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Director: RICARDO ROJAS-
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BIBLIOTECA ARGENTINA
Volumen 7
55V/.
4846
Bernardo Monteagudo
BIBLIOTECA ARGENTINA
PUBLICACIÓN MENSUAL DE LOS MEJOBES LIBROS NACIONALBS
Director: RICARDO ROJAS
/
Obras Políticas
DB
BERNARDO MONTEAGUDO
BUENOS AIRES
Librería LA FACULTAD, de Juan Roldan
436— Florida— 436
I916
ÍNDICE
Págs.
Noticia Preliminar, por Ricardo Rojas 9
LIBRO I
Memoria política
Memoria sobre los principios políticos que seguí en la administra-
ción del Perú, y acontecimientos posteriores a mi separación. 37
LIBRO II
Federación americana
Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los es-
tados hispanoamericanos, y plan de su organización .... 76
LIBRO III
Propaganda revolucionaria
I.— El vasallo de la ley al Editor 91
II. — Causa de las causas 93
III.— A las americanas del Sud 98
IV.— Crimen de lenidad 100
V. — Patriotismo 101
VI.— Pasiones 108
VIL— El Editor 112
VIII.— Reflexiones políticas 115
IX.— Observación 118
X.— -Observaciones didácticas 123
XI.— Clasificación 128
XII. — Continúan las observaciones didácticas 131
XIII.— Continúan las observaciones didácticas 134
XIV.— Ciudadanía 138
XV.— Continúan las observaciones didácticas 141
XVI.— Paréntesis a las observaciones didácticas 145
XVII.— Continúan las observaciones didácticas 151
XVIII. — Continúan las observaciones didácticas 156
XIX. — Concluyen las observaciones didácticas 161
XX.— Censura política 168
VI índice
Págs.
XXI. -El Redactor 174
XXH.— El Editor 176
XXIII.— Política 178
XXIV.— Ensayo sobre la revolución del Rio de la Plata desde el
25 de mayo de 1809 183
XXV.— Apéndice a todas las observaciones de este periódico . . 188
LIBRO IV
Exposición de tareas
Exposición de las tareas administrativas del Gobierno, desde su
instalación hasta el 15 de julio de 1822 (Lima) 215
LIBRO V
Discursos patrióticos
I.— Oración inaugural de la «Sociedad Patriótica» (Buenos
Aires, 1812) 245
II.— Declamación pública en la «Sociedad Patriótica» (Buenos
Aires, 1812) 260
III.— Oración inaugural de la «Sociedad Patriótica» (Lima, 1822). 270
LIBRO VI
Epistolario
Al doctor Juan Antonio Medina (1809) 277
A don J. M. de Pueyrredón y su respuesta (1813) 278
A don Tomás Guido y su respuesta (1818) 280
A O'Higgins y a García (1818-1823) 282
A Bolívar y a Sucre (1823-1824) 294
Apéndice
Artículos de «El Independiente» atribuidos a Monteagudo (Bue-
nos Aires, 1815) 309
OBRAS políticas
NOTICIA PKELIMINAR
FOB
ElCAEDO EOJAS
NOTICIA PRELIMINAR
Las Obras Políticas de Bernardo Monteagudo
se hallaban dispersas en archivos particulares,
en gacetas efímeras de su tiempo, o en algunos
folletos de oportunidad, hoy sumamente raros (1).
Faltaba compilarlas en un solo volumen, como
se ha realizado ya con las obras de Mariano More-
no, haciendo lo propio con este otro publicista que
representó en el continente, desde Buenos Aires
hasta Panamá, en prodigiosa aventura de dema-
gogo andante, el espíritu dominador y vehemente
de la revolución argentina. Digo que esa tarea
quedaba por realizarse, sin olvidar las reediciones
facsimilares del Museo Mitre, durante la direc-
ción del meritorio señor Rosa, ni los apéndices
de «escritos» de Monteagudo, que el laborioso
señor Pelliza puso a ambos tomos de su biografía
del procer (2). Mucho me han servido ese género
de publicaciones, así en el primer esfuerzo de
(1) Por ejemplo: algunas cartas estaban en los archivos de O'Leary;
sus artículos y discursos en La Gaceta, el Mártir o Libre, el Censor de
la Revolución, etc.; su Memoria y su Exposición de tareas, en opúscu-
los especiales.
(2) La obra de Pelliza Vida y escritos de Monteagudo, se publicó en
Buenos Aires el año 1880 (2 volúmenes). El Museo Mitre por su parte,
ha publicado una reproducción facsimilar del Mártir o Libre (fototipia
Coni, Buenos Aires, 1910, (54 págs.), y otra de mayor formato, titulada
La Prensa independiente del Perú, donde se incluyen el Censor de la
Revolución y el Diario de la Campaña del Pacífico, que Monteagudo re-
dactaba como boletinero bajo las órdenes de San Martin. En folleto
aparte (facsímile), el Museo ha publicado también la Exposición de las,
tareas administrativas.
10 NOTICIA PHELIMINAH
compilación, como en la corrección de este volu-
men, y no fuera justo olvidar el nombre de tan
pacientes obreros de nuestra historia. Pero, según
mis noticias, es el presente volumen de la Biblio-
teca Argentina, la primera publicación, como an-
tes dije, exclusiva y especialmente destinada a
las Obras Políticas de Bernardo Monteagudo.
Acaso no sea la presente una edición de sus «Obras
Completas» desde el punto de vista diplomático
o material, pero lo es desde el punto de vista psi-
cológico o doctrinario, pues el lector encontrará
en estas páginas, todos los escritos de Monteagudo
que puedan ser la definición de sus propios ideales,
tal como su autor los concibiera, expresara y sir-
viese, desde 1809, año de su iniciación revolucio-
naria, basta el 28 de enero de 1825, hora inolvi-
dable de su trágica muerte (3).
(3) Por la índole del presente volumen, he omitido la biografía del
autor, que acompaña algunos otros de esta Biblioteca. La biografía de
Monteagudo está implícita en sus propios escritos. El resio es mal co-
nocido o se reduce a algunas fechas y algunos cargos. Se acepta gene-
ralmente que nació en San Miguel de Tucumán hacia 1785. Hasta 1809
nada se sabe de él, pues aparece mezclado a la revolución de la Paz,
bruscamente, y con sus estudios de abogado concluidos en Chuquisaca.
Jujuy también se disputa su cuna, por haber vivido allí su padre y ha-
ber costeado el Cabildo local sus primeros estudios, según se asegura.
En 1810, apoya a Castelli en el Alto Perú: baja a Buenos Aires para defen-
derle después de Huaqui; interviene con Rivadavia en la ejecución de
Alzaga; continúa la obra de Moreno en la Gaceta; inaugura la Sociedad
Patriótica que recoge la tradición «morenista»; funda el Mártir o Libre;
es elegido miembro de la Asamblea en 1813, como diputado por Men-
doza; es desterrado con Alvear en 1815; fúgase del barco en que estaba
preso, y va al Brasil y a Burdeos; reaparece en 1817 con San Martín en
ios Andes; interviene en el fusilamiento de los Carrera y en el castigo
de los prisioneros españoles confinados en San Luis; secunda en Chile
la política de O'Higgins; redacta el acta de independencia de aquel país;
pasa con San Martín al Perú como secretario y boletinero del ejército;
funda el Censor de la Revolución y el Pacificador del Perú; se le nom-
bra ministro de Estado en Lima; es perseguido después de la expatria-
ción de San Martín; le deponen del cargo en una revuelta popular; es
desterrado del Perú; se refugia en el Ecuador; traba amistad con Bolí-
var; escribe en Quito su Memoria; secunda en el norte del continente
la obra de Bolívar; el Congreso del Perú lo declara fuera de la ley, y al
volver a Lima es asesinado una noche por orden de sus enemigos. — Los
detalles de esta vida pueden verse en las biografías de Iñíguez Vicu-
NOTICIA PRELIMINAR 11
Dada la índole de esta edición, líe creído que
podía apartarme del orden cronológico, para se-
guir, en la serie de los materiales, el de su impor-
tancia intrínseca ; y lie ponderado esta última por
la, madurez de las ideas contenidas en cada pieza,
o por su carácter más permanente, explícito en
la ocasión del documento y en la forma visible-
mente más serena de su estilo. Con sujeción a ese
criterio, he distribuido las «memorias», «artícu-
los», «discursos», «ensayos» y «cartas» que cons-
tituyen la producción de Monteagudo, en cinco
libros, que son: 1.° Memoria Política (1822),
«sobre los principios que siguió en la administra-
ción del Perú, y acontecimientos posteriores a su
separación»; 2.° Ensayo sohre una federación arne-
ricana (1824) o sea su trabajo «sobre la necesidad
de una federación general de los Estados bispano-
americanos y plan de su organización»; 3.° Propa-
ganda revolucionaria (1812-1821), formada por
sus artículos de combate o doctrina, en diversos
periódicos donde colaboró; 4.° Exposición de Ta-
reas, opúsculo sobre la administración del Perú,
desde su instalación hasta el 15 de julio de 1822;
5.° Discursos patrióticos, pronunciados todos en
las asociaciones de la juventud liberal que fueron
sembradas por la iniciación «lautarina» en el
Plata y el Pacífico; 6.° Epistolario (1809-1823),
constituido por las principales cartas dirigidas a
hombres como Bolívar, con quienes colaboró efi-
ña (1865), de Mariano Pelliza (1880), y sobre todo en la de Clemente
L. Fregeiro (1879). Sus obras han sido fragmentariamente publicadas
repetidas veces. Su iconografía se reduce al retrato que reproducimos,
extraído de la obra de Pelliza, aunque ignoramos su grado de autenti-
cidad y procedencia. Últimamente se ha iniciado en Buenos Aires la
erección de una estatua en honor de Monteagudo, pero como un hado
maligno había de perseguirle hasta en la gloria, su monumento fué en-
cargado a un marmolero alemán, con fama de escultor cortesano, y me
aseguran que ha plasmado una especie de pastor protestante, sin carác-
ter de raza, de fuerza, ni de belleza.
12 NOTICIA PRELIMINAR
cazmente en la obra de la libertad americana (4).
La subversión del orden histórico sacrificado a
ese plan más lógico, es, por otra parte, muy leve,
desde que el libro III, el más extenso y complejo
por sus numerosos trabajos menores, va desde 1812
hasta 1821, y a éste le sucede el libro IV con su
Exposición de 1822. Si he puesto delante de ellos
la Memoria de 1823 (Libro I) y el Ensayo de 1824
(Libro II), lo he hecho porque esos dos trabajos
escapan a la mera cronología exterior de su data,
para abarcar, en su texto retrospectivo, más am-
plio lapso de historia ; y sobre todo porque son
verdaderas confesiones de Monteagudo acerca de
su conducta o sus ideales en la Revolución. Lógi-
camente esos trabajos debían preceder a los otros,
como síntesis de tan dramático espíritu, y como
norma ofrecida al lector para la exacta crítica de
los otros documentos, más volanderos y ocasiona-
les. Análoga observación es dable hacer sobre sus
Discursos y Epistolario, que son los últimos libros,
pues aparte de haber conservado la cronología
dentro de cada serie, sus piezas debían, por su
género literario, constituir libros aparte, y ser
los últimos esos libros, porque ellos no estuvieron
destinados a la publicidad, o porque traducen en
su tono íntimo, las más recónditas pasiones y vir-
tudes de su discutido autor.
'A propósito de ese libro VI, que acentúa del
todo el carácter novedoso de este volumen, debo
recordar aquí el nombre del historiador don Cle-
mente L. Fregeiro, que ha tenido la gentileza de
facilitar con sus noticias esta parte de mi engo-
(4) Ha de sorprender el no hallar cartas de Monteapudo a San Mar-
tín, con quien estuTo íntimamente y por más largo tiempo unido en
sus campañas. Pero a eso se debe precisamente el no haberlas hallado:
como estuvo siempre cerca de rl (1(S17-1822), poco debieron escribirse, y
el período más fecundo del Epistolario de San Martin corresponde,
como se sabe, a la época de su ostracismo, que siguió a la temprana
muerte de Monteagudo.
NOTICIA PEELIMINAE 13
rrosa tarea. El señor Fregeiro es, como se sabe,
uno de nuestros más concienzudos historiadores,
y en este caso particular, su colaboración se enca-
rece por la circunstancia de haber escrito, hace
ya muchos años, una excelente biografía de Mon-
teagudo (5). Han corrido más de seis lustros desde
la publicación de esa obra, sin que su autor haya
cesado de interesarse sobre el viejo tema, allegan-
do nuevos informes sobre su personaje, con el
objeto de reeditar, mejorada, la biografía de 1879.
A esa loable coincidencia, y a la amistad que me
liga con investigador tan generoso, debo el haber
enriquecido este volumen con algunas interesan-
tes piezas que completan mi compilación (6).
Informado ya el lector sobre el contenido de
esta obra, le informaré sobre la autenticidad de
sus diversos documentos. Los escritos de Monte-
agudo, se dividen : entre los que fueron suscriptos
por él o impresos en vida suya bajo su nombre,
y los que aparecieron en periódicos suyos, que
en virtud de esa razón le han sido atribuidos,
según inferencias autorizadas por el estilo, las
ideas o vida del autor. A la primera clase perte-
necen la Memoria (Libro I), el Ensayo (Libro II),
la Exposición (Libro lY), los Discursos (Libro V)
y el Epistolario (Libro VI), o sea sus trabajos
más personales. No se tiene tan explícita certi-
dumbre respecto a los artículos o proclamas que
aparecieron en la prensa revolucionaria de Buenos
Aires y el Pacífico. De ahí que a la numerosa serie
de sus artículos, haya debido separarlas en dos
secciones, poniendo bajo el título de Propaganda
revolucionaria (Libro III), los que todos sus bió-
(5) Edición de Igón, Buenos Aires, 1879.
(6) En cada pieza se indicará por medio de una nota, la procedencia
del documento. Las cartas que publico no son todas las de Monteagudo
Se tiene noticia de otras, aunque no he podido conseguir su texto
auténtico.
14 NOTICIA PRELTMlísAR
grafos lian aceptado hasta hoy como producción
auténtica de Monteagudo, y destinando al Apén-
dice los que han sido objeto de dudas en tal
sentido, o resueltamente impugnados como apó-
crifos.
A la sección de los reconocidos por auténticos,
pertenecen los que se editaron en La Gaceta, du-
rante la época en que Monteagudo fué su redactor
oficial ; en el Mártir o Libre, nuevo periódico que
fundara en Buenos Aires al morir aquel otro; y
en el Censor de la Revolución y en El Pacificador
del Perú, las hojas que notoriamente fundó y
redactó durante sus campañas libertadoras del Pa-
cífico. En cambio, destíñanse al o Apéndice» los
artículos de El Independiente (1815) que fueron
atribuidos a Monteagudo en la obra de Pelliza
(1880), y que Fregeiro desautorizó con muy vale-
deras razones, aunque no con pruebas de valor
absoluto.
He dicho ya en Noticias anteriores, que la
Biblioteca Argentina sólo desea dar, por ahora,
los textos depurados en lo posible, valiéndose de
las fuentes menos sospechosas y acompañando los
libros que publica, de una breve «historia externa»
que oriente al lector novel, generalmente no infor-
mado sobre la autenticidad o variante de las edi-
ciones anteriores. No tratándose, pues, de edicio-
nes críticas, en el estricto sentido europeo de esta
palabra, sino del punto de partida para hacerlas
después, he creído que debía reducirme a clasificar
los materiales, pero dando al lector los anteceden-
tes bibliográficos, por si quisiera emprender, sobre
nuestro volumen, el estudio del pertinente pro-
blema y su definitiva solución.
En este caso particular de Monteagudo, los fun-
damentos de Pelliza en su atribución, se reducen
a dos fuertes indicios de carácter «biográfico», y a
una débil conjetura sobre la forma de dichos ar-
NOTICIA PRELIMINAR 15
tículos. 1." En 1815, El Independiente sostuvo la
política de Alvear, y Monteagudo fué del primi-
tivo grupo «alvearista»; 2.° Cuando el dictador
cayó, sus amigos fueron desterrados — entre ellos
Monteagudo, — y la expatriación de éste coincidió
con la muerte del periódico (7), Esa es la suge-
rente coincidencia biográfica invocada por Pelliza ;
pero tal cosa no basta para probar su atribución,
sobre todo si se advierte que el resto de su prueba,
la que se afinca en presuntas analogías de estilo,
es la parte atacable de su tesis. Al cotejar al Mon-
teagudo auténtico y al autor de esos artículos,
sólo señala Pelliza meras coincidencias de «pala-
bras», pero no de maneras ni de timbre mental,
a no ser las que son comunes a una época y una
generación de escritores. La diferencia de matiz
literario — o de a estilo», si de tal cosa puede hablar-
se en este caso — es tan sutil entre Monteagudo y
sus coetáneos — Agrelo, Moreno, Funes, Gorriti y
otros, — que por sí sola no constituye prueba defi-
nitiva.
La tesis negativa de Fregeiro se apoya en que,
desde 1818, tales artículos eran atribuidos a Ma-
nuel Moreno, y que en la colección de periódicos
perteneciente a don Florencio Várela (después ven-
dida a Casavalle), Fregeiro vio que Yarela, en
breves notas marginales, daba los nombres del
autor de cada artículo anónimo, y estos del Inde-
pendiente, aparecen atribuidos a Manuel Moreno.
Florencio Várela pudo tener esta noticia del pro-
pio autor, o más probablemente de don Bernardino
Rivadavia, su confidente en este género de tra-
diciones. La fuente es buena, según se ve, pero ella
sola no basta sino como prueba de autoridad y
tradiciones orales (8),
(7) Manuel Moreno se encontraba en idéntico caso que Monteagudo.
(8) Los pormenores de esta cuestión pueden verse en los respectivos
apéndices del Monteagudo de Pelliza y del Monteagudo de Fregeiro. No
16 NOTICIA PRELIMINAR
Tanto los aliechos» aducidos por Pelliza como
los aducidos por Fregeiro, establecen la posibi-
lidad material y moral de que Manuel Moreno o
Bernardo Monteagudo hayan podido redactar esas
páginas del Independiente; y mientras no apa-
rezcan pruebas documentales que resuelvan la cues-
tión, no queda al crítico sino la inferencia perso-
nal becha sobre los temas, ideas y formas litera-
rias de uno y otro autor.
Se trata de cuatro artículos solamente, de los
cuales uno es el prospecto del editor ; los restantes
se titulan: «Aristócratas en Camisa», «Libertad
política y civil», «Federación». A juzgar por los
temas, Mpnteagudo pudo escribir el primero, si
era suyo el periódico ; y los otros tres porque co-
rresponden a su repertorio habitual. Pero no se
substancia tan fácilmente la cuestión, si de los
temas pasamos a las ideas y el estilo. El primero
de esos trabajos es parsimonioso y opaco, atributos
que si no prueban que es de Manuel Moreno,
demuestran a la evidencia subjetiva del crítico
avezado, que eso no puede ser de Monteagudo.
Menos segura es mi «impresión» en los restantes,
porque, ciertamente, Monteagudo, zaherido de
«mulato», pudo poner a los «aristócratas en ca-
misa», sobre todo a los aristócratas porteños; pero
eso pudo hacerlo cualquier otro demócrata entu-
siasta de aquellos días en que se continuaba ha-
blando de una monarquía americana. Así también
vacilo ante el artículo titulado «Federación», que
ataca el federalismo — cosa más probable en Mon-
teagudo que en Manuel Moreno, — sin contar otros
indicios en favor y en contra de ambas tesis.
Lo que en esta vacilación me tranquiliza, es
que, verdaderamente, esos cuatro artículos — más
me detengo en ellos, porque no resuelven la cuestión, aunque la plan-
tean y abren el camino para resolverla.
NOTICIA PRELIMINAR 17
bieu triviales como fondo y como forma — nada
agTe^an ni quitan a la reputación intelectual de
Monteagudo. Si fueran de él, redundarían monóto-
namente sobre lo que había predicado con vehe-
mencia y estilo más eficaz, desde el Mártir o Libre
hasta el Ensayo. Si se probara que no le pertene-
cen, dejarían más neta la figura cívica y literaria
que de los otros surge con caracteres tan inconfun-
dibles. He ahí la causa que me ha detenido en la
tentación de dar mis horas escasas a la solución
de este problema, cuyo resultado no vale el esfuer-
zo de investigación que eso pudiera demandar, si
se ha de optar — como debe hacerse en casos mejo-
res— por las pruebas documentales, y no por infe-
rencias subjetivas, tan peligrosas como esas de
reconocer al «hombre» en su «estilo», valederas
sólo para quien las hace como un mero ejercicio
de sensibilidad estética y de sutil imaginación
literaria.
jSTo son esos artículos los únicos trabajos que le
han sido atribuidos a Monteagudo. Otros hay más
importantes y que más probablemente le perte-
necen. Tal, por ejemplo, algunos en el Redactor
de la Asamblea de 1813, en el Grito del Sud, en el
Acta de la Independencia Chilena, más la «cróni-
ca» de las fiestas que en tal ocasión se realizaron,
y numerosas proclamas o noticias de «zapa» — como
se Uamaban — en el boletín del Ejército libertador
del Perú. Algo de esto, y otros documentos de ese
carácter, hubieran podido venir a engrosar el
apéndice de este volumen, pero he preferido no
hacerlo, porque tales escritos no tienen un valor
intelectual o literario, como las obras genuinas
de Monteagudo, sino un valor político o civil, pues
sólo eran redacciones de encargo, labores de bole-
tinero y secretario, donde otros, como San Martín,
mandaban o visaban lo que aquél escribía. Grande
es su acción en la campaña de Chile y del Perú;
2
18 NOTICIA PRELIMINAR
esos papeles la documentan gloriosamente; pero
tal cosa interesa más a su «biografía», ya contada
por numerosos historiadores, que a su «bibliogra-
fía», no aquilatada hasta la presente publicación.
Aun cuando hubiera incluido todos esos bandos,
actas, notas y proclamas, no quedaría completa
la obra intelectual de Monteagudo. Faltaría su
tesis de doctor, su traducción de un drama portu-
gués titulado El triunfo de la Naturaleza (9), y
sus innumerables cartas, entre las que supongo
habría no pocas esquelas amorosas, dadas las afi-
ciones del autor... Pero he dicho ya que esta no
es una edición de las «Obras Completas» de Mon-
teagudo en su sentido paleográfico, sino en sus
«Obras Políticas» más selectas, y sobre todo de las
que bastan a dar una exposición de su doctrina,
de su carrera y de su vigorosa personalidad in-
telectual.
Cualesquiera que sean las deficiencias de esta
compilación, puedo asegurar que en ella he resu-
mido todas sus páginas más importantes y origi-
nales, y en ellas encontrará el lector americano,
no sólo el rastro de esa agitada vida, sino el reflejo
de su pensamiento agitador. Desde la vaga vis-
lumbre de su iniciación revolucionaria en La
Paz, con la carta a su pariente el doctor Medina
(1809), hasta sus sueños de confederación ameri-
cana con su Ensayo, escrito en vísperas del Con-
greso de Panamá, que precede a su muerte (1824),
todo está en el presente volumen ; y la cronología
de su acción libertadora, se sucede en sus artículos
de la Gaceta, en sus panfletos áe\ Mártir o Libre,
en sus discursos de la Sociedad Patriótica, en sus
páginas del Censor de la Revolución, en sus admo-
niciones del Pacificador del Perú, en sus trabajos
(9) La traducción de este drama, de tesis contra la vida monacal, le
ha sido atribuida por casi todos sus biógrafos.
NOTICIA PRELIMINAR 19
de la Exposición de Tareas, en sus meditaciones
de la Memoria, en sus esperanzas del Ensayo sobre
una federación hispanoamericana, en sus Cartas
a O'Higgins durante las campañas de los Andes
y en sus Cartas a Bolívar durante sus últimos es-
fuerzos por la emancipación, consagrando su he-
roica personalidad con una gloria que abarca la
duración de toda la epopeya, la magnitud de todo
el continente. Si Mariano Moreno enciende en el
Plata la hoguera de la revolución, y la esclarece
con su doctrina en la Gaceta, Bernardo Monteagu-
do recoge para su tea una chispa de esa misma
hoguera, y apenas muerto el procer inicial, este
otro es quien renueva esa luz en Buenos Aires y
quien la lleva a, Santiago de Chile, a Lima, a
Guayaquil, a Panamá, a Guatemala, en proyec-
ción paralela a la acción armada de la revolución.
Así le cabe a Monteagudo en las letras, respecto a
Moreno, la posición que en las armas le ha sido
reconocida a San Martín, caballero andante de la
emancipación, respecto a Belgrano cuando enasta
la bandera novísima dentro del territorio nacional,
que él defiende y liberta. Bernardo Monteagudo
es por estos escritos el caballero andante de la
revolución argentina, y así va por el continente
con su clarividencia y sus caídas, pero sin amen-
guarse nunca en su ardor. Fué menester que lo
asesinaran, para que su mente dejara de convul-
sionar muchedumbres y de seducir héroes invictos
que él conquistaba con su palabra. T esa gloria
se agranda, cuando se piensa que tales muche-
dumbres pelearon en Maipú y en Ayacucho, com-
prometiendo la vida; y que tales héroes se llama-
ron San Martín en Lima y Bolívar en Panamá,
nunca tan unidos en la empresa común como en
las páginas vibrantes de este gran demagogo...
Por eso escribió sobre él Echeverría los versos
que dicen, glorificando a Tucumán :
20 NOTICIA PRELIMINAR
Y allí vino a la vida Monteagudo,
El de gran corazón e ingenio agudo.
Del porvenir apóstol elocuente,
Que entre las pompas del marcial estruendo,
Fué desde el Plata hasta el Rimac vertiendo
La fe viva y la lumbre de su suerte (10).
Pero no es la personalidad política de Monte-
agudo la que yo debo hacer resaltar en el prólogo
de esta compilación, sino su personalidad intelec-
tual. Por grande que haya sido en la acción, re-
sulta siempre inferior a los paladines a quienes
sirviera o acompañara. El comenta la proeza, pero
hay una cosa más alta que su palabra en tal
ocasión, y ella es la proeza misma, que otros con-
cebían y realizaban. Mas no ocurre lo mismo si
se consideran sus escritos en sí. Por ellos nadie le
excede en América, desde 1811 hasta 1824. Ni su
airada vehemencia, ni su contagioso ardor, ni su
fe libertaria, ni su prodic?iosa ubicuidad, ni su pe-
rentoria convicción, ni su prosa viviente de sin-
ceridad— ya frenética en el Mártir o Libre, ya so-
lemne en la Mevioria Política, ya seductora de
familiar elegancia en las Cartas a Bolívar, — fue-
ron atributos superados por los otros publicistas
de la revolución. Sus contradicciones de doctrina,
son, por otra parte, las contradicciones propias de
aquella enorme guerra ; y no me atrevería a exigir
a su primer escritor una virtud que ella no tuvo,
en su mismo carácter de convulsión plutónica (11).
(10) Son del poema titulado Avellaneda, versos más bien ramplones,
pero que cito por el significado de la síntesis y del juicio. Esa estrofa
ha sido también citada por Iñiguez Vicuña en 1805 {Monteagudo, p. 31),
y antes, por Juan María Gutiérrez en 1860 (Biograjias, p. 144).
(11) Monteagudo ha escrito estas palabras en su Memoria (núm. 59):
«Un gobierno formado a retaguardia del ejército enemigo, y rodeado
por todas partes de peligros, casi no tenia elección sobre el plan que
debía seguir. Salvar la tierra y vencer todas las resistencias que se en-
contrasen: ésta era la única norma de su conducta, y ésta es la que yo
he seguido como miembro del Gobierno». Esta necesidad, impuesta por
NOTICIA PRELIMINAR 21
Más que un expositor de doctrinas, Monteagndo
es un escritor que utiliza las doctrinas como temas
de agitación popular. No se aviene a su idiosin-
crasia de verdadero demagogo, ni el estudio ob-
jetivo ni la abstracta divagación. Funde su propio
ser en su discurso, y derrámase hirviente de pasión
personal en el corazón de los pueblos o de los
héroes a quienes habla. He aquí su rasgo más
saliente como pensador, si tal puede llamarse a
un publicista de su índole. La vez que habló más
serenamente, fué en su Memoria de 1823, desde
el ostracismo, y casi en vísperas de la muerte acaso
presentida... «Yo no escribo para inflamar pasio-
nes ajenas, ni para desahogar las mías : un senti-
miento de respeto a la opinión de los hombres, me
obliga a interrumpir el silencio con el cual he
contestado siempre a las declamaciones del espíritu
de partido y a los argumentos del odio». Así
comienza la Memoña, pero a poco andar, la per-
sonalidad se le desborda, y movido de una nueva
pasión, el desprecio, dice a sus enemigos en el
parágrafo 63: aTo le doy las gracias por el empeño
que han tomado en hablar de mí : en la revolu-
ción lo que importa es no sobrevivir uno a sí
mismo: el que cae en olvido, queda ya fuera de
combate. Las injurias y los elogios hechos con
justicia o sin ella, producen en estos tiempos la
utilidad de conservar la memoria de aquel a quien
se dirigen. Cada uno entra después a formar su
propia opinión, y al fin prevalece la verdad, por
más que se la desfigure. El mérito y el desmérito
son las cosas más reales que hay en el mundo (12) :
ambas han sido siempre independientes de los libe-
el tumulto de la acción, explica las contradicciones de los proceres, in-
cluso Monteagudo. Si por eso lo hubiéramos de declarar un «histérico»,
lo serían también San Martín y Bolívar. Cambiaron en los medios,
nunca en el fin, que fué la emancipación americana.
(12) El subrayado ha sido puesto por mí, para destacar ese concepto.
22 NOTICIA PRELIMINAR
los O de las apolog'ías, que en general no son sino el
diáloíT'O de un escritor con sus pasiones».
Certidumbre del propio valer vibra en tales pá-
ginas, y en ellas dice de las injurias a que alude :
«...por lo demás, yo sé el valor que tiene en las
épocas de revolución, y nunca me afano en dismi-
nuir lo que es en sí pequeño i)... Y sobre esa pe-
quenez de los enemigos a quienes desdeña, empí-
nase de nuevo su orgullo, para recobrar la apa-
rente serenidad do los soberbios, que esconde,
como la de los dioses, una profunda agitación in-
terior (13),
Pertenécele, pues, a Monteagudo, esa sentencia
que dice: aEl méñto y el desmérito son las cosas
más reales que hay en el mundo: amhas han sido
siempre independientes de los libelos o de las apo-
logías-a. La serena verdad de esta sentencia, ha
tardado en realizarse con el propio calumniado
que la formuló. Cayeron sobre él injurias de espa-
ñoles, y también de «patriotas», enemigos suyos,
como lo babían sido de Moreno, de San Martín, de
O'Higgins, de Bolívar. Se le acusó de mulato, de
sibarita, de sanguinario, de ladrón ; y la horrible
(13) Su Memoria estudia la formación social del Perú, y contribuyó
a exasperar a sus enemigos, aunque le ha valido elogios de la posteri-
dad, y aun de la critica extranjera, ya que en su patria no encontró
oportuna justicia. M. Charles de Mazade en un ensayo que se titula
Le socialisme dans l'Amérique du Siírf, comentó a Monteagudo en estos
términos: «Deja des 1823, ees questions se prcsentaint á I'esprit d'un des
hommcs les plus éminents du Perou — Monteagudo,— qui, banni au len-
demain de l'independence, publicait á Quito un rare et curicux Mé-
tnoire. Monteagudo avait á se detendré d'avoir peu favorisé, comme
ministre peruvien, le progrés des idees démocratiques, et il se fondait
sur l'incompatibilité de ees idees avec le degré de civilization et l'état
moral du pays, aussi bien qu'avec sa situation économiquc. Le ministre
disgracié du Perou, dans ees pages peu connucs et dignes de rester pre-
sentes aux intelligences politiques de l'Amérique du Sud, louchait a la
racine niSme du probléme des destinées du Nouveau Monde. C'est le
probléme qui s'agite encoré aujourd'hui dans des conditions aggravces
par l'effervescence croissante des esprits et par le retcnti'^sement des ré-
ccnts révolutions européennes». M. de Mazade escribía estas páginas en
1852, y puede leerse su ensayo en la Revue des Deux Mondes (livraison
du 15 mai, 1852).
NOTICIA PRELIMINAR 23
leyenda fraf^uada por el odio de contemporáneos
a quienes humillaba con su propia hombría, ha
venido renovándose hasta nuestro tiempo, repetida
por escritores que consideraron verdad «científica»
el dicterio de enconados adversarios, y que nunca
se detuvieron a meditar sobre las obras que hoy
reaparecen, — única prueba auténtica de lo que fué
aquel ag-itado espíritu (14).
Por ser muy hombre lo asesinaron enemigos
anónimos, validos de manos mercenarias, y toda-
vía cuando estaba muerto, compusieron en Lima
este Epitafio macabro :
A DON BERNARDO MONTEAGUDO (W)
Yace aquí para siempre, compatriotas,
El honorable inquisidor de estado,
Protector de serviles y de idiotas
Y opresor de los buenos declarado.
El pretendió tratarnos como ilotas,
Y con no iluminarnos se ha vengado;
Ideas liberales le acabaron;
Ideas liberales le enterraron.
Así lo lapidaban en la honra hasta después de
haberle muerto, los menguados que le abrieron
esa tumba mojada con la sangre de un crimen...
En la parte final de su Memoria (núm. 64),
Monteag-udo escribe en su destierro de Quito, esta
reflexión estoica: «A los que deseen saber mi si-
tuación, después de las vicisitudes que he sufrido,
yo tengo el placer de asegurarles que vivo suelto
de cuidados e inquietudes, libre de rivales, pues
que a nada aspiro, y lleno de gratitud por la hospi-
talidad que he recibido en este país, célebre por su
1,14) Conviene recordar que la procacidad empleada contra Monte-
agudo en el Piala y en el Pacífico, se apareja con la dirigida a San Mar-
tín— igualmente adobada de los mismos dicterios, — y ya sabemos con
cuanta injusticia.
(15) Lo tomo de la obra de Iñíguez Vicuña.
24 NOTICIA PRELIMINAa
patriotismo, y por la sobreabundancia de buenas
cualidades que distinguen a sus habitantes. Su
memoria aumentará en mí el número de aquellas
reflexiones que sirven de descanso al alma, cuan-
do se fatig'a de recordar las calamidades incesan-
tes de la vida. Con respecto al porvenir, estoy
también tranquilo, cualquiera que sea el plan
que las circunstancias me oblig-uen a seguir. Yo
no renuncio a la esperanza de servir a mi país, que
es toda la extensión de América : mi edad me per-
mite todavía formar cálculos, que aunque nece-
siten algunos años para realizarse, me dejan en-
trever a la distancia la satisfacción de salir de
este mundo sin haber vivido en vano». Pocos meses
más tarde le asesinaron en Lima... Monteagudo
contaba apenas 39 años cuando escribía esta me-
ditación. Semejante serenidad ante la desgracia,
y esa confianza en su juventud batalladora, de-
bieron irritar a sus adversarios. No le dejaron
realizar su esperanza. El puñal mercenario del
negro Candelario Espinosa le anticipó la muerte
en plena juventud. Salió de esta vida con el
dolor de creer que hahía vivido en vano, sin com-
prender que su corta existencia había labrado
surco imborrable en la tierra fecunda de varias
naciones. La Argentina, Uruguay, Brasil, Fran-
cia, Inglaterra, los Estados Unidos, Chile, Soli-
via, Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala, viéron-
le como proscripto en la desgracia o como magis-
trado en la buena fortuna, y seis naciones le re-
cuerdan como paladín de su propia historia.
Personalidad tan extensa y tan compleja, no
ha podido ser fácilmente comprendida hasta hoy.
Con la publicación de sus escritos, realizo un
esfuerzo en favor de su nombre, y entiendo reabrir
el proceso de este gran argentino calumniado. Su
vida ha sido contada extensamente por numerosos
biógrafos, entre ellos Iñíguez Vicuña, que por
NOTICIA PRELIMINAH 25
haber sido de los primeros, compensa con su anti-
cipación los muclios errores y lag-unas de su libro ;
más tarde, entre nosotros, por Pelliza y Fregei-
ro (16). Pero la calificación de Monteagudo como
escritor surg'irá espontáneamente de este volumen,
y espero que a él le seguirá una rectificación del
juicio ligero que numerosos comentaristas han for-
mulado sobre su personalidad y su pensamiento,
deformando la imagen real. Cábele grande respon-
sabilidad en ese error, al doctor José M. Ramos
Mejía, que en sus Neurosis nos ha presentado un
Monteagudo histérico y trivial, muy distinto por
cierto del pensador altivo y del enérgico revolu-
cionario que surge de estas páginas. Extraviado
por las novedades europeas de su especialidad,
el ilustre médico escribió su silueta con pluma de
novelista y criterio de psiquiatra, y a fin de que la
preconcebida historia clínica fundamentara el
diagnóstico juvenil, recogió como verdad cuanta
leyenda había acumulado sobre su personaje la
imaginación vengativa de los adversarios (17).
Ningún documento ha demostrado hasta hoy
que Monteagudo fuese mulato, ni enfermizo, ni
libidinoso. Le dijeron primero «hijo de negra», y
después le dijeron «hijo de fraile», a favor del
inexplicable misterio que rodeaba su cuna ; pero
los mejores documentos han esclarecido más bien,
que sus progenitores fueron gentes honradas del
Tucumán, y por de pronto, su padre, un oficial
(16) Todo esto para no mencionar a los autores de pequeñas biogra-
fías como Juan María Gutiérrez, o a los historiadores generales como
López, Mitre, Barros Arana, etc., que hablan de nuestro héroe en sus
obras sobre la emancipación.
(17) Sabido es que el doctor Ramos Mejia escribió las Neurosis en su
mocedad, y esto mitiga un tanto sus errores. Fundar las ciencias na-
turales en el testimonio tradicional, o hacer de la historia un documen-
to clínico, es procedimiento peligroso ya denunciado por Toulouse.
Yo me honré con la amistad del doctor Ramos, y admiro su obra en
otros libros; pero no cumpliría con mi deber si no previniese yo a la
juventud contra ese capítulo de su obra ciertamente vigorosa.
26 NOTICIA PRELIMINAR
calificado de la milicia española (18). Le dijeron
también sibarita, porque se bañaba diariamente,
se pulía las uñas, gustaba del buen vestir y los
perfumes, y esto causaba espanto en un conti-
nente donde la incuria de la propia higiene y
decoro, constituían la tradición colonial (19). En
cuanto a su salud física, ahí está su biografía
para certificarla : sano en campañas duras, cuando
hasta San Martín y Bolívar ciclópeos se enfer-
maban; recio de cuerpo a todos los climas y la-
bores ; recio de mente y voluntad a todas las vicisi-
tudes de su cruel destino. Necesitaron matarle
para veri© flaquear (20). Se le acusó también de
(18) Su padre se llamaba Miguel de Monteagudo, natural de Cuenca
en España. Era a su vez hijo legítimo de don Pedro Monteagudo y de
doña María Alejandro, españoles también, según su testamento fechado
en Tucumán el 20 de mayo de 1825. Don Miguel asistió a la defensa de
Buenos Aires en las invasiones inglesas; fué capitán del ejército patrio
en 1811, según sus biógrafos. Residió en Tucumán antes y después de
la revolución, y en Jujuy antes de 1792. He visto en el Archivo de Jujuy,
documentos a él pertinentes. En cuanto a la madre de Bernardo, unos
dicen que fué doña María Hasmaya, otros doña Catalina Cáceres —
criolla del Tucumán, — y la confusión proviene de que el padre se casó
dos veces y de que en el primer matrimonio el primogénito habría sido
legitimado. Todo induce a pensar que Monteagudo haya sido hijo na-
tural, y que por haber muerto su madre, y por ocultar ese hecho, de-
jara en el misterio su cuna, dimanando de ahí las leyendas sobre su
origen, hoy disipadas en parte por los documentos. Cuando murmu-
raban sobre su origen, él mismo pudo escribir en Buenos Aires: «Yo no
hago alarde de tener entre mis mayores, titulas de nobleza adquiridos
por la intriga y, acaso, por el crimen; pero me lisonjeo de tener unos
padres penetrados de honor y decentes sin ser nobles» (carta a Pueyrre-
dón). Estas palabras encierran probablemente la verdad; pero años más
tarde, el odio y la distancia en países lejanos y que se pagaban de su
aristocracia, como Lima, deformaron todo eso en rencorosas leyendas
en que había su poco de sentimiento antiargentino
(19) A estos pormenores dedica Ramos Mejla en sus ATeurosis nume-
rosos párrafos, con absurdos con el de que se bañaba en la nieve de la
cordillera para calmar sus ardores... La única prueba que conozco so-
bre su vida íntima, es el inventario de 1815(Fregeiro, op. cit., apéndice).
No puede darse mobiliario más sobrio: dos mesas, sillas de paja, un
catre de lona, una cómoda de cuatro cajones, vajilla de loza, etcétera-
Y así se ha escrito su historia... ¿Que usó de escolta y boato como mi-
nistro del Perú? También lo han usado Sarmiento y Sáenz Peña en
nuestro país, con ambiente menos propicio que el de Lima, y con no
sospechada austeridad democrática.
(20; Sabemos por la correspondencia de San Martin y de Bolívar
NOTICIA PEELIMINAR 27
sanguinario, porque intervino en ejecuciones como
la de los Carrera o los sublevados de San Luis,
cuando entonces obraba como órgano visible y
valiente de comités secretos a la manera de la
Loo-ia Lautaro, cuya intimidad nadie conoce ; y
cuando habría que formular un cargo idéntico
contra Moreno que ejecuta a Liniers, contra Cas-
telli que ejecuta a Sanz, contra Rivadavia que
ejecuta a Alzaga o contra San Martín y Belgrano
y Bolívar que erizaron su paso de necesarios
patíbulos, y promulgaron bandos amenazantes
para sembrar el terror (21). El cargo de que fuera
libidinoso, no merece ni siquiera recogerse, pues
sus galanteos con la señorita Pringles en San Luis
o con la señorita Serrano en Lima, tan sólo prue-
ban que se trataba de un hombre, y de un hombre
normal... (22).
Todo eso me interesa aquí, no tanto porque ha
servido para tejer la leyenda d© esta vida, sino
porque con ello se ha deformado su alma y su
mente. Pero ya verá el lector cómo de estos escritos
se alza una personalidad vigorosa, dotada de vasta
cultura para su tiempo, de profunda sensibilidad
varonil, de voluntad heroica y dinámica, forjada
en las fraguas de la revolución ; y cómo este
que ambos enfermaron repetidas veces en plena camp..ña, sin contar
igualmente las enfermedades de Castelli, Moreno, Pueyrredón, Belgra-
no y otros. Monteagudo tuvo más salud física que todos ellos.
(21') Los fusilamientos que se ejecutaron por orden de Belgrano en
Santiago, Tucumán y Jujuy, sin forma de proceso, y sus bandos terro-
ristas como el del 23 de agosto cuando el éxodo jujeño de 1S12, exceden
toda la leyenda del Monteagudo sanguinario. Pero la historia tiene sus
predilectos — y en ella, como en la murmuración contemporánea, — se da
en la bondad o el vituperio caprichosamente a veces. Se habla de la
bondad de Belgrano, y sin duda era bueno, a pesar de esas ejecuciones
y bandos. Monteagudo hizo menos, y para él ha sido la leyenda sinies-
tra... En verdad, unos y otros no hacían sino cumplir como héroes con
sus deberes de tales...
(22) Lo de la Pringles es un honesto martelo, en rivalidad con un
jefe español confinado en San Luis, a quien desplaza, y lo de la Serrano
se reduce a decir que iba a visitarla en su casa la noche que fué asesi-
nado en Lima.
28 NOTICIA PRELIMINAK
nuevo Monteagudo viene armado de un pensa-
miento doctrinario y una capacidad de expresión,
que conmovieron ic?ualmente a los héroes y a los
pueblos. Muchos lo odiaban; alg-unos lo temían:
pero los p^randes lo retuvieron a su lado. Primero
es San Martín quien lo atrae; después Bolívar;
y ambos lo hacen el confidente, el consejero, el
heraldo de su acción. No lo atraían porque adula-
se. Muy al contrario, más bien los sobresaltaba su
presencia; pero lo preferían cerca y no lejos. Así
le ocurrió con xUvear, con Pueyrredón, con O'Hig-
g-ins, y muchísimos otros de la gran genera-
ción. Algo de esto se ve en las cartas de aquellos
días, y de todo ello, tanto como de su obra escrita,
surge una personalidad extraordinaria, pero no
anormal en sentido subalterno. Y este volumen de
sus obras reálzale en pedestal de granito andino,
entre las dos más altas figuras continentales de la
emancipación.
Uno de los argumentos que el doctor Ramos
Mejía ha hecho valer en favor de su o diagnóstico»
contra Monteagudo, es la supuesta versatilidad de
sus ideas; pero hay diferencia profunda entre la
efímera volubilidad de un histérico y el cambio de
doctrina de nuestro personaje, paralelo al de San
Martín, al de Rivadavia, al de Bolívar, al de
Funes, al de todos los proceres ; y sincrónico a los
cambios de la política europea y a los tumbos de
la revolución americana. Aun esa variación es
relativa en Monteagudo, como se verá por sus es-
critos. Hay una línea lógica en su propaganda,
que tiene una tesis central, continua, desde su
iniciación hasta su muerte. Predica en todo mo-
mento la necesidad de abolir la herencia «colonial»
de los españoles y de emancipar el continente.
En torno de este principio, se agitan las ideas sobre
la nueva organización constitucional que debía
darse al continente emancipado, y en esto fluctúa,
NOTICIA PRELIMINAE 29
como todos los héroes de la independencia. Su
alternativa en favor de los ejecutivos uniperso-
nales, se debe a la experiencia interna de la, anar-
quía que ya comenzaba y al vuelco que las ideas de
la revolución europea tuvieron en 1814 y 1815,
con motivo de la caída de Napoleón y las restaura-
ciones de la Santa Alianza, que el desterrado de
1815 vio de cerca en Europa. Sus vacilaciones
sobre unitarismo y federalismo, tienen también su
matiz, pues para Monteagudo, como para San
Martín y Bolívar, la «patria» era la América toda,
y las ideas se presentaban en general muy con-
fusas al respecto, pues unas veces se hablaba de
«los pueblos» en el sentido de las «regiones» unidas
dentro de cada nación federal, como las provin-
cias en la Argentina; y otras d© «los pueblos» en
el sentido de las «naciones» unidas dentro de la
federación continental, como lo entrevio en sus
panfletos de Buenos Aires y lo concretó en su
«Ensayo» sobre el Congreso d© Panamá. Su fe
republicana sufrió también un leve eclipse, pero
esto ocurrió en el Perú, ante la formación étnica
y social de aquel Estado, cuya estructura analiza
objetiva y severamente en su Mevioria, hablando
de sus indios numerosos, de sus esclavos seculares,
de sus zambos abyectos, de sus vanidosos señores.
Sus limitaciones sobre la democracia romántica
deseada en la primera hora, provienen de diez
años de experiencia revolucionaria, y habla enton-
ces de la democracia «posible» en países ignoran-
tes, pobres, tiranizados durante tres siglos. Pero
hay tanta lógica en esto, que fomenta desde su
gobierno peruano la cultura pública, fundando
sociedades educacionales, bibliotecas, escuelas, co-
mo Moreno en Buenos Aires, sin que descubra
©n todo ello nada más que la adaptación «objetiva»
del estadista y hombre de acción a las condiciones
de su medio. Quien lea con estas advertencias sus
30 NOTICIA PRELIMINAR
trabajos, verá que Monteagudo nos da en germen
las ideas que Gorriti, Echeverría, Alberdi, Sar-
miento o Mitre desarrollarán. Si esto es «histeris-
mo», séalo en buena hora, pero demos a las cosas
su verdadero valor, y no nos dejemos extraviar
por palabras de un tecnicismo falsamente cien-
tífico. Y si en el brillo o variedad de ideas de
Monteagudo, finca asimismo su condición de o mu-
lato», convengamos en que también lo habrían
sido Bolívar, ese vasco de alcurnia, y San Martín,
ese caucásico improbable... (23).
La cultura de Monteagudo pasó por dos etapas,
renovando sus ideas y acrecentando su capacidad
literaria. El fondo de su educación, está cons-
tituido por el residuo clásico de la Universidad
de Chuquisaca, más algún rendimiento del enci-
clopedismo francés. Con ese bagaje muévese hasta
1815, fecha de su primera expatriación. Su viaje
de exilado, le llevó a la corte del Janeiro, a París,
a Londres y parece que a los Estados Unidos, y
así pudo en dos años de lectura, experiencia y
meditación, completar su cultura. El fondo clási-
co, donde eran sus predilectos Tácito y Polibio,
se enriqueció con la lectura de Burke y de Bent-
ham (24). Otros autores modernos lo interesaron,
y fuese influjo intelectual de sus nuevas lecturas,
(23) Ignacio Centeno (citado por Fregeiro, op. cit., pág. 149), refiere
que en una fiesta, después de Chacabuco y Maipo, San Martin presentó
a IVIonteagudo ante cierta dama chilena. Como después el Libertador le
preguntara su impresión sobre el recién presentado, la dama contestó:
Parece un hombre de talento y hasta cierto punto distinguido, pero
tiene una mirada de salteador. Monteagudo tenía los ojos negros y ar-
dientes, en su faz morena y pálida de hombre del Tucumán. Quizás
fuese audaz al mirarla; más a pesar de ello, esa dama le encontraba ta-
lento y distinción personal. La sensibilidad femenina es en ello infali-
ble, y por su fe, éste a lo menos era un mulato diverso de los otros...
(24) Cito esos autores, porque en 1815 al inventariar sus bienes para
la confiscación, figuran esos libros como sus lecturas de aquel mo-
mento; pero, desde luego, su erudición era más extensa, si nos atenemos
a las reminiscencias, citas o alusiones de sus escritos.
NOTICIA PRELIMINAE, 31
O natural madurez de los aSos y del silencio, volvió
de Europa con un nuevo estilo, o más bien, con
el viejo ya serenado en formas y en ideas. Los
documentos extremos de esa transición, pudieron
ser: sus discursos de la primera Sociedad Patrió-
tica antes de 1815, más algunos artículos del Már-
tir o Libre; y después de 1815, su Memoria o su
Ensayo. Es en estos dos últimos trabajos en los
que Uega Monteagudo a su plenitud, como hom-
bre, como pensador, como escritor. El hombre
asume en ellos la actitud moral de los más altos
espíritus, volviéndose estoico a fuerza de orgullo
y de dolor; el pensador abarca un horizonte de
ideas políticas más extensas, que interesan a toda
la América, tales como su crítica de la democracia
posible en pueblos incultos, y su credo en favor
de la confederación hispanoamericana ; el escritor,
en fin, alcanza el don difícil de la sobriedad, que
es espontánea sencillez por fuera, y vigorosa pre-
cisión por dentro, dando a la vez, en su desnuda
palabra didáctica, la certidumbre de la propia
fuerza y del destino de América, vibrantes en el
acorde de una sola emoción.
Al comenzar su carrera de publicista, Monte-
agudo exclamaba en la Gaceta: o Escriba con be-
lleza o con desaire, pronuncie errores o sentencias,
declame con celo o con furor, hable con franque-
za o con parcialidad, sé que mi intención será
siempre un problema para unos, mi conducta un
escándalo para otros, y mis esfuerzos una prueba
de heroísmo en el concepto de algunos : me importa
todo eso muy poco, y no me olvidaré lo que decía
Sócrates: «los que sirven a la patria deben con-
tarse felices si antes de elevarles estatuas no les
levantan cadalsos...». Mas a pesar de esos desplan-
tes— frecuentes en él — que rayaban en la soberbia
y el coraje, Monteagudo amaba la gloria. «Desde
la infancia de los tiempos — dijo en la Asamblea
32, NOTICIA PRELIMINAR
de 1813 — ha justificado la experiencia que las vir-
tudes redentoras de la humanidad, no son sino
modificaciones del amor a la g'loria». Cadalsos,
túvolos en su vida, y aún no ha tenido estatuas.
Le hubieran llevado al patíbulo en 1809 cuando
la revolución de la Paz ; le desterraron y confisca-
ron sus muebles en 1815, cuando la caída de
Alvear; lo confinaron a San Luis por intrigas en
1817; lo exilaron del Perú en 1823, poniéndolo
fuera de la ley; y al fin, en premio de su vida
heroica, lo asesinaron en 1825. Su vida fué un
largo martirio mitigado sólo por su fe demagó-
gica; su posteridad, una injusta expiación de crí-
menes y vicios que no cometió. Los enemigos
de Monteagudo han podido con sus calumnias,
más que él con sus sacrificios. Pero se acerca ya
el momento de la verdadera gloria, con la divul-
gación de estas páginas suyas. Dejará Monteagudo
de ser un mito grotesco para convertirse en un
héroe intelectual. T si he dilatado más allá de
mi deseo esta o noticia», es porque necesitaba no
solamente explicar la estructura y origen del pre-
sente volumen, sino prevenir al joven lector que
ha de estudiarlo, contra la leyenda de Monte-
agudo. Léalo con benevolencia y sin prejuicio, mi
joven lector, pues tal es el mejor documento donde
pueda estudiar a tal personaje y conocer muchos
secretos de nuestra revolución y de su historia.
Hallará en estas páginas, no sólo la revelación del
más hábil prosista de la independencia americana,
sino el testimonio de una vida ejemplar, por su
inteligencia, su actividad, su coraje, su estoicis-
mo, su espíritu de sacrificio. Y con sólo verlo así
al héroe nuevo, nuestra generación habrá cum-
plido su deuda de solidaridad y justicia con el
patricio errabundo, cuya tempestuosa vida se dilató
entre el misterio que obscurece su cuna y la tra-
gedia que sombrea su muerte. Su posteridad de
NOTICIA PRELIMINAR 3'J
un sio-lo ha sido el eco, apenas entrecortado, de
sus murmurantes o aullantes calumniadores — pues
tal hablaban los miserables en el contragolpe de
su o-enial agresión; — y hora es ya de que tras las
reparaciones comenzadas por algunos historiado-
res vayamos más lejos aún, oponiendo sus pro-
pias obras a la calumniosa leyenda, porque ellas
son para Mpnteagudo, su mejor monumento, su
verdad y su gloria.
Ricardo Rojas
Buenas Aires, 1915.
LIBRO I
MEMORIA POLÍTICA
(1823)
i
MEMORIA
SOBRE LOS PEINCIPIOS POLÍTICOS QUE SEGUÍ EN LA
ADMINISTRACIÓN DEL PERÚ, Y ACONTECIMIENTOS
POSTERIORES A MI SEPARACIÓN.
Yo sería inconsecuente con los
principios que profeso, si rehusase
apelar al buen sentido del pueblo, o
no me sometiese voluntariamente al
juicio de mis iguales.
1.° Yo no escribo para inflamar pasiones aje-
nas, ni para desahogar las mías: un sentimiento
de respeto a la opinión de los hombres, me obliga
a interrumpir el silencio con .el cual he contestado
siempre a las declamaciones del espíritu de parti-
do y a los argumentos del odio. Por otra parte, des-
pués de haber sido un funcionario público, la dig-
nidad del Ministerio que obtuve exige que no
abandone mis derechos al juicio tumultuario de
mis propios agresores. Mi objeto es defenderme
sin usar de represalias: el improperio y la calum-
nia son las armas que emplean los que no saben
combatir, sino desacreditando su carácter y reve-
lando los misterios vergonzosos de su alma. Yo
dejo a mis enemigos en posesión de sus recursos.
2.° Para vindicarme ante los hombres que
piensan, únicos jueces competentes de mi causa,
me basta exponer los principios políticos que he
seguido, mientras tuve a mi cargo el Ministerio
de Estado y Relaciones Exteriores del Perú. Ellos
han sido proscritos sin examen, y en su lugar se
han proclamado ideas contrarias con el aparato
de un triunfo, al cual han servido de trofeos la
libertad de calumniar, y el empeño de sugerir in-
38 BERNARDO MONTEAGUDO
novaciones, para desagraviar resentimientos. Pero
mis opiniones no dependen de los sucesos de un
día, ni de la malignidad de algunos hombres; y
declaro que ellas serán siempre las mismas, cual-
quiera que sea la distancia a que yo me halle de
los negocios políticos y del teatro de la revolución.
3.° Es imposible juzgar los principios que pro-
fesa un hombre público, sin contraerse a las cir-
cunstancias, que han influido en su conducta. El
fallo que se pronuncie sobre los que yo he seguido,
sólo puede ser exacto, después de considerar el
estado presente del Perú, sin las excepciones que
admite cuanto se diga de él en general. Yo voy
a hablar con toda la franqueza de mi celo, y si en
el fondo de mis pensamientos no se encuentra
siempre el más puro interés por la causa de los
pueblos, consiento en que caiga sobre mi nombre
la indignación de los patriotas virtuosos, cuya ira
nunca se enciende sin justicia. No trato de lison-
jear a ningún partido, sino de exponer los peli-
gros en que todos se hallan, y doy por liltima ga-
rantía de mis intenciones, la protesta de prescin-
dir enteramente de los que, a fuerza de prodi-
garme injurias, han creído envenenar mi ánimo,
y hacerme perder esa inapreciable tranquilidad
que no depende de la conciencia de mis enemigos,
sino de la mía.
4.° El Perú, como todas las antiguas posesio-
nes españolas en el nuevo mundo, sufría tres si-
glos ha el régimen devastador, que había fundado
la espada de algunos aventureros inhumanos. Has-
ta fines del siglo pasado, la España no necesitó
otra fuerza para mantener el sistema colonial, que
la superstición e ignorancia de los pueblos. Algu-
nas explosiones parciales se dejaban sentir de tiem-
po en tiempo ; pero ellas no excitaban en la metró-
poli inquietud, sino venganza ; aunque bastaban
para avisar a los políticos, que existía en la pobla-
ción de América una masa inflamable, que tarde
o temprano presentaría el horrible espectáculo de
un incendio universal en la mitad del globo.
5.° La revolución de los establecimientos in-
OBRAS POLÍTICAS -39
gleses en Norte América, y la estrepitosa alarma
que dio la Francia al universo, despertaron en las
colonias españolas el espíritu de resistencia. El
entusiasmo con que ambas naciones llamaron al
género humano, para que entrase en la época de
los grandes sucesos, liizo pensar sobre su suerte
a los americanos del sur. Entonces empezaron a
sentir la opresión, que antes sufrían con una pa-
ciencia supersticiosa, que se confundía con los
actos espontáneos de la voluntad. Para quejarse
de usurpación, es preciso conocer los derecbos que
se defraudan ; y mientras cada americano creía
que su libertad consistía en obedecer, ninguno se
consideraba esclavo, porque la opinión gobierna
a los hombres y fija siempre el carácter de ¡sus sen-
timientos.
6.° El ejemplo cambió repentinamente esta
opinión: el clamor de independencia resonó en di-
versas partes del continente, y bien presto se gene-
ralizó la idea de sacudir un yugo, que era natural
aborrecer con vehemencia, después que se había
respetado con fanatismo. La transición de un ex-
tremo a otro, es la alternativa que siguen las afec-
ciones humanas.
7.° Con la idea de independencia empezaron
también a difundirse nociones generales acerca
de los derechos del hombre: mas éste era un len-
guaje que muy pocos entendían: la ciencia que
enseña los derechos y las obligaciones sociales, es
vasta y complicada: ella exige un largo aprendi-
zaje, y la historia de todos los pueblos, sin excep-
tuar uno solo, demuestra que en nada es tan lenta
la marcha del género humano, como en el conoci-
miento práctico del término de las relaciones que
unen a los gobiernos y a sus subditos.
8." No era de esperar que la población ameri-
cana adquiriese nuevos principios con la rapidez
que había cambiado de sentimientos. Detestar para
siempre la dominación española, y convertir el
suelo patrio en una espantosa soledad, antes que
depender de los herederos de Pizarro y Cortés ;
estos eran los votos generales que sin ambigüedad,
40 BERNARDO MONTEAGUDO
sin discusión y con certidumbre de su importan-
cia, hicieron todos los habitantes de estas regio-
nes. Desde el Río de la Plata basta la nueva Ca-
lifornia, la guerra se emprendió con este objeto;
y nadie pensaba en otra cosa, que en destruir a los
españoles, a excepción de algunos, que teniendo
más previsión, o más osadía intelectual, trazaban
ya los planes constitucionales que cada uno creía
más análogos a la sección en que se bailaba.
9.° Las armas americanas empezaron a triun-
far; el orgullo que causa la victoria exaltó las
imaginaciones, y el celo se convirtió en pasión:
desde entonces los hombres que habían inflamado
el odio contra los españoles, creyeron que para di-
fundir el amor a la libertad era preciso propagar
principios que embriagasen a los pueblos con la
esperanza de una absoluta democracia. Este fué
en aquella época un error excusable, porque hay
circunstancias en las cuales no se pueden cometer
sino faltas (1).
10. La fortuna en los primeros combates fué,
por decirlo así, el vehículo de aquellos principios:
bien presto se sintió su efecto: asomó la hidra de
la discordia, y jn, fué preciso combatir a los que
peleaban contra la independencia y los que ataca-
ban la unidad. Unas veces la ambición y otras la
ignorancia, levantaban el estandarte seductor de
la igualdad mal entendida, contra los verdaderos
intereses de la independencia proclamada.
IL Todo el continente había probado las vici-
situdes de esta doble lucha con excepción del anti-
guo virreinato del Peni, donde el despotismo con-
servaba el apoyo de la fuerza, y con un triple muro
de cadalsos impedía la entrada al espíritu de in-
surrección. La sangre y los tesoros de la tierra
del sol, se empleaban para apagar la llama sagra-
da que había encendido el amor a la independen-
cia; y desde el Ecuador hasta el Río de la Plata,
el nombre de la capital de Lima hacía estremecer
de indignación a los que habían tomado las armas,
(1) El cardenal de Reiz.
OBRAS POLÍTICAS 41
no para vengar sus propios ultrajes, sino los de
toda la gran familia americana.
12. Sin embargo, los habitantes del Perú en
general estaban ya animados del mismo senti-
miento : sus opresores lo habían difundido a fuerza
de contrariarlo. Cada proclama en que proscri-
bían los nuevos principios, servían para hacerlos
abrazar a los que no habían reflexionado sobre ellos.
Todos querían la independencia, y los que se
creían llamados a dirigir esta obra, después de
haber oído por el espacio de diez años defender
con ardor, e impugnar a sangre y fuego la liber-
tad y la igualdad, esperaban con impaciencia el
momento de poder rivalizar a los más acalorados
defensores del Contrato Social.
13. Tal era el estado político del país en 1820,
cuando el ejército unido Libertador desembarcó
en las costas del Perú, y anunció a los españoles
que allí estaban los que jamás habían recibido
heridas por la espalda. No es mi objeto entrar en
los detalles de esta campaña memorable, porque
es imposible reducir a un episodio el argumento
de un heroico drama. Yo me contraigo por ahora
al resultado de sus esfuerzos, que fué la ocupación
de Lima en el mes de julio de 1821 y a la parte
que desde entonces tuve en el gobierno del Perú.
14. Hasta 1.° de enero de 1822 estuvo a mi
cargo el Ministerio de Guerra y Marina, cuyas
funciones había desempeñado en toda la campaña:
en aquel día pasé a servir el de Estado y Relacio-
nes Exteriores, y entré en la época de mi maj^or
responsabilidad, porque en la primera, mis debe-
res estaban limitados a la parte administrativa,
que en nuestro sistema y circunstancia no exigía
sino un trabajo asiduo, pero material. Es tiempo
que hable de la marcha que me propuse seguir en
el nuevo departamento a que fui promovido.
15. Luego que tomé posesión de él, conocí que
se me abría un vasto campo de gloria y de peli-
gros. Confieso que amo la gloria con pasión, y que
los peligros, después de catorce años que he vivido
en ellos, han perdido para mí el prestigio que lof?
42 BERNARDO MONTEAGUDO
hace formidables. Sin embargo, como esto no basta
para llenar grandes deberes, desesperaba de todos
mis recursos, menos de mi celo : éste es infatiga-
ble, porque nada sé emprender a medias: mis ene-
migos no negarán, que mientras be tenido carác-
ter público, yo he trabajado más de lo que podía
esperarse de un solo hombre: la constancia de-
pendía de mí solo: el acierto era obra de las cir-
cunstancias.
16. Desde el 25 de mayo de 1809, mis pensa-
mientos y todo mi ser estaban consagrados a la
revolución: me hallaba accidentalmente en la ciu-
dad de la Plata, cuando aquel pueblo heroico y ve-
hemente en todos sus sentimientos, dio el primer
ejemplo de rebelión: entonces no tenía otro nom-
bre, porque el buen éxito es el que cambia las de-
nominaciones. Yo tomé una parte activa en aquel
negocio con el honrado general Arenales y otros
eminentes patriotas, que han sido víctimas de los
españoles. Desde aquel día vivo gratuitamente: una
vez condenado a muerte y otras próximo a encon-
trarla, yo no pensé sobrevivir a tanto riesgo.
17. Mis enormes padecimientos por iina parte,
y las ideas demasiado inexactas que entonces te-
nía de la naturaleza de los gobiernos, me hicieron
abrazar con fanatismo el sistema democrático. El
Pacto Social de Rousseau y otros escritos de este
género, me parecía que aun eran favorables al
despotismo. De los periódicos que he publicado
en la revolución, ninguno he escrito con más ar-
dor que el Mártir o^ Libre, que daba en Buenos
Aires: ser patriota sin ser frenético por la demo-
cracia era para mí una contradicción, y este era
mi texto. Para expiar mis primeros errores, yo
publiqué en Chile, en 1819, El Censor de la Revo-
lución: ya estaba sano de esa especie de fiebre
mental, que casi todos hemos padecido; y ¡des-
graciado el que eon tiempo no se cura de ella !
18. Cuando llegó al Perú el ejército liberta-
dor, mis ideas estaban marcadas con el sello de
doce años de revolución. Los horrores de la gue-
rra civil, el atraso de la carrera de la independen-
OBRAS POLÍTICAS 43
cia, la ruina de mil familias sacrificadas por prin-
cipios absurdos, en fin, todas las viscisitudes de
que había sido espectador o víctima, me hacían
pensar, naturalmente, que era preciso precaver las
causas de tan espantosos efectos. El furor demo-
crático, y algunas veces la adhesión al sistema
federal, han sido para los pueblos de América la
funesta caja que abrió Epimeteo, después que la
belleza de la obra de Vulcano sedujo su impru-
dencia.
19. Penetrado de estos sentimientos, yo no
podía ser infiel a ellos, cuando las circunstancias
me daban una parte activa en la dirección de los
negocios. Al tomar sobre mí la que me cabía de
tan enorme peso, escribí en la tabla de mis debe-
res los principios que mi conciencia me dictaba.
Los he seguido con puntualidad, y los profeso con
firmeza, porque mil veces sería víctima de la re-
volución, antes que cambiarlos. Yo ruego que se
examinen sin parcialidad, no por miramiento a
mi individuo, sino a los grandes intereses que se
versan en esta contienda.
20. Aunque el Perú tenía los mismos motivos
de resentimiento contra el gobierno peninsular
que el resto de América, en ninguna parte estaba
más radicado su influjo, por el mayor número de
españoles que existían en aquel territorio, por la
gran masa de sus capitales y por otras razones pe-
culiares a su población. El odio a los desoladores
del nuevo mundo, había sido en los demás países
el agente principal de la revolución: la fuerza de
este resorte estaba conocida: digámoslo francamen-
te: con excepción de algunas docenas de hombres,
el resto de los habitantes no tuvieron más objeto
al principio, que arrancar a los españoles el poder
de que abusaban, y complacerse a vista del con-
traste que debía formar su semblante despavorido
y humillado, con esa frente altanera donde los
amerieanos leían desde la infancia el destino ig-
nominioso de su vida.
21. Era preciso g-eneralizar este sentimiento
en el Perú y convertirlo en una pasión popular.
44 BERNARDO MONTEAGUDO
que haciendo tomar un fuerte interés por la causa
de la independencia, borrase hasta los vestigios
de esa veneración habitual que los hombres tribu-
tan involuntariamente a los que por mucho tiempo
han estado en posesión de hacerlos desgraciados.
He aquí el primer principio de mi conducta pú-
blica. Yo empleé todos los medios que estaban a
mi alcance para inflamar el odio contra los espa-
ñoles: sugerí medidas de severidad, y siempre es-
tuve pronto a apoyar las que tenían por objeto
disminuir su niímero y debilitar su influjo público
y privado. Este era en mí sistema, y no pasión: yo
no podía aborrecer a una porción de miserables
que no conocía, y que apreciaba en general, por-
que prescindiendo de los intereses de América,
es justo confesar que los españoles tienen virtu-
des eminentes, dignas de imitación y respeto.
22. Cuando el ejército libertador llegó a las
costas del Perú, existían en Lima más de diez mil
españoles distribuidos en todos los rangos de la
sociedad; y por los estados que pasó el Presidente
del Departamento al Ministerio de Estado, poco
antes de mi separación, no llegaban a seiscientos
los que quedaban en la capital. Esto es hacer revo-
lución, porque creer que se puede entablar un
nuevo orden de eosas con los mismos elementos
que se oponen a él, es una quimera. Unos salie-
ron voluntariamente y otros forzados, aunque to-
dos lo eran, porque conocían su situación; y yo
tenía buen cuidado de aumentar sus sobresaltos,
para que ahorrasen al gobierno la incomodidad
de multiplicar intimaciones.
23. No quiero atribuirme lo que no me perte-
nece: las órdenes ejecutivas para que saliesen los
españoles que fueron en el «Milagro» y otros bu-
ques, emanaron del Marqués de Trujillo, que era
entonces Supremo Delegado: yo aplaudí y coad-
yuvé su celo, porqué estaba de acuerdo con el mío.
Las medidas que se adoptaron contra una parte
de sus bienes, más tuvieron por objeto interesar
en su salida a la clase menesterosa, que en estos
casos calcula siempre a su modo, que enriquecer
OBRAS POLÍTICAS 45
el tesoro. Ya uo era tiempo de pensarlo, pues to-
dos los habitantes de Lima saben, que con mucha
anticipación, los españoles pudientes habían sa-
cado sus caudales, y los demás fácilmente oculta-
ban lo que tenían, porque era poco. Los que han
declamado sobre esto, han declamado para sí so-
los: yo no temo las acusaciones que carecen de
argumento y de pruebas.
24. El segundo principio que seguí en mi ad-
ministración fué restringir las ideas democráticas:
bien sabía que para atraerme el aura popular, no
necesitaba más que fomentarlas; pero quise hacer
el peligroso experimento de sofocar en su origen
la causa, que en otras partes nos había producido
tantos males. El ejemplo empezaba a formar un
torrente: yo conocía que no era fácil detenerlo, y
que después sería más difícil hacerlo retrogradar:
me decidí por el primer partido, porque a más de
estar convencido de su justicia, no me era indife-
rente la gloria de dar a la opinión un impulso,
que aunque se interrumpa, la experiencia lo reno-
vará con mejor éxito. ¡ Ojalá que las desgracias
no ejerciten el terrible ministerio de hacer llorar a
los pueblos su desengaño !
25. Para demostrar que las ideas democráti-
cas son absolutamente inadaptables en el Perú,
yo no citaré al autor del Espíritu de las LL., ni
buscaré en los archivos del género humano argu-
mentos de analogía, que mientras no varíe su cons-
titución física y moral, probarán siempre lo mis-
mo en igualdad de circunstancias. Las autorida-
des y los ejemplos persuaden poco, cuando las ilu-
siones del momento son las que dan la ley. Sólo un
raciocinio práctico puede entonces suspender el
encanto de las bellezas ideales y hacer soportable
el aspecto severo de la verdad.
26. Yo pienso que antes de decidir si las ideas
democráticas son o no adaptables en el Perú, es
preciso examinar la moral del pueblo, el estado
de su civilización, la proporción en que está dis-
tribuida la masa de su riqueza y las mutuas rela-
ciones que existen entre las varias clases que for-
46 BERNARDO MOXTEAGUDO
man aquella sociedad. He reducido a estos cuatro
principios cuanto se ha diclio por los mejores
maestros de la ciencia de gobierno, y en su elec-
ción lie seguido mis propias observaciones, sin
tomar ningún sistema por modelo: mi plan es in-
dicar lieelios que nadie ponga en duda, y que cada
uno amplíe sus reflexiones hasta donde j'o no puedo
extenderlas por miramientos, que no será difícil
penetrar.
27. La moral de los habitantes del Perú, con-
siderada con respecto al orden civil, no podía ser
otra que la de un pueblo que ha sido esclavo hasta
el ano 21 y que aun lo es en mucha parte de su te-
rritorio. La censura a que están sujetas sus cos-
tumbres en este punto de vista, es un argumento
de exageración contra la España y un motivo más
para sustraer aquel país a las nuevas desgracias
en que se vería envuelto por la falta de sobriedad
en la reforma de sus instituciones. Sus principa-
les y más antiguos hábitos han sido obedecer a la
fuerza, porque antes nunca ha gobernado la ley:
servir con sumisión para desarmar la violencia y
ser menos desgraciado: atribuir a las clases pri-
vilegiadas esos derechos imaginarios que todo go-
bierno despótico sanciona, interesado en exaltar a
los primeros que oprime, para que éstos sean opre-
sores a su turno: en fin, ser todos en general es-
clavos y tiranos a la vez, desde los que ocupaban
el rango más elevado, hasta los que dirigían el
trabajo de los negros en las plantaciones de la
Costa. La cadena era siempre la misma, aunque
algunos eslabones brillasen más que otros.
28. La virtud y el mérito sólo servían para
atraer los rayos del despotismo sobre las cabezas
más ilustres. Una inversión total en el objeto y en
los medios de ser feliz, hacía buscar los honores
y las recompensas por las sendas más extravia-
das de la moral pública: el dinero suplía la ido-
neidad, la adulación valía más que la modestia,
y las siiplicas interpuestas, por medio de blandas
voces, alcanzaban lo que no podía obtener el he-
roísmo de algunos peruanos superiores a los obs-
OBRAS POLÍTICAS 47
táculos de su educación y a las costumbres de su
siglo.
29. Uu pueblo que acaba de estar sujeto a la
calamidad de seguir tan perniciosos liábitos, es
incapaz de ser gobernado por principios democrá-
ticos. Nada importa mudar de lenguaje, mientras
los sentimientos no se cambian; y exigir repenti-
namente nuevas costumbres, antes que haya pre-
cedido una serie de actos contrarios a los ante-
riores, es poner a los pueblos en la necesidad de
hacer una mezcla monstruosa de las afecciones
opuestas que producen la altanería democrática y
el envilecimiento colonial. De aquí resulta esta
lucha continua entre el gobierno y el pueblo, que
unas veces obedece como esclavo y otras quiere
mandar como tirano: tan presto recibe las refor-
mas con veneración, como trata de abolirías des-
plegando el orgullo legislativo, que es inherente a
la democracia: cada uno en su clase se esfuerza a
conservar las prerrogativas y ascendiente que an-
tes gozaba, y al primer grito de un ambicioso de-
magogo, todos gritan igualdad, sin entenderla ni
desearla; en fin, los empleos se solicitan sin tra-
illa jar por merecerlos, y los descontentos que for-
man el mayor número, denuncian como una in-
fracción de los derechos del pueblo la repulsa de
sus pretensiones.
■iÚ. El estado de la civilización del Perú es
proporcionado a la latitud que concedían las le-
yes y repetidas cédulas que la generosidad de los
rej-es de España dictaba en favor nuestro. La
educación de un pueblo destinado a la obediencia
pasiva se reduce a hacer a los hombres metafísicos,
para que nunca descubran sus derechos en ese caos
de abstracciones donde toda idea práctica desapa-
rece. Algunos sabios que se formaban como por sor-
presa en el fondo de la soledad, han procurado
en varios tiempos introducir el estudio de las cien-
cias exactas y naturales, al menos con aplicación
a los usos más necesarios de la sociedad. Sus es-
fuerzos, aunque han tenido algún efecto, no han
podido extenderse más allá del estrecho círculo
48 BERNARDO MOM'EAGUDO
a que los limitaban los cautelosos permisos de la
corte de Madrid. Entre tanto, la masa de la po-
blación seg'uía siempre sepultada en las tinieblas
y su ignorancia llenaba de placer a los españoles,
porque era natural se deleitasen en contemplar la
obra de sus manos y en calcular la duración de su
imperio por la fuerza de las preocupaciones en que
se apoyaba.
31. Yo quiero abora contraerme a la clase de
ilustración, que exige el gobierno democrático,
para que sea realizable. Todo el que tiene alguna
parte en el poder civil, debe conocer la naturaleza
y término de sus atribuciones, y la relación que
éstas dicen al sistema administrativo en general.
En el gobierno democrático, cada ciudadano es
un funcionario público: la diferencia sólo está en
el tiempo y modo de ejercitar esa espeeie de ma-
gistratura que le dan las leyes: el mayor número
usa de este derecbo en las asambleas electorales y
los demás en la tribuna. Pero la frecuencia de las
elecciones aumenta sin cesar la lista de los candi-
datos y exige un sobrante indefectible de hombres
capaces de administrar los intereses de su país,
que supone en circulación las luces necesarias pargt
llenar esta continua demanda. Por desgracia, la
mayor parte de la población del Perú carece de
aquellos conocimientos, sin los cuales es imposible
desempeñar tan difíciles tareas. El estudio de la
política y de la legislación, ba sido basta aquí tan
peligrosa como inútil: la ciencia económica esta-
ba en diametral oposición con las leyes coloniales :
la diplomacia no tenía objeto, y habría sido tan
superfino contraerse a ella, como aprender en Li-
ma el Deidam de los Bracmanes: en una palabra,
todos los conocimientos que son accesorios a estas
ciencias, o no había medios para adquirirlos, o
era preciso arrostrar anatemas para no ignorarlos.
Yo pregunto, si el pequeño número de los que han
cultivado aquellas ciencias, es capaz de suplir el
inmenso déficit que se encuentra en la totalidad
de la población, para poder realizar las formas
democráticas.
OBRAS POLÍTICAS 49
32. La proporción en que está distribuida la
riqueza nacional, que es la suma de las fortunas
particulares, merece un examen no menos dete-
nido; porque después de las luces, nada determina
tanto como las riquezas, el gobierno de que es
capaz un pueblo. Cuando la generalidad de los
habitantes de un país puede vivir independiente
con el producto que le rinde el capital, hacienda
o industria que posee, cada individuo goza de
más libertad en sus acciones y está menos expues-
to a renunciar sus derechos por temor, o vender-
los a vil precio, porque así lo compra todo el po-
deroso al miserable. Es verdad que los que viven
en la abundancia, pueden ser alguna vez tan co-
rrompidos como los que gimen en la miseria •., pero
no es probable, que todos los que cuentan con una
subsistencia segura, vendan su voto en las asam-
bleas del pueblo; prostituyan su carácter en el
seno de la representación nacional, busquen los
empleos con bajeza, para abusar de ellos ; prepa-
ren los tumultos y se reúnan en las plazas públi-
cas a gritar con el despecho de la mendicidad. El
que posee un capital de cualquiera especie con el
cual puede satisfacer sus necesidades, sólo se in-
teresa en el orden, que es el principal agente de
la producción: el hábito de pensar sobre lo que
perjudica o favorece a sus intereses, le sugiere
nociones exactas acerca del derecho de propiedad;
y aunque ignore la teoría de los demás, conoce
su naturaleza por reflexión y por práctica. Donde
existen tales elementos, no sería difícil establecer
la democracia.
33. Examinemos la situación del Perú en este
punto de vista. Calculando su extensión, fecundi-
dad y producciones que encierra en los tres reinos
de la naturaleza, ciertamente es uno de los países
más opulentos del globo a los ojos de un filósofo.
Pero si se considera su riqueza económicamente y
sólo se estiman los valores que están actualmente
en circulación, dista mucho de poderse igualar
aún a los Estados que se hallan en la mediocridad.
La falta de datos estadísticos en unos pueblos cuyo
4
50 BERNABDO MONTE AGUDO
gobierno lia ignorado la aritmética política, no
permite avaluar su riqueza con exactitud, aunque
para mi objeto basta observar por mayor la pro-
porción en que ella está distribuida. La cantidad
más considerable resulta del precio de las fincas
rústicas o urbanas, y en especial de las primeras,
por los valores que en ellas se acumulan para las
tareas de la agricultura, o para las mezquinas fá-
bricas que permitía el gobierno español. Las más,
o están vinculadas en cierto número de familias,
o lo que es peor, pertenecen a manos muertas. El
número de los particulares propietarios de bienes
raíces, sobre ser muy corto en proporción a la su-
perficie del territorio y al total de sus habitantes,
son pocos los que no están gravados con pensiones
a favor de las clases monopolistas. A esto se agre-
ga, que atendida la poca demanda que bay de
bienes raíces por la falta de capitales, su precio es
muy bajo en el mercado, y la renta que producen,
deducidas las pensiones ordinarias, en general no
basta para que sus poseedores puedan vivir inde-
pendientes.
34. Los capitales del Perú, siguiendo la acep-
ción económica de esta voz, aun se hallan distri-
buidos en menor número de individuos, porque los
obstáculos que hasta aquí se han puesto a la pro-
ducción, no han permitido que aquéllos se multipli-
quen, para que en proporción se difundan. El di-
nero, que siendo una mercancía intermediaria in-
fluye en el aumento de las demás, es escaso y se
halla en pocas manos: las materias primeras y to-
dos los otros productos, cuya acumulación forman
los capitales, no corresponde a la demanda que
se hace de ellos, ni pasan de un estrecho círculo
en cada provincia. Con respecto a la industria
del Perú, apenas hay materia para un análisis:
ella supone, como lo observan los economistas, un
gran número de sabios, que conozcan las leyes de
la naturaleza: mayor número de emprendedores,
que apliquen los conocimientos de aquéllos para
dar utilidad a las cosas, y obreros que ejerciten
las varias tareas que exige la subdivisión del tra-
i
1
OBRAS POLÍTICAS 51
bajo. A excepción de esta última clase, que tam-
poco es capaz sino de aquello a que está acostum-
brada, es doloroso tener que decir, que las dos
primeras no existen: hay sabios en el Perú, pero
no son de aquella clase que necesita la industria
para inventar y perfeccionar sus productos: los
emprendedores están reducidos a obrar por rutina,
y ofrecer en el mercado algunos artículos para los
usos más comunes y casi siempre para las últimas
clases. El resultado es, que la distribución de ca-
pitales de industria en el Perú, no asegura la in-
dependa individual de sus habitantes, de un modo
adecuado al espíritu de las instituciones demo-
cráticas.
35. Las mutuas relaciones que existen entre
las varias clases que forman la sociedad del Perú,
tocan al máximum de la contradicción con los
principios democráticos. La diversidad de condi-
ciones y multitud de castas, la fuerte aversión que
se profesan unas a otras, el carácter diametral-
mente opuesto de cada una de ellas, en fin, la di-
ferencia en las ideas, en los usos, en las costum-
bres, en las necesidades y en los medios de satis-
facerlas, presentan un cuadro de antipatías e in-
tereses encontrados, que amenazan la existencia
social, si un gobierno sabio y vigoroso no previe-
ne su influjo. Este peligro es hoy tanto más gra-
ve, cuanto más se han relajado los miramientos y
habitudes que servían de freno a las animosidades
recíprocas: ellas serán más vehementes y funes-
tas a proporción que se generalicen las ideas de-
mocráticas, y los mismos que ahora las fomentan,
serán acaso las primeras víctimas.
36. Aun los hombres que piensan y son capa-
ces de analizar los nuevos principios que adoptan,
cometen frecuentes errores en su aplicación; hasta
que la experiencia rectifica su juicio. Las diver-
sas castas que forman la mayor parte de la pobla-
ción del Peni, lejos de poder entrar en el análisis
de la más simple idea, apenas ejercitan su inte-
ligencia, porque la política feroz de los españoles
empleaba todos los medios de extinguirla. En tal
52 BERNARDO MO> TE AGUDO
estado, y sin más criterio que aquel de que sou
susceptibles los hombres oprimidos e insultados
por continuos ultrajes, naturalmente creen al oir
proclamar la libertad y la igualdad, que la obe-
diencia ha cesado ya de ser un deber; que el res-
peto a los magistrados es un favor que se les dis-
pensa, y no un homenaje que se rinde a la autori-
dad que ejercen; que todas las condiciones son
iguales, no sólo ante la ley, porque ésta es una res-
tricción que no comprenden, sino en la más absur-
da latitud del significado que admite la igualdad;
y en fin, que es llegado el tiempo en que si se les
niega el ejercicio de sus quiméricos derechos, ha-
gan valer el número y robustez de sus brazos en-
durecidos en las fatigas de la servidumbre, y de-
masiado desiguales en fuerza, respecto de los que
animan a la democracia con escritos, que se re-
sienten de la debilidad de su complexión. Es ne-
cesario concluir de todo, que las relaciones que
existen entre amos y esclavos, entre razas que se
detestan, y entre hombres que forman tantas sub-
divisiones sociales, cuantas modificaciones hay en
su color, son enteramente incompatibles con las
ideas democráticas.
•j7. Expuestas las razones que tuve para res-
tringir aquellas ideas, voy a hablar del tercer prin-
cipio que me propuse seguir en mi administración:
fomentar la instrucción pública y remover todos
los obstáculos que la retardan. Yo creo, que el
mejor modo de ser liberal, y el único que puede
servir de garantía a las nuevas instituciones que
se adopten, es colocar la presente generación a
nivel con su siglo, y unirla al mundo ilustrado por
medio de las ideas y pensamientos, que hasta aquí
han sido prohibidos, para que la separación durase
más. Esta es la empresa más digna del celo y de
la perseverancia de los verdaderos patriotas: este
es el medio de disponer los pueblos a recibir esas
reformas, que la oportunidad hace saludables, y
que siendo extemporáneas, envenenan la sociedad
y la destruyen: este era, en fin, el proyecto que
más me ocupaba en medio de mis grandes tareas.
OBRAS POLÍTICAS 53
y a pesar de los obstáculos que la guerra y la es-
casez de fondos oponían a mis empresas. Yo reci-
bo ahora mismo la remuneración de mis deseos,
pues recuerdo con placer, que hice por mi parte
cuanto pude, y que mis intenciones eran las más
puras y sinceras: lo digo con firmeza porque no
temo que mi conciencia alce la voz y me desmienta.
