreso. 
Todo  lo  que  tiene  apariencias  de  pasión  es  degra- 
dante; el  decreto  de  6  de  diciembre  no  está  con- 
cebido en  términos  que  la  disimule. 

62.  Ya  que  lie  liablado  del  Congreso,  quiero 
añadir  una  breve  digresión  sobre  los  fines  que  por 
mi  parte  me  propuse  en  acelerar  su  reunión.  El 
general  San  Martín  estaba  firmemente  decidido  a 
no  continuar  en  el  gobierno:  él  es  hombre  de  gue- 
rra y  siempre  ha  tenido  aversión  a  las  tareas  del 
gabinete:  su  salud  estaba  también  muy  quebran- 
tada y  era  preciso  nombrarle  un  sucesor;  pero  las 
circunstancias  habían  cambiado  enteramente  des- 
de el  mes  de  agosto  de  1821:  este  nombramiento 
debían  hacerlo  los  representantes  del  pueblo:  el 
negocio  era  de  gran  trascendencia  y  no  podía  ya 
diferirse.  A  más  de  esto,  exigía  el  crédito  de  la 
causa  piíblica,  que  las  actas  provisionales  del  go- 
bierno directivo  recibiesen  la  sanción  del  Congre- 
so, y  que  éste  dictase  los  reglamentos  que  debían 
servir  de  norma  a  la  administración.  Jamás  creí 
ni  pude  esperar  que  abrazase  otros  objetos:  1^,  ma- 
5'or  parte  de  él  se  compone  de  diputados  suplen- 
tes: las  provincias  más  interesantes  se  hallan  en 
poder  del  enemigo:  la  guerra  aun  no  permite  pen- 
sar en  los  establecimientos  que  aseguran  la  paz; 
y  sería  por  ahora  una  quimera  formar  la  constitu- 
ción del  Perú,  tan  sólo  para  los  pueblos  de  la 
costa,  y  antes  de  ver  las  nuevas  combinaciones 
que  resultan  de  los  sucesos  de  la  guerra.  En  mi 
opinión,  él  debió  contraerse  a  aumentar  la  respe- 
tabilidad del  gobierno,  y  hacer  algunos  ensayos 
legislativos  sobre  el  sistema  de  administración:  lo 
demás  es  multiplicar  los  obstáculos  que  la  expe- 
riencia tendrá  que  vencer  después,  y  olvidar  la 
suerte  que  han  corrido  en  otros  pueblos  las  cons- 
tituciones prematuras  de  los  primeros  congresos. 
63.     Antes  de  llegar  al  término  que  me  he  pro- 


70  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

puesto  haré  por  decoro  una  observación  sobre  los 
libelos  que  se  han  publicado  contra  mí.  La  mayor 
parte  de  ellos  son  una  amarga  sátira  contra  sus 
autores  y  contra  Lima:  yo  no  los  impugno,  porque 
la  pobreza  de  sus  ideas,  la  impetuosidad  de  sus 
pasiones  y  la  inexactitud  de  su  lógica  me  excusan 
de  este  trabajo.  Antes  de  escribir,  es  preciso  apren- 
der a  pensar;  y  el  odio  es  un  maestro  muy  estúpi- 
do para  dar  lecciones  a  los  que  necesitan  de  ellas. 
Sin  embargo  de  esto,  creo  que  habrán  merecido  el 
aplauso  de  algunos,  porque  no  hay  necio  que  no 

ENCUENTRE    OTRO    MÁS    NECIO    QUE    LO    ADMIRE     (7). 

Yo  les  doy  las  gracias  por  el  empeño  que  han  to- 
mado en  hablar  de  mí:  en  la  revolución  lo  que 
importa  es  no  sobrevivir  uno  a  sí  mismo:  el  que 
cae  en  olvido,  queda  ya  fuera  de  combate.  Las  in- 
jurias y  los  elogios  hechos  con  justicia  o  sin  ella, 
producen  en  estos  tiempo  la  utilidad  de  conservar 
la  memoria  de  aquel  a  quien  se  dirigen.  Cada  uno 
entra  después  a  formar  su  propia  opinión,  y  al 
fin  prevalece  la  verdad,  por  más  que  se  desfigure. 
El  mérito  y  el  desmérito  son  las  cosas  más  reales 
que  hay  en  este  mundo:  ambas  han  sido  siempre 
independientes  de  los  libelos  o  de  las  apologías, 
que  en  general  no  son  sino  el  diálogo  de  un  escri- 
tor con  sus  pasiones. 

64.  A  los  que  deseen  saber  mi  situación,  des- 
pués de  las  vicisitudes  que  he  sufrido,  j-o  tengo 
el  placer  de  asegurarles  que  vivo  suelto  de  cuida- 
dos e  inquietudes;  libre  de  rivales,  pues  que  a  nada 
aspiro;  y  lleno  de  gratitud  por  la  hospitalidad 
que  he  recibido  en  este  país,  célebre  por  su  pa- 
triotismo, y  por  la  sobreabundancia  de  buenas 
cualidades  que  distinguen  a  sus  habitantes.  vSu 
memoria  aumentará  en  mí  el  número  de  aquellas 
reflexiones  que  sirven  de  descanso  al  alma,  cuan- 
do se  fatiga  de  recordar  las  calamidades  incesan- 
tes de  la  vida.  Con  respecto  al  porvenir,  estoy 
lambién  tranquilo,  cualquiera  que  sea  el  plan  que 
las   circunstancias  me  obliguen   a   seguir.   Yo  no 

(7)    Un  sol  trouve  toujours  un  plus  sot  qui  Tadmire— Des  Preaux, 


OBHAS    POLÍTICAS  71 

renuncio  a  la  esperanza  de  servir  a  mi  país,  que  es 
toda  la  extensión  de  América:  mi  edad  me  permi- 
te todavía  formar  cálculos,  que  aunque  necesiten 
algunos  anos  para  realizarse,  me  dejan  entrever  a 
la  distancia  la  satisfacción  de  salir  de  este  mundo 
sin  liaber  vivido  en  él  en  vano. 

65.  Un  solo  sentimiento  tengo,  y  es  el  no  ver 
ya  al  Perú  enteramente  libre  de  españoles:  los 
tropiezos  de  nuestra  infancia  política  entretienen 
su  confianza,  y  ciertamente  dilatan  nuestros  úl- 
timos triunfos.  Mas  ellos  deben  reflexionar  que  el 
Peni  es  un  país  nuevo  en  el  teatro  de  la  revolu- 
ción, y  que  le  interesa  pasar  por  la  prueba  de  los 
peligros,  para  desarrollar  todos  sus  recursos  y  co- 
nocer su  valor,  siguiendo  el  ejemplo  que  le 
lian  dado  desde  el  norte  al  mediodía  los  heroicos 
pueblos  de  Méjico,  Colombia,  Cbile  y  el  Kío  de 
la  Plata.  Yo  no  puedo,  aunque  deseo,  lisonjearme 
con  la  idea  de  que  las  calamidades  de  América  ter- 
minen prontamente:  ellas  durarán  algunos  años, 
para  que  se  envejezca  en  la  generación  presente 
el  odio  contra  los  españoles  que  las  han. causado: 
pero  jamás,  jamás  volverán  ellos  a  dominar  la 
tierra  de  donde  los  ha  arrojado  la  naturaleza,  el 
espíritu  del  siglo  5'  el  resentimiento  universal  de 
sus  habitantes.  Aun  suponiéndolos  capaces  de  ma- 
yores esfuerzos  que  los  que  hasta  aquí  han  hecho, 
ningún  corazón  americano  debe  dudar  del  triun- 
fo. Pasó  el  tiempo  en  que  desde  Madrid  se  dicta- 
vsen  leyes  de  sangre,  que  el  nuevo  mundo  obedecía 
temblando  en  más  de  ochenta  grados  de  latitud ; 
y  sean  cuales  fuesen  los  horrores  y  duración  de  la 
guerra,  todos  prefieren  hoy  sacrificarse  a  la  patria 
en  medio  de  un  solemne  incendio,  antes  que  dejar 
a  los  españoles  otra  satisfacción  que  la  de  aplicar 
al  Peni  las  tristes  reflexiones  de  Fingal,  cuando 
contemplaba  las  ruinas  de  la  antigua  Balclutha: 

YO  NO  HE  VISTO  SUS  MUROS  DESOLADOS:  EL  FUEGO 
HA  RESONADO  EN  EL  INTERIOR  DE  SUS  EDIFICIOS  Y 
YA  NO  SE  OYE  LA  VOZ  DEL  PUEBLO   (8) . 

(8)    Carthon,  poem  of  Ossiam. 


72  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

66.  Por  conclusión,  sólo  me  resta  expresar  mis 
ardientes  votos  por  el  buen  suceso  de  todos  los 
que  están  llamados  a  influir  en  favor  de  la  inde- 
pendencia y  libertad  racional  del  Perú:  el  templo 
de  la  gloria  está  abierto  para  ellos,  y  la  revolución 
les  ofrece  cada  día  nuevas  lecciones  para  marchar 
con  acierto.  Energía  en  la  guerra  y  sobriedad  en 
los  principios  liberales:  este  es  el  resumen  de  las 
máximas  que  proclama  la  experiencia.  A  los  hom- 
bres de  talento,  que  son  los  magistrados  natos  de 
su  PATRIA  (9):  a  los  que  sienten  en  su  corazón  el 
germen  de  las  grandes  virtudes:  a  los  que  se  miran 
en  la  prosperidad  y  desean  trasmitir  a  sus  hijos  la 
herencia  de  un  ilustre  nombre:  a  los  guerreros, 
en  fin,  que  han  adquirido  en  el  campo  de  batalla 
el  derecho  de  reprimir  las  facciones,  para  que  no 
destruyan  la  obra  de  sus  sacrificios;  a  ellos  toca 
cicatrizar  las  heridas  de  la  revolución  y  consoli- 
dar a  los  pueblos,  afianzando  su  prosperidad  sobre 
bases  sólidas  que  duren  tanto  como  las  institucio- 
nes de  esa  isla  clásica,  cuyo  ejemplo  ha  dado  en 
ambos  mundos  el  primer  impulso  a  la  libertad. 
Pero  si  algunos  hombres  llenos  de  virtudes  patrió- 
ticas, acreditadas  en  los  combates,  o  en  la  direc- 
ción de  los  negocios,  emplean  su  influjo  en  hacer 
abrazar  a  los  pueblos  teorías  que  no  pueden  sub- 
sistir, y  que  perjudican  a  sus  mismos  votos,  la 
posteridad  reclamará  contra  ellos,  apropiándose  el 
pensamiento  de  Adisson,  cuando  dice  de  César  en 
la  tragedia  de  Catón:  Malditas  sean  sus  virtu- 
des: ellas  han  causado  la  ruina  de  su  pa- 
tria (10). 

Quito,  marzo  17  de  1823. 


(9)  Raynal. 

(10)  Curse  on  his  virtucs,  thcy  have  undone  his  contry. 


LIBRO    II 

FEDERACIÓN    HISPANOAMERICANA 

(1824) 


ENSAYO 

SOBRE  LA  NECESIDAD  DE  UNA  FEDERACIÓN  GENERAL 
ENTRE  LOS  ESTADOS  HISPANOAMERICANOS  Y  PLAN 
DE  SU  ORGANIZACIÓN. 

Cada  siglo  lleva  en  sí  el  germen  de  los  sucesos 
que  van  a  desenvolverse  en  el  que  sigue.  Cada 
época  extraordinaria,  así  en  la  naturaleza  como 
en  el  orden  social,  anuncia  una  inmediata  de  fe- 
nómenos raros  y  de  combinaciones  prodigiosas. 
La  revolución  del  mundo  americano  lia  sido  el 
desarrollo  de  las  ideas  del  siglo  xviii,  y  nuestro 
triunfo  no  es  sino  el  eco  de  los  rayos  que  han  caído 
sobre  los  tronos  que  desde  la  Europa  dominaban 
el  resto  de  la  tierra. 

La  independencia  que  hemos  adquirido  es  un 
acontecimiento  que,  cambiando  nuestro  modo  de 
ser  y  de  existir  en  el  universo,  cháncela  todas  las 
obligaciones  que  nos  había  dictado  el  espíritu  del 
siglo  XV,  y  nos  señala  las  nuevas  relaciones  en  que 
vamos  a  entrar,  los  pactos  de  honor  que  debemos 
contraer,  y  los  principios  que  es  preciso  seguir 
para  establecer  sobre  ellos  el  derecho  público  que 
rija  en  lo  sucesivo  los  estados  independientes  cuya 
federación  es  el  objeto  de  este  ensayo  y  el  término 
en  que  coinciden  los  deseos  de  orden  y  las  espe- 
ranzas de  libertad. 

Ningún  designio  ha  sido  más  antiguo  entre  los 
que  han  dirigido  los  negocios  públicos  durante  la 
revolución,  que  formar  una  liga  general  contra  el 
comiín  enemigo,  y  llenar,  con  la  unión  de  todos,  el 
vacío  que  encontraba  cada  uno  en  sus  propios  re- 
cursos. Pero  la  inmensa  distancia  que  separa,  las 
secciones  que  hoy  son  independientes,  y  las  difi- 


76  BEENARDO    MONTEAGUDO 

cultades  de  todo  género  que  se  presentaban  para 
entablar  comunicaciones,  y  combinar  planes  im- 
portantes entre  nuestros  gobiernos  provisorios,  ale- 
jaban cada  día  más  la  esperanza  de  realizar  el  pro- 
yecto de  la  federación  general.  Hasta  los  liltimos 
años  se  ignoraba  en  las  secciones  que  se  hallan  al 
sur  del  Ecuador  lo  que  pasaba  en  las  del  norte, 
mientras  no  se  recibían  noticias  indirectas  por  la 
vía  de  Inglaterra  o  de  los  Estados  Unidos.  Cada 
desgracia  que  sufrían  nuestros  ejércitos  bacía  sen- 
tir infructuosamente  la  necesidad  de  estar  todos 
ligados.  Pero  los  obstáculos  eran  por  entonces  su- 
periores a  esa  misma  necesidad. 

En  el  año  21,  por  la  primera  vez,  pareció  prac- 
ticable aquel  designio.  El  Peni,  aunque  oprimido 
en  su  mayor  parte,  entró,  sin  embargo,  en  el  sis- 
tema americano:  Guayaquil  y  otros  puertos  del 
Pacífico  se  abrieron  al  comercio  de  los  indepen- 
dientes: la  victoria  puso  en  contacto  al  septentrión 
y  al  mediodía ;  y  el  genio  que  basta  entonces  había 
dirigido  y  aun  dirige  la  guerra  con  más  constan- 
cia y  fortuna,  emprendió  poner  en  obra  el  plan 
de  la  confederación  hispanoamericana. 

Ningiin  proyecto  de  esta  clase  puede  ejecutarse 
por  la  voluntad  presunta  y  simultánea  de  los  que 
deben  tener  parte  en  él.  Es  preciso  que  el  impulso 
salga  de  una  sola  mano,  y  que  al  fin  tome  alguno 
la  iniciativa,  cuando  todos  son  iguales  en  interés 
y  representación.  El  presidente  de  Colombia  la 
tomó  en  este  importantísimo  negocio,  y  mandó 
plenipotenciarios  cerca  de  los  gobiernos  de  Méjico, 
del  Perú,  de  Chile  y  Buenos  Aires,  para  preparar, 
por  medio  de  tratados  particulares,  la  liga  gene- 
ral de  nuestro  continente.  En  el  Perú  y  en  Méjico 
se  efectuó  la  convención  propuesta;  y  con  modifi- 
caciones accidentales,  los  tratados  con  ambos  go- 
biernos han  sido  ya  ratificados  por  sus  respectivas 
legislaturas.  En  Chile  y  Buenos  Aires  han  ocurri- 
do obstáculos  que  no  podrán  dejar  de  allanarse, 
mientras  el  interés  común  sea  el  línico  conciliador 
de  las  diferencias  de  opinión.  Sólo  falta  que  se 
pongan  en  ejecución  los  tratados  existentes,  y  que 


OBKAS    POLÍTICAS  77 

se  instale  la  asamblea  de  los  Estados  que  lian  con- 
currido a  ellos. 

Mas  observando  que  su  instalación  sufriría  tan- 
tas demoras  como  la  adopción  del  proyecto,  si  no 
la  promoviese  una  de  las  partes  contratantes,  el 
gobierno  del  Perú  se  ha  dirigido  a  los  de  Colom- 
bia y  Méjico  con  la  idea  de  uniformarse  sobre  el 
tiempo  y  lugar  en  que  deben  reunirse  los  pleni- 
potenciarios de  cada  Estado.  El  aspecto  general  de 
los  negocios  públicos  y  la  situación  respectiva  de 
los  independientes,  nos  hacen  esperar  que  en  el 
año  25  se  realizará  sin  duda  la  federación  hispa- 
noamericana bajo  los  auspicios  de  una  asamblea, 
cuya  política  tendrá  por  base  consolidar  los  dere- 
chos de  los  pueblos  y  no  los  de  algunas  familias 
que  desconocen  con  el  tiempo  el  origen  de  los 
suyos. 

Este  es  el  resumen  histórico  de  las  medidas  di- 
plomáticas que  se  han  tomado  sobre  el  negocio  de 
más  trascendencia  que  puede  actualmente  presen- 
tarse a  nuestros  gobiernos.  El  examen  de  sus  pri- 
meros intereses  hará  ver  si  merece  una  grande  pre- 
ferencia de  atención,  o  si  ésta  es  de  aquellas  empre- 
sas que  inventa  el  poder  para  excusar  las  hostilida- 
des del  fuerte  contra  el  débil,  o  justificar  las  coa- 
liciones que  se  forman  con  el  fin  de  hacer  retro- 
gradar los  pueblos. 

Independencia,  paz  y  garantías,  estos  son  los 
intereseses  eminentemente  nacionales  de  las  re- 
públicas que  acaban  de  nacer  en  el  nuevo  mundo. 
Cada  uno  de  ellos  exige  la  formación  de  un  siste- 
ma político  que  supone  la  preexistencia  de  una 
asamblea  o  congreso  donde  se  combinen  las  ideas, 
y  se  admitan  los  principios  que  deben  constituir 
aquel  sistema  y  servirle  de  apoyo. 

La  independencia  es  el  primer  interés  del  nuevo 
mundo.  Sacudir  el  yugo  de  la  España,  borrar  hasta 
los  vestigios  de  su  dominación,  y  no  admitir  otra 
alguna,  son  empresas  que  exigen  y  exigirán,  por 
mucho  tiempo,  la  acumulación  de  todos  nuestros 
recursos,  y  la  uniformidad  en  el  impulso  que  se  les 
dé.  Es  verdad  que  en  Ayacucho  ha  terminado  la 


78  BEKNAllDü    MOATEAGÜDO 

guerra  coiitiuental  contra  la  Espaüa;  y  que,  de 
todo  un  mundo  en  que  no  se  veían  flamear  sino  los 
estandartes  que  trasjDlantaroii  consigo  los  Corte- 
ses, Pizarros,  Almagres  y  Mendozas,  apenas  que- 
dan tres  puntos  aislados  donde  se  ven  las  armas 
de  Castilla,  no  ja  amenazando  la  seguridad  del 
país,  sino  alimentando  la  c(3lera,  y  recordando 
las  calamidades  que  por  ellas  lian  sufrido  los 
pueblos. 

San  -Juan  de  Ulúa,  el  Callao  y  Chiloé  son  los 
últimos  atrinclieramientos  del  poder  español.  Los 
dos  primeros  tardarán  poco  en  rendirse  de  grado 
o  por  fuerza  a  las  armas  de  la  libertad.  El  archi- 
piélago de  Chiloé,  aunque  requiere  combinar  más 
fuerzas,  y  aprovechar  los  pocos  meses  que  aquel 
clima  permite  emprender  operaciones  militares, 
seguirá  en  todo  este  año  la  suerte  del  continente  a 
que  pertenece. 

Sin  embargo,  la  venganza  vive  en  el  corazón 
de  los  españoles.  El  odio  que  nos  profesan  aun  no 
ha  sido  vencido.  Y,  aunque  no  les  queda  fuerza 
de  que  disponer  contra  nosotros,  conservan  pre- 
tensiones a  que  dan  el  nombre  de  derechos,  para 
implorar  en  su  favor  los  auxilios  de  la  Santa 
Alianza,  dispuesta  a  prodigarlos  a  cualquiera  que 
aspire  a  usurpar  los  derechos  de  los  jniehlos  que 
son  e¿r elusivamente  legítimos. 

Al  contemplar  el  aumento  progresivo  de  nues- 
tras fuerzas,  la  energía  y  recursos  que  ha  desple- 
gado cada  repiíblica  en  la  guerra  de  la  revolución, 
el  orgullo  que  ha  dado  la  victoria  a  los  libertado- 
res de  la  patria,  es  fácil  persuadirse  que,  si  en  la 
infancia  de  nuestro  ser  político  hemos  triunfado 
aislados  de  los  ejércitos  españoles  superiores  en 
fuerza  y  disciplina,  con  mayor  razón  podemos  es- 
perar el  vencimiento,  cuando  poseemos  la  totalidad 
de  los  recursos  del  país,  y  después  que  los  campos 
de  batalla,  que  son  la  escuela  de  la  victoria,  han 
estado  abiertos  a  nuestros  guerreros  por  más  de 
catorce  años.  Aías  también  es  necesario  refleo'io- 
nar  que  si  hasta  aquí  nuestra  lucha  ha  sido  con 
una  nación  impotente,   desa<;reditada  y   enferma 


OBRAS    POLÍTICAS  79 

de  anarquía,  el  'peligro  que  nos  amenaza  es  entrar 
en  contienda  con  la  Santa  Alianza  que,  al  calcu- 
lar las  fuerzas  necesarias  para  restablecer  la  legi- 
timidad en  los  estados  hispanoamericanos ,  tendrá 
hien  presentes  las  circunstancias  en  que  nos  halla- 
mos y  de  lo  que  somos  hoy  capaces. 

Dos  cuestiones  ofrece  este  negocio  cuyo  rápido 
examen  acabará  de  fijar  nuestras  ideas:  la  proba- 
bilidad de  una  nueva  contienda,  la  masa  de  poder 
que  puede  einplearse  contra  nosotros  en  tal  caso. 
Aun  prescindiendo  de  los  continuos  rumores  de 
hostilidad,  y  de  los  datos  casi  oficiales  que  tenemos 
para  conocer  las  miras  de  la  Santa  Alianza  con  res- 
pecto a  la  organización  política  del  nuevo  mundo, 
hay  un  fuerte  argumento  de  analogía  que  nace 
de  la  marcha  invariable  que  han  seguido  los  ga- 
binetes del  norte  de  Europa  en  los  negocios  del 
mediodía.  El  restablecimiento  de  la  legitimidad, 
voz  que,  en  su  sentido  práctico,  no  significa  sino 
fuerza  y  poder  absoluto,  ha  sido  el  fin  que  se  han 
propuesto  los  aliados.  Su  interés  es  el  mismo  en 
Europa  y  en  América.  Y  si  en  Ñapóles  y  España 
no  ha  bastado  la  sombra  del  trono  para  preservar 
de  la  invasión  a  ambos  territorios,  la  fuerza  de 
nuestros  gobiernos  no  será  ciertamente  la  mejor 
garantía  contra  el  sistema  de  la  Santa  Alianza. 

En  cuanto  a  la  masa  del  poder  que  se  empleará 
contra  nosotros  en  tal  caso,  ella  será  proporciona- 
da a  la  extensión  del  influjo  que  teng-an  las  cortes 
de  San  Petersburgo,  Berlín,  Viena  y  París.  Y  no 
es  prudente  dudar  que  le  sobran  elementos  para 
emprender  la  reconquista  de  América,  no  ya  en 
favor  de  la  España  que  nunca  recobraría  sus  an- 
tiguas posesiones ,  sino  en  favor  del  princijyio  de  la 
legitimidad,  de  ese  talismán  moderno  que  hoy  sir- 
ve de  divisa  a  los  que  condenan  la  soberanía  de  los 
pueblos,  como  el  colmo  del  libertinaje  en  política. 

Es  verdad  que  el  primer  buque  que  zarpase  de 
los  puertos  de  Europa  contra  la  libertad  del  nuevo 
mundo,  daría  la  señal  de  alarma  a  todos  los  que 
forman  el  partido  liberal  en  ambos  hemisferios. 
La  Gran  Bretaña  y  los  Estados  Unidos  tomarían 


80  BERNARDO    MONTEAGUDO 

el  lugar  que  les  corresponde  eu  esta  contienda  uni- 
versal: la  opinión,  esa  nueva  potencia  que  hoy 
preside  el  destino  de  las  naciones,  estrecharía  su 
alianza  con  nosotros,  y  la  victoria,  después  de  fa- 
vorecer alternativamente  a  ambos  partidos,  se  de- 
cidiría por  el  de  la  justicia,  y  obligaría  a  los  secta- 
rios del  poder  absoluto  a  buscar  su  salvación  en 
el  sistema  representativo. 

Entre  tanto  no  debemos  disimular  que  todas 
nuestras  nuevas  repiiblicas  en  general,  y  particu- 
larmente algunas  de  ellas,  experimentarían  en  la 
contienda  inmensos  peligros  que  ni  hoy  es  fácil 
prever,  ni  lo  sería  quizá  entonces  evitar,  si  fal- 
tase la  uniformidad  de  acción  y  voluntad  que  su- 
pone un  convenio  celebrado  de  antemano,  y  una 
asamblea  que  le  amplíe  o  modifique  segiín  las  cir- 
cunstancias. Es  preciso  no  olvidar  que,  en  el  caso 
a  que  nos  contraemos,  la  vanguardia  de  la  Santa 
Alianza  se  compondría  de  la  seducción  y  de  la  in- 
triga, tanto  más  temibles  para  nosotros,  cuanto 
es  mayor  la  herencia  de  preocupaciones  y  de  vi- 
cios que  nos  ha  dejado  la  España.  Es  preciso  no 
olvidar  que  aun  nos  hallamos  en  un  estado  de  ig- 
norancia, que  podría  llamarse  feliz  si  no  fuese  per- 
judicial algunas  veces,  de  esos  artificios  políticos 
y  de  esas  maniobras  insidiosas  que  hacen  marchar 
a  los  pueblos  de  precipicio  en  precipicio  con  la  mis- 
ma confianza  que  si  caminasen  por  un  terreno 
unido.  Es  preciso  no  olvidar,  en  fin,  que  todos  los 
hábitos  de  la  esclavitud  son  inveterados  entre  nos- 
otros ;  y  que  los  de  la  libertad  empiezan  apenas  a 
formarse  por  la  repetición  de  los  experimentos  po- 
líticos que  han  hecho  nuestros  gobiernos,  y  de  al- 
gunas lecciones  útiles  que  hemos  recibido  en  la 
escuela  de  la  adversidad. 

Al  examinar  los  peligros  del  porvenir  que  nos 
ocupa,  no  debemos  ver,  con  la  quietud  de  la  con- 
fianza, el  nuevo  imperio  del  Brasil.  Es  verdad  que 
el  trono  de  Pedro  I  se  ha  levantado  sobre  las  mis- 
mas ruinas  en  que  la  libertad  ha  elevado  el  suyo 
en  el  resto  de  América.  Era  necesario  hacer  la  mis- 
ma transición  que  hemos  hecho  nosotros  del  esta- 


OBRAS    POLÍTICAS  81 

do  colonial  al  rango  de  naciones  independientes. 
Pero  es  preciso  decir,  con  sentimiento,  que  aquel 
soberano  no  muestra  el  respeto  que  debía  a  las 
instituciones  liberales  cuyo  espíritu  le  puso  el  ce- 
tro en  las  manos,  para  que  en  ellas  fuese  un  ins- 
trumento de  libertad  y  nunca  de  opresión.  Así  es 
que,  en  el  tribunal  de  la  Santa  Alianza,  el  pro- 
ceso de  Pedro  I  se  ha  juzgado  de  diferente  modo 
que  el  nuestro:  y  él  lia  sido  absuelto,  a  pesar  del 
ejemplo  que  deja  su  conducta,  porque  al  fin  él  no 
puede  aparecer  en  la  historia  sino  como  el  jefe 
de  una  conjuración  contra  la  autoridad  de  su 
padre. 

_  Todo  nos  inclina  a  creer  que  el  gabinete  impe- 
rial de  Río  Janeiro  se  prestará  a  auxiliar  las  miras 
de  la  Santa  Alianza  contra  las  repúblicas  del  nue- 
vo mundo:  y  que  el  Brasil  vendrá  a  ser,  quizá,  el 
cuartel  general  del  partido  servil,  conno  ya  se  ase- 
gura que  es  hoy  el  de  los  agentes  secretos  de  la 
Santa  Alianza.  A  más  de  los  datos  públicos  que 
hay  para  recelar  semejante  deserción  del  sistema 
americano,  se  observa,  en  las  relaciones  del  go- 
bierno del  Brasil  con  los  del  continente  europeo, 
un  carácter  enfático  cuya  causa  no  es  posible  en- 
contrar sino  en  la  presente  analogía  de  principios 
e  intereses. 

Esta  rápida  encadenación  de  escollos  y  peligros 
muestra  la  necesidad  de  formar  una  liga  america^ 
na  bajo  el  plan  que  se  indicó  al  principio.  Toda  la 
previsión  humana  no  alcanza  a  penetrar  los  acci- 
dentes y  vicisitudes  que  sufrirán  nuestras  repú- 
blicas hasta  que  se  consolide  su  existencia.  Entre- 
tanto las  consecuencias  de  una  campaña  desgra- 
ciada, los  efectos  de  algiín  tratado  concluido  en 
Europa  entre  los  poderes  que  mantienen  el  equili- 
brio actual,  algunos  trastornos  domésticos,  y  la 
mutación  de  principios  que  es  consiguiente,  po- 
drán favorecer  las  pretensiones  del  partido  de  la 
legitimidad,  si  no  tomamos  con  tiempo  una  activi- 
dad uniforme  de  resistencia;  y  si  no  nos  apresura- 
mos a  concluir  un  verdadero  pacto,  que  podemos 

6 


82  liEKNARUü    MONTEAGDDO 

llamar  de  familia,  que  garantice  nuestra  indepen- 
dencia, tanto  en  masa  como  en  el  detall. 

Esta  obra  pertenece  a  un  congreso  de  plenipo- 
tenciarios de  cada  Estado  que  arreglen  el  contin- 
gente de  tropas  y  la  cantidad  de  subsidios  que  de- 
ben prestar  los  confederados  en  caso  necesario. 
Cuanto  más  se  piensa  en  las  inmensas  distancias 
que  nos  separan,  en  la  gran  demora  que  sufriría 
cualquiera  combinación  que  importase  el  interés 
común,  y  que  exigiese  el  sufragio  simultáneo  de 
los  gobiernos  del  Hío  de  la  Plata  y  de  Méjico,  de 
Cliile  y  de  Colombia,  del  Perú  y  de  Guatemala, 
tanto  más  se  toca  la  necesidad  de  un  congreso  que 
sea  el  depositario  de  toda  la  fuerza  y  voluntad 
de  los  confederados;  y  que  pueda  emplear  ambas, 
sin  demora,  dondequiera  que  la  independencia,  esté 
en  peligro. 

Ño  es  menester  ocurrir  a  épocas  muy  distantes 
de  nosotros,  para  encontrar  ejemplos  que  justifi- 
quen la  medida  de  convocar  un  congreso  de  pleni- 
potenciarios que  complete  las  disposiciones  toma- 
das en  los  tratados  precedentes,  aunque  parece  que 
ellos  bastan  para  que  se  lleve  a  cabo  la  intención 
de  las  partes  contratantes.  La  historia  diplomáti- 
ca de  Europa,  en  los  últimos  años,  viene  perfec- 
tamente en  nuestro  apoyo.  Después  que  se  disolvió 
el  Congreso  de  Chatillón  en  1814,  se  celebró  el 
tratado  de  la  cuádruple  alianza  de  Chaumont  en- 
tre el  Austria,  la  Gran  Bretaña,  la  Prusia  y  la 
Suecia.  En  él  se  garantizó  el  sistema  que  debía 
darse  a  la  Europa,  se  determinaron  los  subsidios 
que  cada  aliado  daría  por  su  parte,  y  se  acorda- 
ron otras  medidas  generales ;  extendiendo  a  vein- 
te anos  la  duración  de  la  alianza.  Tres  meses  des- 
pués se  firmó  la  paz  de  París,  y  cada  uno  de  los 
aliados  concluyó  un  tratado  particular  con  la  Fran- 
cia, aunque  todos  eran  perfectamente  idénticos 
con  excepción  de  los  artículos  adicionales.  En  este 
tratado,  que  contiene  varias  declaraciones  sobre 
el  derecho  público  europeo  y  sobre  la  legislación 
de  diferentes  naciones,  se  dispone  la  reunión  de 
un  congreso  general  en  Viena,  para  que  reciban 


OBRAS    POLÍTICAS  83 

en  él  su  complemento  los  arreglos  anteriores.  La 
historia  de  este  célebre  congreso,  y  sus  resultados 
con  respecto  a  los  intereses  del  sistema  europeo, 
después  de  prestar  un  argumento  en  favor  de  nues- 
tra idea,  ofrece  varias  analogías  aplicables  al  sis- 
tema americano  y  a  las  circunstancias  en  que  nos 
hallamos. 

Nuestros  tratados  de  6  de  junio  de  1822  y  de  3 
de  octubre  de  1823,  participan  del  espíritu  de  la 
cuádruple  alianza  de  Chaumont  y  del  tratado  de 
París  de  30  de  mayo  de  1814.  Ambos  contienen  el 
pacto  de  una  alianza  ofensiva  y  defensiva;  deta- 
llan subsidios  y  anuncian  la  determinación  de 
continuar  la  guerra  hasta  destruir  el  poder  espa- 
ñol, así  como  los  aliados  de  Chaumont  se  ligaron 
para  destruir  a  Napoleón.  También  abrazan  el 
convenio  de  celebrar  una  asamblea  hispanoameri- 
cana, que  nos  sirva  de  consejo  en  los  grandes,  con- 
flictos, de  punto  de  contacto  en  los  peligros  comu- 
nes, de  fiel  intérprete  en  los  tratados  públicos  y 
de  conciliador  de  nuestras  diferencias,  guardando 
en  todo  esto  una  fuerte  analogía  con  las  estipula- 
ciones de  la  paz  del  30  de  mayo. 

Nos  falta  sólo  insistir  en  una  observación  acerca 
del  congreso  de  Viena.  El  se  celebró  después  de  la 
paz  de  París  en  el  centro,  por  decirlo  así,  de  la 
Europa,  donde  siendo  tan  fáciles  y  frecuentes  las 
correspondencias  diplomáticas,  podría  creerse  me- 
nos necesaria  su  reunión  con  objetos  que,  a  pesar 
de  su  importancia,  podían  arreglarse  por  medio 
de  los  mismos  embajadores  que  residen  en  cada 
corte.  Al  contrario,  la  asamblea  hispanoamerica- 
na de  que  se  trata,  debe  reunirse  para  terminar  la 
guerra  con  la  España:  para  consolidar  la  indepen- 
dencia, y  nada  menos  que  para  hacer  frente  a  la 
trernenda  masa  con  que  nos  ainenaza  la  Santa 
Alianza.  Debe  reunirse  en  el  punto  en  que  conven- 
gan las  partes  contratantes,  para  que  las  conferen- 
cias diarias  de  sus  plenipotenciarios  anulen  las 
grandes  distancias  que  separan  a  sus  gobiernos 
respectivos.  Debe,  en  fin,  reunirse,,  porque  los  ob- 
jetos que  ocuparán  su  atención  exigirán  delibera- 


84  BERNARDO    MONTEAGUDO 

clones  simultáneas  que  no  pueden  adoptarse  sino 
por  una  asamblea  de  ministros  cuyos  poderes  e 
instrucciones  estén  llenas  de  previsión  y  de  sa- 
biduría. 

El  segundo  interés  eminentemente  nacional  de 
nuestras  nuevas  repúblicas  es  la  paz  en  el  triple 
sentido  que  abraza  a  las  naciones  que  no  tengan 
parte  en  esta  liga,  a  los  confederados  por  ella,  y 
a  las  mismas  naciones  relativamente  al  equilibrio 
de  sus  fuerzas.  En  los  tres  casos,  sin  atribuir  a  la 
asarrihlea  ninguna  autoridad  coercitiva  que  degra- 
daría su  institución,  con  todo  podemos  asegurar 
que  al  menos  en  los  diez  primeros  años  contados 
desde  el  reconocimiento  de  nuestra  independencia, 
la  dirección  en  grande  de  la  'política  interior  y  ex- 
terior de  la  confederación  debe  estar  a  cargo  de  la 
asamblea  de  sus  plenipotenciarios,  para  que  ni  se 
altere  la  paz  ni  se  compre  su  conservación  con  sa- 
crificio de  las  bases  o  intereses  del  sistema  ameri- 
cano,   aunque  en   la    apariencia  se   consulten   las 
ventajas  peculiares  de  alguno  de  los  confederados. 
Sólo  aquella  misma  asamblea  podrá  también  con 
su  influjo  y  empleando  el  ascendiente  de  sus  au- 
gustos  consejos   mitigar  los  ímpetus  del  espíritu 
de  localidad  que  en  los  jyrimeros  años  será  tan  acti- 
vo como  funesto.  La  nueva  interrupción  de  la  paz 
y  buena  armonía  entre  las  repúblicas  bispanoame- 
ricanas  causaría  una  conflagración  continental   a 
que  nadie  podría  substraerse,  por  más  que  la  dis- 
tancia   favoreciese    al    principio    la    neutralidad. 
Existen    entre   las    repúblicas    liispanoamericanas 
afinidades  políticas  creadas  por  la  revolución,  que 
unidas  a  otras  analogías  morales  y  semejanzas  fí- 
sicas, hacen  que  la  tempestad  que  sufre,  o  el  mo- 
vimiento que  recibe  alguna  de  ellas,   se  comuni- 
que a  las  demás,  así  como  en  las  montañas  que  se 
hallan  inmediatas  se  repite  sucesivamente  el  eco 
del  rayo  que  ha  herido  alguna  de  ellas. 

Esta  observación  es  aplicable,  no  sólo  a  los  ma- 
les de  la  guerra  de  una  república  con  otra,  sino  a 
los  que  trae  consigo  la  pérdida  del  equilibrio  de 
las  fuerzas  de  cada  asociación,  causa  única  de  los 


OBRAS    POLÍTICAS  85 

movimientos  convulsivos  qne  padece  el  cuerpo  po- 
lítico. Ño  es  decir  que  alcance  el  influjo  de  la 
asamblea  ni  el  de  ningún  poder  humano  a  pre- 
venir las  enfermedades  a  que  él  está  sujeto.  Pero 
desechar  por  esto  uno  de  los  mejores  remedios 
que  se  ofrecen,  sería  lo  mismo  que  condenar  la 
medicina  sólo  porque  hay  dolencias  que  ella  no 
alcanza  a  curar  radicalmente.  No  es,  pues,  duda- 
ble que  la  interposición  de  la  asamblea  en  favor 
de  la  tranquilidad  interior,  las  medidas  indirec- 
tas, y,  en  fin,  todo  el  poder  de  la  confederación 
dirigido  a  su  restablecimiento  serán  la  tabla  en 
que  salvemos  de  este  naufragio  que  podría  hacer- 
se universal,  porque  una  vez  subvertido  el  orden, 
el  peligro  corre  hasta  los  extremos. 

Debemos  examinar,  por  conclusión,  el  género 
de  garantías  que  necesitamos,  y  las  probabilida- 
des que  tenemos  de  encontrarlas  todas  en  la  asam- 
blea hispanoamericana,  que  en  este  nuevo  respec- 
to será  tan  ventajosa  para  nuestros  gobiernos  como 
lo  fué  el  Congreso  de  Viena  para  las  monarquias 
del  viejo  nnundo. 

Cada  uno  de  nuestros  gobiernos  ha  adquirido, 
durante  la  contienda  gloriosa  que  hemos  sosteni- 
do contra  la  España,  derechos  incontestables  a  la 
consideración  de  las  autoridades  que  rigen  el  gé- 
nero humano,  bajo  las  varias  formas  que  se  han 
ndoptado  en  los  países  civilizados.  La  resolución 
intrépida  de  ser  libres,  el  valor  en  los  combates, 
y  la  constancia  en  más  de  catorce  años  de  peli- 
gros, han  hecho  familiares  en  todo  el  mundo  los 
nombres  de  pueblos  y  ciudades  de  América,  que 
antes  sólo  eran  conocidos  de  los  mejores  geógra- 
fos. Naturalmente  se  interesó  al  principio  la  cu- 
riosidad, y  por  grados  se  ha  fijado  la  atención  en 
nuestros  negocios. 

El  comercio  ha  encontrado  nuevos  mercados,  el 
buen  éxito  de  sus  especulaciones  ha  revelado  a  los 
gabinetes  de  Europa  grandes  secretos  para  aumen- 
tar su  respectivo  poder,  aumentando  sus  rique- 
zas: todo  ha  contribuido  a  encarecer  la  importan- 
cia política  de  nuestras  repúblicas;  y  los  mismos 


86  BERNARDO    MONTEAGUDO 

partidos  en  que  está  dividida  la  Europa  acerca 
de  nuestra  independencia,  hacen  más  célebres  los 
gobiernos  en  que  se  lia  dividido  el  nuevo  mundo, 
al  sacudir  el  yugo  que  le  oprimía. 

Los  grados  de  respeto,  de  crédito  y  poder  que  se 
acumularán  en  Ja  asamblea  de  nuestros  píenipo- 
tencianos  formarán  una  solemne  garantía  de  nues- 
tra independencia  territorial  y  de  la  paz  interna. 
Al  emprender,  en  cualquiera  parte  del  globo,  la 
subyugación  de  las  repúblicas  hispanoamericanas 
tendrá  que  calcular  el  qne  dirija  esta  empresa, 
no  sólo  las  fuerzas  marítimas  y  terrestres  de  la 
sección  a  que  se  dirige,  sino  las  de  toda  la  Tnasa 
die  los  confederados,  a  los  cuales  se  unirán,  proba- 
blemente, la  Gran  Bretaña  y  los  Estados  Zuñidos: 
tendrá  que  calcular,  no  sólo  el  cúmulo  de  intere- 
ses europeos  y  americanos  que  va  a  violar  en  el 
Perú,  en  Colombia  o  en  Méjico,  sino  en  todos  los 
estados  septentrionales  y  meridionales  de  Améri- 
ca, basta  donde  se  extiende  la  liga  por  la  libertad: 
tendrá  que  calcular  el  entusiasmo  de  los  pueblos 
invadidos,  la  fuerza  de  sus  pasiones,  y  los  recur- 
sos del  despecho,  a  más  de  los  obstáculos  que  opo- 
nen la  distancia  de  ambos  hemisferios,  el  clima 
de  nuestras  costas,  las  escabrosas  elevaciones  de 
los  Andes  y  los  desiertos  que  en  todas  direcciones 
interrumpen  la  superficie  habitable  de  esta  tierra. 

La  paz  interna  de  la  confederación  quedará 
igualmente  garantida  desde  que  exista  una  asam- 
blea en  que  los  intereses  aislados  de  cada  confede- 
rado se  examinen  con  el  mismo  celo  e  imparciali- 
dad que  los  de  la  liga  entera.  No  hay  sino  ^in  se- 
creto para  hacer  sobrevivir  las  instituciones  socia- 
les a  las  vicisitudes  que  las  rodetí^n;  inspirar  con- 
fianza y  sostenerla.  Las  leyes  caen  en  el  olvido,  y 
desaparecen  los  gobiernos,  luego  que  los  pueblos 
reflexionan  que  su  confianza  no  es  ya  sino  la  teo- 
ría de  sus  deseos.  Mas  la  reunión  de  los  hombres 
más  eminentes  por  su  patriotismo  y  luces,  las  re- 
laciones directas  que  mantendrán  con  sus  respecti- 
vos gobiernos  y  los  efectos  benéficos  de  un  sistema 
dirigido  por  aquella  asamblea,  mantendrán  la  con- 


OBRAS    POLÍTICAS  87 

fianza  que  inspira  la  idea  solemne  de  un  congreso 
convocado  bajo  los  auspicios  de  la  libertad,  para 
formar  una  liga  en  favor  de  ella. 

Entre  las  causas  que  pueden  perturbar  la  paz  y 
amistad  de  los  confederados,  ninguna  más  obvia 
que  la  que  resulta  de  la  falta  de  reglas  y  princi- 
pios que  formen  nuestro  derecho  piiblico.  Cada 
día  ocurrirán  grandes  cuestiones  sobre  los  dere- 
chos y  deberes  recíprocos  de  estas  nuevas  repiibli- 
cas.  Los  progresos  del  comercio  y  de  la  navega- 
ción, el  aumento  del  cultivo  en  las  fronteras,  y  el 
resto  de  leyes  y  de  formas  góticas  que  nos  quedan, 
exigirán  repetidos  tratados:  y  de  éstos  nacerán  dhi- 
das  que  servirán  para  evadirlos,  si  al  menos  en  los 
primeros  años,  la  confianza  en  la  imparcialidad 
de  aquella  asamblea,  no  fuese  la  garantía  general 
de  todas  las  convenciones  diplomáticas  a  que  diese 
lugar  el  desenlace  progresivo  de  nuestras  nece- 
sidades. 

Independencia,  paz  y  garantías:  estos  son  los 
grandes  resultados  que  debemos  esperar  de  la  asam- 
blea continental,  segiin  se  ha  manifestado  rápida- 
mente en  este  ensayo.  De  las  seis  secciones  políti- 
cas en  que  está  actualmente  dividida  la  América 
llamada  antes  española,  las  dos  tercias  partes  han 
votado  ya  en  favor  de  la  liga  republicana.  Méjico, 
Colombia  y  el  Peni  han  concluido  tratados  espe- 
ciales sobre  este  objeto.  T  sabemos  que  las  pro- 
vincias unidas  del  centro  de  América  han  dado 
instrucciones  a  su  plenipotenciario  cerca  de  Co- 
lombia y  el  Peni  para  acceder  a  aquella  liga.  Des- 
de el  mes  de  marzo  de  1822,  se  publicó  en  Guate- 
mala en  El  Amigo  de  la  Patria,  un  artículo  sobre 
este  plan,  escrito  con  todo  el  fuego  y  elevación 
que  caracterizan  a  su  ilustrado  autor  el  señor 
Valle.  Su  idea  madre  es  la  misma  que  ahora  nos 
ocupa:  formar  un  foco  de  luz  que  ilumine  a  la 
América:  crear  un  poder  que  una  las  fuerzas  de 
catorce  millones  de  individuos:  estrechar  las  rela- 
ciones de  los  americanos,  uniéndolos  por  el  gran 
lazo  de  un  congreso  común,  para  que  aprendan  a 
identificar  sus  intereses  y  formar  a  la  letra  una 


88  BERNARDO    MONTEAGUDO 

sola  familia.  Tenemos  fundadas  razones  para  creer 
que  las  secciones  de  Cliile  y  el  Río  de  la  Plata  de- 
ferirán también  al  consejo  de  sus  intereses;  en- 
trando en  el  sistema  de  la  mayoría,  como  el  único 
capaz  de  dar  a  la  América,  que  por  desgracia  se 
llamó  antes  española,  independencia,  paz  y  ga- 
rantías. 


LIBRO   III 

PROPAGANDA    REVOLUCIONARIA 

(1811-1821) 


El  vasallo  de  la  ley  al  Editor 

Si  para  ser  libres  bastara  el  deseo  de  serlo,  niu- 
gún  pueblo  sería  esclavo:  mas  por  desgracia  esta 
tendencia  natural  de  todo  ser  que  piensa,  encuen- 
tra escollos  mucbas  veces  inaccesibles  a  la  imbe- 
cilidad del  bombre,  no  sólo  en  las  naciones  cuya 
suerte  ha  sido  envejecerse  sin  perfeccionar  su  cons- 
titución política,  sino  aun  en  aquellas  que  pare- 
cen destinadas  a  presidir  el  destino  de  las  demás. 
En  las  unas  la  corrupción  y  el  fomento  de  las  pa- 
siones terminan  la  época  de  su  libertad,  en  las 
otras  la  ignorancia  y  el  temor  de  los  contrastes 
consiguientes  a  las  grandes  revoluciones,  retardan 
el  día  de  su  esplendor  y  exaltación.  Desgraciado  el 
pueblo  que  poseído  de  esa  pasión  fanática,  mira 
sus  primeros  males  como  un  reclamo  anticipado 
de  sus  últimas  desgracias,  y  felices  las  provincias 
del  Río  de  la  Plata,  que  sin  embargo  del  suceso 
desgraciado  de  nuestras  armas  en  la  jornada  del 
20  de  junio  ban  mostrado  la  mayor  firmeza,  y  en 
los  más  críticos  momentos  lian  sabido  calcular  las 
ventajas  que  podemos  sacar  de  aquella  misma  ca- 
tástrofe, triste  resultado  de  una  combinación  de 
circunstancias,  que  por  un  doble  interés  se  anun- 
ciará a  la  faz  del  mundo  para  satisfacción  de  los 
pueblos  que  han  jurado  por  ser  libres. 

De  necesidad  ha  de  llegar  este  caso,  mas  entre- 
tanto ningún  sensato  podrá  mirar  con  indiferen- 
cia la  nota  indiscreta,  que  en  la  Gaceta  extraordi- 
naria del  jueves  pone  el  editor  en  los  illtimos  pe- 
ríodos de  las  reflexiones  de  Juan  Sin  Tierra.  Allí 
llama  a  los  agentes  de  la  expedición  del  Perú  sa- 
crilegos profanadores  de  nuestra  santa  causa.  No 
son  éstas  las  producciones  que  inspira  el  espíritu 


92  BERNARDO    MONTEAGUDO 

piíblico  y  el  patriotismo  ilustrado.  Nuestro  mis- 
mo gobierno  ha  jurado  respetar  la  seguridad  in- 
dividual de  todo  ciudadano,  j^  una  de  las  más 
augustas  prerrogativas  que  derivan  de  aquélla  es 
no  juzgar  delincuente  a  ningún  hombre,  mientras 
los  ministros  de  la  ley  no  le  declaren  tal:  es  decir, 
que  el  editor  se  ha  arrogado  el  derecho  de  preve- 
nir en  su  juicio  a  todos  los  pueblos,  inspirándoles 
sentimientos  parciales  eversivos  de  la  armonía  ci- 
vil, único  sostén  de  la  libertad.  Declarar  por  sa- 
crilegos profanadores  de  nuestra  santa  causa  a 
los  agentes  de  la  expedición  del  Perú,  con  una 
expresión  general  que  envuelve  aiín  a  aquellos 
cuyas  virtudes  públicas  no  se  pueden  poner  en 
problema,  sin  presentar  a  los  pueblos  un  monstruo 
de  contradicción  entre  lo  que  anuncia  el  editor, 
y  lo  que  ellos  mismos  han  palpado:  juzgar,  en  una 
palabra,  por  enemigos  de  nuestra  santa  causa  a 
los  que  ya  la  han  salvado  en  otros  conflictos,  y  a 
los  qne  sólo  han  omitido  los  sacrificios  que  eran 
superiores  a  los  esfuerzos  de  su  celo:  aventurar  un 
juicio  prematuro  que  contradice  la  imparcialidad 
que  debe  animar  al  que  se  crea  digno  de  ser  libre ; 
es  una  ligereza  que  examinada  en  el  tribunal  de 
la  razón,  más  bien  debe  mirarse  como  el  eco  de 
una  pasión  electrizada,  que  como  el  desahogo  de 
un  celo  exaltado.  Convengo  en  que  algunos  simu- 
lados patriotas  que  nunca  debieron  merecer  la  con- 
fianza piíblica,  han  prostituido  su  carácter  y  eclip- 
sado la  gloria  de  nuestras  armas:  yo  soy  el  primer 
enemigo  de  éstos,  y  el  día  de  su  castigo  lo  será  de 
la  mayor  satisfacción  para  todos  los  hombres  li- 
bres; pero  también  sabe  la  América  toda,  y  me  re- 
mito a  lo  que  de  oficio  han  informado  anterior- 
mente las  provincias  ocupadas  hoy  por  las  armas 
agresoras  de  Lima,  que  entre  los  agentes  de  aque- 
lla expedición  han  habido  hombres  tan  celosos  de 
la  felicidad  general,  que  el  más  virtuoso  esparta- 
no admiraría  sxi  conducta  con  emulación. 

Ciudadanos  do  la  América  del  f^ud.  jamás  po- 
dremos ser  libres  si  no  damos  de  mano  a  las  pa- 
siones: para  llegar  al  santuario  de  la  libertad,  es 


OBRAS    POLÍTICAS  93 

preciso  pasar  por  el  templo  de  la  virtud.  La  liber- 
tad no  se  adquiere  con  sátijas  injuriosas,  ni  con  dis- 
cursos vacíos  d©  sentido :  jamás  violemos  los  dere- 
chos del  hombre,  si  queremos  establecer  la  constitu- 
ción que  los  garantiza.  La  imparcialidad  presida 
siempre  a  nuestros  juicios,  la  rectitud  y  el  espí- 
ritu público  a  nuestras  deliberaciones,  y  de  este 
modo  la  patria  vivirá  y  vivirá  a  pesar  de  los  ti- 
ranos. 

{Gaceta  de  Buenos  Aires,  noviembre  29  de  1811.) 


Causa  de  las  causas  < 

Es  más  fácil  conocer  el  genio  y  carácter  de  la 
especie  humana,  que  calcular  el  de  sus  individuos: 
la  diferencia  entre  éstos  es  tan  notable,  que  algu- 
nos filósofos  han  llegado  a  dudar  la  unidad  de 
aquélla.  Así  las  más  profundas  observaciones  so- 
bre el  espíritu  humano  burlan  siempre  la  esperan- 
za del  pensador,  que  cree  resolver  problemas,  cuan- 
do en  realidad  no  hace  sino  proponer  otros  nue- 
vos. Por  todas  partes  veo  al  hombre  empeñado  en 
parecer  virtuoso,  y  en  merecer  la  consideración 
de  sus  semejantes:  pero  también  le  veo  abusar  lue- 
go de  esta  estimación,  que  usurpó  su  hipocresía. 
Y  observando  después  su  humildad  antes  de  obte- 
nerla, su  altivez  luego  que  la  esperó,  y  su  ingra- 
titud apenas  la  obtuvo ;  desconozco  al  hombre  en 
el  hombre  mismo,  y  veo  que  un  solo  individuo  es 
tan  diferente  de  sí  propio  según  las  circunstan- 
cias como  lo  es  de  los  demás  en  razón  de  su  varia 
organización.  Infiero  de  todo  esto,  que  en  tan  obs- 
curo dédalo  sólo  la  experiencia  podrá  fijar  los  ele- 
mentos del  criterio,  y  descubrir  las  pasiones  do- 
minantes, los  vicios  favoritos,  y  las  virtudes  ge- 
niales de  cada  hombre.  Ninguna  época  favorece 
más  este  descubrimiento,  que  aquella  en  que  las 
naciones  publican  ya  el  prólogo  de  sus  nuevos 
anales:  entonces  se  presentan  héroes  que  admiran, 


94  BERNARDO    MONTEAGUDO 

imbéciles  que  provocan,  almas  generosas,  fríos 
egoístas,  celosos  patronos  de  la  especie  humana, 
hipócritas  defensores  de  su  causa,  hombres,  en 
fin,  que  hasta  llenar  la  esperanza  de  sus  pasio- 
nes, son  incorruptibles  y  virtuosos.  Ocupar  a  unos 
y  otros  indistintamente,  es  de  necesidad  en  los 
principios:  preferir  el  vicioso  al  recto  de  corazón, 
creyendo  encontrar  las  virtudes  de  un  Cincinnato 
en  quien  sólo  tiene  la  ambición  y  maldades  de  un 
Apio,  es  consiguiente  a  las  dificultades  que  he 
notado.  Desenvolvamos  estos  principios,  aplicán- 
dolos a  nuestra  revolución. 

Instalada  en  la  capital  de  los  pueblos  libres  la 
primera  Junta  de  gobierno,  empezó  nuestra  revo- 
lución a  hacer  tan  rápidos  progresos,  que  el  que 
se  detenía  a  observar  su  estado  a  los  seis  meses, 
padecía  la  agradable  e  involuntaria  ilusión  de 
dudar  que  aquella  fuese  la  obra  de  sus  coetáneos. 
Eeducida  la  capital  al  estrecho  círculo  de  sí  mis- 
ma, emprende,  sin  embargo,  dos  expediciones  al 
occidente  y  al  norte  sin  más  objeto  que  llevar  por 
todas  partes  el  estandarte  de  la  libertad.  Sus  ar- 
mas triunfan  de  la  tiranía,  los  pueblos  proclaman 
vsu  adhesión  y  el  eco  del  patriotismo  resuena  por 
todas  partes.  ¡  Qué  energía  en  el  sistema,  qué  acier- 
to en  las  deliberaciones,  qué  concepto  entre  nues- 
tros mismos  enemigos  que  empezaban  a  tributarnos 
el  homenaje  del  temor!  Pero  j'a  se  acercaba  el  tiem- 
po en  que  las  pasiones  hablasen  su  lenguaje  natu- 
ral, y  se  descubriesen  los  hipócritas  cooperadores 
de  esta  grande  obra.  D.  Cornelio  Saavedra,  a  quien 
por  condescendencia  a  las  circunstancias  se  le  noni- 
bró  presidente  de  gobierno,  no  pudo  ver  con  indi- 
ferencia la  Gaceta  del  6  de  diciembre,  que  desde 
luego  hacía  un  contraste  a  sus  proyectos  de  ambi- 
ción; y  emprende  para  llevarlos  adelante,  la  in- 
corporación de  los  Diputados  de  las  provincias  a 
la  Junta  Gubernativa.  El  no  dudaba  que  entre 
éstos  encontraría  facciosos  capaces  de  prostituir 
su  misión,  y  no  se  engañó  en  su  cálculo. 

Desde  luego  era  de  esperar  que  todo  paso  que 
diesen  los  diputados  fuera  del  objeto  de  su  con- 


OBRAS    POLÍTICAS  95 

vocacióii  sería  tan  peligroso  como  ilegal:  ningún 
pueblo  les  delegó  más  poderes,  que  los  de  legislar 
y  fijar  la  constitución  del  Estado:  hasta  el  acto  de 
la  apertura  del  Congreso  no  podía  tener  ejercicio 
su  delegación,  ni  darles  derecho  a  tomar  parte  en 
el  sistema  provisional.  Mas  precindamos  de  esta 
controversia,  y  contraigamos  la  atención  a  la  rea- 
lidad de  los  males  que  nos  causó  su  incorporación. 
¡Ah!  ¿Quién  no  ve  que  el  18  de  diciembre  fué 
como  el  crepúsculo  funesto  del  6  de  abril?  Siga- 
mos el  orden  de  los  tiempos. 

No  era  fácil  subsistiese  la  concordia  entre  los 
nuevos  gobernantes  y  los  antiguos ;  y  era  muy  na- 
tural que  el  que  en  los  últimos  había  descubierto 
un  contraste  a  su  ambición,  aspirase  a  buscar  en 
los  primeros  el  apoyo  de  sus  miras.  Inmediata- 
mente se  suscitó  una  rivalidad  entre  unos  y  otros, 
se  formó  una  facción,  el  más  ambicioso  se  hizo 
jefe  de  partido,  y  el  más  dispuesto  a  la  cabala,  se 
encargó  de  sostenerlo.  Desde  entonces  se  meditan 
medios  para  desembarazarse  de  los  que  por  su  celo 
serían  siempre  unos  rígidos  censores  de  la  facción: 
lo  consiguen  con  el  secretario  de  gobierno,  y  pre- 
paran asechanzas  a  los  demás  para  arrojarlos  a  su 
tiempo  del  gobierno  y  de  sus  domicilios  por  un 
nuevo  y  escandaloso  ostracismo.  Desde  entonces  el 
espíritu  público  se  apaga,  el  sistema  desfallece, 
progresa  la  discordia,  5^  empiezan  a  decrecer  nues- 
tras glorias:  ya  no  se  habla  sino  de  facciones,  las 
magistraturas  y  los  empleos  públicos  se  distribu- 
yen sólo  a  los  parciales,  y  los  pueblos  observan  con 
escándalo  esta  mudanza:  los  ejércitos  que  estaban 
en  campaña  sienten  los  efectos  de  la  desorganiza- 
ción, se  enerva  su  espíritu  marcial,  y  vacilan  so- 
bre la  conformidad  de  los  nuevos  gobernantes  con 
el  plan  de  salvar  la  patria. 

Todas  las  pasiones  tienen  una  gravitación  mo- 
ral hacia  su  objeto,  que  precipita  necesariamente 
a  los  que  están  poseídos  de  ellas:  su  influencia 
llega  a  tal  grado,  que  se  confunde  el  disimulo  con 
el  escándalo,  y  esta  es  ya  la  época  de  su  explosión: 
así  sucedió  el  6  de  abril,  día  en  que  el  crimen  triun- 


96  BEElsARDO    MONTEAGÜDO 

fante  se  burló  de  la  virtud  proscrita.  Los  funcio- 
narios más  celosos,  los  ciudadanos  más  irrepren- 
sibles son  desterrados,  conducidos  a  prisiones  y 
declarados  reos  contra  la  patria.  Corrompida  y  se- 
ducida la  hez  del  pueblo  se  presenta  amotinada, 
y  condena  ciegamente  sin  saber  a  quién,  semejan- 
te a  aquel  ateniense  que  firmaba  el  destierro  de 
Arístides  sin  conocerle.  Al  fin  la  maldad  consumó 
sus  designios:  mas  era  preciso  que  para  alucinar 
al  vulgo,  interesase  a  la  Deidad  misma  disponien- 
do una  solemne  acción  de  gracias  por  el  triunfo 
que  acababa  de  obtener  sobre  los  enemigos  irrecon- 
ciliables del  crimen,  y  los  más  fieles  amigos  de  la 
patria.  Así  lo  realizaron,  y  celebrada  esta  sacrile- 
ga demostración  con  todos  los  aparatos  de  una  hi- 
pocresía fanática,  publican  después  un  manifiesto 
que  en  el  concepto  imparcial  de  las  naciones,  se 
mirará  siempre  como  el  proceso  de  sus  autores;  y 
fiados  en  su  precaria  magistratura,  el  ambicioso 
consiente  en  ser  un  déspota,  su  intrigante  Mece- 
nas espera  ser  el  arbitro  de  la  constitución,  y  los 
demás  satélites  creen  que  de  su  mano  sola  pende 
ya  el  destino  de  los  hombres:  ¡  insensatos!  ellos  po- 
drán hacer  gemir  por  algún  tiempo  a  todos  los 
hombres  de  bien,  ellos  podrán  desorganizar  el  sis- 
tema, viciar  la  administración  pública  y  causar 
escándalos  funestos  en  el  ejército  del  Perú,  donde 
he  visto  por  mis  propios  ojos  cuanto  perdió  la  ener- 
gía de  nuestras  tropas  en  ventaja  del  enemigo  (1) ; 
pero  su  plan  es  frágil,  sus  recursos  insuficientes, 
y  ya  los  defensores  de  la  libertad  meditan  poner 
límites  a  la  arbitrariedad  por  medio  de  la  crea- 
ción de  un  poder  ejecutivo  que  cambiará  el  aspec- 
to general  de  nuestros  negocios. 

Nada  digo  que  no  esté  probado  por  los  hechos: 
los  mismos  pueblos  que  lloraban  poco  ha  la  corrup- 
ción del  gobierno  antiguo,  ven  hoj'  con  asombro 

(1)  Goyeneche  celebró  con  fastuoso  aparato  las  noticias  del  6  de 
abril,  éste  es  un  hecho;  y  también  lo  es,  que  el  diputado  de  Córdoba 
escribió  a  don  Domingo  Tristán  interesándole  en  sumo  grado  sostu- 
viese y  apoyase  la  conducta  que  observó  el  gobierno  en  aquel  día  de 
proscripción. 


OBRAS    POLÍTICAS  97 

la  imparcialidad  y  el  espíritu  de  vida  que  anima 
las  deliberaciones  del  actual:  habrán  tenido  sin 
duda  el  dolor  de  ver  prostituidos  a  algunos  de  sus 
delegados  (2),  mas  también  han  recibido  una  sa- 
ludable lección  para  proceder  con  más  escrúpulo 
a  confiar  el  depósito  sagrado  de  su  representación, 
y  no  aventurar  su  suerte  seducidos  de  un  celoso 
hipócrita,  de  un  sofista  razonador,  o  de  un  simu- 
lado patriota.  La  introducción  de  esta  clase  de 
hombres  al  gobierno  nos  ha  causado  todos  aque- 
llos males,  y  hemos  estado  espuestos  a  verlos  re- 
producidos el  7  del  presente.  Este  era  el  conato 
de  los  parricidas  de  la  patria,  esta  su  intención: 
ellos  hubieran  querido  destruir  a  los  hombres  de 
bien,  y  cobrar  con  usura  lo  que  habían  perdido 
sus  pasiones:  ellos  quisieron  a  costa  de  la  sangre 
del  incauto  soldado,  subvertir  el  orden  y  triunfar 
de  los  que  aman  la  justicia;  pero  se  engañaron,  3' 
ahora  conocerá  el  mundo  a  los  que  son  el  oprobio 
de  nuestra  raza,  y  la  causa  de  nuestros  pasos  re- 
trógrados y  de  todas  nuestras  anteriores  desgra- 
cias. ¡Pueblos!  ya  habéis  visto  cuan  fácil  es  con- 
fundir el  egoísmo  con  la  generosidad,  y  preferir 
al  vicioso  creyendo  encontrar  en  él  un  héroe:  vues- 
tros errores  son  nuevas  lecciones  para  el  acierto: 
ya  habéis  tenido  tiempo  para  conocer  a  los  hom- 
bres, y  discernir  el  lugar  que  ocupa  en  su  corazón 
el  amor  a  la  patria:  no  os  asusten  los  males  pasa- 
dos, ellos  eran  obra  de  la  necesidad  y  del  poco  co- 
nocimiento de  los  hombres:  ningún  pueblo  fué  fe- 
liz, sin  que  aprendiese  antes  a  serlo  en  la  escuela 
del  sufrimiento  y  la  desgracia:  renovad  vuestros 
esfuerzos,  reiterad  vuestros  juramentos,  y  abre- 
viad la  obra  cuya  perfección  esperan  con  impa- 
ciente interés  la  naturaleza  y  la  razón. 

(Id.,  diciembre  20  de  1811.) 


(2)  Todos  conocen  a  los  que  se  han  distinguido  por  su  celo,  y  los 
pueblos  que  los  diputaron  deben  creerse  felices  por  la  elección  que 
hicieron. 


98  BERNARDO    MONTEAGUDO 


A  las  americanas  del  sud 

Mientras  la  sensibilidad  sea  el  atributo  de  nues- 
tra especie,  la  belleza  será  el  arbitro  de  nuestras 
afecciones;  y  señoreándose  siempre  el  seso  débil 
del  robusto  corazón  del  hombre,  será  el  primer  mo- 
delo de  sus  costumbres  piiblicas  y  privadas.  Esta 
invencible  inclinación  a  esa  preciosa  parte  de  la 
humanidad,  influye  sobre  nuestras  acciones  en  ra- 
zón combinada  de  la  dependencia  en  que  estamos 
de  ella,  dependencia  que  variando  en  el  modo  sin 
decrecer  en  su  fuerza,  sigue  todos  los  períodos  de 
nuestra  edad,  anunciándose  por  medio  de  nuestras 
progresivas  necesidades.  Débiles  y  estúpidos  en  la 
infancia,  incautos  y  desprovistos  en  la  puerilidad, 
nuestra  existencia  sería  precaria  sobre  la  tierra 
sin  los  auxilios  de  este  sexo  delicado.  Mas  luego 
que  el  hombre  adquiere  ese  grado  de  fuerza  y  vi- 
gor propio  de  su  organización,  un  nuevo  estímulo 
anuncia  su  dependencia,  y  la  naturaleza  despliega 
a  sus  ojos  el  objeto  de  su  inclinación.  Esta  es  la 
época  que  fija  su  carácter,  y  determina  su  conduc- 
ta: él  pone  entonces  en  obra  todos  los  medios  ca- 
paces de  facilitarle  la  satisfacción  de  una  nueva 
necesidad  que  no  puede  resistir.  Si  ve  que  la  vir- 
tud asegura  sus  deseos,  será  virtuoso  al  menos  en 
apariencia ;  si  concibe  que  la  ilustración  y  el  valor 
apoyan  su  esperanza,  él  procurará  ilustrarse,  me- 
recer el  concepto  de  g'uerrero;  si  conoce,  en  fin, 
que  el  amor  a  la  patria  es  capaz  de  recomendar 
su  persona  y  favorecer  su  solicitud,  él  será  patrio- 
ta al  principio  por  interés  y  luego  por  convicción, 
pues  muy  luego  se  persuade  el  entendimiento, 
cuando  se  interesa  el  corazón.  La  consecuencia 
que  voy  a  deducir  es  fácil  prevenirla:  uno  de  los 
medios  de  introducir  las  costumbres,  fomentar  la 
ilustración  en  todos  sus  ramos,  y  sobre  todo,  esti- 
mular y  propagar  el  patriotismo  es  que  las  señoras 
americanas  hagan  la  firme  y  virtuosa  resolución 
de  no  apreciar  ni  distinguir  más  que  al  joven  mo- 


OBRAS    POLÍTICAS  99 

ral,  ilustrado,  útil  por  sus  conocimientos,  y  sobre 
todo  patriota,  amante  sincero  de  la  libertad,  j 
enemigo  irreconciliable  de  los  tiranos.  Si  las  ma- 
dres y  esposas  hicieran  estudio  de  inspirar  a  sus 
hijos,  maridos  y  domésticos  estos  nobles  sentimien- 
tos, y  si  aquéllas,  en  fin,  que  por  sus  atractivos 
tienen  derecho  a  los  homenajes  de  la  juventud, 
emplearan  el  imperio  de  su  belleza  y  artificio  na- 
tural en  conquistar  desnaturalizados  y  electrizar 
a  los  que  no  lo  son,  ¿qué  progresos  no  haría  nues- 
tro sistema?  Sabemos  que  en  las  grandes  revolu- 
ciones de  nuestros  días  el  espíritu  público  y  el 
amor  a  la  libertad  han  caracterizado  dos  nacio- 
nes célebres,  aunque  no  igualmente  felices  en  el 
suceso,  debiéndose  este  efecto  al  bello  sexo  que 
por  medio  de  cantos  patrióticos  y  otros  insinuan- 
tes recursos  inflamaba  las  almas  menos  sensibles, 
y  disponía  a  los  hombres  libres  a  correr  gustosos 
al  patíbulo  por  sostener  la  majestad  del  pueblo. 
Americanas:  os  ruego  por  la  patria  que  desea  ser 
libre,  imitéis  estos  ejemplos  de  heroísmo  y  coad- 
yuvéis a  esta  obra  con  vuestros  esfuerzos:  mostrad 
el  interés  que  tenéis  en  la  suerte  futura  de  vues- 
tros hijos,  que  sin  duda  serán  desgraciados,  _si  la 
América  no  es  libre:  5^  mientras  el  soldado  sacri- 
fica su  vida,  el  magistrado  su  quietud  y  el  políti- 
co se  desvela  por  la  salud  pública,  haced  resonar 
por  todas  partes  el  eco  patético  de  vuestra  voz,  re- 
pitiendo la  viva  exclamación  que  hacía  en  nuestra 
época  una  peruana  sensible.  ¡Libertad,  libertad 
sagrada,  yo  seguiré  tus  pasos  hasta  el  sepulcro 
mismo ! ! !  y  al  lado  de  los  héroes  de  la  patria  mos- 
trará el  bello  sexo  de  la  América  del  Sud  el  inte- 
rés con  que  desea  ver  expirar  al  último  tirano,  o 
rendir  el  supremo  aliento  antes  que  ver  frustra- 
do el  voto  de  las  almas  fuertes  (3). 

(Id.,  diciembre  20  de  181L) 


(3)    En  mi  primera  Gaceta,  que  es  la  del  número  12,  interesé  a  los 
ciudadanos  ilustrados  para  que  desplegasen  sus  talentos  en  obsequio 


100  BERNAEDO    MONTEAGUDO 


Crimen  de  lenidad 

El  temor  y  la  esperanza  son  los  únicos  resortes 
del  corazón  humano,  y  la  influencia  combinada 
de  estos  dos  principios  determina  en  el  hombre 
desde  la  infancia  de  su  ser,  sus  inclinaciones  y 
sentimientos,  según  la  prevención  de  su  juicio 
hacia  los  objetos  de  su  voluntad.  Calculado  este 
principio  sería  muy  fácil  conducirle,  si  multipli- 
cándose los  errores,  las  preocupaciones  y  los  vi- 
cios de  la  especie,  no  se  disminuyesen  e  inutiliza- 
sen los  medios  de  estimular  con  acierto,  aquellos 
dos  grandes  móviles  de  la  voluntad  de  los  indivi- 
duos. En  todas  las  edades  y  en  todos  los  climas 
propende  al  bien,  y  detesta  el  mal  todo  ser  que 
piensa ;  pero  son  muy  pocas  las  almas  fuertes  que 
aborrecen  a  éste  y  detestan  a  aquél  sin  esperar  ni 
temer;  y  aunque  en  las  revoluciones  que  de  tiem- 
po en  tiempo  causa  el  eco  de  la  naturaleza,  que  re- 
clama la  independencia  de  los  hombres,  afecten 
algunas  almas  ese  temple  privilegiado,  yo  creo 
que  nunca  más  que  entonces  obran  la  esperanza 
y  el  temor.  Ojalá  que  el  objeto  de  la  una  sólo  fue- 
se la  libertad  y  el  estímulo  del  otro  la  servidum- 
bre. Por  desgracia  veo  yo  siempre  confundidos  y 
adulterados  estos  sentimientos,  y  los  hombres  cuyo 
ejemplo  podría  fijar  la  imitación  de  los  demás, 
parece  que  sólo  son  sensibles  a  la  prosperidad  pú- 
blica cuando  ésta  asegura  la  suya,  y  que  sólo  te- 
men la  ruina  de  sus  semejantes,  porque  temen  la 
propia,  y  porque  ven  frustrado  el  cálculo  de  sus 
pasiones. 

Esta  degradante  pero  justa  observación,  nos 
pone  en  la  necesidad  de  esperar  más  de  la  influen- 
cia de  las  pasiones,  que  del  ascendiente  de  la  vir- 

de  la  libertad:  estoy  distante  de  hacerles  la  injuria  de  creer  se  desentien- 
dan de  tan  justa  insinuación:  y  si,  como  no  lo  espero,  incurren  en  esta 
omisión,  me  lisonjeo  de  que  el  bello  sexo  corresponderá  a  mis  esperan- 
zas, y  dará  a  los  primeros  lecciones  de  energía  y  entusiasmo  por  nues- 
tra santa  causa. 


OBRAS    POLÍTICAS  101 

tud,  estimulando  al  hombre  por  los  principios  de 
su  conveniencia,  antes  que  por  los  elementos  de  sus 
deberes.  Las  penas  y  las  recompensas  imparcial- 
mente  dispensadas,  deben  ser  la  égida  de  nuestra 
constitución:  sólo  aquéllas  pondrán  freno  al  furor 
de  nuestros  enemigos,  disminuj^endo  el  número 
de  sus  envilecidos  satélites;  y  sólo  éstas  fijarán 
la  opinión  del  frío  e  ignorante  egoísta,  que  no 
conoce  otra  norma  de  sus  deberes  que  su  conve- 
niencia individual.  Yo  me  avergüenzo  de  sentar 
una  proposición,  que  manifiesta  desde  luego  el 
poco  espíritu  público  que  nos  anima.  ¿Pero  qué 
serviría  elogiar  las  costumbres  de  unos  pueblos  in- 
fantes, que  hasta  hoy  no  merecen  sino  la  compa- 
sión de  los  filósofos?  Sería  muy  fácil,  que  creyén- 
dose ya  dignos  de  ser  alabados,  sin  haber  mejora- 
do antes  su  conducta,  se  lisonjeasen  de  ser  lo  que 
deben  ser,  sin  ser  más  de  lo  que  son.  Yo  me  he 
propuesto  en  todas  las  gacetas  que  dé  al  públi- 
co (4),  no  usar  de  otro  lenguaje  que  del  de  un  ver- 
dadero republicano ;  y  no  elogiar,  ni  deprimir  ja- 
más en  mis  conciudadanos,  sino  la  virtud  y  el 
vicio.  Quizá  se  mirarán  mis  discursos  como  una 
sátira  inútil  contra  nuestras  costumbres,  pero  yo 
quiero  decir  lo  que  siento,  aunque  mi  persua- 
sión no  iguale  a  mi  celo. 

Mi  objeto  actual  es  desenvolver  los  anteriores 
principios,  y  demostrar  que  nada  ha  perjudicado 
más  los  progresos  de  nuestro  sistema,  como  la  in- 
dulgencia y  lenidad  con  los  enemigos  de  él.  In- 
capaces ciertamente  de  seguir  otro  impulso  que 
el  del  temor  del  castigo,  y  acostumbrados  a  juz- 
gar de  la  energía  y  dignidad  de  los  gobernantes 
por  el  número  de  las  víctimas  que  inmolaban  an- 
tes al  despotismo,  han  creído  que  sus  mismos  crí- 
menes eran  el  antemural  que  los  defendía  del  ri- 
gor de  las  leyes,  y  que  para  estar  seguros  era  pre- 
ciso ser  delincuentes.  Hasta  ahora  he  visto  des- 
mentida esta  verdad,  desde  las  márgenes  del  Des- 
aguadero hasta  las  del  Eío  de  la  Plata  que  acabo 

(4)    Son  las  de  los  viernes. 


103  BERNARDO  MONTE AGUDO 

de  observar;  y  no  puedo  meditar  sin  emoción, 
cómo  entre  la  multitud  de  hombres  que  desde  el 
principio  se  declararon  rivales  de  la  causa  de  la 
naturaleza,  no  ha  habido  uno,  uno  solo  que  des- 
pués haj-a  abrogado  sus  errores  y  corregido  su 
conducta:  observo  que  a  lo  más  han  afectado  en 
público  esta  enmienda,  mientras  en  secreto  sólo 
han  trabajado  en  combinar  subversiones,  prepa- 
rar trastornos  y  frustrar  el  voto  de  los  corazones 
rectos.  ¿Cuál  es  aquél,  que  convencido  por  los  dis- 
cursos públicos  de  la  liberalidad  y  justicia  de 
nuestras  intenciones,  ha  desertado  de  las  bande- 
ras de  la  tiranía  y  ha  abandonado  el  partido  de 
esos  estúpidos  y  envilecidos  liberticidas?  Los  dis- 
cursos más  elocuentes  y  persuasivos,  apenas  han 
servido  para  lisonjear  por  un  momento  la  espe- 
ranza de  las  almas  sensibles,  que  contando  con  la 
innata  propensión  del  hombre  a  su  felicidad, 
creían  que  animada  la  elocuencia  del  atractivo 
de  ventajas  reales,  haría  un  contraste  a  la  indife- 
rencia, a  la  rivalidad  y  a  las  pasiones. 

Una  conducta  tan  contraria  a  las  especulacio- 
nes políticas  y  tan  ajena  de  los  cálculos  de  la  pru- 
dencia, parece  menos  extraña  y  reprensible  en 
aquella  clase  de  pueblo,  que  por  haber  sido  siem- 
pre la  depositaria  de  los  errores  y  preocupaciones, 
estaba  más  acostumbrada  al  yugo  de  la  esclavitud. 
Pero  yo  veo,  que  los  mismos  que  podían  ilustrar- 
la, han  sido  los  primeros  en  corromperla,  ofrecién- 
dole continuamente  ejemplos  de  obstinación,  de 
hipocresía  y  de  maldad.  De  aquí  han  resultado 
los  tumultos  y  sediciones  repetidas  hasta  hoy  en 
distintos  puntos:  de  aquí  la  osadía  y  esfuerzo  de 
niiestros  enemigos  exteriores,  que  prevalidos  de 
sus  agentes  internos  daban  por  ciertas  nuestras 
desgracias,  aun  cuando  el  triunfo  parecía  estar 
escrito  sobre  nuestras  armas:  de  aquí  la  insuficien- 
cia de  nuestros  recursos  y  medidas,  casi  siempre 
frustradas  insensiblemente  por  esa  sorda  y  tenaz 
facción,  que  segura  de  la  impunidad  hace  frente 
a  la  opinión  pública:  de  aquí,  por  líltimo,  la  lan- 
guidez y  el  abandono  de  algunos  buenos  ciudada- 


OBRAS    POLÍTICAS  103 

nos,  que  desesperaban  de  ver  triunfante  la  virtud, 
mientras  fuese  tolerado  el  crimen. 

Unas  consecuencias  tan  funestas  como  necesa- 
rias a  la  impunidad,  han  retardado  sin  duda  los 
progresos  de  nuestra  revolución,  sin  que  el  siste- 
ma de  indulgencia  y  nioderantismo  liaya  produ- 
cido la  más  pequeña  ventaja,  capaz  de  compensar 
en  algiín  modo  nuestros  decrementos.  Por  todas 
partes  veo  armados  contra  la  patria  a  los  mismos 
que  nuestra  lenidad  había  salvado,  en  circuns- 
tancias que  su  suerte  dependía  de  nuestro  fallo. 
Yo  veo  en  los  pueblos  del  Perú,  ocupados  hoy  por 
las  armas  insurgentes  de  Lima,  que  nada  ha  sido 
más  perjudicial  a  las  nuestras,  como  la  toleran- 
cia de  los  apóstoles  del  despotismo  (5):  entre  és- 
tos veo  al  arzobispo  de  Charcas,  hacer  donativos, 
predicar  homilias,  lisonjear  servilmente  al  desna 
turalizado  Goyeneche,  y  emprender,  en  fin,  un 
viaje  molesto  desde  la  Plata  a  Potosí,  sólo  por 
hacer  las  exequias  fiínebres  a  las  execrables  som- 
bras de  Sanz,  ISTieto  y  Córdoba:  entre  éstos  veo  a 
los  que,  refugiados  antes  al  asilo  de  nuestra  indul- 
gencia, obtienen  hoy  las  magistraturas  de  aque- 
llas provincias,  sirviendo  de  apoyo  a  los  apurados 
proyectos  del  invasor:  entre  éstos  veo,  en  fin,  a  los 
que  en  el  T  del  corriente  conspiraron  contra  la  paz 
pública,  seduciendo  a  una  parte  de  las  legiones 
de  la  patria;  y  concluyo  de  todo  esto,  que  no  cau- 
sando la  lenidad  otro  efecto  que  subversiones, 
conjuraciones  y  males  irreparables,  la  indulgencia 
nos  hará  cómplices  en  la  ruina  de  la  libertad  si 
en  adelante  ponemos  en  una  misma  línea  al  que 
desea  salvar  la  patria  y  al  aue  ha  jurado  elevarse 
sobre  sus  ruinas.  Ministros  de  la  ley,  funcionarios 
públicos,  magistrados  de  un  pueblo  que  desea  ser 
libre:  mientras  no  veamos  perfeccionada  nuestra 
grande  obra,  mientras  fluctuemos  entre  el  temor 

(5>  Muchos  de  éstos  fueron  confinados  a  distancias  moderadas  en 
pena  de  sus  crímenes,  pero  el  gobierno  antiguo  frustró  aún  esta  suave 
medida,  ordenando  luego  su  restitución,  v  preparando  así  los  males 
que  hemos  experimentado  antes  y  después  de  la  jornada  de  lUiaqui  sin 
poder  ya  destruir  su  causa. 


104  BERNARDO    MONTEAGUDO 

y  la  esperanza  de  ser  libres,  mientras  esté  vacilan- 
te nuestra  constitución ;  velad  sobre  la  conducta 
de  los  enemigos  públicos:  su  impunidad  es  un  cri- 
men en  el  que  puede  corregirlos,  y  el  que  no  cas- 
tiga la  transgresión  de  las  leyes,  es  su  primer  in- 
fractor: consagrad  vuestros  deberes  a  la  patria,  y 
la  posteridad  recordará  con  gratitud  vuestra  me- 
moria. 

(/d,  diciembre  27  de  1811.) 


Patriotismo 

Todos  aman  su  patria  y  muy  pocos  tienen  pa- 
triotismo: el  amor  a  la  patria  es  un  sentimiento 
natural,  el  patriotismo  es  una  virtud:  aquél  proce- 
de de  la  inclinación  al  suelo  donde  nacemos,  y  re- 
cibimos las  primeras  impresiones  de  la  luz,  y  el 
patriotismo  es  un  hábito  producido  por  la  combi- 
nación de  muchas  virtudes,  que  derivan  de  la  jus- 
ticia. Para  amar  a  la  patria  basta  ser  hombre, 
para  ser  patriota  es  preciso  ser  ciudadano,  quiero 
decir,  tener  las  virtudes  de  tal.  De  aquí  resulta 
que  casi  no  tenemos  idea  de  esta  virtud,  sino  por 
la  definición  que  dan  de  ella  los  filósofos ;  a  todos 
oigo  decir  que  son  patriotas,  pero  sucede  con  éstos 
lo  que  con  los  avaros,  que  en  apariencia  soja  los 
más  desinteresados,  y  a  juzgar  de  su  corazón  por 
los  sentimientos  que  despliegan  sus  labios,  se  cree- 
ría que  el  desinterés  es  su  virtud  favorita .  La  espe- 
ranza de  obtener  una  magistratura  o  un  empleo 
militar,  el  deseo  de  conservarlo,  el  temor  de  la 
execración  pública  y  acaso  un  designio  insidioso 
de  usurpar  la  confianza  de  los  hombres  sinceros; 
estos  son  los  principios  que  forman  los  patriotas 
de  nuestra  época.  No  lo  extraño;  el  que  jamás  ha 
sido  feliz  sino  por  medio  del  crimen,  del  disimulo 
y  de  la  insidia,  se  persuade  que  hay  una  especie 
de  convención  entre  los  hombres,  para  ser  sólo 
virtuosos  en  apariencia;  sin  advertir  que  esta  mo- 


OBRAS    POLÍTICAS  105 

ral  varía  según  los  tiempos,  y  que  sólo  es  propia 
de  esos  desgraciados  pueblos,  donde  el  ruido  fú- 
nebre de  las  cadenas  que  arrastran,  los  hace  medi- 
tar cada  día  nuevos  medios  de  envilecerse,  para  ser 
menos  sensibles  a  la  ignominia. 

El  que  no  tenga  un  verdadero  espíritu  de  filan- 
tropía o  interés  por  la  causa  santa  de  la  humani- 
dad, el  que  mire  su  conveniencia  personal  como  la 
primera  ley  de  sus  deberes,  el  que  no  sea  constan- 
te en  el  trabajo,  el  que  no  tenga  esa  virtuosa  am- 
bición de  la  gloria,  dulce  reconapensa  de  las  almas 
grandes,  no  puede  ser  patriota,  y  si  usurpa  este 
renombre  es  un  sacrilego  profanador.  Yo  compa- 
dezco a  los  americanos,  y  me  irrito  contra  esos 
atrabiliarios  pedagogos  que  venían  del  antiguo 
hemisferio  a  inspirarnos  todos  los  vicios  eversivos 
de  estas  grandes  virtudes:  ellos  merecen  nuestra 
execración,  aun  cuando  no  sea  más  que  por  la 
barbarie  e  inmoralidad  que  nos  han  dejado  en  pa- 
trimonio. Sólo  la  fuerza  del  genio  o  del  carácter 
que  infunde  nuestro  clima  ardiente,  ha  podido 
vencer  el  hábito  casi  convertido  en  naturaleza,  y 
descubrir  por  todas  partes  espíritus  dispuestos  a 
hacer  frente  al  error  y  a  la  preocupación.  Sigamos 
su  ejemplo  y  hagamos  ver  que  somos  capaces  de 
tener  patriotismo,  es  decir,  que  somos  capaces  de 
ser  libres,  y  de  renovar  el  sacrificio  de  Catón  des- 
pués de  la  batalla  de  Farsalia,  antes  que  ver  tre- 
molar nuevamente  el  pabellón  de  los  tiranos,  y 
quedar  reducidos  a  la  ignominiosa  necesidad  de 
postrar  ante  ellos  la  rodilla  y  saludarles  con  voz 
trémula  para  subir  luego  al  suplicio,  como  lo  ha- 
cían los  romanos  en  la  época  de  su  degradación  (6). 

Mas  no  perdamos  de  vista  que  nuestra  alma  ja- 
más tomará  este  temple  de  vigor  y  energía,  mien- 
tras nuestro  corazón  no  se  interese  en  la  suerte 
de  la  humanidad  y  entremos  a  calcular  los  milla- 
res de  hombres  existentes  y  venideros,  a  quienes 
vamos  a  remachar  las  cadenas  con  nuestras  pro- 
pias manos  si  somos  cobardes,  o  sellar  con  las  mis- 

(6)    Ave  imperator,  morituri  te  salutant.— Tácíí. 


10^  BERNARDO  MONTEAGUDO 

mas  el  decreto  de  su  libertad  e  independencia,  si 
somos  constantes.  Yo  veo  envueltos  en  el  caos  de 
la  nada  a  los  descendientes  de  la  actual  genera- 
ción y  mi  alma  se  conmueve  y  electriza^  cuando 
considero  que  puedo  tener  alguna  pequeña  parte 
en  su  destino:  pero  después  me  digo  a  mi  mismo, 
;es  posible  que  las  sectas  del  fanatismo  y  los  sis- 
temas de  delirio  tengan  tantos  mártires  apostóles 
y  prosélitos,  al  paso  que  la  causa  de  los  liombres 
apenas  encuentra  algunos  genios  distinguidos  que 
la  sostengan  y  defiendan?  Yo  me  veo  obligado  a 
inferir  de  aquí  que  son  pocos  los  patriotas  porque 
son  los  que  aman  la  causa  de  sus  semejantes;  y  si 
algunos  la  aman,  su  conveniencia  personal  y  poca 
constancia  en  el  trabajo  los  convierte  en  refinados 

""^Muy'fácil  sería  conducir  al  cadalso  a  todos  los 
tiranos  si  bastara  para  esto  el  que  se  reuniese  una 
porción  de  hombres,  y  dijesen  todos  en  una  asam- 
blea,  somos  patriotas  y  estamos  dispuestos  a,  mo- 
rir para  que  la  patria  viva:  pero  si  en  medio  de 
este  entusiasmo  el  uno  liuyese  del  hambre,  el  otro 
no  se  a,comodase  a  las  privaciones,  aquel  pensase 
en  enriquecer  sus  arcas,  en  di  atar  sus  posesiones, 
en  atraerse  por  un  lujo  orgulloso,  las  miradas  es- 
tultas de  la  multitud,  y  éste  temiese  sacrificar  su 
existencia,   su  comodidad,   su  sosiego,  Prefirienao 
la  calma  y  el  letargo  de  la  esclavitud  a  la  saluda- 
ble agitación  y  dulces  sacrificios  que  aseguran  la 
LIBERTAD,  quedarían  reducidos  todos  aquellos,  pri- 
meros cla'm^ores  a  una  algarabía  de  voces  insigni- 
ficantes, propias  de  un  enfermo  ^^^^^l'^^^'^^Z' 
ca  en  sus  estériles  deseos  el  remedio  ^^^/«"^  ^/^^^^^ 
Pero  quizá  me  dirá  el  pusilánime  egoísta  que  su 
espíritu  se  resiente  de  una  empresa  tan   ^^^'^,1 
qife  la  incertidumbre  del  éxito  hace  A^^chmr  su 
resolución:  y  yo  pregunto.  .;,en  q^^^/^^^^^^,^,  "^^r, 
tidumbre?  Las  circunstancias  son  favorables,  los 
enem  gos  interiores  que  tenemos  no  pueden  hacer 
;rogreLs  sin   destruirse,    y   los   mismos   cindad^^^^ 
nie  nos  causan  hacen  un  contraste  «,1«^  "T^^l;^.^^ 
des   recíprocas   que   nunca   faltan:    las   potencias 


OBRAS    POLÍTICAS  107 

europeas  se  liallan  como  encadenadas  por  sus  mis- 
mos intereses,  y  ninguna  nación  emprende  con- 
quistas en  los  momentos  que  teme  debilitarse:  hará 
tentativas  cautelosas,  y  aun  las  ocultará  porque 
su  descubrimiento  podría  influir  en  los  celos  y  apo- 
yar los  cálculos  de  sus  vecinas:  nuestros  recursos 
por  otra  parte  no  son  mezquinos:  tenemos  brazos 
robustos,  frutos  de  primera  necesidad,  y  para 
abundar  en  numerario  bastará  que  el  gobierno 
considere  lo  imperioso  de  las  circunstancias,  y  el 
arbitrio  inevitable  que  ban  tomado  las  naciones 
en  igual  caso.  ¿A  qué  ese  monopolio  de  caudales 
en  tres  o  cuatro  individuos;  quizá  enemigos  del 
sistema?  A  ninguno  se  le  quite  lo  que  es  suyo; 
¿pero  por  qué  no  suplirá  el  Estado  sus  urgencias 
con  los  caudales  de  un  poderoso,  que  en  nada  con- 
tribuye; especialmente  cuando  la  constitución 
protege  sus  mismos  intereses  y  puede  asegurar  el 
reintegro  de  su  suplemento?  Desengañémonos,  la 
incertidumbre  del  éxito  no  pende  de  una  causa 
necesaria  y  extraña,  sino  de  nosotros  mismos:  sea- 
mos patriotas,  esto  es,  amemos  la  humanidad,  sos- 
tengamos los  trabajos,  prescindamos  de  nuestro 
interés  personal  y  será  cierto  el  éxito  de  nuestra 
empresa. 

Bien  sé  que  bay  mucbas  almas  generosas  que 
desembarazadas  de  todo  sentimiento  servil,  no  tie- 
nen otro  impulso  que  el  amor  a  la  gloria:  éstas  no 
necesitan  sino  de  sí  mismas  para  hacer  cosas  gran- 
des: ellas  imitarán  al  intrépido  romano  que  inmo- 
ló sus  propios  hijos  para  salvar  la  patria,  y  emula- 
rán la  virtud  de  los  oOO  esj^artanos  que  se  sacrifica- 
ron en  el  paso  de  las  Termopilas  por  obedecer  a 
sus  santas  leyes.  La  mano  del  verdugo,  el  brazo 
del  déspota,  el  furor  de  un  pueblo  preocupado, 
nada  intimida  a  los  que  aman  la  gloria.  Seguros 
de  que  vivirán  eternamente  en  el  corazón  de  los 
buenos  ciudadanos,  ellos  desprecian  la  muerte  y 
los  peligros  con  tal  que  la  humanidad  reporte  al- 
guna ventaja  de  sus  esfuerzos.  Esta  clase  de  hom- 
bres es  la  que  expiilsó  de  Roma  a  los  Tarquinos, 
la  que  dio  la  libertad  a  la  Beocia,  a  la  Tesalia  y 


108  BERNARDO    MONTEAGUDO 

a  toda  la  costa  del  mar  Egeo ;  la  que  Hizo  indepen- 
diente a  la  América  del  Norte  en  nuestros  mismos 
días  y  la  que  formará  en  la  del  Sud  un  pueblo  de 
hermanos  y  de  héroes.  No  hay  dificultad,  ya  veo 
la  aurora  de  este  feliz  día.  ¡  Oh  momento  suspira- 
do! Las  almas  sensibles  te  desean,  y  se  preparan  a 
sufrir  toda  privación,  todo  contraste  por  tener  la 
gloria  de  redimir  la  humanidad  oprimida:  los 
patriotas  de  corazón,  han  jurado  no  acordarse  de 
sí  mismos,  ni  volver  al  seno  del  descanso  hasta 
afianzar  en  las  manos  de  la  patria  el  cetro  de  oro 
y  ver  expirar  al  iiltimo  tirano  a  manos  del  último 
de  los  esclavos,  para  que  no  queden  en  nuestro  he- 
misferio sino  hombres  libres  y  justos. 

(Id.,  enero  3  de  1811.) 


Pasiones 


Si  las  leyes  de  movimiento  nivelan  en  lo  físico 
el  gran  sistema  de  la  naturaleza,  las  pasiones  de- 
terminan en  el  orden  moral  la  existencia,  el  equi- 
librio o  la  ruina  de  los  Estados.  Su  combinación 
recíproca  sostiene  al  monarca  sobre  el  trono,  ele- 
va a  los  cónsules  a  las  sillas  cumies,  apoya  el 
cetro  en  las  manos  de  un  déspota  y  envuelve  a 
todos  a  su  vez  en  los  horrores  de  una  procelo- 
sa anarquía.  Todas  las  pasiones  pueden  contri- 
buir a  la  felicidad  de  un  Estado,  si  su  fuerza 
se  dirige  a  conciliar  la  voluntad  de  los  individuos 
con  sus  deberes:  el  peligro  no  está  en  su  impulso, 
sino  en  la  dirección  que  se  le  da ;  y  yo  veo  que  un 
mismo  estímulo  determina  a  Curcio  a  precipitar- 
se en  el  abismo,  a  los  tres  Decios  a  inmolarse  por  la 
patria,  al  joven  Mario  a  extender  con  intrepidez 
la  mano  sobre  los  carbones  encendidos,  y  á  Sila 
a  proscribir  su  patria,  a  Catilina  a  cometer  tan- 
tos crímenes,  a  César  a  envilecer  su  alma  hasta 


OBEAS    POLÍTICAS  109 

la  traición.  En  todos  veo  las  modificaciones  de 
una  pasión  originaria  que  es  el  amor  de  sí  mismo, 
anunciándose  en  unos  por  el  amor  a  la  gloria,  y 
en  otros  por  el  deseo  de  exaltarse:  y  comparando 
efectos  tan  contrarios  producidos  por  una  cau- 
sa idéntica,  infiero  que  las  demás  pasiones  deben 
tener  igual  tendencia,  y  que  su  varia  modificación 
producirá  grandes  virtudes  y  grandes  crímenes, 
presentando  sobre  la  escena  del  mundo  héroes  ca- 
paces de  arrastrarse  la  veneración  pública,  y  exe- 
crables delincuentes  que  marchitarán  su  siglo  y 
llenarán  de  oprobio  su  generación. 

No  es  fácil  dirigir  aquel  impulso  cuando  por  el 
hábito  llega  a  inveterarse,  y  pasa  a  formar  el  ca- 
rácter de  una  nación;  entonces  la  modificación  del 
amor  de  sí  mismo  es  uniforme  en  todos  los  indivi- 
duos como  sucede  en  un  pueblo  de  esclavos,  donde 
el  que  más  se  envilece  delante  del  tirano,  se  repu- 
ta por  el  más  feliz,  y  viene  la  humillación  a  con- 
fundirse con  el  heroísmo  a  los  ojos  de  un  amor 
propio  degenerado.  No  es  lo  mismo  en  un  pueblo 
naciente:  su  corazón  se  halla  en  un  estado  de  indi- 
ferencia y  es  susceptible  de  todas  las  impresiones 
que  una  mano  diestra  intente  sugerirle.  Fácilmen- 
te formará  Cecrope  un  pueblo  virtuoso  en  Atenas, 
Licurgo  un  pueblo  libre  en  Lacedemonia  y  Minos 
un  pueblo  sabio  y  prudente  en  la  Creta:  la  direc- 
ción que  reciban  en  estos  pueblos  las  pasiones,  ha- 
rán tan  inmortal  al  legislador  que  enseñó  a  los 
griegos  a  ser  justos,  como  a  Cadmo  de  quien  reci- 
bieron los  primeros  caracteres  que  llevaba  desde 
la  Fenicia  para  enseñarles  a  dibujar  la  palabra. 

