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in  2010  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/obrassarm49sarm 


OBRAS 


DE 


D.  F.  SARMIENTO 


OBRAS 


DE 


D.  F.  SARMIENTO 


PUBLICADAS  BAJO    LOS    AUSPICIOS   DEL   GOBIERNO 
ARGENTINO 


TOMO     XLIX 


MEMORIAS 


BUKNOS  AIRKS 


7503 — Imprenta  y  Litografía    «Mariano  Moreno  %.  ('orrientes  X!ÍH 


EDITOR 
A.  BELIN  SARMIENTO 


ADVERTENCIA  DEL  EDITOR 


Está  indicado  en  las  notas  que  algunas  páginas  de  este 
volumen  han  sido  tomadas  de  un  folleto  que  hemos 
publicado  en  1884,  con  el  título  de  Introducción  á  las 
memorias  militares  y  foja  de  servicios  de  D.  F.  Sarmiento, 

Ese  folleto  fué  publicado  durante  la  ausencia  de  Sar- 
miento en  misión  á  Chile  y  arreglado  por  el  presente 
editor,  en  presencia  de  los  apuntes  que  nos  dejara,  jun- 
to con  la  plena  autorización  de  emplearlos  en  la  forma 
que  nos  pareciera  conveniente,  autorización  de  que  usa- 
mos entonces  libremente,  suprimiendo,  agregando  y 
trasponiendo,  en  la  plena  seguridad  de  no  apartarnos  del 
espíritu  del  autor  y  de  que  hasta  los  defectos  serían 
aprobados. 

La  parte  inédita  de  los  fragmentos  postumos  que 
completan  este  volumen,  tienen  el  mismo  carácter  que 
los  del  folleto  mencionado.  Nos  fueron  confiados  para 
que  redactáramos  y  diéramos  forma,  una  serie  de  apun- 
tes inconexos  y  arrojados  al  papel  sin  plan  y  á  medida 
que  una  ocurrencia  hacía  saltar  una  reminiscencia,  que- 
dando asaz  truncos  é  incompletos,  interrumpidos  por 
la  agitada  ancianidad  y  los  achaques  de  los  últimos 
tiempos. 

En  vida  de  Sarmiento  pudimos  hacer  lo  que  él  nos 
encargara;  pero  debíamos  conservar  á  lo  que  publicara- 


VI  OBRAS    UB   MAHMIKNTO 

mos  después,  su  carácter  de  absoluta  autenticidad,  con- 
formándonos al  texto  manuscrito  que  será  depositado 
en  la  Biblioteca  Nacional,  donde  podrá  cotejarse  con  la 
publicación  y  cerciorarse  quien  quiera  de  la  fidelidad  y 
respeto  con  que  hemos  puesto  en  orden  cronológico  y 
ajustado  páginas  inconexas  entre  sí,  que  nadie  hubiese 
tenido  quizá  la  paciencia  de  ordenar. 

Declaramos,  pues,  que  todo  lo  inédito  de  este  tomo  es 
gen  niñamente  del  autor  y  que,  si  bien  algo  hemos  supri- 
mido por  ser  repetición  ó  por  su  inoportunidad,  nada 
hemos  agregado  ni  cambiado^  ni  prestado  generosamente 
de  lo  nuestro,  como  ha  dicho  un  crítico  de  anteriores 
publicaciones,  donde  solo  hemos  cumplido  estrictamente 
los  deberes  de  un  editor,  en  una  compilación  que  no 
volverá  á  hacerse  de  trabajos  improvisados,  con  rapidez 
y  abundancia  asombrosas,  corrigiéndose  solo  evidentes 
descuidos  y  errores  de  imprenta  y  hasta  dejándolos  cada 
vez  que  al  corregirlos  temiésemos  desvirtuar  la  origina- 
lidad del  estilo.  Estamos  persuadidos  ademas  que  la 
crítica  seria  muy  mucho  mas  acerba  si  hubiésemos  dejado 
todos  los  lunares. 

Una  buena  parte  de  estos  apuntes  revela  la  intención 
de  demostrar  que  el  grado  de  General  de  División  tenia 
por  lo  menos  el  justificativo  de  la  antigüedad  de  servicios 
reales  en  la  milicia  y  aptitudes  demostradas.  Sarmiento 
en  su  época  fué  cruelmente  escarnecido  y  ridiculizado  por 
llevar  un  grado  y  aceptar  sus  emolumentos,  como  si  fuera 
debido  únicamente  al  favoritismo  y  se  comprende  su 
empeño  en  defenderse  de  tan  feo  cargo;  pero  hoy,  á 
parte  del  interés  histórico  y  de  la  belleza  de  las  narra- 
ciones, parecería  que  igual  empeño  fuera  aun  de  actualidad, 
si  hemos  de  atenernos  á  las  aserciones  de  uno  de  sus 
historiadores.  Tanta  ha  sido  la  vocinglería  á  este  respecto, 
que  don  Guillermo  J.  Guerra,  escritor  chileno  que  acaba 


ADVERTENCIA   BEL   EDITOR  VII 

de  consagrar  un  hermoso  estudio  de  400  páginas  á  Sar- 
miento, se  ha  dejado  influenciar  por  ese  ambiente  y 
atribuye  á  una  especie  de  vanidad  pueril  el  que  Sarmiento 
se  creyera  en  efecto  militar,  cuando  lo  ha  sido  y  notable 
en  el  concepto  desapasionado  de  los  militares  mas  cua- 
drados que  en  nuestro  país  han  servido  bajo  sus  órdenes, 
y  como  si  fuese  en  realidad  incompatible  para  ser  acree- 
dor á  los  mas  altos  grados  militares,  el  haber  sabresalido 
en   otras   ramas   de   la   actividad  humana. 

El  Editor. 


INTRODUCCIÓN  (') 


Para  traer  á  la  memoria,  en  los  últimos  años  de  la  vida 
de  un  actor  en  aquella  grande  epopeya  de  la  historia 
argentina,  la  parte  que  á  él  le  cupo  desempeñar  en  tan 
largo  y  complicado  drama,  conviene  tener  presente  que 
diez  años  después  de  caído  el  telón,  el  teatro  mismo  de 
los  hechos  se  ha  modificado,  no  quedando  de  los  sucesos 
historia  ordenada,  ni  de  los  hombres  que  figuraron  ea 
primera  y  segunda  linea,  sino  rarísimos  testigos  y  actores. 

Quedan  es  verdad,  sin  alterarse,  á  un  extremo  de  la 
dilatada  llanura,  los  imperturbables  Andes,  al  otro  los 
grandes  ríos  que  arrastran  sus  aguas  tranquilas  hacia  el 
estuario  del  Río  de  la  Plata.  Una  y  otra  extensión  de 
territorio  conservará  siempre  la  fisonomía  solemne  y  triste 
del  Desierto,  rebelde  á  recibir  la  acción  de  la  cultura;  pero 
las  locomotoras  avanzan  ya  en  todas  direcciones,  dándose 
silvos  de  inteligencia  al  suprimir  distancias  y  asimilar 
jurisdicciones. 

¿Dónde  queda  hoy  la  Guardia  de  la  Esquina,  extremo 
entonces  y  centro  ahora  de  la  civilización  de  Santa  Fe? 
¿Qué  haría  hoy  Quiroga  con  sus  bandas  de  descamisados, 
aunque  pudiera  lanzar  otra  vez  el  grito  de :  religión  ó 
muerte? 

Sería,   empero,   historia   digna   de   un   Gibbon,    por    el 


(1)  Esta  introducción  precede  un  folleto  titulado  ;—  «  Introducción  á  las  Memo- 
rias Militares  y  fojas  de  servicios  de  Domingo  F.  Sarmiento,  General  de  División 
fR.  A.)— Buenos  Aires,  imprenta  Europea,  1884,  que  publicó  el  editor  de  estas 
obras,  durante  el  viaje  de  Sarmiento  á  Cliile  en  188i  y  del  que  incluiremos  aquí 
las  páginas  que  no  hagan  repetición.    (  Nota  del  Editor). 


2  OBRAS   DB   SARMIENTO 

contraste  de  los  futuros  tiempos,  cuando  nada  quede  de 
lo  pasado,  sustituido  el  caballo  por  laloconaotora,  el  chasque 
j.or  el  telégrafo,  el  ganado  silvestre  por  la  cultura  del 
suelo,  y  aun  las  razas  humanas  por  la  recolonizacion  de 
tan  vasto  país 

¿Qué  figuras  de  titanes  suministrarían  en  aquella  lucha 
de  descomposición,  los  nombres  de  Aldao,  el  fraile  guerrero; 
de  Facundo  Quiroga,  llamado  el  tigre  de  los  Llanos;  de 
Rosas,  el  astuto  lobo,  que  no  pertenecen  á  las  categorías 
ordinarias  de  la  sociedad  moderna?  ¿Cómo  explicar  la 
impotencia  de  espadas  como  las  de  Paz,  Lavalle,  Acha, 
La  Madrid  y  tantos  héroes  que  la  América  acataba  y 
vinieron  á  oscurecerse  en  las  nubes  de  polvo  que  levan- 
taban los  jinetes  de  la  Pampa?  Sucedía  que  los  guerreros 
se  tornasen  en  escritores,  cambiando  la  espada  en  punzante 
buril  y  dejando  á  veces  páginas  que  valían  batallas,  como 
si  sembraran  ideas  regeneradoras,  donde  solo  se  veían 
ruinas  ú  osamentas.  Este  es  el  carácter  distintivo  de 
aquellas  guerras  civiles  que  principiaron  por  matanzas, 
y  acabaron  por  razonamientos,  y  cuya  grande  batalla  en- 
la  morada  del  tirano  en  quien  se  resumen  todas  las 
resistencias  coloniales,  ó  las  creadas  por  los  desperdicios 
de  la  guerra  de  emancipación,  proclama  la  unidad  de 
país  tan  subdividido,  y  una  Constitución  nacional  bajo 
los  principios  y  condiciones  que  reconocen  los  pueblos 
modernos  para  organizar  gobiernos  regulares. 

Mientras  que  aquella  historia  universal  de  la  gran  guerra 
civil,  que  principia  con  la  abdicación  de  Rivadavia,  no  se 
escriba,  la  opinión  de  cada  época  no  verá  de  tan  vasto 
cuadro  sino  lo  que  tiene  mas  cerca.  Los  grandes  centros 
de  población  son  los  focos  activos  de  la  opinión  pública 
dominante;  y  es  singular  ver  cómo  los  hombres  y  los  sucesos 
figuran  en  este  escalafón  de  grados  que  la  opinión  contem- 
poránea acuerda.  Sin  ir  mas  lejos,  caído  Rosas,  sus  suce- 
sores son  el  objeto  de  la  pública  execración;  pero  separado 
Buenos  Aires  de  la  masa  general  de  los  pueblos,  la  ambi- 
ción y  la  necesidad  de  la  propia  defensa  requieren  un 
ejército,  y  fuerza  es  revivir  los  grados  dados  por  Rosas 
como  base,  añadiéndoles  los  jefes  y  oficiales  orientales, 
venidos  con  el  Ejército  Grande  y  algunos  jefes  de  la 
Independencia.    Los  que  militaron  con  Lavalle  son  admi- 


INTRODUCCIÓN  3 

tidos  con  restricciones,  y  mas  tarde  los  del  general  Paz, 
que  hicieron  la  guerra  del  Brasil,  apenas  eran  nombrados 
por  cuanto  quedaron  en  la  Confederación.  Al  fin,  y  cuando 
con  la  reintegración  y  constitución  de  la  República,  todos 
estos  diversos  ejércitos  se  funden  en  uno,  los  guerreros 
de  la  Independencia,  mediante  un  sobresueldo,  recuperan 
su  puesto   de  honor  en  la  lista   militar. 

Esto  no  quita  que  para  la  opinión  local  no  haya  glorias 
que  alcancen  á  las  de  la  defensa  de  Buenos  Aires  en 
que  todos  han  tenido  parte.  Cepeda  y  Pavón  tan  poco 
gloriosos,  y  la  larga  campaña  del  Paraguay  á  que  con- 
currió la  mas  brillante  juventud.  Para  los  que  no  se 
hallaron  en  sus  numerosos  y  poco  decisivos  combates  no 
había  salvación;  y  como  la  opinión  la  forman  los  jóvenes 
que  escriben  en  la  prensa,  si  alguno  dejó  de  mostrarse 
con  hábito  militar  desde  1858,  por  ejemplo,  como  la  opi- 
nión es  joven,  acaso  de  menos  de  veinte  años,  es  de  temer 
que  en  su  horizonte  no  entren  los  sucesos  ni  los  hombres 
de  mas  de  treinta.  Los  de  setenta  pertenecerían  á  la 
historia  antigua.  Si  deseáramos  una  protesta  contra  estas 
exclusiones,  iríamos  á  buscarla  elocuente  en  la  democrá- 
tica Atenas,  en  aquello  á  que  ha  dado  forma  imperecedera 
Aristófanes  con  la  misma  mano  que  desgarraba  á  Sócrates 
y  le  preparaba  con  sus  sarcasmos  la  copa  de  cicuta. 

Nosotros  los  viejos,  hace  decir  á  los  restos  de  Salamina,  acusamos  á  esta  ciudad. 
Tantos  combates  nos  darían  derecho  á  ser  alimentados  por  ella,  al  iln  de  nuestra 
vida.  Lejos  de  eso,  somos  maltraladcs,  implicados  en  procesos,  abandonados  á 
las  burlas  de  los  jóvenes  oradores,  aunque  seamos  sordos  y  demasiado  débiles  ya 
para  llenar  una  flauta  con  nuestro  soplo  debilitado  por  la  edad.  Poseidon  debia 
protejernos,  pues  no  nos  queda  mas  apoyo  que  un  bastón.  Balbuceando  con  voz 
senil  delante  de  la  piedra  del  Tribunal,  no  vemos  sino  la  sombra  de  la  justicia, 
mientras  que  el  acusador  que  quiere  concillarse  á  los  jóvenes,  ñus  abruma  con 
su  dialéctica,  y  arrastrándonos  ante  los  jueces  nos  confunde  á  cuestiones^  tendién- 
donos celadas  de  palabras.  Su  agresión  turba,  anonada  y  despedaza  al  pobre 
Fithon,  el  cual  inhabilitado  por  la  edad,  enmudece,  y  es  condenado  á  pagar  la 
multa,  lo  que  le  hace  decir  á  sus  amigos,  con  las  lágrimas  en  los  ojos:  «Me  qui- 
tan lo  que  tenia  para  ¡lagar  mi  sepultura  I»  Decid  si  no  es  infamia  esto  ?  Pues 
qué  !  el  clepsidro  mata  al  anciano  blanco  de  canas  que  en  la  ardiente  refriega 
tantas  veces  se  cubrió  de  glorioso  sudor,  y  cuyo  coraje  salvó  la  patria  en 
Maratón!....  (1) 


(  1 )  Traducido  por  Paul  de  Saint  Victor  y  citado  en  Les  Deux  Masques.  Tom.  U, 
pág. 273. 


4  OBRAS   DE  SARMIENTO 

Pueden  ser  significativas  las  semblanzas  de  situación,  y 
no  deja  de  serlo  seguramente  el  hecho  denunciado  por 
Aristófanes,  de  que  es  la  juventud  ateniense  la  que  así 
insulta  las  canas  de  Salamina  y  Maratón,  justificando  hoy 
como  entonces  el  pedido  de  los  ancianos,  de  que  «en  adelan- 
te no  pudiesen  los  viejos  ser  acusados  sino  por  los  viejos, 
y  los  jóvenes  por  los  jóvenes.» 

No  se  ceba  por  cierto  nuestra  democracia  en  disputar  el 
pan  á  los  que  les  han  creado  la  situación  próspera  de 
que  abusa,  puesto  que  les  aseguran  con  pensiones  una 
vida  soportable.  Es  á  la  fama  que  se  dirijen  sus  tiros,  y 
tan  frecuentes  y  repetidos  son,  que  al  cabo  desaparecen  de  la 
vista  ios  títulos  y  de  la  memoria  la  tradición;  preguntándose 
en  seguida,  ó  insinuándolo,  que  si  no  es  el  favor  de  ayer  lo 
que  nos  improvisó  de  favoritos  en  generales  de  la  Repú- 
blica. «Nos  abruman  con  cuestiones,  y  nos  tienden  celadas 
de  palabras.»  Mostrad  vuestra  foja  de  servicios,  nos  dicen, 
ante  cuyo  argumento  enmudecemos,  á  causa  de  que  en  el 
caos  de  diez  guerras  civiles  que  se  cruzaban  entre  sí,  disuel- 
ta la  Nación  en  1826,  entrechocándose  sus  fragmentos, 
uno  suprimiera  lo  que  el  otro  había  creado,  por  ser  su 
propia  acusación.  Felices  algunos,  si  á  mas  del  hecho 
de  encontrarse  por  sucesión  de  servicios  coroneles  ó  ge- 
nerales vivos  pueden  apoyarse  en  algún  testimonio  escrito, 
escapado  de  la  conflagración,  como  aquellas  hojas  sueltas 
que  cubren  el  suelo  después  de  una  tormenta.  Cáenos  á 
la  mano,  por  accidente,  uno  de  esos  testimonios  cuya 
autenticidad  proviene  de  que  son  fugaces,  como  suele  por 
ornato  de  la  narración,  decirse  que  la  luna  brillaba  en 
to'lo  su  esplendor  en  la  época  del  suceso  narrado,  y  el 
abogado  que  acusa  á  un  reo  de  homicidio  le  prueba  con 
este  incidente,  de  una  narrativa  extraña  al  crimen,  que 
no  era  en  la  obscuridad  de  la  noche  que  acometió  á  su 
víctima,  como  lo  pretendía. 

El  biógrafo  del  general  D.  Nicolás  Vega,  narrando  sus 
campañas,  para  justificar  sus  títulos,  dice  : 

«Dos  (lias  después  fué  atacada  la  fuerza  del  General  \ega  por  una  división 
mendocina  destacada  desde  la  ciudad  de  San  Juan,  al  mando  del  Comandante 
D.  Casimiro  Recuero  (antes  de  Granaderos  á  Caballo).  El  General  Vega  principió 
sus  operaciones  marchando  con  su  división  hacia  las  alturas  de  Niquivil,  punto 
ventajoso  en  que   se  había  acampado  el  enemigo  á  una  legua  de  Jachal,  para 


INTRODUCCIÓN  O 

encontrarlo  y  batirlo,  lo  que  efectuó  tomando  la  ofensiva  y  cargando  al  enemigo 
hasta  derrotarlo  completamente,  persiguiéndolo  mas  de  cuatro  leguas. 

En  esta  brillante  jornada  se  distinguieron  entre  otros  jefes,  el  Coronel  D. 
Domingo  Recaño  íantes  del  Once  de  los  Andes)  y  D.  Domingo  Sarmiento  que  era 
uno  de  los  ayudantes  de  Campo  del  General  Vega,  el  cual  atravesó  los  fuegos 
del  enemigo  para  llevar  la  orden  del  General  al  Comandante  de  Escuadrón  D. 
Julián  Castro  de  que  flanquearan  al  enemigo  por  su  .derecha  cuyo  movimiento, 
efectuado  con  precisión,  ocasionó  su  completa  derrota  (1). 

Si  alguna  duda  dejara  esta  primera  anotación  histórica 
para  reconstruir  una  foja  de  servicios,  confirrnaría  su 
autenticidad  un  documento  público  que  en  su  época 
adquirió  grande  notoriedad,  por  cuanto  sirvió  de  base  á 
reclamaciones  diplomáticas  entre  el  Grobierno  de  Rosas 
y  el  de  Chile  en  1849.  El  reclamo  procedía  de  supon<^rse 
probada  la  violación  de  las  leyes  de  la  neutralidad,  con 
los  propósitos  que  revelaba  el  General  Ramírez  en  la 
siguiente  carta : 

«Exmo.  Señor  D.  .Juan  Manuel  de  Rosas: 

Me  honro  de  elevar  á  V.  E.  la  adjunta  carta  del  loco,  fanático,  unitario,  Domingo 
Sarmiento,  sin  duda  con  su  malévola  intención,  y  que  creyéndome  en  desgracia 
y  que  por  ella  fuese  yo  capaz  de  manchar  mi  foja  de  servicios  siguiendo  sus 
alucinados  planes  contra  nuestra  independencia  y  santa  causa  federal. 

A  este  judio  unitario  en  la  revolución  salvaje  que  estalló  en  Mendoza  en  el  Pilar 
( 1829 )  lo  tomé  prisionero,  salvándole  la  vida  á  él  y  á  otros  sin  conocerlos,  y  por 
un  dCto  de  generosidad  lo  conduje  á  mi  casa,  y  le  noticié  de  ello  al  general 
D.  Benito  Villafaüe,  quien  lo  hizo  trasladar  á  la  suya,  diciendo  que  tenía  encargo 
de  su  familia  para  protcjcrlo.  —José  Santos   Ramírez,  (-2) 

Decidme  ahora,  ó  joven  Juez  de  viejas  reputaciones 
¿habláis  nacido  siquiera  en  1829?  sabéis  lo  que  fué  la 
batalla  del  Pilar?  un  reguero  de  sangre.  Conociais  el 
apodo  de  loco,  con  que  habéis  escarnecido,  martirizado 
á  un  hombre  público,  acaso  dudando  del  acierto  de  sus 
observaciones  hijas  de  grande  estudio  y  experiencia, 
atribuyéndolas  á  un  espíritu  desordenado?  Erais  el  eco 
de   un   pobre  diablo  y   de  Rosas! 

Pero  estos  dos  testimonios  traen  ya  indicios  que  habrán 


(1)  Biografía  del  señor  General  D.  Nicolás  Vega,  General  de  los  Ejércitos  Nacio- 
nales, escrita  en  1864,  con  presencia  de  sus  Memorias,  páj.  14,  tercera  edición, 
Buenos  Aires,  imprenta  de  «La  Union  Argentina». 

(2)  Tomada  de  los  documentos  presentados  al  Congreso  por  el  Gobierno  de  Chile 
dando  cuenta  de  la  misión  de  D.  Baldomcro  García,  1849. 


OBRAS   DE   SARMIENTO 


de  servir  mas  tarde  para  explicar  ciertos  hechos,  ó  de- 
terminar el  rumbo  que  ya  trazan  al  protagonista.  En 
1829,  cuenta  apenas  diez  y  ocho  años,  y  basta  mirar  á 
cualquiera  que  hoy  los  tenga,  para  cerciorarse  de  que 
á  esa  edad,  el  joven  Sarmiento  es  el  edecán  elegido  por 
el  General  en  jefe  D.  Nicolás  Vega  al  mando  de  las 
fuerzas  de  San  Juan  en  Niquivil,  para  dar  órdenes  de 
combate,  contra  las  fuerzas  de  los  Aldao  de  Mendoza;  y 
de  que  dos  meses  después,  disipado  aquél  ejército,  es 
tomado  prisionero  en  la  batalla  del  Pilar  de  Mendoza;  en 
que  triunfan  los  Aldao  definitivamente  y  en  la  que 
mueren  sus  compañeros  sanjuaninos,  nombrados  como 
él  ad  Jionorem  edecanes  del  General  en  jefe  D.  Rudecindo 
Alvarado,  y  por  accidente  muere  también  el  Presidente 
del  Congreso  que  declaró  la  Independencia  de  las  Pro- 
vincias Unidas,  mientras  que  el  casi  imberbe  ayudante 
de  tres  generales,  en  dos  campañas  y  provincias  distin- 
tas, es  el  único  en  cuya  vida  se  interesa  el  general  ene- 
migo, D.  Benito  Villafañe,  que  concurrió  con  fuerzas  de 
Facundo  Quiroga  á  la  derrota  que  experimentaron  en . 
el  Pilar,  y  por  donde  tuvo  el  adolescente  oficial  la  satis- 
facción de  combatir,  aunque  vencido,  contra  las  bandas 
de  Facundo  Quiroga,  como  sucumbió  á  la  embriaguez 
el  fraile  Aldao,  dos  circunstancias  que  le  inspiraron  sus 
mejores  obras  literarias. 

Todo  esto  y  mas  contienen  los  dos  documentos  citados. 
De  la  narración  circunstanciada  que  á  esta  introducción 
sigue,  resulta  que  el  joven  ayudante  Sarmiento  fué  en 
Mendoza  puesto  con  otras  tres  personas  muy  conside- 
radas, al  servicio  inmediato  del  General  D.  Rudecindo 
Alvarado,  Gobernador  de  Mendeza  y  General  en  jefe  del 
ejército  sublevado  contra  los  tres  hermanos  Aldao,  que 
después  de  la  derrota  de  la  Tablada,  experimentada  en 
Córdoba  por  Juan  Facundo  Quiroga  y  el  fraile  Aldao, 
quería  estorbarles  que  volviesen  á  reorganizar  fuerzas 
(como  en  efecto  lo  hicieron)  para  restablecer  la  situación 
perdida;  ya  que  el  partido  liberal  en  Mendoza  y  San 
Juan,  quería  por  el  contrario  segundar  las  victorias  al- 
canzadas por  el  ejército  del  General  Paz  en  favor  de 
la  reconstrucción   de   la  Nación. 

Su    situación    al    lado    del    General   Alvarado,  debida 


INTRODUCCIO.V  7 

■acaso  al  favor  de  la  opinión  que  lo  había  elevado  á  ese 
puesto,  le  proporciona  ventajas  envidiables  de  educación 
militar.  De  las  oficinas  del  Estado  Mayor  parten  las 
órdenes  que  llevan  los  edecanes,  recibiéndose  allí  los 
chasques  de  la  campaña,  los  avisos  de  las  fuerzas  avan- 
zadas sobre  el  múltiple  enemigo,  pues  lo  formaban  el 
fraile  Aldao,  formidable  aun  con  sus  veteranos  de  auxi- 
liares salvados  de  la  Tablada,  D.  José  con  cuatrocientos 
hombres,  y  al  fin  Villafañe  con  seiscientos  venidos 
desde  San  Juan  y  la  Rioja.  Pero  lo  que  mas  le  inte- 
resa y  apasiona  es  el  eterno  debate  entre  el  coman- 
dante de  las  fuerzas  sublevadas,  General  D.  Agustín 
Moyano,  á  quien  le  va  la  vida  en  la  demanda,  con  el 
Gobernador,  militar  de  la  Independencia,  flemático  é 
imperturbable  en  medio  de  los  contrastes  y  desencantos 
que  originan  su  política  de  contemporización,  y  lo  que 
es  peor,  de  inacción  ante  jefes  militares  tan  experimen- 
tados y  unidos  como  los  tres  hermanos  Aldao.  Todos 
ios  días  se  renueva  el  mismo  debate,  trayendo  Moyano 
nuevos  hechos  deplorables  en  apoyo  de  su  empeño 
de  obrar  activamente,  para  oir  nuevos  argumentos  del 
General  veterano,  acostumbrado  á  habérselas  con  ene- 
migos mas  fuertes,  para  esperar  el  resultado  de  ciertas 
combinaciones. . .  Moyano  murió  fusilado,  y  Alvarado  pudo 
escribir  en  Montevideo  la  tiJusUjicacion  de  la  conducta  mi- 
litar del  General  de  la  República  Argentina  D.  Rudecindo  Alva- 
rado en  el  periodo  de  su  mando  en  la  Provincia  de  Mendoxa,  1831. 

Cuando  el  autor  de  la  Biografía  del  fraile  Aldao,  des- 
cribiendo los  horrores  de  que  escapó  en  el  Pilar,  llamó 
imbécil  la  política  seguida,  el  General  reclamó  de  esta 
dura  calificación;  pero  se  le  contestó  con  D.  Félix  Frías, 
que  ese  señor  Sarmiento  de  cuyo  juicio  apelaba  en  1843, 
era  el  jovencito  edecán  que  tenía  á  su  lado  en  1S?9,  y 
por  tanto  testigo  de  los   sucesos. 

Hay  ya  en  estos  comienzos  motivos  de  creer  que  si  el 
imberbe  oficial  sigue  la  carrera  de  las  armas,  lo  hará 
con  ventaja  en  el  Estado  Mayor,  posición  en  que  se  re- 
quieren muchas  de  las  dotes  de  que  ya  da  indicios ;  y 
en  efecto  habremos  de  encontrarlo  mientras  depende  de 
otros  jefes,  oficial  superior  de  Estado  Mayor  en  el  Ejército 
Grande,  Jefe  del  Estado  Mayor  del  Ejército  de  reserva  ea 


8  OBHAS  DE    SARMIENTO 

Buenos  Aires,  Auditor  de  Guerra  en  el  Ejército  expedi- 
cionario con  el  General  Paunero,   etc.,  etc. 

Llámase  entre  nosotros  Estado  Mayor  á  la  reunión  de 
jefes  y  oficiales  sin  colocación  que  rodean  al  General  y 
de  ordinario  sirven  mas  para  confundir  el  servicio  que 
para  activarlo.  El  Estado  Mayor  de  un  ejército  es,  puede 
decirse,  el  alma  de  ese  ejército  ó  el  corazón  que  renueva 
la  sangre  y  la  distribuye  por  todo  el  cuerpo.  «  El  ejército 
«  prusiano,  dice  el  General  norte-americano  Hazen,  tiene 
«  otro  importantísimo  departamento,  y  es  el  Estado  Ma- 
«  yor.  A  su  cabeza  está  el  General  Moltke,  y  en  torno 
«  suyo  se  reúne  la  inteligencia  del  ejército,  que  lo  guía  y 
«  vigila.  Los  oficiales  de  Estado  Mayor  son  puramente 
«  militares.  Reúnen  datos  militares,  del  interior  y  del 
«  exterior,  levantan  mapas  militares,  guardan  los  archi- 
«  vos,  pasan  á,  ser  Jefes  de  estado  mayor  de  divisiones, 
«  cuerpos  y  ejércitos,  y  están  generalmente  preparados 
«  para  el  mando  en  jefe.»  (*). 

Nuestros  caudillos  de  ginetes  tenían  por  Estado  Mayor 
un  cuerpo  de  vaquéanos  que  traían  escrito  en  sus  re- 
cuerdos cada  accidente  de  las  Pampas,  el  vado  de  los  ríos 
y  arroyos,  el  portezuelo  ó  cuchilla  de  las  montañas  ó  los 
senderos  que  cruzan  los  bosques  donde  los  hay.  El  Ejér- 
cito Grande  traía  ademas  en  su  Estado  Mayor  un  Jefe  que 
abría  diariamente  el  único  mapa  de  la  parte  del  país  que 
atravezaban  al  rumbo,  y  corregía  no  sin  provecho  á  veces 
el  itenerario  indicado  por  el  vaqueano. 

Hacíanse  estados,  tomábanse  distancias,  y  de  vez  en 
cuando,  de  aquella  tienda  habitada  por  el  único  jefe  que 
llevaba  uniforme  y  montaba  en  silla,  salía  á  excitar  el 
entusiasmo  del  ejército  en  marcha,  el  boletín  de  las  victo- 
rias alcanzadas.  El  último  de  todos  fué  el  parte  de  la  me- 
morable y  gigantezca  batalla  de  Caseros,  escrito  por  gala 
en  el  escritorio  y  con  la  pluma  misma  de  Juan  Manuel  de 
Rosas. 

Era  el  redactor  de  aquel  documento  histórico,  decidida- 
mente un  experimentado  Jefe  de  Estado  Mayor,  que  como  lO' 
observaba  de  los  prusianos  el  General  Hazen  citado,  venía 


(1)    The  school  and  tlie  Ariiiy  in  Germany  and  Fi-ance,  pág.  181» 


INTRODUCCIÓN  9 

preparado  por  feus  estudios  á  pasar  desde  el  Estado  Mayor 
al  mando  de  divisiones  ó  del  ejército  mismo.  Tan  poco 
preparado  vienen  para  estas  funciones  nuestros  jefes  y 
oficiales  de  aquella  repartición,  que  al  autor  de  los  boletines 
del  ejército,  acabaron  por  llamarle  el  boletinero,  único  honor, 
salario  y  recompensa  que  obtuvieron  muy  buenos  y  leales 
servicios  hechos  con  sus  caballos  y  sus  armas  propias,  como 
era  de  los  fidalgos  que  poblaron  y  conquistaron  la  América. 

Y  para  probar  que  tales  documentos  expresaban  ciencia 
y  conciencia  del  arte  de  la  guerra,  introduciremos  aquí,  el 
estudio  político  y  militar  que  en  1841,  había  hecho  de  las 
grandes  batallas  de  Chacabuco  y  Maipu  con  las  que  se 
presentó,  por  todo  bagaje,  en  el  escenario  de  la  América 
del  Sur,  ignorado  de  todos  y  de  sí  mismo  el  día  anterior, 
aplaudido  y  estimado  al  día  siguiente,  improvisado  literato, 
hombre  de  gobierno  y  leader  á  poco  de  la  opinión  pública, 
en  el  país  que  lo  hospedaba,  consejero  del  gobierno  y  para 
los  tiranos  de  su  patria  como  si  fuera  el  único  escollo  que 
no  quitarían  de  su  paso,  por  representar  los  grandes  princi- 
pios que  no  se  extirpan,  como  on  ne  tue  point  les  idees. 

Pondremos  primero  ante  el  lector  el  escrito  firmado  por  un 
teniente  de  artillería  en  el  «Mercurio»  de  Valparaíso,  en  Chile, 
el  10  de  Febrero  de  1841,  para  que  vea  por  su  contexto, 
antiguas  y  duraderas  huellas  del  Jefe  de  Estado  Mayor,  ya 
formado  treinta  años  antes  con  toda  la  capacidad  de  juzgar, 
que  supone  la  de  dirigir,  y  quedará  justificada  la  alta  posi- 
ción que  ocupó  desde  entonces  en  los  negocios  argentinos,  y 
la  influencia  que  ha  podido  ejercer  hasta  los  últimos  años 
de  su  vida,  sin  interrupción  por  cuarenta  años.  (*). 


(1)  Las  observaciones  que  siguen  en  el  folleto  de  que  liemos  tomado  esta  in- 
troducción se  hallan  mas  interesantes  y  mas  ampliadas  en  los  autógrafos  frag- 
mentarios de  que  nos  hemos  valido  (sin  cambiarle  nada  y  solo  cordinándolos) 
para  confeccionar  este  volumen.  Lo  referente  á  los  primeros  escritos  del  autor 
en  la  prensa  de  Chile,  lo  hemos  colocado  mas  adelante  en  su  orden  cronológico. 