38. En mi exposición de las tareas administra-
tivas del gobierno hasta el 15 de julio, detallé las
medidas a que había cooperado con este objeto:
la Biblioteca pública es un establecimiento digno
de la capital del Perú, y me queda la satisfacción
de haberlo dejado casi concluido. En el estado
actual de los conocimientos humanos, el mejor
medio de generalizarlos es adoptar en todas par-
tes el sistema de enseñanza recíproca: una de las
instrucciones que di al señor Cabero cuando pasó
a Chile en comisión diplomática, fué que hiciese
proposiciones a Mr. Thompson, miembro de la so-
ciedad lancasteriana de Londres, que se hallaba
en aquel país para que viniese a Lima: en el poco
tiempo que medió desde su llegada hasta mi sali-
da, se hicieron los preparativos para este estable-
cimiento, al cual espero se le dé toda la extensión
que yo deseaba. Mi plan era formar un Ateneo
en el Colegio de San Pedro, y concentrar allí la
enseñanza de todas las ciencias y bellas artes, con
cuya mira escogí una parte de aquel edificio para
la Biblioteca pública. Yo consultaba frecuente-
mente mis ideas con varios hombres, que para mí
serán siempre respetables por su literatura y pro-
bidad; y no dudaba del buen éxito, porque conta-
ba con su celo: la constancia y la buena intención
eran el único fondo con que yo pensaba contribuir
a estas empresas.
39. El último principio que me propuse por
norma de mi conducta pública, fué preparar la
opinión del Perú a recibir un gobierno constitu-
cional, que tenga todo el vigor necesario para
mantener la independencia del Estado y consoli-
dar el orden interior, sin que pueda usurpar la
libertad civil, que la constitución conceda al pue-
54 BERNARDO MONTEAGÜDO
blo, atendidas las circunstancias políticas y mora-
les en que actualmente se halla. El Perú, como
todo Estado que acaba nuevamente de formarse,
necesita suplir la respetabilidad que imprime el
tiempo a las instituciones humanas, con la mayor
energía en las atribuciones y ejercicio del poder
ejecutivo, a quien toca defender los derechos que
emanan de la independencia nacional. Cuando un
gobierno empieza a existir por sí solo, su situa-
ción respecto de los que ya se hallan establecidos,
es la más desventajosa y desigual, tanto en la paz
como en la guerra: esta es la lucha de un ser re-
cientemente organizado, con otros que han llega-
do al colmo de su robustez. Por más que estudie
sus intereses políticos, no puede conocerlos en
toda su extensión, porque sólo una larga experien-
cia es capaz de descubrir las combinaciones que
admiten con los de otros estados; y para terminar
las diferencias que el mismo desenlace de los su-
cesos produce necesariamente, al fin es preciso ba-
tirse o negociar: en ambos casos, no es difícil de-
cidir de parte de quién se halla la superioridad.
Los gobiernos antiguos tienen más medios dispo-
nibles para emprender la guerra, más crédito para
hacer valer sus pretensiones, más astucia para di-
rigirlas y menos consideración a los gobiernos na-
cientes: éstos, por el contrario, agotados por la
contienda que generalmente precede a su existen-
cia, no pueden renovarla sin dobles sacrificios: el
nuevo rango que ocupan entre las naciones, hacen
mirar con desdén y celos sus empresas: inexper-
tos en el giro de las transacciones diplomáticas,
obran con desconfianza y calculan con timidez:
en fin, el prestigio de la antigüedad les hace pa-
gar a despecho suyo un tributo de consideración,
que entre los gobiernos como entre los particula-
res, disminuye casi siempre la osadía de sus de-
signios y la firmeza de sus determinaciones.
40. Sólo un gobierno eminentemente vigoroso,
capaz de deliberar sin embarazo y de ejecutar con
rapidez, podrá equilibrar tan grandes desventajas,
teniendo al menos siempre expedito el primer re-
OBEAS POLÍTICAS 55
curso para todas las empresas, que es la resolu-
ción. Pero si en los conflictos teme más los ama-
gos de la democracia, que las hostilidades exter-
nas; si él no es sino un siervo de las asambleas o
congresos, y no una parte integrante del poder
nacional; si las medidas que necesitan el voto le-
gislativo se entorpecen por celos o se frustran por
la suspicacia popular; últimamente, si en vez de
encontrar el gobierno apoyo para sus planes, los
demagogos fomentan contra ellos un maligno es-
pionaje que paraliza su curso, se hallará inferior
en todo a las demás potencias con quienes tenga
que batirse o negociar.
41. La consolidación del orden interior, toda-
vía exige en el gobierno mayor grado de fuerza
orgánica para vencer la vehemente y continua re-
sistencia de los hábitos contrarios. Después de
una espantosa revolución, cuyo término se aleja
de día en día, no es posible dejar de estremecerse,
al contemplar el cuadro que ofrecerá el Perú,
cuando todo su territorio esté libre de españoles, y
sea la hora de reprimir las pasiones inflamadas por
tantos años: entonces se acabarán de conocer los
infernales efectos del espíritu democrático: enton-
ces desplegarán las varias razas de aquella pobla-
ción el odio que se profesan y el ascendiente que
adquieran por las circunstancias de la guerra: en-
tonces el espíritu de localidad, se presentará ar-
mado de las quejas y resentimientos que tiene
cada provincia contra otra; y si el gobierno no es
bastante vigoroso para mantener siempre la su-
perioridad en tales contiendas, la anarquía levan-
tará su trono sobre cadáveres, y el tirano que suce-
da a su imperio, se recibirá como un don del cielo,
porque tal es el destino de los pueblos, que en cier-
tos tiempos llaman felicidad a la desgracia que
los salva de otras mayores.
42. Pero ¡ mil veces desgraciado el Peni, si
en medio de aquellas oscilaciones busca la tabla
del naufragio en el sistema federal! Como indivi-
duo de la sociedad humana, yo deseo que el país
de donde ha venido este ejemplo, conserve y au-
56 BERNARDO MONTEAGüDO
mente su prosperidad ; yo deseo que reciba la san-
ción de los siglos, y que llegue a servir de modelo,
pues hasta aquí no es más que un peligroso expe-
rimento, como observa uno de sus mejores políti-
cos: cuarenta años de duración prueban poco a fa-
vor de su estabilidad. Mas si el Peni quiere adop-
tar la forma de los Estados Unidos, llegará a su
ruina con la misma velocidad que caen desde la
cima de los Andes las grandes masas que pierden
su equilibrio. Al menos no es dudable que el sis-
tema popular representativo dilataría su procelo-
vsa existencia, como ciertos remedios, que no pu-
diendo curar a un enfermo, prolongan en él por
algiín tiempo la capacidad de sufrir. Los que
creen que es posible aplicar al Perú las reformas
constitucionales de Norte América, ignoran u ol-
vidan el punto de dónde ambos países ban partido.
43. La misma diferencia de circunstancias
existe entre el Perú y los Estados Unidos, que
entre la Inglaterra y la España de que antes de-
pendían. Si la península proclamase la constitu-
ción de la Gran Bretaña, y las cortes sancionasen
las mejores leyes, que desde el tiempo del grande
Alfredo se han establecido basta Jorge IV, el pue-
blo español se vería en peor estado que el en que
se encuentra, tan sólo por haber adoptado algu-
nos de los principios generales de aquel gobierno.
Lo mismo sucedería en el Verú con respecto a la
federación. No hay, ni puede haber analogía entre
unas provincias despobladas, remotas unas de
otras, y cuyos recursos físicos y morales son nu-
los si no se concentran bajo un buen sistema, y los
Estados Unidos que al tiempo de emanciparse,
tenían una población menos dispersa y más inde-
pendiente, estaban acostumbrados al ejercicio de
las funciones legislativas, aunque eran limitadas;
y vivían bajo una forma de gobierno, que les de-
jaba trazado el plan de sus actuales instituciones.
Hay, por último, una gran razón de diferencia,
que abraza todas las demás. El Peni no ha tenido
otro legislador que la espada de los conquistado-
res; y las principales colonias de Norte América
OBEAS POLÍTICAS 57
recibieron sus primeras LL. de los filósofos más
célebres de aquel tiempo: Guillermo Penn fundó
la Pensilvania a sus expensas: Locke, el padre del
entendimiento humano, fué el legislador de la
Carolina; y ambos establecieron pacíficamente los
principios que habían costado a la Europa torren-
tes de sangre. No me extiendo más sobre esta ma-
teria, porque no es mi principal objeto; y con-
cluj'O recordando a los federalistas las horribles
desgracias en que precipitó al heroico país de Ve-
nezuela la constitución del ano 12.
44. Yo vuelvo al análisis del cuarto principio
que propuse: disponer la opinión del Perú a reci-
bir un gobierno capaz por su energía de llenar
los fines que he indicado, sin que pueda usurpar
la libertad, que la Constitución conceda al pue-
blo, atendidas sus aptitudes sociales. El gran De-
siderátum de todos los políticos es, encontrar las
mejores garantías contra el abuso del poder: yo
prescindo de las opiniones que se han formado
sobre esto, desde los tiempos a que alcanza la
historia de los gobiernos ; y me contraigo a dar
la mía, no porque crea que es la más acertada,
sino porque me he impuesto el deber de decir lo
que siento. La ilustración del pueblo, el poder
censorio moderadamente ejercido por la imprenta,
y la atribución inherente a la Cámara de Represen-
tantes de tener la iniciativa en todas las leyes
sobre contribuciones: éstas son, en mi opinión, las
mejores garantías de la libertad civil.
45. Nadie emprendle violar los derechos de
otro, sin calcular la resistencia que tiene que ven-
cer y los medios con que para ello cuenta: lo que
es moralmente cierto, respecto de cualquier par-
ticular, lo es también respecto de los que admi-
nistran el poder: la variedad de objeto no altera
la naturaleza de los medios que deben emplearse
a un mismo fin. Cuando para usurpar el gobierno
los derechos del pueblo, sabe que necesita autori-
zar la conciencia de sus subditos a desobedecerle,
porque ellos no ignoran los términos a que se ex-
tiende el deber de la sumisión, él entra a calcu-
58 BEENARDO MONTEAGUDO
lar primero sus recursos coactivos, que forman
la base de sus operaciones: si aquéllos penden del
sufragio público, no le queda medio entre corrom-
per la nación, lo cual es imposible estando ya me-
dianamente ilustrada, u obrar con despeclio, que
es la agonía de los tiranos. Es cierto que conocien-
do las dificultades de una usurpación repentina,
podría adoptar el plan de anular gradualmente
las prerrogativas del pueblo y hacer impercepti-
ble el trastorno de la Constitución: pero estando
expedito el derecho de censura, para llamar siem-
pre la atención por la imprenta sobre los abusos
clandestinos del poder, jamás pasarían éstos en si-
lencio, ni prescribirían por el olvido.
46. Falta hacer otra importante observación
acerca de los medios de frustrar el líltimo peligro,
que por lo mismo que es menos imponente, es más
temible. Yo supongo que la Cámara de Represen-
tantes tenga la atribución de acusar a los minis-
tros que abusen del poder y pedir su remoción.
De aquí nace otra garantía que se funda en las
propensiones que distinguen al espíritu represen-
tativo del espíritu ministerial: no es probable que
todos los ministros tengan el plan y la osadía ne-
cesaria para trastornar la constitución ; pero es
moralmente cierto que los representantes del pue-
blo tendrán siempre el mismo celo para conser-
varla. Este recurso unido a los demás aseguraría
al Perú su libertad civil, no sólo en el grado a que
debe restringirse actualmente por su propia con-
servación, sino en toda la amplitud que reciba
del progreso que hagan los pueblos en la carrera
de su civilización.
47. Al terminar esta materia no puedo dejar
de añadir algunas reflexiones que satisfagan a
los argumentos que pueden hacerse contra mis
principios y que al mismo tiempo sean la reca-
pitulación de cuanto he dicho. En el conflicto
de reducir a pocas páginas la manifestación de
que se multiplican cuanto más se analizan, yo he
tenido que ceñirme a indicar aquellos pensamien-
tos que sobreabundan de verdad, y que no pueden
OBRAS POLÍTICAS 59
oirse con indiferencia por cualquiera que liaya
presenciado los sucesos de la revolución. Algunos
se irritarán de la franqueza con que hablo, pero
¿hasta cuándo alucinar a los pueblos con decla-
maciones vacías de sentido y con esperanzas tan
seductoras como falsas? No, yo no seré cómplice
en el más horrible atentado que puede cometerse
contra la sociedad, que es infatuar a los pueblos
con ideas, cuyo efecto estoy profundamente con-
vencido que tarde o temprano será la ruina del
país y su retorno a la esclavitud. Este escrito, sea
cual fuese su mérito, vivirá más que yo ; y cuan-
do las pasiones contemporáneas hayan callado en
la tumba, espero que se hará justicia a mis inten-
ciones: ellas son las de un americano, las de un
hombre que no es nuevo en la revolución y que
ha pasado por todas las alternativas de la fortuna
en el espacio de catorce años.
48. El principal argumento que puede hacerse
contra mis principio's, nace de la inteligencia que
se dé a mis observaciones. Cuanto he dicho sobre
la moral, la civilización, la distribución de rique-
zas y variedad de relaciones que existen entre los
habitantes del Perú para probar que es inadapta-
ble el sistema democrático, nada arguye contra la
opinión de formar un gobierno constitucional que
concilie los derechos de la libertad con los intere-
ses de la independencia. Bajo esta forma de go-
bierno, las costumbres recibirían modificaciones
útiles, que ni fuesen violentas, ni degenerasen en
abusos por el frenesí de los reformadores. El gra-
do de civilización en que ha quedado el Perú al
separarse de la España, y el número de hombres
ilustrados que a pesar del espionaje metropolitano
pueden reunirse, luego que todos los departamen-
tos estén libres, bastarían para poner en planta
un gobierno vigoroso y sobrio, cuya fuerza no con-
sistiese en el número, sino en la energía y dura-
ción de sus resortes. Por otra parte, una vez dado
el impulso a la ilustración, ella no puede quedar
estacionaria, sus progresos serán siempre adecua-
dos a la naturaleza y necesidades de un gobierno
60 BERNARDO MONTEAGUDO
constitucional; pero serían por muclio tiempo in-
suficientes para dirigir y mantener las institu-
ciones democráticas. La riqueza nacional, que ne-
cesariamente se aumenta bajo los gobiernos que
aseguran mejor el orden interior y su respetabili-
dad externa, se difundiría proporcionalmente ex-
tendiendo los beneficios de la independencia indi-
vidual. Finalmente, las relaciones que existen en-
tre los habitantes del Perú, cesarían de ser peli-
grosas bajo un gobierno enérgico que los desar-
mase de sus mutuas pasiones y mejorase la condi-
ción de cada uno. La nobleza conservaría entonces
sus privilegios y aumentaría su esplendor: el cle-
ro obtendría prerrogativas más ventajosas a sus
intereses que las que necesariamente debe perder
en el estado actual de la civilización del siglo, y
todas las demás clases podrían aspirar a ser feli-
ces, sabiendo que su fortuna no pendía ya sino de
sus aptitudes.
49. Este es el gran secreto para contentar a
los hombres y hacerlos pacíficos: este es el objeto
de los gobiernos y el fin que se proponen los que
de buena intención promueven las revoluciones.
La felicidad de las varias razas que pueblan el
Perú, no consiste en tener una parte más o menos
inmediata en el ejercicio del poder nacional, sino
en vivir bajo un gobierno que favorezca el des-
arrollo de sus facultades ; que les facilite los me-
dios de adquirir, y les afiance la seguridad de go-
zar el fruto de sus talentos, de su industria y de
su trabajo. Extinguir la esclavitud con prudencia
y sin defraudar el derecho de propiedad: fomentar
la educación de los indígenas, y emanciparlos de
otro género de esclavitud aun más terrible, que
consiste en las preocupaciones con que nutren su
alma, los mismos cuyo ministerio es anunciar ver-
dades; en fin, levantar el entredicho en que han
vivido aquellas clases con todo lo que puede ser-
vir de estímulo a la virtud y de recompensa al
mérito: estos son los medios prácticos y reales de
calmar los espíritus y de restablecer el orden: la
miseria y el despecho de la desgracia, causan las
OBRAS POLÍTICAS ()1
revoluciones: la abundancia y el sentimiento de
la felicidad las pacifican.
50. He concluido la exposición de mis princi-
pios políticos aplicados a las circunstancias del
Perú, y contemplando la situación de aquellos
pueblos rigorosamente tal cual es: 3^0 bien sé que
las regeneraciones venideras ofrecerán el reverso
de la descripción que aquí he trazado: pero mien-
tras ellas lleguen, juzgo que es impracticable cual-
quier otro sistema que se adopte, y que será infruc-
tuoso gritar en las asambleas del pueblo libertad,
LIBERTAD. Si ella no es moderada, si no guarda
proporción con las aptitudes sociales de los que la
proclaman, su nombre no será sino la reseña de
grandes atentados y el escudo con que se cubran
sus autores. La marcha del género humano hacia
la perfección de sus instituciones es lenta y pro-
gresiva (2): ningiin pueblo puede precipitarla im-
punemente ni contrariar el espíritu del siglo que
es el termómetro para conocer el grado de su ci-
vilización. Los gobiernos constitucionales, con
más o menos amplitud en el ejercicio de la liber-
tad civil, foman el espíritu del siglo presente: la
democracia, el feudalismo, el poder absoluto han
tenido sus épocas y ya han pasado. Esta es una
razón más para no temer el despotismo, a menos
que se busque por el camino de la anarquía. El
mar Negro sirve de término a los gobiernos abso-
lutos: desde allí al Este del mundo podrán quizá
durar algunos siglos, pero en las demás partes es
imposible establecerlos y mucho menos conservar-
los, sin perder el crédito entre las naciones civi-
lizadas y atraerse el desprecio y la execración de
todos los hombres.
51. El peligro inminente de este siglo, no es
recaer bajo el despotismo que ha hecho gemir a
nuestra especie con interrupciones tan momentá-
neas como costosas: es abusar de las ideas libera-
les, y pretender que todos los pueblos disfruten el
gobierno n^ás perfecto, como si todos tuviesen las
(2) Le monde avec lenteur marche Ters la segésse.— Vo/í.
62 BERJSAHDO MOA'TE AGUDO
mismas aptitudes. Hoy se teme conceder dema-
siado PODER A LOS GOBERNADORES (deCÍa un filóso-
fo, cuyo nombre no puede ser sospeclioso al parti-
do democrático, porque es el que arrancó el rayo
a los cielos y el cetro a los tiranos). Pero en mi
CONCEPTO, ES MUCHO MÁS DE TEMER LA MUY POCA
obediencia DE LOS GOBERNADOS (3). Por desgracia,
no sólo entre nosotros, sino también en Europa,
hay un gran niimero de periodistas exaltados que
alarman la multitud inflamándola en deseos que
no puede satisfacer: algunos extienden su impru-
dencia hasta el extremo de dar planes de reforma
para el Nuevo Mundo, desde las márgenes del Tá-
mesis o del Sena: los motivos de su celo pueden
ser plausibles, pero sus efectos nunca serán salu-
dables porque ignoran el pormenor de nuestra si-
tuación y acomodan sus principios a las circuns-
tancias que ellos imaginan de antemano.
52. íle dicho sobre mi conducta piiblica cuan-
to he creído que bastaba, no para satisfacer a mis
enemigos, sino para llenar mis deberes: he habla-
do en el lenguaje de mis sentimientos y nadie me
acusará de disimulo: me he abstenido de entrar en
los demás detalles de mi administración, porque
después de haber explicado mis principios, la ma-
lignidad no tiene derecho a que 3^0 le rinda el ho-
menaje, que sólo es debido a la opinión de los hom-
bres sensatos. Tampoco estoy obligado a dar satis-
facción sobre mi conducta privada: ningún mor-
tal está autorizado a examinar las acciones y opi-
niones de cualquier individuo de la sociedad,
mientras no tengan una trascendencia al orden pú-
blico: el espíritu inquisitorial que desde fines del
siglo XII ocultó aquella verdad a los pueblos para
embrutecerles, ya no existe sino en la historia de
los crímenes y calamidades que han consternado
al mundo. Los que conservan esas máximas, que
han hecho tantos desgraciados, son como la lava
de un volcán, que dura después de la erupción y
(3) Franklin, lettre XCIV. A M. le Velliard de Passy.
OBRAS POLÍTICAS 63
sirve para recordar a cuantos pasan el estrago de
los años antiguos.
53. Para completar el plan que me lie propues-
to, sólo me resta dar una rápida idea de los acon-
tecimientos que motivaron mi separación de Lima
y añadir algunas reflexiones sobre el decreto ex-
pedido por el congreso en 6 de diciembre último.
En el mes de julio del año pasado los negocios del
Perú ofrecían la perspectiva más lisonjera que en
aquel período de la revolución podía desearse. El
gobierno marchaba con la regularidad que permi-
tían las dificultades que lo rodeaban. La suerte
de las armas no nos había sido contraria sino en
lea ; y la masa de nuestros recursos se resintió bien
poco de aquella desgracia. Las relaciones exterio-
res empezaban a cimentarse con los Estados limí-
trofes, yo había concluido un tratado de amistad
y alianza con el Plenipotenciario de la República
de Colombia, y al firmarlo, gocé la dulce ilusión
de creer que sería durable: nunca dudé que fuese
útil. El orden interior se mantenía con pocos sa-
crificios: aun no se había dado el primer escán-
dalo, que es el que abre la puerta a los demás.
Los planes de paz y guerra que se meditaban, po-
dían fallar en fuerza de las vicisitudes humanas:
pero las combinaciones eran tan verosímiles, que
casi anticipaban los sucesos. El general San Mar-
tín salió a principios de julio para Guayaquil: él
había empeñado su palabra al Libertador de Co-
lombia, que vendría a tener con él una entrevista,
luego que se aproximase al Sur. Yo tomé un gran-
de empeño en este negocio, y me lisonjeo de ello,
porque el resultado nada prueba contra mis miras:
esperaba que la entrevista de dos jefes a quienes
acompañaba el esplendor de sus victorias y seguía
el voto de los hombres más célebres en la revolu-
ción, sellaría la independencia del continente y
aproximaría la época de la paz interior: ambos
podían extender su influjo a una gran distancia
de la equinoccial, uniformar la opinión del Norte
y del Mediodía y no dejar a los españoles más asilo
que la tumba o el océano. Por mi parte yo quedé
64 BEEJVARDO MONTEAGliDO
lleno de estas esperanzas, y a esto aludí, cuando
dije en mi exposición del 15 de julio que nos ha-
llábamos en la víspera de grandes acontecimien-
tos políticos y militares.
54. Apenas salió de Lima el general San Mar-
tín, se empezaron a notar los síntomas precurso-
res de un trastorno: yo estoy persuadido hasta la
evidencia que pudo evitarse; pero no podría de-
mostrarlo, sin faltar a la promesa que he hecho
de prescindir enteramente de los que contribuye-
ron a mi separación. Ha habido un empeño en
atribuirme la dirección casi exclusiva de la admi-
nistración del Perú: yo no aprecio la intención
de mis enemigos, aunque en realidad ellos me han
hecho un cumplimiento que no merezco. Mi influ-
jo, naturalmente, se extendía más, porque el doble
ministerio que tenía a mi cargo abrazaba mayor
niimero de negocios: este exceso relativo de poder
debía ser en cualquier trastorno el primer objeto
de ataque. El 25 de julio se presentaron los com-
batientes: yo renuncié por decoro antes de ser de-
puesto (4): bien conocía el teatro en que estaba,
y la impaciencia con que algunos de los especta-
dores deseaban figurar en él. A los tres días recibí
un pliego del Supremo Delegado en que me orde-
naba que saliese para embarcarme en el Callao,
porque así convenía. Pasé desde luego a bordo de
la corbeta de guerra limeña que tenía orden de
conducirme al istmo. Mi salida fué una señal de
inteligencia para variar completamente el siste-
ma administrativo del Perú: era de esperar que
los reformadores acreditasen su misión lisonjean-
do a la multitud. Todo lo demás que sucedió, sólo
pudo tener un aire extraordinario para los que
recién entraban en la revolución: el ceremonial
(4) M. I. S— Leído en el Consejo de Estado el papel que esa Muni-
cipalidad acompañó a su nota de hoy, sobre separar al honorable mi-
nistro coronel don Bernardo Montcagudo del despacho, se ha admitido
la renuncia que hizo éste en el acto de su empleo, y el Gobierno se en-
carga de nombrarle sucesor. Dios guarde a V. S. I. muchos años. —
Lima, julio 25 de 1822.— El marqués de Trujillo. M. L Municipalidad
de esta capital.
OBRAS POLÍTICAS Go
que se observa cuando cae un ministro en estos
tiempos, es igual en todas partes.
55. En el mes de septiembre regresó de Gua-
yaquil a Lima el general San Martín y fué reci-
bido con aclamaciones: pero esas ya no eran sino
una maniobra de la ingratitud que tomaba las apa-
riencias del agradecimiento para obrar sin obs-
táculos. Mi nombre servía de velo a los ataques
que se hacían al general San Martín: aun no era
tiempo de que se pusiesen en campaña contra él
como lo han hecho después. Conociendo la nueva
situación de los negocios, él vse apresuró a cumplir
el voto más antiguo de su corazón, que era dejar
el mando. Los jefes del ejército saben que cuando
llegamos a Pisco, todos exigimos de él el sacrificio
de ponerse a la cabeza de la administración si ocu-
pábamos a Lima, porque creímos que este era el
medio de asegurar el éxito de las empresas mili-
tares: él se decidió a ello con repugnancia y siem-
pre por un tiempo limitado. Luego que se reunió
el Congreso dimitió solemnemente el mando, como
lo había ofrecido tantas veces piíblica y privada-
mente, ün ambicioso no cumple sus promesas con
esta fidelidad; pero el general San Martín, vol-
viendo a la clase de un simple particular, juzgó
que recibía el más alto premio de sus servicios.
Poco después se despidió del pueblo y se embarcó
para Chile: el día que abandonó las playas del
Perú, ganaron los enemigos una victoria memora-
ble: sus trofeos quedaron esparcidos en todo el
territorio, y por desgracia ya han empezado a re-
cogerlos. Esto estaba en el orden de los aconteci-
mientos políticos a los ojos del vulgo, ellos se su-
ceden unos a otros ; pero todos se encadenan, a los
DEL HOMBRE QUE PIENSA (5).
56. Yo no puedo calcular el peso de las cir-
cunstancias que precipitaron la idea del general
San Martín : sin embargo, pienso que no pudo ser
superior a las calumnias de la ingratitud, y que
habiendo perdido la confianza que antes tenía en
(5) Burke.
5
G6 BERNARDO MONTEAGUDO
muchos de los que figuraban en aquel teatro, cre-
yó que no podía continuar en él, sin degradarse a
negociar, con las nuevas pasiones e intereses que
se habían formado en su ausencia. Así fué que no
tardaron mucho tiempo en quitarse la máscara los
que sólo creen que hay libertad de imprenta cuan-
do pueden ejercitar la detracción. El general San
Martín, el héroe de Chacabuco y Maipú, el que
aun fué más héroe emprendiendo libertar al Perú
con un pequeño número de bravos, el que sin ce-
ñir su frente de nuevos laureles manchados eu
sangre, triunfó de innumerables obstáculos por
medio de la prudencia, el que salvó a Lima de las
catástrofes que todos presagiaban a sus habitan-
tes para la hora en que los antiguos resentimientos
se diesen la señal de alarma, el que alzó de la mi-
seria con sus propias manos a muchos de los que
hoy son sus enemigos ; el mismo ha sido insultado
en algunos periódicos de aquella capital con im-
punidad y escándalo de su honrado vecindario.
Pero sus brillantes servicios a la causa de Améri-
ca desde el año 12, y los que ha hecho al Peni,
abriéndole la puerta para que entre a su destino,
son una propiedad de la historia, a la cual nada
puede defraudarse.
57. Mientras la capital de Lima ocupaba la
atención pública con estas desagradables ocurren-
cias, yo me hallaba en Panamá, y no pensaba en-
tonces regresar al Sur. Sin embargo, por moti-
vos que no ignoran mis amigos, me decidí de xm
momento a otro a venir a Guayaquil ; ninguna
mira política cambió mi resolución de pasar al
mar de las Antillas. Luego que supieron en Lima
mi regreso, se quiso adivinar el objeto que tenía:
esto era imposible, porque nadie se inclinaba a
lo más natural, y cada uno quería encontrar un
misterio en lo que sólo era obra de mis combina-
ciones particulares. El resultado fué, que el 6 de
diciembre, el Congreso expidió eu sesión secreta
un decreto poniéndome fuera de la ley, en el caso
que pisase cualquier punto del territorio del Peni.
El decreto se funda en una sentencia que supone,
OBRAS rOLÍTICAS 67
pues dice que fui expulsado por enemigo del Es-
tado. Los trámites que se siguieron para mi sali-
da fueron muy sencillos: un tumulto hizo las ve-
ces de proceso, y la orden del Supremo Delegado
que lie citado, sirvió de sentencia definitiva. Es
verdad que se nombró una comisión del Consejo
de Estado para, que me tomase residencia; pero
luego solicitó la Municipalidad «que se evitase
aquel, juicio» y que saliese fuera del territorio (6).
Por consiguiente, yo salí sin que hubiese podido
recaer ninguna declaración sobre mi causa.
58. A fin de que no se extrañe mi silencio, haré
algunas reflexiones sobre aquel decreto: él me dejó
tan poca impresión, que confieso que mi ánimo
no está preparado a impugnarlo: lo rínico que me
importaba en este negocio era exponer los princi-
pios de mi conducta pública: lo demás, yo sé el
valor que tiene en las épocas de revolución ; y nun-
ca me afano en disminuir lo que es en sí pequeño.
59. El extrañamiento es una pena que supone
la agresión de un delito, las fórmulas estableci-
das por derecho y la sentencia pronunciada por la
autoridad que corresponde. Para decretar el mío
exigía la justicia que yo hubiese violado alguna
ley que señalase aquella pena, y que convencido
en juicio, un Tribunal competente fallase sobre
mi causa. Como Ministro de Estado, jo he que-
brantado muchas leyes, porque era preciso derri-
bar el antiguo edificio para levantar otro nuevo.
La misión de todos los que formábamos el gobier-
no directivo, era romper los vínculos que unían
el Perú a la España, y administrar provisional-
mente los negocios públicos por los mismos prin-
cipios que nosotros trazásemos, pues que no po-
díamos seguir otros. Un gobierno provisional for-
mado a la retaguardia del ejército enemigo, y ro-
deado por todas partes de peligros, casi no tenía
elección sobre el plan que debía seguir. Salvar la
tierra y vencer todas las resistencias que se en-
contrasen: esta era la tínica norma de su conduc-
(6) Oficio de la Municipalidad al gobierno, de 29 de julio.
68 BEJIJSARUO 3I0NTEAGUD0
ta, y esta es la que yo lie seguido como miembro
del gobierno.
60. Aun suponiendo que mis principios políti-
cos estuviesen en oposición con alguna ley exis-
tente, no se me podía condenar por esto: las teo-
rías no son delitos, y a lo sumo podrán censurarse
como errores. Mas no habiendo leyes preexisten-
tes a mi administración por las cuales debiese di-
rigir los negocios, mi obligación como bombre pií-
blico era seguir el plan que en mi conciencia fuese
más equitativo 3^ practicable. Por lo demás, yo
estaba satisfecho que mi consagración a la causa
del Perú no tenía límites: apelo a todos los hom-
bres que me han visto trabajar desde que desem-
barcamos en Pisco. Conociendo cuáles eran las ar-
mas más temibles en una guerra de opinión, ja-
más gocé otro reposo basta el día en que salí del
ministerio, que el que queda después de haber
cumplido un deber, para tener tiempo de llenar
los demás. La imprenta del ejército y algunas de
Lima son testigos del celo con que 3-0 procuraba
difundir el entusiasmo por la causa de la inde-
pendencia y prosperidad del Perú.
61. Hasta aquí yo no descubro la ley que he
quebrantado, pero aun suponiendo la infracción,
todos saben que he sido condenado sin ser oído.
Con respecto a la autoridad que ha pronunciado
el fallo, permítaseme decir que ha sido incompe-
tente. Decretar el extrañamiento de un ciudada-
no, es ejercer las funciones del poder judicial,
porque aquél es un acto que supone la aplicación
al hecho de una ley ya promulgada. El Congreso
no tiene más atribuciones que las del poder legis-
lativo: en fuerza de ellas, pudo establecer una ley
declarando que si un ministro seguía principios
contrarios a los que ha mandado observar, incu-
rría en la pena de extrañamiento. Aun en este caso,
j'O no podía ser juzgado por aquella ley. como no
puedo serlo por ninguna de las declaraciones del
Congreso a menos que se les dé un efecto retroac-
tivo, que es el mayor absurdo en materia de legis-
lación. Entre tanto es sensible, que el primer cuer-
OBRAS POLÍTICAS 69
po representativo que se lia reunido en el Perú,
autorice un ejemplo que puede serle funesto y que
acusa de levedad sus decisiones. Los señores que
hicieron aquella moción podían liaber llenado su
objeto sin comprometer la dignidad del Congreso.
Todo lo que tiene apariencias de pasión es degra-
dante; el decreto de 6 de diciembre no está con-
cebido en términos que la disimule.
62. Ya que lie liablado del Congreso, quiero
añadir una breve digresión sobre los fines que por
mi parte me propuse en acelerar su reunión. El
general San Martín estaba firmemente decidido a
no continuar en el gobierno: él es hombre de gue-
rra y siempre ha tenido aversión a las tareas del
gabinete: su salud estaba también muy quebran-
tada y era preciso nombrarle un sucesor; pero las
circunstancias habían cambiado enteramente des-
de el mes de agosto de 1821: este nombramiento
debían hacerlo los representantes del pueblo: el
negocio era de gran trascendencia y no podía ya
diferirse. A más de esto, exigía el crédito de la
causa piíblica, que las actas provisionales del go-
bierno directivo recibiesen la sanción del Congre-
so, y que éste dictase los reglamentos que debían
servir de norma a la administración. Jamás creí
ni pude esperar que abrazase otros objetos: 1^, ma-
5'or parte de él se compone de diputados suplen-
tes: las provincias más interesantes se hallan en
poder del enemigo: la guerra aun no permite pen-
sar en los establecimientos que aseguran la paz;
y sería por ahora una quimera formar la constitu-
ción del Perú, tan sólo para los pueblos de la
costa, y antes de ver las nuevas combinaciones
que resultan de los sucesos de la guerra. En mi
opinión, él debió contraerse a aumentar la respe-
tabilidad del gobierno, y hacer algunos ensayos
legislativos sobre el sistema de administración: lo
demás es multiplicar los obstáculos que la expe-
riencia tendrá que vencer después, y olvidar la
suerte que han corrido en otros pueblos las cons-
tituciones prematuras de los primeros congresos.
63. Antes de llegar al término que me he pro-
70 BERNARDO MONTEAGÜDO
puesto haré por decoro una observación sobre los
libelos que se han publicado contra mí. La mayor
parte de ellos son una amarga sátira contra sus
autores y contra Lima: yo no los impugno, porque
la pobreza de sus ideas, la impetuosidad de sus
pasiones y la inexactitud de su lógica me excusan
de este trabajo. Antes de escribir, es preciso apren-
der a pensar; y el odio es un maestro muy estúpi-
do para dar lecciones a los que necesitan de ellas.
Sin embargo de esto, creo que habrán merecido el
aplauso de algunos, porque no hay necio que no
ENCUENTRE OTRO MÁS NECIO QUE LO ADMIRE (7).
Yo les doy las gracias por el empeño que han to-
mado en hablar de mí: en la revolución lo que
importa es no sobrevivir uno a sí mismo: el que
cae en olvido, queda ya fuera de combate. Las in-
jurias y los elogios hechos con justicia o sin ella,
producen en estos tiempo la utilidad de conservar
la memoria de aquel a quien se dirigen. Cada uno
entra después a formar su propia opinión, y al
fin prevalece la verdad, por más que se desfigure.
El mérito y el desmérito son las cosas más reales
que hay en este mundo: ambas han sido siempre
independientes de los libelos o de las apologías,
que en general no son sino el diálogo de un escri-
tor con sus pasiones.
64. A los que deseen saber mi situación, des-
pués de las vicisitudes que he sufrido, j-o tengo
el placer de asegurarles que vivo suelto de cuida-
dos e inquietudes; libre de rivales, pues que a nada
aspiro; y lleno de gratitud por la hospitalidad
que he recibido en este país, célebre por su pa-
triotismo, y por la sobreabundancia de buenas
cualidades que distinguen a sus habitantes. vSu
memoria aumentará en mí el número de aquellas
reflexiones que sirven de descanso al alma, cuan-
do se fatiga de recordar las calamidades incesan-
tes de la vida. Con respecto al porvenir, estoy
lambién tranquilo, cualquiera que sea el plan que
las circunstancias me obliguen a seguir. Yo no
(7) Un sol trouve toujours un plus sot qui Tadmire— Des Preaux,
OBHAS POLÍTICAS 71
renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es
toda la extensión de América: mi edad me permi-
te todavía formar cálculos, que aunque necesiten
algunos anos para realizarse, me dejan entrever a
la distancia la satisfacción de salir de este mundo
sin liaber vivido en él en vano.
65. Un solo sentimiento tengo, y es el no ver
ya al Perú enteramente libre de españoles: los
tropiezos de nuestra infancia política entretienen
su confianza, y ciertamente dilatan nuestros úl-
timos triunfos. Mas ellos deben reflexionar que el
Peni es un país nuevo en el teatro de la revolu-
ción, y que le interesa pasar por la prueba de los
peligros, para desarrollar todos sus recursos y co-
nocer su valor, siguiendo el ejemplo que le
lian dado desde el norte al mediodía los heroicos
pueblos de Méjico, Colombia, Cbile y el Kío de
la Plata. Yo no puedo, aunque deseo, lisonjearme
con la idea de que las calamidades de América ter-
minen prontamente: ellas durarán algunos años,
para que se envejezca en la generación presente
el odio contra los españoles que las han. causado:
pero jamás, jamás volverán ellos a dominar la
tierra de donde los ha arrojado la naturaleza, el
espíritu del siglo 5' el resentimiento universal de
sus habitantes. Aun suponiéndolos capaces de ma-
yores esfuerzos que los que hasta aquí han hecho,
ningún corazón americano debe dudar del triun-
fo. Pasó el tiempo en que desde Madrid se dicta-
vsen leyes de sangre, que el nuevo mundo obedecía
temblando en más de ochenta grados de latitud ;
y sean cuales fuesen los horrores y duración de la
guerra, todos prefieren hoy sacrificarse a la patria
en medio de un solemne incendio, antes que dejar
a los españoles otra satisfacción que la de aplicar
al Peni las tristes reflexiones de Fingal, cuando
contemplaba las ruinas de la antigua Balclutha:
YO NO HE VISTO SUS MUROS DESOLADOS: EL FUEGO
HA RESONADO EN EL INTERIOR DE SUS EDIFICIOS Y
YA NO SE OYE LA VOZ DEL PUEBLO (8) .
(8) Carthon, poem of Ossiam.
72 BERNAEDO MONTEAGUDO
66. Por conclusión, sólo me resta expresar mis
ardientes votos por el buen suceso de todos los
que están llamados a influir en favor de la inde-
pendencia y libertad racional del Perú: el templo
de la gloria está abierto para ellos, y la revolución
les ofrece cada día nuevas lecciones para marchar
con acierto. Energía en la guerra y sobriedad en
los principios liberales: este es el resumen de las
máximas que proclama la experiencia. A los hom-
bres de talento, que son los magistrados natos de
su PATRIA (9): a los que sienten en su corazón el
germen de las grandes virtudes: a los que se miran
en la prosperidad y desean trasmitir a sus hijos la
herencia de un ilustre nombre: a los guerreros,
en fin, que han adquirido en el campo de batalla
el derecho de reprimir las facciones, para que no
destruyan la obra de sus sacrificios; a ellos toca
cicatrizar las heridas de la revolución y consoli-
dar a los pueblos, afianzando su prosperidad sobre
bases sólidas que duren tanto como las institucio-
nes de esa isla clásica, cuyo ejemplo ha dado en
ambos mundos el primer impulso a la libertad.
Pero si algunos hombres llenos de virtudes patrió-
ticas, acreditadas en los combates, o en la direc-
ción de los negocios, emplean su influjo en hacer
abrazar a los pueblos teorías que no pueden sub-
sistir, y que perjudican a sus mismos votos, la
posteridad reclamará contra ellos, apropiándose el
pensamiento de Adisson, cuando dice de César en
la tragedia de Catón: Malditas sean sus virtu-
des: ellas han causado la ruina de su pa-
tria (10).
Quito, marzo 17 de 1823.
(9) Raynal.
(10) Curse on his virtucs, thcy have undone his contry.
LIBRO II
FEDERACIÓN HISPANOAMERICANA
(1824)
ENSAYO
SOBRE LA NECESIDAD DE UNA FEDERACIÓN GENERAL
ENTRE LOS ESTADOS HISPANOAMERICANOS Y PLAN
DE SU ORGANIZACIÓN.
Cada siglo lleva en sí el germen de los sucesos
que van a desenvolverse en el que sigue. Cada
época extraordinaria, así en la naturaleza como
en el orden social, anuncia una inmediata de fe-
nómenos raros y de combinaciones prodigiosas.
La revolución del mundo americano lia sido el
desarrollo de las ideas del siglo xviii, y nuestro
triunfo no es sino el eco de los rayos que han caído
sobre los tronos que desde la Europa dominaban
el resto de la tierra.
La independencia que hemos adquirido es un
acontecimiento que, cambiando nuestro modo de
ser y de existir en el universo, cháncela todas las
obligaciones que nos había dictado el espíritu del
siglo XV, y nos señala las nuevas relaciones en que
vamos a entrar, los pactos de honor que debemos
contraer, y los principios que es preciso seguir
para establecer sobre ellos el derecho público que
rija en lo sucesivo los estados independientes cuya
federación es el objeto de este ensayo y el término
en que coinciden los deseos de orden y las espe-
ranzas de libertad.
Ningún designio ha sido más antiguo entre los
que han dirigido los negocios públicos durante la
revolución, que formar una liga general contra el
comiín enemigo, y llenar, con la unión de todos, el
vacío que encontraba cada uno en sus propios re-
cursos. Pero la inmensa distancia que separa, las
secciones que hoy son independientes, y las difi-
76 BEENARDO MONTEAGUDO
cultades de todo género que se presentaban para
entablar comunicaciones, y combinar planes im-
portantes entre nuestros gobiernos provisorios, ale-
jaban cada día más la esperanza de realizar el pro-
yecto de la federación general. Hasta los liltimos
años se ignoraba en las secciones que se hallan al
sur del Ecuador lo que pasaba en las del norte,
mientras no se recibían noticias indirectas por la
vía de Inglaterra o de los Estados Unidos. Cada
desgracia que sufrían nuestros ejércitos bacía sen-
tir infructuosamente la necesidad de estar todos
ligados. Pero los obstáculos eran por entonces su-
periores a esa misma necesidad.
En el año 21, por la primera vez, pareció prac-
ticable aquel designio. El Peni, aunque oprimido
en su mayor parte, entró, sin embargo, en el sis-
tema americano: Guayaquil y otros puertos del
Pacífico se abrieron al comercio de los indepen-
dientes: la victoria puso en contacto al septentrión
y al mediodía ; y el genio que basta entonces había
dirigido y aun dirige la guerra con más constan-
cia y fortuna, emprendió poner en obra el plan
de la confederación hispanoamericana.
Ningiin proyecto de esta clase puede ejecutarse
por la voluntad presunta y simultánea de los que
deben tener parte en él. Es preciso que el impulso
salga de una sola mano, y que al fin tome alguno
la iniciativa, cuando todos son iguales en interés
y representación. El presidente de Colombia la
tomó en este importantísimo negocio, y mandó
plenipotenciarios cerca de los gobiernos de Méjico,
del Perú, de Chile y Buenos Aires, para preparar,
por medio de tratados particulares, la liga gene-
ral de nuestro continente. En el Perú y en Méjico
se efectuó la convención propuesta; y con modifi-
caciones accidentales, los tratados con ambos go-
biernos han sido ya ratificados por sus respectivas
legislaturas. En Chile y Buenos Aires han ocurri-
do obstáculos que no podrán dejar de allanarse,
mientras el interés común sea el línico conciliador
de las diferencias de opinión. Sólo falta que se
pongan en ejecución los tratados existentes, y que
OBKAS POLÍTICAS 77
se instale la asamblea de los Estados que lian con-
currido a ellos.
Mas observando que su instalación sufriría tan-
tas demoras como la adopción del proyecto, si no
la promoviese una de las partes contratantes, el
gobierno del Perú se ha dirigido a los de Colom-
bia y Méjico con la idea de uniformarse sobre el
tiempo y lugar en que deben reunirse los pleni-
potenciarios de cada Estado. El aspecto general de
los negocios públicos y la situación respectiva de
los independientes, nos hacen esperar que en el
año 25 se realizará sin duda la federación hispa-
noamericana bajo los auspicios de una asamblea,
cuya política tendrá por base consolidar los dere-
chos de los pueblos y no los de algunas familias
que desconocen con el tiempo el origen de los
suyos.
Este es el resumen histórico de las medidas di-
plomáticas que se han tomado sobre el negocio de
más trascendencia que puede actualmente presen-
tarse a nuestros gobiernos. El examen de sus pri-
meros intereses hará ver si merece una grande pre-
ferencia de atención, o si ésta es de aquellas empre-
sas que inventa el poder para excusar las hostilida-
des del fuerte contra el débil, o justificar las coa-
liciones que se forman con el fin de hacer retro-
gradar los pueblos.
Independencia, paz y garantías, estos son los
intereseses eminentemente nacionales de las re-
públicas que acaban de nacer en el nuevo mundo.
Cada uno de ellos exige la formación de un siste-
ma político que supone la preexistencia de una
asamblea o congreso donde se combinen las ideas,
y se admitan los principios que deben constituir
aquel sistema y servirle de apoyo.
La independencia es el primer interés del nuevo
mundo. Sacudir el yugo de la España, borrar hasta
los vestigios de su dominación, y no admitir otra
alguna, son empresas que exigen y exigirán, por
mucho tiempo, la acumulación de todos nuestros
recursos, y la uniformidad en el impulso que se les
dé. Es verdad que en Ayacucho ha terminado la
78 BEKNAllDü MOATEAGÜDO
guerra coiitiuental contra la Espaüa; y que, de
todo un mundo en que no se veían flamear sino los
estandartes que trasjDlantaroii consigo los Corte-
ses, Pizarros, Almagres y Mendozas, apenas que-
dan tres puntos aislados donde se ven las armas
de Castilla, no ja amenazando la seguridad del
país, sino alimentando la c(3lera, y recordando
las calamidades que por ellas lian sufrido los
pueblos.
San -Juan de Ulúa, el Callao y Chiloé son los
últimos atrinclieramientos del poder español. Los
dos primeros tardarán poco en rendirse de grado
o por fuerza a las armas de la libertad. El archi-
piélago de Chiloé, aunque requiere combinar más
fuerzas, y aprovechar los pocos meses que aquel
clima permite emprender operaciones militares,
seguirá en todo este año la suerte del continente a
que pertenece.
Sin embargo, la venganza vive en el corazón
de los españoles. El odio que nos profesan aun no
ha sido vencido. Y, aunque no les queda fuerza
de que disponer contra nosotros, conservan pre-
tensiones a que dan el nombre de derechos, para
implorar en su favor los auxilios de la Santa
Alianza, dispuesta a prodigarlos a cualquiera que
aspire a usurpar los derechos de los jniehlos que
son e¿r elusivamente legítimos.
Al contemplar el aumento progresivo de nues-
tras fuerzas, la energía y recursos que ha desple-
gado cada repiíblica en la guerra de la revolución,
el orgullo que ha dado la victoria a los libertado-
res de la patria, es fácil persuadirse que, si en la
infancia de nuestro ser político hemos triunfado
aislados de los ejércitos españoles superiores en
fuerza y disciplina, con mayor razón podemos es-
perar el vencimiento, cuando poseemos la totalidad
de los recursos del país, y después que los campos
de batalla, que son la escuela de la victoria, han
estado abiertos a nuestros guerreros por más de
catorce años. Aías también es necesario refleo'io-
nar que si hasta aquí nuestra lucha ha sido con
una nación impotente, desa<;reditada y enferma
OBRAS POLÍTICAS 79
de anarquía, el 'peligro que nos amenaza es entrar
en contienda con la Santa Alianza que, al calcu-
lar las fuerzas necesarias para restablecer la legi-
timidad en los estados hispanoamericanos , tendrá
hien presentes las circunstancias en que nos halla-
mos y de lo que somos hoy capaces.
Dos cuestiones ofrece este negocio cuyo rápido
examen acabará de fijar nuestras ideas: la proba-
bilidad de una nueva contienda, la masa de poder
que puede einplearse contra nosotros en tal caso.
Aun prescindiendo de los continuos rumores de
hostilidad, y de los datos casi oficiales que tenemos
para conocer las miras de la Santa Alianza con res-
pecto a la organización política del nuevo mundo,
hay un fuerte argumento de analogía que nace
de la marcha invariable que han seguido los ga-
binetes del norte de Europa en los negocios del
mediodía. El restablecimiento de la legitimidad,
voz que, en su sentido práctico, no significa sino
fuerza y poder absoluto, ha sido el fin que se han
propuesto los aliados. Su interés es el mismo en
Europa y en América. Y si en Ñapóles y España
no ha bastado la sombra del trono para preservar
de la invasión a ambos territorios, la fuerza de
nuestros gobiernos no será ciertamente la mejor
garantía contra el sistema de la Santa Alianza.
En cuanto a la masa del poder que se empleará
contra nosotros en tal caso, ella será proporciona-
da a la extensión del influjo que teng-an las cortes
de San Petersburgo, Berlín, Viena y París. Y no
es prudente dudar que le sobran elementos para
emprender la reconquista de América, no ya en
favor de la España que nunca recobraría sus an-
tiguas posesiones , sino en favor del princijyio de la
legitimidad, de ese talismán moderno que hoy sir-
ve de divisa a los que condenan la soberanía de los
pueblos, como el colmo del libertinaje en política.
Es verdad que el primer buque que zarpase de
los puertos de Europa contra la libertad del nuevo
mundo, daría la señal de alarma a todos los que
forman el partido liberal en ambos hemisferios.
La Gran Bretaña y los Estados Unidos tomarían
80 BERNARDO MONTEAGUDO
el lugar que les corresponde eu esta contienda uni-
versal: la opinión, esa nueva potencia que hoy
preside el destino de las naciones, estrecharía su
alianza con nosotros, y la victoria, después de fa-
vorecer alternativamente a ambos partidos, se de-
cidiría por el de la justicia, y obligaría a los secta-
rios del poder absoluto a buscar su salvación en
el sistema representativo.
Entre tanto no debemos disimular que todas
nuestras nuevas repiiblicas en general, y particu-
larmente algunas de ellas, experimentarían en la
contienda inmensos peligros que ni hoy es fácil
prever, ni lo sería quizá entonces evitar, si fal-
tase la uniformidad de acción y voluntad que su-
pone un convenio celebrado de antemano, y una
asamblea que le amplíe o modifique segiín las cir-
cunstancias. Es preciso no olvidar que, en el caso
a que nos contraemos, la vanguardia de la Santa
Alianza se compondría de la seducción y de la in-
triga, tanto más temibles para nosotros, cuanto
es mayor la herencia de preocupaciones y de vi-
cios que nos ha dejado la España. Es preciso no
olvidar que aun nos hallamos en un estado de ig-
norancia, que podría llamarse feliz si no fuese per-
judicial algunas veces, de esos artificios políticos
y de esas maniobras insidiosas que hacen marchar
a los pueblos de precipicio en precipicio con la mis-
ma confianza que si caminasen por un terreno
unido. Es preciso no olvidar, en fin, que todos los
hábitos de la esclavitud son inveterados entre nos-
otros ; y que los de la libertad empiezan apenas a
formarse por la repetición de los experimentos po-
líticos que han hecho nuestros gobiernos, y de al-
gunas lecciones útiles que hemos recibido en la
escuela de la adversidad.
Al examinar los peligros del porvenir que nos
ocupa, no debemos ver, con la quietud de la con-
fianza, el nuevo imperio del Brasil. Es verdad que
el trono de Pedro I se ha levantado sobre las mis-
mas ruinas en que la libertad ha elevado el suyo
en el resto de América. Era necesario hacer la mis-
ma transición que hemos hecho nosotros del esta-
OBRAS POLÍTICAS 81
do colonial al rango de naciones independientes.
Pero es preciso decir, con sentimiento, que aquel
soberano no muestra el respeto que debía a las
instituciones liberales cuyo espíritu le puso el ce-
tro en las manos, para que en ellas fuese un ins-
trumento de libertad y nunca de opresión. Así es
que, en el tribunal de la Santa Alianza, el pro-
ceso de Pedro I se ha juzgado de diferente modo
que el nuestro: y él lia sido absuelto, a pesar del
ejemplo que deja su conducta, porque al fin él no
puede aparecer en la historia sino como el jefe
de una conjuración contra la autoridad de su
padre.
_ Todo nos inclina a creer que el gabinete impe-
rial de Río Janeiro se prestará a auxiliar las miras
de la Santa Alianza contra las repúblicas del nue-
vo mundo: y que el Brasil vendrá a ser, quizá, el
cuartel general del partido servil, conno ya se ase-
gura que es hoy el de los agentes secretos de la
Santa Alianza. A más de los datos públicos que
hay para recelar semejante deserción del sistema
americano, se observa, en las relaciones del go-
bierno del Brasil con los del continente europeo,
un carácter enfático cuya causa no es posible en-
contrar sino en la presente analogía de principios
e intereses.
Esta rápida encadenación de escollos y peligros
muestra la necesidad de formar una liga america^
na bajo el plan que se indicó al principio. Toda la
previsión humana no alcanza a penetrar los acci-
dentes y vicisitudes que sufrirán nuestras repú-
blicas hasta que se consolide su existencia. Entre-
tanto las consecuencias de una campaña desgra-
ciada, los efectos de algiín tratado concluido en
Europa entre los poderes que mantienen el equili-
brio actual, algunos trastornos domésticos, y la
mutación de principios que es consiguiente, po-
drán favorecer las pretensiones del partido de la
legitimidad, si no tomamos con tiempo una activi-
dad uniforme de resistencia; y si no nos apresura-
mos a concluir un verdadero pacto, que podemos
6
82 liEKNARUü MONTEAGDDO
llamar de familia, que garantice nuestra indepen-
dencia, tanto en masa como en el detall.
Esta obra pertenece a un congreso de plenipo-
tenciarios de cada Estado que arreglen el contin-
gente de tropas y la cantidad de subsidios que de-
ben prestar los confederados en caso necesario.
Cuanto más se piensa en las inmensas distancias
que nos separan, en la gran demora que sufriría
cualquiera combinación que importase el interés
común, y que exigiese el sufragio simultáneo de
los gobiernos del Hío de la Plata y de Méjico, de
Cliile y de Colombia, del Perú y de Guatemala,
tanto más se toca la necesidad de un congreso que
sea el depositario de toda la fuerza y voluntad
de los confederados; y que pueda emplear ambas,
sin demora, dondequiera que la independencia, esté
en peligro.
Ño es menester ocurrir a épocas muy distantes
de nosotros, para encontrar ejemplos que justifi-
quen la medida de convocar un congreso de pleni-
potenciarios que complete las disposiciones toma-
das en los tratados precedentes, aunque parece que
ellos bastan para que se lleve a cabo la intención
de las partes contratantes. La historia diplomáti-
ca de Europa, en los últimos años, viene perfec-
tamente en nuestro apoyo. Después que se disolvió
el Congreso de Chatillón en 1814, se celebró el
tratado de la cuádruple alianza de Chaumont en-
tre el Austria, la Gran Bretaña, la Prusia y la
Suecia. En él se garantizó el sistema que debía
darse a la Europa, se determinaron los subsidios
que cada aliado daría por su parte, y se acorda-
ron otras medidas generales ; extendiendo a vein-
te anos la duración de la alianza. Tres meses des-
pués se firmó la paz de París, y cada uno de los
aliados concluyó un tratado particular con la Fran-
cia, aunque todos eran perfectamente idénticos
con excepción de los artículos adicionales. En este
tratado, que contiene varias declaraciones sobre
el derecho público europeo y sobre la legislación
de diferentes naciones, se dispone la reunión de
un congreso general en Viena, para que reciban
OBRAS POLÍTICAS 83
en él su complemento los arreglos anteriores. La
historia de este célebre congreso, y sus resultados
con respecto a los intereses del sistema europeo,
después de prestar un argumento en favor de nues-
tra idea, ofrece varias analogías aplicables al sis-
tema americano y a las circunstancias en que nos
hallamos.
Nuestros tratados de 6 de junio de 1822 y de 3
de octubre de 1823, participan del espíritu de la
cuádruple alianza de Chaumont y del tratado de
París de 30 de mayo de 1814. Ambos contienen el
pacto de una alianza ofensiva y defensiva; deta-
llan subsidios y anuncian la determinación de
continuar la guerra hasta destruir el poder espa-
ñol, así como los aliados de Chaumont se ligaron
para destruir a Napoleón. También abrazan el
convenio de celebrar una asamblea hispanoameri-
cana, que nos sirva de consejo en los grandes, con-
flictos, de punto de contacto en los peligros comu-
nes, de fiel intérprete en los tratados públicos y
de conciliador de nuestras diferencias, guardando
en todo esto una fuerte analogía con las estipula-
ciones de la paz del 30 de mayo.
Nos falta sólo insistir en una observación acerca
del congreso de Viena. El se celebró después de la
paz de París en el centro, por decirlo así, de la
Europa, donde siendo tan fáciles y frecuentes las
correspondencias diplomáticas, podría creerse me-
nos necesaria su reunión con objetos que, a pesar
de su importancia, podían arreglarse por medio
de los mismos embajadores que residen en cada
corte. Al contrario, la asamblea hispanoamerica-
na de que se trata, debe reunirse para terminar la
guerra con la España: para consolidar la indepen-
dencia, y nada menos que para hacer frente a la
trernenda masa con que nos ainenaza la Santa
Alianza. Debe reunirse en el punto en que conven-
gan las partes contratantes, para que las conferen-
cias diarias de sus plenipotenciarios anulen las
grandes distancias que separan a sus gobiernos
respectivos. Debe, en fin, reunirse,, porque los ob-
jetos que ocuparán su atención exigirán delibera-
84 BERNARDO MONTEAGUDO
clones simultáneas que no pueden adoptarse sino
por una asamblea de ministros cuyos poderes e
instrucciones estén llenas de previsión y de sa-
biduría.
El segundo interés eminentemente nacional de
nuestras nuevas repúblicas es la paz en el triple
sentido que abraza a las naciones que no tengan
parte en esta liga, a los confederados por ella, y
a las mismas naciones relativamente al equilibrio
de sus fuerzas. En los tres casos, sin atribuir a la
asarrihlea ninguna autoridad coercitiva que degra-
daría su institución, con todo podemos asegurar
que al menos en los diez primeros años contados
desde el reconocimiento de nuestra independencia,
la dirección en grande de la 'política interior y ex-
terior de la confederación debe estar a cargo de la
asamblea de sus plenipotenciarios, para que ni se
altere la paz ni se compre su conservación con sa-
crificio de las bases o intereses del sistema ameri-
cano, aunque en la apariencia se consulten las
ventajas peculiares de alguno de los confederados.
Sólo aquella misma asamblea podrá también con
su influjo y empleando el ascendiente de sus au-
gustos consejos mitigar los ímpetus del espíritu
de localidad que en los jyrimeros años será tan acti-
vo como funesto. La nueva interrupción de la paz
y buena armonía entre las repúblicas bispanoame-
ricanas causaría una conflagración continental a
que nadie podría substraerse, por más que la dis-
tancia favoreciese al principio la neutralidad.
Existen entre las repúblicas liispanoamericanas
afinidades políticas creadas por la revolución, que
unidas a otras analogías morales y semejanzas fí-
sicas, hacen que la tempestad que sufre, o el mo-
vimiento que recibe alguna de ellas, se comuni-
que a las demás, así como en las montañas que se
hallan inmediatas se repite sucesivamente el eco
del rayo que ha herido alguna de ellas.
Esta observación es aplicable, no sólo a los ma-
les de la guerra de una república con otra, sino a
los que trae consigo la pérdida del equilibrio de
las fuerzas de cada asociación, causa única de los
OBRAS POLÍTICAS 85
movimientos convulsivos qne padece el cuerpo po-
lítico. Ño es decir que alcance el influjo de la
asamblea ni el de ningún poder humano a pre-
venir las enfermedades a que él está sujeto. Pero
desechar por esto uno de los mejores remedios
que se ofrecen, sería lo mismo que condenar la
medicina sólo porque hay dolencias que ella no
alcanza a curar radicalmente. No es, pues, duda-
ble que la interposición de la asamblea en favor
de la tranquilidad interior, las medidas indirec-
tas, y, en fin, todo el poder de la confederación
dirigido a su restablecimiento serán la tabla en
que salvemos de este naufragio que podría hacer-
se universal, porque una vez subvertido el orden,
el peligro corre hasta los extremos.
Debemos examinar, por conclusión, el género
de garantías que necesitamos, y las probabilida-
des que tenemos de encontrarlas todas en la asam-
blea hispanoamericana, que en este nuevo respec-
to será tan ventajosa para nuestros gobiernos como
lo fué el Congreso de Viena para las monarquias
del viejo nnundo.
Cada uno de nuestros gobiernos ha adquirido,
durante la contienda gloriosa que hemos sosteni-
do contra la España, derechos incontestables a la
consideración de las autoridades que rigen el gé-
nero humano, bajo las varias formas que se han
ndoptado en los países civilizados. La resolución
intrépida de ser libres, el valor en los combates,
y la constancia en más de catorce años de peli-
gros, han hecho familiares en todo el mundo los
nombres de pueblos y ciudades de América, que
antes sólo eran conocidos de los mejores geógra-
fos. Naturalmente se interesó al principio la cu-
riosidad, y por grados se ha fijado la atención en
nuestros negocios.
El comercio ha encontrado nuevos mercados, el
buen éxito de sus especulaciones ha revelado a los
gabinetes de Europa grandes secretos para aumen-
tar su respectivo poder, aumentando sus rique-
zas: todo ha contribuido a encarecer la importan-
cia política de nuestras repúblicas; y los mismos
86 BERNARDO MONTEAGUDO
partidos en que está dividida la Europa acerca
de nuestra independencia, hacen más célebres los
gobiernos en que se lia dividido el nuevo mundo,
al sacudir el yugo que le oprimía.
Los grados de respeto, de crédito y poder que se
acumularán en Ja asamblea de nuestros píenipo-
tencianos formarán una solemne garantía de nues-
tra independencia territorial y de la paz interna.
Al emprender, en cualquiera parte del globo, la
subyugación de las repúblicas hispanoamericanas
tendrá que calcular el qne dirija esta empresa,
no sólo las fuerzas marítimas y terrestres de la
sección a que se dirige, sino las de toda la Tnasa
die los confederados, a los cuales se unirán, proba-
blemente, la Gran Bretaña y los Estados Zuñidos:
tendrá que calcular, no sólo el cúmulo de intere-
ses europeos y americanos que va a violar en el
Perú, en Colombia o en Méjico, sino en todos los
estados septentrionales y meridionales de Améri-
ca, basta donde se extiende la liga por la libertad:
tendrá que calcular el entusiasmo de los pueblos
invadidos, la fuerza de sus pasiones, y los recur-
sos del despecho, a más de los obstáculos que opo-
nen la distancia de ambos hemisferios, el clima
de nuestras costas, las escabrosas elevaciones de
los Andes y los desiertos que en todas direcciones
interrumpen la superficie habitable de esta tierra.
La paz interna de la confederación quedará
igualmente garantida desde que exista una asam-
blea en que los intereses aislados de cada confede-
rado se examinen con el mismo celo e imparciali-
dad que los de la liga entera. No hay sino ^in se-
creto para hacer sobrevivir las instituciones socia-
les a las vicisitudes que las rodetí^n; inspirar con-
fianza y sostenerla. Las leyes caen en el olvido, y
desaparecen los gobiernos, luego que los pueblos
reflexionan que su confianza no es ya sino la teo-
ría de sus deseos. Mas la reunión de los hombres
más eminentes por su patriotismo y luces, las re-
laciones directas que mantendrán con sus respecti-
vos gobiernos y los efectos benéficos de un sistema
dirigido por aquella asamblea, mantendrán la con-
OBRAS POLÍTICAS 87
fianza que inspira la idea solemne de un congreso
convocado bajo los auspicios de la libertad, para
formar una liga en favor de ella.
Entre las causas que pueden perturbar la paz y
amistad de los confederados, ninguna más obvia
que la que resulta de la falta de reglas y princi-
pios que formen nuestro derecho piiblico. Cada
día ocurrirán grandes cuestiones sobre los dere-
chos y deberes recíprocos de estas nuevas repiibli-
cas. Los progresos del comercio y de la navega-
ción, el aumento del cultivo en las fronteras, y el
resto de leyes y de formas góticas que nos quedan,
exigirán repetidos tratados: y de éstos nacerán dhi-
das que servirán para evadirlos, si al menos en los
primeros años, la confianza en la imparcialidad
de aquella asamblea, no fuese la garantía general
de todas las convenciones diplomáticas a que diese
lugar el desenlace progresivo de nuestras nece-
sidades.
Independencia, paz y garantías: estos son los
grandes resultados que debemos esperar de la asam-
blea continental, segiin se ha manifestado rápida-
mente en este ensayo. De las seis secciones políti-
cas en que está actualmente dividida la América
llamada antes española, las dos tercias partes han
votado ya en favor de la liga republicana. Méjico,
Colombia y el Peni han concluido tratados espe-
ciales sobre este objeto. T sabemos que las pro-
vincias unidas del centro de América han dado
instrucciones a su plenipotenciario cerca de Co-
lombia y el Peni para acceder a aquella liga. Des-
de el mes de marzo de 1822, se publicó en Guate-
mala en El Amigo de la Patria, un artículo sobre
este plan, escrito con todo el fuego y elevación
que caracterizan a su ilustrado autor el señor
Valle. Su idea madre es la misma que ahora nos
ocupa: formar un foco de luz que ilumine a la
América: crear un poder que una las fuerzas de
catorce millones de individuos: estrechar las rela-
ciones de los americanos, uniéndolos por el gran
lazo de un congreso común, para que aprendan a
identificar sus intereses y formar a la letra una
88 BERNARDO MONTEAGUDO
sola familia. Tenemos fundadas razones para creer
que las secciones de Cliile y el Río de la Plata de-
ferirán también al consejo de sus intereses; en-
trando en el sistema de la mayoría, como el único
capaz de dar a la América, que por desgracia se
llamó antes española, independencia, paz y ga-
rantías.
LIBRO III
PROPAGANDA REVOLUCIONARIA
(1811-1821)
El vasallo de la ley al Editor
Si para ser libres bastara el deseo de serlo, niu-
gún pueblo sería esclavo: mas por desgracia esta
tendencia natural de todo ser que piensa, encuen-
tra escollos mucbas veces inaccesibles a la imbe-
cilidad del bombre, no sólo en las naciones cuya
suerte ha sido envejecerse sin perfeccionar su cons-
titución política, sino aun en aquellas que pare-
cen destinadas a presidir el destino de las demás.
En las unas la corrupción y el fomento de las pa-
siones terminan la época de su libertad, en las
otras la ignorancia y el temor de los contrastes
consiguientes a las grandes revoluciones, retardan
el día de su esplendor y exaltación. Desgraciado el
pueblo que poseído de esa pasión fanática, mira
sus primeros males como un reclamo anticipado
de sus últimas desgracias, y felices las provincias
del Río de la Plata, que sin embargo del suceso
desgraciado de nuestras armas en la jornada del
20 de junio ban mostrado la mayor firmeza, y en
los más críticos momentos lian sabido calcular las
ventajas que podemos sacar de aquella misma ca-
tástrofe, triste resultado de una combinación de
circunstancias, que por un doble interés se anun-
ciará a la faz del mundo para satisfacción de los
pueblos que han jurado por ser libres.
De necesidad ha de llegar este caso, mas entre-
tanto ningún sensato podrá mirar con indiferen-
cia la nota indiscreta, que en la Gaceta extraordi-
naria del jueves pone el editor en los illtimos pe-
ríodos de las reflexiones de Juan Sin Tierra. Allí
llama a los agentes de la expedición del Perú sa-
crilegos profanadores de nuestra santa causa. No
son éstas las producciones que inspira el espíritu
92 BERNARDO MONTEAGUDO
piíblico y el patriotismo ilustrado. Nuestro mis-
mo gobierno ha jurado respetar la seguridad in-
dividual de todo ciudadano, j^ una de las más
augustas prerrogativas que derivan de aquélla es
no juzgar delincuente a ningún hombre, mientras
los ministros de la ley no le declaren tal: es decir,
que el editor se ha arrogado el derecho de preve-
nir en su juicio a todos los pueblos, inspirándoles
sentimientos parciales eversivos de la armonía ci-
vil, único sostén de la libertad. Declarar por sa-
crilegos profanadores de nuestra santa causa a
los agentes de la expedición del Perú, con una
expresión general que envuelve aiín a aquellos
cuyas virtudes públicas no se pueden poner en
problema, sin presentar a los pueblos un monstruo
de contradicción entre lo que anuncia el editor,
y lo que ellos mismos han palpado: juzgar, en una
palabra, por enemigos de nuestra santa causa a
los que ya la han salvado en otros conflictos, y a
los qne sólo han omitido los sacrificios que eran
superiores a los esfuerzos de su celo: aventurar un
juicio prematuro que contradice la imparcialidad
que debe animar al que se crea digno de ser libre ;
es una ligereza que examinada en el tribunal de
la razón, más bien debe mirarse como el eco de
una pasión electrizada, que como el desahogo de
un celo exaltado. Convengo en que algunos simu-
lados patriotas que nunca debieron merecer la con-
fianza piíblica, han prostituido su carácter y eclip-
sado la gloria de nuestras armas: yo soy el primer
enemigo de éstos, y el día de su castigo lo será de
la mayor satisfacción para todos los hombres li-
bres; pero también sabe la América toda, y me re-
mito a lo que de oficio han informado anterior-
mente las provincias ocupadas hoy por las armas
agresoras de Lima, que entre los agentes de aque-
lla expedición han habido hombres tan celosos de
la felicidad general, que el más virtuoso esparta-
no admiraría sxi conducta con emulación.
Ciudadanos do la América del f^ud. jamás po-
dremos ser libres si no damos de mano a las pa-
siones: para llegar al santuario de la libertad, es
OBRAS POLÍTICAS 93
preciso pasar por el templo de la virtud. La liber-
tad no se adquiere con sátijas injuriosas, ni con dis-
cursos vacíos d© sentido : jamás violemos los dere-
chos del hombre, si queremos establecer la constitu-
ción que los garantiza. La imparcialidad presida
siempre a nuestros juicios, la rectitud y el espí-
ritu público a nuestras deliberaciones, y de este
modo la patria vivirá y vivirá a pesar de los ti-
ranos.
{Gaceta de Buenos Aires, noviembre 29 de 1811.)
Causa de las causas <
Es más fácil conocer el genio y carácter de la
especie humana, que calcular el de sus individuos:
la diferencia entre éstos es tan notable, que algu-
nos filósofos han llegado a dudar la unidad de
aquélla. Así las más profundas observaciones so-
bre el espíritu humano burlan siempre la esperan-
za del pensador, que cree resolver problemas, cuan-
do en realidad no hace sino proponer otros nue-
vos. Por todas partes veo al hombre empeñado en
parecer virtuoso, y en merecer la consideración
de sus semejantes: pero también le veo abusar lue-
go de esta estimación, que usurpó su hipocresía.
Y observando después su humildad antes de obte-
nerla, su altivez luego que la esperó, y su ingra-
titud apenas la obtuvo ; desconozco al hombre en
el hombre mismo, y veo que un solo individuo es
tan diferente de sí propio según las circunstan-
cias como lo es de los demás en razón de su varia
organización. Infiero de todo esto, que en tan obs-
curo dédalo sólo la experiencia podrá fijar los ele-
mentos del criterio, y descubrir las pasiones do-
minantes, los vicios favoritos, y las virtudes ge-
niales de cada hombre. Ninguna época favorece
más este descubrimiento, que aquella en que las
naciones publican ya el prólogo de sus nuevos
anales: entonces se presentan héroes que admiran,
94 BERNARDO MONTEAGUDO
imbéciles que provocan, almas generosas, fríos
egoístas, celosos patronos de la especie humana,
hipócritas defensores de su causa, hombres, en
fin, que hasta llenar la esperanza de sus pasio-
nes, son incorruptibles y virtuosos. Ocupar a unos
y otros indistintamente, es de necesidad en los
principios: preferir el vicioso al recto de corazón,
creyendo encontrar las virtudes de un Cincinnato
en quien sólo tiene la ambición y maldades de un
Apio, es consiguiente a las dificultades que he
notado. Desenvolvamos estos principios, aplicán-
dolos a nuestra revolución.
Instalada en la capital de los pueblos libres la
primera Junta de gobierno, empezó nuestra revo-
lución a hacer tan rápidos progresos, que el que
se detenía a observar su estado a los seis meses,
padecía la agradable e involuntaria ilusión de
dudar que aquella fuese la obra de sus coetáneos.
Eeducida la capital al estrecho círculo de sí mis-
ma, emprende, sin embargo, dos expediciones al
occidente y al norte sin más objeto que llevar por
todas partes el estandarte de la libertad. Sus ar-
mas triunfan de la tiranía, los pueblos proclaman
vsu adhesión y el eco del patriotismo resuena por
todas partes. ¡ Qué energía en el sistema, qué acier-
to en las deliberaciones, qué concepto entre nues-
tros mismos enemigos que empezaban a tributarnos
el homenaje del temor! Pero j'a se acercaba el tiem-
po en que las pasiones hablasen su lenguaje natu-
ral, y se descubriesen los hipócritas cooperadores
de esta grande obra. D. Cornelio Saavedra, a quien
por condescendencia a las circunstancias se le noni-
bró presidente de gobierno, no pudo ver con indi-
ferencia la Gaceta del 6 de diciembre, que desde
luego hacía un contraste a sus proyectos de ambi-
ción; y emprende para llevarlos adelante, la in-
corporación de los Diputados de las provincias a
la Junta Gubernativa. El no dudaba que entre
éstos encontraría facciosos capaces de prostituir
su misión, y no se engañó en su cálculo.
Desde luego era de esperar que todo paso que
diesen los diputados fuera del objeto de su con-
OBRAS POLÍTICAS 95
vocacióii sería tan peligroso como ilegal: ningún
pueblo les delegó más poderes, que los de legislar
y fijar la constitución del Estado: hasta el acto de
la apertura del Congreso no podía tener ejercicio
su delegación, ni darles derecho a tomar parte en
el sistema provisional. Mas precindamos de esta
controversia, y contraigamos la atención a la rea-
lidad de los males que nos causó su incorporación.
¡Ah! ¿Quién no ve que el 18 de diciembre fué
como el crepúsculo funesto del 6 de abril? Siga-
mos el orden de los tiempos.
No era fácil subsistiese la concordia entre los
nuevos gobernantes y los antiguos ; y era muy na-
tural que el que en los últimos había descubierto
un contraste a su ambición, aspirase a buscar en
los primeros el apoyo de sus miras. Inmediata-
mente se suscitó una rivalidad entre unos y otros,
se formó una facción, el más ambicioso se hizo
jefe de partido, y el más dispuesto a la cabala, se
encargó de sostenerlo. Desde entonces se meditan
medios para desembarazarse de los que por su celo
serían siempre unos rígidos censores de la facción:
lo consiguen con el secretario de gobierno, y pre-
paran asechanzas a los demás para arrojarlos a su
tiempo del gobierno y de sus domicilios por un
nuevo y escandaloso ostracismo. Desde entonces el
espíritu público se apaga, el sistema desfallece,
progresa la discordia, 5^ empiezan a decrecer nues-
tras glorias: ya no se habla sino de facciones, las
magistraturas y los empleos públicos se distribu-
yen sólo a los parciales, y los pueblos observan con
escándalo esta mudanza: los ejércitos que estaban
en campaña sienten los efectos de la desorganiza-
ción, se enerva su espíritu marcial, y vacilan so-
bre la conformidad de los nuevos gobernantes con
el plan de salvar la patria.
Todas las pasiones tienen una gravitación mo-
ral hacia su objeto, que precipita necesariamente
a los que están poseídos de ellas: su influencia
llega a tal grado, que se confunde el disimulo con
el escándalo, y esta es ya la época de su explosión:
así sucedió el 6 de abril, día en que el crimen triun-
96 BEElsARDO MONTEAGÜDO
fante se burló de la virtud proscrita. Los funcio-
narios más celosos, los ciudadanos más irrepren-
sibles son desterrados, conducidos a prisiones y
declarados reos contra la patria. Corrompida y se-
ducida la hez del pueblo se presenta amotinada,
y condena ciegamente sin saber a quién, semejan-
te a aquel ateniense que firmaba el destierro de
Arístides sin conocerle. Al fin la maldad consumó
sus designios: mas era preciso que para alucinar
al vulgo, interesase a la Deidad misma disponien-
do una solemne acción de gracias por el triunfo
que acababa de obtener sobre los enemigos irrecon-
ciliables del crimen, y los más fieles amigos de la
patria. Así lo realizaron, y celebrada esta sacrile-
ga demostración con todos los aparatos de una hi-
pocresía fanática, publican después un manifiesto
que en el concepto imparcial de las naciones, se
mirará siempre como el proceso de sus autores; y
fiados en su precaria magistratura, el ambicioso
consiente en ser un déspota, su intrigante Mece-
nas espera ser el arbitro de la constitución, y los
demás satélites creen que de su mano sola pende
ya el destino de los hombres: ¡ insensatos! ellos po-
drán hacer gemir por algún tiempo a todos los
hombres de bien, ellos podrán desorganizar el sis-
tema, viciar la administración pública y causar
escándalos funestos en el ejército del Perú, donde
he visto por mis propios ojos cuanto perdió la ener-
gía de nuestras tropas en ventaja del enemigo (1) ;
pero su plan es frágil, sus recursos insuficientes,
y ya los defensores de la libertad meditan poner
límites a la arbitrariedad por medio de la crea-
ción de un poder ejecutivo que cambiará el aspec-
to general de nuestros negocios.
Nada digo que no esté probado por los hechos:
los mismos pueblos que lloraban poco ha la corrup-
ción del gobierno antiguo, ven hoj' con asombro
(1) Goyeneche celebró con fastuoso aparato las noticias del 6 de
abril, éste es un hecho; y también lo es, que el diputado de Córdoba
escribió a don Domingo Tristán interesándole en sumo grado sostu-
viese y apoyase la conducta que observó el gobierno en aquel día de
proscripción.
OBRAS POLÍTICAS 97
la imparcialidad y el espíritu de vida que anima
las deliberaciones del actual: habrán tenido sin
duda el dolor de ver prostituidos a algunos de sus
delegados (2), mas también han recibido una sa-
ludable lección para proceder con más escrúpulo
a confiar el depósito sagrado de su representación,
y no aventurar su suerte seducidos de un celoso
hipócrita, de un sofista razonador, o de un simu-
lado patriota. La introducción de esta clase de
hombres al gobierno nos ha causado todos aque-
llos males, y hemos estado espuestos a verlos re-
producidos el 7 del presente. Este era el conato
de los parricidas de la patria, esta su intención:
ellos hubieran querido destruir a los hombres de
bien, y cobrar con usura lo que habían perdido
sus pasiones: ellos quisieron a costa de la sangre
del incauto soldado, subvertir el orden y triunfar
de los que aman la justicia; pero se engañaron, 3'
ahora conocerá el mundo a los que son el oprobio
de nuestra raza, y la causa de nuestros pasos re-
trógrados y de todas nuestras anteriores desgra-
cias. ¡Pueblos! ya habéis visto cuan fácil es con-
fundir el egoísmo con la generosidad, y preferir
al vicioso creyendo encontrar en él un héroe: vues-
tros errores son nuevas lecciones para el acierto:
ya habéis tenido tiempo para conocer a los hom-
bres, y discernir el lugar que ocupa en su corazón
el amor a la patria: no os asusten los males pasa-
dos, ellos eran obra de la necesidad y del poco co-
nocimiento de los hombres: ningún pueblo fué fe-
liz, sin que aprendiese antes a serlo en la escuela
del sufrimiento y la desgracia: renovad vuestros
esfuerzos, reiterad vuestros juramentos, y abre-
viad la obra cuya perfección esperan con impa-
ciente interés la naturaleza y la razón.
(Id., diciembre 20 de 1811.)
(2) Todos conocen a los que se han distinguido por su celo, y los
pueblos que los diputaron deben creerse felices por la elección que
hicieron.
98 BERNARDO MONTEAGUDO
A las americanas del sud
Mientras la sensibilidad sea el atributo de nues-
tra especie, la belleza será el arbitro de nuestras
afecciones; y señoreándose siempre el seso débil
del robusto corazón del hombre, será el primer mo-
delo de sus costumbres piiblicas y privadas. Esta
invencible inclinación a esa preciosa parte de la
humanidad, influye sobre nuestras acciones en ra-
zón combinada de la dependencia en que estamos
de ella, dependencia que variando en el modo sin
decrecer en su fuerza, sigue todos los períodos de
nuestra edad, anunciándose por medio de nuestras
progresivas necesidades. Débiles y estúpidos en la
infancia, incautos y desprovistos en la puerilidad,
nuestra existencia sería precaria sobre la tierra
sin los auxilios de este sexo delicado. Mas luego
que el hombre adquiere ese grado de fuerza y vi-
gor propio de su organización, un nuevo estímulo
anuncia su dependencia, y la naturaleza despliega
a sus ojos el objeto de su inclinación. Esta es la
época que fija su carácter, y determina su conduc-
ta: él pone entonces en obra todos los medios ca-
paces de facilitarle la satisfacción de una nueva
necesidad que no puede resistir. Si ve que la vir-
tud asegura sus deseos, será virtuoso al menos en
apariencia ; si concibe que la ilustración y el valor
apoyan su esperanza, él procurará ilustrarse, me-
recer el concepto de g'uerrero; si conoce, en fin,
que el amor a la patria es capaz de recomendar
su persona y favorecer su solicitud, él será patrio-
ta al principio por interés y luego por convicción,
pues muy luego se persuade el entendimiento,
cuando se interesa el corazón. La consecuencia
que voy a deducir es fácil prevenirla: uno de los
medios de introducir las costumbres, fomentar la
ilustración en todos sus ramos, y sobre todo, esti-
mular y propagar el patriotismo es que las señoras
americanas hagan la firme y virtuosa resolución
de no apreciar ni distinguir más que al joven mo-
OBRAS POLÍTICAS 99
ral, ilustrado, útil por sus conocimientos, y sobre
todo patriota, amante sincero de la libertad, j
enemigo irreconciliable de los tiranos. Si las ma-
dres y esposas hicieran estudio de inspirar a sus
hijos, maridos y domésticos estos nobles sentimien-
tos, y si aquéllas, en fin, que por sus atractivos
tienen derecho a los homenajes de la juventud,
emplearan el imperio de su belleza y artificio na-
tural en conquistar desnaturalizados y electrizar
a los que no lo son, ¿qué progresos no haría nues-
tro sistema? Sabemos que en las grandes revolu-
ciones de nuestros días el espíritu público y el
amor a la libertad han caracterizado dos nacio-
nes célebres, aunque no igualmente felices en el
suceso, debiéndose este efecto al bello sexo que
por medio de cantos patrióticos y otros insinuan-
tes recursos inflamaba las almas menos sensibles,
y disponía a los hombres libres a correr gustosos
al patíbulo por sostener la majestad del pueblo.
Americanas: os ruego por la patria que desea ser
libre, imitéis estos ejemplos de heroísmo y coad-
yuvéis a esta obra con vuestros esfuerzos: mostrad
el interés que tenéis en la suerte futura de vues-
tros hijos, que sin duda serán desgraciados, _si la
América no es libre: 5^ mientras el soldado sacri-
fica su vida, el magistrado su quietud y el políti-
co se desvela por la salud pública, haced resonar
por todas partes el eco patético de vuestra voz, re-
pitiendo la viva exclamación que hacía en nuestra
época una peruana sensible. ¡Libertad, libertad
sagrada, yo seguiré tus pasos hasta el sepulcro
mismo ! ! ! y al lado de los héroes de la patria mos-
trará el bello sexo de la América del Sud el inte-
rés con que desea ver expirar al último tirano, o
rendir el supremo aliento antes que ver frustra-
do el voto de las almas fuertes (3).
(Id., diciembre 20 de 181L)
(3) En mi primera Gaceta, que es la del número 12, interesé a los
ciudadanos ilustrados para que desplegasen sus talentos en obsequio
100 BERNAEDO MONTEAGUDO
Crimen de lenidad
El temor y la esperanza son los únicos resortes
del corazón humano, y la influencia combinada
de estos dos principios determina en el hombre
desde la infancia de su ser, sus inclinaciones y
sentimientos, según la prevención de su juicio
hacia los objetos de su voluntad. Calculado este
principio sería muy fácil conducirle, si multipli-
cándose los errores, las preocupaciones y los vi-
cios de la especie, no se disminuyesen e inutiliza-
sen los medios de estimular con acierto, aquellos
dos grandes móviles de la voluntad de los indivi-
duos. En todas las edades y en todos los climas
propende al bien, y detesta el mal todo ser que
piensa ; pero son muy pocas las almas fuertes que
aborrecen a éste y detestan a aquél sin esperar ni
temer; y aunque en las revoluciones que de tiem-
po en tiempo causa el eco de la naturaleza, que re-
clama la independencia de los hombres, afecten
algunas almas ese temple privilegiado, yo creo
que nunca más que entonces obran la esperanza
y el temor. Ojalá que el objeto de la una sólo fue-
se la libertad y el estímulo del otro la servidum-
bre. Por desgracia veo yo siempre confundidos y
adulterados estos sentimientos, y los hombres cuyo
ejemplo podría fijar la imitación de los demás,
parece que sólo son sensibles a la prosperidad pú-
blica cuando ésta asegura la suya, y que sólo te-
men la ruina de sus semejantes, porque temen la
propia, y porque ven frustrado el cálculo de sus
pasiones.
Esta degradante pero justa observación, nos
pone en la necesidad de esperar más de la influen-
cia de las pasiones, que del ascendiente de la vir-
de la libertad: estoy distante de hacerles la injuria de creer se desentien-
dan de tan justa insinuación: y si, como no lo espero, incurren en esta
omisión, me lisonjeo de que el bello sexo corresponderá a mis esperan-
zas, y dará a los primeros lecciones de energía y entusiasmo por nues-
tra santa causa.