Todos  saben  que  la  América  por  su  situación 
política  se  halla  en  igual  caso  que  la  Grecia  en  los 
tiempos  de  Inacho  y  Phoroneo.  Sujeta  a  un  siste- 
ma colonial  el  más  depresivo  y  humillante  tres  si- 
glos ha,  aun  no  puede  lisonjearse  de  haber  salido 
de  su  infancia;  y  limitadas  sus  impresiones  a  un 
dolor  tímido,  a  un  abatimiento  lánguido,  a  unos 
deseos  pusilánimes,  la  apatía  forma  el  carácter  de 
sus  pasiones.  De  dos  o  tres  años  a  esta  parte  em- 
piezan recién  a  tomar  un  grado  de  energía  y  de 


lio  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

vigor  que  anuncia  los  grandes  efectos  que  podrán 
producir  en  unas  almas  sensibles  por  la  naturale- 
za del  clima. 

Las  primeras  páginas  de  nuestros  anales  ofrecen 
3'a  rasgos  que  liubieran  sin  duda  recompensado 
los  romanos  con  coronas  de  encina  y  de  laurel,  o 
acaso  con  estatuas  y  honores  divinos.  Yo  no  puedo 
menos  de  execrar  a  esos  aturdidos  razonadores, 
que  discurriendo  por  los  principios  de  una  filoso- 
fía inexacta,  no  encuentran  sino  vicios  que  repren- 
der, asegurando  con  una  presuntuosa  impudencia 
que  nuestro  carácter  es  inconsistente,  mezquino,  y 
egoísta,  y  concluyendo  que  sin  auxilio  ajeno  so- 
mos incapaces  de  todo.  Yo  tengo  esperanzas  más 
racionales  y  no  temo  verlas  defraudadas.  Sé  que 
las  pasiones  producen  grandes  virtudes,  y  que 
éstas  se  forman  fácilmente,  cuando  aquéllas  se  di- 
rigen con  prudencia.  Al  gobierno  toca  mover  este 
resorte,  estimulando  el  amor  a  la  gloria,  la  noble 
ambición  y  ese  virtuoso  orgullo  que  lia  producido 
tantos  héroes:  los  mismos  odios,  las  mismas  riva- 
lidades, y  aun  el  mismo  egoísmo,  pueden  influir 
en  los  sucesos  del  sistema.  Cuando  abro  los  fastos 
de  la  gloria,  y  examino  los  siglos  de  los  Arístides, 
de  los  Themístocles,  de  los  Fabios  y  de  los  Cami- 
los, a  cada  paso  veo  al  héroe  servirse  de  las  pa- 
siones de  un  rival  perverso,  para  asegurar  un  triun- 
fo, sofocar  una  conjuración  y  dar  a  la  patria  un 
día  de  gloria. 

Bien  sé  que  hay  pasiones  destructivas  y  antiso- 
ciales, no  sólo  incapaces  de  producir  virtudes,  sino 
también  contrarias  al  influjo  de  las  otras:  la  pu- 
silanimidad envilece  el  corazón  y  lo  acostumbra 
a  recibir .  impresiones  abyectas  y  degradantes:  la 
inconstancia  no  produce  sino  almas  débiles  y  es- 
píritus flotantes,  que  siempre  instables  en  sus  prin- 
cipios siguen  el  bien  o  el  mal  precariamente  y  son 
el  oprobio  de  todos  los  partidos:  el  lujo  y  la  blan- 
dura enervan  absolutamente  el  espíritu,  predis- 
ponen a  la  estupidez,  al  letargo  y  al  abandono  de 
todos  los  deberes.  La  templanza,  que  es  la  virtud 
contraria  a  este  vicio,  es  tanto  más  recomendable, 


OBRAS    POLÍTICAS  111 

cuanto  ella  es  la  base  de  la  libertad  y  el  cimiento 
de  las  repúblicas.  Ningún  pueblo  fué  libre  sin  ser 
moderado,  y  las  leyes  agrarias,  suntuarias,  syssizia- 
cas  y  funerales,  sabemos  que  fueron  las  más  firmes 
columnas  de  la  independencia  ática  y  de  la  majes- 
tad del  pueblo  romano.  Ellas  aseguraban  los  fondos 
de  un  propietario,  sin  darle  esperanza  de  poseer 
más  de  lo  preciso,  señalaban  la  cantidad  y  aun  la 
cualidad  de  los  alimentos,  proscribían  la  igualdad 
y  sencillez  en  los  vestidos  y  muebles,  arreglaban 
los  gastos  de  los  funerales  y  ordenaban  los  convi- 
tes públicos  que  Xeuofoute  mira  como  una  escuela 
de  sobriedad  y  el  más  poderoso  estímulo  del  pa- 
triotismo. 

Empecemos  ya  a  imitar  estos  ejemplos  de  mo- 
deración y  de  virtud,  si  queremos  ser  libres:  ojalá 
cada  ciudadano,  después  de  consultar  sus  primeras 
necesidades,  consagrara  todo  lo  superfino  a  las  ur- 
gencias del  Estado,  en  vez  de  fomentar  un  lujo 
destructivo  y  favorable  a  los  intereses  de  nuestros 
rivales;  ¿y  por  qué  no  imitaremos  lo  que  tanto 
nos  importa?  ¿Somos,  por  ventura,  incapaces  de 
entrar  en  esa  virtuosa  emulación  que  desmienta 
las  imposturas  de  Paw  y  sus  prosélitos?  Energía, 
americanos,  energía:  vivid  firmemente  persuadi- 
dos que  vuestra  conducta,  vuestras  virtvides  se- 
rán las  mejores  armas  contra  la  tiranía;  y  desen- 
gañaos, que  en  vano  liaremos  conquistas,  en  vano 
pronunciaremos  discursos  elocuentes,  en  vano  usa- 
remos de  voces  magníficas  si  no  somos  virtuosos. 
Pero  si  la  moderación,  el  amor  a  la  humanidad  y 
el  verdadero  patriotismo  llegan  a  formar  nuestro 
carácter,  veréis  entonces  como  liuyen  de  nuestras 
riberas,  veréis  como  se  ponen  pálidos  aun  a  la  dis- 
tancia y  veréis  como  el  mundo  entero  se  interesa 
en  vuestra  felicidad  y  se  complace  cuando  os  oiga 
decir  con  entusiasmo:  viva  la  república,  viva  la 
constitución  del  Sud. 

(Id.,  enero  10  de  1812.) 


112  BERNARDO  MONTE AGUDO 


El  Editor 

Para  una  nación  débil  y  cobarde  su  misma  segu- 
ridad es  peligrosa,  porque  abandonándose  a  un 
profundo  letargo  está  siempre  próxima  a  perder 
su  existencia:  mas  para  un  pueblo  intrépido  y 
enérgico  ]os  más  graves  peligros  son  otros  tantos 
medios  de  hacerse  respetable.  El  cobarde  se  acer- 
ca al  peligro  cuando  huye  de  él,  y  el  intrépido  se 
pone  a  mayor  distancia  cuando  lo  arrostra.  Todos 
los  horrores  que  forja  la  pusilanimidad  en  su  de- 
lirio no  son  sino  males  relativos  que  sólo  atormen- 
tan al  débil  sin  tener  en  su  objeto  más  de  una 
existencia  ideal.  Si  el  temor  no  hubiese  llegado  a 
formar  una  segunda  naturaleza  en  el  hombre,  el 
número  de  sus  desgracias  no  hubiera  excedido  de 
un  prudente  cálculo:  pero  esta  pasión  fanática  y 
supersticiosa  multiplica  hasta  lo  infinito  sus  mi- 
serias, previniendo  su  incierta  y  remota  existen- 
cia. La  intrepidez,  al  contrario,  jamás  confunde 
el  presentimiento  con  la  realidad,  ni  equivoca 
los  males  posibles  con  los  actuales:  sólo  teme  a  los 
cobardes  que  deben  concurrir  a  disiparlos,  porque 
sabe  que  el  mayor  escollo  es  la  languidez  de  los 
mismos  resortes  que  dirigen  el  mecanismo  de  sus 
fuerzas  morales. 

Fijemos  un  principio  para  analizar  sus  conse- 
cuencias: la  patria  está  en  peligro,  y  sólo  nuestra 
energía,  nuestra  energía  sola  podrá  salvarla.  Yo 
veo  que  Roma,  aniquilada  y  moribunda  después 
del  triunfo  de  Brenno,  no  presenta  ya  sino  un  cua- 
dro ruinoso  de  su  antiguo  esplendor,  y  que  sus 
habitantes  despavoridos  huyen  sin  esperanza  de 
volver  a  ver  sus  dioses  penates:  pero  luego  que  el 
gran  Camilo  marcha  desde  su  retiro  de  Árdea  a  la 
frente  de  nuevas  legiones,  y  el  pueblo  recobra  sus 
energías  con  el  ejemplo  de  Manilo,  el  vencedor  se 
rinde,  y  se  reedifica  la  capital  del  mundo,  cuando 
parecía  que  sus  recursos  agotados  iban  a  poner  un 
paréntesis  eterno  en  los  fastos  de  su  gloria.  Algo 


OBRAS    POLÍTICAS  113 

más,  yo  veo  que  estando  para  sucumbir  la  repú- 
blica por  el  incendiario  Catilina  y  sus  cómplices, 
el  celo  intrépido  de  un  solo  ciudadano,  del  orador 
de  Arpiño,  salvó  la  patria  de  tan  gran  conflicto; 
y  cuando  el  veneno  parecía  haber  alterado  su  mis- 
ma constitución,  hasta  reducir  a  un  índice  abre- 
viado los  defensores  del  orden,  pudo  no  obstante 
la  energía  del  menor  número  sofocar  el  furor  de 
los  conjurados.  Yo  veo,  por  último,  a  un  solo  Was- 
hington, cuyo  nombre  hará  su  eterno  elogio,  des- 
truir en  las  regiones  del  norte  la  arbitrariedad  y 
tiranía,  asegurar  con  sus  esfuerzos  el  patrimonio 
hasta  entonces  usurpado  a  millares  de  hombres  y 
llevar  a  cabo  sus  virtuosos  designios,  venciendo 
con  su  energía  los  escollos  que  opone  a  la  salud  de 
los  hombres  la  codicia  y  los  resabios  de  la  servi- 
dumbre. 

Pero  no  busquemos  en  los  anales  del  heroísmo 
ejemplos  de  que  no  carecemos  en  el  período  de 
nuestra  revolución.  Hemos  visto  que  la  energía 
nos  ha  salvado  más  de  una  vez  sosteniéndonos  en 
los  conflictos  y  escasez  de  recursos  con  una  orgu- 
llosa  firmeza,  y  acabamos  de  probar  en  estos  últi- 
mos días,  que  para  que  el  pueblo  americano  des- 
pliegue su  intrepidez,  es  preciso  que  los  peligros 
se  presenten  complotados,  por  decirlo  así,  y  que 
convergiendo  sus  ojos  a  todas  partes,  a  fin  de  calcu- 
lar sus  recursos,  se  vea  precisado  a  volverlos  a 
fijar  en  sus  propias  fuerzas  para  empeñarlas  con 
mayor  ardor.  Será  una  felicidad  para  un  pueblo 
que  desea  ser  libre  el  que  llegue  a  desengañarse  y 
conocer  que  mientras  no  busque  en  el  fondo  de  sí 
mismo  los  medios  de  salvarse  jamás  lo  consegui- 
rá. Es  muy  fácil  y  peligroso  que  el  que  se  acos- 
tumbra a  creer  que  nada  puede  por  sí  mismo  lle- 
gue a  ser  en  efecto  impotente  para  todo  y  sólo 
calcule  sus  fuerzas  por  los  precarios  auxilios  que 
espera  recibir:  pero  cuando  conoce  que  su  energía 
es  una  arma  tanto  más  ventajosa  cuanto  en  cierto 
modo  inutiliza  las  que  se  le  oponen,  y  que  su  pro- 
pio pecho  es  el  muro  más  inexpugnable  contra  los 
ataques  que  le  amenazan:  y  considera  al  mismo 

8 


114  BERNARDO    MONTEAGUDO 

tiempo  que  la  fuerza  moral  de  su  espíritu  dobla 
sus  fuerzas  físicas  hasta  elevarlo  del  último  grado 
de  debilidad  al  supremo  de  vigor  y  robustez ;  en- 
tonces es  muy  fácil  que  cien  héroes  reunidos  triun- 
fen de  millares  de  imbéciles  que  calculan  su  fuerza 
por  el  número  de  sus  brazos,  sin  contar  con  el  co- 
razón que  les  anima.  Todo  hombre  nivela  sus  em- 
presas por  la  opinión  que  tiene  de  sí  mismo,  y  la 
proporción  que  guarda  es  tan  exacta  que  pueden 
mirarse  aquéllas  como  la  más  fiel  expresión  del 
concepto  que  le  inspira  su  amor  propio.  El  ca- 
rácter de  un  espíritu  firme  y  enérgico  es  creerse 
superior  a  todo,  de  consiguiente  él  emprenderá  lo 
más  arduo  y  difícil,  satisfecho  de  que  los  escollos 
que  se  le  presenten  no  harán  más  que  abrirle  el 
camino  de  la  gloria.  Podrá  quizá  estrellarse  en  su 
sepulcro  en  medio  de  su  carrera,  pero  aun  enton- 
ces él  muere  con  ventaja,  porque  muere  sin  temor, 
y  deja  al  cobarde  un  monumento  que  lo  aterre. 

Pueblo  americano,  grabad  en  vuestro  corazón 
estas  consecuencias  y  su  principio:  la  energía  sola 
podrá  salvarnos;  pero  ella  basta  aunque  los  demás 
recursos  huyan  de  nosotros:  no  temáis  a  ese  fre- 
nético enemigo  que  auxiliado  de  un  rival  vecino 
quiere  incendiar  nuestros  hogares  y  usurpar  por 
un  derecho  nominal  de  sucesión  vuestra  impres- 
criptible soberanía.  El  tiene  más  vanidad  que  es- 
píritu, más  orgullo  que  valor,  y  sus  armas  sólo 
pueden  ser  terribles  para  otro^  esclavos  iguales  a 
él.  Nosotros  combatimos  por  nuestra  libertad, 
combatimos  por  nuestra  cara  posteridad  y  comba- 
timos por  nuestra  existencia  natural  y  civil:  todo 
el  que  sea  capaz  de  sentir,  lo  será  de  sacrificarse 
por  tan  grandes  intereses:  para  salvarlos  qui_zá  no 
se  necesita  más  que  un  momento  de  energía,  un 
instante  de  intrepidez.  Corramos  a  la  gloria  y  pros- 
cribamos de  nuestra  lista  nacional  al  cobarde  que 
huya  del  peligro,  o  al  ingrato  que  prefiera  la  es- 
clavitud. Si  alg-uno  abandona  a  la  patria  en  estos 
confli<^tos,  precipitémosle  de  la  roca  tarpej-ana  car- 
gándolo de  eternas  execraciones. 

(Id.,  enero  17  de  1812.) 


OBRAS    POLÍTICAS  115 


Reflexiones  políticas 


La  suerte  de  América  pende  de  nosotros  mis- 
mos, y  la  influencia  que  reciba  directa  o  indirec- 
tamente de  la  Europa  será  siempre  más  favorable 
que  contraria  a  sus  intereses,  considerado  el  es- 
tado actual  de  la  revolución  del  globo,  y  los  pro- 
gresos que  anuncian  los  extraordinarios  tiempos 
en  que  vivimos.  De  un  momento  a  otro  va  a  cam- 
biar el  aspecto  de  los  grandes  sucesos  en  las  lla- 
nuras del  Océano,  en  las  costas  del  Báltico,  en  las 
inmediaciones  del  Mediterráneo  y  en  las  mismas 
márgenes  del  Támesis,  y  cuando  el  héroe  domi- 
nante llegue  al  cénit  de  su  gloria  o  al  término  de 
sus  días,  una  nueva  serie  de  revoluciones  pondrán 
en  expectación  al  globo,  y  el  interés  propio  de 
cada  nación  le  hará  adoptar  una  política  contra- 
ria a  su  actual  sistema,  sin  que  pueda  prescindir 
de  esta  innovación  el  mismo  gabinete  de  S.  Ja- 
mes. Pero  sin  duda  ese  estremecimiento  general  de 
todas  las  partes  de  la  Europa  será  el  apoyo  de  nues- 
tra quietud,  y  quizá  un  solo  día  de  calma,  tregua 
o  seguridad  en  sus  recíprocos  intereses  nos  expon- 
dría a  funestos  conflictos,  siendo  entonces  de  te- 
mer un  plan  formal  de  agresión  de  parte  de  cual- 
quier potencia  ultramarina,  plan  que  al  presente, 
y  mucho  menos  en  la  nueva  serie  de  revoluciones 
próximo  futuras  no  puede  verificarse,  porque  en 
tales  circunstancias  nada  sería  tan  peligroso  a 
cualquier  nación,  como  emprender  reducir  al  an- 
tiguo sistema  colonial  un  vasto  continente,  que 
como  quiera  que  sea,  ama  y  suspira  por  su  inde- 
pendencia, aun  cuando  en  general  no  tenga  otra 
virtud  que  aborrecer  la  servidumbre:  ello  es  que  si 
en  tiempo  de  los  reyes  bastaban  por  ejemplo  100 
combatientes  para  ocupar  las  provincias,  actual- 
mente unidas,  quizá  no  bastaría  ahora  el  mismo 
número  duplicado.  Es  fácil  invadir  una  comarca  y 
difundir  un  terror  precario  en  sus  vecinas;  pero 
no  lo  es  fundar  una  dominación  y  asegurar  su  es- 


116  BERNARDO  MONTE AGUDO 

tabilidad  en  una  época  en  que  los  espíritus  Jian 
llegado  al  caso  de  comparar  y  discernir  la  suerte 
del  hombre  libre  de  la  de  un  esclavo.  Fuera  de 
que  las  emigraciones  que  serían  consiguientes  a 
este  nuevo  establecimiento,  la  necesidad  de  no 
confiar  al  principio  los  empleos  civiles,  militares 
y  aun  eclesiásticos  sino  a  los  procedentes  de  la 
nueva  metrópoli,  el  interés  de  conservar  interior 
y  exteriormente  fuerzas  suficientes  para  mantener 
la  obediencia  de  los  pueblos  y  asegurar  las  rela- 
ciones de  comercio  con  aquélla;  todo  demandaría 
gastos  que  quizá  excederían  los  ingresos,  y  sobre 
todo  un  número  de  fuerzas  terrestres  y  marítimas 
que  entrando  en  el  cálculo  con  las  emigraciones 
clandestinas  y  empleados  metropolitanos,  desmem- 
brarían la  fuerza  real  de  la  nación  ocupante,  sin 
engrandecerla  más  que  en  la  apariencia. 

Por  otra  parte:  cualquier  paso  que  diese  en  el 
día  una  potencia  a  la  dominación  de  América, 
sería  una  señal  de  alarma  para  las  demás:  entonces 
la  emulación  y  los  celos  harían  una  formidable 
guerra  a  la  codicia,  y  el  espíritu  exclusivo  susci- 
taría rivales  poderosos  contra  el  usurpador  que  ago- 
tando insensiblemente  sus  fuerzas,  antes  que  su 
ambición  pudiese  repararlas,  darían  la  ley  al  mis- 
mo que  se  había  lisonjeado  de  imponerla  al  débil. 
Desengañémonos:  todas  las  naciones  de  la  Euro- 
pa aspirarían  a  subyugar  la  América,  si  su  codi- 
cia no  estuviese  en  diametral  oposición  con  sus 
intereses:  ellas  darían  quizá  un  paso  a  su  engran- 
decimiento, si  pudieran  ser  tan  felices  en  sus  ex- 
pediciones como  Fernando  e  Isabel  en  sus  pirate- 
rías. Pero  ¡  qué  importa!  aun  no  acabarían  de  de- 
marcar sus  nuevos  dominios,  cuando  verían  ya 
amenazados  los  suyos.  Este  peligro  durará  mien- 
tras no  se  terminen  las  guerras  que  ha  encendido 
en  Europa  esa  nueva  dinastía  de  conquistadores 
felices.  Después  que  se  derrame  la  sangre  de  mi- 
llones de  hombres,  después  que  el  orden  natural 
de  los  acontecimientos  cambie  la  suerte  de  las 
naciones,  después  que  la  experiencia  de  continuas 
desgracias  paralice  el  espíritu  de  unas,  y  el  mis- 


OBRAS    POLÍTICAS  117 

mo  engrandecimiento  abrume  y  debilite  a  otras, 
después,  en  fin,  que  se  cansen  éstas  de  comba- 
tir y  aquéllas  de  ser  combatidas,  entrarán  por 
su  propia  virtud  en  forzosas  alianzas  y  en  treguas 
de  necesidad.  ¿Pero  cuándo  será  esto?  Quizá  co- 
rrerá medio  siglo  sin  que  se  verifique,  aun  cuando 
yo  espero  que  descanse  entonces  la  bumanidad  y 
sea  más  feliz  que  atora.  Entretanto  los  mismos 
estragos  y  ruinas  de  la  mitad  del  globo  consolida- 
rán la  tranquilidad  y  esplendor  del  continente  de 
América  cuyos  progresos  serán  garantidos  de  un 
modo  inviolable,  no  por  la  voluntad  sino  por  la 
impotencia  en  que  está  la  Europa  de  extender  sus 
brazos  más  allá  del  centro  de  sus  precisos  intere- 
ses. Convengamos  en  que  la  agresión  de  las  po- 
tencias ultramarinas  no  ouede  realizarse  en  las 
circunstancias  por  sus  peligros  recíprocos,  ni  en 
lo  sucesivo  por  el  interés  de  la  conservación;  y 
que,  por  consiguiente,  cuando  llegue  el  caso  en 
que  debamos  temer,  nuestros  propios  recursos  bas- 
tarán para  salvarnos. 

Por  las  mismas  razones  ningún  pabellón  podrá 
atora  concurrir  aún  en  clase  de  auxiliar,  sin  ex- 
ponerse a  sentir  iguales  efectos  ron  menos  venta- 
jas, especialmente  cuando  las  únicas  que  podrían 
bacer  parte  principal  no  existen  sino  en  fantasmas 
y  simulacros.  A  más  de  esto,  ningiín  gabinete  es 
tan  pródigo  de  recursos  que  quiera  sacrificarlos  al 
interés  de  otro:  porque  o  se  cree  capaz  de  empren- 
der por  sí  solo  el  mismo  designio  y  entonces  pre- 
ferirá su  interés  exclusivo:  y  si  por  su  situación  o 
por  los  peligros  que  le  amenazan  no  se  decide  a 
obrar  por  sí  mismo,  menos  lo  bará  en  auxilio  aje- 
no, cuando  sabe  que  su  concurso  será  parcial  en 
la  aoariencia  únicamente  y  que  no  habrá  dife- 
rencia en  el  resultado. 

TTltimamente,  yo  creo  que  a  nuestro  puerto  sólo 
arribarán  y  no  con  poca  dificultad,  algunos  emi- 
grados, que  puedan  salvar  del  naufragio:  éstos  se 
complotarán  quizá,  y  formarán  proyectos  ridícu- 
los si  encuentran  un  punto  inmediato  de  apoyo: 
pero   toda   combinación   de  esta  naturaleza   sólo 


118  BERNAUDO  MONTE AGUDO 

puede  ser  imponente  para  los  cobardes.  ¿Con  qué 
fondos  sostendrá  esta  empresa,  con  qué  auxilios 
la  llevará  a  cabo  un  tropel  de  errantes  que  con 
proporción  a  su  número  serán  dobles  las  dificulta- 
des y  embarazos  para  la  ejecución  de  las  medidas? 
Hablemos  sin  ilusión,  los  grandes  peligros  no  de- 
bemos esperarlos  de  la  Europa ;  su  codicia  no  pue- 
de ser  el  arbitro  de  nuestro  destino  y  sus  deseos 
serán  sofocados  por  los  riesgos  en  que  fluctuará 
su  misma  suerte.  En  nuestra  mano  está  precaver 
todo  mal  suceso,  próximo  o  remoto:  tenemos  tiem- 
po y  recursos»para  armar  nuestro  brazo  j  hacerlo 
terrible  a  nuestros  enemigos;  no  pende  de  ellos, 
no,  el  destino  de  la  América,  sino  de  nosotros  mis- 
mos: su  ruina  o  prosperidad,  serán  consiguientes 
a  nuestra  energía  o  indiferencia. 

(W.,  enero  24  de  1812.) 


Observación 

Un  pueblo  que  repentinamente  pasa  de  la  ser- 
vidumbre a  la  LiBEETAD,  está  en  un  próximo  peli- 
gro de  precipitarse  en  la  anarquía  y  retrogradar  a 
la  esclavitud.  El  placer  embriagante  que  recibe 
de  un  nuevo  objeto  que  determina  su  admiración, 
le  expone  a  abusar  de  unas  ventajas  cuya  medida 
ignora,  porque  jamás  ba  poseído.  El  necesita  que 
los  peligros  pongan  freno  a  sus  deseos  exaltados, 
antes  que  su  felicidad  lo  baga  desgraciado,  si  en 
sus  mismas  alteraciones  no  le  indica  los  medios 
de  hacerse  inalterable.  El  imperio  de  las  pasiones 
sobre  el  corazón  del  hombre  es  demasiado  lángui- 
do, cuando  el  peso  de  sus  desgracias  lo  abruma: 
pero  cuando  la  prosperidad  lo  dilata  y  el  placer 
lo  anima,  suelta  entonces  la  brida  a  sus  caprichos 
y  debilidades.  La  América  ha  convertido  sii  llanto 
en  risa  de  un  momento  a  otro,  ja  la  humillación 
en  que  vivía,  se  ha  sucedido  la  independencia  en 


OBRAS    POLÍTICAS  119 

que  debe  morir:  pero  aun  le  falta  la  sanción  del 
tiempo,  y  es  preciso  confesar  que  entretanto  in- 
fluirán más  las  pasiones  sorprendidas  por  este  nue- 
vo espectáculo,  que  la  razón  misma  sfuiada  por  el 
impulso  del  orden.  En  esta  precisa  lid  los  peligros 
deben  mirarse  como  un  don  del  cielo,  y  yo  sos- 
tengo que  nuestra  conservación  pende  de  los  gran- 
des riesgos  que  nos  rodean.  Si  ellos  desaparecie- 
sen repentinamente  de  las  costas  del  Uruguay  y 
de  las  escarpadas  montañas  del  Peni,  h quién  duda 
que  entonces  las  rivalidades,  las  disidencias,  los 
odios,  la  ambición,  y  todas  las  pasiones,  renova- 
rían una  guerra  interior  más  funesta  a  la  liber- 
tad, que  todas  las  armas  de  los  tiranos?  Al  abrigo 
de  una  calma  exterior  se  suscitarían  mil  borras- 
cas interiores,  se  animarían  los  celos,  y  ya  cada 
uno,  seguro  de  las  actuales  amenazas,  sólo  se  es- 
forzaría a  ganar  partido  para  prevalerse  después 
de  él  y  usurpar  los  derechos  del  pueblo,  como  lo 
intentarían  mucbos  hipócritas  a  quienes  ya  cono- 
cemos, por  más  que  se  justifiquen  y  procuren  pro- 
fanar la  virtud  de  los  buenos  para  disfrazar  sus 
crímenes.  Por  estas  razones  yo  quiero  que  los  es- 
collos se  amontonen  delante  de  nosotros,  quiero 
que  nuestra  cerviz  esté  siempre  amenazada  del 
yugo  opresor,  quiero  ver  siempre  en  conflictos  a 
los  que  se  jactan  de  patriotas,  y  quiero  que  algu- 
na vez  lleguemos  al  mismo  borde  del  precipicio, 
para  conocer  entonces  la  energía  de  que  son  ca- 
paces. Observo  mucho  tiempo  ha,  que  sólo  cuan- 
do amenaza  un  peligro  se  conmueven  los  resortes 
de  nuestra  energía,  se  obra  con  rapidez  y  se  pro- 
yecta con  calor;  pero  luego  que  pasa  el  conflicto 
vuelve  la  languidez  y  la  indiferencia ;  y  la  unión 
que  empezaba  a  conciliarse  a  vista  del  riesgo,  se 
disipa  lejos  de  él.  Yo  espero  que  llegará  un  mo- 
mento en  que  se  consolide  la  libertad,  en  que  se 
afiance  la  uniformidad  de  sentimientos,  en  que 
las  pasiones  enmudezcan  y  este  será  un  gran  ries- 
go en  que  la  patria  se  estremezca  y  tiemble  al  ver 
su  destino  vacilante:  pero  también  espero  que  en- 


120  BERNARDO    MONTEAGUDO 

tonces  la  energía  hará  una  explosión  violenta  y 
forzará  a  los  tiranos  a  doblar  su  trémula  rodilla 
delante  de  la  majestad  del  pueblo. 


Buenos  Aires  23  de  enero  1812 

Cuando  yo  veo  que  en  la  capital  de  Lima,  en 
ese  pueblo  de  esclavos,  en  ese  asilo  de  los  déspo- 
tas, en  ese  teatro  de  la  afeminación  y  blandura, 
en  esa  metrópoli  del  imperio  del  egoísmo,  consi- 
guió el  visir  Abascal  levantar  un  cuerpo  cívico 
bajo  el  nombre  de  la  concordia,  compuesto  de 
1,500  hombres  de  la  clase  media,  uniformados  y 
armados  a  sus  expensas,  juzgo  que  Buenos  Aires 
se  degradaría  hasta  el  extremo,  si  no  imitase  con 
doble  esfuerzo  este  interesante  ejemplo.  La  urgen- 
cia es  mayor  y  la  obligación  no  puede  ser  más  sa- 
grada. El  ejército  de  la  repiíblica  debe  salir  al 
campo  de  Marte,  bien  sea  a  ensayar  el  vigor  de 
sus  brazos,  o  a  batir  las  falanges  orgullosas  que 
vengan  a  insultar  nuestro  pabellón:  la  capital  debe 
quedar  con  fuerzas  interiores  para  mantener  la 
tranquilidad  en  su  recinto  y  apoyar  el  decoro  del 
gobierno:  estos  dos  grandes  objetos  no  pueden  con- 
ciliarse  sin  la  acelerada  organización  de  la  legión 
cívica  que  ya  se  ha  promovido:  cada  momento  de 
demora  enfría  el  ardor  de  la  empresa  y  retarda 
nuestros  progresos.  El  pueblo  libre  de  Buenos  Ai- 
res H^no  será  capaz  de  la  energía  que  mostraron  los 
esclavos  de  Lima,  cuando  Abascal  en  los  conflic- 
tos de  desprenderse  de  sus  tropas  veteranas  y  pro- 
vinciales, abrazó  aquel  arbitrio  para  asegurar  su 
existencia,  amenazada  entonces  por  el  espíritu  de 
libertad  que  empezaba  a  clifundir  el  autor  de 
El  Diario  Secreto  y  sus  muchos  prosélitos?  No  lo 
creo,  antes  espero  que  todos  los  que  se  consideran 
dignos  de  ser  ciudadanos,  serán  desde  hoy  solda- 
dos, y  correrán  a  tomar  la  divisa  del  valor,  en- 
trando en  competencia  con  los  aguerridos  orien- 
tales y  demás  campeones  que  se  han  señalado  en 
nuestra  historia.  Argentinos:   la  libertad  no  se 


OBRAS    POLÍTICAS  121 

consigue  sino  con  grandes  y  continuos  sacrificios: 
las  voces  y  clamores  de  una  multitud  acalorada 
no  han  hecho  independiente  a  ningún  pueblo:  las 
obras,  la  energía,  la  energía  y  el  entusiasmo  son 
los  que  han  llenado  los  anales  de  la  libertad  triun- 
fante. Tomad  las  armas  o  id  a  buscar  los  grillos  en 
un  tranquilo  calabozo. 


A  LOS   PUEBLOS   INTERIORES 

Cuando  en  el  niímero  12  interesé  a  los  ciudada- 
nos ilustrados  para  que  consagrasen  sus  desvelos 
a  los  intereses  de  la  patria,  borrando  con  su  in- 
fluencia las  impresiones  del  vicio  y  el  error,  creí 
que  el  eco  de  mi  voz  penetraría  hasta  lo  interior 
de  esas  provincias,  convenciendo  a  sus  habitantes 
de  la  obligación  en  que  están  de  propagar  sus  lu- 
ces, su  energía  y  esfuerzos  para  auxiliar  los  de  esta 
capital.  No  ignoro  que  en  el  interior  hay  hombres 
capaces  de  llenar  este  sagrado  objeto,  y  sus  refle- 
xiones serían  muy  interesantes,  aun  cuando  no  se 
contrajesen  más  que  a  indicar  los  recursos  que  en 
cada  pueblo  pueden  apurarse  para  fomentar  el  es- 
píritu público;  interés  el  más  urgente  a  que  de- 
bemos contraernos  en  estos  días  de  conflicto.  No 
quiero  que  por  esto  se  prescinda  enteramente  de 
los  arbitrios  (jue  conducen  al  fomento  de  la  indus- 
tria, comercio  y  agricultura,  de  cuyos  progresos 
pende  la  opulencia  de  un  Estado  que  empieza  a 
desenvolver  el  embrión  de  sus  facultades:  pero  sí 
sostengo  que  nuestro  principal  objeto  debe  ser 
formar  el  espíritu  público,  con  cuyo  auxilio  triun- 
faremos fácilmente  de  las  dificultades,  hasta  ho- 
llar los  mayores  peligros.  Calculemos  con  exacti- 
tud nuestros  intereses:  la  América,  atendidas  sus 
ventajas  naturales,  está  en  aptitud  de  elevarse  con 
rapidez  al  mayor  grado  de  prosperidad,  luego  que 
se  consolide  su  deseada  independencia:  hasta  tan- 
to, querer  entrar  en  combinaciones  de  detall  y 
planes  particulares  de  felicidad,  sería  poner  tra- 


122  BEENARDO    MONTEAGUDO 

bas  y  embarazos  al  principal  objeto,  sin  progresar 
en  éste  ni  en  aquéllos.  Cuando  un  pueblo  desea 
salir  de  la  servidumbre,  no  debe  pensar  sino  en 
ser  libre:  si  antes  de  serlo  quiere  ya  gozar  los  fru- 
tos de  la  libertad,  es  como  un  insensato  labrador 
que  quiere  cosechar  sin  haber  sembrado.  Fomén- 
tese el  espíritu  público,  y  entonces  será  fácil  subir 
por  el  tronco  hasta  la  copa  del  árbol  santo  de 
nuestra  salud:  pero  mientras  ese  fuego  sagrado  no 
inflame  a  todas  las  almas  capaces  de  sentir,  yo 
veo  pendiente  sobre  nuestra  cabeza  la  espada  de 
los  tiranos  y  próximos  a  unirse  de  nuevo  los  esla- 
bones de  esa  ronca  cadena  que  acabamos  de  tron- 
char. Americanos:  ¿cuándo  os  veré  correr  con  la 
tea  de  la  libertad  en  la  mano,  a  comunicar  el  in- 
cendio de  vuestros  corazones  a  los  fríos  y  lángui- 
dos que  confunden  la  pusilanimidad  con  la  pru- 
dencia, la  frialdad  con  la  moderación,  la  lentitud 
con  la  dignidad  y  el  decoro,  y  lo  que  es  más,  el 
saludable  entusiasmo  de  los  verdaderos  republi- 
canos con  el  delirio,  la  ligereza  o  poca  madurez  en 
los  juicios?  Pueblos:  ¿cuándo  seréis  tan  entusias- 
tas por  vuestra  independencia,  como  habéis  sido 
fanáticos  por  la  esclavitud?  Habitantes  de  los  úl- 
timos ángulos  del  continente  austral:  la  libertad 
de  la  patria  está  en  peligro;  tomad,  tomad  el  pu- 
ñal en  la  mano  antes  de  acabar  de  leer  este  período 
si  posible  es,  y  corred,  corred  a  exterminar  a  los 
tiranos;  y  antes  que  su  sangre  acabe  de  humear, 
presentadla  en  holocausto  a  las  mismas  víctimas 
que  ellos  han  inmolado  desde  el  descubrimiento 
de  la  América.  Ciudadanos  ilustrados:  fomentad 
este  furor  virtuoso  contra  los  agresores  de  nues- 
tros derechos:  perezcamos  todos,  antes  de  verlos 
triunfar:  vamos  a  descansar  en  los  sepulcros,  antes 
que  ser  espectadores  de  la  desolación  de  la  patria. 
Si  ellos  sobreviven  a  nuestro  dolor,  que  no  encuen- 
tren sino  ruinas,  tumbas,  desiertos  solitarios  en 
lugar  de  las  ciudades  que  habitamos:  que  enarbo- 
len  su  pabellón  sobre  esos  mudos  y  expresivo^  mo- 
numentos de  nuestro  odio  eterno  a  la  esclavitud. 
Firmeza  y  coraje,  mis  caros  compatriotas:  vamos 


OBRAS    POLÍTICAS  123 

a  ser  independientes  o  morir  como  héroes,  imitan- 
do a  los  Guatimozines  y  Atahualpas. 

{Id.,  enero  24  de  1812.) 


Observaciones  didácticas 

¿Por  qué  funesto  trastorno  lia  venido  a  ser  es- 
clavo ese  arbitro  subalterno  de  la  naturaleza,  cuya 
voluntad  sólo  debía  estar  sujeto  a  las  leyes  que 
sancionan  su  independencia  y  señalan  los  límites 
que  la  razón  eterna  tiene  derecho  a  prescribirle? 
¿  Por  qué  ha  vivido  el  hombre  entregado  a  la  arbi- 
trariedad de  sus  semejantes  y  obligado  a  recibir 
la  ley  de  un  perverso  feliz?  No  busquemos  la  cau- 
sa fuera  del  hombre  mismo:  la  ignorancia  le  hizo 
consentir  en  ser  esclavo,  hasta  que  con  el  tiempo 
olvidó  que  era  libre:  llegó  a  dudar  de  sus  derechos, 
vaciló  sobre  sus  principios  y  perdió  de  vista  por 
una  consecuencia  necesaria  el  cuadro  original  de 
sus  deberes.  Un  extraño  embrutecimiento  vinp  a 
colocarle  entre  dos  escollos  tan  funestos  a  la  jus- 
ticia como  a  la  humanidad;  y  fluctuando  entre  la 
servidumbre  y  la  licencia  mudaba  algunas  veces 
de  situación,  sin  mejorar  su  destino  siempre  des- 
graciado, ya  cuando  traspasaba  los  límites  de  su 
LIBERTAD,  ya  cuaudo  gemía  en  la  esclavitud. 

Esta  alternativa  de  contrastes  ha  afligido  y  afli- 
girá el  espíritu  humano  mientras  no  se  fije  un  tér- 
mino medio  entre  aquellos  extremos  y  se  analicen 
las  nociones  elementales  que  deben  servir  de  nor- 
te. Para  esto  sería  excusado  buscar  en  esos  volú- 
menes de  delirios  filosóficos,  y  falsos  axiomas  de 
convención,  la  idea  primitiva  de  un  derecho  gra- 
bado en  el  corazón  de  la  humanidad.  La  libertad 
no  es  sino  una  propiedad  inalienable  e  imprescrip- 
tible que  goza  todo  hombre  para  discurrir,  hablar 
y  poner  en  obra  lo  que  no  perjudica  a  los  derechos 
de  otro,  ni  se  opone  a  la  justicia  que  se  debe  a  sí 


124  BERNARDO  MONTE AGUDO 

mismo.  Esta  ley  santa  derivada  del  consejo  eter- 
no, no  tiene  otra  restricción  que  las  necesidades 
del  hombre  y  su  propio  interés:  ambos  le  inspiran 
el  respeto  a  los  derechos  de  otro  para  que  no  sean 
violados  los  suyos:  ambos  le  dictan  las  obligacio- 
nes a  que  está  ligado  para  con  su  individuo  y  de 
cuya  observancia  pende  la  verdadera  libertad. 
Ninguno  es  libre  si  sofoca  el  principio  activo  y  de- 
terminante de  esa  innata  disposición;  ninguno  es 
libre  si  defrauda  la  libertad  de  sus  semeja^jtes, 
atrepellando  sus  derechos:  en  una  palabra,  nin- 
guno es  libre  si  es  injusto. 

Bien  examinadas  las  necesidades  del  hombre 
se  verá  que  todos  sus  deberes  resultan  de  ellas  y 
se  dirigen  a  satisfacerlas  o  disminuirlas;  y  que, 
por  consiguiente,  nunca  es  más  libre  que  cuando 
limita  por  reflexión  su  propia  libertad,  mejor 
diré,  cuando  usa  de  ella.  ¿Y  podrá  decirse  que 
usa  de  su  razón  el  que  la  contradice  y  se  desvía 
de  su  impulso?  De  ningiín  modo;  ,; podrá  decirse 
que  usa  de  ella  el  Que  por  seguir  un  capricho  ins- 
tantáneo se  priva  de  satisfacer  su  necesidad  ver- 
dadera? tampoco:  pues  lo  mismo  digo  de  la  liber- 
tad que  no  es  sino  el  ejercicio  de  la  razón  misma: 
aqiTella  se  extiende  por  su  naturaleza  a  todo  lo  que 
ésta  alcanza,  y  así  como  la  razón  no  conoce  otros 
límites,  que  lo  que  es  imposible,  bien  sea  por  una 
repugnancia  moral  o  por  una  contradicción  física, 
de  igual  modo  la  libertad  sólo  tiene  por  término 
lo  que  es  capaz  de  de«;truirla  o  lo  que  excede  la  es- 
fera de  lo  posible.  No  hablo  aquí  de  la  libertad 
natural  que  ya  no  existe,  ni  de  ese  derecho  ilimi- 
tado que  tiene  el  hombre  a  cuanto  le  agrada  en  el 
estado  salvaje:  trato,  sí,  de  la  libertad  civil  que 
adquirió  por  sus  convenciones  sociales  y  que  ha- 
blando con  exactitud  es  en  realidad  más  amplia 
nue  la  primera.  No  es  extraño:  las  fuerzas  del  in- 
dividuo son  el  término  de  la  libertad  natural,  y 
la  razón  nivelada  por  la  voluntad  general  señala 
el  espacio  a  oue  se  extiende  la  libertad  civil.  Yo 
sería  sin  duda  menos  libre,  si  en  circunstancias 
fundase  mis  pretensiones  en  el   débil  recurso  de 


OBRAS    POLÍTICAS  125 

mis  fuerzas:  cualquier  hombre  más  robusto  que 
yo  frustraría  mi  justicia  y  el  doble  vigor  de  sus 
brazos  fácilm.eute  eludiría  mis  más  racionales  es- 
peranzas: yo  no  tendría  propiedad  segura,  y  mi 
posesión  sería  tan  precaria  como  el  título  que  la 
fundaba.  Por  el  contrario:  mi  libertad  actual  es 
tanto  más  ñrme  y  absoluta,  cuanto  ella  se  funda 
en  una  convención  recíproca  que  me  pone  a  cu- 
bierto de  toda  violencia:  sé  que  ningún  hombre 
podrá  atentar  impunemente  este  derecho,  porque 
en  su  misma  infracción  encontraría  la  pena  de  su 
temeridad  y  desde  entonces  dejaría  de  ser  libre, 
pues  la  sujeción  a  un  impulso  contrario  al  orden 
es  esclavitud,  y  sólo  el  que  obedece  a  las  leyes 
que  se  prescriben  en  una  justa  convención  goza  de 
verdadera  libertad. 

Todo  derecho  produce  una  obligación  esencial- 
mente anexa  a  su  principio,  y  la  existencia  de 
ambos  es  de  tal  modo  individual,  que  violada  la 
obligación  se  destruye  el  derecho.  Yo  soy  libre, 
sí,  tengo  derecho  a  serlo;  pero  también  lo  son 
todos  mis  semejantes,  y  por  un  deber  convencio- 
nal ellos  respetarán  mi  libertad,  mientras  yo  res- 
pete la  suya:  de  lo  contrario,  falto  a  mi  primera 
obligación  que  es  conservar  ese  derecho,  pues  vio- 
lando el  ajeno,  consiento  en  la  violación  del  mío. 
Aun  digo  más:  yo  empiezo  a  dejar  de  ser  libre,  si 
veo  con  indiferencia  que  un  perverso  oprime  o  se 
dispone  a  tiranizar  al  más  infeliz  de  mis  conciu- 
dadanos: ^u  opresión  reclama  mis  esfuerzos;  e 
insensiblemente  abro  una  brecha  a  mi  libertad, 
si  permito  que  quede  impune  la  violencia  que  pa- 
dece. Luego  que  su  opresor  triunfe  por  la  primera 
vez,  él  se  acostumbrará  a  la  usurpación ;  con  el 
tiempo  formará  un  sistema  de  tiranía  y  sobre  las 
ruinas  de  la  libertad  pública  elevará  un  altar 
terrible,  delante  del  cual  vendrán  a  postrar  la  ro- 
dilla cuantos  hayan  recibido  de  sus  manos  las 
cadenas.  Tan  esclavo  será  al  fin  el  primer  oprimi- 
do como  el  líltimo:  la  desgracia  del  uno  y  la  ciega 
inacción  del  otro  pondrán  su  destino  a  nivel: 
aquél  llorará  los  efectos  de  la  fuerza  que  le  sor- 


126  BERNARDO    MONTEAGUDO 

prendió,  y  éste  sentirá  las  consecuencias  de  la 
debilidad  con  que  obró  en  detrimento  de  ambos. 
Yo  voy  a  inferir  de  estos  principios,  que  todos  los 
que  tengan  un  verdadero  espíritu  de  libertad  son 
defensores  natos  de  los  oprimidos,  y  el  que  vea 
con  indolencia  las  cadenas  que  arrastran  otros 
cerca  de  él,  ni  es  digno  de  ser  libre,  ni  podrá  ser- 
lo jamás.  Por  esto  he  mirado  siempre  con  admira- 
ción la  LIBERTAD  de  Esparta,  y  no  sé  cómo  podían 
lisonjearse  de  ser  tan  libres,  cuando  por  otra  par- 
te sostenían  la  esclavitud  de  los  ilotas,  aunque 
Sócrates  les  atribuía  las  ventajas  de  un  estado 
medio.  Ello  es  que  la  existencia  de  un  solo  siervo 
en  el  Estado  más  libre,  basta  para  marchitar  la 
idea  de  su  grandeza.  ¡Felices  las  comarcas  donde 
la  naturaleza  ve  respetados  sus  fueros  en  el  más 
desvalido  de  los  mortales! 

Americanos:  en  vano  declamaréis  contra  la  ti- 
ranía si  contribuís  o  toleráis  la  opresión  y  servi- 
dumbre de  los  que  tienen  igual  derecho  que  nos- 
otros: sabed  que  no  es  menos  tirano  el  que  usurpa 
la  soberanía  de  un  pueblo  que  el  que  defrauda  los 
derechos  de  un  solo  hombre:  el  que  quiere  restrin- 
gir las  opiniones  racionales  de  otro,  el  que  quiere 
limitar  el  ejercicio  de  las  facultades  físicas  o  mo- 
rales que  goza  todo  ser  animado,  el  que  quiere  so- 
focar el  derecho  que  a  cada  uno  le  asiste  de  pedir 
lo  que  es  conforme  a  sus  intereses,  de  facilitar  el 
alivio  de  sus  necesidades,  de  disfrutar  los  encantos 
y  ventajas  que  la  naturaleza  despliega  a  sus  ojos ; 
el  que  quiere,  en  fin,  degradar,  abatir  y  aislar  a 
sus  semejantes  es  un  tirano.  Todos  los  hombres 
son  igualmente  libres:  el  nacimiento  o  la  fortuna, 
la  procedencia  o  el  domicilio,  el  rango  del  ma- 
gistrado o  la  líltima  esfera  del  pueblo,  no  inducen 
la  más  pequeña  diferencia  en  los  derechos  y  pre- 
rrogativas civiles  de  los  miembros  que  lo  compo- 
nen. Si  alguno  cree  que  porque  preside  la  suerte 
de  los  demás,  o  porque  ciñe  la  espada  que  el  Es- 
tado le  confió  para  su  defensa,  goza  mayor  liber- 
tad que  el  resto  de  los  hombres,  se  engaña  mucho, 
y  este  solo  delirio  es  un  atentado  contra  el  pacto 


OBRAS    POLÍTICAS  121 

social.  El  activo  labrador,  el  industrioso  comer- 
ciante, el  sedentario  artista,  el  togado,  el  funcio- 
nario público,  en  fin,  el  que  dicta  la  ley  y  el  que  la 
consiente  o  sanciona  con  su  sufragio,  todos  gozan 
de  igual  derecho,  sin  que  haya  la  diferencia  de 
un  solo  ápice  moral:  todos  tienen  por  término  de 
su  independencia  la  voluntad  general  y  su  razón 
individual:  el  que  lo  traspasa  un  punto  ya  no  es 
libre,  y  desde  que  se  erige  en  tirano  de  otro,  se 
hace  esclavo  de  sí  mismo. 

Desengañémonos:  nuestra  libertad  jamás  ten- 
drá una  base  sólida,  si  alguna  vez  perdemos  de 
vista  ese  gran  principio  de  la  naturaleza,  que  es 
como  el  germen  de  toda  la  moral:  jamás  hagas  a 
otro,  lo  que  no  quieras  que  hagan  contigo.  Si  yo 
no  quiero  ser  defraudado  en  mis  derechos,  tampo- 
co debo  usurpar  los  de  otro:  la  misma  libertad 
que  tengo  para  elegir  una  forma  de  gobierno  y 
repudiar  otra,  la  tiene  aquel  a  quien  trato  de  per- 
suadir mi  opinión:  si  ella  es  justa,  me  da  derecho 
a  esperar  que  será  admitida:  pero  la  equidad  me 
prohibe  el  tiranizar  a  nadie.  Por  la  misma  razón 
yo  me  pregunto  ¿  qué  pueblo  tiene  derecho  a  dictar 
la  constitución  de  otro?  Si  todos  son  libres,  ¿po- 
drán sin  una  convención  expresa  y  legal  recibir 
su  destino  del  que  se  presuma  más  fuerte?  ¿Habrá 
alguno  que  pueda  erigirse  en  tutor  del  que  recla- 
ma su  mayoridad,  y  acaba  de  quejarse  ante  el 
tribunal  de  la  razón  del  injusto  pupilaje  a  que  la 
fuerza  lo  había  reducido?  Los  pueblos  no  conocen 
sus  derechos:  la  ignorancia  los  precipitaría  en  mil 
errores,  ¿y  yo  tengo  derecho  a  abusar  de  su  igno- 
rancia y  eludir  su  libertad  a  pretexto  de  que  no 
la  conocen?  No  por  cierto.  Yo  conjuro  a  todos  los 
directores  de  la  opinión  que  jamás  pierdan  de  vis- 
ta los  argumentos  con  que  nosotros  mismos  im- 
pugnamos justamente  la  conducta  del  gobierno 
español  con  respecto  a  la  América.  Toda  consti- 
tución que  no  lleve  el  sello  de  la  voluntad  general 
es  injusta  y  tiránica:  no  hay  razón,  no  hay  pre- 
texto, no  hay  circunstancia  que  la  autorice.  Los 
pueblos  son  libres  y  jamás  errarán  si  no  se  les  co- 


128  BERNARDO    MONTEAGUDO 

rrompe  o  violenta.  Tengo  derecho  a  decir  lo  que 
pienso,  y  llegaré  por  grados  a  publicar  lo  que 
siento.  Ojalá  contribuya  en  un  ápice  a  la  felici- 
dad de  mis  semejantes;  a  esto  se  dirigen  mis  de- 
seos, y  yo  estoy  obligado  a  apurar  mis  esfuerzos. 
Juro  por  la  patria  que  nunca  seré  cómplice  con 
mi  silencio  en  el  menor  acto  de  tiranía,  aun  cuan- 
do la  pusilanimidad  reprenda  mis  discursos  y  los 
condene  la  adulación.  Si  alguna  vez  me  aparto  de 
estos  principios,  es  justo  que  caiga  sobre  mí  la 
execración  de  todas  las  almas  sensibles ;  y  si  mi 
celo  desvía  mi  corazón,  ruego  a  los  que  se  honran 
con  el  nombre  de  patriotas,  acrediten  que  aman 
la  causa  pública  y  no  que  aborrecen  a  los  que  se 
desvelan  por  ella. 


Clasificación 

Todas  las  instituciones  humanas  subsisten  o  ca- 
ducan, según  predominan  más  o  menos  en  su  es- 
píritu la  imparcialidad  y  la  justicia.  La  mano  del 
hombre  siempre  producirá  obras  frágiles  si  se 
aparta  un  punto  de  este  principio  y  confunde  en 
sus  primeras  combinaciones  los  estímulos  de  una 
justicia  convencional,  con  los  dogmas  de  la  equi- 
dad natural.  Desgraciado  el  pueblo  que  al  ensa- 
yar las  ideas  de  reforma  a  que  lo  conduce  su  mis- 
ma situación,  olvida  ya  el  punto  de  donde  debe 
partir  y  se  precipita  en  nuevos  escollos,  antes  de 
vencer  los  que  \\n  despotismo  inveterado  oponía  a 
sus  esfuerzos.  Uno  de  los  actos  que  exigen  ma;^or 
imparcialidad  para  evitar  este  peligro,  es  la  clasifi- 
cación de  ciudadanos:  sin  ella  los  demás  serían  ile- 
gítimos, y  cada  paso  que  diésemos  en  nuestra  re- 
volución iría  marcado  con  funestos  absurdos. 
Nuestra  futura  constitución  debe  ser  obra  del  voto 
general  de  los  que  tengan  derecho  de  ciudadanía: 
y  si  éste  se  dispensa,  o  niega  sin  examen  al  digno 
y  al  indigno,  la  suerte  de  la  patria  se  verá  compro- 


OBRAS    POLÍTICAS  129 

metida  y  sofocado  el  voto  de  la  sana  intención. 
Por  el  contrario,  si  se  procede  con  cordura  y  equi- 
dad debemos  esperar,  entre  otras  ventajas,  la 
reconciliación  de  muchos  enemigos  del  sistema  y 
la  firme  adhesión  de  los  que  se  vean  ligados  por 
un  nuevo  pacto  público,  que  será  el  más  sagrado 
entre  nosotros. 

¿Quién  gozará,  pues,  los  derechos  de  ciudada- 
nía? Olvidemos  las  preocupaciones  de  nuestros  ma- 
yores, hagamos  un  paréntesis  a  los  errores  de  la 
educación  y  consultemos  la  justicia.  Todo  hombre 
mayor  de  veinte  años  que  no  esté  bajo  el  dominio 
de  otro,  ni  se  halle  infamado  por  un  crimen  pú- 
blico plenamente  probado,  y  acredite  que  sabe 
leer  y  escribir,  y  se  ejercita  en  alguna  profesión, 
sea  de  la  clase  que  fuere,  con  tal  que  se  haga  ins- 
cribir en  el  registro  cívico  de  su  respectivo  can- 
tón, después  de  haber  vivido  más  de  un  año  en  el 
territorio  de  las  Provincias  Unidas,  obligando  su 
persona  y  bienes  al  cumplimiento  de  los  deberes 
que  se  imponga,  gozará  los  derechos  de  ciudada- 
nía. El  que  reúna  estas  cualidades  debe  ser  ad- 
mitido a  la  lista  nacional,  sea  su  procedencia  cual 
fuere,  sin  que  haya  la  más  pequeña  diferencia  en- 
tre el  europeo,  el  asiático,  el  africano  y  el  origi- 
nario de  América.  No  creo  que  se  me  impugnará 
esta  opinión,  porque  entonces  abriríamos  una  bre- 
cha a  la  justicia  y  pondríamos  un  escollo  a  los 
hombres  de  mérito  que  quisiesen  enriquecernos 
con  los  tesoros  de  su  industria.  Si  entre  aquéllos 
hay  una  cierta  clase  que  por  carácter  detesta  nues- 
tras ideas,  este  es  el  medio  de  comprometerlos; 
porque,  o  han  de  rehusar  los  derechos  de  ciudada- 
nía, y  en  tal  caso  deben  ser  mirados  como  extran- 
jeros y  no  acreedores  a  la  protección  de  las  leyes 
patrias,  o  han  de  entrar  en  el  rol  de  los  ciudada- 
nos, y  entonces  quedan  comprometidos  a  sostener 
la  constitución  o  sufrir  el  rigor  de  la  ley. 

He  excluido  al  que  esté  bajo  el  dominio  de  otro, 
no  porque  una  injusta  esclavitud  derogue  los  dere- 
chos del  hombre,  sino  porque  las  circunstancias 

9 


130  BERNARDO    MONTEAGUDO 

actuales  y  el  estado  mismo  de  esa  porción  misera- 
ble no  permiten  darles  parte  en  los  actos  civiles, 
hasta  que  mejore  su  destino.  Por  lo  que  toca  a  la 
edad  iie  observado  que  en  nuestro  clima  y  en  la 
época  en  que  vivimos,  bastará  la  de  veinte  años 
para  obrar  con  aquella  reflexión  que  demandan 
los  negocios  públicos.  También  excluyo  al  que 
esté  infamado  por  un  crimen  notorio  plenamente 
probado,  y  siendo  el  mayor  de  todos  el  de  lesa 
-patria,  sería  inútil  decir  que  un  enemigo  público 
no  puede  ser  ciudadano;  pero  quiero  que  las  jus- 
tificaciones sean  evidentes,  pues  de  lo  contrario 
¿quién  sería  inocente,  si  para  ser  condenado  bas- 
tara la  acusación  de  un  impostor  o  de  un  celoso 
frenético? 

El  saber  leer  y  escribir,  y  estar  en  ejercicio  de 
alguna  profesión  mecánica  o  liberal  me  parecen 
circunstancias  indispensables,  tanto  más,  cuanto 
importa  determinar  una  cualidad  sensible  que 
muestre  la  aptitud  y  aplicación  de  cada  uno.  El 
domicilio  de  un  año  en  el  territorio  de  las  provin- 
cias libres,  es  el  término  más  regular  para  que 
conocidas  las  ventajas  del  país  pueda  cualquiera 
adoptar  su  domicilio  y  tomar  por  él  un  grado  de 
interés  proporcionado  a  su  adhesión.  Con  estas 
cualidades  podrá  cualquiera  inscribirse  en  el  re- 
gistro cívico,  bajo  los  ritos  legales  que  deben 
acompañar  este  importante  acto ;  obligándose  en 
él  solemnemente  a  cumplir  con  los  deberes  de  ciu- 
dadano; y  así  como  la  constitución  queda  garan- 
te de  sus  derechos,  del  mismo  modo  su  persona  y 
bienes  deben  quedar  sujetos  a  la  responsabilidad 
de  la  menor  infracción,  según  su  naturaleza  y  cir- 
cunstancias. He  indicado  las  ideas  elementales  de 
esta  materia,  pero  nada  añadirán  mis  especulacio- 
nes a  su  importancia,  si  no  se  ponen  en  práctica 
con  la  brevedad  que  demanda  nuestra  situación. 
Demos  este  importante  paso  para  calcular  por  él 
nuestros  futuros  progresos.  Yo  protesto  no  ceder 
en  mi  empeño,  hasta  verlo  realizado,  la  necesidad 
me  estimula,  y  el  amor  a  la  libertad  me  decide; 


OBRAS    POLÍTICAS  131 

pero  mi  voz  es  débil,  si  el  gobierno  no  la  esfuerza 
y  la  sostienen  los  hombres  libres. 

(Id.,  febrsro  14  de  1812.) 


Continúan  las  observaciones  didácticas 

Sólo  el  santo  dogma  de  la  igualdad  puede  in- 
demnizar a  los  hombres  de  la  diferencia  mu- 
chas veces  injuriosa  que  ha  puesto  entre  ellos  la 
naturaleza,  la  fortuna,  o  una  convención  antiso- 
cial. La  tierra  está  poblada  de  habitantes  más  o 
menos  fuertes,  más  o  menos  felices,  más  q  menos 
corrompidos;  y  de  estas  accidentales  modificacio- 
nes nace  una  desigualdad  de  recursos  que  los  es- 
píritus dominantes  han  querido  confundir  con 
una  desigualdad  quimérica  de  derechos  que  sólo 
existen  en  la  legislación  de  los  tiranos.  Todos  los 
hombres  son  iguales  en  presencia  de  la  ley:  el  ce- 
tro y  el  arado,  la  púrpura  y  el  humilde  ropaje 
del  mendigo,  no  añaden  ni  quitan  una  línea  a  la 
tabla  sagrada  de  los  derechos  del  hombre.  La  ra- 
zón universal,  esa  ley  eterna  de  los  pueblos  no 
admite  otra  aceptación  de  personas  que  la  que 
funda  el  mérito  de  cada  una:  ella  prefiere  al  ciu- 
dadano virtuoso  sin  derogar  la  igualdad  de  los 
demás,  y  si  amplía  con  él  su  protección,  es  para 
mostrar  que  del  mismo  modo  restringirá  sus  aus- 
picios con  el  que  prefiera  el  crimen.  Los  adulado- 
res de  los  déspotas  declaman  como  unos  energúme- 
nos contra  este  sistema  y  se  esfuerzan  en  probar 
con  tímidos  sofismas  que  la  igualdad  destruye  el 
equilibrio  de  los  pueblos,  derriba  la  autoridad, 
seduce  la  obediencia,  invierte  el  rango  de  los  ciu- 
dadanos y  prepara  la  desolación  de  la  justicia. 
Confundiendo  por  ignorancia  los  principios,  equi- 
vocan por  malicia  las  consecuencias  y  atribuyen 
a  un  derecho  tan  sagrado  los  males  que  arrastran 
6U  abuso  y  usurpación.  No  es  la  igualdad  la  que 


132  BERNARDO    MONTEAGUDO 

ha  devastado  las  regiones,  aniquilado  los  pueblos 
y  puesto  en  la  mano  de  los  liombres  el  puñal  san- 
griento que  lia  devorado  su  raza:  ningún  hombre 
que  se  considera  igual  a  los  demás,  es  capaz  de 
ponerse  en  estado  de  guerra,  a  no  ser  por  una  jus- 
ta represalia.  El  déspota  que  atribuye  su  poder  a 
un  origen  divino,  el  orgulloso  que  considera  su 
nacimiento  o  su  fortuna  como  una  patente  de  su- 
perioridad respecto  de  su  especie,  el  feroz  fanático 
que  mira  con  un  desdén  ultrajante  al  que  no  si- 
gue sus  delirios,  el  publicista  adulador  que  ano- 
nada los  derechos  del  pueblo  para  lisonjear  a  sus 
opresores,  el  legislador  parcial  que  contradice  en 
su  código  el  sentimiento  de  la  fraternidad  hacien- 
do a  los  hombres  rivales  unos  de  otros  e  inspirán- 
doles ideas  falsas  de  superioridad,  en  fin,  el  que 
con  la  espada,  la  pluma  o  el  incensario  en  la  mano 
conspira  contra  el  saludable  dogma  de  la  igualdad, 
éste  es  el  que  cubre  la  tierra  de  horrores  y  la  his- 
toria de  ignominiosas  páginas:  éste  es  el  que  invier- 
te el  orden  social  y  desquicia  el  eje  de  la  autori- 
dad del  magistrado  y  de  la  obediencia  del  subdi- 
to: éste  es  el  que  pone  a  la  humanidad  en  el  caso 
de  abominar  sus  más  predilectas  instituciones  y 
envidiar  la  suerte  del  misántropo  solitario. 

Tales  son  los  desastres  que  causa  el  que  arruina 
ese  gran  principio  de  la  equidad  social;  desde  en- 
tonces, sólo  el  poderoso  puede  contar  con  sus  de- 
rechos ;  sólo  sus  pretensiones  se  aprecian  como  jus- 
tas: los  empleos,  las  magistraturas,  las  distincio- 
nes, las  riquezas,  las  comodidades,  en  una  pala- 
bra, todo  lo  útil,  viene  a  formar  el  patrimonio 
quizá  de  un  imbécil,  de  un  ignorante,  de  un  per- 
verso a  quien  el  falso  brillo  de  una  cuna  soberbia 
o  de  una  suerte  altiva  eleva  al  rango  del  mérito, 
mientras  el  indigente  y  obscuro  ciudadano  vive 
aislado  en  las  sombras  de  la  miseria,  por  más  que 
su  virtud  le  recomiende,  por  más  que  sus  servi- 
cios empeñen  la  protección  de  la  ley,  por  más  que 
sus  talentos  atraigan  sobre  él  la  veneración  públi- 
ca. Condenado  a  merecer  sin  alcanzar,  a  desear 
sin  obtener,  y  a  recibir  el  desprecio  y  la  humilla- 


OBEAS    POLÍTICAS  133 

ción  por  recompensa  de  su  mérito,  se  ve  muchas 
veces  en  la  necesidad  de  postrarse  delante  del  cri- 
men e  implorar  sus  auspicios  para  no  ser  más  des- 
graciado. Tal  es  ordinariamente  la  suerte  del  hom- 
bre virtuoso  bajo  un  gobierno  tiránico  que  sólo 
mira  la  igualdad  como  un  delirio  de  la  democra- 
cia, o  como  una  opinión  antisocial.  Bien  sabemos 
por  una  amarga  experiencia  los  efectos  que  pro- 
duce esta  teoría  exclusiva  y  parcial:  ella  nos  in- 
habilitaba hasta  hoy  aun  para  obtener  la  más  sim- 
ple administración ;  y  la  sola  idea  de  nuestro  ori- 
gen marchitaba  el  mérito  de  las  más  brillantes  ac- 
ciones: en  el  diccionario  del  gabinete  español  pa- 
saban por  sinónimas  las  voces  de  esclavo  y  ameri- 
cano: con  el  tiempo  llegó  a  darse  tal  extensión  a 
su  concepto,  que  era  lo  mismo  decir  americano, 
que  decir  hombre  vil,  despreciable,  estúpido  e  in- 
capaz de  igualar  aún  a  los  verdugos  de  Europa: 
pensar  que  el  mérito  había  de  ser  una  escala  para 
el  premio,  excedía  al  error  de  creer  que  la  maldad 
sería  castigada  alguna  vez  en  los  mandatarios  de 
la  metrópoli,  por  más  que  abusasen  de  las  leyes 
administrativas.  Parece  que  un  nuevo  pecado  ori- 
ginal sujetaba  a  los  americanos  a  la  doble  pena 
de  ser  unos  meros  inquilinos  de  su  suelo,  a  sufrir 
la  usurpación  de  sus  propiedades  y  recibir  de  un 
país  extraño  los  arbitros  de  su  destino.  Todas  sus 
acciones  eran  muertas,  y  el  mérito  mismo  era  nn 
presagio  de  abatimiento.  Pero  en  el  orden  eterno 
de  los  sucesos  estaba  destinado  el  siglo  xix  para 
restablecer  el  augusto  derecho  de  la  igualdad  y 
arrancar  del  polvo  y  las  tinieblas  esa  raza  de  hom- 
bres a  quienes  parece  que  la  naturaleza  irrogaba 
una  injuria  en  el  acto  de  darles  vida. 

Pueblo  americano,  esta  es  la  suerte  a  que  sois 
llamado:  borrad  ya  esas  arbitrarias  distinciones 
que  no  están  fundadas  en  la  virtud:  aspirad  al  mé- 
rito con  envidia  y  no  temáis  la  injusticia:  el  que 
cumpla  con  sus  deberes,  el  que  sea  buen  ciudada- 
no, el  que  ame  a  su  patria,  el  que  respete  los  de- 
rechos de  sus  semejantes,  en  fin,  el  que  sea  hombre 
de  bien,  será  igualmente  atendido,  sin  que  el  ta- 


134  BERNARDO    MONTEAGUDO 

11er  o  el  arado  hagan  sombra  a  su  mérito.  Pero  no 
confundamos  la  igualdad  con  su  abuso:  todos  los 
derecbos  del  hombre  tienen  un  término  moral  cuya 
mayor  transgresión  es  un  paso  a  la  injusticia  y 
al  desorden:  los  hombres  son  iguales,  sí,  pero  esta 
igualdad  no  quita  la  superioridad  que  hay  en  los 
unos  respecto  a  los  otros  en  fuerza  de  sus  mismas 
convenciones  sociales:  el  magistrado  y  el  subdito 
son  iguales  en  sus  derechos,  la  ley  los  confunde 
bajo  un  solo  aspecto,  pero  la  convención  los  dis- 
tingue, sujeta  el  uno  al  otro  y  prescribe  la  obe- 
diencia sin  revocar  la  igualdad. 

{Id.,  febrero  21  de  1812.) 


Continúan  las  observaciones  didácticas 

Nada,  nada  importaría  proclamar  la  libertad 
y  restablecer  la  igualdad,  si  se  abandonasen  los 
demás  derechos  que  confirman  la  majestad  del 
pueblo  y  la  dignidad  del  ciudadano.  Para  ser  fe- 
liz no  basta  dejar  de  ser  desgraciado,  ni  basta  po- 
seer parte  de  las  ventajas  que  seducen  al  que  nin- 
guna ha  obtenido.  El  primer  paso  a  la  felicidad 
es  conocerla:  clasificar  los  medios  más  análogos 
a  este  objeto,  ponerlos  en  ejecución  con  suceso  y 
alcanzar  el  término  sin  dejar  el  deseo  en  especta- 
ción,  serían  desde  luego  progresos  dignos  de  ad- 
mirarse en  la  primera  edad  de  un  pueblo  que  se 
esfuerza  a  sacudir  sus  antiguas  preocupaciones. 
Pero  aun  entonces  faltaría  dar  el  último  paso  para 
que  la  esperanza  quedase  sin  zozobra:  la  seguridad 
es  la  sanción  de  las  prerrogativas  del  hombre,  y 
mientras  el  pueblo  no  conozca  este  supremo  dere- 
cho, la  posesión  de  los  otros  será  más  quimérica 
que  real.  No  hay  libertad,  no  hay  igualdad,  no 
hay  propiedad  si  no  se  establece  la  seguridad  que 
es  el  compendio  de  los  derechos  del  hombre:  ella 
resulta  del  concurso  de  todos  para  asegurar  los  de 


OBRAS    POLÍTICAS  135 

cada  uno.  Nadie  puede  eludir  este  deber,  sin  ha- 
cerse reo  de  lesa  convención  social  e  incurrir  por 
el  mismo  derecho  en  la  indignación  de  la  ley. 
Hay  un  pacto  sagrado  anterior  a  toda  promulga- 
ción que  obliga  indispensablemente  a  cada  miem- 
bro de  la  sociedad  a  velar  por  la  suerte  de  los  de- 
más; y  ya  se  ha  dicho  que  el  primer  objeto  de  la 
voluntad  general  es  conservar  la  inmunidad  indi- 
vidual. La  ley  que  no  es  sino  el  voto  expreso  de 
la  universalidad  de  Jos  ciudadanos  supone  esta 
misma  convención  y  la  autoriza:  el  magistrado 
como  un  inmediato  ministro  y  cada  ciudadano 
como  uno  de  los  sufragantes  de  la  ley  son  respon- 
sables ante  la  soberanía  del  pueblo  de  la  menor 
usurpación  que  padezca  el  último  asociado  en  el 
inviolable  derecho  de  su  seguridad:  muy  pronto 
vería  el  uno  expirar  su  autoridad,  y  el  otro  llora- 
ría su  representación  civil  profanada,  si  se  acos- 
tumbrasen a  la  agresión  de  aquel  derecho  o  la  con- 
firmasen con  su  indiferencia:  el  disimulo  o  el  abu- 
so lo  ofenden  igualmente  hasta  destruir  su  misma 
base,  y  es  tan  forzoso  precaver  el  uno  como  el 
otro,  una  vez  que  nuestras  instituciones  regene- 
radas sólo  pueden  subsistir  en  un  medio  proporcio- 
nal que  asegure  la  inmunidad  del  hombre,  sin  dar 
lugar  a  su  envilecimiento  y  corrupción. 

Reflexionando  sobre  esto,  alguna  vez  he  creído 
que  todos  los  gobiernos  son  despóticos,  y  que  lo 
que  se  llama  libertad  no  es  sino  una  servidumbre 
modificada:  en  los  gobiernos  arbitrarios  y  en  los 
populares  veo  siempre  en  contradicción  el  interés 
del  que  manda  con  el  del  que  obedece,  y  cuando 
busco  los  derechos  del  hombre,  los  encuentro  va- 
cilantes o  destruidos  en  medio  de  la  algazara  que 
celebra  su  existencia  ideal.  Libertad,  libertad, 
gritaba  el  pueblo  romano  al  mismo  tiempo  que  un 
cónsul  audaz,  un  intrépido  tribuno,  un  dictador 
orgulloso  se  jugaba  de  su  destino,  y  se  servía  de 
esos  aplaudidos  héroes  como  de  un  tropel  de  mer- 
cenarios nacidos  para  la  esclavitud,  según  la  expre- 
sión de  Tácito.  La  república  nos  llama  cantaba  el 
entusiasta  francés  en  los  días  de  su  revolución,  y  ya 


136  BERNARDO    MONTEAGUDO 

se  preparaba  desde  entonces  a  entonar  himnos  por 
la  exaltación  de  un  tirano,  que  lisonjeaba  la  mul- 
titud clamando  en  medio  de  ella,  viva  la  constitu- 
ción, al  paso  que  en  el  profundo  silencio  de  su 
alma  meditaba  sorprender  al  pueblo  en  su  calor 
y  hacerlo  esclavo  cuando  se  creía  más  libre.  Pero 
yo  no  necesito  hacer  más  de  una  pregunta  para 
descubrir  la  causa  de  todo:  ¿se  respetaba  entonces 
el  supremo  derecho  de  seguridad?  Ya  lo  ha  deci- 
dido la  experiencia  y  contestado  el  suceso.  Luego 
que  un  pueblo  se  deslumhra  con  la  apariencia  del 
bien,  cree  que  goza  cuando  delira,  y  todos  procla- 
man su  inviolabilidad,  al  paso  que  cada  uno  atro- 
pella  lo  mismo  que  afecta  respetar:  al  fin  olvidan 
o  confunden  sus  deberes,  y  adoptando  por  sistema 
el  lenguaje  del  espíritu  público,  se  refina  el  egoís- 
mo a  la  sombra  de  la  virtud.  Desde  entonces  ya 
no  puede  haber  seguridad ;  el  gobierno  conspira 
con  las  pasiones  de  la  multitud,  los  particulares 
padecen  y  el  Estado  camina  a  pasos  redoblados  al 
término  de  su  existencia,  política. 

Aun  digo  más:  la  propiedad  es  el  derecho  de 
poseer  cada  uno  sus  legítimos  bienes  y  gozar  los 
frutos  de  su  industria  y  trabajo  sin  contradicción 
de  la  ley.  Bajo  el  primer  concepto  se  expresan 
todos  los  derechos  del  hombre,  que  son  otros  tan- 
tos bienes  que  ha  recibido  de  las  manos  de  la  na- 
turaleza, y  se  infiere  que  la  libertad  y  la  igual- 
dad no  son  sino  partes  integrantes  de  este  derecho, 
cuyo  todo  compuesto  produce  el  de  la  seguridad, 
que  los  comprende  j  sanciona.  Es  sin  duda  fácil 
concluir  de  aquí,  que  mientras  se  pongan  trabas 
a  la  LIBERTAD,  mientras  la  igualdad  se  tenga  por 
un  delirio,  mientras  la  propiedad  se  viole  por  cos- 
tumbre y  sin  rubor,  no  hay  seguridad,  y  el  decan- 
tado sistema  liberal  sólo  hará  felices  a  los  que  para 
serlo  no  necesitan  más  de  imaginar  que  lo  son.  Si 
yo  no  puedo  hacer  lo  que  la  voluntad  general  me 
permite,  si  los  demás  quieren  abusar  de  mis  de- 
rechos creyéndose  superiores  a  mí,  si  yo  no  poseo 
lo  que  debo,  sino  sólo  lo  que  puedo  ^:  dónde  está 
mi  seguridad?  Se  me  dirá  que  existe  en  la  ley, 


OBRAS    POLÍTICAS  137 

bien  puede  ser,  pero  yo  me  alimento  con  quime- 
ras. Aliora  digo:  ¿qué  extraño  será  que  mis  esfuer- 
zos sean  insuficientes  para  obtener  la  seguridad? 
Ella  resulta  del  concurso  de  todos  y  se  sostiene 
con  la  suma  de  fuerzas  parciales  que  produce  la 
convención.  El  centro  de  unión  es  el  lugar  donde 
reside  naturalmente,  y  así  se  destruye  siempre  a 
proporción  de  la  divergencia  que  liay  en  las  fuer- 
zas que  deben  concurrir  a  establecerla.  Ya  es  pre- 
ciso convenir  en  que  no  puede  baber  seguridad  in- 
terior ni  exterior,  civil  ni  política  sin  la  unión  de 
esfuerzos  físicos  y  morales,  combinación  casi  im- 
posible mientras  clame  el  interés  privado,  grite 
la  preocupación  y  forme  sistema  la  ignorancia. 
Yo  añadiría  otras  observaciones  si  pudieran  res- 
ponder del  suceso  que  tendrían  en  las  actuales  cir- 
cunstancias: temo  mi  debilidad,  y  no  puedo  ser 
más  de  lo  que  soy,  aun  cuando  quiera  parecerlo. 

¡  Ob  pueblos !  Condenadme  a  pesar  de  mi  inge- 
nuidad, si  acaso  ofendo  vuestros  intereses:  la  so- 
beranía reside  en  vosotros  y  podéis  juzgarme  se- 
veramente. No  por  esto  quiero  decir  que  me  some- 
to al  juicio  ni  de  los  insensatos  que  no  piensan,  ni 
de  esos  declamadores  acalorados,  que  antes  de  com- 
batir el  error,  combaten  al  que  yerra,  y  sin  exa- 
minar el  fondo  de  las  opiniones  sólo  aspiran  a 
prevenir  el  público  contra  sus  autores,  tomando 
el  insidioso  camino  de  suponer  siempre  ambición 
o  intriga  en  su  motivo,  desnudando  aiin  del  mé- 
rito del  celo  al  que  quizá  no  conoce  otro  impulso. 
No,  no,  mis  conciudadanos ;  trabajemos  todos  sin 
más  objeto  que  la  salud  pública:  cuando  erremos, 
corri jamónos  con  fraternidad:  si  todos  conspiran 
a  un  solo  fin,  ¿por  qué  alarmarse  unos  contra  otros 
sólo  por  la  diferencia  de  los  medios  que  se  adop- 
tan? ¿Por  qué  be  de  aborrecer  yo  al  que  impugna 
mis  opiniones?  ¿Acaso  los  errores  de  su  entendi- 
miento pueden  autorizar  los  errores  de  mi  volun- 
tad? Su  desvío  será  una  debilidad,  pero  el  mío  es 
un  crimen  inexcusable.  Bien  sé  que  es  imposible 
la  uniformidad  de  ideas:  cada  uno  piensa  según 
el  carácter  de  su  alma ;  ¿  pero  por  qué  no  unif  or- 


138  BERNARDO    MONTEAGUDO 

maremos  nuestros  sentimientos?  La  libertad  es 
su_  objeto,  y  yo  quisiera  que  la  unión  fuese  su 
principal  resorte:  yo  lo  repito,  sin  ella  no  puede 
haber  seguridad,  porque  falta  el  concurso  de  las 
fuerzas  que  debe  animar  su  ser  político.  Mientras 
baya  seguridad  la  propiedad  será  el  fomento  de 
la  virtud  y  no  un  estímulo  de  disensiones:  la  igual- 
dad será  el  apoyo  de  las  verdaderas  distinciones, 
y  no  el  escollo  de  las  preeminencias  que  da  el 
mérito:  la  libertad  será  el  patrimonio  de  los  hom- 
bres justos  y  no  la  salvaguardia  de  los  que  que- 
brantan sus  deberes.  ¡Oh  suspirada  libertad! 
¿cuándo  veré  elevado  tu  trono  sobre  las  ruinas  de 
la  tiranía? 


Ciudadanía 

Hay  una  porción  de  hombres  en  la  sociedad 
cuyos  derechos  están  casi  olvidados  porque  jamás 
se  presentan  entre  la  multitud,  al  paso  que  su  in- 
terés por  las  producciones  del  suelo  aseguran  sus 
deberes  y  las  fatigas  a  que  se  consagran  para  me- 
jorarlo recomiendan  sus  derechos.  Hablo  de  los 
labradores  y  gente  de  campana  que  por  ningún 
título  deben  ser  excluidos  de  las  funciones  civiles, 
y  mucho  menos  del  rango  de  ciudadanos,  sj  por 
otra  parte  no  se  han  hecho  indignos  de  este  título. 
Yo  no  puedo  menos  de  declamar  contra  la  injus- 
ticia con  que  hasta  aquí  se  ha  obrado  en  todos  los 
actos  piiblicos,  sin  contar  jamás  con  los  habitan- 
tes de  la  campaña  como  se  ve  en  el  reglamento 
qve  da  forma  a  Ja  asamblea,  donde  entre  otros  vi- 
cios enormes  tiene  el  de  seguir  esa  rutina  de  in- 
justicia, sin  dar  un  paso  a  la  reforma.  ¿En  qué 
clase  se  considera  a  los  labradores?  ¿Son  acaso  ex- 
tranjeros o  enemigos  de  la  patria  para  que  se  les 
prive  del  derecho  de  sufragio?  Jamás  seremos  li- 
bres, si  nuestras  instituciones  no  son  justas. 

Yo  quiero  antes  de  concluir  este  artículo  hacer 


OBRAS    POLÍTICAS  139 

otras  observaciones  generales,  ya  que  los  estrechos 
límites  de  este  periódico  no  permiten  entrar  en 
discusiones  prolijas.  La  clasificación  de  ciuda- 
danos debe  preceder  a  la  apertura  de  la  asamblea: 
6U  legalidad  y  acierto  pende  del  concurso  exclu- 
sivo de  los  que  deban  tener  aquel  carácter:  el  go- 
bierno y  el  cuerpo  municipal  son  responsables  si 
no  contribuyen  a  vencer  las  dificultades  de  es- 
te paso. 

Todos  los  que  no  tengan  derecho  a  ser  ciudada- 
nos deben  dividirse  en  dos  clases:  extranjeros  y 
simples  domiciliados.  Aquéllos  son  los  que  no  han 
nacido  en  el  territorio  de  las  provincias  unidas: 
éstos  los  originarios  de  ellas  que  por  su  estado  pi- 
vil  o  accidental  están  excluidos  del  rango  de  ciu- 
dadanos. Unos  y  otros  deben  ser  considerados 
como  hombres:  su  derecho  es  igual  a  los  oficios  de 
humanidad,  aunque  no  gocen  de  las  distinciones 
que  dispensa  la  patria  a  sus  hijos  predilectos. 

El  extranjero  y  el  simple  domiciliado^  deben 
ser  admitidos  al  goce  de  los  derechos  de  ciudada- 
nía, cuando  un  heroísmo  señalado  los  distinga: 
todo  el  que  salve  a  la  patria  de  una  conjuración 
interior,  la  defienda  en  las  acciones  de  guerra 
contra  los  agresores  de  la  libertad,  o  haga  un  sa- 
crificio notable  en  cualquier  género  por  el  bien 
de  la  constitución,  será  acreedor  a  las  prerrogati- 
vas de  ciudadano. 

Por  rigor  de  justicia  todo  el  que  vsea  ciudadano 
tiene  derecho  de  sufragio:  la  privación  de  este  de- 
recho es  un  acto  de  violencia,  un  paso  al  despotis- 
mo y  una  injusticia  notoria.  Este  concurso  de  su- 
fragios es  peligroso,  ofrece  mil  dificultades:  así 
claman  muchos  que  desean  el  acierto:  yo  permito 
que  así  sea,  pero  aun  en  ese  caso  debemos  consul- 
tar los  medios  de  no  eludir  un  derecho  sagrado  a 
pretexto  de  las  circunstancias.  Divídanse  los  ciu- 
dadanos en  dos  clases,  de  las  cuales  la  primera 
goce  de  sufragio  personal,  y  la  segunda  de  uq,  su- 
fragio representativo.  Todo  el  que  no  tenga  pro- 
piedad, usufructo  o  renta  pública,  gozará  sólo  de 
sufragio  representativo,  el  de  los  demás  será  per- 


140  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

sonal.  El  sufragio  representativo  es  el  que  da  una 
o  más  personas  por  medio  de  sus  representantes 
electos  conforme, a  la  ley:  el  personal  es  el  que  da 
cada  uno  por  su  propio  individuo  en  todo  acto  ci- 
vil electivo. 

Si  en  alguno  de  estos  casos  reclama  el  interés 
privado  la  adquisición  de  un  hecho  conducente  a 
clasificar  el  estado  de  una  persona,  podrá  el  ayun- 
tamiento nombrar  un  regidor  que  en  consorcio  de 
dos  hombres  buenos,  electos  por  el  interesado,  co- 
nozcan sin  figura  de  juicio  del  objeto  que  se 
ventile. 

El  cabildo  debe  ordenar  la  lista  cívica  y  pasarla 
luego  al  gobierno  provisional:  la  primera  asam- 
blea debe  darle  la  última  sanción  para  que  se  re- 
gistre en  los  libros  de  la  ciudad  o  cantón  a  que  co- 
rresponda. 

El  ayuntamiento  debe  dar  comisión  a  los  alcal- 
des pedáneos  de  los  partidos  sujetos  a  esta  inten- 
dencia, para  que  en  sus  respectivas  parroquias  o 
cabezas  de  partido  procedan  acompañados  de  dos 
hombres  buenos  a  formar  la  lista  cívica  de  su  de- 
partamento según  las  reglas  que  se  dictaren,  y 
verificado,  dar  cuenta  al  ayuntamiento  con  la  for- 
malidad que  corresponde  para  que  éste  la  dé  al 
gobierno. 

No  hay  una  razón  para  que.  teniendo  derecho  a 
las  preeminencias  de  ciudadanía,  los  habitantes 
de  la  campaña  no  sean  admitidos  proporcional- 
mente  a  la  próxima  asamblea:  sus  costumbres  me- 
nos corrompidas  que  las  nuestras  y  su  razón  qui- 
zá más  libre  de  la  influencia  del  interés,  aseguran 
un  éxito  feliz  en  sus  deliberaciones.  Si  el  gobierno 
no  reforma  en  esta  parte  su  reglamento  de  19  de 
febrero,  comete  un  atentado  contra  los  inviolables 
derechos  de  la  porción  más  recomendable  de  nues- 
tra población:  privarla  de  esta  prerrogativa  será 
un  crimen,  aun  en  los  que  autoricen  con  su  silen- 
cio tan  enorme  insulto  contra  los  derechos  del 
hombre. 

Quizá  mis  observaciones  envuelven  otros  tan- 
tos errores:  ojalá  los  vea  comprometidos  con  su- 


OBRAS    POLÍTICAS  141 

ceso:  mi  objeto  es  que  se  descubra  la  verdad  por 
cualquier  medio:  yo  sería  feliz  si  la  encontrase, 
pero  mi  placer  será  igual  cuando  otro  obre  con 
más  acierto  que  yo.  Conciudadanos:  busquemos 
de  acuerdo  la  verdad  y  estrecbémonos  con  los 
vínculos  de  la  fraternidad:  dejemos  ya  de  predi- 
car máximas  y  prediquemos  ejemplos:  formemos 
un  solo  corazón  por  la  unidad  de  sentimientos ;  en- 
tonces veremos  a  los  tiranos  llorar  como  unos  ni- 
ños y  temblar  como  los  reos  a  quienes  un  juez  te- 
rrible acaba  de  intimar  la  sentencia  de  su  muerte. 

{Id.,  febrero  28  de  1812.) 


Continúan  las  observaciones  didácticas 

Entre  el  hombre  y  la  ley,  entre  la  majestad  y 
el  ciudadano,  entre  la  constitución  y  el  pueblo 
hay  un  pacto  recíproco  por  el  cual  se  obligan  to- 
dos a  conservarse  y  sostenerse  en  los  precisos  lími- 
tes que  les  designó  la  necesidad  al  tiempo  de  la 
convención.  Su  mutua  felicidad  consiste  en  no 
aspirar  cada  uno  a  más  de  lo  que  debe,  ni  dejar 
impune  la  usurpación  de  lo  que  reclama  el  justo 
interés  de  un  poseedor  inviolable.  Nadie  me  pre- 
guntará después  de  esto  cuáles  son  los  medios  de 
hacerse  el  hombre  feliz  en  la  sociedad  de  sus  se- 
mejantes, porque  esto  sería  lo  mismo  que  pregun- 
tar cuáles  son  los  principios  del  pacto  social.  To- 
do ciudadano  que  obedece  la  ley  es  libre,  y  en  re- 
sultado de  este  principio  se  infiere,  que  sus  mis- 
mos deberes  son  los  medios  para  llenar  el  voto  de 
un  ser  independiente.  Yo  debo  entrar  en  el  ensayo 
de  esta  materia,  supuesto  que  he  dado  una  idea 
aunque  inexacta  de  las  más  augustas  prerrogati- 
vas del  hombre  y  para  determinar  sus  relaciones 
basta  fijar  un  principio:  así  como  de  los  derechos 
del  hombre  nacen  las  obligaciones  de  la  sociedad 
para  con  él,  del  mismo  modo  los  derechos  de  la 


142  BERNARDO    MONTEAGüDO 

sociedad  expresan  los  deberes  que  ligan  a  los 
miembros  que  la  componen.  Sería  desde  luego  una 
contradicción  el  suponer  que  pueda  la  sociedad 
quebrantar  sus  deberes:  ella  recibe  su  forma  del 
voto  general,  la  ley  es  su  propia  imagen,  y  ésta 
no  puede  llamarse  tal,  sino  en  cuanto  consulta 
los  derechos  particulares  cuj^a  suma  compone  el 
interés  público  de  la  asociación.  Sin  duda  delira 
en  vez  de  filosofar  el  que  aturdido  por  los  clamo- 
res de  un  desgraciado  que  gime  en  la  opresión, 
juzga  que  la  sociedad  haya  violado  el  primero  de 
sus  deberes:  su  voluntad  siempre  justa  e  invaria- 
ble, jamás  debe  confundirse  con  la  violencia  de 
las  pasiones  o  la  extravagancia  de  los  caprichos 
que  impulsan  mucbas  veces  a  un  ministro  pérfido 
a  la  ley  e  infiel  al  voto  general:  el  espíritu  del  ma- 
gistrado no  siempre  es  conforme  al  de  la  constitu- 
ción, y  cuando  él  abusa  de  sus  leyes  atrepellando 
al  mismo  que  concurrió  a  dictarlas,  es  un  miem- 
bro sólo  el  que  delinque  y  no  la  asociación. 

Si  acaso  no  me  engaño,  yo  creo  que  era  forzosa 
esta  digresión  antes  de  analizar  los  derechos  de  la 
comunidad,  es  decir,  los  deberes  relativos  del  hom- 
bre fuera  de  su  independencia  natural.  A  su  cum- 
plimiento está  esencialmente  ligada  la  felicidad 
que  anhelamos,  y  es  un  nuevo  deber  el  imponerse 
a  fondo  de  los  primeros.  Me  será  difícil  prescin- 
dir de  los  mismos  principios  que  he  sentado,  pero 
su  mutuo  enlace  excusará  la  repetición.  El  primer 
derecho  del  pueblo,  comunidad,  asociación,^  o  llá- 
mese como  quiera,  es  el  de  su  propia  seguridad  y 
conservación;  y  es  forzoso  que  así  sea,  una  vez 
que  el  principal  objeto  que  se  proponen  los  hom- 
bres cuando  abandonan  las  ventajas  del  estado  de 
la  naturaleza,  es  ponerse  a  cubierto  de  las  nece- 
sidades y  peligros  que  amenazan  su  existencia  en 
la  privación  de  recursos  consiguiente  a  un  ser  ais- 
lad!^» en  el  círculo  de  sí  mismo.  Nadie  tiene  dere- 
cho a  existir,  pero  todo  lo  que  ya  existe  lo  tiene  a 
conservarse.  Yo  sé  que  esta  teoría  de  principios 
poco  prueba,  si  antes  de  aplicarlos  no  se  demues- 
tra lo  mismo  que  se  supone.  ¿Existe  entre  nosotros 


OBRAS    POLÍTICAS  14'J 

un  principio  de  obligación  capaz  de  producir  los 
efectos  del  pacto  social?  No  toda  agregación  de 
hombres  puede  llamarse  sociedad,  y  no  me  atrevo 
a  decidir,  si  un  pueblo  congregado  por  la  fuerza, 
educado  en  la  esclavitud  y  que  apenas  empieza  a- 
sacudir  la  tiranía  pueda  creerse  sujeto  a  aquellos 
principios.  Si  yo  reúno  cuatro  esclavos  con  la  pis- 
tola en  la  mano,  y  los  obligo  a  vivir  según  mi  vo- 
luntad y  no  la  suya,  sería  un  error  decir  que  tie- 
nen entre  sí  una  convención  social.  Pues  no  será 
menos  absurdo  suponerla  entre  nosotros.  La  Amé- 
rica, hasta  el  siglo  xv,  vivía,  es  verdad,  bajo  un 
pacto  expreso  social,  cuyas  bases  había  sentado  y 
conservaba  por  su  libre  voluntad:  la  ocupación  de 
sus  límites  por  las  armas  europeas  rompió  ese 
vínculo  sagrado,  y  desde  entonces  los  pueblos  no 
tenían  voluntad  propia,  o  por  decirlo  mejor,  no 
podían  obrar  según  ella.  Una  serie  de  siglos  de- 
masiado funestos  para  la  humanidad  borró  de  la 
memoria  de  nuestros  mayores,  aun  la  idea  de  sus 
primitivas  convenciones.  Así  hemos  vivido  hasta 
que  por  un  sacudimiento  extraordinario,  que  más 
ha  sido  obra  de  las  circunstancias  que  de  un  plan 
meditado  de  ideas,  hemos  quedado  en  disposición 
de  renovar  el  pacto  social,  dictando  a  nuestro  ar- 
bitrio las  condiciones  que  sean  conformes  a  nues- 
tra existencia,  conservación  y  prosperidad. 

Si  la  esclavitud  difiere  tanto  de  la  sociedad 
como  la  violencia  de  la  libertad,  si  nuestro  esta- 
do apenas  puede  igualarse  al  de  un  ser  débil  y 
sin  recursos  que  sólo  se  considera  en  tregua  con  la 
tiranía,  mientras  no  tenga  el  derecho  de  la  fuerza ; 
si  carecemos  de  instituciones  y  todos  nuestros  pac- 
tos son  precarios,  si  los  pueblos  no  han  manifesta- 
do su  voluntad  acerca  de  otro  objeto  que  el  de 
existir,  y  existir  independientes,  creo,  por  con- 
siguiente, que  todos  nuestros  deberes  hacia  la  so- 
ciedad que  componemos  no  pueden  exceder  aque- 
llos términos.  Hablaré  según  estos  principios  sin 
prescindir  de  los  que  derivan  de  ellos.  Resignada 
la  voluntad  de  cada  uno  en  la  voluntad  general 
por  razones  de  interés  y  conveniencia,  nuestro  pri- 


144  BERNARDO    MONTEAGUDO 

mer  deber  y  el  más  seguro  medio  de  consultarla, 
es  cuidar  la  existencia  piiblica:  la  prosperidad  y 
todas  las  demás  ventajas  son  como  unos  acciden- 
tes políticos  que  suponen  un  ser  ya  organizado. 
Sin  embargo,  de  aquel  solo  elemento  se  forman 
mil  combinaciones  que  después  presentan  sobre  la 
escena  del  mundo  al  ciudadano  virtuoso,  al  héroe 
de  la  LIBERTAD,  al  sacerdote  de  la  patria  predi- 
cando al  egoísta,  y  esforzando  al  tímido  secuaz 
del  pabellón  santo  de  la  ley.  Pero  yo  no  quiero  ge- 
neralizar tanto  mis  ideas  en  precaución  de  su  mis- 
mo desorden,  y  para  determinarlas,  la  brevedad 
es  un  obstáculo. 

He  dicho  que  todas  las  facultades  del  hombre 
tienen  por  objeto  la  existencia  pública,  y  no  me 
engaño:  la  vida,  la  salud,  el  vigor  de  la  organiza- 
ción, la  fuerza  del  espíritu,  la  complexión  del  sen- 
timiento, los  dones  de  la  naturaleza  y  las  gracias 
de  la  fortuna,  son  otros  tantos  sacrificios  que  la 
sociedad  exige  de  cada  uno,  luego  que  un  conflic- 
to común,  un  riesgo  inminente  o  una  próxima  di- 
solución la  amenazan  o  agitan.  Nada  hay  reser- 
vado en  tan  difíciles  circunstancias,  y  así  como 
todo  cede  a  la  conservación  del  individuo  que  es 
su  ley  suprema,  con  maj-or  razón  hallándose  en 
peligro  esa  gran  máquina  bajo  cuyas  ruinas  que- 
darían todos  oprimidos  en  el  instante  que  se  des- 
plomase. Pero  poco  importaría  salvarla  en  los  pe- 
ligros para  abandonarla  después.  La  sumisión  a 
las  leyes,  el  respeto  y  no  el  temor  a  los  magistra- 
dos, el  celo  por  el  orden  público  y  no  el  amor  a 
esa  calma  precursora  de  la  esclavitud,  la  vigilan- 
cia en  preservar  de  la  opresión  al  más  impotente 
y  débil,  sin  que  la  autoridad  misma  pueda  ser  la 
salvaguardia  del  más  fuerte;  algo  más,  un  odio 
siempre  hostil  contra  todos  los  enemigos  de  la 
salud  universal,  y  una  alarma  obstinada  contra 
los  agresores  de  la  existencia  piíblica,  todo  esto 
forma  parte  de  nuestros  deberes  respecto  a  la  so- 
ciedad que  empezamos  a  renovar.  Pero  aquel  que 
abriga  proyectos  de  ambición,  y  aprecia  en  más 
la  suerte  de  sus  intereses  que  la  pública,  que  con- 


OBRAS    POLÍTICAS  145 

sulta  con  preferencia  el  suceso  de  sus  pasiones 
antes  que  el  éxito  de  la  voluntad  universal,  se 
halla  en  un  formal  estado  de  guerra  y  agresión 
contra  la  comunidad:  de  consiguiente,  uno  de 
nuestros  deberes  es  exterminar  esa  raza  y  cortar 
esos  miembros  cuya  infección  podría  comunicarse 
al  todo.  ¡  Desgraciada  necesidad !  En  fin,  si  es  po- 
sible reducir  a  un  solo  principio  todas  nuestras 
obligaciones,  yo  diré,  que  la  principal,  es  emplear 
el  tiempo  en  obras  y  no  en  discursos.  El  corazón 
del  pueblo  se  encallece  al  oir  repetir  máximas, 
voces  y  preceptos  que  jamás  pasan  de  meras  teo- 
rías, y  que  no  tienen  apoyo  en  la  conducta  misma 
de  los  funcionarios  públicos.  Energía,  energía  cla- 
ma el  entusiasta  en  sus  transportes,  cesen  las  di- 
visiones dice  el  buen  ciudadano  en  su  retiro,  los 
pueblos  ya  son  libres,  grita  otro  que  no  escucha 
sino  el  sonido  de  las  voces,  y  entretanto  la  lan- 
guidez paraliza  todos  los  recursos,  el  espíritu  de 
facción  pone  trabas  al  espíritu  público  y  por  un 
sistema  misterioso  se  nivela  un  reglamento  de 
opresión  y  se  dictan  otras  medidas  autorizadas  por 
este  principio:  «es  preciso  acomodarse  a  las  cir- 
cunstancias». No  es  este  el  modo  de  cumplir  nues- 
tros deberes  con  respecto  a  la  sociedad:  ciudada- 
nos: no  hay  medio  entre  la  pronta  reforma  de  es- 
tos males  y  el  precipicio  de  nuestra  existencia. 