El  escrito  firmado  Un  Teniente  de  Arlillería,  sobre  la  batalla  de  Chacabuco  debut 
literario  de  Sarmiento,  se  lialla  en  el  tomo  I,  de  sus  obras,  pág.  i,  y  el  subsi- 
guiente «Los  diez  y  ocho  días  de  Chile,  desde  la  derrota  de  Cancha  Rayada  hasta  la 
victoria  Maipo,-»  en  la  pág.  26  del  mismo  tomo.  Hemos  creí 3o  escusado  reprodu- 
cirlos, aunque  el  autor  los  hubiese  agregado  aqui.    {N.  del  E.) 


GIMNASIA  MILITAR 


Debo  atribuir  al  espíritu  guerrero  que  habían  creado  las 
necesidades  y  las  grandes  emociones  de  la  empresa  de 
hacerse  independientes,  lo  que  hizo  ensayar  en  San  Juan 
un  pensamiento  que  es  hoy  institución  en  Francia,  á  saber, 
la  introducción  de  la  gimnasia  militar  en  las  escuelas.  El 
Ministro  Waldeck  Rousseau  acaba  de  pronunciar  un  bellí- 
simo discurso  en  presencia  de  estos  héroes  armados  de 
doce  años!    Esa  es  la  esperanza  de  la  patria. 

Celebrábase  por  entonces  el  25  de  Mayo,  con  un  estusias- 
mo  que  cuidaban  de  hacerlo  religioso.  Saludábase  el  sol 
con  descargas  de  fusilería  donde  no  había  cañones,  todo  el 
pueblo  reunido  en  la  plaza  de  Armas,  con  la  vista  clavada 
en  el  punto  del  oriente,  como  ha  sido  el  rito  de  todos  los 
pueblos  antiguos,  por  donde  debía  aparecer  el  disco  del 
astro  que  corona  nuestro  escudo  de  armas. 

Los  que  están  versados  en  la  historia  conocen  las  formas 
de  las  fiestas  decretadas  al  Ser  Supremo  por  Robespierre, 
para  el  20  de  Prairial. 

El  25  de  Mayo  procuraba  revivir  en  la  raza  quichua  que 
forma  la  masa  íntima  de  las  poblaciones,  el  culto  del  sol  de 
los  incas  y  yo  he  sentido  de  niño,  al  ver  asomar  el  primer 
destello  del  orbe  fulgurante,  estremecimientos  sublimes  de 
un  sentimiento  religioso  que  se  despertaba. 

Fué  idea  luminosa  la  de  nuestros  padres  poner  al  disco 
del  sol  facciones  humanas,  pues  que  para  los  que  no  entran 
en  las  profundidades  de  la  teología  hebraica,  dos  cosas 
iguales  á  una  tercera,  son  idénticas  entre  sí;  y  si  el  hombre 
es  hecho  á  imagen  y  semejanza  de  Dios,  Dios  es  seme- 
jante al  hombre  y  el  hombre  puede  construir  dioses  á,  sa 


MEMORIAS  11 

imagen  y  semejanza,  tan  seguro  de  no  errar  como  coa 
una  proposición  de  Euclides. 

En  Buenos  Aires,  las  damas  elegantes,  las  lindas  jóve- 
nes y  las  niñitas  adorables,  vestían  de  blanco  ese  día,  con 
moños  y  cintas  celestes  y  gorro  frigio  de  raso  lacre  puesto 
con  mas  coquetería  que  el  cono  rojo  de  los  griegos.  Acaso 
era  reminiscencia  de  aquellas  galas,  las  que  en  1864  pre- 
sencié visitando  al  señor  Presidente  del  Perú  en  el  pala- 
cio de  Pizarro,  después  de  haber  pronunciado  un  discurso 
en  la  apertura  de  la  escuela  de  artes  y  oficios,  sus  hijas  y 
las  damas  de  la  asistencia,  recibían  á  S.  E.  el  ministro  de 
la  república  que  fué  antes  Provincias  Unidas  del  Rio  de  la 
Plata,  con  el  traje  de  corte  que  se  recibió  al  General  San 
Martin,  al  tomar  posesión  de  Lima  y  exhibió  en  un  gran 
sarao  de  condesitas  y  marquesitas  limeñas,  aquella  colec- 
ción de  Apolos  del  Belvedere,  de  Martes  y  Neptunos,  escul- 
pidos por  el  cincel  divino  de  los  griegos,  como  los  Lavalle, 
Necochea,  Martin  Rodríguez,  Bulnes,  Cokrane  y  tantos 
héroes  irresistibles  en  la  guerra  y  en  todos  los  terrenos... 
y  cómo  no  había  de  triunfar  con  tales  auxiliares! 

En  San  Juan  la  fiesta  solar  no  contaba  con  accesorios  tan 
imponentes  ó  seductores.  No  habiendo  tropas  estaciona- 
das, no  podía  ostentar  la  larga  formación  que  á  la  edad  de 
nueve  años  vi  en  la  cañada  de  Córdoba  el  25  de  Mayo  de  1820 
del  ejército  arrebatado  por  el  estúpido  Bustos  á  la  conquista 
de  nuestra  independencia,  abandonando  el  Desaguadero. 
Conté  cuatro  batallones,  dos  de  negros,  ocho  piezas  de  arti- 
llería, á  lo  que  recuerdo,  y  dos  regimientos  de  caballería, 
uno  de  húsares,  á  éstos  les  conté  los  botones  de  las  dos 
chamarras,  cuyo  número  porsupuesto  he  olvidado  ya.  No 
tengo  la  memoria  de  las  cifras,  razón  sin  duda  por  la  que 
no  he  acumulado  mucho  dinero  que  digamos. 

En  cambio  de  un  pasatiempo  requirido,  á  falta  de  otros, 
asomó  en  San  Juan^  como  asoma  la  margen  del  disco  del 
sol  que  ha  de  iluminar  toda  la  tierra,  la  gimnasia  militar 
aplicada  á  las  escuelas. 

Para  solemnizar  el  día,  era  práctica  en  toda  la  república 
que  los  niños  de  las  escuelas  asistiesen  en  formación  á  la 
salva  de  bienvenida  consagrada  al  sol,  y  un  coro  de  alumnos 
prorrumpiese  en  un  himno  de  adoración,  gritando  entre  los 
estampidos  del  cañón  y  las  descargas  de  fusilería  el  venire 


12  OBUAS   DE   SARMIENTO 

A  ME  argentino,  que  es  la  mas  soberbia  evocación  que  haya 
heclio  pueblo  alguno  al  presentarse  en  la  escena  del 
mundo, 

Oíd,  mortales,  el  grito  sagrado, 
Libertad,  libertad,  libertad, 
Oid  el  ruido  de  rotas  cadenas! 

Don  Ignacio  Fermin  Rodríguez,  el  venerable  maestro,  de 
bendecida  memoria,  de  la  Escuela  de  la  Patria,  que  había 
sucedido  á  la  del  rey,  imaginó  disciplinar  un  cuerpo  de 
niños,  enseñados  á  marchar  á  golpes  de  tambor,  y  á  evo- 
lucionar según  la  mas  adelantada  escuela  de  maniobra  que 
permitía  dejar  escrito  en  el  suelo,  dejando  cada  soldado 
caer  de  la  cartuchera  un  ramo  de  flores,  un  letrero  legible 
de  una  cuadra:  viva  la  patria,  porque  la  patria  era  el  verbo 
y  el  verbo  era  Dios,  ó  estaba  con  Dios. 

El  vestido  era  vistosísimo,  como  vestirían  los  ángeles  del 
cielo  cuando  fué  preciso  contener  la  revolución  de  aq  uel 
Luciferus,  portador  de  luz,  como  si  dijéramos  algo  como 
jesuítas,  que  quisieran  arrebatarla  ó  esconderla.  Llevaban 
calzones  y  chaquetas  albas  como  ampos  de  nieve,  ceñidos 
los  primeros  al  tobillo  con  moños  celestes  y  cabos  del  mismo 
color  en  la  chaquetilla,  la  cabeza  adornada  con  toca  roja  de 
lanilla. 

Fusiles,  no  había  que  pensar;  pero  se  pudo  obtener  pres- 
tadas cincuenta  tercerolas  de  caballería,  á  fin  de  armar 
una  compañía,  de  manera  que  la  falange  hiciese  á  su  vez. 
los  honores  del  día.  Podría  á  éstos  compararse  á  los  efebos 
y  varios  cumplieron  en  la  vida  azarosa  que  les  fué  depa- 
rada, el  juramento  que  prestaban  los  de  Atenas  al  incorpo- 
rarse en  la  ciudad.  ( * ) 

El  coro  de  cantores  llevaba  el  traje  caprichoso  que  es 
permitido  á  las  bandas  de  música.  En  el  colegio  de  Santa 
Rosa  que  fué  la  primera  casa   de  educación  para  señori- 


(1)  Hé  aquí  ese  juramento  eternamente  hermoso  :  — «No  deshonraré  las  armas, 
sagradas  que  la  patria  me  confia,  y  no  abandonaré  mi  compañero  de  fila.  Com- 
batiré por  todo  lo  que  es  santo  y  sagrado,  con  muchos  ó  solo,  y  no  entregaré  á 
los  que  me  sucedan  la  patria  disminuida,  sino  mas  grande  y  mas  fuerte.  Obede- 
ceré á  los  magistrados  y  alas  leyes,  y  si  alguno  derriba  las  leyes  ó  las  desobedece, 
las  vengaré,  solo,  ó  con  mis  conciudadanos  y  honraré  la  religión  de  mis  padres. 
Invoco  á  los  dioses  en  testimonio  de  mi  Juramento !  »    (  N.  del  E. ) 


MEMORIAS  13 

tas,  dejó  un  maestro  don  Pepe...  una  música  de  canción 
nacional,  descompuesto  el  canto,  como  se  liace  en  la  orques- 
ta entre  los  diversos  instrumentos,  lo  que  acompañado  de 
un  ofikleide  para  suplir  la  falta  de  bajos  profundos  en  las 
voces  infantiles,  nacía  una  música  d'ensemblé  perfecta. 

El  armamento  de  tropa  consistía  simplemente  en  una 
pica,  como  la  del  pueblo  francés,  en  la  revolución,  y  no  mas 
laiga  que  el  antiguo  dardo  ó  sagaya  de  los  negros  de  África. 
Mas  la  invención  capital  sanjuanina  consistió  en  pegar  en 
medio  de  la  brillante  y  acerada  moharra  de  hojalata  una 
argollita  de  bronce  con  su  agarradera,  de  manera  que  al 
tocar  el  asta,  sonase  contra  el  metal  de  la  lanza.  Cuando 
echábamos  armas  al  hombro,  se  oía  el  cliqueiis  de  las 
argoUltas,  ras!  como  un  solo  golpe.  ¡Qué  fusil,  ni  que  fusil' 
ni  qué  número  uno  de  los  Andes,  cuando  marcábamos  el 
paso  y  se  blandengueaba  la  línea  de  derecha  y  después  á 
izquierda,  haciendo  como  olas  de  fuego  con  las  bayonetas! 
Nuestras  latas  refulgentes  echaban  chispas,  y  parecía  una 
corriente  de  cristal  que  se  dirigía  hacia  un  lado  y  después 
del  otro,  como  león  que  busca  el  enemigo  á  destripar, 
qucerens  quem  devoret...Y  á  la  voz  de  alto!  quedar  como 
plantas  seculares.  Y  cuando  decía  el  comandante  Laval, 
que  fué  después  un  pobre  capitán,  descansen!. ..  arm!. .. 
parecía  que  se  descolgaabuna  descarga  deferralla...  rrrrram! 
y  no  se  oía  nada  mas, como  si  el  mando  se  hubiera  acabado. 

He  aquí,  pues,  el  germen  de  la  institución  del  porvenir. 
Deben  establecerla  en  las  escuelas  de  San  Juan,  como  re- 
cuerdo de  la  gloriosa  tradición  de  la  escuela  de  la  patria, 
que  fué  sin  duda  alguna  la  mas  completa  y  adelantada 
que  tuvo  jamas  la  República  Argentina,  puesto  que  yo  rae 
eduíjué  allí,  según  aquel  que  decía,  París  es  la  mejor  ciudad 
del  mundo...  y  de  sustitución  en  sustitución,  yo  soy  lo 
mejor  que  hay  en  el  mundo,  idea  que  le  viene  á  cada 
pobre  diablo  que  sube  al  poder  en  estas  pampas  y  soleda- 
des americanas. 

En  el  asilo  de  huérfanos  de  la  fiebre  amarilla  de 
Buenos  Aires,  se  han  introducido  con  éxito  los  ejercicios 
militares;  pero  habiendo  el  joven  Krause  introducídolos 
en  la  escuela  que  dirige,  la  comisión  escolar  le  mandó 
suspender  ejercicios  que  parecen  fuera  del  orden  de 
deas  á  que  debe  conducir  la  enseñanza. 


14  OBRAS    OE   SARMIENTO 

La  Francia;  ha  sido  aleccionada,  sin  embargo  en  Sedan 
de  dos  cosas: — 1°  que  no  se  debe  librar  la  suerte  de  la 
patria  al  prinier  bellaco  que  quiera  alzarse  con  el  santa 
y  la  limosna:  2°,  y  mas  capital,  qne  el  que  maneja  el 
fusil  perfeccionado,  ha  de  tener  cultivada  la  inteligencia. 

Denme  lugar  aquí   para  un  poco  de  pedagogía. 

La  guerra  es  y  será  una  necesidad  de  la  existencia. 
Soy  miembro  de  la  asociación  que  tiene  por  objeto  su- 
primirla entre  las  naciones;  pero  las  naciones  deben  vivir 
entre  tanto  que  se  extinga. 

Las  ciencias  aplicadas  á  las  exigencias  de  la  guerra 
van  aumentando  de  tal  manera  el  poder  de  dañar,  que 
se  requiere  mucho  estudio  y  preparación  para  disminuir 
el  daño  propio  y  devolverlo  con  usura.  Es  preciso,  pues, 
prepararse,  con  tiempo,  y  la  vida  es  corta.  Si  el  soldado 
es  obligado,  como  en  Europa,  á  llevar  las  armas  siete 
años,  á  fin  de  que  á  los  cuatro,  como  pretenden  los 
tácticos,  esté  sólido  en  la  línea  de  combate,  el  individuo 
pierde  la  flor  de  su  juventud,  y  la  población,  la  mas 
sana,  robusta  y  perfecta  reproducción  de  la  especie,  sin 
contar  la  disminución  de  producción  intelectual  y  de  ri- 
queza creada. 

El  niño,  mas  que  el  adulto,  necesita  ejercitar  sus  miem- 
bros, afinar  sus  sentidos,  ver  con  precisión,  marchar  con 
garbo  y  disminuir  la  fatiga  muscular,  adiestrar  sus  manos, 
etc.  Pero  todavía  necesitaría  otra  clase  de  ejercicios  que 
perfeccionen  su  ser.  El  ejercicio  de  los  juegos  infantiles 
ó  del  trabajo,  forma  y  desarrolla  al  individuo;  los  ejer- 
cicios colectivos,  en  cadencia,  á  una  voz  de  mando,  para 
obtener  un  fin  conocido,  constituye  la  sociedad  y  nos 
dan  esa  fuerza  formidable  que  constituye  los  imperios. 

Los  egipcios  no  han  tenido  máquinas  para  elevar  á 
una  cuadra  de  altura  cantos  de  piedra  sólidos  como  el 
hueco  de  una  habitación.  Ved  el  mecanismo  para  traer 
desde  las  canteras  del  Alto  Egipto  monolitos  como  el  de 
Luqsor,  que  está  en  la  plaza  de  la  Concordia  en  París, 
sobre  el  sitio  mismo  de  la  gillotina.  Puesta  sobre  rodi- 
llos que  ruedan  sobre  tablones,  la  cama  en  que  reposa 
es  tirada  por  diez  ó  veinte  mil  hombres,  divididos  por 
mitades  ó  cuartos,  cada  una  empujando  ó  tirando  la 
cuerda  que  viene  del  monumento  y  de  mitad  en  mitad. 


M1£M0RIAS  15 

va  hasta  la  vanguardia,  un  músico  como  nuestro  tambor 
moderno,  da  el  golpe  y  toda  la  columna  avanza  el  pie 
izquierdo  y  tam!  tam!  tam!  lo  demás  lo  sabe  el  último 
cabo  de  cuadra.  Estas  son  las  batallas,  este  el  poder 
humano,   llamado  nación  , . .  todos  á  una! 

Pero  requiere  tiempo  aprender  á  ser  nación  armada  y 
se  le  puede  tomar  á  la  niñez  años  economizados  á  la 
edad  adulta,  ganando  los  dos.  La  escuela  requiere  orden, 
y  el  niño  movimiento.  Pueden  hacer  un  convenio  entre 
maestro  y  discípulo.    Moverse  en  orden. 

Se  ha  introducido  en  Alemania  una  gimnástica  artificial 
con  aparatos  costosos  y  ejercicios  de  equilibrio  que  da- 
rían acróbatas  y  hacen  perder  tiempo.  La  gimnástica 
militar  ahorra  tiempo  perdido  en  aprenderla  en  la  edad 
adulta  y  desenvuelve  en  el  niño  cualidades  artísticas  de 
que  carece  naturalmente;  tenerse  erecto,  véase  sino  el 
defecto  de  los  palurdos  y  el  trabajo  que  cuesta  á  los 
oficiales  que  disciplinan  reclutas,  hacerlos  modificar  su 
allure  descuajeringada,  marchar  con  aplomo,  sacar  el  pi© 
con  gracia,  mover  brazos  y  cuello  con  elegancia  y  llevar 
la  cabeza  erguida  y  la  vista  al  frente.  Pero  lo  que  no 
se  ve,  es  que  los  ejercicios  de  conjunto,  forman  el  ru- 
dimento de  la  asociación,  habituando  á  contar  uno  con 
otro,  á  recibir  y  comunicar  un  pensamiento  único,  á  re- 
gularizar la  voluntad  por  consideraciones  extrañas,  inde- 
pendientes de  nosotros  mismos  y  aun  contra  nuestro 
sentir   individual. 

El  paso  redoblado  ó  el  regular,  ejercitan  la  cadencia  y 
el  sentimiento  del  número  que  esfla  música  y  que  Platón 
creía  era  la  armonía  de  los  cielos,  de  los  astros.  Los  que  en- 
señan reclutas  encuentran  á  veces  reclutas  que  no  pueden 
asentar  el  pie  á  la  voz  de  uno!  dos!  ni  aun  dándoles  de 
varillazos,  como  les  sucede  á  los  malos  sargentos  y  me 
ha  sucedido  á  mí.  Es  que  les  falta  orgánicamente  el  sen- 
timiento del  número,  las  progresiones  aritmética  y  geo- 
métrica, ó  la  simple  división;  si  tocaran  un  instrumento, 
no  llevarían  compás  alguno,  si  bailasen,  estropearían  á 
la  compañera,  etc. 

Los  niños  necesitan,  pues,  aprender  á  obrar  de  con- 
cierto, á  ejecutar  una  idea,  á  hacer  que  sus  piernas 
aprendan  á  medir  el  largo  preciso,  inerrable,  de  manera 


16  OBRAS   DE  SARMIENTO 

que  marchando  al  galope,  lleguen  á  su  destino  de  alto, 
en  la  misma  cantidad  de  segundos  que  trescientos  com- 
pañeros que  forman  la  línea  y  han  empleado  la  misma 
cantidad   de  segundos  en  dar  cien  pasos  á   la  carrera. 

Hé  aquí  la  solución  del  problema  social,  tal  como  lo 
propone  el  slavo  Grisogon  Bortolazzi,  « desarrollar  el 
hombre  de  manera  que  se  encuentren  en  un  justo  equi- 
librio, los  grandes  momentos  del  complicado  mecanismo 
que  lo  constituyen,  la  vis  física  con  la  intelectual,  para  que 
la  humanidad  no  produzca  ni  enanos  ni  sabios,  ni  atletas 
sanguinarios  ó  idiotas». 

A  los  quince  años  el  niño  sería  soldado  maniobrero, 
ejecutando  con  movimientos  del  cuerpo  solos,  arias  j'' tutti 
de  arrancar  aplausos  al  espectador;  y  á  los  veinte  sabría 
matemáticas  y  su  ojo  ejercitado  pondría  á  una  i  el  punto 
con  una  bala,  esperando  la  ocasión  legal  de  hacerle  la 
tilde  ó  atravesaño  á  la  t,  con  precisión  y  finura. 

Después,  á  trabajar  y  multiplicarse,  que  es  el  objeto  y 
fin  de  la  existencia,  lo  uno  para  vivir  dignamente,  lo  otro 
para  continuar  la  sociedad  y  seguir  ocupando  el  pedazo 
de  la  superficie  del   globo  que  nos  pertenece. 


LAS  CULEBRINAS  DE  SAN  MARTIN 


En  1845  llegaba  á  París,  y  lo  primero  que  solicitaba  mi 
-curiosidad  entre  los  grandes  monumentos,  era  la  figura 
de  San  Martin,  el  héroe  de  la  Independencia,  al  que  adhe- 
rían nuestras  ardientes  simpatías  de  patriotas.  Ver  á  San 
Martin,  hablar  con  él,  era  mi  gran  anhelo  que  debía  realizar 
don  Manuel  de  Guerrico,  entroduciéudome  en  su  pre- 
sencia. 

Cosa  singular  y  que  viene  bien  recordar  aquí.  Mi  primer 
escrito  en  la  prensa  de  Chile,  mi  diploma  de  escritor  ame- 
ricano, me  viene  de  la  descripción  de  la  batalla  de  Chaca- 
buco  y  lo  que  va  del  11  de  Febrero  al  5  de  Abril  de  1841» 
fecha  del  aniversario  de  Maipo,  que  también  describí, 
había  bastado  para  dar  al  joven  emigrado  oscuro,  una 
posision  brillante  y  asegurarle  la  amistad  del  General 
don  -José  Gregorio  de  Las  Heras,  que  cultivé  largos  años,  así 
oomo  del  Genera!  Dehesa,  del  Coronel  de  la  Plaza  y  del 
famoso  Coronel  Barañao. 

Todos  estos  jefes  me  ayudaron  con  sus  testimonios  á 
redactar  una  descripción  de  la  batalla  de  Maipú,  que  debe 
ser  tenida  por  la  mas  completa  y  verídica,  puesto  que  era 
escrita  siguiendo  el  testimonio  de  los  actores  mismos  en 
aquella  brillante  jornada,  á  saber:  el  Teniente  Dehesa  que 
mandaba  la  guardia  del  campamento  de  Cancha  Rayada» 
cuando  los  españoles  en  columna  cerrada  asaltaron  el 
campo  por  la  noche;  el  Coronel  Las  Heras  que  salvó  del 
desastre  la  derecha,  y  el  Coronel  de  la  Plaza  que  mandaba 
la  artillería  argentina.  Y  para  corregir  á  veces  la  jactancia 
de  los  bravos,  el  Coronel  Barañao  que  mandaba  la  caballería 

Tomo  xuz.—  t 


18  OBRAS   DE   SARMIENTO 

española  y  les  tirabalas  riendas á  sus  amigos  los  enemigos^ 
diciéndoles,  yo  cargué  por  ese  lado  y  no  encontré  tales 
tropas. .. 

El  escrito  militar  que  firmaba  un  fingido  Teniente  de 
artillería,  describiendo  la  batalla  de  Chacabuco,  no  tiene 
por  cierto,  la  autenticidad  histórica  del  otro  ;  pero  fué  de 
mayores  consecuencias  y  produjo  ó  aceleró  un  cambio  de 
opinión  en  Chile  y  de  posición  para  el  General  San  Martin. 
Entre  las  galas  de  un  estilo  que  se  ignoraba  á  sí  mismo^ 
se  hacía  sentir  la  viril  empresa  que  acometía  un  escritor 
anónimo  de  rehabilitar  la  memoria  del  vencedor  de  Chaca- 
buco  y  de  Maipo,  proscrito  de  su  patria  y  borrado  de  la 
lista  militar  de  Chile,  cuya  independencia  aseguró  defini- 
tivamente, por  las  pasiones  que  aquella  lucha  de  titanes 
sublevaba  entre  los  protagonistas. 

Al  presentarme,  pues,  en  Grandbourg,  residencia  de  San 
Martin  cerca  de  Fontainebleau,  contaba  de  antemano  con 
una  cordial  recepción,  pues  que  estaba  informado  por  sus 
amigos  de  Chile  de  la  buena  parte  que  me  cabía  en  su 
rehabilitación.  Nuestro  don  Gregorio  Gómez,  el  General 
Las  Heras  y  otros  restos  del  mundo  antiguo,  me  habían 
recomendado  con  amor,  con  interés,  y  el  General  Blanco 
díchole  tan  buenas  cosas  de  mí,  que  me  recibió  el  anciano 
sin  aquella  reserva  que  ponía  de  ordinario  para  con  los 
americanos  en  sus  palabras  cuando  se  trataba  de  América. 
Había  en  el  corazón  de  este  hombre  una  llaga  profunda 
que  ocultaba  á  las  miradas  extrañas,  pero  que  no  esca- 
paba á  las  de  los  que  la  escrudiñaban.  j  Tanta  gloria  y 
tanto  olvido !  ;  tan  grandes  hechos  y  silencio  tan  profundo  t 
Había  esperado  sin  murmurar  cerca  de  treinta  años  la 
justicia  de  aquella  posteridad  á  quien  apelaba  en  sus 
últimos  momentos. 

«He  pasado  con  él  momentos  sublimes  que  quedaron 
siempre  grabados  en  mi  espíritu.  Solos  un  día  entero, 
tocándole  con  maña  ciertas  cuerdas,  reminiscencias  susci- 
tadas á  la  ventura,  un  retrato  de  Bolívar  que  -veía  por 
acaso. . .  Entonces,  animándose  la  conversación,  lo  he  visto 
transfigurarse  y  desaparecer  á  mi  vista  el  campagnard  de 
Grandbourg  y  evocárseme  el  General  joven,  que  asoma 
sobre  las  cúspides  de  los  Andes,  paseando  sus  miradas, 
inquisitivas  sobre  el  nuevo  horizonte  abierto  á  su  gloria. 


MEMORIAS  19 

Sus  ojos  pequeños  y  nublados  ya  por  la  vejez,  se  abrían 
por  momentos,  y  mostrádome  aquellos  ojos  dominantes 
luminosos,  de  que  hablan  todos  los  que  le  conocieron; 
su  espalda  encorbada  por  los  años  se  había  enderezado, 
avanzando  el  pecho  rígido,  como  el  de  los  soldados  de 
línea  de  su  tiempo;  su  cabeza  se  había  echado  hacia 
atrás,' sus  hombros  bajádose  por  la  dilatación  del  cuello 
y  sus  movimientos  rápidos,  decisivos,  semejaban  á  los  del 
brioso  corcel  que  sacude  su  ensortijada  crin,  tasca  el 
freno  y  estropea  la  tierra.  Entonces  la  reducida  habita- 
ción en  que  estábamos,  se  había  dilatado,  convirtiéndose 
en  país,  en  nación  ;  los  españoles  estaban  allá,  el  cuartel 
general  aquí,  tal  ciudad  acullá,  tal  hacienda  testigo  de 
una  escena,  mostraba  sus  galpones,  sus  caceríos  y  arbo- 
ledas en  derredor  de  nosotros... 

Ilusión !  Un  momento  después,  toda  aquella  fantasma- 
goría había  desaparecido.  San  Martin  era  hombre  y  viejo, 
con  debilidades  terrenales,  con  la  terrible  pesadilla  de 
haber  abandonado  su  patria,  su  gloria,  huyendo  de  la 
ovación  que  los  pueblos  americanos  reservan  para  todos 
los  que  los   sirven. 

De  nuestras  largas  pláticas  salió  mi  discurso  de  recepción 
en  el  Instituto  Histórico  de  Francia,  (*)  cuyo  asunto  debía 
referirse  á  cuestiones  americanas,  por  cuanto  la  historia 
de  Francia  debía  suponerse  extraña  á  los  estudios  del 
recipiendario.  Como  había  sido  hasta  entonces  un  punto 
muy  discutido  el  asunto  de  la  entrevista  de  Guayaquil 
entre  los  dos  campeones  de  la  Independencia,  importab.i 
mucho  hacer  conocer  la  versión  auténtica  de  uno  de  los 
actores,  el  mas  sincero,  puesto  que  de  su  parte  estuvo 
la  abnegación.  Aquella  relación  fué  compuesta  casi  bajo 
el  dictado  de  San  Martin  y  mereció  su  completa  aproba- 
ción. 

Hizo  mas  franca  y  cordial  nuestra  primera  entrevista, 
una  feliz  reminiscencia  del  General. 

— Conocí  un  Capitán  de  milicias  de  San  Juan,  don  Cle- 
mente Sarmiento,  á  quien  entregué  después  de  la  batalla 


( 1 )    A  la  sesión  en  que  sé  leyó  ese  Discurso  asistió  el  general  San  Martín,  según 
consta  de  las  actas  de  la  Sociedad.    (N.  del  E.) 


20  OBRAS    DE   SARMIENTO 

de  Chacabuco,  los  prisioneros  españoles  que  debían  llevarse 
á  San  Juan. 

—  Es  mi  padre,  señor,  y  yo  vi  llegar  los  prisioneros... 
— Pero?..  Debía  V.  ser  muy  niño... 

—  Seis  años  justos,  pues  he  nacido  el  15  de  Febrero  y 
siendo  el  11  de  1817  la  batalla,  los  prisioneros  han  de  haber 
llegado  el  20  á  mas  tardar. 

— Es  raro  acordarse. 

—  Como  si  fuera  hoy.  Mi  madre  había  quedado  con  sus 
chicos  á  cargo  de  mi  tío  el  cura  de  la  Matriz,  el  hoy 
obispo  Sarmiento  y  debía  yo  haberme  escapado  hacia  la 
plaza,  cuando  oí  la  bulla  de  la  llegada  de  gentes  formadas 
y  el  alboroto  popular  de  los  que  corrían  de  todas  partes 
á  ver  los  prisioneros  godos,  pues  no  se  les  llamaba  de 
otro  modo.  Debí  oír  el  nombre  de  mi  padre  que  llegaba, 
y  siguiendo  el  ruido  de  la  gente,  entre  hombres  y  caballos 
que  llenaban  la  calle  (hoy  Laprida)  en  que  vivía  el 
Gobernador  don  Ignacio  de  la  Rosa,  (casa  de  Ferreira 
después),  yo  aparecí  asorado,  pero  sin  desconcertarme, 
dentro  del  salón  de  recibo  del  Gobernador,  buscando  con 
los  ojos  á  mi  padre,  y  una  vez  encontrado  y  sabídose  que 
había  pasado  por  entre  las  patas  de  los  caballos,  don 
Ignacio  de  la  Rosa  me  tomó  en  sus  brazos...  y  he  aquí 
mi  primer   campaña  militar... 

Y  no  parezca  tan  impropia  la  calificación,  teniendo 
presente  la  época.  Éralo  de  entusiasmo  por  la  naciente 
patria,  de  aparatos  militares,  de  ruido  de  armas,  entre 
cuyo  fragor  me  crié,  pues  el  número  1  de  los  Andes  se 
formó  en  San  Juan  en  1814,  mi  padre  era  de  la  milicia 
afecta  al  servicio  del  ejército,  y  como  tal  se  encontró  en 
la  batalla  de  Chacabuco,  y  tras  de  los  prisioneros,  llegó 
de  regreso  el  número  1  de  los  Andes  á  remontarse  en 
1818  y  entraron  de  sargentos  ocho  jóvenes  sanjuaninos, 
entre  ellos  don  Francisco  Oro  Banegas,  amigo  íntimo  de 
mi  familia,  el  después  General  Maurin,  y  el  que  fué  mi 
primer  comandante,  el  valiente  don  Javier  Ángulo  y  otros 
que  sería  prolijo  nombrar. 

Los  niños  no  oían  sino  narración  de  combates,  pues  á 
mas  del  de  Chacabuco,  de  San  Juan  fueron  las  fuerzas 
que  ocuparon  á   Coquimbo. 

Sabíamos  apreciar  la  gloria,  admirando  al  tambor  mayor 


MEMORIAS  21 

en  primer  lugar,  el  serpenton  y  el  chinesco  de  la  música, 
con  relaciones  formadas  con  un  tambor  chileno  muy  abor- 
dable por  su  poca  edad,  quien  en  cambio  de  pasas  de  mos- 
catel, nos  refería  como  había  sido  la  batalla,  y  desde  el 
punto  de  vista  de  un  tambor  debía  ser  digna  de  la  his- 
toria. 

Recuerdo  la  imponente  figura  del  Comandante  Sequerra, 
la  del  colosal  Capitán  Ross,  francés,  que  corrió  muchas 
cuadras  por  alcanzar  á  un  picaro  que  mo  quitó  el  sombrero 
en  una  noche  de  fuegos. 

El  cuartel  de  Santo  Domingo,  cerca  de  Ja  casa  paterna, 
era  por  tanto  el  teatro,  la  escuela  y  el  colegio  de  los  pihue- 
los del  barrio,  y  yo  me  he  encontrado  entre  mis  papeles 
cuando  joven,  no  sé  como  venido  á  mis  manos,  el  libro  de 
órdenes  del  núm.  1  de  los  Andes. 

Cuando  se  sublevaron  tras  de  los  partidos  políticos,  la  casa 
del  cura  fué  el  campo  neutral,  donde  se  presentó  mi  padre, 
enviado  como  parlamentario  desde  el  Valle  de  Zonda,  don- 
de se  habían  asilado  los  leales,  y  recuerdo  con  orgullo  el 
tono  arrogante  y  altanero  de  mi  padre,  el  Capitán  Sarmiento. 
que  intimaba  rendición  á  los  jefes  insurrectos.  Parecíame 
un  héroe  de  otra  especie,  al  oír  tal  lenguaje,  extrañando 
que  no  lo  matasen  en  el  acto,  tantos  oficiales  ceñudos  y 
bigotudos  que  arrastraban  agitados  sus  charrascas  sobre 
la  baldosa  de  la  celda  de  mi  tio  el  cura. 