OBRAS POLÍTICAS 101
tud, estimulando al hombre por los principios de
su conveniencia, antes que por los elementos de sus
deberes. Las penas y las recompensas imparcial-
mente dispensadas, deben ser la égida de nuestra
constitución: sólo aquéllas pondrán freno al furor
de nuestros enemigos, disminuj^endo el número
de sus envilecidos satélites; y sólo éstas fijarán
la opinión del frío e ignorante egoísta, que no
conoce otra norma de sus deberes que su conve-
niencia individual. Yo me avergüenzo de sentar
una proposición, que manifiesta desde luego el
poco espíritu público que nos anima. ¿Pero qué
serviría elogiar las costumbres de unos pueblos in-
fantes, que hasta hoy no merecen sino la compa-
sión de los filósofos? Sería muy fácil, que creyén-
dose ya dignos de ser alabados, sin haber mejora-
do antes su conducta, se lisonjeasen de ser lo que
deben ser, sin ser más de lo que son. Yo me he
propuesto en todas las gacetas que dé al públi-
co (4), no usar de otro lenguaje que del de un ver-
dadero republicano ; y no elogiar, ni deprimir ja-
más en mis conciudadanos, sino la virtud y el
vicio. Quizá se mirarán mis discursos como una
sátira inútil contra nuestras costumbres, pero yo
quiero decir lo que siento, aunque mi persua-
sión no iguale a mi celo.
Mi objeto actual es desenvolver los anteriores
principios, y demostrar que nada ha perjudicado
más los progresos de nuestro sistema, como la in-
dulgencia y lenidad con los enemigos de él. In-
capaces ciertamente de seguir otro impulso que
el del temor del castigo, y acostumbrados a juz-
gar de la energía y dignidad de los gobernantes
por el número de las víctimas que inmolaban an-
tes al despotismo, han creído que sus mismos crí-
menes eran el antemural que los defendía del ri-
gor de las leyes, y que para estar seguros era pre-
ciso ser delincuentes. Hasta ahora he visto des-
mentida esta verdad, desde las márgenes del Des-
aguadero hasta las del Eío de la Plata que acabo
(4) Son las de los viernes.
103 BERNARDO MONTE AGUDO
de observar; y no puedo meditar sin emoción,
cómo entre la multitud de hombres que desde el
principio se declararon rivales de la causa de la
naturaleza, no ha habido uno, uno solo que des-
pués haj-a abrogado sus errores y corregido su
conducta: observo que a lo más han afectado en
público esta enmienda, mientras en secreto sólo
han trabajado en combinar subversiones, prepa-
rar trastornos y frustrar el voto de los corazones
rectos. ¿Cuál es aquél, que convencido por los dis-
cursos públicos de la liberalidad y justicia de
nuestras intenciones, ha desertado de las bande-
ras de la tiranía y ha abandonado el partido de
esos estúpidos y envilecidos liberticidas? Los dis-
cursos más elocuentes y persuasivos, apenas han
servido para lisonjear por un momento la espe-
ranza de las almas sensibles, que contando con la
innata propensión del hombre a su felicidad,
creían que animada la elocuencia del atractivo
de ventajas reales, haría un contraste a la indife-
rencia, a la rivalidad y a las pasiones.
Una conducta tan contraria a las especulacio-
nes políticas y tan ajena de los cálculos de la pru-
dencia, parece menos extraña y reprensible en
aquella clase de pueblo, que por haber sido siem-
pre la depositaria de los errores y preocupaciones,
estaba más acostumbrada al yugo de la esclavitud.
Pero yo veo, que los mismos que podían ilustrar-
la, han sido los primeros en corromperla, ofrecién-
dole continuamente ejemplos de obstinación, de
hipocresía y de maldad. De aquí han resultado
los tumultos y sediciones repetidas hasta hoy en
distintos puntos: de aquí la osadía y esfuerzo de
niiestros enemigos exteriores, que prevalidos de
sus agentes internos daban por ciertas nuestras
desgracias, aun cuando el triunfo parecía estar
escrito sobre nuestras armas: de aquí la insuficien-
cia de nuestros recursos y medidas, casi siempre
frustradas insensiblemente por esa sorda y tenaz
facción, que segura de la impunidad hace frente
a la opinión pública: de aquí, por líltimo, la lan-
guidez y el abandono de algunos buenos ciudada-
OBRAS POLÍTICAS 103
nos, que desesperaban de ver triunfante la virtud,
mientras fuese tolerado el crimen.
Unas consecuencias tan funestas como necesa-
rias a la impunidad, han retardado sin duda los
progresos de nuestra revolución, sin que el siste-
ma de indulgencia y nioderantismo liaya produ-
cido la más pequeña ventaja, capaz de compensar
en algiín modo nuestros decrementos. Por todas
partes veo armados contra la patria a los mismos
que nuestra lenidad había salvado, en circuns-
tancias que su suerte dependía de nuestro fallo.
Yo veo en los pueblos del Perú, ocupados hoy por
las armas insurgentes de Lima, que nada ha sido
más perjudicial a las nuestras, como la toleran-
cia de los apóstoles del despotismo (5): entre és-
tos veo al arzobispo de Charcas, hacer donativos,
predicar homilias, lisonjear servilmente al desna
turalizado Goyeneche, y emprender, en fin, un
viaje molesto desde la Plata a Potosí, sólo por
hacer las exequias fiínebres a las execrables som-
bras de Sanz, ISTieto y Córdoba: entre éstos veo a
los que, refugiados antes al asilo de nuestra indul-
gencia, obtienen hoy las magistraturas de aque-
llas provincias, sirviendo de apoyo a los apurados
proyectos del invasor: entre éstos veo, en fin, a los
que en el T del corriente conspiraron contra la paz
pública, seduciendo a una parte de las legiones
de la patria; y concluyo de todo esto, que no cau-
sando la lenidad otro efecto que subversiones,
conjuraciones y males irreparables, la indulgencia
nos hará cómplices en la ruina de la libertad si
en adelante ponemos en una misma línea al que
desea salvar la patria y al aue ha jurado elevarse
sobre sus ruinas. Ministros de la ley, funcionarios
públicos, magistrados de un pueblo que desea ser
libre: mientras no veamos perfeccionada nuestra
grande obra, mientras fluctuemos entre el temor
(5> Muchos de éstos fueron confinados a distancias moderadas en
pena de sus crímenes, pero el gobierno antiguo frustró aún esta suave
medida, ordenando luego su restitución, v preparando así los males
que hemos experimentado antes y después de la jornada de lUiaqui sin
poder ya destruir su causa.
104 BERNARDO MONTEAGUDO
y la esperanza de ser libres, mientras esté vacilan-
te nuestra constitución ; velad sobre la conducta
de los enemigos públicos: su impunidad es un cri-
men en el que puede corregirlos, y el que no cas-
tiga la transgresión de las leyes, es su primer in-
fractor: consagrad vuestros deberes a la patria, y
la posteridad recordará con gratitud vuestra me-
moria.
(/d, diciembre 27 de 1811.)
Patriotismo
Todos aman su patria y muy pocos tienen pa-
triotismo: el amor a la patria es un sentimiento
natural, el patriotismo es una virtud: aquél proce-
de de la inclinación al suelo donde nacemos, y re-
cibimos las primeras impresiones de la luz, y el
patriotismo es un hábito producido por la combi-
nación de muchas virtudes, que derivan de la jus-
ticia. Para amar a la patria basta ser hombre,
para ser patriota es preciso ser ciudadano, quiero
decir, tener las virtudes de tal. De aquí resulta
que casi no tenemos idea de esta virtud, sino por
la definición que dan de ella los filósofos ; a todos
oigo decir que son patriotas, pero sucede con éstos
lo que con los avaros, que en apariencia soja los
más desinteresados, y a juzgar de su corazón por
los sentimientos que despliegan sus labios, se cree-
ría que el desinterés es su virtud favorita . La espe-
ranza de obtener una magistratura o un empleo
militar, el deseo de conservarlo, el temor de la
execración pública y acaso un designio insidioso
de usurpar la confianza de los hombres sinceros;
estos son los principios que forman los patriotas
de nuestra época. No lo extraño; el que jamás ha
sido feliz sino por medio del crimen, del disimulo
y de la insidia, se persuade que hay una especie
de convención entre los hombres, para ser sólo
virtuosos en apariencia; sin advertir que esta mo-
OBRAS POLÍTICAS 105
ral varía según los tiempos, y que sólo es propia
de esos desgraciados pueblos, donde el ruido fú-
nebre de las cadenas que arrastran, los hace medi-
tar cada día nuevos medios de envilecerse, para ser
menos sensibles a la ignominia.
El que no tenga un verdadero espíritu de filan-
tropía o interés por la causa santa de la humani-
dad, el que mire su conveniencia personal como la
primera ley de sus deberes, el que no sea constan-
te en el trabajo, el que no tenga esa virtuosa am-
bición de la gloria, dulce reconapensa de las almas
grandes, no puede ser patriota, y si usurpa este
renombre es un sacrilego profanador. Yo compa-
dezco a los americanos, y me irrito contra esos
atrabiliarios pedagogos que venían del antiguo
hemisferio a inspirarnos todos los vicios eversivos
de estas grandes virtudes: ellos merecen nuestra
execración, aun cuando no sea más que por la
barbarie e inmoralidad que nos han dejado en pa-
trimonio. Sólo la fuerza del genio o del carácter
que infunde nuestro clima ardiente, ha podido
vencer el hábito casi convertido en naturaleza, y
descubrir por todas partes espíritus dispuestos a
hacer frente al error y a la preocupación. Sigamos
su ejemplo y hagamos ver que somos capaces de
tener patriotismo, es decir, que somos capaces de
ser libres, y de renovar el sacrificio de Catón des-
pués de la batalla de Farsalia, antes que ver tre-
molar nuevamente el pabellón de los tiranos, y
quedar reducidos a la ignominiosa necesidad de
postrar ante ellos la rodilla y saludarles con voz
trémula para subir luego al suplicio, como lo ha-
cían los romanos en la época de su degradación (6).
Mas no perdamos de vista que nuestra alma ja-
más tomará este temple de vigor y energía, mien-
tras nuestro corazón no se interese en la suerte
de la humanidad y entremos a calcular los milla-
res de hombres existentes y venideros, a quienes
vamos a remachar las cadenas con nuestras pro-
pias manos si somos cobardes, o sellar con las mis-
(6) Ave imperator, morituri te salutant.— Tácíí.
10^ BERNARDO MONTEAGUDO
mas el decreto de su libertad e independencia, si
somos constantes. Yo veo envueltos en el caos de
la nada a los descendientes de la actual genera-
ción y mi alma se conmueve y electriza^ cuando
considero que puedo tener alguna pequeña parte
en su destino: pero después me digo a mi mismo,
;es posible que las sectas del fanatismo y los sis-
temas de delirio tengan tantos mártires apostóles
y prosélitos, al paso que la causa de los liombres
apenas encuentra algunos genios distinguidos que
la sostengan y defiendan? Yo me veo obligado a
inferir de aquí que son pocos los patriotas porque
son los que aman la causa de sus semejantes; y si
algunos la aman, su conveniencia personal y poca
constancia en el trabajo los convierte en refinados
""^Muy'fácil sería conducir al cadalso a todos los
tiranos si bastara para esto el que se reuniese una
porción de hombres, y dijesen todos en una asam-
blea, somos patriotas y estamos dispuestos a, mo-
rir para que la patria viva: pero si en medio de
este entusiasmo el uno liuyese del hambre, el otro
no se a,comodase a las privaciones, aquel pensase
en enriquecer sus arcas, en di atar sus posesiones,
en atraerse por un lujo orgulloso, las miradas es-
tultas de la multitud, y éste temiese sacrificar su
existencia, su comodidad, su sosiego, Prefirienao
la calma y el letargo de la esclavitud a la saluda-
ble agitación y dulces sacrificios que aseguran la
LIBERTAD, quedarían reducidos todos aquellos, pri-
meros cla'm^ores a una algarabía de voces insigni-
ficantes, propias de un enfermo ^^^^^l'^^^'^^Z'
ca en sus estériles deseos el remedio ^^^/«"^ ^/^^^^^
Pero quizá me dirá el pusilánime egoísta que su
espíritu se resiente de una empresa tan ^^^'^,1
qife la incertidumbre del éxito hace A^^chmr su
resolución: y yo pregunto. .;,en q^^^/^^^^^^,^, "^^r,
tidumbre? Las circunstancias son favorables, los
enem gos interiores que tenemos no pueden hacer
;rogreLs sin destruirse, y los mismos cindad^^^^
nie nos causan hacen un contraste «,1«^ "T^^l;^.^^
des recíprocas que nunca faltan: las potencias
OBRAS POLÍTICAS 107
europeas se liallan como encadenadas por sus mis-
mos intereses, y ninguna nación emprende con-
quistas en los momentos que teme debilitarse: hará
tentativas cautelosas, y aun las ocultará porque
su descubrimiento podría influir en los celos y apo-
yar los cálculos de sus vecinas: nuestros recursos
por otra parte no son mezquinos: tenemos brazos
robustos, frutos de primera necesidad, y para
abundar en numerario bastará que el gobierno
considere lo imperioso de las circunstancias, y el
arbitrio inevitable que ban tomado las naciones
en igual caso. ¿A qué ese monopolio de caudales
en tres o cuatro individuos; quizá enemigos del
sistema? A ninguno se le quite lo que es suyo;
¿pero por qué no suplirá el Estado sus urgencias
con los caudales de un poderoso, que en nada con-
tribuye; especialmente cuando la constitución
protege sus mismos intereses y puede asegurar el
reintegro de su suplemento? Desengañémonos, la
incertidumbre del éxito no pende de una causa
necesaria y extraña, sino de nosotros mismos: sea-
mos patriotas, esto es, amemos la humanidad, sos-
tengamos los trabajos, prescindamos de nuestro
interés personal y será cierto el éxito de nuestra
empresa.
Bien sé que bay mucbas almas generosas que
desembarazadas de todo sentimiento servil, no tie-
nen otro impulso que el amor a la gloria: éstas no
necesitan sino de sí mismas para hacer cosas gran-
des: ellas imitarán al intrépido romano que inmo-
ló sus propios hijos para salvar la patria, y emula-
rán la virtud de los oOO esj^artanos que se sacrifica-
ron en el paso de las Termopilas por obedecer a
sus santas leyes. La mano del verdugo, el brazo
del déspota, el furor de un pueblo preocupado,
nada intimida a los que aman la gloria. Seguros
de que vivirán eternamente en el corazón de los
buenos ciudadanos, ellos desprecian la muerte y
los peligros con tal que la humanidad reporte al-
guna ventaja de sus esfuerzos. Esta clase de hom-
bres es la que expiilsó de Roma a los Tarquinos,
la que dio la libertad a la Beocia, a la Tesalia y
108 BERNARDO MONTEAGUDO
a toda la costa del mar Egeo ; la que Hizo indepen-
diente a la América del Norte en nuestros mismos
días y la que formará en la del Sud un pueblo de
hermanos y de héroes. No hay dificultad, ya veo
la aurora de este feliz día. ¡ Oh momento suspira-
do! Las almas sensibles te desean, y se preparan a
sufrir toda privación, todo contraste por tener la
gloria de redimir la humanidad oprimida: los
patriotas de corazón, han jurado no acordarse de
sí mismos, ni volver al seno del descanso hasta
afianzar en las manos de la patria el cetro de oro
y ver expirar al iiltimo tirano a manos del último
de los esclavos, para que no queden en nuestro he-
misferio sino hombres libres y justos.
(Id., enero 3 de 1811.)
Pasiones
Si las leyes de movimiento nivelan en lo físico
el gran sistema de la naturaleza, las pasiones de-
terminan en el orden moral la existencia, el equi-
librio o la ruina de los Estados. Su combinación
recíproca sostiene al monarca sobre el trono, ele-
va a los cónsules a las sillas cumies, apoya el
cetro en las manos de un déspota y envuelve a
todos a su vez en los horrores de una procelo-
sa anarquía. Todas las pasiones pueden contri-
buir a la felicidad de un Estado, si su fuerza
se dirige a conciliar la voluntad de los individuos
con sus deberes: el peligro no está en su impulso,
sino en la dirección que se le da ; y yo veo que un
mismo estímulo determina a Curcio a precipitar-
se en el abismo, a los tres Decios a inmolarse por la
patria, al joven Mario a extender con intrepidez
la mano sobre los carbones encendidos, y á Sila
a proscribir su patria, a Catilina a cometer tan-
tos crímenes, a César a envilecer su alma hasta
OBEAS POLÍTICAS 109
la traición. En todos veo las modificaciones de
una pasión originaria que es el amor de sí mismo,
anunciándose en unos por el amor a la gloria, y
en otros por el deseo de exaltarse: y comparando
efectos tan contrarios producidos por una cau-
sa idéntica, infiero que las demás pasiones deben
tener igual tendencia, y que su varia modificación
producirá grandes virtudes y grandes crímenes,
presentando sobre la escena del mundo héroes ca-
paces de arrastrarse la veneración pública, y exe-
crables delincuentes que marchitarán su siglo y
llenarán de oprobio su generación.
No es fácil dirigir aquel impulso cuando por el
hábito llega a inveterarse, y pasa a formar el ca-
rácter de una nación; entonces la modificación del
amor de sí mismo es uniforme en todos los indivi-
duos como sucede en un pueblo de esclavos, donde
el que más se envilece delante del tirano, se repu-
ta por el más feliz, y viene la humillación a con-
fundirse con el heroísmo a los ojos de un amor
propio degenerado. No es lo mismo en un pueblo
naciente: su corazón se halla en un estado de indi-
ferencia y es susceptible de todas las impresiones
que una mano diestra intente sugerirle. Fácilmen-
te formará Cecrope un pueblo virtuoso en Atenas,
Licurgo un pueblo libre en Lacedemonia y Minos
un pueblo sabio y prudente en la Creta: la direc-
ción que reciban en estos pueblos las pasiones, ha-
rán tan inmortal al legislador que enseñó a los
griegos a ser justos, como a Cadmo de quien reci-
bieron los primeros caracteres que llevaba desde
la Fenicia para enseñarles a dibujar la palabra.
Todos saben que la América por su situación
política se halla en igual caso que la Grecia en los
tiempos de Inacho y Phoroneo. Sujeta a un siste-
ma colonial el más depresivo y humillante tres si-
glos ha, aun no puede lisonjearse de haber salido
de su infancia; y limitadas sus impresiones a un
dolor tímido, a un abatimiento lánguido, a unos
deseos pusilánimes, la apatía forma el carácter de
sus pasiones. De dos o tres años a esta parte em-
piezan recién a tomar un grado de energía y de
lio BERNARDO MONTEAGÜDO
vigor que anuncia los grandes efectos que podrán
producir en unas almas sensibles por la naturale-
za del clima.
Las primeras páginas de nuestros anales ofrecen
3'a rasgos que liubieran sin duda recompensado
los romanos con coronas de encina y de laurel, o
acaso con estatuas y honores divinos. Yo no puedo
menos de execrar a esos aturdidos razonadores,
que discurriendo por los principios de una filoso-
fía inexacta, no encuentran sino vicios que repren-
der, asegurando con una presuntuosa impudencia
que nuestro carácter es inconsistente, mezquino, y
egoísta, y concluyendo que sin auxilio ajeno so-
mos incapaces de todo. Yo tengo esperanzas más
racionales y no temo verlas defraudadas. Sé que
las pasiones producen grandes virtudes, y que
éstas se forman fácilmente, cuando aquéllas se di-
rigen con prudencia. Al gobierno toca mover este
resorte, estimulando el amor a la gloria, la noble
ambición y ese virtuoso orgullo que lia producido
tantos héroes: los mismos odios, las mismas riva-
lidades, y aun el mismo egoísmo, pueden influir
en los sucesos del sistema. Cuando abro los fastos
de la gloria, y examino los siglos de los Arístides,
de los Themístocles, de los Fabios y de los Cami-
los, a cada paso veo al héroe servirse de las pa-
siones de un rival perverso, para asegurar un triun-
fo, sofocar una conjuración y dar a la patria un
día de gloria.
Bien sé que hay pasiones destructivas y antiso-
ciales, no sólo incapaces de producir virtudes, sino
también contrarias al influjo de las otras: la pu-
silanimidad envilece el corazón y lo acostumbra
a recibir . impresiones abyectas y degradantes: la
inconstancia no produce sino almas débiles y es-
píritus flotantes, que siempre instables en sus prin-
cipios siguen el bien o el mal precariamente y son
el oprobio de todos los partidos: el lujo y la blan-
dura enervan absolutamente el espíritu, predis-
ponen a la estupidez, al letargo y al abandono de
todos los deberes. La templanza, que es la virtud
contraria a este vicio, es tanto más recomendable,
OBRAS POLÍTICAS 111
cuanto ella es la base de la libertad y el cimiento
de las repúblicas. Ningún pueblo fué libre sin ser
moderado, y las leyes agrarias, suntuarias, syssizia-
cas y funerales, sabemos que fueron las más firmes
columnas de la independencia ática y de la majes-
tad del pueblo romano. Ellas aseguraban los fondos
de un propietario, sin darle esperanza de poseer
más de lo preciso, señalaban la cantidad y aun la
cualidad de los alimentos, proscribían la igualdad
y sencillez en los vestidos y muebles, arreglaban
los gastos de los funerales y ordenaban los convi-
tes públicos que Xeuofoute mira como una escuela
de sobriedad y el más poderoso estímulo del pa-
triotismo.
Empecemos ya a imitar estos ejemplos de mo-
deración y de virtud, si queremos ser libres: ojalá
cada ciudadano, después de consultar sus primeras
necesidades, consagrara todo lo superfino a las ur-
gencias del Estado, en vez de fomentar un lujo
destructivo y favorable a los intereses de nuestros
rivales; ¿y por qué no imitaremos lo que tanto
nos importa? ¿Somos, por ventura, incapaces de
entrar en esa virtuosa emulación que desmienta
las imposturas de Paw y sus prosélitos? Energía,
americanos, energía: vivid firmemente persuadi-
dos que vuestra conducta, vuestras virtvides se-
rán las mejores armas contra la tiranía; y desen-
gañaos, que en vano liaremos conquistas, en vano
pronunciaremos discursos elocuentes, en vano usa-
remos de voces magníficas si no somos virtuosos.
Pero si la moderación, el amor a la humanidad y
el verdadero patriotismo llegan a formar nuestro
carácter, veréis entonces como liuyen de nuestras
riberas, veréis como se ponen pálidos aun a la dis-
tancia y veréis como el mundo entero se interesa
en vuestra felicidad y se complace cuando os oiga
decir con entusiasmo: viva la república, viva la
constitución del Sud.
(Id., enero 10 de 1812.)
112 BERNARDO MONTE AGUDO
El Editor
Para una nación débil y cobarde su misma segu-
ridad es peligrosa, porque abandonándose a un
profundo letargo está siempre próxima a perder
su existencia: mas para un pueblo intrépido y
enérgico ]os más graves peligros son otros tantos
medios de hacerse respetable. El cobarde se acer-
ca al peligro cuando huye de él, y el intrépido se
pone a mayor distancia cuando lo arrostra. Todos
los horrores que forja la pusilanimidad en su de-
lirio no son sino males relativos que sólo atormen-
tan al débil sin tener en su objeto más de una
existencia ideal. Si el temor no hubiese llegado a
formar una segunda naturaleza en el hombre, el
número de sus desgracias no hubiera excedido de
un prudente cálculo: pero esta pasión fanática y
supersticiosa multiplica hasta lo infinito sus mi-
serias, previniendo su incierta y remota existen-
cia. La intrepidez, al contrario, jamás confunde
el presentimiento con la realidad, ni equivoca
los males posibles con los actuales: sólo teme a los
cobardes que deben concurrir a disiparlos, porque
sabe que el mayor escollo es la languidez de los
mismos resortes que dirigen el mecanismo de sus
fuerzas morales.
Fijemos un principio para analizar sus conse-
cuencias: la patria está en peligro, y sólo nuestra
energía, nuestra energía sola podrá salvarla. Yo
veo que Roma, aniquilada y moribunda después
del triunfo de Brenno, no presenta ya sino un cua-
dro ruinoso de su antiguo esplendor, y que sus
habitantes despavoridos huyen sin esperanza de
volver a ver sus dioses penates: pero luego que el
gran Camilo marcha desde su retiro de Árdea a la
frente de nuevas legiones, y el pueblo recobra sus
energías con el ejemplo de Manilo, el vencedor se
rinde, y se reedifica la capital del mundo, cuando
parecía que sus recursos agotados iban a poner un
paréntesis eterno en los fastos de su gloria. Algo
OBRAS POLÍTICAS 113
más, yo veo que estando para sucumbir la repú-
blica por el incendiario Catilina y sus cómplices,
el celo intrépido de un solo ciudadano, del orador
de Arpiño, salvó la patria de tan gran conflicto;
y cuando el veneno parecía haber alterado su mis-
ma constitución, hasta reducir a un índice abre-
viado los defensores del orden, pudo no obstante
la energía del menor número sofocar el furor de
los conjurados. Yo veo, por último, a un solo Was-
hington, cuyo nombre hará su eterno elogio, des-
truir en las regiones del norte la arbitrariedad y
tiranía, asegurar con sus esfuerzos el patrimonio
hasta entonces usurpado a millares de hombres y
llevar a cabo sus virtuosos designios, venciendo
con su energía los escollos que opone a la salud de
los hombres la codicia y los resabios de la servi-
dumbre.
Pero no busquemos en los anales del heroísmo
ejemplos de que no carecemos en el período de
nuestra revolución. Hemos visto que la energía
nos ha salvado más de una vez sosteniéndonos en
los conflictos y escasez de recursos con una orgu-
llosa firmeza, y acabamos de probar en estos últi-
mos días, que para que el pueblo americano des-
pliegue su intrepidez, es preciso que los peligros
se presenten complotados, por decirlo así, y que
convergiendo sus ojos a todas partes, a fin de calcu-
lar sus recursos, se vea precisado a volverlos a
fijar en sus propias fuerzas para empeñarlas con
mayor ardor. Será una felicidad para un pueblo
que desea ser libre el que llegue a desengañarse y
conocer que mientras no busque en el fondo de sí
mismo los medios de salvarse jamás lo consegui-
rá. Es muy fácil y peligroso que el que se acos-
tumbra a creer que nada puede por sí mismo lle-
gue a ser en efecto impotente para todo y sólo
calcule sus fuerzas por los precarios auxilios que
espera recibir: pero cuando conoce que su energía
es una arma tanto más ventajosa cuanto en cierto
modo inutiliza las que se le oponen, y que su pro-
pio pecho es el muro más inexpugnable contra los
ataques que le amenazan: y considera al mismo
8
114 BERNARDO MONTEAGUDO
tiempo que la fuerza moral de su espíritu dobla
sus fuerzas físicas hasta elevarlo del último grado
de debilidad al supremo de vigor y robustez ; en-
tonces es muy fácil que cien héroes reunidos triun-
fen de millares de imbéciles que calculan su fuerza
por el número de sus brazos, sin contar con el co-
razón que les anima. Todo hombre nivela sus em-
presas por la opinión que tiene de sí mismo, y la
proporción que guarda es tan exacta que pueden
mirarse aquéllas como la más fiel expresión del
concepto que le inspira su amor propio. El ca-
rácter de un espíritu firme y enérgico es creerse
superior a todo, de consiguiente él emprenderá lo
más arduo y difícil, satisfecho de que los escollos
que se le presenten no harán más que abrirle el
camino de la gloria. Podrá quizá estrellarse en su
sepulcro en medio de su carrera, pero aun enton-
ces él muere con ventaja, porque muere sin temor,
y deja al cobarde un monumento que lo aterre.
Pueblo americano, grabad en vuestro corazón
estas consecuencias y su principio: la energía sola
podrá salvarnos; pero ella basta aunque los demás
recursos huyan de nosotros: no temáis a ese fre-
nético enemigo que auxiliado de un rival vecino
quiere incendiar nuestros hogares y usurpar por
un derecho nominal de sucesión vuestra impres-
criptible soberanía. El tiene más vanidad que es-
píritu, más orgullo que valor, y sus armas sólo
pueden ser terribles para otro^ esclavos iguales a
él. Nosotros combatimos por nuestra libertad,
combatimos por nuestra cara posteridad y comba-
timos por nuestra existencia natural y civil: todo
el que sea capaz de sentir, lo será de sacrificarse
por tan grandes intereses: para salvarlos qui_zá no
se necesita más que un momento de energía, un
instante de intrepidez. Corramos a la gloria y pros-
cribamos de nuestra lista nacional al cobarde que
huya del peligro, o al ingrato que prefiera la es-
clavitud. Si alg-uno abandona a la patria en estos
confli<^tos, precipitémosle de la roca tarpej-ana car-
gándolo de eternas execraciones.
(Id., enero 17 de 1812.)
OBRAS POLÍTICAS 115
Reflexiones políticas
La suerte de América pende de nosotros mis-
mos, y la influencia que reciba directa o indirec-
tamente de la Europa será siempre más favorable
que contraria a sus intereses, considerado el es-
tado actual de la revolución del globo, y los pro-
gresos que anuncian los extraordinarios tiempos
en que vivimos. De un momento a otro va a cam-
biar el aspecto de los grandes sucesos en las lla-
nuras del Océano, en las costas del Báltico, en las
inmediaciones del Mediterráneo y en las mismas
márgenes del Támesis, y cuando el héroe domi-
nante llegue al cénit de su gloria o al término de
sus días, una nueva serie de revoluciones pondrán
en expectación al globo, y el interés propio de
cada nación le hará adoptar una política contra-
ria a su actual sistema, sin que pueda prescindir
de esta innovación el mismo gabinete de S. Ja-
mes. Pero sin duda ese estremecimiento general de
todas las partes de la Europa será el apoyo de nues-
tra quietud, y quizá un solo día de calma, tregua
o seguridad en sus recíprocos intereses nos expon-
dría a funestos conflictos, siendo entonces de te-
mer un plan formal de agresión de parte de cual-
quier potencia ultramarina, plan que al presente,
y mucho menos en la nueva serie de revoluciones
próximo futuras no puede verificarse, porque en
tales circunstancias nada sería tan peligroso a
cualquier nación, como emprender reducir al an-
tiguo sistema colonial un vasto continente, que
como quiera que sea, ama y suspira por su inde-
pendencia, aun cuando en general no tenga otra
virtud que aborrecer la servidumbre: ello es que si
en tiempo de los reyes bastaban por ejemplo 100
combatientes para ocupar las provincias, actual-
mente unidas, quizá no bastaría ahora el mismo
número duplicado. Es fácil invadir una comarca y
difundir un terror precario en sus vecinas; pero
no lo es fundar una dominación y asegurar su es-
116 BERNARDO MONTE AGUDO
tabilidad en una época en que los espíritus Jian
llegado al caso de comparar y discernir la suerte
del hombre libre de la de un esclavo. Fuera de
que las emigraciones que serían consiguientes a
este nuevo establecimiento, la necesidad de no
confiar al principio los empleos civiles, militares
y aun eclesiásticos sino a los procedentes de la
nueva metrópoli, el interés de conservar interior
y exteriormente fuerzas suficientes para mantener
la obediencia de los pueblos y asegurar las rela-
ciones de comercio con aquélla; todo demandaría
gastos que quizá excederían los ingresos, y sobre
todo un número de fuerzas terrestres y marítimas
que entrando en el cálculo con las emigraciones
clandestinas y empleados metropolitanos, desmem-
brarían la fuerza real de la nación ocupante, sin
engrandecerla más que en la apariencia.
Por otra parte: cualquier paso que diese en el
día una potencia a la dominación de América,
sería una señal de alarma para las demás: entonces
la emulación y los celos harían una formidable
guerra a la codicia, y el espíritu exclusivo susci-
taría rivales poderosos contra el usurpador que ago-
tando insensiblemente sus fuerzas, antes que su
ambición pudiese repararlas, darían la ley al mis-
mo que se había lisonjeado de imponerla al débil.
Desengañémonos: todas las naciones de la Euro-
pa aspirarían a subyugar la América, si su codi-
cia no estuviese en diametral oposición con sus
intereses: ellas darían quizá un paso a su engran-
decimiento, si pudieran ser tan felices en sus ex-
pediciones como Fernando e Isabel en sus pirate-
rías. Pero ¡ qué importa! aun no acabarían de de-
marcar sus nuevos dominios, cuando verían ya
amenazados los suyos. Este peligro durará mien-
tras no se terminen las guerras que ha encendido
en Europa esa nueva dinastía de conquistadores
felices. Después que se derrame la sangre de mi-
llones de hombres, después que el orden natural
de los acontecimientos cambie la suerte de las
naciones, después que la experiencia de continuas
desgracias paralice el espíritu de unas, y el mis-
OBRAS POLÍTICAS 117
mo engrandecimiento abrume y debilite a otras,
después, en fin, que se cansen éstas de comba-
tir y aquéllas de ser combatidas, entrarán por
su propia virtud en forzosas alianzas y en treguas
de necesidad. ¿Pero cuándo será esto? Quizá co-
rrerá medio siglo sin que se verifique, aun cuando
yo espero que descanse entonces la bumanidad y
sea más feliz que atora. Entretanto los mismos
estragos y ruinas de la mitad del globo consolida-
rán la tranquilidad y esplendor del continente de
América cuyos progresos serán garantidos de un
modo inviolable, no por la voluntad sino por la
impotencia en que está la Europa de extender sus
brazos más allá del centro de sus precisos intere-
ses. Convengamos en que la agresión de las po-
tencias ultramarinas no ouede realizarse en las
circunstancias por sus peligros recíprocos, ni en
lo sucesivo por el interés de la conservación; y
que, por consiguiente, cuando llegue el caso en
que debamos temer, nuestros propios recursos bas-
tarán para salvarnos.
Por las mismas razones ningún pabellón podrá
atora concurrir aún en clase de auxiliar, sin ex-
ponerse a sentir iguales efectos ron menos venta-
jas, especialmente cuando las únicas que podrían
bacer parte principal no existen sino en fantasmas
y simulacros. A más de esto, ningiín gabinete es
tan pródigo de recursos que quiera sacrificarlos al
interés de otro: porque o se cree capaz de empren-
der por sí solo el mismo designio y entonces pre-
ferirá su interés exclusivo: y si por su situación o
por los peligros que le amenazan no se decide a
obrar por sí mismo, menos lo bará en auxilio aje-
no, cuando sabe que su concurso será parcial en
la aoariencia únicamente y que no habrá dife-
rencia en el resultado.
TTltimamente, yo creo que a nuestro puerto sólo
arribarán y no con poca dificultad, algunos emi-
grados, que puedan salvar del naufragio: éstos se
complotarán quizá, y formarán proyectos ridícu-
los si encuentran un punto inmediato de apoyo:
pero toda combinación de esta naturaleza sólo
118 BERNAUDO MONTE AGUDO
puede ser imponente para los cobardes. ¿Con qué
fondos sostendrá esta empresa, con qué auxilios
la llevará a cabo un tropel de errantes que con
proporción a su número serán dobles las dificulta-
des y embarazos para la ejecución de las medidas?
Hablemos sin ilusión, los grandes peligros no de-
bemos esperarlos de la Europa ; su codicia no pue-
de ser el arbitro de nuestro destino y sus deseos
serán sofocados por los riesgos en que fluctuará
su misma suerte. En nuestra mano está precaver
todo mal suceso, próximo o remoto: tenemos tiem-
po y recursos»para armar nuestro brazo j hacerlo
terrible a nuestros enemigos; no pende de ellos,
no, el destino de la América, sino de nosotros mis-
mos: su ruina o prosperidad, serán consiguientes
a nuestra energía o indiferencia.
(W., enero 24 de 1812.)
Observación
Un pueblo que repentinamente pasa de la ser-
vidumbre a la LiBEETAD, está en un próximo peli-
gro de precipitarse en la anarquía y retrogradar a
la esclavitud. El placer embriagante que recibe
de un nuevo objeto que determina su admiración,
le expone a abusar de unas ventajas cuya medida
ignora, porque jamás ba poseído. El necesita que
los peligros pongan freno a sus deseos exaltados,
antes que su felicidad lo baga desgraciado, si en
sus mismas alteraciones no le indica los medios
de hacerse inalterable. El imperio de las pasiones
sobre el corazón del hombre es demasiado lángui-
do, cuando el peso de sus desgracias lo abruma:
pero cuando la prosperidad lo dilata y el placer
lo anima, suelta entonces la brida a sus caprichos
y debilidades. La América ha convertido sii llanto
en risa de un momento a otro, ja la humillación
en que vivía, se ha sucedido la independencia en
OBRAS POLÍTICAS 119
que debe morir: pero aun le falta la sanción del
tiempo, y es preciso confesar que entretanto in-
fluirán más las pasiones sorprendidas por este nue-
vo espectáculo, que la razón misma sfuiada por el
impulso del orden. En esta precisa lid los peligros
deben mirarse como un don del cielo, y yo sos-
tengo que nuestra conservación pende de los gran-
des riesgos que nos rodean. Si ellos desaparecie-
sen repentinamente de las costas del Uruguay y
de las escarpadas montañas del Peni, h quién duda
que entonces las rivalidades, las disidencias, los
odios, la ambición, y todas las pasiones, renova-
rían una guerra interior más funesta a la liber-
tad, que todas las armas de los tiranos? Al abrigo
de una calma exterior se suscitarían mil borras-
cas interiores, se animarían los celos, y ya cada
uno, seguro de las actuales amenazas, sólo se es-
forzaría a ganar partido para prevalerse después
de él y usurpar los derechos del pueblo, como lo
intentarían mucbos hipócritas a quienes ya cono-
cemos, por más que se justifiquen y procuren pro-
fanar la virtud de los buenos para disfrazar sus
crímenes. Por estas razones yo quiero que los es-
collos se amontonen delante de nosotros, quiero
que nuestra cerviz esté siempre amenazada del
yugo opresor, quiero ver siempre en conflictos a
los que se jactan de patriotas, y quiero que algu-
na vez lleguemos al mismo borde del precipicio,
para conocer entonces la energía de que son ca-
paces. Observo mucho tiempo ha, que sólo cuan-
do amenaza un peligro se conmueven los resortes
de nuestra energía, se obra con rapidez y se pro-
yecta con calor; pero luego que pasa el conflicto
vuelve la languidez y la indiferencia ; y la unión
que empezaba a conciliarse a vista del riesgo, se
disipa lejos de él. Yo espero que llegará un mo-
mento en que se consolide la libertad, en que se
afiance la uniformidad de sentimientos, en que
las pasiones enmudezcan y este será un gran ries-
go en que la patria se estremezca y tiemble al ver
su destino vacilante: pero también espero que en-
120 BERNARDO MONTEAGUDO
tonces la energía hará una explosión violenta y
forzará a los tiranos a doblar su trémula rodilla
delante de la majestad del pueblo.
Buenos Aires 23 de enero 1812
Cuando yo veo que en la capital de Lima, en
ese pueblo de esclavos, en ese asilo de los déspo-
tas, en ese teatro de la afeminación y blandura,
en esa metrópoli del imperio del egoísmo, consi-
guió el visir Abascal levantar un cuerpo cívico
bajo el nombre de la concordia, compuesto de
1,500 hombres de la clase media, uniformados y
armados a sus expensas, juzgo que Buenos Aires
se degradaría hasta el extremo, si no imitase con
doble esfuerzo este interesante ejemplo. La urgen-
cia es mayor y la obligación no puede ser más sa-
grada. El ejército de la repiíblica debe salir al
campo de Marte, bien sea a ensayar el vigor de
sus brazos, o a batir las falanges orgullosas que
vengan a insultar nuestro pabellón: la capital debe
quedar con fuerzas interiores para mantener la
tranquilidad en su recinto y apoyar el decoro del
gobierno: estos dos grandes objetos no pueden con-
ciliarse sin la acelerada organización de la legión
cívica que ya se ha promovido: cada momento de
demora enfría el ardor de la empresa y retarda
nuestros progresos. El pueblo libre de Buenos Ai-
res H^no será capaz de la energía que mostraron los
esclavos de Lima, cuando Abascal en los conflic-
tos de desprenderse de sus tropas veteranas y pro-
vinciales, abrazó aquel arbitrio para asegurar su
existencia, amenazada entonces por el espíritu de
libertad que empezaba a clifundir el autor de
El Diario Secreto y sus muchos prosélitos? No lo
creo, antes espero que todos los que se consideran
dignos de ser ciudadanos, serán desde hoy solda-
dos, y correrán a tomar la divisa del valor, en-
trando en competencia con los aguerridos orien-
tales y demás campeones que se han señalado en
nuestra historia. Argentinos: la libertad no se
OBRAS POLÍTICAS 121
consigue sino con grandes y continuos sacrificios:
las voces y clamores de una multitud acalorada
no han hecho independiente a ningún pueblo: las
obras, la energía, la energía y el entusiasmo son
los que han llenado los anales de la libertad triun-
fante. Tomad las armas o id a buscar los grillos en
un tranquilo calabozo.
A LOS PUEBLOS INTERIORES
Cuando en el niímero 12 interesé a los ciudada-
nos ilustrados para que consagrasen sus desvelos
a los intereses de la patria, borrando con su in-
fluencia las impresiones del vicio y el error, creí
que el eco de mi voz penetraría hasta lo interior
de esas provincias, convenciendo a sus habitantes
de la obligación en que están de propagar sus lu-
ces, su energía y esfuerzos para auxiliar los de esta
capital. No ignoro que en el interior hay hombres
capaces de llenar este sagrado objeto, y sus refle-
xiones serían muy interesantes, aun cuando no se
contrajesen más que a indicar los recursos que en
cada pueblo pueden apurarse para fomentar el es-
píritu público; interés el más urgente a que de-
bemos contraernos en estos días de conflicto. No
quiero que por esto se prescinda enteramente de
los arbitrios (jue conducen al fomento de la indus-
tria, comercio y agricultura, de cuyos progresos
pende la opulencia de un Estado que empieza a
desenvolver el embrión de sus facultades: pero sí
sostengo que nuestro principal objeto debe ser
formar el espíritu público, con cuyo auxilio triun-
faremos fácilmente de las dificultades, hasta ho-
llar los mayores peligros. Calculemos con exacti-
tud nuestros intereses: la América, atendidas sus
ventajas naturales, está en aptitud de elevarse con
rapidez al mayor grado de prosperidad, luego que
se consolide su deseada independencia: hasta tan-
to, querer entrar en combinaciones de detall y
planes particulares de felicidad, sería poner tra-
122 BEENARDO MONTEAGUDO
bas y embarazos al principal objeto, sin progresar
en éste ni en aquéllos. Cuando un pueblo desea
salir de la servidumbre, no debe pensar sino en
ser libre: si antes de serlo quiere ya gozar los fru-
tos de la libertad, es como un insensato labrador
que quiere cosechar sin haber sembrado. Fomén-
tese el espíritu público, y entonces será fácil subir
por el tronco hasta la copa del árbol santo de
nuestra salud: pero mientras ese fuego sagrado no
inflame a todas las almas capaces de sentir, yo
veo pendiente sobre nuestra cabeza la espada de
los tiranos y próximos a unirse de nuevo los esla-
bones de esa ronca cadena que acabamos de tron-
char. Americanos: ¿cuándo os veré correr con la
tea de la libertad en la mano, a comunicar el in-
cendio de vuestros corazones a los fríos y lángui-
dos que confunden la pusilanimidad con la pru-
dencia, la frialdad con la moderación, la lentitud
con la dignidad y el decoro, y lo que es más, el
saludable entusiasmo de los verdaderos republi-
canos con el delirio, la ligereza o poca madurez en
los juicios? Pueblos: ¿cuándo seréis tan entusias-
tas por vuestra independencia, como habéis sido
fanáticos por la esclavitud? Habitantes de los úl-
timos ángulos del continente austral: la libertad
de la patria está en peligro; tomad, tomad el pu-
ñal en la mano antes de acabar de leer este período
si posible es, y corred, corred a exterminar a los
tiranos; y antes que su sangre acabe de humear,
presentadla en holocausto a las mismas víctimas
que ellos han inmolado desde el descubrimiento
de la América. Ciudadanos ilustrados: fomentad
este furor virtuoso contra los agresores de nues-
tros derechos: perezcamos todos, antes de verlos
triunfar: vamos a descansar en los sepulcros, antes
que ser espectadores de la desolación de la patria.
Si ellos sobreviven a nuestro dolor, que no encuen-
tren sino ruinas, tumbas, desiertos solitarios en
lugar de las ciudades que habitamos: que enarbo-
len su pabellón sobre esos mudos y expresivo^ mo-
numentos de nuestro odio eterno a la esclavitud.
Firmeza y coraje, mis caros compatriotas: vamos
OBRAS POLÍTICAS 123
a ser independientes o morir como héroes, imitan-
do a los Guatimozines y Atahualpas.
{Id., enero 24 de 1812.)
Observaciones didácticas
¿Por qué funesto trastorno lia venido a ser es-
clavo ese arbitro subalterno de la naturaleza, cuya
voluntad sólo debía estar sujeto a las leyes que
sancionan su independencia y señalan los límites
que la razón eterna tiene derecho a prescribirle?
¿ Por qué ha vivido el hombre entregado a la arbi-
trariedad de sus semejantes y obligado a recibir
la ley de un perverso feliz? No busquemos la cau-
sa fuera del hombre mismo: la ignorancia le hizo
consentir en ser esclavo, hasta que con el tiempo
olvidó que era libre: llegó a dudar de sus derechos,
vaciló sobre sus principios y perdió de vista por
una consecuencia necesaria el cuadro original de
sus deberes. Un extraño embrutecimiento vinp a
colocarle entre dos escollos tan funestos a la jus-
ticia como a la humanidad; y fluctuando entre la
servidumbre y la licencia mudaba algunas veces
de situación, sin mejorar su destino siempre des-
graciado, ya cuando traspasaba los límites de su
LIBERTAD, ya cuaudo gemía en la esclavitud.
Esta alternativa de contrastes ha afligido y afli-
girá el espíritu humano mientras no se fije un tér-
mino medio entre aquellos extremos y se analicen
las nociones elementales que deben servir de nor-
te. Para esto sería excusado buscar en esos volú-
menes de delirios filosóficos, y falsos axiomas de
convención, la idea primitiva de un derecho gra-
bado en el corazón de la humanidad. La libertad
no es sino una propiedad inalienable e imprescrip-
tible que goza todo hombre para discurrir, hablar
y poner en obra lo que no perjudica a los derechos
de otro, ni se opone a la justicia que se debe a sí
124 BERNARDO MONTE AGUDO
mismo. Esta ley santa derivada del consejo eter-
no, no tiene otra restricción que las necesidades
del hombre y su propio interés: ambos le inspiran
el respeto a los derechos de otro para que no sean
violados los suyos: ambos le dictan las obligacio-
nes a que está ligado para con su individuo y de
cuya observancia pende la verdadera libertad.
Ninguno es libre si sofoca el principio activo y de-
terminante de esa innata disposición; ninguno es
libre si defrauda la libertad de sus semeja^jtes,
atrepellando sus derechos: en una palabra, nin-
guno es libre si es injusto.
Bien examinadas las necesidades del hombre
se verá que todos sus deberes resultan de ellas y
se dirigen a satisfacerlas o disminuirlas; y que,
por consiguiente, nunca es más libre que cuando
limita por reflexión su propia libertad, mejor
diré, cuando usa de ella. ¿Y podrá decirse que
usa de su razón el que la contradice y se desvía
de su impulso? De ningiín modo; ,; podrá decirse
que usa de ella el Que por seguir un capricho ins-
tantáneo se priva de satisfacer su necesidad ver-
dadera? tampoco: pues lo mismo digo de la liber-
tad que no es sino el ejercicio de la razón misma:
aqiTella se extiende por su naturaleza a todo lo que
ésta alcanza, y así como la razón no conoce otros
límites, que lo que es imposible, bien sea por una
repugnancia moral o por una contradicción física,
de igual modo la libertad sólo tiene por término
lo que es capaz de de«;truirla o lo que excede la es-
fera de lo posible. No hablo aquí de la libertad
natural que ya no existe, ni de ese derecho ilimi-
tado que tiene el hombre a cuanto le agrada en el
estado salvaje: trato, sí, de la libertad civil que
adquirió por sus convenciones sociales y que ha-
blando con exactitud es en realidad más amplia
nue la primera. No es extraño: las fuerzas del in-
dividuo son el término de la libertad natural, y
la razón nivelada por la voluntad general señala
el espacio a oue se extiende la libertad civil. Yo
sería sin duda menos libre, si en circunstancias
fundase mis pretensiones en el débil recurso de
OBRAS POLÍTICAS 125
mis fuerzas: cualquier hombre más robusto que
yo frustraría mi justicia y el doble vigor de sus
brazos fácilm.eute eludiría mis más racionales es-
peranzas: yo no tendría propiedad segura, y mi
posesión sería tan precaria como el título que la
fundaba. Por el contrario: mi libertad actual es
tanto más ñrme y absoluta, cuanto ella se funda
en una convención recíproca que me pone a cu-
bierto de toda violencia: sé que ningún hombre
podrá atentar impunemente este derecho, porque
en su misma infracción encontraría la pena de su
temeridad y desde entonces dejaría de ser libre,
pues la sujeción a un impulso contrario al orden
es esclavitud, y sólo el que obedece a las leyes
que se prescriben en una justa convención goza de
verdadera libertad.
Todo derecho produce una obligación esencial-
mente anexa a su principio, y la existencia de
ambos es de tal modo individual, que violada la
obligación se destruye el derecho. Yo soy libre,
sí, tengo derecho a serlo; pero también lo son
todos mis semejantes, y por un deber convencio-
nal ellos respetarán mi libertad, mientras yo res-
pete la suya: de lo contrario, falto a mi primera
obligación que es conservar ese derecho, pues vio-
lando el ajeno, consiento en la violación del mío.
Aun digo más: yo empiezo a dejar de ser libre, si
veo con indiferencia que un perverso oprime o se
dispone a tiranizar al más infeliz de mis conciu-
dadanos: ^u opresión reclama mis esfuerzos; e
insensiblemente abro una brecha a mi libertad,
si permito que quede impune la violencia que pa-
dece. Luego que su opresor triunfe por la primera
vez, él se acostumbrará a la usurpación ; con el
tiempo formará un sistema de tiranía y sobre las
ruinas de la libertad pública elevará un altar
terrible, delante del cual vendrán a postrar la ro-
dilla cuantos hayan recibido de sus manos las
cadenas. Tan esclavo será al fin el primer oprimi-
do como el líltimo: la desgracia del uno y la ciega
inacción del otro pondrán su destino a nivel:
aquél llorará los efectos de la fuerza que le sor-
126 BERNARDO MONTEAGUDO
prendió, y éste sentirá las consecuencias de la
debilidad con que obró en detrimento de ambos.
Yo voy a inferir de estos principios, que todos los
que tengan un verdadero espíritu de libertad son
defensores natos de los oprimidos, y el que vea
con indolencia las cadenas que arrastran otros
cerca de él, ni es digno de ser libre, ni podrá ser-
lo jamás. Por esto he mirado siempre con admira-
ción la LIBERTAD de Esparta, y no sé cómo podían
lisonjearse de ser tan libres, cuando por otra par-
te sostenían la esclavitud de los ilotas, aunque
Sócrates les atribuía las ventajas de un estado
medio. Ello es que la existencia de un solo siervo
en el Estado más libre, basta para marchitar la
idea de su grandeza. ¡Felices las comarcas donde
la naturaleza ve respetados sus fueros en el más
desvalido de los mortales!
Americanos: en vano declamaréis contra la ti-
ranía si contribuís o toleráis la opresión y servi-
dumbre de los que tienen igual derecho que nos-
otros: sabed que no es menos tirano el que usurpa
la soberanía de un pueblo que el que defrauda los
derechos de un solo hombre: el que quiere restrin-
gir las opiniones racionales de otro, el que quiere
limitar el ejercicio de las facultades físicas o mo-
rales que goza todo ser animado, el que quiere so-
focar el derecho que a cada uno le asiste de pedir
lo que es conforme a sus intereses, de facilitar el
alivio de sus necesidades, de disfrutar los encantos
y ventajas que la naturaleza despliega a sus ojos ;
el que quiere, en fin, degradar, abatir y aislar a
sus semejantes es un tirano. Todos los hombres
son igualmente libres: el nacimiento o la fortuna,
la procedencia o el domicilio, el rango del ma-
gistrado o la líltima esfera del pueblo, no inducen
la más pequeña diferencia en los derechos y pre-
rrogativas civiles de los miembros que lo compo-
nen. Si alguno cree que porque preside la suerte
de los demás, o porque ciñe la espada que el Es-
tado le confió para su defensa, goza mayor liber-
tad que el resto de los hombres, se engaña mucho,
y este solo delirio es un atentado contra el pacto
OBRAS POLÍTICAS 121
social. El activo labrador, el industrioso comer-
ciante, el sedentario artista, el togado, el funcio-
nario público, en fin, el que dicta la ley y el que la
consiente o sanciona con su sufragio, todos gozan
de igual derecho, sin que haya la diferencia de
un solo ápice moral: todos tienen por término de
su independencia la voluntad general y su razón
individual: el que lo traspasa un punto ya no es
libre, y desde que se erige en tirano de otro, se
hace esclavo de sí mismo.
Desengañémonos: nuestra libertad jamás ten-
drá una base sólida, si alguna vez perdemos de
vista ese gran principio de la naturaleza, que es
como el germen de toda la moral: jamás hagas a
otro, lo que no quieras que hagan contigo. Si yo
no quiero ser defraudado en mis derechos, tampo-
co debo usurpar los de otro: la misma libertad
que tengo para elegir una forma de gobierno y
repudiar otra, la tiene aquel a quien trato de per-
suadir mi opinión: si ella es justa, me da derecho
a esperar que será admitida: pero la equidad me
prohibe el tiranizar a nadie. Por la misma razón
yo me pregunto ¿ qué pueblo tiene derecho a dictar
la constitución de otro? Si todos son libres, ¿po-
drán sin una convención expresa y legal recibir
su destino del que se presuma más fuerte? ¿Habrá
alguno que pueda erigirse en tutor del que recla-
ma su mayoridad, y acaba de quejarse ante el
tribunal de la razón del injusto pupilaje a que la
fuerza lo había reducido? Los pueblos no conocen
sus derechos: la ignorancia los precipitaría en mil
errores, ¿y yo tengo derecho a abusar de su igno-
rancia y eludir su libertad a pretexto de que no
la conocen? No por cierto. Yo conjuro a todos los
directores de la opinión que jamás pierdan de vis-
ta los argumentos con que nosotros mismos im-
pugnamos justamente la conducta del gobierno
español con respecto a la América. Toda consti-
tución que no lleve el sello de la voluntad general
es injusta y tiránica: no hay razón, no hay pre-
texto, no hay circunstancia que la autorice. Los
pueblos son libres y jamás errarán si no se les co-
128 BERNARDO MONTEAGUDO
rrompe o violenta. Tengo derecho a decir lo que
pienso, y llegaré por grados a publicar lo que
siento. Ojalá contribuya en un ápice a la felici-
dad de mis semejantes; a esto se dirigen mis de-
seos, y yo estoy obligado a apurar mis esfuerzos.
Juro por la patria que nunca seré cómplice con
mi silencio en el menor acto de tiranía, aun cuan-
do la pusilanimidad reprenda mis discursos y los
condene la adulación. Si alguna vez me aparto de
estos principios, es justo que caiga sobre mí la
execración de todas las almas sensibles ; y si mi
celo desvía mi corazón, ruego a los que se honran
con el nombre de patriotas, acrediten que aman
la causa pública y no que aborrecen a los que se
desvelan por ella.
Clasificación
Todas las instituciones humanas subsisten o ca-
ducan, según predominan más o menos en su es-
píritu la imparcialidad y la justicia. La mano del
hombre siempre producirá obras frágiles si se
aparta un punto de este principio y confunde en
sus primeras combinaciones los estímulos de una
justicia convencional, con los dogmas de la equi-
dad natural. Desgraciado el pueblo que al ensa-
yar las ideas de reforma a que lo conduce su mis-
ma situación, olvida ya el punto de donde debe
partir y se precipita en nuevos escollos, antes de
vencer los que \\n despotismo inveterado oponía a
sus esfuerzos. Uno de los actos que exigen ma;^or
imparcialidad para evitar este peligro, es la clasifi-
cación de ciudadanos: sin ella los demás serían ile-
gítimos, y cada paso que diésemos en nuestra re-
volución iría marcado con funestos absurdos.
Nuestra futura constitución debe ser obra del voto
general de los que tengan derecho de ciudadanía:
y si éste se dispensa, o niega sin examen al digno
y al indigno, la suerte de la patria se verá compro-
OBRAS POLÍTICAS 129
metida y sofocado el voto de la sana intención.
Por el contrario, si se procede con cordura y equi-
dad debemos esperar, entre otras ventajas, la
reconciliación de muchos enemigos del sistema y
la firme adhesión de los que se vean ligados por
un nuevo pacto público, que será el más sagrado
entre nosotros.
¿Quién gozará, pues, los derechos de ciudada-
nía? Olvidemos las preocupaciones de nuestros ma-
yores, hagamos un paréntesis a los errores de la
educación y consultemos la justicia. Todo hombre
mayor de veinte años que no esté bajo el dominio
de otro, ni se halle infamado por un crimen pú-
blico plenamente probado, y acredite que sabe
leer y escribir, y se ejercita en alguna profesión,
sea de la clase que fuere, con tal que se haga ins-
cribir en el registro cívico de su respectivo can-
tón, después de haber vivido más de un año en el
territorio de las Provincias Unidas, obligando su
persona y bienes al cumplimiento de los deberes
que se imponga, gozará los derechos de ciudada-
nía. El que reúna estas cualidades debe ser ad-
mitido a la lista nacional, sea su procedencia cual
fuere, sin que haya la más pequeña diferencia en-
tre el europeo, el asiático, el africano y el origi-
nario de América. No creo que se me impugnará
esta opinión, porque entonces abriríamos una bre-
cha a la justicia y pondríamos un escollo a los
hombres de mérito que quisiesen enriquecernos
con los tesoros de su industria. Si entre aquéllos
hay una cierta clase que por carácter detesta nues-
tras ideas, este es el medio de comprometerlos;
porque, o han de rehusar los derechos de ciudada-
nía, y en tal caso deben ser mirados como extran-
jeros y no acreedores a la protección de las leyes
patrias, o han de entrar en el rol de los ciudada-
nos, y entonces quedan comprometidos a sostener
la constitución o sufrir el rigor de la ley.
He excluido al que esté bajo el dominio de otro,
no porque una injusta esclavitud derogue los dere-
chos del hombre, sino porque las circunstancias
9
130 BERNARDO MONTEAGUDO
actuales y el estado mismo de esa porción misera-
ble no permiten darles parte en los actos civiles,
hasta que mejore su destino. Por lo que toca a la
edad iie observado que en nuestro clima y en la
época en que vivimos, bastará la de veinte años
para obrar con aquella reflexión que demandan
los negocios públicos. También excluyo al que
esté infamado por un crimen notorio plenamente
probado, y siendo el mayor de todos el de lesa
-patria, sería inútil decir que un enemigo público
no puede ser ciudadano; pero quiero que las jus-
tificaciones sean evidentes, pues de lo contrario
¿quién sería inocente, si para ser condenado bas-
tara la acusación de un impostor o de un celoso
frenético?
El saber leer y escribir, y estar en ejercicio de
alguna profesión mecánica o liberal me parecen
circunstancias indispensables, tanto más, cuanto
importa determinar una cualidad sensible que
muestre la aptitud y aplicación de cada uno. El
domicilio de un año en el territorio de las provin-
cias libres, es el término más regular para que
conocidas las ventajas del país pueda cualquiera
adoptar su domicilio y tomar por él un grado de
interés proporcionado a su adhesión. Con estas
cualidades podrá cualquiera inscribirse en el re-
gistro cívico, bajo los ritos legales que deben
acompañar este importante acto ; obligándose en
él solemnemente a cumplir con los deberes de ciu-
dadano; y así como la constitución queda garan-
te de sus derechos, del mismo modo su persona y
bienes deben quedar sujetos a la responsabilidad
de la menor infracción, según su naturaleza y cir-
cunstancias. He indicado las ideas elementales de
esta materia, pero nada añadirán mis especulacio-
nes a su importancia, si no se ponen en práctica
con la brevedad que demanda nuestra situación.
Demos este importante paso para calcular por él
nuestros futuros progresos. Yo protesto no ceder
en mi empeño, hasta verlo realizado, la necesidad
me estimula, y el amor a la libertad me decide;
OBRAS POLÍTICAS 131
pero mi voz es débil, si el gobierno no la esfuerza
y la sostienen los hombres libres.
(Id., febrsro 14 de 1812.)
Continúan las observaciones didácticas
Sólo el santo dogma de la igualdad puede in-
demnizar a los hombres de la diferencia mu-
chas veces injuriosa que ha puesto entre ellos la
naturaleza, la fortuna, o una convención antiso-
cial. La tierra está poblada de habitantes más o
menos fuertes, más o menos felices, más q menos
corrompidos; y de estas accidentales modificacio-
nes nace una desigualdad de recursos que los es-
píritus dominantes han querido confundir con
una desigualdad quimérica de derechos que sólo
existen en la legislación de los tiranos. Todos los
hombres son iguales en presencia de la ley: el ce-
tro y el arado, la púrpura y el humilde ropaje
del mendigo, no añaden ni quitan una línea a la
tabla sagrada de los derechos del hombre. La ra-
zón universal, esa ley eterna de los pueblos no
admite otra aceptación de personas que la que
funda el mérito de cada una: ella prefiere al ciu-
dadano virtuoso sin derogar la igualdad de los
demás, y si amplía con él su protección, es para
mostrar que del mismo modo restringirá sus aus-
picios con el que prefiera el crimen. Los adulado-
res de los déspotas declaman como unos energúme-
nos contra este sistema y se esfuerzan en probar
con tímidos sofismas que la igualdad destruye el
equilibrio de los pueblos, derriba la autoridad,
seduce la obediencia, invierte el rango de los ciu-
dadanos y prepara la desolación de la justicia.
Confundiendo por ignorancia los principios, equi-
vocan por malicia las consecuencias y atribuyen
a un derecho tan sagrado los males que arrastran
6U abuso y usurpación. No es la igualdad la que
132 BERNARDO MONTEAGUDO
ha devastado las regiones, aniquilado los pueblos
y puesto en la mano de los liombres el puñal san-
griento que lia devorado su raza: ningún hombre
que se considera igual a los demás, es capaz de
ponerse en estado de guerra, a no ser por una jus-
ta represalia. El déspota que atribuye su poder a
un origen divino, el orgulloso que considera su
nacimiento o su fortuna como una patente de su-
perioridad respecto de su especie, el feroz fanático
que mira con un desdén ultrajante al que no si-
gue sus delirios, el publicista adulador que ano-
nada los derechos del pueblo para lisonjear a sus
opresores, el legislador parcial que contradice en
su código el sentimiento de la fraternidad hacien-
do a los hombres rivales unos de otros e inspirán-
doles ideas falsas de superioridad, en fin, el que
con la espada, la pluma o el incensario en la mano
conspira contra el saludable dogma de la igualdad,
éste es el que cubre la tierra de horrores y la his-
toria de ignominiosas páginas: éste es el que invier-
te el orden social y desquicia el eje de la autori-
dad del magistrado y de la obediencia del subdi-
to: éste es el que pone a la humanidad en el caso
de abominar sus más predilectas instituciones y
envidiar la suerte del misántropo solitario.
Tales son los desastres que causa el que arruina
ese gran principio de la equidad social; desde en-
tonces, sólo el poderoso puede contar con sus de-
rechos ; sólo sus pretensiones se aprecian como jus-
tas: los empleos, las magistraturas, las distincio-
nes, las riquezas, las comodidades, en una pala-
bra, todo lo útil, viene a formar el patrimonio
quizá de un imbécil, de un ignorante, de un per-
verso a quien el falso brillo de una cuna soberbia
o de una suerte altiva eleva al rango del mérito,
mientras el indigente y obscuro ciudadano vive
aislado en las sombras de la miseria, por más que
su virtud le recomiende, por más que sus servi-
cios empeñen la protección de la ley, por más que
sus talentos atraigan sobre él la veneración públi-
ca. Condenado a merecer sin alcanzar, a desear
sin obtener, y a recibir el desprecio y la humilla-
OBEAS POLÍTICAS 133
ción por recompensa de su mérito, se ve muchas
veces en la necesidad de postrarse delante del cri-
men e implorar sus auspicios para no ser más des-
graciado. Tal es ordinariamente la suerte del hom-
bre virtuoso bajo un gobierno tiránico que sólo
mira la igualdad como un delirio de la democra-
cia, o como una opinión antisocial. Bien sabemos
por una amarga experiencia los efectos que pro-
duce esta teoría exclusiva y parcial: ella nos in-
habilitaba hasta hoy aun para obtener la más sim-
ple administración ; y la sola idea de nuestro ori-
gen marchitaba el mérito de las más brillantes ac-
ciones: en el diccionario del gabinete español pa-
saban por sinónimas las voces de esclavo y ameri-
cano: con el tiempo llegó a darse tal extensión a
su concepto, que era lo mismo decir americano,
que decir hombre vil, despreciable, estúpido e in-
capaz de igualar aún a los verdugos de Europa:
pensar que el mérito había de ser una escala para
el premio, excedía al error de creer que la maldad
sería castigada alguna vez en los mandatarios de
la metrópoli, por más que abusasen de las leyes
administrativas. Parece que un nuevo pecado ori-
ginal sujetaba a los americanos a la doble pena
de ser unos meros inquilinos de su suelo, a sufrir
la usurpación de sus propiedades y recibir de un
país extraño los arbitros de su destino. Todas sus
acciones eran muertas, y el mérito mismo era nn
presagio de abatimiento. Pero en el orden eterno
de los sucesos estaba destinado el siglo xix para
restablecer el augusto derecho de la igualdad y
arrancar del polvo y las tinieblas esa raza de hom-
bres a quienes parece que la naturaleza irrogaba
una injuria en el acto de darles vida.
Pueblo americano, esta es la suerte a que sois
llamado: borrad ya esas arbitrarias distinciones
que no están fundadas en la virtud: aspirad al mé-
rito con envidia y no temáis la injusticia: el que
cumpla con sus deberes, el que sea buen ciudada-
no, el que ame a su patria, el que respete los de-
rechos de sus semejantes, en fin, el que sea hombre
de bien, será igualmente atendido, sin que el ta-
134 BERNARDO MONTEAGUDO
11er o el arado hagan sombra a su mérito. Pero no
confundamos la igualdad con su abuso: todos los
derecbos del hombre tienen un término moral cuya
mayor transgresión es un paso a la injusticia y
al desorden: los hombres son iguales, sí, pero esta
igualdad no quita la superioridad que hay en los
unos respecto a los otros en fuerza de sus mismas
convenciones sociales: el magistrado y el subdito
son iguales en sus derechos, la ley los confunde
bajo un solo aspecto, pero la convención los dis-
tingue, sujeta el uno al otro y prescribe la obe-
diencia sin revocar la igualdad.
{Id., febrero 21 de 1812.)
Continúan las observaciones didácticas
Nada, nada importaría proclamar la libertad
y restablecer la igualdad, si se abandonasen los
demás derechos que confirman la majestad del
pueblo y la dignidad del ciudadano. Para ser fe-
liz no basta dejar de ser desgraciado, ni basta po-
seer parte de las ventajas que seducen al que nin-
guna ha obtenido. El primer paso a la felicidad
es conocerla: clasificar los medios más análogos
a este objeto, ponerlos en ejecución con suceso y
alcanzar el término sin dejar el deseo en especta-
ción, serían desde luego progresos dignos de ad-
mirarse en la primera edad de un pueblo que se
esfuerza a sacudir sus antiguas preocupaciones.
Pero aun entonces faltaría dar el último paso para
que la esperanza quedase sin zozobra: la seguridad
es la sanción de las prerrogativas del hombre, y
mientras el pueblo no conozca este supremo dere-
cho, la posesión de los otros será más quimérica
que real. No hay libertad, no hay igualdad, no
hay propiedad si no se establece la seguridad que
es el compendio de los derechos del hombre: ella
resulta del concurso de todos para asegurar los de
OBRAS POLÍTICAS 135
cada uno. Nadie puede eludir este deber, sin ha-
cerse reo de lesa convención social e incurrir por
el mismo derecho en la indignación de la ley.
Hay un pacto sagrado anterior a toda promulga-
ción que obliga indispensablemente a cada miem-
bro de la sociedad a velar por la suerte de los de-
más; y ya se ha dicho que el primer objeto de la
voluntad general es conservar la inmunidad indi-
vidual. La ley que no es sino el voto expreso de
la universalidad de Jos ciudadanos supone esta
misma convención y la autoriza: el magistrado
como un inmediato ministro y cada ciudadano
como uno de los sufragantes de la ley son respon-
sables ante la soberanía del pueblo de la menor
usurpación que padezca el último asociado en el
inviolable derecho de su seguridad: muy pronto
vería el uno expirar su autoridad, y el otro llora-
ría su representación civil profanada, si se acos-
tumbrasen a la agresión de aquel derecho o la con-
firmasen con su indiferencia: el disimulo o el abu-
so lo ofenden igualmente hasta destruir su misma
base, y es tan forzoso precaver el uno como el
otro, una vez que nuestras instituciones regene-
radas sólo pueden subsistir en un medio proporcio-
nal que asegure la inmunidad del hombre, sin dar
lugar a su envilecimiento y corrupción.
Reflexionando sobre esto, alguna vez he creído
que todos los gobiernos son despóticos, y que lo
que se llama libertad no es sino una servidumbre
modificada: en los gobiernos arbitrarios y en los
populares veo siempre en contradicción el interés
del que manda con el del que obedece, y cuando
busco los derechos del hombre, los encuentro va-
cilantes o destruidos en medio de la algazara que
celebra su existencia ideal. Libertad, libertad,
gritaba el pueblo romano al mismo tiempo que un
cónsul audaz, un intrépido tribuno, un dictador
orgulloso se jugaba de su destino, y se servía de
esos aplaudidos héroes como de un tropel de mer-
cenarios nacidos para la esclavitud, según la expre-
sión de Tácito. La república nos llama cantaba el
entusiasta francés en los días de su revolución, y ya
136 BERNARDO MONTEAGUDO
se preparaba desde entonces a entonar himnos por
la exaltación de un tirano, que lisonjeaba la mul-
titud clamando en medio de ella, viva la constitu-
ción, al paso que en el profundo silencio de su
alma meditaba sorprender al pueblo en su calor
y hacerlo esclavo cuando se creía más libre. Pero
yo no necesito hacer más de una pregunta para
descubrir la causa de todo: ¿se respetaba entonces
el supremo derecho de seguridad? Ya lo ha deci-
dido la experiencia y contestado el suceso. Luego
que un pueblo se deslumhra con la apariencia del
bien, cree que goza cuando delira, y todos procla-
man su inviolabilidad, al paso que cada uno atro-
pella lo mismo que afecta respetar: al fin olvidan
o confunden sus deberes, y adoptando por sistema
el lenguaje del espíritu público, se refina el egoís-
mo a la sombra de la virtud. Desde entonces ya
no puede haber seguridad ; el gobierno conspira
con las pasiones de la multitud, los particulares
padecen y el Estado camina a pasos redoblados al
término de su existencia, política.
Aun digo más: la propiedad es el derecho de
poseer cada uno sus legítimos bienes y gozar los
frutos de su industria y trabajo sin contradicción
de la ley. Bajo el primer concepto se expresan
todos los derechos del hombre, que son otros tan-
tos bienes que ha recibido de las manos de la na-
turaleza, y se infiere que la libertad y la igual-
dad no son sino partes integrantes de este derecho,
cuyo todo compuesto produce el de la seguridad,
que los comprende j sanciona. Es sin duda fácil
concluir de aquí, que mientras se pongan trabas
a la LIBERTAD, mientras la igualdad se tenga por
un delirio, mientras la propiedad se viole por cos-
tumbre y sin rubor, no hay seguridad, y el decan-
tado sistema liberal sólo hará felices a los que para
serlo no necesitan más de imaginar que lo son. Si
yo no puedo hacer lo que la voluntad general me
permite, si los demás quieren abusar de mis de-
rechos creyéndose superiores a mí, si yo no poseo
lo que debo, sino sólo lo que puedo ^: dónde está
mi seguridad? Se me dirá que existe en la ley,
OBRAS POLÍTICAS 137
bien puede ser, pero yo me alimento con quime-
ras. Aliora digo: ¿qué extraño será que mis esfuer-
zos sean insuficientes para obtener la seguridad?
Ella resulta del concurso de todos y se sostiene
con la suma de fuerzas parciales que produce la
convención. El centro de unión es el lugar donde
reside naturalmente, y así se destruye siempre a
proporción de la divergencia que liay en las fuer-
zas que deben concurrir a establecerla. Ya es pre-
ciso convenir en que no puede baber seguridad in-
terior ni exterior, civil ni política sin la unión de
esfuerzos físicos y morales, combinación casi im-
posible mientras clame el interés privado, grite
la preocupación y forme sistema la ignorancia.
Yo añadiría otras observaciones si pudieran res-
ponder del suceso que tendrían en las actuales cir-
cunstancias: temo mi debilidad, y no puedo ser
más de lo que soy, aun cuando quiera parecerlo.
¡ Ob pueblos ! Condenadme a pesar de mi inge-
nuidad, si acaso ofendo vuestros intereses: la so-
beranía reside en vosotros y podéis juzgarme se-
veramente. No por esto quiero decir que me some-
to al juicio ni de los insensatos que no piensan, ni
de esos declamadores acalorados, que antes de com-
batir el error, combaten al que yerra, y sin exa-
minar el fondo de las opiniones sólo aspiran a
prevenir el público contra sus autores, tomando
el insidioso camino de suponer siempre ambición
o intriga en su motivo, desnudando aiin del mé-
rito del celo al que quizá no conoce otro impulso.
No, no, mis conciudadanos ; trabajemos todos sin
más objeto que la salud pública: cuando erremos,
corri jamónos con fraternidad: si todos conspiran
a un solo fin, ¿por qué alarmarse unos contra otros
sólo por la diferencia de los medios que se adop-
tan? ¿Por qué be de aborrecer yo al que impugna
mis opiniones? ¿Acaso los errores de su entendi-
miento pueden autorizar los errores de mi volun-
tad? Su desvío será una debilidad, pero el mío es
un crimen inexcusable. Bien sé que es imposible
la uniformidad de ideas: cada uno piensa según
el carácter de su alma ; ¿ pero por qué no unif or-
138 BERNARDO MONTEAGUDO
maremos nuestros sentimientos? La libertad es
su_ objeto, y yo quisiera que la unión fuese su
principal resorte: yo lo repito, sin ella no puede
haber seguridad, porque falta el concurso de las
fuerzas que debe animar su ser político. Mientras
baya seguridad la propiedad será el fomento de
la virtud y no un estímulo de disensiones: la igual-
dad será el apoyo de las verdaderas distinciones,
y no el escollo de las preeminencias que da el
mérito: la libertad será el patrimonio de los hom-
bres justos y no la salvaguardia de los que que-
brantan sus deberes. ¡Oh suspirada libertad!
¿cuándo veré elevado tu trono sobre las ruinas de
la tiranía?
Ciudadanía
Hay una porción de hombres en la sociedad
cuyos derechos están casi olvidados porque jamás
se presentan entre la multitud, al paso que su in-
terés por las producciones del suelo aseguran sus
deberes y las fatigas a que se consagran para me-
jorarlo recomiendan sus derechos. Hablo de los
labradores y gente de campana que por ningún
título deben ser excluidos de las funciones civiles,
y mucho menos del rango de ciudadanos, sj por
otra parte no se han hecho indignos de este título.
Yo no puedo menos de declamar contra la injus-
ticia con que hasta aquí se ha obrado en todos los
actos piiblicos, sin contar jamás con los habitan-
tes de la campaña como se ve en el reglamento
qve da forma a Ja asamblea, donde entre otros vi-
cios enormes tiene el de seguir esa rutina de in-
justicia, sin dar un paso a la reforma. ¿En qué
clase se considera a los labradores? ¿Son acaso ex-
tranjeros o enemigos de la patria para que se les
prive del derecho de sufragio? Jamás seremos li-
bres, si nuestras instituciones no son justas.
Yo quiero antes de concluir este artículo hacer
OBRAS POLÍTICAS 139
otras observaciones generales, ya que los estrechos
límites de este periódico no permiten entrar en
discusiones prolijas. La clasificación de ciuda-
danos debe preceder a la apertura de la asamblea:
6U legalidad y acierto pende del concurso exclu-
sivo de los que deban tener aquel carácter: el go-
bierno y el cuerpo municipal son responsables si
no contribuyen a vencer las dificultades de es-
te paso.
Todos los que no tengan derecho a ser ciudada-
nos deben dividirse en dos clases: extranjeros y
simples domiciliados. Aquéllos son los que no han
nacido en el territorio de las provincias unidas:
éstos los originarios de ellas que por su estado pi-
vil o accidental están excluidos del rango de ciu-
dadanos. Unos y otros deben ser considerados
como hombres: su derecho es igual a los oficios de
humanidad, aunque no gocen de las distinciones
que dispensa la patria a sus hijos predilectos.
El extranjero y el simple domiciliado^ deben
ser admitidos al goce de los derechos de ciudada-
nía, cuando un heroísmo señalado los distinga:
todo el que salve a la patria de una conjuración
interior, la defienda en las acciones de guerra
contra los agresores de la libertad, o haga un sa-
crificio notable en cualquier género por el bien
de la constitución, será acreedor a las prerrogati-
vas de ciudadano.
Por rigor de justicia todo el que vsea ciudadano
tiene derecho de sufragio: la privación de este de-
recho es un acto de violencia, un paso al despotis-
mo y una injusticia notoria. Este concurso de su-
fragios es peligroso, ofrece mil dificultades: así
claman muchos que desean el acierto: yo permito
que así sea, pero aun en ese caso debemos consul-
tar los medios de no eludir un derecho sagrado a
pretexto de las circunstancias. Divídanse los ciu-
dadanos en dos clases, de las cuales la primera
goce de sufragio personal, y la segunda de uq, su-
fragio representativo. Todo el que no tenga pro-
piedad, usufructo o renta pública, gozará sólo de
sufragio representativo, el de los demás será per-
140 BERNARDO MONTEAGÜDO
sonal. El sufragio representativo es el que da una
o más personas por medio de sus representantes
electos conforme, a la ley: el personal es el que da
cada uno por su propio individuo en todo acto ci-
vil electivo.
Si en alguno de estos casos reclama el interés
privado la adquisición de un hecho conducente a
clasificar el estado de una persona, podrá el ayun-
tamiento nombrar un regidor que en consorcio de
dos hombres buenos, electos por el interesado, co-
nozcan sin figura de juicio del objeto que se
ventile.
El cabildo debe ordenar la lista cívica y pasarla
luego al gobierno provisional: la primera asam-
blea debe darle la última sanción para que se re-
gistre en los libros de la ciudad o cantón a que co-
rresponda.
El ayuntamiento debe dar comisión a los alcal-
des pedáneos de los partidos sujetos a esta inten-
dencia, para que en sus respectivas parroquias o
cabezas de partido procedan acompañados de dos
hombres buenos a formar la lista cívica de su de-
partamento según las reglas que se dictaren, y
verificado, dar cuenta al ayuntamiento con la for-
malidad que corresponde para que éste la dé al
gobierno.
No hay una razón para que. teniendo derecho a
las preeminencias de ciudadanía, los habitantes
de la campaña no sean admitidos proporcional-
mente a la próxima asamblea: sus costumbres me-
nos corrompidas que las nuestras y su razón qui-
zá más libre de la influencia del interés, aseguran
un éxito feliz en sus deliberaciones. Si el gobierno
no reforma en esta parte su reglamento de 19 de
febrero, comete un atentado contra los inviolables
derechos de la porción más recomendable de nues-
tra población: privarla de esta prerrogativa será
un crimen, aun en los que autoricen con su silen-
cio tan enorme insulto contra los derechos del
hombre.
Quizá mis observaciones envuelven otros tan-
tos errores: ojalá los vea comprometidos con su-
OBRAS POLÍTICAS 141
ceso: mi objeto es que se descubra la verdad por
cualquier medio: yo sería feliz si la encontrase,
pero mi placer será igual cuando otro obre con
más acierto que yo. Conciudadanos: busquemos
de acuerdo la verdad y estrecbémonos con los
vínculos de la fraternidad: dejemos ya de predi-
car máximas y prediquemos ejemplos: formemos
un solo corazón por la unidad de sentimientos ; en-
tonces veremos a los tiranos llorar como unos ni-
ños y temblar como los reos a quienes un juez te-
rrible acaba de intimar la sentencia de su muerte.
{Id., febrero 28 de 1812.)
Continúan las observaciones didácticas
Entre el hombre y la ley, entre la majestad y
el ciudadano, entre la constitución y el pueblo
hay un pacto recíproco por el cual se obligan to-
dos a conservarse y sostenerse en los precisos lími-
tes que les designó la necesidad al tiempo de la
convención. Su mutua felicidad consiste en no
aspirar cada uno a más de lo que debe, ni dejar
impune la usurpación de lo que reclama el justo
interés de un poseedor inviolable. Nadie me pre-
guntará después de esto cuáles son los medios de
hacerse el hombre feliz en la sociedad de sus se-
mejantes, porque esto sería lo mismo que pregun-
tar cuáles son los principios del pacto social. To-
do ciudadano que obedece la ley es libre, y en re-
sultado de este principio se infiere, que sus mis-
mos deberes son los medios para llenar el voto de
un ser independiente. Yo debo entrar en el ensayo
de esta materia, supuesto que he dado una idea
aunque inexacta de las más augustas prerrogati-
vas del hombre y para determinar sus relaciones
basta fijar un principio: así como de los derechos
del hombre nacen las obligaciones de la sociedad
para con él, del mismo modo los derechos de la
142 BERNARDO MONTEAGüDO
sociedad expresan los deberes que ligan a los
miembros que la componen. Sería desde luego una
contradicción el suponer que pueda la sociedad
quebrantar sus deberes: ella recibe su forma del
voto general, la ley es su propia imagen, y ésta
no puede llamarse tal, sino en cuanto consulta
los derechos particulares cuj^a suma compone el
interés público de la asociación. Sin duda delira
en vez de filosofar el que aturdido por los clamo-
res de un desgraciado que gime en la opresión,
juzga que la sociedad haya violado el primero de
sus deberes: su voluntad siempre justa e invaria-
ble, jamás debe confundirse con la violencia de
las pasiones o la extravagancia de los caprichos
que impulsan mucbas veces a un ministro pérfido
a la ley e infiel al voto general: el espíritu del ma-
gistrado no siempre es conforme al de la constitu-
ción, y cuando él abusa de sus leyes atrepellando
al mismo que concurrió a dictarlas, es un miem-
bro sólo el que delinque y no la asociación.
Si acaso no me engaño, yo creo que era forzosa
esta digresión antes de analizar los derechos de la
comunidad, es decir, los deberes relativos del hom-
bre fuera de su independencia natural. A su cum-
plimiento está esencialmente ligada la felicidad
que anhelamos, y es un nuevo deber el imponerse
a fondo de los primeros. Me será difícil prescin-
dir de los mismos principios que he sentado, pero
su mutuo enlace excusará la repetición. El primer
derecho del pueblo, comunidad, asociación,^ o llá-
mese como quiera, es el de su propia seguridad y
conservación; y es forzoso que así sea, una vez
que el principal objeto que se proponen los hom-
bres cuando abandonan las ventajas del estado de
la naturaleza, es ponerse a cubierto de las nece-
sidades y peligros que amenazan su existencia en
la privación de recursos consiguiente a un ser ais-
lad!^» en el círculo de sí mismo. Nadie tiene dere-
cho a existir, pero todo lo que ya existe lo tiene a
conservarse. Yo sé que esta teoría de principios
poco prueba, si antes de aplicarlos no se demues-
tra lo mismo que se supone. ¿Existe entre nosotros
OBRAS POLÍTICAS 14'J
un principio de obligación capaz de producir los
efectos del pacto social? No toda agregación de
hombres puede llamarse sociedad, y no me atrevo
a decidir, si un pueblo congregado por la fuerza,
educado en la esclavitud y que apenas empieza a-
sacudir la tiranía pueda creerse sujeto a aquellos
principios. Si yo reúno cuatro esclavos con la pis-
tola en la mano, y los obligo a vivir según mi vo-
luntad y no la suya, sería un error decir que tie-
nen entre sí una convención social. Pues no será
menos absurdo suponerla entre nosotros. La Amé-
rica, hasta el siglo xv, vivía, es verdad, bajo un
pacto expreso social, cuyas bases había sentado y
conservaba por su libre voluntad: la ocupación de
sus límites por las armas europeas rompió ese
vínculo sagrado, y desde entonces los pueblos no
tenían voluntad propia, o por decirlo mejor, no
podían obrar según ella. Una serie de siglos de-
masiado funestos para la humanidad borró de la
memoria de nuestros mayores, aun la idea de sus
primitivas convenciones. Así hemos vivido hasta
que por un sacudimiento extraordinario, que más
ha sido obra de las circunstancias que de un plan
meditado de ideas, hemos quedado en disposición
de renovar el pacto social, dictando a nuestro ar-
bitrio las condiciones que sean conformes a nues-
tra existencia, conservación y prosperidad.
Si la esclavitud difiere tanto de la sociedad
como la violencia de la libertad, si nuestro esta-
do apenas puede igualarse al de un ser débil y
sin recursos que sólo se considera en tregua con la
tiranía, mientras no tenga el derecho de la fuerza ;
si carecemos de instituciones y todos nuestros pac-
tos son precarios, si los pueblos no han manifesta-
do su voluntad acerca de otro objeto que el de
existir, y existir independientes, creo, por con-
siguiente, que todos nuestros deberes hacia la so-
ciedad que componemos no pueden exceder aque-
llos términos. Hablaré según estos principios sin
prescindir de los que derivan de ellos. Resignada
la voluntad de cada uno en la voluntad general
por razones de interés y conveniencia, nuestro pri-
144 BERNARDO MONTEAGUDO
mer deber y el más seguro medio de consultarla,
es cuidar la existencia piiblica: la prosperidad y
todas las demás ventajas son como unos acciden-
tes políticos que suponen un ser ya organizado.
Sin embargo, de aquel solo elemento se forman
mil combinaciones que después presentan sobre la
escena del mundo al ciudadano virtuoso, al héroe
de la LIBERTAD, al sacerdote de la patria predi-
cando al egoísta, y esforzando al tímido secuaz
del pabellón santo de la ley. Pero yo no quiero ge-
neralizar tanto mis ideas en precaución de su mis-
mo desorden, y para determinarlas, la brevedad
es un obstáculo.