(Id.,  marzo  G  de  1812.) 


Paréntesis  á  las  observaciones  didácticas 

El  estado  actual  de  los  acontecimientos,  y  acaso 
mi  propia  complexión  dispuesta  más  bien  a  medi- 
taciones sombrías  que  a  discursos  enérgicos,  me 
ha  estimulado  en  estas  liltimas  noches  a  sepultar- 
me en  el  silencio  de  mi  alma,  variar  el  plan  de 
mis  ideas,  concebir  nuevos  proyectos,  poner  un 
paréntesis  a  mis  observaciones,  y  buscar  en  la  his- 

10 


146  BERNARDO   MONTEAGÜDO 

toria  de  lo  pasado  las  reglas  menos  equívocas,  los 
principios  más  seguros  y  las  máximas  eternas  que 
ñjan  la  suerte  de  los  imperios  y  descubren  en  la 
ruina  de  los  que  preceden  las  causas  del  esplendor 
o  desolación  de  los  venideros.  Me  he  preguntado 
muchas  veces  poseído  de  diferentes  afectos:  ¿cuál 
será  la  suerte  de  mi  patria?  ¿Quién  será  el  que 
enarbole  el  pabellón  de  su  libeetad?  ¿O  si  habrá 
nacido  ya  quizá  el  tirano  que  ha  de  volver  a  opri- 
mirla? ¡  Ojalá  pudiera  sofocarle  en  su  propia  cuna, 
si  aun  no  existe,  o  sorprenderle  en  su  lecho,  y  pre- 
sentar al  pueblo  en  trofeo  mis  manos  ensangren- 
tadas, para  encender  más  el  furor  santo  de  los  que 
suspiran  por  ser  libres !  Pero  todo  deseo  atormenta 
cuandQ  es  quimérico,  y  no  es  este  el  objeto  que  me 
he  propuesto:  recordar  las  principales  épocas  de 
nuestra  revolución,  analizar  la  verdadera  ten- 
dencia de  nuestros  gobiernos  anteriores,  dar  una 
idea  osada  de  lo  que  actualmente  somos  y  de  lo 
que  seremos  en  breve  bajo  el  mismo  sistema,  ras- 
gar el  velo  que  oculta  al  pueblo  sus  enfermedades, 
y  cuando  no  pueda  persuadirle  mis  ideas,  hacerle 
temer  al  menos  el  progreso  de  sus  errores,  estos 
son  los  motivos  que  me  determinan  a  suspender 
el  curso  de  mis  principales  reflexiones. 

¿Pero  qué  método  seguiré  y  en  qué  lenguaje 
hablaré  para  obrar  con  más  acierto?  Jamás  he 
creído  agradar  a  todos,  sería  esto  una  locura:  tam- 
poco he  dudado  que  agradaré  a  algunos,  y  no  es 
extraño.  Escriba  con  belleza  o  con  desaire,  pro- 
nuncie errores  o  sentencias,  declame  con  celo  o 
con  furor,  hable  con  franqueza  o  con  parcialidad, 
sé  que  mi  intención  será  siempre  un  problema 
para  unos,  mi  conducta  un  escándalo  para  otros, 
y  mis  esfuerzos  una  prueba  de  heroísmo  en  el  con- 
cepto de  algunos:  me  importa  todo  muy  poco,  y 
no  me  olvidaré  de  lo  que  decía  Sócrates:  «los  que 
sirven  a  la  patria  deben  creerse  felices,  si  antes 
de  elevarles  estatuas  no  les  levantan  cadalsos». 
También  sé  que  es  imposible  hablar  de  un  modo 
análogo  al  carácter  de  todos:  el  vulgo  muclias  ve- 
ces entiende  lo  que  el  filósofo  no  alcanza,  otras. 


á 


OBRAS    POLÍTICAS  147 

8Úlo  comprende  el  sabio  lo  que  es  un  misterio  para 
el  ignorante,  y  el  concepto  sencillo  de  un  escritor, 
suele  ser  la  materia  de  eternas  disputas  entre  los 
comentadores:  no  hay  remedio:  esta  será  siempre 
la  suerte  del  espíritu  humano,  y  quizá  resulta  de 
este  principio  el  equilibrio  de  las  fuerzas  morales. 
Sea  de  esto  lo  que  fuere,  yo  me  determino  a  en- 
trar en  materia. 

Siglos  ha  que  calculaban  los  mejores  políticos 
la  revolución  general  de  las  colonias  españolas,  y 
el  trastorno  de  su  metrópoli:  los  acontecimientos 
del  mundo  conocido,  especialmente  desde  la  mitad 
del  siglo  XVIII,  eran  un  presagio  cierto  de  esa  épo- 
ca suspirada  por  todas  las  almas  sensibles.  Debió 
llegar  y  llegó  luego  que  Fernando  VII  fué  procla- 
mado último  rey  en  la  dinastía  de  los  Borbones. 
¡  Desgraciado  príncipe !  El  vino  a  pagar  los  críme- 
nes de  sus  ascendientes,  y  sus  contrastes  pusieron 
en  nuestra  mano  la  llave  del  destino  a  que  éramos 
llamados:  como  a  hombre  yo  le  compadezco,  y  su 
inocencia  me  estremece:  pero  como  a  rey...  ¡Oja- 
lá no  quedara  uno  sobre  la  tierra,  y  se  borrara  aún 
la  memoria  de  lo  que  significa  esta  voz!  En  fin, 
la  revolución  empezó  en  varios  puntos  de  nuestro 
continente  y  si  esta  capital  hubiera  anticipado 
sus  movimientos  para  auxiliar  los  del  interior,  los 
obstáculos  hubiesen  sido  menos  tenaces.  Se  insta- 
ló el  25  de  mayo  de  1810  la  primera  junta  de  go- 
bierno: ella  pudo  haber  sido  más  feliz  en  sus  de- 
signios, si  la  madurez  hubiese  equilibrado  el  ar- 
dor de  uno  de  sus  principales  corifeos,  y  si  en  vez 
de  un  plan  de  conquista  se  hubiese  adoptado  un 
sistema  político  de  conciliación  con  las  provincias: 
en  mi  concepto,  sólo  la  expedición  del  Perú  pudo 
graduarse  como  justa,  porque  al  fin  aquellos  pue- 
blos habían  manifestado  ya  su  voluntad,  se  sabía 
que  estaban  oprimidos  por  las  armas  de  los  tira- 
nos y  que  deseaban  ser  independientes:  era  justo, 
era  necesario  auxiliarlos.  Pero  el  Paraguay  hizo 
en  mi  opinión  la  resistencia  que  debió  y  ha  acre- 
ditado hasta  el  fin  que  conoce  su  dignidad:  él  quie- 
re vivir  confederado  y  no  sujeto  a  un  pueblo  cu- 


148  BERNARDO    MONTEAGUDO 

yos  derechos  son  iguales.  Montevideo  pudo  haber- 
se ganado  al  principio  sin  violencia,  se  creyó  que 
no  era  lo  más  interesante,  y  perdida  la  primera 
oportunidad,  después  ha  sido  y  es  un  deber  por 
nuestra  propia  conservación,  no  el  subyugarle, 
sino  el  libertarle  a  sangre  y  fuego  de  sus  opreso- 
res. Por  otra  parte  se  cometió  también  un  error 
el  más  perjudicial,  fomentando  la  opinión  absur- 
da de  que  el  derecho  a  la  libertad  lo  da  el  suelo 
y  no  la  naturaleza,  porque  ¿qué  otra  cosa  ha  re- 
sultado de  esa  funesta  rivalidad  radicada  entre 
españoles  y  americanos,  sino  el  que  crean  éstos 
que  aquéllos  no  son  dignos  de  ser  libres  y  que  sólo 
tienen  este  derecho  los  que  han  nacido  en  Améri- 
ca? ¿Cuánto  mejor  hubiera  sido  persuadir  a  los 
españoles  que  su  interés  es  igual  al  nuestro,  y  que 
cuando  se  trata  de  restituir  al  hombre  sus  dere- 
chos, no  debe  excluirse  a  ninguno  sea  cual  fuere 
su  procedencia  y  origen?  ¿Han  sido  ellos,  acaso, 
menos  esclavos  que  nosotros?  Se  me  dirá  que  obte- 
nían los  empleos.  ¿Pero  el  que  es  ministro  de  la 
voluntad  de  un  tirano  deja  por  ventura  de  ser  escla- 
vo? Españoles,  no  lo  dudéis:  vosotros  habéis  teni- 
do parte  en  la  esclavitud  y  debéis  tenerla  en  el  des- 
tino a  que  somos  llamados:  vosotros...  pero  ya  es  in- 
útil toda  reflexión:  sólo  por  un  gran  suceso  de 
nuestras  armas  u  otro  extraordinario  acaecimiento 
se  reconciliarán  con  nosotros  los  que  al  fin,  al  fin 
serán  lo  que  seamos,  o  dejarán  de  ser:  el  tiempo  lo 
dirá,  y  el  estado  de  la  Europa  lo  anuncia. 

Tampoco  es  dudable,  volviendo  a  mi  propósito, 
que  la  tendencia  del  primer  gobierno  provisional 
era  al  despotismo:  si  su  objeto  fué  libertar  a  los 
pueblos  y  restituirles  la  posesión  íntegra  de  sus 
derechos,  ¿por  qué  se  les  obligó  precisamente  a 
reconocer  la  Junta,  reconocimiento  que  habían  de 
practicar  mal  de  su  grado,  pues  veían  encima  las 
bayonetas?  Sé  que  lo  sumo  que  se  permitía  por  un 
capítulo  de  las  instrucciones  reservadas,  era  dejar 
que  se  instalasen  juntas  provinciales  en  los  pue- 
blos que  las  pidiesen ;  pero  como  ésta  no  era  sino 
una  gracia  reservada,  ninguno  pudo  usar  de  ella. 


OBRAS    POLÍTICAS  149 

Nadie  me  responda,  las  circunstancias  no  permi- 
tían otra  cosa;  los  pueblos  son  ignorantes,  respues- 
ta favorita  de  los  tiranos:  este  mismo  lenguaje 
usaba  Goyeneche  en  sus  primeras  contestaciones 
con  el  jefe  de  la  expedición  auxiliadora,  «los  pue- 
blos son  ignorantes,  unamos  nuestras  fuerzas  y 
liaremos  de  €llo¿  lo  que  nos  parezca»  (7).  Conten- 
taos con  tener  pan  y  circenses,  decía  un  dictador 
a  los  romanos,  las  circunstancias  no  permiten  otra 
cosa:  tratemos  a  los  americanos  como  a  bestias  de 
albarda,  gritaba  la  corte  de  España,  ellos  son  bas- 
tantes estúpidos  para  sufrirlo  todo  por  amor  de 
Dios:  proscribamos  y  arruinemos  a  los  buenos  ciu- 
dadanos, han  dicho  algunos  de  nuestros  gobernan- 
tes pasados:  las  circunstancias  no  permiten  otra 
cosa:  nombren  los  pueblos  un  apoderado  para  la 
asamblea  general,  y  tenga  esta  capital  ciento  y  más 
diputados,  dice  el  actual  gobierno  en  su  regla- 
mento: las  circunstancias  no  permiten  otra  cpsa: 
sigamos  con  la  máscara  de  Fernando  VII,  dicen 
algunos:  las  circunstancias  no  permiten  otra  cosa; 
¡ob  circunstancias,  cuando  dejaréis  de  ser  el  pre- 
texto de  tantos  males!  pero  yo  me  he  desviado  del 
orden  que  debo  seguir. 

Casi  es  inútil  examinar  si  mejoró  la  constitu- 
ción de  los  pueblos  el  gobierno  de  los  diputados 
incorporados  a  la  primera  junta  provisional:  él 
siguió  el  mismo  plan  que  ésta;  y  aun  la  empeoró 
notablemente:  así  es  que  no  se  ve  un  solo  decreto 
liberal  o  una  providencia  capaz  de  dar  cuerpo  a 
esa  LIBERTAD  proclamada  desde  el  principio.  De 
aquí  resultaba  que  los  pueblos  no  veían  salir  ja- 
más su  felicidad  de  meras  esperanzas,  mucho  más 
cuando  comparaban  su  suerte  con  las  promesas 
de  los  papeles  públicos:  en  una  palabra,  toda  su 
LIBERTAD  estaba  reducida  a  desear  y  esperar  cuan- 
to quisiesen,  mas  no  a  obtener  lo  qu^e  deseaban. 
La  justicia  exige  confesar  que  el  gobierno  actual 
ha  dado  algunos  pasos  más  ventajosos  que  los  an- 


(7)    Carta  de  1."  de  mayo  escrita  en  el  Desaguadero,  que  aun  puede 
verse  original. 


150  BEENAEDO    MOXTEAGUDO 

teriores:  la  libertad  de  imprenta,  el  decreto  de  se- 
guridad individual,  la  suspensión  de  la  audiencia, 
la  convocación  de  una  asamblea,  todas  estas  son  me- 
didas que  preparan  los  pueblos  a  la  libeetad.  Sin 
embarg-o,  él  lia  dictado  y  dicta  reglamentos  como 
si  fuera  un  soberano,  usa  del  poder  legislativo  en 
toda  su  extensión,  al  mismo  tiempo  que  ejerce  el 
ejecutivo,  circunstancia  que  basta  para  graduarle 
tiránico.  A  más  de  esto,  él  sujeta  en  cierto  modo  a 
sus  juicios  la  asamblea  general,  circunscribe  sus 
decisiones  a  los  términos  de  su  voluntad,  y  forma 
un  cuerpo  en  la  apariencia  superior  al  gobierno 
y  en  la  realidad  inferior  a  él.  5  Cuál  es  el  origen 
de  todo  esto?  El  objeto  del  gobierno  es  justo,  y 
su  intención  no  dista  de  los  votos  del  pueblo:  la 
causa  del  mal  debe  ser  anterior  a  estos  efectos:  yo 
creo  que  la  descubro  cuando  afirmo  que  la  revo- 
lución se  empezó  sin  plan  y  se  lia  continuado  sin 
sistema:  la  conducta  lenta  y  tímida  del  gobierno, 
y  la  indiferencia  de  los  pueblos  han  sido  el  resul- 
tado de  aquel  error:  el  gobierno  algunas  veces  ha 
obrado  como  soberano,  otras  como  esclavo:  los 
pueblos  unas  veces  se  ban  mostrado  como  unos 
héroes,  otras  como  unos  imbéciles:  nuestra  con- 
ducta tan  presto  excitaba  la  admiración  como  el 
desprecio:  ya  parecía  que  llegábamos  al  término 
de  nuestros  deseos,  y  por  el  menor  revés  volvíamos 
a  la  indolencia  y  al  abatimiento:  la  inconstancia 
de  la  fortuna  parece  que  era  el  plan  de  nuestras 
operaciones  y  la  norma  de  nuestros  sentimientos. 
Intrépidos  al  principio  por  un  espíritu  de  nove- 
dad, enérgicos  mientras  duraba  la  impresión  de 
un  suceso  feliz,  entusiastas  cuando  esperábamos 
proclamar  la  libeetad  ;  pero  tímidos  en  la  desgra- 
cia, pusilánimes  en  los  peligros,  y  justamente  des- 
confiados al  ver  la  tardanza  de  nuestros  deseos, 
hemos  llegado  por  grados  a  un  estado  que  no  nos 
conocemos,  a  un  estado  que  dificulta  nuestros  re- 
cursos, a  un  estado  en  que  la  languidez  parece  una 
enfermedad  epidémica,  a  un  estado  en  que  ya  no 
sentimos  el  peso  de  nuestros  males,  a  un  estado, 
por  último,  en  que  miramos  la  indolencia  como 


OBRAS    POLÍTICAS  151 

un  asilo.  Pueblos,  despertad:  ciudadanos,  sacudid 
el  sopor  que  os  entorpece:  y  vosotros,  enemigos  de 
1  patria,  temblad,  porque  cuando  un  pueblo  en 
_.^dio  de  sus  desgracias  se  muestra  insensible,  al 
paso  que  en  su  corazón  se  devora,  es  como  un  vol- 
cán ardiente  que  está  muy  próximo  a  reventar: 
llegará  un  momento  en  que  los  peligros  le  enfu- 
rezcan, y  la  experiencia  de  sus  males  le  haga  obrar 
con  una  rápida  energía.  Todas  las  pasiones  tienen 
término,  y  en  su  mayor  actividad  dan  tregua  al 
corazón  que  las  siente:  también  duerme  el  león 
algunas  veces,  pero  su  sueño  no  es  sino  el  alimen- 
to de  la  ferocidad  que  despliega  cuando  despierta. 
Yo  creo  que  el  destino  nos  llama,  y  que  ha  de  vol- 
ver en  breve  el  turno  de  nuestra  energía:  por  si 
acaso  sucede  lo  que  deseo,  continuaré  en  el  nú- 
mero siguiente  mis  observaciones,  aplicándolas  a 
las  circunstancias,  y  anunciaré  mi  opinión  acerca 
de  los  medios  que  me  ocurren  para  salvar  la  pa- 
tria: estoy  obligado  a  decir  lo  que  siento,  pero  na- 
die puede  obligarme  a  acertar  en  lo  que  digo. 

(Id.,  marzo  28  de  1812.) 


Continúan  las  observaciones  didácticas 

El  éxito  de  nuestras  armas,  la  disciplina  militar, 
la  administración  interior,  la  opinión  pública,  la 
energía  y  el  orden  todo  está  íntimamente  unido 
a  las  deliberaciones  de  la  próxima  asamblea.  El 
pueblo  la  espera  con  un  deseo  inquieto,  y  si  su 
esperanza  puede  ser  un  principio  de  cálculo,  yo 
diría,  que  va  a  empezar  una  nueva  serie  de  acon- 
tecimientos felices:  yo  diría  que  la  victoria  nos 
llama,  y  que  los  ejércitos  están  ya  sobre  el  vestíbulo 
de  su  templo:  yo  diría  que  el  espíritu  público  vuel- 
ve a  su  turno,  y  que  la  patria  al  fin  va  a  sentarse 
sobre  el  trono  que  ocupaban  los  déspotas.  Por  el 
contrario,  si  no  mejora  en  esta  ocasión  el  aspecto 


152  BERNARDO    MONTEAGUDO 

político  de  nuestra  suerte,  también  diré  que  la  so- 
ledad de  un  bosque  es  preferible  a  tan  incierta  si- 
tuación, ¿Pero  qué  medidas  tomaremos  para  sa- 
lir de  ella?  Es  preciso  sacar  a  los  pueblos  del 
abatimiento  en  que  están,  es  preciso  hablarles 
en  el  lenguaje  de  las  obras,  y  hacerles  conocer  su 
dignidad  para  que  la  sostengan.  Porque  ^qué  he- 
mos avanzado  basta  aquí  con  palabras  dulces  y 
con  discursos  insinuantes?  Mientras  Caracas  y 
Santa  Fe  han  fijado  ya  su  constitución,  mientras 
la  Rusia  y  otras  potencias  reconocen  la  soberanía 
de  Venezuela,  mientras  esos  pueblos  inmortales 
han  jurado  delante  del  Ser  Supjemo  no  rendir  va- 
sallaje sino  a  la  ley;  mientras  gozan  los  frutos  de 
su  declarada  independencia,  a  pesar  de  los  insi- 
diosos cálculos  de  Blanco,  nosotros  permanecemos 
bajo  un  sistema  tímido,  mezquino,  incierto,  limi- 
tado, insuficiente  y  al  mismo  tiempo  misterioso, 
variando  sólo  el  número  de  los  gobernantes,  pero 
sin  dejar  las  huellas  que  sigue  un  pueblo  en  su 
estado  colonial.  Cuanto  más  medito  nuestra  situa- 
ción me  urge  el  deseo  de  ver  realizada  la  asamblea, 
porque  creo  que  a  ella  sola  puede  librarse  la  repa- 
ración que  exigen  las  circunstancias:  todos  deben 
contribuir  a  este  objeto,  y  a  mí  no  me  excusa  la 
negligencia  ni  la  oposición  de  otros. 

El  buen  suceso  de  sus  deliberaciones  pende  de 
un  solo  principio  que  voy  a  examinar  quizá  con 
más  interés  que  acierto.  Ya  no  es  tiempo  de  ha- 
blar acerca  de  lo  que  pudo  hacerse,  y  no  se  ha 
hecho,  ni  sería  oportuno  investigar  lo  que  sea 
más  conforme  a  los  ritos  convencionales  que  la 
política  sanciona  muchas  veces  con  principios  de 
equidad  natural.  La  asamblea  debe  resolver  y 
adoptar  todas  las  medidas  que  puedan  salvar  la 
patria,  sin  temor  de  violar  los  derechos  de  los 
pueblos,  cuya  primera  y  última  voluntad  es  con- 
servar su  existencia.  Esta  debe  ser  la  ley  constitu- 
cional que  siga  en  todas  sus  deliberaciones,  y  en 
virtud  de  ella  queda  autorizada  para  obrar  según 
el  imperio  de  las  circunstancias  y  la  urgencia  de 
los  peligros.   Pero  siendo  éstos  tan  palpables,   es 


OBRAS    POLÍTICAS  153 

muy  escandalosa  la  suspensión  acordada,  a  pre- 
texto de  que  el  23  que  debía  abrirse,  según  la  cons- 
titución, empieza  la  semana  mayor  o  santa,  como 
si  las  atenciones  que  exige  la  salud  pública  pu- 
dieran profanar  esos  días  que  consagra  la  devoción 
de  los  católicos,  o  como  si  en  esto  no  se  tratara  de 
llenar  un  deber  que  la  misma  religión  prescribe 
en  su  moral.  Así  es  que  en  lo  sucesivo  no  será 
extraño  encuentren  siempre  pretextos  los  abusos, 
y  tenga  el  despotismo  a  mano  la  clave  de  la  usur- 
pación. Pero  ya  que  por  desgracia  no  pueda  evi- 
tarse una  consideración  tan  peligrosa,  entremos  a 
calcular  el  tamaño  de  nuestros  males,  y  agotemos 
todos  nuestros  recursos  y  medidas  siguiendo  por 
única  norma  la  suprema  ley  de  los  pueblos. 

Mas  yo  pregunto:  ¿cuál  es  la  situación  más  crí- 
tica y  difícil  para  un  estado  informe?  Estoy  muy 
distante  de  creer  que  aun  cuando  se  halle  ame- 
nazado un  pueblo  por  varias  partes  de  furiosos 
enemigos,  aun  cuando  no  encuentre  otro  recurso 
que  el  de  sus  propias  fuerzas,  aun  cuando  en  vez 
de  recibir  auxilios,  sus  puertos  sólo  sean  frecuen- 
tados por  esas  sanguijuelas  políticas,  que  lejos 
de  traer  beneficio  agotan  la  sangre  más  pura  del 
Estado,  aun  cuando  una  lenidad  mal  entendida 
baya  multiplicado  los  enemigos  interiores,  aun 
cuando  su  insolencia  tenga  por  salvaguardia  la 
impunidad,  aun  cuando  el  erario  esté  poco  abun- 
dante por  falta  de  economía,  y  por  exceso  de  in- 
dulgencia, aun  cuando  el  armamento  público  vaya 
en  disminución  por  la  insuficiencia  de  los  medios 
que  se  lian  preferido  para  aumentarlo,  aun  cuando 
todos  estos  males  reunidos  formen  un  eco  de  dolor 
y  consternación,  siempre  que  por  un  momento  ha- 
gan tregua  las  pasiones,  y  dejen  obrar  libremente 
a  los  que  emprendan  de  buen  ánimo  el  bien  general, 
yo  creo  que  es  reparable  el  conflicto  y  poco  incierto 
el  suceso.  Mas  para  asegurar  esta  medida  y  preca- 
ver sus  extremos,  la  experiencia  de  lo  pasado  es 
un  compendio  didáctico  de  máximas  y  preceptos. 

Al  observar  los  varios  gobiernos  que  nos  han 
regido  se  creería  que  también  había  sido  distinta 


154  BERNARDO    MONTEAGUDO 

SU  organización,  aunque  en  realidad  yo  no  veo 
más  que  una  forma  informe,  si  me  es  lícito  expli- 
carme así.  Desde  el  principio  advierto  monstruosa- 
mente reunido  el  poder  legislativo  al  ejecutivo, 
y  veo  que  el  pueblo  deposita  en  una  sola  persona 
moral  toda  la  autoridad  que  reasumió,  libra  a  su 
juicio  o  capricho  la  decisión  arbitraria  de  su  suer- 
te, e  indirectamente  consiente  en  sostener  el  des- 
potismo, porque  estando  en  su  mano  fijar  la  nor- 
ma de  sus  operaciones,  se  ha  contentado  siempre 
con  las  falibles  esperanzas  que  sugiere  la  inexpe- 
riencia. Desengañémonos:  todo  hombre  tiene  una 
predisposición  a  ser  tirano,  y  lo  es  luego  que  la 
oportunidad  conspira  con  sus  inclinaciones.  A  cual- 
quiera que  se  confíe  la  autoridad  pública  sin  las 
trabas  de  la  ley,  y  sin  más  garantía  de  sus  opera- 
ciones que  la  que  presta  un  juramento  de  costum- 
bre, se  le  da  ansa  y  opción,  por  decirlo  así,  para 
que  abusando  de  ese  depósito  sagrado  comprometa 
la  existencia  pública.  Supuesto  este  principio,  el 
pueblo  debe  contraer  toda  su  atención  a  dos  ob- 
jetos, como  que  son  los  únicos  medios  de  salvarse: 
la  elección  de  los  gobernantes,  y  los  términos  que 
debe  tener  el  ejercicio  de  su  autoridad.  El  gobier- 
no debe  recibir  del  pueblo  la  constitución,  y  sólo 
aquél  por  quien  existe  puede  arreglar  el  plan  de  su 
conducta.  Si  esto  es  así,  tenemos  próxima  la  oca- 
sión de  rectificar  el  actual  sistema,  ampliando  o 
limitando  las  facultades  de  aquél,  o  bien  organi- 
zando un  senado,  consejo  o  convención,  que  mo- 
dere y  haga  contrapeso  a  la  autoridad  limitada 
que  se  arrogó  en  su  instalación.  Nadie  se  queje 
después  de  los  gobernantes,  si  estando  a  nuestro 
arbitrio  prescribirles  las  justas  reglas  que  deben 
seguir,  nos  entregamos  ciegamente  a  su  voluntad: 
lo  mismo  digo  en  cuanto  a  la  elección  de  las  per- 
sonas, y  yo  quisiera  que  no  pudiese  tener  parte 
en  la  autoridad  ninguno  de  los  que  han  sido  com- 
prometidos en  partidos  sean  justos  o  injustos,  llá- 
mense facciosos  o  patriotas ;  porque  es  preciso  con- 
fesar que,  tarde  o  temprano,  todos  escuchan  la  voz 
de  sus  pasiones,  y  por  mil  rodeos  artificiosos  pro- 


OBRAS    POLÍTICAS  155 

curan  satisfacer  sus  resentimientos,  o  por  lo  me- 
nos basta  que  no  puedan  obrar  sino  al  gusto  de 
una  facción,  y  siempre  en  diametral  oposición  con 
la  contraria,  Búsquense  bombres  imparciales,  y 
no  confiemos  sino  en  el  que  se  baile  libre  de  todo 
partido:  sírvanos  la  experiencia  de  nuestros  mis- 
mos males,  y  si  en  medio  de  los  peligros  que  se 
multiplican  cerca  de  nosotros,  queremos  romper 
los  eslabones  cuya  tenacidad  nos  abruma,  consul- 
temos la  justicia,  y  entonces  los  enemigos  respe- 
tarán nuestro  nombre  aun  cuando  no  le  teman. 

Cada  vez  que  me  propongo  hablar  sobre  estas 
materias  quedo  con  el  desconsuelo  de  no  poder 
decir  todo  lo  que  siento,  y  verme  en  la  necesidad 
de  tocar  sólo  de  paso  unos  principios  sin  cuyo 
examen  y  conocimiento  la  menor  combinación 
será  quimérica.  Yo  quisiera  analizarlos  con  exac- 
titud, y  veo  que  no  me  bastan  los  límites  de  un 
periódico,  donde  apenas  puedo  emplear  una  pá- 
gina en  esta  clase  de  discursos.  No  obstante,  yo 
haré  lo  que  pueda,  y  desenvolveré  las  ideas  que 
estén  al  alcance  de  mis  fuerzas.  Patriotas  esté- 
riles, ciudadanos  ilustrados,  ¿hasta  cuándo  dura- 
rá vuestra  inacción?  Lejos  de  imbuir  al  pueblo  en 
ideas  mezquinas  y  parciales,  contribuid  a  enseñar- 
le sus  deberes  e  instruirle  en  sus  derechos:  él  será 
feliz  cuando  conozca  unos  y  otros.  Estamos  en  el 
caso  de  apurar  todos  nuestros  esfuerzos:  la  pluma 
y  la  espada  deben  estar  en  acción  continua,  y  oja- 
lá no  fuera  preciso  emplear  más  que  la  pluma: 
pero  nuestros  enemigos  se  obstinan,  se  muestran 
sedientos  de  nuestra  sangre  y  es  preciso  destruir- 
los, o  consentir  en  el  exterminio  de  la  patria:  ele- 
gid  el  extremo  que  os  parezca:  la  muerte  es  un  tri- 
buto que  se  paga  a  la  naturaleza,  y  para  el  hom- 
bre esclavo  es  un  paso  indiferente,  porque  muerto 
ya  para  sí  mismo,  sólo  vive,  mientras  vive  para 
la  voluntad  del  déspota  que  le  subyuga. 

(M.,  marzo  20  de  1812.) 


156  BERNARDO    MONTEAGUDO 


Continúan  las  observaciones  didácticas 

¿  Qué  haré  en  este  caso?  mis  propios  juramentos, 
el  orden  de  los  sucesos,  las  esperanzas  del  pueblo, 
mis  justos  deseos,  mi  opinión  particular,  y  el  in- 
terés que  me  anima  por  la  exaltación  de  mi  pa- 
tria; todo  me  obliga  a  cumplir  lo  que  anuncié 
en  los  números  precedentes:  la  tímida  política  de 
algunos,  el  grito  fanático  de  otros,  el  aire  amena- 
zador de  los  pretendidos  calculistas,  las  máximas 
de  esos  gabinetes  portátiles,  y  sobre  todo,  el  pavor 
servil  de  los  que  aun  no  se  resuelven  a  creer  que 
son,  y  deben  ser  libres,  forman  un  contraste  a  mi 
resolución.  Pero  ¿qué  temo?  Si  el  fuego  y  el  ace- 
ro no  deben  intimidar  una  alma  libre  ¿cómo  po- 
drá influir  en  ella  el  sonido  instantáneo  de  esos 
conceptos  abortivos  que  sugiere  un  celo  exaltado 
y  mucbas  veces  hipócrita?  ¡  Oh.  pueblo!  Yo  postro 
la  rodilla  delante  de  vuestra  soberanía,  y  someto 
sin  reserva  el  ejercicio  de  mis  facultades  a  vuestro 
juicio  imparcial  y  sagrado:  voy  a  hablar  en  pre- 
sencia de  los  ilustres  genios  de  la  patria,  y  me  li- 
sonjeo de  creer,  que  aunque  mis  opiniones  acre- 
diten que  soy  hombre,  el  espíritu  de  ellas  probará 
que  soy  ciudadano. 

Conozco  muy  a  pesar  mío  que  nuestra  forzosa 
inexperiencia,  la  privación  de  recursos,  el  con- 
traste de  las  opiniones  y  la  formidable  rivalidad 
del  tiempo  han  multiplicado  los  conflictos  públicos, 
presentando  en  compendio  esos  inminentes^  ries- 
gos que  en  todos  los  climas  experimenta  el  hom- 
bre cuando  se  declara  enemigo  de  los  tiranos.  Yo 
no  trato  de  engañar  al  pueblo  desfigurándole  su 
triste  situación,  porque  nada  sería  tan  peligroso 
a  mi  juicio  como  ocultarle  sus  mismos  peligros, 
inspirándole  una  confianza  mortal  que  acelerase 
su  ruina.  Estamos  en  gran  riesgo  sí,  es  preciso 
confesarlo:  los  exércitos  agresores  apuran  sus  me- 
didas de  hostilidad,  agotan  sus  recursos  y  por  to- 
das partes  amenazan  nuestra  existencia,  atrevién- 


OBRAS    POLÍTICAS  157 

(lose  a  calcular  el  período  de  nuestra  duración  por 
la  tregua  de  su  cólera.  El  Perú  pone  en  congoja 
nuestros  deseos;  la  Banda  Oriental  urge  nuestros 
cuidados,  y  Montevideo  exige  una  atención  exclu- 
siva casi  incompatible  con  la  premura  de  nuestro 
estado.  Alguno  me  dirá  que  siendo  estas  las  causas 
del  peligro,  no  debemos  pensar  sino  en  la  organiza- 
ción de  un  buen  sistpma  militar:  convengo  en  ello, 
y  no  dudo  que  el  suceso  de  las  armas  fixará  nues- 
tro destino ;  pero  también  sé  que  los  progresos  de 
este  ramo  dependen  esencialmente  del  sistema  po- 
lítico que  adopte  el  pueblo  para  la  administración 
del  gobierno :  este  es  el  exe  sobre  el  que  rueda  la 
enorme  masa  de  las  fuerzas  combinadas  en  que  se 
funda  la  seguridad  del  Estado.  El  que  prescinda 
de  él  en  sus  combinaciones,  encontrará  por  único 
resultado  de  sus  cálculos  la  insuficiencia  y  el  des- 
orden. Yo  me  decido  desde  luego  a  entrar  en  el 
ensayo  de  este  gran  problema,  persuadido  de  que 
las  dificultades  que  presenta,  no  pu-eden  superarse 
con  el  tímido  silencio  que  impone  el  peligro  a  las 
almas  débiles,  sino  con  la  osadía  que  inspira  la 
necesidad  del  remedio  a  quien  por  salvar  sus  de- 
beres, compromete  basta  su  amor  propio. 

La  sabia  naturaleza,  por  un  principio  de  econo- 
mía, ba  puesto  una  exacta  proporción  entre  las  ne- 
cesidades del  bombre  y  sus  recursos:  de  aquí  re- 
sulta una  observación  justificada  en  todos  los  tiem- 
pos por  los  más  profundos  pensadores,  es  decir, 
que  con  proporción  a  sus  necesidades  el  salvaje 
aislado  tiene  iguales  recursos  a  los  que  en  el  mis- 
mo respecto  goza  el  primer  potentado  de  la  Eu- 
ropa. Inmediatamente  se  mudaría  la  tierra  en 
una  espantosa  soledad,  si  multiplicándose  las  ur- 
gencias del  uno  o  del  otro,  no  se  aumentaran  al 
mismo  tiempo  los  medios  de  compensarlas.  Lo 
mismo  que  digo  del  bombre  en  particular,  afirmo 
de  los  grandes  Estados  que  componen  la  sociedad 
universal  del  mundo,  y  por  este  principio  sería  un 
error  el  creer  que  un  pueblo  menos  civilizado  tenga 
las  mismas  urgencias  y  necesite  iguales  recursos 
que  otro  más  culto  o  acaso  más  salvaje.  Se  infiere 


168  BERNARDO    MOxVTEAGUDO 

por  una  consecuencia  demostrada  que  para  con- 
ducir un  pueblo  y  organizar  su  constitución,  las 
reglas  deben  acomodarse  a  las  circunstancias,  y 
prescindir  de  las  instituciones  que  forman  la  base 
elemental  de  un  sistema  consolidado.  Todo  esto 
se  funda  en  la  proporción  que  guardan  los  obs- 
táculos con  los  medios  proporcionales,  y  reflexio- 
nando alguna  vez  sobre  los  escollos  que  hemos  su- 
perado, advierto  que  su  resistencia  ha  sido  siem- 
pre proporcionada  a  nuestros  esfuerzos,  y  que 
nuestros  mismos  errores  y  debilidades  han  sido 
compensados  con  la  timidez  e  impotencia  de  los 
que  conspiran  nuestra  ruina.  Meditando  este  mis- 
mo orden  de  combinaciones,  casi  afirmo  que  nues- 
tros contrastes  han  sido  favorables,  porque  sin 
ellos  quizá  se  hubiese  invertido  aquel  principio, 
y  precisadas  ya  las  fuerzas  orgánicas  de  nuestra 
débil  máquina  a  obrar  fuera  de  la  esfera  de  su 
actividad,  su  influxo  hubiera  sido  tanto  más  débil, 
quanto  más  se  dilatase  aquélla.  Aun  puedo  asegu- 
rar, sin  que  nadie  contradiga  lo  que  siento,  que 
en  el  estado  actual,  si  no  hacemos  sistema  de  la 
indolencia,  creo  que  los  recursos  son  proporciona- 
dos exactamente  a  nuestras  necesidades;  y  yo  veo 
reparados  todos  los  quebrantos  anteriores  no  sólo 
por  la  experiencia  que  adquirimos,  sino  por  el  as- 
cendiente que  gana  la  opinión  cada,  vez  más  di- 
fundida y  radicada.  Si  acaso  no  temiera  frustrar 
mi  principal  objeto,  yo  demostraría  una  proposi- 
ción que  a  primera  vista  ofrece  una  extraña  para- 
doxa,  y  haría  ver  que  estamos  en  igual  aptitud 
para  ser  libres,  que  cualquiera  otro  pueblo  de  la 
tierra:  mas  para  el  fin  que  me  propongo  basta 
la  digresión  antecedente,  y  supuestos  los  princi- 
pios indicados,  se  sigue  la  solución  del  gran  pro- 
blema. 

¿  Qué  expediente  deberá  tomar  la  asamblea  para 
dar  energía  al  sistema,  prevenir  su  decadencia,  y 
acelerar  su  perfección?  La  necesidad  es  urgentí- 
sima, el  conflicto  extraordinario  y  la  salud  pií- 
blica  es  la  tínica  ley  que  debe  consultarse:  el  voto 
de  los  pueblos  está  ya  expresado  de  un  modo  ter- 


OBRAS    POLÍTICAS  159 

miuaute  y  solemne:  su  existencia  y  libertad  son 
el  blanco  de  sus  deseos:  todo  lo  que  sea  conforme 
a  estos  objetos,  está  antes  de  ahora  sancionado 
por  su  consentimiento:  últimamente,  ninguna  re- 
forma parcial  y  precaria  podrá  salvarnos,  si  no  se 
rectifican  las  bases  de  nuestra  organización  políti- 
ca. Yo  no  encuentro  sino  dos  arbitrios  para  conci- 
liar estas  miras:  declarar  la  independencia  y  sobe- 
ranía de  las  provincias  unidas,  o  nombrar  un  dicta- 
dor que  responda  de  nuestra  libertad,  obrando 
con  la  plenitud  de  poder  que  exijan  las  circuns- 
tancias y  sin  más  restricción  que  la  que  convenga 
al  principal  interés.  Bien  sé  que  estas  dos  propo- 
siciones apenas  podrían  examinarse  en  prolixas 
y  repetidas  memorias,  analizadas  por  un  ingenio 
tan  penetrante  y  feliz  como  el  de  Tácito ;  pero  yo 
voy  a  liacer  los  liltimos  esfuerzos  a  fin  de  estimu- 
lar al  menos  con  mis  discursos  a  los  que  con  pro- 
porción a  sus  talentos,  tienen  dobles  obligaciones 
que  yo  en  este  respecto.  Seguiré  el  método  que 
permite  la  naturaleza  de  un  periódico,  y  trataré 
por  partes  las  proposiciones  anunciadas,  fixando 
mi  opinión  particular  en  uso  del  derecho  que  me 
asiste. 

Sería  un  insulto  a  la  dignidad  del  pueblp  ame- 
ricano, el  probar  que  debemos  ser  independientes: 
este  es  im  principio  sancionado  por  la  naturaleza, 
y  reconocido  solemnemente  por  el  gran  cgnsejo 
de  las  naciones  imparciales.  El  único  problema 
que  ahora  se  ventila,  es  si  convenga  declararnos 
independientes,  es  decir,  si  convenga  declarar  que 
estamos  en  la  justa  posesión  de  nuestros  derechos. 
Antes  de  todo  es  preciso  suponer  que  esta  declara- 
ción, sea  qual  fuese  el  modo  y  circunstancias  en 
que  se  haga,  jamás  puede  ser  contraria  a  derecho, 
porque  no  hace  sino  expresar  el  mismo  en  que  se 
funda.  Tampoco  se  me  diga  que  yo  defraudo  las 
preeminencias  de  otro,  sólo  porque  declaro  en  su 
nombre  que  goza  de  ellas,  supliendo  de  mi  parte 
el  acto  material  de  la  expresión,  autorizado  an- 
tes de  ahora  por  un  consentimiento  irrevocable  y 
no  meramente   presuntivo.    No  son   las   fórmulas 


160  BERNARDO    MONTEAGUDO 

convencionales,  y  muclias  veces  arbitrarias,  las 
que  constituyen  la  legalidad  intrínseca  de  cual- 
quier acto;  y  yo  no  encuentro  una  razón  que  me 
persuada  a  creer  la  necesidad  de  que  los  otros  pue- 
blos concurran  a  la  declaración  de  su  independen- 
cia por  nuevos  medios  y  demostraciones,  que  a  lo 
sumo  podrían  graduarse  como  otros  tantos  ritos 
de  convención,  sin  que  por  esto  den  una  idea  más 
terminante  de  su  invariable  voluntad.  En  una  pa- 
labra, es  preciso  distinguir  la  declaración  de  la 
independencia,  de  la  constitución  que  se  adopte 
para  sostenerla:  una  cosa  es  publicar  la  soberanía 
de  un  pueblo  y  otra  establecer  el  sistema  de  go- 
bierno que  convenga  a  sus  circunstancias.  Bien 
sé  que  la  asamblea  no  puede  fixar  por  sí  sola  la 
constitución  permanente  de  los  pueblos:  para  eso 
es  necesaria  la  concurrencia  de  todos  por  delega- 
dos suficientemente  instruidos  de  la  voluntad  par- 
ticular de  cada  uno,  y  el  solo  conato  de  usurpar- 
les esta  prerrogativa  sería  un  crimen.  Pero  no  su- 
cede lo  mismo  con  su  independencia,  y  la  razón  es 
incontestable.  Los  pueblos  tienen  una  voluntad 
determinada,  cierta  y  expresa  para  ser  libres:  ellos 
no  ban  renunciado  ni  pueden  renunciar  este  de- 
recho: declararlos  tales,  no  es  sino  publicar  el  de- 
creto que  La  pronunciado  en  su  favor  la  natura- 
leza: pero  dictar  la  constitución  a  que  deben  suje- 
tarse, es  suponer  en  ellos  una  voluntad  que  no 
tienen,  es  inferir  arbitrariamente  de  un  principio 
cierto  una  consequencia  injusta  e  ilegítima,  no 
habiendo  aiín  expresado  por  ningiin  acto  formal 
o  presunto,  cuál  sea  la  forma  de  gobierno  que 
prefieren.  Concluyo  de  todo  esto,  que  aunque  sea 
justo,  legal  y  conforme  a  la  voluntad  de  los  pue- 
blos declarar  su  independencia,  no  lo  sería  de  nin- 
gún modo  fixar  su  constitución;  así  como  tampoco 
puede  inferirse  por  la  impotencia  íictual  de  estable- 
cer ésta,  la  inoportunidad  de  publicar  aquélla  (a). 
Sin  duda  es  preciso  confesar  que  por  ima  discul- 
pable inexperiencia  hemos  dado  el  último  lugar 

(a)    A  la  objeción  que  resulte  yo  responderé. 


OBEAS    POLÍTICAS  Itjl 

eu  el  plan  de  nuestras  operaciones,  al  acto  que 
debió  preceder  a  todas  y  yo  atribuyo  en  parte  a  este 
principio  los  partidos,  la  lentitud,  el  atraso  y  la 
indiferencia  de  los  que,  o  no  se  creen  enteramente 
comprometidos  o  desmayan  al  ver  que  siempre  se 
aleja  de  su  vista  el  estímulo  de  sus  esperanzas. 
Meditemos  nuestros  intereses,  deslindemos  las  cau- 
sas de  nuestros  males,  no  confundamos  las  ideas 
que  deben  regirnos,  ni  pongamos  en  una  misma 
línea  la  pusilanimidad  y  la  prudencia,  el  derecho 
y  la  preocupación,  la  conveniencia  y  el  peligro. 
Me  es  muy  sensible  no  poder  concluir  esta  mate- 
ria y  dejar  pendiente  el  convencimiento:  pero  no 
hay  arbitrio,  lo  haré  en  el  número  inmediato. 

(El  Mártir  o  Libre,  marzo  20  de  1812.) 


I 


Concluyen  las  observaciones  didácticas 

Aun  cuando  todos  los  enemigos  que  nos  comba- 
ten rindieran  hoy  la  espada  o  cambiaran  sus  pa- 
bellones con  los  nuestros  en  señal  de  eterna  alian- 
za, todavía  el  espíritu  de  conquista  y  la  ambición 
doméstica  suscitarían  nuevos  rivales  que  agita- 
sen nuestro  sosiego  y  amenazasen  de  quando  en 
quando  la  garganta  de  la  patria  con  la  sacrilega 
cuchilla  de  los  déspotas.  Esta  es  una  verdad  que 
excusa  de  toda  prueba,  y  debe  disponer  nuestra 
constancia  a  sostener  la  lucha  infatigable  en  que 
nos  vemos  empeñados  por  intereses  y  en  justicia; 
pero  una  vez  supuesto  este  principio,  también  es 
preciso  convenir  en  que  nuestros  actuales  y  futu- 
ros enemigos  nunca  serán  más  fuertes,  sino  cuan- 
do nosotros  quisiéramos  ser  débiles;  ni  tampoco 
encontrarán  nuevos  recursos  para  oprimirnos  en 
sus  nuevos  deseos  de  arruinarnos.  Sería  un  error 
de  cálculo  el  creer  que  los  que  han  empuñado  la 
espada  contra  la  patria,  o  los  que  han  adoptado 
la  neutralidad  por  sistema,  excusan  o  dilatan  sus 

11 


162  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

operaciones  hostiles  por  amor  a  nuestros  intereses 
o  por  falta  de  odio  y  abominación  a  nuestros  de- 
signios. Los  unos  no  pueden  hacer  más  de  lo  que 
hacen,  y  los  otros  se  muestran  indiferentes  porque 
su  verdadero  interés  pone  freno  al  estímulo  de  su 
codicia.  La  impotencia  modera  a  los  primeros,  y 
la  política  contiene  a  los  últimos;  pero  en  ning-iin 
caso  pueden  influir  nuestras  deliberaciones  domés- 
ticas en  el  furor  de  ambos,  ni  dar  nueva  actividad 
a  sus  resortes.  Yo  quiero  ahora  suponer  dos  extre- 
mos  opuestos,    y  probar   inmediatamente   que   en 
cualquiera  de  ellos  sería  igual  la  conducta  de  los 
enemigos  y  uniforme  nuestra  situación.  Suponga- 
mos que  en  vez  de  proclamar  la  soberanía  de  las 
provincias  unidas,  jurásemos  obedecer  a  las  cortes 
de  España  y  reconocer  el  poder  executivo  de  la 
nación  en  el  consejo  de  regencia:  aun  en  este  caso 
siempre    que    nuestro   reconocimiento    se   limitase 
a  la  autoridad  representativa,  bien  sea  de  los  ma- 
nes de  Fernando  Vil  o  de  los  fragmentos  que  res- 
tan de  la  península;  y  siempre  que  no  se  exten- 
diese  aquel   acto   de  sumisión   a  la   majestad  de 
José  I,  no  debíamos  admitir  ningún  mandatario 
de  España  ni  remitir  caudales  de  auxilio  que  es 
el  verdadero  vasallaje  que  exigen  las  cortes.   Lo 
primero,  es  consiguiente  a  la  remarcable  infiden- 
cia que  se  ha  notado  en  los  españoles  desde  el  prin- 
cipio de  su  revolución,  así  en  los  exércitos  como 
en  las  demás  magistraturas  o  funciones  de  su  car- 
go: y  si  en  su  propia  patria  han  sido  fácilmente 
seducidos  por  la  ambición  y  corrompidos  por  el 
interés,  ¿qué  se  podía  esperar  de  ellos  si  se  libra- 
se a  su  arbitrio  la  suerte  de  nuestro  patrimonio? 
En  quanto  a  la  remisión  de  caudales  quiero  con- 
ceder que  la  Península  tenga  todos  los   derechos 
que  presume  sobre  nuestro  hemisferio:   nadie  me 
dirá  que  aun  en  este  caso  merezca  preferencia  su 
conservación  a  la  nuestra,  mucho  más  hallándose 
ésta  amenazada  por  una  potencia  limítrofe  y  ex- 
puesta a  la  agresión  de  qualquiera  otra.  De  aquí 
resulta,  que  aun  cuando  quisiésemos  reconocer  las 
cortes,  como  nunca  podríamos  consentir  en  enviar 


OBRAS    POLÍTICAS  163 

caudales  ni  recibir  mandatarios  corrompidos,  el 
acto  de  reconocimiento  sería  tan  estéril  que  nada 
influiría  en  el  orden  actual  de  los  sucesos;  y  ana- 
lizados éstos  en  su  último  resultado,  se  sigue  que 
nuestros  enemigos  interiores  y  exteriores  obrarían 
de  un  mismo  modo  en  este  caso  que  si  se  declarase 
hoy  la  independencia. 

Aun  digo  más:  si  la  probabilidad  de  este  cálcu- 
lo, y  la  evidencia  de  los  principios  que  indiqué 
en  el  número  anterior  no  bastan  a  demostrar  la 
importancia  de  la  declaración  de  independencia, 
pregunto:  ¿qué  razón  hay  para  que  habiendo  de- 
clarado las  cortes  que  la  soberanía  reside  en  el 
pueblo,  se  gradúe  en  nosotros  como  un  crimen  esta 
declaración,  y  se  deba  tener  como  una  precisa  con- 
secuencia la  conjuración  de  los  aliados  de  Cádiz? 
Los  españoles  han  reconocido  en  el  conflicto  de 
su  agonía,  que  no  hay  dogma  tan  sagrado  en  el 
código  eterno  de  las  naciones,  como  el  de  la  ma- 
jestad imprescriptible  de  los  pueblos;  y  la  expe- 
riencia les  ha  mostrado  al  mismo  tiempo,  que  si 
alguna  cosa  podía  sostener  los  restos  de  su  existen- 
cia era  la  declaración  de  este  derecho.  Y  siendo 
esencialmente  invariable  la  justicia,  ¿será  injusto 
en  nosotros  lo  que  en  la  península  se  ha  sanciona- 
do como  justo?  ¿Lo  que  ha  sido  capaz  de  sostener 
un  cuerpo  próximo  a  ser  cadáver,  no  podrá  inspi- 
rar una  rápida  energía  a  un  cuerpo  que  abunda 
de  espíritu  y  vigor?  Yo  quiero  por  un  momento 
prescindir  de  todo  raciocinio  y  fixar  la  atención 
en  una  verdad  práctica,  que  en  cierto  modo  se 
desfigura  por  solo  el  intento  de  probarla:  un  pue- 
blo inspirado  por  la  energía  es  incapaz  de  calcular 
todos  sus  recursos,  o  agotar  sus  arbitrios:  los  unos 
crecen  a  proporción  de  sus  necesidades  y  los  otros 
se  multiplican  segiín  el  orden  sucesivo  de  los  pe- 
ligros. La  desolación  de  un  pueblo  enérgico  es  un 
fenómeno  tan  extraordinario  en  lo  moral,  como 
si  la  naturaleza  derogara  sus  leyes  y  se  disolviera 
el  universo  sin  faltar  el  gran  principio  de  la  atrac- 
ción que  lo  sostiene.  La  energía  es  el  principio 
vital  del  cuerpo  político,  y  mientras  ella  presida 


164  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

a  sus  funciones  es  imposible  su  disolución ;  mien- 
tras obre  ese  imperioso  resorte  jamás  se  entorpe- 
cerá el  exercicio  de  sus  facultades  morales,  y  la 
rapidez  de  los  progresos  igualará  a  la  actividad 
de  los  designios.  Casi  me  parece  excusado  probar 
que  la  declaración  de  nuestra  independencia  pro- 
duciría estos  felices  resultados:  yo  no  necesito  más 
que  considerar  la  historia  actual  de  nuestros  yeci- 
nos,  sin  recurrir  a  los  antiguos  anales  de  la  li- 
bertad, ni  registrar  el  mapa  político  de  esas  re- 
públicas memorables,  donde  las  almas  fuertes 
triunfaron  tantas  veces  de  la  muerte  y  la  opresión, 
sin  más  auxilio  que  el  de  sí  mismas.  Pero  ya  me 
llama  con  instancia  el  ensayo  que  ofrecí  sobre  el 
segundo  arbitrio  que  propuse:  la  premura  del 
tiempo  ba  burlado  mi  esperanza,  y  quizá  be  sido 
inexacto  por  ser  conciso:  de  qualquier  modo  dexo 
al  menos  indicados  los  más  obvios  convencimien- 
tos en  favor  de  la  declaración  de  independen- 
cia, y  sometiendo  al  juicio  del  público  el  examen 
de  esta  materia,  voy  a  proponer  mi  opinión  aco- 
modándome a  las  circunstancias. 

La  inflexibilidad  de  las  leyes,  dice  un  profun- 
do razonador,  puede  en  ciertos  casos  hacerlas  per- 
niciosas, y  causar  por  ellas  la  pérdida  del  Estado 
en  su  crisis.  El  orden  y  la  lentitud  de  las  formas 
piden  un  espacio  de  tiempo  que  las  circunstancias 
rehusan  algunas  veces;  y  en  los  grandes  peligros 
deben  enmudecer  las  leyes,  mientras  habla  la  sa- 
lud pública  para  sostenerse  y  sostenerlas.  Quando 
yo  veo  a  un  pueblo  legislador  entrar  en  consejo 
sobre  su  destino,  meditar  los  riesgos  que  le  ame- 
nazan, considerar  las  disensiones  domésticas  que 
le  agitan,  ver  cerca  de  sus  muros  a  un  descendien- 
te de  la  soberbia  raza  que  acababa  de  arrojar  del 
trono,  presidiendo  a  los  latinos  para  exterminar  a 
Roma  y  decidir  en  tan  difícil  conflicto,  que  el 
único  arbitrio  para  salvar  la  república  era  crear 
un  magistrado  superior  al  mismo  senado  y  a  la 
asamblea  del  pueblo,  que  con  plena  autoridad  ter- 
minase las  disensiones  domésticas  y  rechazase  a 
los  enemigos  exteriores;  advierto  que  inmediata- 


OBRAS    POLÍTICAS  165 

mente  liacen  tregua  las  angustias  públicas,  y  que 
revestido  Largio  de  esta  nueva  magistratura  ase- 
gura el  orden  interior,  y  pone  freno  a  los  rivales 
del  nombre  romano  con  un  suceso  digno  de  las  es- 
peranzas del  pueblo.  Pero  cerremos  la  historia  an- 
tigua, y  veamos  si  es  posible  determinar,  no  lo 
que  convino  a  otros  pueblos,  sino  lo  que  sea  más 
adaptable  a  nuestras  circunstancias. 

Amenazados  de  enemigos  por  todas  partes,  de- 
vorados por  el  periódico  fermento  de  las  disensio- 
nes domésticas,  y  persuadidos  por  la  triste  expe- 
riencia de  23  meses,  que  las  causas  efectivas  de 
nuestros  males  están  en  nosotros  mismos;  es  pre- 
ciso deliberar  el  remedio,  antes  que  los  riesgos 
probables  bagan  una  crisis  cierta,  pero  fatal.  La 
lentitud  de  las  operaciones  y  la  complicación  del 
poder  que  debe  presidirlas  han  sido  los  principios 
que  han  viciado  el  orden  y  cortado  el  progreso  de 
nuestras  glorias.  Concentradas  en  un  solo  cuerpo 
moral  todas  las  funciones  del  poder,  hemos  visto 
embarazarse  así  el  actual  gobierno  como  los  ante- 
riores en  los  casos  más  obvios  y  menos  difíciles: 
confundida  la  autoridad  en  sus  principios,  jamás 
ha  podido  encontrar  en  resultado  de  sus  provi- 
dencias sino  la  dificultad  de  los  medios  y  la  lenti- 
tud de  su  execución :  acostumbrados  a  los  trámites 
apáticos  y  morosos  de  un  sistema  rastrero,  hemos 
querido  desnaturalizar  a  los  tiempos,  acomodán- 
dolos a  la  teoría  inveterada  de  los  pasados,  en  vez 
de  seguir  el  curso  de  los  presentes  acontecimien- 
tos, y  obrar  segiin  el  imperio  de  la  edad  a  que 
hemos  llegado.  ¿  Quién  duda  que  por  este  orden 
debemos  temer  una  próxima  consunción  política, 
que  aunque  lenta  y  tardía  nunca  dexará  de  ser  te- 
rrible? A  estos  principios  es  consiguiente  la  ne- 
cesidad de  fixar  un  plan  capaz  de  combinar  la  se- 
guridad y  el  orden  con  una  administración  menos 
complicada  y  más  rápida,  aunque  exceda  de  las 
reglas  que  prescribe  la  tranquila  política  de  esos 
pueblos  que  ya  son  libres,  o  que  al  menos  están  ya 
acostumbrados  a  ser  esclavos:  no  sé  si  acierte,  pero 
voy  a  hacer  el  liltimo  esfuerzo. 


166  BERNARDO  MONTE AGUDO 

Examinados  prolixamente  estos  principios,  qui- 
zá mi  opinión  particular  sería  crear  un  dictador 
baxo  las  fórmulas,  responsabilidad  y  precauciones 
que  en  su  caso  podrían  fácilmente  detallarse.  Con- 
centrar la  autoridad  en  un  solo  ciudadano  acree- 
dor a  la  confianza  pública,  librar  a  su  responsabi- 
lidad, la  suerte  de  los  exércitos  y  la  execución  de 
todas  las  medidas  concernientes  al  suceso,  y  en 
una  palabra,  no  poner  otro  término  a  sus  facul- 
tades que  la  independencia  de  la  patria,  dexando 
a  su  arbitrio  la  elección  de  los  sujetos  más  idó- 
neos en  cada  uno  de  los  ramos  de  administración, 
y  prescribiéndole  el  término  en  que  segiin  las  ur- 
gencias públicas  debía  expirar  esta  magistratura, 
con  las  demás  reglas  que  se  adoptasen;  creo  que 
sería  uno  de  los  medios  más  análogos  a  nuestra 
situación.  Bien  sé  el  gran  peligro  que  resulta  de 
una  magistratura  que  prepara  tan  de  cerca  al  des- 
potismo :  y  también  sé  quanto  se  debe  desconfiar 
del  que  parece  más  desinteresado,  luego  que  puede 
lisonjearse  de  obtener  las  aclamaciones  de  la  mul- 
titud y  ver  a  su  devoción  un  partido  numeroso. 
Quizá  por  estas  consideraciones  el  romano  más  in- 
trépido sacrificaba  al  miedo,  quando  se  trataba  de 
nombrar  aquel  supremo  magistrado,  haciendo  de 
noche  y  en  secreto  esta  terrible  ceremonia.  Pero 
a  pesar  de  todo,  nuestra  situación  es  diferente,  y 
nada  favorable  a  tan  peligrosas  miras:  a  nadie  se 
le  ocultará  que  las  más  veces  el  hombre  es  bueno, 
porque  no  puede  ser  malo,  y  aunque  podría  suce- 
der que  pusiésemos  nuestro  destino  en  manos  de 
un  ambicioso,  las  mismas  circunstancias  vacilan- 
tes y  difíciles  en  que  nos  vemos,  servirían  de  apo- 
yo al  pueblo  si  temiese  ser  oprimido,  y  la  tiranía 
doméstica  duraría  tanto  como  la  luz  de  un  fósforo. 

Si  a  pesar  de  esto  la  inexperiencia  o  el  temor  abs- 
trae insuperablemente  a  Is  creación  de  im  dicta- 
dor, aun  podría  adoptarse  un  medio  apto  a  con- 
ciliar la  seguridad  de  los  designios  con  la  rapidez 
en  la  execución.  El  gobierno  actual,  baxo  la  forma 
que  está  establecido,  no  es,  ni  puede  jamás  ser 
bueno;  y  aunque  los  individuos  que  lo  compongan 


OBRAS    POLÍTICAS  167 

fuesen  los  mismos  que  más  claman  por  la  refor- 
ma, quizá  serían  peores  que  los  actuales:  el  vicio 
es  constitucional  por  decirlo  así,  consiste  en  la 
acumulación  del  poder  y  la  falta  de  reglas  o  prin- 
cipios que  deben  moderarlo:  la  voluntad  particu- 
lar de  cada  uno  es  el  modelo  que  sigue:  el  pueblo 
le  dio  el  poder  que  tiene  y  ellos  lo  amplían  o  limi- 
tan a  su  arbitrio,  porque  carecen  de  otra  norma. 
Es  de  necesidad  reparar  estos  abusos,  y  si  ahora 
no  lo  hace  la  asamblea,  fácil  es  asegurar  lo  que 
puede  suceder. 

En  realidad  no  se  puede  constituir  por  ahora  un 
poder  legislativo,  mientras  no  se  declare  la  inde- 
pendencia, y  exprese  la  voluntad  general  los  tér- 
minos de  la  convención  a  que  se  circunscriba:  pero 
como  por  otra  parte  no  se  puede  prescindir  del 
exercicio  provisional  de  aquel  poder,  es  preciso 
deslindar  sus  funciones  del  poder  executivo  para 
que,  equilibrándose  ambos,  se  prevenga  el  abuso 
de  uno  y  se  enfrene  la  arbitrariedad  del  otro.  Para 
esto  es  indispensable,  si  no  se  adopta  otro  sistema, 
dividir  en  dos  cuerpos  las  respectivas  funciones 
que  he  indicado ;  y  reasumiendo  el  poder  executivo 
en  una  sola  persona,  a  fin  de  consultar  el  sigilo, 
la  rapidez  y  oportunidad  de  providencias,  dexar 
a  arbitrio  del  cuerpo  provisional  directivo  la  ad- 
ministración interior,  las  declaraciones  de  paz, 
guerra  o  alianza  que  son  nuestros  actuales  obje- 
tos, con  todo  el  detall  que  exige  la  economía  di- 
rectiva :  en  dos  palabras,  el  poder  executivo  en  uno 
solo  para  salvar  el  estado  de  sus  enemigos  inte- 
riores y  exteriores ;  el  poder  directivo  en  tres  o  más 
personas  provisionalmente  para  consultar  los  me- 
dios más  análogos  al  primer  objeto,  y  sobre  todo, 
acelerar  la  celebración  del  congreso  de  las  provin- 
cias libres,  antes  del  qual  no  son  muy  seguros  nues- 
tros pasos.  Qualquiera  me  hará  la  justicia  de  creer 
que  he  tomado  una  empresa  muy  difícil,  así  por 
su  naturaleza,  como  por  la  estrechez  del  espacio 
donde  puedo  extender  mi  pluma:  entre  todo  lo  que 
he  propuesto  algo  puede  haber  lítil:  la  asamblea  y 
el  público  juzgarán  lo  que  más  convenga  a  la  sa- 


168  BERNARDO    MONTEAGUDO 

hid  de  la  patria.  Ya  lo  he  dicho  otra  vez:  por  cum- 
plir mis  deberes  comprometeré  hasta  mi  amor  pro- 
pio, y  mientras  no  vea  proclamada  la  libertad 
porque  suspira  mi  corazón,  haré  todos  los  esfuerzos 
que  me  inspire  mi  zelo,  sea  cual  fuere  mi  destino. 

{Id.,  abril  6  de  1812.) 


Censura  política 

_  El  que  se  proponga  dar  impulso  a  la  opinión, 
sin  profanar  el  lenguaje  imparcial  de  un  celo 
justo,  ni  prostituir  su  juicio  al  prurito  impostor 
de  las  pasiones,  debe  resolverse  antes  de  todo  a 
ser  víctima  pública  de  los  intereses  privados.  En 
un  pueblo  que  aspira  a  la  libertad,  es  preciso  que 
haya  ciertos  hombres  tan  familiarizados  con  los 
peligros,  y  tan  decididos  a  morir  por  la  causa  de 
la  hiimanidad  que  jamás  teman  el  furor  de  los  ti- 
ranos, el  capricho  de  las  facciones,  ni  aun  la  con- 
juración de  sus  afectos.  Yo  me  revisto  por  ahora 
de  estos  sentimientos  que  quizá  forman  mi  carác- 
ter, y  sin  más  preludio  voy  a  exponer  mi  juicio 
acerca  del  acontecimiento  próximo  de  6  del  pre- 
sente. 

Desde  que  se  anunció  al  pueblo  por  el  artícu- 
lo 1.°  del  Estatuto  provisional  la  creación  de  una 
asamblea  que  debía  formarse  periódicamente  para 
resolver  sobre  los  grandes  asuntos  del  Estado; 
Jos  unos  concibieron  grandes  esperanzas  de  ella,  y 
suspiraban  por  su  instalación,  contando  con  im- 
portuna prolixidad  los  días  que  faltaban  para  el 
indicado  23  de  marzo;  y  otros,  aunque  en  menor 
niimero,  temían  las  consecuencias  que  ordinaria- 
mente produce  la  inexperiencia  en  los  primeros 
ensayos  que  hace  un  pueblo  para  deslindar  <sus 
derechos.  Ambos  convenían  en  que  vsi  la  asamblea 
expedía  sus  atenciones  en  calma  y  con  tranquili- 
dad, la  patrio  vería  exaltado  su  pabellón,  y  ente- 


OBRAS    rOLÍTICAS  169 

rameute  abatido  el  estandarte  de  los  déspotas. 
Pero  quizá  esta  raisma  serenidad  hubiera  sido  un 
síntoma  mortal  de  nuestro  cuerpo  político,  y  sin 
duda  los  más  exactos  pensadores  bubieran  gradua- 
do esa  calma  como  el  mejor  termómetro  para  des- 
cubrir la  languidez  de  las  pasiones  públicas,  y  la 
insensibilidad  de  nuestra  ñbra  moral.  Un  pueblo 
que  mira  su  suerte  con  indiferencia,  y  que  en  las 
grandes  revoluciones  de  su  destino  tiene  siempre 
los  labios  abiertos  para  sancionar  quanto  aprue- 
ban sus  mandatarios  o  ministros,  está  muy  dis- 
tante de  ser  libre.  La  salud  universal  exigía  que 
tropezásemos  en  este  primer  paso,  y  que  el  mismo 
golpe  del  desvío  nos  ensenase  los  medios  de  pre- 
caverle. El  que  por  primera  vez  entra  a  una  obs- 
cura habitación,  encuentra  escollos  basta  en  el 
espacio  libre ;  pero  sus  primeras  caídas  suplen  lue- 
go las  precauciones  que  le  faltaban.  Lejos  de  ex- 
trañarse a  mi  juicio  estos  acontecimientos,  ellos 
han  debido  entrar  siempre  en  el  cálculo  de  los 
filósofos,  supuesto  que  aun  los  pueblos  que  se  han 
distinguido  más  por  el  refinamiento  de  sus  ideas, 
no  han  llegado  a  perfeccionarlas  sino  después  de 
haber  pasado  por  todos  los  períodos  del  error. 
¡  Quizá  el  que  recientemente  nos  ocupa  es  el  pri- 
mer paso  que  damos  al  acierto !  Del  ensaj  o  en  que 
voy  a  entrar  resultará  al  menos  una  débil  prueba 
que  lo  demuestre. 

Formada  la  asamblea  sobre  el  plan  inexperto 
que  se  anunció  en  el  Heglamento  de  19  de  febrero, 
eran  tan  consiguientes  los  abusos,  como  ambiguos 
y  peligrosos  los  principios.  Del  orden  resultará  el 
convencimiento.  El  primer  error  que  cometió  el 
gobierno  fué  dilatar  la  publicación  del  Reglamen- 
to que  debía  dar  forma  a  la  asamblea,  y  que  se- 
gún el  artículo  1.°  del  Estatuto  provisional  ofre- 
ció verificar  a  la  mayor  brevedad.  De  aquí  resultó 
que  todas  las  provincias  interiores,  no  teniendo  un 
modelo  para  arreglar  los  poderes  que  debían  expe- 
dir a  sus  apoderados,  los  concibieron  de  un  modo 
tan  indeterminado  e  insuficiente,  que  apenas  los 
autorizaba  para  sufragar  en  la  elección  del  vocal 


170  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

que  debía  nombrarse  según  el  Estatuto.  En  orden 
al  método  que  se  adoptó  en  esta  capital  para  la 
elección  de  los  demás  miembros  que  formaban  la 
asamblea,  difícilmente  se  bubiera  imaginado  otro 
peor.  Por  él  se  admitían  indistintamente  a  sufra- 
gar por  los  electores,  aun  aquéllos  que  por  el  ar- 
tículo 3.°  quedaban  excluidos,  por  no  tener  una 
decidida  adhesión  a  la  causa  de  la  libertad  de  las 
provincias  unidas:  por  él  se  libraba  a  la  suerte  la 
elección  de  los  33  ciudadanos  que  habían  de  com- 
poner la  asamblea,  método  tanto  más  expuesto, 
quanto  era  imposible  que  entre  los  100  insacula- 
dos hubiera  una  idoneidad  igual,  mucho  más 
quando  excluidos  por  el  artículo  4.°  los  militares 
del  exército  y  los  empleados  en  los  ramos  de  ad- 
ministración pública,  quedaba  de  necesidad  re- 
ducido el  vecindario  a  un  índice  sucinto,  atendi- 
das las  circunstancias  del  país.  Quiero  prescindir 
de  los  demás  vicios  del  Reglamento,  jjorque  ya 
no  es  tiempo  de  impugnarlos  con  otro  dato  que  el 
de  su  mismo  resultado;  y  voy  a  contraerme  al  no- 
ble acontecimiento  de  la  disolución  de  la  asam- 
blea y  suspensión  del  Cabildo  decretada  por  el  go- 
bierno. 

Instalada  la  asamblea  baxo  la  forma  prevenida 
en  los  reglamentos  y  anunciada  en  la  ministerial, 
procedió  a  la  elección  para  vocal  del  gobierno  y  re- 
cayó ésta  en  el  digno  ciudadano  don  Juan  Martín 
Pueyrredón,  justamente  acreedor  al  sufragio  uni- 
versal que  ya  le  indicaba  piiblicamente  para  aquel 
delicado  ministerio.  Tan  sensible  fué  la  emoción 
del  pueblo  a  vista  de  este  primer  paso,  que  todos 
quedaron  prevenidos  en  favor  de  la  asamblea,  y 
calculaban  que  éste  no  era  sino  el  presagio  de  otros 
felices  resultados.  Entraron  lluego  a  resolver  los 
demás  puntos  que  contenía  la  nota  remitida  segiin 
el  artículo  4.°  del  Reglamento,  y  el  primero  a  que 
se  contraxeron  fué  el  de  la  declaración  de  supremo 
que  exigía  el  gobierno:  esta  inoportuna  moción 
alarmó  los  ánimos  y  los  dispuso  al  contraste  cuyos 
efectos  hemos  sentido  con  dolor.  La  asamblea  de 
quien  se  pedía  esta  nueva  sanción,  se  creyó  por  el 


OBRAS    POLÍTICAS  171 

mismo  heclio  autorizada  para  arrogarse  el  título 
de  suprema  sobre  todas  las  magistraturas  consti- 
tuidas. Era  consiguiente  que  en  los  unos  perorase 
el  zelo,  en  los  otros  hablasen  las  pasiones,  y  en 
algunos  influyese  quizá  la  lisonjera  idea  de  supe- 
rioridad, para  que  acordes  todos  en  un  medio, 
aunque  acaso  divididos  en  el  fin,  exigiesen  el  reco- 
nocimiento, a  que  se  rehusó  el  gobierno  disolviendo 
inmediatamente  la  asamblea  y  suspendiendo  en 
el  ínterin  al  ayuntamiento.  El  pueblo  recibe  con 
una  furiosa  sorpresa  este  acontecimiento,  y  casi 
todos  gritan;  el  gobierno  es  un  déspota  y  el  dere- 
cho del  más  fuerte  es  el  único  que  se  sostiene.  La 
voz  de  la  asamblea  se  mira  desde  entonces  como 
una  señal  de  alarma:  las  rivalidades  agitan  a  unos 
y  otros,  y  antes  de  examinar  el  suceso  todos  fallan 
según  su  opinión  particular. 

A  mi  juicio,  después  de  analizar  sus  circuns- 
tancias, opino,  que  así  el  gobierno  como  la  asam- 
blea se  han  excedido  de  los  límites  de  su  repre- 
sentación, obrando  con  una  violenta  inoportuni- 
dad a  causa  de  no  estar  deslindadas  las  facultades 
de  ambos.  Si  el  gobierno  no  se  consideraba  superior 
a  la  asamblea  ¿a  qué  propósito  pide  que  le  decla- 
re supremo  una  corporación  inferior?  Si  la  asam- 
blea ignoraba  el  carácter  de  su  representación,  y 
ni  por  el  reglamento  ni  por  la  voluntad  de  los 
pueblos  podía  atribuirse  el  de  suprema,  ¿cómo  es 
que  se  declara  tal?  Si  la  asamblea  se  creyó  con  de- 
recho a  dar  un  paso  de  tanta  conseqüencia,  ¿por 
qué  no  modificó  antes  de  todo  su  reglamento  dero- 
gando, ampliando  o  variando  los  artículos  de  su 
institución,  según  se  le  permite  en  el  19  del  Re- 
glamento, y  el  3  y  4  de  las  adiciones?  Si  el  gobierno 
entendió  que  segiin  el  artículo  13  estaba  autori- 
zado para  disolver  la  asamblea  por  convenir  a  la 
tranquilidad  pública,  ¿a  qué  el  paso  escandaloso 
de  suspender  el  Cabildo,  sorprendiendo  al  pueblo 
en  su  tranquila  expectación  con  precauciones  mi- 
litares, después  del  primer  golpe  anunciado  por 
sordos  rumores?  Si  ambos  estaban  predispuestos 
a  sostener  los  fueros  que  se  arrogaban,  ¿por  qué 


172  BEENARDO    MONTEAGUDO 

no  los  deslindaron  antes  por  los  medios  prudentes 
y  legales,  a  fin  de  no  comprometer  el  sosiego  del 
pueblo?  Pero  no  es  extraño:  todo  esto  era  consi- 
guiente a  los  defectos  del  Estatuto  provisional,  a 
los  vicios  del  reglamento  de  la  asamblea,  a  la  for- 
zosa insuficiencia  de  los  poderes  de  los  pueblos,  al 
método  inexacto  de  recibir  los  sufragios  sin  dis- 
tinción de  clases,  al  sorteo  arbitrario  de  los  33  ciu- 
dadanos electos,  al  número  excedente  de  sufragios 
concedidos  al  ayuntamiento,  y  en  fin,  a  la  inexpe- 
riencia, a  las  pasiones  y  al  espíritu  de  cisma,  ri- 
val inconciliable  de  un  pueblo  que  desea  ser  libre. 
Lo  cierto  es  que  el  peso  de  este  acontecimiento 
lia  agobiado  la  cerviz  de  la  patria,  y  es  un  deber 
general  reparar  con  esfuerzo  sus  fatales  efectos. 
La  asamblea  debe  renovarse  a  la  mayor  brevedad, 
pero  a  ella  no  deben  concurrir,  en  mi  juicio,  los 
miembros  que  componían  la  anterior,  a  menos 
que  merezcan  la  omnímoda  confianza  del  pueblo: 
el  gobierno  debe  cuidar  de  instruir  a  los  pueblos 
sobre  el  objeto  y  límites  que  deben  tener  los  po- 
deres que  confieran  a  sus  representantes:  debe 
reformar  todos  los  artículos  que  en  presencia  de 
estos  sucesos  demandan  alguna  variación,  y  debe 
prevenir,  en  fin,  las  conseqüencias  futuras  por  las 
lecciones  que  acaba  de  recibir.  Yo  creo  que  ahora 
más  que  nunca  urge  la  creación  de  un  dictador: 
no  liay  acontecimiento  que  no  sea  una  prueba  pal- 
pable de  esta  necesidad.  ¡  Infelices  de  nosotros  si 
no  aprendemos  los  medios  de  salvar  la  existencia 
piiblica  a  costa  de  los  continuos  contrastes  que  su- 
frimos! Me  atrevo  a  esperar  lo  que  deseo,  y  entre- 
tanto felicito  a  los  amantes  del  orden  por  haber 
ya  salvado  del  gran  riesgo  que  amenazaba  a  la  pa- 
tria en  la  convulsión  que  había  preparado  la  im- 
prudencia de  los  ministros  del  pueblo. 


APÉNDICE  AL  ARTICULO  ANTERIOR 

Me   había  propuesto  hacer   algunas   reflexiones 
sobre  el  manifiesto  del  gobierno,   y  otros  hechos 


OBRAS    POLÍTICAS  173 

que  posteriormente  lian  llegado  a  mi  noticia  acer- 
ca de  la  asamblea  provisional:  pero  como  toda  dis- 
cusión que  no  tenga  otro  objeto  que  impugnar  lo 
que  está  impugnado  por  sus  mismas  consecuencias, 
debe  ser  ajena  de  mi  instituto,  fixaré  una  sola  re- 
flexión fundada  en  la  naturaleza  de  las  circuns- 
tancias, para  que  de  ella  infieran  otros  mejores 
calculadores  las  medidas  que  reclama  la  salud 
universal.  Todo  reglamento  o  disposición  que  al 
presente  se  publique,  sólo  puede  tener  una  fuerza 
directiva  guando  el  interés  público  se  la  dé;  y  el 
gobierno  no  tiene  otra  facultad,  que  la  de  dis- 
cernir los  casos  particulares  en  que  precariamente 
puede  resolver  lo  que  sea  más  conforme  a  aquel 
principio.  Esta  es  una  verdad  demostrada  que  se 
contradice  expresamente  en  el  manifiesto,  atri- 
buyendo un  carácter  soberano,  y  por  lo  mismo  in- 
violable a  los  decretos  del  gobierno ;  carácter  que 
sólo  puede  emanar  de  la  sanción  general  de  los 
pueblos,  cuya  voluntad  en  esta  parte  no  se  halla 
expresada,  ni  puede  suplirse  por  un  mero  recono- 
cimiento surgido  quizá  muclias  veces  por  el  temor 
habitual  que  inspira  la  esclavitud:  esta  misma 
materia  be  tocado  j^a  en  los  números  anteriores, 
y  continuaré  con  oportunidad  en  los  siguientes; 
por  ahora  voy  a  recomendar  al  público  algunos 
datos  particulares  de  que  estoy  instruido,  relati- 
vos a  la  asamblea.  El  primero  y  más  original  es 
la  moción  que  hizo  uno  de  los  representantes  del 
pueblo  para  que  se  jurasen  las  leyes  de  Indias,  es 
decir,  para  que  se  jurase  el  código  más  tirano  y 
humillante  de  quantos  han  dictado  los  déspotas 
del  Asia.  Yo  ignoro  qué  objeto  podía  tener  este 
juramento,  o  qué  ventajas  se  propuso  el  que  hizo 
la  moción  para  prostituir  sus  deberes,  e  insultar 
en  cierto  modo  la  dignidad  de  los  mismos  pueblos 
que  hasta  hoy  han  gemido  baxo  el  peso  de  esas 
leyes  arbitrarias  que  promulgó  la  usurpación.  No 
es  menos  digna  de  censura  la  moción  verbal  que 
hizo  ante  el  gobierno  la  diputación  que  pasó  la 
asamblea,  proponiendo  por  incidente  que  supues- 
to que  no  se  admitía  el  nombramiento  supletorio 


ITi  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

del  doctor  Díaz  Yélez  se  procedería  a  elegir  otro 
vocal  en  lugar  del  ciudadano  Pueyrredón ;  la  asam- 
blea estaba  muy  distante  de  tocar  este  punto,  ya 
porque  conocía  el  acierto  de  la  primera  elección, 
ya  porque  lo  útil  no  podía  viciarse  por  lo  inútil 
aun  quando  el  nombramiento  de  suplente  no  pu- 
diese llevarse  a  efecto.  Sin  embargo,  es  constante 
que  se  liizo  esta  moción  suponiéndola  conforme  al 
espíritu  de  la  asamblea.  ¿Y  qué  se  infiere  de  esto? 
El  público  lo  juzgará.  Ello  es  que  aunque  el  acon- 
tecimiento del  6  ha  afligido  mi  sensibilidad  al  con- 
cebir las  ventajas  que  podían  baber  resultado  de 
la  sana  intención  de  algunos  de  los  representantes 
del  pueblo,  también  be  temido  algunas  veces  que 
la  patria  hubiese  quedado  reducida  al  estado  en 
que  se  vio  Atenas  cuando  Trasíbulo  la  salvó  de  los 
treinta  magistrados  que  el  vencedor  lacedemonio 
había  permitido  elegir  al  pueblo.  Ciudadanos:  de- 
mos una  tregua  al  sentimiento  de  nuestras  desgra- 
cias, ahoguemos  la  impresión  de  los  interes^es  pri- 
vados, y  no  tratemos  sino  de  reparar  los  males, 
frustrar  los  peligros,  y  con  la  tea  en  una  mano  y 
el  puñal  en  la  otra  perseguir  a  los  tiranos,  hasta 
que  atados  al  carro  de  nuestro  triunfo  proclamen 
con  nosotros  la  independencia  del  Sud. 

{Id.,  abril  13  de  1812.) 


El  Redactor 

Nunca  somos  tan  felices  o  infelices  como  ima- 
ginamos y  del  más  desgraciado  acontecimiento  se 
puede  sacar  un  gran  bien  capaz  de  compensar  el 
infortunio,  si  se  escucha  en  el  silencio  de  las  pa- 
siones la  voz  de  la  experiencia  que  prescribe  las 
reglas  invariables  del  acierto.  vSería  una  prueba 
irrefragable  de  aturdimiento  y  estupidez,  el  creer 
que  un  pueblo  puede  regenerarse  sin  ser  a  cada 
paso  víctima  de  las  oscilaciones  políticas,  y  aban- 


OBRAS    POLÍTICAS  175 

donar  el  sosiego  mortal  de  la  esclavitud  par  los 
saludables  peligros  de  la  libertad.  El  melancóli- 
co egoísta  busca  la  sombra  y  el  retiro  apenas  ve 
engañada  su  tímida  esperanza  por  el  menor  con- 
flicto :  él  querría  muy  bien  ser  libre,  pero  sin  dexar 
de  estar  tranquilo,  y  sin  verse  obligado  a  sacrifi- 
car un  átomo  de  sus  intereses.  Al  primer  revés  que 
sufre,  suelta  la  máscara  que  ocultaba  su  corazón, 
y  no  contento  con  borrar  su  nombre  del  catálogo 
de  los  dignos  bijos  de  la  patria,  toma  un  empeño 
decidido  en  abultar  la  insuficiencia  de  recursos, 
la  debilidad  de  arbitrios,  y  el  cúmulo  de  males 
que  arrastra  una  situación  procelosa.  El  grita  po- 
seído de  un  pavor  hipócrita  y  de  un  afectado  des- 
engaño, que  los  partidos  devoran  el  corazón  del 
pueblo,  que  los  errores  del  gobierno  anuncian  nue- 
vos peligros  y  que  las  contradicciones  públicas  son 
un  síntoma  de  anarquía  y  disolución:  algunas  ve- 
ces mezcla  un  fingido  dolor  a  la  exageración  de 
las  desgracias,  pero  el  objeto  de  sus  facticios  sen- 
timientos sólo  es  dogmatizar  el  egoísmo,  y  au- 
mentar el  número  de  sus  prosélitos.  Dexemos  fluc- 
tuar entre  la  debilidad  y  el  delirio  a  ese  grupo  de 
cobardes  nacidos  para  vegetar  en  la  humillación: 
los  que  amen  de  veras  a  la  humanidad,  los  que  co- 
nozcan sus  derechos,  los  que  quieran  vivir  en  la 
memoria  de  las  generaciones  venideras  y,  en  fin, 
los  que  han  jurado  redimir  con  su  sangre  ai  pue- 
blo americano,  saben  muy  bien  que  su  último  des- 
tino podrá  ser  un  cadalso,  y  que  las  primeras  pá- 
ginas de  la  historia  de  un  pueblo  libre  van  siem- 
pre manchadas  con  la  sangre  de  sus  mártires. 

Yo  veo  que  en  vano  se  agotan  en  cálculos  esté- 
riles los  que  presagian  quiméricos  desastres ;  ellos 
ignoran  las  leyes  del  destino,  y  confunden  el  vicio 
de  sus  ideas  con  las  reglas  que  prescribe  el  imperio 
de  los  tiempos:  semejantes  a  los  déspotas  que  lla- 
man sedicioso  al  que  no  quiere  ser  esclavo,  equi- 
vocan los  contrastes  que  experimenta  un  pueblo 
para  ser  libre  con  las  agonías  que  sufre  al  caer  en 
la  esclavitud.  Agobiados  por  el  peso  del  conflicto 
dexan  de  pensar  por  sentir,  y  no  encuentran  sino 


176  BERNARDO    MONTEAGUDO 

desorden  en  el  orden  mismo  de  las  revoluciones. 
Pero  el  que  conoce  la  verdadera  tendencia  de  los 
sucesos  es  como  un  viajero  experto  que  aunque 
tropieza  con  zarzas  y  escollos  que  le  detienen, 
sólo  trata  de  vencerlos  y  marchar  a  su  destino.  A 
poca  observación  es  fácil  conocer  que  sin  un  con- 
tinuo estremecimiento  político  que  presente  a  cada 
paso  la  imagen  del  peligro,  en  breve  se  acomodaría 
nuestra  indolencia  a  un  estúpido  sosiego^  j  decli- 
naría por  su  propia  virtud  el  odio  a  la  tiranía  en 
amor  a  la  esclavitud.  El  contraste  de  ideas  y  senti- 
mientos que  ofrece  la  alternativa  de  prósperas  y 
adversas  combinaciones  estimula  a  la  vigilancia  y 
ensena  el  gran  arte  de  prevenir  la  reincidencia  en 
el  error.  ¡  Quizá  por  este  principio  ha  sido  ventajosa 
la  disolución  de  la  asamblea!  De  ella  ha  resultado 
al  menos  el  conocimiento  de  algunas  verdades 
prácticas  que  deben  servir  de  norma  a  los  qne  pre- 
siden la  suerte  pública  y  a  los  ciudadanos  que  an- 
helan sus  progresos.  Yo  abriré  mi  opinión  sobre 
ellas,  si  antes  de  mí,  no  lo  hacen  otros  juiciosos 
pensadores.  Lo  que  importa  es  salvar  la  patria, 
romper  los  escollos  que  nos  detienen,  frustrar  los 
amagos  de  la  expirante  tiranía,  y  hacer  obstina- 
dos esfuerzos  para  cicatrizar  las  heridas,  que  aun 
hoy  arrancan  gemidos  del  corazón  de  los  hombres 
libres. 

(W.,  abril  20  de  1812.) 


El  Editor 


Nadie,  nadie  es  capaz  de  cortar  los  progresos 
de  nuestra  revolución:  los  siglos  anteriores  la  pre- 
paraban en  silencio,  el  estado  general  del  globo 
político  indicaba  la  necesidad  de  este  aconteci- 
miento, y  en  los  decretos  del  tiempo  estaba  seña- 
lado el  período  que  debía  durar  la  esclavitud  en 
las  regiones  del  nuevo  miindo.  La  sagrada  tea  de 
la  LIBERTAD  arde  ya  por  toda  la  América:  podrá 


OBEAS    POLÍTICAS  177 

quizá  un  déspota  aventurero  o  un  desnaturalizado 
parricida  apagarla  en  alguna  pequeña  parte  con 
las  lágrimas  y  la  sangre  de  nuestros  mismos  her- 
manos: pero  las  cenizas  de  su  ruina  no  liarán  más 
que  ocultar  el  fuego  secreto  que  tarde  o  temprano 
ha  de  devorar  a  los  opresores  en  su  periódica  ex- 
plosión. Quizá  podrá  suceder  que  en  el  mismo  día 
en  que  un  pueblo  suba  al  trono  y  anuncie  su  ma- 
jestad, caiga  otro  menos  feliz  a  los  pies  de  un  ti- 
rano insolente  que  le  obligue  a  profanar  sus  labios 
gritando  con  un  humilde  furor:  viva  la  opresión. 
Pero  no  importa:  por  una  parte  se  multiplicarán 
los  patíbulos,  y  en  otra  se  cantarán  himnos  a  la 
patria:  los  mártires  de  la  libertad  correrán  en 
tropel  a  los  sepulcros,  y  los  apóstoles  de  la  indepen- 
dencia subirán  con  intrepidez  a  las  tribunas  a  pre- 
dicar los  dogmas  saludables  de  la  filosofía.  El  con- 
traste de  los  sucesos  y  la  ira  impetuosa  de  los  par- 
tidos agobiarán  el  sufrimiento  de  algunos,  porque 
no  todos  nacen  para  ser  héroes:  el  padre  anciano 
llorará  la  pérdida  de  sus  hijos,  la  sensible  esposa 
asistirá  con  ternura  al  sacrificio  de  su  consorte, 
el  fiel  amigo  sufrirá  en  su  corazón  la  desgracia  del 
hombre  de  bien,  las  familias  de  los  mejores  ciuda- 
danos se  resentirán  de  la  miseria  que  las  oprima; 
pero  todos  es^os  males  particulares  son  necesarios 
para  consumar  el  gran  sistema  y  cada  uno  de  ellos 
tiene  una  influencia  directa  en  los  resortes  de  com- 
binación. Fatigas,  angustias,  privaciones;  rivali- 
dades, he  aquí  las  recompensas  del  zelo,  pero  h© 
aquí  también  los  presagios  del  deseo  realizado: 
todo  coadyuva  al  voto  universal  de  los  hombres 
libres,  y  esas  mismas  convulsiones  que  Qomprome- 
ten  la  suerte  de  los  más  interesados  en  el  bien  pú- 
blico, minan  sordamente  las  bases  de  la  tiranía, 
descubriendo  héroes  ciudadanos  que  confundan  al 
mercenario  egoísta,  humillen  al  furioso  libertici- 
da y  arranquen  del  seno  de  la  muerte  la  patria 
tiranizada. 

Tales  son  las  ventajas  que  resultan  de  esos  mis- 
mos choques  de  opinión  que  es  imposible  destruir, 
aunque  alguna  vez  convenga  desde  luego  el  pre- 

12 


178  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

venir:  ellos  nacen  de  dos  principios:  el  temor  y  la 
ambición,  y  para  resolver  el  gran  problema  quales 
sean  los  medios  de  sofocar  los  partidos,  es  preciso 
saber,  si  aquellas  dos  pasiones  originarias  existi- 
rán siempre  entre  los  hombres  o  perderán  su  in- 
fluencia alguna  vez.  Yo  creo  que  en  todas  las  eda- 
des y  en  todos  los  climas  el  hombre  es  combatido 
por  el  temor  de  perder  lo  que  posee  y  de  no  obtener 
lo  que  desea:  este  estímulo  sin  duda  es  más  urgen- 
te en  el  que  ambiciona  ser  lo  que  no  es,  o  quizá 
más  de  lo  que  puede  ser.  El  que  teme  perder  la 
vida  civil  o  natural  en  una  conjuración,  ser  des- 
pojado de  un  empleo  que  la  intriga,  la  casualidad, 
o  el  mérito  le  han  proporcionado,  o  ver,  en  fin, 
elevado  a  un  rival  poderoso  de  quien  no  pueSe  es- 
perar sino  persecuciones  y  ruina;  su  primer  cui- 
dado es  buscar  los  medios  de  defensa,  hacerse  de 
partido,  mostrarse  a  unos  como  virtuoso,  y  pre- 
sentar su  rival  a  otros  como  un  delinqüente  atroz : 
de  aquí  nacen  las  rencillas,  los  chismes,  las  decla- 
maciones secretas,  los  rumores  piíblicos  y  las  des- 
avenencias generales.  Después  que  el  mal  no  tiene 
remedio  entonces  grita  el  fanático,  clama  el  zelo- 
so  hipócrita,  pero  ninguno  se  ocupa  en  buscar  las 
causas  del  desorden  para  precaverlo.  No  hay  ma- 
teria más  interesante  y  ella  ocupará  mi  atención 
en  el  siguiente  número:  entretanto  conjuro  a  los 
amantes  del  orden  sostengan  mis  débiles  esfuerzos 
y  agoten  los  suyos  hasta  que  puedan  decir  los  hom- 
bres libres:  viva  la  república. 

(W.,  abril  27  de  1812.) 


Política 


Si  el  temor  y  la  ambición  producen  las  faccio- 
nes, y  éstas  los  partidos  que  devoran  al  Estado, 
es  un  deber  de  todo  gobierno  popular  ocurrir  a  la 
influencia  de  aquellos  dos  agentes  del  disturbio 
y  prevenir  sus  efectos,  ya  que  es  imposible  des- 


OBRAS    POLÍTICAS  179 

arraigar  las  causas  de  donde  einauaii.  Todo  liom- 
bre  sensato  debe  estar  desengañado  de  esa  quime- 
ra filosófica  que  lia  entretenido  el  espíritu  de  al- 
gunos que  intentaron  desnudar  a  los  hombres  de 
su  ropage  natural,  quiero  decir  de  sus  pasiones  y 
vicios.  Yo  veo  al  hombre  siempre  el  mismo  en  el 
siglo  de  Arístides,  que  en  la  edad  de  Calígula,  en 
los  tiempos  de  Sócrates  y  en  los  de  Nerón:  veo 
que  las  lecciones  de  Marco  Aurelio,  las  máximas 
de  Séneca  y  las  virtudes  de  sus  contemporáneos 
tuvieron  estériles  admiradores  sin  ser  jamás  imi- 
tadas: veo,  en  fin,  que  el  antiguo  y  nuevo  mundo, 
las  razas  de  los  tiempos  fabulosos  y  las  generacio- 
nes del  siglo  XIX,  se  resienten  de  las  mismas  de- 
bilidades, de  iguales  extravíos,  y  de  propensiones 
idénticas  que  humillan  el  espíritu  del  que  conside- 
ra siempre  aislada  la  justicia  a  un  corto  número 
de  hombres  que  abortan  los  tiempos  en  su  rápida 
carrera. 

Yo  bien  quisiera  dudar  de  esta  humillante  ob- 
servación, mas  por  desgracia  ella  es  una  verdad 
demostrada;  y  en  la  triste  necesidad  de  suponerla, 
sólo  debo  calcular  los  medios  preventivos  de  la 
malicia  de  los  hombres,  demasiado  propensos  al 
espíritu  de  discordia,  luego  que  el  temor  o  la  am- 
bición los  agita.  En  verdad  es  un  sentimiento  na- 
tural a  todo  ser  débil  e  impotente  buscar  el  apoyo 
de  otro,  y  dilatar  la  esfera  de  su  poder  interesan- 
do en  su  auxilio  al  más  sagaz,  al  más  poderoso  y 
al  más  fuerte,  quando  le  amenaza  un  riesgo  o  le 
combate  un  peligro  que  aflige  sus  recursos  indi- 
viduales. Si  un  funcionario  público,  si  un  mili- 
tar honrado,  si  un  ciudadano  particular  ven  vaci- 
lar su  existencia  civil  por  las  detracciones,  las  im- 
posturas y  las  denuncias  clandestinas:  si  el  gobier- 
no fomenta  con  su  tolerancia  los  chismes  y  renci- 
llas sordas,  y  tiene  a  más  la  debilidad  de  consentir 
en  el  menoscabo  de  la  opinión  de  aquéllos,  es  con- 
siguiente al  temor  de  perderla  el  sobresalto,  la  in- 
dignación, la  venganza,  los  zelos,  las  quejas  y 
todos  los  demás  recursos  que  sugiere  una  justa  re- 
presalia en  la  crisis  del  enojo.  El  agraviado  ya  no 


180  BERNARDO  MONTE AGUDO 

trata  desde  entonces  sino  de  buscar  prosélitos  en 
su  dolor:  persuade,  seduce,  alarma,  divide  y,  en 
fin,  su  pasión  grita  y  la  discordia  triunfa.  Es  un 
principio  en  la  política  que  así  como  e]  déspota 
funda  su  seguridad  en  las  denuncias,  único  tráfico 
de  sus  mercenarios  aduladores;  la  acusación  es  en 
los  Estados  libres  la  salvaguardia  de  la  libertad 
individual.  En  un  pueblo  donde  la  denuncia  sea 
un  crimen,  y  donde  la  acusación  esté  autorizada 
por  la  ley,  jamás  la  virtud  podrá  ser  oprimida 
de  la  impostura.  Si  mis  acciones  son  conformes 
a  las  leyes  eternas  que  me  rigen,  y  si  yo  es- 
toy cierto  que  las  tinieblas  no  pueden  obscu- 
recerlas, si  sé  que  no  tengo  otro  enemigo  que  el 
que  se  me  presenta  armado,  el  temor  será  en  mí 
una  pasión  efímera,  y  descansando  en  mí  mismo 
cuidaré  sólo  de  sostener  mi  opinión,  mas  no  de 
arruinar  la  de  los  otros.  Pero  mi  conducta  será 
del  todo  contraria,  si  sé  que  se  me  acecba  en  se- 
creto y  que  se  juzga  mi  opinión  en  el  seno  de  las 
sombras.  En  resultado  de  estas  observaciones  yo 
concluyo,  que  uno  de  los  medios  preventivos  de 
las  discordias  y  partidos,  es  cerrar  la  puerta  a  las 
denuncias  secretas  y  abrir  un  tribunal  piíblico  de 
acusación  donde  el  zeloso  ciudadano  publique  con 
intrepidez  los  crímenes  del  perverso  y  la  virtud 
esté  al  mismo  tiempo  segura  de  la  zana  de  los  im- 
postores. 

i  Qué  pueden  al  presente  todos  los  esfuerzos  de 
los  tiranos !  Sus  infructuosas  campañas  han  aba- 
tido su  coraje,  sus  recursos  se  han  agotado,  su 
crédito  lia  perecido  y  la  ilusión  que  los  sostenía 
se  ha  disipado  como  el  humo:  las  naciones  han 
abierto  los  ojos  y  los  han  fixado  sobre  esta  guerra: 
la  mitad  de  la  Europa  se  arma  contra  nuestra  ene- 
miga (S),  la  otra  mitad  ve  con  placer  la  próxima 
ruina  de  esa  potencia  soberbia  que  se  arrogaba 
el  imperio  de  los  mares  y  sometía  a  su  cruel  yugo 
la  parte  más  vasta  de  la  América. 

¿Con  qué  título  nos  imponía  y  dictaba  leyes? 

(8)    A  nosotros  nos  basta  que  cst¿  armada  la  Francia. 