Ahorro  al  lector  la  historia  de  aquellos  dias  de  alarma  y 
de  zozobra,  como  pudiera  contarla  un  historiador  de  ocho 
años,  que  se  halló  presente  en  todos  los  paiiamentos,  y  vio 
desfilar  delante  de  sí.  no  digo  el  número  1  de  los  Andes 
cuyos  jefes  y  muchos  oficiales,  sargentos  y  tambores  cono- 
cía, incluso  el  Mayor  Corro  de  la  revolución,  al  Capitán 
Bundicho  que  fusiló  á  Sequerra  y  sus  tres  compañeros,  y  vi 
degradado  y  fusilar  á  su  turno  en  la  plaza  pública,  como 
vi  así  mismo  al  tambor  que  recibió  sus  despojos,  casaca 
etc.,  y  era  conocido  mío;  no  solo  todo  esto,  sino  lo  que  es 
mas  importante  por  lo  novedoso,  la  entrada  de  las  tropas 
mendocinas  á  San  Juan,  al  mando  del  Coronel  Alvarado, 
que  después  fué  mi  General,  en  persecución  de  los  subleva- 
dos que  iban  ya  camino  de  la  Rioja  y  en  número  de  dos 
mil  hombres.  Era  aquello  de  nunca  acabar,  pasando  bata- 
llones, mitad  tras  mitad,  y  luego  la  artillería. . , 


22  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Oh!  la  artillería,  no  recuerdo  haber  visto  antes  cañones,  y 
si  vi,  ni  la  mitad  tan  enormes,  ni  tan  largos,  ni  tan 
terribles,  según  me  dijeron,  como  eran  las  culebrinas  de 
Mendoza. 

Eran  cuatro,  esbeltas  y  elegantes  como  cuello  de  cisne. 
Debió  dejarlas  San  Martin,  como  demasiado  grandes  para 
pasar  la  Cordillera. 

Esto  era  en  1820,  creo.  Eii  1829,  las  encontré  en  Men- 
doza y  forinaron  la  base  del  tren  de  artillería  del  ejército 
que  contra  los  Aldao  allegó  el  General  Moyano,  de  quien 
fui  ayudante,  pasando  luego  al  servicio  del  General  Alva- 
rado.  Guando  desesperando  aquel  de  la  pachorra  del  últi- 
mo, salió  á  campaña  en  busca  del  enemigo,  se  cometió  la 
imprudencia  de  dejar  en  la  ciudad  las  culebrinas,  sacando 
solo  á  campaña  la  artillería  ligera. 

Esto  fué  nuestra  ruina.  Sitiados  en  las  Lomas  de  Lujan 
por  los  enemigos,  trajeron  estos  al  fin  las  culebrinas  y  las 
asestaron  á  nuestro  campamento.  La  derrota  de  tropas, 
ya  desalentadas  por  muchos  combates  sin  resultado,  se  pro- 
nunció á  los  primeros  disparos. 

¿Qué  sería  de  las  culebrinas? 

En  1872,  siendo  Presidente,  visité  el  Parque  de  Buenos 
Aires  por  no  sé  que  motivos  deservicio.  Acompañábame 
el  Comandante  para  darme  razón  de  lo  que  excitaba  mi 
inieres.  Entramos  en  una  sala  donde  había  varias  piezas 
de  artillería.  Mírelas  con  interés.  Como  fuésemos  ya  de 
retirada,  volví  á  mirarlas,  y  mi  vista  no  podía  desprenderse 
de  aquellas  bellas  piezas  de  ordenanza  en  bronce. 

— ¿Qué  cañones  son  estos?  pregunté  al  Comandante. 

— Si  creo  que  son  unas  piezas  que  trajo  el  General  Pa- 
checo del  interior. 

— ¡Las  culebrinas  de  Mendoza!  exclamé  alborozado,  echán- 
dome sobre  una  de  ellas,  con  tanta  efusión  como  si  fuera 
un  amigo  de  años  ausente. 

Las  ingratas  estaban  las  cuatro  reunidas,  prisioneras 
hechas  por  Rosas,  después  de  habernos  destruido  á  nosotros, 
sirviendo  al  fraile  Aldao. 

Ordené  que  las  sacasen  al  patio  y  las  aprestasen  para 
enviarlas  á  Mendoza,  devolviéndole  aquellas  prendas,  como 
devolví  á  San  Juan  dos  piezas  que  Saá  se  trajo  á  San  Luis. 
Pero  Comandante  y  Edecán  eran  de  aquí,  y   no  obstante 


MEMORIAS  23 

contarles  casi  enternecido  esta  liisioria  de  familia,  aquellas 
relaciones  de  las  culebrinas  conmigo  desde  la  edad  de 
nueve  años,  supe  tarde  para  remediarlo,  que  la  orden  no 
había  sido  cumplida. 

Deben  estar  aun  en  el  Parque,  inútiles  ahora,  que  con 
los'estudios  de  la  resistencia  de  los  metales  y  la  fuerza  de 
los  explosivos,  los  cañones  modernos  han  suplantado  á 
nuestras  antiguas  piezas  de  sitio. 


GUERRA  CIVIL 


Hace  treinta  y  tres  años  dejé  consignados  estos  re- 
cuerdos. 

«El  presbítero  don  José  de  Oro,  mi  tio,  llevóme  de  la  es- 
cuela á  su  lado  (1824),  enseñóme  el  latin,  acompáñele  en 
su  destierro  á,  San  Lnis,  y  tanto  nos  amábamos,  maestro  y 
discípulo,  tantos  coloquios  tuvimos,  él  hablandoy  escuchán- 
dolo yo  con  ahinco,  que  á  hacer  de  ellos  uno  solo,  reputo 
que  daría  un  discurso  que  necesitaría  dos  años  para  ser 
pronunciado.  Mi  inteligencia  se  amoldó  bajo  la  impresión 
de  la  suya,  y  á  él  debo  los  instintos  por  la  vida  pública,  mi 
amor  á  la  libertad  y  á  la  patria,  y  mi  consagración  al  estu- 
dio de  las  cosas  de  mi  país,  de  que  nunca  pudieron  distraer- 
me, ni  el  destierro,  ni  la  pobreza,  ni  la  ausencia  de  largos 
años.  Salí  de  sus  manos  con  la  razón  formada  á  los  quin- 
ce años,  valentón  como  él,  insolente  contra  los  mandatarios 
absolutos,  caballeresco  y  vanidoso,  honrado  como  un  ángel, 
con  nociones  sobre  muchas  cosas,  y  recargado  de  hechos, 
de  recuerdos  y  de  historias  de  lo  pasado  y  de  lo  entonces 
presente,  que  me  han  habilitado  después  para  tomar  con 
facilidad  el  hilo  y  el  espíritu  de  los  acontecimientos,  apa- 
sionarme por  lo  bueno,  hablar  y  escribir  duro  y  recio,  sin 
que  la  prensa  periódica  me  hallase  desprovisto  de  fondo 
para  el  despilfarro  de  ideas  y  pensamientos  que  reclama.  (*) 

Buscaba  esta  página  solo  para  encontrar  consignado  en 
ella  que  pasamos  dos  años  conversando  de  lo  pasado  y  me 
encuentro  que  en  1850,  que  aun  no  había  aparecido  en  la 
escena  pública  de  este  lado  de  los  Andes,  ya  me  atribuía  el 
carácter  que  creo  haber  mostrado  después. 

Pero  aquel  pasado  de  que  me   entretenía  el  presbítero. 


(1)  Recuerdos  de  Provincia,  pág.  85. 


MEMOKIAS  25 

militar,  era  la  campaña  del  Ejército  de  los  Andes,  la  bata- 
lla de  Chacabuco,  la  guerra  de  la  Independencia,  el  Con- 
greso de  Tucuman  de  que  había  sido  diputado  su  hermano, 
el  ilustre  padre  dominico,  fray  Justo  Santa  María  de  Oro, 
y  los  recientes  acontecimientos,  y  su  oposición  católica  li- 
beral á  la  política  innovadora  del  doctor  Salvador  María 
del  Carril,  quien  fué  depuesto  por  un  motin  de  la  guarni- 
ción y  restablecido  por  fuerzas  de  Mendoza,  al  mando  de 
los  hermanos  Aldao,  liberales  entonces. 

Oíamos  cañonazos  desde  su  viña  que  está  al  Norte  de  la 
ciudad,  y  me  decía: — se  están  batiendo  en  el  Pósito — Arre- 
cian los  cañonazos: — Como  que  se  acercan— Para  él  era 
grave  el  caso;  no  lo  vi  inmutarse,  hasta  que  una  hora  des- 
pués se  oyeron  repiques  que  anunciaban  plegarias  en  la 
iglesia  matriz — Huml  hizo  con  un  movimiento  de  desprecio, 
han  derrotado  á  los  nuestros — Mas  tarde  vimos  pasar  los 
dispersos  y  al  día  siguiente  me  dijo: — ándate  á  tu  casa,  que 
yo  te    llamaré. 

Entonces  se  trasladó  á  San  Francisco  del  Monte  en  San 
Luis,  donde  fui  luego  á  reunírmele  como  está  contado  en 
otra  parte. 

Siendo  Presidente,  y  anunciando  al  Gobernador  de 
San  Luis,  Ortiz  Estrada,  que  visitaría  pronto  aquella 
localidad,  encargúele  preguntase  á  los  habitantes  si 
recordaban  los  que  sobreviviesen,  al  niño  sanjuanino 
que  tenía  el  cura  Oro  á  su  lado  y  les  dijese  que  ese 
era  el  Presidente.  Contestaron  afirmativamente  una 
Señora' Quiroga  que  en  1825  era  una  guapa  muchacha, 
y  una  Camargo  que  vivía  á  corta  distancia. 

Pero  le  encargaba  también  informarle  del  paradero  de 
una  inscripción  tallada  por  mi,  en  una  triple  curva  de 
madera  de  algarrobo  y  transcribirme  copia.  Hizolo  así, 
encontróla  en  la  sacristía  y  decía: 

Unus  Deus,  Una  eclesia,  unus  baptema.    (*) 


(1)  Para  mostrar  el  camino  andado,  recordaremos  aquí  que  la  única  inscripción 
pedida  por  Sarmiento  antes  de  morir  y  que  se  lialla  en  su  tumba,  en  un  hermoso 
bajo  relieve  del  escultor  de  Pol,  dice  como  símbolo  de  la  acción  de  toda  su  vida 
Una  américa  libre  con  dioses,  lengua  y  ríos  libres  para  todos.  Debemos  añadir 
que  tenemos  informes  fidedignos  de  que  la  inscripción  se  conserva  todavía  en  1901 . 

( Nota  del  Editor  ). 


26  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Yo  esculpí  este  lema  bajo  su  dictado,  asintiendo  fervien- 
temente á  su  contenido  y  lo  reproduzco  ahora  que  sostengo 
á  capa  y  espada,  la  plena  libertad  de  conciencia  que 
proclamó  Don  Salvador  María  del  Carril,  cuya  oraciori 
fúnebre  pronuncié,  rehabilitando  su  memoria  ante  la 
historia,  como  el  primero  que  rompió  la  g(acs  en  esta 
América  española. 

En  la  edad  media,  en  el  silencio  y  aislamiento  de  los 
castillos  feudales,  la  nobleza  trasmitía  á  sus  hijos  y  des- 
cendientes las  ideas  de  casta,  de  honor,  y  lo  que  es  mas 
las  tradiciones  de  la  guerra,  pues  que  su  oficio  era  pelear 
por  sus  propios  feudos  de  vecino  á  vecino,  de  heredero 
á  heredero,  y  acudir  al  llamado  del  rey,  con  sus  adherentes, 
armas  y  caballos,  para  defender  el  país  común  contra  el 
extranjero. 

Lo  que  precede  mostrará  que  ocurrió  lo  mismo  en  mi 
educación,  trasmitiendo  este  caballero  cruzado,  este  cape- 
llán del  Ejército  de  los  Andes,  la  traducción  histórica  de 
la  parte  ya  ejecutada  de  la  Independencia.  Podía,  pues, 
continuar  yo  á  la  mayor  edad,  como  un  Par  inglés  al 
suceder  á  su  padre,  el  debate  pendiente  á  su  muerte,  en 
el  sentido  tory,  pues  en  el  seno  de  la  familia,  en  las  con- 
versaciones diarias,  ha  ido  atesorando  datos  para  el  de- 
sempeño de  sus  funciones  de  Par  de  Inglatera. 

A  falta  de  torreones  del  castillo  feudal  estaban  en  San 
Francisco  como  teatro  de  acción,  « aquellas  correrías  so- 
litarias, aquella  vida  selvática,  en  medio  de  gentes  agrestes, 
ligándose  sin  embargo  á  la  cultura  del  espíritu  por  las 
X)láticas  y  lecciones  de  mi  maestro,  mientras  que  mi 
físico  se  desenvolvía  al  aire  libre,  en  presencia  de  la 
naturaleza  triste  de  aquellos  lugares,  han  dejado  una  pro- 
funda impresión  en  mi  espíritu,  volviéndome  de  continuo 
el  recuerdo  de  la  fisonomía  de  las  personas,  el  aspecto 
de  los  campos,  y  aun  hasta  el  olor  de  la  vegetación  de 
aquellas  palmas  en  abanico  y  del  árbol  pege  tan  vistoso 
y  tan  aromático. .  .Vino  á  poco  mi  padre.  Nos  separamos 
tristes,  sin  decirnos  nada,  estrechándome  las  manos,  y 
volviendo  él  los  hojos  para  que  no  lo  viera  llorar.  Ah! 
Cuando  nos  juntamos,  después  de  su  regreso  de    la  Con- 


MEMORIAS  27 

vención  de  Santa  Fe  á  que  fué  nombrado  diputado  era 
yo. .  .unitario  !  »  (i) 

Cuanto  se  debe  en  los  acontecimientos  humanos,  á  la 
casualidad,  á  hechos  incidentales  que  si  se  suprimen, 
cambian  la  faz  de  esos  acontecimientos,  ó  suprimen  ó 
ponen  en  evidencia  un  hombre. 

Todo  lo  que  me  rodea  de  joven  hasta  la  pubertad,  es 
sacerdotal.  Dos  tios  Curas,  mi  preceptor  clérigo,  dos 
obispos  en  mi  familia,  soy  llevado  al  Seminario  de  Mon- 
serrat  de  Córdoba,  y  sin  embargo  sigo,  porque  soy 
empujado  por  otro  camino. 

Soy  comerciante,  por  disposición  testamentaria  de  un 
tio  mió  y  estuve  al  frente  de  negocios  que  me  habrían 
conducido   á  la  fortuna. 

Salido  del  Colegio,  oyendo  pláticas  á  lo  Sócrates,  dos 
años,  de  omni  re  scibili,  empecé  á  leer  libros  y  sino  el 
primero,  el  segundo  en  importancia  que  cayó  en  mis 
manos  fué  la  Vida  de  Cicerón  porMiddleton  que  Mommsen 
declara  un  panegírico.  No  estaba  en  estado  de  juzgar  y 
recibía  las  primeras  impresiones  como  blanda  cera  que 
conserva  la  forma  que  le  imprimen  los  objetos;  pero  la 
historia  romana  era  como  un  cuadro  en  que  se  representa 
una  escena  de  la  vida,  acaso  una  batalla,  sin  los  ante- 
cedentes que  la  provocaron.  Yo  he  principiado  la  histo- 
ria de  Roma  por  el  trágico  fin  de  la  guerra  civil.  La 
edición  española  de  cuatro  volúmenes  tiene  los  bustos 
de  todos  los  protagonistas  de  aquel  sangriento  drama, 
Brutus,  Cinna,  Cesar,  Pompeyo,  Marco  Antonio,  Atticus, 
Cicerón.  Busco  en  la  Biblioteca  de  Buenos  Aires  y  no 
encuentro  la  magnífica  edición  española  y  aunque  Duruy 
trae  los  mismos  bustos,  quisiera  verlos  en  las  mismas 
páginas  de  la  obra  de  Middleton,  para  buscar  antes  ó  des- 
pués la  narración  que  mas  impresión  me  hizo,  la  idea 
que  mas   me  chocó. 

Entonces  el  mundo  literario  y  político  era  adverso  al 
bando  y  propósitos  de  César  que  el  prusiano  Mommserl 
halla  justificable  y  asombroso,  como  lo  fué  Napoleón 
durante   sus   victorias    contra  la  libertad  y  el   reposo   de 


(1)  Recuerdoi  de  Provincia. 


28  OBRAS   DB   SARMIBNTO 

los  pueblos.    Ahora  se  vé  el  reverso    odioso   de    la    me- 
dalla. 

Creo  que  el  lector  me  va  á  decir:  basta  ya  lo  veo;  su 
juventud  fué  un  curso  práctico  de  la  guerra,  bajo  la 
atmósfera  cálida  de  la  lucha  por  la  Independencia  que 
terminó  en  Ayacucho  y  la  noticia  llegó  á  San  Juan  des- 
pués del  restablecimiento  de  del  Carril. 

El  clérigo  Oro,  en  sus  largos  coloquios,  trasmite,  como 
si  dejáramos  el  proceso  con  todas  sus  articulaciones  acce- 
sorias, de  las  cuestiones  de  partido  que  empezaban  á 
tomar  el  primer  lugar:  y  últimamente,  con  el  nombre 
de  Cicerón  que  vacila  y  cambia  de  partido,  se  presentan 
al  espíritu  sin  preparación,  los  personajes  mas  culmi- 
nantes de  la  historia  humana,  hasta  con  sus  propios 
rostros,  tales  como  se  hallan  esculpidos  en  el  marmol,, 
para  verlos  obrar,  y  con  la  imaginación  juvenil,  como 
si  los  oyera  hablar,  levantado  el  telón  y  apartada  la  dis- 
tancia de  los  siglos. 

Leyendo  este  libro  estaba  ú  otros  de  los  que  fueron 
cayendo  en  mis  manos,  de  la  biblioteca  de  Don  Ignacio 
de  la  Rosa,  pues  esta  venia  de  la  de  los  Zaballa  To- 
ranso,  donde  probablemente  existe  aún,  y  de  repente, 
he  aquí  un  grande  rumor  y  alboroto  en  la  ciudad.  El 
ya  temido  Quiroga  entra  de  sorpresa  con  sus  bandas  de 
Ilanistas,  con  el  designio  de  disolver  el  contingente  que 
bajo  las  órdenes  del  coronel  Stombac  debía  con  el  nombre 
de  regimiento  número  18,  marchar  al  Brasil,  á  reforzar 
nuestras  columnas  diezmadas  por  la  victoria.  Perdimos 
la  Banda  Oriental. 

Nada  de  eso  comprendía  yo  todavía,  pero  la  tienda 
que  servía  forma  la  esquina  de  la  manzana  á  cuyo  otro 
extremo  está,  el  cuartel  de  San  Clemente;  como  está  en 
frente  la  que  hoy  es  Escuela  Sarmiento. 

Las  tropas  de  Quiroga  desfilaron  delante  de  mi,  apos- 
tado en  una  piedra  que  ocupaba  la  esquina  y  pude  con- 
templar aquel  espectáculo  que  no  se  me  ha  borrado 
jamas  de  la  imaginación. 

De  los  prisioneros  tomados  al  Chacho  sn  1863,  de  esos 
mismos  Ilanistas,  acaso  los  hijos  de  los  de  1827,  hice 
tomar  una  fotografía  de  un  grupo  de  mas  de  ciento, 
que  el  tiempo  ha  desmejorado  y  de  que  los  litógrafos  no 


MEMORIAS  29 

esperan  buen  resultado  al  intentar  reproducirla  en  grande. 
(1)  Es  de  advertir  que  en  1827  y  hasta  muy  arraigado 
el  gobierno  federal  de  Benavides,  el  paisano  sanjuanino, 
el  arriero,  el  viñador,  el  artesano  vestían  decentemente  de 
paño  y  estos  últimos  montaban  exclusivamente  ensilla  in- 
glesa. En  ninguna  provincia,  por  ser  aquella  exclusivamen- 
te agrícola,  se  habían  radicado  tanto  los  buenos  usos 
europeos.  El  chiripá  cruzado  es  invención  guaraní  que  no 
alcanzó  á  la  falda  de  los  Andes  poblados  por  chilenos.  Hasta 
1831,  el  arriero  sanjuanino  que  viajaba  pa  bajo,  es  decir 
Buenos  Aires,  usaba  sombrero  de  pelo  forrado  en  hule, 
aunque  hiciese  el  mejor  tiempo,  pantalón  angosto  sajón 
ó  verde  botella,  dejando  ver  un  flequito  del  calzoncillo, 
bota  fuerte,  y  pañuelos  de  seda  á  profusión,  visible  la 
mitad  de  cada  uno  en  el  bolsillo  ó  la  espalda,  y  la 
cabeza  la  ciñen  con  una  corbata  negra. 

Era  de  crispar  los  nervios,  ver  desfilar  aquellas  hordas 
de  salvajes,  sucios,  peludos,  con  andrajos  de  lona  por  ves- 
tidos, con  cabellos  y  barbas  desgreñadas  por  falta  de 
afeite,  en  tiempos  en  que  no  se  usaba  la  barba  entera. 
Yo  me  acuerdo  del  horror  de  ver  la  mía  que  llevaba  del 
coiitinente  á  Inglaterra,  no  habiéndome  tomado  el  trabajo 
de  los  ingleses  al  volver  á  su  país  de  rasurarse.  Shoking  ! 
Shoklng!  era  la  esclamacion  de  las  damas  al  verme  pasar. 

Horrible!  most  horrible!  hubieran  esclamado  al  ver  aque- 
llas figuras  patibularias,  sañudas,  engreídos  todos  de  entrar 
sin  obstáculo  á  una  ciudad  civilizada,  acaso  rebozando  de 
dicha  los  soldados  del  número  uno  de  los  Andes,  que 
secuestró  Quiroga  á  su  tránsito  para  Tucumán,  después 
de  la  sublevación  de  Corro  y  de  que  el  caudillo  feroz  y 
brutal  hizo  el   valiente  núcleo  de  su  montonera. 

Todo  este  desfile  por  una  calle  polvorosa,  en  caballos 
tomados  en  Angaco,  de  potreros  de  alfalfa  y  por  tanto 
tascando  los  frenos,  y  los  ginetes  hasta  la  mitad  del  cuerpo 
cubiertos  con  los  guardamontes  de  cuero  crudo,  que  cubren 
en  efecto  las  piernas,  y  cuando  se  entrechocan  como  alas 
producen  un  ruido  de  cueros  de  que  no  se  puede  dar  cuenta 
el  que  no  ha  visto  estrechadas  entre  calles  columnas  de  á. 


(l)   Conservo  esa  curiosa  fotografía.    (Nota  del  Editor.) 


30  OBRAS    DE   SARMIENTO 

cuatro,  porque  de  ordinario  no  sabían  marchar  de  otro 
modo. 

¿Y  ésto  es  lo  que  defiende  y  sostiene  el  lema  que  yo  he 
tallado  con  mis  manos,  Unus  Deus,  una  üde!  ¡Este  es 
el  partido  federal !  Aquel  negro  pendón  es  la  bandera 
de  la  patria,  el  pabellón  que  flameó  en  Chacabuco!  Estos 
los  enemigos  de  Rivadavia!. . . 

Cuando  el  estudio  me  dio  términos  de  comparación,  y 
no  transcurrió  mucho  tiempo  á  fe,  pues  luego  emprendí 
la  lectura  de  la  Biblia  con  mi  tio  el  cura  Albarracín, 
liberal,  rivadavista;  cuando  tuve  términos  de  comparación, 
me  pareció  que  la  revelación  de  Saulo  en  el  camino  de 
Damasco  ha  debido  ser  de  este  carácter.  Algo  de  mons- 
truoso, de  inconcebible,  ha  debido  revelarle  la  verdad 
y  dejado  de  perseguir,  las  nuevas  ideas,  como  se  lo 
imprecó  la   visión:    — Saulo!  Saulol   porque  me  persigues? 

Yo  estaba  cambiado.  Eso  que  veía,  era  simplemente 
detestable.  No  conocía  lo  otro.  Rivadavia  había  desa- 
parecido de  la  escena,  y  la  oposición  no  tenia  cuerpo,  ni 
forma  visible,  ni  programa.    Al  menos  yo  no  sabia  nada. 

Quiroga  pasaba  su  tiempo  en  casa  del  viejo  Burzoa, 
desplumando  al  monte  á  todos  los  que  hacia  invitar 
por  aquel,  que  se  hacía  un  honor  de  imitar  la  servilidad 
del  esclavo,  para  adular  á  su  propio  huésped,  no  levan- 
tando los  ojos  en  su  presencia,  no  hablando,  trayéndole 
fuego  en  el  braserillo  de  plata  que  se  usaba  entonces. 
Yo  presencié  tales  escenas. 

Yo  seguía  leyendo.  Que?  Todo,  no  del  caso  referido. 
El  Contrato  social  y  Tomas  Payne  que  llegaron  á  la 
tienda  de  un  amigo  mío. — Evidencia  del  Cristianismo 
por  Paley.  —  Monseñor  de  Pratt,  sobre  no  sé  qué  cosa, 
y  Lord  Chesterfield  el  modelo  del  buen  tono  . . . 


NIQUIVIL 


Empezaba  á  recibir  mi  iniciación  en  las  cuestiones  po- 
líticas. Conocí  á  muchas  personas  notables  de  San  Juan 
que  eran  del  partido  liberal.  Las  grandes  familias  colonia- 
les, con  excepción  de  los  Oro  eran  unitarias;  los  jóvenes 
elegantes,  y  los  habían,  seguían  á  sus  familias. 

Una  división  de  seiscientos  hombres,  al  mando  de  don 
Ventura  Quiroga,  marchaba  con  rumbo  á  Córdoba  ¿engro- 
sar las  fuerzas  de  Quiroga,  que  la  invadía  con  su  excelen- 
te caballería  casi  de  linea.  Los  Aldao  habían  mandado  un 
soberbio  regimiento  con  casacas  coloradas  y  que  pereció  en 
gran  parte  en  la  batalla  de  la  Tablada,  puesto  que  no  regre- 
saron sino  sesenta  hombres. 

La  división  sanjuanina  se  sublevó  en  las  Quijadas,  bajo 
la  inspiración  de  algunos  oficiales  subalternos  y  por  medio 
del  sargento  Soler,  un  negro  porteño  de  arrogante  talla  y 
modales  decentes  que  se  decía  haber  sido  asistente  del 
General  Soler.  Cuando  fuimos  definitivamente  desechos 
por  las  fuerzas  mendocinas  á  las  órdenes  de  dos  de  los 
Aldaos,  pues  el  fraile  había  ido  á  Córdoba,  fué  tomado  So- 
ler y  fusilado  con  seis  mas. 

El  Gobierno  de  Quiroga  Carril  fué  depuesto  y  se  nombró 
uno  provisorio  para  mantener  el  orden.  Así  que  llegaron 
las  fuerzas  de  regreso  de  su  abandonada  campaña,  se  nom- 
bró al  mayor  don  Nicolás  Vega,  Comandante  general  y  se 
estableció  el  campamento  en  el  Pocito,  á  donde  empezaron 
á  acudir  los  jóvenes  de  las  familias  aristocráticas,  por 
que  llegaba  el  caso  de  restablecer  el  gobierno  de  las  gentes 
cultas. 

Yo  tomé  mi  partido.    Sin  hacerlo  preceder  de  explicación 


32  OBRAS   DE   SARMIENTO 

alguna,  puse  orden  en  los  papeles,  cerré  la  tienda,  y  con  la 
llave  en  la  mano  me  presenté  á  mi  tía  Angela,  diciéndole: 
aqui  está  la  llave,  me  voy  al  ejército!  Toda  reflexión  era 
inútil  y  sin  dejar  la  casa,  pues  allí  vivía  hacía  dos  años  y 
no  en  la  paterna,  me  dirigí  al  Pocito,  después  de  haber  to- 
mado en  casa  la  espada  de  mi  padre  que  era  una  pieza  de 
aparato,  con  guarniciones  de  entorchado. 

Recibiéronme  con  interés  y  me  dispensaron  mil  conside- 
raciones, hasta  que  fui  destinado  al  escuadrón  del  Coman- 
dante don  Javier  Ángulo,  veterano  del  número  1  de  los 
Andes  y  que  en  la  batalla  del  Rio  IV,  en  que  el  General 
Morón  de  Mendoza,  se  hizo  derrotar  tontamente  con  exce- 
lentes tropas,  el  Capitán  Ángulo  habia  hecho  heroicos  es- 
fuerzos por  restablecer  el  combate. 

El  General  Vega  ha  escrito  una  biografía  suya,  en  que 
hace  la  historia  de  aquella  campaña,  sin  penetrar  mas  allá 
de  la  corteza  de  los  sucesos,  Yo  haré  otra  sección  mas  al 
alcance  del  lector. 

San  Juan  tuvo  la  desgracia  de  no  formar  un  militar  du- 
rante la  guerra  de  la  Independencia.  Todos  sus  capitanes 
y  mayores  murieron  jóvenes.  Había  ese  Teniente  Coronel 
Quiroga  Carril  que  era  de  opuesto  bando  y  de  poco  valer. 
Tuvo  un  mayor  Echegaray  que  vino  mas  tarde  de  las  Casa- 
matas, donde  estuvo  prisionero.  Mi  primo,  el  Teniente  Co- 
ronel Reaño,  muy  valiente  y  de  poco  valer,  habia  dado  en 
borracho.  Don  Nicolás  Vega  era  un  Teniente  de  marina 
español,  de  la  Esmeralda,  que  pasó  á  los  patriotas.  Sirvió 
en  el  1°  y  se  casó  en  la  poderosa  familia  de  los  Furque, 
con  lo  que  se  arraigó  sanjaanino.  A  él  apelaban  los  pa- 
triotas en  sus  cuitas.  Desgraciadamente  no  tenía  cuali- 
dades de  mando,  cosa  que  se  descubría  en  su  blanda  fiso- 
nomía de  rico  home. 

Otra  cosa  pasaba  en  Mendoza.  Tres  hermanos  militares, 
dominaban  la  provincia  hacía  años,  auxiliados  por  el  mayor 
Recuero  y  otros  jefes  y  oficiales.  En  Mendoza  se  habia 
formado  el  ejército  de  los  Andes  y  estaban  frescas  las  tra- 
diciones de  aquella  organización,  la  maestranza  funciona- 
ba y  abundaban  armas. 

En  1826,  yendo  á  Mendoza  á  comprar  azúcar,  vi  echar 
retreta  con  una  banda  lisa  de  sesenta  tambores  y  pífanos, 
■con  chaquetas  de  tripe  punzó,  que  los  hacía  parecer  ascuas. 


MlíMORIAS  33 

í^o  he  vuelto  á  ver  en  América  banda  de  tambores  igual. 
El  uniforme  de  las  tropas,  aun  improvisadas,  era  en  regla, 
cosa  que  en  San  Juan  no  se  cuidaba.  Tenían  excelente 
artillería  de  que  carecía  San  Juan. 

Cuando  se  supo,  pues,  que  venían  contra  nosotros  fuer- 
zas de  Mendoza,  se  miraron  unos  á  otros  y  se  compren- 
dieron todos.  Pero  iba  á  darse  una  batalla  en  Córdoba  y  de 
ella  dependía  la  suerte  de  San  Juan. 

El  Ronco  Quiroga  de  Jachal  que  era  bastante  intrigante, 
pero  que  en  este  caso  era  apoyado  por  mi  Comandante  An- 
gulO;,  resolvieron  retirarnos  á  Jachal,  que  está  á  cincuenta 
leguas  al  Norte,  á  ganar  tiempo  y  así  se  resolvió.  Fuímo- 
nos  á  Jachal  y  como  era  natural,  los  Aldao  nos  hicieron 
seguir  con  una  fuerza  de  caballería  y  fué  preciso  saiirle  al 
encuentro. 

Nuestra  línea  de  caballería  también  se  tendió  en  Niqui- 
vil  y  el  combate  se  inició  con  guerrillas,  tiroteos,  etc.  Tiene 
la  palabra  el  General  Vega,  en  el  relato  fidedigno  de  la 
campaña.  Después  de  anunciar  la  victoria  obtenida  por 
nuestras  armas,  continúa: — «En  esta  brillante  jornada,  se 
«  distinguieron  don  Domingo  Reaña,  Teniente  Coronel  del 
«  número  11  y  durante  la  guerra  del  Brasil,  Comandante 
«  de  Patagones,  y  don  Domingo  Faustino  Sarmiento  que 
«era  uno  de  los  ayudantes  de  campo  del  General  Vega,  el 
«  cual  atravesó  los  fuegos  enemigos,  para  llevar  orden  del 
«  General  al  Comandante  don  Julián  Castro  Albarracin,  de 
«  que  flanqueara  al  enemigo  por  su  derecha,  cuyo  movi- 
«  miento  efectuado  con  precisión,  ocasionó  su  completa 
«  derrota.»  ( ^ ) 

Un  famoso  novelista  y  sicólogo  (2)  describe  las  emocio- 
nes de  un  joven  que  entra  al  servicio  y  se  halla  en  una  ba- 
talla por  primera  vez.  El  no  ha  visto  precisamente  al 
enemigo,  porque  hay  un  bosque  que  ataja  la  vista.  Va  mar- 
chando á  galope  y  una  bala  de  cañón  le  mata  cuatro  sol- 
dados de  su  escolta.    El   mismo  neófito  se  encuentra  con 


(1)  Foja  de  servicios    del    General   argentino  don   Nicolás  Vega.- Buenos   Ai- 
res.   1876. 

(2)  La  Charteuse  de  Parrae  por  Stendhal  en  que  la  descripción  de  la  batalla  de 
"Waterloo  se  parece  mucho  á  lo  que  el  autor  relata.— A',  del  E. 

Tomo  xux.—  3 


34  OBRAS    DE   SA.KM1ENT0 

un  desgaritado  enemigo  y  lo  mata.  El  cíiñoneo  cesa,  y- 
encontrándose  con  alguien  le  dice  que  el  ejército  ha  triun- 
fado.— ¡Yo  también  he  triunfado! — Naturalmente. — ¿Enton- 
ces yo  he  tomado  parte  en  la  batalla? — Quien  lo  duda,  si 
hace  parte  del  ejércitol — ¿Y  habré  peleado  yo  porque  mató 
á  uno  que  iba  solo? — Oh!  es  usted  un  héroe  y  será  conde- 
corado. 

Yo  podría  decir  que  me  sucedió  lo  mismo.  Y'o  no  era  pre- 
cisamente ayudante  de  campo  del  General;  pero  él  se 
acercó  á  mi  Comandante  Ángulo,  para  decirle  que  man- 
dase orden  á  un  piquete  que  estaba  á  retaguardia,  de' ale- 
jarse del  camino,  y  meterse  en  el  monte  con  los  presos 
que  eran  el  Coronel  Quiroga,  Carril,  ex-Gobernador,  y  el 
presbítero  don  Vicente  Atienzo  su  secretario,  á  fin  de  que  si 
nos  derrotaban,  los  nuestros  ó  los  mendocinos  no  los  ma- 
tasen. 