He dicho que todas las facultades del hombre
tienen por objeto la existencia pública, y no me
engaño: la vida, la salud, el vigor de la organiza-
ción, la fuerza del espíritu, la complexión del sen-
timiento, los dones de la naturaleza y las gracias
de la fortuna, son otros tantos sacrificios que la
sociedad exige de cada uno, luego que un conflic-
to común, un riesgo inminente o una próxima di-
solución la amenazan o agitan. Nada hay reser-
vado en tan difíciles circunstancias, y así como
todo cede a la conservación del individuo que es
su ley suprema, con maj-or razón hallándose en
peligro esa gran máquina bajo cuyas ruinas que-
darían todos oprimidos en el instante que se des-
plomase. Pero poco importaría salvarla en los pe-
ligros para abandonarla después. La sumisión a
las leyes, el respeto y no el temor a los magistra-
dos, el celo por el orden público y no el amor a
esa calma precursora de la esclavitud, la vigilan-
cia en preservar de la opresión al más impotente
y débil, sin que la autoridad misma pueda ser la
salvaguardia del más fuerte; algo más, un odio
siempre hostil contra todos los enemigos de la
salud universal, y una alarma obstinada contra
los agresores de la existencia piíblica, todo esto
forma parte de nuestros deberes respecto a la so-
ciedad que empezamos a renovar. Pero aquel que
abriga proyectos de ambición, y aprecia en más
la suerte de sus intereses que la pública, que con-
OBRAS POLÍTICAS 145
sulta con preferencia el suceso de sus pasiones
antes que el éxito de la voluntad universal, se
halla en un formal estado de guerra y agresión
contra la comunidad: de consiguiente, uno de
nuestros deberes es exterminar esa raza y cortar
esos miembros cuya infección podría comunicarse
al todo. ¡ Desgraciada necesidad ! En fin, si es po-
sible reducir a un solo principio todas nuestras
obligaciones, yo diré, que la principal, es emplear
el tiempo en obras y no en discursos. El corazón
del pueblo se encallece al oir repetir máximas,
voces y preceptos que jamás pasan de meras teo-
rías, y que no tienen apoyo en la conducta misma
de los funcionarios públicos. Energía, energía cla-
ma el entusiasta en sus transportes, cesen las di-
visiones dice el buen ciudadano en su retiro, los
pueblos ya son libres, grita otro que no escucha
sino el sonido de las voces, y entretanto la lan-
guidez paraliza todos los recursos, el espíritu de
facción pone trabas al espíritu público y por un
sistema misterioso se nivela un reglamento de
opresión y se dictan otras medidas autorizadas por
este principio: «es preciso acomodarse a las cir-
cunstancias». No es este el modo de cumplir nues-
tros deberes con respecto a la sociedad: ciudada-
nos: no hay medio entre la pronta reforma de es-
tos males y el precipicio de nuestra existencia.
(Id., marzo G de 1812.)
Paréntesis á las observaciones didácticas
El estado actual de los acontecimientos, y acaso
mi propia complexión dispuesta más bien a medi-
taciones sombrías que a discursos enérgicos, me
ha estimulado en estas liltimas noches a sepultar-
me en el silencio de mi alma, variar el plan de
mis ideas, concebir nuevos proyectos, poner un
paréntesis a mis observaciones, y buscar en la his-
10
146 BERNARDO MONTEAGÜDO
toria de lo pasado las reglas menos equívocas, los
principios más seguros y las máximas eternas que
ñjan la suerte de los imperios y descubren en la
ruina de los que preceden las causas del esplendor
o desolación de los venideros. Me he preguntado
muchas veces poseído de diferentes afectos: ¿cuál
será la suerte de mi patria? ¿Quién será el que
enarbole el pabellón de su libeetad? ¿O si habrá
nacido ya quizá el tirano que ha de volver a opri-
mirla? ¡ Ojalá pudiera sofocarle en su propia cuna,
si aun no existe, o sorprenderle en su lecho, y pre-
sentar al pueblo en trofeo mis manos ensangren-
tadas, para encender más el furor santo de los que
suspiran por ser libres ! Pero todo deseo atormenta
cuandQ es quimérico, y no es este el objeto que me
he propuesto: recordar las principales épocas de
nuestra revolución, analizar la verdadera ten-
dencia de nuestros gobiernos anteriores, dar una
idea osada de lo que actualmente somos y de lo
que seremos en breve bajo el mismo sistema, ras-
gar el velo que oculta al pueblo sus enfermedades,
y cuando no pueda persuadirle mis ideas, hacerle
temer al menos el progreso de sus errores, estos
son los motivos que me determinan a suspender
el curso de mis principales reflexiones.
¿Pero qué método seguiré y en qué lenguaje
hablaré para obrar con más acierto? Jamás he
creído agradar a todos, sería esto una locura: tam-
poco he dudado que agradaré a algunos, y no es
extraño. Escriba con belleza o con desaire, pro-
nuncie errores o sentencias, declame con celo o
con furor, hable con franqueza o con parcialidad,
sé que mi intención será siempre un problema
para unos, mi conducta un escándalo para otros,
y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el con-
cepto de algunos: me importa todo muy poco, y
no me olvidaré de lo que decía Sócrates: «los que
sirven a la patria deben creerse felices, si antes
de elevarles estatuas no les levantan cadalsos».
También sé que es imposible hablar de un modo
análogo al carácter de todos: el vulgo muclias ve-
ces entiende lo que el filósofo no alcanza, otras.
á
OBRAS POLÍTICAS 147
8Úlo comprende el sabio lo que es un misterio para
el ignorante, y el concepto sencillo de un escritor,
suele ser la materia de eternas disputas entre los
comentadores: no hay remedio: esta será siempre
la suerte del espíritu humano, y quizá resulta de
este principio el equilibrio de las fuerzas morales.
Sea de esto lo que fuere, yo me determino a en-
trar en materia.
Siglos ha que calculaban los mejores políticos
la revolución general de las colonias españolas, y
el trastorno de su metrópoli: los acontecimientos
del mundo conocido, especialmente desde la mitad
del siglo XVIII, eran un presagio cierto de esa épo-
ca suspirada por todas las almas sensibles. Debió
llegar y llegó luego que Fernando VII fué procla-
mado último rey en la dinastía de los Borbones.
¡ Desgraciado príncipe ! El vino a pagar los críme-
nes de sus ascendientes, y sus contrastes pusieron
en nuestra mano la llave del destino a que éramos
llamados: como a hombre yo le compadezco, y su
inocencia me estremece: pero como a rey... ¡Oja-
lá no quedara uno sobre la tierra, y se borrara aún
la memoria de lo que significa esta voz! En fin,
la revolución empezó en varios puntos de nuestro
continente y si esta capital hubiera anticipado
sus movimientos para auxiliar los del interior, los
obstáculos hubiesen sido menos tenaces. Se insta-
ló el 25 de mayo de 1810 la primera junta de go-
bierno: ella pudo haber sido más feliz en sus de-
signios, si la madurez hubiese equilibrado el ar-
dor de uno de sus principales corifeos, y si en vez
de un plan de conquista se hubiese adoptado un
sistema político de conciliación con las provincias:
en mi concepto, sólo la expedición del Perú pudo
graduarse como justa, porque al fin aquellos pue-
blos habían manifestado ya su voluntad, se sabía
que estaban oprimidos por las armas de los tira-
nos y que deseaban ser independientes: era justo,
era necesario auxiliarlos. Pero el Paraguay hizo
en mi opinión la resistencia que debió y ha acre-
ditado hasta el fin que conoce su dignidad: él quie-
re vivir confederado y no sujeto a un pueblo cu-
148 BERNARDO MONTEAGUDO
yos derechos son iguales. Montevideo pudo haber-
se ganado al principio sin violencia, se creyó que
no era lo más interesante, y perdida la primera
oportunidad, después ha sido y es un deber por
nuestra propia conservación, no el subyugarle,
sino el libertarle a sangre y fuego de sus opreso-
res. Por otra parte se cometió también un error
el más perjudicial, fomentando la opinión absur-
da de que el derecho a la libertad lo da el suelo
y no la naturaleza, porque ¿qué otra cosa ha re-
sultado de esa funesta rivalidad radicada entre
españoles y americanos, sino el que crean éstos
que aquéllos no son dignos de ser libres y que sólo
tienen este derecho los que han nacido en Améri-
ca? ¿Cuánto mejor hubiera sido persuadir a los
españoles que su interés es igual al nuestro, y que
cuando se trata de restituir al hombre sus dere-
chos, no debe excluirse a ninguno sea cual fuere
su procedencia y origen? ¿Han sido ellos, acaso,
menos esclavos que nosotros? Se me dirá que obte-
nían los empleos. ¿Pero el que es ministro de la
voluntad de un tirano deja por ventura de ser escla-
vo? Españoles, no lo dudéis: vosotros habéis teni-
do parte en la esclavitud y debéis tenerla en el des-
tino a que somos llamados: vosotros... pero ya es in-
útil toda reflexión: sólo por un gran suceso de
nuestras armas u otro extraordinario acaecimiento
se reconciliarán con nosotros los que al fin, al fin
serán lo que seamos, o dejarán de ser: el tiempo lo
dirá, y el estado de la Europa lo anuncia.
Tampoco es dudable, volviendo a mi propósito,
que la tendencia del primer gobierno provisional
era al despotismo: si su objeto fué libertar a los
pueblos y restituirles la posesión íntegra de sus
derechos, ¿por qué se les obligó precisamente a
reconocer la Junta, reconocimiento que habían de
practicar mal de su grado, pues veían encima las
bayonetas? Sé que lo sumo que se permitía por un
capítulo de las instrucciones reservadas, era dejar
que se instalasen juntas provinciales en los pue-
blos que las pidiesen ; pero como ésta no era sino
una gracia reservada, ninguno pudo usar de ella.
OBRAS POLÍTICAS 149
Nadie me responda, las circunstancias no permi-
tían otra cosa; los pueblos son ignorantes, respues-
ta favorita de los tiranos: este mismo lenguaje
usaba Goyeneche en sus primeras contestaciones
con el jefe de la expedición auxiliadora, «los pue-
blos son ignorantes, unamos nuestras fuerzas y
liaremos de €llo¿ lo que nos parezca» (7). Conten-
taos con tener pan y circenses, decía un dictador
a los romanos, las circunstancias no permiten otra
cosa: tratemos a los americanos como a bestias de
albarda, gritaba la corte de España, ellos son bas-
tantes estúpidos para sufrirlo todo por amor de
Dios: proscribamos y arruinemos a los buenos ciu-
dadanos, han dicho algunos de nuestros gobernan-
tes pasados: las circunstancias no permiten otra
cosa: nombren los pueblos un apoderado para la
asamblea general, y tenga esta capital ciento y más
diputados, dice el actual gobierno en su regla-
mento: las circunstancias no permiten otra cpsa:
sigamos con la máscara de Fernando VII, dicen
algunos: las circunstancias no permiten otra cosa;
¡ob circunstancias, cuando dejaréis de ser el pre-
texto de tantos males! pero yo me he desviado del
orden que debo seguir.
Casi es inútil examinar si mejoró la constitu-
ción de los pueblos el gobierno de los diputados
incorporados a la primera junta provisional: él
siguió el mismo plan que ésta; y aun la empeoró
notablemente: así es que no se ve un solo decreto
liberal o una providencia capaz de dar cuerpo a
esa LIBERTAD proclamada desde el principio. De
aquí resultaba que los pueblos no veían salir ja-
más su felicidad de meras esperanzas, mucho más
cuando comparaban su suerte con las promesas
de los papeles públicos: en una palabra, toda su
LIBERTAD estaba reducida a desear y esperar cuan-
to quisiesen, mas no a obtener lo qu^e deseaban.
La justicia exige confesar que el gobierno actual
ha dado algunos pasos más ventajosos que los an-
(7) Carta de 1." de mayo escrita en el Desaguadero, que aun puede
verse original.
150 BEENAEDO MOXTEAGUDO
teriores: la libertad de imprenta, el decreto de se-
guridad individual, la suspensión de la audiencia,
la convocación de una asamblea, todas estas son me-
didas que preparan los pueblos a la libeetad. Sin
embarg-o, él lia dictado y dicta reglamentos como
si fuera un soberano, usa del poder legislativo en
toda su extensión, al mismo tiempo que ejerce el
ejecutivo, circunstancia que basta para graduarle
tiránico. A más de esto, él sujeta en cierto modo a
sus juicios la asamblea general, circunscribe sus
decisiones a los términos de su voluntad, y forma
un cuerpo en la apariencia superior al gobierno
y en la realidad inferior a él. 5 Cuál es el origen
de todo esto? El objeto del gobierno es justo, y
su intención no dista de los votos del pueblo: la
causa del mal debe ser anterior a estos efectos: yo
creo que la descubro cuando afirmo que la revo-
lución se empezó sin plan y se lia continuado sin
sistema: la conducta lenta y tímida del gobierno,
y la indiferencia de los pueblos han sido el resul-
tado de aquel error: el gobierno algunas veces ha
obrado como soberano, otras como esclavo: los
pueblos unas veces se ban mostrado como unos
héroes, otras como unos imbéciles: nuestra con-
ducta tan presto excitaba la admiración como el
desprecio: ya parecía que llegábamos al término
de nuestros deseos, y por el menor revés volvíamos
a la indolencia y al abatimiento: la inconstancia
de la fortuna parece que era el plan de nuestras
operaciones y la norma de nuestros sentimientos.
Intrépidos al principio por un espíritu de nove-
dad, enérgicos mientras duraba la impresión de
un suceso feliz, entusiastas cuando esperábamos
proclamar la libeetad ; pero tímidos en la desgra-
cia, pusilánimes en los peligros, y justamente des-
confiados al ver la tardanza de nuestros deseos,
hemos llegado por grados a un estado que no nos
conocemos, a un estado que dificulta nuestros re-
cursos, a un estado en que la languidez parece una
enfermedad epidémica, a un estado en que ya no
sentimos el peso de nuestros males, a un estado,
por último, en que miramos la indolencia como
OBRAS POLÍTICAS 151
un asilo. Pueblos, despertad: ciudadanos, sacudid
el sopor que os entorpece: y vosotros, enemigos de
1 patria, temblad, porque cuando un pueblo en
_.^dio de sus desgracias se muestra insensible, al
paso que en su corazón se devora, es como un vol-
cán ardiente que está muy próximo a reventar:
llegará un momento en que los peligros le enfu-
rezcan, y la experiencia de sus males le haga obrar
con una rápida energía. Todas las pasiones tienen
término, y en su mayor actividad dan tregua al
corazón que las siente: también duerme el león
algunas veces, pero su sueño no es sino el alimen-
to de la ferocidad que despliega cuando despierta.
Yo creo que el destino nos llama, y que ha de vol-
ver en breve el turno de nuestra energía: por si
acaso sucede lo que deseo, continuaré en el nú-
mero siguiente mis observaciones, aplicándolas a
las circunstancias, y anunciaré mi opinión acerca
de los medios que me ocurren para salvar la pa-
tria: estoy obligado a decir lo que siento, pero na-
die puede obligarme a acertar en lo que digo.
(Id., marzo 28 de 1812.)
Continúan las observaciones didácticas
El éxito de nuestras armas, la disciplina militar,
la administración interior, la opinión pública, la
energía y el orden todo está íntimamente unido
a las deliberaciones de la próxima asamblea. El
pueblo la espera con un deseo inquieto, y si su
esperanza puede ser un principio de cálculo, yo
diría, que va a empezar una nueva serie de acon-
tecimientos felices: yo diría que la victoria nos
llama, y que los ejércitos están ya sobre el vestíbulo
de su templo: yo diría que el espíritu público vuel-
ve a su turno, y que la patria al fin va a sentarse
sobre el trono que ocupaban los déspotas. Por el
contrario, si no mejora en esta ocasión el aspecto
152 BERNARDO MONTEAGUDO
político de nuestra suerte, también diré que la so-
ledad de un bosque es preferible a tan incierta si-
tuación, ¿Pero qué medidas tomaremos para sa-
lir de ella? Es preciso sacar a los pueblos del
abatimiento en que están, es preciso hablarles
en el lenguaje de las obras, y hacerles conocer su
dignidad para que la sostengan. Porque ^qué he-
mos avanzado basta aquí con palabras dulces y
con discursos insinuantes? Mientras Caracas y
Santa Fe han fijado ya su constitución, mientras
la Rusia y otras potencias reconocen la soberanía
de Venezuela, mientras esos pueblos inmortales
han jurado delante del Ser Supjemo no rendir va-
sallaje sino a la ley; mientras gozan los frutos de
su declarada independencia, a pesar de los insi-
diosos cálculos de Blanco, nosotros permanecemos
bajo un sistema tímido, mezquino, incierto, limi-
tado, insuficiente y al mismo tiempo misterioso,
variando sólo el número de los gobernantes, pero
sin dejar las huellas que sigue un pueblo en su
estado colonial. Cuanto más medito nuestra situa-
ción me urge el deseo de ver realizada la asamblea,
porque creo que a ella sola puede librarse la repa-
ración que exigen las circunstancias: todos deben
contribuir a este objeto, y a mí no me excusa la
negligencia ni la oposición de otros.
El buen suceso de sus deliberaciones pende de
un solo principio que voy a examinar quizá con
más interés que acierto. Ya no es tiempo de ha-
blar acerca de lo que pudo hacerse, y no se ha
hecho, ni sería oportuno investigar lo que sea
más conforme a los ritos convencionales que la
política sanciona muchas veces con principios de
equidad natural. La asamblea debe resolver y
adoptar todas las medidas que puedan salvar la
patria, sin temor de violar los derechos de los
pueblos, cuya primera y última voluntad es con-
servar su existencia. Esta debe ser la ley constitu-
cional que siga en todas sus deliberaciones, y en
virtud de ella queda autorizada para obrar según
el imperio de las circunstancias y la urgencia de
los peligros. Pero siendo éstos tan palpables, es
OBRAS POLÍTICAS 153
muy escandalosa la suspensión acordada, a pre-
texto de que el 23 que debía abrirse, según la cons-
titución, empieza la semana mayor o santa, como
si las atenciones que exige la salud pública pu-
dieran profanar esos días que consagra la devoción
de los católicos, o como si en esto no se tratara de
llenar un deber que la misma religión prescribe
en su moral. Así es que en lo sucesivo no será
extraño encuentren siempre pretextos los abusos,
y tenga el despotismo a mano la clave de la usur-
pación. Pero ya que por desgracia no pueda evi-
tarse una consideración tan peligrosa, entremos a
calcular el tamaño de nuestros males, y agotemos
todos nuestros recursos y medidas siguiendo por
única norma la suprema ley de los pueblos.
Mas yo pregunto: ¿cuál es la situación más crí-
tica y difícil para un estado informe? Estoy muy
distante de creer que aun cuando se halle ame-
nazado un pueblo por varias partes de furiosos
enemigos, aun cuando no encuentre otro recurso
que el de sus propias fuerzas, aun cuando en vez
de recibir auxilios, sus puertos sólo sean frecuen-
tados por esas sanguijuelas políticas, que lejos
de traer beneficio agotan la sangre más pura del
Estado, aun cuando una lenidad mal entendida
baya multiplicado los enemigos interiores, aun
cuando su insolencia tenga por salvaguardia la
impunidad, aun cuando el erario esté poco abun-
dante por falta de economía, y por exceso de in-
dulgencia, aun cuando el armamento público vaya
en disminución por la insuficiencia de los medios
que se lian preferido para aumentarlo, aun cuando
todos estos males reunidos formen un eco de dolor
y consternación, siempre que por un momento ha-
gan tregua las pasiones, y dejen obrar libremente
a los que emprendan de buen ánimo el bien general,
yo creo que es reparable el conflicto y poco incierto
el suceso. Mas para asegurar esta medida y preca-
ver sus extremos, la experiencia de lo pasado es
un compendio didáctico de máximas y preceptos.
Al observar los varios gobiernos que nos han
regido se creería que también había sido distinta
154 BERNARDO MONTEAGUDO
SU organización, aunque en realidad yo no veo
más que una forma informe, si me es lícito expli-
carme así. Desde el principio advierto monstruosa-
mente reunido el poder legislativo al ejecutivo,
y veo que el pueblo deposita en una sola persona
moral toda la autoridad que reasumió, libra a su
juicio o capricho la decisión arbitraria de su suer-
te, e indirectamente consiente en sostener el des-
potismo, porque estando en su mano fijar la nor-
ma de sus operaciones, se ha contentado siempre
con las falibles esperanzas que sugiere la inexpe-
riencia. Desengañémonos: todo hombre tiene una
predisposición a ser tirano, y lo es luego que la
oportunidad conspira con sus inclinaciones. A cual-
quiera que se confíe la autoridad pública sin las
trabas de la ley, y sin más garantía de sus opera-
ciones que la que presta un juramento de costum-
bre, se le da ansa y opción, por decirlo así, para
que abusando de ese depósito sagrado comprometa
la existencia pública. Supuesto este principio, el
pueblo debe contraer toda su atención a dos ob-
jetos, como que son los únicos medios de salvarse:
la elección de los gobernantes, y los términos que
debe tener el ejercicio de su autoridad. El gobier-
no debe recibir del pueblo la constitución, y sólo
aquél por quien existe puede arreglar el plan de su
conducta. Si esto es así, tenemos próxima la oca-
sión de rectificar el actual sistema, ampliando o
limitando las facultades de aquél, o bien organi-
zando un senado, consejo o convención, que mo-
dere y haga contrapeso a la autoridad limitada
que se arrogó en su instalación. Nadie se queje
después de los gobernantes, si estando a nuestro
arbitrio prescribirles las justas reglas que deben
seguir, nos entregamos ciegamente a su voluntad:
lo mismo digo en cuanto a la elección de las per-
sonas, y yo quisiera que no pudiese tener parte
en la autoridad ninguno de los que han sido com-
prometidos en partidos sean justos o injustos, llá-
mense facciosos o patriotas ; porque es preciso con-
fesar que, tarde o temprano, todos escuchan la voz
de sus pasiones, y por mil rodeos artificiosos pro-
OBRAS POLÍTICAS 155
curan satisfacer sus resentimientos, o por lo me-
nos basta que no puedan obrar sino al gusto de
una facción, y siempre en diametral oposición con
la contraria, Búsquense bombres imparciales, y
no confiemos sino en el que se baile libre de todo
partido: sírvanos la experiencia de nuestros mis-
mos males, y si en medio de los peligros que se
multiplican cerca de nosotros, queremos romper
los eslabones cuya tenacidad nos abruma, consul-
temos la justicia, y entonces los enemigos respe-
tarán nuestro nombre aun cuando no le teman.
Cada vez que me propongo hablar sobre estas
materias quedo con el desconsuelo de no poder
decir todo lo que siento, y verme en la necesidad
de tocar sólo de paso unos principios sin cuyo
examen y conocimiento la menor combinación
será quimérica. Yo quisiera analizarlos con exac-
titud, y veo que no me bastan los límites de un
periódico, donde apenas puedo emplear una pá-
gina en esta clase de discursos. No obstante, yo
haré lo que pueda, y desenvolveré las ideas que
estén al alcance de mis fuerzas. Patriotas esté-
riles, ciudadanos ilustrados, ¿hasta cuándo dura-
rá vuestra inacción? Lejos de imbuir al pueblo en
ideas mezquinas y parciales, contribuid a enseñar-
le sus deberes e instruirle en sus derechos: él será
feliz cuando conozca unos y otros. Estamos en el
caso de apurar todos nuestros esfuerzos: la pluma
y la espada deben estar en acción continua, y oja-
lá no fuera preciso emplear más que la pluma:
pero nuestros enemigos se obstinan, se muestran
sedientos de nuestra sangre y es preciso destruir-
los, o consentir en el exterminio de la patria: ele-
gid el extremo que os parezca: la muerte es un tri-
buto que se paga a la naturaleza, y para el hom-
bre esclavo es un paso indiferente, porque muerto
ya para sí mismo, sólo vive, mientras vive para
la voluntad del déspota que le subyuga.
(M., marzo 20 de 1812.)
156 BERNARDO MONTEAGUDO
Continúan las observaciones didácticas
¿ Qué haré en este caso? mis propios juramentos,
el orden de los sucesos, las esperanzas del pueblo,
mis justos deseos, mi opinión particular, y el in-
terés que me anima por la exaltación de mi pa-
tria; todo me obliga a cumplir lo que anuncié
en los números precedentes: la tímida política de
algunos, el grito fanático de otros, el aire amena-
zador de los pretendidos calculistas, las máximas
de esos gabinetes portátiles, y sobre todo, el pavor
servil de los que aun no se resuelven a creer que
son, y deben ser libres, forman un contraste a mi
resolución. Pero ¿qué temo? Si el fuego y el ace-
ro no deben intimidar una alma libre ¿cómo po-
drá influir en ella el sonido instantáneo de esos
conceptos abortivos que sugiere un celo exaltado
y mucbas veces hipócrita? ¡ Oh. pueblo! Yo postro
la rodilla delante de vuestra soberanía, y someto
sin reserva el ejercicio de mis facultades a vuestro
juicio imparcial y sagrado: voy a hablar en pre-
sencia de los ilustres genios de la patria, y me li-
sonjeo de creer, que aunque mis opiniones acre-
diten que soy hombre, el espíritu de ellas probará
que soy ciudadano.
Conozco muy a pesar mío que nuestra forzosa
inexperiencia, la privación de recursos, el con-
traste de las opiniones y la formidable rivalidad
del tiempo han multiplicado los conflictos públicos,
presentando en compendio esos inminentes^ ries-
gos que en todos los climas experimenta el hom-
bre cuando se declara enemigo de los tiranos. Yo
no trato de engañar al pueblo desfigurándole su
triste situación, porque nada sería tan peligroso
a mi juicio como ocultarle sus mismos peligros,
inspirándole una confianza mortal que acelerase
su ruina. Estamos en gran riesgo sí, es preciso
confesarlo: los exércitos agresores apuran sus me-
didas de hostilidad, agotan sus recursos y por to-
das partes amenazan nuestra existencia, atrevién-
OBRAS POLÍTICAS 157
(lose a calcular el período de nuestra duración por
la tregua de su cólera. El Perú pone en congoja
nuestros deseos; la Banda Oriental urge nuestros
cuidados, y Montevideo exige una atención exclu-
siva casi incompatible con la premura de nuestro
estado. Alguno me dirá que siendo estas las causas
del peligro, no debemos pensar sino en la organiza-
ción de un buen sistpma militar: convengo en ello,
y no dudo que el suceso de las armas fixará nues-
tro destino ; pero también sé que los progresos de
este ramo dependen esencialmente del sistema po-
lítico que adopte el pueblo para la administración
del gobierno : este es el exe sobre el que rueda la
enorme masa de las fuerzas combinadas en que se
funda la seguridad del Estado. El que prescinda
de él en sus combinaciones, encontrará por único
resultado de sus cálculos la insuficiencia y el des-
orden. Yo me decido desde luego a entrar en el
ensayo de este gran problema, persuadido de que
las dificultades que presenta, no pu-eden superarse
con el tímido silencio que impone el peligro a las
almas débiles, sino con la osadía que inspira la
necesidad del remedio a quien por salvar sus de-
beres, compromete basta su amor propio.
La sabia naturaleza, por un principio de econo-
mía, ba puesto una exacta proporción entre las ne-
cesidades del bombre y sus recursos: de aquí re-
sulta una observación justificada en todos los tiem-
pos por los más profundos pensadores, es decir,
que con proporción a sus necesidades el salvaje
aislado tiene iguales recursos a los que en el mis-
mo respecto goza el primer potentado de la Eu-
ropa. Inmediatamente se mudaría la tierra en
una espantosa soledad, si multiplicándose las ur-
gencias del uno o del otro, no se aumentaran al
mismo tiempo los medios de compensarlas. Lo
mismo que digo del bombre en particular, afirmo
de los grandes Estados que componen la sociedad
universal del mundo, y por este principio sería un
error el creer que un pueblo menos civilizado tenga
las mismas urgencias y necesite iguales recursos
que otro más culto o acaso más salvaje. Se infiere
168 BERNARDO MOxVTEAGUDO
por una consecuencia demostrada que para con-
ducir un pueblo y organizar su constitución, las
reglas deben acomodarse a las circunstancias, y
prescindir de las instituciones que forman la base
elemental de un sistema consolidado. Todo esto
se funda en la proporción que guardan los obs-
táculos con los medios proporcionales, y reflexio-
nando alguna vez sobre los escollos que hemos su-
perado, advierto que su resistencia ha sido siem-
pre proporcionada a nuestros esfuerzos, y que
nuestros mismos errores y debilidades han sido
compensados con la timidez e impotencia de los
que conspiran nuestra ruina. Meditando este mis-
mo orden de combinaciones, casi afirmo que nues-
tros contrastes han sido favorables, porque sin
ellos quizá se hubiese invertido aquel principio,
y precisadas ya las fuerzas orgánicas de nuestra
débil máquina a obrar fuera de la esfera de su
actividad, su influxo hubiera sido tanto más débil,
quanto más se dilatase aquélla. Aun puedo asegu-
rar, sin que nadie contradiga lo que siento, que
en el estado actual, si no hacemos sistema de la
indolencia, creo que los recursos son proporciona-
dos exactamente a nuestras necesidades; y yo veo
reparados todos los quebrantos anteriores no sólo
por la experiencia que adquirimos, sino por el as-
cendiente que gana la opinión cada, vez más di-
fundida y radicada. Si acaso no temiera frustrar
mi principal objeto, yo demostraría una proposi-
ción que a primera vista ofrece una extraña para-
doxa, y haría ver que estamos en igual aptitud
para ser libres, que cualquiera otro pueblo de la
tierra: mas para el fin que me propongo basta
la digresión antecedente, y supuestos los princi-
pios indicados, se sigue la solución del gran pro-
blema.
¿ Qué expediente deberá tomar la asamblea para
dar energía al sistema, prevenir su decadencia, y
acelerar su perfección? La necesidad es urgentí-
sima, el conflicto extraordinario y la salud pií-
blica es la tínica ley que debe consultarse: el voto
de los pueblos está ya expresado de un modo ter-
OBRAS POLÍTICAS 159
miuaute y solemne: su existencia y libertad son
el blanco de sus deseos: todo lo que sea conforme
a estos objetos, está antes de ahora sancionado
por su consentimiento: últimamente, ninguna re-
forma parcial y precaria podrá salvarnos, si no se
rectifican las bases de nuestra organización políti-
ca. Yo no encuentro sino dos arbitrios para conci-
liar estas miras: declarar la independencia y sobe-
ranía de las provincias unidas, o nombrar un dicta-
dor que responda de nuestra libertad, obrando
con la plenitud de poder que exijan las circuns-
tancias y sin más restricción que la que convenga
al principal interés. Bien sé que estas dos propo-
siciones apenas podrían examinarse en prolixas
y repetidas memorias, analizadas por un ingenio
tan penetrante y feliz como el de Tácito ; pero yo
voy a liacer los liltimos esfuerzos a fin de estimu-
lar al menos con mis discursos a los que con pro-
porción a sus talentos, tienen dobles obligaciones
que yo en este respecto. Seguiré el método que
permite la naturaleza de un periódico, y trataré
por partes las proposiciones anunciadas, fixando
mi opinión particular en uso del derecho que me
asiste.
Sería un insulto a la dignidad del pueblp ame-
ricano, el probar que debemos ser independientes:
este es im principio sancionado por la naturaleza,
y reconocido solemnemente por el gran cgnsejo
de las naciones imparciales. El único problema
que ahora se ventila, es si convenga declararnos
independientes, es decir, si convenga declarar que
estamos en la justa posesión de nuestros derechos.
Antes de todo es preciso suponer que esta declara-
ción, sea qual fuese el modo y circunstancias en
que se haga, jamás puede ser contraria a derecho,
porque no hace sino expresar el mismo en que se
funda. Tampoco se me diga que yo defraudo las
preeminencias de otro, sólo porque declaro en su
nombre que goza de ellas, supliendo de mi parte
el acto material de la expresión, autorizado an-
tes de ahora por un consentimiento irrevocable y
no meramente presuntivo. No son las fórmulas
160 BERNARDO MONTEAGUDO
convencionales, y muclias veces arbitrarias, las
que constituyen la legalidad intrínseca de cual-
quier acto; y yo no encuentro una razón que me
persuada a creer la necesidad de que los otros pue-
blos concurran a la declaración de su independen-
cia por nuevos medios y demostraciones, que a lo
sumo podrían graduarse como otros tantos ritos
de convención, sin que por esto den una idea más
terminante de su invariable voluntad. En una pa-
labra, es preciso distinguir la declaración de la
independencia, de la constitución que se adopte
para sostenerla: una cosa es publicar la soberanía
de un pueblo y otra establecer el sistema de go-
bierno que convenga a sus circunstancias. Bien
sé que la asamblea no puede fixar por sí sola la
constitución permanente de los pueblos: para eso
es necesaria la concurrencia de todos por delega-
dos suficientemente instruidos de la voluntad par-
ticular de cada uno, y el solo conato de usurpar-
les esta prerrogativa sería un crimen. Pero no su-
cede lo mismo con su independencia, y la razón es
incontestable. Los pueblos tienen una voluntad
determinada, cierta y expresa para ser libres: ellos
no ban renunciado ni pueden renunciar este de-
recho: declararlos tales, no es sino publicar el de-
creto que La pronunciado en su favor la natura-
leza: pero dictar la constitución a que deben suje-
tarse, es suponer en ellos una voluntad que no
tienen, es inferir arbitrariamente de un principio
cierto una consequencia injusta e ilegítima, no
habiendo aiín expresado por ningiin acto formal
o presunto, cuál sea la forma de gobierno que
prefieren. Concluyo de todo esto, que aunque sea
justo, legal y conforme a la voluntad de los pue-
blos declarar su independencia, no lo sería de nin-
gún modo fixar su constitución; así como tampoco
puede inferirse por la impotencia íictual de estable-
cer ésta, la inoportunidad de publicar aquélla (a).
Sin duda es preciso confesar que por ima discul-
pable inexperiencia hemos dado el último lugar
(a) A la objeción que resulte yo responderé.
OBEAS POLÍTICAS Itjl
eu el plan de nuestras operaciones, al acto que
debió preceder a todas y yo atribuyo en parte a este
principio los partidos, la lentitud, el atraso y la
indiferencia de los que, o no se creen enteramente
comprometidos o desmayan al ver que siempre se
aleja de su vista el estímulo de sus esperanzas.
Meditemos nuestros intereses, deslindemos las cau-
sas de nuestros males, no confundamos las ideas
que deben regirnos, ni pongamos en una misma
línea la pusilanimidad y la prudencia, el derecho
y la preocupación, la conveniencia y el peligro.
Me es muy sensible no poder concluir esta mate-
ria y dejar pendiente el convencimiento: pero no
hay arbitrio, lo haré en el número inmediato.
(El Mártir o Libre, marzo 20 de 1812.)
I
Concluyen las observaciones didácticas
Aun cuando todos los enemigos que nos comba-
ten rindieran hoy la espada o cambiaran sus pa-
bellones con los nuestros en señal de eterna alian-
za, todavía el espíritu de conquista y la ambición
doméstica suscitarían nuevos rivales que agita-
sen nuestro sosiego y amenazasen de quando en
quando la garganta de la patria con la sacrilega
cuchilla de los déspotas. Esta es una verdad que
excusa de toda prueba, y debe disponer nuestra
constancia a sostener la lucha infatigable en que
nos vemos empeñados por intereses y en justicia;
pero una vez supuesto este principio, también es
preciso convenir en que nuestros actuales y futu-
ros enemigos nunca serán más fuertes, sino cuan-
do nosotros quisiéramos ser débiles; ni tampoco
encontrarán nuevos recursos para oprimirnos en
sus nuevos deseos de arruinarnos. Sería un error
de cálculo el creer que los que han empuñado la
espada contra la patria, o los que han adoptado
la neutralidad por sistema, excusan o dilatan sus
11
162 BERNARDO MONTEAGÜDO
operaciones hostiles por amor a nuestros intereses
o por falta de odio y abominación a nuestros de-
signios. Los unos no pueden hacer más de lo que
hacen, y los otros se muestran indiferentes porque
su verdadero interés pone freno al estímulo de su
codicia. La impotencia modera a los primeros, y
la política contiene a los últimos; pero en ning-iin
caso pueden influir nuestras deliberaciones domés-
ticas en el furor de ambos, ni dar nueva actividad
a sus resortes. Yo quiero ahora suponer dos extre-
mos opuestos, y probar inmediatamente que en
cualquiera de ellos sería igual la conducta de los
enemigos y uniforme nuestra situación. Suponga-
mos que en vez de proclamar la soberanía de las
provincias unidas, jurásemos obedecer a las cortes
de España y reconocer el poder executivo de la
nación en el consejo de regencia: aun en este caso
siempre que nuestro reconocimiento se limitase
a la autoridad representativa, bien sea de los ma-
nes de Fernando Vil o de los fragmentos que res-
tan de la península; y siempre que no se exten-
diese aquel acto de sumisión a la majestad de
José I, no debíamos admitir ningún mandatario
de España ni remitir caudales de auxilio que es
el verdadero vasallaje que exigen las cortes. Lo
primero, es consiguiente a la remarcable infiden-
cia que se ha notado en los españoles desde el prin-
cipio de su revolución, así en los exércitos como
en las demás magistraturas o funciones de su car-
go: y si en su propia patria han sido fácilmente
seducidos por la ambición y corrompidos por el
interés, ¿qué se podía esperar de ellos si se libra-
se a su arbitrio la suerte de nuestro patrimonio?
En quanto a la remisión de caudales quiero con-
ceder que la Península tenga todos los derechos
que presume sobre nuestro hemisferio: nadie me
dirá que aun en este caso merezca preferencia su
conservación a la nuestra, mucho más hallándose
ésta amenazada por una potencia limítrofe y ex-
puesta a la agresión de qualquiera otra. De aquí
resulta, que aun cuando quisiésemos reconocer las
cortes, como nunca podríamos consentir en enviar
OBRAS POLÍTICAS 163
caudales ni recibir mandatarios corrompidos, el
acto de reconocimiento sería tan estéril que nada
influiría en el orden actual de los sucesos; y ana-
lizados éstos en su último resultado, se sigue que
nuestros enemigos interiores y exteriores obrarían
de un mismo modo en este caso que si se declarase
hoy la independencia.
Aun digo más: si la probabilidad de este cálcu-
lo, y la evidencia de los principios que indiqué
en el número anterior no bastan a demostrar la
importancia de la declaración de independencia,
pregunto: ¿qué razón hay para que habiendo de-
clarado las cortes que la soberanía reside en el
pueblo, se gradúe en nosotros como un crimen esta
declaración, y se deba tener como una precisa con-
secuencia la conjuración de los aliados de Cádiz?
Los españoles han reconocido en el conflicto de
su agonía, que no hay dogma tan sagrado en el
código eterno de las naciones, como el de la ma-
jestad imprescriptible de los pueblos; y la expe-
riencia les ha mostrado al mismo tiempo, que si
alguna cosa podía sostener los restos de su existen-
cia era la declaración de este derecho. Y siendo
esencialmente invariable la justicia, ¿será injusto
en nosotros lo que en la península se ha sanciona-
do como justo? ¿Lo que ha sido capaz de sostener
un cuerpo próximo a ser cadáver, no podrá inspi-
rar una rápida energía a un cuerpo que abunda
de espíritu y vigor? Yo quiero por un momento
prescindir de todo raciocinio y fixar la atención
en una verdad práctica, que en cierto modo se
desfigura por solo el intento de probarla: un pue-
blo inspirado por la energía es incapaz de calcular
todos sus recursos, o agotar sus arbitrios: los unos
crecen a proporción de sus necesidades y los otros
se multiplican segiín el orden sucesivo de los pe-
ligros. La desolación de un pueblo enérgico es un
fenómeno tan extraordinario en lo moral, como
si la naturaleza derogara sus leyes y se disolviera
el universo sin faltar el gran principio de la atrac-
ción que lo sostiene. La energía es el principio
vital del cuerpo político, y mientras ella presida
164 BERNARDO MONTEAGÜDO
a sus funciones es imposible su disolución ; mien-
tras obre ese imperioso resorte jamás se entorpe-
cerá el exercicio de sus facultades morales, y la
rapidez de los progresos igualará a la actividad
de los designios. Casi me parece excusado probar
que la declaración de nuestra independencia pro-
duciría estos felices resultados: yo no necesito más
que considerar la historia actual de nuestros yeci-
nos, sin recurrir a los antiguos anales de la li-
bertad, ni registrar el mapa político de esas re-
públicas memorables, donde las almas fuertes
triunfaron tantas veces de la muerte y la opresión,
sin más auxilio que el de sí mismas. Pero ya me
llama con instancia el ensayo que ofrecí sobre el
segundo arbitrio que propuse: la premura del
tiempo ba burlado mi esperanza, y quizá be sido
inexacto por ser conciso: de qualquier modo dexo
al menos indicados los más obvios convencimien-
tos en favor de la declaración de independen-
cia, y sometiendo al juicio del público el examen
de esta materia, voy a proponer mi opinión aco-
modándome a las circunstancias.
La inflexibilidad de las leyes, dice un profun-
do razonador, puede en ciertos casos hacerlas per-
niciosas, y causar por ellas la pérdida del Estado
en su crisis. El orden y la lentitud de las formas
piden un espacio de tiempo que las circunstancias
rehusan algunas veces; y en los grandes peligros
deben enmudecer las leyes, mientras habla la sa-
lud pública para sostenerse y sostenerlas. Quando
yo veo a un pueblo legislador entrar en consejo
sobre su destino, meditar los riesgos que le ame-
nazan, considerar las disensiones domésticas que
le agitan, ver cerca de sus muros a un descendien-
te de la soberbia raza que acababa de arrojar del
trono, presidiendo a los latinos para exterminar a
Roma y decidir en tan difícil conflicto, que el
único arbitrio para salvar la república era crear
un magistrado superior al mismo senado y a la
asamblea del pueblo, que con plena autoridad ter-
minase las disensiones domésticas y rechazase a
los enemigos exteriores; advierto que inmediata-
OBRAS POLÍTICAS 165
mente liacen tregua las angustias públicas, y que
revestido Largio de esta nueva magistratura ase-
gura el orden interior, y pone freno a los rivales
del nombre romano con un suceso digno de las es-
peranzas del pueblo. Pero cerremos la historia an-
tigua, y veamos si es posible determinar, no lo
que convino a otros pueblos, sino lo que sea más
adaptable a nuestras circunstancias.
Amenazados de enemigos por todas partes, de-
vorados por el periódico fermento de las disensio-
nes domésticas, y persuadidos por la triste expe-
riencia de 23 meses, que las causas efectivas de
nuestros males están en nosotros mismos; es pre-
ciso deliberar el remedio, antes que los riesgos
probables bagan una crisis cierta, pero fatal. La
lentitud de las operaciones y la complicación del
poder que debe presidirlas han sido los principios
que han viciado el orden y cortado el progreso de
nuestras glorias. Concentradas en un solo cuerpo
moral todas las funciones del poder, hemos visto
embarazarse así el actual gobierno como los ante-
riores en los casos más obvios y menos difíciles:
confundida la autoridad en sus principios, jamás
ha podido encontrar en resultado de sus provi-
dencias sino la dificultad de los medios y la lenti-
tud de su execución : acostumbrados a los trámites
apáticos y morosos de un sistema rastrero, hemos
querido desnaturalizar a los tiempos, acomodán-
dolos a la teoría inveterada de los pasados, en vez
de seguir el curso de los presentes acontecimien-
tos, y obrar segiin el imperio de la edad a que
hemos llegado. ¿ Quién duda que por este orden
debemos temer una próxima consunción política,
que aunque lenta y tardía nunca dexará de ser te-
rrible? A estos principios es consiguiente la ne-
cesidad de fixar un plan capaz de combinar la se-
guridad y el orden con una administración menos
complicada y más rápida, aunque exceda de las
reglas que prescribe la tranquila política de esos
pueblos que ya son libres, o que al menos están ya
acostumbrados a ser esclavos: no sé si acierte, pero
voy a hacer el liltimo esfuerzo.
166 BERNARDO MONTE AGUDO
Examinados prolixamente estos principios, qui-
zá mi opinión particular sería crear un dictador
baxo las fórmulas, responsabilidad y precauciones
que en su caso podrían fácilmente detallarse. Con-
centrar la autoridad en un solo ciudadano acree-
dor a la confianza pública, librar a su responsabi-
lidad, la suerte de los exércitos y la execución de
todas las medidas concernientes al suceso, y en
una palabra, no poner otro término a sus facul-
tades que la independencia de la patria, dexando
a su arbitrio la elección de los sujetos más idó-
neos en cada uno de los ramos de administración,
y prescribiéndole el término en que segiin las ur-
gencias públicas debía expirar esta magistratura,
con las demás reglas que se adoptasen; creo que
sería uno de los medios más análogos a nuestra
situación. Bien sé el gran peligro que resulta de
una magistratura que prepara tan de cerca al des-
potismo : y también sé quanto se debe desconfiar
del que parece más desinteresado, luego que puede
lisonjearse de obtener las aclamaciones de la mul-
titud y ver a su devoción un partido numeroso.
Quizá por estas consideraciones el romano más in-
trépido sacrificaba al miedo, quando se trataba de
nombrar aquel supremo magistrado, haciendo de
noche y en secreto esta terrible ceremonia. Pero
a pesar de todo, nuestra situación es diferente, y
nada favorable a tan peligrosas miras: a nadie se
le ocultará que las más veces el hombre es bueno,
porque no puede ser malo, y aunque podría suce-
der que pusiésemos nuestro destino en manos de
un ambicioso, las mismas circunstancias vacilan-
tes y difíciles en que nos vemos, servirían de apo-
yo al pueblo si temiese ser oprimido, y la tiranía
doméstica duraría tanto como la luz de un fósforo.
Si a pesar de esto la inexperiencia o el temor abs-
trae insuperablemente a Is creación de im dicta-
dor, aun podría adoptarse un medio apto a con-
ciliar la seguridad de los designios con la rapidez
en la execución. El gobierno actual, baxo la forma
que está establecido, no es, ni puede jamás ser
bueno; y aunque los individuos que lo compongan
OBRAS POLÍTICAS 167
fuesen los mismos que más claman por la refor-
ma, quizá serían peores que los actuales: el vicio
es constitucional por decirlo así, consiste en la
acumulación del poder y la falta de reglas o prin-
cipios que deben moderarlo: la voluntad particu-
lar de cada uno es el modelo que sigue: el pueblo
le dio el poder que tiene y ellos lo amplían o limi-
tan a su arbitrio, porque carecen de otra norma.
Es de necesidad reparar estos abusos, y si ahora
no lo hace la asamblea, fácil es asegurar lo que
puede suceder.
En realidad no se puede constituir por ahora un
poder legislativo, mientras no se declare la inde-
pendencia, y exprese la voluntad general los tér-
minos de la convención a que se circunscriba: pero
como por otra parte no se puede prescindir del
exercicio provisional de aquel poder, es preciso
deslindar sus funciones del poder executivo para
que, equilibrándose ambos, se prevenga el abuso
de uno y se enfrene la arbitrariedad del otro. Para
esto es indispensable, si no se adopta otro sistema,
dividir en dos cuerpos las respectivas funciones
que he indicado ; y reasumiendo el poder executivo
en una sola persona, a fin de consultar el sigilo,
la rapidez y oportunidad de providencias, dexar
a arbitrio del cuerpo provisional directivo la ad-
ministración interior, las declaraciones de paz,
guerra o alianza que son nuestros actuales obje-
tos, con todo el detall que exige la economía di-
rectiva : en dos palabras, el poder executivo en uno
solo para salvar el estado de sus enemigos inte-
riores y exteriores ; el poder directivo en tres o más
personas provisionalmente para consultar los me-
dios más análogos al primer objeto, y sobre todo,
acelerar la celebración del congreso de las provin-
cias libres, antes del qual no son muy seguros nues-
tros pasos. Qualquiera me hará la justicia de creer
que he tomado una empresa muy difícil, así por
su naturaleza, como por la estrechez del espacio
donde puedo extender mi pluma: entre todo lo que
he propuesto algo puede haber lítil: la asamblea y
el público juzgarán lo que más convenga a la sa-
168 BERNARDO MONTEAGUDO
hid de la patria. Ya lo he dicho otra vez: por cum-
plir mis deberes comprometeré hasta mi amor pro-
pio, y mientras no vea proclamada la libertad
porque suspira mi corazón, haré todos los esfuerzos
que me inspire mi zelo, sea cual fuere mi destino.
{Id., abril 6 de 1812.)
Censura política
_ El que se proponga dar impulso a la opinión,
sin profanar el lenguaje imparcial de un celo
justo, ni prostituir su juicio al prurito impostor
de las pasiones, debe resolverse antes de todo a
ser víctima pública de los intereses privados. En
un pueblo que aspira a la libertad, es preciso que
haya ciertos hombres tan familiarizados con los
peligros, y tan decididos a morir por la causa de
la hiimanidad que jamás teman el furor de los ti-
ranos, el capricho de las facciones, ni aun la con-
juración de sus afectos. Yo me revisto por ahora
de estos sentimientos que quizá forman mi carác-
ter, y sin más preludio voy a exponer mi juicio
acerca del acontecimiento próximo de 6 del pre-
sente.
Desde que se anunció al pueblo por el artícu-
lo 1.° del Estatuto provisional la creación de una
asamblea que debía formarse periódicamente para
resolver sobre los grandes asuntos del Estado;
Jos unos concibieron grandes esperanzas de ella, y
suspiraban por su instalación, contando con im-
portuna prolixidad los días que faltaban para el
indicado 23 de marzo; y otros, aunque en menor
niimero, temían las consecuencias que ordinaria-
mente produce la inexperiencia en los primeros
ensayos que hace un pueblo para deslindar <sus
derechos. Ambos convenían en que vsi la asamblea
expedía sus atenciones en calma y con tranquili-
dad, la patrio vería exaltado su pabellón, y ente-
OBRAS rOLÍTICAS 169
rameute abatido el estandarte de los déspotas.
Pero quizá esta raisma serenidad hubiera sido un
síntoma mortal de nuestro cuerpo político, y sin
duda los más exactos pensadores bubieran gradua-
do esa calma como el mejor termómetro para des-
cubrir la languidez de las pasiones públicas, y la
insensibilidad de nuestra ñbra moral. Un pueblo
que mira su suerte con indiferencia, y que en las
grandes revoluciones de su destino tiene siempre
los labios abiertos para sancionar quanto aprue-
ban sus mandatarios o ministros, está muy dis-
tante de ser libre. La salud universal exigía que
tropezásemos en este primer paso, y que el mismo
golpe del desvío nos ensenase los medios de pre-
caverle. El que por primera vez entra a una obs-
cura habitación, encuentra escollos basta en el
espacio libre ; pero sus primeras caídas suplen lue-
go las precauciones que le faltaban. Lejos de ex-
trañarse a mi juicio estos acontecimientos, ellos
han debido entrar siempre en el cálculo de los
filósofos, supuesto que aun los pueblos que se han
distinguido más por el refinamiento de sus ideas,
no han llegado a perfeccionarlas sino después de
haber pasado por todos los períodos del error.
¡ Quizá el que recientemente nos ocupa es el pri-
mer paso que damos al acierto ! Del ensaj o en que
voy a entrar resultará al menos una débil prueba
que lo demuestre.
Formada la asamblea sobre el plan inexperto
que se anunció en el Heglamento de 19 de febrero,
eran tan consiguientes los abusos, como ambiguos
y peligrosos los principios. Del orden resultará el
convencimiento. El primer error que cometió el
gobierno fué dilatar la publicación del Reglamen-
to que debía dar forma a la asamblea, y que se-
gún el artículo 1.° del Estatuto provisional ofre-
ció verificar a la mayor brevedad. De aquí resultó
que todas las provincias interiores, no teniendo un
modelo para arreglar los poderes que debían expe-
dir a sus apoderados, los concibieron de un modo
tan indeterminado e insuficiente, que apenas los
autorizaba para sufragar en la elección del vocal
170 BERNAEDO MONTEAGUDO
que debía nombrarse según el Estatuto. En orden
al método que se adoptó en esta capital para la
elección de los demás miembros que formaban la
asamblea, difícilmente se bubiera imaginado otro
peor. Por él se admitían indistintamente a sufra-
gar por los electores, aun aquéllos que por el ar-
tículo 3.° quedaban excluidos, por no tener una
decidida adhesión a la causa de la libertad de las
provincias unidas: por él se libraba a la suerte la
elección de los 33 ciudadanos que habían de com-
poner la asamblea, método tanto más expuesto,
quanto era imposible que entre los 100 insacula-
dos hubiera una idoneidad igual, mucho más
quando excluidos por el artículo 4.° los militares
del exército y los empleados en los ramos de ad-
ministración pública, quedaba de necesidad re-
ducido el vecindario a un índice sucinto, atendi-
das las circunstancias del país. Quiero prescindir
de los demás vicios del Reglamento, jjorque ya
no es tiempo de impugnarlos con otro dato que el
de su mismo resultado; y voy a contraerme al no-
ble acontecimiento de la disolución de la asam-
blea y suspensión del Cabildo decretada por el go-
bierno.
Instalada la asamblea baxo la forma prevenida
en los reglamentos y anunciada en la ministerial,
procedió a la elección para vocal del gobierno y re-
cayó ésta en el digno ciudadano don Juan Martín
Pueyrredón, justamente acreedor al sufragio uni-
versal que ya le indicaba piiblicamente para aquel
delicado ministerio. Tan sensible fué la emoción
del pueblo a vista de este primer paso, que todos
quedaron prevenidos en favor de la asamblea, y
calculaban que éste no era sino el presagio de otros
felices resultados. Entraron lluego a resolver los
demás puntos que contenía la nota remitida segiin
el artículo 4.° del Reglamento, y el primero a que
se contraxeron fué el de la declaración de supremo
que exigía el gobierno: esta inoportuna moción
alarmó los ánimos y los dispuso al contraste cuyos
efectos hemos sentido con dolor. La asamblea de
quien se pedía esta nueva sanción, se creyó por el
OBRAS POLÍTICAS 171
mismo heclio autorizada para arrogarse el título
de suprema sobre todas las magistraturas consti-
tuidas. Era consiguiente que en los unos perorase
el zelo, en los otros hablasen las pasiones, y en
algunos influyese quizá la lisonjera idea de supe-
rioridad, para que acordes todos en un medio,
aunque acaso divididos en el fin, exigiesen el reco-
nocimiento, a que se rehusó el gobierno disolviendo
inmediatamente la asamblea y suspendiendo en
el ínterin al ayuntamiento. El pueblo recibe con
una furiosa sorpresa este acontecimiento, y casi
todos gritan; el gobierno es un déspota y el dere-
cho del más fuerte es el único que se sostiene. La
voz de la asamblea se mira desde entonces como
una señal de alarma: las rivalidades agitan a unos
y otros, y antes de examinar el suceso todos fallan
según su opinión particular.
A mi juicio, después de analizar sus circuns-
tancias, opino, que así el gobierno como la asam-
blea se han excedido de los límites de su repre-
sentación, obrando con una violenta inoportuni-
dad a causa de no estar deslindadas las facultades
de ambos. Si el gobierno no se consideraba superior
a la asamblea ¿a qué propósito pide que le decla-
re supremo una corporación inferior? Si la asam-
blea ignoraba el carácter de su representación, y
ni por el reglamento ni por la voluntad de los
pueblos podía atribuirse el de suprema, ¿cómo es
que se declara tal? Si la asamblea se creyó con de-
recho a dar un paso de tanta conseqüencia, ¿por
qué no modificó antes de todo su reglamento dero-
gando, ampliando o variando los artículos de su
institución, según se le permite en el 19 del Re-
glamento, y el 3 y 4 de las adiciones? Si el gobierno
entendió que segiin el artículo 13 estaba autori-
zado para disolver la asamblea por convenir a la
tranquilidad pública, ¿a qué el paso escandaloso
de suspender el Cabildo, sorprendiendo al pueblo
en su tranquila expectación con precauciones mi-
litares, después del primer golpe anunciado por
sordos rumores? Si ambos estaban predispuestos
a sostener los fueros que se arrogaban, ¿por qué
172 BEENARDO MONTEAGUDO
no los deslindaron antes por los medios prudentes
y legales, a fin de no comprometer el sosiego del
pueblo? Pero no es extraño: todo esto era consi-
guiente a los defectos del Estatuto provisional, a
los vicios del reglamento de la asamblea, a la for-
zosa insuficiencia de los poderes de los pueblos, al
método inexacto de recibir los sufragios sin dis-
tinción de clases, al sorteo arbitrario de los 33 ciu-
dadanos electos, al número excedente de sufragios
concedidos al ayuntamiento, y en fin, a la inexpe-
riencia, a las pasiones y al espíritu de cisma, ri-
val inconciliable de un pueblo que desea ser libre.
Lo cierto es que el peso de este acontecimiento
lia agobiado la cerviz de la patria, y es un deber
general reparar con esfuerzo sus fatales efectos.
La asamblea debe renovarse a la mayor brevedad,
pero a ella no deben concurrir, en mi juicio, los
miembros que componían la anterior, a menos
que merezcan la omnímoda confianza del pueblo:
el gobierno debe cuidar de instruir a los pueblos
sobre el objeto y límites que deben tener los po-
deres que confieran a sus representantes: debe
reformar todos los artículos que en presencia de
estos sucesos demandan alguna variación, y debe
prevenir, en fin, las conseqüencias futuras por las
lecciones que acaba de recibir. Yo creo que ahora
más que nunca urge la creación de un dictador:
no liay acontecimiento que no sea una prueba pal-
pable de esta necesidad. ¡ Infelices de nosotros si
no aprendemos los medios de salvar la existencia
piiblica a costa de los continuos contrastes que su-
frimos! Me atrevo a esperar lo que deseo, y entre-
tanto felicito a los amantes del orden por haber
ya salvado del gran riesgo que amenazaba a la pa-
tria en la convulsión que había preparado la im-
prudencia de los ministros del pueblo.
APÉNDICE AL ARTICULO ANTERIOR
Me había propuesto hacer algunas reflexiones
sobre el manifiesto del gobierno, y otros hechos
OBRAS POLÍTICAS 173
que posteriormente lian llegado a mi noticia acer-
ca de la asamblea provisional: pero como toda dis-
cusión que no tenga otro objeto que impugnar lo
que está impugnado por sus mismas consecuencias,
debe ser ajena de mi instituto, fixaré una sola re-
flexión fundada en la naturaleza de las circuns-
tancias, para que de ella infieran otros mejores
calculadores las medidas que reclama la salud
universal. Todo reglamento o disposición que al
presente se publique, sólo puede tener una fuerza
directiva guando el interés público se la dé; y el
gobierno no tiene otra facultad, que la de dis-
cernir los casos particulares en que precariamente
puede resolver lo que sea más conforme a aquel
principio. Esta es una verdad demostrada que se
contradice expresamente en el manifiesto, atri-
buyendo un carácter soberano, y por lo mismo in-
violable a los decretos del gobierno ; carácter que
sólo puede emanar de la sanción general de los
pueblos, cuya voluntad en esta parte no se halla
expresada, ni puede suplirse por un mero recono-
cimiento surgido quizá muclias veces por el temor
habitual que inspira la esclavitud: esta misma
materia be tocado j^a en los números anteriores,
y continuaré con oportunidad en los siguientes;
por ahora voy a recomendar al público algunos
datos particulares de que estoy instruido, relati-
vos a la asamblea. El primero y más original es
la moción que hizo uno de los representantes del
pueblo para que se jurasen las leyes de Indias, es
decir, para que se jurase el código más tirano y
humillante de quantos han dictado los déspotas
del Asia. Yo ignoro qué objeto podía tener este
juramento, o qué ventajas se propuso el que hizo
la moción para prostituir sus deberes, e insultar
en cierto modo la dignidad de los mismos pueblos
que hasta hoy han gemido baxo el peso de esas
leyes arbitrarias que promulgó la usurpación. No
es menos digna de censura la moción verbal que
hizo ante el gobierno la diputación que pasó la
asamblea, proponiendo por incidente que supues-
to que no se admitía el nombramiento supletorio
ITi BERNARDO MONTEAGÜDO
del doctor Díaz Yélez se procedería a elegir otro
vocal en lugar del ciudadano Pueyrredón ; la asam-
blea estaba muy distante de tocar este punto, ya
porque conocía el acierto de la primera elección,
ya porque lo útil no podía viciarse por lo inútil
aun quando el nombramiento de suplente no pu-
diese llevarse a efecto. Sin embargo, es constante
que se liizo esta moción suponiéndola conforme al
espíritu de la asamblea. ¿Y qué se infiere de esto?
El público lo juzgará. Ello es que aunque el acon-
tecimiento del 6 ha afligido mi sensibilidad al con-
cebir las ventajas que podían baber resultado de
la sana intención de algunos de los representantes
del pueblo, también be temido algunas veces que
la patria hubiese quedado reducida al estado en
que se vio Atenas cuando Trasíbulo la salvó de los
treinta magistrados que el vencedor lacedemonio
había permitido elegir al pueblo. Ciudadanos: de-
mos una tregua al sentimiento de nuestras desgra-
cias, ahoguemos la impresión de los interes^es pri-
vados, y no tratemos sino de reparar los males,
frustrar los peligros, y con la tea en una mano y
el puñal en la otra perseguir a los tiranos, hasta
que atados al carro de nuestro triunfo proclamen
con nosotros la independencia del Sud.
{Id., abril 13 de 1812.)
El Redactor
Nunca somos tan felices o infelices como ima-
ginamos y del más desgraciado acontecimiento se
puede sacar un gran bien capaz de compensar el
infortunio, si se escucha en el silencio de las pa-
siones la voz de la experiencia que prescribe las
reglas invariables del acierto. vSería una prueba
irrefragable de aturdimiento y estupidez, el creer
que un pueblo puede regenerarse sin ser a cada
paso víctima de las oscilaciones políticas, y aban-
OBRAS POLÍTICAS 175
donar el sosiego mortal de la esclavitud par los
saludables peligros de la libertad. El melancóli-
co egoísta busca la sombra y el retiro apenas ve
engañada su tímida esperanza por el menor con-
flicto : él querría muy bien ser libre, pero sin dexar
de estar tranquilo, y sin verse obligado a sacrifi-
car un átomo de sus intereses. Al primer revés que
sufre, suelta la máscara que ocultaba su corazón,
y no contento con borrar su nombre del catálogo
de los dignos bijos de la patria, toma un empeño
decidido en abultar la insuficiencia de recursos,
la debilidad de arbitrios, y el cúmulo de males
que arrastra una situación procelosa. El grita po-
seído de un pavor hipócrita y de un afectado des-
engaño, que los partidos devoran el corazón del
pueblo, que los errores del gobierno anuncian nue-
vos peligros y que las contradicciones públicas son
un síntoma de anarquía y disolución: algunas ve-
ces mezcla un fingido dolor a la exageración de
las desgracias, pero el objeto de sus facticios sen-
timientos sólo es dogmatizar el egoísmo, y au-
mentar el número de sus prosélitos. Dexemos fluc-
tuar entre la debilidad y el delirio a ese grupo de
cobardes nacidos para vegetar en la humillación:
los que amen de veras a la humanidad, los que co-
nozcan sus derechos, los que quieran vivir en la
memoria de las generaciones venideras y, en fin,
los que han jurado redimir con su sangre ai pue-
blo americano, saben muy bien que su último des-
tino podrá ser un cadalso, y que las primeras pá-
ginas de la historia de un pueblo libre van siem-
pre manchadas con la sangre de sus mártires.
Yo veo que en vano se agotan en cálculos esté-
riles los que presagian quiméricos desastres ; ellos
ignoran las leyes del destino, y confunden el vicio
de sus ideas con las reglas que prescribe el imperio
de los tiempos: semejantes a los déspotas que lla-
man sedicioso al que no quiere ser esclavo, equi-
vocan los contrastes que experimenta un pueblo
para ser libre con las agonías que sufre al caer en
la esclavitud. Agobiados por el peso del conflicto
dexan de pensar por sentir, y no encuentran sino
176 BERNARDO MONTEAGUDO
desorden en el orden mismo de las revoluciones.
Pero el que conoce la verdadera tendencia de los
sucesos es como un viajero experto que aunque
tropieza con zarzas y escollos que le detienen,
sólo trata de vencerlos y marchar a su destino. A
poca observación es fácil conocer que sin un con-
tinuo estremecimiento político que presente a cada
paso la imagen del peligro, en breve se acomodaría
nuestra indolencia a un estúpido sosiego^ j decli-
naría por su propia virtud el odio a la tiranía en
amor a la esclavitud. El contraste de ideas y senti-
mientos que ofrece la alternativa de prósperas y
adversas combinaciones estimula a la vigilancia y
ensena el gran arte de prevenir la reincidencia en
el error. ¡ Quizá por este principio ha sido ventajosa
la disolución de la asamblea! De ella ha resultado
al menos el conocimiento de algunas verdades
prácticas que deben servir de norma a los qne pre-
siden la suerte pública y a los ciudadanos que an-
helan sus progresos. Yo abriré mi opinión sobre
ellas, si antes de mí, no lo hacen otros juiciosos
pensadores. Lo que importa es salvar la patria,
romper los escollos que nos detienen, frustrar los
amagos de la expirante tiranía, y hacer obstina-
dos esfuerzos para cicatrizar las heridas, que aun
hoy arrancan gemidos del corazón de los hombres
libres.
(W., abril 20 de 1812.)
El Editor
Nadie, nadie es capaz de cortar los progresos
de nuestra revolución: los siglos anteriores la pre-
paraban en silencio, el estado general del globo
político indicaba la necesidad de este aconteci-
miento, y en los decretos del tiempo estaba seña-
lado el período que debía durar la esclavitud en
las regiones del nuevo miindo. La sagrada tea de
la LIBERTAD arde ya por toda la América: podrá
OBEAS POLÍTICAS 177
quizá un déspota aventurero o un desnaturalizado
parricida apagarla en alguna pequeña parte con
las lágrimas y la sangre de nuestros mismos her-
manos: pero las cenizas de su ruina no liarán más
que ocultar el fuego secreto que tarde o temprano
ha de devorar a los opresores en su periódica ex-
plosión. Quizá podrá suceder que en el mismo día
en que un pueblo suba al trono y anuncie su ma-
jestad, caiga otro menos feliz a los pies de un ti-
rano insolente que le obligue a profanar sus labios
gritando con un humilde furor: viva la opresión.
Pero no importa: por una parte se multiplicarán
los patíbulos, y en otra se cantarán himnos a la
patria: los mártires de la libertad correrán en
tropel a los sepulcros, y los apóstoles de la indepen-
dencia subirán con intrepidez a las tribunas a pre-
dicar los dogmas saludables de la filosofía. El con-
traste de los sucesos y la ira impetuosa de los par-
tidos agobiarán el sufrimiento de algunos, porque
no todos nacen para ser héroes: el padre anciano
llorará la pérdida de sus hijos, la sensible esposa
asistirá con ternura al sacrificio de su consorte,
el fiel amigo sufrirá en su corazón la desgracia del
hombre de bien, las familias de los mejores ciuda-
danos se resentirán de la miseria que las oprima;
pero todos es^os males particulares son necesarios
para consumar el gran sistema y cada uno de ellos
tiene una influencia directa en los resortes de com-
binación. Fatigas, angustias, privaciones; rivali-
dades, he aquí las recompensas del zelo, pero h©
aquí también los presagios del deseo realizado:
todo coadyuva al voto universal de los hombres
libres, y esas mismas convulsiones que Qomprome-
ten la suerte de los más interesados en el bien pú-
blico, minan sordamente las bases de la tiranía,
descubriendo héroes ciudadanos que confundan al
mercenario egoísta, humillen al furioso libertici-
da y arranquen del seno de la muerte la patria
tiranizada.
Tales son las ventajas que resultan de esos mis-
mos choques de opinión que es imposible destruir,
aunque alguna vez convenga desde luego el pre-
12
178 BERNARDO MONTEAGÜDO
venir: ellos nacen de dos principios: el temor y la
ambición, y para resolver el gran problema quales
sean los medios de sofocar los partidos, es preciso
saber, si aquellas dos pasiones originarias existi-
rán siempre entre los hombres o perderán su in-
fluencia alguna vez. Yo creo que en todas las eda-
des y en todos los climas el hombre es combatido
por el temor de perder lo que posee y de no obtener
lo que desea: este estímulo sin duda es más urgen-
te en el que ambiciona ser lo que no es, o quizá
más de lo que puede ser. El que teme perder la
vida civil o natural en una conjuración, ser des-
pojado de un empleo que la intriga, la casualidad,
o el mérito le han proporcionado, o ver, en fin,
elevado a un rival poderoso de quien no pueSe es-
perar sino persecuciones y ruina; su primer cui-
dado es buscar los medios de defensa, hacerse de
partido, mostrarse a unos como virtuoso, y pre-
sentar su rival a otros como un delinqüente atroz :
de aquí nacen las rencillas, los chismes, las decla-
maciones secretas, los rumores piíblicos y las des-
avenencias generales. Después que el mal no tiene
remedio entonces grita el fanático, clama el zelo-
so hipócrita, pero ninguno se ocupa en buscar las
causas del desorden para precaverlo. No hay ma-
teria más interesante y ella ocupará mi atención
en el siguiente número: entretanto conjuro a los
amantes del orden sostengan mis débiles esfuerzos
y agoten los suyos hasta que puedan decir los hom-
bres libres: viva la república.
(W., abril 27 de 1812.)
Política
Si el temor y la ambición producen las faccio-
nes, y éstas los partidos que devoran al Estado,
es un deber de todo gobierno popular ocurrir a la
influencia de aquellos dos agentes del disturbio
y prevenir sus efectos, ya que es imposible des-
OBRAS POLÍTICAS 179
arraigar las causas de donde einauaii. Todo liom-
bre sensato debe estar desengañado de esa quime-
ra filosófica que lia entretenido el espíritu de al-
gunos que intentaron desnudar a los hombres de
su ropage natural, quiero decir de sus pasiones y
vicios. Yo veo al hombre siempre el mismo en el
siglo de Arístides, que en la edad de Calígula, en
los tiempos de Sócrates y en los de Nerón: veo
que las lecciones de Marco Aurelio, las máximas
de Séneca y las virtudes de sus contemporáneos
tuvieron estériles admiradores sin ser jamás imi-
tadas: veo, en fin, que el antiguo y nuevo mundo,
las razas de los tiempos fabulosos y las generacio-
nes del siglo XIX, se resienten de las mismas de-
bilidades, de iguales extravíos, y de propensiones
idénticas que humillan el espíritu del que conside-
ra siempre aislada la justicia a un corto número
de hombres que abortan los tiempos en su rápida
carrera.
Yo bien quisiera dudar de esta humillante ob-
servación, mas por desgracia ella es una verdad
demostrada; y en la triste necesidad de suponerla,
sólo debo calcular los medios preventivos de la
malicia de los hombres, demasiado propensos al
espíritu de discordia, luego que el temor o la am-
bición los agita. En verdad es un sentimiento na-
tural a todo ser débil e impotente buscar el apoyo
de otro, y dilatar la esfera de su poder interesan-
do en su auxilio al más sagaz, al más poderoso y
al más fuerte, quando le amenaza un riesgo o le
combate un peligro que aflige sus recursos indi-
viduales. Si un funcionario público, si un mili-
tar honrado, si un ciudadano particular ven vaci-
lar su existencia civil por las detracciones, las im-
posturas y las denuncias clandestinas: si el gobier-
no fomenta con su tolerancia los chismes y renci-
llas sordas, y tiene a más la debilidad de consentir
en el menoscabo de la opinión de aquéllos, es con-
siguiente al temor de perderla el sobresalto, la in-
dignación, la venganza, los zelos, las quejas y
todos los demás recursos que sugiere una justa re-
presalia en la crisis del enojo. El agraviado ya no
180 BERNARDO MONTE AGUDO
trata desde entonces sino de buscar prosélitos en
su dolor: persuade, seduce, alarma, divide y, en
fin, su pasión grita y la discordia triunfa. Es un
principio en la política que así como e] déspota
funda su seguridad en las denuncias, único tráfico
de sus mercenarios aduladores; la acusación es en
los Estados libres la salvaguardia de la libertad
individual. En un pueblo donde la denuncia sea
un crimen, y donde la acusación esté autorizada
por la ley, jamás la virtud podrá ser oprimida
de la impostura. Si mis acciones son conformes
a las leyes eternas que me rigen, y si yo es-
toy cierto que las tinieblas no pueden obscu-
recerlas, si sé que no tengo otro enemigo que el
que se me presenta armado, el temor será en mí
una pasión efímera, y descansando en mí mismo
cuidaré sólo de sostener mi opinión, mas no de
arruinar la de los otros. Pero mi conducta será
del todo contraria, si sé que se me acecba en se-
creto y que se juzga mi opinión en el seno de las
sombras. En resultado de estas observaciones yo
concluyo, que uno de los medios preventivos de
las discordias y partidos, es cerrar la puerta a las
denuncias secretas y abrir un tribunal piíblico de
acusación donde el zeloso ciudadano publique con
intrepidez los crímenes del perverso y la virtud
esté al mismo tiempo segura de la zana de los im-
postores.
i Qué pueden al presente todos los esfuerzos de
los tiranos ! Sus infructuosas campañas han aba-
tido su coraje, sus recursos se han agotado, su
crédito lia perecido y la ilusión que los sostenía
se ha disipado como el humo: las naciones han
abierto los ojos y los han fixado sobre esta guerra:
la mitad de la Europa se arma contra nuestra ene-
miga (S), la otra mitad ve con placer la próxima
ruina de esa potencia soberbia que se arrogaba
el imperio de los mares y sometía a su cruel yugo
la parte más vasta de la América.
¿Con qué título nos imponía y dictaba leyes?
(8) A nosotros nos basta que cst¿ armada la Francia.
OBEAS POLÍTICAS 181
¿No es un absurdo el que un inmenso continente
sea gobernado por una pequeña isla? La natura-
leza no lia formado al satélite mayor que a su pla-
neta. Estando la Inglaterra y la América en rela-
ciones inversas segiín el orden natural, era pre-
ciso que perteneciesen a diferentes sistemas: era
preciso que la Inglaterra perteneciese a la Europa
y la América a sí misma. Nuestra situación, nues-
tras fuerzas, la tiranía de los ingleses, su distan-
cia, ved abí, ved abí los títulos que tenemos para
ser independientes. Nosotros somos libres porque
queremos y porque podemos serlo: este es el orden
de la naturaleza y, sin embargo, se nos trata de
rebeldes. El enemigo de la libertad y de la hu-
manidad es el verdadero rebelde: este es el mons-
truo horrible que debe ser marcado por todas par-
tes con el sello del anatema piiblico. ¿Nosotros re-
beldes? ¿Lo es acaso el que defiende sus hogares
contra los que roban sus propiedades y arruinan
sus hijos? ¿Nosotros rebeldes? ¿Y qué eran los
ingleses quando hicieron correr en el cadalso la
sangre de uno de sus reyes, quando obligaron a
otro a huir de su barbarie y a renunciar la coro-
na por salvar su vida? La sangre de los reyes no
ha manchado nuestras manos y, sin embargo, se
derrama la nuestra. ¿Nosotros, en fin, rebeldes?
¡Ah! Si lo somos, nos gloriamos de tener parte en
este bello título con el gran Tell, que hizo tem-
blar a Alberto sobre el trono, con el primer ho-
landés que osó salvar a sus compatriotas de la ti-
ranía del duque de Alba. Nuestra causa es la
misma, porque es la causa de la libertad.
¡ Pero quánto más feliz es nuestra situación ! La
naturaleza nos ha prodigado todos sus dones, las
artes hermosean nuestras comarcas, la industria y
el comercio hacen reinar la abundancia. El cora-
je de los americanos se ha desplegado ya en los
combates: ¿quién podrá hacernos vacilar entre la
guerra y una ignominiosa servidumbre? La vic-
toria es nuestra si perseveramos ; pero aun quan-
do la muerte fuese cierta, ¿quién no la despre-
ciaría y quién no baxaría a la tumba con placer?
183 BERNARDO MONTEAGUDO
¿ Se debe temer la muerte guando la vida no es
sino el fruto de la esclavitud? Muramos, muramos
si es preciso; ¡ pero qué digo! Olvidemos esta ima-
f^en, la felicidad va a renacer entre nosotros con
a paz. Atesto nuestras victorias, las de nuestros
aliados, la caída de esos ministros cuyo orgullo
causó todas nuestras desgracias, la evaquación de
la mayor parte de nuestras plazas: atesto esa feliz
unión que reina entre los americanos, atesto, en
fin, esas leyes dictadas por la humanidad y la sa-
biduría. Las leyes de Licurgo estaban escritas
con sangre, nuestro código no respira sino huma-
nidad: Platón forjó quimeras, nosotros seremos fe-
lices en realidad. Numa era rey, y nuestros legis-
ladores son ciudadanos libres. Yed abí los felices
auspicios baxo los guales se renovarán entre nos-
otros los bellos días de Atenas y de Roma. Nos-
otros estamos en nuestra aurora, la Europa toca
su occidente; y si las tinieblas se apresuran a en-
volverla, para nosotros amanecerá un día puro y
risueño: ciudades numerosas saldrán del seno de
estos desiertos inmensos: nuestros buques cubrirán
los mares, la abundancia reinará dentro de nues-
tros muros y no se verán sobre nuestros altares y
en nuestros tribunales sino dos palabras: humani-
dad y LIBERTAD. ¡ Oxalá pudiésemos expiar los ul-
trajes que ban recibido ambas en América, y que
aun reciben en mucbas partes de Europa ! ¡ Oxalá
pudiésemos mostrar a nuestros antiguos tiranos y
a todos los pueblos en una sabia y justa legisla-
ción el medio de afirmar la felicidad de los indi-
viduos y asegurar la permanente prosperidad de
los Estados!
(Id., mayo 4 y 11 de 1812.)
OBRAS POLÍTICAS 1813
Ensayo sobre la revolución del Río de la Plata
desde el 25 de mayo de 1809
¡Qué tranquilos vivían los tiranos y qué con-
tentos los pueblos con su esclavitud antes de esta
época memorable! Parecía que nada era capaz de
turbar la arbitraria posesión de aquéllos, ni menos
despertar a éstos de su estúpido adormecimiento.
¿Quién se atrevía en aquel tiempo a mirar las
cadenas con desdén, sin hacerse reo de un enorme
atentado contra la autoridad de la ignorancia?
La fanática y embrutecida multitud no sólo gra-
duaba por una sacrilega quimera el más remoto
designio de ser libre, sino que respetaba la escla-
vitud como un don del cielo, y postrada en los
templos del Eterno pedía con fervor la conserva-
ción de sus opresores, lloraba y se ponía pálida
por la muerte de un tirano, celebraba con cánti-
cos de alabanza el nacimiento de un déspota y, en
fin, entonaba bimnos de alegría siempre que se
prolongaban los eslabones de su triste servidum-
bre. Si alguno por desgracia rehusaba idolatrar el
despotismo, y se quejaba de la opresión, en breve
la mano del verdugo le presentaba en trofeo sobre
el patíbulo y moría ignominiosamente por traidor
al rey. A esta sola voz se estremecían los pueblos,
temblaban los hombres y se miraban unos a otros
con horror, creyéndose todos cómplices en el figu-
rado crimen del que acababa de expirar. En este
deplorable estado parecía imposible que empezase
a declinar la tiranía, sin que antes se llenasen los
sepulcros de cadáveres y se empapase en sangre
el cetro de los opresores. Pero la experiencia sor-
prendió la razón, el tiempo obedeció al destino,
dio un grito la naturaleza y se despertaron los que
hacían en las tinieblas el ensayo de la muerte.
El día 25 de mayo de 1809 se presentó en el teatro
de las venganzas el intrépido pueblo de la Plata,
y después de dar a todo el Perú la señal de alarma
desenvainó la espada, se vistió de cólera y derribó
184 BERNARDO MONTEAGUDO
al mandatario que le sojuzgaba, abriendo así la
primera brecba al muro colosal de los tiranos. Un
corto número de hombres iniciados en los augus-
tos misterios de la patria, y resueltos a ser las pri-
meras víctimas de la preocupación, decretaron de-
poner al presidente Pizarro y frustrar por este me-
dio los ensayos de tiranía que preparaba el exe-
crable Goyenecbe, entablando un complot insi-
dioso con todos los xefes del Perú. El carácter im-
postor con que se presentó este vil americano, y
los pliegos que introduxo de la princesa del Brasil
con el objeto de disponer los pueblos a recibir un
nuevo yugo, fueron el justo pretexto que toma-
ron los apóstoles de la revolución para variar el
antiguo régimen, tocando los dos grandes resor-
tes que inflaman a la multitud, es decir, el amor
a la novedad y el odio a los que ban causado su
opresión.
Alarmadas ya por este exemplo todas las comar-
cas vecinas, y estimuladas a seguirlo por combi-
naciones ocultas, no tardó el virtuoso y perseguido
pueblo de la Paz en arrojar la máscara a los pies,
formar una junta protectora de los derecbos del
pueblo, y empezar a limar el cetro de bronce que
empuñaban los déspotas con altanería. No hay
duda que los progresos hubieran sido rápidos, si
las demás provincias hubiesen igualado sus esfuer-
zos, atropellando cada una ñor su parte las difi-
cultades de la empresa y batiendo en detall al des-
potismo. Mas sea por desgracia, o porque quizá aun
no llegó la época, permanecieron neutrales Cocha-
bamba y Potosí, burlando la esperanza de los oue
contaban con su unión. Be aquí resultó, que aisla-
das las primeras provincias a sus débiles arbitrios,
quedaron luchando con el torrente de la oninión
y el complot de los antiguos mandatarios, sin más
auxilio que el de sus deseos, y quizá sin proponer-
se otra ventaja que llamar la atención de la Amé-
rica y tocar ni menos el umbral de la tjbertad.
Este srrave peligro realizado después ñor la expe-
riencia, fomentó la conjuración de todos los man-
datarios españoles; y en seguida el vil Goyeneche,
OBRAS POLÍTICAS 185
de acuerdo con el nefando obispo de la Paz, diri-
gieron sus miras hostiles contra esa infeliz ciu-
dad, triunfando al fin de su heroica resistencia por
medio de la funesta división introducida por sus
ocultos agentes. ¡Oh cómo quisiera ocultar de mi
memoria esta escena deplorable! Pero si el cora-
zón se interesa en el silencio, también la gratitud
reclama el homenaje de un religioso recuerdo.
Luego que la perfidia armada mudó el teatro
de los sucesos, empezó el sanguinario caudillo a
levantar cadalsos, fulminar proscripciones, rema-
char cadenas, inventar tormentos y apurar, en
fin, la crueldad hasta obscurecer la fiereza del te-
merario Desalines. Las familias arruinadas, los pa-
dres sin hijos, las esposas sin maridos: las tum-
bas ensangrentadas, los calabozos llenos de muer-
te, por decirlo así: sofocado el llanto, porque aun
el gemir era un crimen, y disfrazado el luto, por-
que el solo hecho de vestirlo mostraba cómplice al
que lo traía. ¡Qué espectáculo! Permítaseme ha-
blar aquí en el lenguaje del dolor y turbar el re-
poso de los que ya no existen, pero que aun viven
en la región de la inmortalidad. ¡ Oh sombras ilus-
tres de los ciudadanos Victorio y Gregorio Lanza!
¡ Oh intrépido joven Rodríguez ! ¡ Oh Castro, gue-
rrero y virtuoso ! ¡ Oh vosotros todos los que des-
cansáis en esos sepulcros solitarios! Levantad la
cabeza en este día de nuestro glorioso aniversario,
y si aun sois capaces de recibir las impresiones de
un mortal, no vayáis a buscar vuestras familias y
vuestros hijos, contentaos con saber que viven y
que algún día vengarán vuestras afrentas. Por
ahora yo os conjuro por la patria, a que deis un
grito en medio de la América, y hagáis ver a todos
los pueblos, quál es la suerte de los que aspiran a
la LIBERTAD, si por desgracia vuelven a caer en
poder de los tiranos. Pero yo veo que el sentimien-
to ha precipitado mis ideas, y que involuntaria-
mente he puesto un doloroso paréntesis al ensayo
que he ofrecido. Debo, sin embargo, continuar,
aunque me exponga segunda vez a ser víctima de
mi propia imaginación.
186 BERNARDO MONTEAGUDO
Sojuzgada la provincia de la Paz y difundido
el terror por las demás, quedaba la de Charcas so-
bre el borde del precipicio, y sus habitantes no te-
nían otro consuelo que la dificultad de que hu-
biese otro hombre tan fiero y sanguinario como el
opresor Goyeneche. En verdad parecía imposible
que la naturaleza aun tuviese fuerzas para produ-
cir un nuevo monstruo, y que no se hubiese ya
cansado y arrepentido de influir en la existencia
de aquel bárbaro americano. Pero bien presto di-
sipó la realidad esta ilusión, y se presentó un es-
pañol marino en sus costumbres, soldado en sus
vicios; y militar tan consumado en la táctica del
fraude, como en el arte de ser cruel. Con el título
de pacificador del Alto Perú, y comisionado del
último virrey de estas provincias entró al fin Nieto
a la de Charcas auxiliado por el protervo Sanz_, go-
bernador de Potosí, y digno socio de los conjura-
dos liberticidas. Por un concurso feliz de circuns-
tancias imprevistas, no se renovó en la Plata la
sangrienta escena de la Paz; mas, sin embargo,
gimió la humanidad y se estremeció el sentimien-
to al ver transformada en un desierto solitario la
ciudad más floreciente del ángulo peruano. Decapi-
tado civilmente su honrado vecindario, entrega-
dos al dolor y a las tinieblas sus mejores hijos,
dispersas las familias y reducidas a la mendicidad,
mientras el opresor desafiaba a sus pasiones, y de-
cretaba entre la crápula y el furor la ruina de los
hombres libres, la vida era el mayor suplicio para
los espectadores de este suceso, y si el tirano no
hubiese sido tan cruel, mas bien hubiera descar-
gado el líltimo golpe sobre la garganta de tantos
infelices.
Todos veían pendiente sobre su cabeza el puñal
exterminador de la arbitrariedad: el indio había
vuelto a vestir su antiguo luto, la libertad sollo-
zaba inútilmente en las tinieblas, el Perú quería
esconderse en las entrañas de la tierra y no podía:
en fin, todo había muerto para la esperanza, y
nada existía sino para el dolor, cuando el pueblo
de Buenos Aires... basta, no es preciso decir más
OBRAS POLÍTICAS 187
para elogiarlo; declara la guerra al despotismo, y
enarbola el 25 de Mayo de 1810 el terrible pabellón
de la venganza. El virrey Cisneros presencia con
dolor los funerales de su autoridad, el gobierno se
regenera, el pueblo reasume su poder, se unen las
bayonetas para libertar los oprimidos, marchan
las legiones al Perú, llegan, triunfan, se escon-
den los déspotas, huyen sus aliados, tropiezan con
los cadalsos y caen en el sepulcro. Yo los be visto
expiar sus crímenes, y me be acercado con placer
a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdoba para ob-
servar los efectos de la ira de la patria, y bende-
cirla por su triunfo. Ellos murieron para siempre,
y el último instante de su agonía fué el primero
en que volvieron a la vida todos los pueblos opri-
midos. Por encima de sus cadáveres pasaron nues-
tras legiones, y con la palma en una mano y el
fusil en otra corrieron a buscar la victoria en las
orillas de Titicaca ; y reunidos el 25 de mayo de
1811 sobre las magníficas y suntuosas ruinas de
Thiabuanacu, ensayaron su coraje en este día,
jurando a presencia de los pabellones de la patria
empaparlos en la sangre del pérfido Goyenecbe y
levantar sobre sus cenizas un augusto monumento
a los mártires de la independencia.