OBEAS    POLÍTICAS  181 

¿No  es  un  absurdo  el  que  un  inmenso  continente 
sea  gobernado  por  una  pequeña  isla?  La  natura- 
leza no  lia  formado  al  satélite  mayor  que  a  su  pla- 
neta. Estando  la  Inglaterra  y  la  América  en  rela- 
ciones inversas  segiín  el  orden  natural,  era  pre- 
ciso que  perteneciesen  a  diferentes  sistemas:  era 
preciso  que  la  Inglaterra  perteneciese  a  la  Europa 
y  la  América  a  sí  misma.  Nuestra  situación,  nues- 
tras fuerzas,  la  tiranía  de  los  ingleses,  su  distan- 
cia, ved  abí,  ved  abí  los  títulos  que  tenemos  para 
ser  independientes.  Nosotros  somos  libres  porque 
queremos  y  porque  podemos  serlo:  este  es  el  orden 
de  la  naturaleza  y,  sin  embargo,  se  nos  trata  de 
rebeldes.  El  enemigo  de  la  libertad  y  de  la  hu- 
manidad es  el  verdadero  rebelde:  este  es  el  mons- 
truo horrible  que  debe  ser  marcado  por  todas  par- 
tes con  el  sello  del  anatema  piiblico.  ¿Nosotros  re- 
beldes? ¿Lo  es  acaso  el  que  defiende  sus  hogares 
contra  los  que  roban  sus  propiedades  y  arruinan 
sus  hijos?  ¿Nosotros  rebeldes?  ¿Y  qué  eran  los 
ingleses  quando  hicieron  correr  en  el  cadalso  la 
sangre  de  uno  de  sus  reyes,  quando  obligaron  a 
otro  a  huir  de  su  barbarie  y  a  renunciar  la  coro- 
na por  salvar  su  vida?  La  sangre  de  los  reyes  no 
ha  manchado  nuestras  manos  y,  sin  embargo,  se 
derrama  la  nuestra.  ¿Nosotros,  en  fin,  rebeldes? 
¡Ah!  Si  lo  somos,  nos  gloriamos  de  tener  parte  en 
este  bello  título  con  el  gran  Tell,  que  hizo  tem- 
blar a  Alberto  sobre  el  trono,  con  el  primer  ho- 
landés que  osó  salvar  a  sus  compatriotas  de  la  ti- 
ranía del  duque  de  Alba.  Nuestra  causa  es  la 
misma,  porque  es  la  causa  de  la  libertad. 

¡  Pero  quánto  más  feliz  es  nuestra  situación !  La 
naturaleza  nos  ha  prodigado  todos  sus  dones,  las 
artes  hermosean  nuestras  comarcas,  la  industria  y 
el  comercio  hacen  reinar  la  abundancia.  El  cora- 
je de  los  americanos  se  ha  desplegado  ya  en  los 
combates:  ¿quién  podrá  hacernos  vacilar  entre  la 
guerra  y  una  ignominiosa  servidumbre?  La  vic- 
toria es  nuestra  si  perseveramos ;  pero  aun  quan- 
do la  muerte  fuese  cierta,  ¿quién  no  la  despre- 
ciaría y  quién  no  baxaría  a  la  tumba  con  placer? 


183  BERNARDO    MONTEAGUDO 

¿  Se  debe  temer  la  muerte  guando  la  vida  no  es 
sino  el  fruto  de  la  esclavitud?  Muramos,  muramos 
si  es  preciso;  ¡  pero  qué  digo!  Olvidemos  esta  ima- 

f^en,  la  felicidad  va  a  renacer  entre  nosotros  con 
a  paz.  Atesto  nuestras  victorias,  las  de  nuestros 
aliados,  la  caída  de  esos  ministros  cuyo  orgullo 
causó  todas  nuestras  desgracias,  la  evaquación  de 
la  mayor  parte  de  nuestras  plazas:  atesto  esa  feliz 
unión  que  reina  entre  los  americanos,  atesto,  en 
fin,  esas  leyes  dictadas  por  la  humanidad  y  la  sa- 
biduría. Las  leyes  de  Licurgo  estaban  escritas 
con  sangre,  nuestro  código  no  respira  sino  huma- 
nidad: Platón  forjó  quimeras,  nosotros  seremos  fe- 
lices en  realidad.  Numa  era  rey,  y  nuestros  legis- 
ladores son  ciudadanos  libres.  Yed  abí  los  felices 
auspicios  baxo  los  guales  se  renovarán  entre  nos- 
otros los  bellos  días  de  Atenas  y  de  Roma.  Nos- 
otros estamos  en  nuestra  aurora,  la  Europa  toca 
su  occidente;  y  si  las  tinieblas  se  apresuran  a  en- 
volverla, para  nosotros  amanecerá  un  día  puro  y 
risueño:  ciudades  numerosas  saldrán  del  seno  de 
estos  desiertos  inmensos:  nuestros  buques  cubrirán 
los  mares,  la  abundancia  reinará  dentro  de  nues- 
tros muros  y  no  se  verán  sobre  nuestros  altares  y 
en  nuestros  tribunales  sino  dos  palabras:  humani- 
dad y  LIBERTAD.  ¡  Oxalá  pudiésemos  expiar  los  ul- 
trajes que  ban  recibido  ambas  en  América,  y  que 
aun  reciben  en  mucbas  partes  de  Europa !  ¡  Oxalá 
pudiésemos  mostrar  a  nuestros  antiguos  tiranos  y 
a  todos  los  pueblos  en  una  sabia  y  justa  legisla- 
ción el  medio  de  afirmar  la  felicidad  de  los  indi- 
viduos y  asegurar  la  permanente  prosperidad  de 
los  Estados! 

(Id.,  mayo  4  y  11  de  1812.) 


OBRAS    POLÍTICAS  1813 


Ensayo  sobre  la  revolución  del   Río  de  la  Plata 
desde  el  25  de  mayo  de  1809 

¡Qué  tranquilos  vivían  los  tiranos  y  qué  con- 
tentos los  pueblos  con  su  esclavitud  antes  de  esta 
época  memorable!  Parecía  que  nada  era  capaz  de 
turbar  la  arbitraria  posesión  de  aquéllos,  ni  menos 
despertar  a  éstos  de  su  estúpido  adormecimiento. 
¿Quién  se  atrevía  en  aquel  tiempo  a  mirar  las 
cadenas  con  desdén,  sin  hacerse  reo  de  un  enorme 
atentado  contra  la  autoridad  de  la  ignorancia? 
La  fanática  y  embrutecida  multitud  no  sólo  gra- 
duaba por  una  sacrilega  quimera  el  más  remoto 
designio  de  ser  libre,  sino  que  respetaba  la  escla- 
vitud como  un  don  del  cielo,  y  postrada  en  los 
templos  del  Eterno  pedía  con  fervor  la  conserva- 
ción de  sus  opresores,  lloraba  y  se  ponía  pálida 
por  la  muerte  de  un  tirano,  celebraba  con  cánti- 
cos de  alabanza  el  nacimiento  de  un  déspota  y,  en 
fin,  entonaba  bimnos  de  alegría  siempre  que  se 
prolongaban  los  eslabones  de  su  triste  servidum- 
bre. Si  alguno  por  desgracia  rehusaba  idolatrar  el 
despotismo,  y  se  quejaba  de  la  opresión,  en  breve 
la  mano  del  verdugo  le  presentaba  en  trofeo  sobre 
el  patíbulo  y  moría  ignominiosamente  por  traidor 
al  rey.  A  esta  sola  voz  se  estremecían  los  pueblos, 
temblaban  los  hombres  y  se  miraban  unos  a  otros 
con  horror,  creyéndose  todos  cómplices  en  el  figu- 
rado crimen  del  que  acababa  de  expirar.  En  este 
deplorable  estado  parecía  imposible  que  empezase 
a  declinar  la  tiranía,  sin  que  antes  se  llenasen  los 
sepulcros  de  cadáveres  y  se  empapase  en  sangre 
el  cetro  de  los  opresores.  Pero  la  experiencia  sor- 
prendió la  razón,  el  tiempo  obedeció  al  destino, 
dio  un  grito  la  naturaleza  y  se  despertaron  los  que 
hacían  en  las  tinieblas  el  ensayo  de  la  muerte. 

El  día  25  de  mayo  de  1809  se  presentó  en  el  teatro 
de  las  venganzas  el  intrépido  pueblo  de  la  Plata, 
y  después  de  dar  a  todo  el  Perú  la  señal  de  alarma 
desenvainó  la  espada,  se  vistió  de  cólera  y  derribó 


184  BERNARDO    MONTEAGUDO 

al  mandatario  que  le  sojuzgaba,  abriendo  así  la 
primera  brecba  al  muro  colosal  de  los  tiranos.  Un 
corto  número  de  hombres  iniciados  en  los  augus- 
tos misterios  de  la  patria,  y  resueltos  a  ser  las  pri- 
meras víctimas  de  la  preocupación,  decretaron  de- 
poner al  presidente  Pizarro  y  frustrar  por  este  me- 
dio los  ensayos  de  tiranía  que  preparaba  el  exe- 
crable Goyenecbe,  entablando  un  complot  insi- 
dioso con  todos  los  xefes  del  Perú.  El  carácter  im- 
postor con  que  se  presentó  este  vil  americano,  y 
los  pliegos  que  introduxo  de  la  princesa  del  Brasil 
con  el  objeto  de  disponer  los  pueblos  a  recibir  un 
nuevo  yugo,  fueron  el  justo  pretexto  que  toma- 
ron los  apóstoles  de  la  revolución  para  variar  el 
antiguo  régimen,  tocando  los  dos  grandes  resor- 
tes que  inflaman  a  la  multitud,  es  decir,  el  amor 
a  la  novedad  y  el  odio  a  los  que  ban  causado  su 
opresión. 

Alarmadas  ya  por  este  exemplo  todas  las  comar- 
cas vecinas,  y  estimuladas  a  seguirlo  por  combi- 
naciones ocultas,  no  tardó  el  virtuoso  y  perseguido 
pueblo  de  la  Paz  en  arrojar  la  máscara  a  los  pies, 
formar  una  junta  protectora  de  los  derecbos  del 
pueblo,  y  empezar  a  limar  el  cetro  de  bronce  que 
empuñaban  los  déspotas  con  altanería.  No  hay 
duda  que  los  progresos  hubieran  sido  rápidos,  si 
las  demás  provincias  hubiesen  igualado  sus  esfuer- 
zos, atropellando  cada  una  ñor  su  parte  las  difi- 
cultades de  la  empresa  y  batiendo  en  detall  al  des- 
potismo. Mas  sea  por  desgracia,  o  porque  quizá  aun 
no  llegó  la  época,  permanecieron  neutrales  Cocha- 
bamba  y  Potosí,  burlando  la  esperanza  de  los  oue 
contaban  con  su  unión.  Be  aquí  resultó,  que  aisla- 
das las  primeras  provincias  a  sus  débiles  arbitrios, 
quedaron  luchando  con  el  torrente  de  la  oninión 
y  el  complot  de  los  antiguos  mandatarios,  sin  más 
auxilio  que  el  de  sus  deseos,  y  quizá  sin  proponer- 
se otra  ventaja  que  llamar  la  atención  de  la  Amé- 
rica y  tocar  ni  menos  el  umbral  de  la  tjbertad. 
Este  srrave  peligro  realizado  después  ñor  la  expe- 
riencia, fomentó  la  conjuración  de  todos  los  man- 
datarios españoles;  y  en  seguida  el  vil  Goyeneche, 


OBRAS    POLÍTICAS  185 

de  acuerdo  con  el  nefando  obispo  de  la  Paz,  diri- 
gieron sus  miras  hostiles  contra  esa  infeliz  ciu- 
dad, triunfando  al  fin  de  su  heroica  resistencia  por 
medio  de  la  funesta  división  introducida  por  sus 
ocultos  agentes.  ¡Oh  cómo  quisiera  ocultar  de  mi 
memoria  esta  escena  deplorable!  Pero  si  el  cora- 
zón se  interesa  en  el  silencio,  también  la  gratitud 
reclama  el  homenaje  de  un  religioso  recuerdo. 

Luego  que  la  perfidia  armada  mudó  el  teatro 
de  los  sucesos,  empezó  el  sanguinario  caudillo  a 
levantar  cadalsos,  fulminar  proscripciones,  rema- 
char cadenas,  inventar  tormentos  y  apurar,  en 
fin,  la  crueldad  hasta  obscurecer  la  fiereza  del  te- 
merario Desalines.  Las  familias  arruinadas,  los  pa- 
dres sin  hijos,  las  esposas  sin  maridos:  las  tum- 
bas ensangrentadas,  los  calabozos  llenos  de  muer- 
te, por  decirlo  así:  sofocado  el  llanto,  porque  aun 
el  gemir  era  un  crimen,  y  disfrazado  el  luto,  por- 
que el  solo  hecho  de  vestirlo  mostraba  cómplice  al 
que  lo  traía.  ¡Qué  espectáculo!  Permítaseme  ha- 
blar aquí  en  el  lenguaje  del  dolor  y  turbar  el  re- 
poso de  los  que  ya  no  existen,  pero  que  aun  viven 
en  la  región  de  la  inmortalidad.  ¡  Oh  sombras  ilus- 
tres de  los  ciudadanos  Victorio  y  Gregorio  Lanza! 
¡  Oh  intrépido  joven  Rodríguez !  ¡  Oh  Castro,  gue- 
rrero y  virtuoso !  ¡  Oh  vosotros  todos  los  que  des- 
cansáis en  esos  sepulcros  solitarios!  Levantad  la 
cabeza  en  este  día  de  nuestro  glorioso  aniversario, 
y  si  aun  sois  capaces  de  recibir  las  impresiones  de 
un  mortal,  no  vayáis  a  buscar  vuestras  familias  y 
vuestros  hijos,  contentaos  con  saber  que  viven  y 
que  algún  día  vengarán  vuestras  afrentas.  Por 
ahora  yo  os  conjuro  por  la  patria,  a  que  deis  un 
grito  en  medio  de  la  América,  y  hagáis  ver  a  todos 
los  pueblos,  quál  es  la  suerte  de  los  que  aspiran  a 
la  LIBERTAD,  si  por  desgracia  vuelven  a  caer  en 
poder  de  los  tiranos.  Pero  yo  veo  que  el  sentimien- 
to ha  precipitado  mis  ideas,  y  que  involuntaria- 
mente he  puesto  un  doloroso  paréntesis  al  ensayo 
que  he  ofrecido.  Debo,  sin  embargo,  continuar, 
aunque  me  exponga  segunda  vez  a  ser  víctima  de 
mi  propia  imaginación. 


186  BERNARDO    MONTEAGUDO 

Sojuzgada  la  provincia  de  la  Paz  y  difundido 
el  terror  por  las  demás,  quedaba  la  de  Charcas  so- 
bre el  borde  del  precipicio,  y  sus  habitantes  no  te- 
nían otro  consuelo  que  la  dificultad  de  que  hu- 
biese otro  hombre  tan  fiero  y  sanguinario  como  el 
opresor  Goyeneche.  En  verdad  parecía  imposible 
que  la  naturaleza  aun  tuviese  fuerzas  para  produ- 
cir un  nuevo  monstruo,  y  que  no  se  hubiese  ya 
cansado  y  arrepentido  de  influir  en  la  existencia 
de  aquel  bárbaro  americano.  Pero  bien  presto  di- 
sipó la  realidad  esta  ilusión,  y  se  presentó  un  es- 
pañol marino  en  sus  costumbres,  soldado  en  sus 
vicios;  y  militar  tan  consumado  en  la  táctica  del 
fraude,  como  en  el  arte  de  ser  cruel.  Con  el  título 
de  pacificador  del  Alto  Perú,  y  comisionado  del 
último  virrey  de  estas  provincias  entró  al  fin  Nieto 
a  la  de  Charcas  auxiliado  por  el  protervo  Sanz_,  go- 
bernador de  Potosí,  y  digno  socio  de  los  conjura- 
dos liberticidas.  Por  un  concurso  feliz  de  circuns- 
tancias imprevistas,  no  se  renovó  en  la  Plata  la 
sangrienta  escena  de  la  Paz;  mas,  sin  embargo, 
gimió  la  humanidad  y  se  estremeció  el  sentimien- 
to al  ver  transformada  en  un  desierto  solitario  la 
ciudad  más  floreciente  del  ángulo  peruano.  Decapi- 
tado civilmente  su  honrado  vecindario,  entrega- 
dos al  dolor  y  a  las  tinieblas  sus  mejores  hijos, 
dispersas  las  familias  y  reducidas  a  la  mendicidad, 
mientras  el  opresor  desafiaba  a  sus  pasiones,  y  de- 
cretaba entre  la  crápula  y  el  furor  la  ruina  de  los 
hombres  libres,  la  vida  era  el  mayor  suplicio  para 
los  espectadores  de  este  suceso,  y  si  el  tirano  no 
hubiese  sido  tan  cruel,  mas  bien  hubiera  descar- 
gado el  líltimo  golpe  sobre  la  garganta  de  tantos 
infelices. 

Todos  veían  pendiente  sobre  su  cabeza  el  puñal 
exterminador  de  la  arbitrariedad:  el  indio  había 
vuelto  a  vestir  su  antiguo  luto,  la  libertad  sollo- 
zaba inútilmente  en  las  tinieblas,  el  Perú  quería 
esconderse  en  las  entrañas  de  la  tierra  y  no  podía: 
en  fin,  todo  había  muerto  para  la  esperanza,  y 
nada  existía  sino  para  el  dolor,  cuando  el  pueblo 
de  Buenos  Aires...  basta,  no  es  preciso  decir  más 


OBRAS    POLÍTICAS  187 

para  elogiarlo;  declara  la  guerra  al  despotismo,  y 
enarbola  el  25  de  Mayo  de  1810  el  terrible  pabellón 
de  la  venganza.  El  virrey  Cisneros  presencia  con 
dolor  los  funerales  de  su  autoridad,  el  gobierno  se 
regenera,  el  pueblo  reasume  su  poder,  se  unen  las 
bayonetas  para  libertar  los  oprimidos,  marchan 
las  legiones  al  Perú,  llegan,  triunfan,  se  escon- 
den los  déspotas,  huyen  sus  aliados,  tropiezan  con 
los  cadalsos  y  caen  en  el  sepulcro.  Yo  los  be  visto 
expiar  sus  crímenes,  y  me  be  acercado  con  placer 
a  los  patíbulos  de  Sanz,  Nieto  y  Córdoba  para  ob- 
servar los  efectos  de  la  ira  de  la  patria,  y  bende- 
cirla por  su  triunfo.  Ellos  murieron  para  siempre, 
y  el  último  instante  de  su  agonía  fué  el  primero 
en  que  volvieron  a  la  vida  todos  los  pueblos  opri- 
midos. Por  encima  de  sus  cadáveres  pasaron  nues- 
tras legiones,  y  con  la  palma  en  una  mano  y  el 
fusil  en  otra  corrieron  a  buscar  la  victoria  en  las 
orillas  de  Titicaca ;  y  reunidos  el  25  de  mayo  de 
1811  sobre  las  magníficas  y  suntuosas  ruinas  de 
Thiabuanacu,  ensayaron  su  coraje  en  este  día, 
jurando  a  presencia  de  los  pabellones  de  la  patria 
empaparlos  en  la  sangre  del  pérfido  Goyenecbe  y 
levantar  sobre  sus  cenizas  un  augusto  monumento 
a  los  mártires  de  la  independencia. 

Era  tal  la  confianza  que  inspiraban  los  prime- 
ros sucesos  de  nuestras  armas,  que  nadie  dudaba 
ya  del  triunfo,  y  parecía  que  la  constancia  de  la 
suerte  iba  a  someter  su  imperio  al  orden  sucesi- 
vo de  nuestros  deseos.  Mas  por  uno  de  esos  con- 
trastes que  necesitan  los  pueblos  para  hacerse  gue- 
rreros, venció  el  exército  agresor,  y  del  primer  es- 
calón de  la  LIBERTAD  se  precipitaron  nuevamente 
en  el  abismo  de  la  esclavitud  todas  las  comarcas 
del  Perú.  Los  enemigos  se  embriagaban  de  orgullo 
y  de  placer  a  vista  de  nuestras  desgracias,  el  co- 
razón de  la  patria  se  entregaba  entonces  a  los  con- 
flictos del  dolor:  Goyeneche  describe  con  zana  la 
ruta  que  debía  seguir  nuestro  destino,  Vigodet 
cree  tan  segura  nuestra  ruina,  que  ya  le  parece  in- 
útil procurarla:  pero  el  tiempo  burla  la  esperanza 
de  ambos,  y  por  el  resultado  de  sus  medidas  hemos 


188  BERNARDO    MONTEAGUDO 

visto  la  nulidad  de  sus  arbitrios.  A  pesar  de  su 
rabia  la  patria  vive,  y  las  decantadas  fuerzas  del 
monstruo  de  Arequipa  apenas  han  avanzado  en  el 
espacio  de  once  meses  150  leguas,  sin  haber  podi- 
do subyugar  en  el  auge  de  su  triunfo  los  robustos 
brazos  de  Oropesa,  ni  aun  acabar  de  conquistar 
esos  mismos  pueblos  que  cedieron  al  impulso  pre- 
cario de  la  fuerza. 

Tal  es  en  compendio  la  historia  de  nuestra  re- 
generación política  desde  el  25  de  mayo  de  1809 
hasta  la  época  presente.  Hoy  hace  dos  años  que 
expiró  el  poder  de  los  tiranos,  y  arrancó  este  pue- 
blo de  las  fauces  de  la  muerte  su  propia  existen- 
cia y  la  de  todo  el  continente  austral.  En  vano 
pronosticaron  entonces  los  déspotas  que  nuestro 
gobierno  vería  confundidas  sus  exequias  con  las 
mismas  aclamaciones  que  recibía  de  los  pueblos. 
El  ha  subsistido  ya  dos  años  en  medio  de  las  más 
crueles  borrascas,  ¿y  por  qué  no  llegará  al  tercer 
aniversario  con  la  gloria  de  haber  proclamado  so- 
lemnemente la  majestad  del  pueblo?  Sería  un  cri- 
men el  robar  a  nuestro  corazón  este  placer  tan 
deseado,  pero  también  será  un  escándalo  ahorrar 
la  sangre  de  nuestras  venas,  cuando  se  trata  de 
consolidar  la  independencia  del  Sud,  y  restituir 
a  la  América  su  ultrajada  y  santa  libertad. 


Apéndice  a  todas  las  observaciones  de  este  periódico 

Si  alguna  cosa  puede  acabar  de  confundir  el  or- 
gullo humano,  es  la  triste  necesidad  de  repetir 
con  frecuencia  aquellas  mismas  verdades  que 
aprende  el  hombre  desde  el  seno  de  su  madre,  y 
cuyo  menor  olvido  le  impide  el  ser  feliz  haciéndo- 
le muchas  veces  desgraciado.  No  hay  animal  tan 
estúpido  que  ignore  los  medios  de  asegurar  su 
existencia  y  satisfacer  el  impulso  de  sus  necesida- 
des. Sólo  el  hombre  carece  en  esta  parte  de  los 
precisos  conocimientos,  y  por  último  colmo  de  su 


OBRAS    POLÍTICAS  189 

desgracia  abusa  de  los  que  tiene  y  obra  como  si 
no  los  tuviera.  ¿Qué  razón  hay,  por  exemplo,  para 
que  un  pueblo  que  desee  ser  libre  no  desplegue 
toda  su  energía  sabiendo  que  es  el  tínico  medio  de 
salvarse?  Seguramente  es  imposible  encontrar  otro, 
aun  cuando  se  consulten  todos  los  oráculos  de  la 
razón  y  se  apuren  los  recursos  de  la  orgullosa  ñldsi)- 
fía.  Para  dexar  de  ser  esclavo  basta  muchas  veces 
un  momento  de  fortuna  y  un  golpe  de  intrepidez: 
mas  para  ser  libre,  se  necesita  obrar  con  energía 
y  fomentar  la  virtud:  este  es  el  último  resultado 
que  se  descubre  después  de  las  más  profundas  y 
repetidas  observaciones.  Energía  y  virtud:  en  estas 
dos  palabras  se  ve  el  compendio  de  todas  las  má- 
ximas que  forman  el  carácter  republicano. 

Mas  yo  no  veo  que  ningún  pueblo  haya  desple- 
gado jamás  este  carácter,  sin  recibir  grandes  y 
frecuentes  exemplos  del  gobierno  que  lo  dirige.  Un 
pueblo  enérgico  baxo  un  gobierno  débil  sería  tan 
monstruoso  como  si  un  corazón  muerto  pudiera 
animar  un  cuerpo  vivo.  Nada  importará  que  el 
guerrero  pelee  como  ciudadano,  y  el  ciudadano 
obre  como  un  héroe,  si  los  funcionarios  públicos 
sancionan  los  crímenes  con  su  tolerancia  y  pros- 
criben la  virtud  con  el  olvido.  ¿Qué  diferencia 
hay  entre  el  asesino  de  la  patria  y  el  mártir  de  la 
LIBERTAD,  si  ambos  respiran  el  mismo  aire  y  ha- 
bitan un  solo  domicilio?  ¿Y  quién  será  capaz  de 
reprimir  el  exceso  de  la  malicia,  si  siempre  se  dexa 
impune  la  malicia  del  exceso?  ¡  Oxalá  no  diese  mo- 
tivo a  desenvolver  esta  teoría  la  inicua  conducta 
de  nuestros  enemigos  I  ¡  Pero  qué  difícil  es  la  alian- 
za del  egoísmo  con  el  espíritu  de  libertad!  Com- 
párense los  sentimientos  indulgentes  y  liberales 
que  hasta  hoy  hemos  acreditado,  con  la  negra  en- 
vidia y  los  zelos  que  fomentan  en  sus  sinagogas 
los  corifeos  del  despotismo.  ¿Pierden  acaso  la  me- 
nor oportunidad  de  conspirar  en  las  tinieblas  con- 
tra la  existencia  de  la  patria?  Si  cayeran  a  nues- 
tras manos  todas  sus  correspondencias  secretas, 
¿qué  de  crímenes  no  se  descubrirían?  Si  pudiéra- 
mos   escuchar    sus    clandestinas    confabulaciones 


190  BERNARDO    MONTEAGUDO 

¿quántos  de  los  que  nos  miran  con  semblante  ri- 
sueño desearían  rasgar  nuestras  entrañas?  Véase 
la  conducta  del  obispo  de  Salta,  y  la  de  otros  infi- 
nitos que  en  todos  los  pueblos  visten  la  máscara 
de  indiferentes.  Pero  entre  éstos  ^qniénes  son  los 
más  culpables?  Los  europeos  no,  porque  al  fin  es 
natural  que  sientan  perder  lo  que  creyeron  poseer 
eternamente:  ¡pero  los  americanos!...  Yo  no  creo 
que  ellos  tengan  bastante  sangre  para  expiar  sus 
crímenes,  y  la  indulgencia  con,  éstos  es  el  supre- 
mo crimen  que  puede  cometer  el  gobierno. 

Pero  ya  que  en  este  día  celebramos  la  gloriosa 
memoria  del  25  de  Mayo  de  1810,  debemos  refle- 
xionar antes  de  asistir  a  los  espectáculos  y  fiestas 
públicas  que  todas  las  fatigas,  angustias,  sobre- 
saltos y  priyaciones  que  hasta  hoy  hemos  sufrido, 
son  otros  tantos  motivos  que  nos  empeñan  a  conti- 
nuar la  obra  de  nuestra  salud  con  firmeza  y  con  co- 
raje: reflexionemos  que  la  sangre  derramada  por 
nuestros  campeones  en  las  llanuras  de  Huaquí,  en 
los  campos  de  Aroma,  en  las  inmediaciones  de 
Amiraya,  en  las  márgenes  del  río  Suipacha,  en 
las  quebradas  del  Nazareno  y  en  la  gloriosa  acción 
de  las  Piedras,  grita  por  la  venganza  y  el  castigo 
de  nuestros  orgullosos  opresores.  Y  si  nos  creemos 
dignos  del  nombre  americano,  vamos,  vamos  quan- 
to  antes  a  exterminar  a  los  mandatarios  de  Mon- 
tevideo, a  confundir  al  protervo  Goyeneche,  y  sal- 
var a  nuestros  hermanos  del  imperio  de  la  tiranía: 
funcionarios  públicos,  guerreros  de  la  patria,  le- 
giones cívicas,  ciudadanos  de  todas  clases,  pueblo 
americano,  jurad  por  la  memoria  de  este  día,  por 
la  sangre  de  nuestros  mártires  y  por  las  tumbas 
de  nuestros  antepasados,  no  tener  jamás  sobre  los 
labios  otra  expresión  que  la  independencia  o  el  se- 
pulcro, la  LIBERTAD  O  la  muerte. 

(W,,  mayo  25  de  1812.) 


OBRAS    POLÍTICAS  191 


El  Siglo  XIX  y  la   Revoluciono) 

La  historia  del  siglo  xviii,  comparada  con  la  de 
las  edades  precedentes,  liace  ver  en  las  empresas 
del  género  humano  un  carácter  de  intrepidez  y 
un  grado  de  perseverancia,  de  que  no  se  encuentra 
ejemplo  aun  en  los  tiempos  fabulosos.  Algunos 
pequeños  puntos  de  las  partes  que  forman  el  anti- 
guo mundo,  presentaban  alternativamente  un  cua- 
dro que  probaba  la  existencia  de  una  raza  inte- 
lectual en  el  planeta  qne  habitamos:  pero  en  el 
resto  de  la  tierra,  apenas  podía  inferirse  la  iden- 
tidad de  nuestra  especie  por  la  semejanza  de  las 
formas  exteriores.  Las  artes  de  los  fenicios,  la 
cultura  de  la  Grecia  y  la  sabiduría  de  Roma,  fue- 
ron a  su  turno  una  sátira  contra  las  demás  na- 
ciones, que  al  mismo  tiempo  no  eran  sino  grandes 
hordas  de  salvajes.  Aun  después  del  renacimiento 
de  las  ciencias  en  el  siglo  xv,  su  esfera  no  se  ex- 
tendía más  allá  de  los  límites  a  que  pudo  alcanzar 
el  influjo  de  León  X  y  de  Francisco  I.  Es  verdad 
que  desde  entonces  se  principiaron  a  difundir  las 
luces  en  el  mediodía  de  la  Europa ;  pero  el  movi- 
miento intelectual  no  se  generalizó  en  ella,  ni  se 
comunicó  a  las  demás  partes  del  mundo  depen- 
dientes de  su  poder  en  fuerza  del  sistema  colonial, 
o  de  sus  relaciones  de  comercio,  sino  hasta  el  siglo 
que  precede. 

En  él  se  ha  abolido  por  una  convención  de  todos 
los  pueblos  que  forman  la  gran  familia  europea 


(9)  El  Censor  de  la  Revolución.  — Santiago  de  Chile,  Imprenta  de 
Gobierno. 

i.°  a  dos  col.;  Prospecto  y  7  núms.;  salió  el  núm.  1.°  el  20  de  abril  de 
1820,  y  el  último  el  10  de  julio  del  mismo  año;  cada  número  compagi- 
nación aparte,  y  en  todos  22  hojas. 

Todo  este  periódico  de  punta  a  cabo  pertenece  a  la  pluma  de  Mon- 
teagudo.  Sus  artículos  más  notables  son  los  que  bajo  el  titulo  de  Cua- 
dro político  de  la  revolución,  salieron  en  los  siete  números.  Los  demás 
artículos,  muy  cortos  y  con  marcado  carácter  de  actualidad,  no  ofre- 
cen el  interés  que  aquél.— Noticias  trasmitidas  por  el  stñor  Luis  Montt, 
de  Chile. — (Nota  de  la  edición  Pelliza). 


192  BERNARDO    MONTEAGUDO 

el  antiguo  monopolio  de  los  conocimientos  cientí- 
ficos, y  desde  las  inmediaciones  del  círculo  ártico 
hasta  los  Tnontes  Pirineos,  se  lian  lieciio  experi- 
mentos más  o  menos  felices  en  las  ciencias  físicas 
y  morales,  y  se  lian  deducido  consecuencias  prác- 
ticas cuyo  influjo  sobre  la  felicidad  del  género 
humano  aun  no  se  ha  acabado  de  sentir.  La  Euro- 
pa y  la  parte  septentrional  de  América  han  pro- 
ducido un  gran  número  de  genios  sublimes  que 
han  osado  interrogar  a  la  naturaleza  sobre  sus  leyes 
eternas,  precisándola  a  explicarlas  con  exactitud. 

Al  empezar  el  siglo  xix  casi  toda  la  atmósfera 
del  mundo  moral  participaba  ya  de  las  luces  que 
había  difundido  esa  brillante  constelación  de  ge- 
nios que  apareció  en  el  anterior.  La  progresión  de 
las  ideas  debía  ser  en  razón  del  impulso  que  había 
recibido  el  espíritu  humano,  que,  puesto  una  vez 
en  movimiento  por  todas  partes,  la  resistencia  y 
las  dificultades  no  hacen  sino  doblar  su  energía. 

Mas  como  el  objeto  de  las  ciencias  es  hacer  co- 
nocer al  hombre  sus  verdaderas  relaciones  con 
cuanto  existe,  las  ventajas  que  puede  derivar  de 
la  gran  masa  de  seres  organizados  y  los  medios  de 
obtenerlas;  es  imposible  que  sus  adelantamientos 
vengan  acompañados  de  revoluciones  políticas, 
que  son  los  anuncios  naturales  de  haber  llegado  el 
momento  en  que  un  cuerpo  social  descubre  que 
hay  otras  instituciones  capaces  de  hacerlo  más  fe- 
liz, y  se  siente  ya  en  aptitud  de  vencer  los  obs- 
táculos que  se  le  presenten. 

La  Europa  había  dado  algunos  ejemplos  par- 
ciales de  haber  llegado  a  este  período,  y  era  natu- 
ral que  la  América  del  Norte,  cuya  civilización 
estaba  más  adelantada  al  Nuevo  Mundo,  fuese  la 
primera  que  lo  segundase.  En  1765  la  colonia  de 
Massachusetts  mostró  a  las  demás  el  camino  que 
debía  seguir.  El  Congreso  de  diputados  reunidos 
en  Nueva  York  abrió  el  templo  de  Jano,  y  la  li- 
bertad dio  el  primer  grito  en  el  hemisferio  que 
descubrió  Colón,  la  guerra  se  emprendió  y  se  sos- 
tuvo con  heroicidad  por  los  oprimidos  y  con  per- 
tinacia por  los  opresores,  hasta  que  el  4  de  julio 


OBRAS    POLÍTICAS  193 

(le  1776,  las  trece  colonias  unidas  se  declararon 
libres  e  independientes  del  poder  británico.  La 
historia  de  los  grandes  acontecimientos  no  nos  re- 
cuerda un  hecho  que  haya  dejado  impresiones  más 
profundas,  ni  que  haya  puesto  en  más  agitación 
a  los  hombres  que  piensan  sobre  la  naturaleza  de 
sus  derechos. 

Aunque  el  gobierno  español  hubiese  podido  le- 
vantar en  aquel  mismo  día  alrededor  de  sus  do- 
minios una  barrera  más  alta  que  los  Andes,  no 
habría  extendido  el  germen  de  la  grande  revolu- 
ción que  se  preparaba  en  vSud  América.  No  se  crea 
por  esto  que  el  despotismo  de  tres  siglos  era  la 
causa  que  debía  producirla:  la  esclavitud  humilla 
pero  no  irrita,  mientras  el  pueblo  ignora  que  la 
fuerza  es  el  único  derecho  del  que  le  oprime,  y 
sabe  que  la  suya  es  demasiado  débil  para  resistir- 
la. Pero  luego  que  conoce  la  violencia,  piensa  en 
los  medios  de  oponerse  a  ella  y  la  revolución  suce- 
de aún  antes  que  nadie  la  sospeche.  Desde  enton- 
ces ninguna  injuria  es  indiferente,  el  menor  acto 
de  opresión  ofende  a  todo  el  pueblo,  cada  uno  sien- 
te como  suyo  los  agravios  que  recibieron  las  ge- 
neraciones precedentes,  cualquier  acontecimiento 
notable  sirve  para  romper  el  primer  dique,  hasta 
que  al  fin  estalla  la  insurrección,  y  el  entusiasmo 
de  la  libertad  es  la  triple  coraza  de  hierro  con  que 
se  arman  todos  para  entrar  en  el  combate. 

La  América  española  no  podía  substraerse  al 
influjo  de  las  leyes  generales  que  trazaban  la  mar- 
cha que  deben  seguir  todos  los  cuerpos  políticos, 
puestos  en  iguales  cirucunstancias.  La  memorable 
revolución  en  que  nos  hallamos  fué  un  suceso  en 
que  no  tuvo  parte  la  casualidad:  la  opresión  había 
perdido  el  carácter  sagrado  que  la  hacía  soporta- 
ble, y  las  fuerzas  de  un  gobierno  que  se  halla  a  dos 
mil  leguas  de  distancia,  envuelto  en  las  agitaciones 
de  la  Europa,  no  podían  servir  de  barrera  a  un  pue- 
blo que  había  hecho  algunos  ensayos  de  su  poder. 

Pero  tal  es  la  economía  de  la  naturaleza  en  to- 
das las  cosas,  que  es  imposible  separar  los  males 
de   los   bienes,    ni   obtener   grandes   ventajas  sin 

13 


194  BERNARDO    MONTEAGUDO 

grandes  sacrificios.  En  los  diez  años  de  revolución 
que  llevamos,  hemos  experimentado  calamidades 
y  disfrutado  bienes  que  antes  no  conocíamos:  el 
patriotismo  lia  desarrollado  el  germen  de  las  vir- 
tudes cívicas,  pero  al  mismo  tiempo  ha  creado  el 
espíritu  de  partido,  origen  de  crímenes  osados  y 
de  antipatías  funestas:  nuestras  necesidades  se 
han  aumentado  considerablemente,  aunque  nues- 
tros recursos  sean  inferiores  a  ellas,  como  lo  son 
en  todas  partes;  en  fin,  todo  prueba  que  hemos 
mudado  de  actitud  en  el  orden  social,  y  que  no 
podemos  permanecer  en  ella,  ni  volver  a  tomar  la 
antigua  sin  un  trastorno  moral,  de  que  no  hay 
ejemplo  sobre  la  tierra. 

A  nadie  es  dado  predecir  con  certeza  la  forma 
estable  de  nuestras  futuras  instituciones,  pero  sí 
se  puede  asegurar  sin  perplejidad  que  la  América 
no  volverá  jamás  a  la  dependencia  del  trono  es- 
pañol. El  creer  que  algunos  contrastes  en  la  gue- 
rra, o  bien  sean  las  vicisitudes  inherentes  al  egoís- 
mo o  a  la  cobardía,  y  los  deseos  de  nuestros  actua- 
les gobiernos,  produzcan  a  la  larga  el  restableci- 
miento del  sistema  colonial,  es  una  superstición 
política,  que  sólo  puede  nacer  de  un  miedo  faná- 
tico o  de  una  ignorancia  extrema.  El  león  de  Cas- 
tilla no  volverá  a  ser  enarbolado  en  nuestros  es- 
tandartes, no,  no...  Sean  cuales  fueren  los  presen- 
timientos de  la  ambición  o  de  la  venganza,  nos- 
otros quedaremos  independientes,  tendremos  leyes 
propias  que  protejan  nuestros  derechos,  gozaremos 
dé  una  constitución  moderadamente  liberal,  que 
traiga  al  industrioso  extranjero  y  fije  sus  esperan- 
zas en  este  suelo.  Ko  pretendemos  librar  nuestra 
felicidad  exclusivamente  a  una  forma  determina- 
da de  gobierno  j  prescindimos  de  la  que  sea:  pero 
estamos  resueltos  a  seguir  el  espíritu  del  siglo  y 
el  orden  de  la  naturaleza  que  nos  llama  a  estable- 
cer un  gobierno  liberal  y  justo.  Conocemos  por  ex- 
periencia los  males  del  despotismo  y  los  peligros 
de  la  democracia;  ya  hemos  salido  del  período  en 
que  podíamos  soportar  el  poder  absoluto,  y  bien  a 
costa  nuestra  hemos  aprendido  a  temer  la  tiranía 


OBRAS    POLÍTICAS  195 

del  pueblo  cuando  llega  a  infatuarse  con  los  deli- 
rios democráticos. 

Los  que  observan  el  curso  de  nuestra  revolución 
así  en  América  como  en  Europa,  han  juzgado  casi 
siempre  nuestra  conducta  con  simpatía  o  con  odio, 
con  exageración  o  con  mengua ;  algunas  veces  con 
un  fuerte  interés  de  averiguar  la  verdad,  pero 
muy  poco  con  la  idea  de  analizar  el  crimen,  ten- 
dencias y  progreso  de  la  revolución.  Se  ha  decla- 
mado contra  los  errores  de  nuestros  gobiernos, 
contra  las  pasiones  y  antipatías  locales  de  los  pue- 
blos, contra  los  abusos  del  poder  y  contra  la  ins- 
tabilidad de  nuestras  formas ;  en  fin,  contra  todo 
lo  que  hemos  hecho,  y  al  momento  se  ha  deducido 
como  una  consecuencia  necesaria,  que  nuestros  es- 
fuerzos eran  inútiles  y  que  debíamos  sucumbir  en 
la  lucha.  Otros  han  elogiado  con  entiisiasmo  los 
sacrificios  de  los  pueblos,  las  victorias  de  nuestros 
ejércitos,  los  reglamentos  de  varios  gobiernos  y 
algunos  resultados  felices  de  sus  empresas,  con- 
cluyendo de  todo,  que  nos  hallamos  en  estado  de 
recibir  una  constitución  tan  liberal  como  la  in- 
glesa o  la  norteamericana:  los  primeros  y  los  últi- 
mos se  han  equivocado  notablemente,  por  falta  de 
un  análisis  político  de  nuestra  situación. 

Ni  hemos  de  sucumbir  en  la  empresa,  ni  pode- 
mos ser  tan  libres  como  los  que  nacieron  en  esa  isla 
clásica,  que  ha  presentado  el  gran  modelo  de  los 
gobiernos  constitucionales ;  o  como  los  republica- 
nos de  la  América  septentrional,  que  educados  en 
la  escuela  de  la  libertad,  osaron  hacer  el  experi- 
mento de  una  forma  de  gobierno,  cuya  excelencia 
aun  no  puede  probarse  satisfactoriamente  por  la 
duración  de  cuarenta  y  cuatro  años. 

Nuestro  plan  es  evitar  ambos  extremos,  aplau- 
diendo lo  bueno  o  lo  mediano  sin  exageración  y 
censurando  lo  malo  sin  transportes  de  ánimo:  se- 
ñalaremos con  doble  esmero  los  sucesos  que  pue- 
den acelerar  o  retardar  la  marcha  de  nuestra  re- 
volución, o  más  bien  el  término  de  nuestra  in- 
certidumbre ;  y  si  nuestros  ensayos  analíticos  no 
son  dignos  del  objeto  que  nos  proponemos,  al  me- 


l"o  BERNARDO  MONTEAGUDO 

nos  probarán  que  tenemos  resolución  para  em- 
prenderlo todo,  cuando  se  trata  de  contribuir  a  la 
grande  obra  de  la  independencia  nacional. 

{El  Censor  de  la  Revolución,  abril  30  de  1820.) 


Estado  actual  de  la  revolución 

Hay  algunas  cosas  buenas,  otras 
medianas  y  muchas  malas. 

Mari,  Epig.  17— L.  I. 

Con  menos  extensión  de  la  que  deseábamos,  he- 
mos discurrido  sobre  los  extravíos  inevitables  que 
na  padecido  la  revolución  en  las  dos  secciones  li- 
mítrofes que  separan  los  Andes,  y  sobre  los  pasos 
que  se  Kan  dado  a  la  reforma  de  nuestras  institu- 
ciones, en  medio  de  los  obstáculos  que  la  experien- 
cia y  la  guerra  han  presentado  alternativamente. 
Aunque  por  un  orden  natural,  la  materia  de  este 
articulo  debía  diferirse  para  cuando  hubiésemos 
concluido  la  revista  de  nuestra  situación  política, 
nos  inclinamos  a  anticiparla  sin  abandonar  el  de- 
seo de  continuar  el  plan  que  hemos  seguido  hasta 
este  número. 

El  estado  actual  de  la  revolución  ofrece  un  cua- 
dro de  temores  y  de  esperanzas,  de  energía  y  de  de- 
bilidad, que  impone  al  que  lo  contempla  ansioso  de 
saber  los  resultados.  Fácilmente  se  encuentran  ar- 
gumentos para  concluir  por  cualquiera  de  aquellos 
extremos;  según  la  propensión  del  que  discurre,  y 
el  interés  que  anima  al  que  busca  en  los  hechos,  no 
lo  que  ellos  prueban  precisamente,  sino  lo  que  él  in- 
tenta demostrar.  Pero  si  se  quiere  deducir  una  con- 
secuencia general  del  conjunto  de  las  reflexiones 
que  sugiere  el  estado  presente,  la  empresa  es  de  las 
más  arduas,  porque  ella  se  dirige  a  resolver  el  pro- 
blema, de  si  nuestra  marcha  es  progresiva  o  retró- 
grada en  la  carrera  que  emprendimos  diez  años  ha. 

La  exactitud  de  este  examen  depende  de  la  com- 


OBRAS   POLÍTICAS  197 

paración  que  se  haga  entre  nuestro  estado  actual 
y  en  el  que  nos  hallábamos  al  principio  de  la  re- 
volución: la  diferencia  que  se  encuentre  nos  dará 
el  resultado  que  buscamos,  y  será  tanto  más  pre- 
ciso cuanto  menos  olvidemos  el  punto  de  donde 
partimos. 

Nos  persuadimos  que  el  mejor  método  para  for- 
mar este  análisis  es  hacer  un  doble  paralelo  entre 

ÍL  w!f'^^^''/^*'^^'*^^^^«  y  íí^i^as  q^e  tenía- 
mos entonces  y  las  que  sentimos  ahora:  y  entre  los 

canees  bajo  el  sistema  colonial,  y  los  que  hoy  conta- 
mos a  pesar  de  la  imperfección  de  nuestro  régimen. 
Humilla  el  recordar  la  estrecha  esfera  de  nuestras 
necesidades  intelectuales,  antes  de  la  época  en  que 
hemos  llegado:  la  más  urgente  de  todas,  que  es  co- 
nocer el  destino  del  hombre  en  la  sociedad,  apenas 

rfcano'.?''"  ""T'/''-  ^"".  ^^^'^^  ^^  «^^^^^  lo«  ame- 
ricanos las  verdades  que  derivan  de  aquel  princi- 
pio en  general  vivían  habitualmente  persuadi- 
dos de  que  sus  intereses  y  los  de  la  sociedad  a  que 
pertenecían,  eran  subalternos  a  los  de  ese  trono 
cuyo  nombre  escuchaban  con  un  estúpido  respeto! 
t^ccfoT/^  concepto  de  leales  y  alcanzar  la  pro- 
di.fríifi^ri.'^^^^^*^'?^  "'P^^^l'  al  ^enos  para 
ouÍ?P  fp  n  ^umilde  placer  que  goza  el  esclavo 
So  mfp  L  Tk  ''^'^-  5  l^^d^^ás,  era  el  único  cam- 
ll^^A  f"'^  ^^^^''  ^  1^  especulación,  a  la  ener- 
Í\JS  '^°'  ^^  1°?  americanos.  Para  ellos  era 

TXZ.-  """""''í  sus  derechos,  y  el  hábito  de  no 
FlSrl''''í  K'  ^^\.^^^%^^^^^^^  de  un  vasallaje 
Ilimitado,  había  extinguido  en  su  alma  el  espíritu 
de  investigación,  que  nace  con  ella.  Los  princS 
que  tienen  conexión  con  la  ciencia  del  gobferno 
las  verdades  abstractas  de  la  filosofía,  y  sus  apli- 
caciones practicas  a  los  usos  y  necesidades  del 
hombre:  en  fin,  e  carácter  de  las  relaciones  mo 
rales  que  unen  a  los  individuos  del  género  huma- 
no, todas  estas  verdades,  cuyo  conocimiento  es 
una  necesidad  real  para  el  hombre,  según  el  gra- 
a?4ri^LT  ^"^  \^  ««cala  social,  apenas  excitaban 
algún  ínteres  en  los  que  dotados  de  una  razón  su- 


198  BERNARDO    MONTEAGUDO 

perior,  o  puestos  en  circunstancias  muy  felices, 
se  atrevían  a  saber  más  que  los  otros,  exponiéndo- 
se a  incurrir  en  los  anatemas  de  la  inquisición,  o 
en  la  desgracia  del  gobierno  que  la  mantenía,  para 
poner  un  dique  a  las  ideas. 

En  cuanto  a  las  necesidades  físicas,  ellas  estaban 
reducidas  a  conservar  nuestra  existencia  y  dis- 
frutar algunas  mezquinas  comodidades  que  sólo 
se  nos  permitían  con  el  fin  de  dar  salida  a  los  gro- 
seros productos  de  la  industria  metropolitana.  Si 
la  felicidad  consiste  en  tener  el  menor  número 
posible  de  necesidades,  nosotros  estábamos  bien 
cerca  de  ser  tan  felices,  como  lo  son  en  esta  supo- 
sición los  salvajes  que  habitan  nuestros  desiertos 
meridionales;  con  la  notable  diferencia,  sin  em- 
bargo, de  que  aun  para  satisfacer  el  escaso  niimero 
de  las  nuestras,  teníamos  que  mendigar  como  una 
gracia  la  facultad  natural  de  ejecutar  nuestra  in- 
dustria para  adquirir  los  medios  de  llenarlas  y 
pagar  el  caro  precio  de  nuestra  servidumbre. 

Tendamos  ahora  la  vista  sobre  nuestra  situación 
en  ambos  respectos,  y  si  no  somos  tan  exactos  como 
quisiéramos  en  los  detalles  de  comparación,  ob- 
sérvese que  la  abundancia  misma  de  la  materia 
es  un  obstáculo  para  el  acierto.  El  primer  paso  de 
un  pueblo  que  emprende  la  carrera  de  la  civili- 
zación, es  conocer  la  ignorancia  en  que  ha  yacido 
y  sentir  la  necesidad  de  salir  de  ella.  Cada  indivi- 
duo, segiin  su  clase  y  predisposición,  empieza  en- 
tonces a  hacer  el  ensayo  de  su  fuerza  moral  y  en 
sus  progresos  se  extiende  el  campo  de  sus  especu- 
laciones. De  contado  es  imposible  acertar  siempre 
con  la  verdad,  substrayéndose  al  influjo  de  los 
antiguos  errores;  pero  éstos  mismos  sirven  para 
promover  el  espíritu  de  investigación  y  generali- 
zar las  ideas  por  medio  del  conflicto  de  las  opi- 
niones. Los  que  observan  de  cerca  esta  revolución 
intelectual,  no  pueden  graduar  la  rapidez  de  sus 
efectos ;  mas  ellos  son  tales,  que  no  es  preciso  mu- 
cho tiempo  para  advertirlos  con  sorpresa.  El  corto 
espacio  de  diez  años  ha  bastado  para  causar  una 
transformación  tal  entre  nosotros,  que  si  un  via- 


OBRAS    POLÍTICAS  199 

jero  observador  hubiese  examinado  antes  estos 
países  y  volviese  a  ellos  ahora,  después  de  haberse 
ausentado  en  la  víspera  del  día  que  parecimos 
hombres  por  la  primera  vez,  con  dificultad  se  per- 
suadiría que  éstas  eran  las  regiones  que  había  vi- 
sitado anteriormente. 

Los  americanos  piensan  hoy  sobre  sus  derechos, 
sin  otra  diferencia  que  la  que  resulta  de  la  mayor,  o 
menor  precisión  en  sus  ideas;  y  desde  el  ciudada- 
no más  ilustrado  hasta  el  último  menestral,  todos 
se  creen  ofendidos  cuando  experimentan  un  acto 
de  opresión  y  todos  conocen  la  injusticia  de  las 
usurpaciones  que  han  sufrido  durante  el  régimen 
antiguo.  Digamos  en  confirmación  de  esto  una 
verdad,  que  aflige  y  consuela  segiín  el  punto  de 
vista  en  que  se  mira.  Nuestras  mismas  disensiones 
interiores  son  obra  de  las  ideas  que  hemos  adqui- 
rido y  del  sentimiento  de  la  necesidad  de  mejorar 
nuestro  destino.  Sólo  un  pueblo  habitualmente  es- 
clavo puede  vivir  en  esa  calma  profunda,  que  no 
es  sino  el  sopor  de  la  razón  humana.  Hay,  sin 
embargo,  peligros  inevitables  que  son  accesorios 
a  la  progresión  de  las  ideas  y  que  es  forzoso  expe- 
rimentar antes  que  lleguen  a  perfeccionarse.  Nun- 
ca son  aquéllos  mayores,  que  cuando  se  anuncian 
al  pueblo  sus  derechos  por  la  primera  vez,  y  se 
trata  de  deliberar  en  seguida  sobre  el  gobierno 
más  a  propósito  para  conservarlos.  El  acierto  en 
tan  ardua  tarea  exige  combinaciones  que  sólo  pue- 
den ser  sugeridas  por  la  experiencia,  y  sin  ella,  es 
imposible,  como  se  ha  dicho  muchas  veces,  que  la 
idea  de  mandar  y  de  obedecer,  de  ser  subdito  y 
soberano  a  un  mismo  tiempo,  no  cause  extravíos 
perjudiciales  al  fin  que  todos  se  proponen. 

Lamentemos  con  sinceridad  los  males  que  ha 
producido  entre  nosotros  la  inexperiencia  en  las 
materias  políticas,  asociada  al  influjo  de  las  pa- 
siones que  inspiran  siempre  los  grandes  intereses: 
pero  no  acusemos  al  origen  de  aquéllos,  porque 
esto  sería  condenar  el  objeto  de  nuestros  mismos 
sacrificios.  Si  en  el  curso  de  la  revolución  se  han 
propagado  sin  oportunidad  algunos  principios  más 


200  BERNARDO    MONTEAGIJDO 

propios  para  retardar  nuestra  empresa  que  para 
acelerarla,  esto  no  ha  sido  impunemente;  y  las 
desgracias  que  han  causado  serán  al  fin  un  antídoto 
que  corrija  los  errores  de  los  primeros  años.  Si  el 
choque  de  las  pasiones  ha  aflojado  los  vínculos 
que  nos  unían  durante  la  esclavitud,  las  mismas 
vicisitudes  nos  han  estrechado  más  con  los  intere- 
ses de  la  comunidad,  en  razón  de  los  trabajos  que 
nos  ha  costado  su  defensa  y  de  las  ventajas  que 
hemos  principiado  a  sentir.  Si  los  contrastes  pií- 
blicos  han  alterado  muchas  veces  nuestro  reposo 
y  nos  han  hecho  sufrir  conflictos  de  que  no  tenía- 
mos idea,  ellos  han  creado  en  nuestras  almas  la 
energía  y  han  dado  a  nuestros  sentimientos  un 
nuevo  temple  que  ningún  poder  humano  es  capaz 
de  destruir.  En  fin,  si  las  ideas  del  país  en  gene- 
ral aun  se  resienten  de  la  ignorancia  en  que  he- 
mos vivido,  si  las  opiniones  están  todavía  fluc- 
tuantes  sobre  el  sistema  de  gobierno  que  debe  se- 
llar la  época  de  la  revolución,  no  hay  ya  la  menor 
incertidumbre  sobre  la  firme  tendencia  de  la  vo- 
luntad general  a  mejorar  su  condición  presente, 
y  hacer  los  líltimos  sacrificios  antes  que  retrogra- 
dar en  su  marcha  política. 

Si  tales  han  sido  nuestros  adelantamientos  en 
las  materias  de  gobierno,  las  mejoras  en  los  de- 
más ramos  de  prosperidad  pública  han  guardado 
proporción  con  el  impulso  recibido.  Con  respecto 
a  las  ciencias,  no  se  ha  adelantado  poco  en  co- 
nocer la  insuficiencia  e  inexactitud  de  las  iinicas 
que  permitía  enseñar  el  gobierno  español.  El  Ins- 
tituto Nacional  de  Santiago  y  otros  establecimien- 
tos que  en  medio  de  las  angustias  de  la  guerra  se 
han  promovido  en  los  países  independientes,  prue- 
ban al  menos  que  hemos  dado  el  paso  más  difícil, 
que  es,  cegar  el  camino  que  seguía  antes  la  juven- 
tud y  abrir  uno  nuevo  que  el  tiempo  y  la  opinión 
harán  cada  día  más  practicable. 

Al  trazar  los  detalles  de  comparación  entre  lo 
presente  y  lo  pasado,  es  muy  satisfactorio  exami- 
nar el  estado  de  la  industria  en  diferentes  ramos 
y  ver  los  progresos  que  ha  hecho  a  la  vuelta  de 


OBRAS    POLÍTICAS  201 

tan  poco  tiempo.  Las  artes  y  oficios,  el  comercio  y 
la  agricultura,  desmienten  hoy  la  realidad  del 
atraso  en  que  se  hallaban  antes  de  la  revolución. 
Las  producciones  mecánicas  de  la  industria  del 
país,  cuyo  consumo  se  halla  de  presente  al  alcance 
de  las  clases  medias  de  la  sociedad,  exceden  el  va- 
lor de  los  que  poco  ha  formaban  el  lujo  de  los 
opulentos,  no  sólo  por  su  calidad,  sino  por  su  nú- 
mero y  conveniencia  para  las  necesidades  de  la 
vida.  Entrar  sobre  esto  en  pormenores,  sería  no 
acabar  la  discusión,  y  nos  basta  la  evidencia  de 
que  nadie  contradirá  lo  que  decimos;  pues  por  el 
contrario,  cada  uno  conoce  los  innumerables  datos 
que  lo  comprueban.  Esto  mismo  es  aplicable  a  las 
producciones  de  la  agricultura:  el  libre  comercio 
con  los  extranjeros  ha  empezado  a  hacernos  par- 
tícipes de  varias  invenciones  y  métodos  más  a  pro- 
pósito para  perfeccionar  las  faenas  riísticas  y  eco- 
nomizar la  cantidad  de  trabajo  que  se  empleaba 
en  ellas,  en  circunstancias  que  nuestra  despobla- 
ción hace  más  urgente  aquel  ahorro.  La  mejora  es 
sensible  en  todos  los  productos  de  este  ramo,  y 
particularmente  en  los  caldos  y  licores,  cuya  de- 
manda, sin  embargo,  de  las  frecuentes  importa- 
ciones del  extranjero  prueba  el  adelantamiento 
de  los  que  hoy  se  presentan  al  mercado  (10). 

Sentimos  no  tener  lugar  para  decir  cuanto  qui- 
siéramos sobre  los  progresos  del  comercio.  Redu- 
cidos antes  de  cambiar  todos  los  productos  de  nues- 
tro suelo  con  los  monopolistas  de  Cádiz,  su  precio 
estaba  enteramente  al  arbitrio  de  su  codicia,  y 
por  la  misma  regla  éramos  forzados  a  pagar  el  de 
los  efectos  que  se  importaban  en  América.  En  su- 
ma, nuestro  comercio  con  los  españoles  estaba  so- 
bre el  pie  de  vender  nuestras  producciones  por  el 
mínimum  de  su  valor  y  comprar  las  de  la  penín- 
sula por  el  máximum  de  su  precio.  De  aquí  resul- 
taba inevitablemente  que  con  una  cantidad  dada 

(10>  El  caballero  Lastra  hace  en  su  hacienda  un  excelente  vino,  que 
imita  al  de  Champaña,  y  que  algunas  veces  iguala  su  calidad,  en  térmi- 
nos que  nadie  lo  distinguiría,  si  se  presentase  con  los  accidentes  exte- 
riores con  que  viene  de  Francia. 


202  BERNARDO    MONTEAGUDO 

de  trabajo,  apenas  alcanzábamos  a  llenar  mezqui- 
namente la  tercia  parte  de  las  necesidades  que  sa- 
tisfacemos ahora.  El  concurso  de  los  extranjeros 
a  nuestros  mercados  ha  producido  una  rebaja  con- 
siderable en  sus  efectos  y  ha  encarecido  los  nues- 
tros por  el  aumento  de  su  demanda.  La  consecuen- 
cia natural  de  la  mayor  salida  que  hoy  tienen  los 
géneros  del  país,  ha  sido  que  se  emplee  mayor  can- 
tidad de  trabajo  productivo  y  que  tanto  el  inte- 
rés de  los  capitales  como  la  renta  de  las  tierras 
hayan  recibido  una  alza  proporcionada  a  la  fuer- 
te demanda  de  sus  productos.  Por  último,  la  suma 
de  los  valores  que  se  ofrecen  hoj^  en  nuestro  mer- 
cado y  respectivamente  de  los  que  circulan  en  él; 
aunque  no  sea  fácil  reducirlas  a  un  cálculo  exacto, 
por  no  tener  al  presente  las  noticias  estadísticas 
que  exige  el  cotejo  de  ambas  épocas,  puede  esti- 
marse por  aproximación,  sin  más  que  dar  una 
ojeada  sobre  la  condición  en  que  se  hallan  las  va- 
rias clases  de  nuestra  sociedad.  Todos  conocen  hoy 
mayor  número  de  necesidades  que  antes,  y  los  con- 
sumos que  hace  un  menestral  exceden  en  muchos 
respectos  a  los  que  hacía  la  generalidad  de  los  co- 
merciantes que  venían  a  América  en  tiempo  del 
gobierno  español.  La  capacidad  de  consumir  ma- 
yor cantidad  de  géneros,  sean  de  la  clase  que  fue- 
ren, supone  esencialmente  el  poder  de  pagar  su 
valor  con  el  aumento  de  producción  que  ofrece  el 
consumidor,  y  a  no  ser  que  se  suponga  que  nos- 
otros recibimos  gratuitamente  lo  que  necesitamos, 
es  forzoso  concluir  que  la  suma  de  las  fortunas 
particulares  ha  ganado  en  diez  años  de  revolución 
más  de  lo  que  habría  adelantado  en  otros  tantos 
siglos  de  una  tranquila  esclavitud. 

No  podemos  dejar  de  observar,  cuando  hablamos 
del  aumento  de  los  valores  que  ha  recibido  el  país, 
el  gran  niimero  de  ideas  que  se  han  difundido  en 
él,  los  hombres  útiles  que  se  han  formado  y  los 
estudiosos  extranjeros  que  se  han  domiciliado  en 
nuestro  suelo.  Los  capitales  que  éstos  han  puesto 
en  circulación,  los  modelos  que  han  presentado  en 
nuestra  industria,   las   mismas   especulaciones  en 


OBRAS    POLÍTICAS  203 

que  lian  entrado,  son  otros  tantos  valores  qne,  aun- 
que de  diferente  naturaleza,  contribuyen  a  un  solo 
ñn.  Es  justo  aplaudir  la  liberalidad  de  nuestros 
gobiernos  que  han  seguido  siempre  el  gran  prin- 
cipio de  economía  política  que  enseña  que  todo 
hombre  de  talento  y  probidad  es  una  adquisición 
para  el  país  que  habita. 

Antes  de  concluir  las  reflexiones  sobre  el  comer- 
cio, queremos  manifestar  nuestros  deseos  y  espe- 
ranzas de  que  la  actual  administración  consulte 
la  prosperidad  de  este  ramo  modificando  los  regla- 
mentos que  conservan  todavía  algunos  vestigios 
del  carácter  iliberal  de  los  españoles.  Nos  limita- 
remos a  tres  observaciones,  ya  que  nos  hemos  de- 
tenido demasiado  en  este  artículo.  Primera,  la  ne- 
cesidad de  establecer  de  un  modo  permanente  los 
derechos  de  importación ;  porque  nada  es  tan  per- 
judicial a  las  transacciones  del  comercio,  como  la 
versatilidad  en  la  tarifa  de  un  mercado ;  el  nego- 
ciante extranjero  se  retrae  de  especular  sobre  un 
país  cuando  no  tiene  seguridad  de  los  costos  que  de- 
ben importarle  sus  mercaderías  hasta  ponerlas  en 
el  lugar  de  consumo  para  graduar  luego  las  ganan- 
cias de  su  empresa.  El  Estado  mismo  no  puede 
estimar  sus  rentas,  pues  la  incertidumbre  de  los  es- 
peculadores, causa  una  variación  en  los  consumos 
y,  por  consiguiente,  en  los  derechos  que  producen. 
Segunda,  el  interés  de  minorar  los  derechos  sobre 
las  importaciones,  fijando  su  máximum  a  un  25  ó 
30  por  ciento,  para  los  efectos  que  se  manufactu- 
ran en  el  país  y  reduciendo  todos  los  demás  a  un 
15  ó  20  a  lo  sumo.  Es  una  verdad  económica,  que 
la  experiencia  ha  hecho  popular,  que  cuanto  ma- 
yor es  el  alza  de  los  derechos,  es  menor  la  canti- 
dad de  los  que  percibe  el  Estado.  No  hay  peligro 
capaz  de  arredrar,  ni  prohibición  que  pueda  dete- 
ner al  comerciante  que  se  ve  en  la  alternativa  de 
perder  una  parte  de  su  fortuna  por  la  exorbitan- 
cia de  los  derechos  que  encuentra  establecidos  en 
el  mercado  de  su  destino,  o  de  hacer  el  contra- 
bando para  evitar  la  ruina  que  le  amenaza,  al  paso 
que  siendo  moderados  nadie  se  expone  a  los  ries- 


204  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

gos  de  una  introducción  clandestina.  El  otro  efec- 
to inevitable  es  la  disminución  de  las  importacio- 
nes, de  lo  que  ya  tenemos  ejemplos  bien  sensibles; 
de  aquí  se  sigue  la  escasez  en  el  mercado,  el  au- 
mento de  precio  en  los  géneros  que  se  ofrecen  en 
él,  la  menor  demanda  de  los  productos  del  país  y 
la  baja  de  su  valor;  porque  encareciendo  los  gé- 
neros extranjeros  que  consumimos,  necesitamos 
dar  una  mayor  cantidad  de  los  nuestros  para  igua- 
lar el  precio  de  aquéllos;  y  resulta,  al  fin,  que  el 
Estado  pierde  de  varios  modos,  y  que  todos  sus 
quebrantos  vienen  a  gravitar  sobre  la  masa  del 
pueblo.  Tercera,  los  motivos  de  conveniencia  que 
hay  para  que  el  pago  de  los  derecbos  de  importa- 
ción se  llaga  de  un  modo  que  sea  más  ventajoso  al 
Estado  y  menos  difícil  a  los  comerciantes.  Obli- 
gados éstos  a  invertir  los  primeros  productos  de 
sus  ventas  en  pagar  a  las  4  ó  6  semanas  los  dere- 
chos que  adeudan  por  los  cargamentos  que  extraen 
de  la  Aduana,  no  pueden  hacer  sus  retornos  con 
la  brevedad  que  exigen  sus  intereses  y  de  consi- 
guiente tampoco  se  repiten  las  introducciones  con 
la  frecuencia  que  importa  a  la  actividad  del  co- 
mercio. Si  en  el  día  que  un  negociante  saca  sus 
efectos  de  la  Aduana  el  administrador  girase  le- 
tras contra  él  pagaderas  a  tres  y  cuatro  meses  por 
el  importe  de  los  derechos,  el  gobierno  podría  dis- 
poner desde  aquella  fecha  de  la  suma  adeudada, 
haciendo  circular  las  letras  ficeptadas  como  dine- 
ro efectivo,  en  la  seguridad  de  que  nadie  rehusaría 
admitirlas,  puesto  que  vencido  su  plazo  serían  cu- 
biertas puntualmente  por  los  aceptantes,  cuyo  cré- 
dito es  la  mejor  garantía  en  las  transacciones  mer- 
cantiles. Este  u  otro  método  que  consulte  los  prime- 
ros objetos,  produciría  ventajas  prácticas  y  sería 
también  uno  de  los  modos  de  indemnizar  el  comer- 
cio por  los  constantes  sacrificios  que  ha  hecho  en 
obsequio  de  la  causa  comiin.  Tampoco  es  indiferen- 
te a  este  respecto  la  consideración  de  las  circuns- 
tancias en  que  nos  hallamos  y  de  su  influjo  muchas 
veces  adverso  sobre  los  cálculos  e  intereses  de  esta 
clase  importante  de  la  sociedad. 


OBRAS    POLÍTICAS  205 

Quedaría  un  vacío  notable  en  este  ensayo  si  no 
hiciésemos  algunas  reflexiones  sobre  la  fuerza  po- 
lítica del  paíS;  con  abstracción  de  los  gobiernos 
que  la  administran  y  dirigen:  ella  consiste  en  la 
opinión  y  en  los  recursos  para  hacer  la  guerra.  En 
cuanto  a  aquélla,  nos  referimos  a  lo  que  hemos 
dicho  en  otra  parte  de  este  número.  La  opinión 
del  país  es  fuerte,  universal  e  inequívoca  sobre  su 
independencia  y  libertad  civil.  La  memoria  de  los 
ultrajes  de  tres  siglos,  el  temor  de  que  ellos  se  re- 
pitan con  toda  la  impetuosidad  de  la  venganza 
reprimida,  el  poder  del  tiempo,  que  en  más  de 
diez  años  de  contienda  ha  extinguido  esa  consi- 
deración habitual  que  teníamos  al  gobierno  es- 
pañol, como  a  todo  lo  que  traía  este  aciago  nom- 
bre, y  ha  disuelto  casi  la  mayor  parte  aun  de  las 
relaciones  naturales  que  nos  unían  a  los  españoles, 
separándonos  de  ellos  la  última  ley  que  ningún 
mortal  puede  evadir:  en  fin,  la  costumbre  de  vivir 
independientes,  la  reflexión  continua  sobre  las 
ideas  del  siglo  a  que  pertenecemos  y  la  experien- 
cia de  las  ventajas  que  disfrutamos  en  medio  de 
las  violentas  convulsiones  que  sufre  nuestro  cuer- 
po político,  al  exhalar,  por  decirlo  así,  las  anti- 
guas preocupaciones  que  han  sido  hasta  ahora  el 
único  principio  de  su  vitalidad  moral;  todo  esto 
prueba  la  solidez  de  los  fundamentos  en  que  es- 
triba la  opinión  del  país  y  el  grado  de  probabili- 
dad que  les  queda  a  nuestros  enemigos  para  esperar 
el  triunfo  sobre  la  fuerza  más  poderosa  del  mundo, 
que  es  la  opinión  de  un  pueblo. 

En  cuanto  a  los  recursos  para  hacer  la  guerra, 
ellos  siguen  por  un  orden  natural  los  progresos 
de  los  otros  ramos  de  prosperidad  piiblica,  y  po- 
demos considerarlos  bajo  tres  aspectos:  inteligen- 
cia en  los  que  dirigen  las  empresas,  aptitud  para 
ejecutarlas  en  la  masa  de  nuestra  población  y  me- 
dios para  realizarlas:  Si  juzgamos  de  la  primera 
por  los  resultados,  basta  recordar  la  historia  de  la 
guerra  de  la  revolución  para  concluir  que  en  nada 
cede  a  la  de  nuestros  enemigos.  La  alternativa  de 


206  BERNARDO  MONTE AGUDO 

buenos  o  malos  sucesos,  poco  prueba  contra  esto, 
pues  no  hay  ejemplo  de  que  la  suerte  de  las  armas 
baya  sido  siempre  favorable  a  uno  de  los  partidos 
beligerantes.  Pero  entretanto  es  cierto  que,  sin 
embargo  de  que  la  sumisión  no  es  la  mejor  escuela 
de  la  guerra,  y  a  pesar  de  baberla  emprendido  sin 
más  táctica  que  la  arrogancia,  ni  más  recursos  que 
los  del  entusiasmo,  los  ejércitos  españoles  que  han 
venido  a  pacificar  la  América,  hinchados  de  or- 
gullo por  haber  vencido  algunas  veces  las  tropas 
francesas  en  tiempo  que  las  águilas  hacían  terri- 
ble su  estandarte,  han  tenido  que  rendir  a  nues- 
tros pequeños  ejércitos  los  trofeos  que  habían  ga- 
nado cuando  peleaban  por  la  justicia.  Ellos  dirán 
quizá  que  todo  ha  sido  obra  de  la  casualidad,  y 
nosotros  queremos  tener  la  indulgencia  de  permi- 
tirles esta  suposición,  dejando  a  los  imparciales  el 
derecho  de  juzgar  sobre  si  hay  o  no  inteligencia 
en  los  que  dirigen  las  operaciones  de  la  guerra 
en  los  países  independientes. 

La  aptitud  para  ejecutarlas  en  la  masa  de  nues- 
tra población,  es  una  consecuencia  natural  del 
coraje,  docilidad  y  sufrimiento  que  la  caracteri- 
zan: los  extranjeros  pueden  decir  si  es  o  no  sor- 
prendente la  facilidad  con  que  se  forma  un  solda- 
do entre  nosotros  y  la  confianza  que  inspira  en 
la  hora  del  combate.  Los  medios  para  realizar  nues- 
tras empresas  y  su  progresión  ascendente  desde  el 
principio  de  la  revolución,  quedan  demostrados 
en  la  parte  que  hemos  hablado  de  la  riqueza  na- 
cional, y  sólo  añadiremos  algunas  pruebas  de  he- 
cho a  que  nada  pueden  responder  los  que  decla- 
man contra  la  revolución.  Prescindimos  de  muchas 
empresas  que  pertenecen  a  esta  época  y  que  ha- 
brían sido  inverificables  con  los  esfuerzos  ordi- 
narios; pero  señalaremos  dos  en  cada  sección  de 
las  que  forman  el  objeto  de  este  examen,  cuyo 
mérito  apreciará  la  posteridad  más  que  nosotros: 
la  destrucción  de  la  escuadra  de  Montevideo  en 
1814  por  las  fuerzas  navales  de  las  Provincias  Uni- 
das, organizadas  en  medio  de  los  mayores  conflic- 


OJifiAS    POLÍTICAS  '¿07 

tos  de  aquel  gobierno  (11)  ;  y  la  empresa  de  pasar 
los  Andes  para  cooperar  a  la  libertad  de  Cbile: 
la  formación  de  la  escuadra  de  Chile  en  1818, 
después  de  los  grandes  sacrificios  que  costó  el  revés 
del  19  de  marzo  y  la  victoria  memorable  del  5  de 
abril:  por  líltimo,  la  empresa  de  libertar  al  Perú, 
que  está  próxima  a  verificarse  y  cuj^os  inmensos 
costos  sólo  puede  soportarlos  un  pueblo  que  ya  lia 
adquirido  los  recursos  que  proporciona  la  indepen- 
dencia y  que  al  mismo  tiempo  la  aseguran. 

En  resumen,  la  revolución  lia  aumentado  nues- 
tras necesidades  intelectuales,  y  ellas  son  otras 
tantas  adquisiciones  que  bemos  becbo:  ba  multi- 
plicado nuestras  necesidades  físicas  y  en  la  misma 
razón  se  ban  estendido  nuestros  recursos:  la  for- 
tuna de  un  corto  número  de  opulentos  ba  desapa- 
recido, pero  la  subdivisión  de  las  propiedades  ba 
sacado  de  la  miseria  a  la  mayor  parte  y  enrique- 
cido al  país:  bemos  sufrido  y  aun  tenemos  que  su- 
frir grandes  conflictos,  pero  ya  estamos  en  marcba 
a  nuestro  nuevo  destino,  y  no  podemos  retrogradar, 
sin  que  se  extingan  las  impresiones  físicas  y  mora- 
les que  ban  dejado  en  nosotros  diez  años  de  revolu- 
ción y  de  experiencia. 

(/rf.,  julio  10  de  1820.) 


Ensayo  sobre  las  ventajas  de  la  paz  respecto 
de  ambos  partidos 

Esta  es  la  cuestión  más  importante  así  en  la  teo- 
ría como  era  la  práctica  que  puede  boy  presentarse 
a  los  ojos  de  un  político,  aun  cuando  sus  circuns- 
tancias le  separen  de  todo  contacto  con  los  que 
disputan  la  posesión  del  territorio.  En  el  examen 
que  vamos  a  bacer  de  ella,  es  innecesario  apelar 
a  las  razones  abstractas  y  motivos  preexistentes 


(11)    Este  acontecimiento  hará  honor  en  la  historia  a  la  energía  y 
acierto  del  Ministerio  de  Larrea. 


208  BERNAE.DO    MONTEAGUDO 

calculados  para  demostrar  que  la  paz  a  nadie  es  tan 
ventajosa,  como  al  que  emprende  la  guerra  defrau- 
dando la  justicia.  Cuidaremos  de  contraernos  pre- 
cisamente a  Ins  lieclios  que  resuelven  por  sí  mismo 
en  el  estado  actual  el  problema  indicado,  sin  de- 
jar efugio  a  la  duda,  ni  permitir  al  espíritu  de 
partido  que  insista  con  obstinación  en  lo  que  no 
puede  sostener  con  fundamento.  Los  imparciales 
conocerán  que  lo  somos,  pues  no  pretendemos  el 
aplauso  de  los  que  no  lo  sean,  ni  nos  honraría  su 
elogio,  cuando  la  experiencia  enseña  cuáles  son 
las  reglas  de  su  crítica. 

El  8  de  septiembre  del  año  décimo  de  la  revolu- 
ción pisamos  por  la  primera  vez  las  playas  de  Pe- 
ni: algiin  día  se  levantará  un  monumento  sobre  el 
lugar  en  que  el  Ejército  Libertador  ofreció  a  la 
tierra  de  los  Incas  las  primicias  de  su  constancia, 
y  heroica  decisión  a  salvarla.  Nuestros  soldados 
empezaron  a  marchar,  y  desde  aquel  momento  el 
enemigo  empezó  a  huir  de  su  presencia:  aun  no  ha 
osado  detenerse  una  sola  vez  sin  arrepentirse  de 
su  temeridad.  Encontramos  un  país  desierto,  no 
por  la  voluntad  de  sus  habitantes  sino  por  la  fuer- 
za de  los  que  al  evacuarlo,  le  impusieron  la  dura 
ley  de  renunciar  a  sus  comodidades  por  servir  a 
las  miras  del  gobierno. 

Una  respetable  división  al  mando  del  general 
Arenales  se  puso  en  movimiento  a  los  pocos  días 
con  dirección  a  la  Sierra:  los  enemigos  han  pro- 
curado dar  a  esta  fuerza  un  carácter  de  ineficacia 
y  nulidad,  sin  advertir  que  el  resultado  hace  más 
conspicuo  su  mérito,  pues  que  ella  bastó  para  alla- 
nar el  paso  hasta  Retes,  donde  se  reunió  con  el 
ejército,  a  pesar  de  los  obstáculos  que  la  natura- 
leza y  la  fuerza  le  opusieron  desde  lea  hasta  el 
Cerro  de  Pasco.  Si  esto  prueba  que  la  opinión  y 
los  medios  de  sostenerla  están  y  han  estado  des- 
de el  principio  en  nuestras  manos,  decídanlo  los 
hombres  que  piensan. 

Casi  al  mismo  tiempo  que  la  victoria  abandonó 
en  Pasco  a  las  armas  del  rey,  el  batallón  que  for- 
maba el  simulacro  del  poder  de  Lima,  vino  a  bus- 


OBEAS    POLÍTICAS  209 

car  el  centro  de  nuestras  filas,  para  recobrar  entre 
ellas  la  dignidad  de  hijos  de  Colombia,  eclipsada 
hasta  entonces  por  la  sombra  que  extendía  sobre 
sus  pechos  el  fúnebre  pabellón  que  enarbolaban 
por  la  fuerza  y  en  defensa  del  cual  habían  con- 
tribuido tantas  veces  a  derramar  la  sangre  de  sus 
conciudadanos.  Estos  dos  sucesos  poco  menos  que 
simultáneos,  acabaron  de  resolver  el  problema  po- 
lítico que  se  propuso  el  8  de  septiembre.  La  balanza 
del  poder  moral  y  de  la  fuerza  se  inclinó  en  nuestro 
favor  irrevocablemente ;  y  a  la  verdad  nos  obliga  a 
decir,  que  antes  de  esta  época  el  entusiasmo  de  la 
mayor  parte  de  los  pueblos  se  mantenía  oculto  en 
su  propio  germen:  este  fué  el  momento  de  su  pri- 
mer desarrollo.  Los  que  dormían  en  la  indiferen- 
cia se  levantaron  con  la  energía  del  que  ha  repa- 
rado en  la  calma  de  un  profundo  sueno  sus  fuer- 
zas agotadas:  todos  fijaron  la  vista  en  el  Ejército 
Libertador,  y  se  dijeron  unos  a  otros,  he  aquí  la 
época  decisiva  de  nuestra  suerte:  basta  de  esclavi- 
tud y  abatimiento. 

La  superioridad  marítima  en  el  Pacífico  había 
cesado  de  pertenecer  a  los  españoles  desde  el  6  de 
noviembre  a  las  dos  de  la  mañana,  no  porque  an- 
tes no  la  hubiesen  perdido  de  hecho,  sino  porque 
en  el  cálculo  de  la  opinión  piíblica  faltaba  un  su- 
ceso que  hiciese  sentir  prácticamente  su  existen- 
cia y  su  poder.  La  fuga  de  la  Prueba  y  Venganza, 
la  pérdida  de  la  Proserpina,  la  toma  de  Aranzasú 
y  la  reunión  del  pailebot  Sacramento  han  acabado 
de  llenar  la  página  que  empieza  con  la  inmortal 
empresa  de  abordar  la  fragata  «Esmeralda»  (hoy 
«Valdivia »)  bajo  los  mismos  fuegos  de  las  tremen- 
das baterías  del  Callao. 

Con  excepción  de  la  batalla  de  Pasco,  no  hemos 
tenido  por  tierra  sino  sucesos  subalternos,  aunque 
siempre  gloriosos:  una  pequeña  fuerza  que  guar- 
necía Huaras  vio  asomar  nuestras  tropas  y  se  rin- 
dió: Chancay  ha  sido  el  teatro  de  varios  encuentros 
en  que  nuestra  caballería  ha  sostenido  el  crédito 
que  adquirió  desde  el  año  12:  un  corto  destacamen- 
to de  infantería  arrolló  doble  fuerza  en  Chincha 

14 


210  BERNARDO    MONTEAGTJDO 

baja  y  quedó  en  posesión  de  su  honor  y  de  su  puesto. 

Las  partidas  de  guerrillas  lian  hecho  célebre 
el  nombre  da  la  provincia  de  Huarochiri,  hasta 
los  puntos  más  vecinos  a  Lima:  sus  continuas 
ventajas  obtenidas  sobre  los  enemigos  comprueban 
que  las  armas  que  pone  el  estusiasmo  en  manos  de 
los  que  defienden  la  tierra  en  que  nacieron  y  que 
conocen  desde  que  existen,  son  irresistibles.  Nos- 
otros no  necesitamos  observar  lo  que  los  mismos 
enemigos  confiesan:  la  privación  de  los  artículos 
más  necesarios  a  la  vida  que  ha  sufrido  aquella 
capital,  no  es  debida  sino  a  la  constancia  de  los  co- 
mandantes de  partidas:  las  fuerzas  que  se  han  des- 
tacado contra  ellas  en  varias  ocasiones,  o  han  sido 
batidas  o  no  han  podido  dominar  sino  el  espacio  que 
transitoriamente  les  permitía  ocupar  la  sorpresa. 

En  fin,  estamos  en  aptitud  de  poder  preguntar 
¿  en  qué  punto  han  sido  desgraciadas  las  armas  del 
Ejército  Libertador  desde  que  apareció  en  el  Perú? 

Se  guardarán  bien  los  enemigos  de  citar  el  úni- 
co contraste  que  sufrió  en  enero  una  de  nuestras 
avanzadas,  porque  saben  que  tenemos  derecho  a 
jactarnos  del  glorioso  revés  que  experimentaron 
entonces  los  vencidos.  Confiamos  también  que  no 
reputarán  entre  las  empresas  dignas  de  su  va- 
lor, la  disolución  de  algunos  grupos  de  hombres 
reunidos  en  varios  lugares  de  la  sierra  y  dispersa- 
dos por  las  tropas  de  Lima,  que  han  tenido  la  sa- 
tisfacción de  triunfar  de  la  impotencia  y  castigar 
con  rigor  a  los  que  habían  incurrido  en  la  piadosa 
culpa  de  intentar  defender  su  patria  arrostrando 
temeriamente  los  peligros. 

Hablaremos  de  la  opinión,  de  ese  gran  conduc- 
tor eléctrico  que  con  una  rapidez  igual  a  aquella 
con  que  se  propaga  el  fliíido  que  produce  los  más 
portentosos  fenómenos  de  la  naturaleza,  ha  difun- 
dido el  espíritu  de  libertad  en  toda  la  extensión 
del  Perú,  desde  septiembre  del  año  anterior.  En 
vano  se  ha  procurado  con  empeño  dar  Tina  idea 
desventajosa  de  nuestras  fuerzas:  los  pueblos  han 
creído  lo  que  les  inducían  a  creer  sus  intereses, 
unidos  a  la  realidad  de  los  hechos  que  han  pal- 


OBRAS    POLÍTICAS  211 

pado:  desde  Pisco  hasta  Guayaquil,  todo  se  ha 
conmovido  progresivamente  por  la  acción  irresis- 
tible del  poder  moral.  Es  inútil  atribuir  esta  va- 
riación exclusivamente  a  los  jefes  que  han  teni- 
do el  mérito  de  dirigirla:  el  buen  éxito  de  sus 
combinaciones  hace  honor  a  su  energía,  pero  ella 
habría  sido  estéril  si  el  espíritu  público  no  hubie- 
se estado  preparado  a  seguirla.  Se  ha  dicho  ya  mu- 
chas veces,  las  revoluciones  son  la  madurez  de  los 
sucesos  y  no  la  obra  de  individuos  determinados  a 
cuyo  genio  sólo  pertenece  discernir  el  momento 
de  la  ejecución. 

Uno  de  los  cálculos  que  se  le  han  frustrado  al 
enemigo  con  más  sorpresa,  ha  sido  el  ver  que  con 
los  recursos  del  territorio  que  ocupamos,  hemos 
hecho  frente  a  los  inmensos  gastos  que  demanda 
la  subsistencia  del  ejército  y  la  escuadra,  sin  que 
en  más  de  ocho  meses  de  campaña  que  llevamos, 
se  haya  impuesto  una  sola  contribución  o  se  haya 
hecho  gemir  a  un  solo  habitante,  ni  tocado  el  re- 
curso extremo  de  despojar  los  templos  de  lo  que 
la  piedad  dedica  al  culto  como  acaba  de  practi- 
carse en  Lima.  El  patriotismo  de  los  pueblos  ha 
bastado  para  llenar  nuestras  urgencias,  y  nosotros 
mismos  hemos  admirado  más  de  una  vez  hasta  qué 
grado  se  extiende  la  fecundidad  de  este  recurso. 
Es  verdad  que  nuestro  ejército  no  conoce  las  ne- 
cesidades que  el  de  Lima,  y  que  nuestra  medio- 
cridad es  miseria  a  los  ojos  de  los  que  no  defien- 
den lo  que  nosotros  defendemos:  poco  importa  que 
así  se  crea,  con  tal  que  los  pueblos  vean  que  sus 
sacrificios  sólo  se  emplean  para  conservar  la  exis- 
tencia de  los  que  la  han  consagrado  a  libertarlos. 
Entretanto  no  es  menos  digna  de  admiración  la 
sobriedad  de  nuestras  tropas  que  el  generoso  des- 
prendimiento de  aquéllos:  las  rentas  del  territorio 
independiente,  jamás  han  producido  por  la  fuerza 
lo  que  hoy  rinden  espontáneamente:  tal  es  el  poder 
de  la  opinión. 

En  fin,  los  hechos  que  acabamos  de  indicar  li- 
geramente, con  la  idea  de  traer  a  la  memoria  de 
cada  uno  detalles  de  mayor  importancia,  deciden 


212  BERNARDO    MONTEAGUDO 

a  cuál  de  los  dos  partidos  conviene  más  la  paz  en 
la  crisis  a  que  hemos  llegado;  si  a  los  que  han 
vencido  desde  que  se  abrió  la  campaña,  a  los  que 
tienen  a  su  favor  toda  la  devoción  del  país,  a  los 
que  dominan  el  Pacífico  y  no  temen  ser  arrojados 
de  él,  a  los  que  comparativamente  poseen  más  de 
lo  que  necesitan  o  a  los  que  forman  el  contraste 
de  este  cuadro. 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  declaramos  que  nuestro 
más  ardiente  voto  es  por  la  paz,  y  nos  persuadimos 
que  todo  el  que  ame  los  intereses  de  su  país,  re- 
nunciará las  más  espléndidas  ventajas  de  la  gue- 
rra, con  tal  de  ver  asegurada  nuestra  independen- 
cia, y  poder  dar  a  la  humanidad  la  enhorabue- 
na de  que  ya  no  volverá  a  estremecerse  a  vista  de 
los  horrores  que  han  desolado  América.  Este  es  el 
sentimiento  que  entretienen  hoy  todos  los  pue- 
blos, y  bien  lo  han  manifestado  sus  trasportes  des- 
de que  se  ha  anunciado  que  aquél  va  a  ser  el  tér- 
mino de  las  conferencias  de  Punchauca. 

Jamás  se  han  sentido  tanto  como  ahora  las  le- 
yes de  esa  especie  de  gravedad  moral  que  arrastra 
a  todos  los  pueblos  a  su  independencia:  el  archi- 
piélago de  Chiloe,  acaba  de  proclamar  por  sí  solo 
el  sistema  de  todo  el  continente  y  ha  mandado  sus 
diputados  cerca  del  gobierno  de  Chile:  la  ciudad 
y  pueblo  de  Maracaybo  se  ha  unido  a  los  indepen- 
dientes de  Colombia,  según  las  últimas  noticias ;  y 
por  último,  todo  el  que  respira  en  América  y  se 
acuerda  que  en  ella  se  perfeccionó  su  existencia, 
vive  de  la  esperanza  de  verla  restituida  a  sí  misma. 
Ha  dado  la  hora  de  decir  si  ha  terminado  la  guerra 
para  siempre  o  si  los  estragos  pasados  no  han  sido 
sino  el  ensayo  de  otros  más  crueles.  ¡  Mil  veces 
desgraciado  el  que  vote  por  obstinación  la  des- 
ventura de  la  América  y  de  la  misma  España!  Si 
tal  existe,  deseamos  que  sea  víctima  de  la  cólera 
del  cielo,  antes  que  ser  la  causa  del  escrndalo  de 
los  hombres. 

(N."  7.— El  Pacificador  del  Perú.— Barranca,  junio  10  de  Í821.) 


LIBRO    IV 

EXPOSICIÓN  DE  TAREAS 

(1822) 


EXPOSICIÓN  w 

DE  LAS  TAREAS  ADMINISTRATIVAS  DEL  GOBIERNO, 
DESDE  SU  INSTALACIÓN  HASTA  EL  15  DE  JULIO  DEL 
AÑO    1822. 

El  decreto  de  S.  E.  el  Protector,  de  19  de  enero 
de  este  año,  me  impone  el  deber  de  presentar 
a  V.  E.  la  exposición  de  las  tareas  administrati- 
vas del  Gobierno  hasta  aquella  fecha:  una  orden 
del  Supremo  Delegado  me  obliga  a  continuarla 
hasta  el  momento  actual. 

El  primer  obstáculo  que  encuentro  para  llenar 
ambos  objetos,  nace  de  la  dificultad  de  referir  los 
hechos,  sin  el  entusiasmo  que  inspiran  por  su 
magnitud.  ISTo  es  ésta  la  narración  estéril  de  su- 
cesos comunes  que  dejan  siempre  en  una  profunda 
calma  al  sentimiento.  Todo  es  admirable  en  la  serie 
de  los  que  voy  a  detallar,  y  en  ninguno  puede  en- 
contrar reposo  la  admiración  del  que  los  contempla. 

Empezaré  por  el  augusto  y  solemne  acto  de  la 
declaración  de  nuestra  Independencia,  porque  este 
es  el  punto  de  que  pienso  partir,  después  de  dar 
una  rápida  ojeada  sobre  la  situación  general  en 
que  se  hallaba  el  país  entonces. 

Hay  desgracias  que  duran  más  allá  del  tiempo 
en  que  suceden,  y  que  siempre  presentes  a  los 
pueblos  así  por  sus  efectos  como  por  su  repetición 
continua,  les  hacen  sentir  en  cada  instante  las 
plagas  de  varias  generaciones.  Si  las  circunstan- 

(1)  La  edición  limeña  de  1822  que  hemos  seguido  para  ésta,  dice  Es- 
posición.  El  presente  memorial  fué  redactado  y  publicado  por  Montea- 
gudo  como  ministro  de  Estado  y  Relaciones  Exteriores  del  Perú,  en 
cumplimiento  de  un  decreto  de  San  Martín,  que  encabeza  la  primera 
edición.  (R.  R.) 


216  BERNARDO    MONTEAGUDO 

cias  contribuyen  a  dar  expansión  al  sentimiento, 
entonces  experimentan  los  pueblos  un  dolor  refle- 
xivo, que  los  pone  en  la  alternativa  de  ser  ven- 
cedores o  víctimas. 

Así  se  bailaba  el  Perú  desde  que  en  la  América 
se  dio  el  grito  sagrado:  la  fama  de  los  nuevos  hé- 
roes que  se  presentaban  sobre  la  escena,  la  his- 
toria de  sus  reveses  o  de  sus  triunfos,  el  ejemplo 
de  sus  continuos  sacrificios,  la  esperanza  de  imi- 
tarlos y  aun  el  temor  de  no  hallar  oportunidad 
para  excederlos:  todo  producía  el  efecto  de  recor- 
dar a  los  peruanos  la  identidad  de  su  causa  y  el 
número  de  injurias  que  ellos  y  sus  padres  habían 
dejado  impunes. 

Estas  continuas  reflexiones  les  hacían  sufrir 
lo  presente  y  lo  pasado:  la  incertidumbre  de  los 
sucesos  era  un  acerbo  estímulo  para  su  angustia: 
las  medidas  violentas,  que  son  inseparables  de  la 
agonía  de  los  gobiernos,  unidas  al  rigor  inexora- 
ble de  la  guerra,  arrancaban  sollozos  de  indigna- 
ción al  Perú  que  sólo  podía  templar  el  presenti- 
miento del  buen  suceso,  fundado  en  la  tendencia 
general  de  todas  las  voluntades. 

El  corazón  de  los  peruanos  se  hallaba  repleto 
de  coraje,  porque  ya  estaba  exhausta  su  pacien- 
cia: en  esta  sazón  llegó  a  Pisco  el  Ejército  Liber- 
tador: desde  allí  dio  la  señal  de  alarma  a  la  tierra 
del  Sol,  y  la  tierra  del  Sol  se  conmovió.  El  espíritu 
de  revolución  encontraba,  sin  embargo,  tremendas 
barreras  que  vencer:  una  fuerza  imponente  sosteni- 
da por  los  prestigios  y  las  ilusiones  a  que  no  pueden 
substraerse  aiín  los  hombres  que  piensan:  un  te- 
rritorio defendido  por  el  clima,  por  la  falta  de 
recursos  de  sus  costas  y  por  la  dificultad  de  con- 
tinuar operaciones  rápidas,  todo  concurría  a  im- 
pedir, ya  que  nada  bastaba  para  frustrarel  mo- 
vimiento impreso  al  hemisferio  en  que  vivimos. 

Al  fin  los  enemigos,  cediendo  a  las  combinacio- 
nes militares  del  general  San  Martín  y  temblan- 
do en  medio  de  una  capital  donde  sabían  que  el 
gran  secreto  del  patriotismo  estaba  confiado  casi 
a  todos  sus  habitantes,  sin  que  hubiese  peligro  que 


OBRAS    POLÍTICAS  217 

lo  revelase  uno  solo,  resolvieron  evacuarla  y  dejar 
en  libertad  un  pueblo  que  era  ya  más  fácil  reducir 
a  escombros  que  oprimir. 

El  Ejército  Libertador  entró  en  la  capital  del 
Peni  el  9  de  julio  de  1821,  y  a  su  ingreso  obtuvo 
un  memorable  triunfo,  que  el  enemigo  le  había 
disputado  con  maligna  astucia.  El  conocía  que 
no  pudiendo  rivalizar  el  coraje  de  nuestros  bra- 
vos, era  preciso  alarmar  contra  ellos  la  opinión  y 
hacer  que  los  hombres  pacíficos  y  honrados  temie- 
sen su  presencia,  como  un  escollo  para  sus  dere- 
chos y  para  la  moral  pública.  En  medio  del  es- 
tremecimiento político  que  causó  en  Lima  la  im- 
ponente escena  de  ver  salir  a  un  ejército  para  que 
entrase  otro,  los  soldados  de  la  libertad  fueron 
como  la  luz  del  día  cuando  viene  a  terminar  una 
de  aquellas  noches  tempestuosas,  en  que  parece 
que  el  mundo  va  a  precipitarse  en  el  caos  de  donde 
salió.  Ellos  opusieron  una  barrera  al  desorden,  ase- 
guraron la  tranquilidad  pública  y  dieron  un  ejem- 
plo sorprendente  de  moderación,  de  disciplina  y 
de  respeto  hacia  el  pueblo,  que  cambió  momen- 
táneamente la  opinión  en  favor  de  los  libertado- 
res. Al  encontrar  en  su  conducta  el  reverso  del 
cuadro  trazado  por  los  enemigos,  y  lo  que  es  más, 
el  reverso  de  los  sentimientos  que  caracterizan  a 
los  españoles,  nadie  pudo  dejar  de  ser  justo,  ya 
que  no  fuese  agradecido,  porque  era  natural  com- 
parar los  males  que  todos  temieron,  con  los  bienes 
del  reposo  que  cada  uno  disfrutaba. 

La  situación  de  esta  capital  exigía  bien  los  mi- 
ramientos con  que  fué  tratada,  no  sólo  por  las 
ideas  de  justicia  que  animaban  a  los  Libertadores, 
sino  por  el  derecho  que  le  daba  su  deplorable  de- 
cadencia. El  país  estaba  oprimido  por  el  exceso 
de  las  contribuciones,  y  aun  más  agobiado  por  el 
peso  enorme  del  desprecio  que  hacían  sentir  los 
españoles,  no  sólo  en  los  actos  de  administración, 
sino  en  los  más  indiferentes  de  la  sociedad  y  hasta 
en  el  seno  mismo  de  las  más  tiernas  y  estrechas 
relaciones.  El  comercio  gemía  bajo  el  yugo  del 
monopolio  más  injusto  y  de  las  trabas  más  ridícu- 


218  BERNARDO    MONTEAGUDO 

las  que  lian  podido  inventarse  por  los  gobiernos 
que  ignoran  la  ciencia  económica.  La  administra- 
ción de  rentas  era  un  caos  que  no  convenía  desen- 
redar, porque  de  él  resultaba  la  ventaja  de  opri- 
mir más  al  pueblo  y  de  habituarlo  a  no  pensar  en 
su  prosperidad.  El  sistema  judiciario  se  había 
con  vertido, en  un  plan  de  agresión  contra  todos  los 
derechos:  ya  no  eran  inexorables  las  leyes,  sino 
los  jueces  que  las  aplicaban  y  que  sólo  mantenían 
aquel  carácter  contra  los  que  habían  tenido  la 
suerte  de  ser  americanos.  En  fin,  a  más  de  estas 
calamidades  que  existían  tiempo  ha,  diez  años  de 
guerra  sostenida  casi  en  todo  el  continente  por  el 
gobierno  de  Lima  a  expensas  de  la  sangre  y  re- 
cursos de  sus  habitantes,  y  diez  meses  de  hostilidad 
y  atrevidos  amagos  del  Ejército  Libertador  para 
aislar  al  enemigo  de  todo  recurso,  habían  puesto 
a  esta  capital  en  el  colmo  de  la  angustia  y  de  la 
necesidad,  participando  las  demás  provincias  de 
los  males  afectos  a  esta  incomunicación:  todo  pre- 
sentaba un  cuadro  de  dolor,  de  aniquilación  y  de 
desorden,  hasta  que  evacuada  esta  capital  por  las 
tropas  del  Rey,  cambió  su  destino  y  la  mano  de  la 
Libertad  empezó  a  curar  las  heridas  de  que  estaba 
cubierto  el  cuerpo  político  del  Estado. 