Volví  á  dar  cuenta  que  dejaba  cumpliéndose  la  orden, 
cuando  el  General  que  tenía  en  efecto  á  mi  primo  el  Coro- 
nel Reaña  á  su  lado,  y  cuya  sonrisa  me  pareció  no  muy 
del  caso,  vaya,  me  dijo  Vega,  á  decirle  al  Comandante  Cas- 
tro que  cargue,  señalándomelo.  Fui  en  efecto,  y  se  movía 
de  propio  motuel  Comandante  y  tomó  el  aire  del  cuerpo. . .  y 
no  volví  á  ver  al  General  hasta  los  tres  días;  pero  repito,^ 
yo  no  era  su  ayudante,  sino  del  Comandante  Ángulo. 

Es  el  caso  que  com.enzó  la  persecución  y  no  jjude  ganar 
á  muchos  la  delantera,  desde  que  toda  la  fuerza  de 
caballería  pierde  la  formación,  por  no  poder  avanzar  en 
linea,  entre  los  matorrales,  y  acaba  por  hilarse  en  el 
camino  que  siguen  también  los  dispersos  unos  tras  de 
otros. 

Para  mi,  lo  divertido  del  caso,  eran  los  gritos  nuestros^ 
y  los  mios  de  entusiasmo  y  de  gusto  de  haberme  encon- 
trado en  la  refriega. 

Seguimos  así  algún  tiempo.  Iba  el  primero  un  Castro,, 
cuyo  nombre  no  recuerdo,  (vivían  tres  hermanos  en  la 
calle  Ancha  del  Sur).  Era  un  atleta,  y  por  tal  recomen- 
dación amigo  del  Boyero  de  Mendoza,  sargento  de  Grana- 
deros á  Caballo  que  se  pasó  á  Quiroga  después  en  el 
Río  IV.  Aquel  Castro  llevaba  el  caballo  alzado  y  revo- 
leando hacía  rato  el  sable  sobre  la  cabeza,  esperando  un 
cabe,  hasta  que  al  abrírsele  un  claro,  pudo  ponérsele  uu 


MEMORIAS  35 

poco  al  costado  á  un  infeliz  y  descargarle  tal  tajada, 
porque  no  fué  sablazo,  que  una  corona  del  cráneo,  como 
una  de  sandía,  voló  revolviéndose  en  torno  de  sí  misma» 
hasta  caer  al  suelo. 

En  eso  los  que  le  precedían,  cobraron  alas,  no  diré 
que  corrían,  y  la  persecución  fué  amainando,  hasta  que 
nos  detuvimos  á  reunir  el  escuadrón  ya  enteramente 
disperso. 

Tengo,  pues,  como  se  ve,  la  primera  página  de  mi  foja 
de  servicios.  ¿De  qué  fecha?  La  historia  no  la  dice,  ni 
la  autobiografía  del  General  tampoco;  y  sin  la  biografía 
del  General  Vega,  el  hecho  hubiera  sido  borrado  de  la 
historia. 

Como  era  de  esperarse,  al  saberse  en  San  Juan  el 
contraste  de  vanguardia,  debió  moverse  el  ejército  entero 
para  repararlo.  Súpose  en  efecto  en  Jachal,  que  venían, 
é  inspirándose  en  el  peligro,  se  hizo  una  operación  magní- 
fica. En  lugar  de  retirarnos  mas  al  Norte,  lo  que  habría 
desmoralizado  completamente  á  milicias,  nos  dirigimos 
hacia  el  Sur,  no  precisamente  en  busca  del  enemigo,  sino 
para  buscarle  la  vuelta,  dirigiéndonos  hacia  San  Juan, 
por  tras  la  sierra  de  Calacasto,  mientras  el  ejército  ene- 
migo, con  infantería  y  artillería  avanzaba,  provisto  de 
cargas  de  agua  para  la  travesía. 

La  operación  tuvo  el  mas  espléndido  éxito  y  llegamos 
por  la  aguada  de  Calacasto,  á  la  subida  de  las  Piedras, 
camino  de  San  Juan,  donde,  oh!  fortuna,  tomamos  el 
chasque  que  el  fraile  Aldao  le  hacía  á  sus  hermanos, 
diciéndoles  que  habían  sido  completamente  derrotados  en 
la  Tablada  por  el  General  Paz,  con  gran  matanza  de  las 
tropas  de  Quiroga.  El  objeto  de  la  retirada  al  Sur  habría 
hecho  honor  á  Dumouriez  ó  á  Gustavo  Adolfo  que  eran 
célebres  por  sus  retiradas  para  vencer. 

Ahora,  ¿cuál  fué  la  fecha  de  la  batalla  de  Niquivil? 
Contemos.  De  la  Tablada  á  Mendoza,  hay  tres  días,  con- 
tadas las  leguas  por  derrotados.  De  Mendoza  á  San  Juan 
para  trasmitir  el  parte,  dos,  con  la  demora  en  dar  las 
órdenes.  De  San  Juan  á  las  Piedras,  horas.  El  combate 
de  Niquivil  ha  sido  pues  posterior  de  tres  días  á  la  batalia 
de  la  Tablada. 

El  General   Vega   intentó  proclamar  allí   á  las  tropas. 


36  OBRAS   DE  SARMIENTO 

haciendo  leer  el  parte  y  notas.  La  idea  era  excelente, 
pero  no  sabía  hablar  en  público  y  se  enredaba  en  las 
cuartas.  Al  fin,  salimos  de  aquel  mal  paso,  porque  lo  es 
aquella  subida  y  llegamos  cá  las  Tapiecitas.  ¿Cómo  no 
divisaron  de  la  ciudad  los  polvos? 

Llegamos  de  noche.  El  Capitán  don  Juan  Aguilar  fué 
destacado  á  atacar  el  Principal,  en  donde  un  mozo  san- 
juanino,  y  no  tropas  mendocinas  como  quiere  el  General, 
se  le  antojó  resistir,  se  cruzaron  tiros,  y  le  quebraron  una 
islilla  al  Capitán  que  lo  era  de  línea  y  noble,  de  cuya 
lesión  no  sanó  nunca  y  murió. 

Nosotros  avanzamos,  sin  embargo,  y  en  la  calle  de  las 
viñas  de  las  Ziballa  y  de  los  Moreno  y  Navarro,  se  nos 
echó  encima  de  buenas  á  primeras,  un  grupo  que  huía 
de  la  ciudad,  tratando  de  ir  á  reunirse  con  los  Aldao. 
Era  el  Coronel  don  Francisco  Aldao,  sus  ayudantes  y  un 
médico  sanjuanino  á  quien  cupo  un  puntazo.  Era  inútil 
resistir,  y  fueron  hechos  prisioneros. 

Llegamos  á  la  plaza  donde  vi  muerto  el  caballo  plateado 
de  mi  amigo  un  Teniente  Ruiz,  y  el  Comandante  Ángulo 
recibió  orden  de  marchar  hacia  el  Sur,  sin  decirme  nada, 
porque  se  ponía  fastidioso  cuando  olía  pólvora,  pero  com- 
prendí que  íbamos  al  Pocito.  Llegados  á  una  cierta  posi- 
sion,  hizo  alto  y  señalándome  la  primera  mitad  del 
escuadrón,  me  dijo,  avance  con  esa  gente  y  ataque 
aquella   casa. 

Yo  di  la  orden  de  marchar  sin  comprender  bien  lo 
que  en  ello  se  contenía;  pero  apenas  di  frente  á  la  entrada, 
cuando  avanzó  un  hombre  bien  entrazado  y  para  interro- 
garme puso  ya  el  caballo  atravesado — ¿Quiénes  son  Vds.? 
gritó,  y  somprendiéndolo  de  súbito,  volvió  el  caballo  y 
gritó:  — ¡el  enemigol  Entonces  vi  saltar  como  gamos  uno 
Iras  otro,  diez  ó  doce  hombres  que,  sin  duda,  estaban  sobre 
aviso  y  desaparecieron.  Era  inútil  correrlos,  porque  sus 
caballos  estaban  de  razgarlos  con  la  uña  y  nosotros  con 
los  que  habíamos  sacado  de  Jachal,  cuatro  días  antes  y 
sin   atravesar   bocado. 

Reunióse  el  Comandante  y  nos  ocupamos  de  medir  y 
contar  el  botín,  á  saber:  diez  fardos  de  municiones,  ocho 
tercerolas,  algunas  lanzas,  setecientos  caballos  gordos  men- 
docinos,  con  uñeras  y  qué  sé  yo  qué   mas.    Puede   com- 


MEMORIAS  37 

prenderse  mi  alegría.  Prevengo  que  el  héroe  de  la  jornada 
tiene  solo  diez  y  ocho  años  y  que  ya  le  confían  un  combate. 
Yo  debía  llevar  el  parte  y  probablemente  escribirlo. 

A  poco  llegó  el  Comandante  Julián  Castro,  el  mismo  á 
quien  llevé  la  orden  de  ataque  en  Niquivil.  Hablaron 
ambos,  sin  reírse;  todo  lo  contrario,  el  recien  venido  con 
]a  cara  muy  larga.  Como  notasen  que  los  observaba,  el 
Comandante  Ángulo  levantó  el  brazo,  y  clavó  el  dedo  en 
dirección  á  las  Tapecitas,  punto  que  desde  allí  se  divisaba 
mejor  que  desde  la  ciudad.  Miré  y  no  vi  nada,  por  lo 
que  volví  los  ojos  hacia  mi  Comandante  que  conservó  el 
dedo  apuntando  en  la  misma  dirección  y  entonces  vi, 
ohl  horror!  —  toda  la  quebrada  de  las  sierras  de  las 
Tapecitas  cubierta  de  una  densa  nube  de  polvo !  El 
enemigo  que  llegaba,  pisándonos  los  talones,  mientras 
que  nuestra  infantería  se  había  dispersado  en  la  ciudad, 
ganando  cada  uno  su  casa. 
¡Estábamos  perdidos! 

Muchos  años  después  me  ocurrió  que  la  salvación  la 
teníamos  nosotros  en  los  setecientos  caballos,  si  mi  Coman- 
dante marcha  á  la  ciudad  á  recojer  los  jefes  y  oficiales 
y  al  menos  doscientos  ó  trescientos  hombres  de  tropa. 
Teníamos  la  retirada  hacia  Córdoba;  pero  yo  no  pensaba 
entonces  y  esperé  á  ver  qué  venía. 

El  Comandante  aguardó  la  noche,  y  me  dijo:  —  vamos 
por  el  pueblo,  ayudante, — dejando  al  mando  de  la  fuerza 
los  oficiales  subalternos. 

A  medio  camino  encontramos  una  fuerza.  Mi  coman- 
dante hizo  lo  mismo  que  había  hecho  el  mendocino,  poner 
atravesado  el  caballo,  teniéndolo  levantado.  —  ¡Alto  ahí, 
quién  vive!  gritó  con  voz  estentórea  que  sobrecojió  de  tal 
manera  á  los  otros,  que  se  quedaron  clavados  en  sus  puestos. 
Una  voz  blanda  contestó: — Segunda  de  fianqueadores!. . . 
¿Cómo  teníamos  sobre  nosotros,  tales  bichos  con  ponchitos 
verdes,  casbas  amarillas?  —  ¿Fianqueadores  dijiste? — y  se 
tendió  el  Comandante  y  me  tendí  yo  y  nos  siguieron  nues- 
tros dos  asistentes  y  nos  hizimos  humo,  oyéndose  sin  em- 
bargo el  ruido  de  la  piedra  suelta  del  pedregal. 

Corrimoís  sin  mirar  para  atrás  el  Comandante  y  yo,  sin 
saber  á  qué  rumbo,  cuando  el  puntero  detuvo  el  calDalIo  y 
se  acercó  á  una  casita  donde  había  fuego.— ¿Qué  fogones 


38  OBRAS   DE   SARMIENTO 

son  aquellos,  patrona? — Es  la  división  del  General  Villafañe 
es  gente  riojana. 

Habíamos  llegado  á  la  entrada  de  la  Cailesita,  al  Este  del 
Pedregal.  Dio  vuelta  el  Comandante  mas  presto  que  co- 
rriendo y  nos  dirigimos  hacia  el  Oeste,  atravesando  todo 
el  Pedregal  hasta  topar  con  la  acequia  madre  del  Pocito,  en 
cuyos  cliilcales  nos  esconderíamos  con  caballos  y  todo,  hasta 
que  á  la  entrada  de  la  noche  siguiente  mandásemos  un 
asistente  á  la  hacienda  de  los  Rojos  á  pedir  lenguas  y  hacer- 
nos de  víveres  y  proveer  lo  conveniente. 


(COPIA  DEL   1"  DESPACHO  MILITAR) 

—Ociaba  clase  — nueve  pesos— valga  para  los  años  de  mil  ocliocientos  veinte  y 
ocho  y  mil  ochocientos  veinte  y  nueve- diez  y  ocho  y  diez  y  nueve  de  la 
libertad.  — 

El  Gobierno  Supremo  de  la  provincia  de  San  Juan. 

Hallándose  vacante  en  el  Batallón  de  infantería  provincial  la  plaza  de  Subte- 
niente de  la  ai  compañía : 

El  Gobierno  en  uso  de  las  facultades  que  le  concede  la  ley;  ha  tenido  á  bien 
nombrarlo  al  ciudadano,  Don  Domingo  Sarmiento,  concediéndole  todas  las  gracias, 
prerrogativas  y  exepciones  que  por  este  titulo  le  corresponden,  del  que  se  tomará 
razón  en  la  oficina  de  Aduana.— Es  dado  en  la  Sala  del  despacho  á  diez  de  Junio 
de  mil  ochocientos  veinte  y  ocho:  firmado  de  S.  E.  signado  con  el  sello  de  la  Pro- 
vincia y  refrendado  por  el  Señor  Ministro  Secretario. 

Manuel  Gregorio  Quiroga.—O.  A.  de  Oro. 

—El  segundo  despacho  es  de  13  de  Abril  18.30— nombrándolo  Ayudante  del  Escua- 
drón de  Dragones  de  la  Escolta.— Firmado  Juan  Aguilar  y  (el  General)  Nicolás  Vega. 

—El  tercero  es  de  H  de  Agosto  1830.— Ayudante  en  el  1"  Escuadrón  de  la  milicia 
de  caballería  Provincial.- Firmado  Juan  Aguilar  y  G.  de  la  Rosa.  Estos  despachos 
originales,  se  han  encontrado  recientemente.  El  autor  ignoraba  que  se  con- 
servasen. 

( N.  del  E. ) 


MENDOZA 


Como  lo  que  sigue  es  harto  paisano,  salvo  oir  las  descar- 
gas á  los  dos  días  de  los  compañeros  fusilados,  haré  un 
cuarto  intermedio  y  sin  otra  preparación  nos  presentaremos 
al  benévolo  lector,  sentados  á  la  orilla  del  fogón,  en  el 
bosque  de  Algarrobos  de  la  Carpintería,  camino  de  Mendo- 
za, esperando  que  se  asase  un  churrasco,  mi  padre,  mi  tío 
materno  el  cura  de  la  Concepción  y  un  peoncito  de  con- 
fianza que  cuidaría  de  las  cabalgaduras. 

Continuábamos  la  operación  de  Jachal  después  de  Niqui- 
vil.  Avanzábamos  hacíalos  cuarteles  de  invierno  del  enemi- 
go, á  fin  de  sustraernos  á  su  persecución  y  alcance. 

Era  el  caso  que  el  ejército  que  nos  había  vencido,  se  había 
sublevado  á  su  turno,  encabezando  el  movimiento,  el  Coro- 
nel D.  Agustín  Moyano,  jefe  del  batallón  de  infantería  de 
milicia  de  Mendoza  y  un  Comandante  de  caballería,  el 
hombre  mas  simpático,  alegre  y  bueno  que  militaba  en 
aquellos  tiempos. 

Habían  seguido  nuestros  movimientos,  acechando  la 
ocasión  de  dar  vuelta  casacas.  Acaso  la  derrota  de  la 
Tablada  inspira  este  pensamiento,  para  evitar  la  revancha 
que  costaría  nuevas  exacciones  á  los  pueblos. 

Los  roles  estaban  cambiados.  San  Juan  en  poder  de  los 
federales,  con  la  división  de  riojanos  de  Yillafañe,  y  Mendoza 
en  poder  de  los  patriotas,  esperando  ponerse  en  contacto 
con  el  General  Paz. 

Llegamos  á  Mendoza  en  medio  de  la  exitacion  de  los  es- 
píritus. 

Recuérdese  que  el  doctor  Velez  y  el  deán  Zavaleta,  habían 
sido  enviado  por  el  Presidente    Rivadavia,    á  someter    la 


40  OBRAS    UB   SARMIENTO 

Constitución  á  los  pueblos,  como  si,  donde  reinaban  López,. 
Bustos,  los  Aldaos,  hubiese  pueblo. 

Reunióse  lo  mas  selecto  de  la  Bolsa,  pues  ya  había  Bolsa 
comercial  con  todos  los  usos  y  prácticas  de  las  ciudades 
industriales.  Habló  largamente  el  ilustre  Dean,  esponiendo 
las  ventajas  que  ofrecía  un  país  constituido,  á  fin  de  pre- 
servar la  paz,  etc. . .  Para  qué  repetir  lo  que  se  dijo  enton- 
ces! Corríaseles  las  lágrimas  al  auditorio,  no  sabiendo  que 
era  predicar  en  desierto,  pues  los  tres  hermanos  se  apoyaban 
recíprocamente  y  contaban  con  Quiroga  y  Bustos.  Pero- 
se  creía  el  ensalmo  roto  y  creían  estar  seguros  ahora  de 
constituir  la  República,  con  el  General  Paz  en  Córdoba» 
Quiroga  derrotado  y  Mendoza  libre. 

Cuando  llegamos,  estaba  ya  organizado  al  gobierno  y 
nombrado  General  en  Jefe.  Don  Rudecindo  Alvarado,  es- 
pectable General  de  la  guerra  de  la  Independencia,  hacién- 
dolo empero  tristemente  célebre  las  derrotas  de  Torata  y 
Moquegua. 

Ningunas  conexiones  tenía  yo  en  Mendoza,  sino  es 
haber  estado  seis  días  por  intereses  mercantiles,  salvo  un 
joven  sanjuanino  allí  establecido,  D.  José  Ignacio  Flores,  mi 
compañero  de  infancia,  pariente  ademas,  y  uno  de  tres  á 
cuatro  personas  con  quien  en  mi  vida  me  he  tratado  de  tú. 
y  vos. 

Tenía  Mendoza  Bolsa  de  Comercio,  como  he  dicho,  muy 
frecuentada  y  en  la  que  se  hacían  cambios  valiosos  y  ocu- 
paba ademas  el  lugar  que  hoy,  los  clubs  políticos.  La  po- 
blación era  numerosa  y  distinguida  y  ciertos  días  llenaba 
la  alameda  famosa  plantada  por  San  Martin,  con  sus  hileras, 
colosales  de  álamos  y  llegados  en  1829  -á  todo  su  desarrollo. 

Era  con  estas  formas  exteriores,  la  segunda  ciudad  de  la 
República,  con  una  buena  Biblioteca,  su  movimiento  comer- 
cial, sus  tradiciones  militares  y  el  frecuente  tránsito  de 
hombres  notables  de  un  Océano  á  otro  Océano,  á  través  del 
continente,  pues  no  eran  muy  frecuentados  ni  el  Estre- 
cho de  Magallanes,  abandonado  desde  que  el  Adelantado 
Sarmiento  no  pudo  socorrer  á  la  colonia  del  Puerto  Hambre 
y  Cabrera  perdió  todas  sus  anclas.  El  Cabo  de  Hornos  no 
fué  habilitado  derrotero  para  el  comercio  sino  después  de 
reconquistado  Chile  y  tomó  creces  el  puerto  de  Valparaíso. 

Ya  en  1826,  me  había  llamado  la  atención  su  actividad . 


MEMORIAS  41 

comercial,  el  moTimiento  de  carretas  que  llegaban  á& 
Buenos  Aires,  de  carretillas  que  cruzaban  en  todas  direc- 
ciones las  calles,  cambiando  de  lugar  las  mercaderías, 
mientras  que  en  San  Juan  todavía  no  habían  carros  ni 
carretillas. 

Esta  vez  se  me  presentaba  Mendoza,  como  iluminada 
por  fuegos  de  Bengala,  bajo  el  prisma  de  las  exitaciones  de 
la  vida  pública  y  de  la  guerra,  que  animan  los  semblan- 
tes, dan  tópico  á  las  conversaciones,  y  lanzan  al  vecindario 
á  las  plazas  y  las  calles,  como  en  Roma,  ó  mas  bien  como 
en  Mendoza  mismo,  en  los  tiempos  no  lejanos  de  la  for- 
mación del  Ejército  de  los  Andes,  pronto  á  lanzarse  hacia 
las  costas  del  Pacíñco.  Oíase  el  martilleo  de  los  artífices 
en  la  antigua  y  bien  dotada  Maestranza,  en  la  que  el  ex-sa- 
cerdote  Beltran  ensayó  sus  misiles,  y  donde  se  construían 
fusiles  y  lo  que  pareciera  imposible,  bayonetas.  Divisába- 
se el  humo  de  sus  hornos  de  fundición  de  balas  huecas  de 
cañón,  y  por  todas  partes  se  encontraban  jefes  y  oficiales 
y  soldados  con  uniformes, — la  infantería  llevaba  morriones 
con  manga, — músicos  y  tambores,  caprichosamente  atavia- 
dos, acaso  por  los  mismos  maestros  sastres  que  idearon  los 
uniformes  del  11,  del  7  y  del  8  de  infantería. 

En  Mendoza  habían  grandes  sabios.  Actores  y  acróbatas 
daban  á  su  paso  funciones,  para  costear  la  jornada.  En 
aquella  época  memorable  vivían  los  ricos  homesque  debían 
perecer  njas  tarde  con  el  General  D.  José  Aldao,  á  manos 
de  los  indios. 

El  General  de  los  Ejércitos  de  Chile  y  del  Perú,  D.  Rude- 
cindo  Alvarado  mandaba  las  fuerzas  de  la  plaza,  mientras 
que  los  Generales  José  y  Francisco  Aldao  y  su  hermano  el 
ex-capellan  de  granaderos  á  caballo  tenían  la  campaña. 

En  las  regiones  de  la  política  descollaban  como  monu- 
mentos el  Dr.  D.  Narciso  Laprida,  Presidente  del  Congreso 
de  Tucuman,  objeto  de  la  venerao.ion  universal,  el  Dr. 
Salinas,  Secretario  de  Bolívar  y  Godoy  Cruz,  (i)  amigo  y 
corresponsal  del  general  San  Martín.     En  las  letras,  Don 


(1)  Don  Tomás  Godoy  Cruz.  Se  conserva  en  nuestro  poder  un  legajo  de  do' 
cumentos  referentes  á  la  vida  de  este  prohombre,  entre  ellos  una  colección  de 
cartas  á  su  padre,  de  1813  á  1820.    Es  probable  que  Sarmiento  hubiese  tenido  la 

ntencion  de  biografiar  á  Godoy  Cruz.    (.Y.  del  E.) 


42  OBKAS   i)l£   SAKMIKNTO 

José  Calle,  que^  historeó  después  aquellos  sucesos  y  re- 
dactó conmigo  El  Mercurio  en  Chile;  Don  Juan  Gualberto 
Godoy,  el  Tirteo  de  la  política  de  partido,  escribiendo 
El  Coracero,  todo  en  verso,  periódico  cáustico  y  satírico  del 
género  de  El  Diablo  Predicador  de  Buenos  Aires,  que  hizo 
escuela. 

Constituían  el  núcleo  del  partido  federal,  muchas  gen- 
tes decentes;  y  con  ideas  proteccionistas  en  favor  de 
sas  vinos  y  cereales,  se  oponian  á  la  política  de  bajas 
tarifas,  consideraban  á  Mendoza  la  rival  de  Buenos  Aires 
y  aun  hablaban  de  crearse  un  puerto  al  Sur  Oeste,  na- 
vegando y  canalizando  el  Colorado,  que  sería  el  de  Bahía 
Blanca  hoy,  para  exportar  y  recibir  directamente  sus 
mercaderías,  tal  era  la  idea  de  propia  suñciencia  que  les 
había  dejado  el  espectáculo  de  las  grandes  cosas. 

El  partido  liberal  era  en  cambio  numeroso  y  lleno  de 
actividad.  Don  Agustín  Delgado,  Ministro  de  Rivadavia, 
los  Videla,  de  diversas  familias,  Godoy  Cruz,  Viilanueva, 
Blanco,  Calle,  Zapata,  Chenau  y  centenares   mas. 

En  1829,  cuando  me  imcorporé  al  ejército  del  general 
Al  varado,  Mendoza  alcanzaba  su  apogeo.  Un  mes  después, 
el  rayo  se  descargaba  sobre  su  cabeza,  'y  todos  aquellos 
explendores  se  disiparon  entre  ruinas  y  regueros  de 
sangre!  En  1830  perecieron  los  mas  ricos  en  los  campos 
del  Sur,  asilados  entre  los  indios.  En  1831  el  coronel 
Videla  Castillo  con  dos  mil  hombres,  casi  todos  veteranos 
mandados  por  Jefes  de  linea  y  un  regimiento  de  grana- 
deros de  San  Juan  de  quinientas  plazas — (que  yo  había 
disciplinado  con  su  jefe  el  Coronel  Chenaut,  á  quien  hice 
después  General)  —  se  dejó  derrotar  á  campo  abierto 
por  Quiroga  con  doscientos  hombres  y  los  presos  de  las 
cárceles  de  Buenos  Aires,  estando  el  caudillo  enfermo 
dentro  de  una  carreta. 

La  parte  culta  y  liberal  de  Mendoza,  con  sus  glorias 
militares,  se  dispersó  entonces  para  siempre,  emigrando 
á  Chile  lo  mas  florido  de  la  población.  Allí  los  Zapata 
fundaron  colegios,  los  Calles  redactaron  diarios,  los  Villa- 
nueva  ejercieron  la  medicina  ó  plantaron  viñas  en  Acon- 
cagua, como  los  Videla  acabaron  por  ser  banqueros,  y  los 
Cobo,  cuyo  padre  introdujo  el  álamo,  fueron  dueños  del 
Chañarcillo,  en  que  se  cortaba  la   plata  á  cincel.    Dio   á 


MEMORIAS  43 

€hile,  en  los  Coroneles  de  la  Plaza,  padre  é  hijo,  solda- 
dos aguerridos,  Secretarios  de  Intendencia  con  los  Del- 
gado y  Godoy,  calígrafos  en  Bergmans  de  la  misma  fa- 
milia, y  hasta  los  primeros  boteros  de  Santiago  fueron  los 
Sosa  de  Mendoza,  que  gracias  á  su  talento  de  verdaderos 
artistas,  puedieron  educar  sus  hijos  en   París. 

Qué  quedaba  de  aquella  soberbia  Mendoza,  que  aun  en 
su  parte  federal,  era  culta  y  en  la  que  ni  la  montonera 
que  era  la  expresión  popular  de  la  federación,  tenía  asi- 
dero, pues  la  tradición  militar  de  San  ¿Martin,  se  perpe- 
tuaba por  los  Aldao,  los  Recuero  y  los  auxiliares  que  tan 
bien  representaban  á  los  Granaderos  á  caballo  en  la  Ta- 
blada? 

Tras  el  triunfo  de  los  federales,  decapitados  en  la  lucha, 
de  sus  cabos,  tras  la  emigración  que  con  su  triunfo  venía 
ordenada,  vino  la  decadencia  y  la  crápula,  el  juego  eregidos 
en  sistema  de  gobierno,  con  un  apóstata,  ebrio  casi  siempre, 
para  ocultarse  á  si  mismo  las  manchas  cancerosas  de  su 
oprobio. 

Hasta  que  un  día,  á  la  víspera  ya  de  recibir  Mendoza 
el  bautismo  de  la  regeneración,  sin  anuncios,  sin  aque- 
llos ruidos  subterráneos  que  corren  como  multitud  de 
carros  rodando  por  el  empedrado,  sin  los  sacudimientos 
que  precedieron  á  la  desaparición  de  Herculanum  y  Pom- 
peya,  bajo  las  cenizas  del  Vesuvio,  la  tierra  se  estremeció, 
bamboleó  como  si  le  faltasen  sus  cimientos,  y  la  ciudad 
se  tendió  sobre  la  superficie,  cayendo  muerta  de  un  golpe 
y  apretando  bajo  las  ruinas  de  templos,  palacios  y  habi- 
taciones á  los  cuatro   quintos  de   sus   moradores  I 

Las  ciudades  coloniales  son  la  moiada  exclusiva  de  la 
población  europea  y  á  no  sobrevenir  el  terremoto  en  la 
época  de  la  vendimia,  cuanto  había  de  propietario  y  de 
culto  habría  perecido  aquel   infausto  día. 

Llegué  antes  de  cumplirse  un  año  de  la  catástrofe,  á 
devolver  con  las  armas  de  Buenos  Aires  el  puesto  que  á 
los  supervivientes  reservaba  el  triunfo  definitivo  de  las  ins- 
tituciones libres. 

Ay!  Solo  permanecía  inmutable,  exelso,  magestuoso,  el 
Tupungato,  cuya  nevada  cabeza  se  divisa  desde  los  confi- 
nes de  San  Luis,  y  parece  un  centinela  de  la  eternidad 
para  contar  los  días  de  las  obras  de  los  hombres! 


44  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Un  antiguo  pino  de  parasol,  como  los  que  decoran  el 
paisaje  de  Ñapóles  ó  de  la  Campagna  de  Roma,  se  con- 
servaba, sino  tan  inmóvil,  impasible,  en  medio  de  las 
ruinas,  marcando  el  lugar  que  fué  el  claustro  de  San 
Francisco,  y  hacia  el  Oeste,  siguiendo  la  dirección  de  las 
montañas  vecinas,  que  cierran  el  horizonte  ocultando  las 
cordilleras  nevadas,  la  negra  y  espesa  línea  de  los  álamos 
semi-seculares  que  dejó  San  Martín  y  á  cuya  sombra,  como 
lo  único  duradero  que  es  lo  que  crea  el  genio,  se  acogieron 
por  largo  tiempo  las  familias  medio  desnudas,  esperando 
que  se  levantase  una  techumbre  hospitalaria. 

Acudían  el  1°  de  Enero  de  1861  á  saludar  al  antiguo 
compañero  de  armas  los  unos,  al  emigrado  animoso  que 
había  en  Chile  enseñado  á  esperar  contra  la  esperanza, 
al  enviado  de  Buenos  Aires  con  la  verdad  de  las  insti- 
tuciones, salían  á  saludarlo  los  que  habían  salvado  de  la 
catástrofe,  envueltos  en  ponchos  de  tosco  tejido,  que  no 
disimulaban  camisas  reñidas  con  todo  decoro,  porque  en 
las  grandes  desgracias  públicas,  se  hace  gala  del  mal 
común,  la  pobreza  y  el  desaliño.  Hasta  de  la  enferme- 
dad reinante  se  envanece  el  hombre  y  en  tiempos  cala- 
mitosos, surgen  como  productos  naturales  las  figuras  de 
tercer  orden  en  la  política  y  los  sargentones  de  la  milicia. 

El  Gobierno  del  Coronel  Nazary  del  Comandante  Videla, 
ambos  forasteros,  fué  lo  que  quedó  en  pie  tras  del  terrible 
sacudimiento;  y  como  en  las  ruinas  se  albergan  las  fieras, 
de  allí  salió  la  invasión  á  San  Juan,  sin  motivo,  y  la 
mortandad  á  lanza  seca,  todo  el  fruto  del  triunfo  de  los 
Aldao  en  1829. 

No  debo  dejar  subsistente  este  cuadro  de  la  abomina- 
ción de  la  desolación,  sin  correr  el  diorama  que  principia 
con  la  entrada  del  Teniente  Coronel  D.  F.  Sarmiento  en 
Mendoza  y  pasar  á  mucho  después,  cuando  en  el  año  en 
que  estas  reminiscencias  escribo,  nos  hace  el  señor  Bal- 
inaccda  Ministro  Plenipotenciario  de  Chile,  una  descrip- 
ción de  Mendoza  que  acaba  de  atravezar  y  que  reasumiré 
en  breves  razgos. 

De  una  calle  central  de  cuarenta  varas  de  ancho,  como 
los  Brodways  de  las  grandes  ciudades  modernas,  pero  som- 
breadas las  amplias  aceras  por  hileras  de  álamos  de  la 
Carolina  ó  de  Italia,  parten   en   ángulos  rectos,  calles  de- 


MEMORIAS  45 

veinte  varas  que  dan  entrada  á  la  ciudad  moderna.  Si 
los  antiguos  conventos  no  lanzan  aquí  y  allí  sus  torres, 
como  si  quisieran  disputarles  en  audacia  á  las  cúspides 
de  las  frondosas  masas  de  árboles  que  en  la  prespectiva 
semejan  bosques,  la  Escuela  Sarmiento  se  alza  como  nuevo 
templo;  y  en  lugar  de  monjas  Catalinas,  está  la  Escuela 
Normal  de  niñas  en  edificio  todavía  mas  expléndido.  San 
Nicolás  convertido  en  Quinta  Agronómica  y  á  los  Aldao, 
se  suceden  los  profesores,  ó  los  congresales  Civit,  Blanco, 
Zapata,  Godoy  que  todavía  traen  á  la  memoria  los  nombres 
de  otros  tiempos. 

Aun  quedan  resabios  de  fuerza  y  ambiciones  que 
cuentan  abrirse  paso  con  el  sable.  El  ladrón  con  escala- 
miento y  fractura  no  desaparecerá  por  cierto;  pero  dando 
mayor  consistencia  á  las  murallas  y  reforzando  y  perfec- 
cionando las  cerraduras,  los  casos  vendrán  á  ser  mas 
raros. 

Cuando  el  jurisconsulto  Velez  oía  hablar  de  casas  y 
murallas  de  mimbre  y  barro,  tras  del  temblor  en  Men- 
doza, objetaba  que  tales  construcciones  hacían  inoficiosa 
la  sabiduría  de  las  leyes,  inútil  la  distinción  de  los  de- 
litos é  imposible  la  aplicación  de  las  penas.  El  dinero 
debe  guardarse  en  caja  de  fierro,  bajo  cerradura.  Si  lo 
ponemos  en  la   calle,  casi  no  hay  delito  en  apropiárselo. 