Era tal la confianza que inspiraban los prime-
ros sucesos de nuestras armas, que nadie dudaba
ya del triunfo, y parecía que la constancia de la
suerte iba a someter su imperio al orden sucesi-
vo de nuestros deseos. Mas por uno de esos con-
trastes que necesitan los pueblos para hacerse gue-
rreros, venció el exército agresor, y del primer es-
calón de la LIBERTAD se precipitaron nuevamente
en el abismo de la esclavitud todas las comarcas
del Perú. Los enemigos se embriagaban de orgullo
y de placer a vista de nuestras desgracias, el co-
razón de la patria se entregaba entonces a los con-
flictos del dolor: Goyeneche describe con zana la
ruta que debía seguir nuestro destino, Vigodet
cree tan segura nuestra ruina, que ya le parece in-
útil procurarla: pero el tiempo burla la esperanza
de ambos, y por el resultado de sus medidas hemos
188 BERNARDO MONTEAGUDO
visto la nulidad de sus arbitrios. A pesar de su
rabia la patria vive, y las decantadas fuerzas del
monstruo de Arequipa apenas han avanzado en el
espacio de once meses 150 leguas, sin haber podi-
do subyugar en el auge de su triunfo los robustos
brazos de Oropesa, ni aun acabar de conquistar
esos mismos pueblos que cedieron al impulso pre-
cario de la fuerza.
Tal es en compendio la historia de nuestra re-
generación política desde el 25 de mayo de 1809
hasta la época presente. Hoy hace dos años que
expiró el poder de los tiranos, y arrancó este pue-
blo de las fauces de la muerte su propia existen-
cia y la de todo el continente austral. En vano
pronosticaron entonces los déspotas que nuestro
gobierno vería confundidas sus exequias con las
mismas aclamaciones que recibía de los pueblos.
El ha subsistido ya dos años en medio de las más
crueles borrascas, ¿y por qué no llegará al tercer
aniversario con la gloria de haber proclamado so-
lemnemente la majestad del pueblo? Sería un cri-
men el robar a nuestro corazón este placer tan
deseado, pero también será un escándalo ahorrar
la sangre de nuestras venas, cuando se trata de
consolidar la independencia del Sud, y restituir
a la América su ultrajada y santa libertad.
Apéndice a todas las observaciones de este periódico
Si alguna cosa puede acabar de confundir el or-
gullo humano, es la triste necesidad de repetir
con frecuencia aquellas mismas verdades que
aprende el hombre desde el seno de su madre, y
cuyo menor olvido le impide el ser feliz haciéndo-
le muchas veces desgraciado. No hay animal tan
estúpido que ignore los medios de asegurar su
existencia y satisfacer el impulso de sus necesida-
des. Sólo el hombre carece en esta parte de los
precisos conocimientos, y por último colmo de su
OBRAS POLÍTICAS 189
desgracia abusa de los que tiene y obra como si
no los tuviera. ¿Qué razón hay, por exemplo, para
que un pueblo que desee ser libre no desplegue
toda su energía sabiendo que es el tínico medio de
salvarse? Seguramente es imposible encontrar otro,
aun cuando se consulten todos los oráculos de la
razón y se apuren los recursos de la orgullosa ñldsi)-
fía. Para dexar de ser esclavo basta muchas veces
un momento de fortuna y un golpe de intrepidez:
mas para ser libre, se necesita obrar con energía
y fomentar la virtud: este es el último resultado
que se descubre después de las más profundas y
repetidas observaciones. Energía y virtud: en estas
dos palabras se ve el compendio de todas las má-
ximas que forman el carácter republicano.
Mas yo no veo que ningún pueblo haya desple-
gado jamás este carácter, sin recibir grandes y
frecuentes exemplos del gobierno que lo dirige. Un
pueblo enérgico baxo un gobierno débil sería tan
monstruoso como si un corazón muerto pudiera
animar un cuerpo vivo. Nada importará que el
guerrero pelee como ciudadano, y el ciudadano
obre como un héroe, si los funcionarios públicos
sancionan los crímenes con su tolerancia y pros-
criben la virtud con el olvido. ¿Qué diferencia
hay entre el asesino de la patria y el mártir de la
LIBERTAD, si ambos respiran el mismo aire y ha-
bitan un solo domicilio? ¿Y quién será capaz de
reprimir el exceso de la malicia, si siempre se dexa
impune la malicia del exceso? ¡ Oxalá no diese mo-
tivo a desenvolver esta teoría la inicua conducta
de nuestros enemigos I ¡ Pero qué difícil es la alian-
za del egoísmo con el espíritu de libertad! Com-
párense los sentimientos indulgentes y liberales
que hasta hoy hemos acreditado, con la negra en-
vidia y los zelos que fomentan en sus sinagogas
los corifeos del despotismo. ¿Pierden acaso la me-
nor oportunidad de conspirar en las tinieblas con-
tra la existencia de la patria? Si cayeran a nues-
tras manos todas sus correspondencias secretas,
¿qué de crímenes no se descubrirían? Si pudiéra-
mos escuchar sus clandestinas confabulaciones
190 BERNARDO MONTEAGUDO
¿quántos de los que nos miran con semblante ri-
sueño desearían rasgar nuestras entrañas? Véase
la conducta del obispo de Salta, y la de otros infi-
nitos que en todos los pueblos visten la máscara
de indiferentes. Pero entre éstos ^qniénes son los
más culpables? Los europeos no, porque al fin es
natural que sientan perder lo que creyeron poseer
eternamente: ¡pero los americanos!... Yo no creo
que ellos tengan bastante sangre para expiar sus
crímenes, y la indulgencia con, éstos es el supre-
mo crimen que puede cometer el gobierno.
Pero ya que en este día celebramos la gloriosa
memoria del 25 de Mayo de 1810, debemos refle-
xionar antes de asistir a los espectáculos y fiestas
públicas que todas las fatigas, angustias, sobre-
saltos y priyaciones que hasta hoy hemos sufrido,
son otros tantos motivos que nos empeñan a conti-
nuar la obra de nuestra salud con firmeza y con co-
raje: reflexionemos que la sangre derramada por
nuestros campeones en las llanuras de Huaquí, en
los campos de Aroma, en las inmediaciones de
Amiraya, en las márgenes del río Suipacha, en
las quebradas del Nazareno y en la gloriosa acción
de las Piedras, grita por la venganza y el castigo
de nuestros orgullosos opresores. Y si nos creemos
dignos del nombre americano, vamos, vamos quan-
to antes a exterminar a los mandatarios de Mon-
tevideo, a confundir al protervo Goyeneche, y sal-
var a nuestros hermanos del imperio de la tiranía:
funcionarios públicos, guerreros de la patria, le-
giones cívicas, ciudadanos de todas clases, pueblo
americano, jurad por la memoria de este día, por
la sangre de nuestros mártires y por las tumbas
de nuestros antepasados, no tener jamás sobre los
labios otra expresión que la independencia o el se-
pulcro, la LIBERTAD O la muerte.
(W,, mayo 25 de 1812.)
OBRAS POLÍTICAS 191
El Siglo XIX y la Revoluciono)
La historia del siglo xviii, comparada con la de
las edades precedentes, liace ver en las empresas
del género humano un carácter de intrepidez y
un grado de perseverancia, de que no se encuentra
ejemplo aun en los tiempos fabulosos. Algunos
pequeños puntos de las partes que forman el anti-
guo mundo, presentaban alternativamente un cua-
dro que probaba la existencia de una raza inte-
lectual en el planeta qne habitamos: pero en el
resto de la tierra, apenas podía inferirse la iden-
tidad de nuestra especie por la semejanza de las
formas exteriores. Las artes de los fenicios, la
cultura de la Grecia y la sabiduría de Roma, fue-
ron a su turno una sátira contra las demás na-
ciones, que al mismo tiempo no eran sino grandes
hordas de salvajes. Aun después del renacimiento
de las ciencias en el siglo xv, su esfera no se ex-
tendía más allá de los límites a que pudo alcanzar
el influjo de León X y de Francisco I. Es verdad
que desde entonces se principiaron a difundir las
luces en el mediodía de la Europa ; pero el movi-
miento intelectual no se generalizó en ella, ni se
comunicó a las demás partes del mundo depen-
dientes de su poder en fuerza del sistema colonial,
o de sus relaciones de comercio, sino hasta el siglo
que precede.
En él se ha abolido por una convención de todos
los pueblos que forman la gran familia europea
(9) El Censor de la Revolución. — Santiago de Chile, Imprenta de
Gobierno.
i.° a dos col.; Prospecto y 7 núms.; salió el núm. 1.° el 20 de abril de
1820, y el último el 10 de julio del mismo año; cada número compagi-
nación aparte, y en todos 22 hojas.
Todo este periódico de punta a cabo pertenece a la pluma de Mon-
teagudo. Sus artículos más notables son los que bajo el titulo de Cua-
dro político de la revolución, salieron en los siete números. Los demás
artículos, muy cortos y con marcado carácter de actualidad, no ofre-
cen el interés que aquél.— Noticias trasmitidas por el stñor Luis Montt,
de Chile. — (Nota de la edición Pelliza).
192 BERNARDO MONTEAGUDO
el antiguo monopolio de los conocimientos cientí-
ficos, y desde las inmediaciones del círculo ártico
hasta los Tnontes Pirineos, se lian lieciio experi-
mentos más o menos felices en las ciencias físicas
y morales, y se lian deducido consecuencias prác-
ticas cuyo influjo sobre la felicidad del género
humano aun no se ha acabado de sentir. La Euro-
pa y la parte septentrional de América han pro-
ducido un gran número de genios sublimes que
han osado interrogar a la naturaleza sobre sus leyes
eternas, precisándola a explicarlas con exactitud.
Al empezar el siglo xix casi toda la atmósfera
del mundo moral participaba ya de las luces que
había difundido esa brillante constelación de ge-
nios que apareció en el anterior. La progresión de
las ideas debía ser en razón del impulso que había
recibido el espíritu humano, que, puesto una vez
en movimiento por todas partes, la resistencia y
las dificultades no hacen sino doblar su energía.
Mas como el objeto de las ciencias es hacer co-
nocer al hombre sus verdaderas relaciones con
cuanto existe, las ventajas que puede derivar de
la gran masa de seres organizados y los medios de
obtenerlas; es imposible que sus adelantamientos
vengan acompañados de revoluciones políticas,
que son los anuncios naturales de haber llegado el
momento en que un cuerpo social descubre que
hay otras instituciones capaces de hacerlo más fe-
liz, y se siente ya en aptitud de vencer los obs-
táculos que se le presenten.
La Europa había dado algunos ejemplos par-
ciales de haber llegado a este período, y era natu-
ral que la América del Norte, cuya civilización
estaba más adelantada al Nuevo Mundo, fuese la
primera que lo segundase. En 1765 la colonia de
Massachusetts mostró a las demás el camino que
debía seguir. El Congreso de diputados reunidos
en Nueva York abrió el templo de Jano, y la li-
bertad dio el primer grito en el hemisferio que
descubrió Colón, la guerra se emprendió y se sos-
tuvo con heroicidad por los oprimidos y con per-
tinacia por los opresores, hasta que el 4 de julio
OBRAS POLÍTICAS 193
(le 1776, las trece colonias unidas se declararon
libres e independientes del poder británico. La
historia de los grandes acontecimientos no nos re-
cuerda un hecho que haya dejado impresiones más
profundas, ni que haya puesto en más agitación
a los hombres que piensan sobre la naturaleza de
sus derechos.
Aunque el gobierno español hubiese podido le-
vantar en aquel mismo día alrededor de sus do-
minios una barrera más alta que los Andes, no
habría extendido el germen de la grande revolu-
ción que se preparaba en vSud América. No se crea
por esto que el despotismo de tres siglos era la
causa que debía producirla: la esclavitud humilla
pero no irrita, mientras el pueblo ignora que la
fuerza es el único derecho del que le oprime, y
sabe que la suya es demasiado débil para resistir-
la. Pero luego que conoce la violencia, piensa en
los medios de oponerse a ella y la revolución suce-
de aún antes que nadie la sospeche. Desde enton-
ces ninguna injuria es indiferente, el menor acto
de opresión ofende a todo el pueblo, cada uno sien-
te como suyo los agravios que recibieron las ge-
neraciones precedentes, cualquier acontecimiento
notable sirve para romper el primer dique, hasta
que al fin estalla la insurrección, y el entusiasmo
de la libertad es la triple coraza de hierro con que
se arman todos para entrar en el combate.
La América española no podía substraerse al
influjo de las leyes generales que trazaban la mar-
cha que deben seguir todos los cuerpos políticos,
puestos en iguales cirucunstancias. La memorable
revolución en que nos hallamos fué un suceso en
que no tuvo parte la casualidad: la opresión había
perdido el carácter sagrado que la hacía soporta-
ble, y las fuerzas de un gobierno que se halla a dos
mil leguas de distancia, envuelto en las agitaciones
de la Europa, no podían servir de barrera a un pue-
blo que había hecho algunos ensayos de su poder.
Pero tal es la economía de la naturaleza en to-
das las cosas, que es imposible separar los males
de los bienes, ni obtener grandes ventajas sin
13
194 BERNARDO MONTEAGUDO
grandes sacrificios. En los diez años de revolución
que llevamos, hemos experimentado calamidades
y disfrutado bienes que antes no conocíamos: el
patriotismo lia desarrollado el germen de las vir-
tudes cívicas, pero al mismo tiempo ha creado el
espíritu de partido, origen de crímenes osados y
de antipatías funestas: nuestras necesidades se
han aumentado considerablemente, aunque nues-
tros recursos sean inferiores a ellas, como lo son
en todas partes; en fin, todo prueba que hemos
mudado de actitud en el orden social, y que no
podemos permanecer en ella, ni volver a tomar la
antigua sin un trastorno moral, de que no hay
ejemplo sobre la tierra.
A nadie es dado predecir con certeza la forma
estable de nuestras futuras instituciones, pero sí
se puede asegurar sin perplejidad que la América
no volverá jamás a la dependencia del trono es-
pañol. El creer que algunos contrastes en la gue-
rra, o bien sean las vicisitudes inherentes al egoís-
mo o a la cobardía, y los deseos de nuestros actua-
les gobiernos, produzcan a la larga el restableci-
miento del sistema colonial, es una superstición
política, que sólo puede nacer de un miedo faná-
tico o de una ignorancia extrema. El león de Cas-
tilla no volverá a ser enarbolado en nuestros es-
tandartes, no, no... Sean cuales fueren los presen-
timientos de la ambición o de la venganza, nos-
otros quedaremos independientes, tendremos leyes
propias que protejan nuestros derechos, gozaremos
dé una constitución moderadamente liberal, que
traiga al industrioso extranjero y fije sus esperan-
zas en este suelo. Ko pretendemos librar nuestra
felicidad exclusivamente a una forma determina-
da de gobierno j prescindimos de la que sea: pero
estamos resueltos a seguir el espíritu del siglo y
el orden de la naturaleza que nos llama a estable-
cer un gobierno liberal y justo. Conocemos por ex-
periencia los males del despotismo y los peligros
de la democracia; ya hemos salido del período en
que podíamos soportar el poder absoluto, y bien a
costa nuestra hemos aprendido a temer la tiranía
OBRAS POLÍTICAS 195
del pueblo cuando llega a infatuarse con los deli-
rios democráticos.
Los que observan el curso de nuestra revolución
así en América como en Europa, han juzgado casi
siempre nuestra conducta con simpatía o con odio,
con exageración o con mengua ; algunas veces con
un fuerte interés de averiguar la verdad, pero
muy poco con la idea de analizar el crimen, ten-
dencias y progreso de la revolución. Se ha decla-
mado contra los errores de nuestros gobiernos,
contra las pasiones y antipatías locales de los pue-
blos, contra los abusos del poder y contra la ins-
tabilidad de nuestras formas ; en fin, contra todo
lo que hemos hecho, y al momento se ha deducido
como una consecuencia necesaria, que nuestros es-
fuerzos eran inútiles y que debíamos sucumbir en
la lucha. Otros han elogiado con entiisiasmo los
sacrificios de los pueblos, las victorias de nuestros
ejércitos, los reglamentos de varios gobiernos y
algunos resultados felices de sus empresas, con-
cluyendo de todo, que nos hallamos en estado de
recibir una constitución tan liberal como la in-
glesa o la norteamericana: los primeros y los últi-
mos se han equivocado notablemente, por falta de
un análisis político de nuestra situación.
Ni hemos de sucumbir en la empresa, ni pode-
mos ser tan libres como los que nacieron en esa isla
clásica, que ha presentado el gran modelo de los
gobiernos constitucionales ; o como los republica-
nos de la América septentrional, que educados en
la escuela de la libertad, osaron hacer el experi-
mento de una forma de gobierno, cuya excelencia
aun no puede probarse satisfactoriamente por la
duración de cuarenta y cuatro años.
Nuestro plan es evitar ambos extremos, aplau-
diendo lo bueno o lo mediano sin exageración y
censurando lo malo sin transportes de ánimo: se-
ñalaremos con doble esmero los sucesos que pue-
den acelerar o retardar la marcha de nuestra re-
volución, o más bien el término de nuestra in-
certidumbre ; y si nuestros ensayos analíticos no
son dignos del objeto que nos proponemos, al me-
l"o BERNARDO MONTEAGUDO
nos probarán que tenemos resolución para em-
prenderlo todo, cuando se trata de contribuir a la
grande obra de la independencia nacional.
{El Censor de la Revolución, abril 30 de 1820.)
Estado actual de la revolución
Hay algunas cosas buenas, otras
medianas y muchas malas.
Mari, Epig. 17— L. I.
Con menos extensión de la que deseábamos, he-
mos discurrido sobre los extravíos inevitables que
na padecido la revolución en las dos secciones li-
mítrofes que separan los Andes, y sobre los pasos
que se Kan dado a la reforma de nuestras institu-
ciones, en medio de los obstáculos que la experien-
cia y la guerra han presentado alternativamente.
Aunque por un orden natural, la materia de este
articulo debía diferirse para cuando hubiésemos
concluido la revista de nuestra situación política,
nos inclinamos a anticiparla sin abandonar el de-
seo de continuar el plan que hemos seguido hasta
este número.
El estado actual de la revolución ofrece un cua-
dro de temores y de esperanzas, de energía y de de-
bilidad, que impone al que lo contempla ansioso de
saber los resultados. Fácilmente se encuentran ar-
gumentos para concluir por cualquiera de aquellos
extremos; según la propensión del que discurre, y
el interés que anima al que busca en los hechos, no
lo que ellos prueban precisamente, sino lo que él in-
tenta demostrar. Pero si se quiere deducir una con-
secuencia general del conjunto de las reflexiones
que sugiere el estado presente, la empresa es de las
más arduas, porque ella se dirige a resolver el pro-
blema, de si nuestra marcha es progresiva o retró-
grada en la carrera que emprendimos diez años ha.
La exactitud de este examen depende de la com-
OBRAS POLÍTICAS 197
paración que se haga entre nuestro estado actual
y en el que nos hallábamos al principio de la re-
volución: la diferencia que se encuentre nos dará
el resultado que buscamos, y será tanto más pre-
ciso cuanto menos olvidemos el punto de donde
partimos.
Nos persuadimos que el mejor método para for-
mar este análisis es hacer un doble paralelo entre
ÍL w!f'^^^''/^*'^^'*^^^^« y íí^i^as q^e tenía-
mos entonces y las que sentimos ahora: y entre los
canees bajo el sistema colonial, y los que hoy conta-
mos a pesar de la imperfección de nuestro régimen.
Humilla el recordar la estrecha esfera de nuestras
necesidades intelectuales, antes de la época en que
hemos llegado: la más urgente de todas, que es co-
nocer el destino del hombre en la sociedad, apenas
rfcano'.?''" ""T'/''- ^"". ^^^'^^ ^^ «^^^^^ lo« ame-
ricanos las verdades que derivan de aquel princi-
pio en general vivían habitualmente persuadi-
dos de que sus intereses y los de la sociedad a que
pertenecían, eran subalternos a los de ese trono
cuyo nombre escuchaban con un estúpido respeto!
t^ccfoT/^ concepto de leales y alcanzar la pro-
di.fríifi^ri.'^^^^^*^'?^ "'P^^^l' al ^enos para
ouÍ?P fp n ^umilde placer que goza el esclavo
So mfp L Tk ''^'^- 5 l^^d^^ás, era el único cam-
ll^^A f"'^ ^^^^'' ^ 1^ especulación, a la ener-
Í\JS '^°' ^^ 1°? americanos. Para ellos era
TXZ.- """""''í sus derechos, y el hábito de no
FlSrl''''í K' ^^\.^^^%^^^^^^^ de un vasallaje
Ilimitado, había extinguido en su alma el espíritu
de investigación, que nace con ella. Los princS
que tienen conexión con la ciencia del gobferno
las verdades abstractas de la filosofía, y sus apli-
caciones practicas a los usos y necesidades del
hombre: en fin, e carácter de las relaciones mo
rales que unen a los individuos del género huma-
no, todas estas verdades, cuyo conocimiento es
una necesidad real para el hombre, según el gra-
a?4ri^LT ^"^ \^ ««cala social, apenas excitaban
algún ínteres en los que dotados de una razón su-
198 BERNARDO MONTEAGUDO
perior, o puestos en circunstancias muy felices,
se atrevían a saber más que los otros, exponiéndo-
se a incurrir en los anatemas de la inquisición, o
en la desgracia del gobierno que la mantenía, para
poner un dique a las ideas.
En cuanto a las necesidades físicas, ellas estaban
reducidas a conservar nuestra existencia y dis-
frutar algunas mezquinas comodidades que sólo
se nos permitían con el fin de dar salida a los gro-
seros productos de la industria metropolitana. Si
la felicidad consiste en tener el menor número
posible de necesidades, nosotros estábamos bien
cerca de ser tan felices, como lo son en esta supo-
sición los salvajes que habitan nuestros desiertos
meridionales; con la notable diferencia, sin em-
bargo, de que aun para satisfacer el escaso niimero
de las nuestras, teníamos que mendigar como una
gracia la facultad natural de ejecutar nuestra in-
dustria para adquirir los medios de llenarlas y
pagar el caro precio de nuestra servidumbre.
Tendamos ahora la vista sobre nuestra situación
en ambos respectos, y si no somos tan exactos como
quisiéramos en los detalles de comparación, ob-
sérvese que la abundancia misma de la materia
es un obstáculo para el acierto. El primer paso de
un pueblo que emprende la carrera de la civili-
zación, es conocer la ignorancia en que ha yacido
y sentir la necesidad de salir de ella. Cada indivi-
duo, segiin su clase y predisposición, empieza en-
tonces a hacer el ensayo de su fuerza moral y en
sus progresos se extiende el campo de sus especu-
laciones. De contado es imposible acertar siempre
con la verdad, substrayéndose al influjo de los
antiguos errores; pero éstos mismos sirven para
promover el espíritu de investigación y generali-
zar las ideas por medio del conflicto de las opi-
niones. Los que observan de cerca esta revolución
intelectual, no pueden graduar la rapidez de sus
efectos ; mas ellos son tales, que no es preciso mu-
cho tiempo para advertirlos con sorpresa. El corto
espacio de diez años ha bastado para causar una
transformación tal entre nosotros, que si un via-
OBRAS POLÍTICAS 199
jero observador hubiese examinado antes estos
países y volviese a ellos ahora, después de haberse
ausentado en la víspera del día que parecimos
hombres por la primera vez, con dificultad se per-
suadiría que éstas eran las regiones que había vi-
sitado anteriormente.
Los americanos piensan hoy sobre sus derechos,
sin otra diferencia que la que resulta de la mayor, o
menor precisión en sus ideas; y desde el ciudada-
no más ilustrado hasta el último menestral, todos
se creen ofendidos cuando experimentan un acto
de opresión y todos conocen la injusticia de las
usurpaciones que han sufrido durante el régimen
antiguo. Digamos en confirmación de esto una
verdad, que aflige y consuela segiín el punto de
vista en que se mira. Nuestras mismas disensiones
interiores son obra de las ideas que hemos adqui-
rido y del sentimiento de la necesidad de mejorar
nuestro destino. Sólo un pueblo habitualmente es-
clavo puede vivir en esa calma profunda, que no
es sino el sopor de la razón humana. Hay, sin
embargo, peligros inevitables que son accesorios
a la progresión de las ideas y que es forzoso expe-
rimentar antes que lleguen a perfeccionarse. Nun-
ca son aquéllos mayores, que cuando se anuncian
al pueblo sus derechos por la primera vez, y se
trata de deliberar en seguida sobre el gobierno
más a propósito para conservarlos. El acierto en
tan ardua tarea exige combinaciones que sólo pue-
den ser sugeridas por la experiencia, y sin ella, es
imposible, como se ha dicho muchas veces, que la
idea de mandar y de obedecer, de ser subdito y
soberano a un mismo tiempo, no cause extravíos
perjudiciales al fin que todos se proponen.
Lamentemos con sinceridad los males que ha
producido entre nosotros la inexperiencia en las
materias políticas, asociada al influjo de las pa-
siones que inspiran siempre los grandes intereses:
pero no acusemos al origen de aquéllos, porque
esto sería condenar el objeto de nuestros mismos
sacrificios. Si en el curso de la revolución se han
propagado sin oportunidad algunos principios más
200 BERNARDO MONTEAGIJDO
propios para retardar nuestra empresa que para
acelerarla, esto no ha sido impunemente; y las
desgracias que han causado serán al fin un antídoto
que corrija los errores de los primeros años. Si el
choque de las pasiones ha aflojado los vínculos
que nos unían durante la esclavitud, las mismas
vicisitudes nos han estrechado más con los intere-
ses de la comunidad, en razón de los trabajos que
nos ha costado su defensa y de las ventajas que
hemos principiado a sentir. Si los contrastes pií-
blicos han alterado muchas veces nuestro reposo
y nos han hecho sufrir conflictos de que no tenía-
mos idea, ellos han creado en nuestras almas la
energía y han dado a nuestros sentimientos un
nuevo temple que ningún poder humano es capaz
de destruir. En fin, si las ideas del país en gene-
ral aun se resienten de la ignorancia en que he-
mos vivido, si las opiniones están todavía fluc-
tuantes sobre el sistema de gobierno que debe se-
llar la época de la revolución, no hay ya la menor
incertidumbre sobre la firme tendencia de la vo-
luntad general a mejorar su condición presente,
y hacer los líltimos sacrificios antes que retrogra-
dar en su marcha política.
Si tales han sido nuestros adelantamientos en
las materias de gobierno, las mejoras en los de-
más ramos de prosperidad pública han guardado
proporción con el impulso recibido. Con respecto
a las ciencias, no se ha adelantado poco en co-
nocer la insuficiencia e inexactitud de las iinicas
que permitía enseñar el gobierno español. El Ins-
tituto Nacional de Santiago y otros establecimien-
tos que en medio de las angustias de la guerra se
han promovido en los países independientes, prue-
ban al menos que hemos dado el paso más difícil,
que es, cegar el camino que seguía antes la juven-
tud y abrir uno nuevo que el tiempo y la opinión
harán cada día más practicable.
Al trazar los detalles de comparación entre lo
presente y lo pasado, es muy satisfactorio exami-
nar el estado de la industria en diferentes ramos
y ver los progresos que ha hecho a la vuelta de
OBRAS POLÍTICAS 201
tan poco tiempo. Las artes y oficios, el comercio y
la agricultura, desmienten hoy la realidad del
atraso en que se hallaban antes de la revolución.
Las producciones mecánicas de la industria del
país, cuyo consumo se halla de presente al alcance
de las clases medias de la sociedad, exceden el va-
lor de los que poco ha formaban el lujo de los
opulentos, no sólo por su calidad, sino por su nú-
mero y conveniencia para las necesidades de la
vida. Entrar sobre esto en pormenores, sería no
acabar la discusión, y nos basta la evidencia de
que nadie contradirá lo que decimos; pues por el
contrario, cada uno conoce los innumerables datos
que lo comprueban. Esto mismo es aplicable a las
producciones de la agricultura: el libre comercio
con los extranjeros ha empezado a hacernos par-
tícipes de varias invenciones y métodos más a pro-
pósito para perfeccionar las faenas riísticas y eco-
nomizar la cantidad de trabajo que se empleaba
en ellas, en circunstancias que nuestra despobla-
ción hace más urgente aquel ahorro. La mejora es
sensible en todos los productos de este ramo, y
particularmente en los caldos y licores, cuya de-
manda, sin embargo, de las frecuentes importa-
ciones del extranjero prueba el adelantamiento
de los que hoy se presentan al mercado (10).
Sentimos no tener lugar para decir cuanto qui-
siéramos sobre los progresos del comercio. Redu-
cidos antes de cambiar todos los productos de nues-
tro suelo con los monopolistas de Cádiz, su precio
estaba enteramente al arbitrio de su codicia, y
por la misma regla éramos forzados a pagar el de
los efectos que se importaban en América. En su-
ma, nuestro comercio con los españoles estaba so-
bre el pie de vender nuestras producciones por el
mínimum de su valor y comprar las de la penín-
sula por el máximum de su precio. De aquí resul-
taba inevitablemente que con una cantidad dada
(10> El caballero Lastra hace en su hacienda un excelente vino, que
imita al de Champaña, y que algunas veces iguala su calidad, en térmi-
nos que nadie lo distinguiría, si se presentase con los accidentes exte-
riores con que viene de Francia.
202 BERNARDO MONTEAGUDO
de trabajo, apenas alcanzábamos a llenar mezqui-
namente la tercia parte de las necesidades que sa-
tisfacemos ahora. El concurso de los extranjeros
a nuestros mercados ha producido una rebaja con-
siderable en sus efectos y ha encarecido los nues-
tros por el aumento de su demanda. La consecuen-
cia natural de la mayor salida que hoy tienen los
géneros del país, ha sido que se emplee mayor can-
tidad de trabajo productivo y que tanto el inte-
rés de los capitales como la renta de las tierras
hayan recibido una alza proporcionada a la fuer-
te demanda de sus productos. Por último, la suma
de los valores que se ofrecen hoj^ en nuestro mer-
cado y respectivamente de los que circulan en él;
aunque no sea fácil reducirlas a un cálculo exacto,
por no tener al presente las noticias estadísticas
que exige el cotejo de ambas épocas, puede esti-
marse por aproximación, sin más que dar una
ojeada sobre la condición en que se hallan las va-
rias clases de nuestra sociedad. Todos conocen hoy
mayor número de necesidades que antes, y los con-
sumos que hace un menestral exceden en muchos
respectos a los que hacía la generalidad de los co-
merciantes que venían a América en tiempo del
gobierno español. La capacidad de consumir ma-
yor cantidad de géneros, sean de la clase que fue-
ren, supone esencialmente el poder de pagar su
valor con el aumento de producción que ofrece el
consumidor, y a no ser que se suponga que nos-
otros recibimos gratuitamente lo que necesitamos,
es forzoso concluir que la suma de las fortunas
particulares ha ganado en diez años de revolución
más de lo que habría adelantado en otros tantos
siglos de una tranquila esclavitud.
No podemos dejar de observar, cuando hablamos
del aumento de los valores que ha recibido el país,
el gran niimero de ideas que se han difundido en
él, los hombres útiles que se han formado y los
estudiosos extranjeros que se han domiciliado en
nuestro suelo. Los capitales que éstos han puesto
en circulación, los modelos que han presentado en
nuestra industria, las mismas especulaciones en
OBRAS POLÍTICAS 203
que lian entrado, son otros tantos valores qne, aun-
que de diferente naturaleza, contribuyen a un solo
ñn. Es justo aplaudir la liberalidad de nuestros
gobiernos que han seguido siempre el gran prin-
cipio de economía política que enseña que todo
hombre de talento y probidad es una adquisición
para el país que habita.
Antes de concluir las reflexiones sobre el comer-
cio, queremos manifestar nuestros deseos y espe-
ranzas de que la actual administración consulte
la prosperidad de este ramo modificando los regla-
mentos que conservan todavía algunos vestigios
del carácter iliberal de los españoles. Nos limita-
remos a tres observaciones, ya que nos hemos de-
tenido demasiado en este artículo. Primera, la ne-
cesidad de establecer de un modo permanente los
derechos de importación ; porque nada es tan per-
judicial a las transacciones del comercio, como la
versatilidad en la tarifa de un mercado ; el nego-
ciante extranjero se retrae de especular sobre un
país cuando no tiene seguridad de los costos que de-
ben importarle sus mercaderías hasta ponerlas en
el lugar de consumo para graduar luego las ganan-
cias de su empresa. El Estado mismo no puede
estimar sus rentas, pues la incertidumbre de los es-
peculadores, causa una variación en los consumos
y, por consiguiente, en los derechos que producen.
Segunda, el interés de minorar los derechos sobre
las importaciones, fijando su máximum a un 25 ó
30 por ciento, para los efectos que se manufactu-
ran en el país y reduciendo todos los demás a un
15 ó 20 a lo sumo. Es una verdad económica, que
la experiencia ha hecho popular, que cuanto ma-
yor es el alza de los derechos, es menor la canti-
dad de los que percibe el Estado. No hay peligro
capaz de arredrar, ni prohibición que pueda dete-
ner al comerciante que se ve en la alternativa de
perder una parte de su fortuna por la exorbitan-
cia de los derechos que encuentra establecidos en
el mercado de su destino, o de hacer el contra-
bando para evitar la ruina que le amenaza, al paso
que siendo moderados nadie se expone a los ries-
204 BERNAEDO MONTEAGUDO
gos de una introducción clandestina. El otro efec-
to inevitable es la disminución de las importacio-
nes, de lo que ya tenemos ejemplos bien sensibles;
de aquí se sigue la escasez en el mercado, el au-
mento de precio en los géneros que se ofrecen en
él, la menor demanda de los productos del país y
la baja de su valor; porque encareciendo los gé-
neros extranjeros que consumimos, necesitamos
dar una mayor cantidad de los nuestros para igua-
lar el precio de aquéllos; y resulta, al fin, que el
Estado pierde de varios modos, y que todos sus
quebrantos vienen a gravitar sobre la masa del
pueblo. Tercera, los motivos de conveniencia que
hay para que el pago de los derecbos de importa-
ción se llaga de un modo que sea más ventajoso al
Estado y menos difícil a los comerciantes. Obli-
gados éstos a invertir los primeros productos de
sus ventas en pagar a las 4 ó 6 semanas los dere-
chos que adeudan por los cargamentos que extraen
de la Aduana, no pueden hacer sus retornos con
la brevedad que exigen sus intereses y de consi-
guiente tampoco se repiten las introducciones con
la frecuencia que importa a la actividad del co-
mercio. Si en el día que un negociante saca sus
efectos de la Aduana el administrador girase le-
tras contra él pagaderas a tres y cuatro meses por
el importe de los derechos, el gobierno podría dis-
poner desde aquella fecha de la suma adeudada,
haciendo circular las letras ficeptadas como dine-
ro efectivo, en la seguridad de que nadie rehusaría
admitirlas, puesto que vencido su plazo serían cu-
biertas puntualmente por los aceptantes, cuyo cré-
dito es la mejor garantía en las transacciones mer-
cantiles. Este u otro método que consulte los prime-
ros objetos, produciría ventajas prácticas y sería
también uno de los modos de indemnizar el comer-
cio por los constantes sacrificios que ha hecho en
obsequio de la causa comiin. Tampoco es indiferen-
te a este respecto la consideración de las circuns-
tancias en que nos hallamos y de su influjo muchas
veces adverso sobre los cálculos e intereses de esta
clase importante de la sociedad.
OBRAS POLÍTICAS 205
Quedaría un vacío notable en este ensayo si no
hiciésemos algunas reflexiones sobre la fuerza po-
lítica del paíS; con abstracción de los gobiernos
que la administran y dirigen: ella consiste en la
opinión y en los recursos para hacer la guerra. En
cuanto a aquélla, nos referimos a lo que hemos
dicho en otra parte de este número. La opinión
del país es fuerte, universal e inequívoca sobre su
independencia y libertad civil. La memoria de los
ultrajes de tres siglos, el temor de que ellos se re-
pitan con toda la impetuosidad de la venganza
reprimida, el poder del tiempo, que en más de
diez años de contienda ha extinguido esa consi-
deración habitual que teníamos al gobierno es-
pañol, como a todo lo que traía este aciago nom-
bre, y ha disuelto casi la mayor parte aun de las
relaciones naturales que nos unían a los españoles,
separándonos de ellos la última ley que ningún
mortal puede evadir: en fin, la costumbre de vivir
independientes, la reflexión continua sobre las
ideas del siglo a que pertenecemos y la experien-
cia de las ventajas que disfrutamos en medio de
las violentas convulsiones que sufre nuestro cuer-
po político, al exhalar, por decirlo así, las anti-
guas preocupaciones que han sido hasta ahora el
único principio de su vitalidad moral; todo esto
prueba la solidez de los fundamentos en que es-
triba la opinión del país y el grado de probabili-
dad que les queda a nuestros enemigos para esperar
el triunfo sobre la fuerza más poderosa del mundo,
que es la opinión de un pueblo.
En cuanto a los recursos para hacer la guerra,
ellos siguen por un orden natural los progresos
de los otros ramos de prosperidad piiblica, y po-
demos considerarlos bajo tres aspectos: inteligen-
cia en los que dirigen las empresas, aptitud para
ejecutarlas en la masa de nuestra población y me-
dios para realizarlas: Si juzgamos de la primera
por los resultados, basta recordar la historia de la
guerra de la revolución para concluir que en nada
cede a la de nuestros enemigos. La alternativa de
206 BERNARDO MONTE AGUDO
buenos o malos sucesos, poco prueba contra esto,
pues no hay ejemplo de que la suerte de las armas
baya sido siempre favorable a uno de los partidos
beligerantes. Pero entretanto es cierto que, sin
embargo de que la sumisión no es la mejor escuela
de la guerra, y a pesar de baberla emprendido sin
más táctica que la arrogancia, ni más recursos que
los del entusiasmo, los ejércitos españoles que han
venido a pacificar la América, hinchados de or-
gullo por haber vencido algunas veces las tropas
francesas en tiempo que las águilas hacían terri-
ble su estandarte, han tenido que rendir a nues-
tros pequeños ejércitos los trofeos que habían ga-
nado cuando peleaban por la justicia. Ellos dirán
quizá que todo ha sido obra de la casualidad, y
nosotros queremos tener la indulgencia de permi-
tirles esta suposición, dejando a los imparciales el
derecho de juzgar sobre si hay o no inteligencia
en los que dirigen las operaciones de la guerra
en los países independientes.
La aptitud para ejecutarlas en la masa de nues-
tra población, es una consecuencia natural del
coraje, docilidad y sufrimiento que la caracteri-
zan: los extranjeros pueden decir si es o no sor-
prendente la facilidad con que se forma un solda-
do entre nosotros y la confianza que inspira en
la hora del combate. Los medios para realizar nues-
tras empresas y su progresión ascendente desde el
principio de la revolución, quedan demostrados
en la parte que hemos hablado de la riqueza na-
cional, y sólo añadiremos algunas pruebas de he-
cho a que nada pueden responder los que decla-
man contra la revolución. Prescindimos de muchas
empresas que pertenecen a esta época y que ha-
brían sido inverificables con los esfuerzos ordi-
narios; pero señalaremos dos en cada sección de
las que forman el objeto de este examen, cuyo
mérito apreciará la posteridad más que nosotros:
la destrucción de la escuadra de Montevideo en
1814 por las fuerzas navales de las Provincias Uni-
das, organizadas en medio de los mayores conflic-
OJifiAS POLÍTICAS '¿07
tos de aquel gobierno (11) ; y la empresa de pasar
los Andes para cooperar a la libertad de Cbile:
la formación de la escuadra de Chile en 1818,
después de los grandes sacrificios que costó el revés
del 19 de marzo y la victoria memorable del 5 de
abril: por líltimo, la empresa de libertar al Perú,
que está próxima a verificarse y cuj^os inmensos
costos sólo puede soportarlos un pueblo que ya lia
adquirido los recursos que proporciona la indepen-
dencia y que al mismo tiempo la aseguran.
En resumen, la revolución lia aumentado nues-
tras necesidades intelectuales, y ellas son otras
tantas adquisiciones que bemos becbo: ba multi-
plicado nuestras necesidades físicas y en la misma
razón se ban estendido nuestros recursos: la for-
tuna de un corto número de opulentos ba desapa-
recido, pero la subdivisión de las propiedades ba
sacado de la miseria a la mayor parte y enrique-
cido al país: bemos sufrido y aun tenemos que su-
frir grandes conflictos, pero ya estamos en marcba
a nuestro nuevo destino, y no podemos retrogradar,
sin que se extingan las impresiones físicas y mora-
les que ban dejado en nosotros diez años de revolu-
ción y de experiencia.
(/rf., julio 10 de 1820.)
Ensayo sobre las ventajas de la paz respecto
de ambos partidos
Esta es la cuestión más importante así en la teo-
ría como era la práctica que puede boy presentarse
a los ojos de un político, aun cuando sus circuns-
tancias le separen de todo contacto con los que
disputan la posesión del territorio. En el examen
que vamos a bacer de ella, es innecesario apelar
a las razones abstractas y motivos preexistentes
(11) Este acontecimiento hará honor en la historia a la energía y
acierto del Ministerio de Larrea.
208 BERNAE.DO MONTEAGUDO
calculados para demostrar que la paz a nadie es tan
ventajosa, como al que emprende la guerra defrau-
dando la justicia. Cuidaremos de contraernos pre-
cisamente a Ins lieclios que resuelven por sí mismo
en el estado actual el problema indicado, sin de-
jar efugio a la duda, ni permitir al espíritu de
partido que insista con obstinación en lo que no
puede sostener con fundamento. Los imparciales
conocerán que lo somos, pues no pretendemos el
aplauso de los que no lo sean, ni nos honraría su
elogio, cuando la experiencia enseña cuáles son
las reglas de su crítica.
El 8 de septiembre del año décimo de la revolu-
ción pisamos por la primera vez las playas de Pe-
ni: algiin día se levantará un monumento sobre el
lugar en que el Ejército Libertador ofreció a la
tierra de los Incas las primicias de su constancia,
y heroica decisión a salvarla. Nuestros soldados
empezaron a marchar, y desde aquel momento el
enemigo empezó a huir de su presencia: aun no ha
osado detenerse una sola vez sin arrepentirse de
su temeridad. Encontramos un país desierto, no
por la voluntad de sus habitantes sino por la fuer-
za de los que al evacuarlo, le impusieron la dura
ley de renunciar a sus comodidades por servir a
las miras del gobierno.
Una respetable división al mando del general
Arenales se puso en movimiento a los pocos días
con dirección a la Sierra: los enemigos han pro-
curado dar a esta fuerza un carácter de ineficacia
y nulidad, sin advertir que el resultado hace más
conspicuo su mérito, pues que ella bastó para alla-
nar el paso hasta Retes, donde se reunió con el
ejército, a pesar de los obstáculos que la natura-
leza y la fuerza le opusieron desde lea hasta el
Cerro de Pasco. Si esto prueba que la opinión y
los medios de sostenerla están y han estado des-
de el principio en nuestras manos, decídanlo los
hombres que piensan.
Casi al mismo tiempo que la victoria abandonó
en Pasco a las armas del rey, el batallón que for-
maba el simulacro del poder de Lima, vino a bus-
OBEAS POLÍTICAS 209
car el centro de nuestras filas, para recobrar entre
ellas la dignidad de hijos de Colombia, eclipsada
hasta entonces por la sombra que extendía sobre
sus pechos el fúnebre pabellón que enarbolaban
por la fuerza y en defensa del cual habían con-
tribuido tantas veces a derramar la sangre de sus
conciudadanos. Estos dos sucesos poco menos que
simultáneos, acabaron de resolver el problema po-
lítico que se propuso el 8 de septiembre. La balanza
del poder moral y de la fuerza se inclinó en nuestro
favor irrevocablemente ; y a la verdad nos obliga a
decir, que antes de esta época el entusiasmo de la
mayor parte de los pueblos se mantenía oculto en
su propio germen: este fué el momento de su pri-
mer desarrollo. Los que dormían en la indiferen-
cia se levantaron con la energía del que ha repa-
rado en la calma de un profundo sueno sus fuer-
zas agotadas: todos fijaron la vista en el Ejército
Libertador, y se dijeron unos a otros, he aquí la
época decisiva de nuestra suerte: basta de esclavi-
tud y abatimiento.
La superioridad marítima en el Pacífico había
cesado de pertenecer a los españoles desde el 6 de
noviembre a las dos de la mañana, no porque an-
tes no la hubiesen perdido de hecho, sino porque
en el cálculo de la opinión piíblica faltaba un su-
ceso que hiciese sentir prácticamente su existen-
cia y su poder. La fuga de la Prueba y Venganza,
la pérdida de la Proserpina, la toma de Aranzasú
y la reunión del pailebot Sacramento han acabado
de llenar la página que empieza con la inmortal
empresa de abordar la fragata «Esmeralda» (hoy
«Valdivia ») bajo los mismos fuegos de las tremen-
das baterías del Callao.
Con excepción de la batalla de Pasco, no hemos
tenido por tierra sino sucesos subalternos, aunque
siempre gloriosos: una pequeña fuerza que guar-
necía Huaras vio asomar nuestras tropas y se rin-
dió: Chancay ha sido el teatro de varios encuentros
en que nuestra caballería ha sostenido el crédito
que adquirió desde el año 12: un corto destacamen-
to de infantería arrolló doble fuerza en Chincha
14
210 BERNARDO MONTEAGTJDO
baja y quedó en posesión de su honor y de su puesto.
Las partidas de guerrillas lian hecho célebre
el nombre da la provincia de Huarochiri, hasta
los puntos más vecinos a Lima: sus continuas
ventajas obtenidas sobre los enemigos comprueban
que las armas que pone el estusiasmo en manos de
los que defienden la tierra en que nacieron y que
conocen desde que existen, son irresistibles. Nos-
otros no necesitamos observar lo que los mismos
enemigos confiesan: la privación de los artículos
más necesarios a la vida que ha sufrido aquella
capital, no es debida sino a la constancia de los co-
mandantes de partidas: las fuerzas que se han des-
tacado contra ellas en varias ocasiones, o han sido
batidas o no han podido dominar sino el espacio que
transitoriamente les permitía ocupar la sorpresa.
En fin, estamos en aptitud de poder preguntar
¿ en qué punto han sido desgraciadas las armas del
Ejército Libertador desde que apareció en el Perú?
Se guardarán bien los enemigos de citar el úni-
co contraste que sufrió en enero una de nuestras
avanzadas, porque saben que tenemos derecho a
jactarnos del glorioso revés que experimentaron
entonces los vencidos. Confiamos también que no
reputarán entre las empresas dignas de su va-
lor, la disolución de algunos grupos de hombres
reunidos en varios lugares de la sierra y dispersa-
dos por las tropas de Lima, que han tenido la sa-
tisfacción de triunfar de la impotencia y castigar
con rigor a los que habían incurrido en la piadosa
culpa de intentar defender su patria arrostrando
temeriamente los peligros.
Hablaremos de la opinión, de ese gran conduc-
tor eléctrico que con una rapidez igual a aquella
con que se propaga el fliíido que produce los más
portentosos fenómenos de la naturaleza, ha difun-
dido el espíritu de libertad en toda la extensión
del Perú, desde septiembre del año anterior. En
vano se ha procurado con empeño dar Tina idea
desventajosa de nuestras fuerzas: los pueblos han
creído lo que les inducían a creer sus intereses,
unidos a la realidad de los hechos que han pal-
OBRAS POLÍTICAS 211
pado: desde Pisco hasta Guayaquil, todo se ha
conmovido progresivamente por la acción irresis-
tible del poder moral. Es inútil atribuir esta va-
riación exclusivamente a los jefes que han teni-
do el mérito de dirigirla: el buen éxito de sus
combinaciones hace honor a su energía, pero ella
habría sido estéril si el espíritu público no hubie-
se estado preparado a seguirla. Se ha dicho ya mu-
chas veces, las revoluciones son la madurez de los
sucesos y no la obra de individuos determinados a
cuyo genio sólo pertenece discernir el momento
de la ejecución.
Uno de los cálculos que se le han frustrado al
enemigo con más sorpresa, ha sido el ver que con
los recursos del territorio que ocupamos, hemos
hecho frente a los inmensos gastos que demanda
la subsistencia del ejército y la escuadra, sin que
en más de ocho meses de campaña que llevamos,
se haya impuesto una sola contribución o se haya
hecho gemir a un solo habitante, ni tocado el re-
curso extremo de despojar los templos de lo que
la piedad dedica al culto como acaba de practi-
carse en Lima. El patriotismo de los pueblos ha
bastado para llenar nuestras urgencias, y nosotros
mismos hemos admirado más de una vez hasta qué
grado se extiende la fecundidad de este recurso.
Es verdad que nuestro ejército no conoce las ne-
cesidades que el de Lima, y que nuestra medio-
cridad es miseria a los ojos de los que no defien-
den lo que nosotros defendemos: poco importa que
así se crea, con tal que los pueblos vean que sus
sacrificios sólo se emplean para conservar la exis-
tencia de los que la han consagrado a libertarlos.
Entretanto no es menos digna de admiración la
sobriedad de nuestras tropas que el generoso des-
prendimiento de aquéllos: las rentas del territorio
independiente, jamás han producido por la fuerza
lo que hoy rinden espontáneamente: tal es el poder
de la opinión.
En fin, los hechos que acabamos de indicar li-
geramente, con la idea de traer a la memoria de
cada uno detalles de mayor importancia, deciden
212 BERNARDO MONTEAGUDO
a cuál de los dos partidos conviene más la paz en
la crisis a que hemos llegado; si a los que han
vencido desde que se abrió la campaña, a los que
tienen a su favor toda la devoción del país, a los
que dominan el Pacífico y no temen ser arrojados
de él, a los que comparativamente poseen más de
lo que necesitan o a los que forman el contraste
de este cuadro.
Sea de ello lo que fuere, declaramos que nuestro
más ardiente voto es por la paz, y nos persuadimos
que todo el que ame los intereses de su país, re-
nunciará las más espléndidas ventajas de la gue-
rra, con tal de ver asegurada nuestra independen-
cia, y poder dar a la humanidad la enhorabue-
na de que ya no volverá a estremecerse a vista de
los horrores que han desolado América. Este es el
sentimiento que entretienen hoy todos los pue-
blos, y bien lo han manifestado sus trasportes des-
de que se ha anunciado que aquél va a ser el tér-
mino de las conferencias de Punchauca.
Jamás se han sentido tanto como ahora las le-
yes de esa especie de gravedad moral que arrastra
a todos los pueblos a su independencia: el archi-
piélago de Chiloe, acaba de proclamar por sí solo
el sistema de todo el continente y ha mandado sus
diputados cerca del gobierno de Chile: la ciudad
y pueblo de Maracaybo se ha unido a los indepen-
dientes de Colombia, según las últimas noticias ; y
por último, todo el que respira en América y se
acuerda que en ella se perfeccionó su existencia,
vive de la esperanza de verla restituida a sí misma.
Ha dado la hora de decir si ha terminado la guerra
para siempre o si los estragos pasados no han sido
sino el ensayo de otros más crueles. ¡ Mil veces
desgraciado el que vote por obstinación la des-
ventura de la América y de la misma España! Si
tal existe, deseamos que sea víctima de la cólera
del cielo, antes que ser la causa del escrndalo de
los hombres.
(N." 7.— El Pacificador del Perú.— Barranca, junio 10 de Í821.)
LIBRO IV
EXPOSICIÓN DE TAREAS
(1822)
EXPOSICIÓN w
DE LAS TAREAS ADMINISTRATIVAS DEL GOBIERNO,
DESDE SU INSTALACIÓN HASTA EL 15 DE JULIO DEL
AÑO 1822.
El decreto de S. E. el Protector, de 19 de enero
de este año, me impone el deber de presentar
a V. E. la exposición de las tareas administrati-
vas del Gobierno hasta aquella fecha: una orden
del Supremo Delegado me obliga a continuarla
hasta el momento actual.
El primer obstáculo que encuentro para llenar
ambos objetos, nace de la dificultad de referir los
hechos, sin el entusiasmo que inspiran por su
magnitud. ISTo es ésta la narración estéril de su-
cesos comunes que dejan siempre en una profunda
calma al sentimiento. Todo es admirable en la serie
de los que voy a detallar, y en ninguno puede en-
contrar reposo la admiración del que los contempla.
Empezaré por el augusto y solemne acto de la
declaración de nuestra Independencia, porque este
es el punto de que pienso partir, después de dar
una rápida ojeada sobre la situación general en
que se hallaba el país entonces.
Hay desgracias que duran más allá del tiempo
en que suceden, y que siempre presentes a los
pueblos así por sus efectos como por su repetición
continua, les hacen sentir en cada instante las
plagas de varias generaciones. Si las circunstan-
(1) La edición limeña de 1822 que hemos seguido para ésta, dice Es-
posición. El presente memorial fué redactado y publicado por Montea-
gudo como ministro de Estado y Relaciones Exteriores del Perú, en
cumplimiento de un decreto de San Martín, que encabeza la primera
edición. (R. R.)
216 BERNARDO MONTEAGUDO
cias contribuyen a dar expansión al sentimiento,
entonces experimentan los pueblos un dolor refle-
xivo, que los pone en la alternativa de ser ven-
cedores o víctimas.
Así se bailaba el Perú desde que en la América
se dio el grito sagrado: la fama de los nuevos hé-
roes que se presentaban sobre la escena, la his-
toria de sus reveses o de sus triunfos, el ejemplo
de sus continuos sacrificios, la esperanza de imi-
tarlos y aun el temor de no hallar oportunidad
para excederlos: todo producía el efecto de recor-
dar a los peruanos la identidad de su causa y el
número de injurias que ellos y sus padres habían
dejado impunes.
Estas continuas reflexiones les hacían sufrir
lo presente y lo pasado: la incertidumbre de los
sucesos era un acerbo estímulo para su angustia:
las medidas violentas, que son inseparables de la
agonía de los gobiernos, unidas al rigor inexora-
ble de la guerra, arrancaban sollozos de indigna-
ción al Perú que sólo podía templar el presenti-
miento del buen suceso, fundado en la tendencia
general de todas las voluntades.
El corazón de los peruanos se hallaba repleto
de coraje, porque ya estaba exhausta su pacien-
cia: en esta sazón llegó a Pisco el Ejército Liber-
tador: desde allí dio la señal de alarma a la tierra
del Sol, y la tierra del Sol se conmovió. El espíritu
de revolución encontraba, sin embargo, tremendas
barreras que vencer: una fuerza imponente sosteni-
da por los prestigios y las ilusiones a que no pueden
substraerse aiín los hombres que piensan: un te-
rritorio defendido por el clima, por la falta de
recursos de sus costas y por la dificultad de con-
tinuar operaciones rápidas, todo concurría a im-
pedir, ya que nada bastaba para frustrarel mo-
vimiento impreso al hemisferio en que vivimos.
Al fin los enemigos, cediendo a las combinacio-
nes militares del general San Martín y temblan-
do en medio de una capital donde sabían que el
gran secreto del patriotismo estaba confiado casi
a todos sus habitantes, sin que hubiese peligro que
OBRAS POLÍTICAS 217
lo revelase uno solo, resolvieron evacuarla y dejar
en libertad un pueblo que era ya más fácil reducir
a escombros que oprimir.
El Ejército Libertador entró en la capital del
Peni el 9 de julio de 1821, y a su ingreso obtuvo
un memorable triunfo, que el enemigo le había
disputado con maligna astucia. El conocía que
no pudiendo rivalizar el coraje de nuestros bra-
vos, era preciso alarmar contra ellos la opinión y
hacer que los hombres pacíficos y honrados temie-
sen su presencia, como un escollo para sus dere-
chos y para la moral pública. En medio del es-
tremecimiento político que causó en Lima la im-
ponente escena de ver salir a un ejército para que
entrase otro, los soldados de la libertad fueron
como la luz del día cuando viene a terminar una
de aquellas noches tempestuosas, en que parece
que el mundo va a precipitarse en el caos de donde
salió. Ellos opusieron una barrera al desorden, ase-
guraron la tranquilidad pública y dieron un ejem-
plo sorprendente de moderación, de disciplina y
de respeto hacia el pueblo, que cambió momen-
táneamente la opinión en favor de los libertado-
res. Al encontrar en su conducta el reverso del
cuadro trazado por los enemigos, y lo que es más,
el reverso de los sentimientos que caracterizan a
los españoles, nadie pudo dejar de ser justo, ya
que no fuese agradecido, porque era natural com-
parar los males que todos temieron, con los bienes
del reposo que cada uno disfrutaba.
La situación de esta capital exigía bien los mi-
ramientos con que fué tratada, no sólo por las
ideas de justicia que animaban a los Libertadores,
sino por el derecho que le daba su deplorable de-
cadencia. El país estaba oprimido por el exceso
de las contribuciones, y aun más agobiado por el
peso enorme del desprecio que hacían sentir los
españoles, no sólo en los actos de administración,
sino en los más indiferentes de la sociedad y hasta
en el seno mismo de las más tiernas y estrechas
relaciones. El comercio gemía bajo el yugo del
monopolio más injusto y de las trabas más ridícu-
218 BERNARDO MONTEAGUDO
las que lian podido inventarse por los gobiernos
que ignoran la ciencia económica. La administra-
ción de rentas era un caos que no convenía desen-
redar, porque de él resultaba la ventaja de opri-
mir más al pueblo y de habituarlo a no pensar en
su prosperidad. El sistema judiciario se había
con vertido, en un plan de agresión contra todos los
derechos: ya no eran inexorables las leyes, sino
los jueces que las aplicaban y que sólo mantenían
aquel carácter contra los que habían tenido la
suerte de ser americanos. En fin, a más de estas
calamidades que existían tiempo ha, diez años de
guerra sostenida casi en todo el continente por el
gobierno de Lima a expensas de la sangre y re-
cursos de sus habitantes, y diez meses de hostilidad
y atrevidos amagos del Ejército Libertador para
aislar al enemigo de todo recurso, habían puesto
a esta capital en el colmo de la angustia y de la
necesidad, participando las demás provincias de
los males afectos a esta incomunicación: todo pre-
sentaba un cuadro de dolor, de aniquilación y de
desorden, hasta que evacuada esta capital por las
tropas del Rey, cambió su destino y la mano de la
Libertad empezó a curar las heridas de que estaba
cubierto el cuerpo político del Estado.
El 28 de julio de 1821 se proclamó la indepen-
dencia del Perú: la voluntad universal quedó cum-
plida, mas para sostenerla era preciso que apare-
ciese una autoridad que restituyese el movimiento
a esta gran máquina, preparándola a recibir nue-
vas formas y modificaciones. El imperio de las
circunstancias designaba la persona en quien debía
recaer el poder supremo. No era este el momento
de convocar la asamblea de las provincias, ni de
hacer la elección por los trámites que prescriba
la ley constitucional, cuando exista la autoridad
que debe sancionarla. Tampoco era tiempo en que
la suprema magistratura pudiese ser el objeto de la
ambición o de la envidia, sino del celo por la cau-
sa piíblica y del deseo de sostenerla. Se necesitaba
un grado de coraje que no es común a los que no
han visto los combates, y una abstracción del in-
OBRAS POLÍTICAS 219
teres individual, digna del que había dirigido
esta empresa para encargarse del mando y presi-
dir a la administración de un vasto territorio, que
al pasar de la servidumbre a la libertad, debía
sufrir tremendos sacudimientos.
La fuerza de estos motivos decidió al general
en jefe del Ejército Libertador a expedir el de-
creto orgánico de 3 de agosto, y reasumir el mando
supremo político y militar bajo el título de Pro-
tector. El Pueblo y el Ejército aclamaron con en-
tusiasmo, lo que babían deseado con uniformidad.
Apenas existió el gobierno, se empezó a reedificar
el templo de la Libertad, de que al fin de tres si-
glos no habían quedado ni aun escombros, y se
hicieron ensayos para regularizar la administra-
ción del Perú en todos sus ramos.
Por un decreto del 4 de aquel mismo mes se
dividió el territorio libre en cinco departamentos,
y quedó sancionado el reglamento provisional de
Huaura, modificando los artículos que exigía la
nueva demarcación y el progreso de nuestras ar-
mas. En aquella misma fecha se decretó la erec-
ción de la Alta Cámara de Justicia, en lugar de
la antigua Audiencia, y se suprimió la de Trujillo,
que las circunstancias hicieron antes necesaria.
Entre las primeras atenciones del Gobierno Pro-
tectoral, la de premiar el mérito de los libertado-
res del Perú obtuvo aquella preferencia, que me-
rece la gratitud sobre todos los sentimientos hu-
manos. En prueba de ello se expidió la declaración
de 15 de agosto, asegurando a los individuos del
Ejército y Escuadra que salieron de Valparaíso,
una pensión vitalicia dondequiera que existan el
resto de su vida, a más de otras distinciones que
no hacen menos honor a la justicia del gobierno,
que a la dignidad de los premiados.
Antes de llegar al célebre mes de septiembre en
que se interrumpió la marcha de la administra-
ción con la vuelta de los enemigos, acabaré de re-
cordar las más remarcables providencias del go-
bierno por el mismo orden en que se expidieron,
para continuar después mi plan con el método que
220 BERNARDO MONTEAGUDO
exige. El decreto de 7 de agosto que prohibe el
allanamiento de las casas, hasta autorizar la re-
sistencia, cuando no se presenta una orden expre-
sa firmada por el Jefe Supremo, es una garantía
cuyo valor sólo pueden apreciar los que conocen
las circunstancias e imponentes riesgos que ofrece
una revolución, cuando la autoridad no previene
el efecto del desenlace impetuoso e inevitable de
las pasiones. Este fué un homenaje de respeto a
la seguridad individual, que el pueblo apreció en-
tonces y que la experiencia ha encarecido después.
El sistema de rentas estaba reducido a bus-
car el 7náxÍ7nti7n de las contribuciones que puede
sufrir un pueblo y consumir la mayor parte de su
producto en mantener los empleados en la contabi-
lidad, era preciso destruir el plan y el método que
se seguía en su ejecución: la principal dificultad
consistía en vencer el hábito de errores y de abu-
sos en que se habían envejecido aquéllos. El Minis-
tro de Hacienda se ocupó con eficacia en el mes de
agosto en sentar los preliminares de su nueva ad-
ministración. Empezaban a acumularse relaciones
exactas sobre el estado de los fondos públicos,
cuando todo se interrumpió en septiembre: sin em-
bargo, el impulso hacia la rectitud quedó ya dado,
y la experiencia ha. hecho ver después que no se
dio iniítilmente.
La abolición del tributo y de todo servicio per-
sonal a que estaban sujetos los indígenas, es uno
de los últimos decretos que se expidieron en los
días próximos al regreso de las tropas enemigas.
Los sufrimientos de aquella porción miserable de
la especie humana han agotado las expresiones de
la compasión y de la simpatía hasta tal grado, que
ya es imposible añadir un solo período que no haya
sido cien veces repetido. El Gobierno Protectoral
sancionó lo que había decretado en Huaiira el ge-
neral en Jefe del Ejército ; y para destruir el irri-
tante sentido que los españoles daban a la voz de
indios, mandó que en adelante se denominasen
peruanos, nombre que ellos aprecian justamente
y cuyo valor estimarán cada día más.
OBRAS POLÍTICAS 221
Al poner las primeras bases de reforma y orga-
nización, el gobierno fué detenido en su marcha,
y precisado a convertir toda su energía hacia el
grande objeto de salvar la tierra. S. E. el Protec-
tor salió de la capital y se puso al frente de sus
compañeros de armas, dejando el ejercicio del
mando supremo encargado a los ministros de Es-
tado, Guerra y Hacienda. Se hizo un paréntesis
al giro regular de los negocios: todas las medidas
del gobierno y todos los esfuerzos del pueblo, no
tenían ni podían tener mas fin que rechazar la
agresión de un enemigo que venía repleto de sen-
timientos españoles. El Ejército venció sin com-
batir, y no necesitó más que presentarse para he-
rir de espanto al agresor. El jefe de los valien-
tes desplegó toda la prudencia del coraje, y se hizo
tan temible de los contrarios sin buscar la batalla,
como cuando se ha arrojado en medio de ella para
deshacerlos con la impetuosidad del rayo. El ejér-
cito español se puso al fin en retirada: la plaza del
Callao se rindió por capitulación, la guerra cam-
bió enteramente de carácter y se restableció la mar-
cha de la administración, arrostrando las nuevas
dificultades que oponía a su progreso el trastorno
causado por la reseña del peligro.
Desde esta época en adelante conviene detallar
más en grande las mejoras que se han hecho en
cada departamento de la administración, para pre-
sentar desde un punto de vista todas las tareas y
pensamientos que han ocupado al gobierno. Hasta
aquí ha sido necesario dar sólo una ojeada tan rá-
pida como los sucesos, y tan interrumpida como
ellos: pero entretanto es muy satisfactorio, que en
los dos primeros meses de este gran cambiamiento,
no haya sido necesario hacer mención de ninguna
de aquellas calamidades, que muchas veces arre-
dran al patriotismo y lo sofocan en su cuna. Voy
a poner a los ojos de V. E. y del público el cuadro
de nuestras empresas administrativas en cada de-
partamento, desde el mes de octubre en que se
restableció el sosiego y la seguridad general.
222 BERNAEDO MONTEAGUDO
DEPARTAMENTO DE GOBIERNO Y RELACIONES
EXTERIORES
Cuando el Estado sufre una repentina y gene-
ral transformación y se subroga a la antigua au-
toridad un poder reciente, la buena fe es el único
código que detalla el ejercicio de sus atribucio-
nes. Mientras se establece el nuevo plan de obli-
gaciones y derechos, al menos con el carácter de
provisional, es forzoso que los límites de la auto-
ridad sean indefinidos y que el respeto a la opi-
nión de los hombres regule la conducta del que
manda. Pero siempre es un deber anticipar los
deseos del pueblo, haciendo cuanto antes conocer
las leyes que debe cumplir y las que debe observar
el mismo que las da.
Casi a la vista del enemigo y en medio de los
aparatos de la guerra, se sancionó el Estatuto pro-
visorio, que el gobierno, el pueblo y el ejército
juraron solemnemente el 8 de octubre del año an-
terior: la autoridad y la obediencia quedaron re-
ducidas a los límites que demarcaba la salud de
la tierra. Si el pueblo no entró a gozar de la pleni-
tud de sus derechos, él empezó a poseer los más
inapreciables. El poder de aplicar las leyes se se-
paró desde aquel día, y es de esperar se separe para
siempre de la autoridad ejecutiva: esta es la su-
prema garantía de las prerrogativas civiles y todo
es quimérico sin ella. La seguridad del ciudadano
y la energía de los resortes del bien piiblico son los
dos objetos que el Protector del Perú tuvo más cer-
ca de su pensamiento, al sancionar el Estatuto
provisorio que dio a los pueblos en ejercicio
del poder directivo, que el imperio de la necesi-
dad puso en sus manos. El dijo entonces con la
dignidad propia de un héroe, que en el fondo de
su conciencia estaban escritos los motivos que tuvo
para expedir el decreto orgánico de 3 de agosto,
motivos que el Estatuto provisorio no hizo más
que explicar y sancionar a un mismo tiempo.
OBRAS POLÍTICAS 223
El Estado del Perú empezó a existir desde el
día en que provisionalmente se establecieron las
bases de nuestro pacto de asociación. Era preciso
marcar esta grande época interesando la fama de
los que habían venido a abrirla y de los que más
habían coadyuvado sus esfuerzos. Este fué el ob-
jeto de la institución de la Orden del Sol, ctiyo
origen encontrará la posteridad unido al de nues-
tra existencia política. El astro que en los tiem-
pos antiguos era la segunda deidad que adoraban
los peruanos, después de su invisible pachacamacc,
es hoy para nosotros un signo de alianza, un em-
blema de honor, una recompensa de mérito y, en
fin, es la expresión histórica del país de los Incas,
así con referencia a los tiempos célebres que pre-
cedieron a su esclavitud, como a los días felices
en que recobró su independencia.
Al organizarse nuevamente el Perú, era nece-
sario que el tribunal de justicia apareciese bajo
una forma análoga a las circunstancias. Es ver-
dad que su reforma para ser completa, debe ex-
tenderse a todos los códigos que rigen; pero mien-
tras la sabiduría de nuestros propios legisladores
destruye las tablas góticas en que están escritas
las antiguas leyes, no ha sido obra de poco mo-
mento establecer la Alta Cámara de Justicia bajo
los principios que el día de su instalación se le re-
comendaron a nombre del Gobierno y se han de-
tallado después en el reglamento de administra-
ción. En él se han abolido errores y sustituido
máximas así en lo civil como en lo criminal, que
al menos producirán el gran efecto de dejar tra-
zada la marcha que deben seguir las ideas y ha-
cer que el pueblo piense lo que tiene derecho a es-
perar por lo que ya ha obtenido.
Entretanto es muy consolante poder asegjirar
que la administración civil de justicia se desem-
peña hoy en todos los departamentos libres de
un modo satisfactorio al público y al Gobierno.
Ya no se somete el derecho de las partes al influ-
jo del poder, ni cuando toman los jueces en su
mano la balanza sagrada, hay quien la profane
224 BERNARDO MONTEAGUDO
sustituyendo el peso del oro al peso de la razón y
de la ley. La justicia criminal se administra
igualmente coTnbinando la inexorahilidad que Tne-
rece el crÍ7nen, con la indulgencia a que es acree-
dor el hombre: se castigan los delitos, sin inven-
tarse delincuentes: se consulta la seguridad de los
reos, sin añadir violencias necesarias, que no son
sino actos de opresión: la cárcel que se ha estable-
cido en esta ciudad bajo el plan mandado adoptar
en los demás departamentos, es un Ttionumento de
filantropía: ya no existen esos sepulcros de hom-
bres vivos C071 nombre de calabozos, en que sumer-
gía a los reos, aun cuando no lo fuesen, porque
las 7náxim,as del Santo Oficio servían de Tnodelo a
los demás tribunales de España y sus Colonias. A
más de esto, no se ha contentado el gobierno con
recomendhr la celeridad de las causas: él ba im-
puesto un deber a los magistrados de dar cuenta
en cada mes de las que han fenecido o se hallan
{)endientes, tanto en lo civil como en lo criminal:
os delitos y los delincuentes se ponen a la vista
del público, para que la opinión pronuncie sobre
ellos el último fallo que merezcan.
La administración departamental continiía bajo
las bases del reglamento de Huaura, sancionadas
en el Estatuto provisorio, con la ampliación que
las circunstancias han dictado. Cada presidencia
está dividida en tantos gobiernos, cuantos son los
partidos que comprende, y la última subdiyisión
es en tenencias de gobierno, según la localidad
de las poblaciones. A más del asesor que reside en
la capital de cada Departamento, se ha creado
un nuevo magistrado con el nombre de fiscal de-
partamental: sus funciones son análogas a las que
ejercían en el Imperio Griego los antiguos Ire-
narcas, al paso que sirven de auxiliares para la
recta administración de justicia y regularidad en
el despacho. La historia nos enseña que aun en
los tiempos de la más profunda paz, rara vez de-
jan los pueblos de gozar la suma de bienes a que
están llamados por falta de buenas leyes, sino por
la inobservancia de las que existen. El primer de-
OBRAS POLÍTICAS 225
ber de los fiscales departamentales es denunciar
las infracciones de los decretos del gobierno, que
son los que boy forman nuestro código provisio-
nal: cuando los sucesos se precipitan como un to-
rrente sobre la escena pública, y cuando los hom-
bres entregados a la contemplación de los peligros
y de los medios que tienen para vencerlos, apenas
pueden recordar cada día los sucesos del anterior;
es preciso que baya un funcionario que impida la
tendencia al olvido y sea tan celoso de mantener
la observancia de las leyes, como lo eran las Ves-
tales de conservar el fuego sagrado.
Yo no puedo entrar en el detall de las demás
reformas y alteraciones que se han hecho en los
tribunales y oficinas, porque llaman mi atención
objetos de gran trascendencia; pero sí observaré,
que conociendo el gobierno el influjo que tienen
los nombres sobre las ideas, y que la dignidad de
las cosas nace con las palabras que se adoptan para
caracterizarlas, se ha variado la denominación
de los nuevos funcionarios y de los principales es-
tablecimientos públicos. Es preciso destruir todo
lo que pueda servir de reclamo a las antiguas ins-
tituciones, y que si se recuerdan los abusos y crí-
menes del régimen español, no sea sino por el con-
traste que con ellos formen las ventajas del orden
actual.
Entre los planes relativos a la administración
interior que han ocupado al gobierno, la instruc-
ción pública ha costado a su celo amargos sacrifi-
cios, porque nada es más penoso que diferir el
bien, cuando se desea con ansia ejecutarlo. La es-
fera de los conocimientos humanos estaba limita-
da por el gobierno español a saber lo que podía
entretener y confundir la razón de los americanos,
para que siempre ocupados de cuestiones abstrac-
tas, de errores escolásticos y sumergidos en un
caos de absurdos metafísicos, apenas tuviesen tiem-
po para obedecer sin examen y adquirir lo que
exigía la codicia metropolitana. Nada era por lo
mismo tan necesario ni tan difícil al regenerar los
pueblos de América, como el remover las barreras
15
226 BERNARDO MONTEAGUDO
que se habían puesto al poder intelectual de los
hijos del país, alzar el velo que les ocultaba las
realidades que existen en el myndo, abrir la puer-
ta a los grandes pensamientos, de que es capaz el
hombre mientras vive en entredicho con su ra-
zón, porque no se atreve a consultarla y teme que
su luz lo precipite. Esta obra supone un sobrante
de tiempo, de recursos y de hombres que es im-
posible combinar, cuando la tierra que debe re-
generarse no es sino un vasto campo de batalla.
Es preciso cerrar el templo de Jano para entrar
al de Minerva: pero mientras aquél se mau tenga
abierto contra el clamor de la justicia y de la hu-
manidad, el gobierno no puede poner en planta
sus designios: él satisface a su celo, cambiando la
dirección del movimiento que hasta aquí ha se-
guido el espíritu piiblico, y dirigiendo toda su acti-
vidad a la investigación de los principios que ha-
cen feliz al hombre en el estado social: cumple
con alarmar la opinión contra la ignorancia y con-
ceder a los talentos y al mérito un privilegio ex-
clusivo a las magistraturas y grandes distincio-
nes. Si algunos establecimientos se realizan en-
tretanto, ellos serán al menos un ensayo de nues-
tra energía mental, y probarán que cuando se
quiere eficazmente hacer el bien, la voluntad es
una potencia irresistible que convierte las dificul-
tades en recursos.
La Sociedad patriótica de Lima y la Bibliote-
ca nacional son las primeras empresas que ha rea-
lizado el gobierno en medio de las escaseces del
Erario y casi al frente del enemigo. Para que las
ciencias y las artes se generalicen en un pueblo,
es necesario que los hombres ilustrados formen
una masa comiín del caudal de sus ideas, que ellas
se comuniqíien y analicen delante del piiblico y
que el ejemplo de los hombres que piensan excite
la emulación de los demás. También es necesa-
rio que cuando empieza a estimularse el amor a
los conocimientos titiles, se pongan al alcance de
todos esos preciosos depósitos en que el espíritu
humano deja marcados los progresos que hace
OBRAS POLÍTICAS 227
en cada siglo. La Biblioteca que está próxima a
abrirse, presentará a la juventud peruana medios
sobreabundantes para enriquecer su inteligencia
y dar expansión a su exquisita sensibilidad. Ani-
bos establecimientos prosperarán bajo los auspi-
cios del interés que todos tienen en que el pueblo
se ponga en contacto con los hombres que viven
o han vivido para ilustrar a sus semejantes. Pero
conociendo que la educación es la base de todos los
establecimientos en que se interesan la moral y
las ciencias, se ba mandado erigir por decreto de
6 de julio una escuela normal de enseñanza mu-
tua, bajo la dirección de don Diego Thomson. Este
plan, varias veces anunciado por el gobierno, se
pondrá en planta en el mes de agosto, luego que
el director haya hecho los preparativos convenien-
tes en el colegio que se ha aplicado al estableci-
miento de la escuela normal.
Al destruir el imperio de la ignorancia es tam-
bién necesario combatir los vicios que ella trae
consigo: todos los delitos no son sino errores prác-
ticos, porque ninguno es delincuente sino por un
falso cálculo. Bajo el gobierno antiguo la política
contribuía a fortificar los hábitos irregulares, co-
nociendo que es más fácil dar la ley al hombre vi-
cioso que al que no lo es. El juego, esa pasión abo-
minable que conspira contra todas las virtudes,
gozaba de impunidad y aun era fomentada por el
gobierno: hoy se persigue de un modo inexorable,
sustrayendo a la disipación a los que antes hacían
un tráfico de ella para ganar su subsistencia, por-
que en general se les prohibían otros arbitrios de-
corosos. El coliseo de gallos se ha abolido: él era
igualmente funesto a la moral, que contrario a la
política del gobierno. También se han corregido
otros varios defectos y vicios que reprobaba el
buen sentido del pueblo, y que subsistían por con-
veniencia o descuido de los que revestían la au-
toridad.
El espíritu público que es la base de sus nuevas
instituciones se ha creado y se mantiene en una
imponente actitud: la integridad de la presente
228 BERNARDO MONTEAGUDO
administración, el celo de los magistrados, las
ventajas reales que todos participan en el orden
que rige, el sentimiento y la convicción que se
han difundido en las varias clases del pueblo de
eus derechos y de la necesidad de sostenerlos;
estas son las causas que han dado un nuevo ser a
las afecciones y fecundado el alma de los perua-
nos. La opinión de patriota, es hoy el bien más
estimable que todos ambicionan y disputan: los
que no han llegado a merecerla por su conducta
anterior, se creen desgraciados: y la aflicción
que sufren es un holocausto que ofrecen a la
Patria en desagravio de sus pasados yerros.
Después de exponer aunque en compendio las
tareas administrativas del departamento de go-
bierno, es oportuno dar idea del estado en que se
hallan nuestras relaciones exteriores. En diciem-
bre del año pasado se envió cerca de los altos po-
deres de Europa, una legación extraordinaria, en-
cargada de negociar cuanto convenga a la inde-
pendencia y prosperidad del Perú: se han manda-
do también ministros extraordinarios cerca del
gobierno de Chile y de la regencia del imperio me-
jicano para estrechar más las mutuas relaciones
que nos unen. La legación destinada a Europa,
fué encargada igualmente de entablar con el go-
bierno de Buenos Aires negociaciones de interés
común, cuyo resultado debe trascender a una par-
te considerable de nuestro territorio. El agente di-
plomático cerca del gobierno de Guayaquil, ha
hecho servicios de grande importancia durante
su comisión: y, en fin, el presidente de Colombia,
anticipando nuestros votos, ha mandado cerca de
este gobierno un ministro extraordinario, con
quien he tenido la satisfacción de firmar un tra-
tado solemne, en virtud de la autorización que
recibía de S. E. el supremo delegado. La unifor-
midad de los sentimientos que animan al gobier-
no del Perú y a los demás de América, hacen es-
perar que en el resto de este ano, ningún pueblo
del continente verá con envidia a los que gozan
de libertad, porque la gran masa de poder y de
OBRAS POLÍTICAS 229
energía que todos forman, será como el grito de la
victoria que disipa a los vencidos apenas se per-
cibe el eco que la anuncia.
Al hablar de nuestras relaciones con los pode-
res extraños, creo que debo indicar la política que
ha adoptado el gobierno con respecto a los subdi-
tos y ciudadanos de ellos. Su franqueza no ha te-
nido más límites que los del interés comiín calcu-
lado con exactitud y sin espíritu de localidad. El
Decreto de 19 de abril concede a los extranjeros
todo lo que puede lisonjear las esperanzas del ge-
nio y de la industria. Protección y recompensas,
privilegios y propiedades, éstas son las ofertas del
gobierno. Con tales ideas y sentimientos, no es
dudable que obtendremos la amistad y el aprecio
de los extranjeros, y que sus votos por nuestra in-
dependencia serán universales y sinceros. El Perú
quiere la paz con ambos hemisferios, y desea en-
tablar una libre comunicación con todos los habi-
tantes del globo que vengan a buscar asilo, a di-
fundir ideas, o hacer a la naturaleza nuevas pre-
guntas, ya que los españoles la han obligado a
estar callada por tres siglos.
DEPARTAMENTO DE GUERRA Y MARINA
Las tareas del gobierno en estos dos departa-
mentos han sido de una extensión proporcionada
a la dependencia en que nos hallamos de las ope-
raciones militares. La administración de la guerra
es siempre tanto más difícil y laboriosa, cuanto
su direeción es más activa. Apenas entró a esta ca-
pital el Ejército Libertador, tuvo que ponerse en
campaña y empezar de nuevo a buscar peligros.
El enemigo ocupaba la plaza del Callao, y sin ella
la posesión de Lima era precaria: sólo nuestra
fuerza marítima podía anular las ventajas que le
daba la retención de aquella fortaleza, pues si su
dominio hubiese estado unido al del Pacífico, la
guerra era interminable y demasiado incierto su
éxito. S. E. el Protector dispuso que el general Las
230 BERNARDO MONTE AGUDO
Heras, con las fuerzas principales del ejército
mantuviese el sitio de la plaza, mientras se sos-
tenía el bloqueo por los buques de la escuadra de
Chile.
En los meses de julio y agosto del año anterior,
el ejército hizo ver a los sitiados, que la muerte
no era una barrera para su coraje. Diariamente
presentaban el pecho nuestras tropas delante de
esas tremendas fortalezas, que habrían arredrado
a cualquiera que no estuviese ciego de amor de
gloria: pero el 26 de julio y el 14 de agosto, los
sitiados quedaron temblando aún después de verse
libres del peligro: poco les faltaba para dudar de
lo mismo que habían visto, porque apenas era
creíble que nuestras tropas hubiesen llegado en la
mitad del día hasta los fosos y rastrillo de aquella
fortificación, dejando el campo lleno de cadáveres
enemigos, en vez de ser batidos.
El general La Serna acantonó sus tropas en el
departamento de Tarma, y entre tanto el gobierno
contraía sus desvelos a aumentar la fuerza del
ejército, preparándolo para nuevas empresas. No
es justo olvidar la desnudez y privaciones que su-
frían después de una campaña tan penosa, y
la tolerancia que mostraban animados por el
ejemplo de sus jefes, que a todo se resignaban por
no exigir sacrificios de un pueblo que acababa de
hacer tantos y tan contrarios a su voluntad.
En la situación en que se hallaban la capital y
los departamentos libres, la parte administrativa
de la guerra era la más difícil, porque los recur-
sos eran todos inciertos y desconocidos, no podía
sistemarse la contabilidad, ni las circunstancias
permitían entrar en cálculos de detalle. Apenas
se empezaba a tomar noticias sobre los medios de
mejorar y arreglar el material del ejército, la vuel-
ta del general Canterac paralizó todas las opera-
ciones del gobierno. El mes de septiembre fué mes
de grandes sucesos: fué mes de decidir y no de
combinar: era preciso ganar el terreno, para edi-
ficar después en él.
El ejército enemigo, fuerte de cinco batallones
OBRAS POLÍTICAS 231
y setecientos caballos, bajó a la costa por la que-
brada de Sisicaya, y tomó posición en la hacienda
de la Molina, dos leguas de esta capital y una de
nuestro campo: el terreno que ocupaban ambas
fuerzas no admitía maniobras decisivas, porque
interceptado todo por potreros, ningún movimien-
to podía hacerse con rapidez y mucho menos con
impetuosidad. Tampoco servía de mucho el cora-
je personal de nuestras tropas, donde a. cada paso
se encontraba un parapeto, que ponía en igual
actitud al cobarde y al valiente: no era éste el lla-
no de Maipú, aunque el ardor y la impaciencia
con que nuestras tropas deseaban el combate, ha-
cía esperar que la tarde del 5 de abril duraba to-
davía para nosotros.
El enemigo tenía una gran desventaja por su
parte: él no contaba con más recursos de subsis-
tencia que los que había traído de la sierra, y era
necesario que corriese un gran riesgo para adqui-
rirlos, o que al fin se retirase: en este último caso
él nos daba una victoria a poco precio, porque un
ejército que baja de la sierra y que regresa a ella,
pierde sin ser batido su moral y su fuerza: la úni-
ca diferencia es salvar en orden los restos de esta
simulada derrota.
Nuestra situación era bien diferente: mante-
niendo la defensiva cerca de nuestros recursos, la
naturaleza del terreno y el niimero de nuestras
tropas, nos habrían dado la victoria, si hubiésemos
sido atacados: ganábamos aún sin batirnos, y al
enemigo sólo le quedaba la elección de la pérdida
que debía siempre sufrir: él no calculó bien la si-
tuación de la capital, cuando se decidió a marchar
sobre ella: su error le costó caro y a nosotros nos
ahorró una campaña.
El 10 de septiembre hizo el enemigo un movi-
miento sobre el Callao: nada tenía de militar esta
operación, pues con reunirse a los sitiados, no ha-
cían sino aumentar sus necesidades y consumir
más pronto sus recursos de movilidad y subsisten-
cia que tenían. Bien presto tomaron el único par-
tido que les quedaba: abandonaron la plaza con
232 BERNARDO MONTEAGUDO
certidumbre de su pérdida, y se retiraron a la sie-
rra en dispersión, perdiendo casi la mitad del
ejército.
Era consiguiente la rendición del Callao: ésta
se efectuó por capitulación el 19 de septiembre, y
el 21 brillaron los colores nacionales en las for-
talezas de aquella plaza. Su antiguo gobernador
el general La-Mar cumplió en las transacciones
del Callao, con cuanto el honor y la patria exi-
gían de él: es un triunfo llenar deberes tan sagra-
dos en las más difíciles circunstancias y merecer
a la opinión el fallo que ba pronunciado sobre él.
El enemigo fué perseguido en su retirada, y una
sección del ejército no se separó de su retaguar-
dia basta que traspasó los Andes: el resto volvió
a tomar cuarteles en la capital, después de cubrir
la guarnición del Callao, y se empezó de nuevo a
pensar en los detalles administrativos de la guerra.
Organizar la milicia en todos los departamentos,
aumentar el ejército, buscar arbitrios para vestir-
lo y equiparlo con menos gravamen del pueblo,
reparar su armamento y activar los trabajos del
parque y maestranza, metodizar la contabilidad
en el ramo de guerra, establecer y clasificar las
graduaciones militares y arreglar, en fin, otros
pormenores que no contribuyen menos a la acti-
vidad y al acierto de las empresas; tales ban sido
los objetos a que se ba contraído el Ministerio de
la Guerra desde el mes de octubre, en que se res-
tableció el giro regular de los negocios.