El  28  de  julio  de  1821  se  proclamó  la  indepen- 
dencia del  Perú:  la  voluntad  universal  quedó  cum- 
plida, mas  para  sostenerla  era  preciso  que  apare- 
ciese una  autoridad  que  restituyese  el  movimiento 
a  esta  gran  máquina,  preparándola  a  recibir  nue- 
vas formas  y  modificaciones.  El  imperio  de  las 
circunstancias  designaba  la  persona  en  quien  debía 
recaer  el  poder  supremo.  No  era  este  el  momento 
de  convocar  la  asamblea  de  las  provincias,  ni  de 
hacer  la  elección  por  los  trámites  que  prescriba 
la  ley  constitucional,  cuando  exista  la  autoridad 
que  debe  sancionarla.  Tampoco  era  tiempo  en  que 
la  suprema  magistratura  pudiese  ser  el  objeto  de  la 
ambición  o  de  la  envidia,  sino  del  celo  por  la  cau- 
sa piíblica  y  del  deseo  de  sostenerla.  Se  necesitaba 
un  grado  de  coraje  que  no  es  común  a  los  que  no 
han  visto  los  combates,  y  una  abstracción  del  in- 


OBRAS    POLÍTICAS  219 

teres  individual,  digna  del  que  había  dirigido 
esta  empresa  para  encargarse  del  mando  y  presi- 
dir a  la  administración  de  un  vasto  territorio,  que 
al  pasar  de  la  servidumbre  a  la  libertad,  debía 
sufrir  tremendos  sacudimientos. 

La  fuerza  de  estos  motivos  decidió  al  general 
en  jefe  del  Ejército  Libertador  a  expedir  el  de- 
creto orgánico  de  3  de  agosto,  y  reasumir  el  mando 
supremo  político  y  militar  bajo  el  título  de  Pro- 
tector. El  Pueblo  y  el  Ejército  aclamaron  con  en- 
tusiasmo, lo  que  babían  deseado  con  uniformidad. 
Apenas  existió  el  gobierno,  se  empezó  a  reedificar 
el  templo  de  la  Libertad,  de  que  al  fin  de  tres  si- 
glos no  habían  quedado  ni  aun  escombros,  y  se 
hicieron  ensayos  para  regularizar  la  administra- 
ción del  Perú  en  todos  sus  ramos. 

Por  un  decreto  del  4  de  aquel  mismo  mes  se 
dividió  el  territorio  libre  en  cinco  departamentos, 
y  quedó  sancionado  el  reglamento  provisional  de 
Huaura,  modificando  los  artículos  que  exigía  la 
nueva  demarcación  y  el  progreso  de  nuestras  ar- 
mas. En  aquella  misma  fecha  se  decretó  la  erec- 
ción de  la  Alta  Cámara  de  Justicia,  en  lugar  de 
la  antigua  Audiencia,  y  se  suprimió  la  de  Trujillo, 
que  las  circunstancias  hicieron  antes  necesaria. 

Entre  las  primeras  atenciones  del  Gobierno  Pro- 
tectoral, la  de  premiar  el  mérito  de  los  libertado- 
res del  Perú  obtuvo  aquella  preferencia,  que  me- 
rece la  gratitud  sobre  todos  los  sentimientos  hu- 
manos. En  prueba  de  ello  se  expidió  la  declaración 
de  15  de  agosto,  asegurando  a  los  individuos  del 
Ejército  y  Escuadra  que  salieron  de  Valparaíso, 
una  pensión  vitalicia  dondequiera  que  existan  el 
resto  de  su  vida,  a  más  de  otras  distinciones  que 
no  hacen  menos  honor  a  la  justicia  del  gobierno, 
que  a  la  dignidad  de  los  premiados. 

Antes  de  llegar  al  célebre  mes  de  septiembre  en 
que  se  interrumpió  la  marcha  de  la  administra- 
ción con  la  vuelta  de  los  enemigos,  acabaré  de  re- 
cordar las  más  remarcables  providencias  del  go- 
bierno por  el  mismo  orden  en  que  se  expidieron, 
para  continuar  después  mi  plan  con  el  método  que 


220  BERNARDO    MONTEAGUDO 

exige.  El  decreto  de  7  de  agosto  que  prohibe  el 
allanamiento  de  las  casas,  hasta  autorizar  la  re- 
sistencia, cuando  no  se  presenta  una  orden  expre- 
sa firmada  por  el  Jefe  Supremo,  es  una  garantía 
cuyo  valor  sólo  pueden  apreciar  los  que  conocen 
las  circunstancias  e  imponentes  riesgos  que  ofrece 
una  revolución,  cuando  la  autoridad  no  previene 
el  efecto  del  desenlace  impetuoso  e  inevitable  de 
las  pasiones.  Este  fué  un  homenaje  de  respeto  a 
la  seguridad  individual,  que  el  pueblo  apreció  en- 
tonces y  que  la  experiencia  ha  encarecido  después. 

El  sistema  de  rentas  estaba  reducido  a  bus- 
car el  7náxÍ7nti7n  de  las  contribuciones  que  puede 
sufrir  un  pueblo  y  consumir  la  mayor  parte  de  su 
producto  en  mantener  los  empleados  en  la  contabi- 
lidad, era  preciso  destruir  el  plan  y  el  método  que 
se  seguía  en  su  ejecución:  la  principal  dificultad 
consistía  en  vencer  el  hábito  de  errores  y  de  abu- 
sos en  que  se  habían  envejecido  aquéllos.  El  Minis- 
tro de  Hacienda  se  ocupó  con  eficacia  en  el  mes  de 
agosto  en  sentar  los  preliminares  de  su  nueva  ad- 
ministración. Empezaban  a  acumularse  relaciones 
exactas  sobre  el  estado  de  los  fondos  públicos, 
cuando  todo  se  interrumpió  en  septiembre:  sin  em- 
bargo, el  impulso  hacia  la  rectitud  quedó  ya  dado, 
y  la  experiencia  ha.  hecho  ver  después  que  no  se 
dio  iniítilmente. 

La  abolición  del  tributo  y  de  todo  servicio  per- 
sonal a  que  estaban  sujetos  los  indígenas,  es  uno 
de  los  últimos  decretos  que  se  expidieron  en  los 
días  próximos  al  regreso  de  las  tropas  enemigas. 
Los  sufrimientos  de  aquella  porción  miserable  de 
la  especie  humana  han  agotado  las  expresiones  de 
la  compasión  y  de  la  simpatía  hasta  tal  grado,  que 
ya  es  imposible  añadir  un  solo  período  que  no  haya 
sido  cien  veces  repetido.  El  Gobierno  Protectoral 
sancionó  lo  que  había  decretado  en  Huaiira  el  ge- 
neral en  Jefe  del  Ejército ;  y  para  destruir  el  irri- 
tante sentido  que  los  españoles  daban  a  la  voz  de 
indios,  mandó  que  en  adelante  se  denominasen 
peruanos,  nombre  que  ellos  aprecian  justamente 
y  cuyo  valor  estimarán  cada  día  más. 


OBRAS    POLÍTICAS  221 

Al  poner  las  primeras  bases  de  reforma  y  orga- 
nización, el  gobierno  fué  detenido  en  su  marcha, 
y  precisado  a  convertir  toda  su  energía  hacia  el 
grande  objeto  de  salvar  la  tierra.  S.  E.  el  Protec- 
tor salió  de  la  capital  y  se  puso  al  frente  de  sus 
compañeros  de  armas,  dejando  el  ejercicio  del 
mando  supremo  encargado  a  los  ministros  de  Es- 
tado, Guerra  y  Hacienda.  Se  hizo  un  paréntesis 
al  giro  regular  de  los  negocios:  todas  las  medidas 
del  gobierno  y  todos  los  esfuerzos  del  pueblo,  no 
tenían  ni  podían  tener  mas  fin  que  rechazar  la 
agresión  de  un  enemigo  que  venía  repleto  de  sen- 
timientos españoles.  El  Ejército  venció  sin  com- 
batir, y  no  necesitó  más  que  presentarse  para  he- 
rir de  espanto  al  agresor.  El  jefe  de  los  valien- 
tes desplegó  toda  la  prudencia  del  coraje,  y  se  hizo 
tan  temible  de  los  contrarios  sin  buscar  la  batalla, 
como  cuando  se  ha  arrojado  en  medio  de  ella  para 
deshacerlos  con  la  impetuosidad  del  rayo.  El  ejér- 
cito español  se  puso  al  fin  en  retirada:  la  plaza  del 
Callao  se  rindió  por  capitulación,  la  guerra  cam- 
bió enteramente  de  carácter  y  se  restableció  la  mar- 
cha de  la  administración,  arrostrando  las  nuevas 
dificultades  que  oponía  a  su  progreso  el  trastorno 
causado  por  la  reseña  del  peligro. 

Desde  esta  época  en  adelante  conviene  detallar 
más  en  grande  las  mejoras  que  se  han  hecho  en 
cada  departamento  de  la  administración,  para  pre- 
sentar desde  un  punto  de  vista  todas  las  tareas  y 
pensamientos  que  han  ocupado  al  gobierno.  Hasta 
aquí  ha  sido  necesario  dar  sólo  una  ojeada  tan  rá- 
pida como  los  sucesos,  y  tan  interrumpida  como 
ellos:  pero  entretanto  es  muy  satisfactorio,  que  en 
los  dos  primeros  meses  de  este  gran  cambiamiento, 
no  haya  sido  necesario  hacer  mención  de  ninguna 
de  aquellas  calamidades,  que  muchas  veces  arre- 
dran al  patriotismo  y  lo  sofocan  en  su  cuna.  Voy 
a  poner  a  los  ojos  de  V.  E.  y  del  público  el  cuadro 
de  nuestras  empresas  administrativas  en  cada  de- 
partamento, desde  el  mes  de  octubre  en  que  se 
restableció  el  sosiego  y  la  seguridad  general. 


222  BERNAEDO    MONTEAGUDO 


DEPARTAMENTO    DE    GOBIERNO    Y    RELACIONES 
EXTERIORES 

Cuando  el  Estado  sufre  una  repentina  y  gene- 
ral transformación  y  se  subroga  a  la  antigua  au- 
toridad un  poder  reciente,  la  buena  fe  es  el  único 
código  que  detalla  el  ejercicio  de  sus  atribucio- 
nes. Mientras  se  establece  el  nuevo  plan  de  obli- 
gaciones y  derechos,  al  menos  con  el  carácter  de 
provisional,  es  forzoso  que  los  límites  de  la  auto- 
ridad sean  indefinidos  y  que  el  respeto  a  la  opi- 
nión de  los  hombres  regule  la  conducta  del  que 
manda.  Pero  siempre  es  un  deber  anticipar  los 
deseos  del  pueblo,  haciendo  cuanto  antes  conocer 
las  leyes  que  debe  cumplir  y  las  que  debe  observar 
el  mismo  que  las  da. 

Casi  a  la  vista  del  enemigo  y  en  medio  de  los 
aparatos  de  la  guerra,  se  sancionó  el  Estatuto  pro- 
visorio, que  el  gobierno,  el  pueblo  y  el  ejército 
juraron  solemnemente  el  8  de  octubre  del  año  an- 
terior: la  autoridad  y  la  obediencia  quedaron  re- 
ducidas a  los  límites  que  demarcaba  la  salud  de 
la  tierra.  Si  el  pueblo  no  entró  a  gozar  de  la  pleni- 
tud de  sus  derechos,  él  empezó  a  poseer  los  más 
inapreciables.  El  poder  de  aplicar  las  leyes  se  se- 
paró desde  aquel  día,  y  es  de  esperar  se  separe  para 
siempre  de  la  autoridad  ejecutiva:  esta  es  la  su- 
prema garantía  de  las  prerrogativas  civiles  y  todo 
es  quimérico  sin  ella.  La  seguridad  del  ciudadano 
y  la  energía  de  los  resortes  del  bien  piiblico  son  los 
dos  objetos  que  el  Protector  del  Perú  tuvo  más  cer- 
ca de  su  pensamiento,  al  sancionar  el  Estatuto 
provisorio  que  dio  a  los  pueblos  en  ejercicio 
del  poder  directivo,  que  el  imperio  de  la  necesi- 
dad puso  en  sus  manos.  El  dijo  entonces  con  la 
dignidad  propia  de  un  héroe,  que  en  el  fondo  de 
su  conciencia  estaban  escritos  los  motivos  que  tuvo 
para  expedir  el  decreto  orgánico  de  3  de  agosto, 
motivos  que  el  Estatuto  provisorio  no  hizo  más 
que  explicar  y  sancionar  a  un  mismo  tiempo. 


OBRAS    POLÍTICAS  223 

El  Estado  del  Perú  empezó  a  existir  desde  el 
día  en  que  provisionalmente  se  establecieron  las 
bases  de  nuestro  pacto  de  asociación.  Era  preciso 
marcar  esta  grande  época  interesando  la  fama  de 
los  que  habían  venido  a  abrirla  y  de  los  que  más 
habían  coadyuvado  sus  esfuerzos.  Este  fué  el  ob- 
jeto de  la  institución  de  la  Orden  del  Sol,  ctiyo 
origen  encontrará  la  posteridad  unido  al  de  nues- 
tra existencia  política.  El  astro  que  en  los  tiem- 
pos antiguos  era  la  segunda  deidad  que  adoraban 
los  peruanos,  después  de  su  invisible  pachacamacc, 
es  hoy  para  nosotros  un  signo  de  alianza,  un  em- 
blema de  honor,  una  recompensa  de  mérito  y,  en 
fin,  es  la  expresión  histórica  del  país  de  los  Incas, 
así  con  referencia  a  los  tiempos  célebres  que  pre- 
cedieron a  su  esclavitud,  como  a  los  días  felices 
en  que  recobró  su  independencia. 

Al  organizarse  nuevamente  el  Perú,  era  nece- 
sario que  el  tribunal  de  justicia  apareciese  bajo 
una  forma  análoga  a  las  circunstancias.  Es  ver- 
dad que  su  reforma  para  ser  completa,  debe  ex- 
tenderse a  todos  los  códigos  que  rigen;  pero  mien- 
tras la  sabiduría  de  nuestros  propios  legisladores 
destruye  las  tablas  góticas  en  que  están  escritas 
las  antiguas  leyes,  no  ha  sido  obra  de  poco  mo- 
mento establecer  la  Alta  Cámara  de  Justicia  bajo 
los  principios  que  el  día  de  su  instalación  se  le  re- 
comendaron a  nombre  del  Gobierno  y  se  han  de- 
tallado después  en  el  reglamento  de  administra- 
ción. En  él  se  han  abolido  errores  y  sustituido 
máximas  así  en  lo  civil  como  en  lo  criminal,  que 
al  menos  producirán  el  gran  efecto  de  dejar  tra- 
zada la  marcha  que  deben  seguir  las  ideas  y  ha- 
cer que  el  pueblo  piense  lo  que  tiene  derecho  a  es- 
perar por  lo  que  ya  ha  obtenido. 

Entretanto  es  muy  consolante  poder  asegjirar 
que  la  administración  civil  de  justicia  se  desem- 
peña hoy  en  todos  los  departamentos  libres  de 
un  modo  satisfactorio  al  público  y  al  Gobierno. 
Ya  no  se  somete  el  derecho  de  las  partes  al  influ- 
jo del  poder,  ni  cuando  toman  los  jueces  en  su 
mano  la  balanza  sagrada,  hay  quien  la  profane 


224  BERNARDO    MONTEAGUDO 

sustituyendo  el  peso  del  oro  al  peso  de  la  razón  y 
de  la  ley.  La  justicia  criminal  se  administra 
igualmente  coTnbinando  la  inexorahilidad  que  Tne- 
rece  el  crÍ7nen,  con  la  indulgencia  a  que  es  acree- 
dor el  hombre:  se  castigan  los  delitos,  sin  inven- 
tarse delincuentes:  se  consulta  la  seguridad  de  los 
reos,  sin  añadir  violencias  necesarias,  que  no  son 
sino  actos  de  opresión:  la  cárcel  que  se  ha  estable- 
cido en  esta  ciudad  bajo  el  plan  mandado  adoptar 
en  los  demás  departamentos,  es  un  Ttionumento  de 
filantropía:  ya  no  existen  esos  sepulcros  de  hom- 
bres vivos  C071  nombre  de  calabozos,  en  que  sumer- 
gía a  los  reos,  aun  cuando  no  lo  fuesen,  porque 
las  7náxim,as  del  Santo  Oficio  servían  de  Tnodelo  a 
los  demás  tribunales  de  España  y  sus  Colonias.  A 
más  de  esto,  no  se  ha  contentado  el  gobierno  con 
recomendhr  la  celeridad  de  las  causas:  él  ba  im- 
puesto un  deber  a  los  magistrados  de  dar  cuenta 
en  cada  mes  de  las  que  han  fenecido  o  se  hallan 

{)endientes,  tanto  en  lo  civil  como  en  lo  criminal: 
os  delitos  y  los  delincuentes  se  ponen  a  la  vista 
del  público,  para  que  la  opinión  pronuncie  sobre 
ellos  el  último  fallo  que  merezcan. 

La  administración  departamental  continiía  bajo 
las  bases  del  reglamento  de  Huaura,  sancionadas 
en  el  Estatuto  provisorio,  con  la  ampliación  que 
las  circunstancias  han  dictado.  Cada  presidencia 
está  dividida  en  tantos  gobiernos,  cuantos  son  los 
partidos  que  comprende,  y  la  última  subdiyisión 
es  en  tenencias  de  gobierno,  según  la  localidad 
de  las  poblaciones.  A  más  del  asesor  que  reside  en 
la  capital  de  cada  Departamento,  se  ha  creado 
un  nuevo  magistrado  con  el  nombre  de  fiscal  de- 
partamental: sus  funciones  son  análogas  a  las  que 
ejercían  en  el  Imperio  Griego  los  antiguos  Ire- 
narcas,  al  paso  que  sirven  de  auxiliares  para  la 
recta  administración  de  justicia  y  regularidad  en 
el  despacho.  La  historia  nos  enseña  que  aun  en 
los  tiempos  de  la  más  profunda  paz,  rara  vez  de- 
jan los  pueblos  de  gozar  la  suma  de  bienes  a  que 
están  llamados  por  falta  de  buenas  leyes,  sino  por 
la  inobservancia  de  las  que  existen.  El  primer  de- 


OBRAS    POLÍTICAS  225 

ber  de  los  fiscales  departamentales  es  denunciar 
las  infracciones  de  los  decretos  del  gobierno,  que 
son  los  que  boy  forman  nuestro  código  provisio- 
nal: cuando  los  sucesos  se  precipitan  como  un  to- 
rrente sobre  la  escena  pública,  y  cuando  los  hom- 
bres entregados  a  la  contemplación  de  los  peligros 
y  de  los  medios  que  tienen  para  vencerlos,  apenas 
pueden  recordar  cada  día  los  sucesos  del  anterior; 
es  preciso  que  baya  un  funcionario  que  impida  la 
tendencia  al  olvido  y  sea  tan  celoso  de  mantener 
la  observancia  de  las  leyes,  como  lo  eran  las  Ves- 
tales de  conservar  el  fuego  sagrado. 

Yo  no  puedo  entrar  en  el  detall  de  las  demás 
reformas  y  alteraciones  que  se  han  hecho  en  los 
tribunales  y  oficinas,  porque  llaman  mi  atención 
objetos  de  gran  trascendencia;  pero  sí  observaré, 
que  conociendo  el  gobierno  el  influjo  que  tienen 
los  nombres  sobre  las  ideas,  y  que  la  dignidad  de 
las  cosas  nace  con  las  palabras  que  se  adoptan  para 
caracterizarlas,  se  ha  variado  la  denominación 
de  los  nuevos  funcionarios  y  de  los  principales  es- 
tablecimientos públicos.  Es  preciso  destruir  todo 
lo  que  pueda  servir  de  reclamo  a  las  antiguas  ins- 
tituciones, y  que  si  se  recuerdan  los  abusos  y  crí- 
menes del  régimen  español,  no  sea  sino  por  el  con- 
traste que  con  ellos  formen  las  ventajas  del  orden 
actual. 

Entre  los  planes  relativos  a  la  administración 
interior  que  han  ocupado  al  gobierno,  la  instruc- 
ción pública  ha  costado  a  su  celo  amargos  sacrifi- 
cios, porque  nada  es  más  penoso  que  diferir  el 
bien,  cuando  se  desea  con  ansia  ejecutarlo.  La  es- 
fera de  los  conocimientos  humanos  estaba  limita- 
da por  el  gobierno  español  a  saber  lo  que  podía 
entretener  y  confundir  la  razón  de  los  americanos, 
para  que  siempre  ocupados  de  cuestiones  abstrac- 
tas, de  errores  escolásticos  y  sumergidos  en  un 
caos  de  absurdos  metafísicos,  apenas  tuviesen  tiem- 
po para  obedecer  sin  examen  y  adquirir  lo  que 
exigía  la  codicia  metropolitana.  Nada  era  por  lo 
mismo  tan  necesario  ni  tan  difícil  al  regenerar  los 
pueblos  de  América,  como  el  remover  las  barreras 

15 


226  BERNARDO    MONTEAGUDO 

que  se  habían  puesto  al  poder  intelectual  de  los 
hijos  del  país,  alzar  el  velo  que  les  ocultaba  las 
realidades  que  existen  en  el  myndo,  abrir  la  puer- 
ta a  los  grandes  pensamientos,  de  que  es  capaz  el 
hombre  mientras  vive  en  entredicho  con  su  ra- 
zón, porque  no  se  atreve  a  consultarla  y  teme  que 
su  luz  lo  precipite.  Esta  obra  supone  un  sobrante 
de  tiempo,  de  recursos  y  de  hombres  que  es  im- 
posible combinar,  cuando  la  tierra  que  debe  re- 
generarse no  es  sino  un  vasto  campo  de  batalla. 
Es  preciso  cerrar  el  templo  de  Jano  para  entrar 
al  de  Minerva:  pero  mientras  aquél  se  mau tenga 
abierto  contra  el  clamor  de  la  justicia  y  de  la  hu- 
manidad, el  gobierno  no  puede  poner  en  planta 
sus  designios:  él  satisface  a  su  celo,  cambiando  la 
dirección  del  movimiento  que  hasta  aquí  ha  se- 
guido el  espíritu  piiblico,  y  dirigiendo  toda  su  acti- 
vidad a  la  investigación  de  los  principios  que  ha- 
cen feliz  al  hombre  en  el  estado  social:  cumple 
con  alarmar  la  opinión  contra  la  ignorancia  y  con- 
ceder a  los  talentos  y  al  mérito  un  privilegio  ex- 
clusivo a  las  magistraturas  y  grandes  distincio- 
nes. Si  algunos  establecimientos  se  realizan  en- 
tretanto, ellos  serán  al  menos  un  ensayo  de  nues- 
tra energía  mental,  y  probarán  que  cuando  se 
quiere  eficazmente  hacer  el  bien,  la  voluntad  es 
una  potencia  irresistible  que  convierte  las  dificul- 
tades en  recursos. 

La  Sociedad  patriótica  de  Lima  y  la  Bibliote- 
ca nacional  son  las  primeras  empresas  que  ha  rea- 
lizado el  gobierno  en  medio  de  las  escaseces  del 
Erario  y  casi  al  frente  del  enemigo.  Para  que  las 
ciencias  y  las  artes  se  generalicen  en  un  pueblo, 
es  necesario  que  los  hombres  ilustrados  formen 
una  masa  comiín  del  caudal  de  sus  ideas,  que  ellas 
se  comuniqíien  y  analicen  delante  del  piiblico  y 
que  el  ejemplo  de  los  hombres  que  piensan  excite 
la  emulación  de  los  demás.  También  es  necesa- 
rio que  cuando  empieza  a  estimularse  el  amor  a 
los  conocimientos  titiles,  se  pongan  al  alcance  de 
todos  esos  preciosos  depósitos  en  que  el  espíritu 
humano   deja   marcados   los   progresos    que    hace 


OBRAS    POLÍTICAS  227 

en  cada  siglo.  La  Biblioteca  que  está  próxima  a 
abrirse,  presentará  a  la  juventud  peruana  medios 
sobreabundantes  para  enriquecer  su  inteligencia 
y  dar  expansión  a  su  exquisita  sensibilidad.  Ani- 
bos  establecimientos  prosperarán  bajo  los  auspi- 
cios del  interés  que  todos  tienen  en  que  el  pueblo 
se  ponga  en  contacto  con  los  hombres  que  viven 
o  han  vivido  para  ilustrar  a  sus  semejantes.  Pero 
conociendo  que  la  educación  es  la  base  de  todos  los 
establecimientos  en  que  se  interesan  la  moral  y 
las  ciencias,  se  ba  mandado  erigir  por  decreto  de 
6  de  julio  una  escuela  normal  de  enseñanza  mu- 
tua, bajo  la  dirección  de  don  Diego  Thomson.  Este 
plan,  varias  veces  anunciado  por  el  gobierno,  se 
pondrá  en  planta  en  el  mes  de  agosto,  luego  que 
el  director  haya  hecho  los  preparativos  convenien- 
tes en  el  colegio  que  se  ha  aplicado  al  estableci- 
miento de  la  escuela  normal. 

Al  destruir  el  imperio  de  la  ignorancia  es  tam- 
bién necesario  combatir  los  vicios  que  ella  trae 
consigo:  todos  los  delitos  no  son  sino  errores  prác- 
ticos, porque  ninguno  es  delincuente  sino  por  un 
falso  cálculo.  Bajo  el  gobierno  antiguo  la  política 
contribuía  a  fortificar  los  hábitos  irregulares,  co- 
nociendo que  es  más  fácil  dar  la  ley  al  hombre  vi- 
cioso que  al  que  no  lo  es.  El  juego,  esa  pasión  abo- 
minable que  conspira  contra  todas  las  virtudes, 
gozaba  de  impunidad  y  aun  era  fomentada  por  el 
gobierno:  hoy  se  persigue  de  un  modo  inexorable, 
sustrayendo  a  la  disipación  a  los  que  antes  hacían 
un  tráfico  de  ella  para  ganar  su  subsistencia,  por- 
que en  general  se  les  prohibían  otros  arbitrios  de- 
corosos. El  coliseo  de  gallos  se  ha  abolido:  él  era 
igualmente  funesto  a  la  moral,  que  contrario  a  la 
política  del  gobierno.  También  se  han  corregido 
otros  varios  defectos  y  vicios  que  reprobaba  el 
buen  sentido  del  pueblo,  y  que  subsistían  por  con- 
veniencia o  descuido  de  los  que  revestían  la  au- 
toridad. 

El  espíritu  público  que  es  la  base  de  sus  nuevas 
instituciones  se  ha  creado  y  se  mantiene  en  una 
imponente  actitud:  la   integridad  de  la  presente 


228  BERNARDO    MONTEAGUDO 

administración,  el  celo  de  los  magistrados,  las 
ventajas  reales  que  todos  participan  en  el  orden 
que  rige,  el  sentimiento  y  la  convicción  que  se 
han  difundido  en  las  varias  clases  del  pueblo  de 
eus  derechos  y  de  la  necesidad  de  sostenerlos; 
estas  son  las  causas  que  han  dado  un  nuevo  ser  a 
las  afecciones  y  fecundado  el  alma  de  los  perua- 
nos. La  opinión  de  patriota,  es  hoy  el  bien  más 
estimable  que  todos  ambicionan  y  disputan:  los 
que  no  han  llegado  a  merecerla  por  su  conducta 
anterior,  se  creen  desgraciados:  y  la  aflicción 
que  sufren  es  un  holocausto  que  ofrecen  a  la 
Patria  en  desagravio  de  sus  pasados  yerros. 

Después  de  exponer  aunque  en  compendio  las 
tareas  administrativas  del  departamento  de  go- 
bierno, es  oportuno  dar  idea  del  estado  en  que  se 
hallan  nuestras  relaciones  exteriores.  En  diciem- 
bre del  año  pasado  se  envió  cerca  de  los  altos  po- 
deres de  Europa,  una  legación  extraordinaria,  en- 
cargada de  negociar  cuanto  convenga  a  la  inde- 
pendencia y  prosperidad  del  Perú:  se  han  manda- 
do también  ministros  extraordinarios  cerca  del 
gobierno  de  Chile  y  de  la  regencia  del  imperio  me- 
jicano para  estrechar  más  las  mutuas  relaciones 
que  nos  unen.  La  legación  destinada  a  Europa, 
fué  encargada  igualmente  de  entablar  con  el  go- 
bierno de  Buenos  Aires  negociaciones  de  interés 
común,  cuyo  resultado  debe  trascender  a  una  par- 
te considerable  de  nuestro  territorio.  El  agente  di- 
plomático cerca  del  gobierno  de  Guayaquil,  ha 
hecho  servicios  de  grande  importancia  durante 
su  comisión:  y,  en  fin,  el  presidente  de  Colombia, 
anticipando  nuestros  votos,  ha  mandado  cerca  de 
este  gobierno  un  ministro  extraordinario,  con 
quien  he  tenido  la  satisfacción  de  firmar  un  tra- 
tado solemne,  en  virtud  de  la  autorización  que 
recibía  de  S.  E.  el  supremo  delegado.  La  unifor- 
midad de  los  sentimientos  que  animan  al  gobier- 
no del  Perú  y  a  los  demás  de  América,  hacen  es- 
perar que  en  el  resto  de  este  ano,  ningún  pueblo 
del  continente  verá  con  envidia  a  los  que  gozan 
de  libertad,  porque  la  gran  masa  de  poder  y  de 


OBRAS    POLÍTICAS  229 

energía  que  todos  forman,  será  como  el  grito  de  la 
victoria  que  disipa  a  los  vencidos  apenas  se  per- 
cibe el  eco  que  la  anuncia. 

Al  hablar  de  nuestras  relaciones  con  los  pode- 
res extraños,  creo  que  debo  indicar  la  política  que 
ha  adoptado  el  gobierno  con  respecto  a  los  subdi- 
tos y  ciudadanos  de  ellos.  Su  franqueza  no  ha  te- 
nido más  límites  que  los  del  interés  comiín  calcu- 
lado con  exactitud  y  sin  espíritu  de  localidad.  El 
Decreto  de  19  de  abril  concede  a  los  extranjeros 
todo  lo  que  puede  lisonjear  las  esperanzas  del  ge- 
nio y  de  la  industria.  Protección  y  recompensas, 
privilegios  y  propiedades,  éstas  son  las  ofertas  del 
gobierno.  Con  tales  ideas  y  sentimientos,  no  es 
dudable  que  obtendremos  la  amistad  y  el  aprecio 
de  los  extranjeros,  y  que  sus  votos  por  nuestra  in- 
dependencia serán  universales  y  sinceros.  El  Perú 
quiere  la  paz  con  ambos  hemisferios,  y  desea  en- 
tablar una  libre  comunicación  con  todos  los  habi- 
tantes del  globo  que  vengan  a  buscar  asilo,  a  di- 
fundir ideas,  o  hacer  a  la  naturaleza  nuevas  pre- 
guntas, ya  que  los  españoles  la  han  obligado  a 
estar  callada  por  tres  siglos. 


DEPARTAMENTO  DE  GUERRA  Y  MARINA 

Las  tareas  del  gobierno  en  estos  dos  departa- 
mentos han  sido  de  una  extensión  proporcionada 
a  la  dependencia  en  que  nos  hallamos  de  las  ope- 
raciones militares.  La  administración  de  la  guerra 
es  siempre  tanto  más  difícil  y  laboriosa,  cuanto 
su  direeción  es  más  activa.  Apenas  entró  a  esta  ca- 
pital el  Ejército  Libertador,  tuvo  que  ponerse  en 
campaña  y  empezar  de  nuevo  a  buscar  peligros. 
El  enemigo  ocupaba  la  plaza  del  Callao,  y  sin  ella 
la  posesión  de  Lima  era  precaria:  sólo  nuestra 
fuerza  marítima  podía  anular  las  ventajas  que  le 
daba  la  retención  de  aquella  fortaleza,  pues  si  su 
dominio  hubiese  estado  unido  al  del  Pacífico,  la 
guerra  era  interminable  y  demasiado  incierto  su 
éxito.  S.  E.  el  Protector  dispuso  que  el  general  Las 


230  BERNARDO  MONTE AGUDO 

Heras,  con  las  fuerzas  principales  del  ejército 
mantuviese  el  sitio  de  la  plaza,  mientras  se  sos- 
tenía el  bloqueo  por  los  buques  de  la  escuadra  de 
Chile. 

En  los  meses  de  julio  y  agosto  del  año  anterior, 
el  ejército  hizo  ver  a  los  sitiados,  que  la  muerte 
no  era  una  barrera  para  su  coraje.  Diariamente 
presentaban  el  pecho  nuestras  tropas  delante  de 
esas  tremendas  fortalezas,  que  habrían  arredrado 
a  cualquiera  que  no  estuviese  ciego  de  amor  de 
gloria:  pero  el  26  de  julio  y  el  14  de  agosto,  los 
sitiados  quedaron  temblando  aún  después  de  verse 
libres  del  peligro:  poco  les  faltaba  para  dudar  de 
lo  mismo  que  habían  visto,  porque  apenas  era 
creíble  que  nuestras  tropas  hubiesen  llegado  en  la 
mitad  del  día  hasta  los  fosos  y  rastrillo  de  aquella 
fortificación,  dejando  el  campo  lleno  de  cadáveres 
enemigos,  en  vez  de  ser  batidos. 

El  general  La  Serna  acantonó  sus  tropas  en  el 
departamento  de  Tarma,  y  entre  tanto  el  gobierno 
contraía  sus  desvelos  a  aumentar  la  fuerza  del 
ejército,  preparándolo  para  nuevas  empresas.  No 
es  justo  olvidar  la  desnudez  y  privaciones  que  su- 
frían después  de  una  campaña  tan  penosa,  y 
la  tolerancia  que  mostraban  animados  por  el 
ejemplo  de  sus  jefes,  que  a  todo  se  resignaban  por 
no  exigir  sacrificios  de  un  pueblo  que  acababa  de 
hacer  tantos  y  tan  contrarios  a  su  voluntad. 

En  la  situación  en  que  se  hallaban  la  capital  y 
los  departamentos  libres,  la  parte  administrativa 
de  la  guerra  era  la  más  difícil,  porque  los  recur- 
sos eran  todos  inciertos  y  desconocidos,  no  podía 
sistemarse  la  contabilidad,  ni  las  circunstancias 
permitían  entrar  en  cálculos  de  detalle.  Apenas 
se  empezaba  a  tomar  noticias  sobre  los  medios  de 
mejorar  y  arreglar  el  material  del  ejército,  la  vuel- 
ta del  general  Canterac  paralizó  todas  las  opera- 
ciones del  gobierno.  El  mes  de  septiembre  fué  mes 
de  grandes  sucesos:  fué  mes  de  decidir  y  no  de 
combinar:  era  preciso  ganar  el  terreno,  para  edi- 
ficar después  en  él. 

El  ejército  enemigo,  fuerte  de  cinco  batallones 


OBRAS    POLÍTICAS  231 

y  setecientos  caballos,  bajó  a  la  costa  por  la  que- 
brada de  Sisicaya,  y  tomó  posición  en  la  hacienda 
de  la  Molina,  dos  leguas  de  esta  capital  y  una  de 
nuestro  campo:  el  terreno  que  ocupaban  ambas 
fuerzas  no  admitía  maniobras  decisivas,  porque 
interceptado  todo  por  potreros,  ningún  movimien- 
to podía  hacerse  con  rapidez  y  mucho  menos  con 
impetuosidad.  Tampoco  servía  de  mucho  el  cora- 
je personal  de  nuestras  tropas,  donde  a.  cada  paso 
se  encontraba  un  parapeto,  que  ponía  en  igual 
actitud  al  cobarde  y  al  valiente:  no  era  éste  el  lla- 
no de  Maipú,  aunque  el  ardor  y  la  impaciencia 
con  que  nuestras  tropas  deseaban  el  combate,  ha- 
cía esperar  que  la  tarde  del  5  de  abril  duraba  to- 
davía para  nosotros. 

El  enemigo  tenía  una  gran  desventaja  por  su 
parte:  él  no  contaba  con  más  recursos  de  subsis- 
tencia que  los  que  había  traído  de  la  sierra,  y  era 
necesario  que  corriese  un  gran  riesgo  para  adqui- 
rirlos, o  que  al  fin  se  retirase:  en  este  último  caso 
él  nos  daba  una  victoria  a  poco  precio,  porque  un 
ejército  que  baja  de  la  sierra  y  que  regresa  a  ella, 
pierde  sin  ser  batido  su  moral  y  su  fuerza:  la  úni- 
ca diferencia  es  salvar  en  orden  los  restos  de  esta 
simulada  derrota. 

Nuestra  situación  era  bien  diferente:  mante- 
niendo la  defensiva  cerca  de  nuestros  recursos,  la 
naturaleza  del  terreno  y  el  niimero  de  nuestras 
tropas,  nos  habrían  dado  la  victoria,  si  hubiésemos 
sido  atacados:  ganábamos  aún  sin  batirnos,  y  al 
enemigo  sólo  le  quedaba  la  elección  de  la  pérdida 
que  debía  siempre  sufrir:  él  no  calculó  bien  la  si- 
tuación de  la  capital,  cuando  se  decidió  a  marchar 
sobre  ella:  su  error  le  costó  caro  y  a  nosotros  nos 
ahorró  una  campaña. 

El  10  de  septiembre  hizo  el  enemigo  un  movi- 
miento sobre  el  Callao:  nada  tenía  de  militar  esta 
operación,  pues  con  reunirse  a  los  sitiados,  no  ha- 
cían sino  aumentar  sus  necesidades  y  consumir 
más  pronto  sus  recursos  de  movilidad  y  subsisten- 
cia que  tenían.  Bien  presto  tomaron  el  único  par- 
tido que  les  quedaba:  abandonaron  la  plaza  con 


232  BERNARDO    MONTEAGUDO 

certidumbre  de  su  pérdida,  y  se  retiraron  a  la  sie- 
rra en  dispersión,  perdiendo  casi  la  mitad  del 
ejército. 

Era  consiguiente  la  rendición  del  Callao:  ésta 
se  efectuó  por  capitulación  el  19  de  septiembre,  y 
el  21  brillaron  los  colores  nacionales  en  las  for- 
talezas de  aquella  plaza.  Su  antiguo  gobernador 
el  general  La-Mar  cumplió  en  las  transacciones 
del  Callao,  con  cuanto  el  honor  y  la  patria  exi- 
gían de  él:  es  un  triunfo  llenar  deberes  tan  sagra- 
dos en  las  más  difíciles  circunstancias  y  merecer 
a  la  opinión  el  fallo  que  ba  pronunciado  sobre  él. 

El  enemigo  fué  perseguido  en  su  retirada,  y  una 
sección  del  ejército  no  se  separó  de  su  retaguar- 
dia basta  que  traspasó  los  Andes:  el  resto  volvió 
a  tomar  cuarteles  en  la  capital,  después  de  cubrir 
la  guarnición  del  Callao,  y  se  empezó  de  nuevo  a 
pensar  en  los  detalles  administrativos  de  la  guerra. 

Organizar  la  milicia  en  todos  los  departamentos, 
aumentar  el  ejército,  buscar  arbitrios  para  vestir- 
lo y  equiparlo  con  menos  gravamen  del  pueblo, 
reparar  su  armamento  y  activar  los  trabajos  del 
parque  y  maestranza,  metodizar  la  contabilidad 
en  el  ramo  de  guerra,  establecer  y  clasificar  las 
graduaciones  militares  y  arreglar,  en  fin,  otros 
pormenores  que  no  contribuyen  menos  a  la  acti- 
vidad y  al  acierto  de  las  empresas;  tales  ban  sido 
los  objetos  a  que  se  ba  contraído  el  Ministerio  de 
la  Guerra  desde  el  mes  de  octubre,  en  que  se  res- 
tableció el  giro  regular  de  los  negocios. 

El  gran  mariscal  Marqués  de  Trujillo,  inspector 
general  de  los  cuerpos  cívicos  del  Estado,  dio  el 
primer  impulso  a  su  disciplina  y  regularidad:  tan- 
to en  la  capital  como  en  los  demás  departamentos, 
la  fuerza  cívica  no  sólo  se  baila  hoy  en  estado  de 
hacer  el  servicio  de  guarnición,  sino  también  el  de 
campaña:  sus  mejoras  y  aumentos  se  dejan  sentir 
cada  día  más,  en  la  proporción  que  el  espíritu  de 
cuerpo  se  extiende  y  rectifica:  todos  conocen  que 
el  primer  deber  de  un  ciudadano  es  ser  soldado 
cuando  se  trata  de  salvar  la  patria ;  y  este  conven- 
cimiento que  siempre  ha  producido  héroes,  no  de- 


OBRAS    POLÍTICAS  233 

jará  de  formar  guerreros,  toda  vez  que  el  peligro 
sea  señal  de  alarma  para  los  peruanos. 

El  ejército,  a  más  de  haber  doblado  ya  su  fuer- 
za con  exceso,  recibirá  en  breve  nuevos  batallones 
organizados  con  los  cuadros  que  se  han  distribuido 
en  los  departamentos:  la  división  que  obraba  en 
el  norte,  acaba  de  probar  que  es  del  Ejército  Li- 
bertador: ella  ha  dejado  escrito  su  nombre  sobre 
las  bases  del  monte  Pichincha,  y  no  tardará  en 
reunirse  a  sus  compañeros  de  armas.  Sin  embargo, 
no  debo  pasar  en  silencio  el  único  revés  que  han 
sufrido  nuestras  armas,  revés  que  ha  sido  ya  in- 
demnizado y  que  sirve  para  justificar  el  acierto 
con  que  se  ha  dirigido  la  guerra.  La  división  de 
lea  fué  dispersada  completamente  en  el  mes  de 
abril.  Este  era  un  cuerpo  de  observación  destina- 
do sólo  a  entrar  en  parte  de  otras  grandes  combi- 
naciones: sus  movimientos  nunca  debían  dirigirse 
a  buscar  el  ataque,  sino  antes  a  evadirlo:  convenía 
que  amenazase  al  enemigo,  pero  que  jamás  se  com- 
prometiese a  encontrarlo:  estaba  calculado  que  el 
menor  desvío  de  este  plan  produciría  un  contras- 
te: el  del  6  de  abril  hizo  ver  que  sin  ser  abando- 
nados de  la  fortuna,  habíamos  perdido  una  fuer- 
za, cuyo  objeto  no  era  otro  que  conservarse  en 
actitud  hostu.  Este  contratiempo  ha  hecho  nacer 
nuevos  proyectos  que,  favorecidos  por  las  circuns- 
tancias, serán  quizá  más  decisivos. 

El  material  y  adyacentes  del  ejército,  corres- 
ponden al  aumento  que  ha  recibido  y  a  la  movili- 
dad en  que  debe  estar:  los  trabajos  del  parque  y 
de  la  maestranza,  después  de  haber  llenado  los  pe- 
didos de  nuestra  fuerza  actual,  se  emplean  en  pre- 
parar repuestos  para  atender  a  las  nuevas  necesi- 
dades que  la  continuación  de  la  guerra  o  las  vici- 
situdes de  ella  puedan  exigir. 

La  moral  del  ejército  se  mantiene  inalterable, 
y  lo  que  aun  es  más,  ella  se  mantendrá.  Cuando  el 
soldado  no  es  sino  un  negociante  de  su  vida,  se  exas- 
pera con  las  privaciones,  y  cree  que  ellas  le  dan 
derecho  a  reclamar  del  contrato  que  hizo  y  faltar 
a  la  obediencia.  Pero  cuando  expone  su  vida  para 


234  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

salvar  su  libertad,  se  contenta  en  medio  de  su  mi- 
seria con  la  esperanza  del  suceso,  y  así  como  las 
fatigas  no  lo  irritan,  tampoco  la  prosperidad  lo  ha- 
ce insolente.  El  Ejército  Libertador,  que  en  Pisco  y 
Huaura  acreditó  su  sufrimiento,  en  Lima  ha  dado 
pruebas  de  su  moderación:  no  es  decir  por  esto  que 
haya  sido  preciso  cerrar  enteramente  el  código  pe- 
nal: se  han,  cometido  algunos  excesos,  que  la  justi- 
cia no  ha  dejado  impunes:  pero  éstos  han  sido  los 
delitos  del  hombre  y  no  los  atentados  del  soldado. 
Tampoco  es  indiferente  el  espectáculo  que  ofre- 
cen los  bravos  de  diversos  Estados  reunidos  a  un 
solo  objeto  y  animados  de  iguales  sentimientos. 
Cuatro  pabellones  enarbola  el  ejército,  y  ellos  son 
otras  tantas  barreras  que  defienden  la  libertad  del 
Perú,  En  fin,  nuestros  soldados  conocen  lo  que 
han  merecido  por  sus  servicios:  ellos  conservarán 
su  gloria  por  los  mismos  medios  que  la  han  ad- 
quirido. 

El  método  en  la  contabilidad  de  la  guerra  es  el 
fondo  más  permanente  y  necesario  para  cubrir 
sus  atenciones:  ésta  ha  sido  y  será  todavía  por  al- 
gún tiempo  la  mayor  dificultad  que  ocurra  en  la 
administración  de  este  departamento,  porque  las 
mismas  operaciones  del  ejército  y  la  frecuente 
subdivisión  de  sus  fuerzas  embaraza  el  cálculo  de 
haberes  y  descuentos,  a  más  de  los  gastos  extraor- 
dinarios que  se  multiplican  en  tales  circunstan- 
cias. Sin  embargo,  el  Ministro  de  la  Guerra  se  ha 
ocupado  en  formar  reglamentos  y  combinar  medi- 
das que  sirvan  al  menos  para  mejorar  gradual- 
mente tan  importante  ramo.  También  se  ha  refor- 
mado la  administración  de  los  hospitales,  y  a  pe- 
sar de  la  decadencia  de  sus  fondos,  se  consulta  el 
buen  orden  y  la  comodidad  de  los  valientes  que 
necesitan  reparar  su  salud  para  volver  con  nuevo 
ardor  a  los  peligros. 

Con  respecto  a  la  marina  del  Perú,  su  fuerza  es 
hoy  tan  imponente,  que  casi  nos  hace  olvidar  el 
tiempo  en  que  se  ha  formado.  No  sólo  basta  para  de- 
fender la  seguridad  de  nuestras  costas  contra  toda 
agresión,  sino  que  nos  pone  en  aptitud  de  empren- 


OBRAS    POLÍTICAS  235 

der  con  ventaja,  si  tuviésemos  enemigos  que  com- 
batir sobre  las  aguas.  Al  pensar  en  los  inmensos 
costos  de  nuestra  marina,  y  en  los  sacrificios  que 
se  han  hecho  para  formarla  y  mantenerla  sin  aban- 
donar las  demás  atenciones  del  gobierno,  no  pue- 
de menos  de  aplaudirse  la  fecundidad  de  recursos 
que  prestan  los  pueblos  cuando  defienden  sus  de- 
rechos. Destruidos  por  la  guerra  los  grandes  ca- 
pitales, paralizado  el  giro  con  las  provincias  in- 
teriores y  reducidos  al  territorio  menos  productivo 
en  proporción  al  que  ocupa  el  enemigo,  no  es  fácil 
concebir  que,  aboliendo  impuestos  en  vez  de  esta- 
blecerlos, la  tesorería  del  Perú  haya  hecho  frente  a 
las  necesidades  de  este  año,  sin  que  el  crédito  pú- 
blico sufra  los  quebrantos  que  eran  de  temerse. 

Para  ahorrar  los  gastos  de  la  marina  metodizán- 
dolos, se  han  expedido  por  el  ministerio  a  que  co- 
rresponde, reglamentos  económicos  fundados  en 
los  mismos  principios  que  los  del  ejército.  La  di- 
rección general  y  comisaría  de  marina,  entrando 
en  todos  los  detalles  que  exige  su  arreglo,  han  lle- 
nado las  ideas  administrativas  del  gobierno  y  el 
sistema  económico  de  nuestra  fuerza  naval  se  per- 
fecciona al  paso  que  aquélla  se  aumenta. 

Para  fomentar  la  marina  mercante,  sin  la  cual 
no  puede  progresar  la  del  Estado,  se  han  tocado 
todos  los  arbitrios  capaces  de  empeñar  el  interés 
individual  en  este  género  de  industria,  concedien- 
do privilegios  a  los  habitantes  de  la  costa  que  se 
dediquen  a  la  pesca,  y  a  los  que  hagan  el  tráfico 
en  buques  tripulados  por  los  naturales  del  país. 
Los  efectos  de  estas  medidas  han  empezado  ya  a 
sentirse,  y  una  gran  parte  de  la  marinería  de  nues- 
tra escuadra  ha  sido  enganchada  en  nuestros  mis- 
mos puertos,  cuya  población  ha  carecido  hasta 
aquí  del  empleo  a  que  naturalmente  estaba  lla- 
mada. Aun  se  meditan  reformas  y  planes,  que  el 
Ministerio  de  Marina  no  ha  podido  poner  en  plan- 
ta por  las  circunstancias,  pero  que  en  breve  se  ve- 
rán realizados,  porque  es  menos  difícil  continuar 
la  marcha  emprendida  que  determinar  sus  prime- 
ros movimientos. 


236  BEENAEDO   MONTEAGUDO 


MINISTEEIO    DE    HACIENDA 

Las  rentas  y  su  administración  se  hallaban  en 
el  mayor  desorden,  como  se  indicó  al  principio; 
y  apenas  se  instaló  el  Gobierno  Protectoral,  fijó 
sus  miras  el  Ministerio  de  Hacienda  en  la  necesi- 
dad de  destruir  el  antiguo  edificio  para  levantar 
otro  nuevo:  la  reforma  era  imposible  de  otro  mo- 
do. Mientras  se  acopiaban  los  datos  que  debían 
servir  de  base  al  arreglo  de  la  tesorería  y  aumento 
de  sus  ingresos,  se  ordenó  en  9  de  agosto  a  la  Cá- 
mara de  Comercio  que  formase  una  comisión  de 
personas  acostumbradas  al  cálculo  y  versadas  en 
las  transacciones  mercantiles,  para  que  presentase 
un  nuevo  plan  de  derechos  equitativos  y  fáciles 
de  recaudar.  La  tarifa  que  antes  regía,  no  sólo  era 
perjudicial  al  Erario  por  la  exorbitancia  de  los 
gravámenes  con  que  oprimía  al  comercio,  sino  por 
su  confusa  distribución  en  enteros  y  fracciones,  que 
hacían  más  moroso  el  despacho  de  los  introducto- 
res y  multiplicaba  las  operaciones  de  los  rentistas. 

Los  sucesos  del  mes  de  septiembre  retardaron 
las  labores  emprendidas;  mas  luego_  que  pasaron 
los  conflictos,  se  publicó  en  28  del  mismo  el  regla- 
mento provisional  de  comercio,  y  se  impuso  a  los 
efectos  extranjeros  un  20  por  ciento,  tomando  por 
base  los  precios  corrientes  de  la  plaza.  El  comer- 
cio quedó  beneficiado  con  la  rebaja  de  un  28  por 
ciento,  a  más  de  la  ventaja  de  la  consolidación  de 
derechos.  Los  efectos  importados  bajo  el  pabellón 
de  los  Estados  independientes  de  Aménca,  fueron 
privilegiados  con  la  rebaja  de  un  2  por  ciento  y  los 
del  Perú  con  un  4  por  ciento.  En  18  de  octubre 
se  publicó  el  reglamento  que  establece  los  derechos 
del  tráfico  de  cabotaje  y  el  de  los  demás  puertos 
del  Sud,  pertenecientes  a  los  Estados  limítrofes 
del  Peni.  El  giro  interior  fué  más  beneficiado  en 
proporción,  porque  así  lo  exigen  las  circunstan- 
cias de  la  guerra  y  los  principios  de  una  sana 
economía. 


OBRAS   POLÍTICAS  237 

La  liberalidad  nunca  satisface  la  codicia,  ni  los 
peligros  sirven  de  freno  a  sus  empresas.  A  no  ser 
esta  una  regla  invariable  en  todas  partes,  basta- 
rían los  nuevos  reglamentos  para  impedir  el  con- 
trabando: pero  conociendo  que  ellos  no  destruyen 
la  propensión  de  los  que  casi  siempre  están  dis- 
puestos a  hostilizar  al  Erario,  se  han  establecido 
penas  imponentes  para  reprimir  a  los  contraven- 
tores, y  en  el  plan  de  distribución  de  comisos,  los 
denunciantes  y  aprehensores  son  estimulados  con 
mayores  recompensas  que  antes. 

La  situación  topográfica  del  Perú  indica  bien 
que  el  ramo  de  minería  debe  proporcionar  a  la  ha- 
cienda sus  principales  ingresos.  La  explotación  de 
las  minas,  el  beneficio  de  los  metales  y  su  cambio 
en  el  mercado,  demandarán  siempre  la  mayor  par- 
te de  los  capitales  que  estén  en  circulación  y  de 
la  industria  del  país.  Este  era  precisamente  uno 
de  los  ramos  más  abandonados  en  el  sistema  an- 
tiguo: reducidos  sus  cálculos  a  crear  empleos  para 
recompensar  aduladores,  existía  un  tribunal  de 
minería,  que  en  vez  de  ser  el  centro  de  actividad 
y  de  impulsión,  sólo  contribuía  a  fomentar  el  es- 
píritu de  litigio,  sin  ser  capaz  de  influir  en  la 
menor  reforma.  Un  establecimiento  que  debía  di- 
rigirse por  geólogos  hábiles  y  matemáticos  pro- 
fundos, en  general,  apenas  tenía  a  su  frente  me- 
dianos profesores  de  jurisprudencia;  y  bajo  tales 
auspicios  él  no  podía  prosperar  jamás,  sino  antes 
bien  alejar  de  su  objeto  los  capitales  y  la  indus- 
tria que  demandan  las  empresas  mineralógicas. 
En  23  de  octubre  se  suprimió  aquel  tribunal,  y  en 
su  lugar  se  crearon  bancos  de  habilitación  a  cargo 
de  un  director  del  ramo,  que  consultase  sus  me- 
joras y  propusiese  los  medios  de  realizarlas.  El 
gobierno  espera  que  vengan  luego  a  establecerse 
en  el  país  compañías  científicas  de  mineralogis- 
tas, que  empleando  la  acción  combinada  de  la 
luz  y  de  la  fuerza,  saquen  del  seno  de  los  Andes 
los  inmensos  tesoros  que  la  ignorancia  y  la  pereza 
no  han  alcanzado  a  descubrir:  los  comisionados 
que  salieron  para  Europa  han  llevado  este  espe- 


238  BERNARDO  MONTE AGUDO 

cial  encargo:  él  será  sin  duda  uno  de  los  objetos 
en  que  más  ejerciten  su  celo.  Por  identidad  de 
principios  se  lia  dado  nueva  forma  a  la  casa  de 
moneda,  y  sus  procederes  han  mejorado  de  un 
modo  sensible  bajo  la  dirección  científica  de  su 
actual  jefe. 

El  régimen  económico  de  las  oficinas  de  Hacien- 
da y  el  sistema  de  contabilidad,  clamaban  por  una 
variación  que  jamás  se  habría  podido  adoptar  sino 
en  momentos  de  energía.  Arreglar  la-s  labores  de 
cada  departamento,  fijar  el  número  preciso  de  sus 
empleados,  sin  que  su  abundancia  fomentase  la 
desidia,  ni  la  falta  de  inteligencia  retardase  el 
trabajo,  señalar  las  horas  que  debían  ocuparse, 
precaver  con  penas  prácticas  la  infracción  de  sus 
deberes  y  simplificar,  en  fin,  las  operaciones  y  de- 
talles de  la  tesorería:  estos  han  sido  progresivamen- 
te los  objetos  de  la  contracción  del  Ministerio. 
Para  evitar  la  confusión  que  resultaba  de  las 
cuentas  que  se  hallaban  líquidas,  cuando  el  Ejér- 
cito Libertador  entró  a  esta  capital,  se  cortaron  en 
31  de  julio  del  año  pasado  y  abrieron  de  nuevo  las 
del  gobierno  independiente  en  primero  de  agosto, 
desde  cuya  fecha  se  empezaron  a  transigir  con 
claridad  los  negocios  de  este  departamento. 

Las  circunstancias  políticas  hicieron  necesaria 
la  creación  del  juzgado  privativo  de  secuestros: 
este  era  el  único  medio  de  clasificar  las  acciones 
del  Estado  y  no  dejar  al  genio  fiscal  una  ampli- 
tud sin  límites  que  perjudicase  a  los  derechos  par- 
ticulares: su  organización  ha  prevenido  los  incon- 
venientes de  la  demora  y  los  abusos  del  celo. 

Un  gran  niímero  de  capitales  que  pertenecían 
a  la  extinguida  Inquisición,  a  los  jesuítas  expa- 
triados y  a  los  censos  de  peruanos,  estaban  antes 
divididos  en  varias  y  complicadas  administracio- 
nes, siguiendo  el  mismo  principio  de  multiplicar 
los  empleos  para  entretener  la  pereza.  Era  tiem- 
po de  sacar  aquellas  propiedades  del  caos  en  que 
estaban,  y  a  este  fin  se  creó  la  dirección  de  censos 
y  obras  pías,  que  metodizando  la  administración 
de  aquellos  fondos,  rasgase  el  velo  que  hacía  im- 


OBRAS    POLÍTICAS  2'j9 

penetrable  el  conocimiento  de  sus  productos  y  de 
su  inversión.  Este  plan  se  ha  realizado  en  gran 
parte,  y  por  un  decreto  posterior  se  han  aplicado 
a  la  instrucción  pública  todos  los  ingresos  que  tie- 
ne la  caja  de  la  dirección. 

Entre  los  establecimientos  que  han  servido  de 
apoyo  a  nuestro  actual  sistema  de  rentas,  debe  ha- 
cerse mención  del  banco  auxiliar  de  papel  moneda, 
sin  el  cual  no  habría  podido  llenarse  el  déficit  del 
medio  circulante,  que  las  circunstancias  de  la  gue- 
rra han  hecho  escasear  cada  día  más.  La  cantidad 
de  billetes  que  circula  es  inferior  al  crédito  que 
se  ha  empeñado  para  responder  de  ella:  cada  tri- 
mestre se  amortiza  la  mitad  de  su  valor  con  di- 
nero, y  esta  operación  se  ha  practicado  ya  dos  ve- 
ces con  la  mayor  religiosidad.  El  pueblo  que  no 
estaba  acostumbrado  a  la  circulación  del  papel, 
conoce  insensiblemente  sus  ventajas:  a  proporción 
que  se  extiendan  los  recursos  del  Estado,  y  que  la 
experiencia  rectifique  el  método  económico  del 
Banco,  se  llenarán  todos  los  objetos  que  comprende 
el  plan  de  diciembre,  facilitando  los  pedidos  de 
la  tesorería  y  aumentando  los  capitales  del  país 
por  la  mayor  demanda  de  industria  y  de  trabajo 
que  naturalmente  produce  la  multiplicación  del 
medio  circulante. 

Por  liltimo,  considerando  la  situación  del  país 
con  respecto  a  su  prosperidad  y  medios  que  hoy 
tiene  de  obtenerla,  a  nadie  parecerá  exagerado  el 
concepto  de  los  grandes  progresos  que  ha  hecho 
a  la  sombra  de  la  libertad.  Aunque  se  han  dismi- 
nuido los  capitales  por  los  consumos  de  la  guerra 
y  la  inmigración  que  es  consiguiente  a  ella,  la 
suma  de  los  que  han  quedado  rinde  hoy  más  pro- 
ductos que  antes,  porque  la  industria  demanda 
mayores  fondos  cuando  puede  emplearse  con  fran- 
queza, sin  las  trabas  del  antiguo  monopolio,  y 
porque  en  fuerza  de  nuestras  nuevas  instituciones 
se  han  puesto  en  el  mercado  un  gran  niímero  de 
capitales  que  estaban  sustraídos  a  la  circulación. 
Es  verdad  que  ya  no  se  encuentran  esos  grandes 
propietarios  que  unidos  al  gobierno  absorbían  to- 


240  BEENARDO    MONTEAGUDO 

dos  los  productos  de  nuestro  suelo:  pero  subdivi- 
didas  las  fortunas,  hoy  vive  con  decencia  una  por- 
ción considerable  de  americanos,  que  no  ha  mucho 
tiempo  tenían  que  mendigar  el  amparo  de  los  es- 
pañoles. El  vasto  campo  de  especulación  que  ofre- 
ce el  comercio  con  la  rebaja  de  los  gravámenes  a 
que  estaba  sujeto,  las  nuevas  comunicaciones  que 
se  han  entablado  con  los  Estados  del  Norte  y  del 
Mediodía,  cuya  política  en  general  es  uniforme 
con  la  nuestra,  todo  presenta  al  genio  emprende- 
dor y  laborioso,  recursos  que  antes  eran  prohibidos 
directa  o  indirectamente  a  los  naturales  del  país. 

Es  también  una  ventaja  que  deriva  del  orden 
actual  la  baja  del  precio  que  han  sufrido  en  el 
mercado  los  géneros  extranjeros,  y  la  mayor  fa- 
cilidad con  que  puede  surtirse  de  ellos  el  consu- 
midor. Si  no  hay  actualmente  la  abundancia  de 
numerario  que  antes  de  la  guerra,  al  menos  pue- 
den cambiarse  las  comodidades  de  la  vida  por  la 
mitad  o  la  tercia  parte  del  valor  que  antes  era 
necesario. 

Mas  prescindiendo  de  las  ventajas  y  desventajas 
que  son  propias  de  las  circunstancias  transitorias 
en  que  nos  hallamos,  observaré,  por  conclusión,  que 
a  más  de  los  beneficios  generales,  que  nacen  de  la 
independencia,  el  país  ha  hecho  una  adquisición 
inapreciable,  examinada  su  importancia  económi- 
camente. Hablo  de  la  actividad  que  ha  tomado  la 
industria  y  de  la  mayor  suma  de  trabajo  que  hoy  se 
emplea  en  aumentar  la  producción.  Lejos  de  es- 
tar sujeta  esta  adquisición  a  las  vicisitudes  ordi- 
narias, el  tiempo  y  el  ejercicio  doblarán  su  va- 
lor: en  la  paz  y  en  la  guerra  los  hombres  que  se 
habitúan  al  trabajo,  difícilmente  viven  en  la  ocio- 
sidad. 

Yo  he  llegado  al  término  de  la  exposición  que  se 
me  ordenó  hiciese  a  V.  E,  de  las  tareas  del  gobier- 
no en  cada  departamento  de  la  administración; 
aquí  es  necesario  volver  a  recordar  el  punto  de 
donde  hemos  partido:  pensar  cuál  era  la  situación 
del  país  en  el  mes  de  julio  del  año  anterior,  y  cuá- 
les los  adelantamientos  en  que  hoy  se  halla:  com- 


OBRAS    POLÍTICAS  241 

parar  lo  pasado  con  lo  presente,  para  calcular  el 
porvenir  que  nos  aguarda  si  marchamos  con  fir- 
meza al  objeto  de  nuestros  sacrificios.  Nos  halla- 
mos en  el  último  período  de  la  guerra  y  en  la  vís- 
pera de  grandes  acontecimientos  políticos  y  mi- 
litares: el  genio  de  la  independencia  está  con  nos- 
otros: él  nunca  abandona  al  coraje  cuando  la  jus- 
ticia lo  dirige.  Tenemos  fuerzas  para  combatir,  y 
opinión  para  triunfar:  al  hablar  de  la  opinión,  es 
necesario  hacer  saber  al  enemigo,  que  ell^,  es  uni- 
forme y  general  en  todas  las  clases  del  pueblo. 
¡  Desgraciado  el  que  imagine  lo  contrario !  Ya  no 
hay  sino  uno  solo  sentimiento  acerca  de  la  inde- 
pendencia de  América,  y  en  prueba  de  su  univer- 
salidad, la  única  cuestión  que  ocupa  a  los  que 
piensan,  es  acerca  de  la  forma  de  gobierno  que 
convenga  adoptar:  el  nombre  de  rey  se  ha  hecho 
odioso  a  los  que  aman  la  libertad:  el  sistema  re- 
publicano inspira  confianza  a  los  que  temen  la  es- 
clavitud: este  gran  problema  será  resuelto  en  el 
próximo  congreso:  la  voluntad  general  dará  la  ley, 
y  ella  será  respetada  y  sostenida. 

Mientras  los  representantes  del  pueblo  fijan  su 
destino,  y  mientras  el  ejército  llena  sus  lutimos 
deberes  en  la  próxima  campaña,  a  la  actual  admi- 
nistración le  queda  el  placer  de  haber  dirigido 
los  negocios  públicos  en  el  año  de  los  mayores  ries- 
gos y  dificultades,  si  no  con  todo  el  acierto  posi- 
ble, al  menos  con  el  celo  más  ardiente  y  la  consa- 
gración más  ilimitada.  Ella  empezó  a  gobernar  un 
pueblo  enfermo  de  esclavitud,  habituado  a  no  te- 
mer y  no  pensar,  y  desco7i fiado  de  stis  fuerzas  por- 
que no  las  había  probado  todavía:  hoy  gobierna 
a  un  pueblo  fiero  de  su  independencia,  que  medita 
y  reflexiona  sobre  sus  derechos,  que  sabe  de  lo  que 
es  capaz,  y  nunca  olvidará  la  escena  que  presentó 
el  7  de  septiembre.  ¡Quiera  el  Grande  Autor  del 
universo  que  los  sacrificios  que  hasta  aquí  ha  he- 
cho el  pueblo  peruano  para  cooperar  a  las  ideas 
y  pensamientos  del  gobierno,  tengan  por  premio 
la  libertad  civil  y  la  independencia  nacional;  y 
que  aprovechándose  el  Perú  de  la  experiencia  de 

16 


242  BERNARDO    MONTEAGUDO 

otros  pueblos,  y  de  las  felices  circunstancias  en 
que  se  halla,  llegue  cuanto  antes  al  término  de  la 
revolución,  sin  que  ella  cueste  lágrimas  a  la  filo- 
sofía, ni  dé  armas  a  nuestros  enemigos  para  ca- 
lumniar la  santidad  de  nuestros  votos!  Feliz  del 
que  me  suceda  en  este  destino,  si  al  hacer  igual 
exposición  de  las  tareas  ulteriores  del  gobierno, 
tiene  la  misma  fortuna  que  yo,  de  no  verse  pre- 
cisado a  referir  grandes  contrastes,  o  detallar  ca- 
lamidades que  no  haya  podido  evitar  la  pruden- 
cia. Si  él  anuncia  la  paz  del  Perú  y  la  perfección 
de  sus  instituciones  sociales,  yo  envidio  desde  aho- 
ra su  suerte,  y  este  sentimiento  es  propio  del  que 
no  suspira  sino  por  la  independencia  y  prosperi- 
dad de  su  patria. 


LIBRO  V 

DISCURSOS  PATRIÓTICOS 

(1812-1822) 


ORACIÓN  INAUGURAL 

PEONUNCIADA  EN  LA  APERTURA   DE  LA   SOCIEDAD 
PATRIÓTICA  LA  TARDE  DEL  13  DE  ENERO  DE  1812 

Yo  prefiero  una  procelosa  liber- 
tad a  la  esclavitud  tranquila. 
Lepid.  Arenga  al  pueblo  romano. 

Exordio 

Aislado  el  hombre  en  su  primitivo  estado  y  re- 
ducido al  estrecho  círculo  de  sus  insuficientes  re- 
cursos, buscó  en  la  sociedad  de  sus  semejantes  el 
apoyo  de  su  precaria  existencia,  y  bien  presto  la 
necesidad  sancionó  la  unión  recíproca  que  anhe- 
laba el  instinto.  Mas  apenas  conoció  las  primeras 
ventajas  de  esta  asociación,  cuando  ya  sintió  sus 
inconvenientes  y  peligros:  el  más  fuerte,  el  más 
saga55  de  los  asociados  hizo  los  primeros  ensayos 
de  la  tiranía,  y  el  débil  resto  empezó  a  preparar 
con  su  obediencia  pasiva  la  materia  de  que  se  ha- 
bía de  formar  después  el  primer  eslabón  de  la  ca- 
dena de  los  mortales.  La  sociedad  hizo  progresos, 
el  hombre  satisfizo  sus  necesidades,  encontró  lo 
útil,  descubrió  lo  agradable  y  calculó  que  podría 
dilatar  con  el  tiempo  la  esfera  de  sus  placeres. 
Cada  día  daba  un  paso  en  sus  adquisiciones  y  re- 
trogradaba en  sus  recursos,  porque  sus  urgencias 
se  multiplicaban  en  razón  de  aquéllas:  crecían  sus 
apetitos,  pululaban  sus  pasiones,  y  su  inexperta 
razón  fluctuaba  en  la  impotencia  de  satisfacerlas. 
En  este  contraste  empezó  el  hombre  a  inventar 
recursos  y  combinar  sus  fuerzas  con  los  primeros 
medios  que  le  sugería  su  limitado  y  naciente  in- 


246  BERNARDO    MONTEAGUDO 

genio.  El  error  presidió  sus  primeros  ensayos,  y 
en  el  embrión  de  sus  combinaciones  descubrió  ya 
el  germen  de  sus  vicios,  resultado  preciso  de  su 
ignorancia ;  porque  la  perversidad  no  es  sino  el 
efecto  de  un  falso  cálculo.  Por  último  emprendió 
el  crimen  sin  prever  sus  consecuencias,  y  su  co- 
razón recibió  entonces  diferentes  impresiones  que 
fijaron  la  época  de  su  corrupción  y  de  su  infeli- 
cidad. 

Ofuscado  ya  el  espíritu  bumano  y  viciada  su 
complexión  moral,  se  familiarizó  con  los  atenta- 
dos y  puso  por  ley  fundamental  de  su  primer  có- 
digo la  fuerza  y  la  violencia.  En  este  período  la 
raza  de  los  hombres  se  multiplicaba  ya  por  todas 
partes,  y  de  las  primeras  sociedades  empezaron  a 
formarse  sucesivamente  reinos,  imperios  y  nume- 
rosas asociaciones.  La  tierra  se  pobló  de  habitan- 
tes; los  unos  opresores  y  los  otros  oprimidos:  en 
vano  se  quejaba  el  inocente ;  en  vano  gemía  el 
justo;  en  vano  el  débil  reclamaba  sus  derechos. 
Armado  el  despotismo  de  la  fuerza,  y  sostenido 
por  las  pasiones  de  un  tropel  de  esclavos  volunta- 
rios, había  sofocado  ya  el  voto  santo  de  la  natu- 
raleza, y  los  derechos  originarios  del  hombre  que- 
daron reducidos  a  disputas,  cuando  no  eran  comba- 
tidos con  sofismas.  Entonces  se  perfeccionó  la  legis- 
lación de  los  tiranos:  entonces  la  sancionaron  a  pe- 
sar de  los  clamores  de  la  virtud,  y  para  acabar  de 
oprimirla  llamaron  en  su  auxilio  el  fanatismo  de 
los  pueblos,  y  formaron  un  sistema  exclusivo  de 
moral  y  religión  que  autorizaba  la  violencia  y 
usurpaba  a  los  oprimidos  hasta  la  libertad  de  que- 
jarse, graduando  el  sentimiento  por  un  crimen. 

Mientras  el  mundo  antiguo,  envuelto  en  los  ho- 
rrores de  la  servidumbre,  lloraba  su  abyecta  situa- 
ción, la  América  gozaba  en  paz  de  sus  derechos, 
porque  sus  filántropos  legisladores  aun  no  estaban 
inficionados  con  las  máximas  de  esa  política  par- 
cial, ni  habían  olvidado  que  el  derecho  se  distin- 
gue de  la  fuerza  como  la  obediencia  de  la  esclavi- 
tud; y  que,  en  fin,  la  soberanía  reside  sólo  en  el 
pueblo  y  la  autoridad  en  las  leyes,  cuyo  primer 


OBRAS    POLÍTICAS  247 

vasallo  es  el  príncipe.  No  era  fácil  permaneciesen 
por  más  tiempo  nuestras  regiones  libres  del  con- 
tagio de  la  Europa,  en  una  época  en  que  la  codi- 
cia descubrió  la  piedra  filosofal  que  liabía  busca- 
do inútilmente  hasta  entonces.  Una  religión  cuya 
santidad  es  incompatible  con  el  crimen  sirvió  de 
pretexto  al  usurpador.  Bastaba  ya  enarbolar  el 
estandarte  de  la  cruz  para  asesinar  a  los  hombres 
impunemente,  para  introducir  entre  ellos  la  discor- 
dia, usurparles  sus  derechos  y  arrancarles  las  ri- 
quezas que  poseían  en  su  patrio  suelo.  Sólo  los 
climas  estériles  donde  son  desconocidos  el  oro  y  la 
plata,  quedaban  exentos  de  este  celo  fanático  y 
desolador.  Por  desgracia  la  América  tenía  en  sus 
entrañas  riquezas  inmensas,  y  esto  bastó  para  po- 
ner en  acción  la  codicia,  quiero  decir  el  celo  de 
Fernando  e  Isabel  que  sin  demora  resolvieron  to- 
mar posesión  por  la  fuerza  de  las  armas,  de  unas 
regiones  a  que  creían  tener  derecho  en  virtud  de 
la  donación  de  Alejandro  YI,  es  decir,  en  virtud 
de  las  intrigas  y  relaciones  de  las  cortes  de  Roma 
con  la  de  Madrid.  En  fin,  las  armas  devastadoras 
del  rey  católico  inundan  en  sangre  nuestro  conti- 
nente; infunden  terror  a  sus  indígenas;  los  obli- 
gan a  abandonar  su  domicilio  y  buscar  entre  las 
bestias  feroces  la  seguridad  que  les  rehusaba  la 
barbarie  del  conquistador. 

Establecida  por  estos  medios  la  dominación  es- 
pañola se  aumentaban  cada  día  los  eslabones  de 
la  cadena  que  ha  arrastrado  hasta  hoy  la  América, 
y  por  el  espacio  de  más  de  300  años  ha  gemido  la 
humanidad  en  esta  parte  del  mundo  sin  más  des- 
ahogo que  el  sufrimiento,  ni  más  consuelo  que  es- 
perar la  muerte  y  buscar  en  las  cenizas  del  sepul- 
cro el  asilo  de  la  opresión.  La  tiranía,  la  ambición, 
la  codicia,  el  fanatismo,  han  sacrificado  millares 
de  hombres,  asesinando  a  unos,  haciendo  a  otros 
desgraciados,  y  reduciendo  a  todos  al  conflicto  de 
aborrecer  su  existencia  y  mirar  la  cuna  en  que  na- 
cieron como  el  primer  escalón  del  cadalso  donde 
por  el  espacio  de  su  vida  habían  de  ser  víctimas 
del  tirano  conquistador.  Tan  enorme  peso  de  des- 


24S  BERNARDO    MONTEAGUDO 

gracias  desnaturalizó  a  los  americanos  hasta  ha- 
cerlos olvidar  que  su  libertad  era  imprescripti- 
ble: y  habituados  a  la  servidumbre  se  contentaban 
con  mudar  do  tiranos  sin  mudar  de  tiranía.  En 
vano  de  cuando  en  cuando  la  naturaleza  daba  un 
grito  en  medio  de  la  América  por  boca  de  algunos 
héroes  intrépidos:  un  letargo  profundo  parecía  ser 
el  estado  natural  de  sus  habitantes,  y  si  alguno 
hablaba,  luego  caía  sobre  su  cabeza  el  homicida 
anatema  del  rey  o  de  sus  ministros,  y  los  buenos 
deseos  de  los  corazones  sensibles  doblaban  la  des- 
gracia y  la  humillación  de  los  demás...  Las  eda- 
des se  sucedían,  las  revoluciones  del  globo  mos- 
traban la  instabilidad  del  trono  de  los  déspotas, 
y  sólo  la  América  parecía  estar  destinada  a  ser- 
vir de  eterno  pábulo  a  la  tiranía  exaltada,  hasta 
que  presentándose  sobre  la  escena  del  mundo  un 
político  y  feliz  guerrero,  cuyos  triunfos  igualan 
el  número  de  sus  empresas,  y  a  quien  con  razón 
hubiera  mirado  la  ciega  gentilidad  como  al  Dios 
de  las  batallas,  concibe  el  gran  designio  de  rege- 
nerar a  esa  nación  degradada  por  la  corrupción  de 
su  corte,  enervada  por  las  pasiones  de  sus  minis- 
tros y  reducida  por  la  ignorancia  a  una  estúpida 
apatía  que  no  le  dejaba  acción  sino  para  aniqui- 
lar lo  que  ya  había  destruido  su  codicia.  Lo  con- 
sigue por  medio  de  la  fuerza  combinada  con  la 
persuasión  e  intrigas  de  los  mismos  españoles,  j 
el  león  de  tan  decantada  bravura  rinde  la  cerviz 
a  las  armas  del  emperador.  Llegan  las  primeras 
noticias  a  la  América,  y  al  modo  que  un  fenómeno 
incalculado  pone  en  entredicho  las  sensaciones 
del  filósofo,  quedan  todos  al  primer  golpe  de  vista 
poseídos  de  sorpresa,  que  en  los  unos  produce  lue- 
go el  pavor  y  en  otros  la  confianza.  Los  hombres  se 
preguntan  con  asombro  ríqué  hay  de  nuevo?  T 
todos  buscan  el  silencio  para  contestar  que  pere- 
ció la  España  y  se  disolvió  ya  la  cadena  de  nuestra 
dependencia.  No  importa  que  busqiien  todavía  el 
silencio  y  la  sombra  pnrn  respirar:  en  breve  serán 
todos  intrépidos,  y  sólo  temblarán  los  que  antes 
infundían  terror  al  humilde  americano. 


OBRAS    POLÍTICAS  249 

Así  sucedió  a  poco  tiempo:  empezó  nuestra  re- 
volución, y  en  vano  los  mandatarios  de  España 
ocurrirán  con  mano  trémula  y  precipitada  a  em- 
puñar la  espada  contra  nosotros:  ellos  erguían  la 
cabeza,  y  juraban  apagar  con  nuestra  sangre  la 
llama  que  empezaba  a  arder;  pero  luego  se  ponían 
pálidos  al  ver  la  insuficiencia  de  sus  recursos.  La 
Plata  rasgó  el  velo ;  la  Paz  presentó  el  cuadro ; 
Quito  arrostró  los  suplicios ;  Buenos  Aires  desplegó 
a  la  faz  del  mundo  su  energía  y  todos  los  pueblos 
juraron  sucesivamente  vengar  la  naturaleza  ul- 
trajada por  la  tiranía. 

Ciudadanos,  lie  aquí  la  época  de  la  salud:  el 
orden  inevitable  de  los  sucesos  os  lia  puesto  en 
disposición  de  ser  libres  si  queréis  serlo:  en  vues- 
tra mano  está  abrogar  el  decreto  de  vuestra  escla- 
vitud y  sancionar  vuestra  independencia.  Sostener 
con  energía  la  majestad  del  pueblo;  fomentar  la 
ilustración,  y  tales  deben  ser  los  objetos  de  esta 
sociedad  patriótica,  que  sin  duda  tara  época  en 
nuestros  anales,  si,  como  j'o  lo  espero,  fija  en  ellos 
los  esfuerzos  de  su  celo  y  amor  piiblico.  Analice- 
mos la  importancia  de  esta  materia. 


ARTICULO    PRIMERO 

No  habría  tiranos  si  no  hubiera  esclavos,  y  si 
todos  sostuvieran  sus  derechos,  la  usurpación  sería 
imposible.  Luego  que  un  pueblo  se  corrompe  pier- 
de la  energía,  porque  a  la  transgresión  de  sus  de- 
beres es  consiguiente  el  olvido  de  sus  derechos,  y 
al  que  se  defrauda  lo  que  se  debe  a  sí  propio  le  es 
indiferente  el  ser  defraudado  por  otro.  Cuando 
veo  a  Roma  libre  producir  tantos  héroes  como  ciu- 
dadanos, cuando  veo  al  tribuno,  al  cónsul,  al  dic- 
tador sacrificarse  en  las  calamidades  públicas  a  las 
furias  infernales  por  medio  de  una  augusta  y  te- 
rrible ceremonia;  cuando  veo  que  el  espíritu  públi- 
co forma  el  patrimonio  de  un  romano;  cuando  veo 
el  pabellón  de  la  repiiblica  en  toda  Italia,  en  una 
parte  de  la  Sicilia,  en  la  España,  en  las  Gallas  y 


250  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

aun  en  el  África,  infiero  desde  luego  que  en  Roma 
no  puede  haber  un  usurpador,  porque  veo  que  el 
pueblo  sostiene  sus  derechos  y  respeta  sus  debe- 
res; pero  cuando  veo  que  cada  magistrado  es  un 
concesionario,  que  sólo  el  dinero  y  la  intriga  ele- 
van los  pretendientes  a  las  sillas  curules,  que  las 
legiones  de  la  República  no  son  ya  sino  las  le- 
giones de  los  proceres,  y  que  los  ciudadanos  no 
tratan  sino  de  hacer  un  tráfico  vergonzoso  de  sus 
derechos,  no  dudo  que  se  acerca  la  época  de  Au- 
gusto y  el  fin  de  la  república. 

Un  usurpador  no  es  más  que  un  cobarde  ase- 
sino que  sólo  se  determina  al  crimen  cuando  las 
circunstancias  le  aseguran  la  ejecución  y  la  im- 
punidad; teme  la  sorpresa,  y  procura  prevenir  el 
descuido:  la  energía  del  pueblo  lo  arredra,  y  así 
espera  que  llegue  á  un  momento  de  debilidad  o 
caiga  en  la  embriaguez  febril  de  sus  pasiones:  él 
conoce  que  mientras  la  libertad  sea  el  objeto  de 
los  votos  públicos,  sus  insidias  no  harán  más  que 
confirmarlas,  pero  que  cuando  en  las  desgracias 
comunes  cada  uno  empieza  a  decir  «yo  tengo  que 
cuidar  mis  intereses»,  este  es  el  instante  en  que  el 
tirano  ensaya  sus  recursos  y  persuade  fácilmente 
a  un  pueblo  aletargado  que  la  fuerza  es  un  de- 
recho :  todas  las  demás  consecuencias  proceden 
de  este  principio,  pero  es  imposible  que  las  armas 
lo  sancionen  si  la  debilidad  del  pueblo  no  lo  auto- 
riza: en  vano  se  presentarán  en  Atenas  treinta  ti- 
ranos para  usurpar  la  autoridad  por  la  fuerza, 
ellos  podrán  por  el  espacio  de  ocho  meses  hacer 
temblar  a  la  virtud  y  sacrificar  1,500  ciudadanos 
privándolos  aún  de  los  obsequios  fúnebres,  pero 
mientras  los  atenienses  amen  la  libertad  y  el  pue- 
blo no  degenere  por  la  corrupción,  Atenas  será  li- 
bre, y  no  faltará  un  Tracíbulo  que  restablezca  la 
majestad  del  pueblo.  No  lo  dudemos;  mientras 
éste  sostenga  sus  derechos,  los  tiranos  harán  vanas 
tentativas,  y  donde  crean  elevar  su  trono  no  harán 
más  que  encontrar  su  sepulcro. 

Pero  todo  pueblo  ilustrado,  bárbaro,  guerrero 
o  pacífico,  virtuoso  o  corrompido  necesita  una  cau- 


OBRAS    POLÍTICAS  251 

sa  que  lo  mueva  y  un  agente  que  lo  determine:  él 
se  entregaría  a  impresiones  ciegas  y  desordenadas 
en  el  momento  que  le  faltase  un  principio  deter- 
minante de  sus  acciones:  él  necesita  que  los  que 
mejor  conocen  sus  intereses  lo  ilustren,  y  sabe  muy 
bien  que  aunque  no  es  fácil  se  corrompa  su  cora- 
zón, podría  vacilar  su  suerte  en  los  peligros,  fluc- 
tuar su  prosperidad  en  la  paz  y  ver  amenazada  su 
existencia  por  la  fuerza  o  la  anarquía.  Prevenido 
de  este  instinto  busca  siempre  en  los  conflictos  una 
mano  que  lo  sostenga  y  corre  con  entusiasmo  don- 
de lo  llama  el  héroe  que  le  ofrece  salvarlo:  si  po- 
seído éste  del  amor  a  la  gloria  emprende  cosas 
grandes,  su  ejemplo  le  bace  sentir  luego  hasta  qué 
grado  de  fuerza  puede  elevarse  su  virtud,  y  comu- 
nicándose a  la  multitud  la  energía  del  individuo 
llega  a  fijar  su  destino. 

Ningún  pueblo  ha  derogado  ni  puede  derogar 
sus  derechos ;  su  propensión  a  la  salud  pública  es 
una  necesidad  que  resulta  de  su  organización  mo- 
ral, y  su  amor  a  la  independencia  es  tanto  mayor, 
cuanto  es  más  íntimo  el  convencimiento  que  tiene 
de  su  propia  dignidad:  él  la  sostendrá  con  sus  fuer- 
zas físicas,  si  el  que  dirige  su  opinión  desenvuelve 
esta  aptitud.  Al  hombre  ilustrado  toca  este  deber, 
y  sus  luces  son  la  medida  de  los  esfuerzos  con  que 
debe  contribuir.  He  aquí  como  insensiblemente  he 
venido  a  fijar  la  regla  que  debe  formar  el  espíritu 
de  una  institución  que  empieza  en  este  memorable 
día  y  llegará  a  ser  en  breve  el  seminario  de  las 
virtudes  públicas. 

Yo  no  dudo  que  si  hubiera  sido  compatible  con 
el  sistema  antiguo  la  existencia  de  un  solo  hombre 
capaz  de  hacer  conocer  a  los  pueblos  de  América 
su  dignidad,  el  período  de  la  opresión  acaso  no 
hubiera  sido  más  durable  que  el  de  la  sorpresa  que 
causó  en  ellos  la  irrupción  de  Hernán  Cortés  y  Pi- 
zarro;  pero  un  plan  reflexivo  de  tiranizar  fulmi- 
naba ya  terribles  anatemas  contra  todos  los  que 
tenían  alguna  influencia  en  la  multitud,  y  no  le 
inspiraban  ideas  de  envilecimiento  y  servidum- 
bre, ni  le  hacían  entender  que  debían  mirar  como 


252  BERNARDO    MONTEAGUDO 

un  don  del  cielo  las  cadenas  que  arrastraba,  obe- 
decer a  la  fuerza  como  a  una  ley  sagrada,  respetar 
la  esclavitud  como  un  deber  natural  y  no  conocer 
otra  voluntad  que  la  de  un  déspota  a  quien  la  pre- 
ocupación bacía  inviolable.  Esta  ba  sido  la  causa 
que  ba  perpetuado  basta  nuestros  días  el  sistema 
colonial  de  la  península:  los  pueblos  babían  ol- 
vidado su  dignidad,  y  ya  no  juzgaban  de  sí  mismos 
sino  por  las  ideas  que  les  inspiraba  el  opresor. 

Confirmada  por  la  experiencia  la  causa  de  nues- 
tros males  es  tiempo  de  repararlos,  destruyendo 
en  los  pueblos  toda  impresión  contraria  a  la  in- 
violabilidad de  sus  derecbos.  To  tengo  la  compla- 
cencia de  esperar  que  la  sociedad  patriótica  con- 
traerá todos  sus  esfuerzos  a  este  objeto,  conside- 
rándolo como  una  de  sus  primordiales  obligacio- 
nes: ella  debe  por  medio  de  sus  memorias  y  sesio- 
nes literarias  grabar  en  el  corazón  de  todos  esta 
sublime  verdad  que  anunció  la  filosofía  desde  el 
trono  de  la  razón ;  la  soberanía  reside  sólo  en  el 
pueblo  y  la  autoridad  en  las  leyes:  ella  debe  soste- 
ner que  la  voluntad  general  es  la  única  fuente  de 
donde  emana  la  sanción  de  ésta  y  el  poder  de  los 
magistrados:  debe  demostrar  que  la  majestad  del 
pueblo  es  imprescriptible,  inalienable  y  esencial 
por  su  naturaleza;  que  cuando  un  injusto  usurpa- 
dor la  atrepella  y  se  lisonjea  de  empuñar  un  ce- 
tro que  se  resiente  de  su  violencia,  y  ofrece  a 
la  vista  de  todo?  el  proceso  abreviado  de  sus  crí- 
menes, no  bace  poner  más  que  un  precario  entre- 
dicho al  ejercicio  de  aquella  prerrogativa  y  para- 
lizar la  convención  social  mientras  dure  la_  fuerza 
sin  debilitar  un  punto  los  principios  constitutivos 
de  la  inmunidad  civil  que  caracteriza  y  distingue 
los  derecbos  del  pueblo. 

Cuando  la  América  esté  firmemente  convencida 
de  estas  verdades  y  olvide  esos  inveterados  errores 
que  una  moral  exclusiva  y  parcial  ba  convertido 
en  dogmas  inconcusos,  ocurriendo  a  la  autoridad 
del  tiempo  en  defecto  de  la  sanción  de  las  leyes 
para  persuadir  que  la  justicia  era  el  apoyo  de  sus 
principios:    cuando    la    América    conozca    que   el 


OBRAS    POLÍTICAS  253 

santo  código  de  la  naturaleza  es  uno  e  invariable 
en  cualquier  parte  donde  se  multiplica  la  especie 
humana,  y  que  son  iguales  los  derechos  del  que 
habita  las  costas  del  Mediterráneo,  y  del  que  nace 
en  las  inmediaciones  de  los  Andes:  cuando  recuer- 
de su  antigua  dignidad,  y  reflexione  que  sus  origi- 
narios legisladores  conocieron  de  tal  modo  los  im- 
prescriptibles derechos  del  hombre,  y  la  naturale- 
za de  sus  convenciones  sociales,  que  considerán- 
dose siempre  como  los  primeros  ciudadanos  del 
Estado,  y  los  más  inmediatos  vasallos  de  la  ley, 
no  miraban  en  el  pueblo  que  les  obedecía  sino  la 
primera  fuente  de  su  autoridad,  sin  embargo  de 
que  su  origen  podía  hacerles  presumir  que  su  mis- 
ma cuna  les  daba  derecho  al  trono:  cuando  la 
América  entre  a  meditar  lo  que  fué  en  los  siglos 
de  su  independencia;  lo  que  ha  sido  en  la  época 
de  su  esclavitud,  y  lo  que  debe  ser  en  un  tiempo 
en  que  la  naturaleza  trata  ya  de  recobrar  sus  de- 
rechos, entonces  deducirá  por  consecuencia  de  es- 
tas verdades,  que  siendo  la  soberanía  el  fjrimer 
derecho  de  los  pueblos,  su  primera  obligación  es 
sostenerla,  y  el  supremo  crimen  en  que  puede  in- 
currir será,  por  consiguiente,  la  tolerancia  de  su 
usurpación.  Todo  derecho  produce  un  deber  relati- 
vo de  sostenerlo,  y  la  omisión  es  tanto  más  culpa- 
ble, cuanto  es  más  importante  el  derecho:  cada  uno 
de  los  que  tengan  parte  en  él  es  reo  delante  de  los 
demás  si  deja  de  contribuir  a  su  conservación.  Yo 
bien  sé  que  los  miembros  de  esta  naciente  socie- 
dad están  penetrados  de  estos  principios,  y  que 
su  conducta  va  a  formar  la  mejor  apología  de 
ellos:  bien  sé  que  uno  de  los  motivos  determinan- 
tes d©  esta  reunión  patriótica  ha  sido  analizar  y 
conocer  a  fondo  las  preeminencias  del  hombre, 
los  derechos  del  ciudadano  y  la  majestad  del  pue- 
blo; pero  es  imposible  sostenerla  sin  ilustrarlo 
sobre  los  principios  de  donde  deriva,  sobre  la  teo- 
ría en  que  se  funda  y  sobre  los  elementos  del  có- 
digo sagrado  de  la  naturaleza,  última  sanción  de 
todos  los  establecimientos  humanos.  Pero  si  el  error 
y  la  ignorancia  degradan  la  dignidad  del  pueblo 


254  BERNARDO    MONTEAGUDO 

disponiéndolo  a  la  servidumbre,  la  falta  de  virtu- 
des lo  conduce  a  la  anarquía,  lo  acostumbra  al 
yugo  de  un  déspota  perverso,  a  quien  siempre  ama 
la  multitud  corrompida;  porque  la  afinidad  de  sus 
costumbres  asegura  la  impunidad  de  sus  crímenes 
recíprocos.  Nada  importaría  que  desempeñase  la 
sociedad  aquel  primer  objeto,  si  prescindiese  de 
estos  dos  últimos:  el  silencio  respecto  de  ellos  ba- 
ria quimérica  toda  reforma  e  inverificable  todo 
plan ;  y  las  medidas  que  se  adoptasen  serían  tan 
frágiles  como  sus  principios. 


AETICULO    SEGUNDO 

La  ignorancia  es  el  origen  de  todas  las  desgra- 
cias del  hombre:  sus  preocupaciones,  su  fanatis- 
mo y  errores,  no  son  sino  las  inmediatas  conse- 
cuencias de  este  principio  sin  ser  por  esto  las  úni- 
cas. Yo  no  pretendo  probar  que  todo  píueblo  igno- 
rante sea  precisamente  desgraciado;  porque  en- 
cuentro a  cada  paso  en  la  historia  del  género  hu- 
mano ejemplares  de  varios  pueblos  que  han  sido 
felices  hasta  en  cierto  punto  en  medio  de  su  misma 
barbarie.  Tampoco  me  he  propuesto  combatir  al 
ciudadano  de  Ginebra  demostrando  que  el  progre- 
so de  las  ciencias  no  ha  contribuido  a  corromper 
las  costumbres,  sino  antes  bien  a  rectificarlas:  de- 
jemos a  la  Academia  de  Dijon  que  examine  este 
problema,  mientras  la  experiencia  lo  decide  sin 
necesidad  de  ocurrir  a  razonamientos  sutiles. 

Los  sentimientos  del  corazón  son  el  termómetro 
que  descubre  la  infancia  o  madurez,  la  debilidad 
o  el  vigor,  la  rectitud  o  corrupción  de  la  razón. 
Sus  progresos  en  el  bien  o  el  mal  tienen  como  to- 
das las  cosas  su  principio,  su  auge  y  su  ruina; 
períodos  consiguientes  a  la  debilidad  de  todo  ser 
limitado  que  no  puede  llegar  sino  por  grados  al 
extremo  del  vicio  o  la  virtud.  Cuando  j'o  veo  a  un 
pueblo  estúpido  envuelto  en  las  tinieblas  del  error, 
observo,  sin  embargo,  que  nada  ha  podido  sofocar 
el  instinto  que  lo  arrastra  a  la  felicidad,  y  que  en 


OBEAS   POLÍTICAS  255 

medio  de  sus  inveteradas  preocupaciones  él  tiene 
una  invencible  propensión  a  mejorar  su  destino. 
Sus  mismos  errores  son  una  prueba  de  ello:  inca- 
paz de  conocer  el  bien  o  el  mal  por  ignorancia,  de- 
lira en  sus  opiniones,  confunde  sus  principios,  in- 
vierte el  orden  de  sus  ideas,  respeta  sus  caprichos, 
adopta  sistemas  extravagantes  y  llega  a  poner  el 
crimen  en  el  rango  de  las  virtudes,  lisonjeándose 
de  haber  encontrado  la  verdad  cuando  más  se  ha 
alejado  de  ella.  Este  es  el  momento  en  que  eclip- 
sadas ya  todas  las  nociones,  e  incontrastable  en 
el  error,  sólo  gusta  de  lo  que  puede  apoyar  y  per- 
petuar sus  preocupaciones:  entonces  se  consagra 
al  fanatismo,  porque  en  él  encuentra  la  sanción 
de  sus  errores:  fanático  al  principio  por  debilidad 
y  luego  por  costumbre  adora  la  obra  de  su  deliran- 
te imaginación;  mira  los  prestigios  como  miste- 
rios; su  degradación  como  una  virtud  heroica,  y 
el  plan  de  sus  pasiones,  de  sus  inepcias  y  caprichos 
viene  a  ser  la  moral  que  reconoce. 

He  aquí  ya  un  pueblo  que  para  ser  esclavo  no 
necesita  sino  que  se  le  presente  un  tirano:  igno- 
rante, preocupado  y  fanático  él  no  puede  apreciar 
la  LIBERTAD,  porque  habituado  a  sujetar  todos  sus 
juicios  a  un  sofista  que  mira  como  oráculo,  y  limi- 
tando el  ejercicio  de  su  voluntad  a  una  obediencia 
servil,  fija  su  felicidad  en  poner  trabas  a  sus  ideas, 
en  aislar  sus  sentimientos  y  en  encadenar  sus  facul- 
tades, como  si  su  destino  no  fuese  otro  que  abru- 
mar su  debilidad  con  un  juego  voluntario.  Tales 
son  los  efectos  de  la  ignorancia,  tales  sus  progre- 
sos y  resultados.  Yo  no  necesito  confirmar  mis  ra- 
zonamientos con  ejemplos:  si  ellos  están  fundados 
en  la  naturaleza  de  las  cosas,  si  la  historia  del 
hombre  los  justifica,  excusado  sería  inculcar  so- 
bre la  conducta  de  los  tiranos,  último  comproban- 
te de  lo  que  he  afirmado:  excusado  sería  multipli- 
car- reflexiones  para  probar  que  la  ilustración  es 
un  crimen  en  su  arbitraria  legislación:  excusado 
sería  recordar  las  expresas  prohibiciones  que  nos 
sujetaban  hasta  hoy  a  una  humillante  y  funesta 
ignorancia:   excusado  sería  irritar  nuestro   furor 


266  BERNARDO    MONTEAGUDO 

al  vernos  después  de  tres  siglos  sin  artes,  sin  cien- 
cias, sin  comercio,  sin  agricultura  y  sin  industria ; 
no  teniendo  en  esto  otro  objeto  el  gobierno  de  Es- 
paña que  acostumbrarnos  al  embrutecimiento  para 
que  olvidásemos  nuestros  derechos  y  perdiésemos 
hasta  el  deseo  de  reclamarlos. 

Si  la  ignorancia  es  el  más  firme  apoyo  del  des- 
potismo, es  imposible  destruir  éste  sin  disipar 
aquélla:  mientras  subsista  esa  madre  fecunda  de 
errores  serán  puestos  en  problema  los  más  incon- 
trovertibles derechos  o  se  confundirán  con  los  más 
perniciosos  abusos,  resultando  no  menos  funesto 
que  el  trímero.  De  aquí  procede  que  muchos  creen 
amar  la  libertad,  cuando  sólo  buscan  el  liberti- 
naje, olvidando  que  aquélla  no  es  sino  el  derecho 
de  obrar  lo  que  las  leyes  permiten,  como  lo  de- 
muestra un  escritor  del  siglo  de  Luis  XIY.  Pro- 
penso el  hombre  a  abusar  de  sus  mismas  preemi- 
nencias se  lisonjea  siempre  de  encontrar  en  ellas 
la  salvaguardia  de  sus  crímenes,  y  cree  vulnera- 
dos sus  derechos,  cuando  se  trata  de  fijarles  el  tér- 
mino moral  que  los  circunscribe,  o  cuando  se  le 
advierte  el  precipicio  a  que  conduce  su  abuso:  in- 
fatuado por  el  error  atrepella  la  autoridad  de  la 
razón,  y  prostituyendo  sus  derechos  los  destruye, 
y  mira  como  a  un  opresor  al  que  quiere  sujetarlo 
en  la  esfera  de  sus  deberes.  Por  desgracia,  el  co- 
razón llega  a  ser  cómplice  en  estos  delirios,  y  en- 
tonces la  reforma  es  más  difícil,  pero  todo  el  mal 
procede  de  un  principio.  Incierta  y  vacilante  la 
razón  entre  el  error  y  la  ignorancia,  degeneran 
sus  ideas,  y  el  bien  o  el  mal  causan  igiiales  impre- 
siones en  la  voluntad,  porque  el  instinto  moral  que 
sigue  en  sus  movimientos,  la  vicia  por  su  propia 
contradicción  y  la  seduce  con  ambiguos  y  presti- 
giosos impulsos. 