Las  instituciones  son  las  cerraduras. 


TIROTEOS  DE  GUERRILLA 

Algunos  días  después  de  mi  llegada  á  Mendoza,  acaso 
para  honrar  á  los  sanjuaninos,  se  pidieron  cuatro  oficiales 
para  edecanes  del  General  Alvarado.  Con  mucha  sorpresa 
me  vi  en  la  lista,  siendo  los  otros  un  doctor  Albarracin 
Sabino,  mi  pariente  venido  de  Buenos  Aires,  mi  propio 
Comandante  Ángulo,  que  tenia  en  Mendoza  mayor  repu- 
tación de  valiente  que  en  San  Juan,  por  los  sucesos  de 
Río  IV,  y  el  Capitán  don  Andrés  Carril,  que  lo  había  sido 
del  N".  11  del  Ejército  de  los  Andes.  Para  dar  tono  á  esta 
narración,  anticiparé  que  Albarracin  y  Carril,  fueron  fusi 
lados  con  cuatro  mas  al  fin  de  la  campaña. 

En  lo  que  respecta  al  cuarto  que   escuso  nombrar,  no 


46  OBRAS   1)K   SARMIENTO 

detallaré  sus  merecimientos  para  tan  alta  distinción  á  los 
diez  y  ocho  años,  sino  es  diciendo  que  se  repetía  lo  que 
le  sucedía  desde  la  edad  de  quince  y  es  que  los  adultos 
lo  aceptaban  en  la  sociedad  de  los  hombres,  merced  á  la 
educación  excepcional  que  había  desenvuelto  su  inteli- 
gencia y  formado  su  carácter  desde  tan  temprana  edad. 

ün  incidente  insignificante  mo  puso  en  contacto  con  el 
Dr.  Laprida  y  fué  que  oyéndose  tiros  por  el  Sanjon  y 
viéndose  un  centinela  á  caballo  en  la  misma  dirección, 
creyeron  que  era  enemigo;  me  lo  denuncian,  y  haciendo 
un  rodeo  le  salí  del  otro  lado,  cortándole  la  retirada. 
El  soldado  impertérrito  conservó  su  puesto  y  cuando  me 
acercaba  sable  en  mano,  me  dijo  con  la  acentuación  desa- 
brida del  mendpcino: — «si  soy  de  la  plaza,  señor.» — En- 
vainé, pues,  mi  arrojo  para  mejor  ocasión.  Llevábamos 
los  sanjuaninos  gorros  colorados,  y  el  Dr.  Laprida  que 
}»resenció  el  acto,  quizo  conocer  al  compatriota  y  cambia- 
mos palabras  de  afecto  de  su  parte,  de  respecto  y  vene- 
ración de  la  "mía. 

Como  no  hago  historia,  sino  reminiscencias  personales 
añadiré  que  en  las  Lomas  de  Lujan,  donde  se  dio  el 
último  combate,  en  el  momento  del  «sálvese  quien  pueda» 
se  encontró  el  infeliz  conmigo  y  me  dijo,  señalándome  el 
oriente, —  «Huyamos  para  Córdoba.» — «Es  tarde,  señor, 
está  el  enemigo  ya  de  ese  lado...  Allí  acaban  de  matar  al 
Mayor  Estrella. —  ¿Y,  qué  hacemos? — Sígame.— ¿A  dónde? 

— Para  acá,  esa  es  infantería  nuestra No  tuvo  confianza 

en  mi  estrella  y  tomó  la  primera  dirección  indicada.  Yo 
lo  vi  bajarse  del  caballo  y  por  no  ser  temerario,  no  digo 
á  manos  de  quien  creo  que  murió,  Yo  les  había  estado 
liaciendo  fuego  personalmente  el  día  anterior  á  esos 
mismos. 

Entré  luego  en  funciones  al  lado  del  General  Alvarado. 
Las  funciones  consistían  en  no  hacer  nada.  Era  una  per- 
sona respetable,  pulcro,  elegante,  con  aires  de  gran  señor, 
á  lo  Lamartine,  á  quien  creo  se  parecía.  Hombre  de  pala- 
bra fácil,  para  emitir  siempre  las  ideas  mas  correctas  y 
dar  salida  á  toda  clase  de  dificultades,  solo  que  no  daba 
una  orden,  ni  salía  de  los  regios  salones  que  le  habían 
preparado. 

Los  primeros  días  su  inactividad  misma  inspiraba  con- 


MEMORIAS  47 

fianza  al  público — ¡Cuan  seguros  estaríamos  con  tan  gran 
General,  cuando  no  creia  oportuno  dar  la  menor  orden t 
Después  he  visto  reproducirse  situaciones  iguales,  con  idén- 
ticos resultados,  la  derrota  íinal.  Los  Aldao,  empero,  tenían 
la  campaña  y  reunían  milicias. 

Sesenta  soldados  de  línea  del  magnífico  regimiento  de 
Auxiliares  de  Mendoza  habían  vuelto  de  Córdoba.  El 
Comandante  Balmaceda,  (enchalecado  después  por  los 
Taboada,  si  no  me  traiciona  la  memoria),  se  encontró 
con  este  regimiento  en  la  batalla  y  me  contaba  después 
una  ocurrencia  singular.  Las  cargas  de  caballería,  lo  sabe- 
mos los  viejos  oficiales,  son  actos  puramente  morales. 
Lavalie,  el  célebre  cargador,  el  héroe  de  Río  Bamba,  decía 
á  los  jóvenes  del  Escuadrón  de  Mayo,  que  le  pedían  para 
pasar  la  noche,  contase  algo  de  sus  campañas. — «Hombre, 
les  decía,  nosotros  no  tenemos  qué  contar  en  materia  de 
hazañas  militares.  Una  división  de  caballería  carga  á  la 
otra;  una  de  las  dos  cede,  sin  esperar  á  cruzar  lanzas. 
Esto  es  todo.» 

Pues  bien,  como  los  coraceros  del  General  Paz  no  com- 
prendían que  pudiesen  ser  ellos  nunca  los  que  cedían, 
cargaron  al  regimiento  de  las  casacas  coloradas  de  Men- 
doza, y  como  estos,  con  sus  caballos  de  razgarlos  con  la 
uña,  no  se  proponían  ceder  tampoco,  se  pasaron  unos  y 
otros  á  unas  veinte  varas  de  distancia,  mirándose  sor- 
prendidos de  encontrarse  y  de  que  nadie  cediera.  El 
Comandante  de  Coraceros  veía  la  sonrisa  en  los  labios  de 
sus  soldados,  riéndose  en  efecto  de  la  novedad  del  caso, 
de  estarse  parados,  y  sintiéndose  ya,  que  trataba  uno  que 
otro  de  torcer  el  pescuezo  del  caballo,  cuando  un  grita 
formidable  de  á  la  carga!  rompió  el  ensalmo,  dieron  vuelta 
los  colorados  y  las  lanzas  empezaron  á  hacer  su  oficio. 
«  Si  el  otro  se  me  anticipa,  decía,  somos  nosotros  los  que 
damos  vuelta.» 

Era  también  edecán  del  General  Al  varado  un  jovenzuelo, 
hijo  del  Gobernador  interino  un  Videla,  á  quien  le  sucedía 
lo  que  á  un  contertulio  y  viejo  amigo  mío,  cuya  fisonomía 
extrañé  por  lo  cambiada  una  noche,  no  obstante  no  haberse 
cortado  el  pelo  ni  cambiado  la  forma  de  la  barba:  era 
que  había  sido  nombrado  cónsul  de  Bolivia  y  ponía  la 
cara  grave  que  tan   alto   puesto  reclama.    Mi   co-edecan^ 


48  OBRAS   DE   SARMIKNTO 

hijo  de  Gobernador  y  mendocino,  quería  echarla  conmigo 
de  entendido.  Cuando  mas  servía  de  comunicarme  los 
secretos  de  la  política  que  pescaba  al  vuelo  en  casa  de 
su  padre.  Yo  estaba  habituado  al  trato  de  otra  clase  de 
gentes  y  poco  á  poco  fui  ganando  la  consideración,  después 
el  cariño  del  desgraciado  Dr.  Salinas,  con  quien  acabamos 
por  hacer  rancho  común  en  la  campaña. 

A  pocos  días  de  servicio  en  mi  alto  empleo  de  edecán 
de  S.  E.  sentí  la  vanidad  de  las  cosas  humanas.  Me 
aburría  enormemente  de  ver  entrar,  salir,  oir  hablar,  dis- 
cutir, y  todo  para  la  nada.  El  grave  General  se  mostraba 
superior  á  las  pequeñas  pasiones  d'ici-bas. 

Tras  la  narración  de  algunos  encuentros  que  tenían  lugar 
ya  cerca  de  la  ciudad,  me  deslizé  un  día,  al  ruido  de  los 
tintos,  como  decía  de  los  combates  después  el  General 
Rivas,  y  llegando  al  frente  de  una  guerrilla  nuestra,  hallé 
que  la  cosa  era  lo  mas  divertida:  tiro  va,  tiro  viene, 
avanzan,  se  retiran  los  nuestros,  según  se  ven  avanzar 
las  casacas  coloradas  de  los  veteranos  auxiliares  que  han 
estado  en  la  Tablada,  y  por  tanto  gente  muy  considerada 
y  respetable.  Andando  la  historia  y  repitiéndonos  las 
embestidas  alcanzamos  á  matar  á  dos  sin  embargo,  y  yo 
contemplaba  de  cerca  uno. 

Un  caso  de  estos  merece  consignarse  aquí,  aunque 
avance  cronológicamente  su  recuerdo.  Ocurrió  cuando  yo 
era  maestro  guerrillero.  A  fuerza  de  asistir  á  ellas  dia- 
riamente, como  colegial  escapado  á  las  tareas  de  las  aulas 
y  haciendo  Vécole  buissiouuiére.  Me  había  constituido  ayu- 
dante del  Capitán  D.  Joaquín  Villanueva,  tío  del  que  fué 
muchos  años  mi  amigo,  el  Senador  D.  Arístides. 

Don  José  Aldao  que  mandaba  las  fuerzas  enemigas, 
sabía  de  cuanta  importancia  era  para  la  moral  del  ejército, 
que  las  guerrillas  ó  avanzadas  no  sean  vencidas  y  al  efecto 
ponia  en  ellas,  su  pequeño  pero  aguerrido  grupo  de  vete- 
ranos. Nos  batíamos  todos  los  días  sin  resultado,  sino  es 
conservar  cada  bando  sus  posiciones.  Un  día,  no  habíamos 
parado  mientes  en  que  la  guerrilla  tendida  ante  la  nuestra 
se  había  venido  poquito  á  poco  ganando  terreno  y  acor- 
tando distancias  los  tiradores,  hasta  que  repente,  se  nos 
echaron  encima  y  no  hubo  mas  remedio  que  escaparnos 
■en  desorden  hasta   la  reserva  que   había  quedado  á  mas 


MEMORIAS  49 

distancia  que  la  que  previene  la  táctica.  Movióse  esta  al 
frente  nos  rehicimos  al  costado,  y  secundado  el  movimiento 
cargamos  á  nuestro  frente.  No  sé  de  donde  les  salió  á  los 
colorados,  que  á  su  turno  retrocedían  hasta  sus  reservas,  un 
oficial  sanjuanino  De  los  Ríos.  Vimos  á  mi  Rios,  revoleando 
ios  libes,  al  costado  de  los  colorados,  lanzarlos  y  prendérseles 
á  un  jastial  de  sargento,  liándole  los  dos  brazos  con  la  cara- 
bina y  la  rienda,  de  manera  que  el  caballo  se  quedó  parado. 
-Nuestra  guerrilla  se  detuvo  cuando  recuperó  su  altura  y 
yo,  perrito  de  todas  bodas,  no  teniendo  formación,  volví 
á  ver  manipularla  presa  á  mi  Alférez  Rios.  Hablase  des- 
montado y  acercádose  al  monstruo  inmóvil  como  una 
estatua  ecuestre  de  bronce:  solo  sé  que  el  encantado  auxiliar 
tenia  una  cara  y  hacia  unos  jestos  de  condenado  por  los 
libes,  que  le  impedían  movürse.  Ríos  no  tenía  sable,  puesto 
que  era  recien  escapado  de  San  Juan;  y  como  el  del  chino 
yacía  en  la  vaina,  principió  por  ahí  el  decomiso,  despren- 
diéndoselo de  la  cintura  y  ciñéndoselo  sin  discontinuar. 
Seguíase  la  tercerola,  pero  antes  de  desembarazarlo  de 
ella,  le  ordenó  desmontarse,  ofreciéndole  galantemente  un 
apoyo,  sin  el  cual  no  es  empresa  fácil  tocar  el  suelo  pre- 
cisamente con  los  pies  primero,  cuando  el  jinete  tiene 
liados  los  brazos.  Tenia  cuchillo  á  la  cintnra,  y  Ríos  se 
lo  resbaló  antes  para  evitar  discusiones  posibles;  proce- 
diendo en  seguida  á  desenvolver  las  bolas,  desprendiendo 
la  carabina  separadamente,  como  quien  coge  fruta  de  un 
árbol  y  dejando  al  ñn  respirar  al  pobre  prisionero  quien 
fué  enseguida  enviado  á  la  reserva.  Con  la  montura  hizo 
Ríos  lo  mismo,  tomando  de  ella  el  lazo,  el  maneador,  la 
manea  y  algún  otro  correaje,  pues  lo  demás  no  valía  la 
pena.  Desde  entonces  el  Alférez  Ríos  se  presentó  con 
•tercerola  á,  la  espalda,  como  un  iroquez  habría  llevado  á 
la  cintura  la  cabellera  escalpada  á   su  enemigo. 

Volviendo  á  la  narración  de  los  sucesos,  escapábame  to- 
dos los  días  á  las  guerrillas,  como  otro  á  los  alrededores 
de  París  al  bal  Mabille,  y  debo  decir  en  honor  de  la  verdad 
histórica,  que  yo  introduje  allí  en  la  táctica  de  guerrillas 
un  elemento  mal  ó  poco  usado,  aunque  sea  de  buena  ley  y 
de  antigua  invención.  Creo  que  remonta  á  los  salvajes  y 
por  analogía,  se  llama  chivatear,  por  lo  que  imita,  golpeán- 

ToMO  xux.  — 4 


50  OBRAS    DE   SARMIENTO 

dose  la  boca,  á  las  cabras  y  cabritos.  Fué  mi  cuerda  desd& 
niño  el  entusiasmo  exhuberante  y  todavía  se  derrama  de 
mi  alma,  no  obstante  lósanos,  esta  generosa  espuma  de  la 
vieja  cerveza.  Yo  animaba  las  guerrillas  con  mis  gritos, 
con  los  sobrenombres  dados  á  los  enemigos  que  usaban  por 
divisa  trapos  blancos  como  vírgenes  inmaculadas  y  plumas 
de  avestruz  en  los  sombreros,  porque  fué  el  instinto  fede- 
ral siempre  parecerse  á  los  salvajes! 

No  se  crea  reprobado  tal  uso  en  los  ejércitos,  sirviendo  al 
contrario  de  entretenimiento  y  animación  á  los  guerrille- 
ros. En  Montevideo,  durante  el  sitio  de  diez  años,  la  gue- 
rra estuvo  reducida  al  cañoneo  de  los  fuertes  y  á  los  com- 
bates de  guerrillas.  Cansados  al  fin  de  matarse  reciproca- 
mente sin  resultado,  se  introdujeron  usos  mas  cultos  y  casi 
inteligencias  entre  los  enemigos  que  suelen  establecerse 
en  los  grandes  sitios,  aun  entre  cristianos  y  musulmanes. 
En  los  últimos  años,  salía  la  avanzada  de  la  plaza,  pues  que 
de  noche  se  reconcentran,  á  ocupar  los  puestos  del  día 
anterior;  la  del  enemigo  había  hecho  otro  tanto;  se  cam- 
biaban algunos  tiros  pro  forma  y  en  seguida  se  dirigían  la 
palabra  de  un  lado  al  otro,  saludándose  los  conocidos,  pi- 
diendo noticias  de  sus  deudos,  los  que  los  tenían  en  las 
filas  contrarias  y  después,  comunicándose  recíprocamente 
noticias  sobre  los  recientes  sucesos,  bien  entendido  que 
eran  solo  los  desfavorables  al  enemigo  lasque  se  comuni- 
caban, sin  economizar  los  epítetos  de  cobardes,  montone- 
ros, gabachos,  traicioneros,  rocines  y  otros  por  el  estilol 
Un  oficial  de  guerrilla  de  entonces,  me  contaba  que  era  tal 
la  influencia  que  los  chistes,  las  pullas  y  diatribas  felices 
ejercían  sobre  el  ánimo  de  los  adversarios,  que  cuando  les 
venía  una  bien  condimentada,  quedaban  todos  abatidos  y 
mustios;  haciéndoles  mas  duradero  efecto  el  ridículo  del 
enemigo  que  una  bomba;  quedando  dos  ó  tres  días  anona- 
dados bajo  el  peso  de  la  burla  victoriosa,  hasta  nuevas  re- 
presalias y  restablecimiento  de  la  superioridad  en  el  chiste, 
como  en  la  bayoneta  ó  el  sable. 

Oh!  días  felices  de  la  juventud!  Yo  grité  en  la  vanguar- 
dia y  pequeños  encuentros,  hasta  la  víspera  de  la  derrota, 
en  que  me  las  había  con  otro  de  mi  calaña  del  enemigo  y 
nos  hubiésemos  ido  á  las  manos,  avanzando  poco  á  poco, 
cambiando  tiros  y  balandronadas,  si  mi  padre  no  viene 


MEMORIAS  51 

y  toma  de  un  brazo  al  edecán  guerrillero  y  lo  lleva  á  las 
lineas. 

Esto  merece  explicación.  Como  visitase  algunas  veces  la 
Maestranza  en  plena  actividad,  como  vi  mas  tarde  el  Vesu- 
vio,  aquella  tercerola  del  Alférez  de  los  Rios,  me  andaba 
siempre  trotando  por  la  imaginación.  Los  viejos  militares 
recuerdan  una  pequeña  carabina  de  caballería  llamada 
rifle,  con  la  bayoneta  unida  por  un  mecanismo  al  cañen, 
de  manera  de  cargar  sin  desprenderse,  con  solo  correrla. 
Me  hice  de  una  en  la  Maestranza  con  bandolera  y  buen  re- 
puesto de  cartuchos,  con  lo  que  agregué  á  los  gritos  y 
sobrenombres  de  vanguardia,  uno  que  otro  tiro  eu  apoyo  y 
sostén  de  lo  dicho. 

Sin  mas  accidentes  concluyó  para  siempre  este  aprendi- 
zaje de  la  guerra  en  el  servicio  mas  activo  é  inteligente  cual 
es  el  de  guerrillas,  que  es  el  mas  peligroso,  razón  porque 
deben  turnarse  los  cuerpos  en  el  servicio  de  avanzadas, 
sino  se  quiere  que  safran  enormes  bajas.  Puso  el  General 
Paz  de  plantón  en  una  azotea  cercana  á  la  guerrilla  á  un 
joven  orador  que  por  motivos  harto  aristocráticos  le  increpó 
exponer  «á  la  esperanza  de  la  patria»,  por  haber  ordenado 
una  salida  á  la  Guardia  Nacional  recien  organizada.  Y  el 
General  decía:  «los  demás  muchachos  toman  la  lección  por 
el  lado  ridículo;  pero  no  saben  el  peligro  que  corre.  Un 
oficial  no  puede  permanecer  quince  días  en  servicio  avan- 
zado de  guerrillas  sin  que  lo  maten.» 

Poco  después  vino  á  Montevideo  el  Boyero^  aquel  famoso 
sargento  de  granaderos  á  caballo  que  salvó  á  Zapiola  en 
Cancha  Rayada  y  que,  para  congraciarse  con  los  amigos  á 
quienes  en  el  Rio  IV  había  traicionado,  se  iba  á  las  guerri- 
llas á  cruzar  quolibets  y  chuscadas  con  el  enemigo.  Se  avan- 
zaba á  veces  en  el  campo  intermediario,  con  esa  indife- 
rencia del  veterano  intangible  y  gritaba  á  otro  de  sus 
antiguos  compañeros: — Che,  vení  pa  acá! — El  otro  contesta- 
ba— Si  de  hecho,  sos  tan  bruto,  quien  es  zonzo  par  diz!.. 
Aludía  á  los  puños  formidables  del  atleta  que  podía  rajar 
en  dos  un  cráneo  ó  desarticular  un  cuello  si  se  le  presen- 
tara á  tiro  de  revesino.  No  repitió  mucho  las  amenazas  y 
provocaciones,  sin  que  lo  bajasen  redondo  de  un  balazo  y 
fuese,  sin  chistar  palabra  en  esta  vida,  á  dar  cuenta  en  la 
otra  de  sus  pasados  errores. 


52  OBRAS   DR  SARMIENTO 


MANIOBRA  FRUSTRADA 


Don  José  Aldao  era  hombre  de  mucha  autoridad  y  expe- 
riencia y  después  de  tantos  años  de  dominio  y  con  el  auxi- 
lio de  sus  hermanos  y  otros  jefes,  mucho  trabajo,  había  de 
darles  á  nuestros  utopistas.  Sus  fuerzas  crecían  cada  día. 
Y  cada  día  venía  el  General  Moyano  y  encarecía  la  nece- 
sidad de  obrar  enérgicamente,  sin  lo  cual  cada  día  se  estre- 
charía mas  y  mas  el  círculo  en  torno  de  la  ciudad. 

El  General  Alvarado  hallaba  salida  á  todo,  lo  despedía 
contento  y  al  otro  día  volvía  con  la  misma  insistencia  inú- 
til, á  exigir  que  se  pusiese  en  campaña. 

En  la  «Vida  del  fraile  Aldao»,  lastimado  de  la  suerte  que 
cupo  á  tantos  por  su  causa,  traté  al  General  Alvarado  de 
imbécil,  y  leyendo  en  Salta,  escribió  á  Frías  (don  Félix),  di- 
ciéndole  que  observase  al  señor  Sarmiento  que  ya  él  se 
había  justificado  de  aquellos  cargos.  Contéstele  á  Frías: 
— Dígale  al  General  Alvarado  que  el  señor  Sarmiento  de 
hoy,  es  aquel  edecán  que  apenas  le  pintaba  el  bigote,  que 
lo  presenció  todo  día  á  día,  y  habló  con  los  jefes  hasta  el 
último  momento,  y  era  inseparable  del  secretario  de  Bolívar 
que  murió  fusilado.» 

Su  justificación  que  releo  ahora,  es  apenas  su  condena- 
ción, pues  denuncia  el  espíritu  dominante  en  los  viejos 
unitarios  y  la  escuela  teórica  de  Rivadavia. 

«Mi  primer  cuidado,  apenas  me  recibí  del  Gobierno,  dice 
la  justificación  del  benévolo  General,  fué  solicitar  de  la 
Legislatura  una  amnistía  para  los  anteriores  extravíos  de 
la  opinión,  y  la  restitución  de  las  garantías  individuales 
que  son  la  salvaguardia  de  las  personas  y  de  la  propiedad.» 
jQué  momento  para  constituir  una  Provincia,  con  los  tres 
Aldao  en  campaña,  experimentado  el  uno,  ebrio  consuetu- 
dinario el  otro,  loque  disculpa  no  sujetarse  á  lo  pactado,  y 
un  perillán  desvergonzado,  don  Francisco,  que  había  trai- 
cionado al  General  Vega,  acometiendo  los  cuarteles  vacíos 
en  San  Juan  después  de  firmada  la  pacificación,  que  trai- 
cionaba á,  su  hermano  José,  pidiendo  fuerzas  á  San  Juan, 
después  de  haberse  sometido  aquel  y  muriendo  después 
en  la  ejecución  de  otra  intriga  ó  víctima  de  la  embriaguez 
del    fraile,    como  se    verá  mas  adelante. 


MEMORIAS  53 

La  guerra  cierra  las  puertas  del  Templo  de  Jano  y  abrir- 
las de  par  en  par,  es  simplemente  imbecilidad,  como  tuve 
el  honor  de  escribirlo  en  1845  en  la  «Vida  de  Aldao»  y  de- 
járselo sospechar  al  Ministro  del  Interior  doctor  Rawson, 
en  1863. 

No  son  estas  ideas  empero,  fruto  de  los  años  y  del  estu- 
dio de  las  Constituciones.  Ya  en  1845  en  Chile,  explicaba 
la  ineficacia  de  la  defensa  de  los  liberales  en  Mendoza. — 
«Estos  hombres  ilusos  se  empeñaban  en  establecer  desde 
luego  las  formas  constitucionales  por  las  que  tanto  ansia- 
ban; el  respeto  á  las  vidas  era  su  axioma  y  las  discusio- 
nes parlamentarias  su  medio  de  acción  y  sus  enemigos 
aprovechaban  de  esta  infatuación  para  encadenarlos  de 
nuevo.»  fVida  de  Aldao.)  ® 

En  la  segunda  edición  de  la  «Vida  de  Aldao»,  el  autor 
atenuó  el  epíteto  de  imbécil  dado  al  General  Al  varado,  por 
el  de  desapercibido. 

La  histórica  de  aquel  episodio,  el  mas  sangriento  de 
nuestras  guerras  civiles  y  uno  de  los  mas  fecundos  en  con- 
secuencias funestas,  la  hizo  don  José  Calle  en  un  escrito, — 
Memoria  de  los  acontecimientos  mas  notables  en  la  Provincia  de 
Mendoza  de  1829  á  1831. — Está  escrito  en  el  lenguaje  pom- 
poso de  la  época  y  respirando  la  narración  por  las  anchas 
heridas,  frescas  aun.  «En  el  catálogo  de  los  hechos  que 
vamos  á  referir,  dice  don  José  Calle,  de  las  matanzas  que 
sucedieron  á  nuestra  derrota  en  el  Pilar,  se  nota  constan- 
temente el  delirio,  la  falsedad  y  la  corrupción.  Se  observa- 
rá la  debilidad  misma  enmudecida  con  el  terror,  la  justicia 
en  el  mayor  abandono,  la  buena  fe  y  el  patriotismo  he- 
chos el  juguete  de  miserables  hipócritas  y  facciosos  y.  de 
un  espíritu  excesivamente  sanguinario  y  brutal.» — (Pági- 
na 103.) 

Imposible  que  no  fuesen  derrotados  hombres  que  piensan 
y  escriben  así. 

Todos  los  gobiernos  del  mundo,  aun  los  mas  libres,  prin- 
cipian la  guerra  por  suspender  las  garantías  individuales 
Para  hacer  lo  contrario,  fúndase  el  General  Alvarado  en 
que  siempre  ha  creído  que  la  República  Argentina  necesi- 
ta una  Constitución,  «sobre  todo,  que  ha  mi  profesión,  no 
«  me  ha  parecido  nunca  el  medio  seguro  de  alcanzar  la  orga- 
«  nizacion  nacional.» — Y  según  la  misma  exposición,  em- 


54  OBRAS    DE   SARMIENTO 

prendió  hacer  un  anticipo  de  veinte  años  del  futuro  gobier- 
no nacional,  al  día  siguiente  de  estallada  la  guerra  intestina 
en  la  Provincia  y  amagada  de  una  invasión  exterior  de  las 
fuerzas  de  San  Juan  y  la  Rioja  que  vino  en  efecto.  Toda  la 
defensa  es  de  este  calibre.  Se  propone  someter  pacifica- 
mente á  los  hermanos  Aldao  que  poseían  la  tradición  y 
práctica  del  poder  y  un  cuadro  magnifico  de  tropa  de  línea 
y  lo  burlan,  quedándose  en  casa  de  Gobierno  como  rehén 
el -mas  cínico  de  todos,  Francisco,  para  espiar  todos  sus 
actos,  Don  José  en  Coro  Corto,  medkamentándose  y  el  fraile 
al  mando  de  la  tropa  de  línea,  negándose  á  una  entrevista 
con  el  Gobernador.  El  sentido  común  del  público,  aun  de 
los  indiferentes,  se  sublevaba,  auxiliado  por  los  chascos  y 
desencantos  que  traían  cada  día  uno  en  pos  de  otro,  las  can- 
dideces de  aquel  grave,  impasible  Don  Quijote  de  la  paz 
en  medio  de  la  guerra,  y  que  acaba  con  toda  esperanza, 
como  con  toda  autoridad,  hasta  que  las  tropas  se  sublevan, 
pidiendo  salir  en  busca  del  enemigo,  cuando  ya  había  pri- 
vado de  agua  á  la  ciudad  y  reunido  fuerzas  poderosas. 

El  General  Alvarado,  con  la  jactancia  que  suele  ser 
común  á  los  viejos  generales  déla  Independencia  que  han 
tenido  al  frente  tropas  regulares,  habla  con  menosprecio 
de  las  de  Aldao  y  sin  razón.  Tenían  según  el  mismo 
130  auxiliares  y  200  colorados  de  Quiroga  salvados  de  la 
batalla  de  la  Tablada  y  las  mejores  tropas  de  caballería 
de  entonces,  fuera  de  los  Coraceros.  Los  ochocientos 
sanjuaninos  y  riojanos  tenían  la  fuerza  de  cohesión  que  da 
la  guerra  en  país  enemigo,  contra  la  desagregación  á  que 
están  sujetas  las  milicias  en  su  propio  país,  como  sucedió 
á  las  nuestras. 

Tenían,  pues,  los  Aldao,  mil  hombres  de  caballería  con 
cuatro  jefes  espertos  y  subordinados  entre  sí  y  toda  la 
Provincia  de  Mendoza,  rica  en  caballos  y  recursos  y  la  de 
San  Juan  á  retaguardia.  Eran,  pues,  superiores  á  nosotros 
siempre  que  supiesen  esquivar  un  encuentro  con  la  infan- 
tería. En  cambio  nosotros  podíamos  asegurar  con  ella  y 
las  calles,  todo  el  territorio  al  Oeste  del  Sanjon  que  es 
mucho  y  cuanto  mas  se  quisiera. 

Pero  la  inacción  de  mi  Gen  eral  Alvarado,  debía  perderlo 
todo,  á  pesar  de  una  hábil  operación  que  ejecutó  con  el 
mas  cumplido  mal  éxito. 


MEMORIAS  55 

Durante  los  primeros  meses  de  reacción  contra  los  Aldao 
nada  se  hizo,  mientras  estos  tenían  la  Provincia  entera  por 
suya  y  allegaban  tropas  diariamente,  al  plantel  de  línea 
<3e  caballería  que  hace  siempre  el  núcleo  de  la  resistencia 
en  campo  abierto.  Yo  presenciaba  diariamente  los  cargos, 
las  súplicas  de!  General  Moyano,  repitiéndolas  mas  apre- 
miantes á  cada  nuevo  revés. 

Cuando  nos  arrebataron  la  carneada  á  una  cuadra  de  la 
Iglesia  de  San  Nicolás,  es  decir,  á  nuestras  mismas  b.arbas, 
le  decía  Moyano: — ¡Señor,  esto  es  una  vergüenza!  nos  in- 
sultan y  ponen  en  ridículo  delante  de  nuestros  propios  sol- 
dados. El  General  Alvarado  probaba  como  tres  y  dos  son 
cinco,  que  nuestra  situación  era  brillante  y  fuera  de  todo 
peligro. 

Todos  los  días  se  renovaban  estas  escenas;  y  en  saliendo 
Moyano,  empezaban  los  comentarios  entre  el  Dr.  Salinas, 
secretario.  Albarracín  tesorero  y  yo  edecán  honorario  y 
pasábamos  en  revista  la  situación,  premiábamos  y  castigá- 
bamos generales,  como  es  la  función  de  antigua  data  y  el 
deber  de  su  propia  plana  mayor.  Estas  escenas  las  he 
visto  repetir  mucho  después,  cuando  otros  eran  generales 
cómo  Alvarado,  sin  mas  diferencia  que  yo  estaba  mas 
arriba,  en  posición  de  meterles  un  poco  de  azogue  en  las 
venas  para  mover  su  pachorra.  ¡Cuantas  razones  estraté- 
gicas, económicas  y  aun  políticas,  hay  siempre  para  dejarse 
estar! 

Un  día,  se  da  la  orden  de  ponerse  en  marcha  el  ejército. 

¡Qué  alegría  en  todo  el  campo!  qué  actividad  en  el  cuartel 
general;  qué  apretones  de  manos  entre  los  amigos!...  Al 
fin!...  Qué  gravedad  y  compostura  en  el  porte  y  semblante 
del  antiguo  General  de  los  Ejércitos  de  la  Independencia. 

Salimos  hacia  el  Este  de  Mendoza,  no  me  acuerdo  por  qué 
calles,  marchamos  fuera  de  la  ciudad  hasta  la  tarde  y  hubo 
un  alto.    ¿Adonde  iríamos?    Eso  solo   el  General  lo  sabía. 

Entrando  la  roche,  nos  pusimos  en  marcha,  y  un  Mayor 
Estrella  que  venía  en  el  Estado  Mayor,  nos  dijo  que  con- 
tramarchábamos,  del  Carrizal  á  donde  habíamos  llegado. 
Esto  me  contrarió  mucho.    ¿Nos  volvíamos  sin  combate? 

Ahora  muy  avanzada  de  la  noche  hicimos  alto,  se  escogió 
campamento  para  el  Cuartel  General,  y  se  vieron  luego 
brillar  como  rojas  estrellas  los  cien  vivacs  del  ejército.    Te- 


56  OBRAS  DE  SARMIENTO 

níamos  la  infantería  cerca  y  á  nosotros  nos  tocó  un  huerto- 
de  manzanos,  con  la  alfalfa  á  la  rodilla.  Cada  uno  ató  su^ 
caballo  en  un  tronco  y  á  veces  seis  en  el  mismo,  sin  cui- 
darse mucho  de  la  larga  dada  á  cada  uno. 