El gran mariscal Marqués de Trujillo, inspector
general de los cuerpos cívicos del Estado, dio el
primer impulso a su disciplina y regularidad: tan-
to en la capital como en los demás departamentos,
la fuerza cívica no sólo se baila hoy en estado de
hacer el servicio de guarnición, sino también el de
campaña: sus mejoras y aumentos se dejan sentir
cada día más, en la proporción que el espíritu de
cuerpo se extiende y rectifica: todos conocen que
el primer deber de un ciudadano es ser soldado
cuando se trata de salvar la patria ; y este conven-
cimiento que siempre ha producido héroes, no de-
OBRAS POLÍTICAS 233
jará de formar guerreros, toda vez que el peligro
sea señal de alarma para los peruanos.
El ejército, a más de haber doblado ya su fuer-
za con exceso, recibirá en breve nuevos batallones
organizados con los cuadros que se han distribuido
en los departamentos: la división que obraba en
el norte, acaba de probar que es del Ejército Li-
bertador: ella ha dejado escrito su nombre sobre
las bases del monte Pichincha, y no tardará en
reunirse a sus compañeros de armas. Sin embargo,
no debo pasar en silencio el único revés que han
sufrido nuestras armas, revés que ha sido ya in-
demnizado y que sirve para justificar el acierto
con que se ha dirigido la guerra. La división de
lea fué dispersada completamente en el mes de
abril. Este era un cuerpo de observación destina-
do sólo a entrar en parte de otras grandes combi-
naciones: sus movimientos nunca debían dirigirse
a buscar el ataque, sino antes a evadirlo: convenía
que amenazase al enemigo, pero que jamás se com-
prometiese a encontrarlo: estaba calculado que el
menor desvío de este plan produciría un contras-
te: el del 6 de abril hizo ver que sin ser abando-
nados de la fortuna, habíamos perdido una fuer-
za, cuyo objeto no era otro que conservarse en
actitud hostu. Este contratiempo ha hecho nacer
nuevos proyectos que, favorecidos por las circuns-
tancias, serán quizá más decisivos.
El material y adyacentes del ejército, corres-
ponden al aumento que ha recibido y a la movili-
dad en que debe estar: los trabajos del parque y
de la maestranza, después de haber llenado los pe-
didos de nuestra fuerza actual, se emplean en pre-
parar repuestos para atender a las nuevas necesi-
dades que la continuación de la guerra o las vici-
situdes de ella puedan exigir.
La moral del ejército se mantiene inalterable,
y lo que aun es más, ella se mantendrá. Cuando el
soldado no es sino un negociante de su vida, se exas-
pera con las privaciones, y cree que ellas le dan
derecho a reclamar del contrato que hizo y faltar
a la obediencia. Pero cuando expone su vida para
234 BERNAEDO MONTEAGUDO
salvar su libertad, se contenta en medio de su mi-
seria con la esperanza del suceso, y así como las
fatigas no lo irritan, tampoco la prosperidad lo ha-
ce insolente. El Ejército Libertador, que en Pisco y
Huaura acreditó su sufrimiento, en Lima ha dado
pruebas de su moderación: no es decir por esto que
haya sido preciso cerrar enteramente el código pe-
nal: se han, cometido algunos excesos, que la justi-
cia no ha dejado impunes: pero éstos han sido los
delitos del hombre y no los atentados del soldado.
Tampoco es indiferente el espectáculo que ofre-
cen los bravos de diversos Estados reunidos a un
solo objeto y animados de iguales sentimientos.
Cuatro pabellones enarbola el ejército, y ellos son
otras tantas barreras que defienden la libertad del
Perú, En fin, nuestros soldados conocen lo que
han merecido por sus servicios: ellos conservarán
su gloria por los mismos medios que la han ad-
quirido.
El método en la contabilidad de la guerra es el
fondo más permanente y necesario para cubrir
sus atenciones: ésta ha sido y será todavía por al-
gún tiempo la mayor dificultad que ocurra en la
administración de este departamento, porque las
mismas operaciones del ejército y la frecuente
subdivisión de sus fuerzas embaraza el cálculo de
haberes y descuentos, a más de los gastos extraor-
dinarios que se multiplican en tales circunstan-
cias. Sin embargo, el Ministro de la Guerra se ha
ocupado en formar reglamentos y combinar medi-
das que sirvan al menos para mejorar gradual-
mente tan importante ramo. También se ha refor-
mado la administración de los hospitales, y a pe-
sar de la decadencia de sus fondos, se consulta el
buen orden y la comodidad de los valientes que
necesitan reparar su salud para volver con nuevo
ardor a los peligros.
Con respecto a la marina del Perú, su fuerza es
hoy tan imponente, que casi nos hace olvidar el
tiempo en que se ha formado. No sólo basta para de-
fender la seguridad de nuestras costas contra toda
agresión, sino que nos pone en aptitud de empren-
OBRAS POLÍTICAS 235
der con ventaja, si tuviésemos enemigos que com-
batir sobre las aguas. Al pensar en los inmensos
costos de nuestra marina, y en los sacrificios que
se han hecho para formarla y mantenerla sin aban-
donar las demás atenciones del gobierno, no pue-
de menos de aplaudirse la fecundidad de recursos
que prestan los pueblos cuando defienden sus de-
rechos. Destruidos por la guerra los grandes ca-
pitales, paralizado el giro con las provincias in-
teriores y reducidos al territorio menos productivo
en proporción al que ocupa el enemigo, no es fácil
concebir que, aboliendo impuestos en vez de esta-
blecerlos, la tesorería del Perú haya hecho frente a
las necesidades de este año, sin que el crédito pú-
blico sufra los quebrantos que eran de temerse.
Para ahorrar los gastos de la marina metodizán-
dolos, se han expedido por el ministerio a que co-
rresponde, reglamentos económicos fundados en
los mismos principios que los del ejército. La di-
rección general y comisaría de marina, entrando
en todos los detalles que exige su arreglo, han lle-
nado las ideas administrativas del gobierno y el
sistema económico de nuestra fuerza naval se per-
fecciona al paso que aquélla se aumenta.
Para fomentar la marina mercante, sin la cual
no puede progresar la del Estado, se han tocado
todos los arbitrios capaces de empeñar el interés
individual en este género de industria, concedien-
do privilegios a los habitantes de la costa que se
dediquen a la pesca, y a los que hagan el tráfico
en buques tripulados por los naturales del país.
Los efectos de estas medidas han empezado ya a
sentirse, y una gran parte de la marinería de nues-
tra escuadra ha sido enganchada en nuestros mis-
mos puertos, cuya población ha carecido hasta
aquí del empleo a que naturalmente estaba lla-
mada. Aun se meditan reformas y planes, que el
Ministerio de Marina no ha podido poner en plan-
ta por las circunstancias, pero que en breve se ve-
rán realizados, porque es menos difícil continuar
la marcha emprendida que determinar sus prime-
ros movimientos.
236 BEENAEDO MONTEAGUDO
MINISTEEIO DE HACIENDA
Las rentas y su administración se hallaban en
el mayor desorden, como se indicó al principio;
y apenas se instaló el Gobierno Protectoral, fijó
sus miras el Ministerio de Hacienda en la necesi-
dad de destruir el antiguo edificio para levantar
otro nuevo: la reforma era imposible de otro mo-
do. Mientras se acopiaban los datos que debían
servir de base al arreglo de la tesorería y aumento
de sus ingresos, se ordenó en 9 de agosto a la Cá-
mara de Comercio que formase una comisión de
personas acostumbradas al cálculo y versadas en
las transacciones mercantiles, para que presentase
un nuevo plan de derechos equitativos y fáciles
de recaudar. La tarifa que antes regía, no sólo era
perjudicial al Erario por la exorbitancia de los
gravámenes con que oprimía al comercio, sino por
su confusa distribución en enteros y fracciones, que
hacían más moroso el despacho de los introducto-
res y multiplicaba las operaciones de los rentistas.
Los sucesos del mes de septiembre retardaron
las labores emprendidas; mas luego_ que pasaron
los conflictos, se publicó en 28 del mismo el regla-
mento provisional de comercio, y se impuso a los
efectos extranjeros un 20 por ciento, tomando por
base los precios corrientes de la plaza. El comer-
cio quedó beneficiado con la rebaja de un 28 por
ciento, a más de la ventaja de la consolidación de
derechos. Los efectos importados bajo el pabellón
de los Estados independientes de Aménca, fueron
privilegiados con la rebaja de un 2 por ciento y los
del Perú con un 4 por ciento. En 18 de octubre
se publicó el reglamento que establece los derechos
del tráfico de cabotaje y el de los demás puertos
del Sud, pertenecientes a los Estados limítrofes
del Peni. El giro interior fué más beneficiado en
proporción, porque así lo exigen las circunstan-
cias de la guerra y los principios de una sana
economía.
OBRAS POLÍTICAS 237
La liberalidad nunca satisface la codicia, ni los
peligros sirven de freno a sus empresas. A no ser
esta una regla invariable en todas partes, basta-
rían los nuevos reglamentos para impedir el con-
trabando: pero conociendo que ellos no destruyen
la propensión de los que casi siempre están dis-
puestos a hostilizar al Erario, se han establecido
penas imponentes para reprimir a los contraven-
tores, y en el plan de distribución de comisos, los
denunciantes y aprehensores son estimulados con
mayores recompensas que antes.
La situación topográfica del Perú indica bien
que el ramo de minería debe proporcionar a la ha-
cienda sus principales ingresos. La explotación de
las minas, el beneficio de los metales y su cambio
en el mercado, demandarán siempre la mayor par-
te de los capitales que estén en circulación y de
la industria del país. Este era precisamente uno
de los ramos más abandonados en el sistema an-
tiguo: reducidos sus cálculos a crear empleos para
recompensar aduladores, existía un tribunal de
minería, que en vez de ser el centro de actividad
y de impulsión, sólo contribuía a fomentar el es-
píritu de litigio, sin ser capaz de influir en la
menor reforma. Un establecimiento que debía di-
rigirse por geólogos hábiles y matemáticos pro-
fundos, en general, apenas tenía a su frente me-
dianos profesores de jurisprudencia; y bajo tales
auspicios él no podía prosperar jamás, sino antes
bien alejar de su objeto los capitales y la indus-
tria que demandan las empresas mineralógicas.
En 23 de octubre se suprimió aquel tribunal, y en
su lugar se crearon bancos de habilitación a cargo
de un director del ramo, que consultase sus me-
joras y propusiese los medios de realizarlas. El
gobierno espera que vengan luego a establecerse
en el país compañías científicas de mineralogis-
tas, que empleando la acción combinada de la
luz y de la fuerza, saquen del seno de los Andes
los inmensos tesoros que la ignorancia y la pereza
no han alcanzado a descubrir: los comisionados
que salieron para Europa han llevado este espe-
238 BERNARDO MONTE AGUDO
cial encargo: él será sin duda uno de los objetos
en que más ejerciten su celo. Por identidad de
principios se lia dado nueva forma a la casa de
moneda, y sus procederes han mejorado de un
modo sensible bajo la dirección científica de su
actual jefe.
El régimen económico de las oficinas de Hacien-
da y el sistema de contabilidad, clamaban por una
variación que jamás se habría podido adoptar sino
en momentos de energía. Arreglar la-s labores de
cada departamento, fijar el número preciso de sus
empleados, sin que su abundancia fomentase la
desidia, ni la falta de inteligencia retardase el
trabajo, señalar las horas que debían ocuparse,
precaver con penas prácticas la infracción de sus
deberes y simplificar, en fin, las operaciones y de-
talles de la tesorería: estos han sido progresivamen-
te los objetos de la contracción del Ministerio.
Para evitar la confusión que resultaba de las
cuentas que se hallaban líquidas, cuando el Ejér-
cito Libertador entró a esta capital, se cortaron en
31 de julio del año pasado y abrieron de nuevo las
del gobierno independiente en primero de agosto,
desde cuya fecha se empezaron a transigir con
claridad los negocios de este departamento.
Las circunstancias políticas hicieron necesaria
la creación del juzgado privativo de secuestros:
este era el único medio de clasificar las acciones
del Estado y no dejar al genio fiscal una ampli-
tud sin límites que perjudicase a los derechos par-
ticulares: su organización ha prevenido los incon-
venientes de la demora y los abusos del celo.
Un gran niímero de capitales que pertenecían
a la extinguida Inquisición, a los jesuítas expa-
triados y a los censos de peruanos, estaban antes
divididos en varias y complicadas administracio-
nes, siguiendo el mismo principio de multiplicar
los empleos para entretener la pereza. Era tiem-
po de sacar aquellas propiedades del caos en que
estaban, y a este fin se creó la dirección de censos
y obras pías, que metodizando la administración
de aquellos fondos, rasgase el velo que hacía im-
OBRAS POLÍTICAS 2'j9
penetrable el conocimiento de sus productos y de
su inversión. Este plan se ha realizado en gran
parte, y por un decreto posterior se han aplicado
a la instrucción pública todos los ingresos que tie-
ne la caja de la dirección.
Entre los establecimientos que han servido de
apoyo a nuestro actual sistema de rentas, debe ha-
cerse mención del banco auxiliar de papel moneda,
sin el cual no habría podido llenarse el déficit del
medio circulante, que las circunstancias de la gue-
rra han hecho escasear cada día más. La cantidad
de billetes que circula es inferior al crédito que
se ha empeñado para responder de ella: cada tri-
mestre se amortiza la mitad de su valor con di-
nero, y esta operación se ha practicado ya dos ve-
ces con la mayor religiosidad. El pueblo que no
estaba acostumbrado a la circulación del papel,
conoce insensiblemente sus ventajas: a proporción
que se extiendan los recursos del Estado, y que la
experiencia rectifique el método económico del
Banco, se llenarán todos los objetos que comprende
el plan de diciembre, facilitando los pedidos de
la tesorería y aumentando los capitales del país
por la mayor demanda de industria y de trabajo
que naturalmente produce la multiplicación del
medio circulante.
Por liltimo, considerando la situación del país
con respecto a su prosperidad y medios que hoy
tiene de obtenerla, a nadie parecerá exagerado el
concepto de los grandes progresos que ha hecho
a la sombra de la libertad. Aunque se han dismi-
nuido los capitales por los consumos de la guerra
y la inmigración que es consiguiente a ella, la
suma de los que han quedado rinde hoy más pro-
ductos que antes, porque la industria demanda
mayores fondos cuando puede emplearse con fran-
queza, sin las trabas del antiguo monopolio, y
porque en fuerza de nuestras nuevas instituciones
se han puesto en el mercado un gran niímero de
capitales que estaban sustraídos a la circulación.
Es verdad que ya no se encuentran esos grandes
propietarios que unidos al gobierno absorbían to-
240 BEENARDO MONTEAGUDO
dos los productos de nuestro suelo: pero subdivi-
didas las fortunas, hoy vive con decencia una por-
ción considerable de americanos, que no ha mucho
tiempo tenían que mendigar el amparo de los es-
pañoles. El vasto campo de especulación que ofre-
ce el comercio con la rebaja de los gravámenes a
que estaba sujeto, las nuevas comunicaciones que
se han entablado con los Estados del Norte y del
Mediodía, cuya política en general es uniforme
con la nuestra, todo presenta al genio emprende-
dor y laborioso, recursos que antes eran prohibidos
directa o indirectamente a los naturales del país.
Es también una ventaja que deriva del orden
actual la baja del precio que han sufrido en el
mercado los géneros extranjeros, y la mayor fa-
cilidad con que puede surtirse de ellos el consu-
midor. Si no hay actualmente la abundancia de
numerario que antes de la guerra, al menos pue-
den cambiarse las comodidades de la vida por la
mitad o la tercia parte del valor que antes era
necesario.
Mas prescindiendo de las ventajas y desventajas
que son propias de las circunstancias transitorias
en que nos hallamos, observaré, por conclusión, que
a más de los beneficios generales, que nacen de la
independencia, el país ha hecho una adquisición
inapreciable, examinada su importancia económi-
camente. Hablo de la actividad que ha tomado la
industria y de la mayor suma de trabajo que hoy se
emplea en aumentar la producción. Lejos de es-
tar sujeta esta adquisición a las vicisitudes ordi-
narias, el tiempo y el ejercicio doblarán su va-
lor: en la paz y en la guerra los hombres que se
habitúan al trabajo, difícilmente viven en la ocio-
sidad.
Yo he llegado al término de la exposición que se
me ordenó hiciese a V. E, de las tareas del gobier-
no en cada departamento de la administración;
aquí es necesario volver a recordar el punto de
donde hemos partido: pensar cuál era la situación
del país en el mes de julio del año anterior, y cuá-
les los adelantamientos en que hoy se halla: com-
OBRAS POLÍTICAS 241
parar lo pasado con lo presente, para calcular el
porvenir que nos aguarda si marchamos con fir-
meza al objeto de nuestros sacrificios. Nos halla-
mos en el último período de la guerra y en la vís-
pera de grandes acontecimientos políticos y mi-
litares: el genio de la independencia está con nos-
otros: él nunca abandona al coraje cuando la jus-
ticia lo dirige. Tenemos fuerzas para combatir, y
opinión para triunfar: al hablar de la opinión, es
necesario hacer saber al enemigo, que ell^, es uni-
forme y general en todas las clases del pueblo.
¡ Desgraciado el que imagine lo contrario ! Ya no
hay sino uno solo sentimiento acerca de la inde-
pendencia de América, y en prueba de su univer-
salidad, la única cuestión que ocupa a los que
piensan, es acerca de la forma de gobierno que
convenga adoptar: el nombre de rey se ha hecho
odioso a los que aman la libertad: el sistema re-
publicano inspira confianza a los que temen la es-
clavitud: este gran problema será resuelto en el
próximo congreso: la voluntad general dará la ley,
y ella será respetada y sostenida.
Mientras los representantes del pueblo fijan su
destino, y mientras el ejército llena sus lutimos
deberes en la próxima campaña, a la actual admi-
nistración le queda el placer de haber dirigido
los negocios públicos en el año de los mayores ries-
gos y dificultades, si no con todo el acierto posi-
ble, al menos con el celo más ardiente y la consa-
gración más ilimitada. Ella empezó a gobernar un
pueblo enfermo de esclavitud, habituado a no te-
mer y no pensar, y desco7i fiado de stis fuerzas por-
que no las había probado todavía: hoy gobierna
a un pueblo fiero de su independencia, que medita
y reflexiona sobre sus derechos, que sabe de lo que
es capaz, y nunca olvidará la escena que presentó
el 7 de septiembre. ¡Quiera el Grande Autor del
universo que los sacrificios que hasta aquí ha he-
cho el pueblo peruano para cooperar a las ideas
y pensamientos del gobierno, tengan por premio
la libertad civil y la independencia nacional; y
que aprovechándose el Perú de la experiencia de
16
242 BERNARDO MONTEAGUDO
otros pueblos, y de las felices circunstancias en
que se halla, llegue cuanto antes al término de la
revolución, sin que ella cueste lágrimas a la filo-
sofía, ni dé armas a nuestros enemigos para ca-
lumniar la santidad de nuestros votos! Feliz del
que me suceda en este destino, si al hacer igual
exposición de las tareas ulteriores del gobierno,
tiene la misma fortuna que yo, de no verse pre-
cisado a referir grandes contrastes, o detallar ca-
lamidades que no haya podido evitar la pruden-
cia. Si él anuncia la paz del Perú y la perfección
de sus instituciones sociales, yo envidio desde aho-
ra su suerte, y este sentimiento es propio del que
no suspira sino por la independencia y prosperi-
dad de su patria.
LIBRO V
DISCURSOS PATRIÓTICOS
(1812-1822)
ORACIÓN INAUGURAL
PEONUNCIADA EN LA APERTURA DE LA SOCIEDAD
PATRIÓTICA LA TARDE DEL 13 DE ENERO DE 1812
Yo prefiero una procelosa liber-
tad a la esclavitud tranquila.
Lepid. Arenga al pueblo romano.
Exordio
Aislado el hombre en su primitivo estado y re-
ducido al estrecho círculo de sus insuficientes re-
cursos, buscó en la sociedad de sus semejantes el
apoyo de su precaria existencia, y bien presto la
necesidad sancionó la unión recíproca que anhe-
laba el instinto. Mas apenas conoció las primeras
ventajas de esta asociación, cuando ya sintió sus
inconvenientes y peligros: el más fuerte, el más
saga55 de los asociados hizo los primeros ensayos
de la tiranía, y el débil resto empezó a preparar
con su obediencia pasiva la materia de que se ha-
bía de formar después el primer eslabón de la ca-
dena de los mortales. La sociedad hizo progresos,
el hombre satisfizo sus necesidades, encontró lo
útil, descubrió lo agradable y calculó que podría
dilatar con el tiempo la esfera de sus placeres.
Cada día daba un paso en sus adquisiciones y re-
trogradaba en sus recursos, porque sus urgencias
se multiplicaban en razón de aquéllas: crecían sus
apetitos, pululaban sus pasiones, y su inexperta
razón fluctuaba en la impotencia de satisfacerlas.
En este contraste empezó el hombre a inventar
recursos y combinar sus fuerzas con los primeros
medios que le sugería su limitado y naciente in-
246 BERNARDO MONTEAGUDO
genio. El error presidió sus primeros ensayos, y
en el embrión de sus combinaciones descubrió ya
el germen de sus vicios, resultado preciso de su
ignorancia ; porque la perversidad no es sino el
efecto de un falso cálculo. Por último emprendió
el crimen sin prever sus consecuencias, y su co-
razón recibió entonces diferentes impresiones que
fijaron la época de su corrupción y de su infeli-
cidad.
Ofuscado ya el espíritu bumano y viciada su
complexión moral, se familiarizó con los atenta-
dos y puso por ley fundamental de su primer có-
digo la fuerza y la violencia. En este período la
raza de los hombres se multiplicaba ya por todas
partes, y de las primeras sociedades empezaron a
formarse sucesivamente reinos, imperios y nume-
rosas asociaciones. La tierra se pobló de habitan-
tes; los unos opresores y los otros oprimidos: en
vano se quejaba el inocente ; en vano gemía el
justo; en vano el débil reclamaba sus derechos.
Armado el despotismo de la fuerza, y sostenido
por las pasiones de un tropel de esclavos volunta-
rios, había sofocado ya el voto santo de la natu-
raleza, y los derechos originarios del hombre que-
daron reducidos a disputas, cuando no eran comba-
tidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legis-
lación de los tiranos: entonces la sancionaron a pe-
sar de los clamores de la virtud, y para acabar de
oprimirla llamaron en su auxilio el fanatismo de
los pueblos, y formaron un sistema exclusivo de
moral y religión que autorizaba la violencia y
usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de que-
jarse, graduando el sentimiento por un crimen.
Mientras el mundo antiguo, envuelto en los ho-
rrores de la servidumbre, lloraba su abyecta situa-
ción, la América gozaba en paz de sus derechos,
porque sus filántropos legisladores aun no estaban
inficionados con las máximas de esa política par-
cial, ni habían olvidado que el derecho se distin-
gue de la fuerza como la obediencia de la esclavi-
tud; y que, en fin, la soberanía reside sólo en el
pueblo y la autoridad en las leyes, cuyo primer
OBRAS POLÍTICAS 247
vasallo es el príncipe. No era fácil permaneciesen
por más tiempo nuestras regiones libres del con-
tagio de la Europa, en una época en que la codi-
cia descubrió la piedra filosofal que liabía busca-
do inútilmente hasta entonces. Una religión cuya
santidad es incompatible con el crimen sirvió de
pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el
estandarte de la cruz para asesinar a los hombres
impunemente, para introducir entre ellos la discor-
dia, usurparles sus derechos y arrancarles las ri-
quezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los
climas estériles donde son desconocidos el oro y la
plata, quedaban exentos de este celo fanático y
desolador. Por desgracia la América tenía en sus
entrañas riquezas inmensas, y esto bastó para po-
ner en acción la codicia, quiero decir el celo de
Fernando e Isabel que sin demora resolvieron to-
mar posesión por la fuerza de las armas, de unas
regiones a que creían tener derecho en virtud de
la donación de Alejandro YI, es decir, en virtud
de las intrigas y relaciones de las cortes de Roma
con la de Madrid. En fin, las armas devastadoras
del rey católico inundan en sangre nuestro conti-
nente; infunden terror a sus indígenas; los obli-
gan a abandonar su domicilio y buscar entre las
bestias feroces la seguridad que les rehusaba la
barbarie del conquistador.
Establecida por estos medios la dominación es-
pañola se aumentaban cada día los eslabones de
la cadena que ha arrastrado hasta hoy la América,
y por el espacio de más de 300 años ha gemido la
humanidad en esta parte del mundo sin más des-
ahogo que el sufrimiento, ni más consuelo que es-
perar la muerte y buscar en las cenizas del sepul-
cro el asilo de la opresión. La tiranía, la ambición,
la codicia, el fanatismo, han sacrificado millares
de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros
desgraciados, y reduciendo a todos al conflicto de
aborrecer su existencia y mirar la cuna en que na-
cieron como el primer escalón del cadalso donde
por el espacio de su vida habían de ser víctimas
del tirano conquistador. Tan enorme peso de des-
24S BERNARDO MONTEAGUDO
gracias desnaturalizó a los americanos hasta ha-
cerlos olvidar que su libertad era imprescripti-
ble: y habituados a la servidumbre se contentaban
con mudar do tiranos sin mudar de tiranía. En
vano de cuando en cuando la naturaleza daba un
grito en medio de la América por boca de algunos
héroes intrépidos: un letargo profundo parecía ser
el estado natural de sus habitantes, y si alguno
hablaba, luego caía sobre su cabeza el homicida
anatema del rey o de sus ministros, y los buenos
deseos de los corazones sensibles doblaban la des-
gracia y la humillación de los demás... Las eda-
des se sucedían, las revoluciones del globo mos-
traban la instabilidad del trono de los déspotas,
y sólo la América parecía estar destinada a ser-
vir de eterno pábulo a la tiranía exaltada, hasta
que presentándose sobre la escena del mundo un
político y feliz guerrero, cuyos triunfos igualan
el número de sus empresas, y a quien con razón
hubiera mirado la ciega gentilidad como al Dios
de las batallas, concibe el gran designio de rege-
nerar a esa nación degradada por la corrupción de
su corte, enervada por las pasiones de sus minis-
tros y reducida por la ignorancia a una estúpida
apatía que no le dejaba acción sino para aniqui-
lar lo que ya había destruido su codicia. Lo con-
sigue por medio de la fuerza combinada con la
persuasión e intrigas de los mismos españoles, j
el león de tan decantada bravura rinde la cerviz
a las armas del emperador. Llegan las primeras
noticias a la América, y al modo que un fenómeno
incalculado pone en entredicho las sensaciones
del filósofo, quedan todos al primer golpe de vista
poseídos de sorpresa, que en los unos produce lue-
go el pavor y en otros la confianza. Los hombres se
preguntan con asombro ríqué hay de nuevo? T
todos buscan el silencio para contestar que pere-
ció la España y se disolvió ya la cadena de nuestra
dependencia. No importa que busqiien todavía el
silencio y la sombra pnrn respirar: en breve serán
todos intrépidos, y sólo temblarán los que antes
infundían terror al humilde americano.
OBRAS POLÍTICAS 249
Así sucedió a poco tiempo: empezó nuestra re-
volución, y en vano los mandatarios de España
ocurrirán con mano trémula y precipitada a em-
puñar la espada contra nosotros: ellos erguían la
cabeza, y juraban apagar con nuestra sangre la
llama que empezaba a arder; pero luego se ponían
pálidos al ver la insuficiencia de sus recursos. La
Plata rasgó el velo ; la Paz presentó el cuadro ;
Quito arrostró los suplicios ; Buenos Aires desplegó
a la faz del mundo su energía y todos los pueblos
juraron sucesivamente vengar la naturaleza ul-
trajada por la tiranía.
Ciudadanos, lie aquí la época de la salud: el
orden inevitable de los sucesos os lia puesto en
disposición de ser libres si queréis serlo: en vues-
tra mano está abrogar el decreto de vuestra escla-
vitud y sancionar vuestra independencia. Sostener
con energía la majestad del pueblo; fomentar la
ilustración, y tales deben ser los objetos de esta
sociedad patriótica, que sin duda tara época en
nuestros anales, si, como j'o lo espero, fija en ellos
los esfuerzos de su celo y amor piiblico. Analice-
mos la importancia de esta materia.
ARTICULO PRIMERO
No habría tiranos si no hubiera esclavos, y si
todos sostuvieran sus derechos, la usurpación sería
imposible. Luego que un pueblo se corrompe pier-
de la energía, porque a la transgresión de sus de-
beres es consiguiente el olvido de sus derechos, y
al que se defrauda lo que se debe a sí propio le es
indiferente el ser defraudado por otro. Cuando
veo a Roma libre producir tantos héroes como ciu-
dadanos, cuando veo al tribuno, al cónsul, al dic-
tador sacrificarse en las calamidades públicas a las
furias infernales por medio de una augusta y te-
rrible ceremonia; cuando veo que el espíritu públi-
co forma el patrimonio de un romano; cuando veo
el pabellón de la repiiblica en toda Italia, en una
parte de la Sicilia, en la España, en las Gallas y
250 BERNARDO MONTEAGÜDO
aun en el África, infiero desde luego que en Roma
no puede haber un usurpador, porque veo que el
pueblo sostiene sus derechos y respeta sus debe-
res; pero cuando veo que cada magistrado es un
concesionario, que sólo el dinero y la intriga ele-
van los pretendientes a las sillas curules, que las
legiones de la República no son ya sino las le-
giones de los proceres, y que los ciudadanos no
tratan sino de hacer un tráfico vergonzoso de sus
derechos, no dudo que se acerca la época de Au-
gusto y el fin de la república.
Un usurpador no es más que un cobarde ase-
sino que sólo se determina al crimen cuando las
circunstancias le aseguran la ejecución y la im-
punidad; teme la sorpresa, y procura prevenir el
descuido: la energía del pueblo lo arredra, y así
espera que llegue á un momento de debilidad o
caiga en la embriaguez febril de sus pasiones: él
conoce que mientras la libertad sea el objeto de
los votos públicos, sus insidias no harán más que
confirmarlas, pero que cuando en las desgracias
comunes cada uno empieza a decir «yo tengo que
cuidar mis intereses», este es el instante en que el
tirano ensaya sus recursos y persuade fácilmente
a un pueblo aletargado que la fuerza es un de-
recho : todas las demás consecuencias proceden
de este principio, pero es imposible que las armas
lo sancionen si la debilidad del pueblo no lo auto-
riza: en vano se presentarán en Atenas treinta ti-
ranos para usurpar la autoridad por la fuerza,
ellos podrán por el espacio de ocho meses hacer
temblar a la virtud y sacrificar 1,500 ciudadanos
privándolos aún de los obsequios fúnebres, pero
mientras los atenienses amen la libertad y el pue-
blo no degenere por la corrupción, Atenas será li-
bre, y no faltará un Tracíbulo que restablezca la
majestad del pueblo. No lo dudemos; mientras
éste sostenga sus derechos, los tiranos harán vanas
tentativas, y donde crean elevar su trono no harán
más que encontrar su sepulcro.
Pero todo pueblo ilustrado, bárbaro, guerrero
o pacífico, virtuoso o corrompido necesita una cau-
OBRAS POLÍTICAS 251
sa que lo mueva y un agente que lo determine: él
se entregaría a impresiones ciegas y desordenadas
en el momento que le faltase un principio deter-
minante de sus acciones: él necesita que los que
mejor conocen sus intereses lo ilustren, y sabe muy
bien que aunque no es fácil se corrompa su cora-
zón, podría vacilar su suerte en los peligros, fluc-
tuar su prosperidad en la paz y ver amenazada su
existencia por la fuerza o la anarquía. Prevenido
de este instinto busca siempre en los conflictos una
mano que lo sostenga y corre con entusiasmo don-
de lo llama el héroe que le ofrece salvarlo: si po-
seído éste del amor a la gloria emprende cosas
grandes, su ejemplo le bace sentir luego hasta qué
grado de fuerza puede elevarse su virtud, y comu-
nicándose a la multitud la energía del individuo
llega a fijar su destino.
Ningún pueblo ha derogado ni puede derogar
sus derechos ; su propensión a la salud pública es
una necesidad que resulta de su organización mo-
ral, y su amor a la independencia es tanto mayor,
cuanto es más íntimo el convencimiento que tiene
de su propia dignidad: él la sostendrá con sus fuer-
zas físicas, si el que dirige su opinión desenvuelve
esta aptitud. Al hombre ilustrado toca este deber,
y sus luces son la medida de los esfuerzos con que
debe contribuir. He aquí como insensiblemente he
venido a fijar la regla que debe formar el espíritu
de una institución que empieza en este memorable
día y llegará a ser en breve el seminario de las
virtudes públicas.
Yo no dudo que si hubiera sido compatible con
el sistema antiguo la existencia de un solo hombre
capaz de hacer conocer a los pueblos de América
su dignidad, el período de la opresión acaso no
hubiera sido más durable que el de la sorpresa que
causó en ellos la irrupción de Hernán Cortés y Pi-
zarro; pero un plan reflexivo de tiranizar fulmi-
naba ya terribles anatemas contra todos los que
tenían alguna influencia en la multitud, y no le
inspiraban ideas de envilecimiento y servidum-
bre, ni le hacían entender que debían mirar como
252 BERNARDO MONTEAGUDO
un don del cielo las cadenas que arrastraba, obe-
decer a la fuerza como a una ley sagrada, respetar
la esclavitud como un deber natural y no conocer
otra voluntad que la de un déspota a quien la pre-
ocupación bacía inviolable. Esta ba sido la causa
que ba perpetuado basta nuestros días el sistema
colonial de la península: los pueblos babían ol-
vidado su dignidad, y ya no juzgaban de sí mismos
sino por las ideas que les inspiraba el opresor.
Confirmada por la experiencia la causa de nues-
tros males es tiempo de repararlos, destruyendo
en los pueblos toda impresión contraria a la in-
violabilidad de sus derecbos. To tengo la compla-
cencia de esperar que la sociedad patriótica con-
traerá todos sus esfuerzos a este objeto, conside-
rándolo como una de sus primordiales obligacio-
nes: ella debe por medio de sus memorias y sesio-
nes literarias grabar en el corazón de todos esta
sublime verdad que anunció la filosofía desde el
trono de la razón ; la soberanía reside sólo en el
pueblo y la autoridad en las leyes: ella debe soste-
ner que la voluntad general es la única fuente de
donde emana la sanción de ésta y el poder de los
magistrados: debe demostrar que la majestad del
pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial
por su naturaleza; que cuando un injusto usurpa-
dor la atrepella y se lisonjea de empuñar un ce-
tro que se resiente de su violencia, y ofrece a
la vista de todo? el proceso abreviado de sus crí-
menes, no bace poner más que un precario entre-
dicho al ejercicio de aquella prerrogativa y para-
lizar la convención social mientras dure la_ fuerza
sin debilitar un punto los principios constitutivos
de la inmunidad civil que caracteriza y distingue
los derecbos del pueblo.
Cuando la América esté firmemente convencida
de estas verdades y olvide esos inveterados errores
que una moral exclusiva y parcial ba convertido
en dogmas inconcusos, ocurriendo a la autoridad
del tiempo en defecto de la sanción de las leyes
para persuadir que la justicia era el apoyo de sus
principios: cuando la América conozca que el
OBRAS POLÍTICAS 253
santo código de la naturaleza es uno e invariable
en cualquier parte donde se multiplica la especie
humana, y que son iguales los derechos del que
habita las costas del Mediterráneo, y del que nace
en las inmediaciones de los Andes: cuando recuer-
de su antigua dignidad, y reflexione que sus origi-
narios legisladores conocieron de tal modo los im-
prescriptibles derechos del hombre, y la naturale-
za de sus convenciones sociales, que considerán-
dose siempre como los primeros ciudadanos del
Estado, y los más inmediatos vasallos de la ley,
no miraban en el pueblo que les obedecía sino la
primera fuente de su autoridad, sin embargo de
que su origen podía hacerles presumir que su mis-
ma cuna les daba derecho al trono: cuando la
América entre a meditar lo que fué en los siglos
de su independencia; lo que ha sido en la época
de su esclavitud, y lo que debe ser en un tiempo
en que la naturaleza trata ya de recobrar sus de-
rechos, entonces deducirá por consecuencia de es-
tas verdades, que siendo la soberanía el fjrimer
derecho de los pueblos, su primera obligación es
sostenerla, y el supremo crimen en que puede in-
currir será, por consiguiente, la tolerancia de su
usurpación. Todo derecho produce un deber relati-
vo de sostenerlo, y la omisión es tanto más culpa-
ble, cuanto es más importante el derecho: cada uno
de los que tengan parte en él es reo delante de los
demás si deja de contribuir a su conservación. Yo
bien sé que los miembros de esta naciente socie-
dad están penetrados de estos principios, y que
su conducta va a formar la mejor apología de
ellos: bien sé que uno de los motivos determinan-
tes d© esta reunión patriótica ha sido analizar y
conocer a fondo las preeminencias del hombre,
los derechos del ciudadano y la majestad del pue-
blo; pero es imposible sostenerla sin ilustrarlo
sobre los principios de donde deriva, sobre la teo-
ría en que se funda y sobre los elementos del có-
digo sagrado de la naturaleza, última sanción de
todos los establecimientos humanos. Pero si el error
y la ignorancia degradan la dignidad del pueblo
254 BERNARDO MONTEAGUDO
disponiéndolo a la servidumbre, la falta de virtu-
des lo conduce a la anarquía, lo acostumbra al
yugo de un déspota perverso, a quien siempre ama
la multitud corrompida; porque la afinidad de sus
costumbres asegura la impunidad de sus crímenes
recíprocos. Nada importaría que desempeñase la
sociedad aquel primer objeto, si prescindiese de
estos dos últimos: el silencio respecto de ellos ba-
ria quimérica toda reforma e inverificable todo
plan ; y las medidas que se adoptasen serían tan
frágiles como sus principios.
AETICULO SEGUNDO
La ignorancia es el origen de todas las desgra-
cias del hombre: sus preocupaciones, su fanatis-
mo y errores, no son sino las inmediatas conse-
cuencias de este principio sin ser por esto las úni-
cas. Yo no pretendo probar que todo píueblo igno-
rante sea precisamente desgraciado; porque en-
cuentro a cada paso en la historia del género hu-
mano ejemplares de varios pueblos que han sido
felices hasta en cierto punto en medio de su misma
barbarie. Tampoco me he propuesto combatir al
ciudadano de Ginebra demostrando que el progre-
so de las ciencias no ha contribuido a corromper
las costumbres, sino antes bien a rectificarlas: de-
jemos a la Academia de Dijon que examine este
problema, mientras la experiencia lo decide sin
necesidad de ocurrir a razonamientos sutiles.
Los sentimientos del corazón son el termómetro
que descubre la infancia o madurez, la debilidad
o el vigor, la rectitud o corrupción de la razón.
Sus progresos en el bien o el mal tienen como to-
das las cosas su principio, su auge y su ruina;
períodos consiguientes a la debilidad de todo ser
limitado que no puede llegar sino por grados al
extremo del vicio o la virtud. Cuando j'o veo a un
pueblo estúpido envuelto en las tinieblas del error,
observo, sin embargo, que nada ha podido sofocar
el instinto que lo arrastra a la felicidad, y que en
OBEAS POLÍTICAS 255
medio de sus inveteradas preocupaciones él tiene
una invencible propensión a mejorar su destino.
Sus mismos errores son una prueba de ello: inca-
paz de conocer el bien o el mal por ignorancia, de-
lira en sus opiniones, confunde sus principios, in-
vierte el orden de sus ideas, respeta sus caprichos,
adopta sistemas extravagantes y llega a poner el
crimen en el rango de las virtudes, lisonjeándose
de haber encontrado la verdad cuando más se ha
alejado de ella. Este es el momento en que eclip-
sadas ya todas las nociones, e incontrastable en
el error, sólo gusta de lo que puede apoyar y per-
petuar sus preocupaciones: entonces se consagra
al fanatismo, porque en él encuentra la sanción
de sus errores: fanático al principio por debilidad
y luego por costumbre adora la obra de su deliran-
te imaginación; mira los prestigios como miste-
rios; su degradación como una virtud heroica, y
el plan de sus pasiones, de sus inepcias y caprichos
viene a ser la moral que reconoce.
He aquí ya un pueblo que para ser esclavo no
necesita sino que se le presente un tirano: igno-
rante, preocupado y fanático él no puede apreciar
la LIBERTAD, porque habituado a sujetar todos sus
juicios a un sofista que mira como oráculo, y limi-
tando el ejercicio de su voluntad a una obediencia
servil, fija su felicidad en poner trabas a sus ideas,
en aislar sus sentimientos y en encadenar sus facul-
tades, como si su destino no fuese otro que abru-
mar su debilidad con un juego voluntario. Tales
son los efectos de la ignorancia, tales sus progre-
sos y resultados. Yo no necesito confirmar mis ra-
zonamientos con ejemplos: si ellos están fundados
en la naturaleza de las cosas, si la historia del
hombre los justifica, excusado sería inculcar so-
bre la conducta de los tiranos, último comproban-
te de lo que he afirmado: excusado sería multipli-
car- reflexiones para probar que la ilustración es
un crimen en su arbitraria legislación: excusado
sería recordar las expresas prohibiciones que nos
sujetaban hasta hoy a una humillante y funesta
ignorancia: excusado sería irritar nuestro furor
266 BERNARDO MONTEAGUDO
al vernos después de tres siglos sin artes, sin cien-
cias, sin comercio, sin agricultura y sin industria ;
no teniendo en esto otro objeto el gobierno de Es-
paña que acostumbrarnos al embrutecimiento para
que olvidásemos nuestros derechos y perdiésemos
hasta el deseo de reclamarlos.
Si la ignorancia es el más firme apoyo del des-
potismo, es imposible destruir éste sin disipar
aquélla: mientras subsista esa madre fecunda de
errores serán puestos en problema los más incon-
trovertibles derechos o se confundirán con los más
perniciosos abusos, resultando no menos funesto
que el trímero. De aquí procede que muchos creen
amar la libertad, cuando sólo buscan el liberti-
naje, olvidando que aquélla no es sino el derecho
de obrar lo que las leyes permiten, como lo de-
muestra un escritor del siglo de Luis XIY. Pro-
penso el hombre a abusar de sus mismas preemi-
nencias se lisonjea siempre de encontrar en ellas
la salvaguardia de sus crímenes, y cree vulnera-
dos sus derechos, cuando se trata de fijarles el tér-
mino moral que los circunscribe, o cuando se le
advierte el precipicio a que conduce su abuso: in-
fatuado por el error atrepella la autoridad de la
razón, y prostituyendo sus derechos los destruye,
y mira como a un opresor al que quiere sujetarlo
en la esfera de sus deberes. Por desgracia, el co-
razón llega a ser cómplice en estos delirios, y en-
tonces la reforma es más difícil, pero todo el mal
procede de un principio. Incierta y vacilante la
razón entre el error y la ignorancia, degeneran
sus ideas, y el bien o el mal causan igiiales impre-
siones en la voluntad, porque el instinto moral que
sigue en sus movimientos, la vicia por su propia
contradicción y la seduce con ambiguos y presti-
giosos impulsos.
Bien sé que otras causas contrarias han produ-
cido muchas veces los mismos efectos ; por desgra-
cia los más saludables remedios que sugiere la
filosofía para curar las enfermedades del género
humano, empeoran su miserable destino, y do-
blan el fardo pesado de sus desgracias cuando se
OBRAS POLÍTICAS 257
quiere derogar la naturaleza de las cosas, en vez
de reparar sus accidentales vicios. La ilustración
es el garante de la felicidad de un Estado; pero
cuando llega a generalizarse en todas sus clases,
cuando el refinamiento de las ideas se sustituye a
la exactitud y solidez; cuando el invariable sis-
tema de la naturaleza es atacado y controvertido
por la osadía seductora de las opiniones de los sa-
bios innovadores, entonces el remedio es peor que
el mal, y si antes las tinieblas ocultaban la ver-
dad, la demasiada luz propagada indiscretamente
deslumbra los ojos de la multitud, y semejante del
que sale de un obscuro recinto a recibir de golpe
las vivas impresiones que comunica el sol en me-
dio de su carrera, confunde la realidad de los ob-
jetos con sus ficticias especulaciones, y corre en
pos de bellezas imaginarias que se alejan de él
cuanto más se empeña, al modo que el término
del horizonte sensible que siempre huye del que
pretende saciar la vista con su inmediación. Quizá
fué esta una de las causas que frustraron en nues-
tros días el plan suspirado de una nación siempre
grande en sus designios. La ilustración era casi
general, y las ideas apuradas por esos genios su-
blimes que desde el reinado de Luis el Grande
preparaban la ruina del último Capeto, habían
conducido los espíritus a un grado de prepotencia
que todos se creían con derecho a ser jefes de par-
tido. Cada uno consideraba la esfera de sus cono-
cimientos más dilatada que la de los demás y el
espíritu exclusivo multiplicaba las facciones a
proporción de los sabios que se sucedían. Pulula-
ban sectas y partidos en todas partes, pero la nu-
lidad e insuficiencia era el carácter de unas y
otras; entonces la desolación y el incendio pusie-
ron término a los progresos del delirio, y pasando
de un extremo a otro elevaron un trono colosal so-
bre las ruinas del que acababan de destruir, olvi-
dando que poco antes juraron un odio eterno y per-
durable a todos los tiranos de la tierra.
Tan funesta ha sido algunas veces la influencia
de la razón exaltada y envanecida por la rapidez
17
258 BERNARDO MONTEAGUDO
de sus progresos: parece que nuestra estirpe está
condenada a ser siempre miserable, ya cuando se
arrastra humildemente en las sombras de la igno-
rancia, ya cuando se sobrepone a los errores y
enarbola con vanidad el pabellón de la filosofía.
A pesar de tan misteriosas contradicciones, es más
vergonzoso que difícil reducir a un solo principio
el origen de esta sucesión de males. La ignoran-
cia degrada al hombre, el error le hace desgra-
ciado, la ilustración llega a extraviarlo cuando
conspira con sus pasiones dominantes a ocultarle
la verdad y conducirlo al precipicio con brillantes
engaños. El corazón humano tiene un odio natu-
ral al vicio y mira con pánico terror las desgra-
cias a que le conduce: pero luego que se le disfra-
za la deformidad de aquél, y se le oculta el tama-
ño natural de éstas, depone sus sentimientos na-
turales y se entrega con insolente complacencia
al nuevo impulso que recibe. La consecuencia de
estos principios es de muy fácil ilación: el error
precipita al ignorante y la corrupción al sabio.
Desgraciado el pueblo donde se aprecia la estupi-
dez, pero aun más desgraciado aquél donde los vi-
cios se toleran como costumbres del siglo (1).
Concluyamos que es preciso ilustrar al pueblo, sin
dejar de formarlo en las costumbres, porque sin
éstas toda reforma es quimérica y los remedios lle-
garán a ser peores que el mismo mal.
Bien sé que si por desgracia son demasiado tar-
díos los progresos del entendimiento humano, no lo
son menos los de sus costumbres. Sólo una buena
legislación auxiliada por la naturaleza del clima,
por la índole de sus habitantes, y por el curso del
tiempo ha podido algunas veces formar un pueblo
más o menos moral y acostumbrado a las impresio-
nes de la virtud. La perfección de esta obra es el
resultado preciso de un complexo de circunstan-
cias casi independiente de los esfuerzos del filó-
sofo. Sin embargo, los preceptos animados del
ejemplo llegan también a usurpar el imperio del
(1) Quaefuerunt vitia mores suní.— Séneca.
OBRAS POLÍTICAS 259
liábito fortificado por el tiempo. No hay empresa
tan ardua que no pueda superarla un valor irri-
tado, firme, prudente y emprendedor. Si por for-
tuna concurren algunos genios cuyo destino pare-
ce ser la reforma de su especie, entonces la ilus-
tración triunfa de los errores y las virtudes de la
corrupción, fundando una armonía entre la fuer-
za del espíritu y el influjo de una voluntad regla-
da. Pero esta siempre fué la obra de muchas fuer-
zas combinadas, porque difícilmente produce co-
sas grandes el hombre aislado: su genio, su carác-
ter, su talento, todo permanece circunscripto al
círculo de sí mismo, y sólo en la unión con sus se-
mejantes descubre lo que es en sí, y lo que puede
influir en ellos. Entonces todos participan de los
deseos, de las luces, de las afecciones, aun de los
trasportes del que se agita por un grande interés:
esta comunicación de ideas será más feliz en sus
efectos cuando sea recíproca en los individuos aso-
ciados, como es justo y honroso esperarlo de esta
naciente sociedad. Todos sus miembros se hallan
penetrados de iguales sentimientos, de iguales de-
seos: su sensible corazón va a desplegar todo su
ardor y su alma se dispone a derramar el entusias-
mo que la inunda, sin que pueda haber un espec-
tador indiferente de la energía que anuncian sus
semblantes. Este va a ser el seminario de la ilus-
tración, el plantel de las costumbres, la escuela
del espíritu público, la academia del patriotismo
y el órgano de comunicación a todas las clases
del pueblo. Las tinieblas de la ignorancia se di-
siparán insensiblemente, se formarán ideas exac-
tas de los derechos del pueblo, de las prerrogati-
vas del hombre y de las preeminencias del ciuda-
dano: las virtudes públicas preservarán el corazón
del pueblo de toda corrupción y no darán lugar
al abuso de su restaurada libertad: todos estos
efectos deben esperarse del ardoroso empeño con
que la sociedad va a consagrar sus desvelos y ta-
reas a ilustrar la opinión pública, y depurarla de
los errores y vicios que inspira la esclavitud.
Ciudadanos congregados por la salud pública:
260 BERNARDO MONTEAGÜDO
he detallado según mis dilatados conocimientos y
acomodándome a la premura del tiempo los otjetos
que deben fijar vuestro celo ; pero sólo mis ardien-
tes deseos podrán ser el suplemento de las faltas
que haya cometido. Bien sé que mis palabras nada
añadirán a vuestra energía: ella sola mudará des-
de hoy el aspecto político de nuestros negocios:
dejad que los peligros se amontonen para abrumar
la existencia de los hombres libres, dejad que la
rivalidad de un pueblo vecino sirva de apoyo a la
ambición de una potencia inerme que obtiene el
último rango entre las naciones ; dejad que el ti-
rano del Perú calcule su engrandecimiento sobre
nuestra ruina. La influencia que desde hoy va a
recibir de vosotros este pueblo inmortal, teatro de
los grandes sucesos, asegurará el éxito feliz de
los fuertes conflictos en que nos vemos. La socie-
dad patriótica salvará la patria con sus aprecia-
bles luces, y si fuese preciso correrá al norte y al
occidente como los atenienses a las llanuras de
Marathón y de Platea, resueltos a convertirse en
cadáveres o tronchar la espada de los tiranos. Ciu-
dadanos, agotad vuestra energía y entusiasmo has-
ta ver la luz patria coronada de laureles y a los
habitantes de la América en pleno goce de su au-
gusta y suspirada independencia.
Declamación
QUE EN LA SESIÓN PÚBLICA DE 29 DE OCTUBRE HIZO EL
CIUDADANO MONTEAGÜDO, PRESIDENTE DE LA SOCIEDAD
PATRIÓTICA.
Yo no pienso, ciudadanos, conmover vuestro do-
lor recordando las heridas de esos intrépidos de-
fensores de la patria cuj'O heroísmo acaba de sor-
prender nuestra esperanza ; ni quiero excitar vues-
tra admiración comparando el orgulloso cálculo
que hacía la confianza de los déspotas, con el feliz
OBRAS POLÍTICAS 261
resultado que han tenido nuestos tímidos deseos.
En el primer caso ofendería vuestra sensibilidad
marchitando los laureles del triunfo con la triste
memoria de la sangre que han costado al vence-
dor: y en el segundo, defraudaría mi principal ob-
jeto, sin añadir expresión alguna que no haya an-
ticipado vuestro propio corazón.
Para evitar ambos escollos, dejemos por ahora
descansar a los ilustres mártires de nuestra inde-
pendencia en el panteón sagrado de la inmortali-
dad y hagamos tregua a la admiración de sus vir-
tudes, para reflexionar sobre los deberes que nos
impone su ejemplo.
Cuando yo veo a los guerreros del Tucumán, in-
sultar al peligro con denuedo, provocar la misma
muerte con valor, abrir, al fin, su sepulcro con
placer y presentarse luego a las legiones enemigas,
más bien con el deseo de morir por la libertad, que
con la esperanza de vencer la tiranía; cuando yo
los veo cubiertos de heridas y de sangre, agonizar
con las armas en las manos, al mismo tiempo que
huían con pavor los alucinados siervos del pro-
tervo Goyeneche; oigo que los últimos suspiros
de cada vencedor moribundo se dirigen a nosotros
proclamando en el mismo sacrificio de su vida la
obligación que nos impone.
¿Y cuál pensáis, ciudadanos, sea el objeto de
una obligación fundada en la propia sangre de
nuestros hermanos y sellada por las tiernas lágri-
mas que os ha causado su muerte? Permitidme
anunciar lo que yo siento, y no culpéis a mi celo,
si antes de consultar vuestros sufragios me lison-
jeo de merecerlos, y de no esforzar mis esperanzas
más allá del término de vuestros deseos.
El grande y augusto deber que nos impone la
memoria de las víctimas sacrificadas el 24 de sep-
tiembre, es declarar y sostener la independencia
de América. He aquí, ciudadanos, el juicio que
he formado sobre el plan que debe nivelar nuestra
conducta, para que ella corresponda a los últimos
votos y esperanzas de esa porción de guerreros
que hoy viven en el imperio de la gloria, después
262 BERNARDO MONTEAGUDO
de haber sacrificado a la patria cnanto habían re-
cibido de la naturaleza. T si sólo el amor sagrado
de la libertad ba podido inspirarles una resolución
tan difícil para el héroe como terrible para el
hombre: si sólo para asegurar nuestro destino y
salvar a la posteridad del peligro de la esclavitud,
han renunciado al dulce patrimonio de la vida,
olvidando el llanto y los gemidos de sus huérfa-
nas familias: si sólo por ver enarbolar el estan-
darte de la independencia, y publicada la consti-
tución que nos asegure el rango a que aspiramos
entre las naciones libres, hemos visto a los defen-
sores del Tucumán presentar una escena capaz de
justificar nuestro orgullo en lo sucesivo y de hu-
millar para siempre la esperanza de los que creen
decidir nuestro destino ¿cómo podemos ver sin
emulación unos ejemplos tan tocantes, y cómo
recordaremos sin entusiasmo, gratitud y ternura
la memoria de unos hombres que, a costa de su
vida, acaban de cerrar la puerta a los peligros
que amenazaban la nuestra?
fiCuál sería al presente nuestra situación, si
cambiada la suerte de las armas, hubiese triunfado
el sangriento pabellón de los tiranos? Ruinas, cadá-
veres y sangre serían quizás el único vestigio por
donde se pudiese hoy conocer el espacio que ocu-
paba en el globo la heroica ciudad del Tucumán;
y acaso el ronco sonido de las cadenas, mezclado
con el eco fiínebre de las lágrimas hubiese ya lle-
gado hasta los confines meridionales de la provin-
cia de Córdoba, poniendo en un amargo conflicto
a las legiones del norte y abrumando el celo de esta
capital con nuevos cuidados y fatigas, capaces de
producir una incertidumbre decisiva.
Entonces la orgullosa Montevideo _ dormiría
tranquilamente dentro de sus muros, insultando
nuestra situación con su mismo letargo: entonces
los enemigos interiores acelerarían el momento de
nuestra desolación, engrosando como lo han he-
cho otras veces la masa de las fuerzas opresoras,
y poniéndonos en la alternativa de dar una escena
de sangre o de dejar abierta una brecha a nuestra
OBRAS POLÍTICAS 263
misma seguridad: entonces la fanática pasión del
miedo encadenaría los esfuerzos de la multitud, y
el conflicto de las opiniones sobre los sucesos de
los males públicos comprometería la suerte de los
más intrépidos: entonces, en fin, cada uno de nos-
otros lloraría haber nacido, y estoy cierto que pre-
feriría las sombras del sepulcro a la terrible ne-
cesidad de acompañar el eco de los tiranos y decir
con ellos muera la patria.
No lo dudéis, mis caros compatriotas: éste hu-
biese sido el preciso resultado de la batalla del Tu-
cumán, y sus bravos defensores no hubieran re-
dimido con su sangre la existencia pública. Los
contrastes se hubieran sucedido unos a otros, y es-
labonándose las desgracias, estaríamos ya en el
caso de temerlas todas.
Cada día con dobles necesidades y menos recur-
sos, con más angustias que esperanzas y sin otro
auxilio que el que debe esperar de sí mismo un
pueblo aislado (J quién de vosotros podría prescin-
cindir de una zozobra mortal, de una inquietud
continua y de una pavorosa expectación de los úl-
timos sucesos? Y si por una especial providencia
del Eterno, las armas de la patria han puesto a
los opresores en la necesidad de rendir la espada,
^; perderemos el fruto de una acción tan gloriosa,
sofocaremos el clamor de la sangre que ha costa-
do y limitaremos nuestra gratitud a una admira-
ción estéril de unos héroes que han muerto por la
libertad? No, ciudadanos, no: el medio más pro-
pio de honrar su memoria, de corresponder a sus
sacrificios y de indemnizar su pérdida, por decirlo
así, es proclamar v sostener la independencia del
Sud. Si éste ha sido el único y gran móvil de los
ilustres guerreros del Tucumán, también es justo
que sea el supremo término de nuestros esfuerzos,
ün abreviado ensayo sobre las tiernas emociones
que acompañaron su iiltima agonía, acabará de
íijar nuestra conducta.
Cuando me traslado a ese terrible y glorioso
campo de batalla, me parece, ciudadanos, que veo
a cada uno de los que expiran, contemplar sus he-
264 BERNARDO MONTEAGUDO
ridas con trasporte y decir en su corazón antes de
entregar el espíritu: ¡olí patria mía! yo no lloro
otra desgracia en este momento que la de no po-
der morir más de una vez en vuestro obsequio ; y
sólo siento que la posteridad, a quien consagro mi
existencia, no utilice acaso la sangre que acabo
de derramar por su salud, desviándose del objeto
que me ha impelido a renunciar la ternura de mi
familia, prevenir un golpe que la naturaleza aun
no quería descargar, y ser víctima de mi propio
celo, antes que la tiranía inmolase mis justas es-
peranzas. ¡ Oh pueblo americano ! ¿ Qué gloria me
resultaría del sacrificio de mi vida, si él no con-
tribuyese a asegurar nuestra libertad? ¿Y cómo
podrías justificaros delante del universo, si des-
pués de haberme impuesto la dura ley de derra-
mar mi sangre, no os aprovechaseis de ella y per-
mitieseis por vuestra indolencia o apatía que mis
cenizas fuesen testigos de la ruina de mi patria y
sirviesen como de trofeo al nuevo déspota que se
exaltase?
Ciudadanos: este fué probablemente el clamor
y el sentimiento de los defensores del Tucumán,
cuando vieron ya la muerte pendiente sobre su
cabeza, y abierto el templo de la fama donde des-
cansarán los héroes de la libertad. Sed sensibles
a una insinuación tan conforme a vuestros intere-
ses, y proclamad a la faz de los tiranos el sufragio
universal de vuestros deseos. Jurad la independen-
cia, sostenedla con vuestra sangre, enarbolad su
pabellón y éstas serán las exequias más dignas de
los mártires del Tucumán.
{El Grito del Sud, noviembre 10 de 1812.)
OBRAS POLÍTICAS 265
Sociedad patriótica literaria
EN LA SESIÓN DE LA NOCHE DEL 12 DE ENEKO DE 1812
DECLAMÓ ASÍ EL CIUDADANO MONTEAGUDO
Ciudadanos: un acontecimiento no menos amar-
go para las almas sensibles, que interesante y li-
sonjero para los impíos opresores de la humani-
dad, ha conmovido las entrañas de mi corazón,
quizá con más vehemencia que si hoy viera ama-
gada nuestra suerte política por esos inevitables
conflictos que prueban muchas veces el heroísmo
o sufrimiento de los pueblos. No sólo el placer
inspira el deseo de doblar su propia existencia
para agotar sus impresiones: el dolor y la desgra-
cia sugieren el mismo anhelo, cuando por mucho
que se apure el sentimiento, no puede correspon-
der a la grandeza del mal que lo produce. Enton-
ces parece que la angustia autoriza todos los re-
cursos del desahogo, y permite interesar en su im-
presión a cuantos deben sentir la influencia de su
causa. He aquí el triste y deplorable motivo que
me determina a daros idea de un suceso que lamen-
tará eternamente la filosofía, mientras hayan co-
razones sensibles que sepan apreciar la dulzura
de las lágrimas.
Yo me estremezco, ciudadanos, cuando veo es-
crito en los anales del pasado un acontecimiento,
que sólo parece posible después de haber sucedido,
obligando aún entonces a dudar, si la primera esce-
na fué un agradable sueño, y si la última sólo ha
sido un melancólico delirio. Pero no, no defrau-
demos los derechos de la angustia, apurando estos
estériles razonamientos del orgullo. ¡ Murió Cara-
cas ! ¡ Ya no existe la confederación de Venezue-
la! y en lugar de los cantos de libertad que ento-
naba ayer, hoy arrastra un luto fúnebre y doloro-
so, que retrata expresivamente la amargura de
un pueblo, que en un abrir y cerrar de ojos paso
366 BERNARDO MONTE AGUDO
de la servidumbre a la libertad y luego de la in-
dependencia a la esclavitud.
¡ Cuan justo es, ciudadanos, llorar el destino
de un pueblo que después de haíjer dado a la Amé-
rica la primera señal de alarma en el glorioso sa-
cudimiento del 19 de abril de 1810, después de
haber dado al mundo un ejemplo de heroísmo, de
virtud y de fraternidad en la augusta sanción del
5 de julio de 1811: después de haber elevado en
31 de diciembre del mismo un eterno monumento
a la filosofía y a la equidad, estableciendo una
constitución capaz por sí sola de justificar nuestro
orgullo y de honrar el genio americano en su mis-
mo rival hemisferio: después de haberse mostrado
grande en sus esfuerzos, admirable en la rapidez
de sus empresas, sabio en la perfección de sus de-
signios, ha desaparecido en un momento del mapa
de las naciones libres y sobre las pavesas de su in-
dependencia, sobre las ruinas de su pabellón, so-
bre la sangre de sus mismos mártires ha vuelto a
erguirse el orgulloso despotismo de los bárbaros
españoles! Pero ^Jcómo ha podido desplomarse el
santo templo de la justicia y prevalecer el crimen
contra la causa de la naturaleza? Yoy a fijar vues-
tra incertidumbre, ciudadanos, aunque ella favo-
rezca en este caso la sensibilidad del corazón.
El día 26 de marzo sufrió Venezuela un horrible
temblor de tierra que amenazó de cerca la exis-
tencia de todo su territorio, y se repitió con espan-
to en la mañana del 4 de abril para mayor cons-
ternación de todos sus infelices moradores. No e?
difícil calcular la influencia de un fenómeno que
por tantas veces ha mudado la faz de la tierra, con-
virtiendo en ruinas solitarias a los más soberbios
monumentos del genio. El pavor que causan en la
multitud estos terribles amagos de la naturaleza,
ha sido también el origen fecundo de todos los
dogmas supersticiosos, inventados por la mayor
parte en los conflictos de una desgracia universal
y fomentados por el interés de los que, por oisri-
mir a los pueblos, llaman siempre en su auxilio
las pasiones sombrías y melancólicas.
OBRAS POLÍTICAS 267
Así ha sucedido recientemente en la desventu-
rada república de Venezuela, después de la ca-
tástrofe del 25 de marzo, en que la insidiosa ra-
bia de los españoles vio ya presagiado el momento
de su execrable triunfo.
Cuando todos los habitantes de Venezuela, que
tuvieron la desgracia de sobrevivir a ese fenómeno
precursor de tantos males, parece que sólo debían
ocuparse del sentimiento que inspira la humani-
dad hacia las víctimas de una desolación común;
cuando el pueblo sorprendido se abandonó a ese
aturdimiento momentáneo, que encadenando to-
das las impresiones, sólo deja en libertad al terror
y ala, congoja, entonces los españoles, embriagados
de ira y de crueldad, toman las armas con despe-
cho, imploran el fanatismo sacerdotal de los ecle-
siásticos antipatrióticos, y éstos profanan los tem-
plos del Eterno anunciando la esclavitud como un
dogma sagrado y atribuyendo los temblores de la
tierra a la justicia suprema altamente ofendida
por un pueblo, cuyo crimen no era otro, que ha-
berse declarado enemigo de la tiranía. Entonces
el prelado de aquella iglesia, ese mismo prelado
que al prestar el juramento de obediencia, dijo
en otro tiempo al Congreso: «Señor, el Estado ve-
nezolano se ha constituido y declarado libre e in-
dependiente de toda otra potencia temporal: él
sólo depende de Dios», y_ luego añadía: «Bajo es-
tos sentimientos de religiosidad y patriotismo, yo
me intereso en la brillantez, esplendor y conserva-
ción de V. M.B. Este mismo prelado, ciudadanos,
olvida entonces que el Estado sólo depende de
Dios, y lejos de interesarse en la conservación de
esa soberanía que él mismo juró, se arma de la su-
perstición para proteger a los usurpadores, y en su
edicto de 1." de agosto de 1812, dado en el sitio
de Narauli, exhorta de este modo a los habitantes
de Venezuela:
«Después, dice, que habéis experimentado loa
horrores de la guerra, los temblores de tierra, la
ruina de vuestros edificios, la muerte de vuestros
hijos, hermanos y amigos, las más sensibles pri-
268 BERNARDO MONTEAGUDO
vaciones, indigencia, hambre y diversas enfer-
medades, no puedo menos que creer, que os halláis
perfectamente convencidos de vuestros pasados ex-
cesos y de que ellos solos han provocado la ira de
Dios y clamado venganza... Dejemos a la impía
filosofía que cante himnos a la libertad. Demos
pruebas de firme y constante obediencia a nuestro
legítimo soberano Fernando VII, a sus Cortes y
Consejo de Regencia y a cada uno de sus minis-
tros.» ¡Oh prelado impostor y perjuro! ^ dónde es-
tá el juramento que hiciste el 5 de julio a la ma-
jestad del pueblo de Caracas? Si entonces encon-
trasteis justicia en su conducta, ¿por qué no la
sostenéis hoy conforme al espíritu del evangelio?
y si conocíais su iniquidad ¿por qué la sancionas-
teis con un sacrilego juramento? Nada hay que ex-
trañar: el Arzobispo de Caracas es español y su
conducta no podía ser diferente de la que han ob-
servado el de Charcas y sus sufragáneos de Salta
y Córdoba: él debía canonizar desde el santuario
la nueva conquista del sanguinario Monteverde,
que con un puñado de secuaces, prevalido de las
consecuencias que causaron los temblores de tie-
rra, auxiliado de la alarma sacerdotal y abusando
de la consternación pública, pudo penetrar desde
el occidente hasta la capital de Venezuela, y en-
cadenar de nuevo los eslabones que había despe-
dazado a costa de la sangre de sus hijos. He alií,
ciudadanos, al pueblo heroico del siglo xix gi-
miendo ya bajo el cetro de bronce, con que los
mandatarios de la antigua España, amenazan ato-
do el continente americano. ¿Cuál será hoy la si-
tuación de aquellos infelices habitantes? ¡ Si habrá
quedado algún espacio libre en los calabozos y
mazmorras! ¡Si aun faltarán cadenas para tanto
desgraciado ! ¡ Si se habrá cansado ya el verdugo
de aumentar los trofeos del despotismo con cadá-
veres de estas tristes víctimas ! ¡ Si habrá una sola
familia para quien el luto no sea en lo sucesivo
un deber hereditario ! ¡ Si habrá sobrevivido un
solo ciudadano que no prefiera sepultar su existen-
cia entre las cenizas de la patria y de sus conciuda-
OBRAS POLÍTICAS 269
danos ! j Ah pueblo de Venezuela ! ¡ Tú ya no exis-
tes ! ¡ Sólo lia quedado tu nombre ! Sólo vive tu
memoria, y para mayor angustia del orbe pensa-
dor, existe la sabia constitución que recibiste de
tus representantes el 31 de diciembre de 1811.
Pueblos que habéis resuelto ser libres de toda
potestad tiránica, abrid los ojos, y aprovechaos
de este triste y doloroso ejemplo: observad que la
tolerancia con los enemigos de la patria, ha sido
la principal causa de la destrucción de Caracas.
Ella alimentaba en su inocente seno un gran núme-
ro de ministros fanáticos, dispuestos siempre a dog-
matizar la tiranía en nombre del Eterno: ella sos-
tenía inmensas legiones auxiliadas de españoles eu-
ropeos que a la primera señal de alarma corrieron
a alistarse bajo los pabellones de Monteverde,
piara llevarlo en triunfo hasta la capital de la re-
pública.
No olvidéis esta interesante lección, y jurad
por la salud de los hovibres libres, vengar con el
exterminio la raza de los opresores de Caracas.
Acordaos que en el primer conflicto cada español
será un soldado que aseste el fusil contra vosotros
y os conduzca quizá hasta el sangriento patíbulo.
Guardaos de creer, ciudadanos, que baste para
nuestra seguridad el hacerlos mudar de domicilio:
no, en todas partes son peligrosos, y mucho más
en esos pueblos que miran el candor como una vir-
tud favorita de la especie humana. Mas tampoco
perdáis de vista que su exterminio sólo os dará
una existencia precaria, si por otra parte no tu-
vieseis un ejército que os asegure el triunfo en
los combates, os salve en los peligros de la fortuna
y ponga en eterno peligro los más osados planes
de la codicia europea: de lo contrario, poco impor-
ta proclamar leyes justas y sabias, si el derecho
del más fuerte ha de ser la líltima sanción de su
equidad. Corred todos a las armas con denuedo,
y creed que la sangre de un ciudadano nunca es
tan preciosa, como cuando se derrama al pie de
los altares de la patria. Entretanto, yo quisiera
que se interesase vuestro celo en tributar a los ma-
í¿70 BERNARDO MONTEAGüDO
nes de Caracas un homenaje digno de su virtud y
de vuestra ternura, decretando un luto público,
así para expiar la infamia de que tantas veces nos
hemos cubierto, vistiéndolo por la muerte del más
despreciable déspota, como para acreditar al uni-
verso la impresión que es capaz de hacer en nues-
tras almas la aciaga y prematura muerte de un
pueblo hermano, de un pueblo amigo, de un pue-
blo ciudadano, de un pueblo libre cuya memoria
lamentamos. Consagremos nuestras lágrimas a
eternizar su nombre y nuestra sangre a castigar
toda la progenie de sus asesinos: lloremos las des-
gracias de nuestros hermanos y cantemos los triun-
fos con que el arbitrio supremo nos conduce al
suspirado fin de la razón y la naturaleza. Seamos
libres o corramos a sepultar nuestras cenizas en
el augusto panteón de los mártires de Venezuela.
(W., enero 19 de 1813.)
ORACIÓN" INAUGURAL
de la sociedad patriótica de lima
Señores:
Hoy hacen cinco años que se dio el primer paso
para libertar al Perú y establecer la sociedad pa-
triótica de Lima, que como todas las instituciones
calculadas por el bien común, jamás se habrían
imaginado, si el Protector del Perú no hubiese
sido antes vencedor en Chacabuco. Una larga se-
rie de deseos felices y de esperanzas frustradas, de
tremendos reveses y de brillantes triunfos, de ho-
ras aciagas para la causa nacional y de días fe-
cundos en consuelos para los corazones patriotas,
ha precedido al desenlace afortunado de los suce-
sos, en fuerza de los cuales el Perú ha vuelto a
gozar de su natural independencia, y nosotros nos
hemos reunido a ofrecer al público las inaprecia-
OBRAS POLÍTICAS 271
bles primicias de la libertad del pensamiento. Los
días en que los hombres ilustrados temían encon-
trarse unos a otros, y en que sus luces eran un
cuerpo de delito siempre existente a los ojos de los
mandatarios españoles; esos días lóbregos y esté-
riles anochecieron ya, y cuantos les sucedan, ha-
llarán nuestra atmósfera libre de esa densa niebla
que la ignorancia esparce, cuando se arma de ella
el despotismo para combatir a la razón.
j Feliz sin duda el momento en que puedo anun-
ciar (como tuve la honra de hacerlo en iguales cir-
cunstancias allá en las márgenes del Plata) que la
sociedad patriótica de Lima está ya instalada; y
aun más feliz si se contempla, que un gobierno
que se halla en la juventud de sus empresas, ha
declarado de un modo solemne que cuidará de sus
progresos. El público está altamente interesado
en ello, y los espera con tal confianza, que ya nos
podemos anticipar a creer, que este será el primer
monumento nacional que se eleve para perpetuar
la memoria de la época en que los peruanos han
vuelto a ser hombres. Sólo resta, señores, que la
sociedad patriótica llene con celo el principal ob-
jeto de su institución, que yo voy a detallar ahora
con sencillez, porque no admite otro lenguaje el
línico argumento que me propongo.
La ilustración es el gran pacificador del univer-
so, y todos los que se interesan por el orden, de-
ben propender a ella como único arbitrio para po-
ner término a la revolución y aprovechar las ven-
tajas que nacen del seno de las calamidades pú-
blicas. He aquí, señores, la extensión natural de
los ensayos y tareas literarias a que debe dedicar
la sociedad sus mayores conatos. Los enormes
crímenes que ofenden a todo el cuerpo político, y
las injurias que atacan los derechos personales: la
sumisión a los caprichos de un vil usurpador, y la
resistencia a los preceptos de la autoridad legíti-
ma: la creencia supersticiosa de principios que
pervierten la moral, y los peligrosos extravíos de
la impiedad; en fin, la miseria de los pueblos, el
despecho de los desgraciados y el mayor número
272 BERNARDO MONTEAGÜDO
de las plagas que afligen al espíritu humano, to-
das nacen de la falta de ilustración, pues que en
su último análisis, casi no hay atentado ni des-
gracia en el mundo que no tenga por causa la igno-
rancia. Por el contrario, las luces dan al hombre
el poder de dominarse a sí mismo y de dominar
en cierto modo a la naturaleza: ellas hacen que
desaparezca ese tremendo fantasma de la casua-
lidad, a que atribuyen, los que no piensan, la
mayor parte de sus males; y descubren un nuevo
teatro en que lo natural es ser feliz, cuando se co-
nocen los obstáculos juntamente con los medios de
vencerlos.
Yo sé bien, señores, que la sociedad patriótica
de Lima empleará toda su fuerza mental para po-
ner a sus compatriotas en posesión del destino de
que pende su prosperidad. Dilatándose la esfera
de sus ideas y haciéndose populares los principios
de una sana filosofía en los diversos ramos que
ella abraza; el amor al orden, a la libertad y a
las leyes se fortificará cada día más, y entonces
podremos esperar, que cuando suene la hora del
último combate contra los enemigos de la inde-
pendencia, se dé también la señal de haber llega-
do al término de la revolución y haber empezado
la época de una paz inalterable.
El apoyo de esta profética esperanza lo encuen-
tro yo, señores, en la naturaleza misma de las co-
sas: entre pocas entidades morales existe una re-
lación más íntima, que entre la ilustración y el
orden público. El hombre que se habitiia a pensar
y que llega a sentir la necesidad de alimentar pro-
gresivamente sus ideas para mejorar su condición,
no es capaz de otra inquietud que de la que caiisa
el deseo ardiente de enriquecer su inteligencia.
Del mismo modo, sólo en el seno de la tranquili-
dad pueden formarse vastos planes y profundas
especulaciones sobre las ciencias y las artes cuyo
progreso transforma y exalta a los pueblos que las
cultivan. Consagrémonos, señores, a difundir la
ilustración en el Nuevo Perú, en el Perú indepen-
diente, pues que este es el primer deber del que
OBRAS POLÍTICAS 273
la tiene y la primera necesidad del que carece de
ella. Acumulemos, por decirlo así, en una sola
masa las luces que poseen los miembros de la so-
ciedad patriótica, y sea este un fondo común para
todos aquellos a quienes estamos unidos por el sa-
grado lazo de un mismo juramento. Por último,
llagamos la guerra a los principios góticos, a las
ideas absurdas, a las máximas serviles; en suma,
a la ignorancia, que es el sinónimo de esclavitud
y de anarquía, las que a su vez son las plagas rúas
terribles de cuantas encerraba esa funesta caja,
que dio Júpiter a la primera mujer que mandó
al mundo cuando en su furor resolvió castigar la
osadía de Prometeo.
Mientras nosotros hacemos esta guerra,^ que
tanto y con tanta razón temen los tiranos, dejemos
que los libertadores del Perú acaben de serlo, ase-
gurando la obra que ban preparado las luces del
siglo y que ellas solas podrán consolidar. Pero no
nos separemos de aquí, señores, sin rendir gra-
cias a los vencedores de Cbacabuco, que en este
memorable día restituyeron la libertad a Cbile y
divisaron con orgullo las orillas del Rimac desde
la cumbre de aquella famosa montaña. ¡Honor
eterno al jefe de los valientes y a cuantos tuvieron
parte en la jornada del 12 de febrero de 1817!
En fin, quiera el que babita en la inmensidad, y
el que ha visto nuestra opresión, aun antes de que
nosotros existiésemos, conceder al pueblo peruano
la absoluta posesión de sus derechos, y que la socie-
dad patriótica de Lima celebre por más de cien si-
glos el aniversario de su instalación, junto con el de
esa gran batalla en cuyo campo quedó trazada la
unión que existirá siempre entre los estados inde-
pendientes del Perú, Chile y Provincias del Pío
de la Plata. Sean todos eternamente libres y feli-
ces, y para que nunca pierdan lo que han recobra-
do, consérvese la memoria de los españoles de ge-
neración en generación, como un preservativo con-
tra la ignorancia, contra la tiranía y contra todas
las miserias que heraos sufrido.
18
LIBRO VI
EPISTOLARIO
(1809-1824)
CARTAS DE MONTEAGUDO
I
Al Dr. José Antonio Medina (^^
Plata, y agosto 27 de 1809.
Estimado primo: El proyecto que anuncié a
usted en mi anónima, se ha frustrado por lo que
dirá a usted el portador. Estoy decidido a mudar-
me a esa, pues este es un Pueblo de puros egoístas
donde el patriotismo se reputa por preocupación;
y así avíseme usted qué ventajas me puede ofrecer
ese país con conceptos a mis ideas y carrera, que
nada más espero para efectuar mi retiro. Lanza
dirá a usted de palabra otras varias cosas, pues he
tratado con el íntimamente. Mandar a su afec-
tísimo primo, paisano y amigo Q. S. M. B.
Dr. José Bernardo Monteagudo.
Señor don José Antonio Medina.
(1) Tomada del libro La Revolución de la Pa^, por Manuel M. Pin-
to, h. (Buenos Aires, Cantielo, 1909). Pág. CCXX del apéndice. El desii-
natario nació en Tucumán el año 1773, según Pinto (op. cit., pág. 254).
Siendo «primo» de Monteagudo, según la carta, esto sería un nuevo in-
dicio sobre la cuna tucumana del autor.— (A', del D.)
278 BERNARDO MONTEAGUDO
II
A PUETRREDÓN
Buenos Aires, 16 de marzo de 1813.
Señor don Martín de Pueyrredón.
San Luis.
Muy señor mío:
No es la amistad la que me obliga a escribir a
usted, sino el sentimiento que inspira la ingra-
titud y mala fe de un hombre que, infiel a sus
principios, se ba hecho digno de execración y de
desprecio. Tiempo ha que sufría en el silencio
de mi corazón la infamia de que usted se propuso
cubrir mi nombre, cuando empeñado por una ne-
gra intriga influyó en mi separación de la asam-
blea pasada, no por otro principio que porque
no podía conciliar mi representación con los inte-
reses de su partido, alegando por pretexto anéc-
dotas ridiculas en orden a la calidad de mis padres,
y aun suponiendo haber visto instrumentos públi-
cos en Charcas relativos al origen de mi madre.
No trato de impugnar esta impostura escrita en
los libros de acuerdo por empeño de usted, así
porque desprecio la prueba que de ella se deduce,
como porque usted mejor que nadie debe saber
la consideración política que merecía yo en el
Perú, y el alto aprecio que hacían de mi persona
todas las gentes, acreditado con actos piíblicos y
repetidos. Yo no hago alarde de contar entre mis
mayores títulos de nobleza adquiridos por la in-
triga y acaso por el crimen; pero me lisonjeo de
tener unos padres penetrados de honor, educados
en el amor del trabajo y decentes sin ser nobles.
Si usted los ha graduado indignos de aquella cali-
dad, acaso es porque, como buen republicano,
ama las cruces, prefiere los títulos y decanta una
OBEAS POLÍTICAS 279
nobleza que le hace poco honor. Pero aun conce-
diéndosela, y suponiendo inferior mi origen, yo
podría lisonjearme de ser más digno del aprecio
de los hombres, que un noble infiel a sus amigos,
ingrato a su patria, hipócrita por costumbre, vicio-
so por complexión e incapaz de ser virtuoso sino
en la apariencia. Si usted fuese sensible a la buena,
fe, la memoria de los tiempos pasados debería
cubrirlo de rubor, al comparar la conducta que ha
observado en distintas épocas con Castelli, con-
migo, y con todos aquellos que alucinados por
una falsa opinión, elevaron a usted hasta el go-
bierno mismo.
En fin, mi objeto" sólo es hacerle ver su incon-
secuencia y falso carácter. Usted me ha infamado,
es decir, ha querido infamarme, y quizá lo ha con-
seguido en el concepto de algunos aturdidos, pero
yo estoy persuadido con el joven Mario, que la
naturaleza es igual en todos los hombres, y que
sólo el más magnánimo es el más noble. Entre-
tanto, avergüéncese usted si aun es sensible a las
impresiones. El honor, por la inconsecuencia de su
conducta, por la ingratitud de su corazón y por
la ridiculez de los medios que puso en obra para
atacar mi opinión, olvidando la amistad que tantas
veces me había protestado y los principios de
buena fe, de honor y probidad que constituyen
al que es verdaderamente noble y magnánimo.
Recuerdo a usted, por último, que el que no es
buen amigo no puede ser buen ciudadano ; a pesar
de todo, yo soy el mismo que siempre, y deseo con
la más tierna sinceridad sea usted tan feliz como
su afecto
Monte AGUDO.
Advierto a usted que no quedo con copia de esta
carta (2).
(2) Esta carta ha sido tomada del Archivo de Pueyrredón, editado
por el Museo Mitre (t. III. pág. 123). Como en el caso del incidente con
Guido, me ha parecido que en éste debía dar también la respuesta de
Pueyrredón, que dice así: «San Luis, 25 de marzo de 1813.— Señor Ber-
nardo Monteagudo. — Muy señor mío : Quedo en extremo reconocido a
280 BEENARDO MONTEAGUDO
III
Al diputado don Tomás Guido ^^^
Santiago, agosto 6 de 1818.
La noche anterior a su partida lo busqué dos
veces, y se me dijo estaba usted ocupado : al día
siguiente le escribí una carta que no llegó en
tiempo. Mi objeto en ambas diligencias fué ter-
minar las explicaciones en que entramos la noche
del 2. Quisiera olvidar para siempre aquel pasaje,
y sacrificar mi amor propio que usted sabe hasta
qué grado fué herido, antes que dar una trascen-
dencia peligrosa a este suceso. Nuestras recípro-
cas circunstancias tienen un enlace con las del
las honras que usted me prodiga en su carta del 16; aunque, hablando
con los sentimientos míos propios y no con los del joven Mario, yo
protesto que habría sido más generoso coa usted, cambiadas situacio-
nes. No creo que es según la escuela en que a mi me educaron, propio
de la magnanimidad, de que usted hace ostentación, el insultar a quien
no puede defenderse; pero es verdad que, como yo no aprendí más que
gramática para hablar y lógica para raciocinar, no he podido adquirir
lo sublime de las ciencias. Si usted tiene quejas de mi, habrá tal vez
ocasión en que pueda yo satisfacerlas; ya que usted noapro^echó la tan
oportuna que le ofrecí la última mañana que nos hablamos en la plaza
de la Victoria; y entretanto, déjeme usted vivir en la execración y el
desprecio a que me condena, contentándose con saborear su feliz
suerte. También agradezco a usted la tierna sinceridad con que con-
cluye, deseando que sea tan feliz como usted, su afecto, Pueyrredón. —
P. D. — No sienta usted no haber guardado copia de su preciosa carta,
porque hombres como yo, no hacen uso que no sea digno de tales ins-
trumentos, a menos que no sea para repetirse el placer de contemplar a
menudo el fruto de su generosidad». — {N. del D.)
(S) La siguiente carta se halla fechada en Santiago de Chile. Damos
también la respuesta de Guido, porque ella completa el gesto caballe-
resco de ambos patricios. Estas dos piezas fueron publicadas por el hijo
de uno délos protagonistas — don Carlos Guido y Spano, — quien ha ex-
plicado en una nota de su Vindicación histórica (pág. 138) el origen de
este incidente, probablemente de acuerdo con alguna tradición domés-
tica. Don Tomás Guido habriase pasado a brindar en un banquete;
todos los comensales se habrían puesto de pie, menos Monteagudo;
Guido habría sentido ajada su representación oficial por esa actitud,
que juzgó intencionada y desdeñosa, y de ahí habría sobrevenido, des-
pués de la fíesta, una violenta provocación de Guido a Monteagudo. —
(N. del D.)
OBRAS POLÍTICAS 281
país : de hombre a hombre, teníamos derecho a
terminar aquella diferencia en un campo secreto ;
pero la muerte de usted o la mía no habría sido
un mal aislado : ya esto pasó, y sin que me ani-
men otros principios que los que deben animar
a todo hombre que conoce lo que se le debe, y
hasta donde lleg'an sus propias obligaciones, deseo
saber si usted mira aquel pasaje como un mero
paréntesis a nuestra buena inteligencia, y si se
halla tan dispuesto como yo a mostrar los senti-
mientos que no han debido interrumpirse y que
un discernimiento sincero exige se restablezcan.
Quedo de usted su atento servidor.
Monte AGUDO.
Santa Rosa de los Andes, agosto 10 de 1818.
Siento no se me hubiese avisado la noche que
usted me anuncia estuvo a verme antes de mi
partida, puesto que usted deseaba terminar las
explicaciones en que entramos la noche del 2, y
mucho más siento que la intolerancia de usted
hubiese comprometido mi amor propio, mis res-
petos públicos, hasta verme obligado a exigir con
la espada lo que usted me negaba en buena amis-
tad e inteligencia, y lo que no podía renunciar
sin hacerme indigno de alternar en una decente
sociedad. Si usted conoce que nuestras recíprocas
circunstancias tienen un enlace con las del país,
creo que esto mismo debió prevenir el juicio de
usted para comparar y no rebajar en público las
consideraciones que respectivamente me tocan. En
fin, un discernimiento prudente descubrirá a usted
si fui a no agraviado en aquella ocasión ; pero
ya que usted quiere se restablezcan los sentimien-
tos que nunca procuré interrumpir, yo olvidaré
también los motivos de tan desagradable ocurren-
cia, ofreciendo desde ahora la misma disposición
que usted muestra con la sinceridad con que queda
de usted su atento servidor.