Bien  sé  que  otras  causas  contrarias  han  produ- 
cido muchas  veces  los  mismos  efectos ;  por  desgra- 
cia los  más  saludables  remedios  que  sugiere  la 
filosofía  para  curar  las  enfermedades  del  género 
humano,  empeoran  su  miserable  destino,  y  do- 
blan el  fardo  pesado  de  sus  desgracias  cuando  se 


OBRAS    POLÍTICAS  257 

quiere  derogar  la  naturaleza  de  las  cosas,  en  vez 
de  reparar  sus  accidentales  vicios.  La  ilustración 
es  el  garante  de  la  felicidad  de  un  Estado;  pero 
cuando  llega  a  generalizarse  en  todas  sus  clases, 
cuando  el  refinamiento  de  las  ideas  se  sustituye  a 
la  exactitud  y  solidez;  cuando  el  invariable  sis- 
tema de  la  naturaleza  es  atacado  y  controvertido 
por  la  osadía  seductora  de  las  opiniones  de  los  sa- 
bios innovadores,  entonces  el  remedio  es  peor  que 
el  mal,  y  si  antes  las  tinieblas  ocultaban  la  ver- 
dad, la  demasiada  luz  propagada  indiscretamente 
deslumbra  los  ojos  de  la  multitud,  y  semejante  del 
que  sale  de  un  obscuro  recinto  a  recibir  de  golpe 
las  vivas  impresiones  que  comunica  el  sol  en  me- 
dio de  su  carrera,  confunde  la  realidad  de  los  ob- 
jetos con  sus  ficticias  especulaciones,  y  corre  en 
pos  de  bellezas  imaginarias  que  se  alejan  de  él 
cuanto  más  se  empeña,  al  modo  que  el  término 
del  horizonte  sensible  que  siempre  huye  del  que 
pretende  saciar  la  vista  con  su  inmediación.  Quizá 
fué  esta  una  de  las  causas  que  frustraron  en  nues- 
tros días  el  plan  suspirado  de  una  nación  siempre 
grande  en  sus  designios.  La  ilustración  era  casi 
general,  y  las  ideas  apuradas  por  esos  genios  su- 
blimes que  desde  el  reinado  de  Luis  el  Grande 
preparaban  la  ruina  del  último  Capeto,  habían 
conducido  los  espíritus  a  un  grado  de  prepotencia 
que  todos  se  creían  con  derecho  a  ser  jefes  de  par- 
tido. Cada  uno  consideraba  la  esfera  de  sus  cono- 
cimientos más  dilatada  que  la  de  los  demás  y  el 
espíritu  exclusivo  multiplicaba  las  facciones  a 
proporción  de  los  sabios  que  se  sucedían.  Pulula- 
ban sectas  y  partidos  en  todas  partes,  pero  la  nu- 
lidad e  insuficiencia  era  el  carácter  de  unas  y 
otras;  entonces  la  desolación  y  el  incendio  pusie- 
ron término  a  los  progresos  del  delirio,  y  pasando 
de  un  extremo  a  otro  elevaron  un  trono  colosal  so- 
bre las  ruinas  del  que  acababan  de  destruir,  olvi- 
dando que  poco  antes  juraron  un  odio  eterno  y  per- 
durable a  todos  los  tiranos  de  la  tierra. 

Tan  funesta  ha  sido  algunas  veces  la  influencia 
de  la  razón  exaltada  y  envanecida  por  la  rapidez 

17 


258  BERNARDO    MONTEAGUDO 

de  sus  progresos:  parece  que  nuestra  estirpe  está 
condenada  a  ser  siempre  miserable,  ya  cuando  se 
arrastra  humildemente  en  las  sombras  de  la  igno- 
rancia, ya  cuando  se  sobrepone  a  los  errores  y 
enarbola  con  vanidad  el  pabellón  de  la  filosofía. 
A  pesar  de  tan  misteriosas  contradicciones,  es  más 
vergonzoso  que  difícil  reducir  a  un  solo  principio 
el  origen  de  esta  sucesión  de  males.  La  ignoran- 
cia degrada  al  hombre,  el  error  le  hace  desgra- 
ciado, la  ilustración  llega  a  extraviarlo  cuando 
conspira  con  sus  pasiones  dominantes  a  ocultarle 
la  verdad  y  conducirlo  al  precipicio  con  brillantes 
engaños.  El  corazón  humano  tiene  un  odio  natu- 
ral al  vicio  y  mira  con  pánico  terror  las  desgra- 
cias a  que  le  conduce:  pero  luego  que  se  le  disfra- 
za la  deformidad  de  aquél,  y  se  le  oculta  el  tama- 
ño natural  de  éstas,  depone  sus  sentimientos  na- 
turales y  se  entrega  con  insolente  complacencia 
al  nuevo  impulso  que  recibe.  La  consecuencia  de 
estos  principios  es  de  muy  fácil  ilación:  el  error 
precipita  al  ignorante  y  la  corrupción  al  sabio. 
Desgraciado  el  pueblo  donde  se  aprecia  la  estupi- 
dez, pero  aun  más  desgraciado  aquél  donde  los  vi- 
cios se  toleran  como  costumbres  del  siglo  (1). 
Concluyamos  que  es  preciso  ilustrar  al  pueblo,  sin 
dejar  de  formarlo  en  las  costumbres,  porque  sin 
éstas  toda  reforma  es  quimérica  y  los  remedios  lle- 
garán a  ser  peores  que  el  mismo  mal. 

Bien  sé  que  si  por  desgracia  son  demasiado  tar- 
díos los  progresos  del  entendimiento  humano,  no  lo 
son  menos  los  de  sus  costumbres.  Sólo  una  buena 
legislación  auxiliada  por  la  naturaleza  del  clima, 
por  la  índole  de  sus  habitantes,  y  por  el  curso  del 
tiempo  ha  podido  algunas  veces  formar  un  pueblo 
más  o  menos  moral  y  acostumbrado  a  las  impresio- 
nes de  la  virtud.  La  perfección  de  esta  obra  es  el 
resultado  preciso  de  un  complexo  de  circunstan- 
cias casi  independiente  de  los  esfuerzos  del  filó- 
sofo. Sin  embargo,  los  preceptos  animados  del 
ejemplo  llegan  también  a  usurpar  el  imperio  del 

(1)    Quaefuerunt  vitia  mores  suní.— Séneca. 


OBRAS    POLÍTICAS  259 

liábito  fortificado  por  el  tiempo.  No  hay  empresa 
tan  ardua  que  no  pueda  superarla  un  valor  irri- 
tado, firme,  prudente  y  emprendedor.  Si  por  for- 
tuna concurren  algunos  genios  cuyo  destino  pare- 
ce ser  la  reforma  de  su  especie,  entonces  la  ilus- 
tración triunfa  de  los  errores  y  las  virtudes  de  la 
corrupción,  fundando  una  armonía  entre  la  fuer- 
za del  espíritu  y  el  influjo  de  una  voluntad  regla- 
da. Pero  esta  siempre  fué  la  obra  de  muchas  fuer- 
zas combinadas,  porque  difícilmente  produce  co- 
sas grandes  el  hombre  aislado:  su  genio,  su  carác- 
ter, su  talento,  todo  permanece  circunscripto  al 
círculo  de  sí  mismo,  y  sólo  en  la  unión  con  sus  se- 
mejantes descubre  lo  que  es  en  sí,  y  lo  que  puede 
influir  en  ellos.  Entonces  todos  participan  de  los 
deseos,  de  las  luces,  de  las  afecciones,  aun  de  los 
trasportes  del  que  se  agita  por  un  grande  interés: 
esta  comunicación  de  ideas  será  más  feliz  en  sus 
efectos  cuando  sea  recíproca  en  los  individuos  aso- 
ciados, como  es  justo  y  honroso  esperarlo  de  esta 
naciente  sociedad.  Todos  sus  miembros  se  hallan 
penetrados  de  iguales  sentimientos,  de  iguales  de- 
seos: su  sensible  corazón  va  a  desplegar  todo  su 
ardor  y  su  alma  se  dispone  a  derramar  el  entusias- 
mo que  la  inunda,  sin  que  pueda  haber  un  espec- 
tador indiferente  de  la  energía  que  anuncian  sus 
semblantes.  Este  va  a  ser  el  seminario  de  la  ilus- 
tración, el  plantel  de  las  costumbres,  la  escuela 
del  espíritu  público,  la  academia  del  patriotismo 
y  el  órgano  de  comunicación  a  todas  las  clases 
del  pueblo.  Las  tinieblas  de  la  ignorancia  se  di- 
siparán insensiblemente,  se  formarán  ideas  exac- 
tas de  los  derechos  del  pueblo,  de  las  prerrogati- 
vas del  hombre  y  de  las  preeminencias  del  ciuda- 
dano: las  virtudes  públicas  preservarán  el  corazón 
del  pueblo  de  toda  corrupción  y  no  darán  lugar 
al  abuso  de  su  restaurada  libertad:  todos  estos 
efectos  deben  esperarse  del  ardoroso  empeño  con 
que  la  sociedad  va  a  consagrar  sus  desvelos  y  ta- 
reas a  ilustrar  la  opinión  pública,  y  depurarla  de 
los  errores  y  vicios  que  inspira  la  esclavitud. 
Ciudadanos  congregados  por  la  salud  pública: 


260  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

he  detallado  según  mis  dilatados  conocimientos  y 
acomodándome  a  la  premura  del  tiempo  los  otjetos 
que  deben  fijar  vuestro  celo ;  pero  sólo  mis  ardien- 
tes deseos  podrán  ser  el  suplemento  de  las  faltas 
que  haya  cometido.  Bien  sé  que  mis  palabras  nada 
añadirán  a  vuestra  energía:  ella  sola  mudará  des- 
de hoy  el  aspecto  político  de  nuestros  negocios: 
dejad  que  los  peligros  se  amontonen  para  abrumar 
la  existencia  de  los  hombres  libres,  dejad  que  la 
rivalidad  de  un  pueblo  vecino  sirva  de  apoyo  a  la 
ambición  de  una  potencia  inerme  que  obtiene  el 
último  rango  entre  las  naciones ;  dejad  que  el  ti- 
rano del  Perú  calcule  su  engrandecimiento  sobre 
nuestra  ruina.  La  influencia  que  desde  hoy  va  a 
recibir  de  vosotros  este  pueblo  inmortal,  teatro  de 
los  grandes  sucesos,  asegurará  el  éxito  feliz  de 
los  fuertes  conflictos  en  que  nos  vemos.  La  socie- 
dad patriótica  salvará  la  patria  con  sus  aprecia- 
bles  luces,  y  si  fuese  preciso  correrá  al  norte  y  al 
occidente  como  los  atenienses  a  las  llanuras  de 
Marathón  y  de  Platea,  resueltos  a  convertirse  en 
cadáveres  o  tronchar  la  espada  de  los  tiranos.  Ciu- 
dadanos, agotad  vuestra  energía  y  entusiasmo  has- 
ta ver  la  luz  patria  coronada  de  laureles  y  a  los 
habitantes  de  la  América  en  pleno  goce  de  su  au- 
gusta y  suspirada  independencia. 


Declamación 

QUE  EN  LA  SESIÓN  PÚBLICA  DE  29  DE  OCTUBRE  HIZO  EL 
CIUDADANO  MONTEAGÜDO,  PRESIDENTE  DE  LA  SOCIEDAD 
PATRIÓTICA. 

Yo  no  pienso,  ciudadanos,  conmover  vuestro  do- 
lor recordando  las  heridas  de  esos  intrépidos  de- 
fensores de  la  patria  cuj'O  heroísmo  acaba  de  sor- 
prender nuestra  esperanza ;  ni  quiero  excitar  vues- 
tra admiración  comparando  el  orgulloso  cálculo 
que  hacía  la  confianza  de  los  déspotas,  con  el  feliz 


OBRAS    POLÍTICAS  261 

resultado  que  han  tenido  nuestos  tímidos  deseos. 
En  el  primer  caso  ofendería  vuestra  sensibilidad 
marchitando  los  laureles  del  triunfo  con  la  triste 
memoria  de  la  sangre  que  han  costado  al  vence- 
dor: y  en  el  segundo,  defraudaría  mi  principal  ob- 
jeto, sin  añadir  expresión  alguna  que  no  haya  an- 
ticipado vuestro  propio  corazón. 

Para  evitar  ambos  escollos,  dejemos  por  ahora 
descansar  a  los  ilustres  mártires  de  nuestra  inde- 
pendencia en  el  panteón  sagrado  de  la  inmortali- 
dad y  hagamos  tregua  a  la  admiración  de  sus  vir- 
tudes, para  reflexionar  sobre  los  deberes  que  nos 
impone  su  ejemplo. 

Cuando  yo  veo  a  los  guerreros  del  Tucumán,  in- 
sultar al  peligro  con  denuedo,  provocar  la  misma 
muerte  con  valor,  abrir,  al  fin,  su  sepulcro  con 
placer  y  presentarse  luego  a  las  legiones  enemigas, 
más  bien  con  el  deseo  de  morir  por  la  libertad,  que 
con  la  esperanza  de  vencer  la  tiranía;  cuando  yo 
los  veo  cubiertos  de  heridas  y  de  sangre,  agonizar 
con  las  armas  en  las  manos,  al  mismo  tiempo  que 
huían  con  pavor  los  alucinados  siervos  del  pro- 
tervo Goyeneche;  oigo  que  los  últimos  suspiros 
de  cada  vencedor  moribundo  se  dirigen  a  nosotros 
proclamando  en  el  mismo  sacrificio  de  su  vida  la 
obligación  que  nos  impone. 

¿Y  cuál  pensáis,  ciudadanos,  sea  el  objeto  de 
una  obligación  fundada  en  la  propia  sangre  de 
nuestros  hermanos  y  sellada  por  las  tiernas  lágri- 
mas que  os  ha  causado  su  muerte?  Permitidme 
anunciar  lo  que  yo  siento,  y  no  culpéis  a  mi  celo, 
si  antes  de  consultar  vuestros  sufragios  me  lison- 
jeo de  merecerlos,  y  de  no  esforzar  mis  esperanzas 
más  allá  del  término  de  vuestros  deseos. 

El  grande  y  augusto  deber  que  nos  impone  la 
memoria  de  las  víctimas  sacrificadas  el  24  de  sep- 
tiembre, es  declarar  y  sostener  la  independencia 
de  América.  He  aquí,  ciudadanos,  el  juicio  que 
he  formado  sobre  el  plan  que  debe  nivelar  nuestra 
conducta,  para  que  ella  corresponda  a  los  últimos 
votos  y  esperanzas  de  esa  porción  de  guerreros 
que  hoy  viven  en  el  imperio  de  la  gloria,  después 


262  BERNARDO    MONTEAGUDO 

de  haber  sacrificado  a  la  patria  cnanto  habían  re- 
cibido de  la  naturaleza.  T  si  sólo  el  amor  sagrado 
de  la  libertad  ba  podido  inspirarles  una  resolución 
tan  difícil  para  el  héroe  como  terrible  para  el 
hombre:  si  sólo  para  asegurar  nuestro  destino  y 
salvar  a  la  posteridad  del  peligro  de  la  esclavitud, 
han  renunciado  al  dulce  patrimonio  de  la  vida, 
olvidando  el  llanto  y  los  gemidos  de  sus  huérfa- 
nas familias:  si  sólo  por  ver  enarbolar  el  estan- 
darte de  la  independencia,  y  publicada  la  consti- 
tución que  nos  asegure  el  rango  a  que  aspiramos 
entre  las  naciones  libres,  hemos  visto  a  los  defen- 
sores del  Tucumán  presentar  una  escena  capaz  de 
justificar  nuestro  orgullo  en  lo  sucesivo  y  de  hu- 
millar para  siempre  la  esperanza  de  los  que  creen 
decidir  nuestro  destino  ¿cómo  podemos  ver  sin 
emulación  unos  ejemplos  tan  tocantes,  y  cómo 
recordaremos  sin  entusiasmo,  gratitud  y  ternura 
la  memoria  de  unos  hombres  que,  a  costa  de  su 
vida,  acaban  de  cerrar  la  puerta  a  los  peligros 
que  amenazaban  la  nuestra? 

fiCuál  sería  al  presente  nuestra  situación,  si 
cambiada  la  suerte  de  las  armas,  hubiese  triunfado 
el  sangriento  pabellón  de  los  tiranos?  Ruinas,  cadá- 
veres y  sangre  serían  quizás  el  único  vestigio  por 
donde  se  pudiese  hoy  conocer  el  espacio  que  ocu- 
paba en  el  globo  la  heroica  ciudad  del  Tucumán; 
y  acaso  el  ronco  sonido  de  las  cadenas,  mezclado 
con  el  eco  fiínebre  de  las  lágrimas  hubiese  ya  lle- 
gado hasta  los  confines  meridionales  de  la  provin- 
cia de  Córdoba,  poniendo  en  un  amargo  conflicto 
a  las  legiones  del  norte  y  abrumando  el  celo  de  esta 
capital  con  nuevos  cuidados  y  fatigas,  capaces  de 
producir  una  incertidumbre  decisiva. 

Entonces  la  orgullosa  Montevideo  _  dormiría 
tranquilamente  dentro  de  sus  muros,  insultando 
nuestra  situación  con  su  mismo  letargo:  entonces 
los  enemigos  interiores  acelerarían  el  momento  de 
nuestra  desolación,  engrosando  como  lo  han  he- 
cho otras  veces  la  masa  de  las  fuerzas  opresoras, 
y  poniéndonos  en  la  alternativa  de  dar  una  escena 
de  sangre  o  de  dejar  abierta  una  brecha  a  nuestra 


OBRAS   POLÍTICAS  263 

misma  seguridad:  entonces  la  fanática  pasión  del 
miedo  encadenaría  los  esfuerzos  de  la  multitud,  y 
el  conflicto  de  las  opiniones  sobre  los  sucesos  de 
los  males  públicos  comprometería  la  suerte  de  los 
más  intrépidos:  entonces,  en  fin,  cada  uno  de  nos- 
otros lloraría  haber  nacido,  y  estoy  cierto  que  pre- 
feriría las  sombras  del  sepulcro  a  la  terrible  ne- 
cesidad de  acompañar  el  eco  de  los  tiranos  y  decir 
con  ellos  muera  la  patria. 

No  lo  dudéis,  mis  caros  compatriotas:  éste  hu- 
biese sido  el  preciso  resultado  de  la  batalla  del  Tu- 
cumán,  y  sus  bravos  defensores  no  hubieran  re- 
dimido con  su  sangre  la  existencia  pública.  Los 
contrastes  se  hubieran  sucedido  unos  a  otros,  y  es- 
labonándose las  desgracias,  estaríamos  ya  en  el 
caso  de  temerlas  todas. 

Cada  día  con  dobles  necesidades  y  menos  recur- 
sos, con  más  angustias  que  esperanzas  y  sin  otro 
auxilio  que  el  que  debe  esperar  de  sí  mismo  un 
pueblo  aislado  (J  quién  de  vosotros  podría  prescin- 
cindir  de  una  zozobra  mortal,  de  una  inquietud 
continua  y  de  una  pavorosa  expectación  de  los  úl- 
timos sucesos?  Y  si  por  una  especial  providencia 
del  Eterno,  las  armas  de  la  patria  han  puesto  a 
los  opresores  en  la  necesidad  de  rendir  la  espada, 
^;  perderemos  el  fruto  de  una  acción  tan  gloriosa, 
sofocaremos  el  clamor  de  la  sangre  que  ha  costa- 
do y  limitaremos  nuestra  gratitud  a  una  admira- 
ción estéril  de  unos  héroes  que  han  muerto  por  la 
libertad?  No,  ciudadanos,  no:  el  medio  más  pro- 
pio de  honrar  su  memoria,  de  corresponder  a  sus 
sacrificios  y  de  indemnizar  su  pérdida,  por  decirlo 
así,  es  proclamar  v  sostener  la  independencia  del 
Sud.  Si  éste  ha  sido  el  único  y  gran  móvil  de  los 
ilustres  guerreros  del  Tucumán,  también  es  justo 
que  sea  el  supremo  término  de  nuestros  esfuerzos, 
ün  abreviado  ensayo  sobre  las  tiernas  emociones 
que  acompañaron  su  iiltima  agonía,  acabará  de 
íijar  nuestra  conducta. 

Cuando  me  traslado  a  ese  terrible  y  glorioso 
campo  de  batalla,  me  parece,  ciudadanos,  que  veo 
a  cada  uno  de  los  que  expiran,  contemplar  sus  he- 


264  BERNARDO    MONTEAGUDO 

ridas  con  trasporte  y  decir  en  su  corazón  antes  de 
entregar  el  espíritu:  ¡olí  patria  mía!  yo  no  lloro 
otra  desgracia  en  este  momento  que  la  de  no  po- 
der morir  más  de  una  vez  en  vuestro  obsequio ;  y 
sólo  siento  que  la  posteridad,  a  quien  consagro  mi 
existencia,  no  utilice  acaso  la  sangre  que  acabo 
de  derramar  por  su  salud,  desviándose  del  objeto 
que  me  ha  impelido  a  renunciar  la  ternura  de  mi 
familia,  prevenir  un  golpe  que  la  naturaleza  aun 
no  quería  descargar,  y  ser  víctima  de  mi  propio 
celo,  antes  que  la  tiranía  inmolase  mis  justas  es- 
peranzas. ¡  Oh  pueblo  americano !  ¿  Qué  gloria  me 
resultaría  del  sacrificio  de  mi  vida,  si  él  no  con- 
tribuyese a  asegurar  nuestra  libertad?  ¿Y  cómo 
podrías  justificaros  delante  del  universo,  si  des- 
pués de  haberme  impuesto  la  dura  ley  de  derra- 
mar mi  sangre,  no  os  aprovechaseis  de  ella  y  per- 
mitieseis por  vuestra  indolencia  o  apatía  que  mis 
cenizas  fuesen  testigos  de  la  ruina  de  mi  patria  y 
sirviesen  como  de  trofeo  al  nuevo  déspota  que  se 
exaltase? 

Ciudadanos:  este  fué  probablemente  el  clamor 
y  el  sentimiento  de  los  defensores  del  Tucumán, 
cuando  vieron  ya  la  muerte  pendiente  sobre  su 
cabeza,  y  abierto  el  templo  de  la  fama  donde  des- 
cansarán los  héroes  de  la  libertad.  Sed  sensibles 
a  una  insinuación  tan  conforme  a  vuestros  intere- 
ses, y  proclamad  a  la  faz  de  los  tiranos  el  sufragio 
universal  de  vuestros  deseos.  Jurad  la  independen- 
cia, sostenedla  con  vuestra  sangre,  enarbolad  su 
pabellón  y  éstas  serán  las  exequias  más  dignas  de 
los  mártires  del  Tucumán. 

{El  Grito  del  Sud,  noviembre  10  de  1812.) 


OBRAS    POLÍTICAS  265 


Sociedad  patriótica  literaria 

EN   LA   SESIÓN  DE   LA   NOCHE   DEL   12   DE    ENEKO    DE    1812 
DECLAMÓ  ASÍ  EL  CIUDADANO  MONTEAGUDO 

Ciudadanos:  un  acontecimiento  no  menos  amar- 
go para  las  almas  sensibles,  que  interesante  y  li- 
sonjero para  los  impíos  opresores  de  la  humani- 
dad, ha  conmovido  las  entrañas  de  mi  corazón, 
quizá  con  más  vehemencia  que  si  hoy  viera  ama- 
gada nuestra  suerte  política  por  esos  inevitables 
conflictos  que  prueban  muchas  veces  el  heroísmo 
o  sufrimiento  de  los  pueblos.  No  sólo  el  placer 
inspira  el  deseo  de  doblar  su  propia  existencia 
para  agotar  sus  impresiones:  el  dolor  y  la  desgra- 
cia sugieren  el  mismo  anhelo,  cuando  por  mucho 
que  se  apure  el  sentimiento,  no  puede  correspon- 
der a  la  grandeza  del  mal  que  lo  produce.  Enton- 
ces parece  que  la  angustia  autoriza  todos  los  re- 
cursos del  desahogo,  y  permite  interesar  en  su  im- 
presión a  cuantos  deben  sentir  la  influencia  de  su 
causa.  He  aquí  el  triste  y  deplorable  motivo  que 
me  determina  a  daros  idea  de  un  suceso  que  lamen- 
tará eternamente  la  filosofía,  mientras  hayan  co- 
razones sensibles  que  sepan  apreciar  la  dulzura 
de  las  lágrimas. 

Yo  me  estremezco,  ciudadanos,  cuando  veo  es- 
crito en  los  anales  del  pasado  un  acontecimiento, 
que  sólo  parece  posible  después  de  haber  sucedido, 
obligando  aún  entonces  a  dudar,  si  la  primera  esce- 
na fué  un  agradable  sueño,  y  si  la  última  sólo  ha 
sido  un  melancólico  delirio.  Pero  no,  no  defrau- 
demos los  derechos  de  la  angustia,  apurando  estos 
estériles  razonamientos  del  orgullo.  ¡  Murió  Cara- 
cas !  ¡  Ya  no  existe  la  confederación  de  Venezue- 
la!  y  en  lugar  de  los  cantos  de  libertad  que  ento- 
naba ayer,  hoy  arrastra  un  luto  fúnebre  y  doloro- 
so, que  retrata  expresivamente  la  amargura  de 
un  pueblo,  que  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos  paso 


366  BERNARDO  MONTE AGUDO 

de  la  servidumbre  a  la  libertad  y  luego  de  la  in- 
dependencia a  la  esclavitud. 

¡  Cuan  justo  es,  ciudadanos,  llorar  el  destino 
de  un  pueblo  que  después  de  haíjer  dado  a  la  Amé- 
rica la  primera  señal  de  alarma  en  el  glorioso  sa- 
cudimiento del  19  de  abril  de  1810,  después  de 
haber  dado  al  mundo  un  ejemplo  de  heroísmo,  de 
virtud  y  de  fraternidad  en  la  augusta  sanción  del 
5  de  julio  de  1811:  después  de  haber  elevado  en 
31  de  diciembre  del  mismo  un  eterno  monumento 
a  la  filosofía  y  a  la  equidad,  estableciendo  una 
constitución  capaz  por  sí  sola  de  justificar  nuestro 
orgullo  y  de  honrar  el  genio  americano  en  su  mis- 
mo rival  hemisferio:  después  de  haberse  mostrado 
grande  en  sus  esfuerzos,  admirable  en  la  rapidez 
de  sus  empresas,  sabio  en  la  perfección  de  sus  de- 
signios, ha  desaparecido  en  un  momento  del  mapa 
de  las  naciones  libres  y  sobre  las  pavesas  de  su  in- 
dependencia, sobre  las  ruinas  de  su  pabellón,  so- 
bre la  sangre  de  sus  mismos  mártires  ha  vuelto  a 
erguirse  el  orgulloso  despotismo  de  los  bárbaros 
españoles!  Pero  ^Jcómo  ha  podido  desplomarse  el 
santo  templo  de  la  justicia  y  prevalecer  el  crimen 
contra  la  causa  de  la  naturaleza?  Yoy  a  fijar  vues- 
tra incertidumbre,  ciudadanos,  aunque  ella  favo- 
rezca en  este  caso  la  sensibilidad  del  corazón. 

El  día  26  de  marzo  sufrió  Venezuela  un  horrible 
temblor  de  tierra  que  amenazó  de  cerca  la  exis- 
tencia de  todo  su  territorio,  y  se  repitió  con  espan- 
to en  la  mañana  del  4  de  abril  para  mayor  cons- 
ternación de  todos  sus  infelices  moradores.  No  e? 
difícil  calcular  la  influencia  de  un  fenómeno  que 
por  tantas  veces  ha  mudado  la  faz  de  la  tierra,  con- 
virtiendo en  ruinas  solitarias  a  los  más  soberbios 
monumentos  del  genio.  El  pavor  que  causan  en  la 
multitud  estos  terribles  amagos  de  la  naturaleza, 
ha  sido  también  el  origen  fecundo  de  todos  los 
dogmas  supersticiosos,  inventados  por  la  mayor 
parte  en  los  conflictos  de  una  desgracia  universal 
y  fomentados  por  el  interés  de  los  que,  por  oisri- 
mir  a  los  pueblos,  llaman  siempre  en  su  auxilio 
las  pasiones  sombrías  y  melancólicas. 


OBRAS   POLÍTICAS  267 

Así  ha  sucedido  recientemente  en  la  desventu- 
rada república  de  Venezuela,  después  de  la  ca- 
tástrofe del  25  de  marzo,  en  que  la  insidiosa  ra- 
bia de  los  españoles  vio  ya  presagiado  el  momento 
de  su  execrable  triunfo. 

Cuando  todos  los  habitantes  de  Venezuela,  que 
tuvieron  la  desgracia  de  sobrevivir  a  ese  fenómeno 
precursor  de  tantos  males,  parece  que  sólo  debían 
ocuparse  del  sentimiento  que  inspira  la  humani- 
dad hacia  las  víctimas  de  una  desolación  común; 
cuando  el  pueblo  sorprendido  se  abandonó  a  ese 
aturdimiento  momentáneo,  que  encadenando  to- 
das las  impresiones,  sólo  deja  en  libertad  al  terror 
y  ala,  congoja,  entonces  los  españoles,  embriagados 
de  ira  y  de  crueldad,  toman  las  armas  con  despe- 
cho, imploran  el  fanatismo  sacerdotal  de  los  ecle- 
siásticos antipatrióticos,  y  éstos  profanan  los  tem- 
plos del  Eterno  anunciando  la  esclavitud  como  un 
dogma  sagrado  y  atribuyendo  los  temblores  de  la 
tierra  a  la  justicia  suprema  altamente  ofendida 
por  un  pueblo,  cuyo  crimen  no  era  otro,  que  ha- 
berse declarado  enemigo  de  la  tiranía.  Entonces 
el  prelado  de  aquella  iglesia,  ese  mismo  prelado 
que  al  prestar  el  juramento  de  obediencia,  dijo 
en  otro  tiempo  al  Congreso:  «Señor,  el  Estado  ve- 
nezolano se  ha  constituido  y  declarado  libre  e  in- 
dependiente de  toda  otra  potencia  temporal:  él 
sólo  depende  de  Dios»,  y_  luego  añadía:  «Bajo  es- 
tos sentimientos  de  religiosidad  y  patriotismo,  yo 
me  intereso  en  la  brillantez,  esplendor  y  conserva- 
ción de  V.  M.B.  Este  mismo  prelado,  ciudadanos, 
olvida  entonces  que  el  Estado  sólo  depende  de 
Dios,  y  lejos  de  interesarse  en  la  conservación  de 
esa  soberanía  que  él  mismo  juró,  se  arma  de  la  su- 
perstición para  proteger  a  los  usurpadores,  y  en  su 
edicto  de  1."  de  agosto  de  1812,  dado  en  el  sitio 
de  Narauli,  exhorta  de  este  modo  a  los  habitantes 
de  Venezuela: 

«Después,  dice,  que  habéis  experimentado  loa 
horrores  de  la  guerra,  los  temblores  de  tierra,  la 
ruina  de  vuestros  edificios,  la  muerte  de  vuestros 
hijos,  hermanos  y  amigos,  las  más  sensibles  pri- 


268  BERNARDO    MONTEAGUDO 

vaciones,  indigencia,  hambre  y  diversas  enfer- 
medades, no  puedo  menos  que  creer,  que  os  halláis 
perfectamente  convencidos  de  vuestros  pasados  ex- 
cesos y  de  que  ellos  solos  han  provocado  la  ira  de 
Dios  y  clamado  venganza...  Dejemos  a  la  impía 
filosofía  que  cante  himnos  a  la  libertad.  Demos 
pruebas  de  firme  y  constante  obediencia  a  nuestro 
legítimo  soberano  Fernando  VII,  a  sus  Cortes  y 
Consejo  de  Regencia  y  a  cada  uno  de  sus  minis- 
tros.» ¡Oh  prelado  impostor  y  perjuro!  ^ dónde  es- 
tá el  juramento  que  hiciste  el  5  de  julio  a  la  ma- 
jestad del  pueblo  de  Caracas?  Si  entonces  encon- 
trasteis justicia  en  su  conducta,  ¿por  qué  no  la 
sostenéis  hoy  conforme  al  espíritu  del  evangelio? 
y  si  conocíais  su  iniquidad  ¿por  qué  la  sancionas- 
teis con  un  sacrilego  juramento?  Nada  hay  que  ex- 
trañar: el  Arzobispo  de  Caracas  es  español  y  su 
conducta  no  podía  ser  diferente  de  la  que  han  ob- 
servado el  de  Charcas  y  sus  sufragáneos  de  Salta 
y  Córdoba:  él  debía  canonizar  desde  el  santuario 
la  nueva  conquista  del  sanguinario  Monteverde, 
que  con  un  puñado  de  secuaces,  prevalido  de  las 
consecuencias  que  causaron  los  temblores  de  tie- 
rra, auxiliado  de  la  alarma  sacerdotal  y  abusando 
de  la  consternación  pública,  pudo  penetrar  desde 
el  occidente  hasta  la  capital  de  Venezuela,  y  en- 
cadenar de  nuevo  los  eslabones  que  había  despe- 
dazado a  costa  de  la  sangre  de  sus  hijos.  He  alií, 
ciudadanos,  al  pueblo  heroico  del  siglo  xix  gi- 
miendo ya  bajo  el  cetro  de  bronce,  con  que  los 
mandatarios  de  la  antigua  España,  amenazan  ato- 
do  el  continente  americano.  ¿Cuál  será  hoy  la  si- 
tuación de  aquellos  infelices  habitantes?  ¡  Si  habrá 
quedado  algún  espacio  libre  en  los  calabozos  y 
mazmorras!  ¡Si  aun  faltarán  cadenas  para  tanto 
desgraciado !  ¡  Si  se  habrá  cansado  ya  el  verdugo 
de  aumentar  los  trofeos  del  despotismo  con  cadá- 
veres de  estas  tristes  víctimas !  ¡  Si  habrá  una  sola 
familia  para  quien  el  luto  no  sea  en  lo  sucesivo 
un  deber  hereditario !  ¡  Si  habrá  sobrevivido  un 
solo  ciudadano  que  no  prefiera  sepultar  su  existen- 
cia entre  las  cenizas  de  la  patria  y  de  sus  conciuda- 


OBRAS    POLÍTICAS  269 

danos !  j  Ah  pueblo  de  Venezuela !  ¡  Tú  ya  no  exis- 
tes !  ¡  Sólo  lia  quedado  tu  nombre !  Sólo  vive  tu 
memoria,  y  para  mayor  angustia  del  orbe  pensa- 
dor, existe  la  sabia  constitución  que  recibiste  de 
tus  representantes  el  31  de  diciembre  de  1811. 

Pueblos  que  habéis  resuelto  ser  libres  de  toda 
potestad  tiránica,  abrid  los  ojos,  y  aprovechaos 
de  este  triste  y  doloroso  ejemplo:  observad  que  la 
tolerancia  con  los  enemigos  de  la  patria,  ha  sido 
la  principal  causa  de  la  destrucción  de  Caracas. 
Ella  alimentaba  en  su  inocente  seno  un  gran  núme- 
ro de  ministros  fanáticos,  dispuestos  siempre  a  dog- 
matizar la  tiranía  en  nombre  del  Eterno:  ella  sos- 
tenía inmensas  legiones  auxiliadas  de  españoles  eu- 
ropeos que  a  la  primera  señal  de  alarma  corrieron 
a  alistarse  bajo  los  pabellones  de  Monteverde, 
piara  llevarlo  en  triunfo  hasta  la  capital  de  la  re- 
pública. 

No  olvidéis  esta  interesante  lección,  y  jurad 
por  la  salud  de  los  hovibres  libres,  vengar  con  el 
exterminio  la  raza  de  los  opresores  de  Caracas. 
Acordaos  que  en  el  primer  conflicto  cada  español 
será  un  soldado  que  aseste  el  fusil  contra  vosotros 
y  os  conduzca  quizá  hasta  el  sangriento  patíbulo. 
Guardaos  de  creer,  ciudadanos,  que  baste  para 
nuestra  seguridad  el  hacerlos  mudar  de  domicilio: 
no,  en  todas  partes  son  peligrosos,  y  mucho  más 
en  esos  pueblos  que  miran  el  candor  como  una  vir- 
tud favorita  de  la  especie  humana.  Mas  tampoco 
perdáis  de  vista  que  su  exterminio  sólo  os  dará 
una  existencia  precaria,  si  por  otra  parte  no  tu- 
vieseis un  ejército  que  os  asegure  el  triunfo  en 
los  combates,  os  salve  en  los  peligros  de  la  fortuna 
y  ponga  en  eterno  peligro  los  más  osados  planes 
de  la  codicia  europea:  de  lo  contrario,  poco  impor- 
ta proclamar  leyes  justas  y  sabias,  si  el  derecho 
del  más  fuerte  ha  de  ser  la  líltima  sanción  de  su 
equidad.  Corred  todos  a  las  armas  con  denuedo, 
y  creed  que  la  sangre  de  un  ciudadano  nunca  es 
tan  preciosa,  como  cuando  se  derrama  al  pie  de 
los  altares  de  la  patria.  Entretanto,  yo  quisiera 
que  se  interesase  vuestro  celo  en  tributar  a  los  ma- 


í¿70  BERNARDO    MONTEAGüDO 

nes  de  Caracas  un  homenaje  digno  de  su  virtud  y 
de  vuestra  ternura,  decretando  un  luto  público, 
así  para  expiar  la  infamia  de  que  tantas  veces  nos 
hemos  cubierto,  vistiéndolo  por  la  muerte  del  más 
despreciable  déspota,  como  para  acreditar  al  uni- 
verso la  impresión  que  es  capaz  de  hacer  en  nues- 
tras almas  la  aciaga  y  prematura  muerte  de  un 
pueblo  hermano,  de  un  pueblo  amigo,  de  un  pue- 
blo ciudadano,  de  un  pueblo  libre  cuya  memoria 
lamentamos.  Consagremos  nuestras  lágrimas  a 
eternizar  su  nombre  y  nuestra  sangre  a  castigar 
toda  la  progenie  de  sus  asesinos:  lloremos  las  des- 
gracias de  nuestros  hermanos  y  cantemos  los  triun- 
fos con  que  el  arbitrio  supremo  nos  conduce  al 
suspirado  fin  de  la  razón  y  la  naturaleza.  Seamos 
libres  o  corramos  a  sepultar  nuestras  cenizas  en 
el  augusto  panteón  de  los  mártires  de  Venezuela. 

(W.,  enero  19  de  1813.) 


ORACIÓN"  INAUGURAL 

de  la  sociedad  patriótica  de  lima 

Señores: 

Hoy  hacen  cinco  años  que  se  dio  el  primer  paso 
para  libertar  al  Perú  y  establecer  la  sociedad  pa- 
triótica de  Lima,  que  como  todas  las  instituciones 
calculadas  por  el  bien  común,  jamás  se  habrían 
imaginado,  si  el  Protector  del  Perú  no  hubiese 
sido  antes  vencedor  en  Chacabuco.  Una  larga  se- 
rie de  deseos  felices  y  de  esperanzas  frustradas,  de 
tremendos  reveses  y  de  brillantes  triunfos,  de  ho- 
ras aciagas  para  la  causa  nacional  y  de  días  fe- 
cundos en  consuelos  para  los  corazones  patriotas, 
ha  precedido  al  desenlace  afortunado  de  los  suce- 
sos, en  fuerza  de  los  cuales  el  Perú  ha  vuelto  a 
gozar  de  su  natural  independencia,  y  nosotros  nos 
hemos  reunido  a  ofrecer  al  público  las  inaprecia- 


OBRAS   POLÍTICAS  271 

bles  primicias  de  la  libertad  del  pensamiento.  Los 
días  en  que  los  hombres  ilustrados  temían  encon- 
trarse unos  a  otros,  y  en  que  sus  luces  eran  un 
cuerpo  de  delito  siempre  existente  a  los  ojos  de  los 
mandatarios  españoles;  esos  días  lóbregos  y  esté- 
riles anochecieron  ya,  y  cuantos  les  sucedan,  ha- 
llarán nuestra  atmósfera  libre  de  esa  densa  niebla 
que  la  ignorancia  esparce,  cuando  se  arma  de  ella 
el  despotismo  para  combatir  a  la  razón. 

j  Feliz  sin  duda  el  momento  en  que  puedo  anun- 
ciar (como  tuve  la  honra  de  hacerlo  en  iguales  cir- 
cunstancias allá  en  las  márgenes  del  Plata)  que  la 
sociedad  patriótica  de  Lima  está  ya  instalada;  y 
aun  más  feliz  si  se  contempla,  que  un  gobierno 
que  se  halla  en  la  juventud  de  sus  empresas,  ha 
declarado  de  un  modo  solemne  que  cuidará  de  sus 
progresos.  El  público  está  altamente  interesado 
en  ello,  y  los  espera  con  tal  confianza,  que  ya  nos 
podemos  anticipar  a  creer,  que  este  será  el  primer 
monumento  nacional  que  se  eleve  para  perpetuar 
la  memoria  de  la  época  en  que  los  peruanos  han 
vuelto  a  ser  hombres.  Sólo  resta,  señores,  que  la 
sociedad  patriótica  llene  con  celo  el  principal  ob- 
jeto de  su  institución,  que  yo  voy  a  detallar  ahora 
con  sencillez,  porque  no  admite  otro  lenguaje  el 
línico  argumento  que  me  propongo. 

La  ilustración  es  el  gran  pacificador  del  univer- 
so, y  todos  los  que  se  interesan  por  el  orden,  de- 
ben propender  a  ella  como  único  arbitrio  para  po- 
ner término  a  la  revolución  y  aprovechar  las  ven- 
tajas que  nacen  del  seno  de  las  calamidades  pú- 
blicas. He  aquí,  señores,  la  extensión  natural  de 
los  ensayos  y  tareas  literarias  a  que  debe  dedicar 
la  sociedad  sus  mayores  conatos.  Los  enormes 
crímenes  que  ofenden  a  todo  el  cuerpo  político,  y 
las  injurias  que  atacan  los  derechos  personales:  la 
sumisión  a  los  caprichos  de  un  vil  usurpador,  y  la 
resistencia  a  los  preceptos  de  la  autoridad  legíti- 
ma: la  creencia  supersticiosa  de  principios  que 
pervierten  la  moral,  y  los  peligrosos  extravíos  de 
la  impiedad;  en  fin,  la  miseria  de  los  pueblos,  el 
despecho  de  los  desgraciados  y  el  mayor  número 


272  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

de  las  plagas  que  afligen  al  espíritu  humano,  to- 
das nacen  de  la  falta  de  ilustración,  pues  que  en 
su  último  análisis,  casi  no  hay  atentado  ni  des- 
gracia en  el  mundo  que  no  tenga  por  causa  la  igno- 
rancia. Por  el  contrario,  las  luces  dan  al  hombre 
el  poder  de  dominarse  a  sí  mismo  y  de  dominar 
en  cierto  modo  a  la  naturaleza:  ellas  hacen  que 
desaparezca  ese  tremendo  fantasma  de  la  casua- 
lidad, a  que  atribuyen,  los  que  no  piensan,  la 
mayor  parte  de  sus  males;  y  descubren  un  nuevo 
teatro  en  que  lo  natural  es  ser  feliz,  cuando  se  co- 
nocen los  obstáculos  juntamente  con  los  medios  de 
vencerlos. 

Yo  sé  bien,  señores,  que  la  sociedad  patriótica 
de  Lima  empleará  toda  su  fuerza  mental  para  po- 
ner a  sus  compatriotas  en  posesión  del  destino  de 
que  pende  su  prosperidad.  Dilatándose  la  esfera 
de  sus  ideas  y  haciéndose  populares  los  principios 
de  una  sana  filosofía  en  los  diversos  ramos  que 
ella  abraza;  el  amor  al  orden,  a  la  libertad  y  a 
las  leyes  se  fortificará  cada  día  más,  y  entonces 
podremos  esperar,  que  cuando  suene  la  hora  del 
último  combate  contra  los  enemigos  de  la  inde- 
pendencia, se  dé  también  la  señal  de  haber  llega- 
do al  término  de  la  revolución  y  haber  empezado 
la  época  de  una  paz  inalterable. 

El  apoyo  de  esta  profética  esperanza  lo  encuen- 
tro yo,  señores,  en  la  naturaleza  misma  de  las  co- 
sas: entre  pocas  entidades  morales  existe  una  re- 
lación más  íntima,  que  entre  la  ilustración  y  el 
orden  público.  El  hombre  que  se  habitiia  a  pensar 
y  que  llega  a  sentir  la  necesidad  de  alimentar  pro- 
gresivamente sus  ideas  para  mejorar  su  condición, 
no  es  capaz  de  otra  inquietud  que  de  la  que  caiisa 
el  deseo  ardiente  de  enriquecer  su  inteligencia. 
Del  mismo  modo,  sólo  en  el  seno  de  la  tranquili- 
dad pueden  formarse  vastos  planes  y  profundas 
especulaciones  sobre  las  ciencias  y  las  artes  cuyo 
progreso  transforma  y  exalta  a  los  pueblos  que  las 
cultivan.  Consagrémonos,  señores,  a  difundir  la 
ilustración  en  el  Nuevo  Perú,  en  el  Perú  indepen- 
diente, pues  que  este  es  el  primer  deber  del  que 


OBRAS    POLÍTICAS  273 

la  tiene  y  la  primera  necesidad  del  que  carece  de 
ella.  Acumulemos,  por  decirlo  así,  en  una  sola 
masa  las  luces  que  poseen  los  miembros  de  la  so- 
ciedad patriótica,  y  sea  este  un  fondo  común  para 
todos  aquellos  a  quienes  estamos  unidos  por  el  sa- 
grado lazo  de  un  mismo  juramento.  Por  último, 
llagamos  la  guerra  a  los  principios  góticos,  a  las 
ideas  absurdas,  a  las  máximas  serviles;  en  suma, 
a  la  ignorancia,  que  es  el  sinónimo  de  esclavitud 
y  de  anarquía,  las  que  a  su  vez  son  las  plagas  rúas 
terribles  de  cuantas  encerraba  esa  funesta  caja, 
que  dio  Júpiter  a  la  primera  mujer  que  mandó 
al  mundo  cuando  en  su  furor  resolvió  castigar  la 
osadía  de  Prometeo. 

Mientras  nosotros  hacemos  esta  guerra,^  que 
tanto  y  con  tanta  razón  temen  los  tiranos,  dejemos 
que  los  libertadores  del  Perú  acaben  de  serlo,  ase- 
gurando la  obra  que  ban  preparado  las  luces  del 
siglo  y  que  ellas  solas  podrán  consolidar.  Pero  no 
nos  separemos  de  aquí,  señores,  sin  rendir  gra- 
cias a  los  vencedores  de  Cbacabuco,  que  en  este 
memorable  día  restituyeron  la  libertad  a  Cbile  y 
divisaron  con  orgullo  las  orillas  del  Rimac  desde 
la  cumbre  de  aquella  famosa  montaña.  ¡Honor 
eterno  al  jefe  de  los  valientes  y  a  cuantos  tuvieron 
parte  en  la  jornada  del  12  de  febrero  de  1817! 

En  fin,  quiera  el  que  babita  en  la  inmensidad,  y 
el  que  ha  visto  nuestra  opresión,  aun  antes  de  que 
nosotros  existiésemos,  conceder  al  pueblo  peruano 
la  absoluta  posesión  de  sus  derechos,  y  que  la  socie- 
dad patriótica  de  Lima  celebre  por  más  de  cien  si- 
glos el  aniversario  de  su  instalación,  junto  con  el  de 
esa  gran  batalla  en  cuyo  campo  quedó  trazada  la 
unión  que  existirá  siempre  entre  los  estados  inde- 
pendientes del  Perú,  Chile  y  Provincias  del  Pío 
de  la  Plata.  Sean  todos  eternamente  libres  y  feli- 
ces, y  para  que  nunca  pierdan  lo  que  han  recobra- 
do, consérvese  la  memoria  de  los  españoles  de  ge- 
neración en  generación,  como  un  preservativo  con- 
tra la  ignorancia,  contra  la  tiranía  y  contra  todas 
las  miserias  que  heraos  sufrido. 

18 


LIBRO  VI 

EPISTOLARIO 

(1809-1824) 


CARTAS  DE  MONTEAGUDO 

I 

Al  Dr.  José  Antonio  Medina  (^^ 

Plata,  y  agosto  27  de  1809. 

Estimado  primo:  El  proyecto  que  anuncié  a 
usted  en  mi  anónima,  se  ha  frustrado  por  lo  que 
dirá  a  usted  el  portador.  Estoy  decidido  a  mudar- 
me a  esa,  pues  este  es  un  Pueblo  de  puros  egoístas 
donde  el  patriotismo  se  reputa  por  preocupación; 
y  así  avíseme  usted  qué  ventajas  me  puede  ofrecer 
ese  país  con  conceptos  a  mis  ideas  y  carrera,  que 
nada  más  espero  para  efectuar  mi  retiro.  Lanza 
dirá  a  usted  de  palabra  otras  varias  cosas,  pues  he 
tratado  con  el  íntimamente.  Mandar  a  su  afec- 
tísimo primo,  paisano  y  amigo  Q.  S.  M.  B. 

Dr.  José  Bernardo  Monteagudo. 

Señor  don  José  Antonio  Medina. 


(1)  Tomada  del  libro  La  Revolución  de  la  Pa^,  por  Manuel  M.  Pin- 
to, h.  (Buenos  Aires,  Cantielo,  1909).  Pág.  CCXX  del  apéndice.  El  desii- 
natario  nació  en  Tucumán  el  año  1773,  según  Pinto  (op.  cit.,  pág.  254). 
Siendo  «primo»  de  Monteagudo,  según  la  carta,  esto  sería  un  nuevo  in- 
dicio sobre  la  cuna  tucumana  del  autor.— (A',  del  D.) 


278  BERNARDO  MONTEAGUDO 

II 

A    PUETRREDÓN 

Buenos  Aires,  16  de  marzo  de  1813. 

Señor  don  Martín  de  Pueyrredón. 

San  Luis. 

Muy  señor  mío: 

No  es  la  amistad  la  que  me  obliga  a  escribir  a 
usted,  sino  el  sentimiento  que  inspira  la  ingra- 
titud y  mala  fe  de  un  hombre  que,  infiel  a  sus 
principios,  se  ba  hecho  digno  de  execración  y  de 
desprecio.  Tiempo  ha  que  sufría  en  el  silencio 
de  mi  corazón  la  infamia  de  que  usted  se  propuso 
cubrir  mi  nombre,  cuando  empeñado  por  una  ne- 
gra intriga  influyó  en  mi  separación  de  la  asam- 
blea pasada,  no  por  otro  principio  que  porque 
no  podía  conciliar  mi  representación  con  los  inte- 
reses de  su  partido,  alegando  por  pretexto  anéc- 
dotas ridiculas  en  orden  a  la  calidad  de  mis  padres, 
y  aun  suponiendo  haber  visto  instrumentos  públi- 
cos en  Charcas  relativos  al  origen  de  mi  madre. 
No  trato  de  impugnar  esta  impostura  escrita  en 
los  libros  de  acuerdo  por  empeño  de  usted,  así 
porque  desprecio  la  prueba  que  de  ella  se  deduce, 
como  porque  usted  mejor  que  nadie  debe  saber 
la  consideración  política  que  merecía  yo  en  el 
Perú,  y  el  alto  aprecio  que  hacían  de  mi  persona 
todas  las  gentes,  acreditado  con  actos  piíblicos  y 
repetidos.  Yo  no  hago  alarde  de  contar  entre  mis 
mayores  títulos  de  nobleza  adquiridos  por  la  in- 
triga y  acaso  por  el  crimen;  pero  me  lisonjeo  de 
tener  unos  padres  penetrados  de  honor,  educados 
en  el  amor  del  trabajo  y  decentes  sin  ser  nobles. 
Si  usted  los  ha  graduado  indignos  de  aquella  cali- 
dad, acaso  es  porque,  como  buen  republicano, 
ama  las  cruces,  prefiere  los  títulos  y  decanta  una 


OBEAS    POLÍTICAS  279 

nobleza  que  le  hace  poco  honor.  Pero  aun  conce- 
diéndosela, y  suponiendo  inferior  mi  origen,  yo 
podría  lisonjearme  de  ser  más  digno  del  aprecio 
de  los  hombres,  que  un  noble  infiel  a  sus  amigos, 
ingrato  a  su  patria,  hipócrita  por  costumbre,  vicio- 
so por  complexión  e  incapaz  de  ser  virtuoso  sino 
en  la  apariencia.  Si  usted  fuese  sensible  a  la  buena, 
fe,  la  memoria  de  los  tiempos  pasados  debería 
cubrirlo  de  rubor,  al  comparar  la  conducta  que  ha 
observado  en  distintas  épocas  con  Castelli,  con- 
migo, y  con  todos  aquellos  que  alucinados  por 
una  falsa  opinión,  elevaron  a  usted  hasta  el  go- 
bierno mismo. 

En  fin,  mi  objeto"  sólo  es  hacerle  ver  su  incon- 
secuencia y  falso  carácter.  Usted  me  ha  infamado, 
es  decir,  ha  querido  infamarme,  y  quizá  lo  ha  con- 
seguido en  el  concepto  de  algunos  aturdidos,  pero 
yo  estoy  persuadido  con  el  joven  Mario,  que  la 
naturaleza  es  igual  en  todos  los  hombres,  y  que 
sólo  el  más  magnánimo  es  el  más  noble.  Entre- 
tanto, avergüéncese  usted  si  aun  es  sensible  a  las 
impresiones.  El  honor,  por  la  inconsecuencia  de  su 
conducta,  por  la  ingratitud  de  su  corazón  y  por 
la  ridiculez  de  los  medios  que  puso  en  obra  para 
atacar  mi  opinión,  olvidando  la  amistad  que  tantas 
veces  me  había  protestado  y  los  principios  de 
buena  fe,  de  honor  y  probidad  que  constituyen 
al  que  es  verdaderamente  noble  y  magnánimo. 
Recuerdo  a  usted,  por  último,  que  el  que  no  es 
buen  amigo  no  puede  ser  buen  ciudadano ;  a  pesar 
de  todo,  yo  soy  el  mismo  que  siempre,  y  deseo  con 
la  más  tierna  sinceridad  sea  usted  tan  feliz  como 
su  afecto 

Monte  AGUDO. 

Advierto  a  usted  que  no  quedo  con  copia  de  esta 
carta  (2). 


(2)  Esta  carta  ha  sido  tomada  del  Archivo  de  Pueyrredón,  editado 
por  el  Museo  Mitre  (t.  III.  pág.  123).  Como  en  el  caso  del  incidente  con 
Guido,  me  ha  parecido  que  en  éste  debía  dar  también  la  respuesta  de 
Pueyrredón,  que  dice  así:  «San  Luis,  25  de  marzo  de  1813.— Señor  Ber- 
nardo Monteagudo. — Muy  señor  mío  :   Quedo  en  extremo  reconocido  a 


280  BEENARDO  MONTEAGUDO 

III 

Al  diputado  don  Tomás  Guido  ^^^ 

Santiago,  agosto  6  de  1818. 

La  noche  anterior  a  su  partida  lo  busqué  dos 
veces,  y  se  me  dijo  estaba  usted  ocupado :  al  día 
siguiente  le  escribí  una  carta  que  no  llegó  en 
tiempo.  Mi  objeto  en  ambas  diligencias  fué  ter- 
minar las  explicaciones  en  que  entramos  la  noche 
del  2.  Quisiera  olvidar  para  siempre  aquel  pasaje, 
y  sacrificar  mi  amor  propio  que  usted  sabe  hasta 
qué  grado  fué  herido,  antes  que  dar  una  trascen- 
dencia peligrosa  a  este  suceso.  Nuestras  recípro- 
cas circunstancias  tienen   un  enlace  con  las   del 


las  honras  que  usted  me  prodiga  en  su  carta  del  16;  aunque,  hablando 
con  los  sentimientos  míos  propios  y  no  con  los  del  joven  Mario,  yo 
protesto  que  habría  sido  más  generoso  coa  usted,  cambiadas  situacio- 
nes. No  creo  que  es  según  la  escuela  en  que  a  mi  me  educaron,  propio 
de  la  magnanimidad,  de  que  usted  hace  ostentación,  el  insultar  a  quien 
no  puede  defenderse;  pero  es  verdad  que,  como  yo  no  aprendí  más  que 
gramática  para  hablar  y  lógica  para  raciocinar,  no  he  podido  adquirir 
lo  sublime  de  las  ciencias.  Si  usted  tiene  quejas  de  mi,  habrá  tal  vez 
ocasión  en  que  pueda  yo  satisfacerlas;  ya  que  usted  noapro^echó  la  tan 
oportuna  que  le  ofrecí  la  última  mañana  que  nos  hablamos  en  la  plaza 
de  la  Victoria;  y  entretanto,  déjeme  usted  vivir  en  la  execración  y  el 
desprecio  a  que  me  condena,  contentándose  con  saborear  su  feliz 
suerte.  También  agradezco  a  usted  la  tierna  sinceridad  con  que  con- 
cluye, deseando  que  sea  tan  feliz  como  usted,  su  afecto,  Pueyrredón. — 
P.  D. — No  sienta  usted  no  haber  guardado  copia  de  su  preciosa  carta, 
porque  hombres  como  yo,  no  hacen  uso  que  no  sea  digno  de  tales  ins- 
trumentos, a  menos  que  no  sea  para  repetirse  el  placer  de  contemplar  a 
menudo  el  fruto  de  su  generosidad». — {N.  del  D.) 

(S)  La  siguiente  carta  se  halla  fechada  en  Santiago  de  Chile.  Damos 
también  la  respuesta  de  Guido,  porque  ella  completa  el  gesto  caballe- 
resco de  ambos  patricios.  Estas  dos  piezas  fueron  publicadas  por  el  hijo 
de  uno  délos  protagonistas — don  Carlos  Guido  y  Spano, — quien  ha  ex- 
plicado en  una  nota  de  su  Vindicación  histórica  (pág.  138)  el  origen  de 
este  incidente,  probablemente  de  acuerdo  con  alguna  tradición  domés- 
tica. Don  Tomás  Guido  habriase  pasado  a  brindar  en  un  banquete; 
todos  los  comensales  se  habrían  puesto  de  pie,  menos  Monteagudo; 
Guido  habría  sentido  ajada  su  representación  oficial  por  esa  actitud, 
que  juzgó  intencionada  y  desdeñosa,  y  de  ahí  habría  sobrevenido,  des- 
pués de  la  fíesta,  una  violenta  provocación  de  Guido  a  Monteagudo. — 
(N.  del  D.) 


OBRAS   POLÍTICAS  281 

país :  de  hombre  a  hombre,  teníamos  derecho  a 
terminar  aquella  diferencia  en  un  campo  secreto ; 
pero  la  muerte  de  usted  o  la  mía  no  habría  sido 
un  mal  aislado :  ya  esto  pasó,  y  sin  que  me  ani- 
men otros  principios  que  los  que  deben  animar 
a  todo  hombre  que  conoce  lo  que  se  le  debe,  y 
hasta  donde  lleg'an  sus  propias  obligaciones,  deseo 
saber  si  usted  mira  aquel  pasaje  como  un  mero 
paréntesis  a  nuestra  buena  inteligencia,  y  si  se 
halla  tan  dispuesto  como  yo  a  mostrar  los  senti- 
mientos que  no  han  debido  interrumpirse  y  que 
un  discernimiento  sincero  exige  se  restablezcan. 
Quedo  de  usted  su  atento  servidor. 

Monte  AGUDO. 


Santa  Rosa  de  los  Andes,  agosto  10  de  1818. 

Siento  no  se  me  hubiese  avisado  la  noche  que 
usted  me  anuncia  estuvo  a  verme  antes  de  mi 
partida,  puesto  que  usted  deseaba  terminar  las 
explicaciones  en  que  entramos  la  noche  del  2,  y 
mucho  más  siento  que  la  intolerancia  de  usted 
hubiese  comprometido  mi  amor  propio,  mis  res- 
petos públicos,  hasta  verme  obligado  a  exigir  con 
la  espada  lo  que  usted  me  negaba  en  buena  amis- 
tad e  inteligencia,  y  lo  que  no  podía  renunciar 
sin  hacerme  indigno  de  alternar  en  una  decente 
sociedad.  Si  usted  conoce  que  nuestras  recíprocas 
circunstancias  tienen  un  enlace  con  las  del  país, 
creo  que  esto  mismo  debió  prevenir  el  juicio  de 
usted  para  comparar  y  no  rebajar  en  público  las 
consideraciones  que  respectivamente  me  tocan.  En 
fin,  un  discernimiento  prudente  descubrirá  a  usted 
si  fui  a  no  agraviado  en  aquella  ocasión ;  pero 
ya  que  usted  quiere  se  restablezcan  los  sentimien- 
tos que  nunca  procuré  interrumpir,  yo  olvidaré 
también  los  motivos  de  tan  desagradable  ocurren- 
cia, ofreciendo  desde  ahora  la  misma  disposición 
que  usted  muestra  con  la  sinceridad  con  que  queda 
de  usted  su  atento  servidor. 

Tomás  Guido. 


382  BEENAKDO   MONTEAGUDO 

lY 

A    O'HlGGINS   T   A   GaECÍA<*> 

1 

Guardia,  26  de  marzo  de  1818. 

Señor  don  Bernardo  O'Higgins, 

Amigo  y  muy  señor  mío : 

Después  de  haber  sido  testip^o  de  nuestro  con- 
traste, llegué  a  Santiago,  y  en  el  conflicto  de 
noticias  adversas  que  por  momentos  se  recibían, 
al  paso  que  ignoraba  la  suerte  de  ustedes,  resolví 
salir  para,  Mendoza,  tanto  con  la  idea  de^  aguardar 
a  aquel  gobernador^  en  el  estado  difícil  en  que 
debe  bailarse,  sugiriéndole  algunas  medidas  que 
nacen  de  nuestras  circunstancias,  como  para  espe- 
rar noticias  más  exactas  sobre  nuestra  situación. 
Sigo  mi  marcha  y  recién  esta  tarde  be  sabido  el 
arribo  de  usted  a  esa :  espero  tenga  usted  la  bondad 
de  comunicarme  sus  órdenes  a  Mendoza,  de  donde 
regresaré  sin  pérdida  de  tiempo,  si  las  probabili- 
dades igualan  nuestros  riesgos,  y  si  usted  cree 
titiles  mis  servicios.  Deseo  mostrar  toda  la  energía 
de  mi  carácter,  pero  con  fruto  y  todo  bajo  la  admi- 
nistración de  usted.  No  hay  tiempo  para  más;  re- 
pito que  en  Mendoza  indicaré  cuanto  las  circuns- 
tancias exigen. 

De  usted  su  afectísimo  y  atento  servidor. 

Monte  AGUDO. 


MS. 

(4)  Las  piezas  siguientes  han  sido  tomadas  del  Archivo  de  San  Mar- 
tin (Museo  Mitre,  t.  VD.  Algunas  de  estas  cartas  habían  sido  antes  pu- 
blicadas por  Iñíguez  Vicuña  en  su  Vida  de  Monteagudo  (Santiago  de 
Chile,  1865),  y  trascriptas  por  Pelliza  en  su  libro.  Pero  esta  edición  del 
Musco  Mitre  es  más  fiel  y  correcta.— (iV.  del  D.) 


OBRAS   POLÍTICAS  283 

2 

San  Luis,  noviembre  5  de  1818. 

Señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Mi  estimado  amig-o  y  señor: 

'Antes  de  ayer  llegué  a  ésta,  después  de  un  viaje 
largo  y  extremadamente  penoso.  En  TJspallata 
encontré  una  orden  para  pasar  a  San  Juan  por  el 
camino  despoblado  y  creí  que  éste  fuese  mi  des- 
tino; pero  de  allí  me  hicieron  venir  aquí  bajo  mi 
palabra,  donde  debo  permanecer  basta  segunda 
orden.  IJsted  conoce  bien  las  causas  de  mi  actual 
desgracia,  yo  contaba  que  sirviendo  con  celo  al 
país  bajo  la  protección  de  usted,  estaría  seguro 
del  influjo  de  mis  enemigos ;  pero  mi  esperanza  ha 
sido  vana:  la  fatalidad  de  los  tiempos  quiere  que 
no  haya  ninguna  garantía,  para  quien  tiene  ene- 
migos poderosos.  Dejemos  ésto  a  un  lado  y  veamos 
si  se  puede  remediar  aquel  mal.  Conozco  bastante 
el  corazón  de  usted  y  su  sinceridad;  esto  me  hace 
esperar  que  ya  que  no  puedo  evitar  mi  separación 
de  ese  país,  hará  que  se  corte  la  cadena  de  vicisi- 
tudes que  me  persigue.  Yo  no  encuentro  mejor 
medio  para  ésto  que  salir  de  América  aunque  sea 
con  una  comisión  subalterna  para  Europa  o  Es- 
tados Unidos,  por  Buenos  Aires  o  por  Chile.  La 
política  de  dar  estas  comisiones  a  personas  que  por 
los  accidentes  del  tiempo  no  pueden  ejercitar  su 
celo,  ha  sido  adoptada  desde  el  principio  a  ejemplo 
de  otras  partes,  de  Moreno,  Rivadavia  y  otras. 
Acaba  de  destinarse  para  Francia  al  canónigo 
Gómez,  comprendido  también  en  la  jornada  del 
15  de  abril  del  año  15.  Es  indudable  que  el  estado 
de  la  revolución  exige  imperiosamente  tener  agen- 
tes diplomáticos  en  las  cortes  extranjeras  y  sólo 
Chile  no  los  tiene.  Buenos  Aires  tiene  uno  en  el 
Brasil,  dos  en  Europa,  incluso  Gómez,  y  un  cónsul 
en  los  Estados  Unidos.  To  iría  gustoso  a  cual- 


284  BERNARDO    MONTEAGUDO 

quiera  parte  de  éstas,  y  por  lo  que  hace  a  sueldo, 
lo  necesario  para  suíbsistir  con  decencia  me  bas- 
taría, pues  los  pocos  conocimientos  que  tengo,  me 
proporcionarían  ahorros  de  consecuencia.  Sin  di- 
simulo creo,  que  no  sería  inútil  mi  viaje,  de  paso 
que  por  este  medio  podría  desplegar  todo  mi  celo 
sin  temor  de  excitar  rivales,  ni  herir  las  pasiones 
de  otros.  Si  contra  mis  esperanzas  usted  encontrase 
dificultades  insuperables  para  que  obtuviese  una 
comisión  por  Chile,  que  es  principalmente  mi 
deseo,  porque  quiero  pertenecer  a  ese  país:  en 
este  caso  ruego  a  usted  con  el  mismo  encarecimien- 
to se  interese  con  Pueyn^edón  para  que  me  destine 
de  secretario  de  alguno  de  los  agentes  en  Europa, 
pues  a.  más  de  ser  preciso  un  auxiliar^  esto  mismo 
da  más  importancia  a  la  comisión.  De  contado 
para  uno  y  otro  caso,  es  de  necesidad  que  usted  se 
interese  fuertemente  con  Pueyrredón,  yo  sé  que  si 
usted  lo  hace,  lo  conseguirá.  Respecto  de  mi  per- 
sona, no  carezco  de  justicia  a  esta  pretensión ;  yo 
he  trabajado  por  la  causa  constantemente,  desde 
el  principio  por  ella  estoy  en  compromisos  que  me 
han  atraído  enemigos,  no  siendo  pocos  los  que 
me  han  resultado  del  dictamen  que  di  en  la  causa 
de  Mendoza.  ^;  Será  posible  que  se  me  abandone 
a  ellos,  cuando  puedo  servir  y  salvar  de  tanto 
escollo  al  mismo  tiempo?  Haga  usted  este  servicio 
a  un  patriota  y  a  un  amigo  suyo  que  sólo  siente 
no  haber  dado  más  pruebas  de  ello.  Usted  disi- 
mulará el  que  le  ruege  que  a  vuelta  de  correo 
escriba  a  Pueyrredón;  según  el  partido  que  adop- 
te de  estos  dos  que  he  indicado,  sirviéndose  avi- 
sármelo para  apurar  mis  resortes  según  lo  que 
usted  me  diga.  Entretanto  permanezco  aquí  su- 
friendo las  miserias  de  este  país,  propio  sólo  para 
los  prisioneros  de  guerra :  sin  embargo  mi  ánimo 
es  superior  a  todo,  y  me  sostiene  la  esperanza  de 
la  protección  de  usted.  El  día  siguiente  a  mi  lle- 
gada me  sorprendió  la  visita  de  Ordóñez  y  Primo 
de  Rivera :  éstos  y  los  demás,  se  han  dedicado  a 
cultivar  una  huerta  para  entretenerse  en  este  de- 


OBRAS    POLÍTICAS  285 

sierto:  hablan  ya  de  nuestras  cosas  con  tal  consi- 
deración que  toca  en  respeto. 

Adiós,  mi  buen  amigo,  sea  usted  feliz  y  tenga 
toda  la  prosperidad  que  le  desea  su  afectísimo  y 
agradecido  servidor. 

Monte  AGUDO. 

P.  S. — Expresiones  a  las  señoras  y  a  Irisarri. 

MS. 


San  Luis,  23  de  enero  de  1819. 

Señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Amigo  y  señor: 

Los  tres  meses  que  lian  corrido  desde  mi  salida 
de  esa,  me  hacen  conocer  que  nada  debo  yo  esperar 
capaz  de  mejorar  mi  situación,  y  quedo  abandona- 
do a  mí  mismo.  He  tenido  la  honra  de  escribir 
a  usted  varias  veces,  pero  considero  que  sus  bue- 
nos deseos,  no  han  bastado  para  corresponder  a 
los  míos,  a  pesar  de  lo  que  Irisarri  me  hizo  espe- 
rar, cuando  pasó  por  ésta.  Acuérdese  usted  de  un 
desgraciado  que  lo  estima  y  que  se  había  propuesto 
servirlo  con  el  mayor  celo.  Bien  presto  celebrarán 
ustedes  el  primer  aniversario  de  la  independencia 
de  Chile;  yo  desde  este  destierro  me  acordaré 
con  placer  de  la  suerte  que  me  cupo  de  tirar  la  acta 
de  aquel  día.  ¡  Qué  distante  estaba  entonces  de 
verme  hoy  aquí !  Persuádase  usted  que,  feliz  o  des- 
graciado, serán  invariables  hacia  usted  los  sen- 
timientos de  su  afectísimo  amigo  y  servidor. 

Monte  AGUDO. 

Don  Ambrosio  Rodríguez  va  a  salir  preso  a 
Mendoza  por  resultar  complicado  por  las  declara- 


286  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

clones  que  aquí  se  le  lian  tomado,  en  los  asuntos 
de  San  Juan. 

VaU. 

MS. 


Mendoza,  20  de  noviembre  de  1819. 
Señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Mi  amig-o  y  señor : 

Desde  mi  salida  de  Chile  no  he  tenido  el  gusto 
de  recibir  carta  suya,  sin  embargo  de  que  yo  he 
repetido  las  mías  algunas  veces.  Pero  sé  por  varios 
amigos,  que  usted  ha  tenido  la  bondad  de  escri- 
birme y  hacer  memorias  de  mí. 

Debo  al  general  San  Martín  la  obligación  de 
haberme  permitido  venir  aquí,  y  estar  de  auditor 
interino  de  la  división.  Ojalá  tenga  el  placer  de 
volver  a  ver  a  usted  y  acreditarle  que  mis  senti- 
mientos hacia  su  persona  son  sinceros  e  invaria- 
bles. Me  ocupo  en  trabajar  un  extracto  de  la 
causa  de  los  Carrera,  pues  el  que  se  publicó  en 
Buenos  Aires  fué  una  sátira  contra  nosotros. 

Ruego  a  usted  acepte  la  sinceridad  y  distingui- 
da consideración  con  que  soy  su  afectísimo  amigo. 

MONTEAGUDO. 

Expresiones  a  las  señoras. 

MS. 

5 

Hacienda  de  Retes,  4  de  enero  de  1821. 

Señor  don  Bernardo  O^Higgins. 

Mi  buen  amigo : 
Tuve  el  gusto  de  recibir  su  apreciable  de  21  de 
noviembre,    por  la  cual   y   otras   posteriores   que 
hemos  recibido  veo  el  conflicto  en  que  puso  Bena- 


ÜBEAS    POLÍTICAS  287 

vídez  a  ese  país  y  el  triunfo  obtenido  sobre  aquel 
malvado.  Ya  nos  tiene  usted  en  Chancay  y  nues- 
tras avanzadas  a  7  leguas  de...  Esto  me  parece  cosa 
de  encantamiento  cuando  me  acuerdo  de  la  fuerza 
con  que  salimos  de  esa.  En  mi  concepto,  no  pasan 
tres  días  sin  que  recibamos  noticias  del  suceso  de 
Tru.iiUo,  ya  marchó  Olazábal  por  orden  de  Torre 
Tagle  desde  Nepeña  para  auxiliar  su  combinación. 
Nuestra  fuerza  actual  es  inferior  a  la  de  Pezuela, 
y  si  él  la  aumenta  con  la  d©  Ramírez  o  Eicafort, 
nosotros  también  recibiremos  dentro  de  un  mes 
cerca  de  2000  o  más  hombres  sobre  los  que  tene- 
mos. La  maldita  imprenta  me  da  infinito  que 
hacer :  se  ha  descompuesto  los  días  pasados  con  las 
continuas  mudanzas  y  no  puedo  publicar  ni  la  cen- 
tésima parte  de  lo  que  ocurre.  Lo  siento  en  extre- 
mo porque  e.s  preciso  confesar  que  hasta  aquí  todo 
se  ha  hecho  con  la  pluma  y  que  ésta  sola  ha  podido 
poner  la  opinión  en  el  estado  en  que  se  halla.  Va 
la  propuesta  del  general  para  el  empleo  de  auditor 
del  ejército  como  usted  se  sirve  prevenirme  en  su 
estimable.  Nada  me  lisonjeará  tanto  al  fin  de  la 
campaña  como  haber  cumplido  los  deberes  de  las 
comisiones  que  tengo.  Incluyo  a  usted  los  estados 
5  y  6  que  no  se  han  publicado  aun  aquí  y  por  ca- 
sualidad tenía  esos  ejemplares ;  los  restantes  con 
el  número  7  y  8  están  a  bordo  de  la  Peruana  y 
no  han  venido.  El  yankee  Downes  ha  obrado  como 
siempre  esperé  de  él ;  usted  lo  verá  por  la  comuni- 
cación oficial  que  va  sobre  esto.  Mucho  convendría 
establecer  una  corte  de  almirantazgo  aunque  fuese 
con  facultades  limitadas,  pues  los  neutrales  nos 
ponen  en  mil  embarazos  y  no  nos  atrevemos  a 
tomar  parte  en  estos  negocios.  Establecido  el  go- 
bierno del  Perú  se  allanarán  sin  tropiezo  estas 
dudas,  pero  entretanto  es  necesario  que  se  orga- 
nice un  tribunal  por  la  autoridad  de  ese  gobierno. 
Usted  sabe  que  me  intereso  ardientemente  por  su 
felicidad  y  que  siempre  seré  su  afectísimo  y  reco- 
nocido amigo. 

MONTEAGUDO. 
MS. 


288  BERNARDO    MONTEAGUDO 


Huaura,  14  de  marzo  de  1821  (5). 

Señor  don  Bernardo  O^Higgins. 

Mi  estimado  general  y  amigo: 

Usted  verá  por  cuanto  le  comunica  el  oficio  la 
marcha  lenta  que  ha  tomado  la  campaña  debido 
al  rigor  de  la  estación,  las  muchas  enfermedades 
y  la  imposibilidad  de  buscar  al  enemigo  en  sus 
posiciones  o  emprender  otra  cosa  decisiva  por 
ahora.  Lo  peor  es  que  la  Sema  obra  con  más  acti- 
vidad y  método  que  Pezuela  y  que  se  para  poco 
en  los  obstáculos;  así  es  que  la  confianza  de  los 
españoles  se  ha  reanimado  mucho.  Cada  día  es 
más  sensible  que  no  pueda  hacerse  en  esa  una  ex- 
pedición a  Arequipa.  Cualquiera  asomo  de  fuerza 
por  allá  nos  proporcionaría  mil  ventajas.  Nos  ha 
llegado  a  Huacho  la  emprendedora  de  Huanchaco 
con  355  hombres  de  tropa  entre  una  compañía 
suelta  de  Numancia  que  estaba  en  Trujillo  y  el 
escuadrón  de  dragones  de  Lambayeque.  Trae  al- 
gún dinero  y  otros  efectos  para  el  ejército.  No  hay 
cómo  elogiar  a  Torre  Tagle:  es  el  único  que  nos 
hace  grandes  servicios  con  nobleza  de  ánimo. 

Murillo  y  sus  infelices  compañeros  fueron  fusi- 
lados tres  días  después  de  su  llegada :  aquél  dejó 
una  carta  que  incluyo  en  copia.  Mando  a  usted  los 
papeles  que  se  han  impreso  últimamente.  Qué 
bueno  sería  nos  viniese  un  par  de  impresores, 
pues  si  López  se  enferma,  de  nada  nos  sirve  el 
pliego  y  medio  de  letra  que  hemos  comprado.  El 
general  me  encarga  haga  allí  esta  observación 
porque  si  no  cesa  mi  departamento  de  zapa.  Ase- 


(5)  Esta  misma  carta— una  de  las  más  interesantes,— fué  editada  por 
Fregeiro  en  su  Monteagudo,  con  fecha  «4  de  marzo»  en  lugar  de  14  como 
figura  en  el  Museo  Mitre.- (N.  del  D.) 


OBRAS    POLÍTICAS  289 

^uro  a  usted  como  siempre  que  soy  y  seré  su  más 
reconocido  y  afecto  amigo. 

B.    MONTEAGÜDO. 

Aunque  ha  ido  por  duplicado  la  propuesta  que 
usted  me  indica  con  otras,  no  ha  venido  el  despa- 
cho que  ruego  a  usted  lo  recuerde  al  general 
Zenteno. 


MS. 


Huaura,  19  de  marzo  de  1821. 

Eúscelentisimo  señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Mi  estimado  general  y  amigo : 

Salió  el  Pacífico  para  el  Callao  y  por  varios 
accidentes  regresó  y  vuelve  a  emprender  su  viaje. 
En  este  intermedio  he  recibido  los  despachos  que 
usted  ha  tenido  la  bondad  de  mandarme  expender, 
por  los  que  doy  las  más  expresivas  gracias,  por 
cuanto  ellos  me  proporcionan  motivos  para  acre- 
ditar al  menos  los  deseos  de  ser  útil.  Incluyo  los 
boletines  hasta  esta  fecha ;  antes  había  remitido 
a  usted  los  impresos  que  teníamos  y  con  verdad 
que  poco  queda  que  decir,  pues  la  estación  no 
permite  obrar  activamente.  Nada  tenemos  con  qué 
entretener  por  ahora  nuestras  esperanzas,  sino  es 
con  los  resultados  de  la  expedición  que  ha  ido  en 
la  escuadra;  a  más  de  las  travesuras  de  Lord 
Cochrane,  Miller  los  pondrá  a  pasto  con  desembar- 
cos continuos  entre  Pisco  y  Lima,  cortándoles  los 
recursos  del  sur  y  obligándoles  a  diseminar  las 
fuerzas.  Lleva  400  infantes  escogidos  de  todo  el 
ejército  y  100  caballos.  En  el  estado  actual,  y 
discurriendo  por  un  orden  regular,  debemos  espe- 
rar grandes  sucesos  para  mayo.  ¡  Ojalá  correspon- 
dan a  nuestros  deseos!  Crea  usted  mi  buen  amigo 

19 


290  BERÑAEDO    MONTEAGUDO 

en  la  sincera  gratitud  y  constante  aprecio  de  su 
afectísimo  servidor. 

Monte  AGUDO. 

MS. 


Huaura,  6  de  abril  de  1821. 
Excelentísimo  señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Mi  estimado  g-eneral  y  amigo : 

Por  el  prospecto  que  incluyo  verá  usted  la  adi- 
ción que  han  recibido  mis  tareas;  decidido  a  que 
esta,  sea  la  última  época  de  mi  vida  revolucionaria, 
voy  a  trabajar  cuanto  pueda;  así  es  que  no  tengo 
tiempo  para  nada.  La  adquisición  de  la  goleta  Sa- 
crametito  de  que  se  habla  de  oficio  es  inapreciable : 
por  ella  descubriremos  los  planes  de  La  Serna,  a 
más  de  la  calidad  del  buque  tan  conocido  por  sus 
pies.  Desde  hoy  en  adelante  cada  día  traerá  algu- 
nos sucesos  pues  todo  exige  empezar  a  obrar. 

Persuádase  usted  que  mi  gratitud  será  siempre 
igual  al  sincero  afecto  con  que  soy  su  atento  ser- 
vidor y  amigo, 

B.  Monte  AGUDO. 

MS. 


Lima,  12  de  agosto  de  1821. 
Señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Mi  amado  amigo: 
Tengo  el  placer  de  contestar  desde  aquí  a  su 
última  del  4  de  .junio;  al  fin  llegamos  al  término 
de  nuestros  sacrificios;  doy  a  usted  mil  enhora- 
buenas, por  la,  parte  principal  que  ha  tenido  en 
esta  empresa.  Ofrezco  a  usted  el  nuevo  destino  que 


OBEAS   POLÍTICAS  291 

por  ahora  me  ha  cabido  en  el  gobierno  protectoral ; 
yo  no  me  felicitaré  do  él,  sino  cuando  haya  visto 
que  he  merecido  bien  de  la  patria;  usted  se  hará 
cargo  del  inmenso  peso  que  gravita  sobre  nosotros, 
este  es  un  caos,  y  hasta,  que  se  arregle,  nuestro 
trabajo  será  doble. 

Hoy  me  veo  en  crueles  apuros  porque  García 
sigue  enfermo  y  despacho  ambos  ministerios.  Los 
papeles  públicos  instruirán  a  usted  de  todo.  En 
especial  no  basta  decirle  que  por  cartas  intercep- 
tadas, que  hoy  mismo  he  descifrado,  ni  Canterac 
sabe  el  paradero  de  La  Serna,  ni  éste  el  de  Can- 
terac. Un  mes  más  de  sitio  decidirá  la  suerte  del 
Callao. 

Adiós,  mi  buen  amigo,  reciba  usted  el  afecto  y 
sinceridad  de  su  obligado, 


B.    MONTEAGUDO. 


MS. 


10 

Lima,  12  de  septiembre  de  1821. 

Señor  don  Bernardo  O'Higgins. 

Muy  buen  amigo: 

Dispense  usted  que  por  las  graves  circunstancias 
en  que  estamos  no  le  escribo  más  largo.  Me  refiero 
a  la  nota  de  oficio  que  dirijo  a  Zenteno.  Acabo  de 
venir  del  campamento  y  salían  cuatro  escuadro- 
nes y  500  infantes  a  probar  si  los  enemigos  quieren 
vernos  las  caras.  Estamos  en  esta  ansiedad  que 
espero  saldremos  en  breve,  pues  los  enemigos  no 
pueden  menos  que  salir  adelante.  Ojalá  tenga 
luego  que  anunciar  una  victoria. 

Su  afectísimo  amigo, 

B.  Monte  AGUDO. 

MS. 


292  BERNARDO  MONTEAGUDO 

11 

Lima,  4  de  noviembre  de  1821. 

Señor  don  Bernardo  O^Higgins. 

Mi  muy  amado  amigo  : 

Cada  día  considero  a  usted  más  lleno  de  satis- 
facciones al  ver  casi  aseg-urada  la  suerte  de  Chile, 
de  todos  los  ataques  exteriores,  no  menos  que  de 
las  empresas  anarquistas.  La  Serna  sigue  en  Hua- 
nacayo  y  su  ejército  en  Jauja;  por  un  oficial  que 
ha  venido  de  Arequipa  sahemos  que  su  plan,  según 
las  órdenes  que  ha  dado,  es  reunir  de  todo  el  Perú 
4000  o  5000  hombres,  pero  ya  es  tarde  para  que  sus 
proyectos  sean  felices.  El  protector  ha  salido  al 
campo  por  enfermo  y  estando  García  enfermo  tam- 
bién, tengo  que  ir  diariamente  al  despacho  con 
gran  aumento  de  ocupación.  El  despacho  de  ca- 
pitán general  del  Perú  se  lo  remitiré  a  usted  con 
el  diploma  de  fundador  de  la  Orden  del  Sol.  Mando 
a  usted  esos  papeles  del  maldito  Rico  para  que 
por  ellos  vea  el  estado  de  aquellos  miserables. 

Adiós,  mi  amado  amigo,  lo  es  y  será  eterna- 
mente suyo, 

B.    MoNTEAGUDO. 

Mis  respetos  a  las  señoras. 

MS. 

12 

Lima,  20  de  abril  de  1822. 

Señor  don  J .  García. 

Mi  amigo: 

La  carta  de  usted  a  que  contesto,  hago  un  es- 
fuerzo para  dirigirle  ésta.  Tristán  fué  completa- 
mente dispersado  en  lea  el  7  de  éste.  Aldunate 


OBRAS    POLÍTICAS  293 

quedó  prisionero.  Ponderada  se  cree  muerto  y  los 
demás  jefes  han  salvado.  Esta  pérdida  lia  reani- 
mado el  espíritu  de  empresa ;  yo  no  la  siento  con 
relación  a  la  causa,  sino  a  los  individuos  que  han 
perecido.  Hoy  se  asegura  que  han  abandonado  a 
lea,  y  fusilado  a  algunos  de  nuestros  prisioneros : 
tanto  mejor  en  el  mismo  punto  de  vista.  A  pesar 
de  esto  nuestras  operaciones  no  empezarán  hasta 
de  aquí  un  mes,  y  creo  será  con  ventaja.  La  opi- 
nión se  mantiene  como  usted  la  dejó  y  aun  se  ha 
ganado  más  en  todo.  Los  españoles  exigen  seve- 
ridad por  su  osadía.  Se  les  acaba  de  sacar  120,000 
pesos  en  plata.  Los  departamentos  están  tranqui- 
los, después  que  en  Corongo  (Huaylas),  pudo  sofo- 
car Rivadeneyra  a  una  insurrección  a  favor  do 
los  españoles.  Cabero  iba  a  salir  en  la  Empren- 
dedora, pero  para  ahorrar  5500  pesos  que  impor- 
taba su  pasaje  y  para  mayor  decoro,  se  ha  dis- 
puesto vaya  en  un  lauque  de  guerra.  De  Guayaquil 
nada  sabemos ;  sigue  en  indecisión  hecho  el  jugue- 
te de  cuantos  pueden  más  que  él.  Necocnea  y 
Martínez  han  ofrecido  sus  servicios,  si  hay  peli- 
gro; los  del  primero  quizá  se  acepten. 
Eternamente  será  su  mejor  amigo, 

MONTEAGUDO. 

He  escrito  a  usted  por  el  cabo  de  Buenos  Aires. 

MS. 

13 

G.,  27  de  septiembre  de  1823  (6). 

Señot  don  Bernardo  O'Higgins. 

Mi  estimado  amigo : 

Quiero  aprovechar  esta  oportunidad  para  felici- 
tarle por  su  arribo  a  Lima,  donde  al  menos  estará 

(6)    Desde  Guayaquil.— (JV.  del  D.) 


294  BERNARDO    MONTEAGUDO 

usted  libre  de  los  disgustos  anteriores  y  de  la 
vista  de  los  ingratos.  Yo  me  hallo  aquí  sin  saber  si 
iré  para  el  sur  o  para  el  norte,  esperando  órdenes 
del  libertador. 

Donde  quiera  que  se  me  proporcione  volver  a 
abrazar  a  usted  tendrá  la  mayor  satisfacción  su 
antiguo  y  sincero  amigo, 


B.  Monte  AGUDO. 


MS. 


A  Bolívar  y  a  Sucre  (^ 
1 

Guaranda,  julio  5  de  1823. 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  general : 

Aunque  llegué  aquí  en  una  sola  jornada  desde 
Ambato,  nada  be  adelantado,  pues  apenas  podré 
salir  mañana  por  falta  de  muías. 

El  señor  O'Leary  me  ha  dado  muchos  porme- 
nores del  Perú,  y  todos  confirman  las  opiniones 
que  tengo  de  los  sucesos  y  de  las  personas  que 
figuran  en  ellos.  Sé  que  vienen  dos  Diputados  del 
Congreso  cerca  de  usted,  y  por  lo  que  valga,  me 
tomo  la  libertad  de  indicar  a  usted,  una  idea,  que 
quizá  encuentre  su  aprobación. 

Creo  que  convendría  que  el  Gobierno  y  el  Con- 
greso pasasen  a  instalarse  en  Intermedios,  en  vez 
de  venir  a  Trujillo.  Esto  concentraría  y  sostendría 
la  opinión  de  los  pueblos  del  alto  Perú  y  la  del 
Ejército,   serviría  de  algún  freno  a  Santa  Cruz, 


(7)  Las  cartas  siguientes  han  sido  tomadas  de  las  Memorias  de  O'Lea- 
ry, cuyo  ejemplar  nos  fué  gentilmente  franqueado  por  el  señor  Cle- 
mente L.  Fregeiro.— (A^.  del  D.) 


OBRAS    POLÍTICAS  295 

estaría  más  en  contacto  con  el  Gobierno  de  Cliile 
para  neo^ociar  todos  los  auxilios  que  puede  dar 
aquel  país,  y  en  fin,  se  evitaría  el  inconvenien- 
te de  que  se  le  antoje  a  Canterac  destacar  500 
hombres  contra  Trujillo  por  la  provincia  de  Huai- 
las,  y  exponer  el  Clongreso  al  ridículo  de  emigrar 
segunda  vez. 

Además,  la  navegación  de  Intermedios  a  cual- 
quier punto  del  Norte,  ofrece  una  ventaja  de  gran 
consideración,  que  no  tendría  el  gobierno,  si  se 
estableciese  en  Trujillo.  En  el  Callao,  creo  que 
no  debe  quedar  sino  un  buen  jefe  con  800  o  1,000 
hombres,  y  salir  de  allí  todo  lo  que  tenga  aire  de 
gobierno.  Muchas  más  razones  me  ocurren,  que 
es  imposible  detallar  en  una  carta ;  pero  usted  pe- 
netrará más  de  lo  que  yo  puedo  decir  en  dos 
pliegos. 

Adiós,  mi  general,  yo  deseo  tener  cuanto  antes 
el  gusto  de  volver  a  verle,  y  ratificarle  mil  veces 
los  sentimientos  con  que  soy  su  afectísimo  y  obli- 
gado servidor. 

B.  Monte  AGUDO. 


Guayaquil,  septiembre  5  de  1823. 

ExcelentisÍ7no  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  general : 

Ante  todas  cosas,  celebro  el  buen  arribo  de  usted 
a  esa,  y  no  sólo  por  lo  que  únicamente  escriben 
de  Lima,  sino  porque  no  hay  probabilidad  que  no 
esté  en  su  favor :  creo  que  usted  salvará  del  nau- 
fragio ese  país,  y  que  por  su  influjo  cesarán  de 
obrar  en  contradicción  los  elementos  que  hay  en  él. 

Quedo  enterado  de  las  causas  que  usted  ha 
tenido  para  mandar  que  suspenda  mi  viaje.  No  me 
atrevo  a  discurrir  sobre  el  tratado  de  Buenos  Aires 
y  su  trascendencia,  porque  tengo  pocos  datos  para 
ello,  y  porque  cuando  usted  reciba  ésta,  podrán 


296  BEENAEDO    MONTEAGÜDO 

ser  tales  las  variaciones  ocurridas,  que  nada  valie- 
sen mis  reflexiones,  aun  cuando  por  ahora  fue- 
sen muy  justas.  Así  me  limito  desde  hoy  a  esperar 
la  resolución  de  usted  para  de  un  modo  o  de  otro 
salir  de  esta  maldita  estufa,  donde  por  mi  elección, 
jamás  viviría  una  hora.  Mi  suerte  está  abando- 
nada a  usted,  mientras  esto  se  decida ;  y  feliz- 
mente creo  que  antes  de  pocos  días  veré  el  rumbo 
que  debo  seguir. 

Por  el  coronel  Salas  recibirá  usted  muchas  co- 
municaciones de  Méjico:  Guatemala  no  quiere 
unirse  al  Norte.  Aquí  se  ha  publicado  la  nota 
que  escribe  a  usted  Alaman,  cuya  copia  fué  remi- 
tida a  E-oca  por  un  oficial  de  secretaría.  Si  al 
fin  voy  a  Méjico,  será  una  ventaja  encontrar  allí 
a  Alaman. 

Soy  de  usted,  mi  ^-eneral,  con  sinceridad  y  o'ra- 
titud,  su  afectísimo  amigo  y  servidor, 

B.    MONTEAGUDO. 


Guayaquil,  septiembre  14  de  1823. 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  general : 

Por  el  doctor  Toley,  tuve  el  gusto  de  escribir 
a  usted  ocho  días  ha,  manifestándole  mi  ansie- 
dad por  sus  determinaciones.  La  incertidumbre 
de  los  sucesos  del  Peni  es  una  verdadera  calami- 
dad para  los  que  estamos  a  la  distancia,  y  espe- 
cialmente para  mí,  que  los  veo  con  el  doble  in- 
terés que  inspira  la  presencia  de  usted  en  ese 
teatro. 

Nada  sabemos  de  Méjico,  después  de  la  goleta 
Olmedo,  que  trajo  los  pliegos  que  habrá  usted 
recibido  por  el  Coronel  Salas.  Pensando  en  la 
variación  de  circunstancias  que  movió  a  usted  a 
ordenarme  la  suspensión  de  mi  viaje,  creo  siempre 


OBRAS    POLÍTICAS  297 

que  subsisten  fuertes  motivos  para  mandar  allá 
un  comisionado.  Guatemala  ha  enviado  Diputados 
a  Washington,  pidiendo  agregarse  a  los  Estados 
Unidos;  esto  hace  ver  la  situación  del  país. 

De  Méjico  y  Guadalajara,  aun  cuando  no  se 
emprenda  conseguir  otra  cosa  que  un  empréstito, 
juzgo  que  sería  realizable  y  útilísimo  en  la  situa- 
ción del  Perú,  que  es  probable  no  mejore  en  mucho 
tiempo.  Aun  realizando  el  empréstito  de  Londres, 
sería  ventajoso  el  de  Méjico,  por  las  relaciones 
que  produciría  entre  ambos  Estados  y  por  su  mayor 
inmediación.  Todo  esto  es,  prescindiendo  de  las 
demás  razones  generales  que  ofrece  aquel  negocio. 
Me  tomaré  la  libertad,  mi  general,  de  decir  a 
usted  con  este  motivo,  que  ningún  sacrificio  debe 
excusarse  para  obtener  dinero  y  no  gravar  a  los 
pueblos  del  Sur  de  Colombia,  más  de  lo  que  están. 
Las  disensiones  de  Pasto,  unidas  a  las  atenciones 
ordinarias,  han  agotado  realmente  los  miserables 
recursos  de  estos  países,  y  creo  que  la  política  se 
interesa  en  no  exigir  de  ellos  más  de  lo  que  piden 
sus  necesidades  interiores.  Así  es  que  costará  mu- 
cho el  remitir  al  Perú  cualquier  suma  de  dinero, 
como  entiendo  lo  ha  ordenado  usted. 

He  visto  la  ratificación  de  los  tratados  del  Peni 
por  el  Congreso  de  Colombia.  Se.a  cual  fuere  el 
resultado,  nadie  quitará  a  ustedes  la  gloria  de  la 
iniciativa  en  un  gran  negociado. 

No  me  atrevo  a  dar  mi  opinión  sobre  el  estado 
del  Perú :  estas  cosas  son  para  contemplarse,  y  no 
decirse  sino  en  momentos  muy  oportunos.  Me 
permitirá  usted,  sin  embargo,  observar  que  la  si- 
tuación de  los  Departamentos  de  Trujillo  y  Huai- 
las  renueva  y  entretiene  facciones  en  los  pueblos 
limítrofes  de  esta  parte,  donde  es  natural  se  hagan 
algunos  votos  imprudentes  contra  su  propio  in- 
terés. 

Con  respecto  a  mi  viaje,  repito  a  usted,  mi  ge- 
neral, que  deseo  no  verme  forzado  por  mis  com- 
binaciones particulares  a  salir  de  aquí,  antes  de 
saber  lo  que  usted  piensa ;  pues  de  esto  sólo  pende 
el  que  yo  vuelva  o  no  al  teatro  de  la  revolución, 


298  BEENARDO    MONTEAGUDO 

bien  sea  en  el  Norte  o  en  el  Sur.  Pero  en  todas 
circunstancias  seré  siempre  con  sentimientos  de 
gratitud,  su  afectísimo  amigo  y  servidor, 

B.    MONTEAGÜDO. 


Guayaquil,  octubre  24  de  1823. 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar,  etc.,  etc.,  etc. 

Mi  amado  general : 

El  día  que  salió  Santa  Cruz  de  Lima  hizo  en  mi 
concepto  la  primera  marcha  para  ser  derrotado; 
esta  ha  sido  siempre  mi  opinión,  como  usted  sabe. 
El  mal  es  grande,  pero  su  magnitud  se  disminuye 
cuando  se  calculan  los  resultados  que  pudo  tener 
una  victoria  en  las  circunstancias  actuales  del 
Perú. 

Es  verdad  que  la  guerra  se  prolonga  lo  menos 
dos  años :  quizá  este  estado  es  preferible  al  de  la 
paz.  Mi  único  temor  es  que  entretanto  ocurran 
nuevas  combinaciones  en  la  política  europea,  que 
nos  sean  perjudiciales:  también  puede  suceder  lo 
contrario,  pero  el  camino  del  porvenir  es  muy 
obscuro.  Lo  cierto  es,  mi  general,  que  usted  tiene 
ahora  que  lidiar  con  dificultades  y  obstáculos  que 
antes  no  ha  conocido.  Habrá  circunstancias  en  que 
usted  tenga  que  ser  superior  a  sí  mismo,  para  con- 
ciliar tantos  intereses  diversos,  combatir  otros  no 
menos  fuertes  y  resolver  los  complicados  proble- 
mas de  una  doble  guerra  civil  y  extraña,  y  de  una 
política  cuyas  bases  varían  a  cada  paso.  Sin  em- 
bargo, mientras  usted  esté  al  frente  de  los  nego- 
cios, yo  seré  un  acérrimo  optimista,  y  creeré  poder 
siempre  decir,  que  (ítout  est  pour  le  Tnieuxt). 

He  devuelto  a  la  Tesorería  los  12,000  pesos  que 
recibí,  y  he  entregado  a  Castillo  en  un  pliego 
cerrado  todas  las  credenciales  y  documentos  gue  se 
me  dieron.   Estoy  persuadido   que  ya  no  tendrá 


OBRAS    POLÍTICAS  299 

efecto  mi  comisión  a  Méjico,  pero  yo  saldré  de 
todos  modos  el  mes  que  viene  para  Guatemala  y 
seguiré  luego  a  Acapulco.  Ya  he  pagado  a  usted 
y  a  mis  amigos  la  obligación  en  que  estaba  de 
mostrar  que  siempre  me  hallo  dispuesto  a  servir 
la  causa  de  mi  país.  Tampoco  es  decoroso  que  per- 
manezca aquí  más  tiempo. 