Chisporrotearon  los  churrascos  y  creo  que  en  el  Temple 
de  Jerusalen  en  día  de  solemne  holocausto,  no  se  com- 
placieron mas  las  narices  del  Altísimo  al  llegarle  el 
humo,  gordo,  perfumado  y  hasta  sabroso  de  mil  asados 
que  están  atisbando  devotos.  Un  Comandante  de  Caba- 
llería, fusilado  después,  y  que  había  hecho  largas  cam- 
pañas á  los  indios,  limpiaba  después  de  regalar  su  ham- 
bre, el  cuchillo  en  la  bota  de  potro  y  en  seguida  con  el 
revez  de  la  mano,  se  limpiaba  la  boca,  arreando  losi 
gruesos  labios  de  derecha  á  izquierda,  de  izquierda  á  dere- 
cha y  en  seguida,  repetía  la  misma  operación  en  la 
bota  para  descargar  la  mano  de  la  grasa  recogida  como. 
lo  había  hecho  antes  con  el  enorme  alfajor:  y  toda  la 
operación  con  la  cómica  gravedad  y  compostura  de  un 
cacique,  que  nos  hacía  perecer  de  risa. 

Al  amanecer  sin  aclarar  todavía,  que  es  cuando  mas 
arrecia  el  sueño,  unas  descargas  y  tiroteos  casi  en  nuestras 
orejas  nos  puso  de  punto  y  en  indecible  confusión  á  los 
caballos  amarrados  á  lazo  largo  en  los  manzanos,  inten- 
tando disparar,  enrredándose,  dándose  coces.  Algunos  ofi- 
ciales despavoridos,  saltaron  sobre  sus  caballos  en  pelo  y 
alguno  arranca,  trayéndolo  á  la  razón  y  al  suelo,  al 
aturdido  ginete  que  no  había  cuidado  de  desatar  primera 
al  animal. 

Minutos  después,  estábamos  listos  y  el  ejército  en  orden 
de  parada.  Restablecida  la  calma,  siguióse  el  solemne 
silencio  de  la  espectativa,  cuando  llegó  el  primer  avisa 
de  la  vanguardia. 

El  enemigo  había  pasado  por  sobre  nosotros,  sorpren- 
diendo dormidas  ó  descuidadas  las  fuerzas  que  guardaban 
el  paso  y  á  las  primeras  palabras,  comprendí  que  la 
salida  á  campaña,  la  marcha  y  la  cautelosa  contramarcha^ 
era  una  hábil  operación  militar,  concebida  en  el  gabinete 
y  que  por  negligencia  en  la  ejecución,  ú  otras  causas, 
se  había  frustrado. 

Cincuenta  y  tres  años  después,  leo  el  relato  del  Genera^ 
y  todas  las  impresiones   de  entonces   se   me    despiertan». 


MEMORIAS  57 

revistiendo  las  palabras  impresas,  aquellas  mismas  car- 
daduras de  los  objetos  vistos  cuando  el  sol  naciente  ilu- 
minaba el  campo,  cada  uno  en  su  puesto,  después  que 
el  desenlace  del  drama  se  nos  presenta:    Manqué t 

Copiaré  la  relación  auténtica  del  General.  Sábese  ya 
que  en  San  Juan  está  el  General  Villafañe  de  la  Rioja 
con  seiscientos  hombres  y  que  el  descreído  Francisco 
de  aquella  familia  de  tiranuelos  había,  sin  autorización 
del  Jefe  militar  y  el  mayor  de  edad,  pedido  al  gobierno 
de  San  Juan,  avanzase  tropas  en  auxilio  de  una  revo- 
lución que  no  existía.  Oigamos  á  nuestro  General:  — 
«  Los  enemigos  situados  aquella  noche  en  el  Plumerillo» 
«  Rodeo  de  Videla,  ascendían  á  130  auxiliares,  200  colo- 
«  rados  de  Quiroga  y  60  á  70  milicianos  del  Plumerillo. 
« Este  era  el  total  de  la  derecha  ó  sea  la  división  de 
«  D.  Félix  Aldao.  Seiscientos  á  setecientos  sanjuaninos  y 
«  riojanos  formaban  el  centro,  ó  división  de  Villafañe  y 
«  cuatrocientos  milicianos  de  Lujan,  Cruz  de  Piedra,  San 
«  Carlos  y  otros  puntos  del  Sur,  mal  armados  y  sin  moral 
« alguna  estaban  á  las  órdenes  del  coronel  Francisco 
«  Aldao».  No  era  mas  la  fuerza  enemiga,  prosigue  el 
General  Alvarado,  digan  lo  que  que  quieran  Don  Manuel 
Zapata  y  otros  que  se  hallaban  presentes. 

«Me  resolví,  dice  Alvarado,  después  de  alguna  operación 
«  frustrada,  á  tomar  la  defensiva,  esperando  que  las  co- 
te municaciones  dirigidas  al  General  Paz  el  27  de  Agosto 
«y  los  encargos  repetidos  á  la  comisión  de  San  Luis,^ 
«  produjeran  el  efecto  de  ser  auxiliados  por  100  hombres 
«  de  caballería  de  línea  y  algunos  jefes.  Creí  sin  embargo 
ce  deber  hacer  otra  tentativa  persuadido  que  los  x4.1dao 
« intentaran  dar  un  golpe  á  la  partida  sitiada  en  las 
«  Barrancas,  por  considerarla  aislada,  la  mandé  reforzar 
(f.  solamente;  pero  á  la  tarde  hice  mover  toda  la  división 
«  en  dirección  al  Carrizal  y  por  una  contramarcha  en  la 
a  noche  (para  ocultarle  la  operación  al  enemigo)  me  situé 
«  á  las  tres  de  la  mañana  en  las  Barrancas.  En  efecto, 
«  mis  cálculos  no  salieron  fallidos.  El  coronel  Aldao  se 
«había  movido  sobre  este  punto;  pero  el  Capitán  Don 
« Joaquin  Villanueva  que  estaba  allí  de  servicio  desde 
«  algunos  días  antes,  recibió  mis  órdenes  para  avanzarse 
«  hasta  cubrir  el  camino  que  cruza  del  Carril  á  Barrancas 


58  OBRA.S   DE   SARMIENTO 

«  y  Barriales,  y  no  las  cumplió.  El  sin  duda,  no  se  pe- 
«  netró  de  su  importancia  al  recibirlas  y  el  resultado 
«  fué  que  la  división  de  Aldao  encontró  esta  noche  des- 
ee cubiertas  las  avenidas  de  mi  campo,  se  colocó  sin  ser 
«  sentido  sobre  la  posición  de  una  compañía  de  mi 
«  infantería  que  cubría  mi  derecha  y  rompió  sus  fuegos 
«  sobre  el  campamento.  Ellos  fueron  la  señal  de  alarma 
«  y  si  no  es  la  sorpresa  que  Aldao  recibió  al  sentir 
«  contestados  sus  tiros  por  descargas  de  infantería,  á  la 
«  que  no  había  creído  encontrar  allí,  aprovecha  las  ven- 
te tajas  que  le  ofreció  nuestro  descuido.  Pero  so  retiró 
«  precipitadamente  á  los  Barriales  y  el  Capitán  Yillanueva 
«  fué  el  que  nos  privó  de  un  triunfo  indudable.  Con 
«  este  motivo  fué  preciso  reconvenirlo  de  un  modo  algo 
«  serio»  —  (fusilarlo  manda  la  ordenanza)  —  pero  me  con- 
ci  testó  que  el  era  un  vecino  y  que  trabajaba  sin  aspira- 
<  raciones  y  sin  obligación  de  sufrir.  A  los  pocos  días 
«  se  retiró  á  su  casa,  sin  licencia  alguna  del  gobierno,  y 
«  volvió  después  á  la  división,  solicitado  por  D.  Agustin 
«Bardel,  En  este  caso  estaban  todos  los  Jefes  y  oficiales 
«  y  por  esto  se  juzgará  de  mi  posición.»  —  (pág.  20). 

¿Quién  no  recuerda  el  cargo  del  Gran  Capitán,  en  Santa 
Elena,  contra  Grouchy,  el  valiente  Grouchy,  que  no  cum- 
plió sus  órdenes  de  perseguir  á  Blücher,. después  de  de- 
rrotado en  Mont  Saint  Jean,  con  lo  que  había  dado  tiempo 
de  rehacerse  y  acudir  en  auxilio  de  Wellington  en  el 
momento  sicológico  de  la  batalla  de  Waterloo  y  decidiendo 
la  jornada  en  favor  de  la  libertad  del  mundo  y  de  la  moral? 
Pasaron  los  años  y  murió  Grouchy,  protestando  en  vano 
contra  el  cargo  y  la  imputación  inmerecida;  la  redacción 
oficial  prevalecía,  hasta  que  el  Coronel  Charras  tomó  en 
manos  los  autos  de  aquel  gran  proceso  y  comparando  las 
órdenes  del  día  de  los  tres  ejércitos  y  los  partes  de  los 
generales  de  división,  resultó  que  el  emperador  no  dio 
la  orden  sino  seis  horas  después  de  la  batalla  de  Mont 
Saint  Jean  y  seis  horas  no  se  reparan  con  derrotados. 

Al  General  Kebir,  llamado  así  por  los  mamelucos,  al 
general  Rayo,  se  había  sucedido  en  la  edad  adulta  un 
imbécil,  como  tengo  el  sentimiento  de  haber  llamado  al 
General  Alvarado,  y  sino  un  imbécil,  un  tirano  egoísta, 
sin  honor  é  infiel  á  todo  compromiso.    Resultó  que  pasado 


MEMORIAS  59 

Mont  Saint  Jean,  Bonaparte  enchido  de  orgullo  ocupó  horas 
enteras  en  quejarse  de  los  liberales  de  París  que  le  ha- 
bían hecho  jurar  una  Constitución.  Apenas  obtenido  un 
primer  triunfo  y  aunque  quedaba  Wellington  que  no  se 
cocia  á  dos  hervores,  ya  no  pensaba  mas  que  pasar  por 
encima  de  la  Constitución.  Los  Mariscales  se  asombra- 
ban de  ver  lo  que  preocupaba  al  vencedor  y  está  probado 
que  Grouchy  inquieto,  lo  seguía  á  corta  distada  mientras 
se  paseaba,  se  le  ponía  casi  por  delante,  mirándolo  con 
intención,  provocándolo  á  darle  órdenes  de  perseguir  á 
los  derrotados.  Pero  el  Emperador  estaba  triunfando  con- 
tra los  «ideólogos»  de  París  y  no  el  general  contra  el 
enemigo  y  Grouchy  no  vio  á  los  prusianos  ese  día. 

Algo  parecido  ocurre  en  la  justificación  del  General 
Alvarado.  Ignoro  si  el  Capitán  Yillanueva  estaba  desta- 
cado en  esta  comisión^  yo  me  había  separado  de  mi 
maestro  de  guerrillas  hacía  días  por  un  incidente  pueril. 
Un  día  recibo  orden  del  General  Moyano  de  presentar- 
me en  el  Cuartel  General.  Llegado  á  su  presencia — ¿De 
dónde  viene  el  Sr.  Edecán,  que  no  se  le  encuentra  en 
su  puesto? — Tengo  de  las  guerrillas,  mi  General. — Entre- 
gue Yd.  ese  rifle — Si  es  mió  señor... — Un  oficial  no  lleva 
rifle  como  un  soldado. — Y  hube  de  entregarlo.  Después 
supe  que  era  obra  de  mi  padre,  denunciarme  como  ra- 
bonero y  hacerme  quitar  el  embeleco  como  á  un  chiquillo. 
Me  sentí  verdaderamente  humillado  en  mi  carácter  de 
héroe   en  ciernes.- 

Debido  á  esta  circunstancia  estaba  separado  de  Yilla- 
nueva; mas  es  tan  grave  el  cargo  que  se  hace  pesar 
sobre  la  memoria  de  mi  amigo,  á  quien  vi  por  la  última 
vez  en  la  derrota,  que  no  debo  dejarlo  pasar  sin  medir 
sus  quilates. 

Las  Barrancas  habían  venido  á  hacerse  el  punto  estra- 
tégico de  la  campaña.  Solo  allí  podía  evitarse  la  conjun- 
ción de  las  dos  divisiones,  la  mendocina  de  los  Aldao,  y 
la  sanjuanino  riojana  que  llegaba  al  mando  del  General 
Yillafañe.  Es  este,  como  se  sabe,  el  grande  objetivo  de  la 
guerra. 

Había  ademas  otra  consideración  para  obrar  con  mucha 
cautela,  y  es  que  el  tiempo  era  nuestro  aliado  natural. 
Triunfante  el   General  Paz  en   la   Tablada,  nuestras  co- 


60  OBRAS  DE   SAKMIBNTO 

municaciones  estaban  de  hecho  establecidas  y  no  debían 
pasarse  días  sin  que  se  hiciesen  sentir  las  fuerzas  de- 
Córdoba,  en  Mendoza. 

Ni  Aldao  en  busca  de  Villafañe,  ni  este  para  incorpo- 
rarse á  las  fuerzas  mendocinas,  habían  de  intentarlo  por 
destacamentos,  sino  con  todas  sus  fuerzas  reunidas. 
¿Qué  significa  entonces,  este  Capitán  Villanueva  con  su 
compañía  de  setenta  hombres  mandado  á  los  Barriales  á 
atajarles  el  paso  á  una  ú  otra  división? 

Pudo  en  efecto,  ser  mandado,  pues  era  el  oficial  de  mas 
prestigio  que  teníamos  y  lo  prueba  el  hecho  de  tenerlo 
casi  de  plantón  en  las  guerrillas  diarias,  para  oponerlo  á 
los  veteranos,  los  de  las  casacas  rojas.  Pero  de  todos  modos» 
es  inexplicable  la  magnitud  de  la  obra  encargada  á  un 
simple  capitán   con  tan  poca  gente. 

El  hecho  material  producido,  el  rumor  constante  del 
campamento,  y  la  inspección  de  los  lugares,  deponen  en 
contrario  de  la  fácil  aserción  del  general  en  jefe.  Las 
Barrancas  son,  lo  que  su  nombre  dice,  un  terreno  de 
aluvión  ó  greda  de  seis  varas  de  espesor,  desgarrado  por 
las  avenidas,  (*)  que  han  abierto  unos  á  guisa  de  calle- 
jones que  facilitan  el  tránsito  de  un  lado  á  otio.  Estos 
callejones  son  gargantas,  desfiladeros  en  algunas  partes 
estrechados  por  cuadras,  entre  las  barrancas  inaccesibles 
que  figuran  murallas. 

Una  de  las  divisiones  debía  pasar  por  aquí  y  la  habi- 
lidad de  la  operación  del  general  Alvarado,  estaba  en  esco- 
jer  este  punto  y  colocarse  con  toda  la  división  á  la  salida. 
Cuando  yo  inspeccioné  los  lugares,  vi  que  había  podido 
encerrarse  como  en  una  jaula  á  un  ejército  entero,  con 
solo  esconder  una  compañía  de  infantería  cerca  de  la 
entrada,  para  cerrarla  después  de  haber  dado  paso  al 
enemigo  y  coronar  las  barrancas  con  la  infantería  y  ren- 
dirlos al  paso  por  debajo  de  las  bocas  de  los  cañones  de- 
sús fusiles. 

¿Quién  fué,  pues,  que  el  que  descuidó  y  dejó  pasar  el 
enemigo  sin  obstáculo,  viniendo  por  el  contrario  á  pisotear 
al  general  mismo  en  su  propia  cama  ? 


(1)   Torrentes  impetuosos  que  se  improvisan  con  los  deshielos  de  la  montaña. 

( A"o(a  del  Editor). 


MEMORIAS  61 

Confesemos  que  fueron  muchos  los  que  descuidaron  las 
mas  sencillas  reglas  del  servicio.  ¿Mandó  el  general  un 
ayudante  á  los  Barriales,  á  ver  si  el  capitán  estaba  en 
su  puesto  y  prevenido  de  la  proximidad  de  nuestro  ejército? 
¿Se  pusieron  avanzadas  en  aquel  camino,  de  manera  que 
el   enemigo  no  nos  pisase  dentro  del  mismo  campo  ? 

Todo  hace  creer  que  nada  se  hizo  y  que  el  general  se 
echó  á  dormir  á  la  bartola,  olvidándose  solo  esta  vez,  que 
todos  éramos  reclutas  y  que  el  general  debe  repicar  y 
andar  en  la  procesión,  mandarlo  y  hacerlo. 

Esta  fué  la  causa  constante  de  los  triunfos  del  General 
Paz.  A  las  tres  de  la  mañana  de  una  noche  lluviosa 
caía  sobre  una  guardia  avanzada  y,ay!  del  oficial,  si  al 
hacer  levantar  las  casoletas  para  inspeccionar  cada  fusil, 
encontraba  que  alguno  estaba  sin  piedra.  Ira  de  Dios! 
Era  mayor  crimen  que  haberse  pasado  al  enemigo  y 
prueba  visible  de  que  el  pobre  oficial  era  un  traidor. 
Detestábanlo  pasablemente  los  oficiales  y  cuando  lo  veían 
pasar  á  caballo,  en  los  primeros  tiempos  del  sitio  de 
Montevideo,  cubiertas  de  barro  las  botas,  en  sus  rondas 
de  inspección  bajo  una  lluvia  de  balas,  —  Hi.  de  p. — 
decían  los  resentidos  reclutas,  ahora  te  lleve  la  cabeza 
una  bala  y  á  nosotros  nos  lleve  el  diablo,  —  porque  gra- 
cias á  esos  hábitos,  los  soldados  podían  como  Napoleón, 
la  víspera  de  Austerlitz,  dormirse  á  pierna  suelta  sobre 
los   sonados  y  esperados  laureles   del  día  siguiente. 

Verdad  es  que  estas  operaciones  estratégicas,  aun  las 
mas  bien  combinadas,  están  sujetas  á  mil  contratiempos 
en  la  ejecución.  El  General  Bonaparte  para  acordarlas, 
daba  cronómetros  á  sus  generales,  cartas  topográficas 
detalladas  é  itinerarios  verificados  y  aun  así  le  fallaban 
muchas. 

Nuestra  retirada  de  Jachal  á  San  Juan,  después  de 
Niquivil,  era  una  admirable  concepción,  valientemente 
ejecutada;  pero  llegados  á  San  Juan  los  milicianos  se 
dispersaron  por  ver  á  sus  familias,  la  infantería  se  va 
á  su  casa  y  el  ejército  desaparece.  Era  una  desgracia 
imprevista  que  hubiésemos  tomado  prisionero  al  pillo 
Francisco  Aldao,  que  faltó  á  su  palabra  desde  que  se 
vio  libre  y  fuerte.  Como  fué  otra  que  el  Comandante 
■Castro    fuese   al  Pocito   y   pintase    á  mi   Comandante  la 


62  OBRAS   DE   SARMIENTO 

situación  como  desesperada,  pues  con  los  setecientos 
caballos  gordos  que  tan  gloriosamente,  en  mi  sentir, 
había  tomado  yo,  la  habríamos  tirado  para  Córdoba, 
pues  ya  estaba  despejado  el  camino. 

Cuando  el  Director  de  la  Guerra  contra  el  Chacho, 
recibió  orden  del  General  Paunero  enviar  á  Córdoba  el 
6»  de  línea  que  se  hallaba  en  la  Kioja,  habiendo  ya 
elevado  su  renuncia  y  por  su  empleo  de  Gobernador 
no  pudiendo  tener  funciones  subalternas  en  el  ejército 
de  operaciones  activas,  pasó  nota  al  Coronel  Arredondo, 
jefe  en  campaña  con  el  6°  y  fuerzas  sanjuaninas,  dicién- 
dole  que  si  no  creía  posible  y  útil  ejecutar  la  orden, 
pues  no  llegaría  ni  en  un  mes  á  Córdoba,  y  quería 
asumir  personalmente  la  responsabilidad  del  acto,  se 
dirigiese  inmediatamente  al  Chañar,  punto  extremo  de 
los  llanos,  camino  de  Córdoba,  á  donde  llegaría  infali- 
blemente el  Chacho,  derrotado  en  diez  días  mas.  Aceptó 
la  indicación  el  Coronel,  llegó  al  Chañar,  y  según  el 
Comandante  Brihuega,  que  lo  acompañaba  con  sus 
rifleros  sanjuaninos,  se  acantonó  en  medio  de  un  ras- 
trojo, donde  al  día  siguiente  de  llegado,  una  mujer  pa- 
triota vino  á  avisarle  que  el  Chacho  estaba  en  su  casa 
y  se  preparaban  para  asaltarlo,  pues  no  tenía  la  caba- 
llada á  mano ;  advertido  y  listo,  el  Chacho  tomó  las  de 
Villadiego  y  ejecutó  una  hazaña,  que  fué  dar  la  vuelta 
de  la  Provincia  de  la  Rioja,  por  sus  cuatro  términos, 
volviendo  á  su  punto  de  partida,  después  de  haberle 
hecho  matar  todos  sus  caballos  á  la  división  que  lo 
perseguía. 

El  oportuno  consejo  tan  bien  aprovechado  por  Arre- 
dondo, fué  malogrado  por  un  hora  de  discrepancia. 

Sucedióle  lo  mismo  el  Coronel  Mitre,  cuando  invadió 
á  los  indios  de  Catriel  sublevados  en  Tapalqué.  Exe- 
lentes  vaquéanos  sabían  el  punto  donde  habían  ido  á 
establecer  los  toldos.  La  divisiou  se  acercó  en  la  noche, 
sin  que  los  indios  sintiesen  la  proximidad  de  los  cris- 
tianos. Unas  taperas  eran  la  señal  de  estar  ya  próximos. 
Los  vaquéanos  creyeron  haber  ya  tropezado  con  ellas  y 
fué  preciso  marcar  el  paso  un  poco,  hasta  aguardar 
los  primeros  albores.  Un  vaqueano  indeciso  se  ponía  de 
rodillas  á  rezar  y  lamentarse.    El  día  alboreó:  los  toldos 


MEMORIAS  63 

estaban  á  ocho  leguas  todavía  de  distancia.  Los  indios 
tomaron  caballos  en  presencia  de  los  polvos  y  tuvieron 
tiempo  de  montar  á  la  chusma  ...  jQué  burlas  al  pobre 
Coronel  que  había  jurado  que  ni  la  cola  de  una  vaca 
(rabona),  se  llevarían   los  indios  I 

Pero  caso  mas  lamentable  y  mas  al  caso,  debo  recordar 
para  que  tan  grande  concepto  no  quede  ignorado  de  cada 
generación,  que  todavía  no  cree  sino  en  la  presteza  del 
caballo. 

Había  un  comerciante  y  proveedor  enrichi  pretendido 
enriquecer  la  náutica  con  un  invento  de  su  caletre.  Pedí- 
rnosle por  amistad  que  se  consultase  antes  con  gente  del 
arte  y  nos  contestó  que  estaba  rico  y  quería  darse  el  gusto 
de-hacer  su  ensayo,  saliese  lo  que  salgare.  Un  mecánico, 
sin  ser  muy  entendido,  me  explicó  en  que  consistía  la  alu- 
cinación:— Cree  qi:e  aumentando  las  hélices,  duplicará  el 
impulso,  sin  acordarse  que  el  impulso  depende  de  la  mayor 
fuerza  motriz.  Es  lo  mismo  que  un  remero  tome  dos  remos 
para  representar  la  fuerza  de-  dos  remeros.  Si  tomase 
cuatro  el  resultado  seria  el  mismo;  un  hombre  remando. 
Era  en  fin,  para  darme  cuenta  yo  del  caso,  lo  de  las  capi« 
rusas  del  sastre  del  Quijote:  se  le  encargaba  hacer  una  da 
una  estrecha  tira  de  paño.  Vaya  para  una  capiruza  chica 
y  para  dos,  vamos.  La  exigencia  fué  hasta  arrancarle  al 
taimado  sastre  la  obligación  de  hacer  seis.  Presentóse  con 
una  capirucita  en  cada  dedo  de  la  mano  y  todavía  le  so- 
braba para  la  otra,  tanto  había  dado  de  sí  la  tira  estrecha 
de  paño. 

Pues  bien,  durante  la  sublevación  número  que  se  yó 
cuantos  del  majadero  López  Jordán,  yacía  en  el  río  de 
Lujan  el  armazón  de  dos  naves  aparejadas  que  era  el  casco 
del  malhadado  ensayo  del  Fulton  Méndez,  y  el  Presidente 
que  pasaba  con  frecuencia,  de  tránsito  para  las  siempre 
verdinegras  y  húmedas  islas,  saludaba  tristemente  aquel 
error  y  como  estaban  aparejados  para  llevar  ganados  al 
Entre  Ríos  con  un  corral  sobre  cubierta,  el  náutico  Pi'esi- 
dente  empezó  á  hallarle  aplicación  á  la  guerra  actual, hizo 
propuesta  de  compra  y  obteniéndola,  se  la  mandó  al  Mi- 
nistro de  la  Guerra  que  reunía  en  el  Paraná  caballadas  de 
Santa  Fe  y  fuerzas  que  debían  transportarse  de  un  lugar 
á  otro.     El   mueble  era   mandado  hacer  exprofeso  para 


64  OBRAS  DE  SARMIENTO 

transporte  fluvial.  Pero  una  innovación  sugiere  otra  mas 
•estrepitosa,  y  en  un  pelo  estuvo  que  la  historia  militar  se 
enriqueciese  con  un  hecho  de  armas  que  dejase  pequeñitos 
al  General  Paez  que  tomó  un  buque  español  con  su  caba- 
lleria  en  el  puerto  de  Macaraibo,  aquello  era  un  acto  de 
valor  y  cualquiera  es  valiente,  siendo  valiente,  se  entiende. 
Pero  en  este  caso  había  inspiración  é  ingenio. 

El  porfiado  de  Jordán,  emprendió  la  segunda  tentativa 
de  insurrección,  contando  con  un  armamento  que  había 
despachado  en  aduánala  casa  Querencio  y  Cía.,  solicitado 
por  el  corredor  Adolfo  Olivera,  según  consta  de  las  pólizas, 
que  la  aduana  de  un  Estado  vecino  según  las  ideas  co- 
rrientes en  la  tertulia  del  Jefe  de  Policía  de  entonces,  no 
se  ha  de  andar  averiguando  si  son  corredores  los  que  por 
tal  tienen  casas  respetables  de  comercio. 

Cuando  el  General  Vedia  lo  estrechaba  en  Gualeguaychú, 
mantenía  Jordán  sus  posiciones  contra  toda  regla  de  pru- 
dencia, porque  esperaba  el  santo  advenimiento  por  Guale- 
guay  ó  Gualeguaychú  del  armamento  comprado.  Prome- 
tiéronle entregarle  uno  en  Hernandarias,  cuando  ya  se 
hubo  internado,  burlando  con  habilidad  de  gaucho  mañero 
y  liviano,  las  fuerzas  que  lo  perseguían,  y  una  vez  se  vino 
«n  persona  con  buena  escolta,  á  una  casa  k  legua  y  media 
de  aquel  puerto  hacia  el  interior,  á  esperar  el  tan  deseado 
é  indispensable  armamento.  Sabido  esto,  en  ese  mundo 
de  espías  y  traidores  por  donde  todo  se  sabe,  un  día,  tras 
un  ligero  reconocimiento  hecho  de  los  lugares  por  un  vapor, 
salió  de  noche  del  puerto  del  Paraná,  la  doble  nave  sin 
las  dobles  hélices,  llevando  en  sus  entrañas,  como  el  caba- 
llo de  Troya,  no  digamos  los  cincuenta  héroes  al  mando 
del  astuto  Ulises,  sino  un  escuadrón  de  caballería  monta- 
do en  sus  palafrenes,  y  ciento  cincuenta  infantes  para  des- 
pejar la  incógnita,  si  fuese  necesario.  Debía  esta  división 
desembarcar  callandito,  no  en  Hernandarias  precisamente, 
que  allí  habría  gente  que  los  sintiese, sino  en  las  inmedia- 
ciones, en  lugar  ya  visto  y  calculado. 

A  las  cuatro  ó  cinco  de  la  mañana,  era  lo  que  prescri- 
bíanlas instrucciones  dadas,  la  infantería  rodeará  la  casa, 
é  impedirá  sobre  todo  el  acceso  al  corral  donde  hubiesen 
caballos;  y  tomadas  estas  precauciones,  llamar  quieto  á  la 
puerta  del  palacio   encantado,    donde  dormiría  como   ua 


MEMORIAS  65 

patacho  el  desapercibido  General,  y  rogarle  que  se  aso- 
mase por  la  ventanilla  á  ver  el  espectáculo  de  un  escuadrón 
de  caballería  de  línea  formado  á  su  frente,  carabina  en 
mano  y  un  centenar  de  infantes  ídem,  prontos  á  la  manio- 
bra y  como  caídos  del  cielo. 

Ah!  no  corrió  tanto  riesgo  un  conocido  mío  con  las  balas 
envueltas  en  ácido  prúsico,  ni  los  puñales  envenenados  con 
estricnina  de  la  misma  factura,  como  el  que  corrió  esta 
vez  el  cuartel  general  de  Hernandarias. 

La  expedición  de  los  nuevos  argonautas  salió  sin  ser  sos- 
pechada del  Paraná,  remontó  á  vapor  ríos  arriba  sin  incon- 
veniente, pasó  sin  ser  sentida  por  las  casas  de  Hernanda- 
rias y  amainó  sus  fuegos  y  atracó  el  vapor  en  el  lugar 
-convenido.  ¿Qué  mas  quieren  que  les  diga?  Toda  la  tropa 
tomó  tierra,  los  caballos  se  alinearon  con  sus  ginetes  y 
llegado  el  momento  de  obrar,  se  dio  la  orden  de  marchar 
pur  cuatro  á  la  derecha,  y  se  emprendió  la  marcha  con  el 
mayor  arreglo  y  silencio,  por  la  orilla  de  Una  ceja  de  monte 
que  se  internaba  hacia  el  interior  de  las  tierras  y  servia 
de  pantalla  para  encubrir  el  movimiento,  solo  sí  que  en 
lugar  de  tomar  por  delante  déla  ceja,  tomaron  por  detrás 
de  ella,  lo  que  fuera  indiferente.  Pero  la  tal  ceja,  no  era 
ceja,  y  si  clavo,  cuña,  delta,  que  iba  abriendo  y  ensanchando 
xada  vez  mas,  de  manera  que  en  lugar  de  acercarse  á  las 
casas,  la  ufana  división  se  dirigía  hacia  Corrientes. 

¿Puede  sobrevenir  contratiempo  igual?  Pues  bien,  es  lo 
mismo  que  le  pasó  al  General  Paz  cuando  reconoció  que 
eran  enemigos  los  que  había  tomado  y  aguardado  como 
soldados  suyos  disfrazados  de  gauchos  que  había  mandado 
á  un  reconocimiento.  Tuvo  tiempo  de  ponerse  en  salvo, 
siguiendo  la  costa  de  una  ceja  de  monte  de  chañas  que  así 
parecía  mirada  de  la  punta,  pero  que  también  tenía  forma 
de  delta,  y  la  tomó  por  mal  lado,  y  el  monte  luego  se  inter- 
puso entre  él  y  las  avanzadas  de  su  ejército,  que  hubiera 
podido  oir  los  rumores  del  campamento.  Asi  se  cambió  el 
rumbo  que  llevaba  la  historia, porque  tiene  sus  reglas  aun 
para  ir  mal. 

Y  ya  que  de  peligros  se  habla,  bueno  es  que  recuerde 
aquí  uno,  que  por  no  ser  corrido  en  aventuras  militares, 
lio  debo    dejar    de  consignar  por    ser   el   mayor    que  he 

Tomo  xlix.— 8 


66  OBKAS    UK    SAHMlIfiNTO 

corrido,  aunque  he  salvado  del  machete  dos  veces  de  sal- 
teadores eu  Chile,  en  el  un  caso  por  estar  alerta  y  bien 
armado,  y  en  el  otro,  por  hacerles  creer  á  mis  contendores^^ 
que  las  dos  pistolas  que  les  tenía  asestadas  al  pecho  á  una 
vara  y  cuarta  de  distancia  que  estaban  cargadas,  cuando  ni 
pólvora  tenían.  Eran  tres  y  se  retiraron  en  presencia  del 
peligro  de  quedar  dos  con  la  barriga  al  aire,  pues  era  ya 
entrada  la  noche,  sobre  la  cumbre  de  las  Coimas  entre  Pu- 
taendo  y  San  Felipe,  donde  con  tanta  gloria  se  había  bati- 
do Necochea  con  los  españoles.  Este  y  otros  hechos  que 
suelen  ocurrir  de  vez  en  cuando  en  las  cuestas  de  Chaca- 
buco  y  otros  lugares  ilustrados  por  nuestras  armas,  haría 
decir  como  Edmond  About  cuenta  de  un  ingles  apasionado 
de  la  Grecia,  que  le  habían  robado  la  cadena  en  la& 
Termopilas  y  el  reloj  en  las  planicies  de  Maratón,  á  manos 
de  los  sucesores  de  Leónidas  y  de  Temístocles. 

Mi  peligro  fué  de  otro  género.  El  juez  de  la  causa  de  los 
Guerri,  conversando  conmigo  después,  no  se  atrevía  á  darme 
todos  los  detalles  de  la  tentativa,  hasta  que  tranquilizado- 
por  mi,  me  trasmitió  un  dicho  del  Dr.  Paiggari,  quien 
aseguraba  que  con  solo  tocarse  el  lagrimal  los  curiosos  que 
manoseaban  las  balas  extraídas  de  las  paredes  en  torno 
del  atentado,  se  aseguraría  la  muerte  inmediata.  Pudo 
pues  herirme  ligeramente,  aunque  mas  no  fuese  hacer  un 
rasguño,  una  bala  si  no  estalla  el  arma  al  salir  el  tiro  y 
entonces  quedar,  acaso  por  dictamen  de  cirujano,  declara- 
do y  comprobado,  que  el  Presidente  y  Teniente  Coronel,  se 
había  muerto  de  la  impresión  que  debió  hacer  en  su  ánima 
el  formidable  disparo  de  un  trabuco  á  boca  de  jarro,  dis- 
parado  á  dos  varas  de  distancia.  Conócense  las  disposi- 
ciones de  la  opinión  y  quienes  hacen  la  oi)inion  de  loco,  de 
chocho  y  habría  llevado  á  la  historia  un  calificativo.  Un 
alto  personaje,  al  saber  lo  ocurrido,  lo  echó  á  la  broma  en 
mi  desfavor,  hasta  que  le  trajeron  un  fragmento  del  trom- 
blon  y  creyó  como  Santo  Tomas.  No  se  que  en  su  vida 
hubiese  corrido  riesgo  alguno  para  tanta  presunción  y  no 
negó  que  lo  había  podido  hacer  correr  á  otro. 

Mas,  como  disgresiones,  que  se  van  hilvanando  sin  sentir 
de  la  pluma,  con  estas  basta  y  volvamos  á  mi  historia  da 
aquellos  tiempos  prehistóricos. 