Tomás Guido.
382 BEENAKDO MONTEAGUDO
lY
A O'HlGGINS T A GaECÍA<*>
1
Guardia, 26 de marzo de 1818.
Señor don Bernardo O'Higgins,
Amigo y muy señor mío :
Después de haber sido testip^o de nuestro con-
traste, llegué a Santiago, y en el conflicto de
noticias adversas que por momentos se recibían,
al paso que ignoraba la suerte de ustedes, resolví
salir para, Mendoza, tanto con la idea de^ aguardar
a aquel gobernador^ en el estado difícil en que
debe bailarse, sugiriéndole algunas medidas que
nacen de nuestras circunstancias, como para espe-
rar noticias más exactas sobre nuestra situación.
Sigo mi marcha y recién esta tarde be sabido el
arribo de usted a esa : espero tenga usted la bondad
de comunicarme sus órdenes a Mendoza, de donde
regresaré sin pérdida de tiempo, si las probabili-
dades igualan nuestros riesgos, y si usted cree
titiles mis servicios. Deseo mostrar toda la energía
de mi carácter, pero con fruto y todo bajo la admi-
nistración de usted. No hay tiempo para más; re-
pito que en Mendoza indicaré cuanto las circuns-
tancias exigen.
De usted su afectísimo y atento servidor.
Monte AGUDO.
MS.
(4) Las piezas siguientes han sido tomadas del Archivo de San Mar-
tin (Museo Mitre, t. VD. Algunas de estas cartas habían sido antes pu-
blicadas por Iñíguez Vicuña en su Vida de Monteagudo (Santiago de
Chile, 1865), y trascriptas por Pelliza en su libro. Pero esta edición del
Musco Mitre es más fiel y correcta.— (iV. del D.)
OBRAS POLÍTICAS 283
2
San Luis, noviembre 5 de 1818.
Señor don Bernardo O'Higgins.
Mi estimado amig-o y señor:
'Antes de ayer llegué a ésta, después de un viaje
largo y extremadamente penoso. En TJspallata
encontré una orden para pasar a San Juan por el
camino despoblado y creí que éste fuese mi des-
tino; pero de allí me hicieron venir aquí bajo mi
palabra, donde debo permanecer basta segunda
orden. IJsted conoce bien las causas de mi actual
desgracia, yo contaba que sirviendo con celo al
país bajo la protección de usted, estaría seguro
del influjo de mis enemigos ; pero mi esperanza ha
sido vana: la fatalidad de los tiempos quiere que
no haya ninguna garantía, para quien tiene ene-
migos poderosos. Dejemos ésto a un lado y veamos
si se puede remediar aquel mal. Conozco bastante
el corazón de usted y su sinceridad; esto me hace
esperar que ya que no puedo evitar mi separación
de ese país, hará que se corte la cadena de vicisi-
tudes que me persigue. Yo no encuentro mejor
medio para ésto que salir de América aunque sea
con una comisión subalterna para Europa o Es-
tados Unidos, por Buenos Aires o por Chile. La
política de dar estas comisiones a personas que por
los accidentes del tiempo no pueden ejercitar su
celo, ha sido adoptada desde el principio a ejemplo
de otras partes, de Moreno, Rivadavia y otras.
Acaba de destinarse para Francia al canónigo
Gómez, comprendido también en la jornada del
15 de abril del año 15. Es indudable que el estado
de la revolución exige imperiosamente tener agen-
tes diplomáticos en las cortes extranjeras y sólo
Chile no los tiene. Buenos Aires tiene uno en el
Brasil, dos en Europa, incluso Gómez, y un cónsul
en los Estados Unidos. To iría gustoso a cual-
284 BERNARDO MONTEAGUDO
quiera parte de éstas, y por lo que hace a sueldo,
lo necesario para suíbsistir con decencia me bas-
taría, pues los pocos conocimientos que tengo, me
proporcionarían ahorros de consecuencia. Sin di-
simulo creo, que no sería inútil mi viaje, de paso
que por este medio podría desplegar todo mi celo
sin temor de excitar rivales, ni herir las pasiones
de otros. Si contra mis esperanzas usted encontrase
dificultades insuperables para que obtuviese una
comisión por Chile, que es principalmente mi
deseo, porque quiero pertenecer a ese país: en
este caso ruego a usted con el mismo encarecimien-
to se interese con Pueyn^edón para que me destine
de secretario de alguno de los agentes en Europa,
pues a. más de ser preciso un auxiliar^ esto mismo
da más importancia a la comisión. De contado
para uno y otro caso, es de necesidad que usted se
interese fuertemente con Pueyrredón, yo sé que si
usted lo hace, lo conseguirá. Respecto de mi per-
sona, no carezco de justicia a esta pretensión ; yo
he trabajado por la causa constantemente, desde
el principio por ella estoy en compromisos que me
han atraído enemigos, no siendo pocos los que
me han resultado del dictamen que di en la causa
de Mendoza. ^; Será posible que se me abandone
a ellos, cuando puedo servir y salvar de tanto
escollo al mismo tiempo? Haga usted este servicio
a un patriota y a un amigo suyo que sólo siente
no haber dado más pruebas de ello. Usted disi-
mulará el que le ruege que a vuelta de correo
escriba a Pueyrredón; según el partido que adop-
te de estos dos que he indicado, sirviéndose avi-
sármelo para apurar mis resortes según lo que
usted me diga. Entretanto permanezco aquí su-
friendo las miserias de este país, propio sólo para
los prisioneros de guerra : sin embargo mi ánimo
es superior a todo, y me sostiene la esperanza de
la protección de usted. El día siguiente a mi lle-
gada me sorprendió la visita de Ordóñez y Primo
de Rivera : éstos y los demás, se han dedicado a
cultivar una huerta para entretenerse en este de-
OBRAS POLÍTICAS 285
sierto: hablan ya de nuestras cosas con tal consi-
deración que toca en respeto.
Adiós, mi buen amigo, sea usted feliz y tenga
toda la prosperidad que le desea su afectísimo y
agradecido servidor.
Monte AGUDO.
P. S. — Expresiones a las señoras y a Irisarri.
MS.
San Luis, 23 de enero de 1819.
Señor don Bernardo O'Higgins.
Amigo y señor:
Los tres meses que lian corrido desde mi salida
de esa, me hacen conocer que nada debo yo esperar
capaz de mejorar mi situación, y quedo abandona-
do a mí mismo. He tenido la honra de escribir
a usted varias veces, pero considero que sus bue-
nos deseos, no han bastado para corresponder a
los míos, a pesar de lo que Irisarri me hizo espe-
rar, cuando pasó por ésta. Acuérdese usted de un
desgraciado que lo estima y que se había propuesto
servirlo con el mayor celo. Bien presto celebrarán
ustedes el primer aniversario de la independencia
de Chile; yo desde este destierro me acordaré
con placer de la suerte que me cupo de tirar la acta
de aquel día. ¡ Qué distante estaba entonces de
verme hoy aquí ! Persuádase usted que, feliz o des-
graciado, serán invariables hacia usted los sen-
timientos de su afectísimo amigo y servidor.
Monte AGUDO.
Don Ambrosio Rodríguez va a salir preso a
Mendoza por resultar complicado por las declara-
286 BERNARDO MONTEAGÜDO
clones que aquí se le lian tomado, en los asuntos
de San Juan.
VaU.
MS.
Mendoza, 20 de noviembre de 1819.
Señor don Bernardo O'Higgins.
Mi amig-o y señor :
Desde mi salida de Chile no he tenido el gusto
de recibir carta suya, sin embargo de que yo he
repetido las mías algunas veces. Pero sé por varios
amigos, que usted ha tenido la bondad de escri-
birme y hacer memorias de mí.
Debo al general San Martín la obligación de
haberme permitido venir aquí, y estar de auditor
interino de la división. Ojalá tenga el placer de
volver a ver a usted y acreditarle que mis senti-
mientos hacia su persona son sinceros e invaria-
bles. Me ocupo en trabajar un extracto de la
causa de los Carrera, pues el que se publicó en
Buenos Aires fué una sátira contra nosotros.
Ruego a usted acepte la sinceridad y distingui-
da consideración con que soy su afectísimo amigo.
MONTEAGUDO.
Expresiones a las señoras.
MS.
5
Hacienda de Retes, 4 de enero de 1821.
Señor don Bernardo O^Higgins.
Mi buen amigo :
Tuve el gusto de recibir su apreciable de 21 de
noviembre, por la cual y otras posteriores que
hemos recibido veo el conflicto en que puso Bena-
ÜBEAS POLÍTICAS 287
vídez a ese país y el triunfo obtenido sobre aquel
malvado. Ya nos tiene usted en Chancay y nues-
tras avanzadas a 7 leguas de... Esto me parece cosa
de encantamiento cuando me acuerdo de la fuerza
con que salimos de esa. En mi concepto, no pasan
tres días sin que recibamos noticias del suceso de
Tru.iiUo, ya marchó Olazábal por orden de Torre
Tagle desde Nepeña para auxiliar su combinación.
Nuestra fuerza actual es inferior a la de Pezuela,
y si él la aumenta con la d© Ramírez o Eicafort,
nosotros también recibiremos dentro de un mes
cerca de 2000 o más hombres sobre los que tene-
mos. La maldita imprenta me da infinito que
hacer : se ha descompuesto los días pasados con las
continuas mudanzas y no puedo publicar ni la cen-
tésima parte de lo que ocurre. Lo siento en extre-
mo porque e.s preciso confesar que hasta aquí todo
se ha hecho con la pluma y que ésta sola ha podido
poner la opinión en el estado en que se halla. Va
la propuesta del general para el empleo de auditor
del ejército como usted se sirve prevenirme en su
estimable. Nada me lisonjeará tanto al fin de la
campaña como haber cumplido los deberes de las
comisiones que tengo. Incluyo a usted los estados
5 y 6 que no se han publicado aun aquí y por ca-
sualidad tenía esos ejemplares ; los restantes con
el número 7 y 8 están a bordo de la Peruana y
no han venido. El yankee Downes ha obrado como
siempre esperé de él ; usted lo verá por la comuni-
cación oficial que va sobre esto. Mucho convendría
establecer una corte de almirantazgo aunque fuese
con facultades limitadas, pues los neutrales nos
ponen en mil embarazos y no nos atrevemos a
tomar parte en estos negocios. Establecido el go-
bierno del Perú se allanarán sin tropiezo estas
dudas, pero entretanto es necesario que se orga-
nice un tribunal por la autoridad de ese gobierno.
Usted sabe que me intereso ardientemente por su
felicidad y que siempre seré su afectísimo y reco-
nocido amigo.
MONTEAGUDO.
MS.
288 BERNARDO MONTEAGUDO
Huaura, 14 de marzo de 1821 (5).
Señor don Bernardo O^Higgins.
Mi estimado general y amigo:
Usted verá por cuanto le comunica el oficio la
marcha lenta que ha tomado la campaña debido
al rigor de la estación, las muchas enfermedades
y la imposibilidad de buscar al enemigo en sus
posiciones o emprender otra cosa decisiva por
ahora. Lo peor es que la Sema obra con más acti-
vidad y método que Pezuela y que se para poco
en los obstáculos; así es que la confianza de los
españoles se ha reanimado mucho. Cada día es
más sensible que no pueda hacerse en esa una ex-
pedición a Arequipa. Cualquiera asomo de fuerza
por allá nos proporcionaría mil ventajas. Nos ha
llegado a Huacho la emprendedora de Huanchaco
con 355 hombres de tropa entre una compañía
suelta de Numancia que estaba en Trujillo y el
escuadrón de dragones de Lambayeque. Trae al-
gún dinero y otros efectos para el ejército. No hay
cómo elogiar a Torre Tagle: es el único que nos
hace grandes servicios con nobleza de ánimo.
Murillo y sus infelices compañeros fueron fusi-
lados tres días después de su llegada : aquél dejó
una carta que incluyo en copia. Mando a usted los
papeles que se han impreso últimamente. Qué
bueno sería nos viniese un par de impresores,
pues si López se enferma, de nada nos sirve el
pliego y medio de letra que hemos comprado. El
general me encarga haga allí esta observación
porque si no cesa mi departamento de zapa. Ase-
(5) Esta misma carta— una de las más interesantes,— fué editada por
Fregeiro en su Monteagudo, con fecha «4 de marzo» en lugar de 14 como
figura en el Museo Mitre.- (N. del D.)
OBRAS POLÍTICAS 289
^uro a usted como siempre que soy y seré su más
reconocido y afecto amigo.
B. MONTEAGÜDO.
Aunque ha ido por duplicado la propuesta que
usted me indica con otras, no ha venido el despa-
cho que ruego a usted lo recuerde al general
Zenteno.
MS.
Huaura, 19 de marzo de 1821.
Eúscelentisimo señor don Bernardo O'Higgins.
Mi estimado general y amigo :
Salió el Pacífico para el Callao y por varios
accidentes regresó y vuelve a emprender su viaje.
En este intermedio he recibido los despachos que
usted ha tenido la bondad de mandarme expender,
por los que doy las más expresivas gracias, por
cuanto ellos me proporcionan motivos para acre-
ditar al menos los deseos de ser útil. Incluyo los
boletines hasta esta fecha ; antes había remitido
a usted los impresos que teníamos y con verdad
que poco queda que decir, pues la estación no
permite obrar activamente. Nada tenemos con qué
entretener por ahora nuestras esperanzas, sino es
con los resultados de la expedición que ha ido en
la escuadra; a más de las travesuras de Lord
Cochrane, Miller los pondrá a pasto con desembar-
cos continuos entre Pisco y Lima, cortándoles los
recursos del sur y obligándoles a diseminar las
fuerzas. Lleva 400 infantes escogidos de todo el
ejército y 100 caballos. En el estado actual, y
discurriendo por un orden regular, debemos espe-
rar grandes sucesos para mayo. ¡ Ojalá correspon-
dan a nuestros deseos! Crea usted mi buen amigo
19
290 BERÑAEDO MONTEAGUDO
en la sincera gratitud y constante aprecio de su
afectísimo servidor.
Monte AGUDO.
MS.
Huaura, 6 de abril de 1821.
Excelentísimo señor don Bernardo O'Higgins.
Mi estimado g-eneral y amigo :
Por el prospecto que incluyo verá usted la adi-
ción que han recibido mis tareas; decidido a que
esta, sea la última época de mi vida revolucionaria,
voy a trabajar cuanto pueda; así es que no tengo
tiempo para nada. La adquisición de la goleta Sa-
crametito de que se habla de oficio es inapreciable :
por ella descubriremos los planes de La Serna, a
más de la calidad del buque tan conocido por sus
pies. Desde hoy en adelante cada día traerá algu-
nos sucesos pues todo exige empezar a obrar.
Persuádase usted que mi gratitud será siempre
igual al sincero afecto con que soy su atento ser-
vidor y amigo,
B. Monte AGUDO.
MS.
Lima, 12 de agosto de 1821.
Señor don Bernardo O'Higgins.
Mi amado amigo:
Tengo el placer de contestar desde aquí a su
última del 4 de .junio; al fin llegamos al término
de nuestros sacrificios; doy a usted mil enhora-
buenas, por la, parte principal que ha tenido en
esta empresa. Ofrezco a usted el nuevo destino que
OBEAS POLÍTICAS 291
por ahora me ha cabido en el gobierno protectoral ;
yo no me felicitaré do él, sino cuando haya visto
que he merecido bien de la patria; usted se hará
cargo del inmenso peso que gravita sobre nosotros,
este es un caos, y hasta, que se arregle, nuestro
trabajo será doble.
Hoy me veo en crueles apuros porque García
sigue enfermo y despacho ambos ministerios. Los
papeles públicos instruirán a usted de todo. En
especial no basta decirle que por cartas intercep-
tadas, que hoy mismo he descifrado, ni Canterac
sabe el paradero de La Serna, ni éste el de Can-
terac. Un mes más de sitio decidirá la suerte del
Callao.
Adiós, mi buen amigo, reciba usted el afecto y
sinceridad de su obligado,
B. MONTEAGUDO.
MS.
10
Lima, 12 de septiembre de 1821.
Señor don Bernardo O'Higgins.
Muy buen amigo:
Dispense usted que por las graves circunstancias
en que estamos no le escribo más largo. Me refiero
a la nota de oficio que dirijo a Zenteno. Acabo de
venir del campamento y salían cuatro escuadro-
nes y 500 infantes a probar si los enemigos quieren
vernos las caras. Estamos en esta ansiedad que
espero saldremos en breve, pues los enemigos no
pueden menos que salir adelante. Ojalá tenga
luego que anunciar una victoria.
Su afectísimo amigo,
B. Monte AGUDO.
MS.
292 BERNARDO MONTEAGUDO
11
Lima, 4 de noviembre de 1821.
Señor don Bernardo O^Higgins.
Mi muy amado amigo :
Cada día considero a usted más lleno de satis-
facciones al ver casi aseg-urada la suerte de Chile,
de todos los ataques exteriores, no menos que de
las empresas anarquistas. La Serna sigue en Hua-
nacayo y su ejército en Jauja; por un oficial que
ha venido de Arequipa sahemos que su plan, según
las órdenes que ha dado, es reunir de todo el Perú
4000 o 5000 hombres, pero ya es tarde para que sus
proyectos sean felices. El protector ha salido al
campo por enfermo y estando García enfermo tam-
bién, tengo que ir diariamente al despacho con
gran aumento de ocupación. El despacho de ca-
pitán general del Perú se lo remitiré a usted con
el diploma de fundador de la Orden del Sol. Mando
a usted esos papeles del maldito Rico para que
por ellos vea el estado de aquellos miserables.
Adiós, mi amado amigo, lo es y será eterna-
mente suyo,
B. MoNTEAGUDO.
Mis respetos a las señoras.
MS.
12
Lima, 20 de abril de 1822.
Señor don J . García.
Mi amigo:
La carta de usted a que contesto, hago un es-
fuerzo para dirigirle ésta. Tristán fué completa-
mente dispersado en lea el 7 de éste. Aldunate
OBRAS POLÍTICAS 293
quedó prisionero. Ponderada se cree muerto y los
demás jefes han salvado. Esta pérdida lia reani-
mado el espíritu de empresa ; yo no la siento con
relación a la causa, sino a los individuos que han
perecido. Hoy se asegura que han abandonado a
lea, y fusilado a algunos de nuestros prisioneros :
tanto mejor en el mismo punto de vista. A pesar
de esto nuestras operaciones no empezarán hasta
de aquí un mes, y creo será con ventaja. La opi-
nión se mantiene como usted la dejó y aun se ha
ganado más en todo. Los españoles exigen seve-
ridad por su osadía. Se les acaba de sacar 120,000
pesos en plata. Los departamentos están tranqui-
los, después que en Corongo (Huaylas), pudo sofo-
car Rivadeneyra a una insurrección a favor do
los españoles. Cabero iba a salir en la Empren-
dedora, pero para ahorrar 5500 pesos que impor-
taba su pasaje y para mayor decoro, se ha dis-
puesto vaya en un lauque de guerra. De Guayaquil
nada sabemos ; sigue en indecisión hecho el jugue-
te de cuantos pueden más que él. Necocnea y
Martínez han ofrecido sus servicios, si hay peli-
gro; los del primero quizá se acepten.
Eternamente será su mejor amigo,
MONTEAGUDO.
He escrito a usted por el cabo de Buenos Aires.
MS.
13
G., 27 de septiembre de 1823 (6).
Señot don Bernardo O'Higgins.
Mi estimado amigo :
Quiero aprovechar esta oportunidad para felici-
tarle por su arribo a Lima, donde al menos estará
(6) Desde Guayaquil.— (JV. del D.)
294 BERNARDO MONTEAGUDO
usted libre de los disgustos anteriores y de la
vista de los ingratos. Yo me hallo aquí sin saber si
iré para el sur o para el norte, esperando órdenes
del libertador.
Donde quiera que se me proporcione volver a
abrazar a usted tendrá la mayor satisfacción su
antiguo y sincero amigo,
B. Monte AGUDO.
MS.
A Bolívar y a Sucre (^
1
Guaranda, julio 5 de 1823.
Excelentísimo señor Simón Bolívar.
Mi amado general :
Aunque llegué aquí en una sola jornada desde
Ambato, nada be adelantado, pues apenas podré
salir mañana por falta de muías.
El señor O'Leary me ha dado muchos porme-
nores del Perú, y todos confirman las opiniones
que tengo de los sucesos y de las personas que
figuran en ellos. Sé que vienen dos Diputados del
Congreso cerca de usted, y por lo que valga, me
tomo la libertad de indicar a usted, una idea, que
quizá encuentre su aprobación.
Creo que convendría que el Gobierno y el Con-
greso pasasen a instalarse en Intermedios, en vez
de venir a Trujillo. Esto concentraría y sostendría
la opinión de los pueblos del alto Perú y la del
Ejército, serviría de algún freno a Santa Cruz,
(7) Las cartas siguientes han sido tomadas de las Memorias de O'Lea-
ry, cuyo ejemplar nos fué gentilmente franqueado por el señor Cle-
mente L. Fregeiro.— (A^. del D.)
OBRAS POLÍTICAS 295
estaría más en contacto con el Gobierno de Cliile
para neo^ociar todos los auxilios que puede dar
aquel país, y en fin, se evitaría el inconvenien-
te de que se le antoje a Canterac destacar 500
hombres contra Trujillo por la provincia de Huai-
las, y exponer el Clongreso al ridículo de emigrar
segunda vez.
Además, la navegación de Intermedios a cual-
quier punto del Norte, ofrece una ventaja de gran
consideración, que no tendría el gobierno, si se
estableciese en Trujillo. En el Callao, creo que
no debe quedar sino un buen jefe con 800 o 1,000
hombres, y salir de allí todo lo que tenga aire de
gobierno. Muchas más razones me ocurren, que
es imposible detallar en una carta ; pero usted pe-
netrará más de lo que yo puedo decir en dos
pliegos.
Adiós, mi general, yo deseo tener cuanto antes
el gusto de volver a verle, y ratificarle mil veces
los sentimientos con que soy su afectísimo y obli-
gado servidor.
B. Monte AGUDO.
Guayaquil, septiembre 5 de 1823.
ExcelentisÍ7no señor Simón Bolívar.
Mi amado general :
Ante todas cosas, celebro el buen arribo de usted
a esa, y no sólo por lo que únicamente escriben
de Lima, sino porque no hay probabilidad que no
esté en su favor : creo que usted salvará del nau-
fragio ese país, y que por su influjo cesarán de
obrar en contradicción los elementos que hay en él.
Quedo enterado de las causas que usted ha
tenido para mandar que suspenda mi viaje. No me
atrevo a discurrir sobre el tratado de Buenos Aires
y su trascendencia, porque tengo pocos datos para
ello, y porque cuando usted reciba ésta, podrán
296 BEENAEDO MONTEAGÜDO
ser tales las variaciones ocurridas, que nada valie-
sen mis reflexiones, aun cuando por ahora fue-
sen muy justas. Así me limito desde hoy a esperar
la resolución de usted para de un modo o de otro
salir de esta maldita estufa, donde por mi elección,
jamás viviría una hora. Mi suerte está abando-
nada a usted, mientras esto se decida ; y feliz-
mente creo que antes de pocos días veré el rumbo
que debo seguir.
Por el coronel Salas recibirá usted muchas co-
municaciones de Méjico: Guatemala no quiere
unirse al Norte. Aquí se ha publicado la nota
que escribe a usted Alaman, cuya copia fué remi-
tida a E-oca por un oficial de secretaría. Si al
fin voy a Méjico, será una ventaja encontrar allí
a Alaman.
Soy de usted, mi ^-eneral, con sinceridad y o'ra-
titud, su afectísimo amigo y servidor,
B. MONTEAGUDO.
Guayaquil, septiembre 14 de 1823.
Excelentísimo señor Simón Bolívar.
Mi amado general :
Por el doctor Toley, tuve el gusto de escribir
a usted ocho días ha, manifestándole mi ansie-
dad por sus determinaciones. La incertidumbre
de los sucesos del Peni es una verdadera calami-
dad para los que estamos a la distancia, y espe-
cialmente para mí, que los veo con el doble in-
terés que inspira la presencia de usted en ese
teatro.
Nada sabemos de Méjico, después de la goleta
Olmedo, que trajo los pliegos que habrá usted
recibido por el Coronel Salas. Pensando en la
variación de circunstancias que movió a usted a
ordenarme la suspensión de mi viaje, creo siempre
OBRAS POLÍTICAS 297
que subsisten fuertes motivos para mandar allá
un comisionado. Guatemala ha enviado Diputados
a Washington, pidiendo agregarse a los Estados
Unidos; esto hace ver la situación del país.
De Méjico y Guadalajara, aun cuando no se
emprenda conseguir otra cosa que un empréstito,
juzgo que sería realizable y útilísimo en la situa-
ción del Perú, que es probable no mejore en mucho
tiempo. Aun realizando el empréstito de Londres,
sería ventajoso el de Méjico, por las relaciones
que produciría entre ambos Estados y por su mayor
inmediación. Todo esto es, prescindiendo de las
demás razones generales que ofrece aquel negocio.
Me tomaré la libertad, mi general, de decir a
usted con este motivo, que ningún sacrificio debe
excusarse para obtener dinero y no gravar a los
pueblos del Sur de Colombia, más de lo que están.
Las disensiones de Pasto, unidas a las atenciones
ordinarias, han agotado realmente los miserables
recursos de estos países, y creo que la política se
interesa en no exigir de ellos más de lo que piden
sus necesidades interiores. Así es que costará mu-
cho el remitir al Perú cualquier suma de dinero,
como entiendo lo ha ordenado usted.
He visto la ratificación de los tratados del Peni
por el Congreso de Colombia. Se.a cual fuere el
resultado, nadie quitará a ustedes la gloria de la
iniciativa en un gran negociado.
No me atrevo a dar mi opinión sobre el estado
del Perú : estas cosas son para contemplarse, y no
decirse sino en momentos muy oportunos. Me
permitirá usted, sin embargo, observar que la si-
tuación de los Departamentos de Trujillo y Huai-
las renueva y entretiene facciones en los pueblos
limítrofes de esta parte, donde es natural se hagan
algunos votos imprudentes contra su propio in-
terés.
Con respecto a mi viaje, repito a usted, mi ge-
neral, que deseo no verme forzado por mis com-
binaciones particulares a salir de aquí, antes de
saber lo que usted piensa ; pues de esto sólo pende
el que yo vuelva o no al teatro de la revolución,
298 BEENARDO MONTEAGUDO
bien sea en el Norte o en el Sur. Pero en todas
circunstancias seré siempre con sentimientos de
gratitud, su afectísimo amigo y servidor,
B. MONTEAGÜDO.
Guayaquil, octubre 24 de 1823.
Excelentísimo señor Simón Bolívar, etc., etc., etc.
Mi amado general :
El día que salió Santa Cruz de Lima hizo en mi
concepto la primera marcha para ser derrotado;
esta ha sido siempre mi opinión, como usted sabe.
El mal es grande, pero su magnitud se disminuye
cuando se calculan los resultados que pudo tener
una victoria en las circunstancias actuales del
Perú.
Es verdad que la guerra se prolonga lo menos
dos años : quizá este estado es preferible al de la
paz. Mi único temor es que entretanto ocurran
nuevas combinaciones en la política europea, que
nos sean perjudiciales: también puede suceder lo
contrario, pero el camino del porvenir es muy
obscuro. Lo cierto es, mi general, que usted tiene
ahora que lidiar con dificultades y obstáculos que
antes no ha conocido. Habrá circunstancias en que
usted tenga que ser superior a sí mismo, para con-
ciliar tantos intereses diversos, combatir otros no
menos fuertes y resolver los complicados proble-
mas de una doble guerra civil y extraña, y de una
política cuyas bases varían a cada paso. Sin em-
bargo, mientras usted esté al frente de los nego-
cios, yo seré un acérrimo optimista, y creeré poder
siempre decir, que (ítout est pour le Tnieuxt).
He devuelto a la Tesorería los 12,000 pesos que
recibí, y he entregado a Castillo en un pliego
cerrado todas las credenciales y documentos gue se
me dieron. Estoy persuadido que ya no tendrá
OBRAS POLÍTICAS 299
efecto mi comisión a Méjico, pero yo saldré de
todos modos el mes que viene para Guatemala y
seguiré luego a Acapulco. Ya he pagado a usted
y a mis amigos la obligación en que estaba de
mostrar que siempre me hallo dispuesto a servir
la causa de mi país. Tampoco es decoroso que per-
manezca aquí más tiempo.
Me tomo la libertad de recomendar a usted la
adjunta solicitud en favor de la familia de Chiri-
boga, que mis amigos de Quito me han suplicado
remita a usted. Juzgo que la familia es acreedora
de la compasión de usted, y deseo sinceramente
que la obtenga.
El interés que tengo por el orden, me hace decir
a usted que por grandes que sean sus atenciones en
el Perú, me parece que convendría aumentar las
guarniciones en todos estos puntos. Si usted me
pregunta que es lo que se observa, no es fácil
contestar en términos positivos, pero sin duda se
traslucen disposiciones poco amigables ; y usted
sabe que la experiencia da un tacto que avisa más
que los hechos.
Ya esta carta es demasiado larga : deseo que
cuando usted la reciba, los mismos hayan cambia-
do de tal modo que nada valga cuanto digo en
ella.
Reitero a usted la amistad y respeto con que
soy su obediente servidor,
B. Monte AGUDO.
Sonsonate, febrero 22 de 1824.
EwcelentísÍTno señor Simón Bolívar, etc., etc., etc.
Mi amado general :
En Guatemala recibí la apreciable de usted
fecha 12 de noviembre, en que se sirve decirme
que iba a embarcarse por el Norte de Lima. Pos-
teriormente he sabido el desenlace de la campana,
300 BERNARDO MONTE AGUDO
y salida de Riva Agüero para Gibraltar. Yo feli-
cito a usted y al Peni por la terminación de tan-
tos males.
En la misma carta tiene usted la bondad de
indicarme que vuelva a donde esté usted, por
hallarse de acuerdo los señores de Lima en cuanto
a mi regreso. Al recibir aquella carta tenía toma-
das todas mis medidas para emprender mi marcha
por tierra hasta Guadalajara y formar una idea
exacta de aquel inmenso país. Pero consecuente
a la oferta que he hecho a usted tantas veces, di
de mano a mi proyecto, y los mismos preparati-
vos que tenía para el Norte, me han servido para
regresar a este punto. Pasado mañana me embar-
caré en Acajutla con dirección a HuanchacOj don-
de creo encontrar a usted, y si se hallase en otro
punto, seguiré a él sin detenerme. Anticipo este
aviso por la vía de Guayaquil, y desearía que
llegase a usted antes de mi arribo. Llevo materia
para la conversación de un mes, y un regalo que
usted apreciará, por ser de una dama guatemal-
teca. Mucho, mucho, mucho tengo que decir a
usted ; y por ser tanto lo reservo para nuestra vista.
Vuelvo al Perú, mi general, y vuelvo bajo los
auspicios de usted : llevo una ambición colosal de
justificar las esperanzas que usted y mis amigos
han concebido de mis esfuerzos.
Si algún día puede usted decir que no se engañó
en ellas, ésta será la mayor satisfacción que tenga
su afectísimo y obligado amigo,
B. Monte AGUDO.
6
Trujillo, abril 17 de 1824,
Excelentísimo señor Simón Bolívar.
Mi amado general :
Esta mañana llegué a esta nueva capital de la
República peruana, después de haber estado bajo
OBRAS POLÍTICAS 301
los fuegos del Callao, sin saber los últimos sucesos.
Aunque de Sonsonate escribí a usted que salía
directamente para este puerto, después creyó el
capitán del buque que era mejor ir al Callao, y en
caso de no estar usted en Lima, venir a Huancha-
co. Codecido convino en ésto, y de aquí resultó
el horrible peligro en que estuve. La historia es
larga y espero decirla verbalmente. Por ahora
mi principal objeto es anunciar a usted mi arribo,
repetirle mis antiguos sentimientos y pedirle órde-
nes, bien para marchar a ver a usted o aguardarle
aquí. Yo deseo lo primero y lo realizaré cuando
usted guste, pues mientras reciba su contestación
habré descansado de mi más que penoso pasaje.
Soy de usted con los más francos e invariables
sentimientos, su afectísimo amigo y servidor.
B. Monte AGUDO.
Trujillo, abril 26 de 1824.
Excelentísimo señor SiTnón Bolívar.
Mi amado general :
Para corresponder a los deseos que usted se sirve
manifestarme en su apreciable de 23, me pondré
en marcha el 29, no pudiendo antes por falta de
muías.
La llegada del Capitán Prescott a ésta, aumen-
tará los inmensos materiales que llevaré al Cuartel
General para muchas horas de conversación. El
género humano está enfermo, pero todo anuncia
que la plaga del mundo va a hacer crisis : ya
esto no admite dilación.
Es enorme el peso de los acontecimientos que
estaban reservados para ejercitar la magnanimi-
dad de usted ; mas usted sabe como resuelve Rous-
seau el problema sobre la cualidad que caracteriza
a un héroe.
302 BERNARDO MONTE AGUDO
Los papeles de Lima, como es natural, hacen a
usted una guerra sin piedad : no les queda otro
blanco, y es preciso que agoten sus recursos. Tam-
bién soy digno de participar sus ataques : de con-
tado me considero en campaña, y las hostilidades
serán atroces cuando hablen de mi regreso. A mí
me queda el derecho de retaliación.
En fin, ya que la dispersión de los libertadores
del año 20 ha sido más tremenda, y en algunos
más ignominiosa, que la de los discípulos de Moi-
sés, me lisonjeo de ser de los pocos que han que-
dado, y fío en el destino que vendré a ser espec-
tador de los triunfos de usted; porque esto es
hecho, la causa del país, la amistad de usted; la
experiencia y la conducta de mis amigos y de mis
enemigos, exigen que yo no rehuse cuantos sacri-
ficios pueda hacer.
Adiós, mi general; cuide usted mucho su salud.
Yo quisiera que fuera usted tan dueño de ella,
como lo es de su espíritu, de su energía y de la
eterna y sincera amistad de su afectísimo servidor,
B. Monte AGUDO.
8
Chancay, octubre 24 de 1824.
Excelentísimo señor Simón Bolívar.
Mi amado general :
La situación en que he hallado los negocios de
la Costa no es la que yo esperaba, ni la que era
más de desear. El coronel TJrdaneta apenas podrá
contar con 800 infantes y 400 caballos, sin que
hasta hoy se tenga noticia de las tropas de Colom-
ti^'j y yo creía encontrar en marcha hacia acá
desde Trujillo, y pienso que antes de la llegada de
usted no se realizará el movimiento sobre Lima.
El señor Urdaneta y todos se quejan de la poca
actividad que hay en Pativilca para adelante: lo
OBRAS POLÍTICAS 303
que sí puedo asegurar a usted es que el Asia lia
llenado de terror a todos, y es preciso confesar
que con razón, pues a más de haber perdido nues-
tra superioridad marítima, lo peor es que tardare-
mos mucho en recobrarla. He hablado mucho con
López, y varios ingleses, y todos convienen en que
el Asia está en muy buen estado, y aun más el
Agutíes: que los buques enemigos guardaron per-
fectamente la línea en el último combate, y los
nuestros al contrario, pues sólo E-ight secundó la
notoria conducta de Guise en aquel día.
Mi opinión sobre el destino de la escuadra ene-
miga y los dos transportes que han salido con
ella, es que si han llevado tropas, van a Interme-
dios, y si no, van a Chiloe para traerlas a Arica.
Digo esto, porque no se sabe a punto fijo si van
vacíos o no.
Entretanto el estado de Chile es deplorable : hay
datos para t-emer que los españoles intrigan con
suceso en aquel país.
Mi general : vuele usted hacia acá, porque hay
mil objetos de inmensa trascendencia, que, sólo,
sólo su presencia podrá atender y conciliar. Yo
regreso a Supe o Huaura, porque actualmente de
nada puedo servir al señor TJrdaneta. Olvidaba
decir a usted, que aun antes de acercarse a la
costa, creo que convendría mandar por extraordi-
nario la orden que desea Guísq para que en Guaya-
quil se hagan con actividad todos los reparos que
necesita la escuadra. La fragata Estados Unidos
nos hace inmensos servicios, como lo sabrá el señor
TJrdaneta.
Admita usted, mi general, los sentimientos de
respeto y amistad con que soy siempre, su más
invariable y afectísimo servidor,
B. Monte AGUDO.
304 BERNARDO MONTEAGUDO
Supe, noviembre 4 de 1824.
Excelentísimo señor Simón Bolívar.
Mi amado p^eneral :
Según las noticias que corren, hoy supongo a
usted en Santa, y al coronel TJrdaneta cerca de
Lima: por consiguiente, yo pienso salir de aquí
hacia donde usted se halle.
Mi principal objeto, por ahora, es felicitar a
usted por las noticias de Olaueta, de que le supon-
go instruido. He visto cartas muy respetables de
Buenos Aires del mes de julio, que aseguran haber
llegado a aquella ciudad el Secretario del general
Olañeta, que es también su primo, encargado de
hacer proposiciones al Gobierno General : las con-
ferencias aun no habían empezado, ni se traslucía
el ultimatuTn que envolvía esta negociación, Pero
es indudable, a pesar de mi escepticismo sobre el
patriotismo de Olañeta, que si en julio llegó su
enviado con buenas intenciones, éstas habrán me-
jorado al saber el suceso del 6 de agosto.
Por lo demás, mucho, mucho, hay que decir
sobre las cosas públicas, y sobre el rompimiento
de hostilidades entre los señores Unánue y Vidau-
rre. Dios Eterno. ; Qué terrible cuadro ofrecerá
el Perú, si el mismo que lo salva de los españoles,
no lo salva también de los peligros interiores que
lo amenazan !
Adiós, mi general, usted conoce la admiración
y amistad con que será siempre suyo,
B. Monte AGUDO.
OBllAS POLÍTICAS 305
10
En frente de Chorrillos, diciembre 27 de 1824.
Excelentísimo señor Simón Bolívar.
Mi amado o^eneral :
Nada se lia lieclio, ni aun se lia podido propo-
ner, porque todo lo rehusa Rodil. Ayer necesité
gran moderación para no chocar con Villazón : yo
me acordé que delante del señor Malinj^- y su se-
ñora todo podía tolerarse, aunque sus insultos eran
tanto más fuertes, cuanto más se contraían a usted.
Quiso hacerme entender que antes de anoche Rodil
recibió comunicaciones de Guruzeta que venía con
tres transportes, y que dentro de tres días llegaría
aquí, esto es, al Callao ; que sabían que en Europa
se preparaban grandes expediciones para la Amé-
rica ; y que por tanto Rodil debía conservar el
Callao, para que encontrasen un punto seguro de
arribada.
Con respecto a la capitulación, me dijo que sólo
la creerían si La Serna y los jefes principales vi-
niesen al Callao. La segunda vez que volvió Villa-
zón, a bordo trajo 12 onzas para cada uno de los
oficiales que vinieron conmigo.
Nada notable ocurre, y sólo hay un incidente
que no quiero aventurar, y porque si se frustra será
muy sensible. No me detendré sino lo muy preciso
en pasar a esa, y reiterarle los sentimientos con
que eternamente soy,
Su inolvidable y obligado amigo,
B. Monte AGUDO.
P. D. — El señor Maling y su señora, el como-
doro Hall y la hija, ofrecen a usted sus mejores
cumplimientos.
MONTEAGUDO.
20
306 BERNAEDO MONTEAGUDO
MOXTEAGUDO A SUCBE
Lima, junio 23 de 1822.
Ministerio de Estado y Relaciones Exteriores
del Perú.
Señor general de brigada, Antonio J. de Sucre,
comandante general del Sur de Colombia.
Señor general :
Venciendo ustedes al ejército enemigo en las
faldas del monte Pichincha, ha escrito en ellas las
líltimas palabras que faltaban al decreto de la
emancipación de Colombia, y tal vez a la de los
pueblos que quedan clamando por ser libres. El
gobierno, el pueblo, el ejército, han saludado desde
aquí con entusiasmo al libertador de Quito, y a
sus bravos compañeros de armas. En la historia
de los guerreros hay sucesos que el destino hace
misteriosos para que sean más memorables. Quito
debía ser libre, pero su libertad estaba reservada
al esfuerzo unido de los colombianos, peruanos y
argentinos, que desde las inmensas distancias que
los separan, han ido a buscar la victoria en el
Ecuador. Yo felicito a ustedes en nombre de mi
Gobierno : felicito a esa República y a toda la
América por la sangre gue ahorrará a la humani-
dad, la que se derramó con gloria el 24 de mavo,
mes que ha sido tantas veces célebre en la revolu-
ción del nuevo mundo.
Tengo la honra de reiterar a ustedes los distin-
guidos sentimientos de consideración con que soy
su servidor.
Señor general,
Bernardo Monteagudo.
APÉNDICE
ARTÍCULOS DE cEL INDEPENDIENTE»
(Atribuidos a Montcagudo)
(1815)
Discurso preliminar
Desde que el arte divino de escribir dando un
ser durable a los conocimientos bumanos por me-
dio de la imprenta, puso en contacto las luces de
todas las naciones, los hombres se acercaron más
entre sí, se auxiliaron para deponer sus errores,
unieron sus fuerzas para adelantar sus ideas, sus
comodidades y sus placeres, perfeccionaron su mo-
ral, y suavizaron su carácter por la oposición que
hallan sus acciones desarregladas en la censura de
los demás pueblos. Del juicio de todas las nacio-
nes se formó entonces un tribunal temible, el úni-
co capaz de contener los excesos en que viven las
tribus aisladas y salvajes, del mismo modo que el
hombre puesto en sociedad se modera principal-
mente por el respeto de la piíblica fama.
Sin la historia, que es la escuela común del gé-
nero humano, los hombres desnudos de experien-
cia, y usando sólo de las adquisiciones de la edad
en que viven, andarían inciertos de errores en erro-
res. A cada paso retrogradaría la especie a su an-
tigua rudeza, y la débil voz de un anciano sofo-
cada por el eco de las pasiones y de la ignorancia,
no sería bastante a suplir los saludables consejos
que aquella maestra incorruptible nos suministra
a cada momento. Igualmente los periódicos, que
no son otra cosa que la historia de los tiempos,
son un testigo de la verdad, nos conducen a la pru-
dencia e iluminan nuestra conducta. Los periódi-
cos, pues, se han reputado como el medio más
pronto y eficaz de diseminar los conocimientos
útiles. Ellos promueven el buen gusto, corrigen
las extravagancias, dan publicidad y valor a las
invenciones del genio y de las artes, despiertan en
310 BERNARDO MONTEAGUDO
la juventud la afición a discurrir, mueven al ciu-
dadano a ejercitarse en materias políticas y litera-
rias y en todas los individuos de la sociedad pro-
vocan aquel cambio interesante de ideas que las
mejora y acrecienta. En Europa atizan el espíritu
nacional, ilustran el juicio piiblico y sirven como
de conductores a aquellas luces que esclarecen al
Estado, unen a la sociedad y liman sus modales.
Allí encuentra el legislador resultados fundados
sobre la experiencia: el ministro noticias y avisos
para sus operaciones, mientras los demás ramos
buscan su recreo y los medios de instruirse en los
diferentes puntos que tocan a sus respectivas pro-
fesiones. Ponen un freno a la arrogancia indivi-
dual, apuntan las gradaciones que corre una na-
ción al perfeccionarse, a menudo la levantan de
su estado letárgico, y en especialidad estimulan
al heroísmo, y todas las virtudes patrióticas a pre-
miar el mérito distinguido, y en muchas ocasiones
se han considerado como los guardianes más des-
velados de los derechos de los pueblos, y el mejor
punto de reunión entre ellos y sus jefes. Dan, en
fin, la ley al buen gusto, excitan una rivalidad
laudable entre los talentos, y vienen a ser unos re-
gistros de todo lo que el individuo ha contribuido
en favor de su patria y en obsequio de las artes
y de las ciencias. Allí, el futuro historiador bus-
cará los materiales para completar el cuadro de
aquellos héroes que han aparecido ya sobre su
horizonte ; las acciones memorables de éstos pasa-
rán intactas a la posteridad, y sus laureles, sin ser
marchitados, alcanzarán los siglos venideros. En
suma, los periódicos han llegado a ser la piedra
de toque de la instrucción nacional de un pueblo,
y al paso que se han perfeccionado por las contri-
buciones intelectuales de sus literatos, el extran-
jero ha juzgado del estado de su sociedad, de su
aptitud a todo lo que da realce al género humano
y descubre aquellas distancias que lo separan de
su primitiva rudeza.
Es, con todo, esta clase de literatura y medio
de esparcir noticias y conocimientos útiles inven-
OBRAS POLÍTICAS 311
ción de los modernos. Los antiguos griegos y roma-
nos no nos han dejado ningún resto, y casi se
puede decir que ignoraron este instrumento po-
deroso de la civilización y este cambio telegráfico
de ideas. Por eso es que en aquellos tiempos vemos
los conocimientos reducidos a ciertas naciones, y
aun entre éstas sólo eran el patrimonio de ciertas
familias o de cierta clase de individuos. El resto
del mundo permanecía casi en enteras tinieblas,
y sólo participaban los pueblos de los adelanta-
mientos de las ciencias y de las artes de aquellos
que las cultivaban, cuando las conquistas o las vi-
cisitudes de los gobiernos los hacían herederos de
su fortuna. Mas todas las ciudades grandes de la
pulida Europa se han lisonjeado de tener talentos
literarios que se hayan dedicado a este importante
ramo instructivo. Sin embargo, su perfección sólo
es del tiempo del famoso Addison. Este ingenio
ilustre llevó a un punto tan elevado sus ensayos
populares del Spectator, que se ha traducido en
casi todas las lenguas modernas y ha servido de
modelo hasta el día a sus sucesores, quienes se han
esmerado en imitar la excelencias de su estilo, tan-
to como la variedad de sus invenciones y la versa-
tilidad de su genio.
Enseñar (segiin dice el doctor Johnson en su
biografía de Addison) aquellas menudencias de-
centes y aquellos deberes subalternos del estado
social: dar aún la ley al estilo de conversación y
al modo de conducirse en la tertulia: corregir
aquellas faltas que son más bien ridiculas que cri-
minales; en fin, pulir el gusto nacional, abolir la
rusticidad, el egoísmo y las preocupaciones fa-
tuas y arrancar de la senda del caminante aquellas
espinas y brozas que lastiman e impiden su trán-
sito, es una de las empresas más loables del en-
tendimiento humano y más acreedora a la aproba-
ción de todo miembro de la sociedad civilizada.
Tal era el objeto de Addison, quien se impuso la
tarea de mejorar el estado social contribuyendo al
inocente recreo y la multiplicación de los cono-
cimientos útiles. ¡Feliz aquel que pueda marchar
312 BERNARDO MONTE AGUDO
sobre los pasos de este insigne escritor, promovien-
do el adelantamiento de sus conciudadanos!
Guiado por los sentimientos más puros de pa-
triotismo y los deseos de beneficiar en lo posible
a su patria, el editor de El Independiente se pro-
pone como candidato a los siifragios y patrocinio
de sus habitantes en una empresa acompañada de
dificultades, que espera con todo llenar de algiín
modo.
No ha sido la distancia a que está colocada la
América del centro de los conocimientos, la que
ha retardado su ilustración, tanto como la falta de
buenos periódicos que pusiesen al alcance de sus
habitantes todo lo que las naciones de Europa dis-
currían en las artes y ciencias y perfeccionaban con
su industria. A esta falta también se puede atri-
buir el estado torpe en que se hallaba la España
a principios de este siglo, y casi se puede decir,
ha sido el origen de todos sus males. La misera-
ble Gaceta de Madrid, que igualmente llegaba a
las colonias, no era más que un catálogo de las
promociones y empleos, ni daba noticias más im-
portantes que las fiestas de gala de la corte: pros-
tituida desde el principio de la alianza a las miras
de los franceses, sólo servía de dar incienso a la
adulación, pero en nada contribuía a las artes libe-
rales o al ensanche de los conocimientos útiles.
En efecto, ningiín político vacilará en atribuir
a la privación de estos documentos el despotismo
desenfrenado que oprimió a España por época tan
larga como lastimosa, hasta que después de haber
causado la ruina del crédito nacional y de su exis-
tencia política, puso casi todas sus provincias en
manos de un enemigo engañoso. La miseria, de la
nación resaltaba a los ojos del observador menos
profundo, sus recursos estaban agotados o consu-
midos, el erario exhausto, el Estado realmente di-
STielto, y el pueblo español, aun no advertido de
tan enormes males, no había podido producir una
sola palabra sobre las desgracias que tan de cerca
le tocaban. La América deberá tomar este ejemplo
reciente para prevenir sus infortunios en un tiem-
OBEAS POLÍTICAS 313
po en que trata de ser libre, o mejor diríamos, en
que j^a es libre porque desea serlo.
¡ Con cuánta liberalidad, pues, deberá mirarse
una obra destinada al cultivo de todos los ramos
interesantes del estado político y social ! Por for-
tuna la América se baila libre de aquellas faccio-
nes que mucbas veces desgarran el seno de las
naciones de Europa, y se ve desprendida de aque-
llas turbulencias de los gobiernos viejos y corrom-
pidos. Unida en una sola familia, y sin relaciones
precisas con otras potencias, de que no depende
porque no las necesita ; un mismo deseo y un solo
objeto anima a todos sus miembros, y reconocida
a todos los esfuerzos que se hagan por su causa,
no dejará de mirar con aprecio los trabajos de
aquellos individuos que se dedican a su servicio
de Tin modo provechoso.
Aunque sería imposible recapitular todos los
objetos de este periódico, o poner en un punto de
vista los diversos fines que debe abrazar, se espera
con todo en esta carta introductoria poder impo-
ner a los curiosos de las miras generales que en él
se llevan.
En todo país la ciencia de la política es la más
necesaria: ella es la que funda los Estados, y de
ella depende su prosperidad y su conservación.
Jamás será demasiado el trabajo que se tome en
cultivar sus principios, y la aplicación de éstos
está complicada con el conocimiento del corazón
humano, con los resortes que deben moverse para
estimular las virtudes útiles a la patria, con las
circunstancias de cada pueblo, y con la experien-
cia de los siglos pasados, que siempre resultará
una gran ventaja de ventilar sus cuestiones in-
trincadas y reunir en este punto las meditaciones
de todos los miembros de la sociedad. Nuestro pe-
riódico se ocupará principalmente de la política:
hablará de las varias formas de gobierno, sus ven-
tajas y sus defectos ; presentará al público la his-
toria de las edades pasadas, sus fortunas y sus des-
gracias, según han entendido más o menos los ver-
daderos principios de la felicidad de las naciones;
314 BERNARDO MONTE AGUDO
pondrá a la vista el cuadro filosófico del estado que
ahora tienen los gobiernos de Europa, y facilitará
a los legisladores del país, tanto con las observa-
ciones del empresario, como con las reflexiones con
que espera ser favorecido por los sabios de estas
provincias, el penoso destino, a la par que glorio-
so, do dirigir la suerte de sus conciudadanos. Este
ramo abrazará las leyes que se vayan establecien-
do, las disposiciones del gobierno y las decisiones
judiciales, con todas las noticias dignas de la aten-
ción de un político. Aunque libre, nuestra opinión
será manifestada siempre con la moderación de-
bida, y cuando tengamos que expresar nuestra
disconformidad a la conducta pública del magis-
trado, o advertir los vicios de la constitución,
nuestro celo por la verdad no será un agente de la
rebelión, y si los males fuesen delicados usaremos
de la finura de Xenophon para criticar los de su
patria. Al menos, si nuestras fuerzas no fuesen
bastantes para llenar tan interesantes objetos, pre-
sentando las observaciones de los antiguos y mo-
dernos, habremos animado las pesquisas de los
sabios y despertado el espíritu del público.
La agricultura e industria rural se mejorarán
con nuevos ensayos, y la comunicación de lo que
en Europa se ba discurrido sobre ella, ayudará a
perfeccionarla. Como ella es la base de la prospe-
ridad nacional y la principal fuente de sus rique-
zas, tendrá el lugar preferente al comercio y las ar-
tes, que no por eso serán excluidas de nuestras in-
quisiciones.
Dedicaremos una parte de nuestros trabajos a la
mejora de la educación, que basta el día ha sido
tan descuidada en estas provincias, como era pre-
ciso que lo fuese cuando sólo se les consideraba
como a colonias o factorías, y cuando a sus habi-
tantes sólo se les permitía vivir escasamente en
la tierra, pero no gloriarse del dulce título de ciu-
dadanos. Como en esta parte están encargadas las
madres de los primeros cuidados, y de ellas re-
ciben los hijos sus primeros rudimentos y aun su
carácter, nos aplicaremos a la instrucción de las
OBRAS POLÍTICAS 315
señoras, y no dejaremos de liacer muclio por su
recreo, mezclando el placer con la utilidad. Es al
mismo tiempo nuestro ánimo tomar al bello sexo
en general bajo nuestra protección inmediata; j di-
chosos nosotros si contribuímos al aumento o per-
fección de las amables cualidades que adornan a
esta hermosa parte de la sociedad y contribuye tan-
to a la felicidad de los hombres !
En todo ello se evitará con el mayor cuidado el
escollo en que han naufragado muchos de los pe-
riódicos modernos de la Europa, que a menudo han
servido más bien para corromper que mejorar a la
juventud. En ningún tiempo se verá la religión
filosofizada, ni la filosofía sofisticada. Aunque de
moda, no se admitirán innovaciones peligrosas.
La verdad no se hará consistir en la infidelidad:
pero sin prostituir nuestro carácter, haremos siem-
pre una verdadera distinción de la virtud y el vi-
cio: en fin, la moralidad, la instrucción y los me-
dios inocentes de recreo serán los fundamentos
principales en que debe estribar nuestra empresa.
Con respecto a las varias e importantísimas cues-
tiones que el país ofrece en este preciso momento,
el editor se propone usar al agitarlas de aquella
calma y moderación que son debidas a. los asuntos
serios como línico medio de buscar el convenci-
miento. Para defender con calor la verdad, ¿qué
necesidad hay de insultar a los que la persiguen?
Mas sin permitir que sus páginas se resientan de
la sátira, ni participen del rigorismo del intrata-
ble moralista, fijará el tenor de sus niimeros sobre
un eje de una dirección inmutable; guardará a
distancias polares las denominaciones de bien y de
mal, y no temerá incurrir en la tacha de sacrifi-
car sus columnas a la lisonja, o de sostener el vi-
cio cubriéndolo con apelaciones blandas o defen-
diéndolo con doctrinas seductoras. Los sistemas
más puros serán los seguidos: aquellos que han re-
sistido al tiempo, y a los choques del presente si-
glo, y que han merecido la aprobación de los sa-
bios de todas las naciones. En particular se tendrá
el mayor cuidado en no ofender la religión del
316 BERNARDO MONTE AGUDO
país, ni a sus ministros: los mismos motivos lo ta-
ran respetuoso, y siempre justo hacia todos los
miembros del Estado, y sus jefes jamás tendrán
ocasión de queja.
Por mucha que sea la seguridad que debe darle
la rectitud de sus intenciones, y la utilidad de la
obra propuesta, el editor cree oportuno confesar
que nunca se habría animado a emprenderla sin la
feliz revolución que ha cambiado la faz de este con-
tinente y ha producido la libertad civil junto con
la del entendimiento humano. El ama bastante su
existencia para haberla expuesto en otro caso a
los crueles golpes de un despotismo irritado, y no
tendría la arrogancia imprudente de desafiar la
cólera del poder arbitrario desde su retiro priva-
do, único asilo de la libertad en tiempos turbulen-
tos. Aunque se propone no pasar jamás de los jus-
tos límites que ésta prescribe; aunque sabe muy
bien la senda que ella permite correr sin dañar
los derechos de la corporación o el individuo, y
lo ha visto prácticamente en el linico Estado libre
que ahora existe en la Europa, no olvidará jamás
lo que a ella se le debe cuando se trata de presentar
al ptíblico los hechos que no debe ignorar, y no
faltará al derecho que éste tiene de imponerse de
sus opiniones. Esto es lo que los lectores del pre-
sente papel deberán esperar. Por lo demás, su du-
ración será igual a la que tenga en nuestra patria
la libertad de escribir, y en el momento en que
empiece la opresión del discurso, el periódico de-
jará de existir, consecuente siempre a su título.
Nos proponemos tratar de todo en un estilo sim-
ple y abreviado. Aunque introduciremos en un
vestido español todo lo que podamos congregar
de las diferentes naciones de Europa, siendo nue-
vo en la invención y apreciable por su mérito, evi-
taremos con todo, como llevamos dicho, cualquie-
ra innovación peligrosa, y en particular nos des-
viaremos de los sistemas de ética que se hallan de
moda en la Europa. Atenderemos más a la subs-
tancia de la materia tratada que a su estilo; no
buscaremos sentencias brillantes, ni términos
OBRAS POLÍTICAS 317
pomposos, ni causaremos a nuestros lectores con
citas eruditas, pero por lo regular apenas enten-
didas: nuestro deseo es ser comprendidos más bien
que admirados: preferimos la materia a la forma,
las elegancias de la simplicidad a los muclios bor-
dados; en fin, imitando los mejores modelos de la
lengua castellana, y el estilo de los extranjeros,
esperamos manifestar la estructura de nuestro idio-
ma j purificar un tanto el estilo presente de es-
cribir.
Por último, el papel comprenderá las noticias
locales dignas de atención, y abrazará no sólo los
hecbos históricos o políticos, sino también los geo-
gráficos, estadísticos, etc., esperando ya contri-
buir al conocimiento de un continente tan variado
como ignorado, y a que se aprovechen muchas-pro-
ducciones que hasta hoy quedan sin valor. Las no-
ticias de Europa tendrán también su parte en él,
y con ellas daremos las de los Estados Unidos, Mé-
jico, Caracas y los Estados de la India.
Para promover el gusto de las bellas letras y
dar pábulo a la imaginación, el papel tendrá siem-
pre reservado un rincón a las poesías nuevas y es-
cogidas; y después de cumplir con sus obligacio-
nes principales, dispondrá algo para el recreo de
los lectores generales, como alguna pieza biográ-
fica de los contemporáneos ilustres, algiín retazo
de la historia antigua o moderna, o algún papel
al estilo de la Pensadora Gaditana.
Según queda dicho en cabeza de este prospecto,
se publicará el periódico todos los martes de cada
semana y se compondrá de pliego y medio. En su
expendio se seguirá la forma que hasta aquí se
ha observado con las demás Gacetas. Cada núme-
ro costará real y medio, pero los suscriptores sólo
pagarán a razón de cuatro reales al mes, pudiendo
anticipar o no, según gusten, el precio de la sus-
cripción, que queda a su arbitrio fijarla para el
término de seis meses o un año. Los avisos, como
cosa efímera, se pondrán al fin de cada número, y
su precio será el de costumbre, según las líneas
que comprendan.
318 BERNARDO MONTE AGUDO
Acaso podrá' considerarse desmedida esta obra
en la opinión de algunos con concepto a las fuer-
zas del que la emprende. Otras personas a quienes
un miserable encogimiento o un criminal desvío
hace mirar con desconfianza todo trabajo público,
la reputará temeraria. En cuanto a los primeros,
el editor debe satisfacer sus reparos haciéndoles
reflexionar que no es tan ardua la empresa como
podría imaginarse, y que un periodista no está
obligado a observar la exactitud y profundidad
de un estadista, ni las elegancias de Tácito. El
cuenta, e implora desde luego la concurrencia de
los ilustrados del país, y espera de su patriotismo
que aprovecharán esta oportunidad de trasmitir
al público sus opiniones, excusando que sus ideas
se evaporen sin provecho alguno en el obscuro de
sus retiros, o mal interpretadas sirvan de asunto
de murmuración y de escándalo en la tertulia. En
cuanto a los segundos, ellos no ignoran que el ma-
yor riesgo es el de caer en las cadenas que los ene-
migos del país nos preparan. Mientras esté armado
el brazo de la tiranía española, la verdadera se-
guridad sólo existe en los peligros que arrostre-
mos para estorbar la esclavitud de la patria,
(Prospecto de El Independiente, 1815.)
Al empezar el sexto año de nuestra feliz revolu-
ción, ¿qué materia podríamos encontrar más dig-
na de atención, en nuestro primer número, que el
examen del estado en que se hallan los negocios
del país? Contra las esperanzas de los enemigos de
la libertad americana todavía respiramos un aire
saludable. ¿Qué deberemos temer de la tenacidad
con que permanecen ligados para procurar nuestra
ruina? El examen de este punto es el objeto de las
consideraciones siguientes.
Pocos creyeron que la lucha contra los opreso-
res de este suelo pudiese prolongarse hasta este
OBEAS POLÍTICAS 319
momento. Así como los opositores de la reforma
se lisonjeaban temerariamente de poder sofocarla
en su cuna, los reformadores se persuadían en los
principios que el grito de la libertad esparcido
por la primera vez en un país trescientos años
oprimido por la tiranía más horrenda, se extende-
ría de suyo de un extremo al otro del reino sin en-
contrar dificultad alguna. A la verdad, si pesamos
los fundamentos en que estribaba esta persuasión
halagüeña, la encontraremos muy racional y con-
forme a todos los principios del cálculo. El gobier-
no español en América, cargado con la execración
del pueblo por sus vicios, por su parcialidad y por
su indolencia, vacilaba en sus mismos cimientos:
algunos viejos gobernadores a quienes el hábito
de la corrupción les había hecho perder hasta las
apariencias del pudor y de la decencia: un puña-
do de soldados indisciplinados e imbéciles: jueces
ignorantes: una administración llena de dilapida-
ciones e injusticias: los agentes miserables de los
monopolistas de Cádiz: he aquí los brazos que iban
a oponerse a los conatos de las Provincias por me-
jorar su suerte. De un lado Lima sepultada en el
letargo más profundo, afeminada por sus vicios, y
bajo la tutela de un virrey caduco, asomaba algún
género de contradicción a la libertad de estos pue-
blos. Por otro, la plaza de Montevideo obtempe-
rando vergonzosamente a las sugestiones de algu-
nos europeos sin juicio, rompía la unión general,
vanagloriándose de poder frustrar nuestra em-
presa.
La fortuna, que algunas veces se complace en
adelantar los nobles esfuerzos, ayudó admirable-
mente los trabajos de aquellos hombres que se en-
cargaron de los negocios públicos en los primeros
momentos de nuestras oscilaciones populares. En
medio de la incertidumbre de los sucesos y de la
inexperiencia; entre la confusión de las preten-
siones y las esperanzas ; cuando se contaba más ...í;¡ .■■;;.
bien con la debilidad del enemigo que con los re- "tj^ ■]
cursos de atacarlo: cuando, casi se puede decir, la ;!j'íí|;.i!;
denominación de la voz patria no tenía todavía uiiJjlÍP|L-
320 BERNARDO MONTE AGUDO
sentido fijo; cuando se calculaba antes sobre la sor-
presa que sobre la victoria ; cuando la indiferencia
se consideraba por una virtud y la inacción por
amistad: invocando indistintamente el nombre del
monarca y los derechos de los pueblos ; y trabajan-
do a un tiempo en destruir los grandes abusos in-
ternos y en levantar el crédito del gobierno en los
puntos de afuera, la Junta primitiva supo extender
su influencia por todas partes, cubrió a sus enemi-
gos de espanto, desconcertó las maquinaciones inte-
rioresj vio vencer a sus tropas y se bizo respetar
basta de sus mismos contrarios por medio de pro-
videncias decisivas y enérgicas.
Con estos felices auspicios parece que la obra
de la libertad de estos pueblos debía haberse com-
pletado dentro de un breve término. ¡ Pero cuan
diferente fué el cuadro que presentaron nuestras
operaciones desde que los hombres, deponiendo
aquel género de contracción que habían adquirido
durante los primeros riesgos, empezaron a abando-
narse a sí mismos! Los ambiciosos, siempre pron-
tos a gozar del sudor ajeno, desplegaron sus ini-
cuos proyectos, y con la ocupación de Potosí, que
nuestras divisiones internas iban a arrebatarnos
en muy pocos instantes, dieron curso a todas sus
pasiones. Desde entonces la unidad de acción, la
fraternidad, la prudencia abandonó nuestros con-
sejos, y los proyectos públicos -cayeron en la pa-
rálisis más funesta y en la incertidumbre más mi-
serable.
Sería un ejemplo de moderación singular en la
historia de las naciones, y mucho menos de espe-
rar de los españoles, si cualquiera que fuese la jus-
ticia de las pretensiones del país, no las contradi-
jesen con la fuerza. Tal ha sido siempre la con-
ducta de todos los gobiernos tiránicos o libres que
han dominado países diversos. Pero la abomina-
ción en que había caído la autoridad española en
América, la insuficiencia de sus fuerzas para re-
primir la reforma, y las combinaciones que debie-
ron preceder a la declaración de los patriotas, no
daban lugar a recelar otros obstáculos que aque-
OBRAS POLÍTICAS 321
líos que naturalmente suscitaría la Península para
conservar su antigua presa. Por consiguiente, la
guerra de Lima, caso que repugnase admitir unos
movimientos que ella misma estaba obligada a
hacer por interés y por conveniencia, no podía
causar muchos recelos, porque bajo todo aspecto
de política sus jefes se veían en la necesidad de
ceñirse a preservar su territorio; porque haciendo
activamente la guerra sobre nuestras provincias,
exponían la cuestión al éxito siempre incierto de
una batalla; porque la debilidad de sus tropas, afe-
minadas por el largo reposo en que han yacido
aquellos pueblos, prometía muy poco contraste al
ardimiento de nuestros soldados, ensayados antes
con suceso a la prueba del vajor británico. De aquí
se infiere que lo único capaz de alarmarnos era el
partido que acababa de tomar en favor de los inte-
reses peninsulares la plaza de Montevideo, esa ciu-
dad que con el título de reconquistadora tenía dere-
cho, fiada en sus formidables murallas y en su pre-
potencia marítima, de reputarse el baluarte de la
dominación española en esta parte de la América
— enemigo tanto más temible cuanto que, abriendo
los brazos al encono metropolitano, servía de asilo
a los refuerzos que enviaría la Península para su-
jetar nuestros pueblos.
En medio de las ondulaciones que ha padecido
la política de los varios gobiernos que han mane-
jado las provincias desde la reforma, penetrados
los calculadores de los inmensos peligros que ame-
nazaba a la causa del país la hostilidad de Mon-
tevideo, se decidieron a vencerla por todos sacrifi-
cios. Mil obstáculos había suscitado para esta lí-
nea de conducta la fatal inconstancia de princi-
pios en que hemos visto vacilar los consejos de
nuestros estadistas. Al fin, la presente adminis-
tración, cuyos jefes se han formado en la mayor
parte por las ideas del genio que dirigía la pri-
mera Junta, aplicaron todos sus desvelos a derri-
bar al coloso, y venciendo mil dificultades que se
oponían al logro de esta empresa, creando de pron-
to una marina de que no había hasta entonces prin-
21
322 BERNARDO MONTEAGUDO
cipio alguno, consiguieron destruir para siempre
las esperanzas de la Metrópoli. Es excusado repe-
tir la importancia de esta incomparable conquista
para la solidez del nuevo sistema. Baste recordar
que siendo Montevideo el único punto en que la
Metrópoli nos ha sostenido la guerra, por los con-
siderables refuerzos de tropas, municiones y ar-
mamentos que despachó a ella desde que se con-
sideró ofendida, rindiendo la plaza hemos vencido
también la Metrópoli. No hay ya que temer a, esos
soldados peninsulares despachados a renovar en
nuestros días los horrores de los Pizarros, y que
para muestra del valor español hacían alarde de
batallas que no habían ganado, titulándose pom-
posamente vencedores de los vencedores de Aus-
terlitz.
Después de tan señalado evento, ningún otro
enemigo nos queda que vencer que el de Lima.
El carácter de esta guerra es secundario como lle-
vamos insinuado, y después de humillada Monte-
video no debe darnos muchos recelos, en circuns-
tancias en que la indiscreta internación que Pe-
zuela había ejecutado contando con los ataques
de la Península por medio de Montevideo, pone
de nuestro lado la ventaja.
¿ Que no seamos tan dichosos que registrando
e] horizonte de nuestros pueblos, lo viésemos ya
despejado de los nublados que trae siempre consi-
go la guerra? Este es el clamor de cierto género
de personas c[ue a nuestro juicio se lamentan así
no por principios de humanidad ni de filantropía,
sino por desconfianza. La guerra es un mal bajo
todos aspectos, pero cuando un pueblo la sostiene
en defensa de su honor y sus derechos, cuando se
usa de las armas para repeler, como en nuestro
caso, la agresión más horrenda, para sostener la
libertad patria, para defender nuestras vidas, para
adquirir, en fin, con nuestros esfuerzos la felici-
dad de las generaciones que han de sucedemos,
la guerra es el estado natural de un pueblo que
ame su existencia. Antes que llorar las desgracias
consiguientes a ella, esos pretendidos amantes de
OBRAS POLÍTICAS 323
la paz podían emplearse en todos aquellos medios
conducentes a escarmentar a nuestros contrarios,
y ya que su persuasión o stts deseos no alcancen a
reportar de su tenacidad el que desistan de inju-
riarnos, apliqúense por afecto a la humanidad a
fortificar el espíritu de las víctimas que la tiranía
española ha destinado al exterminio.
No cabe duda en que la inconstancia en las
verdaderas máximas revolucionarias es una de las
. causas poderosas de la fluctuación a que por épo-
I cas se ve sujeto el espíritu público, y que esta in-
certidumbre influye substancialmente en los pro-
gresos de la actual causa. ¿No estamos en una gue-
rra verdadera, y lo que es peor revolucionaria,
con los españoles? ¿No minan éstos la opinión pií-
blica? ¿No hostilizan por todos los medios nues-
tro sistema? ¿No siembran la desconfianza y los
temores, no seducen las familias, corrompen los
incautos y nos amenazan hasta con sus semblan-
tes? Pues ¿por qué se nos predica moderación con
estos crueles asesinos? ¡ Odio eterno a esta raza
impía! debe ser nuestra invariable máxima. Así
como honremos y distingamos a aquellos pocos de
entre ellos que nos ayudan en la santa empresa de
libertar el suelo patrio, es necesario, es justo, per-
seguir y aniquilar a los protervos que aun no han
perdido la esperanza de consumar nuestras des-
gracias. Este resorte será el único capaz de reunir
los esfuerzos de los patriotas. Por esta regla se
guían todas las naciones cuando tienen que exigir
del pueblo grandes sacrificios con el objeto de ha-
cer frente a un enemigo que se opone a su felici-
dad o a sus proyectos. Si la Inglaterra en su últi-
ma contienda con Francia hubiese dicho que los
franceses eran un pueblo humano, generoso y ama-
ble, y que las fuerzas y genio del emperador Na-
poleón eran extraordinarias; si hubiese dicho que
sus conquistas se dirigían únicamente a asegurar
la paz del continente; si, en fin, no lo hubiese pin-
tado como a un feroz tirano que lleno de ambi-
ción quería absorberse la libertad del mundo, ¿ha-
bría podido sostener por tantos años esa lucha que
324 BERNAEDO MONTEAGUDO
acaba de terminar con tanta gloria? Los ministros
ingleses que saben muy bien usar de los medios
conducentes al logro de su política expedían un
manifiesto contra la Erancia la víspera de pedir al
comercio un empréstito de cuatro o seis millones
para cubrir los gastos de la guerra, y jamás deja-
ron de llenarse sus cofres. Nunca será preciso en-
tre nosotros imputar a nuestros enemigos exceso al-
guno que no bajean cometido. Aunque agotásemos
el diccionario de los horrores y delitos, siempre
bailaríamos un vacío al explicar las atrocidades
de nuestros contrarios. Pero es preciso recordarlas
constantemente al pueblo para que la disputa ac-
tual no degenere en una guerra de capricho. Si
los españoles quieren fraternidad demuéstrenlo
deponiendo las armas a que corrieron, sin prece-
dente provocación, jurando nuestra pérdida. Es-
tos pérfidos no cesan de procurar la ruina de los
pueblos, y aun aquéllos que mantenemos dentro
de nuestro mismo seno tienen todavía oculto el
puñal con que nos piensan atravesar el pecho.
¿ Qué vendría a ser esa inútil moderación sino una
funesta confianza? Ello es indudable que sin este
espíritu de irritación, tan justo y racional por
nuestra parte, la guerra que aun nos resta se hará
sin vigor, y los sacrificios que son precisos para
concluirla serán violentos.
Por lo demás, al echar una mirada general so-
bre la marcha de estas provincias al logro de su
felicidad permanente, la sola duración de la gue-
rra, no debe considerarse como un motivo de des-
aliento. Veamos la historia de cuantos pueblos
han peleado por su libertad, y encontraremos que
una lucha mucho más dilatada contra sus anti-
guos tiranos no ha sido bastante para malograr sus
esfuerzos. Los suizos q«e hasta el día son libres,
y con una población menor que la nuestra pelea-
ron contra el poder del Austria; la Holanda in-
sultando a Eelipe II; el Portugal, separándose
de la España en tiempo de Felipe IV, y que de-
fendiendo al Duque de Branganza por el espacio
de diez y siete años, mantuvo la contienda todavía
OBRAS POLÍTICAS 325
hasta la muerte de don Juan, y después de la ab-
dicación de don Alfonso, tuvo la satisfacción de
que la Corte de Madrid le pidiese la paz recono-
ciéndolo independiente; por último, los Estados
Unidos, sublevados contra la Gran Bretaña, han
tenido que combatir por muchos más años, y a la
verdad con potencias mucho más fuertes que lo
que es la España en el día, ni llegará a ser en
un siglo.
¿Qué es, pues, lo que deberemos temer? A na-
die sino a nosotros mismos. Es esta una verdad de
que casi no hay persona alguna que no esté pene-
trada. Los imparciales nos la gritan, los enemigos
fundan en ella su bárbara esperanza, y nuestros
pechos la sienten, sin decidirnos por eso a abrazar
los medios que la razón y la experiencia nos dic-
tan para falsificarla. ¡ Oh americanos ! En vano
venceréis a vuestros contrarios ; inútilmente el lau-
rel ceñirá vuestras sienes si os falta firmeza para
refrenar vuestras pasiones.
Se habla frecuentemente de generosidad, y
mientras sólo se emplea esta virtud con los ene-
migos que no han de apreciarla, convirtiéndola
en instrumento de sus maquinaciones para dislocar
con impunidad el Estado, no la queremos usar con
la patria. Para merecer el ser tenidos por patrio-
tas (como lo dice un republicano ilustrado) es
preciso ser generoso ; porque aquellos que en la
causa pública obran por espíritu privado, aunque
hagan grandes cosas, serán reprehensibles tan res-
ponsables como Aquiles, que por una riña con Aga-
mennon dejó de trabajar en beneficio de su pa-
tria. Este es el único sentido honroso que tiene
esta voz especiosa sin declinar en debilidad o en
defecto. Se repite a menudo que esta es la virtud
de las grandes almas, sin reparar que cuando le-
jos de tener objeto racional tiene el escollo de in-
solentar a los que no pueden ser ganados con ella,
la generosidad es el vicio peculiar de los débiles,
y la máscara con que pretenden ordinariamente
cubrir su pusilanimidad y ponerse al abrigo de las
resultas de medidas fuertes y eficaces. Por eso es
326 BERNARDO MONTEAGUDO
que la posteridad no admiraría a Enrique IV por
su facilidad en perdonar las ofensas que le habían
lieclio, antes bien lo tendría por insensato si hu-
biese combatido enemig'os como los nuestros.
Pero mil causas se combinan para hacer incier-
ta la esperanza de cuantos hombres se complacen
en la regeneración de estos pueblos. La causa más
justa que jamás ha sostenido pueblo alguno viene
a eclipsarse por los desaciertos de los mismos que
están empeñados en ella. ¡ Ojalá el profundo do-
lor en que nuestros errores han puesto a los hom-
bres sensatos, en los momentos en que los triunfos
más completos esclarecen ya nuestro horizonte,
no tuviese otro fundamento que un celo demasia-
do ! ¡ Ojalá los rasgos de la intriga, del egoísmo,
de la insubordinación militar, de la ignorancia
de los deberes respectivos, no afease las páginas
de la historia de estos ilustres días!
De ningún modo el autor de estas reflexiones es
de la opinión de ocultar los terribles males que
padece la patria, abandonando su corazón al tiem-
po: mas antes cree, siguiendo el parecer de los me-
jores estadistas, que el disimulo no engendj-a ja-
más sino una funesta confianza que hace irreme-
diables las desgracias públicas. Con todo, mien-
tras deja a patriotas más hábiles la tarea de dis-
cutir prontamente los remedios que deben aplicar-
se a males tan enormes, se ceñirá a hacer una pe-
queña observación sobre dos puntos que considera
de suma importancia.
El primero es la necesidad de corregir la des-
enfrenada licencia que va introduciéndose en to-
das las clases del Estado, y la mordacidad con que
se ataca a las personas públicas. Semejante epi-
demia es una de las señales más precisas de la falta
del espíritu nacional de un pueblo, y en nuestro
caso proviene también de la malignidad de los ene-
migos del sistema y la debilidad do lof? patriotas.
Así es que los caracteres más elevados de la revo-
lución son víctimas frecuentemente de la maledi-
cencia: los servicios más señalados vienen a ser
obscurecidos, y las maldades más notables se cam-
OBRAS POLÍTICAS 327
bian sin saber cómo en lieroísmo. Muy pocos días
son bastantes para que el becbo más inequívoco
se convierta en problema. De esta manera la pa-
tria pierde unas veces sus buenos servidores y otras
coloca en la clase de sus mejores bijosa aquellos
mismos que la ban ofendido. Ño babrá ninguno que
no sienta los funestos efectos de esa facilidad cri-
minal con que se prestan los incautos a las suges-
tiones de los malvados ; pero para no dar lugar a
ella es necesario castigar con firmeza los ultrajes
contra la causa, sea cual fuese la clase a que per-
tenezcan los delitos, baciéndolo bajo ciertos prin-
cipios que nos debíamos baber formado ya; y este
es uno de aquellos casos en que la generosidad
mal entendida alimenta el _ desorden y el vicio.
Esta es también la explicación del fenómeno que
presentan algunos individuos que ban usurpado
la confianza del pueblo después de baberle soste-
nido la guerra en cuanto ba estado a sus alcances,
para continuar sordamente la bostilidad que no
pudieron finalizar entre las filas de nuestros con-
trarios.
El segundo punto es el grande interés que todos
tienen en aniquilar las facciones. El republicano
antes citado, nota muy bien que el espíritu^ de
facción que reinaba en Cartago impidió a Aníbal
los refuerzos de que necesitaba para acabar con
Roma, y que las intrigas y pasiones^ de Hanno
pudieron más en la materia que los intereses de
la patria, viniendo, en fin, esta falta de espíritu
público a causar la ruina de Cartago. El^ mismo
conviene en que la facción es el enemigo irrecon-
ciliable de la libertad, y que aunque a los golpes
que le demos consigamos postrar a este enemigo
al suelo, él se levantará como Anteo, incansable,
invulnerable e inmortal. Todo lo que podemos
conseguir es que este enemigo no llegue a ser, en
fin, el asesino de la libertad, al menos en nuestro
tiempo. Los que nos sucedan deben tener igual cui-
dado que nosotros. ¿Podremos ser indiferentes a
estas lecciones?
Por conclusión, nos vemos obligados a alarmar
328 BERNARDO MONTEAGUDO
justamente a nuestras lectores con respecto a los
implacables enemigos de la felicidad americana.
Los españoles europeos son el origen de los males
que padecemos aún mucho más de lo que se ima-
gina. ¿Pero qué parte tienen éstos, nos replicará
alguno, en nuestros errores, en nuestro egoísmo,
en nuestra desunión, y últimamente en nuestra
falta de constancia? La respuesta no es embarazosa
para todo aquel que sepa el modo con que se lia
conducido la reforma. La manía de conciliación
por una parte nos ha hecho perder mucho terre-
no, y por otra el ridículo empeño de imitar más
bien a las Cortes de los Estados antiguos, que a
los gobiernos de aquellos países que han peleado
contra sus tiranos. Es claro, que siendo los espa-
ñoles europeos poseedores de las riquezas y los
verdaderos amos del país al empezar nuestras con-
vulsiones políticas, tenían, por consiguiente, una
influencia decidida sobre la opinión piíblica, y
que esta temible influencia debe subsistir si al
menos por medios indirectos no hemos cegado las
fuentes de que dimanaba. Yo no aconsejaré por
eso el derramamiento de sangre, ni el trastorno
de las fortunas por sistema. Mas al ver que mu-
chos de los que pasan por patriotas frecuentan to-
davía las casas de los que meditan la ruina del
presente sistema ; al ver que huyendo de estrechar-
se con sus hermanos cortejan muchos la amistad
de los asesinos del pueblo, mi corazón se estreme-
ce con la terrible idea de que aun no hemos podi-
do ponernos a la distancia en que deberíamos es-
tar del punto de que partimos al declarar que que-
ríamos ser libres.
Dejo el asunto con una observación ligera. Con-
siderando nuestro estado presente, los buenos ciu-
dadanos se lamentan de la falta de aquel genio
ilustre que dirigió los pasos de la primera Junta, y
por cuyos extraordinarios esfuerzos hemos llegado
al camino en que ahora nos hallamos. Yo me per-
mitiré el confesar el gran vacío en que la priva-
ción de sus talentos revolucionarios nos han pues-
to, y que su muerte será para mí una eterna des-
OBRAS POLÍTICAS 329
gracia. Mas haciendo el debido honor a la admi-
nistración presente, creo que los males actuales,
según he tratado de probar, provienen de nosotros
mismos ; y de la pérdida del aquel patriota lamen-
tado diré lo que Cicerón de la muerte del elocuen-
te Crasso: Fuit hoc luctuosura suis, acerbus Pa-
/■ trice, grave honis ómnibus: sed ütainen remjrubli-
cam casus secuti sunt, ut mihi non erepta L. Cras-
so a diis inmortalibus vita, sed donata mors esse
videatur. Non vidit fíagranteTn bello Italiann non
ardentem invidia Senatum-, non sceleris nefarii
principes civitatis reos, non luctum fílicB... non
denique in ommi genere de formatam eam civita-
tem, in quce ipse fiorentissima multuTn ómnibus
gloria prcestitisset. Este suceso consternó a los su-
yos, fué acerbo a la patria, y llenó de pesar a todos
los buenos ; pero tales cosas han seguido, que a mi
entender los dioses inmortales no quitaron la vida
a L. Crasso sino que le concedieron la muerte. No
vio consumirse en guerra a la Italia, arder al Se-
nado en partidos, cometer maldades enormes a los
princÍ2Jales ciudadanos, cubrirse de luto las hi-
jas... no vio, últimamente, manchada en todk) gé-
nero aquella ciudad en que él m,ismo sobrepasó a
todos en gloria.
(El Independiente, enero 10 y 17 de 1815.)
Los patriotas han tenido un motivo de satisfac-
ción al contemplar la previsión con que el nuevo
gobierno ha adoptado entre sus primeras medidas
la muy importante de desarmar a nuestros enemi-
gos, minorándoles ese ejército doméstico con que
sin duda contarían para el caso de ataque. Mucha
injuria sería al buen juicio de los amantes de la
libertad el suponer que la leva de esclavos levan-
tada recientemente entre los españoles europeos
les ha sido tan sólo agradable porque cede en
perjuicio de éstos.
La complacencia con que el pueblo recibe esta
330 BEENABDO MOXTEAGUDO
clase de disposiciones proviene únicamente de la
conveniencia que todos perciben en ellas a favor
de la cansa. Este es el barómetro por el cual pue-
de pronosticarse la popularidad de cualquier de-
creto. El pueblo sabe que los españoles europeos
son sus verdaderos enemigos, y no podía dejar de
mirar con sobresalto una multitud de brazos aptos
para la guerra continuar sujetos a la dirección, a
la seducción y al encono de los agentes de la Es-
paña. Por no haber querido tocar en Caracas las
propiedades de sus enemigos domésticos perdie-
ron al fin las suyas junto con la patria ; y el go-
bierno que tiene a su cargo el velar sobre la salud
del pueblo, no cumpliría con sus deberes si por
respetar tales derecbos, que por inviolables que
se supongan deben siempre considerarse subordi-
nados al interés de la causa común, permitiese la
ruina de la gran obra que ba levantado nuestra
sangre. Persuádanse, pues, nuestros contrarios que
no babrá cosa que no se use para estorbar la es-
clavitud de estas provincias, y que sólo sobre el
sepulcro de nuestros enemigos internos es que po-
drá alcanzar a herirnos la espada del soldado me-
tropolitano.
Se exclama que de este modo arruinaremos las
fortunas privadas y que procedemos con violencia.
^;Pero qué mucho es que reviva esta injusta censu-
ra, cuando todavía resuena el eco impuro de los que
criticaban en el año de 1812 las ocupaciones que
se hicieron de las propiedades de ultramar? Las
sumas que se exigieron entonces de los comercian-
tes españoles residentes en estas provincias fueron
las que pertenecían a los de Cádiz, Lima y Monte-
video, que eran los puntos de donde se nos hacía
la guerra. Nada se les pidió que fuese suyo, nada
que estuviesen autorizados a retener. Lo que en-
tonces hizo el gobierno fué decirles: esos caudales
que retenéis, vengan a mis manos: sus dueños han
perdido el derecho que a ellos tenían haciéndome
la guerra; podía desde luego apropiármelos, pero
usando de generosidad no quiero aplicarlos al
patrimonio del Estado; me contento con que no
OBRAS POLÍTICAS 331
estén a la disposición de los mismos que arman ex-
pediciones para invadir mi territorio: el uso sólo
de este fatal dinero es lo que pretendo. ¿Hay algo
en esto que pueda parecer injusto? Yo pregunto:
¿si un apoderado de los comerciantes de Cádiz se
hubiese presentado al gobierno del país solicitan-
do que compeliese a sus agentes en estas provin-
cias a entregar los productos de sus negociaciones
que retenían en su poder desde la invasión de los
ingleses y sucesivas convulsiones de la Península,
debía creerse obligado el gobierno a obtemperar
a sus reclamos? ¿Sería injusto que el gobierno
mandase a esos infieles agentes exhibir lo que con-
servaban ajeno, y los compeliese por todos los me-
dios que las leyes indican al efecto? Pues ¿por qué
se quejan de que el gobierno, constituido por la
guerra heredero de las acciones del enemigo, co-
bre lo que él mismo estaría en otro caso obligado
a hacer pagar a un comisionado privado? Entre
nosotros, que tanto nos picamos de imitar a las
naciones cultas, no puede disputarse la legalidad,
no digo de la ocupación de los dichos caudales,
pero ni tampoco del derecho inconcuso que el go-
bierno del país tenía de aplicarlos al fisco; y si
hay alguno que no se satisfaga con el ejemplo
que la España nos ha dado repetidas veces y en
cuantas guerras ha sostenido con otras naciones ;
si ignorante de lo sancionado por el derecho de la
guerra, quisiese modelos más elevados para fijar
en el particular su opinión, examine lo que la
Inglaterra acaba de practicar al empezar la gue-
rra actual con los Estados Unidos; y verá que los
comerciantes ingleses han sido obligados a niani-
festar cuanto estaba en sus manos perteneciente
a los subditos americanos ; operación que sin duda
no se ha adoptado por el Ministerio Británico para
remitir bajo convoy las sumas que se recogiesen
a los ciudadanos del Estado enemigo. Y en cuanto
al modo que se observó en la ejecución de aquella
providencia, los comerciantes españoles que son
el abismo de la mala fe y del engaño, ¿podrán que-
jarse de violencia? ¿Cómo merecían ser tratados
332 BERNARDO MONTEAGUDO
unos monopolistas que tuvieron la impudencia de
excusarse con que no tenían libros o de presentar-
los desfoliados? Por este solo heclio, decaídos de
aquella consideración y honor que tan justamente
es debido a los verdaderos comerciantes, se expu-
sieron a ser tratados como defraudores públicos,
y desmerecieron aquella misma lenidad con que
no obstante fueron tratados, y al favor de la cual
conservan basta el día inmensas cantidades que
no ba sido dable descubrir.