Me  tomo  la  libertad  de  recomendar  a  usted  la 
adjunta  solicitud  en  favor  de  la  familia  de  Chiri- 
boga,  que  mis  amigos  de  Quito  me  han  suplicado 
remita  a  usted.  Juzgo  que  la  familia  es  acreedora 
de  la  compasión  de  usted,  y  deseo  sinceramente 
que  la  obtenga. 

El  interés  que  tengo  por  el  orden,  me  hace  decir 
a  usted  que  por  grandes  que  sean  sus  atenciones  en 
el  Perú,  me  parece  que  convendría  aumentar  las 
guarniciones  en  todos  estos  puntos.  Si  usted  me 
pregunta  que  es  lo  que  se  observa,  no  es  fácil 
contestar  en  términos  positivos,  pero  sin  duda  se 
traslucen  disposiciones  poco  amigables ;  y  usted 
sabe  que  la  experiencia  da  un  tacto  que  avisa  más 
que  los  hechos. 

Ya  esta  carta  es  demasiado  larga :  deseo  que 
cuando  usted  la  reciba,  los  mismos  hayan  cambia- 
do de  tal  modo  que  nada  valga  cuanto  digo  en 
ella. 

Reitero  a  usted  la  amistad  y  respeto  con  que 
soy  su  obediente  servidor, 

B.  Monte  AGUDO. 


Sonsonate,  febrero  22  de  1824. 
EwcelentísÍTno  señor  Simón  Bolívar,  etc.,  etc.,  etc. 

Mi  amado  general : 

En  Guatemala  recibí  la  apreciable  de  usted 
fecha  12  de  noviembre,  en  que  se  sirve  decirme 
que  iba  a  embarcarse  por  el  Norte  de  Lima.  Pos- 
teriormente he  sabido  el  desenlace  de  la  campana, 


300  BERNARDO  MONTE AGUDO 

y  salida  de  Riva  Agüero  para  Gibraltar.  Yo  feli- 
cito a  usted  y  al  Peni  por  la  terminación  de  tan- 
tos males. 

En  la  misma  carta  tiene  usted  la  bondad  de 
indicarme  que  vuelva  a  donde  esté  usted,  por 
hallarse  de  acuerdo  los  señores  de  Lima  en  cuanto 
a  mi  regreso.  Al  recibir  aquella  carta  tenía  toma- 
das todas  mis  medidas  para  emprender  mi  marcha 
por  tierra  hasta  Guadalajara  y  formar  una  idea 
exacta  de  aquel  inmenso  país.  Pero  consecuente 
a  la  oferta  que  he  hecho  a  usted  tantas  veces,  di 
de  mano  a  mi  proyecto,  y  los  mismos  preparati- 
vos que  tenía  para  el  Norte,  me  han  servido  para 
regresar  a  este  punto.  Pasado  mañana  me  embar- 
caré en  Acajutla  con  dirección  a  HuanchacOj  don- 
de creo  encontrar  a  usted,  y  si  se  hallase  en  otro 
punto,  seguiré  a  él  sin  detenerme.  Anticipo  este 
aviso  por  la  vía  de  Guayaquil,  y  desearía  que 
llegase  a  usted  antes  de  mi  arribo.  Llevo  materia 
para  la  conversación  de  un  mes,  y  un  regalo  que 
usted  apreciará,  por  ser  de  una  dama  guatemal- 
teca. Mucho,  mucho,  mucho  tengo  que  decir  a 
usted ;  y  por  ser  tanto  lo  reservo  para  nuestra  vista. 

Vuelvo  al  Perú,  mi  general,  y  vuelvo  bajo  los 
auspicios  de  usted :  llevo  una  ambición  colosal  de 
justificar  las  esperanzas  que  usted  y  mis  amigos 
han  concebido  de  mis  esfuerzos. 

Si  algún  día  puede  usted  decir  que  no  se  engañó 
en  ellas,  ésta  será  la  mayor  satisfacción  que  tenga 
su  afectísimo  y  obligado  amigo, 

B.  Monte  AGUDO. 


6 

Trujillo,  abril  17  de  1824, 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  general : 

Esta  mañana  llegué  a  esta  nueva  capital  de  la 
República  peruana,  después  de  haber  estado  bajo 


OBRAS    POLÍTICAS  301 

los  fuegos  del  Callao,  sin  saber  los  últimos  sucesos. 
Aunque  de  Sonsonate  escribí  a  usted  que  salía 
directamente  para  este  puerto,  después  creyó  el 
capitán  del  buque  que  era  mejor  ir  al  Callao,  y  en 
caso  de  no  estar  usted  en  Lima,  venir  a  Huancha- 
co.  Codecido  convino  en  ésto,  y  de  aquí  resultó 
el  horrible  peligro  en  que  estuve.  La  historia  es 
larga  y  espero  decirla  verbalmente.  Por  ahora 
mi  principal  objeto  es  anunciar  a  usted  mi  arribo, 
repetirle  mis  antiguos  sentimientos  y  pedirle  órde- 
nes, bien  para  marchar  a  ver  a  usted  o  aguardarle 
aquí.  Yo  deseo  lo  primero  y  lo  realizaré  cuando 
usted  guste,  pues  mientras  reciba  su  contestación 
habré  descansado  de  mi  más  que  penoso  pasaje. 
Soy  de  usted  con  los  más  francos  e  invariables 
sentimientos,  su  afectísimo  amigo  y  servidor. 

B.  Monte  AGUDO. 


Trujillo,  abril  26  de  1824. 

Excelentísimo  señor  SiTnón  Bolívar. 

Mi  amado  general : 

Para  corresponder  a  los  deseos  que  usted  se  sirve 
manifestarme  en  su  apreciable  de  23,  me  pondré 
en  marcha  el  29,  no  pudiendo  antes  por  falta  de 
muías. 

La  llegada  del  Capitán  Prescott  a  ésta,  aumen- 
tará los  inmensos  materiales  que  llevaré  al  Cuartel 
General  para  muchas  horas  de  conversación.  El 
género  humano  está  enfermo,  pero  todo  anuncia 
que  la  plaga  del  mundo  va  a  hacer  crisis :  ya 
esto  no  admite  dilación. 

Es  enorme  el  peso  de  los  acontecimientos  que 
estaban  reservados  para  ejercitar  la  magnanimi- 
dad de  usted ;  mas  usted  sabe  como  resuelve  Rous- 
seau el  problema  sobre  la  cualidad  que  caracteriza 
a  un  héroe. 


302  BERNARDO  MONTE AGUDO 

Los  papeles  de  Lima,  como  es  natural,  hacen  a 
usted  una  guerra  sin  piedad :  no  les  queda  otro 
blanco,  y  es  preciso  que  agoten  sus  recursos.  Tam- 
bién soy  digno  de  participar  sus  ataques :  de  con- 
tado me  considero  en  campaña,  y  las  hostilidades 
serán  atroces  cuando  hablen  de  mi  regreso.  A  mí 
me  queda  el  derecho  de  retaliación. 

En  fin,  ya  que  la  dispersión  de  los  libertadores 
del  año  20  ha  sido  más  tremenda,  y  en  algunos 
más  ignominiosa,  que  la  de  los  discípulos  de  Moi- 
sés, me  lisonjeo  de  ser  de  los  pocos  que  han  que- 
dado, y  fío  en  el  destino  que  vendré  a  ser  espec- 
tador de  los  triunfos  de  usted;  porque  esto  es 
hecho,  la  causa  del  país,  la  amistad  de  usted;  la 
experiencia  y  la  conducta  de  mis  amigos  y  de  mis 
enemigos,  exigen  que  yo  no  rehuse  cuantos  sacri- 
ficios pueda  hacer. 

Adiós,  mi  general;  cuide  usted  mucho  su  salud. 
Yo  quisiera  que  fuera  usted  tan  dueño  de  ella, 
como  lo  es  de  su  espíritu,  de  su  energía  y  de  la 
eterna  y  sincera  amistad  de  su  afectísimo  servidor, 

B.  Monte  AGUDO. 
8 

Chancay,  octubre  24  de  1824. 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  general : 

La  situación  en  que  he  hallado  los  negocios  de 
la  Costa  no  es  la  que  yo  esperaba,  ni  la  que  era 
más  de  desear.  El  coronel  TJrdaneta  apenas  podrá 
contar  con  800  infantes  y  400  caballos,  sin  que 
hasta  hoy  se  tenga  noticia  de  las  tropas  de  Colom- 
ti^'j  y  yo  creía  encontrar  en  marcha  hacia  acá 
desde  Trujillo,  y  pienso  que  antes  de  la  llegada  de 
usted  no  se  realizará  el  movimiento  sobre  Lima. 
El  señor  Urdaneta  y  todos  se  quejan  de  la  poca 
actividad  que  hay  en  Pativilca  para  adelante:  lo 


OBRAS    POLÍTICAS  303 

que  sí  puedo  asegurar  a  usted  es  que  el  Asia  lia 
llenado  de  terror  a  todos,  y  es  preciso  confesar 
que  con  razón,  pues  a  más  de  haber  perdido  nues- 
tra superioridad  marítima,  lo  peor  es  que  tardare- 
mos mucho  en  recobrarla.  He  hablado  mucho  con 
López,  y  varios  ingleses,  y  todos  convienen  en  que 
el  Asia  está  en  muy  buen  estado,  y  aun  más  el 
Agutíes:  que  los  buques  enemigos  guardaron  per- 
fectamente la  línea  en  el  último  combate,  y  los 
nuestros  al  contrario,  pues  sólo  E-ight  secundó  la 
notoria  conducta  de  Guise  en  aquel  día. 

Mi  opinión  sobre  el  destino  de  la  escuadra  ene- 
miga y  los  dos  transportes  que  han  salido  con 
ella,  es  que  si  han  llevado  tropas,  van  a  Interme- 
dios, y  si  no,  van  a  Chiloe  para  traerlas  a  Arica. 
Digo  esto,  porque  no  se  sabe  a  punto  fijo  si  van 
vacíos  o  no. 

Entretanto  el  estado  de  Chile  es  deplorable :  hay 
datos  para  t-emer  que  los  españoles  intrigan  con 
suceso  en  aquel  país. 

Mi  general :  vuele  usted  hacia  acá,  porque  hay 
mil  objetos  de  inmensa  trascendencia,  que,  sólo, 
sólo  su  presencia  podrá  atender  y  conciliar.  Yo 
regreso  a  Supe  o  Huaura,  porque  actualmente  de 
nada  puedo  servir  al  señor  TJrdaneta.  Olvidaba 
decir  a  usted,  que  aun  antes  de  acercarse  a  la 
costa,  creo  que  convendría  mandar  por  extraordi- 
nario la  orden  que  desea  Guísq  para  que  en  Guaya- 
quil se  hagan  con  actividad  todos  los  reparos  que 
necesita  la  escuadra.  La  fragata  Estados  Unidos 
nos  hace  inmensos  servicios,  como  lo  sabrá  el  señor 
TJrdaneta. 

Admita  usted,  mi  general,  los  sentimientos  de 
respeto  y  amistad  con  que  soy  siempre,  su  más 
invariable  y  afectísimo  servidor, 

B.  Monte  AGUDO. 


304  BERNARDO    MONTEAGUDO 


Supe,  noviembre  4  de  1824. 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  p^eneral : 

Según  las  noticias  que  corren,  hoy  supongo  a 
usted  en  Santa,  y  al  coronel  TJrdaneta  cerca  de 
Lima:  por  consiguiente,  yo  pienso  salir  de  aquí 
hacia  donde  usted  se  halle. 

Mi  principal  objeto,  por  ahora,  es  felicitar  a 
usted  por  las  noticias  de  Olaueta,  de  que  le  supon- 
go instruido.  He  visto  cartas  muy  respetables  de 
Buenos  Aires  del  mes  de  julio,  que  aseguran  haber 
llegado  a  aquella  ciudad  el  Secretario  del  general 
Olañeta,  que  es  también  su  primo,  encargado  de 
hacer  proposiciones  al  Gobierno  General :  las  con- 
ferencias aun  no  habían  empezado,  ni  se  traslucía 
el  ultimatuTn  que  envolvía  esta  negociación,  Pero 
es  indudable,  a  pesar  de  mi  escepticismo  sobre  el 
patriotismo  de  Olañeta,  que  si  en  julio  llegó  su 
enviado  con  buenas  intenciones,  éstas  habrán  me- 
jorado al  saber  el  suceso  del  6  de  agosto. 

Por  lo  demás,  mucho,  mucho,  hay  que  decir 
sobre  las  cosas  públicas,  y  sobre  el  rompimiento 
de  hostilidades  entre  los  señores  Unánue  y  Vidau- 
rre.  Dios  Eterno.  ;  Qué  terrible  cuadro  ofrecerá 
el  Perú,  si  el  mismo  que  lo  salva  de  los  españoles, 
no  lo  salva  también  de  los  peligros  interiores  que 
lo  amenazan ! 

Adiós,  mi  general,  usted  conoce  la  admiración 
y  amistad  con  que  será  siempre  suyo, 

B.  Monte  AGUDO. 


OBllAS    POLÍTICAS  305 


10 


En  frente  de  Chorrillos,  diciembre  27  de  1824. 

Excelentísimo  señor  Simón  Bolívar. 

Mi  amado  o^eneral : 

Nada  se  lia  lieclio,  ni  aun  se  lia  podido  propo- 
ner, porque  todo  lo  rehusa  Rodil.  Ayer  necesité 
gran  moderación  para  no  chocar  con  Villazón :  yo 
me  acordé  que  delante  del  señor  Malinj^-  y  su  se- 
ñora todo  podía  tolerarse,  aunque  sus  insultos  eran 
tanto  más  fuertes,  cuanto  más  se  contraían  a  usted. 
Quiso  hacerme  entender  que  antes  de  anoche  Rodil 
recibió  comunicaciones  de  Guruzeta  que  venía  con 
tres  transportes,  y  que  dentro  de  tres  días  llegaría 
aquí,  esto  es,  al  Callao ;  que  sabían  que  en  Europa 
se  preparaban  grandes  expediciones  para  la  Amé- 
rica ;  y  que  por  tanto  Rodil  debía  conservar  el 
Callao,  para  que  encontrasen  un  punto  seguro  de 
arribada. 

Con  respecto  a  la  capitulación,  me  dijo  que  sólo 
la  creerían  si  La  Serna  y  los  jefes  principales  vi- 
niesen al  Callao.  La  segunda  vez  que  volvió  Villa- 
zón, a  bordo  trajo  12  onzas  para  cada  uno  de  los 
oficiales  que  vinieron  conmigo. 

Nada  notable  ocurre,  y  sólo  hay  un  incidente 
que  no  quiero  aventurar,  y  porque  si  se  frustra  será 
muy  sensible.  No  me  detendré  sino  lo  muy  preciso 
en  pasar  a  esa,  y  reiterarle  los  sentimientos  con 
que  eternamente  soy, 

Su  inolvidable  y  obligado  amigo, 

B.  Monte  AGUDO. 

P.  D. — El  señor  Maling  y  su  señora,  el  como- 
doro Hall  y  la  hija,  ofrecen  a  usted  sus  mejores 
cumplimientos. 

MONTEAGUDO. 


20 


306  BERNAEDO    MONTEAGUDO 


MOXTEAGUDO    A    SUCBE 

Lima,  junio  23  de  1822. 

Ministerio  de  Estado  y  Relaciones  Exteriores 
del  Perú. 

Señor  general  de  brigada,  Antonio  J.  de  Sucre, 
comandante  general  del  Sur  de  Colombia. 

Señor  general : 

Venciendo  ustedes  al  ejército  enemigo  en  las 
faldas  del  monte  Pichincha,  ha  escrito  en  ellas  las 
líltimas  palabras  que  faltaban  al  decreto  de  la 
emancipación  de  Colombia,  y  tal  vez  a  la  de  los 
pueblos  que  quedan  clamando  por  ser  libres.  El 
gobierno,  el  pueblo,  el  ejército,  han  saludado  desde 
aquí  con  entusiasmo  al  libertador  de  Quito,  y  a 
sus  bravos  compañeros  de  armas.  En  la  historia 
de  los  guerreros  hay  sucesos  que  el  destino  hace 
misteriosos  para  que  sean  más  memorables.  Quito 
debía  ser  libre,  pero  su  libertad  estaba  reservada 
al  esfuerzo  unido  de  los  colombianos,  peruanos  y 
argentinos,  que  desde  las  inmensas  distancias  que 
los  separan,  han  ido  a  buscar  la  victoria  en  el 
Ecuador.  Yo  felicito  a  ustedes  en  nombre  de  mi 
Gobierno :  felicito  a  esa  República  y  a  toda  la 
América  por  la  sangre  gue  ahorrará  a  la  humani- 
dad, la  que  se  derramó  con  gloria  el  24  de  mavo, 
mes  que  ha  sido  tantas  veces  célebre  en  la  revolu- 
ción del  nuevo  mundo. 

Tengo  la  honra  de  reiterar  a  ustedes  los  distin- 
guidos sentimientos  de  consideración  con  que  soy 
su  servidor. 

Señor  general, 

Bernardo  Monteagudo. 


APÉNDICE 


ARTÍCULOS  DE  cEL  INDEPENDIENTE» 

(Atribuidos  a  Montcagudo) 
(1815) 


Discurso  preliminar 

Desde  que  el  arte  divino  de  escribir  dando  un 
ser  durable  a  los  conocimientos  bumanos  por  me- 
dio de  la  imprenta,  puso  en  contacto  las  luces  de 
todas  las  naciones,  los  hombres  se  acercaron  más 
entre  sí,  se  auxiliaron  para  deponer  sus  errores, 
unieron  sus  fuerzas  para  adelantar  sus  ideas,  sus 
comodidades  y  sus  placeres,  perfeccionaron  su  mo- 
ral, y  suavizaron  su  carácter  por  la  oposición  que 
hallan  sus  acciones  desarregladas  en  la  censura  de 
los  demás  pueblos.  Del  juicio  de  todas  las  nacio- 
nes se  formó  entonces  un  tribunal  temible,  el  úni- 
co capaz  de  contener  los  excesos  en  que  viven  las 
tribus  aisladas  y  salvajes,  del  mismo  modo  que  el 
hombre  puesto  en  sociedad  se  modera  principal- 
mente por  el  respeto  de  la  piíblica  fama. 

Sin  la  historia,  que  es  la  escuela  común  del  gé- 
nero humano,  los  hombres  desnudos  de  experien- 
cia, y  usando  sólo  de  las  adquisiciones  de  la  edad 
en  que  viven,  andarían  inciertos  de  errores  en  erro- 
res. A  cada  paso  retrogradaría  la  especie  a  su  an- 
tigua rudeza,  y  la  débil  voz  de  un  anciano  sofo- 
cada por  el  eco  de  las  pasiones  y  de  la  ignorancia, 
no  sería  bastante  a  suplir  los  saludables  consejos 
que  aquella  maestra  incorruptible  nos  suministra 
a  cada  momento.  Igualmente  los  periódicos,  que 
no  son  otra  cosa  que  la  historia  de  los  tiempos, 
son  un  testigo  de  la  verdad,  nos  conducen  a  la  pru- 
dencia e  iluminan  nuestra  conducta.  Los  periódi- 
cos, pues,  se  han  reputado  como  el  medio  más 
pronto  y  eficaz  de  diseminar  los  conocimientos 
útiles.  Ellos  promueven  el  buen  gusto,  corrigen 
las  extravagancias,  dan  publicidad  y  valor  a  las 
invenciones  del  genio  y  de  las  artes,  despiertan  en 


310  BERNARDO    MONTEAGUDO 

la  juventud  la  afición  a  discurrir,  mueven  al  ciu- 
dadano a  ejercitarse  en  materias  políticas  y  litera- 
rias y  en  todas  los  individuos  de  la  sociedad  pro- 
vocan aquel  cambio  interesante  de  ideas  que  las 
mejora  y  acrecienta.  En  Europa  atizan  el  espíritu 
nacional,  ilustran  el  juicio  piiblico  y  sirven  como 
de  conductores  a  aquellas  luces  que  esclarecen  al 
Estado,  unen  a  la  sociedad  y  liman  sus  modales. 
Allí  encuentra  el  legislador  resultados  fundados 
sobre  la  experiencia:  el  ministro  noticias  y  avisos 
para  sus  operaciones,  mientras  los  demás  ramos 
buscan  su  recreo  y  los  medios  de  instruirse  en  los 
diferentes  puntos  que  tocan  a  sus  respectivas  pro- 
fesiones. Ponen  un  freno  a  la  arrogancia  indivi- 
dual, apuntan  las  gradaciones  que  corre  una  na- 
ción al  perfeccionarse,  a  menudo  la  levantan  de 
su  estado  letárgico,  y  en  especialidad  estimulan 
al  heroísmo,  y  todas  las  virtudes  patrióticas  a  pre- 
miar el  mérito  distinguido,  y  en  muchas  ocasiones 
se  han  considerado  como  los  guardianes  más  des- 
velados de  los  derechos  de  los  pueblos,  y  el  mejor 
punto  de  reunión  entre  ellos  y  sus  jefes.  Dan,  en 
fin,  la  ley  al  buen  gusto,  excitan  una  rivalidad 
laudable  entre  los  talentos,  y  vienen  a  ser  unos  re- 
gistros de  todo  lo  que  el  individuo  ha  contribuido 
en  favor  de  su  patria  y  en  obsequio  de  las  artes 
y  de  las  ciencias.  Allí,  el  futuro  historiador  bus- 
cará los  materiales  para  completar  el  cuadro  de 
aquellos  héroes  que  han  aparecido  ya  sobre  su 
horizonte ;  las  acciones  memorables  de  éstos  pasa- 
rán intactas  a  la  posteridad,  y  sus  laureles,  sin  ser 
marchitados,  alcanzarán  los  siglos  venideros.  En 
suma,  los  periódicos  han  llegado  a  ser  la  piedra 
de  toque  de  la  instrucción  nacional  de  un  pueblo, 
y  al  paso  que  se  han  perfeccionado  por  las  contri- 
buciones intelectuales  de  sus  literatos,  el  extran- 
jero ha  juzgado  del  estado  de  su  sociedad,  de  su 
aptitud  a  todo  lo  que  da  realce  al  género  humano 
y  descubre  aquellas  distancias  que  lo  separan  de 
su  primitiva  rudeza. 

Es,   con  todo,  esta  clase  de  literatura   y  medio 
de  esparcir  noticias  y  conocimientos  útiles  inven- 


OBRAS   POLÍTICAS  311 

ción  de  los  modernos.  Los  antiguos  griegos  y  roma- 
nos no  nos  han  dejado  ningún  resto,  y  casi  se 
puede  decir  que  ignoraron  este  instrumento  po- 
deroso de  la  civilización  y  este  cambio  telegráfico 
de  ideas.  Por  eso  es  que  en  aquellos  tiempos  vemos 
los  conocimientos  reducidos  a  ciertas  naciones,  y 
aun  entre  éstas  sólo  eran  el  patrimonio  de  ciertas 
familias  o  de  cierta  clase  de  individuos.  El  resto 
del  mundo  permanecía  casi  en  enteras  tinieblas, 
y  sólo  participaban  los  pueblos  de  los  adelanta- 
mientos de  las  ciencias  y  de  las  artes  de  aquellos 
que  las  cultivaban,  cuando  las  conquistas  o  las  vi- 
cisitudes de  los  gobiernos  los  hacían  herederos  de 
su  fortuna.  Mas  todas  las  ciudades  grandes  de  la 
pulida  Europa  se  han  lisonjeado  de  tener  talentos 
literarios  que  se  hayan  dedicado  a  este  importante 
ramo  instructivo.  Sin  embargo,  su  perfección  sólo 
es  del  tiempo  del  famoso  Addison.  Este  ingenio 
ilustre  llevó  a  un  punto  tan  elevado  sus  ensayos 
populares  del  Spectator,  que  se  ha  traducido  en 
casi  todas  las  lenguas  modernas  y  ha  servido  de 
modelo  hasta  el  día  a  sus  sucesores,  quienes  se  han 
esmerado  en  imitar  la  excelencias  de  su  estilo,  tan- 
to como  la  variedad  de  sus  invenciones  y  la  versa- 
tilidad de  su  genio. 

Enseñar  (segiin  dice  el  doctor  Johnson  en  su 
biografía  de  Addison)  aquellas  menudencias  de- 
centes y  aquellos  deberes  subalternos  del  estado 
social:  dar  aún  la  ley  al  estilo  de  conversación  y 
al  modo  de  conducirse  en  la  tertulia:  corregir 
aquellas  faltas  que  son  más  bien  ridiculas  que  cri- 
minales; en  fin,  pulir  el  gusto  nacional,  abolir  la 
rusticidad,  el  egoísmo  y  las  preocupaciones  fa- 
tuas y  arrancar  de  la  senda  del  caminante  aquellas 
espinas  y  brozas  que  lastiman  e  impiden  su  trán- 
sito, es  una  de  las  empresas  más  loables  del  en- 
tendimiento humano  y  más  acreedora  a  la  aproba- 
ción de  todo  miembro  de  la  sociedad  civilizada. 
Tal  era  el  objeto  de  Addison,  quien  se  impuso  la 
tarea  de  mejorar  el  estado  social  contribuyendo  al 
inocente  recreo  y  la  multiplicación  de  los  cono- 
cimientos útiles.  ¡Feliz  aquel  que  pueda  marchar 


312  BERNARDO  MONTE AGUDO 

sobre  los  pasos  de  este  insigne  escritor,  promovien- 
do el  adelantamiento  de  sus  conciudadanos! 

Guiado  por  los  sentimientos  más  puros  de  pa- 
triotismo y  los  deseos  de  beneficiar  en  lo  posible 
a  su  patria,  el  editor  de  El  Independiente  se  pro- 
pone como  candidato  a  los  siifragios  y  patrocinio 
de  sus  habitantes  en  una  empresa  acompañada  de 
dificultades,  que  espera  con  todo  llenar  de  algiín 
modo. 

No  ha  sido  la  distancia  a  que  está  colocada  la 
América  del  centro  de  los  conocimientos,  la  que 
ha  retardado  su  ilustración,  tanto  como  la  falta  de 
buenos  periódicos  que  pusiesen  al  alcance  de  sus 
habitantes  todo  lo  que  las  naciones  de  Europa  dis- 
currían en  las  artes  y  ciencias  y  perfeccionaban  con 
su  industria.  A  esta  falta  también  se  puede  atri- 
buir el  estado  torpe  en  que  se  hallaba  la  España 
a  principios  de  este  siglo,  y  casi  se  puede  decir, 
ha  sido  el  origen  de  todos  sus  males.  La  misera- 
ble Gaceta  de  Madrid,  que  igualmente  llegaba  a 
las  colonias,  no  era  más  que  un  catálogo  de  las 
promociones  y  empleos,  ni  daba  noticias  más  im- 
portantes que  las  fiestas  de  gala  de  la  corte:  pros- 
tituida desde  el  principio  de  la  alianza  a  las  miras 
de  los  franceses,  sólo  servía  de  dar  incienso  a  la 
adulación,  pero  en  nada  contribuía  a  las  artes  libe- 
rales o  al  ensanche  de  los  conocimientos  útiles. 

En  efecto,  ningiín  político  vacilará  en  atribuir 
a  la  privación  de  estos  documentos  el  despotismo 
desenfrenado  que  oprimió  a  España  por  época  tan 
larga  como  lastimosa,  hasta  que  después  de  haber 
causado  la  ruina  del  crédito  nacional  y  de  su  exis- 
tencia política,  puso  casi  todas  sus  provincias  en 
manos  de  un  enemigo  engañoso.  La  miseria,  de  la 
nación  resaltaba  a  los  ojos  del  observador  menos 
profundo,  sus  recursos  estaban  agotados  o  consu- 
midos, el  erario  exhausto,  el  Estado  realmente  di- 
STielto,  y  el  pueblo  español,  aun  no  advertido  de 
tan  enormes  males,  no  había  podido  producir  una 
sola  palabra  sobre  las  desgracias  que  tan  de  cerca 
le  tocaban.  La  América  deberá  tomar  este  ejemplo 
reciente  para  prevenir  sus  infortunios  en  un  tiem- 


OBEAS    POLÍTICAS  313 

po  en  que  trata  de  ser  libre,  o  mejor  diríamos,  en 
que  j^a  es  libre  porque  desea  serlo. 

¡  Con  cuánta  liberalidad,  pues,  deberá  mirarse 
una  obra  destinada  al  cultivo  de  todos  los  ramos 
interesantes  del  estado  político  y  social !  Por  for- 
tuna la  América  se  baila  libre  de  aquellas  faccio- 
nes que  mucbas  veces  desgarran  el  seno  de  las 
naciones  de  Europa,  y  se  ve  desprendida  de  aque- 
llas turbulencias  de  los  gobiernos  viejos  y  corrom- 
pidos. Unida  en  una  sola  familia,  y  sin  relaciones 
precisas  con  otras  potencias,  de  que  no  depende 
porque  no  las  necesita ;  un  mismo  deseo  y  un  solo 
objeto  anima  a  todos  sus  miembros,  y  reconocida 
a  todos  los  esfuerzos  que  se  hagan  por  su  causa, 
no  dejará  de  mirar  con  aprecio  los  trabajos  de 
aquellos  individuos  que  se  dedican  a  su  servicio 
de  Tin  modo  provechoso. 

Aunque  sería  imposible  recapitular  todos  los 
objetos  de  este  periódico,  o  poner  en  un  punto  de 
vista  los  diversos  fines  que  debe  abrazar,  se  espera 
con  todo  en  esta  carta  introductoria  poder  impo- 
ner a  los  curiosos  de  las  miras  generales  que  en  él 
se  llevan. 

En  todo  país  la  ciencia  de  la  política  es  la  más 
necesaria:  ella  es  la  que  funda  los  Estados,  y  de 
ella  depende  su  prosperidad  y  su  conservación. 
Jamás  será  demasiado  el  trabajo  que  se  tome  en 
cultivar  sus  principios,  y  la  aplicación  de  éstos 
está  complicada  con  el  conocimiento  del  corazón 
humano,  con  los  resortes  que  deben  moverse  para 
estimular  las  virtudes  útiles  a  la  patria,  con  las 
circunstancias  de  cada  pueblo,  y  con  la  experien- 
cia de  los  siglos  pasados,  que  siempre  resultará 
una  gran  ventaja  de  ventilar  sus  cuestiones  in- 
trincadas y  reunir  en  este  punto  las  meditaciones 
de  todos  los  miembros  de  la  sociedad.  Nuestro  pe- 
riódico se  ocupará  principalmente  de  la  política: 
hablará  de  las  varias  formas  de  gobierno,  sus  ven- 
tajas y  sus  defectos ;  presentará  al  público  la  his- 
toria de  las  edades  pasadas,  sus  fortunas  y  sus  des- 
gracias, según  han  entendido  más  o  menos  los  ver- 
daderos principios  de  la  felicidad  de  las  naciones; 


314  BERNARDO  MONTE AGUDO 

pondrá  a  la  vista  el  cuadro  filosófico  del  estado  que 
ahora  tienen  los  gobiernos  de  Europa,  y  facilitará 
a  los  legisladores  del  país,  tanto  con  las  observa- 
ciones del  empresario,  como  con  las  reflexiones  con 
que  espera  ser  favorecido  por  los  sabios  de  estas 
provincias,  el  penoso  destino,  a  la  par  que  glorio- 
so, do  dirigir  la  suerte  de  sus  conciudadanos.  Este 
ramo  abrazará  las  leyes  que  se  vayan  establecien- 
do, las  disposiciones  del  gobierno  y  las  decisiones 
judiciales,  con  todas  las  noticias  dignas  de  la  aten- 
ción de  un  político.  Aunque  libre,  nuestra  opinión 
será  manifestada  siempre  con  la  moderación  de- 
bida, y  cuando  tengamos  que  expresar  nuestra 
disconformidad  a  la  conducta  pública  del  magis- 
trado, o  advertir  los  vicios  de  la  constitución, 
nuestro  celo  por  la  verdad  no  será  un  agente  de  la 
rebelión,  y  si  los  males  fuesen  delicados  usaremos 
de  la  finura  de  Xenophon  para  criticar  los  de  su 
patria.  Al  menos,  si  nuestras  fuerzas  no  fuesen 
bastantes  para  llenar  tan  interesantes  objetos,  pre- 
sentando las  observaciones  de  los  antiguos  y  mo- 
dernos, habremos  animado  las  pesquisas  de  los 
sabios  y  despertado  el  espíritu  del  público. 

La  agricultura  e  industria  rural  se  mejorarán 
con  nuevos  ensayos,  y  la  comunicación  de  lo  que 
en  Europa  se  ba  discurrido  sobre  ella,  ayudará  a 
perfeccionarla.  Como  ella  es  la  base  de  la  prospe- 
ridad nacional  y  la  principal  fuente  de  sus  rique- 
zas, tendrá  el  lugar  preferente  al  comercio  y  las  ar- 
tes, que  no  por  eso  serán  excluidas  de  nuestras  in- 
quisiciones. 

Dedicaremos  una  parte  de  nuestros  trabajos  a  la 
mejora  de  la  educación,  que  basta  el  día  ha  sido 
tan  descuidada  en  estas  provincias,  como  era  pre- 
ciso que  lo  fuese  cuando  sólo  se  les  consideraba 
como  a  colonias  o  factorías,  y  cuando  a  sus  habi- 
tantes sólo  se  les  permitía  vivir  escasamente  en 
la  tierra,  pero  no  gloriarse  del  dulce  título  de  ciu- 
dadanos. Como  en  esta  parte  están  encargadas  las 
madres  de  los  primeros  cuidados,  y  de  ellas  re- 
ciben los  hijos  sus  primeros  rudimentos  y  aun  su 
carácter,  nos  aplicaremos  a  la  instrucción  de  las 


OBRAS    POLÍTICAS  315 

señoras,  y  no  dejaremos  de  liacer  muclio  por  su 
recreo,  mezclando  el  placer  con  la  utilidad.  Es  al 
mismo  tiempo  nuestro  ánimo  tomar  al  bello  sexo 
en  general  bajo  nuestra  protección  inmediata;  j  di- 
chosos nosotros  si  contribuímos  al  aumento  o  per- 
fección de  las  amables  cualidades  que  adornan  a 
esta  hermosa  parte  de  la  sociedad  y  contribuye  tan- 
to a  la  felicidad  de  los  hombres ! 

En  todo  ello  se  evitará  con  el  mayor  cuidado  el 
escollo  en  que  han  naufragado  muchos  de  los  pe- 
riódicos modernos  de  la  Europa,  que  a  menudo  han 
servido  más  bien  para  corromper  que  mejorar  a  la 
juventud.  En  ningún  tiempo  se  verá  la  religión 
filosofizada,  ni  la  filosofía  sofisticada.  Aunque  de 
moda,  no  se  admitirán  innovaciones  peligrosas. 
La  verdad  no  se  hará  consistir  en  la  infidelidad: 
pero  sin  prostituir  nuestro  carácter,  haremos  siem- 
pre una  verdadera  distinción  de  la  virtud  y  el  vi- 
cio: en  fin,  la  moralidad,  la  instrucción  y  los  me- 
dios inocentes  de  recreo  serán  los  fundamentos 
principales  en  que  debe  estribar  nuestra  empresa. 

Con  respecto  a  las  varias  e  importantísimas  cues- 
tiones que  el  país  ofrece  en  este  preciso  momento, 
el  editor  se  propone  usar  al  agitarlas  de  aquella 
calma  y  moderación  que  son  debidas  a.  los  asuntos 
serios  como  línico  medio  de  buscar  el  convenci- 
miento. Para  defender  con  calor  la  verdad,  ¿qué 
necesidad  hay  de  insultar  a  los  que  la  persiguen? 
Mas  sin  permitir  que  sus  páginas  se  resientan  de 
la  sátira,  ni  participen  del  rigorismo  del  intrata- 
ble moralista,  fijará  el  tenor  de  sus  niimeros  sobre 
un  eje  de  una  dirección  inmutable;  guardará  a 
distancias  polares  las  denominaciones  de  bien  y  de 
mal,  y  no  temerá  incurrir  en  la  tacha  de  sacrifi- 
car sus  columnas  a  la  lisonja,  o  de  sostener  el  vi- 
cio cubriéndolo  con  apelaciones  blandas  o  defen- 
diéndolo con  doctrinas  seductoras.  Los  sistemas 
más  puros  serán  los  seguidos:  aquellos  que  han  re- 
sistido al  tiempo,  y  a  los  choques  del  presente  si- 
glo, y  que  han  merecido  la  aprobación  de  los  sa- 
bios de  todas  las  naciones.  En  particular  se  tendrá 
el  mayor  cuidado  en  no  ofender  la  religión  del 


316  BERNARDO  MONTE AGUDO 

país,  ni  a  sus  ministros:  los  mismos  motivos  lo  ta- 
ran respetuoso,  y  siempre  justo  hacia  todos  los 
miembros  del  Estado,  y  sus  jefes  jamás  tendrán 
ocasión  de  queja. 

Por  mucha  que  sea  la  seguridad  que  debe  darle 
la  rectitud  de  sus  intenciones,  y  la  utilidad  de  la 
obra  propuesta,  el  editor  cree  oportuno  confesar 
que  nunca  se  habría  animado  a  emprenderla  sin  la 
feliz  revolución  que  ha  cambiado  la  faz  de  este  con- 
tinente y  ha  producido  la  libertad  civil  junto  con 
la  del  entendimiento  humano.  El  ama  bastante  su 
existencia  para  haberla  expuesto  en  otro  caso  a 
los  crueles  golpes  de  un  despotismo  irritado,  y  no 
tendría  la  arrogancia  imprudente  de  desafiar  la 
cólera  del  poder  arbitrario  desde  su  retiro  priva- 
do, único  asilo  de  la  libertad  en  tiempos  turbulen- 
tos. Aunque  se  propone  no  pasar  jamás  de  los  jus- 
tos límites  que  ésta  prescribe;  aunque  sabe  muy 
bien  la  senda  que  ella  permite  correr  sin  dañar 
los  derechos  de  la  corporación  o  el  individuo,  y 
lo  ha  visto  prácticamente  en  el  linico  Estado  libre 
que  ahora  existe  en  la  Europa,  no  olvidará  jamás 
lo  que  a  ella  se  le  debe  cuando  se  trata  de  presentar 
al  ptíblico  los  hechos  que  no  debe  ignorar,  y  no 
faltará  al  derecho  que  éste  tiene  de  imponerse  de 
sus  opiniones.  Esto  es  lo  que  los  lectores  del  pre- 
sente papel  deberán  esperar.  Por  lo  demás,  su  du- 
ración será  igual  a  la  que  tenga  en  nuestra  patria 
la  libertad  de  escribir,  y  en  el  momento  en  que 
empiece  la  opresión  del  discurso,  el  periódico  de- 
jará de  existir,  consecuente  siempre  a  su  título. 

Nos  proponemos  tratar  de  todo  en  un  estilo  sim- 
ple y  abreviado.  Aunque  introduciremos  en  un 
vestido  español  todo  lo  que  podamos  congregar 
de  las  diferentes  naciones  de  Europa,  siendo  nue- 
vo en  la  invención  y  apreciable  por  su  mérito,  evi- 
taremos con  todo,  como  llevamos  dicho,  cualquie- 
ra innovación  peligrosa,  y  en  particular  nos  des- 
viaremos de  los  sistemas  de  ética  que  se  hallan  de 
moda  en  la  Europa.  Atenderemos  más  a  la  subs- 
tancia de  la  materia  tratada  que  a  su  estilo;  no 
buscaremos     sentencias     brillantes,     ni     términos 


OBRAS    POLÍTICAS  317 

pomposos,  ni  causaremos  a  nuestros  lectores  con 
citas  eruditas,  pero  por  lo  regular  apenas  enten- 
didas: nuestro  deseo  es  ser  comprendidos  más  bien 
que  admirados:  preferimos  la  materia  a  la  forma, 
las  elegancias  de  la  simplicidad  a  los  muclios  bor- 
dados; en  fin,  imitando  los  mejores  modelos  de  la 
lengua  castellana,  y  el  estilo  de  los  extranjeros, 
esperamos  manifestar  la  estructura  de  nuestro  idio- 
ma j  purificar  un  tanto  el  estilo  presente  de  es- 
cribir. 

Por  último,  el  papel  comprenderá  las  noticias 
locales  dignas  de  atención,  y  abrazará  no  sólo  los 
hecbos  históricos  o  políticos,  sino  también  los  geo- 
gráficos, estadísticos,  etc.,  esperando  ya  contri- 
buir al  conocimiento  de  un  continente  tan  variado 
como  ignorado,  y  a  que  se  aprovechen  muchas-pro- 
ducciones  que  hasta  hoy  quedan  sin  valor.  Las  no- 
ticias de  Europa  tendrán  también  su  parte  en  él, 
y  con  ellas  daremos  las  de  los  Estados  Unidos,  Mé- 
jico, Caracas  y  los  Estados  de  la  India. 

Para  promover  el  gusto  de  las  bellas  letras  y 
dar  pábulo  a  la  imaginación,  el  papel  tendrá  siem- 
pre reservado  un  rincón  a  las  poesías  nuevas  y  es- 
cogidas; y  después  de  cumplir  con  sus  obligacio- 
nes principales,  dispondrá  algo  para  el  recreo  de 
los  lectores  generales,  como  alguna  pieza  biográ- 
fica de  los  contemporáneos  ilustres,  algiín  retazo 
de  la  historia  antigua  o  moderna,  o  algún  papel 
al  estilo  de  la  Pensadora  Gaditana. 

Según  queda  dicho  en  cabeza  de  este  prospecto, 
se  publicará  el  periódico  todos  los  martes  de  cada 
semana  y  se  compondrá  de  pliego  y  medio.  En  su 
expendio  se  seguirá  la  forma  que  hasta  aquí  se 
ha  observado  con  las  demás  Gacetas.  Cada  núme- 
ro costará  real  y  medio,  pero  los  suscriptores  sólo 
pagarán  a  razón  de  cuatro  reales  al  mes,  pudiendo 
anticipar  o  no,  según  gusten,  el  precio  de  la  sus- 
cripción, que  queda  a  su  arbitrio  fijarla  para  el 
término  de  seis  meses  o  un  año.  Los  avisos,  como 
cosa  efímera,  se  pondrán  al  fin  de  cada  número,  y 
su  precio  será  el  de  costumbre,  según  las  líneas 
que  comprendan. 


318  BERNARDO  MONTE AGUDO 

Acaso  podrá'  considerarse  desmedida  esta  obra 
en  la  opinión  de  algunos  con  concepto  a  las  fuer- 
zas del  que  la  emprende.  Otras  personas  a  quienes 
un  miserable  encogimiento  o  un  criminal  desvío 
hace  mirar  con  desconfianza  todo  trabajo  público, 
la  reputará  temeraria.  En  cuanto  a  los  primeros, 
el  editor  debe  satisfacer  sus  reparos  haciéndoles 
reflexionar  que  no  es  tan  ardua  la  empresa  como 
podría  imaginarse,  y  que  un  periodista  no  está 
obligado  a  observar  la  exactitud  y  profundidad 
de  un  estadista,  ni  las  elegancias  de  Tácito.  El 
cuenta,  e  implora  desde  luego  la  concurrencia  de 
los  ilustrados  del  país,  y  espera  de  su  patriotismo 
que  aprovecharán  esta  oportunidad  de  trasmitir 
al  público  sus  opiniones,  excusando  que  sus  ideas 
se  evaporen  sin  provecho  alguno  en  el  obscuro  de 
sus  retiros,  o  mal  interpretadas  sirvan  de  asunto 
de  murmuración  y  de  escándalo  en  la  tertulia.  En 
cuanto  a  los  segundos,  ellos  no  ignoran  que  el  ma- 
yor riesgo  es  el  de  caer  en  las  cadenas  que  los  ene- 
migos del  país  nos  preparan.  Mientras  esté  armado 
el  brazo  de  la  tiranía  española,  la  verdadera  se- 
guridad sólo  existe  en  los  peligros  que  arrostre- 
mos para  estorbar  la  esclavitud  de  la  patria, 

(Prospecto  de  El  Independiente,  1815.) 


Al  empezar  el  sexto  año  de  nuestra  feliz  revolu- 
ción, ¿qué  materia  podríamos  encontrar  más  dig- 
na de  atención,  en  nuestro  primer  número,  que  el 
examen  del  estado  en  que  se  hallan  los  negocios 
del  país?  Contra  las  esperanzas  de  los  enemigos  de 
la  libertad  americana  todavía  respiramos  un  aire 
saludable.  ¿Qué  deberemos  temer  de  la  tenacidad 
con  que  permanecen  ligados  para  procurar  nuestra 
ruina?  El  examen  de  este  punto  es  el  objeto  de  las 
consideraciones  siguientes. 

Pocos  creyeron  que  la  lucha  contra  los  opreso- 
res de  este  suelo  pudiese  prolongarse  hasta  este 


OBEAS    POLÍTICAS  319 

momento.  Así  como  los  opositores  de  la  reforma 
se  lisonjeaban  temerariamente  de  poder  sofocarla 
en  su  cuna,  los  reformadores  se  persuadían  en  los 
principios  que  el  grito  de  la  libertad  esparcido 
por  la  primera  vez  en  un  país  trescientos  años 
oprimido  por  la  tiranía  más  horrenda,  se  extende- 
ría de  suyo  de  un  extremo  al  otro  del  reino  sin  en- 
contrar dificultad  alguna.  A  la  verdad,  si  pesamos 
los  fundamentos  en  que  estribaba  esta  persuasión 
halagüeña,  la  encontraremos  muy  racional  y  con- 
forme a  todos  los  principios  del  cálculo.  El  gobier- 
no español  en  América,  cargado  con  la  execración 
del  pueblo  por  sus  vicios,  por  su  parcialidad  y  por 
su  indolencia,  vacilaba  en  sus  mismos  cimientos: 
algunos  viejos  gobernadores  a  quienes  el  hábito 
de  la  corrupción  les  había  hecho  perder  hasta  las 
apariencias  del  pudor  y  de  la  decencia:  un  puña- 
do de  soldados  indisciplinados  e  imbéciles:  jueces 
ignorantes:  una  administración  llena  de  dilapida- 
ciones e  injusticias:  los  agentes  miserables  de  los 
monopolistas  de  Cádiz:  he  aquí  los  brazos  que  iban 
a  oponerse  a  los  conatos  de  las  Provincias  por  me- 
jorar su  suerte.  De  un  lado  Lima  sepultada  en  el 
letargo  más  profundo,  afeminada  por  sus  vicios,  y 
bajo  la  tutela  de  un  virrey  caduco,  asomaba  algún 
género  de  contradicción  a  la  libertad  de  estos  pue- 
blos. Por  otro,  la  plaza  de  Montevideo  obtempe- 
rando vergonzosamente  a  las  sugestiones  de  algu- 
nos europeos  sin  juicio,  rompía  la  unión  general, 
vanagloriándose  de  poder  frustrar  nuestra  em- 
presa. 

La  fortuna,  que  algunas  veces  se  complace  en 
adelantar  los  nobles  esfuerzos,   ayudó  admirable- 
mente los  trabajos  de  aquellos  hombres  que  se  en- 
cargaron de  los  negocios  públicos  en  los  primeros 
momentos  de  nuestras  oscilaciones  populares.  En 
medio  de  la  incertidumbre  de  los  sucesos  y  de  la 
inexperiencia;   entre  la  confusión  de   las   preten- 
siones y  las  esperanzas ;   cuando  se   contaba   más    ...í;¡  .■■;;. 
bien  con  la  debilidad  del  enemigo  que  con  los  re-  "tj^  ■] 
cursos  de  atacarlo:  cuando,  casi  se  puede  decir,  la  ;!j'íí|;.i!; 
denominación  de  la  voz  patria  no  tenía  todavía  uiiJjlÍP|L- 


320  BERNARDO  MONTE AGUDO 

sentido  fijo;  cuando  se  calculaba  antes  sobre  la  sor- 
presa que  sobre  la  victoria ;  cuando  la  indiferencia 
se  consideraba  por  una  virtud  y  la  inacción  por 
amistad:  invocando  indistintamente  el  nombre  del 
monarca  y  los  derechos  de  los  pueblos ;  y  trabajan- 
do a  un  tiempo  en  destruir  los  grandes  abusos  in- 
ternos y  en  levantar  el  crédito  del  gobierno  en  los 
puntos  de  afuera,  la  Junta  primitiva  supo  extender 
su  influencia  por  todas  partes,  cubrió  a  sus  enemi- 
gos de  espanto,  desconcertó  las  maquinaciones  inte- 
rioresj  vio  vencer  a  sus  tropas  y  se  bizo  respetar 
basta  de  sus  mismos  contrarios  por  medio  de  pro- 
videncias  decisivas  y  enérgicas. 

Con  estos  felices  auspicios  parece  que  la  obra 
de  la  libertad  de  estos  pueblos  debía  haberse  com- 
pletado dentro  de  un  breve  término.  ¡  Pero  cuan 
diferente  fué  el  cuadro  que  presentaron  nuestras 
operaciones  desde  que  los  hombres,  deponiendo 
aquel  género  de  contracción  que  habían  adquirido 
durante  los  primeros  riesgos,  empezaron  a  abando- 
narse a  sí  mismos!  Los  ambiciosos,  siempre  pron- 
tos a  gozar  del  sudor  ajeno,  desplegaron  sus  ini- 
cuos proyectos,  y  con  la  ocupación  de  Potosí,  que 
nuestras  divisiones  internas  iban  a  arrebatarnos 
en  muy  pocos  instantes,  dieron  curso  a  todas  sus 
pasiones.  Desde  entonces  la  unidad  de  acción,  la 
fraternidad,  la  prudencia  abandonó  nuestros  con- 
sejos, y  los  proyectos  públicos  -cayeron  en  la  pa- 
rálisis más  funesta  y  en  la  incertidumbre  más  mi- 
serable. 

Sería  un  ejemplo  de  moderación  singular  en  la 
historia  de  las  naciones,  y  mucho  menos  de  espe- 
rar de  los  españoles,  si  cualquiera  que  fuese  la  jus- 
ticia de  las  pretensiones  del  país,  no  las  contradi- 
jesen con  la  fuerza.  Tal  ha  sido  siempre  la  con- 
ducta de  todos  los  gobiernos  tiránicos  o  libres  que 
han  dominado  países  diversos.  Pero  la  abomina- 
ción en  que  había  caído  la  autoridad  española  en 
América,  la  insuficiencia  de  sus  fuerzas  para  re- 
primir la  reforma,  y  las  combinaciones  que  debie- 
ron preceder  a  la  declaración  de  los  patriotas,  no 
daban  lugar  a  recelar  otros  obstáculos  que  aque- 


OBRAS    POLÍTICAS  321 

líos  que  naturalmente  suscitaría  la  Península  para 
conservar  su  antigua  presa.  Por  consiguiente,  la 
guerra  de  Lima,  caso  que  repugnase  admitir  unos 
movimientos  que  ella  misma  estaba  obligada  a 
hacer  por  interés  y  por  conveniencia,  no  podía 
causar  muchos  recelos,  porque  bajo  todo  aspecto 
de  política  sus  jefes  se  veían  en  la  necesidad  de 
ceñirse  a  preservar  su  territorio;  porque  haciendo 
activamente  la  guerra  sobre  nuestras  provincias, 
exponían  la  cuestión  al  éxito  siempre  incierto  de 
una  batalla;  porque  la  debilidad  de  sus  tropas,  afe- 
minadas por  el  largo  reposo  en  que  han  yacido 
aquellos  pueblos,  prometía  muy  poco  contraste  al 
ardimiento  de  nuestros  soldados,  ensayados  antes 
con  suceso  a  la  prueba  del  vajor  británico.  De  aquí 
se  infiere  que  lo  único  capaz  de  alarmarnos  era  el 
partido  que  acababa  de  tomar  en  favor  de  los  inte- 
reses peninsulares  la  plaza  de  Montevideo,  esa  ciu- 
dad que  con  el  título  de  reconquistadora  tenía  dere- 
cho, fiada  en  sus  formidables  murallas  y  en  su  pre- 
potencia marítima,  de  reputarse  el  baluarte  de  la 
dominación  española  en  esta  parte  de  la  América 
— enemigo  tanto  más  temible  cuanto  que,  abriendo 
los  brazos  al  encono  metropolitano,  servía  de  asilo 
a  los  refuerzos  que  enviaría  la  Península  para  su- 
jetar nuestros  pueblos. 

En  medio  de  las  ondulaciones  que  ha  padecido 
la  política  de  los  varios  gobiernos  que  han  mane- 
jado las  provincias  desde  la  reforma,  penetrados 
los  calculadores  de  los  inmensos  peligros  que  ame- 
nazaba a  la  causa  del  país  la  hostilidad  de  Mon- 
tevideo, se  decidieron  a  vencerla  por  todos  sacrifi- 
cios. Mil  obstáculos  había  suscitado  para  esta  lí- 
nea de  conducta  la  fatal  inconstancia  de  princi- 
pios en  que  hemos  visto  vacilar  los  consejos  de 
nuestros  estadistas.  Al  fin,  la  presente  adminis- 
tración, cuyos  jefes  se  han  formado  en  la  mayor 
parte  por  las  ideas  del  genio  que  dirigía  la  pri- 
mera Junta,  aplicaron  todos  sus  desvelos  a  derri- 
bar al  coloso,  y  venciendo  mil  dificultades  que  se 
oponían  al  logro  de  esta  empresa,  creando  de  pron- 
to una  marina  de  que  no  había  hasta  entonces  prin- 

21 


322  BERNARDO    MONTEAGUDO 

cipio  alguno,  consiguieron  destruir  para  siempre 
las  esperanzas  de  la  Metrópoli.  Es  excusado  repe- 
tir la  importancia  de  esta  incomparable  conquista 
para  la  solidez  del  nuevo  sistema.  Baste  recordar 
que  siendo  Montevideo  el  único  punto  en  que  la 
Metrópoli  nos  ha  sostenido  la  guerra,  por  los  con- 
siderables refuerzos  de  tropas,  municiones  y  ar- 
mamentos que  despachó  a  ella  desde  que  se  con- 
sideró ofendida,  rindiendo  la  plaza  hemos  vencido 
también  la  Metrópoli.  No  hay  ya  que  temer  a, esos 
soldados  peninsulares  despachados  a  renovar  en 
nuestros  días  los  horrores  de  los  Pizarros,  y  que 
para  muestra  del  valor  español  hacían  alarde  de 
batallas  que  no  habían  ganado,  titulándose  pom- 
posamente vencedores  de  los  vencedores  de  Aus- 
terlitz. 

Después  de  tan  señalado  evento,  ningún  otro 
enemigo  nos  queda  que  vencer  que  el  de  Lima. 
El  carácter  de  esta  guerra  es  secundario  como  lle- 
vamos insinuado,  y  después  de  humillada  Monte- 
video no  debe  darnos  muchos  recelos,  en  circuns- 
tancias en  que  la  indiscreta  internación  que  Pe- 
zuela  había  ejecutado  contando  con  los  ataques 
de  la  Península  por  medio  de  Montevideo,  pone 
de  nuestro  lado  la  ventaja. 

¿  Que  no  seamos  tan  dichosos  que  registrando 
e]  horizonte  de  nuestros  pueblos,  lo  viésemos  ya 
despejado  de  los  nublados  que  trae  siempre  consi- 
go la  guerra?  Este  es  el  clamor  de  cierto  género 
de  personas  c[ue  a  nuestro  juicio  se  lamentan  así 
no  por  principios  de  humanidad  ni  de  filantropía, 
sino  por  desconfianza.  La  guerra  es  un  mal  bajo 
todos  aspectos,  pero  cuando  un  pueblo  la  sostiene 
en  defensa  de  su  honor  y  sus  derechos,  cuando  se 
usa  de  las  armas  para  repeler,  como  en  nuestro 
caso,  la  agresión  más  horrenda,  para  sostener  la 
libertad  patria,  para  defender  nuestras  vidas,  para 
adquirir,  en  fin,  con  nuestros  esfuerzos  la  felici- 
dad de  las  generaciones  que  han  de  sucedemos, 
la  guerra  es  el  estado  natural  de  un  pueblo  que 
ame  su  existencia.  Antes  que  llorar  las  desgracias 
consiguientes  a  ella,  esos  pretendidos  amantes  de 


OBRAS    POLÍTICAS  323 

la  paz  podían  emplearse  en  todos  aquellos  medios 
conducentes  a  escarmentar  a  nuestros  contrarios, 
y  ya  que  su  persuasión  o  stts  deseos  no  alcancen  a 
reportar  de  su  tenacidad  el  que  desistan  de  inju- 
riarnos, apliqúense  por  afecto  a  la  humanidad  a 
fortificar  el  espíritu  de  las  víctimas  que  la  tiranía 
española  ha  destinado  al  exterminio. 

No  cabe  duda  en  que  la  inconstancia  en  las 
verdaderas  máximas  revolucionarias  es  una  de  las 
.  causas  poderosas  de  la  fluctuación  a  que  por  épo- 
I  cas  se  ve  sujeto  el  espíritu  público,  y  que  esta  in- 
certidumbre  influye  substancialmente  en  los  pro- 
gresos de  la  actual  causa.  ¿No  estamos  en  una  gue- 
rra verdadera,  y  lo  que  es  peor  revolucionaria, 
con  los  españoles?  ¿No  minan  éstos  la  opinión  pií- 
blica?  ¿No  hostilizan  por  todos  los  medios  nues- 
tro sistema?  ¿No  siembran  la  desconfianza  y  los 
temores,  no  seducen  las  familias,  corrompen  los 
incautos  y  nos  amenazan  hasta  con  sus  semblan- 
tes? Pues  ¿por  qué  se  nos  predica  moderación  con 
estos  crueles  asesinos?  ¡  Odio  eterno  a  esta  raza 
impía!  debe  ser  nuestra  invariable  máxima.  Así 
como  honremos  y  distingamos  a  aquellos  pocos  de 
entre  ellos  que  nos  ayudan  en  la  santa  empresa  de 
libertar  el  suelo  patrio,  es  necesario,  es  justo,  per- 
seguir y  aniquilar  a  los  protervos  que  aun  no  han 
perdido  la  esperanza  de  consumar  nuestras  des- 
gracias. Este  resorte  será  el  único  capaz  de  reunir 
los  esfuerzos  de  los  patriotas.  Por  esta  regla  se 
guían  todas  las  naciones  cuando  tienen  que  exigir 
del  pueblo  grandes  sacrificios  con  el  objeto  de  ha- 
cer frente  a  un  enemigo  que  se  opone  a  su  felici- 
dad o  a  sus  proyectos.  Si  la  Inglaterra  en  su  últi- 
ma contienda  con  Francia  hubiese  dicho  que  los 
franceses  eran  un  pueblo  humano,  generoso  y  ama- 
ble, y  que  las  fuerzas  y  genio  del  emperador  Na- 
poleón eran  extraordinarias;  si  hubiese  dicho  que 
sus  conquistas  se  dirigían  únicamente  a  asegurar 
la  paz  del  continente;  si,  en  fin,  no  lo  hubiese  pin- 
tado como  a  un  feroz  tirano  que  lleno  de  ambi- 
ción quería  absorberse  la  libertad  del  mundo,  ¿ha- 
bría podido  sostener  por  tantos  años  esa  lucha  que 


324  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

acaba  de  terminar  con  tanta  gloria?  Los  ministros 
ingleses  que  saben  muy  bien  usar  de  los  medios 
conducentes  al  logro  de  su  política  expedían  un 
manifiesto  contra  la  Erancia  la  víspera  de  pedir  al 
comercio  un  empréstito  de  cuatro  o  seis  millones 
para  cubrir  los  gastos  de  la  guerra,  y  jamás  deja- 
ron de  llenarse  sus  cofres.  Nunca  será  preciso  en- 
tre nosotros  imputar  a  nuestros  enemigos  exceso  al- 
guno que  no  bajean  cometido.  Aunque  agotásemos 
el  diccionario  de  los  horrores  y  delitos,  siempre 
bailaríamos  un  vacío  al  explicar  las  atrocidades 
de  nuestros  contrarios.  Pero  es  preciso  recordarlas 
constantemente  al  pueblo  para  que  la  disputa  ac- 
tual no  degenere  en  una  guerra  de  capricho.  Si 
los  españoles  quieren  fraternidad  demuéstrenlo 
deponiendo  las  armas  a  que  corrieron,  sin  prece- 
dente provocación,  jurando  nuestra  pérdida.  Es- 
tos pérfidos  no  cesan  de  procurar  la  ruina  de  los 
pueblos,  y  aun  aquéllos  que  mantenemos  dentro 
de  nuestro  mismo  seno  tienen  todavía  oculto  el 
puñal  con  que  nos  piensan  atravesar  el  pecho. 
¿  Qué  vendría  a  ser  esa  inútil  moderación  sino  una 
funesta  confianza?  Ello  es  indudable  que  sin  este 
espíritu  de  irritación,  tan  justo  y  racional  por 
nuestra  parte,  la  guerra  que  aun  nos  resta  se  hará 
sin  vigor,  y  los  sacrificios  que  son  precisos  para 
concluirla  serán  violentos. 

Por  lo  demás,  al  echar  una  mirada  general  so- 
bre la  marcha  de  estas  provincias  al  logro  de  su 
felicidad  permanente,  la  sola  duración  de  la  gue- 
rra, no  debe  considerarse  como  un  motivo  de  des- 
aliento. Veamos  la  historia  de  cuantos  pueblos 
han  peleado  por  su  libertad,  y  encontraremos  que 
una  lucha  mucho  más  dilatada  contra  sus  anti- 
guos tiranos  no  ha  sido  bastante  para  malograr  sus 
esfuerzos.  Los  suizos  q«e  hasta  el  día  son  libres, 
y  con  una  población  menor  que  la  nuestra  pelea- 
ron contra  el  poder  del  Austria;  la  Holanda  in- 
sultando a  Eelipe  II;  el  Portugal,  separándose 
de  la  España  en  tiempo  de  Felipe  IV,  y  que  de- 
fendiendo al  Duque  de  Branganza  por  el  espacio 
de  diez  y  siete  años,  mantuvo  la  contienda  todavía 


OBRAS    POLÍTICAS  325 

hasta  la  muerte  de  don  Juan,  y  después  de  la  ab- 
dicación de  don  Alfonso,  tuvo  la  satisfacción  de 
que  la  Corte  de  Madrid  le  pidiese  la  paz  recono- 
ciéndolo independiente;  por  último,  los  Estados 
Unidos,  sublevados  contra  la  Gran  Bretaña,  han 
tenido  que  combatir  por  muchos  más  años,  y  a  la 
verdad  con  potencias  mucho  más  fuertes  que  lo 
que  es  la  España  en  el  día,  ni  llegará  a  ser  en 
un  siglo. 

¿Qué  es,  pues,  lo  que  deberemos  temer?  A  na- 
die sino  a  nosotros  mismos.  Es  esta  una  verdad  de 
que  casi  no  hay  persona  alguna  que  no  esté  pene- 
trada. Los  imparciales  nos  la  gritan,  los  enemigos 
fundan  en  ella  su  bárbara  esperanza,  y  nuestros 
pechos  la  sienten,  sin  decidirnos  por  eso  a  abrazar 
los  medios  que  la  razón  y  la  experiencia  nos  dic- 
tan para  falsificarla.  ¡  Oh  americanos !  En  vano 
venceréis  a  vuestros  contrarios ;  inútilmente  el  lau- 
rel ceñirá  vuestras  sienes  si  os  falta  firmeza  para 
refrenar  vuestras  pasiones. 

Se  habla  frecuentemente  de  generosidad,  y 
mientras  sólo  se  emplea  esta  virtud  con  los  ene- 
migos que  no  han  de  apreciarla,  convirtiéndola 
en  instrumento  de  sus  maquinaciones  para  dislocar 
con  impunidad  el  Estado,  no  la  queremos  usar  con 
la  patria.  Para  merecer  el  ser  tenidos  por  patrio- 
tas (como  lo  dice  un  republicano  ilustrado)  es 
preciso  ser  generoso ;  porque  aquellos  que  en  la 
causa  pública  obran  por  espíritu  privado,  aunque 
hagan  grandes  cosas,  serán  reprehensibles  tan  res- 
ponsables como  Aquiles,  que  por  una  riña  con  Aga- 
mennon  dejó  de  trabajar  en  beneficio  de  su  pa- 
tria. Este  es  el  único  sentido  honroso  que  tiene 
esta  voz  especiosa  sin  declinar  en  debilidad  o  en 
defecto.  Se  repite  a  menudo  que  esta  es  la  virtud 
de  las  grandes  almas,  sin  reparar  que  cuando  le- 
jos de  tener  objeto  racional  tiene  el  escollo  de  in- 
solentar a  los  que  no  pueden  ser  ganados  con  ella, 
la  generosidad  es  el  vicio  peculiar  de  los  débiles, 
y  la  máscara  con  que  pretenden  ordinariamente 
cubrir  su  pusilanimidad  y  ponerse  al  abrigo  de  las 
resultas  de  medidas  fuertes  y  eficaces.  Por  eso  es 


326  BERNARDO    MONTEAGUDO 

que  la  posteridad  no  admiraría  a  Enrique  IV  por 
su  facilidad  en  perdonar  las  ofensas  que  le  habían 
lieclio,  antes  bien  lo  tendría  por  insensato  si  hu- 
biese combatido  enemig'os  como  los  nuestros. 

Pero  mil  causas  se  combinan  para  hacer  incier- 
ta la  esperanza  de  cuantos  hombres  se  complacen 
en  la  regeneración  de  estos  pueblos.  La  causa  más 
justa  que  jamás  ha  sostenido  pueblo  alguno  viene 
a  eclipsarse  por  los  desaciertos  de  los  mismos  que 
están  empeñados  en  ella.  ¡  Ojalá  el  profundo  do- 
lor en  que  nuestros  errores  han  puesto  a  los  hom- 
bres sensatos,  en  los  momentos  en  que  los  triunfos 
más  completos  esclarecen  ya  nuestro  horizonte, 
no  tuviese  otro  fundamento  que  un  celo  demasia- 
do !  ¡  Ojalá  los  rasgos  de  la  intriga,  del  egoísmo, 
de  la  insubordinación  militar,  de  la  ignorancia 
de  los  deberes  respectivos,  no  afease  las  páginas 
de  la  historia  de  estos  ilustres  días! 

De  ningún  modo  el  autor  de  estas  reflexiones  es 
de  la  opinión  de  ocultar  los  terribles  males  que 
padece  la  patria,  abandonando  su  corazón  al  tiem- 
po: mas  antes  cree,  siguiendo  el  parecer  de  los  me- 
jores estadistas,  que  el  disimulo  no  engendj-a  ja- 
más sino  una  funesta  confianza  que  hace  irreme- 
diables las  desgracias  públicas.  Con  todo,  mien- 
tras deja  a  patriotas  más  hábiles  la  tarea  de  dis- 
cutir prontamente  los  remedios  que  deben  aplicar- 
se a  males  tan  enormes,  se  ceñirá  a  hacer  una  pe- 
queña observación  sobre  dos  puntos  que  considera 
de  suma  importancia. 

El  primero  es  la  necesidad  de  corregir  la  des- 
enfrenada licencia  que  va  introduciéndose  en  to- 
das las  clases  del  Estado,  y  la  mordacidad  con  que 
se  ataca  a  las  personas  públicas.  Semejante  epi- 
demia es  una  de  las  señales  más  precisas  de  la  falta 
del  espíritu  nacional  de  un  pueblo,  y  en  nuestro 
caso  proviene  también  de  la  malignidad  de  los  ene- 
migos del  sistema  y  la  debilidad  do  lof?  patriotas. 
Así  es  que  los  caracteres  más  elevados  de  la  revo- 
lución son  víctimas  frecuentemente  de  la  maledi- 
cencia: los  servicios  más  señalados  vienen  a  ser 
obscurecidos,  y  las  maldades  más  notables  se  cam- 


OBRAS    POLÍTICAS  327 

bian  sin  saber  cómo  en  lieroísmo.  Muy  pocos  días 
son  bastantes  para  que  el  becbo  más  inequívoco 
se  convierta  en  problema.  De  esta  manera  la  pa- 
tria pierde  unas  veces  sus  buenos  servidores  y  otras 
coloca  en  la  clase  de  sus  mejores  bijosa  aquellos 
mismos  que  la  ban  ofendido.  Ño  babrá  ninguno  que 
no  sienta  los  funestos  efectos  de  esa  facilidad  cri- 
minal con  que  se  prestan  los  incautos  a  las  suges- 
tiones de  los  malvados ;  pero  para  no  dar  lugar  a 
ella  es  necesario  castigar  con  firmeza  los  ultrajes 
contra  la  causa,  sea  cual  fuese  la  clase  a  que  per- 
tenezcan los  delitos,  baciéndolo  bajo  ciertos  prin- 
cipios que  nos  debíamos  baber  formado  ya;  y  este 
es  uno  de  aquellos  casos  en  que  la  generosidad 
mal  entendida  alimenta  el  _  desorden  y  el  vicio. 
Esta  es  también  la  explicación  del  fenómeno  que 
presentan  algunos  individuos  que  ban  usurpado 
la  confianza  del  pueblo  después  de  baberle  soste- 
nido la  guerra  en  cuanto  ba  estado  a  sus  alcances, 
para  continuar  sordamente  la  bostilidad  que  no 
pudieron  finalizar  entre  las  filas  de  nuestros  con- 
trarios. 

El  segundo  punto  es  el  grande  interés  que  todos 
tienen  en  aniquilar  las  facciones.  El  republicano 
antes  citado,  nota  muy  bien  que  el  espíritu^  de 
facción  que  reinaba  en  Cartago  impidió  a  Aníbal 
los  refuerzos  de  que  necesitaba  para  acabar  con 
Roma,  y  que  las  intrigas  y  pasiones^  de  Hanno 
pudieron  más  en  la  materia  que  los  intereses  de 
la  patria,  viniendo,  en  fin,  esta  falta  de  espíritu 
público  a  causar  la  ruina  de  Cartago.  El^  mismo 
conviene  en  que  la  facción  es  el  enemigo  irrecon- 
ciliable de  la  libertad,  y  que  aunque  a  los  golpes 
que  le  demos  consigamos  postrar  a  este  enemigo 
al  suelo,  él  se  levantará  como  Anteo,  incansable, 
invulnerable  e  inmortal.  Todo  lo  que  podemos 
conseguir  es  que  este  enemigo  no  llegue  a  ser,  en 
fin,  el  asesino  de  la  libertad,  al  menos  en  nuestro 
tiempo.  Los  que  nos  sucedan  deben  tener  igual  cui- 
dado que  nosotros.  ¿Podremos  ser  indiferentes  a 
estas  lecciones? 

Por  conclusión,  nos  vemos  obligados  a  alarmar 


328  BERNARDO    MONTEAGUDO 

justamente  a  nuestras  lectores  con  respecto  a  los 
implacables  enemigos  de  la  felicidad  americana. 
Los  españoles  europeos  son  el  origen  de  los  males 
que  padecemos  aún  mucho  más  de  lo  que  se  ima- 
gina. ¿Pero  qué  parte  tienen  éstos,  nos  replicará 
alguno,  en  nuestros  errores,  en  nuestro  egoísmo, 
en  nuestra  desunión,  y  últimamente  en  nuestra 
falta  de  constancia?  La  respuesta  no  es  embarazosa 
para  todo  aquel  que  sepa  el  modo  con  que  se  lia 
conducido  la  reforma.  La  manía  de  conciliación 
por  una  parte  nos  ha  hecho  perder  mucho  terre- 
no, y  por  otra  el  ridículo  empeño  de  imitar  más 
bien  a  las  Cortes  de  los  Estados  antiguos,  que  a 
los  gobiernos  de  aquellos  países  que  han  peleado 
contra  sus  tiranos.  Es  claro,  que  siendo  los  espa- 
ñoles europeos  poseedores  de  las  riquezas  y  los 
verdaderos  amos  del  país  al  empezar  nuestras  con- 
vulsiones políticas,  tenían,  por  consiguiente,  una 
influencia  decidida  sobre  la  opinión  piíblica,  y 
que  esta  temible  influencia  debe  subsistir  si  al 
menos  por  medios  indirectos  no  hemos  cegado  las 
fuentes  de  que  dimanaba.  Yo  no  aconsejaré  por 
eso  el  derramamiento  de  sangre,  ni  el  trastorno 
de  las  fortunas  por  sistema.  Mas  al  ver  que  mu- 
chos de  los  que  pasan  por  patriotas  frecuentan  to- 
davía las  casas  de  los  que  meditan  la  ruina  del 
presente  sistema ;  al  ver  que  huyendo  de  estrechar- 
se con  sus  hermanos  cortejan  muchos  la  amistad 
de  los  asesinos  del  pueblo,  mi  corazón  se  estreme- 
ce con  la  terrible  idea  de  que  aun  no  hemos  podi- 
do ponernos  a  la  distancia  en  que  deberíamos  es- 
tar del  punto  de  que  partimos  al  declarar  que  que- 
ríamos ser  libres. 

Dejo  el  asunto  con  una  observación  ligera.  Con- 
siderando nuestro  estado  presente,  los  buenos  ciu- 
dadanos se  lamentan  de  la  falta  de  aquel  genio 
ilustre  que  dirigió  los  pasos  de  la  primera  Junta,  y 
por  cuyos  extraordinarios  esfuerzos  hemos  llegado 
al  camino  en  que  ahora  nos  hallamos.  Yo  me  per- 
mitiré el  confesar  el  gran  vacío  en  que  la  priva- 
ción de  sus  talentos  revolucionarios  nos  han  pues- 
to, y  que  su  muerte  será  para  mí  una  eterna  des- 


OBRAS    POLÍTICAS  329 

gracia.  Mas  haciendo  el  debido  honor  a  la  admi- 
nistración presente,  creo  que  los  males  actuales, 
según  he  tratado  de  probar,  provienen  de  nosotros 
mismos ;  y  de  la  pérdida  del  aquel  patriota  lamen- 
tado diré  lo  que  Cicerón  de  la  muerte  del  elocuen- 
te Crasso:  Fuit  hoc  luctuosura  suis,  acerbus  Pa- 
/■  trice,  grave  honis  ómnibus:  sed  ütainen  remjrubli- 
cam  casus  secuti  sunt,  ut  mihi  non  erepta  L.  Cras- 
so a  diis  inmortalibus  vita,  sed  donata  mors  esse 
videatur.  Non  vidit  fíagranteTn  bello  Italiann  non 
ardentem  invidia  Senatum-,  non  sceleris  nefarii 
principes  civitatis  reos,  non  luctum  fílicB...  non 
denique  in  ommi  genere  de  formatam  eam  civita- 
tem,  in  quce  ipse  fiorentissima  multuTn  ómnibus 
gloria  prcestitisset.  Este  suceso  consternó  a  los  su- 
yos, fué  acerbo  a  la  patria,  y  llenó  de  pesar  a  todos 
los  buenos ;  pero  tales  cosas  han  seguido,  que  a  mi 
entender  los  dioses  inmortales  no  quitaron  la  vida 
a  L.  Crasso  sino  que  le  concedieron  la  muerte.  No 
vio  consumirse  en  guerra  a  la  Italia,  arder  al  Se- 
nado en  partidos,  cometer  maldades  enormes  a  los 
princÍ2Jales  ciudadanos,  cubrirse  de  luto  las  hi- 
jas... no  vio,  últimamente,  manchada  en  todk)  gé- 
nero aquella  ciudad  en  que  él  m,ismo  sobrepasó  a 
todos  en  gloria. 

(El  Independiente,  enero  10  y  17  de  1815.) 


Los  patriotas  han  tenido  un  motivo  de  satisfac- 
ción al  contemplar  la  previsión  con  que  el  nuevo 
gobierno  ha  adoptado  entre  sus  primeras  medidas 
la  muy  importante  de  desarmar  a  nuestros  enemi- 
gos, minorándoles  ese  ejército  doméstico  con  que 
sin  duda  contarían  para  el  caso  de  ataque.  Mucha 
injuria  sería  al  buen  juicio  de  los  amantes  de  la 
libertad  el  suponer  que  la  leva  de  esclavos  levan- 
tada recientemente  entre  los  españoles  europeos 
les  ha  sido  tan  sólo  agradable  porque  cede  en 
perjuicio  de  éstos. 

La  complacencia  con  que  el  pueblo  recibe  esta 


330  BEENABDO    MOXTEAGUDO 

clase  de  disposiciones  proviene  únicamente  de  la 
conveniencia  que  todos  perciben  en  ellas  a  favor 
de  la  cansa.  Este  es  el  barómetro  por  el  cual  pue- 
de pronosticarse  la  popularidad  de  cualquier  de- 
creto. El  pueblo  sabe  que  los  españoles  europeos 
son  sus  verdaderos  enemigos,  y  no  podía  dejar  de 
mirar  con  sobresalto  una  multitud  de  brazos  aptos 
para  la  guerra  continuar  sujetos  a  la  dirección,  a 
la  seducción  y  al  encono  de  los  agentes  de  la  Es- 
paña. Por  no  haber  querido  tocar  en  Caracas  las 
propiedades  de  sus  enemigos  domésticos  perdie- 
ron al  fin  las  suyas  junto  con  la  patria ;  y  el  go- 
bierno que  tiene  a  su  cargo  el  velar  sobre  la  salud 
del  pueblo,  no  cumpliría  con  sus  deberes  si  por 
respetar  tales  derecbos,  que  por  inviolables  que 
se  supongan  deben  siempre  considerarse  subordi- 
nados al  interés  de  la  causa  común,  permitiese  la 
ruina  de  la  gran  obra  que  ba  levantado  nuestra 
sangre.  Persuádanse,  pues,  nuestros  contrarios  que 
no  babrá  cosa  que  no  se  use  para  estorbar  la  es- 
clavitud de  estas  provincias,  y  que  sólo  sobre  el 
sepulcro  de  nuestros  enemigos  internos  es  que  po- 
drá alcanzar  a  herirnos  la  espada  del  soldado  me- 
tropolitano. 

Se  exclama  que  de  este  modo  arruinaremos  las 
fortunas  privadas  y  que  procedemos  con  violencia. 
^;Pero  qué  mucho  es  que  reviva  esta  injusta  censu- 
ra, cuando  todavía  resuena  el  eco  impuro  de  los  que 
criticaban  en  el  año  de  1812  las  ocupaciones  que 
se  hicieron  de  las  propiedades  de  ultramar?  Las 
sumas  que  se  exigieron  entonces  de  los  comercian- 
tes españoles  residentes  en  estas  provincias  fueron 
las  que  pertenecían  a  los  de  Cádiz,  Lima  y  Monte- 
video, que  eran  los  puntos  de  donde  se  nos  hacía 
la  guerra.  Nada  se  les  pidió  que  fuese  suyo,  nada 
que  estuviesen  autorizados  a  retener.  Lo  que  en- 
tonces hizo  el  gobierno  fué  decirles:  esos  caudales 
que  retenéis,  vengan  a  mis  manos:  sus  dueños  han 
perdido  el  derecho  que  a  ellos  tenían  haciéndome 
la  guerra;  podía  desde  luego  apropiármelos,  pero 
usando  de  generosidad  no  quiero  aplicarlos  al 
patrimonio  del  Estado;  me  contento  con  que  no 


OBRAS    POLÍTICAS  331 

estén  a  la  disposición  de  los  mismos  que  arman  ex- 
pediciones para  invadir  mi  territorio:  el  uso  sólo 
de  este  fatal  dinero  es  lo  que  pretendo.  ¿Hay  algo 
en  esto  que  pueda  parecer  injusto?  Yo  pregunto: 
¿si  un  apoderado  de  los  comerciantes  de  Cádiz  se 
hubiese  presentado  al  gobierno  del  país  solicitan- 
do que  compeliese  a  sus  agentes  en  estas  provin- 
cias a  entregar  los  productos  de  sus  negociaciones 
que  retenían  en  su  poder  desde  la  invasión  de  los 
ingleses  y  sucesivas  convulsiones  de  la  Península, 
debía  creerse  obligado  el  gobierno  a  obtemperar 
a  sus  reclamos?  ¿Sería  injusto  que  el  gobierno 
mandase  a  esos  infieles  agentes  exhibir  lo  que  con- 
servaban ajeno,  y  los  compeliese  por  todos  los  me- 
dios que  las  leyes  indican  al  efecto?  Pues  ¿por  qué 
se  quejan  de  que  el  gobierno,  constituido  por  la 
guerra  heredero  de  las  acciones  del  enemigo,  co- 
bre lo  que  él  mismo  estaría  en  otro  caso  obligado 
a  hacer  pagar  a  un  comisionado  privado?  Entre 
nosotros,  que  tanto  nos  picamos  de  imitar  a  las 
naciones  cultas,  no  puede  disputarse  la  legalidad, 
no  digo  de  la  ocupación  de  los  dichos  caudales, 
pero  ni  tampoco  del  derecho  inconcuso  que  el  go- 
bierno del  país  tenía  de  aplicarlos  al  fisco;  y  si 
hay  alguno  que  no  se  satisfaga  con  el  ejemplo 
que  la  España  nos  ha  dado  repetidas  veces  y  en 
cuantas  guerras  ha  sostenido  con  otras  naciones ; 
si  ignorante  de  lo  sancionado  por  el  derecho  de  la 
guerra,  quisiese  modelos  más  elevados  para  fijar 
en  el  particular  su  opinión,  examine  lo  que  la 
Inglaterra  acaba  de  practicar  al  empezar  la  gue- 
rra actual  con  los  Estados  Unidos;  y  verá  que  los 
comerciantes  ingleses  han  sido  obligados  a  niani- 
festar  cuanto  estaba  en  sus  manos  perteneciente 
a  los  subditos  americanos ;  operación  que  sin  duda 
no  se  ha  adoptado  por  el  Ministerio  Británico  para 
remitir  bajo  convoy  las  sumas  que  se  recogiesen 
a  los  ciudadanos  del  Estado  enemigo.  Y  en  cuanto 
al  modo  que  se  observó  en  la  ejecución  de  aquella 
providencia,  los  comerciantes  españoles  que  son 
el  abismo  de  la  mala  fe  y  del  engaño,  ¿podrán  que- 
jarse de  violencia?  ¿Cómo  merecían  ser  tratados 


332  BERNARDO   MONTEAGUDO 

unos  monopolistas  que  tuvieron  la  impudencia  de 
excusarse  con  que  no  tenían  libros  o  de  presentar- 
los desfoliados?  Por  este  solo  heclio,  decaídos  de 
aquella  consideración  y  honor  que  tan  justamente 
es  debido  a  los  verdaderos  comerciantes,  se  expu- 
sieron a  ser  tratados  como  defraudores  públicos, 
y  desmerecieron  aquella  misma  lenidad  con  que 
no  obstante  fueron  tratados,  y  al  favor  de  la  cual 
conservan  basta  el  día  inmensas  cantidades  que 
no  ba  sido  dable  descubrir. 

Acaso  otros  efugios  tan  degradantes  como  aqué- 
llos les  habrán  servido  para  ocultar  los  esclavos 
que  han  debido  entregar  en  cumplimiento  de  lo 
últimamente  mandado.  Por  el  estado  de  la  pobla- 
ción de  esta  ciudad  que  se  formó  en  el  año  de  1810, 
resulta  que  el  número  de  negros  meramente  en  el 
recinto  de  ella  era  de  6,955  varones,  5,512  muje- 
res, 1,473  niños  y  1,167  niñas.  En  este  padrón  no 
se  comprendían  doce  cuarteles  más  que  después 
se  han  formado  y  son  los  respectivos  a  los  arraba- 
les y  quintas. 


Aristócratas  en  camisa 

Entre  las  extravagancias  de  que  es  fecundo  el 
choq^ue  de  las  pasiones  e  intereses,  no  es  de  poca 
consideración  el  empeño  con  que  cierto  número 
de  individuos,  titulándose  aristócratas,  pretenden 
reducir  a  determinadas  personas  la  administra- 
ción de  los  empleos,  y  el  derecho  a  las  distinciones 
y  honores  que  en  todo  país  bien  constituido  deben 
ser  premio  de  la  virtud  y  el  mérito,  y  mucho 
más  en  un  sistema  popular  como  el  nuestro.  Aun- 
que este  error  no  ha  encontrado  todavía  muchos 
prosélitos,  ni  es  de  temer  que  se  extienda  dema- 
siado fuera  del  círculo  de  los  pocos  que  lo  han 
concebido,  me  ha  parecido,  sin  embargo,  muy  con- 
veniente exponer  lo  infundado  de  sus  ideas,  des- 
cubriendo la  ridicula  vanidad  de  los  que  preten- 


OBllAS   POLÍTICAS  333 

den  levantar  este  edificio  aéreo,  cuyos  cimientos 
no  son  otros  que  un  orgullo  pueril,  y  un  deseo  re- 
prensible de  elevarse  sobre  la  opresión  de  sus  con- 
ciudadanos para  acallar  el  conocimiento  que  los 
acompaña  de  la  inferioridad  de  su  propio  mere- 
cimiento. 

Antes  de  combatir  esta  Aristocracia  soñada  per- 
mítaseme asentar  ciertas  bases,  reconocidas  por  los 
tratadistas,  de  que  inmediatamente  dimanará  la 
justicia  del  presente  discurso.  Supongo,  pues,  que 
siendo  el  poder  legislativo  la  función  más  noble 
de  la  soberanía,  del  modo  como  se  ejercita  esta 
sublime  facultad  es  que  depende  la  denominación 
de  un  gobierno.  La  aristocracia  se  entiende  cuando 
el  poder  de  hacer  las  leyes  existe  en  una  asamblea 
escogida,  a  la  cual  no  llega  sino  una  determinada 
clase  del  Estado  bajo  ciertas  condiciones  de  he- 
rencia, propiedad,  riquezas,  derechos  personales 
reconocidos  por  la  constitución,  o  bien  por  la  elec- 
ción privativa  de  los  miembros  que  la  componen. 
En  la  democracia,  el  pueblo,  en  general,  es  el  le- 
gislador, ya  sea  por  sí  mismo  o  por  medio  de  sus 
representantes.  En  fin,  gobierno  despótico  o  mo- 
narquía absoluta  se  entiende  todo  aquel  en  que  la 
formación  de  las  leyes  depende  de  una  sola  per- 
sona. A  este  último  es  también  inherente  la  facul- 
tad que  compete  al  príncipe  de  ser  el  dispensador 
de  los  honores  y  de  las  gracias. 

Supongo  igualmente  que  aunque  el  gobierno  en 
general  se  divide  en  estas  tres  formas  primitivas, 
rara  vez  se  encuentran  en  toda  su  pureza,  y  por 
tanto,  si  analizamos  la  estructura  de  los  presentes 
gobiernos  del  mundo,  no  hallaremos  uno  que  se 
componga  simplemente  de  uno  de  estos  principios 
elementales,  o  no  admita  alguna  mezcla  o  combi- 
nación peculiar,  bien  que  por  la  parte  mayor  que 
tenga  de  una  de  las  tres  formas  se  llame  aristocrá- 
tico, democrático  o  despótico. 

Creo  también  enterados  a  mis  lectores  de  que  ai 
el  gobierno  aristocrático  es  el  más  conforme  a  la 
naturaleza,  la  razón  es  que  según  ella  los  hombres 
están   siempre   relativamente    en   desigualdad    de 


334  BERNARDO  MONTE AGUDO 

fuerzas:  y  este  es  el  motivo  por  que  las  primeras 
sociedades,  de  las  cuales  la  principal  es  la  fami- 
lia, se  han  gobernado  aristocráticamente,  y  tam- 
bién porque  muchos  de  los  salvajes  que  existen 
en  diversas  partes  del  mundo  se  gobiernan  del 
mismo  modo.  Este  es  el  fundamento  preciso  de  la 
autoridad  paternal  ejercida  sobre  los  miembros 
de  su  casa  que  emana  de  esta  fuente  sencilla,  pero 
no  de  convenios  o  privilegios  concedidos. 

Descendiendo  ahora  al  punto  que  tenemos  en 
vista,  y  al  frente  ya  de  los  pseudo  aristócratas  o 
aristócratas  de  intención,  deberíamos  ante  todas 
cosas  obligarlos  a  la  exhibición  de  los  títulos  en 
que  fundan  sus  pretensiones.  Pero  si  nos  abstene- 
mos de  sujetarlos  a  la  formalidad  de  este  trámite 
(que  en  el  concepto  de  los  lectores  entendidos  aca- 
so parecerá  injusto  el  dispensar),  no  es  para  darles 
desde  luego  de  mano,  como  a  hombres  qu§  forman 
castillos  en  el  aire,  o  como  a  locos  que  con  débil 
y  mal  segura  lanza  embisten  al  gigante  figurado 
en  un  molino  de  viento. 

En  prueba,  pues,  del  decoro  con  que  los  trata- 
mos, ya  que  a  un  aristócrata  verdadero  o  apócrifo 
es  necesario  ceder  alguna  cosa,  les  haremos  algu- 
nas advertencias  que  podrán  servirles  para  depo- 
ner su  manía. 

La  primera  consideración  que  se  ofrece  es  una 
mera  ojeada  al  estado  de  nuestros  pueblos.  Bue- 
nos Aires,  por  su  localidad,  es  enteramente  comer- 
ciante. Lo  reciente  de  su  fundación  había  impedi- 
do que  se  formasen  grandes  fortunas,  y  por  con- 
siguiente reducidos  sus  habitantes  a  una  media- 
nía abundante,  obligados  todos  a  observar  una 
frugalidad  honesta  (compañera  inseparable  de  la 
democracia),  que  era  la  única  capaz  de  conservar 
los  frutos  de  su  industria,  no  conocían  los  exce- 
sos del  lujo,  ni  experimentaban  el  poder  de  los 
grandes  y  refinados  placeres,  que  son  propios  de 
las  poblaciones  antiguas,  y  que  dando  un  círculo 
rápido  al  producto  de  la  riqueza  nacional,  la  reúne 
en  muy  pocas  manos  para  formar  este  contraste 
entre  la  más  excesiva  opulencia  y  la  indigencia 


OBRAS   POLÍTICAS  335 

más  extremada  que  se  advierte  tan  solamente  en 
pueblos  de  origen  muy  remoto.  Tal  era  el  estado 
de  nuestra  sociedad  al  brotar  la  revolución,  y 
desde  entonces  no  lian  podido  formarse  caudales 
gigantes  que  introduzcan  desigualdad  notable  en 
la  condición  de  los  ciudadanos,  sin  la  cual  las  pre- 
rrogativas de  clases  son  puramente  ideales. 

Verificada  la  revolución,  el  curso  mismo  de  los 
negocios  nos  ha  llevado  a  respetar  la  igualdad  que 
antes  subsistía,  con  la  notable  diferencia  de  que 
si  hasta  allí  había  sido  ésta  un  efecto  de  las  cir- 
cunstancias del  pueblo,  desde  entonces  fué  una 
consecuencia  precisa  de  la  forma  de  gobierno  adop- 
tada ;  y  esto  se  demuestra  por  la  constante  prácti- 
ca seguida  en  la  elevación  de  las  personas  que 
han  gobernado  en  la  revolución,  las  cuales  han 
sido  elegidas  sin  consideración  al  rango  que  ocu- 
paban en  la  sociedad,  sino  indistintamente  por 
solo  el  motivo  de  su  presunta  virtud  y  suficiencia, 
sucediendo  actualmente  lo  mismo  en  la  soberana 
asamblea  para  la  cual  se  eligen  su.s  miembros  in- 
mediatamente por  el  pueblo,  y  no  se  exige  calidad 
alguna  de  rentas,  prerrogativas  o  derechos  de  que 
deba  disfrutar  la  persona  elegida.  Tan  verdad  es 
que  la  forma  actual  del  gobierno  es  popular,  y 
que  esos  aristócratas  soñados  se  oponen  y  están 
en  verdadera  contradicción  con  ella. 

Si  la  revolución  los  hubiese  despojado  de  al- 
guna cosa,  su  resentimiento,  aunque  injusto,  po- 
dría tener  algunos  visos  de  fundado.  ¿Qué  venta- 
jas son  las  que  esos  aristócratas  poseen  sobre  los 
demás  ciudadanos?  ¿  Será  acaso  el  ser  hombres 
de  casa,  como  figuradamente  se  titulan?  Pero  ¿qué 
quiere  decir  esto?  ¿Tiene  esta  frase  alusión  a  al- 
gunos caserones  viejos,  compuestos  en  la  mayor 
parte  de  barro,  que  algunos  de  esos  caballeros  po- 
seen, y  cuya  excelencia  sobre  el  resto  de  las  ca- 
sas de  los  vecinos  no  es  otra  que  el  dar  expendio 
a  los  almacenes,  de  cucharas  de  albañil,  para  ta- 
par remiendos,  o  sostener  algún  número  de  negros 
matadores  de  ratas  con  humazos?  ¿Por  qué  miran 
con  odio  a  los  que  no  son  locos  como  ellos,  llaman- 


336  BERNARDO    MONTEAGUDO 

doles  por  desprecio  demócratas  azufrados,  como  si 
quisiesen  éstos  arrebatarles  sus  fortunas,  o,  a  estilo 
de  la  revolución  de  Francia,  se  vistiesen  con  poco 
aliño  para  desairar  a  la  antigua  nobleza?  Yedlos 
el  día  que  por  su  ineptitud  o  sus  vicios  pierden  el 
miserable  empleo  que  consiguen  a  fuerza  de  ca- 
bala e  intriga,  confundirse  por  su  miseria  con  el 
pueblo  más  bajo  e  ir  a  aumentar  el  número  de  los 
más  despreciables  rufianes.  Sin  rentas,  sin  patri- 
monio, sin  dedicación  y  sin  principios,  pretenden 
con  todo  ser  los  favoritos  de  la  patria,  y  miran 
de  sobre  ojo  al  que,  porque  no  es  visionario  como 
ellos,  no  lia  dado  en  ponerse  un  d'e  antes  del  ape- 
llido, con  lo  cual  quedaría  incorporado  desde  lue- 
go en  el  ilustre  y  poderoso  cuerpo  de  estos  aristó- 
cratas mendicantes. 

Desengañémonos:  tan  ridícujo  es  querer  ser  aris- 
tócrata sin  fortuna,  o  privilegios  constituciona- 
les, como  bacer  el  rico  cuando  se  está  en  la  men- 
dicidad. Todavía  el  querer  ser  noble  es  otro  delirio 
mayor.  Si  en  nuestro  país  hubiese  una  verdadera 
nobleza  deberíamos  todos  respetarla  y  acaso  ale- 
grarnos porque  sería  señal  de  la  opulencia.  La  no- 
bleza en  los  países  antiguos  es  una  de  las  colum- 
nas del  Estado:  ella  sirve  para  sostener  las  distan- 
cias que  existen  entre  el  príncipe  y  lo  común  del 
pueblo ;  y  sin  deber  su  origen  a  la  casualidad  y 
al  capricho,  es  el  apoyo  de  la  pobreza.  Un  fanático 
que  quisiese  destruirla  nada  menos  pretendería 
que  introducir  la  confusión  en  el  Estado,  y  obra- 
ría con  tanta  injusticia  como  la  de  nuestros  aris- 
tócratas o  nobles,  en  solicitar  con  exclusión  los 
primeros  empleos,  buscando  en  éstos  unas  distin- 
ciones que  no  tienen  derecho  a  esperar. 

Mucho  podría  decirse  sobre  esto;  pero  los  lí- 
mites de  estas  páginas  me  obligan  ya  a  dejar  la 
materia,  confiando  en  que  la  perspicacia  de  mis 
lectores  sabrá  dar  todo  el  valor  a  los  principios  con 
que  me  propuse  esclarecerla.  Mas  no  podré  omi- 
tir mi  protesta  de  que  ni  tengo  horror  a  los  aristó- 
cratas, ni  me  tengo  tampoco  por  plebeyo.  Sólo  qui- 
siera que  mis  conciudadanos,  deponiendo  quime- 


OBEAS    POLÍTICAS  337 

ras,  aspirasen  a  distinguirse  por  la  senda  del  mé- 
rito y  de  la  virtud,  que  es  lo  único  apreciable  a 
la  patria. 

{Id.,  enero  24  de  1815.) 


No  sin  intento  liemos  publicado  en  nuestro  nú- 
mero anterior  lo  que  hasta  la  fecha  puede  fíaberse 
de  las  operaciones  del  Congreso  de  Viena.  Habría- 
mos deseado  no  detenernos  tanto  en  las  noticias 
de  la  Europa  y  descansando  justamente  en  aque- 
lla segura  máxima,  demostrada  tantas  veces  por 
la  experiencia,  de  que  es  libre  el  pueblo  que  quie- 
re ser  libre,  y  no  porque  lo  dejen  serlo,  omiti- 
ríamos casi  siempre  investigar  lo  que  mediten  los 
tiranos.  Esta  conducta  acallaría  la  crítica  dirigida 
contra  los  periódicos  de  estas  provincias  que  desea- 
rían algunos  fijasen  su  vista  más  cerca  del  país, 
y  tratasen  exclusivamente  de  las  muchas  e  im- 
portantes materias  que  ofrece  a  la  penetración  de 
los  entendidos  en  estos  peligrosos  momentos. 

Pero  cuando  no  faltan  almas  débiles  que  calcu- 
lan más  bien  sobre  la  aptitud  de  los  tiranos  de 
ultramar,  que  sobre  el  valor  de  los  esfuerzos  que 
podemos  y  estamos  resueltos  a  oponer  a  sus  qui- 
méricas empresas:  cuando  se  da  más  atención  a 
la  voluntad  o  encono  de  nuestros  opresores,  que  a 
la  decidida  resolución  de  estos  heroicos  pueblos ; 
y  aspirando  antes  a  una  libertad  a  escondidas,  y 
como  por  abandono  del  que  la  contradice,  hay 
quien  echándola  de  maestro  en  los  altos  misterios 
de  la  política  de  Europa,  y  de  los  pasos  más  re- 
cónditos de  sus  artificiosos  gabinetes,  pretenda 
intimidarnos  con  sombras  y  misterios  que  no  exis- 
ten sino  en  su  miserable  cabeza ;  ¿  qué  otro  recurso 
habrá  para  confundir  a  estos  impostores  políticos 
que  descubrirles  las  fuentes  de  que  debían  beber, 
al  menos  para  que  los  incautos  no  se  inficionen 
con  sus  doctrinas,  ya  que  su  mala  fe  o  su  igno- 
rancia las  desconoce  o  las  oculta? 

22 


333  BEENARDO    MONTEAGUDO 

Es  cierto  que  al  hombre  juicioso  causará  más 
lástima  que  ira  la  petulancia  de  esta  clase  de  char- 
latanes. También  lo  es  que  para  desconcertar  a 
estos  doctores  cuando  están  explicando  como  por 
caridad  al  pueblo  los  más  intrincados  sucesos  de 
las  operaciones  de  París  y  de  Viena,  bastaría  la 
sencilla  pregunta  de  si  han  leído  una  línea  si- 
quiera de  esos  tratados,  de  que  hablan  con  segu- 
ridad tal,  cual  si  estuviesen  impuestos  directamen- 
te por  las  notas  confidenciales  de  alguno  de  los 
plenipotenciarios  o  príncipes  que  los  han  celebra- 
do. Pero  para  que  su  presuntuosa  arrogancia  no 
seduzca  al  pueblo  sencillo  es  necesario  alguna  vez 
presentarlos  como  ellos  son,  y  ésta  es  la  mejor  apo- 
logía que  se  ofrece  a  la  necesidad  del  presente 
discurso. 

Triste  es  a  la  verdad  la  suerte  de  aquel  escritor 
público  obligado  a  gastar  su  tiempo  en  destruir 
y  no  en  edificar;  en  combatir  a  cada  paso  errores 
y  no  en  diseminar  verdades.  Con  todo,  el  espíritu 
de  fortaleza  que  debió  animarlo  a  emprender  tan 
penosa  carrera  es  el  que  debe  en  estos  momentos 
sostenerlo  y  el  único  que  puede  hacérsela  concluir 
con  honor  y  aun  con  gloria. 