MEMORIAS  67 


SITIADOS 


El  hábil  molimiento  del  General  Alvarado  malogrado,  el 
General  Aldao  aumentó  su  prestigio,  con  su  acierto.  Ne- 
cesitaba reunir  en  un  solo  cuerpo  su  ejército  y  los  que  lle- 
gaban en  su  auxilio  y  lo  consiguió  pasando  sobre  nosotros, 
al  amacer  por  aquel  terrible  desfiladero. 

Poníase  ademas  con  su  fuerzas  al  Norte;  asegurándose  la 
retirada  sobre  San  Juan  á  que  podía  Quiroga  acudir  en 
persona  dado  el  caso  que  el  General  Paz  avanzase  sus  opera- 
ciones por  San  Luis,  no  comprendiendo  hasta  hoy  el  por- 
qué no  lo  hizo  ni  siquiera  con  una  pequeña  fuerza,  si  no 
no  es  que  el  General  Alvarado,  contando  con  la  buena  fe 
de  los  Aldao  no  la  requiriese. 

Con  la  idea  de  un  contraste  sufrido,  volvimos  á  Mendoza 
hablando  bajo  y  encogidos  como  pollos  mojados,  comme  un 
renard  á  qui  une  poide  aurait  pris. 

Los  jefes  mendocinos  comprometidos,  la  vida  les  iba,  y 
andaban  tristes  y  cariacontecidos,  perdida  toda  confianza 
en  el  General  y  aun  mostrándose  reacios  los  menos  cultos 
y  los  mas  violentos. 

Nos  habíamos  alojado  fuera  de  la  ciudad,  á  cuya  de- 
fensa acudíamos.  La  iniciativa  quedaba  en  el  otro  cam- 
po y  todavía  no  me  explico  qué  se  iba  á  defender  y 
por  qué  tiempo,  pues  nada  mas  se  hacía  que  dejarlo 
trascurrir  en  la  inacción.  Y  había  plan  estratégico  en 
sostener  la  plaza  vigorosamente,  pues  un  mes  hubiera 
bastado  para  que  fuerzas  de  línea  de  Córdoba  viniesen  en 
nuestro  apoyo. 

La  situación  se  iba  haciendo  angustiada;  pero  me  parece 
que  al  volver  á  la  ciudad  no  había  plan  determinado.  La 
salida  á  las  Barrancas,  debió  ser  aprovechada  para  avanzar 
desde  alli  una  partida  que  salvase  Corococho  y  la  Paz,  para 
hacer  llegar  comunicaciones  al  General  Paz  instruyéndole 
del  estado  de  las  cosas  y  pidiéndole  avanzar  tropas.  Su 
vanguardia  con  Videla  Castillo  se  hizo  sentir  después  del 
desastre  del  Pilar,  y  la  ciudad  de  Mendoza  pudo  ser  defen- 
dida hasta  entonces,  como  se  han  defendido  Buenos  Aires 


68  OBRAS  DE   SARMIENTO 

y  Montevideo,  al  menos  hasta  ser  socorrido.  El  General 
había  visto  las  fortalezas  del  Callao  y  sobraban  elementos  en 
Mendoza  para  organizar  una  plaza  de  guerra;  pero  la  resis- 
tencia se  limitaba  á  ser  pasiva. 

Hablábamos  quedo  en  ios  corrillos,  el  silencio  se  venía 
haciendo,  como  cuando  se  presta  atención  á  oir  ruidos 
y  rumores  que  uno  echa  de  menos,  como  cuando  vemos 
nubes  negras  acumularse  en  el  horizonte  y  ponemos  el  oido 
á  oir  el  trueno  que  es  su  vuz  usual.  De  repente  una  tarde 
pin!  pan!  tiros,  gritos,  exclamaciones  en  el  campo  vecino, 
ginetes  que  corren  hacia  el  Cuartel  General. . . . 

¿Qué  hay? — Sublevación  del  ejército. — Piden  ir  al  enemigo. 
— El  General  no  está  seguro  aquí.  Venimos  á  llevarlo  k 
la  ciudad. 

El  tumulto  y  la  confusión  llegaban  por  oleadas  hasta 
nosotros,  y  amenazaban  envolvernos  cual  torbellino  de 
polvo.  Requerimos  los  caballos  y  yo  indiqué  á  los  oficiales 
sanjuaninos  seguirme  por  una  calle  que  conducía  hacia  el 
oeste  al  campo  abierto.  Allí  hicimos  alto  para  esperar  á 
otros  y  tomar  consejo.  No  teníamos  salida  sino  para  Chile. 
San  Juan  nos  estaba  cerrado  al  Norte;  al  Sur  los  indios  de 
Pincheira.  al  Este  los  Aldao  cubriendo  la  Provincia  entera. 
Quedamos  de  acuerdo  y  esperamos. 

Al  bajar  el  sol  vino  alguno  á  decirnos  que  todo  se  había 
arreglado,  renunciando  Alvarado  gobierno  y  mando,  to- 
mando este  el  General  Moyano,  é  interno  el  otro  un  señor 
Videla  harto  entrado  en  años.  La  inacción  á  que  el  Gene- 
ral Alvarado,  condenaba  el  ejército,  había  llevado  la  exas- 
peración hasta  el  último  punto  y  una  extraña  revolución 
había  estallado  en  las  tropas,  pues  lo  que  pedían  era  solo 
que  las  condujesen  al  combate. 

Regresamos  al  campamento  y  encontramos  rostros  ale- 
gres y  palabras  llenas  de  entusiasmo.  No  se  necesitaban 
muchas  para  despertar  el  mío  y  todos  nos  preparamos 
para  emprender  luego  las  operaciones  activas. 

Tiempo  era  y  sobrado.  Los  Aldao  habían  quitado  el 
agua  á  la  ciudad!  La  campaña  tenia  con  esto  objetivo 
determinado  y  íijo.  A  Lujan!  á  destapar  las  obstruidas 
tomas;  y  luego  nos  pusimos  en  movimiento.  Dejábase 
indefensa  la  maestranza,  repleta  de  elementos  de  guerra 
y  las  cuatro  culebrinas  de  San  Martin  detrás  de  nosotros. 


MEMORIAS  69 

abandonadas  por  pesadas  para  ejército  animado  del  frenesí 
del  combate. 

Llegamos  en  efecto  á  Lujan;  y  no  sé  si  se  abrieron  las 
tomas,  pues  luego  fuimos  sitiados  y  el  combate  se  inició 
de  detiás  de  las  tapias  de  nuestra  parte,  de  entre  las 
barrancas  del  río  de  la  otra. 

Con  don  Vicente  Morales  mi  pariente,  disparamos  muchos 
tiros  á  Pepe  Quiroga  también  pariente  mió,  que  nos  provo- 
caba, con  otro  oficial  Martínez  sanjuanino.  Sobre  estos, 
pesa  un  cargo  muy  grave.  Dios  los  haya  perdonado... 
Me  habían  regalado  el  caballo  en  que  Albin  Gutiérrez 
mandó  la  batalla  de  los  Médanos  contra  don  José  Manuel 
Carreras  y  por  cuidarlo,  descubrí  que  habían  echado  por 
tierra  un  lienzo  de  pared.  Tenían  con  esto  la  brecha 
practicable.    Mi  casual  vigilancia  frustró   el   ataque. 

De  noche  hacíamos  cartuchos  los  jefes,  ayudantes  y 
asistentes  de  coníianza  con  la  pólvora  y  balas  traídas 
en  carretillas  y  allí  se  conversaba  sobre  la  situación. 
Es  falsa  la  aserción  del  General  Alvarado  que  reinase 
desaliento  entre  los  oficiales:  aun  reducidos  á  esta  extre- 
midad, ninguno  dudaba  de  la  victoria.  Éramos  todos  tan 
bisónos! 

De  día  en  día  había  venido  haciéndome  de  mayor  número 
de  amigos  en  la  división  y  en  la  mañana  del  29  de  Setiem- 
bre, un  joven  Gutiérrez,  me  prestó  su  partida  de  veinte 
hombres  para  ir  á  escaramucear  con  el  enemigo  por  otro 
lado.  Era  yo  esta  vez  dueño  de  una  fuerza  imponente,  y 
la  calle,  de  paredes  largas  como  una  flauta  ahorraba  al 
general  éste,  la  necesidad  de  trazarse  un  plan  estratégico 
muy  complicado.  Avanzar  para  adelante  y  huir  para  atrás, 
he  aquí  las  dos  operaciones  jefes,  pivotales  de  la  jornada. 
Los  soldados  de  ambos  bandos,  milicianos  por  lo  general, 
lo  que  menos  deseaban  era  irse  á  las  manos  y  esta  era 
la  curiosidad  que  yo  tenia  y  me  proponía  satisfacer.  Ordeno 
un  tiroteo  que  sirva  de  introducción  al  capítulo;  avanzóme 
enseguida  á  provocar  de  palabras,  diciéndole  montonero, 
avestruz  y  otras  lindezas  al  oficial  adverso,  quien  sin 
avanzarse  mucho,  me  hace  fusilar  con  tres  ó  cuatro  de 
los  suyos,  que  se  estaban  un  minuto  apuntándome  los 
tiros.  Me  ingenio  del  modo  mas  decente  que  puedo,  para 
no  seguir  sirviendo  de  blanco,  después  de  haberme  aguan- 


70  OBRAS   DE   SARMIENTO 

tado  quince  tiros  á  veinte  y  cinco  pasos.  Mando  cargar, 
nos  entreveramos  un  segundo,  y  los  mios  y  los  ágenos 
retroceden  á  un  tiempo,  cada  partida  por  su  lado,  dejando 
en  el  fugaz  campo  de  batalla,  al  pobre  general  mohino 
de  que  no  siguiera  un  rato  mas  la  broma.  Reúnome  á 
los  mios  y  siento  en  todas  las  evoluciones  del  caballo, 
que  me  acompaña  un  soldado,  siguiéndome  hacia  adelante 
y  hacia  atrás  en  todos  mis  movimientos.  Como  yo  no 
conocía  á  mis  propios  soldados,  puesto  que  era  un  alle- 
gado, nada  de  particular  encontraba,  hasta  que  uno  gritó: 
— Ese  es  enemigo!  Era  según  se  vio,  un  infeliz  que  en 
•el  pequeño  entrevero  tenido,  se  había  quedado,  no  atre- 
viéndose á  disparar  de  miedo  de  ser  muerto  y  seguía  al 
oficial   tal  vez  en  busca  de  protección. 

Quize  responder  á  esta  confianza;  pero  como  los  gue- 
rrilleros en  calles  angostas  no  tienen  formación,  desnu- 
daron sables  algunos  y  trataron  de  herirle.  Interpuse 
mis  respetos,  (escasísimos?);  buscó  la  salvación  en  la 
fuga;  y  entonces  entrando  en  funciones  como  el  mas 
avanzado,  acaso  mejor  montado,  alcancé  á  pasarlo  y  cerrarle 
la  calle,  con  lo  que  el  pobre  hizo  trepar  su  caballo  al 
borde  de  la  acequia,  y  con  un  buen  chirlo  de  mi  sable, 
porque  se  puso  muy  á  tiro  de  mi  amistad,  se  tiró  de 
cabeza  al  agua  en  la  acequia  de  tres  varas  de  ancho, 
de  corriente  rapidísima  y  siguió  de  espaldas  aguas  abajo, 
hasta  tomar  distancia,  sin  poder  seguirlo,  pues  que  la 
guerrilla  enemiga,  que  presenciaba  la  escena,  avanzaba 
á  protegerlo. 

Al  día  siguiente  el  cerco  se  estrechaba  y  arreciaba  el 
fuego,  no  habiendo  lugar  seguro  en  el  campo,  pues  las 
balas  se  cruzaban  de  todos  costados.  Quemáronse  el  pri- 
mer día  20.000  tiros  y  cien  cañonazos  fueron  disparados 
de  parte  de  los  cercados.  El  segundo  día  hasta  las  doce, 
igual  estrepito,  sin  ningún  éxito.  Los  Aldao  sabían  que 
las  municiones  se  agotaban,  y  sus  soldados  se  parapetaban 
detras  de  tapias  y  murallas. 

Comunicaciones  de  Quiroga  les  recomendaban  no  tratar 
ni  prometer  nada.  «Es  preciso,  les  decía,  que  tengamos 
el  mayor  número  posible  de  enemigos  para  sacar  contri- 
buciones.» 


MEMORIAS  71 


EL  CAMPO  DEL  PILAR 


Pero  el  pueblo  de  Mendoza  que  oia  el  fuego  de  dos  días 
creía  que  pocos  habría  vivos  ya;  y  las  mujeres  desoladas 
corrían  por  las  calles  pidiendo  á  gritos  que  fueran  los 
sacerdotes,  los  ancianos,  los  hombres  de  prestigio,  á  me- 
terse entre  los  combatientes  y  separarlos.  Una  comisión 
de  sacerdotes  se  acercó  al  lugar  del  combate,  eligió  un 
terreno  neutral  para  tratar,  y  se  convino  en  que  todos  se 
sometieran  á  un  gobierno  elegido  por  el  pueblo.  ;  Cómo 
debían  reírse  los  Aldao  del  candor  de  sus  enemigos!  Esta- 
ban vencidos  ya  y  presos,  y  siempre  guardando  los  aires 
altivos  de  ciudadanos  libres.  Pero  la  Providencia  no  quiso 
permitir  que  la  farsa  se  representase  hasta  el  fin.  Esta 
comedia  debía  concluir  por  una  catástrofe  que  llenó  de 
espanto  á  sus  actores  mismos. 

Eran  las  tres  y  media  de  la  tarde:  ajustado  el  convenio, 
la  tropa  á  quien  se  tuvo  la  indiscreción  de  comunicarlo 
había  hecho  pabellones  y  los  oficiales  andaban  en  grupos 
felicitándose  de  un  desenlace  que  para  nosotros  era  sim- 
plemente la  salvación.  Francisco  Aldao  entró  al  campo 
sin  escolta;  bienvenidas  Cordialmente  amistosas  lo  saludan, 
entáblase  una  conversación  animada,  las  chansonetas  y 
las  pullas  van  y  vienen  entre  hombres  que  en  otro  tiempo 
han  sido  amigos.  Rodeámoslo  como  veinte  oficiales.  Yo 
lo  conocía,  porque  lo  habíamos  tomado  prisionero  aquella 
noche  triste  en  San  Juan;  vestía  uniforme  sencillo,  traia 
lanza  con  banderola  roja  usada,  montaba  en  silla  húngara. 

Un  momento  después  un  emisario  del  fraile  se  presenta 
intimando  rendición  so  pena  de  ser  pasados  á  cuchillo. 
Mil  gritos  de  indignación  partieron  de  todas  partes,  Fran- 
cisco fué  el  blanco  de  los  reproches  mas  amargos. — «Señores^ 
decía  con  dignidad  y  confianza,  no  hay  nada,  es  Félix  que 
ya  ha  comido!»  —  dando  á  estas  palabras,  que  repitió  va- 
rias veces,  un  énfasis  particular  y  á  un  ayudante  la  orden 
de  avisar  á  Félix  que  él  estaba  allí,  que  el  menor  amago 
de  su  parte  era   una  violación  del  tratado. 

La  alarma  corrió  por  todo  el  campo  á  la  voz,  ¡traición?, 
traición  1    los  oficiales  llamaban  en  vano  á  la  formación. 


72  OBRAS   DE   SARMIENTO 

cuando  un  disparo  de  cañón  hizo  pasar  zumbando  por 
nuestras  cabezas  una  bala,  cinco  mas  le  siguieron  arro- 
jadas al  grupo  donde  estaba  Francisco. 

Yo  vi  entretanto,  masas  de  caballería  que  abandonaban 
los  puestos  del  lado  del  campo  que  hacía  frente  al  enemigo 
y  voló  á  contenerlos. 

Esta  circunstancia  me  dio  ocasión  de  ser  testigo,  acaso 
el  único,  de  un  hecho  que  prueba  la  sinceridad  del  General 
en  Jefe  y  debo  añadir  por  consecuencia,  la  de  don  Pancho,^ 
que  no  habría  sido  muy  de  fiar.  En  esta  salida  mia,  vi  al 
Mayor  Recuero  que  volvía  del  lado  que  estábamos  nosotros 
y  se  encontró  á  la  salida  hacia  el  río  con  don  José  que 
venia  con  un  ayudante  ó  dos,  visiblemente  á  entrar  en  el 
campo  sin  temor  alguno,  como  habían  venido  antes  don 
Francisco  y  Recuero. 

Este  me  confirmó  todo  esto  en  Chile,  donde  nos  cono- 
cimos mas  tarde  emigrados,  diciéndome  que  él  aconseja 
á  don  José  volverse,  viendo  la  agitación  que  reinaba  en  el 
grupo  de  que  yo  me  había  desprendido. 

Don  José  {*)  se  alejó  exclamando: — «este  es  Félix!  ya  está 
borracho!»  En  efecto,  borracho  estaba,  como  era  su  cos- 
tumbre por  las  tardes;  tres  ó  cuatro  días  antes,  había  sido 
preciso  cargarlo  en  un  catre  para  salvarlo  de  las  guerrillas. 

La  confusión  se  introdujo  en  el  campamento  y  la  aproxi- 
mación de  los  auxiliares  de  don  Félix  y  los  azules  de  San 
Juan  completaron  la  derrota.  Un  momento  después  pene- 
traba el  fraile  en  el  campo  á  tan  poca  costa  tomado.  Sobre 
un  cañón  estaba  un  cadáver  envuelto  en  una  frazada:  un 
presentimiento  vago,  un  recuerdo  confuso  del  mensaje  de 
su  hermano  le  hace  mandar  que  le  destapen  la  cara: — 
«¿Quién  es  este?»  pregunta.  Los  vapores  del  vino  ofusca- 
ban su  vista  á  punto  de  no  conocer  al  hermano  que  tan 
brutalmente  había  sacrificado. 

Sus  ayudantes  tratan  de  alejarle  de  aquel  triste  espectá- 
culo antes  que  reconozca  el  cadáver. — «¿Quién  es  este?j» 
^e])ite  en  tono  dí^cisivo.  Entonces  sabe  que  es  Francisco. 
Al  oir  el  nombre  de  su  hermano,  se  endereza,  la  niebla  de 


(1)  Este  trozo  pertenece  á  la  Vida  de  Aldao  y  lo  hemos  intercalado  aquí  para 
completar  la  narración.  Va  hasta  donde  sigue  la  relación  personal  con  esta, 
señal  •  —N.  del  E. 


MEMORIAS  73 

SUS  ojos  se  disipa,  sacude  la  cabeza  como  si  despertara  de 
un  sueño  y  arrebata  al  mas  cercano  la  lanza  .  ;Ay  de  los 
vencidosl  La  carnicería  comienza:  grita  con  voz  ronca  á 
sus  soldados: — «maten!  maten!»  mientras  que  él  mata  sin 
piedad  prisioneros  indefensos  á  los  oficiales  que  le  traen, 
los  hace  reunir  en  un  cuadro;  eran  primero  diez  y  seis^ 
entre  ellos  el  joven  Joaqmn  Villanueva,  notable  por  su 
valor.  Manda  á  sus  veteranos  matarlo  á  sablazos;  Villa- 
nueva  recibe  uno  por  atrás  que  le  hace  caer  la  parte  su- 
perior del  cráneo  por  la  cara;  se  levanta  y  echa  á  correr 
por  aquel  círculo  fatal  limitado  por  la  muerte;  el  fraile  lo 
pasa  con  la  lanza  que  entra  en  el  cuerpo  hasta  la  mano, 
y  no  pudiendo  retirarla  otra  vez,  la  hace  pasar  toda  y  la 
toma  por  el  otro  lado.  La  carnicería  se  hace  general  y 
los  jóvenes  oficiales  mutilados,  llenos  de  heridas,  sin  de- 
dos, sin  manos,  sin  brazos,  prolongan  su  agonía  tratando 
de  escapar  á  una  muerte  inevitable. 

La  noche  sorprende  á  los  vencedores  matando;  las  parti- 
das se  vienen  á  la  ciudad  y  cada  tiro  que  interrumpe  el 
silencio  de  la  noche,  anuncia  un  asesinato  ó  una  puerta 
cuya  cerradura  hacen  saltar.  El  día  siguiente  sobrevino  y 
el  saqueo  no  había  cesado.  El  sol  apareció  para  contar 
los  cadáveres  que  habían  quedado  en  un  campo  sin  com- 
bate é  iluminar  los  extragos  del  pillaje.  Al  día  siguiente, 
los  actores  de  aquel  terrible  drama  estaban  mudos  de  es- 
panto. El  fraile  se  dio  cuenta  entonces  de  todo  lo  que  había 
hecho,  y  la  muerte  de  su  hermano,  á  quien  él  había  sacri- 
ficado. * 

Yo  todavía  no  sé  como  escapé  de  aquella  matanza  y  de 
la  vía  de  horrores  que  atravesé  en  seguida. 

Como  he  dicho,  quise  contener  la  caballería  que  iba  á 
desbandar,  por  un  portillo  por  donde  necesitaba  desfilar. 
El  tercer  soldado  gritó  al  primero  y  segundo: — «¡lancéenlo!» 
— y  era  inútil  insistir.  Yo  he  visto  varias  veces  el  coraje 
que  inspira  el  miedo.  Nadie  resistiría,  si  lo  empleásemos 
pn  resistir  al  enemigo. 

Salí  del  campo  del  Pilar  después  de  haber  visto  morir  á 
mi  lado  al  ayudante  Estrella  y  haber  ultimado  uno  de  los 
nuestros  á  un  soldado  enemigo  que  me  cerraba  el  paso, 
mientras  bregábamos  con  la  lanza  y  el  sable  con  que  yo 
había  logrado  herirlo.     Salí  por  entre  los  enemigos,  por 


74  OBRAS   DE   SARMIENTO 

una  serie  de  peripecias  y  de  escenas  singulares,  entrando 
on  espacios  de  calles  donde  nosotros  éramos  ios  vencedo- 
res, para  pasar  á  otras  en  que  íbamos  prisioneros.  Mas 
allá  dos  hermanos  Rosas,  de  partidos  contrarios  se  disputa- 
ban un  caballo.  Vi  matar,  pugnando  yo  por  salvarlo,  al 
padre  de  don  A.rístides  Villanueva,  llevado  en  ancas  de  un 
señor  Corvalan  y  atacado  de  atrás  por  un  furibundo,  tocán- 
dole la  espalda  con  la  moharra  y  dos,  yo  uno  de  ellos, 
prendidos  del  asta  para  que  no  lo  atravesase. 

Un  trompa  sanjuanino  venía  tocando  á  degüello  y  reco- 
nociéndome cambió  la  corneta  por  el  sable;  pero  apostro- 
fándome á  pretesto  de  que  le  había  dado  unos  palos  en 
la  campaña  de  Jachal  y  como  yo  ^le  prometiese  otros  para 
cuando  volviera  á  mandarlo,  (era  antiguo  sirviente  de 
color),  metió  espuelas  á  alcanzar  su  división. — Lo  tuve  en 
efecto  á  mis  órdenes  después,  y  reimos  hermanablemente 
del  caso. 

Allí  fué  donde  vi  morir  miserablemente  al  ilustre  La- 
prida,  cuyo  cadáver  fué  expuesto  acribillado  de  heridas  en 
Mendoza. 

Todos  estos  cambios  de  situación  se  hacían  al  andar  del 
caballo,  porque  el  vértigo  de  vencedores  y  vencidos  que 
ocupábamos  en  grupos  media  legua  en  una  calle,  apartaba 
la  idea  de  salvarse  por  la  fuga.  Cuando  la  hora  de  la 
reflexión,  de  la  zozobra  y  del  miedo  vino  para  mí,  fué  cuan- 
do después  de  haber  salvado  de  ese  laberinto  de  muer- 
tes, guiado  por  mi  buena  estrella,  al  fin,  no  sé  donde,  ni 
como,  ni  quien,  pasando  un  jefe  que  llevaba  en  ancas  á 
un  teniente  desnudo  y  herido  de  bala  en  una  pierna,  me 
dijo:— «Siga  usted  á  ese  Comandante»  y  lo  seguí  y  me  llevó 
á  su  casa.  Era  el  Comandante  don  José  Santos  Ramírez 
que  venía  cargado  de  noble  botin  hecho  en  el  campo  de 
batalla,  heridos  y  prisioneros  que  traía  á  salvar  de  la  carni- 
cería bajo  su  techo  hospitalario. 

Tan  á  tiempo  fuimos  recogidos  que  á  los  dos  días  llegó 
de  San  Juan  la  orden  de  pasar  por  las  armas  á  los  oficiales 
sanjuaninos,  y  seis  de  estos  pagaron  este  tributo  al  furor 
tranquilo  de  los  políticos  que  ponen  tales  decretos  al  rede- 
dor de  un  bufete.  De  los  cuatro  edecanes  de  Alvarado,  el 
joven  Albarracin  Sabino  y  don  Andrés  del  Carril  del  ejér- 
<;ito  de  los  Andes,  tuvieron  su  parte. 


MEMORIAS  75 

Kíi  tío  don  Ignacio  Sarnaiento,  casado  con  una  hermana 
del  obispo  Oro,  vino  de  San  Juan  con  pasaporte  del  gobier- 
no, para  buscarme  si  había  perecido,  ó  rescatarme  si  estu- 
viese prisionero.  Supo  esto  último  del  gobierno  mismo  de 
Mendoza,  porque  reclamado  por  él,  para  cumplir  la  orden 
de  ejecución,  el  Comandante  Ramírez  contestó  indignado, 
que  si  no  bastaba  ya  de  horrores,  al  menos  le  ahorrasen  á 
él  el  oprobio  de  entregar  un  huésped  de  su  casa  y  su  pri- 
sionero hecho  por  él  en  el  campo  de  batalla,  para  llevarlo 
■de  su  hogar  al  patíbulo. 

En  cuanto  á  mi  padre  con  quien  nos  perdimos  de  vista 
en  la  confusión  del  campo  de  la  muerte  del  Pilar.  Se  salvó 
al  principio  de  la  derrota;  pero  la  ignorancia  de  mi  para- 
dero llevábalo  inconsolable,  fuera  de  si,  y  como  avergon- 
-zado  de  haber  salvado  su  propia  existencia.  Parábase  á 
cada  momento  á  esperar  los  últimos  grupos  de  fugitivos, 
por  ver  si  su  hijo  venía  entre  ellos,  hasta  ser  el  último  de 
los  que  precedían  á  las  partidas  enemigas.  Llegado  á  lugar 
de  salvamento,  no  quiso  seguir  hacia  Córdoba  á  los  prófu- 
gos y  permaneció  días  enteros  rondando  en  torno  de  las 
avanzadas  enemigas,  hasta  que  cayó  en  su  poder,  como 
aquellas  tigres  á  quienes  han  robado  sus  cachorros  y  vie- 
nen llevadas  del  instinto  maternal  á  entregarse  á  los  caza- 
dores implacables.  Trajéronlo  á  San  Juan,  pusiéronlo  en 
capilla  y  escapó  de  ser  fusilado,  mediante  una  contribución 
de  dos  mil  pesos,  después  de  demostrar  su  tranquilo  des- 
precio á  la  muerte.  (*) 

Regresamos  con  mi  tío  y  en  el  camino  nos  querellá- 
bamos, yo  á  grito  herido,  él  sonriendo  y  contestándome 
•con  bondad.  La  disputa  era  sobre  la  excelencia  de  su 
partido,  cada  vieja  acabando  su  madeja. 

De  estas  pláticas  y  controversias,  saqué  en  limpio  un 
hecho  curioso.    Al  fin  admitió    que    los    unitarios    tenían 


(1)  Me  ha  relatado  el  anciano  Don  Régulo  Martínez,  lo  siguiente  confirmado 
por  la  tradición  en  San  Juan.  Llegado  Don  José  Clemente  Sarmiento  á  San  Juan, 
á  la  presencia  de  Facundo  Quiroga,  le  intimó  se  preparase  á  la  muerte,  que  sería 
fusilado  dentro  de  dos  horas.  Espirado  ese  plazo  se  le  dio  cuenta  al  caudillo  de 
•que  el  preso  solo  había  comprado  empanadas  y  vino  y  que  después  de  comer  y 
J)eber  se  haí)ía  tendido  adormir  y  en  ese  momento  dormía  profundamente.  Tan- 
ta serenidad  y  tan  tranquilo  desprecio  por  la  muerte,  tuvo  el  efecto  de  seducir 
-al  terrible  Facundo,  quien  lo  admitió  al  rescate.    {N.  del  E.) 


76  OBñAS    UB   8AKMIBNT0 

razón!  Esto  no  era  de  él,  ni  las  razones  en  que  se- 
apoyaba.  Conocidamente  las  había  oído  á  alguno  qu©^ 
la  echase  de  hombre  superior;  y  si  estuviera  en  San 
Juan  por  entonces  Don  Domingo  de  Oro,  se  las  habría 
colgado  áél.  Pero  estaba  el  Dr.  Francisco  Bustos,  cordobés 
hermano  del  General  Bustos^  y  solo  él  podía  tener  la 
frescura  de  pensar  así. 

Los  unitarios,  decía,  tienen  razón.  Representan  la  gente 
decente,  los  ricos  y  generalmente  las  personas  ilustradas. 
Quieren  constituir  el  país  eso  no  puede  negárseles;  pero 
amigo,  me  decía  mi  buen  tío,  las  masas  no  están  con 
V.  V.  y  hemos  de  vencerlos  siempre.  Este  fué  como  so 
sabe,  el  credo  federal.  El  General  Urquiza  me  hacía 
en  el  Diamante  las  mismas  concesiones,  con  la  misma 
restricción; — pero  que  quiere  Yd.  las  masas  están  con 
nosotros. 

Llegados  á  San  Juan,  tuve  que  guardar  la  sombra 
por  algún  tiempo,  y  con  gramáticas  y  diccionarios  que 
me  procuró  el  padre  de  los  actuales  Laspiur,  aprendí 
írances,  con  harto  trabajo.^  En  prueba  de  alianza  y 
amistad  mi  tío  Ignacio,  me  regaló  un  cachorrito  (*)  español 
de  ponerse  á  la  cintura  que  era  una  monada,  y  conservé 
muchos  años  como  memoria  de  familia.  Hubo  él  de 
huir  á  su  turno,  cuando  se  dio  vuelta  la  torta,  y  sabiendo 
después  que  poco  había  de  temer  de  nosotros  regresó  á 
los  pocos  meses  y  por  precaución,  mientras  llamaban  á 
Domingo  como  dejó  ordenado,  se  acostó  á  dormir  en  una 
vieja  bodega,  cerrando  los  ojos  para  no  volver  á  abrirlos,. 
en  un  lago  de  gas  carbónico  de  una  cuarta  de  pro- 
fundidad. La  muerte  de  Plinio  el  mayor  que  quiso  ver  de 
cerca  el  Vesuvio  en  ignición.  No  se  sabía  nada  de  esto 
entonces  por  las  provincias. 

Al  General  Ramírez,  mi  salvador  en  las  matanzas  de 
Mendoza,  debí  á  los  años  mil  otro  servicio  que  ha  pasado 
desapercibido,  porque  á  nadie  interesaba  y  al  mismo 
tieuipo  un  lei'iiuit!  diíjíavo';  qu»^  ili<')  -íiÜiIh  á  ]•<>  «nvi.iii 
de  los  que  malqueriéndome,  muy  poco  tenían  que  echarme- 
en  cara. 


(1)   Cachorro— especie  de  pistola.    {N.  del  B.) 


MEMORIAS  77 

En  1849,  por  incidente  de  una  celebración  del  2o  de 
Mayo,  en  Cliile,  á  que  concurrieron  el  General  Las  Heras, 
otros  patriotas  ilustres  y  un  hijo  del  General  Lavalle  que 
fué  mi  secretario  de  Legación  en  Chile,  Perú  y  Estados 
Unidos,  es  decir  dos  generaciones  extremas,  se  dio  á  la 
prensa  la  siguiente  carta,  de  dicho  General  á  Rosas,  dán- 
dome el  epíteto  de  loco,  que  había  decretado  el  fraile 
Aldao  para  los  mendocinos  liberales;  pero  al  mismo  tiempo 
L'e  instruía  por  incidente,  de  haberme  tomadu  prisioneio 
-en  la  batalla  de  Lujan. — ¿Con  que  V.  se  ha  hallado  en 
batallas  en  1829?  —  ¿Y  que  tiene  de  particular?. .. —Que 
yo  no   había  nacido   aun... 

Asi  pues,  la  mención  honorable  del  General  Vega 
en  la  batalla  de  Niquivil,  campaña  de  Jachal  y  la  que 
pretendió  desfavorable  el  General  Ramírez  de  la  cam- 
paña de  Mendoza,  son  los  únicos  documentos  autétiticos 
que  establecen  la  primera  página  de  mi  foja  deservicios, 
habiendo  servido  entonces  bajo  las  órdenes  de  tres 
generales,  dos  de  ellos  de  la  Independencia,  hecho  dos 
campañas  y  asistido  á  dos  batallas,  habiendo  mandado 
en  jefe  dos  pequeños  encuentros  y  asistido  dos  meses 
á  las  guerrillas  y  á  los  trabajos  de  gabinete  del  Estado 
Mayor  que  dan  tanto.  Todo  esto  antes  de  cumplir  diez 
y  nueve  años. 

Las  cartas  á  que  se  refiere  el  autor  son  las  siguientes: 

Santiago,  Mayo  26  de  i848. 
Señor  General  Ramírez. 

Hai^e  diez  y  nueA'e  años,  á  que  en  una  tarde  de  aciaga  memoria  para  Mendoza, 
Tin  oficial  que  me  traía  prisionero,  me  dijo,  siga  Vd.  á  ese  Jefe.  Ese  Jefe  era 
Vd.  señor  General,  y  el  prisionero  era  yo.  Lli^vome  Vd.  á  su  casa  y  allí  me  salvó 
de  correr  la  misma  suerte  de  Albarracin.  Sabino,  Carril  y  todos  los  jóvenes  sanjua- 
ninos  que  fueron  fusilados  por  la  orden  que  llegó  de  San  Juan,  para  que  se  fusi- 
lasen á  lodos  los  oficiales  sanjuaninos  que  habían  ido  á  segundar  el  movimiento 
-de  Mendoza,  que  sucumbió  en  el  Pilar.  Vuelto  a  mí  país  conservé  siempre  la  memo- 
ria de  este  servicio  que  Vd.  me  había  hecho,  sin  que  jamas  me  hubiese  sido  dado 
manifestar  á  Vd.  mi  gratitud  de  una  manera  digna.  Digo  digna,  porque  cuando 
yo  me  hallaba  en  mi  país,  y  en  actitud  de  valer,  estaba  Vd.  prófugo;  cuando  yo 
sabía  que  estaba  Vd.  en  Mendoza,  yo  estaba  desterrado,  y  Vd.  mandando.  Conoce 
"Vrt.  el  orgullo  de  partido.  Ofrecerle  la  expresión  de  mi  gratitud  cuando  Vd. 
mandaba,  habría  sido  pedir  gracia  á  mi  enemigo  político;  habría  sido  recomen- 
darme á  su  indulgencia  y  no  lo  habría  hecho  jamas  á  riesgo  de  sentar  plaza  de 
ingrato. 