Acaso otros efugios tan degradantes como aqué-
llos les habrán servido para ocultar los esclavos
que han debido entregar en cumplimiento de lo
últimamente mandado. Por el estado de la pobla-
ción de esta ciudad que se formó en el año de 1810,
resulta que el número de negros meramente en el
recinto de ella era de 6,955 varones, 5,512 muje-
res, 1,473 niños y 1,167 niñas. En este padrón no
se comprendían doce cuarteles más que después
se han formado y son los respectivos a los arraba-
les y quintas.
Aristócratas en camisa
Entre las extravagancias de que es fecundo el
choq^ue de las pasiones e intereses, no es de poca
consideración el empeño con que cierto número
de individuos, titulándose aristócratas, pretenden
reducir a determinadas personas la administra-
ción de los empleos, y el derecho a las distinciones
y honores que en todo país bien constituido deben
ser premio de la virtud y el mérito, y mucho
más en un sistema popular como el nuestro. Aun-
que este error no ha encontrado todavía muchos
prosélitos, ni es de temer que se extienda dema-
siado fuera del círculo de los pocos que lo han
concebido, me ha parecido, sin embargo, muy con-
veniente exponer lo infundado de sus ideas, des-
cubriendo la ridicula vanidad de los que preten-
OBllAS POLÍTICAS 333
den levantar este edificio aéreo, cuyos cimientos
no son otros que un orgullo pueril, y un deseo re-
prensible de elevarse sobre la opresión de sus con-
ciudadanos para acallar el conocimiento que los
acompaña de la inferioridad de su propio mere-
cimiento.
Antes de combatir esta Aristocracia soñada per-
mítaseme asentar ciertas bases, reconocidas por los
tratadistas, de que inmediatamente dimanará la
justicia del presente discurso. Supongo, pues, que
siendo el poder legislativo la función más noble
de la soberanía, del modo como se ejercita esta
sublime facultad es que depende la denominación
de un gobierno. La aristocracia se entiende cuando
el poder de hacer las leyes existe en una asamblea
escogida, a la cual no llega sino una determinada
clase del Estado bajo ciertas condiciones de he-
rencia, propiedad, riquezas, derechos personales
reconocidos por la constitución, o bien por la elec-
ción privativa de los miembros que la componen.
En la democracia, el pueblo, en general, es el le-
gislador, ya sea por sí mismo o por medio de sus
representantes. En fin, gobierno despótico o mo-
narquía absoluta se entiende todo aquel en que la
formación de las leyes depende de una sola per-
sona. A este último es también inherente la facul-
tad que compete al príncipe de ser el dispensador
de los honores y de las gracias.
Supongo igualmente que aunque el gobierno en
general se divide en estas tres formas primitivas,
rara vez se encuentran en toda su pureza, y por
tanto, si analizamos la estructura de los presentes
gobiernos del mundo, no hallaremos uno que se
componga simplemente de uno de estos principios
elementales, o no admita alguna mezcla o combi-
nación peculiar, bien que por la parte mayor que
tenga de una de las tres formas se llame aristocrá-
tico, democrático o despótico.
Creo también enterados a mis lectores de que ai
el gobierno aristocrático es el más conforme a la
naturaleza, la razón es que según ella los hombres
están siempre relativamente en desigualdad de
334 BERNARDO MONTE AGUDO
fuerzas: y este es el motivo por que las primeras
sociedades, de las cuales la principal es la fami-
lia, se han gobernado aristocráticamente, y tam-
bién porque muchos de los salvajes que existen
en diversas partes del mundo se gobiernan del
mismo modo. Este es el fundamento preciso de la
autoridad paternal ejercida sobre los miembros
de su casa que emana de esta fuente sencilla, pero
no de convenios o privilegios concedidos.
Descendiendo ahora al punto que tenemos en
vista, y al frente ya de los pseudo aristócratas o
aristócratas de intención, deberíamos ante todas
cosas obligarlos a la exhibición de los títulos en
que fundan sus pretensiones. Pero si nos abstene-
mos de sujetarlos a la formalidad de este trámite
(que en el concepto de los lectores entendidos aca-
so parecerá injusto el dispensar), no es para darles
desde luego de mano, como a hombres qu§ forman
castillos en el aire, o como a locos que con débil
y mal segura lanza embisten al gigante figurado
en un molino de viento.
En prueba, pues, del decoro con que los trata-
mos, ya que a un aristócrata verdadero o apócrifo
es necesario ceder alguna cosa, les haremos algu-
nas advertencias que podrán servirles para depo-
ner su manía.
La primera consideración que se ofrece es una
mera ojeada al estado de nuestros pueblos. Bue-
nos Aires, por su localidad, es enteramente comer-
ciante. Lo reciente de su fundación había impedi-
do que se formasen grandes fortunas, y por con-
siguiente reducidos sus habitantes a una media-
nía abundante, obligados todos a observar una
frugalidad honesta (compañera inseparable de la
democracia), que era la única capaz de conservar
los frutos de su industria, no conocían los exce-
sos del lujo, ni experimentaban el poder de los
grandes y refinados placeres, que son propios de
las poblaciones antiguas, y que dando un círculo
rápido al producto de la riqueza nacional, la reúne
en muy pocas manos para formar este contraste
entre la más excesiva opulencia y la indigencia
OBRAS POLÍTICAS 335
más extremada que se advierte tan solamente en
pueblos de origen muy remoto. Tal era el estado
de nuestra sociedad al brotar la revolución, y
desde entonces no lian podido formarse caudales
gigantes que introduzcan desigualdad notable en
la condición de los ciudadanos, sin la cual las pre-
rrogativas de clases son puramente ideales.
Verificada la revolución, el curso mismo de los
negocios nos ha llevado a respetar la igualdad que
antes subsistía, con la notable diferencia de que
si hasta allí había sido ésta un efecto de las cir-
cunstancias del pueblo, desde entonces fué una
consecuencia precisa de la forma de gobierno adop-
tada ; y esto se demuestra por la constante prácti-
ca seguida en la elevación de las personas que
han gobernado en la revolución, las cuales han
sido elegidas sin consideración al rango que ocu-
paban en la sociedad, sino indistintamente por
solo el motivo de su presunta virtud y suficiencia,
sucediendo actualmente lo mismo en la soberana
asamblea para la cual se eligen su.s miembros in-
mediatamente por el pueblo, y no se exige calidad
alguna de rentas, prerrogativas o derechos de que
deba disfrutar la persona elegida. Tan verdad es
que la forma actual del gobierno es popular, y
que esos aristócratas soñados se oponen y están
en verdadera contradicción con ella.
Si la revolución los hubiese despojado de al-
guna cosa, su resentimiento, aunque injusto, po-
dría tener algunos visos de fundado. ¿Qué venta-
jas son las que esos aristócratas poseen sobre los
demás ciudadanos? ¿ Será acaso el ser hombres
de casa, como figuradamente se titulan? Pero ¿qué
quiere decir esto? ¿Tiene esta frase alusión a al-
gunos caserones viejos, compuestos en la mayor
parte de barro, que algunos de esos caballeros po-
seen, y cuya excelencia sobre el resto de las ca-
sas de los vecinos no es otra que el dar expendio
a los almacenes, de cucharas de albañil, para ta-
par remiendos, o sostener algún número de negros
matadores de ratas con humazos? ¿Por qué miran
con odio a los que no son locos como ellos, llaman-
336 BERNARDO MONTEAGUDO
doles por desprecio demócratas azufrados, como si
quisiesen éstos arrebatarles sus fortunas, o, a estilo
de la revolución de Francia, se vistiesen con poco
aliño para desairar a la antigua nobleza? Yedlos
el día que por su ineptitud o sus vicios pierden el
miserable empleo que consiguen a fuerza de ca-
bala e intriga, confundirse por su miseria con el
pueblo más bajo e ir a aumentar el número de los
más despreciables rufianes. Sin rentas, sin patri-
monio, sin dedicación y sin principios, pretenden
con todo ser los favoritos de la patria, y miran
de sobre ojo al que, porque no es visionario como
ellos, no lia dado en ponerse un d'e antes del ape-
llido, con lo cual quedaría incorporado desde lue-
go en el ilustre y poderoso cuerpo de estos aristó-
cratas mendicantes.
Desengañémonos: tan ridícujo es querer ser aris-
tócrata sin fortuna, o privilegios constituciona-
les, como bacer el rico cuando se está en la men-
dicidad. Todavía el querer ser noble es otro delirio
mayor. Si en nuestro país hubiese una verdadera
nobleza deberíamos todos respetarla y acaso ale-
grarnos porque sería señal de la opulencia. La no-
bleza en los países antiguos es una de las colum-
nas del Estado: ella sirve para sostener las distan-
cias que existen entre el príncipe y lo común del
pueblo ; y sin deber su origen a la casualidad y
al capricho, es el apoyo de la pobreza. Un fanático
que quisiese destruirla nada menos pretendería
que introducir la confusión en el Estado, y obra-
ría con tanta injusticia como la de nuestros aris-
tócratas o nobles, en solicitar con exclusión los
primeros empleos, buscando en éstos unas distin-
ciones que no tienen derecho a esperar.
Mucho podría decirse sobre esto; pero los lí-
mites de estas páginas me obligan ya a dejar la
materia, confiando en que la perspicacia de mis
lectores sabrá dar todo el valor a los principios con
que me propuse esclarecerla. Mas no podré omi-
tir mi protesta de que ni tengo horror a los aristó-
cratas, ni me tengo tampoco por plebeyo. Sólo qui-
siera que mis conciudadanos, deponiendo quime-
OBEAS POLÍTICAS 337
ras, aspirasen a distinguirse por la senda del mé-
rito y de la virtud, que es lo único apreciable a
la patria.
{Id., enero 24 de 1815.)
No sin intento liemos publicado en nuestro nú-
mero anterior lo que hasta la fecha puede fíaberse
de las operaciones del Congreso de Viena. Habría-
mos deseado no detenernos tanto en las noticias
de la Europa y descansando justamente en aque-
lla segura máxima, demostrada tantas veces por
la experiencia, de que es libre el pueblo que quie-
re ser libre, y no porque lo dejen serlo, omiti-
ríamos casi siempre investigar lo que mediten los
tiranos. Esta conducta acallaría la crítica dirigida
contra los periódicos de estas provincias que desea-
rían algunos fijasen su vista más cerca del país,
y tratasen exclusivamente de las muchas e im-
portantes materias que ofrece a la penetración de
los entendidos en estos peligrosos momentos.
Pero cuando no faltan almas débiles que calcu-
lan más bien sobre la aptitud de los tiranos de
ultramar, que sobre el valor de los esfuerzos que
podemos y estamos resueltos a oponer a sus qui-
méricas empresas: cuando se da más atención a
la voluntad o encono de nuestros opresores, que a
la decidida resolución de estos heroicos pueblos ;
y aspirando antes a una libertad a escondidas, y
como por abandono del que la contradice, hay
quien echándola de maestro en los altos misterios
de la política de Europa, y de los pasos más re-
cónditos de sus artificiosos gabinetes, pretenda
intimidarnos con sombras y misterios que no exis-
ten sino en su miserable cabeza ; ¿ qué otro recurso
habrá para confundir a estos impostores políticos
que descubrirles las fuentes de que debían beber,
al menos para que los incautos no se inficionen
con sus doctrinas, ya que su mala fe o su igno-
rancia las desconoce o las oculta?
22
333 BEENARDO MONTEAGUDO
Es cierto que al hombre juicioso causará más
lástima que ira la petulancia de esta clase de char-
latanes. También lo es que para desconcertar a
estos doctores cuando están explicando como por
caridad al pueblo los más intrincados sucesos de
las operaciones de París y de Viena, bastaría la
sencilla pregunta de si han leído una línea si-
quiera de esos tratados, de que hablan con segu-
ridad tal, cual si estuviesen impuestos directamen-
te por las notas confidenciales de alguno de los
plenipotenciarios o príncipes que los han celebra-
do. Pero para que su presuntuosa arrogancia no
seduzca al pueblo sencillo es necesario alguna vez
presentarlos como ellos son, y ésta es la mejor apo-
logía que se ofrece a la necesidad del presente
discurso.
Triste es a la verdad la suerte de aquel escritor
público obligado a gastar su tiempo en destruir
y no en edificar; en combatir a cada paso errores
y no en diseminar verdades. Con todo, el espíritu
de fortaleza que debió animarlo a emprender tan
penosa carrera es el que debe en estos momentos
sostenerlo y el único que puede hacérsela concluir
con honor y aun con gloria.
Para destruir, pues, la extraña y escandalosa
proposición abortada hace pocos días en un lugar
muy respetable, de que por la enormidad de los
riesgos que amagaban al país de resultas de es-
fuerzos combinados contra la libertad de Améri-
ca, era preciso interpelar de nuevo la decisión de
los pueblos unidos, con el conocimiento que se les
diese de la extensión de estos escollos, presentamos
a estos Apóstoles del miedo lo último que se sabía
en Europa de las conferencias de Tiena, y des-
cansando en que no querrán desde aquí pasar por
más instruidos que los que allí investigan estas
materias, los damos por concluidos en sus presun-
tuosas aserciones.
No podemos, sin embargo, ocultar a nuestros
lectores que un modo de opinar tan ajeno de la
gran época en que nos hallamos, no es otra cosa
que una desviación horrorosa de los intereses del
OBEAS POLÍTICAS 339
pueblo. No liay medio: para proponer que se con-
sulte a las provincias si quieren que se continúe
la guerra, es necesario o creer que los pueblos des-
mayarán al aspecto de peligros que no han pre-
visto, o suponer que son capaces de desmayar, o
que al declarar que querían ser libres no se deci-
dieron a hacer frente a todo el encono y furor del
tirano. En los tres casos se hace una injuria tan
grave a los sentimientos y al carácter de nuestros
pueblos, que es forzoso haberse borrado de la lista
de sus heroicos hijos para no exaltarse con tama-
ña afrenta,
Pero que sean cuales fuesen los riesgos que nos
amenacen, ¿podrá dudarse ni aun por un solo ins-
tante de la disposición a arrostrarlos en unos pue-
blos que han formado ya su Congreso, y cuyos
ͻoderes librados a sus diputados contienen toda
a cláusula precisa de promover la independencia?
¿Dónde la sangre se prodiga a torrentes por sos-
tener la libertad, y dónde la sombra sólo de la do-
minación española hace estremecer al último pa-
triota?
¿Qué es lo que querían conseguir se sacrifica-
se al influjo de aquella consulta? ¿Las vidas de
los ciudadanos? Ellos las han dado y las dan con
gusto en la defensa de tan sagrada causa. ¿Las
propiedades y sudores de cuantos tienen el placer
de titularse americanos? Nada hay que se reserve
cuando se dice que es preciso en nuestro actual
empeño. ¿Qué es, pues, lo que quieren pedir?
¿Que no se defiendan, que se resistan a ir a la lid,
que entreguen el cuello a la segur de los tiranos?
He aquí que parece haberlos entendido. Hablen
claro y los comprenderemos sin trabajo.
j Manes de los ilustres americanos que habéis
muerto por los derechos de estos pueblos! ¿Pudis-
teis entender sin horror que en el año sexto de
nuestra libertad haya quien aconseje que se pre-
gunte a vuestra patria si quiere continuar su de-
fensa? ¿Vuestra tumba gloriosa no se ha estreme-
cido al considerar que se disputa si vuestros sacri-
ficios serán vanos y vuestra sangre derramada en
340 BEENARDO MOMEAGÜDO
balde? ¿Qué opinióu tendréis de los que os hau
sobrevivido y a quienes en la separación encomen-
dabais vuestra venganza y vuestra gloria? ¿Consi-
deraréis como a hermanos a los que no han sabido
mirar el ejemplo de vuestras virtudes? ¡Ah! No
perturbéis vuestro eterno reposo: el gobierno no
sigue estas ideas, no las siguen los pueblos, no las
lia seguido tampoco ninguno de cuantos escucha-
ban ; y si algunos se degradaron hasta un extremo
tan lamentable, su cobarde voz fué sofocada por
aquellos mismos a quienes desde la eternidad no
rehusaréis todavía el mirarlos como a vuestros dig-
nos amigos.
Enhorabuena que se pinten al pueblo los peli-
gros para concentrar el espíritu público a los me-
dios de sostener la actual indispensable lucha.
Este es un deber del magistrado, y su celo por la
seguridad del Estado puede llevarlo honrosamen-
te hasta el extremo de exagerar los males, valién-
dose al efecto de las proclamas y otros papeles que
están en uso en todas las naciones. Dudar o hacer
dudar del buen éxito del sistema de un pueblo
mostrándole en problema su suerte, es cobardía,
es infamia, es una traición.
En julio de 1807, nuestra ciudad se hallaba ro-
deada por todas partes de enemigos. Una escua-
dra de más de doscientos buques a la vista obs-
truía nuestras aguas: 2,000 hombres en el Eetiro;
5,000 formando una línea de circunvalación al
Oeste; por el Sur posesionados, 1,000 de la Resi-
dencia; más de 3,000 peleando ya en las calles;
y en todas partes tremolando la bandera inglesa
en nuestros edificios y casas; no pensamos más que
en vencer, y en efecto vencimos.
Para rechazar a nuestros contrarios es necesa-
rio no sólo que el pueblo sea fuerte y constante,
sino que lo sea igualmente el gobierno, que lo sea
también el senado. Por la firmeza de este cuerpo
se salvó Poma muchas veces. Acordémonos de la
sublimidad y desprendimiento heroico del senado
romano cuando habiendo huido vergonzosamente
el cónsul Prebonio Yarron, y retirándose a la ca-
OBRAS POLÍTICAS 341
pital, salió a recibirlo para reanimar la confianza
del pueblo, y le dio las gracias por no haber de-
sesperado de la república. Así cubrieron aquellos
grandes hombres la falta de Varrón, y en obse-
quio al interés piíblico sofocaron en la ocasión el
deseo de vengarse con oportunidad de su cónsul,
que siendo de un nacimiento extremadamente
bajo, no había sido elevado sino para humillar a
la nobleza.
Con sentimiento nos llama ya el orden de nues-
tro periódico a dejar la materia. Para concluirla
séanos lícito citar dos pasajes del sabio Montes-
quieu en su tratado sobre las causas de la grande-
za y decadencia de los romanos.
«Roma fué un prodigio de constancia. Después
de las jornadas de Tesin, de Trebia y de Trasime-
no; después de la de Cannes mucho más funesta
todavía, abandonada de casi todos los pueblos de
Italia, no por eso pidió la paz. Porque el senado
jamás se separaba de sus antiguas máxima: obra-
ba con Aníbal como había obrado en otro tiempo
con Pyrro, a quien había rehusado todo convenio
mientras estuviese en Italia; y yo encuentro en
Dionisio de Halicarnaso que cuando la negocia-
ción de Coriolano el senado declaró que no violaría
jamás sus costumbres antiguas; que el pueblo ro-
mano no podía hacer la paz mientras los enemipos
estuviesen sobre sus tierras; pero que si los Vols-
cos se retiraban, se concedería todo lo que fuese
justo. »
«Roma se salvó por la fuerza de su institución.
Después de la batalla de' Cannes, no fué permiti-
tido aiín a las mujeres el derramar lágrimas ; el
senado rehusó rescatar los prisioneros, y envió los
miserables restos del ejército a hacer la guerra a
la Sicilia, sin recompensar ni honor ninguno mi-
litar, hasta que Aníbal fuese echado de Italia.»
Sobre tan elevados modelos, creemos, pues, que
en lugar de la fatal consulta a que aludimos, debe-
ría haberse propuesto la siguiente declaración:
Que las Provincias Unidas d^el Rio de la Plata ja-
342 BERNARDO MONTEAGUDO
nnás entrarán en negociación alguna con la Espa-
ña, mientras no esté evacuado su territorio.
{Id., febrero 7 de 1815.)
^
Libertad política y civil
En todas partes se habla de libertad, pero en
este punto, como en otros, parece suceder lo que
con los rumores populares, que más se desfiguran
a proporción de que se extienden. Si la libertad
se entiende por una absoluta franqueza para ha-
cer cada individuo lo que más convenga a sus in-
tereses, a sus necesidades y sus caprichos, mien-
tras los hombres permanecen todavía en sociedad
vendrían por lo mismo a ser esclavos. En las sel-
vas es únicamente donde el hombre puede gozar
de este privilegio salvaje. ^;Pero puede esperar allí
alguna cosa de la afección, benevolencia y rela-
ciones de los demás seres que llevan su figura? Sin
pactos formados con el resto de la especie o con
cierto número de ella que habita determinada cla-
se de pueblos v ciudades, el hombre es cierto que
no sufre restricción alguna : carece de toda obli-
gación, y en el resorte de sus operaciones sólo se
advierte el impulso de su pasión y sus deseos. Pero
el resto de su especie está tan desprendido de él
como él mismo lo está de los demás hombres. En-
tregado a sus propias fuerzas no alcanza más sino
aquello que éstas le ofrecen. Nada debe a los otros,
pero tampoco tiene cosa ninguna que esperar. En
fin, por no exponerse a que los demás obren con
él a su mero antojo es que reducido a sociedad se
conviene a moderar el suyo, y lo sujeta a reglas
conocidas y recíprocas.
La libertad civil se entiende aquel estado en
que el hombre no es comprimido por ninguna ley
sino aquella que conduce en gran manera a la pú-
blica felicidad. Explanando esta definición el emi-
OBRAS POLÍTICAS 343
nente filósofo político de que la hemos tomado (1)
nota muy bien que cuando hacemos lo que quere-
mos usamos de la libertad natural; mas cuando
hacemos lo que queremos y esta voluntad es con-
forme al interés de la comunidad a que pertene-
cemos, entonces es que propiamente disfrutamos
de la libertad civil, es decir, de aquella sola liber-
tad que debe desearse en un estado de sociedad
civil.
Reducidos los hombres a vivir en ciudades, las
mismas relaciones que existieron al principio entre
las familias se extendieron poco a poco a muchas
poblaciones ; y de aquí nacieron esas grandes aso-
ciaciones donde reina un mismo interés, una es-
trecha unión y un mismo lenio^uaje que las consti-
tuyen en lo que se llama Nación o Estado.
Por consiguiente, determinados a explicar en
qué consiste la libertad en sus diversas modifica-
ciones, hemos reducido la definición anterior a un
término más limitado. Por libertad política en-
tendemos la libertad de la Nación: libertad civil
llamamos la libertad del ciudadano.
La primera consiste principalmente en la inde-
pendencia de la Nación, Las conquistas y la am-
bición suelen trastornar los Estados, y de muchos
cuerpos formados ya para existir separadamente,
consiguen levantar uno solo. Basta esta desgracia
para que un pueblo deje de ser libre: y como aquel
que cae en la dominación de un pueblo diferente,
tenía ya intereses diversos, su situación es muy
violenta.
Es con todo necesario observar, que esclavizada
la Nación puede todavía el ciudadano continuar
en su libertad. De esto es ejemplo bien palpable
en nuestros días la Irlanda, cuyo reino por su
unión con la Inglaterra dejó en realidad de ser
libre, y bien que desde la célebre reunión de su
parlamento, se haya acercado más a la dignidad
(1) William Paley en sus principios de filosofía moral y política.
Nos obligamos a presentar en lo sucesivo a nuestros lectores algunos
extractos de este estimable tratadista.
344 BERNARDO MONTEAGUDO
que había perdido, las restricciones que pesan so-
bre ella deben recordarla lo que le queda todavía
por recuperar. Mas como allí gobiernan las leyes
inglesas, resulta de aquí que el Estado solo pade-
ce, pero que el ciudadano es libre. Lo mismo su-
cedía o poco menos con los Estados Unidos de
América, antes de su separación; y la liberalidad
del gobierno británico, que no podía alcanzar a
tratar a sus colonias como a la metrópoli, no dis-
crepaba en respetar los derecbos privados. Por el
contrario, la España que tiranizaba una gran par-
te de la América, oprimía también al ciudadano,
fuese porque las leyes que había dictado a sus co-
lonias debían producir este horroroso efecto, o por-
que no teniendo otras mejores para consigo mis-
ma no podía comunicar lo que ella no gozaba —
circunstancia que demuestra la diferente natura-
leza de la lucha de ambos colonos contra sus res-
pectivos señores. Los primeros, aunque con sobra-
da justicia, pelearon sólo por la libertad del Es-
tado: los de la América del Sud combaten por ella
también, pero además aspiran a la libertad civil,
que bajo el yugo de sus antiguos opresores no pu-
dieron disfrutar jamás.
Desde luego son extremadamente graves los
males que pesan sobre una Nación cuando pierde
su independencia. Sujeta entonces a su soberano,
cuyos sentimientos lejos de ser los de un padre
hacia sus hijos, se dirigen sólo a consolidar su do-
minio, fluctiía miserablemente entre la indiferen-
cia y las desconfianzas del príncipe. Sus rentas
van a engrosar el poder del mismo que la oprime:
las guerras que ha de sostener, dictadas sólo por el
interés o el capricho de la metrópoli, no le produ-
cen ventaja alguna: los honores y premios se dis-
tribuyen con parcialidad: los recursos son lentos;
y hasta el riesgo de una cesión contribuye a em-
peorar sus destinos, haciendo más incierta eu
suerte.
Nótese aquí que la España, no satisfecha con
estos medios de tiranizar sus colonias, atacaba
también la libertad civil de estos pueblos: porque
OBRAS POLÍTICAS 345
los colonos no tenían parte en su legislación, y
porque las restricciones en punto a comercio, los
despojaba de la libertad de industria, que es uno
de los más sagrados dereclios que corresponden al
ciudadano. Esta digresión no puede parecer incon-
ducente a cualquiera que desee seguir la historia
de los abusos del poder, tanto más digna de aten-
ción en un país que por trescientos años lia sido
el blanco de las vejaciones más crueles.
Para volver a nuestro asunto, debemos expre-
sar que por grandes que sean los males indicados,
no hay comparación con los que sufre un pueblo
donde no hay libertad civil.
Los dereclios del ciudadano consisten en el libre
uso de sus propiedades y de su industria: en ser
protegido por la autoridad general: por último,
en que se le administre con imparcialidad la ley.
Por consiguiente la recta administración de jus-
ticia, como que de ella depende el honor, la vida
y la fortuna del ciudadano, es lo que más interesa
al individuo en el estado de sociedad.
Cuando un pueblo ha llegado a establecer un
gobierno propio, como ha sucedido felizmente ya
entre nosotros, su libertad estriba casi enteramen-
te en el manejo de los jueces. Un siglo acaso pa-
sará sin que al gobierno se le ofrezca una cuestión
de que se derive la buena o mala suerte de las
provincias que le están encargadas. Si en la pre-
sente guerra pone en movimiento cuantos recur-
sos están a sus alcances para rechazar a nuestros
contrarios ; si consulta por todos medios la seguri-
dad del Estado, y por otra parte, no usurpa las
atribuciones del poder, destruyendo lo que pres-
cribe la actual Constitución que nos rige, él ha
llenado sus deberes. Por el contrario, la libertad
civil a cada paso es atacada por la administración
judicial, si los jueces son corrompidos: y el ciu-
dadano en cada momento de su vida puede perder
sus bienes y su honor; puede, en fin, ser arrastra-
do a un cadalso infame por la violencia de un ma-
gistrado prevaricador.
Echemos la vista un poco atrás y consideremos
346 BEENARDO MONTEAGUDO
los días tenebrosos que pasamos en el antiguo des-
potismo. Oidores ignorantes, enviados de la penín-
sula a hacer su fortuna privada a expensas de la
misma justicia, eran los administradores de la
ley, o por mejor decir, eran la ley en aquellos
tiempos lamentables. vSu prostitución los había
elevado a sus cargos y ella sola los sostenía. Sus
arbitrariedades eran oráculos de que no era pru-
dente ni aun lícito apelar. Si un miserable era
oprimido, aun el desahogo de la queja le era ve-
dado. Amándose a sí mismo él debía todavía res-
petar la mano que lo sacrificaba, para no espo-
ner su seguridad a nuevas injurias. Esos abomina-
bles jueces, después de vender la justicia en esos
mercados tapizados que titulaban los Estrados del
Tribunal, salían después a consumar el insulto
del ciudadano, mostrándole desde su coche los
bastones que cargaban como insignia de su poder
abominable. Ved aquí hasta dónde puede apurarse
la paciencia de un pueblo, y lo sumo de la opre-
sión a que puede llegar. ¡ Provincias TTnidas que
a costa de tanta sangre derramada habéis probado
que deseáis vuestra libertad! Yelad siempre sobre
la conducta de los jueces: no olvidéis lo que su-
fristeis de los antiguos: examinad la de los pre-
sentes: juzgad y comparad.
(Id., febrero 21 de 1815.)
Federación
Si la suerte de los Estados no dependiese in-
mediatamente de la conformidad entre la forma
de gobierno y su localidad e intereses, desde lue-
go podríamos mirar con indiferencia que se adop-
tase tal o cual régimen, según ocurriese al más
atrevido o se antojase al menos reflexivo. Pero
siendo el edificio político de una delicadeza tal,
que cualquier defecto en su organización viene a
OBRAS POLÍTICAS 347
precipitarlo indefectiblemente a su ruina, con
más precisión todavía que la que se advierte en
el cuerpo humano, cuyos vicios suelen enmendar-
se por el gran reparador que es el tiempo, es ne-
cesario no desentenderse en ningiin momento de
los fatalísimos errores que al favor del descuido
pueden introducirse en nuestras provincias.
La vida natural y política son sin disputa las
primeras listas de los intereses del hombre. De
aquí la común propensión a investigar y decidir
en las materias del Estado. Resintiéndose el hom-
bre de depender de auxilio exterior en punto de
tan elevada importancia, nunca se entrega ciega-
mente a la opinión de otros. Por grande que haya
sido su inaplicación a la ciencia de la política,
por más que conozca las dificultades que presenta
este campo espinoso, él se atribuye al menos una
habilidad indisputable para guiarse por sus pro-
pias ideas: y su confianza es tanto mayor cuanto
es más grosera su ignorancia. Naturalmente se
cree político por las mismas razones que se cree
naturalmente médico.
Sería ridículo, no menos que en sumo grado
peligroso, querer ocultar por más tiempo los mons-
truos que alentados de la ambición y las pasiones
han empezado ya con furor a devorar nuestras pro-
vincias. Cuantos arbitrios puede discurrir el ex-
travío del corazón humano para propagar un cis-
ma político ; cuantos medios pueden poner en re-
sentimiento de los pequeños ambiciosos, cuyas es-
peranzas han sido burladas, y la arrogancia de
aquellos que a toda costa se han propuesto engran-
decerse en la revolución ; todas estas plagas se
combinan para introducir la confusión y la dis-
cordia, precipitando a los pueblos en mayores des-
gracias que aquellas mismas de que quisieron es-
capar moviéndose contra sus antiguos opresores.
Entre la multitud de maquinaciones con que se
pretende extraviar el espíritu piíblico, la más ar-
tificiosa es el proyecto de una federación, ^ba jo que
quieren constituir desde luego los pueblos unidos,
alterando así la forma presente con la cual son
348 BERNARDO MONTEAGUDO
administrados y tentando una variación de que
esperan el logro de sus pretensiones privadas.
Consecuencia de semejante pensamiento es un
espíritu de provincialismo tan estreclio, tan ili-
beral y tan antipolítico, que si no se acierta a cor-
tar en oportunidad, vendrá precisamente a disol-
ver el Estado; y de todas las partes que en la ac-
tualidad lo componen no dejará en pie sino seccio-
nes muy pequeñas, incapaces de sostenerse por vSÍ
mismas, débiles con respecto a los enemigos ex-
ternos, y mutuamente rivales de su aumento y su
gloria por la inmoderación de sus celos.
Para impugnar este fatal proyecto, nos contrae-
remos a tres puntos de que no puede prescindirse:
qué es federación ; si conviene en la actualidad a
nuestros pueblos ; por quiénes y por qué causa se
medita.
En cuanto a lo primero, la federación no es otra
cosa que una liga estrecha , formada entre dife-
rentes pueblos o provincias, por medio de la cual
constituyen un todo para dar más valor a sus fuer-
zas. A diferencia de aquellos pactos o coaliciones
celebradas ocasionalmente de nación a nación para
sostenerse en los apuros de una guerra, por cuyas
estipulaciones no se limita o compromete la inde-
pendencia nacional del pueblo que los ba celebra-
do; la federación, por el contrario, supone de par-
te de los que la componen un desprendimiento de
sus privilegios peculiares, una cesión a beneficio
del cuerpo federal de las prerrogativas que antes
poseían íntegramente y con separación los pueblos
unidos; supone, en fin, una reunión de los votos
de cuantos la componen, en un Congreso, Asam-
blea, Dieta o Estados generales, en que se esta-
blezcan las leyes que han de regir a todos, se deter-
minen los asuntos de paz y guerra y se impongan
las contribuciones con que ban de cubrirse los gas-
tos públicos.
Requiere, además, un gobierno general que ex-
tienda su poder e influencia sobre todas las pro-
vincias, que disponga de las fuerzas del Estado,
rija los ejércitos, dirija la guerra, administre los
OBRAS POLÍTICAS 349
fondos públicos, confiera cierta clase de empleos
y de recompensas; que trate con las potencias ex-
tranjeras y pueda despachar a ellas cualquier gé-
nero de negociadores. Por illtimo, los pueblos per-
tenecientes a una confederación, no retienen de
su independencia privada sino aquello que no es
preciso para sostener el cuerpo moral levantado
por la federación ; y así como el individuo que en-
tra en sociedad depone su libertad natural por
disfrutar de la civil, y no conserva sino aquélla
que no es precisa al bien de la comunidad entera;
los pueblos en confederación pueden reservarse la
facultad de hacer reglamentos para su régimen
interno y establecer la forma de administración
interior que más les adapte conforme a su locali-
dad e intereses, aunque difiera de la peculiar de
las demás provincias unidas ; pero necesitan reco-
nocer un solo gobierno común a todas las partes del
Estado, efectivo en su autoridad y poder, respeta-
do por todos, único en sus grandes funciones, cons-
tante en su forma, y presente en el círculo de su
acción como la Providencia lo está en cualquier
punto del Universo.
Para ilustrar esta materia, echemos una ojeada
a los gobiernos federativos que nos son conocidos.
Empezando por los antiguos, y dando por sentado
que las asambleas amphictyonicas de la Grecia
no fueron el cuerpo federal de aquellos pueblos,
como erradamente se ha creído hasta las prolijas
investigaciones de algunos sabios, sino que su ob-
jeto fué meramente religioso, según ha demostra-
do también uno de nuestros primeros escritores
en la revolución, descubrimos, no obstante, los
vestigios de esta forma de administración en la
primera época de los anales del pueblo de Ática.
Theseo, conociendo los peligros que amenaza-
ban a Atenas por las subdivisiones en que se man-
tenían los pueblos, a pesar de su insignificancia,
tomó un partido que hasta nuestros días ha soste-
nido la opinión de sus grandes talentos políticos.
Theseo, dice un contemporáneo ilustre, que reunía
grandes ideas a un valor estupendo, conoció cuan
350 BERNAEDO MONTEAGUDO
precario era aquel estado de cosas y lo mucho que
debilitaba a su nación exponiéndola a ser presa de
sus vecinos. Para reunir a todos los habitantes de
la Ática y hacer una sola ciudad de todas sus di-
ferentes aldeas, abolió los consejos particulares
que las gobernaban. El no dejó subsistir sino un
solo tribunal superior y estableció un prytaneo
o consejo general en la villa de Atenas. En memo-
ria de esta reunión se estableció una fiesta anual
con el nombre de Synoecies o de reunión en un
mismo lugar. Ordenó también que los alhéñeos
establecidos en honor de Minerva por Eriothoiúo
tomasen el nombre de panatheneos, o de fiesta ge-
neral de esta diosa, y que cada aldea enviase sus
víctimas a Atenas y asistiese a los sacrificios por
sus diputados. De este modo el pueblo de la Ática,
semejante a un navio combatido por las olas, de-
bió en adelante su salud al tribunal del areópago
y al prytaneo nuevamente formado, que como dos
anclas, lo hicieron resistir largo tiempo a las naás
peligrosas agitaciones. Los vestigios de igual re-
volución se encuentran entre los Arcadios y los
Argienses. Aun parece que fué general entre los
antiguos griegos.
La memoria de este gobierno primitivo habría
debido sugerir a este pueblo la idea saludable de
una confederación política. Probablemente se cre-
yó incompatible con su independencia: acaso se
pensó que el gusto de las fiestas públicas, reunién-
dolo, sería bastante a afianzar por sí solo los víncu-
los de la consanguinidad que una natural descon-
fianza y una ligereza demasiada se empeñaban
sinceramente en relajar o disolver. Esta es cabal-
mente la misma idea que Thucydides nos da de
las mutuas relaciones de aquellos pueblos.
Descendiendo a los tiempos modernos, es muy
de notar que el Imperio Británico se ha manejado
hasta poco tiempo há bajo una forma verdadera-
mente federal. Inglaterra, Escocia e Irlanda que
componen aquel Imperio tenían leyes .y estableci-
mientos separados, bien que bajo la presidencia
de un solo rey, hasta que un gran político combinó
OBRAS POLÍTICAS 351
los intereses de los tres pueblos con la reunión del
Parlamento, estrechando así los vínculos que han
de preservarlos de los peligros de que antes se ha-
llaban amagados.
El pueblo de los Alpes y los Estados Unidos de
América nos presentan modelos relevantes de una
exacta federación. En ambos países el movimiento
contra sus antiguos opresores fué reglado ; y el sen-
timiento de la injusticia, uniforme y unísono, de-
terminó a todos sus habitantes a un tiempo a le-
vantarse contra un yugo que todos a una voz co-
nocían no deber soportar. Con esta resolución uná-
nime cayeron también por todas partes las barre-
ras de aquel poder que los oprimía; y deshechos
así los vínculos que ligaban mutuamente a aque-
llas sociedades, pasaron de acuerdo a imponerse
los que prescribe el sistema de la federación. Am-
bos pueblos fueron felices en esta transición polí-
tica. Sin embargo, la confederación helvética vino
a arruinarse porque se debilitaron los resortes que
debían mantenerla, porque el egoísmo de sus
miembros combatía contra la estabilidad del
Estado.
Por aquí se descubre lo perjudicial que sería el
adoptar en estos momentos esa federación impru-
dente que a nosotros se nos propone. La federa-
ción se ha formado entre pueblos que no estaban
unidos antes por otros vínculos, para formar un
cuerpo respetable contra los peligros externos. No
siendo suficientes sus fuerzas particulares para re-
chazar un tirano, cedieron su independencia indi-
vidual para juntarse con otras provincias y poder
así conjurar la tormenta que les amenazaba.
En todo ello se advierte el anhelo en los pueblos
por aumentar su vigor y su unión. Pero cuando es-
taban ya unidos por vínculos más estrechos que
los que puede proporcionar la confederación mis-
ma; cuando unos pueblos, por sus circunstan-
cias, se hallan en necesidad de estrechar las rela-
ciones que los unían, es claro que adoptar una for-
ma de administración, que lejos de condensar esos
mismos vínculos los relaja comparativamente, es
352 BERNAEDO MONTEAGUDO
buscar cabalmente el precipicio que se quiere
evitar.
Tal sería el efecto de esa federación que se nos
sugiere. Para establecerla, fuerza es que los pue-
blos se desprendan de los anillos de esa cadena
que ahora forman ; fuerza es también que los mu-
tuos resentimientos, las desconfianzas, los celos,
las pretensiones inmoderadas se desaten primero
como huracanes sobre esta región infeliz, y des-
pués de haber trastornado nuestro hemisferio,
cambien por un favor inesperado en un día sereno
los muchos de terror y espanto con que nos habrían
atormentado, para seguir trabajando en un edi-
ficio cuya dificultad es demasiada por sí misma
aun sin estos nuevos desastres.
¿Y quién no ve que la federación debería preci-
samente producir todos estos males? ¿Quién no
conoce que esta forma de gobierno es más débil
que la constitución de una república una e indivi-
sible? ¿Quién no confesará que para cambiar tan
notablemente el régimen político es preciso que
los pueblos pasen por el intervalo de confusión y
de anarquía que debe arrastrarlos a la cautividad
en momentos que nuestros crueles enemigos nos
rodean ya por todas partes?
He aquí en resumen nuestro principal argumen-
to, y si su solidez es indisputable confiamos que los
amigos de la federación se retractarán de su error
en caso que procedan de buena fe, o de no hacerlo,
el pueblo americano los declare por indignos del
honroso título de patriotas que han usurpado. La
confederación insinuada es absurda y contraria a
sus mismos fines, porque lejos de unir a los pue-
blos, que debería ser su objeto, los alejará más
unos de otros: es antipolítica, porque ataca el vi-
gor del Estado, que bajo la unidad republicana se
conserva en un grado más eminente.
Se dirá que el ejemplo de los Estados Unidos de
América justifica este proyecto federal, y que aca-
so de allí habrán tomado sus ideas nuestros pre-
tendidos legisladores. Con semejante suposición se
honraría demasiado a los sectarios de esta nueva
OBRAS POLÍTICAS 353
forma, porque con ella se les tendría por capaces
de entender sobre qué bases se levantó la confede-
ración del Norte, j se les atribuiría una elevación
de cálculos políticos que veremos muy pronto no
han podido poseer.
La constitución de la América del Norte fué
desaprobada por los más grandes políticos de aque-
lla época, Mr. Fugot, Mably, Price y otros; y
aunque se ha sostenido con vigor basta el presen-
te, el período de más de treinta años que van
corridos puede reputarse muy corto espacio para
calificar su bondad, porque las obras de los legis-
ladores son experimentos formados en los grandes
laboratorios de las sociedades humanas y que para
completar sus resultados necesitan mucho más
tiempo. Pero suponiendo que estos hábiles esta-
distas se hubiesen engañado (lo que no estamos
distantes de creer), ¿cuáles fueron las circunstan-
cias de aquellos pueblos para adoptar la federa-
ción? Ya lo hemos indicado arriba. Las colonias
inglesas sintieron todas a una vez las vejaciones
con que las oprimía su metrópoli: su insurrección
fué general, y el grito contra la opresión fué uni-
forme en todos los pueblos. Hubo entonces opor-
tunidad para ligarse del modo que les pareció más
conveniente, y esta unión fué una especie de fe-
deración informe que no vino a perfeccionarse sino
después de concluida la guerra de la independen-
cia, época en que apareció la constitución, es de-
cir, once años después de sus primeros movi-
mientos.
Estas mismas colonias se manejaban de tal modo
aun antes de sus quejas contra la Inglaterra, que
si les faltaba el gobierno metropolitano precisa-
mente debían inclinarse a la forma federativa.
Cada una de ellas reconocía fundadores diversos,
tenía costumbres diferentes, intereses separados,
gobiernos peculiares y asambleas legislativas su-
bordinadas únicamente en ciertos casos al Parla-
lamento inglés, pero que promovían privativamen-
te los intereses de sus respectivos distritos, forma-
ban las regulaciones competentes y cuidaban de
23
354 BERNARDO MOKTEAGÜDO
SU administración. En este estado ya se descubre
un germen de la federación para cuando aquellos
pueblos fuesen abandonados a sí mismos. Todo,
en fin, indicaba allí en los momentos de libertad
este género de constitución política, cualquier otra
forma hubiera sido embarazosa y violenta tam-
bién: solamente la federación era el camino llano
y seguro; y los que la determinaron no hicieron
más que ceder a la inclinación habitual del pue-
blo que iba a recibirla.
Consideremos ahora el estado de nuestras pro-
vincias al brotar la revolución. Nuestros pueblos
eran regidos por la sola mano de los virreyes: con-
tra éstos y el bárbaro sistema colonial se levantó
Buenos Aires linicamente, esperando que lo segui-
rían las demás provincias, pero en realidad sin
contar con ninguna combinación que le asegurase
esta misma esperanza. Las demás ciudades, aunque
oprimidas no menos que la capital, y poseídas
acaso de igual deseo de mejorar su condición, no
se movieron por entonces, antes fué necesario des-
pachar fuerzas competentes que expulsasen los
tiranos territoriales. Pueblo hay en la comprensión
de este Estado, donde la voz federación resuena
más que en ningún otro punto, que desairó las so-
licitaciones que se le hicieron para admitir nues-
tra reforma, y que constantemente ha peleado por
los tiranos y aun amenazado la libertad hasta que
ha sido conquistado después de sostener dos sitios
rigurosos.
En estas circunstancias era natural que el go-
bierno provisional establecido en la capital cuan-
do fué derribado el virrey, se comunicase a las
demás provincias a medida que se iban éstas li-
bertando ; y como el gran cuerpo moral que se lla-
ma Estado se iba engrosando progresivamente por
la sucesiva aglomeración de los pueblos hacia la
misma causa, la primera seña de su conformidad
era la admisión o reconocimiento de aquel go-
bierno revolucionario interinamente constituido.
Cuanto pudo y ha debido hacerse fué convocar una
reunión general de los representantes de todas las
OBRAS POLÍTICAS 355
provincias, como se lia ejecutado, y a esta Asam-
blea, la primera que ka visto el continente ame-
ricano del Sud, es a quien compete fijar los desti-
nos de sus heroicos Lijos.
En este caso, podremos preguntar a los federa-
listas, ¿qué época kan imaginado más a propósito
para verificar su singular proyector* Por cierto
que no admitirán la de los primeros movimientos,
porque entonces dirían que Buenos Aires coartaba
la libertad de las provincias, sancionando sin su
conocimiento la forma constante con que debían
ser administradas: tampoco pueden señalar todo
el período que le ka sucedido. Sin finalizar la pre-
sente guerra, ¿quién sino un insensato puede opi-
nar que conviene promulgar una constitución?
¿Con qué provincias ka de contar cuando se ga-
nan koy las que kan de perderse mañana? ¿No «se-
ría una contradicción grosera y un anacronismo
político declarar que el Estado era federado siíi
atreverse a decir antes que era independiente?
Por estos y otros absurdos no menos degradan-
tes i)asan los que aconsejan la federación impug-
nada. Ellos no saben lo que piden, o con el nom-
bre de federación piden una cosa diversa. No se
puede considerar su establecimiento sin suponer
una parálisis completa en los resortes de esta gran
máquina, pues que para pasar a una forma di-
versa es necesario que la actual caiga en descrédi-
to, que los siibditos aborrezcan al gobierno, que
las provincias se incendien en odios indebidos
contra la generosa capital, por cuyos esfuerzos res-
piran akora ese aire libre de que gozan ; y, por iil-
timo, que cese toda acción cuando la actividad del
enemigo nos impele a obrar con más vigor que
nunca.
La federación, repetimos, deja a cada distrito
su legislación interior, pero supone una augusta
convención de todos los Estados, en que se resuel-
van las pretensiones relativas, se levante y dirija
la fuerza comiin, se impongan los subsidios con
que ka de contribuir cada uno de los miembros del
cuerpo federal, se determine la paz y guerra y se
356 BERNARDO MONTEAGUDO
regle el comercio exterior: sobre este último pun-
to ocurrirán dificultades que no lian previsto los
amantes de la federación, y que sólo pueden evitar-
se sujetándose a una autoridad general que esta-
blezca los derechos de importación en todos los
puertos del Estado. De otro modo, o se liaría el
contrabando en unos puntos de la federación con
perjuicio de otros, o se concederían en unas pro-
vincias preferencias indebidas al tráfico extranje-
ro que minorasen los derechos de introducción
para atraerse la concurrencia, en cuyo caso otras
provincias se verían obligadas a practicar la mis-
ma operación, e insensiblemente a fuerza de estas
competencias indiscretas los negociantes extranje-
ros llegarían a no pagar nada, y todo el Estado fe-
deral se privaría de estos considerables ingresos.
Estos principios son la mejor impugnación de la
conveniencia del pensamiento que hemos anali-
zado. Mas sus autores, en el desarreglo de sus
ideas, se inclinan a veces a un género de federa-
ción patriarcal, cual se encuentra entre las tribus
más groseras. Los salvajes de la América Septen-
trional se gobiernan así, y Mr. Jefferson, en sus
observaciones sobre la Virginia, nos da abundan-
tes detalles de este gobierno, que podrían servir de
modelo a los estadistas que nos honran hasta el
extremo de querernos igualar con aquellas rústicas
naciones. En general, los jefes de estos pueblos
(dice Charlevoix, viaje de la América Septentrio-
nal) no reciben grandes señales de respeto; y si
son siempre obedecidos es porque saben hasta don-
de deben mandar. También es cierto que suplican
o proponen mas bien que mandan, y que jamás sa-
len de los estrechoi límites de la poca autoridad
que tienen. Véase aquí un pequeño aunque exac-
to bosquejo de las únicas ideas que acaso tienen
nuestros federalistas, pero que se acomodan muy
mal con el estado de sociedad en que nos hallamos
y los intereses de estos pueblos.
Pero si no es posible que nos gobernemos como
salvajes, si el estado de nuestra sociedad, la civili-
zación de nuestros pueblos y el carácter de las eos-
OBRAS POLÍTICAS 357
tumbres exige en la máquina política todo el refi-
namiento que seamos capaces de darle, parece pre-
ciso que los federalistas elijan para constituirnos
alguna de las formas conocidas, y que abjurando
el falso título de que se han revestido, declaren
con precisión cuáles son sus deseos. En este punto
no dudamos se encontrarían grandes dificultades.
A pesar suyo, vamos a presentarlos con los mismos
colores con que basta ahora se han descubierto.
Cuando el pensamiento de la federación se hu-
biese extendido a los pueblos, ya era preciso su-
jetarse al torrente de esta desgraciada opinión,
siempre lamentándose de error tan enorme, o pro-
curando el huir en tiempo de las ruinas que debían
maltratar a todos. Afortunadamente no estamos
en este conflicto. La parte sana y meditadora que
habita las provincias teme con razón las alteracio-
nes políticas: por experiencia han aprendido a des-
confiar de los innovadores que con el celo del bien
piíblico en los labios, prometen prodigios y no
guían sino a la desgracia: y se ha formado un
cierto criterio con que analiza las acciones y los
proyectos. Así es que los que predican la federa-
ción son unos cuantos ambiciosos, algunos impru-
dentes, y un corto número de locos, con otros que
por sencillez o por una honesta aunque candida
facilidad se inclinan a las sugestiones de los que
ellos creen que son más entendidos.
Ya hemos tratado de probar que estos hombres
no saben lo que piden y nos lisonjeamos de haber-
lo conseguido. Mas ¿por qué les es tan caro este
mismo embrión, objeto constante de sus adoracio-
nes? ¿Será el amor de la felicidad de los pueblos
el que los ha conducido a propagarlo con el furor
de una secta política? No: los autores de este pen-
samiento o son muy ignorantes o antipatriotas. Si
en la calma de las pasiones, pulsando detenida-
men los intereses de los pueblos, hubiesen llegado
a descubrir que la federación era la forma que
más les convenía, deberíamos respetar su carácter
moral, aunque no alabaríamos su acierto. Mas si
resueltos de antemano a levantar entre nosotros el
358 BERNARDO MONTEAGUDO
cruel puñal de la discordia, o derrumbar al go-
bierno patrio para repartirse sus despojos, han
gritado ¡federación! como el medio más plausi-
sible para colionestar sus ideas secretas, son unos
monstruos en cuyas manos perecería sin duda la
Kepiiblica.
Todos los indicios son de que los federalistas
se bailan en este último caso. No se contentan con
hacerse .sectarios por medio de la seducción y de la
intriga, sino que estimulan las rivalidades que
algiín tiempo existían entre los diferentes pueblos
de la Unión, y atizan el fuego de los odios que
mantenía de ])rovincia a provincia y aun de ciu-
dad a ciudad el perverso gobiei'no español. Divi-
de et impera era la máxima de nuestros antiguos
señores y ésta es igualmente la que siguen los fe-
deralistas del día. Así se han exaltado unos odios
y rivalidades que jamás han debido existir. Ya
no se maquina contra la opinión de un gobernan-
te, o contra la estabilidad de la presente adminis-
tración: se hace la guerra al crédito de la capital
misma: «e pinta a este pueblo como peligroso a
la libertad de las demás provinciavs: se mira con
sobresalto su prosperidad: se envidian sus recur-
sos: se desea «u humillación y hasta su ruina.
A tan ominoso principio debería seguir indefec-
tiblemente la esclavitiul de todos estos pueblos,
porque las mismas causas ])rodueen los mismos
efectos; y si el medio de dividir sirvió a los espa-
ñoles para oprimir a este continente, introducida
la desunión por los federalistas es una quimera
esperar libertad. Los que han encendido la tea
de la discordia no la podrán apagar cuando llegue
a incendiar sus casas. Sucesivamente este fuego
devorador se propagaría por todas partes, con la
rapidez irresistible de una chispa eléctrica: y al
fin BuenOvS Aires tomaría el espíritu de provineia-
lismo que no ha conocido hasta aquí. Los auxilios
que frecuentemente ha despachado con tanta pro-
digalidad o «e suspenderían, o reducirían a la
cuota que le cupiese entre los demás pueblos: ha-
ría todo lo que pudiese, mas no se sacrificaría: em-
OBRAS POLÍTICAS 359
pezaría, por último, a ser de sí misma cuando has-
ta aquí no lo lia sido sino para otros.
^;Qué cuadro más funesto puede formarse de la
crítica situación de un pueblo? Con todo, éste es el
mismo que nos procuran los nuevos constituciona-
les. En el sistema federal, grande prudencia es
necesaria para precaver que la guerra civil prenda
entre los Estados: y ¿cuánto no podrá temerse
cuando se quiere empezar por ella? ¿Y éstos son los
celosos agentes de la felicidad del pueblo? ¿Estos
son los que se atreven a llamarse patriotas?
Ya hemos formado en cuanto nos ha sido dable
su retrato: concluiremos con las razones sobre qué
fundan su conducta. En esta parte, la bajeza de
sus motivos los reduce a un punto tan pequeño
que más nos causan lástima que ira. Establecida
la federación, dicen, los naturales de las provincias
ocuparán en ella exclusivamente los empleos. Si
lo merecen, que sea eternamente así. Pero a no
ser que quieran reducir a Buenos Aires a la clase
de una provincia tributaria, en correspondencia
de haber dado los primeros pasos en la revolución,
será consiguiente que en ella sean excluidos los
que pertenecen a las otras: y no se ve que los fe-
deralistas vayan a ganar nada. El gran cuerpo del
Estado que se llama administración, o el gobier-
no, está servido enteramente por individuos que
no son hijos de Buenos Aires: no lo son tampoco
muchos de los empleados en los demás ramos ci-
viles y en la judicatura: y entre los jefes milita-
res que mandan la fuerza de esta capital tan solo
dos han nacido en ella.
Aseguran que de este modo se consultarán los
intereses territoriales de los pueblos, y también se
engañan en esto. Anteriormente se formaron jun-
tas provinciales, que en cierto modo equivalían
a las soberanías de los Estados en el sistema fe-
deral, y la confusión que resultó de esta medida
fué tal que a poco tiempo fué necesario suprimir-
las con gran satisfacción de los pueblos.
Murmuran igualmente, aunque con bastante re-
serva, que Buenos Aires, prevalido de la prepon-
360 BERNARDO MONTEAGÜDO
derancia de que goza por la eminencia de sus re-
cursos y el crédito de sus armas, medita absorberse
a las demás provincias. Sobre este injustísimo car-
go es tan infinito como obvio el número de razones
que nos ocurren para desvanecerlo. El celo del
honor de la patria nos conduciría sin duda a ta-
blar en un tono de que no gustarían nuestros ca-
lumniadores políticos y que sería contrario a lo
que nos liemos propuesto. Baste, pues, citarles
para su confusión, dos hecbos que son notorios en
todas las provincias: 1.° El gobierno de Buenos
Aires lejos de aumentar su territorio peculiar, lo
lia desmembrado y ha establecido en provincias
diversas a Corrientes, Entre Bíos y Montevideo
que le pertenecían — esto es, de 198,832 habitantes,
ha cedido más de 70,000, colocándolos en tres frac-
ciones que desmienten su ambición de jurisdicción
y de subditos. 2.° Los naturales de la provincia de
Buenos Aires tienen poco o ningún influjo en las
resoluciones del gobierno general del Estado, y
los consejos que éste escucha son casi exclusiva-
mente los que suministran los de las provincias
que están empleados en la capital.
Con lo dicho hemos recorrido ya la materia bajo
los diferentes respectos con que nos parecía con-
veniente examinarla. Protestamos que no profe-
samos odio absoluto a ninguna forma de gobier-
no, y que para nosotros aquélla es buena que se
ajusta con la libertad e intereses del pueblo. ¡ Oja-
lá fuesen los federalistas tan sinceros en sus opi-
niones
(Id., marzo 7, 13 y 21 de 1815.)
Librería LA FACULTAD
DE
JUAN ROLDAN
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436, Florida, 436, BUENOS AIRES
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Altamira. — Cuestiones modernas de Historia^ Madrid,
1904 (tamaño, 19x12) 2,—
Arreat. — La moral en el drama, en la epopeya y en la no-
vela, traducción de Anselmo González, Madrid, 1903
(tamaño, 19x12) 1,75
Baldwín (J. M.) — Historia del alma, traducción del in-
glés, con prólog-o de Julián Besteiro, Madrid, 1905
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Baldwin (J. M.)— Interpretaciones sociales y éticas del
desenvolvimiento mental, traducción del inglés, por
don Adolfo Posada y Gonzalo J. de la Espada, Ma-
drid, 1907 (tamaño, 23x15) 5,—
Binet. — La psicología del razonamiento. — Investigacio-
nes experimentales por el hipnotismo, traducción
de Ricardo Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 19x12). ... 1,7o
Binet.— El fetichismo en el amor, traducción de Anselmo
González, Madrid, 1904 (tamaño, 19x12) 2,—
Binet.— Introducción á la psicología experimental, tra-
ducción de Ángel do Regó, con prólogo de Julián
Besteiro, 2.^ edición, Madrid, 1906 (tamaño, 19x12). 1,75
Boissier (Gastón). — El fin del paganismo.— Estudio so-
bre las iiltim as luchas religiosas en el siglo iv en Oc-
cidente, traducido por Pedro González Blanco, Ma-
drid, 1908, 2 tomos (tamaño, 19x12) 4,50
Boissier (Gastón). — Paseos arqueológicos. — Roma y
Pompeya.— El Foro. — El Palatino. — Las Catacum-
bas.— La quinta de Adriano en Tívoli. — El puerto de
Ostia. — Pompeya, traducción de Domingo Vaca,
Madrid, 1909 (tamaño, 19x12), con varios planos... 2,50
3
Bourdeau. — El problema de la muerte, sus soluciones
imaginarias y la ciencia positiva, traducción de Be-
nito Menacho Ulibarri, Madrid, lí)U2 (tamaño, 23
por 15), pasta 3,60 '
Bourdeau.— El problema de la vida, traducción de Ricar-
do Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 23x15), pasta 3,50
Bray. — Lo bello. — Ensaj'o acerca del origen y la evolu-
ción del sentimiento estético, traducción de Vicente
Colorado, Madrid, 1904 (tamaño, 19x12) 2,25
Bunge.— Principios de psicología individual y social. —
Prólogo por el doctor don Luis Simarro, Madrid,
1903 (tamaño, 19x12) 1,75
Bunge.— La Educación, 3.* edición dividida en tres par-
tes (tamaño, 19x12)
Parte primera: Evolución de la Educación 1,75
Parte segunda: La Educación contemporánea 2,50
Parte tercera : Educación de los degenerados. Teo-
ría de la educación 1,75
Bureau. — El contrato colectivo del trabajo (Le contrat de
travail. Le role des sindicats professionels), traduc-
ción y prólogo de José Jorro y Miranda, Madrid,
1904 (tamaño, 19x12) 2,50 "
Carie. — La vida del Derecho en sus relaciones con la vida
social. — Estudio comparado de Filosofía del Dere-
cho, versión española de don Hermenegildo Giner de
los Ríos, Madrid, 1912 (tamaño, 23x15), en prensa.
Cariyie. — Folletos de última hora. — El tiempo presente.
— Cárceles modelos.— El gobierno moderno.— De un
gobierno nuevo. — Elocuencia política. — Parlamentos.
— Estatuomanía. — Jesuitismo, traducción del inglés
con una introducción y notas, por Pedro González
Blanco, Madrid, 1909 (tamaño, 23x15) 4,—
Compayre. — La evolución intelectual y moral del niño,
traducción de Ricardo Rubio, Madrid, 1905 (tamaño, t
23x15) 4,60
Cosentini. — La sociología genética. — Ensayo sobre el
pensamiento y la vida social prehistóricos, con una
i
introducción de Máximo Kovalewsky, traducción y
un apéndice bibliográfico de Antonio Ferrer y Ro-
bert, Madrid, 1911 (tamaño, 19x12) 1,75
Crépieux-Jamin (J.) — La escritura y el carácter,- traduc-
ción de Ansemo González, con 232 figuras en el tex-
to, Madrid, 1908 (tamaño, 23x15) 4,50
Cullerre. — Las fronteras de la locura, versión española
de Antonio Atienza y Medrano, Madrid, 1912 (tama-
ño, 19x12) 2,25
Oavidson. — Una historia de la educación, traducida del
inglés, por Domingo Barnés, Madrid, 1910 (tamaño,
19x12) 2,25
Delboeuf. — El dormir y el soñar, traducción de Vicente
Colorado, Madrid, 19Ü4 (tamaño, 19x12) 2,—
Durkheim. — Las reglas del método sociológico, traduc-
ción española de Antonio Ferrer Robert, Madrid,
1912 (tamaño, 19x12) 1,75
Eucken.— Las grandes corrientes del pensamiento con-
temporáneo, versión española de Nicolás Salmerón
y García, Madrid, 1912 (tamaño, 23x15) 5, —
Eucken. — Significación y valor de la vida, traducción di-
recta del alemán, por Eloy Luis André, Madrid, 1912
(tamaño, 19x12), en prensa.
Feré.— Sensación y movimiento, traducción de Ricardo
Rubio, Madrid, 1906 (tamaño, 19x12) 1,75
Feré. — Degeneración y criminalidad, traducción de An-
selmo González, Madrid, 1903 (tamaño, 19x12) 1,75
Ferrero. — Grandeza y decadencia de Roma, traducción
de M. Ciges Aparicio (tamaño, 19x12), precio de
cada tomo 2,26
Tomo I. La conquista.— II. Julio César.— III. El fin
de una aristocracia. — IV. Antonio y Cleopatra. —
V. La república de Augusto.— VI y último. Augusto
y el Grande Imperio.
Ferríere. — Errores científicos de la Biblia, traducción es-
pañola de Vicente Colorado, Madrid, 1904 (tamaño,
19x12) 2,50
5
Ferriere.— Los mitos de la Biblia^ traducción de Benito
Menacho Ulibarri, INIadrid, 1904 (tamaño, 19x12)... 2,5')
Ferriere. — La materia y la eneig-íaj traducido por Ansel-
mo González, Madrid, 1910 (tamaño, 19x12) 2,25
Ferriere. — La vida y el alma, traducción de Anselmo
González, Madrid, 1911 (tamaño, 19x12) 2,50
Ferriere. — La causa primera, según los datos experimen-
tales, traducción de Anselmo González, Madrid, 1910
(tamaño, 19x12) 2,25
Ferriere. — El alma es la función del cerebro, traducción
de Anselmo González, Madrid, 1912, 2 tomos, (tama-
ño, 19x12) 4,60
Fieury (Dr. Mauricio de). — El cuerpo y el alma del niño,
traducido por Matilde García del Real, Madrid, 1907 _ i
(tamaño, 19x12) 2,— |
Fieury (Dr. Mauricio de).— Nuestros hijos en el colegio,
traducido por Matilde García del Real, Madrid, 1907
(tamaño, 19x12) 2,— 1
Fouiilée. — La moral, el arte y la religión, según Guyau,
traducción de Ricardo Rubio, de la 3.* edición fran-
cesa, con estudios acerca de las obras postumas y
del influjo de Guyau, Madrid, 1902 (tamaño, 19x12). 2,50
Fouiilée. — Bosquejo psicológico de los pueblos europeos,
traducción de Ricardo Rubio (tamaño, 23x15) 6, —
Fustel de Coulanges.— La ciudad antigna.— Estudio so-
bre el culto, el derecho, las instituciones de Grecia y
Roma, traducción de M. Ciges Aparicio, Madrid,
1908 (tamaño, 19x12) 2,50
Carofalo. — La Criminología.— Estudio sobre la naturale-
za del crimen y teoría de la penalidad, versión espa-
ñola de Pedro Borrajo, Madrid, 1912 (tamaño, 23
por 15) 4,—
Cauckier.— Lo bello y su historia, traducción de Ansel-
mo González, Madrid, 1903 (tamaño, 19x12) 1,75
Cow y Reinach.— Minerva. — Introducción al estudio de
los autores clásicos griegos y latinos.— Obra del doc-
6
tor James Gow, adaptada para las escuelas france-
sas, por M. Salomón Reinach y traducida de la
6.* edición francesa, por Domingo Vaca, Madrid,
1911, ilustrada con numerosos grabados, alfabetos,
planos, etc. (tamaño, 19x12) 2,50
Crasserie. — Psicología de las religiones, traducción de
Ricardo Rubio, Madrid, 1904 (tamaño, 19x12) 2,50
Creenwood. — Elementos de pedagogía práctica, traduc-
ción del inglés por Domingo Barnés, Madrid, 1912
(tamaño, 19x12) 1,75
Cuignebert (Carlos). —Manual de Historia antigua del
Cristianismo. — Los orígenes, versión española de
Américo Castro, Madrid, 1910 (tamaño, 19x12) 2,50
Cuyau. — Génesis de la idea de tiempo, traducción de Ri-
cardo Rubio, Madrid, 1901 (tamaño, 19x12) 1,75
Cuyau.— El arte desde el punto de vista sociológico, tra-
ducción de Ricardo Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 23
por 15) 4,50
Cuyau.— Los problemas de la estética contemporánea,
traducción de José M. Navarro de Falencia, Madrid,
1902 (tamaño, 19x12) 2,50
Cuyau.— La irreligión del porvenir, traducción y prólogo
de Antonio M. de Carvajal, Madrid, 1904 (tamaño,
23x15) 4,50
Cuyau. — La moral de Epicuro y sus relaciones con las
doctrinas contemporáneas (obra premiada por la
Academia Francesa de Ci-encias Morales y Políticas).
Versión española por A. Hernández Almansa, Ma-
drid, 1907 (tamaño, 23x15) 3,50
Hampson. — Paradojas de la Naturaleza y de la Ciencia.
— Descripción y explicación de hechos que parecen
contradecir la experiencia ordinaria ó los principios
científicos, traducción del inglés por José Ontañón,
Madrid, 1912. Con 64 figuras intercaladas en el tex-
to y 7 láminas tiradas aparte en papel mate (tama-
ño, 19x12) 1,75
I %
Hearn (Lafcadio). — Kokoro. — Impresiones de la vida ín-
tima del Japón, traducción del inglés por Julián Bes-
teiro, Madrid, 1907 (tamaño, iyxl2) 2,25
Hegel. — Estética, versión castellana de la segunda edi-
ción de Ch. Benard, por H. Giner de los Ríos (obra
premiada por la Academia Francesa), Madrid, 1908
2 tomos (tamaño, 23x15) 9,50
Hegel. — Filosofía del espíritu, versión castellana con no-
tas y un prólogo original de E. Barriobero y Herrán,
Madrid, 1907, 2 tomos (tamaño, 23x15) 6,50
Hennequfn (Emilio). — La crítica científica, traducción de
Manuel Núñez de Arenas, Madrid, 1909 (tamaño, 19
por 12) 1,75
Hoffdlng.— Bosquejo de una Psicología basada en la ex-
periencia, traducción de Domingo Vaca, Madrid,
1904 (tamaño, 23x15) 5,—
Hoffding.— Historia de la Filosofía moderna, versión de
Pedro González Blanco, Madrid, 1907, 2 tomos de
684 páginas el 1.", y 671 el 2.» (tamaño, 23x15) 11,—
Hoffding. — Filosofía de la Religión. — Versión española
de Domingo Vaca. Madrid, 1909 (tamaño, 23x15) ... 4, —
Hoffding. — Filósofos contemporáneos, traducción, estu-
dio crítico del autor, y notas por Eloy Luis André,
Madrid, 1909 (tamaño, 23x15) 3,50
James (W.) — Principios de Psicología, traducción por
Domingo Parnés, Madrid, 1909 (tamaño, 23x15), dos
tomos de XII-758 páginas el 1.°, y 712 el 2.» 12,—
Janet. — Orígenes del socialismo contemporáneo, traduc-
ción de Anselmo González, Madrid, 1904 (tamaño,
19x12) 1,75
Janet (P.).— Historia de la Ciencia política en sus relacio-
nes con la -Moral, obra premiada por la Academia de
Ciencias Morales y Políticas y por la Academia Fran-
cesa, traducción de don Ricardo Fuente y don Carlos
Cerrillo, Madrid, 1910, dos tomos (tamaño, 23x15). 9,50
Kant. — Prolegómenos a toda Metafísica del porvenir que
haya de poder presentarse como una ciencia, tradu-
cido del alemán y prólogo de Julián Besteiro, con un
epílogo del Profesor Cassirer, Madrid, 1912 (tamaño,
19x12) 2,25
Kant, Pestalozzi y Goethe. —Sobre educación, composi-
ción y traducción de Lorenzo Luzuriaga, Madrid, 1911
(tamaño, 19x12) 1,75
Kergomard. — La educación maternal en la escuela, tradu-
cido por Matilde García del Real, Madrid, 1906, dos
tomos (tamaño, 19x12) 4,50
Lanessan. — El transformismo, versión española por Ma-
riano Potó, Madrid, 1909 (tamaño, 23x15), con va-
rios grabados 3,50
Lange.— Historia del materialismo, traducción de Vicente
Colorado, Madrid, 1903, dos tomos (tamaño, 23x15),
pasta 10, —
Lapie. — Lógica de la voluntad, versión española, Madrid,
1903 (tamaño, 23x15) 3,50
Le Bon (G. ) — Psicología de las multitudes, traducción
de Ricardo Rubio, Madrid, 1911 (tamaño, 19x12)... 1,75
Le Bon (G.) — Leyes psicológicas de la evolución de los
pueblos, traducido por Carlos Cerrillo Escobar, Ma-
drid, 1912 (tamaño, 19x12) 1,75
Le Bon. — Psicología del socialismo, traducción de Ricar-
do Rubio, Madrid, 1903 (tamaño, 23x15). 4,50
Le Dantec. — Elementos de Filosofía biológica, versión
española de Mariano Potó, Madrid, 1908 (tamaño, 19
por 12) 2,25
Le Dantec. — Teoría nueva de la vida, traducido de la ter-
cera edición francesa por Domingo Vaca, Madrid,
1911 (tamaño, 23x15) 3,50
Lefevre. — Las lenguas y las razas, versión española por
don Anselmo González, Madrid, 1909 (tamaño, 23
por 15) 3,50
Leveque. — El espiritualismo en el arte, traducción de
Constantino Román (tamaño, 19x12) 1,75
Lhotzki (H. ) — El alma de tu hijo. — Un libro para los pa-
dres, traducción directa del alemán por Luis de Zu-
lueta, Madrid, 1910 (tamaño, 19x12) 1,75
Llichtenberger (E.)— La filosofía de Nietzsche, traduc- ,
ción española de J. Elias Matheu, Madrid, 1910 (ta- J
maño, 19x12) 1,751
Loliee (F.) — Historia de las literaturas comparadas, des- "
de sus orígenes hasta el siglo XX, versión española
con las adiciones y correcciones del autor para la ter-
cera edición francesa, por Hermenegildo Giner de los
Ríos, Madrid, 1905 (tamaño, 23x15) 4,— ,
Lubbock.— Los orígenes de la civilización y la condición '
primitiva del hombre (estado intelectual y social de
los salvajes), traducción española por José de Caso,
Madrid, 1912, con grabados en el texto y láminas
aparte (tamaño, 23x15), en prensa.
Maspero. — Historia antigua de los pueblos de Oriente,
traducción española de Domingo Vaca, Madrid, 1912,
con infinidad de grabados y mapas en color (tamaño,
23x15), en prensa.
Mauthner. — Contribuciones a una crítica del lenguaje,
traducción directa del alemán por José Moreno Villa,
Madrid, 1911 (tamaño, 19x12) 2,25
Mercante (V. ) — La verbocromía, contribución al estudio
de las facultades expresivas, Madrid, 1910 (tamaño,
19x12) 1,75
Mercier. — La Filosofía en el siglo xix, traducción de
Francisco Lombardía, Madrid, 1901 (tamaño, 19x12). 1,75
Moreau de Jonnes. — Los tiempos mitológicos, ensayo de
reconstitución histórica. —Cosmogonías, El libro de
los muertos, Sanchoniaton, El Génesis, Hesiodo, El
Avesta, traducción de M. Ciges Aparicio, Madrid,
1910 (tamaño, 19x12) 2,25
Munsterberg. — La Psicología y el maestro, traducción del
inglés por Domingo Barnés, Madrid, 1911 (tamaño,
19x12) 2,25
V /n
Nitobé.— Bushido. — El alma del JapÓBj traducido de la
13.* edición del autor por Gonzalo Jiménez de la Es-
pada, Madrid, 1909 (tamaño, 19x12) 1,75
Nordau (M.) — Psico- fisiología del genio y del talento,
traducción de Nicolás Salmerón y García, Madrid,
1910 (tamaño, 19x12) 1,75
Nordau (M.) — Degeneración, traducción de Nicolás Sal-
merón y García, con un epílogo del autor, Madrid,
1902, dos tomos (tamaño, 23x15) 8,—
I. — Fin de siglo. — El Misticismo.
II. — El Egotismo. — El Realismo.— El siglo xx.
Nordau (M.)— El sentido de la Historia, traducción de
Nicolás Salmerón y García, Madrid, 1911 (tamaño,
23x15) 4,—
Painter.— Historia de la Pedagogía, traducción del inglés
por Domingo Barnés, Madrid, 1911 (tamaño, 19x12). 2,25
Payot. — La educación de la voluntad, por el profesor de
Filosofía e inspector de la Academia, M. Julio Payot,
traducido de la 4.* edición francesa, por Manuel An-
tón y Ferrándiz, catedrático de Antropología de la
Universidad y Museo de Ciencias Naturales de Ma-
drid, tercera edición, Madrid, 1907 (tamaño, 23x15). 3,—
Payot. — La creencia, traducción de Anselmo González,
Madrid, 1905 (tamaño, 19x12) 1,75
Pearson. — La Gramática de la Ciencia, versión directa
del inglés por Julián Besteiro, Madrid, 1909 (tamaño,
23x15), con 33 figuras en el texto 5,—
Posada (A.) — Política y enseñanza, Madrid, 1904 (tama-
ño, 19x12) 1,75
Posada (A.)— Teorías políticas, Madrid, 1905 (tamaño,
19x12) 1,75
Posada (A.) — Principios de Sociología. — Introducción,
Madrid, 1908 (tamaño, 23x15) 6,—
Preyer. — El alma del niño.— Observaciones acerca del
desarrollo psíquico en los primeros años de la vida,
traducción española con un prólogo de don Martín
Navarro, Madrid, 1908 (tamaño, 23x15)... 5,—
11
$ %
Reinach (S.) — Orfeo. — Historia general de las religiones,
traducido por Domingo Vaca, de la 152. * edición fran-
cesa, corregida y adicionada por el autor, Madrid,
1910 (tamaño, 23x15) 4,50
Ribot. — Ensayo acerca de la imaginación creadora, tra-
ducción de Vicente Colorado, con un prólogo de Gon-
zález Serrano (tamaño, 23x15^ 4, —
Ribot.— La lógica de los sentimientos, traducción de Ri-
cardo Rubio, Madrid, l'JOo (tamaño, l'Jxl2) 1,75
Ribot. — Las enfermedades de la voluntad, traducción de
Ricardo Rubio, 2.» edición. Madrid, lüüü (tamaño,
19x12) 1,75
Ribot. — Ensayo sobre las pasiones, versión española de
Domingo Vaca, Madrid, 1907 (tamaño, 19x12) 1,75
Ribot. — Las enfermedades de la memoria, traducción de
Ricardo Rubio, 2.» edición, Madrid, 1908 (tamaño,
19x12) 1,75
Ribot.— Las enfermedades de la personalidad, traduc-
ción de Ricardo Rubio, Madrid, 1912 (tamaño, 19
por 12) 1,75
Ribot. — Psicología de la atención, traducción española
de Ricardo Rubio, JMadrid, 1910 (tamaño, 19x12)... 1,75
Ribot. — La evolución de las ideas generales, traducción
de Ricardo Rubio, Madrid, 1899 (tamaño, 19x12)... 2,—
Ribot.- La herencia psicológica, traducción de Ricardo
Rubio, Madrid, 1900 (tamaño, 23x15) 4,50
Ribot. — Psicología de los sentimientos, traducción de Ri-
cardo Rubio, Madrid, 1900 (tamaño, 23x15) 5,—
Romanes.— La evolución mental en el hombre. — Origen
de la facultad característica humana, traducción del
inglés por Gonzalo J. de la Espada, Madrid, 1906 (ta-
maño., 23x15) 4,50
Ruskin. — Muñera Pulveris (sobre Economía Política),
traducción del inglés por M. Ciges Aparicio, Madrid,
1907 (tamaño, 19.xl2) 1,75
Rusliin.— Sésamo y azucenas, traducida del inglés por
Julián Besteiro, Madrid, 1907 (tamaño, 19x12) 1,75
12
I ""/a
Ruskin. — Lo que nos han contado nuestros padres. La
Biblia de Amiens, traducción del inglés por M. Ciges
Aparicio, ¡Madrid, 1907 (tamaño, lux 12) 1,75
Sabatier. — Ensayo de una Filosofía de la Religión, según
la Psicología y la Historia, por Augusto Sabatier,
profesor de la Universidad de París, decano de la
Facultad de Teología protestante, traducido de la 8.*
edición por Eduardo Ovejero y Maury, Madrid, 1912
(tamaño, 23x15) 4, —
Senet. — Las estoglosias (contribución al estudio del len-
guaje), Madrid, 1911 (tamaño, 19x12) 1,75
Schwegler.— Historia general de la Filosofía, traducida
directamente del alemán por Eduardo Ovejero y Mau-
ry, con un prólogo de don Adolfo Bonilla y San
Martín, Madrid, 1912 (tamaño, 23x15) 4,—
Sollier. — El problema de la memoria (ensayo de psico-
mecánica), traducción de Ricardo Rubio, Madrid,
1902 (tamaño, 19x12} 2,25
Spencer. — Ensayos científicos, traducción de José Gonzá-
lez Llana, Madrid, 19Ü8 (tamaño, 23x15) 3,50
Spir. — La norma mental (Ensayos de filosofía crítica),
traducción y prólogo de Rafael Urbano, Madrid, 1904
(tamaño, 19x12) 1,75
Squillace (Fausto). — Diccionario de Sociología, traduci-
do del italiano, Barcelona, 1915 (tamaño, 23x15)... 6, —
Taine. — La inteligencia, traducción de Ricardo Rubio,
Madrid, 1904, dos tomos (tamaño, 19x12) 5,50
Taine. — Ensayos de Critica y de Historia, traducción de
Carlos Cerrillo Escobar, Madrid, 1912 (tamaño, 19
por 12) , 2,25
Tarde (G.)— Las leyes de la imitación, estudio sociológi-
co, traducción de Alejo García Góngora, Madrid, 1907
(tamaño, 23x15), pasta .' 4,50
Tardieu.— El aburrimiento, traducción de Ricardo Rubio,
Madrid, 1904 (tamaño, 19x12) 2,50
Thomas. — La educación de los sentimientos, traducción
de Ricardo Rubio, Madrid, 1902 (tamaño, 19x12)... 2,50
13
Tissié.— Los sueños (Fisiología y Patología), traducción
de Ricardo Rubio, Madrid, 1905 (tamaño, 19x12)... 2,—
Tocqueville. — El antiguo régimen y la revolución, ver-
sión castellana de la 2.* edición francesa por R. V.
de R., Madrid, 1911 (tamaño, 23x15) 3,50
Tocqueville. — La democracia en América, traducción es-
pañola, profusamente anotada y con prólogo por Car-
los Cerrillo Escobar, dos tomos, Madrid, 1911 (ta-
maño, 23x15), pasta 9,—
Tylor.— Antropología, introducción al estudio del hombre
y de la civilización, traducida del inglés por Antonio
Machado y Alvarez, í^Iadrid, 1912, con multitud de
grabados y un prólogo especial del autor para la edi-
ción española (tamaño, 23x15), en prensa.
Varigny (H. de) — La naturaleza, y la vida, traducción de
E. Lozano, Madrid, 1907 (tamaño, 19x12) 2,50
VHIa (G.)— La psicología contemporánea (obra premiada
en la Real Academia de Ciencias de Turín), edición
cuidadosamente revisada y corregida por su autor, y
traducida por U. González Serrano, Madrid, 1902
(tamaño, 23x15) 6,-
Villa (G. ) — El idealismo moderno, traducción del italia-
no por R. Rubio, Madrid, 1906 (tamaño, 23x15)... 3,50
Wagner.— Juventud (obra premiada por la Real Acade-
mia Francesa), versión española de H. Giner de los
Ríos, Madrid, 1906 (tamaño, 19x12) 2,25
Wagner. — La vida sencilla, versión española de H. Giner
de los Ríos, Madrid, 1907 (tamaño, 19x12) 1,75
Wagner.— Junto al hogar, versión castellana de H. Giner
de los Ríos, Madrid, 1907 (tamaño, 19x12) 2,—
Wagner. — Para los pequeños y para los mayores.— Con-
versaciones sobre la vida y el modo de servirse de
ella, traducción española de Domingo Vaca, Madrid,
1909 (tamaño, 19x12) 2,50
Wagner.— Valor, traducción de Domingo Barnés, Ma-
drid, 1910 (tamaño, 19x12) 1,75
Wagner.— A través de' las cosas y de los hombres.— La
U
base de todo, traducción de Domingo Vaca (tamaño,
19x12) 1,76
Wagner. — Sonriendo, traducción de Domingo Vaca, Ma-
drid, 1911 (tamaño, 19x12) 1,75
Wegener (H.)— Nosotros los jóvenes. — El problema se-
xual del joven soltero, traducción directa del alemán
por Luis de Zulueta, Madrid, 1910 (tamaño, 19x12). 1,75
Wundt.— Introducción a la Filosofía, traducción de la 5.*
edición alemana por Eloy Luis André, dos tomos,
conteniendo el 1.° un estudio sobre la Filosofía con-
temporánea en Alemania y la Filosofía científica de
Wundt, y el 2.°, un estudio sobre el porvenir de la Fi-
losofía científica en España e Hispano-América, am-
bos escritos por Eloy Luis André, catedrático de Filo-
sofía, Madrid, 1912 (tamaño. 23x15) 7,—
Xénopol. — Teoría de la Historia, 2.* edición de «Los
principios fundamentales de la Historia», traducción
española de Domingo Vaca, Madrid, 1911 (tamaño,
23x15) 4,50
BIBLIOTECA INTERNACIONAL
DB
PSICOLOGÍA EXPERIMENTAL
NORMAL Y PATOLÓGICA
PRECIO DE CADA TOMO, ENCUADERNADO", | 2,50
Tomos publicados :
Baldwín. — El pensamiento y las cosas. — El conocimiento y el
juicio, traducción de Francisco Rodríguez Besteiro, con
figuras, Madrid, 1911.
Claparéde. — La asociación de las ideas, traducción de Domingo
B arnés, con figuras, Madrid, 1907.
Cuyer. — La Mímica, traducción de Alejandro Miquis, con 75
figuras, Madrid, 1906.
15
Dugas. — La imag-inacióiij traducción del doctor César Juarros,
Madrid, 1905.
Duprat. — La moral. — Fundamentos psico-sociológicos de una]
conducta racional, traducción de Ricardo Rubio, Madrid,]
1905.
Grasset. — El hipnotismo y la sugestión, traducido por Eduardo]
García del Real, con figuras, Madrid, 1906.
Malapert.— El carácter, traducido por José María González, Ma-
drid, 1905.
Marchand. — El gusto, traducción de Alejo García Góngora,
con 33 figuras, Madrid, 1906.
Marie (Dr. A.)— La demencia, traducción de Anselmo González,
con 42 grabados, Madrid, 1908.
Nuel. — La visión, traducido por el doctor Víctor Martín, con 22
figuras, Madrid, 1905.
Paulhan. — La voluntad, traducción de Ricardo Rubio, Ma-
drid, 1905.
Pillsbury.— La atención, traducción de Domingo Barnés, Ma-
drid, 1910.
Pitres (N.) y Regis (E.)— Las obsesiones y los impulsos, tra-
ducido por José María González, Madrid, 1910.
Sergi. — Las emociones, traducido por Julián Besteiro, con figu-
ras, Madrid, 1906.
Toulouse, Vaschide y Pieron.— Técnica de psicología experi-
mental (examen de sujetos), traducción de Ricardo Rubio,
con numerosas figuras, Madrid, 1906.
Van Blerviiet. — La memoria, traducido por Martín Navarro,
Madrid, 1905.
Vigouroux y Juquelier. -El contagio mental, traducción del doc-
tor César Juarros, Madrid, 1906.
Woodworth. — El movimiento, traducción de Domingo Vaca, con
figuras, Madrid, 1907.
Estos volúmenes constan de 350 a 500 páginas, tamaño
19x12 centímetros, algunos con figuras en el texto.
4900
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