Para  destruir,  pues,  la  extraña  y  escandalosa 
proposición  abortada  hace  pocos  días  en  un  lugar 
muy  respetable,  de  que  por  la  enormidad  de  los 
riesgos  que  amagaban  al  país  de  resultas  de  es- 
fuerzos combinados  contra  la  libertad  de  Améri- 
ca, era  preciso  interpelar  de  nuevo  la  decisión  de 
los  pueblos  unidos,  con  el  conocimiento  que  se  les 
diese  de  la  extensión  de  estos  escollos,  presentamos 
a  estos  Apóstoles  del  miedo  lo  último  que  se  sabía 
en  Europa  de  las  conferencias  de  Tiena,  y  des- 
cansando en  que  no  querrán  desde  aquí  pasar  por 
más  instruidos  que  los  que  allí  investigan  estas 
materias,  los  damos  por  concluidos  en  sus  presun- 
tuosas aserciones. 

No  podemos,  sin  embargo,  ocultar  a  nuestros 
lectores  que  un  modo  de  opinar  tan  ajeno  de  la 
gran  época  en  que  nos  hallamos,  no  es  otra  cosa 
que  una  desviación  horrorosa  de  los  intereses  del 


OBEAS    POLÍTICAS  339 

pueblo.  No  liay  medio:  para  proponer  que  se  con- 
sulte a  las  provincias  si  quieren  que  se  continúe 
la  guerra,  es  necesario  o  creer  que  los  pueblos  des- 
mayarán al  aspecto  de  peligros  que  no  han  pre- 
visto, o  suponer  que  son  capaces  de  desmayar,  o 
que  al  declarar  que  querían  ser  libres  no  se  deci- 
dieron a  hacer  frente  a  todo  el  encono  y  furor  del 
tirano.  En  los  tres  casos  se  hace  una  injuria  tan 
grave  a  los  sentimientos  y  al  carácter  de  nuestros 
pueblos,  que  es  forzoso  haberse  borrado  de  la  lista 
de  sus  heroicos  hijos  para  no  exaltarse  con  tama- 
ña afrenta, 

Pero  que  sean  cuales  fuesen  los  riesgos  que  nos 
amenacen,  ¿podrá  dudarse  ni  aun  por  un  solo  ins- 
tante de  la  disposición  a  arrostrarlos  en  unos  pue- 
blos que  han  formado  ya  su  Congreso,  y  cuyos 
ͻoderes  librados  a  sus  diputados  contienen  toda 
a  cláusula  precisa  de  promover  la  independencia? 
¿Dónde  la  sangre  se  prodiga  a  torrentes  por  sos- 
tener la  libertad,  y  dónde  la  sombra  sólo  de  la  do- 
minación española  hace  estremecer  al  último  pa- 
triota? 

¿Qué  es  lo  que  querían  conseguir  se  sacrifica- 
se al  influjo  de  aquella  consulta?  ¿Las  vidas  de 
los  ciudadanos?  Ellos  las  han  dado  y  las  dan  con 
gusto  en  la  defensa  de  tan  sagrada  causa.  ¿Las 
propiedades  y  sudores  de  cuantos  tienen  el  placer 
de  titularse  americanos?  Nada  hay  que  se  reserve 
cuando  se  dice  que  es  preciso  en  nuestro  actual 
empeño.  ¿Qué  es,  pues,  lo  que  quieren  pedir? 
¿Que  no  se  defiendan,  que  se  resistan  a  ir  a  la  lid, 
que  entreguen  el  cuello  a  la  segur  de  los  tiranos? 
He  aquí  que  parece  haberlos  entendido.  Hablen 
claro  y  los  comprenderemos  sin  trabajo. 

j  Manes  de  los  ilustres  americanos  que  habéis 
muerto  por  los  derechos  de  estos  pueblos!  ¿Pudis- 
teis entender  sin  horror  que  en  el  año  sexto  de 
nuestra  libertad  haya  quien  aconseje  que  se  pre- 
gunte a  vuestra  patria  si  quiere  continuar  su  de- 
fensa? ¿Vuestra  tumba  gloriosa  no  se  ha  estreme- 
cido al  considerar  que  se  disputa  si  vuestros  sacri- 
ficios serán  vanos  y  vuestra  sangre  derramada  en 


340  BEENARDO    MOMEAGÜDO 

balde?  ¿Qué  opinióu  tendréis  de  los  que  os  hau 
sobrevivido  y  a  quienes  en  la  separación  encomen- 
dabais vuestra  venganza  y  vuestra  gloria?  ¿Consi- 
deraréis como  a  hermanos  a  los  que  no  han  sabido 
mirar  el  ejemplo  de  vuestras  virtudes?  ¡Ah!  No 
perturbéis  vuestro  eterno  reposo:  el  gobierno  no 
sigue  estas  ideas,  no  las  siguen  los  pueblos,  no  las 
lia  seguido  tampoco  ninguno  de  cuantos  escucha- 
ban ;  y  si  algunos  se  degradaron  hasta  un  extremo 
tan  lamentable,  su  cobarde  voz  fué  sofocada  por 
aquellos  mismos  a  quienes  desde  la  eternidad  no 
rehusaréis  todavía  el  mirarlos  como  a  vuestros  dig- 
nos amigos. 

Enhorabuena  que  se  pinten  al  pueblo  los  peli- 
gros para  concentrar  el  espíritu  público  a  los  me- 
dios de  sostener  la  actual  indispensable  lucha. 
Este  es  un  deber  del  magistrado,  y  su  celo  por  la 
seguridad  del  Estado  puede  llevarlo  honrosamen- 
te hasta  el  extremo  de  exagerar  los  males,  valién- 
dose al  efecto  de  las  proclamas  y  otros  papeles  que 
están  en  uso  en  todas  las  naciones.  Dudar  o  hacer 
dudar  del  buen  éxito  del  sistema  de  un  pueblo 
mostrándole  en  problema  su  suerte,  es  cobardía, 
es  infamia,  es  una  traición. 

En  julio  de  1807,  nuestra  ciudad  se  hallaba  ro- 
deada por  todas  partes  de  enemigos.  Una  escua- 
dra de  más  de  doscientos  buques  a  la  vista  obs- 
truía nuestras  aguas:  2,000  hombres  en  el  Eetiro; 
5,000  formando  una  línea  de  circunvalación  al 
Oeste;  por  el  Sur  posesionados,  1,000  de  la  Resi- 
dencia; más  de  3,000  peleando  ya  en  las  calles; 
y  en  todas  partes  tremolando  la  bandera  inglesa 
en  nuestros  edificios  y  casas;  no  pensamos  más  que 
en  vencer,  y  en  efecto  vencimos. 

Para  rechazar  a  nuestros  contrarios  es  necesa- 
rio no  sólo  que  el  pueblo  sea  fuerte  y  constante, 
sino  que  lo  sea  igualmente  el  gobierno,  que  lo  sea 
también  el  senado.  Por  la  firmeza  de  este  cuerpo 
se  salvó  Poma  muchas  veces.  Acordémonos  de  la 
sublimidad  y  desprendimiento  heroico  del  senado 
romano  cuando  habiendo  huido  vergonzosamente 
el  cónsul  Prebonio  Yarron,  y  retirándose  a  la  ca- 


OBRAS    POLÍTICAS  341 

pital,  salió  a  recibirlo  para  reanimar  la  confianza 
del  pueblo,  y  le  dio  las  gracias  por  no  haber  de- 
sesperado de  la  república.  Así  cubrieron  aquellos 
grandes  hombres  la  falta  de  Varrón,  y  en  obse- 
quio al  interés  piíblico  sofocaron  en  la  ocasión  el 
deseo  de  vengarse  con  oportunidad  de  su  cónsul, 
que  siendo  de  un  nacimiento  extremadamente 
bajo,  no  había  sido  elevado  sino  para  humillar  a 
la  nobleza. 

Con  sentimiento  nos  llama  ya  el  orden  de  nues- 
tro periódico  a  dejar  la  materia.  Para  concluirla 
séanos  lícito  citar  dos  pasajes  del  sabio  Montes- 
quieu  en  su  tratado  sobre  las  causas  de  la  grande- 
za y  decadencia  de  los  romanos. 

«Roma  fué  un  prodigio  de  constancia.  Después 
de  las  jornadas  de  Tesin,  de  Trebia  y  de  Trasime- 
no;  después  de  la  de  Cannes  mucho  más  funesta 
todavía,  abandonada  de  casi  todos  los  pueblos  de 
Italia,  no  por  eso  pidió  la  paz.  Porque  el  senado 
jamás  se  separaba  de  sus  antiguas  máxima:  obra- 
ba con  Aníbal  como  había  obrado  en  otro  tiempo 
con  Pyrro,  a  quien  había  rehusado  todo  convenio 
mientras  estuviese  en  Italia;  y  yo  encuentro  en 
Dionisio  de  Halicarnaso  que  cuando  la  negocia- 
ción de  Coriolano  el  senado  declaró  que  no  violaría 
jamás  sus  costumbres  antiguas;  que  el  pueblo  ro- 
mano no  podía  hacer  la  paz  mientras  los  enemipos 
estuviesen  sobre  sus  tierras;  pero  que  si  los  Vols- 
cos  se  retiraban,  se  concedería  todo  lo  que  fuese 
justo. » 

«Roma  se  salvó  por  la  fuerza  de  su  institución. 
Después  de  la  batalla  de'  Cannes,  no  fué  permiti- 
tido  aiín  a  las  mujeres  el  derramar  lágrimas ;  el 
senado  rehusó  rescatar  los  prisioneros,  y  envió  los 
miserables  restos  del  ejército  a  hacer  la  guerra  a 
la  Sicilia,  sin  recompensar  ni  honor  ninguno  mi- 
litar, hasta  que  Aníbal  fuese  echado  de  Italia.» 

Sobre  tan  elevados  modelos,  creemos,  pues,  que 
en  lugar  de  la  fatal  consulta  a  que  aludimos,  debe- 
ría haberse  propuesto  la  siguiente  declaración: 
Que  las  Provincias  Unidas  d^el  Rio  de  la  Plata  ja- 


342  BERNARDO    MONTEAGUDO 

nnás  entrarán  en  negociación  alguna  con  la  Espa- 
ña, mientras  no  esté  evacuado  su  territorio. 

{Id.,  febrero  7  de  1815.) 


^ 


Libertad  política  y  civil 

En  todas  partes  se  habla  de  libertad,  pero  en 
este  punto,  como  en  otros,  parece  suceder  lo  que 
con  los  rumores  populares,  que  más  se  desfiguran 
a  proporción  de  que  se  extienden.  Si  la  libertad 
se  entiende  por  una  absoluta  franqueza  para  ha- 
cer cada  individuo  lo  que  más  convenga  a  sus  in- 
tereses, a  sus  necesidades  y  sus  caprichos,  mien- 
tras los  hombres  permanecen  todavía  en  sociedad 
vendrían  por  lo  mismo  a  ser  esclavos.  En  las  sel- 
vas es  únicamente  donde  el  hombre  puede  gozar 
de  este  privilegio  salvaje.  ^;Pero  puede  esperar  allí 
alguna  cosa  de  la  afección,  benevolencia  y  rela- 
ciones de  los  demás  seres  que  llevan  su  figura?  Sin 
pactos  formados  con  el  resto  de  la  especie  o  con 
cierto  número  de  ella  que  habita  determinada  cla- 
se de  pueblos  v  ciudades,  el  hombre  es  cierto  que 
no  sufre  restricción  alguna :  carece  de  toda  obli- 
gación, y  en  el  resorte  de  sus  operaciones  sólo  se 
advierte  el  impulso  de  su  pasión  y  sus  deseos.  Pero 
el  resto  de  su  especie  está  tan  desprendido  de  él 
como  él  mismo  lo  está  de  los  demás  hombres.  En- 
tregado a  sus  propias  fuerzas  no  alcanza  más  sino 
aquello  que  éstas  le  ofrecen.  Nada  debe  a  los  otros, 
pero  tampoco  tiene  cosa  ninguna  que  esperar.  En 
fin,  por  no  exponerse  a  que  los  demás  obren  con 
él  a  su  mero  antojo  es  que  reducido  a  sociedad  se 
conviene  a  moderar  el  suyo,  y  lo  sujeta  a  reglas 
conocidas  y  recíprocas. 

La  libertad  civil  se  entiende  aquel  estado  en 
que  el  hombre  no  es  comprimido  por  ninguna  ley 
sino  aquella  que  conduce  en  gran  manera  a  la  pú- 
blica felicidad.  Explanando  esta  definición  el  emi- 


OBRAS    POLÍTICAS  343 

nente  filósofo  político  de  que  la  hemos  tomado  (1) 
nota  muy  bien  que  cuando  hacemos  lo  que  quere- 
mos usamos  de  la  libertad  natural;  mas  cuando 
hacemos  lo  que  queremos  y  esta  voluntad  es  con- 
forme al  interés  de  la  comunidad  a  que  pertene- 
cemos, entonces  es  que  propiamente  disfrutamos 
de  la  libertad  civil,  es  decir,  de  aquella  sola  liber- 
tad que  debe  desearse  en  un  estado  de  sociedad 
civil. 

Reducidos  los  hombres  a  vivir  en  ciudades,  las 
mismas  relaciones  que  existieron  al  principio  entre 
las  familias  se  extendieron  poco  a  poco  a  muchas 
poblaciones ;  y  de  aquí  nacieron  esas  grandes  aso- 
ciaciones donde  reina  un  mismo  interés,  una  es- 
trecha unión  y  un  mismo  lenio^uaje  que  las  consti- 
tuyen en  lo  que  se  llama  Nación  o  Estado. 

Por  consiguiente,  determinados  a  explicar  en 
qué  consiste  la  libertad  en  sus  diversas  modifica- 
ciones, hemos  reducido  la  definición  anterior  a  un 
término  más  limitado.  Por  libertad  política  en- 
tendemos la  libertad  de  la  Nación:  libertad  civil 
llamamos  la  libertad  del  ciudadano. 

La  primera  consiste  principalmente  en  la  inde- 
pendencia de  la  Nación,  Las  conquistas  y  la  am- 
bición suelen  trastornar  los  Estados,  y  de  muchos 
cuerpos  formados  ya  para  existir  separadamente, 
consiguen  levantar  uno  solo.  Basta  esta  desgracia 
para  que  un  pueblo  deje  de  ser  libre:  y  como  aquel 
que  cae  en  la  dominación  de  un  pueblo  diferente, 
tenía  ya  intereses  diversos,  su  situación  es  muy 
violenta. 

Es  con  todo  necesario  observar,  que  esclavizada 
la  Nación  puede  todavía  el  ciudadano  continuar 
en  su  libertad.  De  esto  es  ejemplo  bien  palpable 
en  nuestros  días  la  Irlanda,  cuyo  reino  por  su 
unión  con  la  Inglaterra  dejó  en  realidad  de  ser 
libre,  y  bien  que  desde  la  célebre  reunión  de  su 
parlamento,  se  haya  acercado  más  a  la  dignidad 

(1)  William  Paley  en  sus  principios  de  filosofía  moral  y  política. 
Nos  obligamos  a  presentar  en  lo  sucesivo  a  nuestros  lectores  algunos 
extractos  de  este  estimable  tratadista. 


344  BERNARDO    MONTEAGUDO 

que  había  perdido,  las  restricciones  que  pesan  so- 
bre ella  deben  recordarla  lo  que  le  queda  todavía 
por  recuperar.  Mas  como  allí  gobiernan  las  leyes 
inglesas,  resulta  de  aquí  que  el  Estado  solo  pade- 
ce, pero  que  el  ciudadano  es  libre.  Lo  mismo  su- 
cedía o  poco  menos  con  los  Estados  Unidos  de 
América,  antes  de  su  separación;  y  la  liberalidad 
del  gobierno  británico,  que  no  podía  alcanzar  a 
tratar  a  sus  colonias  como  a  la  metrópoli,  no  dis- 
crepaba en  respetar  los  derecbos  privados.  Por  el 
contrario,  la  España  que  tiranizaba  una  gran  par- 
te de  la  América,  oprimía  también  al  ciudadano, 
fuese  porque  las  leyes  que  había  dictado  a  sus  co- 
lonias debían  producir  este  horroroso  efecto,  o  por- 
que no  teniendo  otras  mejores  para  consigo  mis- 
ma no  podía  comunicar  lo  que  ella  no  gozaba — 
circunstancia  que  demuestra  la  diferente  natura- 
leza de  la  lucha  de  ambos  colonos  contra  sus  res- 
pectivos señores.  Los  primeros,  aunque  con  sobra- 
da justicia,  pelearon  sólo  por  la  libertad  del  Es- 
tado: los  de  la  América  del  Sud  combaten  por  ella 
también,  pero  además  aspiran  a  la  libertad  civil, 
que  bajo  el  yugo  de  sus  antiguos  opresores  no  pu- 
dieron disfrutar  jamás. 

Desde  luego  son  extremadamente  graves  los 
males  que  pesan  sobre  una  Nación  cuando  pierde 
su  independencia.  Sujeta  entonces  a  su  soberano, 
cuyos  sentimientos  lejos  de  ser  los  de  un  padre 
hacia  sus  hijos,  se  dirigen  sólo  a  consolidar  su  do- 
minio, fluctiía  miserablemente  entre  la  indiferen- 
cia y  las  desconfianzas  del  príncipe.  Sus  rentas 
van  a  engrosar  el  poder  del  mismo  que  la  oprime: 
las  guerras  que  ha  de  sostener,  dictadas  sólo  por  el 
interés  o  el  capricho  de  la  metrópoli,  no  le  produ- 
cen ventaja  alguna:  los  honores  y  premios  se  dis- 
tribuyen con  parcialidad:  los  recursos  son  lentos; 
y  hasta  el  riesgo  de  una  cesión  contribuye  a  em- 
peorar sus  destinos,  haciendo  más  incierta  eu 
suerte. 

Nótese  aquí  que  la  España,  no  satisfecha  con 
estos  medios  de  tiranizar  sus  colonias,  atacaba 
también  la  libertad  civil  de  estos  pueblos:  porque 


OBRAS    POLÍTICAS  345 

los  colonos  no  tenían  parte  en  su  legislación,  y 
porque  las  restricciones  en  punto  a  comercio,  los 
despojaba  de  la  libertad  de  industria,  que  es  uno 
de  los  más  sagrados  dereclios  que  corresponden  al 
ciudadano.  Esta  digresión  no  puede  parecer  incon- 
ducente a  cualquiera  que  desee  seguir  la  historia 
de  los  abusos  del  poder,  tanto  más  digna  de  aten- 
ción en  un  país  que  por  trescientos  años  lia  sido 
el  blanco  de  las  vejaciones  más  crueles. 

Para  volver  a  nuestro  asunto,  debemos  expre- 
sar que  por  grandes  que  sean  los  males  indicados, 
no  hay  comparación  con  los  que  sufre  un  pueblo 
donde  no  hay  libertad  civil. 

Los  dereclios  del  ciudadano  consisten  en  el  libre 
uso  de  sus  propiedades  y  de  su  industria:  en  ser 
protegido  por  la  autoridad  general:  por  último, 
en  que  se  le  administre  con  imparcialidad  la  ley. 
Por  consiguiente  la  recta  administración  de  jus- 
ticia, como  que  de  ella  depende  el  honor,  la  vida 
y  la  fortuna  del  ciudadano,  es  lo  que  más  interesa 
al  individuo  en  el  estado  de  sociedad. 

Cuando  un  pueblo  ha  llegado  a  establecer  un 
gobierno  propio,  como  ha  sucedido  felizmente  ya 
entre  nosotros,  su  libertad  estriba  casi  enteramen- 
te en  el  manejo  de  los  jueces.  Un  siglo  acaso  pa- 
sará sin  que  al  gobierno  se  le  ofrezca  una  cuestión 
de  que  se  derive  la  buena  o  mala  suerte  de  las 
provincias  que  le  están  encargadas.  Si  en  la  pre- 
sente guerra  pone  en  movimiento  cuantos  recur- 
sos están  a  sus  alcances  para  rechazar  a  nuestros 
contrarios ;  si  consulta  por  todos  medios  la  seguri- 
dad del  Estado,  y  por  otra  parte,  no  usurpa  las 
atribuciones  del  poder,  destruyendo  lo  que  pres- 
cribe la  actual  Constitución  que  nos  rige,  él  ha 
llenado  sus  deberes.  Por  el  contrario,  la  libertad 
civil  a  cada  paso  es  atacada  por  la  administración 
judicial,  si  los  jueces  son  corrompidos:  y  el  ciu- 
dadano en  cada  momento  de  su  vida  puede  perder 
sus  bienes  y  su  honor;  puede,  en  fin,  ser  arrastra- 
do a  un  cadalso  infame  por  la  violencia  de  un  ma- 
gistrado prevaricador. 

Echemos  la  vista  un  poco  atrás  y  consideremos 


346  BEENARDO    MONTEAGUDO 

los  días  tenebrosos  que  pasamos  en  el  antiguo  des- 
potismo. Oidores  ignorantes,  enviados  de  la  penín- 
sula a  hacer  su  fortuna  privada  a  expensas  de  la 
misma  justicia,  eran  los  administradores  de  la 
ley,  o  por  mejor  decir,  eran  la  ley  en  aquellos 
tiempos  lamentables.  vSu  prostitución  los  había 
elevado  a  sus  cargos  y  ella  sola  los  sostenía.  Sus 
arbitrariedades  eran  oráculos  de  que  no  era  pru- 
dente ni  aun  lícito  apelar.  Si  un  miserable  era 
oprimido,  aun  el  desahogo  de  la  queja  le  era  ve- 
dado. Amándose  a  sí  mismo  él  debía  todavía  res- 
petar la  mano  que  lo  sacrificaba,  para  no  espo- 
ner su  seguridad  a  nuevas  injurias.  Esos  abomina- 
bles jueces,  después  de  vender  la  justicia  en  esos 
mercados  tapizados  que  titulaban  los  Estrados  del 
Tribunal,  salían  después  a  consumar  el  insulto 
del  ciudadano,  mostrándole  desde  su  coche  los 
bastones  que  cargaban  como  insignia  de  su  poder 
abominable.  Ved  aquí  hasta  dónde  puede  apurarse 
la  paciencia  de  un  pueblo,  y  lo  sumo  de  la  opre- 
sión a  que  puede  llegar.  ¡  Provincias  TTnidas  que 
a  costa  de  tanta  sangre  derramada  habéis  probado 
que  deseáis  vuestra  libertad!  Yelad  siempre  sobre 
la  conducta  de  los  jueces:  no  olvidéis  lo  que  su- 
fristeis de  los  antiguos:  examinad  la  de  los  pre- 
sentes: juzgad  y  comparad. 

(Id.,  febrero  21  de  1815.) 


Federación 

Si  la  suerte  de  los  Estados  no  dependiese  in- 
mediatamente de  la  conformidad  entre  la  forma 
de  gobierno  y  su  localidad  e  intereses,  desde  lue- 
go podríamos  mirar  con  indiferencia  que  se  adop- 
tase tal  o  cual  régimen,  según  ocurriese  al  más 
atrevido  o  se  antojase  al  menos  reflexivo.  Pero 
siendo  el  edificio  político  de  una  delicadeza  tal, 
que  cualquier  defecto  en  su  organización  viene  a 


OBRAS    POLÍTICAS  347 

precipitarlo  indefectiblemente  a  su  ruina,  con 
más  precisión  todavía  que  la  que  se  advierte  en 
el  cuerpo  humano,  cuyos  vicios  suelen  enmendar- 
se por  el  gran  reparador  que  es  el  tiempo,  es  ne- 
cesario no  desentenderse  en  ningiin  momento  de 
los  fatalísimos  errores  que  al  favor  del  descuido 
pueden  introducirse  en  nuestras  provincias. 

La  vida  natural  y  política  son  sin  disputa  las 
primeras  listas  de  los  intereses  del  hombre.  De 
aquí  la  común  propensión  a  investigar  y  decidir 
en  las  materias  del  Estado.  Resintiéndose  el  hom- 
bre de  depender  de  auxilio  exterior  en  punto  de 
tan  elevada  importancia,  nunca  se  entrega  ciega- 
mente a  la  opinión  de  otros.  Por  grande  que  haya 
sido  su  inaplicación  a  la  ciencia  de  la  política, 
por  más  que  conozca  las  dificultades  que  presenta 
este  campo  espinoso,  él  se  atribuye  al  menos  una 
habilidad  indisputable  para  guiarse  por  sus  pro- 
pias ideas:  y  su  confianza  es  tanto  mayor  cuanto 
es  más  grosera  su  ignorancia.  Naturalmente  se 
cree  político  por  las  mismas  razones  que  se  cree 
naturalmente  médico. 

Sería  ridículo,  no  menos  que  en  sumo  grado 
peligroso,  querer  ocultar  por  más  tiempo  los  mons- 
truos que  alentados  de  la  ambición  y  las  pasiones 
han  empezado  ya  con  furor  a  devorar  nuestras  pro- 
vincias. Cuantos  arbitrios  puede  discurrir  el  ex- 
travío del  corazón  humano  para  propagar  un  cis- 
ma político ;  cuantos  medios  pueden  poner  en  re- 
sentimiento de  los  pequeños  ambiciosos,  cuyas  es- 
peranzas han  sido  burladas,  y  la  arrogancia  de 
aquellos  que  a  toda  costa  se  han  propuesto  engran- 
decerse en  la  revolución ;  todas  estas  plagas  se 
combinan  para  introducir  la  confusión  y  la  dis- 
cordia, precipitando  a  los  pueblos  en  mayores  des- 
gracias que  aquellas  mismas  de  que  quisieron  es- 
capar moviéndose   contra   sus   antiguos  opresores. 

Entre  la  multitud  de  maquinaciones  con  que  se 
pretende  extraviar  el  espíritu  piíblico,  la  más  ar- 
tificiosa es  el  proyecto  de  una  federación,  ^ba jo  que 
quieren  constituir  desde  luego  los  pueblos  unidos, 
alterando  así  la  forma  presente  con  la  cual  son 


348  BERNARDO    MONTEAGUDO 

administrados  y  tentando  una  variación  de  que 
esperan  el  logro  de  sus  pretensiones  privadas. 

Consecuencia  de  semejante  pensamiento  es  un 
espíritu  de  provincialismo  tan  estreclio,  tan  ili- 
beral y  tan  antipolítico,  que  si  no  se  acierta  a  cor- 
tar en  oportunidad,  vendrá  precisamente  a  disol- 
ver el  Estado;  y  de  todas  las  partes  que  en  la  ac- 
tualidad lo  componen  no  dejará  en  pie  sino  seccio- 
nes muy  pequeñas,  incapaces  de  sostenerse  por  vSÍ 
mismas,  débiles  con  respecto  a  los  enemigos  ex- 
ternos, y  mutuamente  rivales  de  su  aumento  y  su 
gloria  por  la  inmoderación  de  sus  celos. 

Para  impugnar  este  fatal  proyecto,  nos  contrae- 
remos a  tres  puntos  de  que  no  puede  prescindirse: 
qué  es  federación ;  si  conviene  en  la  actualidad  a 
nuestros  pueblos ;  por  quiénes  y  por  qué  causa  se 
medita. 

En  cuanto  a  lo  primero,  la  federación  no  es  otra 
cosa  que  una  liga  estrecha ,  formada  entre  dife- 
rentes pueblos  o  provincias,  por  medio  de  la  cual 
constituyen  un  todo  para  dar  más  valor  a  sus  fuer- 
zas. A  diferencia  de  aquellos  pactos  o  coaliciones 
celebradas  ocasionalmente  de  nación  a  nación  para 
sostenerse  en  los  apuros  de  una  guerra,  por  cuyas 
estipulaciones  no  se  limita  o  compromete  la  inde- 
pendencia nacional  del  pueblo  que  los  ba  celebra- 
do; la  federación,  por  el  contrario,  supone  de  par- 
te de  los  que  la  componen  un  desprendimiento  de 
sus  privilegios  peculiares,  una  cesión  a  beneficio 
del  cuerpo  federal  de  las  prerrogativas  que  antes 
poseían  íntegramente  y  con  separación  los  pueblos 
unidos;  supone,  en  fin,  una  reunión  de  los  votos 
de  cuantos  la  componen,  en  un  Congreso,  Asam- 
blea, Dieta  o  Estados  generales,  en  que  se  esta- 
blezcan las  leyes  que  han  de  regir  a  todos,  se  deter- 
minen los  asuntos  de  paz  y  guerra  y  se  impongan 
las  contribuciones  con  que  ban  de  cubrirse  los  gas- 
tos públicos. 

Requiere,  además,  un  gobierno  general  que  ex- 
tienda su  poder  e  influencia  sobre  todas  las  pro- 
vincias, que  disponga  de  las  fuerzas  del  Estado, 
rija  los  ejércitos,  dirija  la  guerra,  administre  los 


OBRAS   POLÍTICAS  349 

fondos  públicos,  confiera  cierta  clase  de  empleos 
y  de  recompensas;  que  trate  con  las  potencias  ex- 
tranjeras y  pueda  despachar  a  ellas  cualquier  gé- 
nero de  negociadores.  Por  illtimo,  los  pueblos  per- 
tenecientes a  una  confederación,  no  retienen  de 
su  independencia  privada  sino  aquello  que  no  es 
preciso  para  sostener  el  cuerpo  moral  levantado 
por  la  federación ;  y  así  como  el  individuo  que  en- 
tra en  sociedad  depone  su  libertad  natural  por 
disfrutar  de  la  civil,  y  no  conserva  sino  aquélla 
que  no  es  precisa  al  bien  de  la  comunidad  entera; 
los  pueblos  en  confederación  pueden  reservarse  la 
facultad  de  hacer  reglamentos  para  su  régimen 
interno  y  establecer  la  forma  de  administración 
interior  que  más  les  adapte  conforme  a  su  locali- 
dad e  intereses,  aunque  difiera  de  la  peculiar  de 
las  demás  provincias  unidas ;  pero  necesitan  reco- 
nocer un  solo  gobierno  común  a  todas  las  partes  del 
Estado,  efectivo  en  su  autoridad  y  poder,  respeta- 
do por  todos,  único  en  sus  grandes  funciones,  cons- 
tante en  su  forma,  y  presente  en  el  círculo  de  su 
acción  como  la  Providencia  lo  está  en  cualquier 
punto  del  Universo. 

Para  ilustrar  esta  materia,  echemos  una  ojeada 
a  los  gobiernos  federativos  que  nos  son  conocidos. 
Empezando  por  los  antiguos,  y  dando  por  sentado 
que  las  asambleas  amphictyonicas  de  la  Grecia 
no  fueron  el  cuerpo  federal  de  aquellos  pueblos, 
como  erradamente  se  ha  creído  hasta  las  prolijas 
investigaciones  de  algunos  sabios,  sino  que  su  ob- 
jeto fué  meramente  religioso,  según  ha  demostra- 
do también  uno  de  nuestros  primeros  escritores 
en  la  revolución,  descubrimos,  no  obstante,  los 
vestigios  de  esta  forma  de  administración  en  la 
primera  época  de  los  anales  del  pueblo  de  Ática. 

Theseo,  conociendo  los  peligros  que  amenaza- 
ban a  Atenas  por  las  subdivisiones  en  que  se  man- 
tenían los  pueblos,  a  pesar  de  su  insignificancia, 
tomó  un  partido  que  hasta  nuestros  días  ha  soste- 
nido la  opinión  de  sus  grandes  talentos  políticos. 
Theseo,  dice  un  contemporáneo  ilustre,  que  reunía 
grandes  ideas  a  un  valor  estupendo,  conoció  cuan 


350  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

precario  era  aquel  estado  de  cosas  y  lo  mucho  que 
debilitaba  a  su  nación  exponiéndola  a  ser  presa  de 
sus  vecinos.  Para  reunir  a  todos  los  habitantes  de 
la  Ática  y  hacer  una  sola  ciudad  de  todas  sus  di- 
ferentes aldeas,  abolió  los  consejos  particulares 
que  las  gobernaban.  El  no  dejó  subsistir  sino  un 
solo  tribunal  superior  y  estableció  un  prytaneo 
o  consejo  general  en  la  villa  de  Atenas.  En  memo- 
ria de  esta  reunión  se  estableció  una  fiesta  anual 
con  el  nombre  de  Synoecies  o  de  reunión  en  un 
mismo  lugar.  Ordenó  también  que  los  alhéñeos 
establecidos  en  honor  de  Minerva  por  Eriothoiúo 
tomasen  el  nombre  de  panatheneos,  o  de  fiesta  ge- 
neral de  esta  diosa,  y  que  cada  aldea  enviase  sus 
víctimas  a  Atenas  y  asistiese  a  los  sacrificios  por 
sus  diputados.  De  este  modo  el  pueblo  de  la  Ática, 
semejante  a  un  navio  combatido  por  las  olas,  de- 
bió en  adelante  su  salud  al  tribunal  del  areópago 
y  al  prytaneo  nuevamente  formado,  que  como  dos 
anclas,  lo  hicieron  resistir  largo  tiempo  a  las  naás 
peligrosas  agitaciones.  Los  vestigios  de  igual  re- 
volución se  encuentran  entre  los  Arcadios  y  los 
Argienses.  Aun  parece  que  fué  general  entre  los 
antiguos  griegos. 

La  memoria  de  este  gobierno  primitivo  habría 
debido  sugerir  a  este  pueblo  la  idea  saludable  de 
una  confederación  política.  Probablemente  se  cre- 
yó incompatible  con  su  independencia:  acaso  se 
pensó  que  el  gusto  de  las  fiestas  públicas,  reunién- 
dolo,  sería  bastante  a  afianzar  por  sí  solo  los  víncu- 
los de  la  consanguinidad  que  una  natural  descon- 
fianza y  una  ligereza  demasiada  se  empeñaban 
sinceramente  en  relajar  o  disolver.  Esta  es  cabal- 
mente la  misma  idea  que  Thucydides  nos  da  de 
las  mutuas  relaciones  de  aquellos  pueblos. 

Descendiendo  a  los  tiempos  modernos,  es  muy 
de  notar  que  el  Imperio  Británico  se  ha  manejado 
hasta  poco  tiempo  há  bajo  una  forma  verdadera- 
mente federal.  Inglaterra,  Escocia  e  Irlanda  que 
componen  aquel  Imperio  tenían  leyes  .y  estableci- 
mientos separados,  bien  que  bajo  la  presidencia 
de  un  solo  rey,  hasta  que  un  gran  político  combinó 


OBRAS   POLÍTICAS  351 

los  intereses  de  los  tres  pueblos  con  la  reunión  del 
Parlamento,  estrechando  así  los  vínculos  que  han 
de  preservarlos  de  los  peligros  de  que  antes  se  ha- 
llaban amagados. 

El  pueblo  de  los  Alpes  y  los  Estados  Unidos  de 
América  nos  presentan  modelos  relevantes  de  una 
exacta  federación.  En  ambos  países  el  movimiento 
contra  sus  antiguos  opresores  fué  reglado ;  y  el  sen- 
timiento de  la  injusticia,  uniforme  y  unísono,  de- 
terminó a  todos  sus  habitantes  a  un  tiempo  a  le- 
vantarse contra  un  yugo  que  todos  a  una  voz  co- 
nocían no  deber  soportar.  Con  esta  resolución  uná- 
nime cayeron  también  por  todas  partes  las  barre- 
ras de  aquel  poder  que  los  oprimía;  y  deshechos 
así  los  vínculos  que  ligaban  mutuamente  a  aque- 
llas sociedades,  pasaron  de  acuerdo  a  imponerse 
los  que  prescribe  el  sistema  de  la  federación.  Am- 
bos pueblos  fueron  felices  en  esta  transición  polí- 
tica. Sin  embargo,  la  confederación  helvética  vino 
a  arruinarse  porque  se  debilitaron  los  resortes  que 
debían  mantenerla,  porque  el  egoísmo  de  sus 
miembros  combatía  contra  la  estabilidad  del 
Estado. 

Por  aquí  se  descubre  lo  perjudicial  que  sería  el 
adoptar  en  estos  momentos  esa  federación  impru- 
dente que  a  nosotros  se  nos  propone.  La  federa- 
ción se  ha  formado  entre  pueblos  que  no  estaban 
unidos  antes  por  otros  vínculos,  para  formar  un 
cuerpo  respetable  contra  los  peligros  externos.  No 
siendo  suficientes  sus  fuerzas  particulares  para  re- 
chazar un  tirano,  cedieron  su  independencia  indi- 
vidual para  juntarse  con  otras  provincias  y  poder 
así  conjurar  la  tormenta  que  les  amenazaba. 

En  todo  ello  se  advierte  el  anhelo  en  los  pueblos 
por  aumentar  su  vigor  y  su  unión.  Pero  cuando  es- 
taban ya  unidos  por  vínculos  más  estrechos  que 
los  que  puede  proporcionar  la  confederación  mis- 
ma; cuando  unos  pueblos,  por  sus  circunstan- 
cias, se  hallan  en  necesidad  de  estrechar  las  rela- 
ciones que  los  unían,  es  claro  que  adoptar  una  for- 
ma de  administración,  que  lejos  de  condensar  esos 
mismos  vínculos  los  relaja  comparativamente,  es 


352  BERNAEDO    MONTEAGUDO 

buscar  cabalmente  el  precipicio  que  se  quiere 
evitar. 

Tal  sería  el  efecto  de  esa  federación  que  se  nos 
sugiere.  Para  establecerla,  fuerza  es  que  los  pue- 
blos se  desprendan  de  los  anillos  de  esa  cadena 
que  ahora  forman ;  fuerza  es  también  que  los  mu- 
tuos resentimientos,  las  desconfianzas,  los  celos, 
las  pretensiones  inmoderadas  se  desaten  primero 
como  huracanes  sobre  esta  región  infeliz,  y  des- 
pués de  haber  trastornado  nuestro  hemisferio, 
cambien  por  un  favor  inesperado  en  un  día  sereno 
los  muchos  de  terror  y  espanto  con  que  nos  habrían 
atormentado,  para  seguir  trabajando  en  un  edi- 
ficio cuya  dificultad  es  demasiada  por  sí  misma 
aun  sin  estos  nuevos  desastres. 

¿Y  quién  no  ve  que  la  federación  debería  preci- 
samente producir  todos  estos  males?  ¿Quién  no 
conoce  que  esta  forma  de  gobierno  es  más  débil 
que  la  constitución  de  una  república  una  e  indivi- 
sible? ¿Quién  no  confesará  que  para  cambiar  tan 
notablemente  el  régimen  político  es  preciso  que 
los  pueblos  pasen  por  el  intervalo  de  confusión  y 
de  anarquía  que  debe  arrastrarlos  a  la  cautividad 
en  momentos  que  nuestros  crueles  enemigos  nos 
rodean  ya  por  todas  partes? 

He  aquí  en  resumen  nuestro  principal  argumen- 
to, y  si  su  solidez  es  indisputable  confiamos  que  los 
amigos  de  la  federación  se  retractarán  de  su  error 
en  caso  que  procedan  de  buena  fe,  o  de  no  hacerlo, 
el  pueblo  americano  los  declare  por  indignos  del 
honroso  título  de  patriotas  que  han  usurpado.  La 
confederación  insinuada  es  absurda  y  contraria  a 
sus  mismos  fines,  porque  lejos  de  unir  a  los  pue- 
blos, que  debería  ser  su  objeto,  los  alejará  más 
unos  de  otros:  es  antipolítica,  porque  ataca  el  vi- 
gor del  Estado,  que  bajo  la  unidad  republicana  se 
conserva  en  un  grado  más  eminente. 

Se  dirá  que  el  ejemplo  de  los  Estados  Unidos  de 
América  justifica  este  proyecto  federal,  y  que  aca- 
so de  allí  habrán  tomado  sus  ideas  nuestros  pre- 
tendidos legisladores.  Con  semejante  suposición  se 
honraría  demasiado  a  los  sectarios  de  esta  nueva 


OBRAS    POLÍTICAS  353 

forma,  porque  con  ella  se  les  tendría  por  capaces 
de  entender  sobre  qué  bases  se  levantó  la  confede- 
ración del  Norte,  j  se  les  atribuiría  una  elevación 
de  cálculos  políticos  que  veremos  muy  pronto  no 
han  podido  poseer. 

La  constitución  de  la  América  del  Norte  fué 
desaprobada  por  los  más  grandes  políticos  de  aque- 
lla época,  Mr.  Fugot,  Mably,  Price  y  otros;  y 
aunque  se  ha  sostenido  con  vigor  basta  el  presen- 
te, el  período  de  más  de  treinta  años  que  van 
corridos  puede  reputarse  muy  corto  espacio  para 
calificar  su  bondad,  porque  las  obras  de  los  legis- 
ladores son  experimentos  formados  en  los  grandes 
laboratorios  de  las  sociedades  humanas  y  que  para 
completar  sus  resultados  necesitan  mucho  más 
tiempo.  Pero  suponiendo  que  estos  hábiles  esta- 
distas se  hubiesen  engañado  (lo  que  no  estamos 
distantes  de  creer),  ¿cuáles  fueron  las  circunstan- 
cias de  aquellos  pueblos  para  adoptar  la  federa- 
ción? Ya  lo  hemos  indicado  arriba.  Las  colonias 
inglesas  sintieron  todas  a  una  vez  las  vejaciones 
con  que  las  oprimía  su  metrópoli:  su  insurrección 
fué  general,  y  el  grito  contra  la  opresión  fué  uni- 
forme en  todos  los  pueblos.  Hubo  entonces  opor- 
tunidad para  ligarse  del  modo  que  les  pareció  más 
conveniente,  y  esta  unión  fué  una  especie  de  fe- 
deración informe  que  no  vino  a  perfeccionarse  sino 
después  de  concluida  la  guerra  de  la  independen- 
cia, época  en  que  apareció  la  constitución,  es  de- 
cir, once  años  después  de  sus  primeros  movi- 
mientos. 

Estas  mismas  colonias  se  manejaban  de  tal  modo 
aun  antes  de  sus  quejas  contra  la  Inglaterra,  que 
si  les  faltaba  el  gobierno  metropolitano  precisa- 
mente debían  inclinarse  a  la  forma  federativa. 
Cada  una  de  ellas  reconocía  fundadores  diversos, 
tenía  costumbres  diferentes,  intereses  separados, 
gobiernos  peculiares  y  asambleas  legislativas  su- 
bordinadas únicamente  en  ciertos  casos  al  Parla- 
lamento  inglés,  pero  que  promovían  privativamen- 
te los  intereses  de  sus  respectivos  distritos,  forma- 
ban las  regulaciones  competentes  y  cuidaban  de 

23 


354  BERNARDO    MOKTEAGÜDO 

SU  administración.  En  este  estado  ya  se  descubre 
un  germen  de  la  federación  para  cuando  aquellos 
pueblos  fuesen  abandonados  a  sí  mismos.  Todo, 
en  fin,  indicaba  allí  en  los  momentos  de  libertad 
este  género  de  constitución  política,  cualquier  otra 
forma  hubiera  sido  embarazosa  y  violenta  tam- 
bién: solamente  la  federación  era  el  camino  llano 
y  seguro;  y  los  que  la  determinaron  no  hicieron 
más  que  ceder  a  la  inclinación  habitual  del  pue- 
blo que  iba  a  recibirla. 

Consideremos  ahora  el  estado  de  nuestras  pro- 
vincias al  brotar  la  revolución.  Nuestros  pueblos 
eran  regidos  por  la  sola  mano  de  los  virreyes:  con- 
tra éstos  y  el  bárbaro  sistema  colonial  se  levantó 
Buenos  Aires  linicamente,  esperando  que  lo  segui- 
rían las  demás  provincias,  pero  en  realidad  sin 
contar  con  ninguna  combinación  que  le  asegurase 
esta  misma  esperanza.  Las  demás  ciudades,  aunque 
oprimidas  no  menos  que  la  capital,  y  poseídas 
acaso  de  igual  deseo  de  mejorar  su  condición,  no 
se  movieron  por  entonces,  antes  fué  necesario  des- 
pachar fuerzas  competentes  que  expulsasen  los 
tiranos  territoriales.  Pueblo  hay  en  la  comprensión 
de  este  Estado,  donde  la  voz  federación  resuena 
más  que  en  ningún  otro  punto,  que  desairó  las  so- 
licitaciones que  se  le  hicieron  para  admitir  nues- 
tra reforma,  y  que  constantemente  ha  peleado  por 
los  tiranos  y  aun  amenazado  la  libertad  hasta  que 
ha  sido  conquistado  después  de  sostener  dos  sitios 
rigurosos. 

En  estas  circunstancias  era  natural  que  el  go- 
bierno provisional  establecido  en  la  capital  cuan- 
do fué  derribado  el  virrey,  se  comunicase  a  las 
demás  provincias  a  medida  que  se  iban  éstas  li- 
bertando ;  y  como  el  gran  cuerpo  moral  que  se  lla- 
ma Estado  se  iba  engrosando  progresivamente  por 
la  sucesiva  aglomeración  de  los  pueblos  hacia  la 
misma  causa,  la  primera  seña  de  su  conformidad 
era  la  admisión  o  reconocimiento  de  aquel  go- 
bierno revolucionario  interinamente  constituido. 
Cuanto  pudo  y  ha  debido  hacerse  fué  convocar  una 
reunión  general  de  los  representantes  de  todas  las 


OBRAS    POLÍTICAS  355 

provincias,  como  se  lia  ejecutado,  y  a  esta  Asam- 
blea, la  primera  que  ka  visto  el  continente  ame- 
ricano del  Sud,  es  a  quien  compete  fijar  los  desti- 
nos de  sus  heroicos  Lijos. 

En  este  caso,  podremos  preguntar  a  los  federa- 
listas, ¿qué  época  kan  imaginado  más  a  propósito 
para  verificar  su  singular  proyector*  Por  cierto 
que  no  admitirán  la  de  los  primeros  movimientos, 
porque  entonces  dirían  que  Buenos  Aires  coartaba 
la  libertad  de  las  provincias,  sancionando  sin  su 
conocimiento  la  forma  constante  con  que  debían 
ser  administradas:  tampoco  pueden  señalar  todo 
el  período  que  le  ka  sucedido.  Sin  finalizar  la  pre- 
sente guerra,  ¿quién  sino  un  insensato  puede  opi- 
nar que  conviene  promulgar  una  constitución? 
¿Con  qué  provincias  ka  de  contar  cuando  se  ga- 
nan koy  las  que  kan  de  perderse  mañana?  ¿No  «se- 
ría una  contradicción  grosera  y  un  anacronismo 
político  declarar  que  el  Estado  era  federado  siíi 
atreverse  a  decir  antes  que  era  independiente? 

Por  estos  y  otros  absurdos  no  menos  degradan- 
tes i)asan  los  que  aconsejan  la  federación  impug- 
nada. Ellos  no  saben  lo  que  piden,  o  con  el  nom- 
bre de  federación  piden  una  cosa  diversa.  No  se 
puede  considerar  su  establecimiento  sin  suponer 
una  parálisis  completa  en  los  resortes  de  esta  gran 
máquina,  pues  que  para  pasar  a  una  forma  di- 
versa es  necesario  que  la  actual  caiga  en  descrédi- 
to, que  los  siibditos  aborrezcan  al  gobierno,  que 
las  provincias  se  incendien  en  odios  indebidos 
contra  la  generosa  capital,  por  cuyos  esfuerzos  res- 
piran akora  ese  aire  libre  de  que  gozan ;  y,  por  iil- 
timo,  que  cese  toda  acción  cuando  la  actividad  del 
enemigo  nos  impele  a  obrar  con  más  vigor  que 
nunca. 

La  federación,  repetimos,  deja  a  cada  distrito 
su  legislación  interior,  pero  supone  una  augusta 
convención  de  todos  los  Estados,  en  que  se  resuel- 
van las  pretensiones  relativas,  se  levante  y  dirija 
la  fuerza  comiin,  se  impongan  los  subsidios  con 
que  ka  de  contribuir  cada  uno  de  los  miembros  del 
cuerpo  federal,  se  determine  la  paz  y  guerra  y  se 


356  BERNARDO    MONTEAGUDO 

regle  el  comercio  exterior:  sobre  este  último  pun- 
to ocurrirán  dificultades  que  no  lian  previsto  los 
amantes  de  la  federación,  y  que  sólo  pueden  evitar- 
se sujetándose  a  una  autoridad  general  que  esta- 
blezca los  derechos  de  importación  en  todos  los 
puertos  del  Estado.  De  otro  modo,  o  se  liaría  el 
contrabando  en  unos  puntos  de  la  federación  con 
perjuicio  de  otros,  o  se  concederían  en  unas  pro- 
vincias preferencias  indebidas  al  tráfico  extranje- 
ro que  minorasen  los  derechos  de  introducción 
para  atraerse  la  concurrencia,  en  cuyo  caso  otras 
provincias  se  verían  obligadas  a  practicar  la  mis- 
ma operación,  e  insensiblemente  a  fuerza  de  estas 
competencias  indiscretas  los  negociantes  extranje- 
ros llegarían  a  no  pagar  nada,  y  todo  el  Estado  fe- 
deral se  privaría  de  estos  considerables  ingresos. 

Estos  principios  son  la  mejor  impugnación  de  la 
conveniencia  del  pensamiento  que  hemos  anali- 
zado. Mas  sus  autores,  en  el  desarreglo  de  sus 
ideas,  se  inclinan  a  veces  a  un  género  de  federa- 
ción patriarcal,  cual  se  encuentra  entre  las  tribus 
más  groseras.  Los  salvajes  de  la  América  Septen- 
trional se  gobiernan  así,  y  Mr.  Jefferson,  en  sus 
observaciones  sobre  la  Virginia,  nos  da  abundan- 
tes detalles  de  este  gobierno,  que  podrían  servir  de 
modelo  a  los  estadistas  que  nos  honran  hasta  el 
extremo  de  querernos  igualar  con  aquellas  rústicas 
naciones.  En  general,  los  jefes  de  estos  pueblos 
(dice  Charlevoix,  viaje  de  la  América  Septentrio- 
nal) no  reciben  grandes  señales  de  respeto;  y  si 
son  siempre  obedecidos  es  porque  saben  hasta  don- 
de deben  mandar.  También  es  cierto  que  suplican 
o  proponen  mas  bien  que  mandan,  y  que  jamás  sa- 
len de  los  estrechoi  límites  de  la  poca  autoridad 
que  tienen.  Véase  aquí  un  pequeño  aunque  exac- 
to bosquejo  de  las  únicas  ideas  que  acaso  tienen 
nuestros  federalistas,  pero  que  se  acomodan  muy 
mal  con  el  estado  de  sociedad  en  que  nos  hallamos 
y  los  intereses  de  estos  pueblos. 

Pero  si  no  es  posible  que  nos  gobernemos  como 
salvajes,  si  el  estado  de  nuestra  sociedad,  la  civili- 
zación de  nuestros  pueblos  y  el  carácter  de  las  eos- 


OBRAS    POLÍTICAS  357 

tumbres  exige  en  la  máquina  política  todo  el  refi- 
namiento que  seamos  capaces  de  darle,  parece  pre- 
ciso que  los  federalistas  elijan  para  constituirnos 
alguna  de  las  formas  conocidas,  y  que  abjurando 
el  falso  título  de  que  se  han  revestido,  declaren 
con  precisión  cuáles  son  sus  deseos.  En  este  punto 
no  dudamos  se  encontrarían  grandes  dificultades. 
A  pesar  suyo,  vamos  a  presentarlos  con  los  mismos 
colores  con  que  basta  ahora  se  han  descubierto. 

Cuando  el  pensamiento  de  la  federación  se  hu- 
biese extendido  a  los  pueblos,  ya  era  preciso  su- 
jetarse al  torrente  de  esta  desgraciada  opinión, 
siempre  lamentándose  de  error  tan  enorme,  o  pro- 
curando el  huir  en  tiempo  de  las  ruinas  que  debían 
maltratar  a  todos.  Afortunadamente  no  estamos 
en  este  conflicto.  La  parte  sana  y  meditadora  que 
habita  las  provincias  teme  con  razón  las  alteracio- 
nes políticas:  por  experiencia  han  aprendido  a  des- 
confiar de  los  innovadores  que  con  el  celo  del  bien 
piíblico  en  los  labios,  prometen  prodigios  y  no 
guían  sino  a  la  desgracia:  y  se  ha  formado  un 
cierto  criterio  con  que  analiza  las  acciones  y  los 
proyectos.  Así  es  que  los  que  predican  la  federa- 
ción son  unos  cuantos  ambiciosos,  algunos  impru- 
dentes, y  un  corto  número  de  locos,  con  otros  que 
por  sencillez  o  por  una  honesta  aunque  candida 
facilidad  se  inclinan  a  las  sugestiones  de  los  que 
ellos  creen  que  son  más  entendidos. 

Ya  hemos  tratado  de  probar  que  estos  hombres 
no  saben  lo  que  piden  y  nos  lisonjeamos  de  haber- 
lo conseguido.  Mas  ¿por  qué  les  es  tan  caro  este 
mismo  embrión,  objeto  constante  de  sus  adoracio- 
nes? ¿Será  el  amor  de  la  felicidad  de  los  pueblos 
el  que  los  ha  conducido  a  propagarlo  con  el  furor 
de  una  secta  política?  No:  los  autores  de  este  pen- 
samiento o  son  muy  ignorantes  o  antipatriotas.  Si 
en  la  calma  de  las  pasiones,  pulsando  detenida- 
men  los  intereses  de  los  pueblos,  hubiesen  llegado 
a  descubrir  que  la  federación  era  la  forma  que 
más  les  convenía,  deberíamos  respetar  su  carácter 
moral,  aunque  no  alabaríamos  su  acierto.  Mas  si 
resueltos  de  antemano  a  levantar  entre  nosotros  el 


358  BERNARDO    MONTEAGUDO 

cruel  puñal  de  la  discordia,  o  derrumbar  al  go- 
bierno patrio  para  repartirse  sus  despojos,  han 
gritado  ¡federación!  como  el  medio  más  plausi- 
sible  para  colionestar  sus  ideas  secretas,  son  unos 
monstruos  en  cuyas  manos  perecería  sin  duda  la 
Kepiiblica. 

Todos  los  indicios  son  de  que  los  federalistas 
se  bailan  en  este  último  caso.  No  se  contentan  con 
hacerse  .sectarios  por  medio  de  la  seducción  y  de  la 
intriga,  sino  que  estimulan  las  rivalidades  que 
algiín  tiempo  existían  entre  los  diferentes  pueblos 
de  la  Unión,  y  atizan  el  fuego  de  los  odios  que 
mantenía  de  ])rovincia  a  provincia  y  aun  de  ciu- 
dad a  ciudad  el  perverso  gobiei'no  español.  Divi- 
de et  impera  era  la  máxima  de  nuestros  antiguos 
señores  y  ésta  es  igualmente  la  que  siguen  los  fe- 
deralistas del  día.  Así  se  han  exaltado  unos  odios 
y  rivalidades  que  jamás  han  debido  existir.  Ya 
no  se  maquina  contra  la  opinión  de  un  gobernan- 
te, o  contra  la  estabilidad  de  la  presente  adminis- 
tración: se  hace  la  guerra  al  crédito  de  la  capital 
misma:  «e  pinta  a  este  pueblo  como  peligroso  a 
la  libertad  de  las  demás  provinciavs:  se  mira  con 
sobresalto  su  prosperidad:  se  envidian  sus  recur- 
sos: se  desea  «u  humillación  y  hasta  su  ruina. 

A  tan  ominoso  principio  debería  seguir  indefec- 
tiblemente la  esclavitiul  de  todos  estos  pueblos, 
porque  las  mismas  causas  ])rodueen  los  mismos 
efectos;  y  si  el  medio  de  dividir  sirvió  a  los  espa- 
ñoles para  oprimir  a  este  continente,  introducida 
la  desunión  por  los  federalistas  es  una  quimera 
esperar  libertad.  Los  que  han  encendido  la  tea 
de  la  discordia  no  la  podrán  apagar  cuando  llegue 
a  incendiar  sus  casas.  Sucesivamente  este  fuego 
devorador  se  propagaría  por  todas  partes,  con  la 
rapidez  irresistible  de  una  chispa  eléctrica:  y  al 
fin  BuenOvS  Aires  tomaría  el  espíritu  de  provineia- 
lismo  que  no  ha  conocido  hasta  aquí.  Los  auxilios 
que  frecuentemente  ha  despachado  con  tanta  pro- 
digalidad o  «e  suspenderían,  o  reducirían  a  la 
cuota  que  le  cupiese  entre  los  demás  pueblos:  ha- 
ría todo  lo  que  pudiese,  mas  no  se  sacrificaría:  em- 


OBRAS    POLÍTICAS  359 

pezaría,  por  último,  a  ser  de  sí  misma  cuando  has- 
ta aquí  no  lo  lia  sido  sino  para  otros. 

^;Qué  cuadro  más  funesto  puede  formarse  de  la 
crítica  situación  de  un  pueblo?  Con  todo,  éste  es  el 
mismo  que  nos  procuran  los  nuevos  constituciona- 
les. En  el  sistema  federal,  grande  prudencia  es 
necesaria  para  precaver  que  la  guerra  civil  prenda 
entre  los  Estados:  y  ¿cuánto  no  podrá  temerse 
cuando  se  quiere  empezar  por  ella?  ¿Y  éstos  son  los 
celosos  agentes  de  la  felicidad  del  pueblo?  ¿Estos 
son  los  que  se  atreven  a  llamarse  patriotas? 

Ya  hemos  formado  en  cuanto  nos  ha  sido  dable 
su  retrato:  concluiremos  con  las  razones  sobre  qué 
fundan  su  conducta.  En  esta  parte,  la  bajeza  de 
sus  motivos  los  reduce  a  un  punto  tan  pequeño 
que  más  nos  causan  lástima  que  ira.  Establecida 
la  federación,  dicen,  los  naturales  de  las  provincias 
ocuparán  en  ella  exclusivamente  los  empleos.  Si 
lo  merecen,  que  sea  eternamente  así.  Pero  a  no 
ser  que  quieran  reducir  a  Buenos  Aires  a  la  clase 
de  una  provincia  tributaria,  en  correspondencia 
de  haber  dado  los  primeros  pasos  en  la  revolución, 
será  consiguiente  que  en  ella  sean  excluidos  los 
que  pertenecen  a  las  otras:  y  no  se  ve  que  los  fe- 
deralistas vayan  a  ganar  nada.  El  gran  cuerpo  del 
Estado  que  se  llama  administración,  o  el  gobier- 
no, está  servido  enteramente  por  individuos  que 
no  son  hijos  de  Buenos  Aires:  no  lo  son  tampoco 
muchos  de  los  empleados  en  los  demás  ramos  ci- 
viles y  en  la  judicatura:  y  entre  los  jefes  milita- 
res que  mandan  la  fuerza  de  esta  capital  tan  solo 
dos  han  nacido  en  ella. 

Aseguran  que  de  este  modo  se  consultarán  los 
intereses  territoriales  de  los  pueblos,  y  también  se 
engañan  en  esto.  Anteriormente  se  formaron  jun- 
tas provinciales,  que  en  cierto  modo  equivalían 
a  las  soberanías  de  los  Estados  en  el  sistema  fe- 
deral, y  la  confusión  que  resultó  de  esta  medida 
fué  tal  que  a  poco  tiempo  fué  necesario  suprimir- 
las con  gran  satisfacción  de  los  pueblos. 

Murmuran  igualmente,  aunque  con  bastante  re- 
serva, que  Buenos  Aires,  prevalido  de  la  prepon- 


360  BERNARDO    MONTEAGÜDO 

derancia  de  que  goza  por  la  eminencia  de  sus  re- 
cursos y  el  crédito  de  sus  armas,  medita  absorberse 
a  las  demás  provincias.  Sobre  este  injustísimo  car- 
go es  tan  infinito  como  obvio  el  número  de  razones 
que  nos  ocurren  para  desvanecerlo.  El  celo  del 
honor  de  la  patria  nos  conduciría  sin  duda  a  ta- 
blar en  un  tono  de  que  no  gustarían  nuestros  ca- 
lumniadores políticos  y  que  sería  contrario  a  lo 
que  nos  liemos  propuesto.  Baste,  pues,  citarles 
para  su  confusión,  dos  hecbos  que  son  notorios  en 
todas  las  provincias:  1.°  El  gobierno  de  Buenos 
Aires  lejos  de  aumentar  su  territorio  peculiar,  lo 
lia  desmembrado  y  ha  establecido  en  provincias 
diversas  a  Corrientes,  Entre  Bíos  y  Montevideo 
que  le  pertenecían — esto  es,  de  198,832  habitantes, 
ha  cedido  más  de  70,000,  colocándolos  en  tres  frac- 
ciones que  desmienten  su  ambición  de  jurisdicción 
y  de  subditos.  2.°  Los  naturales  de  la  provincia  de 
Buenos  Aires  tienen  poco  o  ningún  influjo  en  las 
resoluciones  del  gobierno  general  del  Estado,  y 
los  consejos  que  éste  escucha  son  casi  exclusiva- 
mente los  que  suministran  los  de  las  provincias 
que  están  empleados  en  la  capital. 

Con  lo  dicho  hemos  recorrido  ya  la  materia  bajo 
los  diferentes  respectos  con  que  nos  parecía  con- 
veniente examinarla.  Protestamos  que  no  profe- 
samos odio  absoluto  a  ninguna  forma  de  gobier- 
no, y  que  para  nosotros  aquélla  es  buena  que  se 
ajusta  con  la  libertad  e  intereses  del  pueblo.  ¡  Oja- 
lá fuesen  los  federalistas  tan  sinceros  en  sus  opi- 


niones 


(Id.,  marzo  7,  13  y  21  de  1815.) 


Librería  LA  FACULTAD 

DE 

JUAN  ROLDAN 

■ 

436,  Florida,  436,  BUENOS  AIRES 
Obras  del  Dr.  Joaquín  V.  González 

$    °'/a 

Mis  montañas,  1  tomo  encuadernado 2, — 

La  tradición  nacional,  2  tomos,  encuadernados...    6, — 

El  Juicio  del  siglo.  — Cien  años  de  historia  Argentina,  un 

tomo  encuadernado 3,50 

Política  Universitaria,  1  tomo  encuadernado 4,— 

Jurisprudencia  y  política,  1  tomo  encuadernado 4, — 

Ideales  y  Caracteres,  1  tomo  encuadernado 3,50 

Los  tratados  de  paz,  1  tomó  encuadernado 3,50 

Debates  constitucionales,  1  tomo  encuadernado 3,50 

Obras  del  Dr.  Vicente  Fidel  López 

Historia  de  la  República  Argentina,  10  tomos  encuader- 
nados   70, — 

Manual  de  la  Historia  Argentina,  1  tomo  encuadernado...  7, — 

La  loca  de  la  guardia,  1  tomo  encuadernado 4, — 

La  novia  del  hereje,  1  tomo  encuadernado 5, — 

Marasso  Rocca 

La  canción  olvidada,  1  tomo  encuadernado 2,— 

Nuestros  hombres  de  letras.  — El  doctor  Joaquín  V.  Gon- 
zález, 1  tomo  encuadernado 2, — 

1 


Obras  del  Dr.  Adolfo  Saldías  j 

I    ""/n 

Historia  de  la  Confederación  Argentina.  —  Rozas  y  su 
época,  3.*  edición,  corregida  y  aumentada,  ilustrada 

con  más  de  50  retratos,  5  tomos  encuadernados 50, — 

Páginas  liistóhcas,  1  tomo  encuadernado 3,— 

Páginas  literarias,  1  tomo  encuadernado 3,— 

Páginas  políticas,  1  tomo  encuadernado 3,— 

General  Garmendia 

Del  Brasil,  Chile  y  Paraguay,  1  tomo  encuaderfiado 2,50 

Obras  de  M.  Leguizamón 

Alma  nativa,  1  tomo  encuadernado 3,— 

Montaraz,  1  tomo  encuadernado 3, — 

Bartolomé  Mitre 

Historia  de  San  Martín  y  de  la  Emancipación  Sud-Amerl- 

cana,  4  tomos  encuadernados 24,— 

Obras  del  Dr.  Ruiz  Moreno 

La  Presidencia  del  doctor  Santiago  Derqui  y  la  batalla  de 

Pavón,  2  tomos  encuadernados 10, — 

El  General  Urquiza  en  la  instrucción  pública,  1  tomo  en- 
cuadernado        4, — 

Obras  del  Dr.  Sicardi 

La  inquietud  humana,  2  tomos  encuadernados 6,— 

Perdida,  1  tomo  encuadernado 2,50 

Libro  extraño,  2  tomos  encuadernados 6, — 


Biblioteca  Científico  -  Filosófica 

Altamira.  —  Cuestiones  modernas   de   Historia^  Madrid, 

1904  (tamaño,  19x12) 2,— 

Arreat. — La  moral  en  el  drama,  en  la  epopeya  y  en  la  no- 
vela, traducción  de  Anselmo  González,  Madrid,  1903 
(tamaño,  19x12) 1,75 

Baldwín  (J.  M.)  — Historia  del  alma,  traducción  del  in- 
glés, con  prólog-o  de  Julián  Besteiro,  Madrid,  1905 
(tamaño,  19x12) 2,50 

Baldwin  (J.  M.)— Interpretaciones  sociales  y  éticas  del 
desenvolvimiento  mental,  traducción  del  inglés,  por 
don  Adolfo  Posada  y  Gonzalo  J.  de  la  Espada,  Ma- 
drid, 1907  (tamaño,  23x15) 5,— 

Binet. — La  psicología  del  razonamiento.  —  Investigacio- 
nes experimentales  por  el  hipnotismo,  traducción 
de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1902  (tamaño,  19x12).  ...       1,7o 

Binet.— El  fetichismo  en  el  amor,  traducción  de  Anselmo 

González,  Madrid,  1904  (tamaño,  19x12) 2,— 

Binet.— Introducción  á  la  psicología  experimental,  tra- 
ducción de  Ángel  do  Regó,  con  prólogo  de  Julián 
Besteiro,  2.^  edición,  Madrid,  1906  (tamaño,  19x12).       1,75 

Boissier  (Gastón).  —  El  fin  del  paganismo.— Estudio  so- 
bre las  iiltim  as  luchas  religiosas  en  el  siglo  iv  en  Oc- 
cidente, traducido  por  Pedro  González  Blanco,  Ma- 
drid, 1908,  2  tomos  (tamaño,  19x12) 4,50 

Boissier  (Gastón).  —  Paseos  arqueológicos.  —  Roma  y 
Pompeya.— El  Foro.  —  El  Palatino.  —  Las  Catacum- 
bas.— La  quinta  de  Adriano  en  Tívoli. — El  puerto  de 
Ostia.  —  Pompeya,  traducción  de  Domingo  Vaca, 
Madrid,  1909  (tamaño,  19x12),  con  varios  planos...       2,50 

3 


Bourdeau. — El  problema  de  la  muerte,  sus  soluciones 
imaginarias  y  la  ciencia  positiva,  traducción  de  Be- 
nito Menacho  Ulibarri,  Madrid,  lí)U2  (tamaño,  23 
por  15),  pasta 3,60  ' 

Bourdeau.— El  problema  de  la  vida,  traducción  de  Ricar- 
do Rubio,  Madrid,  1902  (tamaño,  23x15),  pasta 3,50 

Bray. — Lo  bello.  —  Ensaj'o  acerca  del  origen  y  la  evolu- 
ción del  sentimiento  estético,  traducción  de  Vicente 
Colorado,  Madrid,  1904  (tamaño,  19x12) 2,25 

Bunge.— Principios  de  psicología  individual  y  social. — 
Prólogo   por  el   doctor  don   Luis   Simarro,    Madrid, 

1903  (tamaño,  19x12) 1,75 

Bunge.— La  Educación,  3.*  edición  dividida  en  tres  par- 
tes (tamaño,  19x12) 

Parte  primera:  Evolución  de  la  Educación 1,75 

Parte  segunda:   La  Educación  contemporánea 2,50 

Parte  tercera  :  Educación  de  los  degenerados.  Teo- 
ría de  la  educación 1,75 

Bureau. — El  contrato  colectivo  del  trabajo  (Le  contrat  de 
travail.  Le  role  des  sindicats  professionels),  traduc- 
ción  y   prólogo  de   José  Jorro   y   Miranda,    Madrid, 

1904  (tamaño,  19x12) 2,50    " 

Carie. — La  vida  del  Derecho  en  sus  relaciones  con  la  vida 

social. — Estudio  comparado  de  Filosofía  del  Dere- 
cho, versión  española  de  don  Hermenegildo  Giner  de 
los  Ríos,  Madrid,  1912  (tamaño,  23x15),  en  prensa. 

Cariyie. — Folletos  de  última  hora.  — El  tiempo  presente. 
— Cárceles  modelos.— El  gobierno  moderno.— De  un 
gobierno  nuevo. — Elocuencia  política.  —  Parlamentos. 
— Estatuomanía.  — Jesuitismo,  traducción  del  inglés 
con  una  introducción  y  notas,  por  Pedro  González 
Blanco,  Madrid,  1909  (tamaño,  23x15) 4,— 

Compayre.  —  La  evolución  intelectual  y  moral  del  niño, 

traducción  de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1905  (tamaño,         t 
23x15) 4,60 

Cosentini.  —  La  sociología  genética. — Ensayo  sobre  el 
pensamiento  y  la  vida  social  prehistóricos,  con  una 

i 


introducción  de  Máximo  Kovalewsky,  traducción  y 
un  apéndice  bibliográfico  de  Antonio  Ferrer  y  Ro- 
bert,  Madrid,  1911  (tamaño,  19x12) 1,75 

Crépieux-Jamin  (J.) — La  escritura  y  el  carácter,-  traduc- 
ción de  Ansemo  González,  con  232  figuras  en  el  tex- 
to, Madrid,  1908  (tamaño,  23x15) 4,50 

Cullerre.  — Las  fronteras  de  la  locura,  versión  española 
de  Antonio  Atienza  y  Medrano,  Madrid,  1912  (tama- 
ño, 19x12) 2,25 

Oavidson. — Una  historia  de  la  educación,  traducida  del 
inglés,  por  Domingo  Barnés,  Madrid,  1910  (tamaño, 
19x12) 2,25 

Delboeuf. — El  dormir  y  el  soñar,   traducción  de  Vicente 

Colorado,  Madrid,  19Ü4  (tamaño,  19x12) 2,— 

Durkheim.  — Las  reglas  del  método  sociológico,  traduc- 
ción española  de  Antonio  Ferrer  Robert,  Madrid, 
1912  (tamaño,  19x12) 1,75 

Eucken.— Las  grandes  corrientes  del  pensamiento  con- 
temporáneo, versión  española  de  Nicolás  Salmerón 
y  García,  Madrid,  1912  (tamaño,  23x15) 5, — 

Eucken.  — Significación  y  valor  de  la  vida,  traducción  di- 
recta del  alemán,  por  Eloy  Luis  André,  Madrid,  1912 
(tamaño,  19x12),  en  prensa. 

Feré.— Sensación  y  movimiento,   traducción  de  Ricardo 

Rubio,  Madrid,  1906  (tamaño,  19x12) 1,75 

Feré. — Degeneración  y  criminalidad,  traducción  de  An- 
selmo González,  Madrid,  1903  (tamaño,  19x12) 1,75 

Ferrero. — Grandeza  y  decadencia  de  Roma,  traducción 
de  M.  Ciges  Aparicio   (tamaño,  19x12),   precio  de 

cada  tomo 2,26 

Tomo  I.  La  conquista.—  II.  Julio  César.— III.  El  fin 
de  una  aristocracia.  —  IV.  Antonio  y  Cleopatra.  — 
V.  La  república  de  Augusto.— VI  y  último.  Augusto 
y  el  Grande  Imperio. 

Ferríere. — Errores  científicos  de  la  Biblia,  traducción  es- 
pañola de  Vicente  Colorado,  Madrid,  1904  (tamaño, 
19x12) 2,50 

5 


Ferriere.— Los  mitos  de  la  Biblia^  traducción  de  Benito 

Menacho  Ulibarri,  INIadrid,  1904  (tamaño,  19x12)...       2,5') 

Ferriere. — La  materia  y  la  eneig-íaj  traducido  por  Ansel- 
mo González,  Madrid,  1910  (tamaño,  19x12) 2,25 

Ferriere. — La  vida  y  el   alma,   traducción   de   Anselmo 

González,  Madrid,  1911  (tamaño,  19x12) 2,50 

Ferriere. — La  causa  primera,  según  los  datos  experimen- 
tales, traducción  de  Anselmo  González,  Madrid,  1910 
(tamaño,  19x12) 2,25 

Ferriere. — El  alma  es  la  función  del  cerebro,  traducción 
de  Anselmo  González,  Madrid,  1912,  2  tomos,  (tama- 
ño, 19x12) 4,60 

Fieury  (Dr.  Mauricio  de). — El  cuerpo  y  el  alma  del  niño, 

traducido  por  Matilde  García  del  Real,  Madrid,  1907  _  i 

(tamaño,  19x12) 2,—  | 

Fieury  (Dr.  Mauricio  de).— Nuestros  hijos  en  el  colegio, 
traducido  por  Matilde  García  del  Real,  Madrid,  1907 
(tamaño,  19x12) 2,—  1 

Fouiilée.  — La  moral,  el  arte  y  la  religión,  según  Guyau, 
traducción  de  Ricardo  Rubio,  de  la  3.*  edición  fran- 
cesa, con  estudios  acerca  de  las  obras  postumas  y 
del  influjo  de  Guyau,  Madrid,  1902  (tamaño,  19x12).       2,50 

Fouiilée. — Bosquejo  psicológico  de  los  pueblos  europeos, 

traducción  de  Ricardo  Rubio  (tamaño,  23x15) 6, — 

Fustel  de  Coulanges.— La  ciudad  antigna.— Estudio  so- 
bre el  culto,  el  derecho,  las  instituciones  de  Grecia  y 
Roma,  traducción  de  M.  Ciges  Aparicio,  Madrid, 
1908  (tamaño,  19x12) 2,50 

Carofalo. — La  Criminología.— Estudio  sobre  la  naturale- 
za del  crimen  y  teoría  de  la  penalidad,  versión  espa- 
ñola de  Pedro  Borrajo,  Madrid,  1912  (tamaño,  23 
por  15) 4,— 

Cauckier.— Lo  bello  y  su  historia,  traducción  de  Ansel- 
mo González,  Madrid,  1903  (tamaño,  19x12) 1,75 

Cow  y  Reinach.— Minerva. — Introducción  al  estudio  de 
los  autores  clásicos  griegos  y  latinos.— Obra  del  doc- 

6 


tor  James  Gow,  adaptada  para  las  escuelas  france- 
sas, por  M.  Salomón  Reinach  y  traducida  de  la 
6.*  edición  francesa,  por  Domingo  Vaca,  Madrid, 
1911,  ilustrada  con  numerosos  grabados,  alfabetos, 
planos,  etc.  (tamaño,  19x12) 2,50 

Crasserie. — Psicología  de  las  religiones,   traducción  de 

Ricardo  Rubio,  Madrid,  1904  (tamaño,  19x12) 2,50 

Creenwood. — Elementos  de  pedagogía  práctica,  traduc- 
ción del  inglés  por  Domingo  Barnés,  Madrid,  1912 
(tamaño,  19x12) 1,75 

Cuignebert  (Carlos). —Manual  de  Historia  antigua  del 
Cristianismo.  —  Los  orígenes,  versión  española  de 
Américo  Castro,  Madrid,  1910  (tamaño,  19x12) 2,50 

Cuyau. — Génesis  de  la  idea  de  tiempo,  traducción  de  Ri- 
cardo Rubio,  Madrid,  1901  (tamaño,  19x12) 1,75 

Cuyau.— El  arte  desde  el  punto  de  vista  sociológico,  tra- 
ducción de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1902  (tamaño,  23 
por  15) 4,50 

Cuyau.— Los  problemas  de  la  estética  contemporánea, 
traducción  de  José  M.  Navarro  de  Falencia,  Madrid, 
1902  (tamaño,  19x12) 2,50 

Cuyau.— La  irreligión  del  porvenir,  traducción  y  prólogo 
de  Antonio  M.  de  Carvajal,  Madrid,  1904  (tamaño, 
23x15) 4,50 

Cuyau. — La  moral  de  Epicuro  y  sus  relaciones  con  las 
doctrinas  contemporáneas  (obra  premiada  por  la 
Academia  Francesa  de  Ci-encias  Morales  y  Políticas). 
Versión  española  por  A.  Hernández  Almansa,  Ma- 
drid, 1907  (tamaño,  23x15) 3,50 

Hampson. — Paradojas  de  la  Naturaleza  y  de  la  Ciencia. 
— Descripción  y  explicación  de  hechos  que  parecen 
contradecir  la  experiencia  ordinaria  ó  los  principios 
científicos,  traducción  del  inglés  por  José  Ontañón, 
Madrid,  1912.  Con  64  figuras  intercaladas  en  el  tex- 
to y  7  láminas  tiradas  aparte  en  papel  mate  (tama- 
ño, 19x12) 1,75 


I  % 

Hearn  (Lafcadio). — Kokoro. — Impresiones  de  la  vida  ín- 
tima del  Japón,  traducción  del  inglés  por  Julián  Bes- 
teiro,  Madrid,  1907  (tamaño,  iyxl2) 2,25 

Hegel. — Estética,  versión  castellana  de  la  segunda  edi- 
ción de  Ch.  Benard,  por  H.  Giner  de  los  Ríos  (obra 
premiada  por  la  Academia  Francesa),  Madrid,  1908 
2  tomos  (tamaño,  23x15) 9,50 

Hegel. — Filosofía  del  espíritu,  versión  castellana  con  no- 
tas y  un  prólogo  original  de  E.  Barriobero  y  Herrán, 
Madrid,  1907,  2  tomos  (tamaño,  23x15) 6,50 

Hennequfn  (Emilio). — La  crítica  científica,  traducción  de 
Manuel  Núñez  de  Arenas,  Madrid,  1909  (tamaño,  19 
por  12) 1,75 

Hoffdlng.— Bosquejo  de  una  Psicología  basada  en  la  ex- 
periencia, traducción  de  Domingo  Vaca,  Madrid, 
1904  (tamaño,  23x15) 5,— 

Hoffding.— Historia  de  la  Filosofía  moderna,  versión  de 
Pedro  González  Blanco,  Madrid,  1907,  2  tomos  de 
684  páginas  el  1.",  y  671  el  2.»  (tamaño,  23x15) 11,— 

Hoffding.  —  Filosofía  de  la  Religión. — Versión  española 

de  Domingo  Vaca.  Madrid,  1909  (tamaño,  23x15)  ...       4, — 

Hoffding. — Filósofos  contemporáneos,  traducción,  estu- 
dio crítico  del  autor,  y  notas  por  Eloy  Luis  André, 
Madrid,  1909  (tamaño,  23x15) 3,50 

James  (W.) — Principios  de  Psicología,  traducción  por 
Domingo  Parnés,  Madrid,  1909  (tamaño,  23x15),  dos 
tomos  de  XII-758  páginas  el  1.°,  y  712  el  2.» 12,— 

Janet. — Orígenes  del  socialismo  contemporáneo,  traduc- 
ción de  Anselmo  González,  Madrid,  1904  (tamaño, 
19x12) 1,75 

Janet  (P.).— Historia  de  la  Ciencia  política  en  sus  relacio- 
nes con  la  -Moral,  obra  premiada  por  la  Academia  de 
Ciencias  Morales  y  Políticas  y  por  la  Academia  Fran- 
cesa, traducción  de  don  Ricardo  Fuente  y  don  Carlos 
Cerrillo,  Madrid,  1910,  dos  tomos  (tamaño,  23x15).       9,50 

Kant.  — Prolegómenos  a  toda  Metafísica  del  porvenir  que 
haya  de  poder  presentarse  como  una  ciencia,  tradu- 


cido  del  alemán  y  prólogo  de  Julián  Besteiro,  con  un 
epílogo  del  Profesor  Cassirer,  Madrid,  1912  (tamaño, 
19x12) 2,25 

Kant,  Pestalozzi  y  Goethe.  —Sobre  educación,  composi- 
ción y  traducción  de  Lorenzo  Luzuriaga,  Madrid,  1911 
(tamaño,  19x12) 1,75 

Kergomard. — La  educación  maternal  en  la  escuela,  tradu- 
cido por  Matilde  García  del  Real,  Madrid,  1906,  dos 
tomos  (tamaño,  19x12) 4,50 

Lanessan. — El  transformismo,  versión  española  por  Ma- 
riano Potó,  Madrid,  1909  (tamaño,  23x15),  con  va- 
rios grabados 3,50 

Lange.— Historia  del  materialismo,  traducción  de  Vicente 
Colorado,  Madrid,  1903,  dos  tomos  (tamaño,  23x15), 
pasta 10, — 

Lapie. — Lógica  de  la  voluntad,  versión  española,  Madrid, 

1903  (tamaño,  23x15) 3,50 

Le  Bon   (G. ) — Psicología  de  las  multitudes,  traducción 

de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1911  (tamaño,  19x12)...       1,75 

Le  Bon  (G.) — Leyes  psicológicas  de  la  evolución  de  los 
pueblos,  traducido  por  Carlos  Cerrillo  Escobar,  Ma- 
drid, 1912  (tamaño,  19x12) 1,75 

Le  Bon. — Psicología  del  socialismo,  traducción  de  Ricar- 
do Rubio,  Madrid,  1903  (tamaño,  23x15). 4,50 

Le  Dantec. — Elementos  de  Filosofía  biológica,  versión 
española  de  Mariano  Potó,  Madrid,  1908  (tamaño,  19 
por  12) 2,25 

Le  Dantec. — Teoría  nueva  de  la  vida,  traducido  de  la  ter- 
cera edición  francesa  por  Domingo  Vaca,  Madrid, 
1911  (tamaño,  23x15) 3,50 

Lefevre. — Las  lenguas  y  las  razas,  versión  española  por 
don  Anselmo  González,  Madrid,  1909  (tamaño,  23 
por  15) 3,50 

Leveque. — El   espiritualismo   en   el   arte,   traducción   de 

Constantino  Román  (tamaño,  19x12) 1,75 


Lhotzki  (H. ) — El  alma  de  tu  hijo. — Un  libro  para  los  pa- 
dres, traducción  directa  del  alemán  por  Luis  de  Zu- 
lueta,  Madrid,  1910  (tamaño,  19x12) 1,75 

Llichtenberger   (E.)— La  filosofía  de  Nietzsche,  traduc-  , 

ción  española  de  J.  Elias  Matheu,  Madrid,  1910  (ta-  J 

maño,  19x12) 1,751 

Loliee  (F.) — Historia  de  las  literaturas  comparadas,  des-  " 

de  sus  orígenes  hasta  el  siglo  XX,  versión  española 
con  las  adiciones  y  correcciones  del  autor  para  la  ter- 
cera edición  francesa,  por  Hermenegildo  Giner  de  los 
Ríos,  Madrid,  1905  (tamaño,  23x15) 4,—  , 

Lubbock.— Los  orígenes  de  la  civilización  y  la  condición  ' 

primitiva  del  hombre  (estado  intelectual  y  social  de 
los  salvajes),  traducción  española  por  José  de  Caso, 
Madrid,  1912,  con  grabados  en  el  texto  y  láminas 
aparte  (tamaño,  23x15),  en  prensa. 

Maspero. — Historia  antigua  de  los  pueblos  de  Oriente, 
traducción  española  de  Domingo  Vaca,  Madrid,  1912, 
con  infinidad  de  grabados  y  mapas  en  color  (tamaño, 
23x15),  en  prensa. 

Mauthner. — Contribuciones  a  una  crítica  del  lenguaje, 
traducción  directa  del  alemán  por  José  Moreno  Villa, 
Madrid,  1911  (tamaño,  19x12) 2,25 

Mercante  (V. ) — La  verbocromía,  contribución  al  estudio 
de  las  facultades  expresivas,  Madrid,  1910  (tamaño, 
19x12) 1,75 

Mercier. — La  Filosofía  en   el   siglo   xix,   traducción  de 

Francisco  Lombardía,  Madrid,  1901  (tamaño,  19x12).       1,75 

Moreau  de  Jonnes. — Los  tiempos  mitológicos,  ensayo  de 
reconstitución  histórica.  —Cosmogonías,  El  libro  de 
los  muertos,  Sanchoniaton,  El  Génesis,  Hesiodo,  El 
Avesta,  traducción  de  M.  Ciges  Aparicio,  Madrid, 
1910  (tamaño,  19x12) 2,25 

Munsterberg. — La  Psicología  y  el  maestro,  traducción  del 
inglés  por  Domingo  Barnés,  Madrid,  1911  (tamaño, 
19x12) 2,25 


V       /n 

Nitobé.— Bushido. — El  alma  del  JapÓBj  traducido  de  la 
13.*  edición  del  autor  por  Gonzalo  Jiménez  de  la  Es- 
pada, Madrid,  1909  (tamaño,  19x12) 1,75 

Nordau  (M.) — Psico- fisiología  del  genio  y  del  talento, 
traducción  de  Nicolás  Salmerón  y  García,  Madrid, 
1910  (tamaño,  19x12) 1,75 

Nordau  (M.) — Degeneración,  traducción  de  Nicolás  Sal- 
merón y  García,  con  un  epílogo  del  autor,  Madrid, 

1902,  dos  tomos  (tamaño,  23x15) 8,— 

I. — Fin  de    siglo. — El  Misticismo. 

II. — El  Egotismo. — El  Realismo.— El  siglo  xx. 

Nordau  (M.)— El  sentido  de  la  Historia,  traducción  de 
Nicolás  Salmerón  y  García,  Madrid,  1911  (tamaño, 
23x15) 4,— 

Painter.— Historia  de  la  Pedagogía,  traducción  del  inglés 

por  Domingo  Barnés,  Madrid,  1911  (tamaño,  19x12).       2,25 

Payot. — La  educación  de  la  voluntad,  por  el  profesor  de 
Filosofía  e  inspector  de  la  Academia,  M.  Julio  Payot, 
traducido  de  la  4.*  edición  francesa,  por  Manuel  An- 
tón y  Ferrándiz,  catedrático  de  Antropología  de  la 
Universidad  y  Museo  de  Ciencias  Naturales  de  Ma- 
drid, tercera  edición,  Madrid,  1907  (tamaño,  23x15).       3,— 

Payot. — La  creencia,   traducción   de  Anselmo   González, 

Madrid,  1905  (tamaño,  19x12) 1,75 

Pearson. — La  Gramática  de  la  Ciencia,  versión  directa 
del  inglés  por  Julián  Besteiro,  Madrid,  1909  (tamaño, 
23x15),  con  33  figuras  en  el  texto 5,— 

Posada  (A.) — Política  y  enseñanza,  Madrid,  1904  (tama- 
ño, 19x12) 1,75 

Posada  (A.)— Teorías  políticas,   Madrid,   1905   (tamaño, 

19x12) 1,75 

Posada  (A.)  —  Principios  de  Sociología.  —  Introducción, 

Madrid,  1908  (tamaño,  23x15) 6,— 

Preyer. — El  alma  del  niño.— Observaciones  acerca  del 
desarrollo  psíquico  en  los  primeros  años  de  la  vida, 
traducción  española  con  un  prólogo  de  don  Martín 
Navarro,  Madrid,  1908  (tamaño,  23x15)... 5,— 

11 


$  % 

Reinach  (S.) — Orfeo.  — Historia  general  de  las  religiones, 
traducido  por  Domingo  Vaca,  de  la  152. *  edición  fran- 
cesa, corregida  y  adicionada  por  el  autor,  Madrid, 
1910  (tamaño,  23x15) 4,50 

Ribot. — Ensayo  acerca  de  la  imaginación  creadora,  tra- 
ducción de  Vicente  Colorado,  con  un  prólogo  de  Gon- 
zález Serrano  (tamaño,  23x15^ 4, — 

Ribot.— La  lógica  de  los  sentimientos,  traducción  de  Ri- 
cardo Rubio,  Madrid,  l'JOo  (tamaño,  l'Jxl2) 1,75 

Ribot. — Las  enfermedades  de  la  voluntad,  traducción  de 
Ricardo  Rubio,  2.»  edición.  Madrid,  lüüü  (tamaño, 
19x12) 1,75 

Ribot. — Ensayo  sobre  las  pasiones,  versión  española  de 

Domingo  Vaca,  Madrid,  1907  (tamaño,  19x12) 1,75 

Ribot. — Las  enfermedades  de  la  memoria,  traducción  de 
Ricardo  Rubio,  2.»  edición,  Madrid,  1908  (tamaño, 
19x12) 1,75 

Ribot.— Las  enfermedades  de  la  personalidad,  traduc- 
ción de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1912  (tamaño,  19 
por  12) 1,75 

Ribot.  —  Psicología   de  la  atención,   traducción   española 

de  Ricardo  Rubio,  JMadrid,  1910  (tamaño,  19x12)...       1,75 

Ribot. — La  evolución  de  las  ideas  generales,  traducción 

de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1899  (tamaño,  19x12)...       2,— 

Ribot.- La  herencia  psicológica,  traducción  de  Ricardo 

Rubio,  Madrid,  1900  (tamaño,  23x15) 4,50 

Ribot. — Psicología  de  los  sentimientos,  traducción  de  Ri- 
cardo Rubio,  Madrid,  1900  (tamaño,  23x15) 5,— 

Romanes.— La  evolución  mental  en  el  hombre.  — Origen 
de  la  facultad  característica  humana,  traducción  del 
inglés  por  Gonzalo  J.  de  la  Espada,  Madrid,  1906  (ta- 
maño., 23x15) 4,50 

Ruskin.  —  Muñera  Pulveris  (sobre  Economía  Política), 
traducción  del  inglés  por  M.  Ciges  Aparicio,  Madrid, 
1907  (tamaño,  19.xl2) 1,75 

Rusliin.— Sésamo  y  azucenas,   traducida  del  inglés  por 

Julián  Besteiro,  Madrid,  1907  (tamaño,  19x12) 1,75 

12 


I    ""/a 

Ruskin. — Lo  que  nos  han  contado  nuestros  padres.  La 
Biblia  de  Amiens,  traducción  del  inglés  por  M.  Ciges 
Aparicio,  ¡Madrid,  1907  (tamaño,  lux  12) 1,75 

Sabatier. — Ensayo  de  una  Filosofía  de  la  Religión,  según 
la  Psicología  y  la  Historia,  por  Augusto  Sabatier, 
profesor  de  la  Universidad  de  París,  decano  de  la 
Facultad  de  Teología  protestante,  traducido  de  la  8.* 
edición  por  Eduardo  Ovejero  y  Maury,  Madrid,  1912 
(tamaño,  23x15) 4, — 

Senet. — Las  estoglosias  (contribución  al  estudio  del  len- 
guaje), Madrid,  1911  (tamaño,  19x12) 1,75 

Schwegler.— Historia  general  de  la  Filosofía,  traducida 
directamente  del  alemán  por  Eduardo  Ovejero  y  Mau- 
ry, con  un  prólogo  de  don  Adolfo  Bonilla  y  San 
Martín,  Madrid,  1912  (tamaño,  23x15) 4,— 

Sollier. — El  problema  de  la  memoria  (ensayo  de  psico- 
mecánica),  traducción  de  Ricardo  Rubio,  Madrid, 
1902  (tamaño,  19x12} 2,25 

Spencer. — Ensayos  científicos,  traducción  de  José  Gonzá- 
lez Llana,  Madrid,  19Ü8  (tamaño,  23x15) 3,50 

Spir. — La  norma  mental  (Ensayos  de  filosofía  crítica), 
traducción  y  prólogo  de  Rafael  Urbano,  Madrid,  1904 
(tamaño,  19x12) 1,75 

Squillace  (Fausto). — Diccionario  de  Sociología,  traduci- 
do del  italiano,  Barcelona,  1915  (tamaño,  23x15)...       6, — 

Taine. — La   inteligencia,   traducción   de   Ricardo  Rubio, 

Madrid,  1904,  dos  tomos  (tamaño,  19x12) 5,50 

Taine. — Ensayos  de  Critica  y  de  Historia,  traducción  de 
Carlos  Cerrillo  Escobar,  Madrid,  1912  (tamaño,  19 
por  12) , 2,25 

Tarde  (G.)— Las  leyes  de  la  imitación,  estudio  sociológi- 
co, traducción  de  Alejo  García  Góngora,  Madrid,  1907 
(tamaño,  23x15),  pasta .' 4,50 

Tardieu.— El  aburrimiento,  traducción  de  Ricardo  Rubio, 

Madrid,  1904  (tamaño,  19x12) 2,50 

Thomas. — La  educación  de  los  sentimientos,  traducción 

de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1902  (tamaño,  19x12)...       2,50 

13 


Tissié.— Los  sueños  (Fisiología  y  Patología),  traducción 

de  Ricardo  Rubio,  Madrid,  1905  (tamaño,  19x12)...      2,— 

Tocqueville. — El  antiguo  régimen  y  la  revolución,  ver- 
sión castellana  de  la  2.*  edición  francesa  por  R.  V. 
de  R.,  Madrid,  1911  (tamaño,  23x15) 3,50 

Tocqueville. — La  democracia  en  América,  traducción  es- 
pañola, profusamente  anotada  y  con  prólogo  por  Car- 
los Cerrillo  Escobar,  dos  tomos,  Madrid,  1911  (ta- 
maño, 23x15),  pasta 9,— 

Tylor.— Antropología,  introducción  al  estudio  del  hombre 
y  de  la  civilización,  traducida  del  inglés  por  Antonio 
Machado  y  Alvarez,  í^Iadrid,  1912,  con  multitud  de 
grabados  y  un  prólogo  especial  del  autor  para  la  edi- 
ción española  (tamaño,  23x15),  en  prensa. 

Varigny  (H.  de) — La  naturaleza,  y  la  vida,  traducción  de 

E.  Lozano,  Madrid,  1907  (tamaño,  19x12) 2,50 

VHIa  (G.)— La  psicología  contemporánea  (obra  premiada 
en  la  Real  Academia  de  Ciencias  de  Turín),  edición 
cuidadosamente  revisada  y  corregida  por  su  autor,  y 
traducida  por  U.  González  Serrano,  Madrid,  1902 
(tamaño,  23x15) 6,- 

Villa  (G. ) — El  idealismo  moderno,  traducción  del  italia- 
no por  R.   Rubio,  Madrid,  1906  (tamaño,  23x15)...       3,50 

Wagner.— Juventud  (obra  premiada  por  la  Real  Acade- 
mia Francesa),  versión  española  de  H.  Giner  de  los 
Ríos,  Madrid,  1906  (tamaño,  19x12) 2,25 

Wagner. — La  vida  sencilla,  versión  española  de  H.  Giner 

de  los  Ríos,  Madrid,  1907  (tamaño,  19x12) 1,75 

Wagner.— Junto  al  hogar,  versión  castellana  de  H.  Giner 

de  los  Ríos,  Madrid,  1907  (tamaño,  19x12) 2,— 

Wagner.  — Para  los  pequeños  y  para  los  mayores.— Con- 
versaciones sobre  la  vida  y  el  modo  de  servirse  de 
ella,  traducción  española  de  Domingo  Vaca,  Madrid, 
1909  (tamaño,  19x12) 2,50 

Wagner.— Valor,  traducción  de  Domingo  Barnés,  Ma- 
drid, 1910  (tamaño,  19x12) 1,75 

Wagner.— A  través  de' las  cosas  y  de  los  hombres.— La 

U 


base  de  todo,  traducción  de  Domingo  Vaca  (tamaño, 
19x12) 1,76 

Wagner. — Sonriendo,  traducción  de  Domingo  Vaca,  Ma- 
drid, 1911  (tamaño,  19x12) 1,75 

Wegener  (H.)— Nosotros  los  jóvenes. — El  problema  se- 
xual del  joven  soltero,  traducción  directa  del  alemán 
por  Luis  de  Zulueta,  Madrid,  1910  (tamaño,  19x12).       1,75 

Wundt.— Introducción  a  la  Filosofía,  traducción  de  la  5.* 
edición  alemana  por  Eloy  Luis  André,  dos  tomos, 
conteniendo  el  1.°  un  estudio  sobre  la  Filosofía  con- 
temporánea en  Alemania  y  la  Filosofía  científica  de 
Wundt,  y  el  2.°,  un  estudio  sobre  el  porvenir  de  la  Fi- 
losofía científica  en  España  e  Hispano-América,  am- 
bos escritos  por  Eloy  Luis  André,  catedrático  de  Filo- 
sofía, Madrid,  1912  (tamaño.  23x15) 7,— 

Xénopol. — Teoría  de  la  Historia,  2.*  edición  de  «Los 
principios  fundamentales  de  la  Historia»,  traducción 
española  de  Domingo  Vaca,  Madrid,  1911  (tamaño, 
23x15) 4,50 


BIBLIOTECA  INTERNACIONAL 

DB 

PSICOLOGÍA  EXPERIMENTAL 
NORMAL  Y  PATOLÓGICA 


PRECIO  DE  CADA  TOMO,   ENCUADERNADO",   |  2,50 

Tomos  publicados : 
Baldwín. — El  pensamiento  y  las  cosas. — El  conocimiento  y  el 
juicio,    traducción   de   Francisco   Rodríguez   Besteiro,    con 
figuras,  Madrid,  1911. 

Claparéde. — La  asociación  de  las  ideas,  traducción  de  Domingo 

B arnés,  con  figuras,  Madrid,  1907. 
Cuyer. — La  Mímica,   traducción   de  Alejandro   Miquis,   con   75 

figuras,  Madrid,  1906. 

15 


Dugas. — La  imag-inacióiij  traducción  del  doctor  César  Juarros, 

Madrid,  1905. 
Duprat. — La   moral.  —  Fundamentos   psico-sociológicos   de   una] 

conducta  racional,   traducción  de   Ricardo  Rubio,  Madrid,] 

1905. 

Grasset. — El  hipnotismo  y  la  sugestión,  traducido  por  Eduardo] 
García  del  Real,  con  figuras,  Madrid,  1906. 

Malapert.— El  carácter,  traducido  por  José  María  González,  Ma- 
drid, 1905. 

Marchand.  —  El  gusto,  traducción  de  Alejo  García  Góngora, 
con  33  figuras,  Madrid,  1906. 

Marie  (Dr.  A.)— La  demencia,  traducción  de  Anselmo  González, 
con  42  grabados,  Madrid,  1908. 

Nuel. — La  visión,  traducido  por  el  doctor  Víctor  Martín,  con  22 
figuras,  Madrid,  1905. 

Paulhan.  —  La  voluntad,  traducción  de  Ricardo  Rubio,  Ma- 
drid, 1905. 

Pillsbury.— La  atención,  traducción  de  Domingo  Barnés,  Ma- 
drid, 1910. 

Pitres  (N.)  y  Regis  (E.)— Las  obsesiones  y  los  impulsos,  tra- 
ducido por  José  María  González,  Madrid,  1910. 

Sergi. — Las  emociones,  traducido  por  Julián  Besteiro,  con  figu- 
ras, Madrid,   1906. 

Toulouse,  Vaschide  y  Pieron.— Técnica  de  psicología  experi- 
mental (examen  de  sujetos),  traducción  de  Ricardo  Rubio, 
con  numerosas  figuras,  Madrid,  1906. 

Van  Blerviiet.  — La  memoria,  traducido  por  Martín  Navarro, 
Madrid,  1905. 

Vigouroux  y  Juquelier.  -El  contagio  mental,  traducción  del  doc- 
tor César  Juarros,  Madrid,  1906. 

Woodworth.  — El  movimiento,  traducción  de  Domingo  Vaca,  con 
figuras,  Madrid,  1907. 


Estos  volúmenes   constan  de  350  a  500  páginas,   tamaño 
19x12  centímetros,  algunos  con  figuras  en  el  texto. 


4900 
16 


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