Era  yo  por  otra  parte  demasiado  oscuro  entonces,  para  que  este  paso  de  ral  parte 


78  OBRAS  DE    SARMIENTO 

tuviese  valor  á  los  ojos  de  Vd.  Hoy  Vd.  y  yo,  sernos  prófugos,  desterrados,  y 
está  Vd.  en  mi  patria;  y  no  creyera  poder  saberlo  sin  avergonzarme,  sin  recordar 
á  Vd.  una  buena  acción  que  Vd.  habrá  olvidado  quizá,  pero  que  yo  recuerdo  con 
gratitud. 

Escribo  á  mi  familia  y  á  mis  amigos  que  le  ofrezcan  sus  débiles  servicios;  y 
créame.  General,  deseo  vivamente  que  me  honre  con  su  amistad  y  afecto  y  me 
dé  ocasión,  no  de  correspondería  su  fineza,  porque  eso  no  es  posible,  sino  de 
mostrarle  que  era  digno  de  ella. 

Remito  á  Vd.  algunos  opúsculos  que  he  publicado  y  en  adelante  le  mandaré 
cuanto  salga  de  mi  pobre  pluma. 

La  Revolución  de  París,  cambia  General,  la  situación  del  mundo  y  con  ella  la 
de  la  República  Argentina  y  la  del  monstruo  que  la  ha  envilecido.  No  se  com- 
prometa, General,  en  nada  en  lo  sucesivo.  Veinte  años  de  sacrificios  de  su  parte, 
han  tenido  por  recompensa  el  destierro!  Se  ha  envejecido  sosteniendo  una 
causa  estéril,  que  no  ha  dado  sino  crímenes,  persecuciones  y  sangre;  y  después 
de  veinte  años  estamos  como  en  el  primer  dia.  Se  han  exterminado  algunos 
millares  de  guerreros,  algunos  centenares  de  hombres  de  talento  y  sin  embargo, 
las  resistencias  no  han  cesado;  ese  gobierno  y  ese  sistema  de  cosas  no  han  triunfado 
y  está  hoy  mas  que  nunca,  lejos  de  establecerse;  prueba  evidente  que  ese  sistema 
era  contra  la  naturaleza,  la  justicia  y  el  derecho.  Vd,  lo  ha  visto;  el  gobierno 
mas  poderoso  del  mundo  ha  caido  en  una  hora,  porque  quizo  negar  á  los  ciuda- 
danos, el  derecho  de  expresar  públicamente  sus  pensamientos;  y  con  la  calda  de 
aquel  gobierno,  la  violencia,  la  cohercion  son  imposibles  hoy  en  la  tierra.  El  des- 
potismo de  Rosas  será  imposible,  no  por  las  resistencias  armadas  de  sus  enemi- 
gos, ni  por  las  armas  coaligadas  de  las  potencias  extrangeras:  caerá  por  el  ridiculo, 
por  el  oprobio,  por  la  humillación,  por  la  esterilidad  de  los  resultados  obtenidos 
en  veinte  años  de  desastres,  de  persecución  y  de  crímenes. 

Yo  me  apresto.  General,  para  entrar  en  campaña.  No  crea  V.  que  es  mi  objeto, 
uo  lo  crea  V.,  ir  á  esas  pobres  provincias  á  luchar  personalmente  con  las  pasiones 
y  con  el  poder  estúpido  de  la  fuerza  material.  Sería  vencido:  me  deshonraría. 
Mis  miras  son  mas  elevadas,  mis  medios  mas  nobles  y  pacíficos.  Si  los  argentinos 
no  han  caido  en  el  último  grado  de  abyección,  de  embrutecimiento,  la  razón  tendrá 
influencia  sobre  ellos,  la  verdad  se  hará  escuchar  y  un  día  nos  daremos  un 
abrazo! 

Para  entonces,  General,  ofrezco  á  V.  todo  cuanto  yo  valgo  y  se  lo  ofrezco  con 
tanto  mas  gusto,  cuanto  que  tengo  la  intima  convicción  que  es  fatal,  inevitable  el 
caso  que  ha  de  llegar  en  que  pueda  serle  útil  á  V.  y  á  todos  sus  amigos. 

Aprovecho,  General,  esta  ocasión  para  repetirme  de  V.  afeclisimo  amigo  y 
servidor. 

D.   F.    S.\UMIEXTO. 

Exmo.  Señor  Don  Juan  Manuel  de  Rosas. 

Mi  respetable  señor: 
Me  honro  en  elevar  á  V.  E.,  la  adjunta  carta  que  acabo  de  recibir  en  el  correo 
por  la  vía  de  San  Juan,  del  loco  fanático  salvaje  unitario  D.  F.  Sarmiento,  sin  duda 
con  su  malévola  intención,  creyéndome  en  desgracia  y  que  por  ello  fuese  yo  capaz 
de  manchar  mi  foja  de  servicios,  siguiendo  sus  alucinados  y  criminales  planes 
contra  nuestra  independencia  y  nuestra  santa  causa  federal  que  he  jurado  soste- 
ner á  todo  trance;  y  aunque  realmente  me  hallase  en  desgracia,  mas  firme  y 
constante  me  encontrarían  mis  confederales,  porque  mi  carácter  es  innudable. 


MEMORIAS  79 

A  este  judio  unitario  en  1826,  en  la  revolución  salvaje  unitaria  que  estalló  en  el 
Pilaif  de  Mendoza,  le  tomé  prisionero,  salvándole  la  vida  á  él  y  á  otros  en  aquel 
acto  sin  conocerlos:  y  por  un  espíritu  de  generosidad,  los  conduje  á  mi  casa,  y  lo 
noticié  de  ello  al  finado  General  D.  Benito  Villafañe,  quien  lo  hizo  trasladar  á  la 
suya,  diciéndome  tenia  encargo  para  protegerlo,  de  su  familia. 

V.  E.  se  fijará  que  después  de  diez  y  nueve  años,  viene  recomendándome  tal 
servicio,  prevaliéndose  de  unas  circunstancias  totalmente  equivocadas  para  él, 
pues  ni  me  creo  en  desgracia,  ni  tengo  porqué  juzgarme  tal. 

V.  E.  impuesto  de  su  tenor,  determinará  lo  que  tenga  á  bien,  quedando  persua- 
dido que  cualquiera  otra  de  este,  ó  del  que  sea,  las  trasmitaré  inmediatamente  á 
manos  de  V.  E.  para  su  superior  conocimiento,  como  es  de  mi  estricto  deber,  sin 
contestarlas. 

Deseo  á  V.  E.  la  mas  completa  salud  su  mas  pequeño  S.  S.  Q.  B.  L.  M.  de  V.  E. 

José  S.  Ramírez . 
iViva  la  Confederación  Argentinal 

El  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  del  Gobierno   de  Buenos  Aires,  Encargado 
de  las  que  corresponden  á  la  Confederación  Argentina. 

Buenos  Aires,  Abril  11  de  1849. 

Año  49  de  la  libertad,  34  de  la  Independencia  y  -20  de  la  Confederación  argentina. 

Al  Exmo.  Señor  Mmislro  de  Relaciones  Exteriores  de  la  Rípública  de  Chile. 

El  infrascripto  tiene  la  honra  de  dirigirse  á  V.  E.  por  orden  del  Exmo.  Señor 
Gobernador,  para  solicitar  de  V.  E.  se  digne  prestar  su  atención  á  lo  que  pasa  á 
exponer  y  elevarlo  al  supremo  conocimiento  del  Exmo.  Señor  Presidente  de  esa 
República. 

Las  cuatro  adjuntas  copias  autorizadas  que  el  abajo  firmado  acompaña  á  V.  E.  de 
una  carta  del  Teniente  Coronel  Don  José  Santos  Ramírez  á  S.  E.  el  Señor  Gober- 
nador, fecha  30  de  Noviembre  último,  de  otra  relativa  del  salvaje  unitario  Domingo 
F.  Sarmiento  al  Teniente  Coronel  Ramírez,  escrita  desde  Santiago  de  Chile  el  26  de 
Mayo  de  1848,  de  la  contestación  dada  por  el  infrascripto  á  aquel  jefe  y  circular 
dirigida  á  los  Gobiernos  de  la  Confederación,  instruirán  al  de  V.  E.  de  la  criminal 
cuanto  abominable  furia  con  que  el  traidor  Domingo  F.  Sarmiento,  perteneciente 
ó  una  logia  sanguinaria  é  infame,  que  tantos  males  ha  causado  á  la  causa  de  la 
América,  sigue  conspirando  del  modo  mas  alevoso  é  inicuo,  desde  Chile  donde  se 
ha  refugiado,  contra  el  orden  y  gobierno  establecido  de  la  Confederación  Ar- 
gentina. 

Al  ilustrado  juicio  del  Gobierno  de  V.  E.  no  se  oculta  lo  que  para  lances  tan 
desagradables  prescribe  el  derecho  de  gentes,  á  fin  de  reprimir  y  castigar  á  los 
refugiados  políticos  que  así  conspiran  contra  su  patria,  desde  el  país  de  su  asilo. 
Por  otra  parte,  este  gobierno  tiene  la  grata  persuacion  de  que  el  de  V.  E.  tan 
amigo  del  orden  legal  y  paz  de  los  pueblos  americanos,  como  deseoso  é  interesado 
en  cruzar  las  maquinaciones  de  los  traidores  que  suscitan  la  anarquía  en  provechO' 
de  miras  anti-americanas,  no  puede  dejar  de  abrigar  una  especial  consideración 
á  la  causa  común  de  los  Gobiernos  establecidos  en  el  Continente,  por  el  voto  de 
los  pueblos,  y  fieles  en  cumplir  la  misión  americana  que  á  todos  compete  atender 
en  el  propio  interés  de  sus  respectivos  paises. 


80  OBRAS  DB  SARMIENTO 

Es  por  lo  tanto  con  grande  confianza  que  el  Gobierno  Argentino  solicita  de 
V.  E.  una  medida  eficaz  de  represión  y  castigo  que  ponga  al  aleve  conspirador 
Domingo  F.  Sarmiento,  en  la  imposibilidad  de  proseguir  en  adelante  abusando  del 
asilo  en  Chile  para  incendiar  un  país  vecino,  amigo  y  hermano  de  «sa  República, 
y  para  lanzar  desde  alli  libelos  tan  infames  é  insolentes  como  el  que  con  una 
mira  perversa  de  seducción  ha  dirigido  al  fiel  y  benemérito  jefe  argentino  Don 
José  Santos  Ramírez. 

Dios  guarde  á  V.  E.  muchos  años. 

Felipe  Arana. 

INSTRUCCIÓN  MILITAR 

La  derrota  del  Pilar  y  matanza  de  oticiales  que  se  siguie- 
ron y  de  que  salvé  á  merced  á  la  intervención  del  Coman- 
dante Ramírez  y  del  General  Villafañe  á  solicitud  de  mi 
familia,  no  nos  hacía  en  manera  alguna  cambiar  de  pro- 

])ÓRÍtO. 

El  General  Paz,  había  triunfado  de  Quiroga  y  los  Aldao 
en  la  Tablada,  y  tan  pronto  como  pudiese  hacerse  de 
recursos,  extendería  sus  operaciones  hasta  la  falda  de 
los  Andes.  Las  dos  campañas  desgraciadas  del  General 
Yega  y  del  General  Alvarado,  habían  sido  inspiradas  por 
esa  emergencia. 

Varios  oficiales  que  estábamos  escondidos,  nos  pasamos 
la  palabra,  y  de  á  dos,  de  á  tres,  nos  dirigimos  á  Chile, 
cuando  mas  no  fuera  que  para  escapar  á  las  persecucio- 
nes inevitables,  cuando  los  enemigos  nuestros  amigos  se 
acercasen. 

Mi  accidentada  y  miserable  vida  en  Chile  en  esa  primera 
emigración,  le  he  contado  y  no  volveré  sobre   ella  (*). 

Tan  deliberado  era  el  pensamiento  de  la  próxima  vuelta, 
que  entre  diez  ó  doce  tomamos  una  casa  espaciosa  y 
antigua  (en  Santiago),  para  prepararnos  al  regreso,  pro- 
porcionándonos armas  y  municiones  para  oficiales  y  solda- 
dos que  contábamos  reunir   en   Aconcagua. 

No  tardó  en  saberse  que  el  Coronel  Castillo  se  aproxi- 
maba de  San  Luis  á  Mendoza,  con  cuya  noticia  nos  pusimos 
en  marcha  doce  oficiales,  al  mando  del  Comandante  don 
Hipólito  Pastoriza,  y  emprendimos  reconquistar  el  derecho 
de  vivir  en  nuestras  casas. 


(l)  En  Recuerdos  de  Provincia. 


MEMORIAS  81 

Pasó  la  Cordillera  la  expedición  sin  novedad  particular, 
•por  los  Patos,  por  donde  San  Martin  invadió  á  Chile  y 
descendimos  hasta  Leoncito.  Era  el  plan  mantenernos 
en  esas  alturas,  recorrer  si  era  necesario  la  línea  de 
€alingasta  y  la  Iglesia,  acercarnos  á  Jachal,  ó  bien  diri- 
girnos hacia  Mendoza  por  el  Paramillo,  según  lo  aconsejaren 
las  circunstancias.  Ninguno  de  estos  sabios  planes  se  puso 
en  práctica,  pues  la  primera  noticia  que  tuvimos  de  la 
oiudad,  fué  que  se  había  sublevado  Barcena  con  el 
escuadrón  de  su  mando,  depuesto  al  Gobierno  y  á  con- 
secuencia de  un  Cabildo  abierto  de  notables,  estaban  en 
el  poder  nuestros  amigos. 

Al  día  siguiente  estábamos  en  el  seno  de  nuestras  fami- 
lias y  á  la  tarde  me  presentaba  al  nuevo  Gobernador, 
don  Juan  Aguilar,  aquel  herido  del  Principal  (cuartel) 
en  la  noche  de  la  entrada  de  Jachal.  Este  me  llamó  á 
parte  y  me  instruyó  de  las  razones  que  requerían  que 
inmediatamente  aceptase  las  funciones  de  Ayudante  Mayor 
del  Comandante  Barcena,  siendo  toda  la  oficialidad  del 
cuerpo  del  partido  adverso  y  el  Comandante  mismo  foras- 
tero. Era  ese  «Tuerto»  Barcena,  cordobés,  de  negra  reputa- 
ción, pues  se  le  atribulan  muertes  y  degollaciones  ordenadas 
-por  él;  pertenecia  á  una  familia  de  viso  de  la  ciudad  de 
Córdoba,  y  debía  ser  uno  de  esos  jóvenes  que  se  extravían 
por  falta  de  educación  y  teatro,  pues  era  inclinado  á  la 
embriaguez. 

La  vida  de  aventuras,  de  entusiasmos  había  concluido 
y  principiaba  el  trabajo  rudo  del  cuartel,  no  habiendo 
un  solo  oficial  que  tuviese  instrucción  militar,  ni  siendo 
práctica  en  las  divisiones  colecticias,  semi-montoneras,  usar 
de  formas,  salvo  pasar  listas,  distribuir  raciones,  marchar 
por  cuatro,  montar  guardias  y  poco  mas.  La  tarea  era 
dura,  gobernando  y  administrando  un  escuadrón,  sin  otro 
auxilio  que  el  Porta,  que  se  las  pintaba  para  retacear 
reces  personalmente  y  no  pude  obtener  de  él  que  cortase 
su  aparcería  con  un  sargento  que  en  realidad  valía  mas 
que  él.  Desde  entonces  empezó  la  práctica  asidua,  pues 
no  había  relevo  para  el  único  ayudante  del  cuerpo,  de  lo 
que  se  llama  vulgarmente  la  mecánica  y  sería  mejor  llamar 
Ja  economía  interna  del  cuerpo,  llevando  registros  y  libro 

Tomo  iux.— 6 


82  OBRAS  DE  SARMIENTO 

de  órdenes  y  racionando  por  pedidos  de  compañía,  según 
el  estado  de  fuerzas  que  presenta  por  las  tardes  el  sar- 
gento primero.  Tan  adiestrado  estaba  en  esa  adminis- 
tración regular,  que  en  1861,  Jefe  de  Estado  Mayor  del 
Ejército  de  reserva  de  Buenos  Aires,  introduje  en  una 
división  de  tres  rail  hombres,  este  sistema  de  contaduría 
á  la  prusiana,  de  manera  de  poner  tres  días  en  averiguar 
el  paradero  de  las  únicas  cuatro  raciones  en  que  discre- 
paban los  recibos  y  encontrando  al  fin  qué  cuerpo  y  qué 
compañía  las  había  recibido  demás. 

Dejando  á  un  lado  las  antipatías  y  desconfianzas  de 
partido,,  á  Barcena  le  precedía  una  perversa  fama  que  de 
vicioso  traía  desde  estudiante.  Era  ya  dado  á  la  bebida, 
lo  que  lo  exponía  á  percances  desagradables.  Debían 
administrarse  cien  azotes  á  un  soldado  después  de  la  lista 
de  tarde.  Había  reglas  precisas  para  la  ejecución  del  acto. 
El  cabo  perfectamente  cuadrado,  debía  descargar  el  golpe 
de  la  varilla  de  membrillo,  al  aire  natural  del  descenso 
del  brazo,  apoyando  sobre  el  hombro  la  varilla  para  partir, 
á  fin  de  que  el  palo  no  sea  muy  recio.  El  Ayudante  asistía 
á  la  repugnante  ejecución  y  se  tenía  á  espaldas  del  cabo 
con  la  espada  desnuda  enfrente  del  pecho,  pronto  á  des- 
cargar un  golpe  de  plana  en  la  espalda  del  cabo,  si  se 
excede  ó  atenúa  el  golpe  de  lo  regular.  Ya  le  había 
administrado  dos,  y  fuese  torpeza  ó  acaso  intención,  el 
cabo  no  arreciaba  los  golpes  en  la  justa  proporción.  Vién- 
dolo, el  Comandante  se  avanza  y  descarga  terribles  cinta- 
razos al  cabo,  quien  se  aturde  y  acaso  ignora  cual  es  la 
medida  de  su  deber.  Entonces  Barcena  enfurecido,  le 
manda  una  estocada,  que  afortunadamente  no  rompe  el 
cuero;  mándale  una  segunda,  frenético  ya  y  ciego  de 
cólera,  con  el  mismo  éxito,  hasta,  que  el  Ayudante,  avan- 
zando dos  pasos,  se  interpuso  entre  el  asesino  y  la  victima» 
diciéndole  en  voz  baja: — Repórtese  mi  Comandante,  este 
no  es  su  puesto,  este  es  el  mió...  De  "vergüenza  de  no 
haberlo  traspasado,  arrojó  la  espada  y  se  fué  del  cuadro. 
La  ñexibilidad  de  la  oja  de  la  espada,  en  efecto,  salvó  la 
■vida  al  infeliz  cabo:  eran  unas  espadas  espadines,  —  de 
gala, — para  funcionarios  coloniales,  con  vaina  de  suela  y 
guarnición  de  entorchado  de  plata  y  era  de  esta  clase  la 
primera  que  ceñí  y  había  servido  á  mi  padre. 


MEMORIAS  83 

A  poco  de  estar  en  estas  funciones,  llegó  á  San  Juan  el 
esperado  Escuadrón  de  Coraceros  de  la  Guardia  del  Gene- 
ral Pa7,  al  mando  del  Teniente  Coronel  don  Santiago 
Albarracin  y  una  compañía  de  infantería  de  negros  del 
antiguo  2  de  línea,  con  sus  cabezas  ya  encanecidas  en  el 
servicio.  No  pasaron  quince  días  cuando  el  Comandante 
Barcena  recibió  órdenes  de  hacer  tomar  caballos  y  marchar 
al  día  siguiente  á  las  seis,  en  dirección  al  Pocito,  hacia  un 
punto  que  se  designaba. 

Al  llegar  encontramos  formado  el  Escuadrón  de  Cora- 
ceros y  se  nos  dio  orden  de  tomar  la  derecha.  Se  nos 
mandó  echar  pie  á  tierra:  el  día  avanzado,  picaba  el  sol 
bastante  y  fui  despertado,  pues  me  había  dormido  en  la 
zanja  que  hacía  una  acequia  en  seco,  con  el  caballo  de 
la  rienda. 

—  De  orden  del  Comandante  Albarracin.  —  Fui  recibido 
con  muestras  de  cariño,  aunque  lo  conocía  por  primera 
vez,  pues  no  era  un  Ayudante  personaje  para  ir  á  visitar 
jefes,  aunque  mucho  mas  encumbrados  había  tratado  en 
mi  carrera  de  edecancito  de  tres  Generales.  Sufrí  un  inte- 
rrogatorio sobre  el  origen,  instrucción  y  partido  de  los 
oficiales  y  se  me  ordenó  retirarme. 

Dos  horas  después  los  clarines  sonaron  á  caballo,  for- 
mamos, pero  con  sorpresa  vi  que  yo  solo  y  un  capitán  de 
los  nuestros  éramos  los  únicos  oficiales  del  cuerpo.  Barcena, 
por  lo  visto,  había  sido  eliminado  y  cuando  regresamos  á 
la  ciudad,  seguimos  hacia  el  cuartel  de  San  Clemente  que 
era  el  de  coraceros,  en  lugar  del  de  San  Agustín  que  era  el 
nuestro.  Estábamos  incorporados  como  simples  reclutas  en 
el  cuerpo  de  línea,  y  yo  pasé  revista  como  ayudante  de 
coraceros  y  los  deberes  de  servicio  empezaron  á  ser  mucho 
mas  rigurosos,  aunque  compartidos  con  otro  ayudante. 

El  plantel  á  que  nos  incorporábamos  era  de  veteranos 
que  habían  hecho  la  guerra  del  Brasil  y  eran  notables  por 
la  profunda  moralidad  que  los  distinguía,  como  su  disci- 
plina é  instrucción.  Los  negros  eran  blancos  de  canas, 
pues  eran  délos  regimientos  de  la  Independencia  que  Bus- 
tos sublevó  en  Arequito. 

Jamas  en  un  año  que  presidí  listas  de  tarde,  se  azotó  á 
ningún  soldado.  Eran  unos  santos,  impecables,  ni  de  pe- 
cado venial.    La  disciplina  había  transformado  la  natura- 


84  OBRAS  DB  SARMIENTO 

leza,  sujetando  á  reglas  los  apetitos  y  las  pasiones.  Jamas 
había  que  castigar  alguno,  ni  aun  en  las  listas  de 
tarde,  que  suele  ser  el  inconveniente  de  las  tropas  acanto- 
nadas en  las  ciudades. 

Una  mañana  me  toma  de  un  brazo  el  Capitán  Marchando 
joven  porteño,  y  casi  llorando  me  dice: — aVen  hermanito,  y 
pídeme  á  un  pobre  negro  que  tengo  que  darle  doce  azotes 
en  la  cuadra  por  una  bagatela,  pobre!» — Tomóme  un  poco 
la  delantera,  y  cuando  llegué,  lo  encontré  furioso, — «Picaro, 
le  decía  al  soldado  puesto  en  el  suelo  boca  abajo  y  ense- 
ñando las  negras  posaderas,  jvenir  aquí,  á  deshonrar  el  2» 
de  Infantería!  Ya  lo  verás!. . .  y  me  echaba  una  mirada  fur- 
tiva, como  diciendo,  ya  es  tiempo... — «Permítame,  Capi- 
tán, que  interceda  por  este  pobre  soldado.  Perdónelo  por 
esta  vez.  Yo  respondo  de  su  conducta. — Bien!  Agradece, 
picaro,  que  el  ayudante  te  pide,  que  sino,  ya  lo  hubieras 
visto;  pero  no  faltará  ocasión;  levántate!» — y  á  la  compa- 
ñía:— Rompan  ñlas!     Quedándonoslos  dos  contentísimos. 

Los  oficiales  de  coraceros,  salvo  el  Mayor  don  Nicomedes 
Castro,  eran  como  solían  ser  entonces  los  oficiales  de  caba- 
llería, habiendo  varios  de  la  campaña  de  Córdoba,  con 
escasa  educación,  ni  aun  civil.  No  obstante  mis  diez  y 
nueve  abriles,  por  lo  que  precede,  inferiráse  que  debía 
poseer  bastante  desenvolvimiento,  y  á  pocos  días  de  estar 
en  el  cuerpo,  conquistado  una  posición  espectable.  Era  ya 
una  especie  de  hombre  de  letras,  pues  sabia  francés, había 
leído  bastante,  y  un  ayudante  que  sabe  escribir  y  redactar 
notases  impagable,  pero  las  paga  él  confiándosele  todo  tra- 
bajo. 

Entré  entonces  de  lleno  en  el  servicio  militar;  y  para 
edificar  al  lector  sobre  ciertos  cargos  hechos  y  po[»ulari- 
zados  cincuenta  años  después,  me  detendré  en  algunos 
detalles.  No  eran  comunes  en  aquellos  tiempos  los  oficia- 
les con  cierta  instrucción  y  las  cualidades  que  me  llevaron 
á  conquistar  un  lugar  en  la  república  de  las  letras,  se 
hacían  notar  desde  la  adolescencia  en  provincias  donde 
ni  colegios  había.  Debí,  pues,  ser  empleado  en  toda  fun- 
ción que  requiriese  capacidad  de  aprender  cuando  mas  no 
fuese.  Fui  desde  luego  el  fiscal  de  todas  las  causas  mi- 
litares que  ocurrían;  y  de  ahí  mi  conocimiento  de  las  orde- 
nanzas que   me  permitía  tenérmele  tieso  al  criminalista 


MEMORIAS  85 

doctor  Tejedor,  en  una  discusión,  siendo  él  Ministro,  dicién- 
dole  que  él  no  conocía  esta  parte  del  derecho.  A  mis 
ejemplares  del  Colon  les  falta  precisamente  el  segundo 
volumen  perdido  en  el  servicio  (*);  y  en  mis  escritos  pos- 
teriores, aun  sobre  Constitución,  ha  debido  notarse  que 
como  excepción,  cito  mas  que  otros  las  ordenanzas  milita- 
res que  desde  aquella  época  empezaron  á  serme  fami- 
liares. 

La  instrucción  en  la  disciplina  y  educación  del  recluta 
era  generalmente  confiada  á  los  ayudantes  y  puse  tanto 
empeño  en  ello  que  puedo  jactarme  de  haberla  elevado  á 
un  arte.  Habiendo  el  Gobierno  nombrado  al  mayor  don 
Nicomedes  Castro,  Jefe  de  una  academia  de  táctica  para 
enseñar  á  la  oficialidad  de  cuatro  regimientos  de  caballería 
de  milicia,  me  pidió  á  mí  como  Secretario.  Tres  meses 
después,  el  Jefe  puso  este  caso:  ¿Qaé  voces  de  mando  se 
darían  para  hacer  marchar  un  regimiento  al  frente  en  dos 
columnas  por  el  centro? — y  como  le  preguntase: — ¿Puede 
usarse  en  las  voces  de  mando  del  Coronel,  la  palabra  para- 
lelas?— Eso  es,  me  contestó,  es  inútil  que  dé  usted  las  voces 
de  los  Comandantes,  pues  que  ya  indica  la  del  Coronel; 
délas  usted  sin  embargo. — Y  al  concluir,  dijo  á  los  oficiales: 
— señores,  no  tengo  mas  nada  que  enseñarle  al  ayudante,  á 
quien  nombro  desde  ahora  mi  segundo  y  podrá  sustituir- 
me en  adelante. 

Recibía,  pues,  mis  diplomas  de  doctor  en  táctica  de  caba- 
llería, que  he  cultivado  después,  hasta  las  reformas  que 
ha  experimentado  esta  arma  en  la  guerra  franco-prusiana, 
que  la  ha  alejado  á  grandes  distancias  del  campo  de  ba- 
talla, para  hacerla  eficaz  solo  en  la  estrategia. 

Era  jefe  del  Detall  un  Sargento  Mayor  Smith,  joven  inglés 
de  buena  presencia  y  mejor  educación,  que  no  sé  donde 
haya  muerto,  quien  se  estaba  en  su  oficina  hasta  las  nueve 
y  mas  de  la  noche,  esperando  el  parte  de  la  lista  de  ocho» 


(I)  En  el  lamentable  incendio  de  la  Biblioteca  Franklin  de  San  Juan;  á  la  que 
Sarmiento  habia  legado  sus  libros,  se  perdieron  muchas  reliquias  inestimables, 
obras  con  dedicatorias  de  autores,  otras  anotadas  y  entre  ellas  un  ejemplar  del 
Colon  regalado  por  el  General  Las  Heras,  del  que  faltaba  el  tomo  2»  perdido  por 
Las  Heras  por  la  misma  razón  y  reemplazado  por  una  copia  manuscrita  de  Sar- 
miento hecha  en  su  juventud  y  anotada  por  él  y  Las  Heras.— í-V.  del  E.) 


00  OBRAS   DE   SARMIENTO 

que  generalmente  traía  por  toda  noticia  del  cuerpo  «sin 
novedad.»  El  interés  estaba  en  ver  qué  dibujo  adornaba 
el  papel,  pues  no  teniendo  de  qué  dar  parte,  aquella  frase 
sacramental  venía  en  entabladura  de  un  arco  de  triunfo, 
ó  en  el  tímpano  de  un  frontis  griego,  ó  dentro  de  una  co- 
rona de  laureles  ó  una  guirnalda  de  rosas.  Una  vez  le 
puse,  en  lugar  de  «sin  novedad»,  all  right!  que  le  hizo 
morderse  de  risa  y  echarme  una  raspa. 

Con  la  Academia,  había  quedado  licenciado  ó  como  se 
dice,  en  comisión,  mientras  el  Escuadrón  hizo  una  punta 
hacia  los  llanos,  á  perseguir  entre  los  garabatales,  monto- 
neras intangibles  y  acercándose  la  guerra  al  desenlace, 
empezaron  aerearse  nuevos  cuerpos. 

Llegó  por  entonces  (1830),  el  Coronel  Chenaut,  con  misión 
de  levantar  un  regimiento  de  seicientas  plazas,  y  desde 
el  día  de  su  llegada,  por  recomendaciones  que  decía  traer 
de  Mendoza,  quiso  llevarme  á  su  cuerpo  de  nueva  creación; 
pero  tocamos  en  la  dificultad  que  tenía  dado  el  empleo  de 
Ayudante  á  un  Espejo,  de  Mendoza  y  mi  fisonomía  de  diez 
y  nueve  años  no  presentaba  tela  para  un  capitán.  Ofre- 
cíle  sin  embargo  mis  servicios  como  ayudante  por  un  mes, 
dándome  á  prueba,  pues  el  Coronel  Mitre,  táctico  de  infan- 
tería, suponía  que  no  debía  yo  conocer  el  servicio  de  mecá- 
nica ni  la  táctica  de  evoluciones  de  caballería. 

Era  un  hombre  infatigable,  lleno  de  entusiasmo  y  ardor  y 
un  poco  cruel  con  el  recluta.  Trabajábamos  todo  el  día  y 
dando  yo  el  parte  en  persona,  nos  quedábamos  á  tertuliar 
en  sus  aposentos.  Al  mes  cumplido,  puestas  las  espuelas 
y  listo  el  asistente,  fui  á  despedirme  con  mucha  sorpresa 
suya. — ¡Cuanto  siento  que  me  deje.  Ayudante,  nos  enten- 
díamos tan  bienl — Capitán,  si  Vd.  gusta,  mi  Coronel. — Ohl 
imposible  darle  ese  grado. — Perdón,  es  que  ya  lo  tengo  del 
Escuadrón  de  Dragones  que  tenemos  orden  de  levantar 
con  mi  antiguo  Mayor  Don  Nicomedes  Castro,  ahora  Co- 
mandante. 

Con  Chenaut  hicimos  junto  la  campaña  de  Caseros  y 
recien  volvimos  á  vernos  en  18G8  en  casa  de  Don  Martin 
Pinero  donde  pasó  una  escena  digna  de  recordarse.  Des- 
pués de  los  saludos  de  estilo.— -Oh!  mi  Coronel  Chenaut  ¿se 
acuerda  Vd.  que  no  me  quiso  nombrar  capitán  en  1830? — 
Pero   señor    Presidente,    era    Vd.    tan   joven...  no    podía 


MEMORIAS  87 

preveer. . .  Confiese  que  cometió  una  injusticia! — . . .  Señor 
— Pues  me  la  pagarál — Y  lo  dejé  con  el  susto,  suplicante 
ante  la  señora  de  la  casa  para  que  intercediera: — Este  Sar- 
miento es  tan  malo! — Al  dia  siguiente  iba  al  Senado  el  Men- 
saje, pidiendo  acuerdo  para  ascender  á  General  al  Coronel 
Don  Indalecio  Clienaut,  aquel  pobre  amigo,  uno  de  los  mas 
antiguos  coroneles,  el  brazo  derecho  del  General  Paz,  el 
Edecán  del  General  Urquiza  en  Caseros,  y  jefe  de  Estado 
Mayor  en  el  Paraguay,  que  no  había  obtenido  el  titulo  de 
General  que  tantos  que  ni  tenientes  eran  en  1830  habían 
obtenido.  Pocas  veces  tiene  uno  en  la  vida  ocasiones  como 
esta  de  saborear  la  venganza,  ese  placer  de  los  dioses. 

El  campo  de  instrucción  fué  establecido  al  otro  lado  de  la 
-Quebrada  de  Zonda,  en  un  terreno  inculto  que  hoy  perte- 
nece á  mi  familia.  Fui  encargado  por  el  Comandante,  de 
dividir  las  compañías  por  tablas  y  para  proporcionarme 
cabos,  puse  á  contribución  ciertas  observaciones  que  había 
hecho.  Paseando  delante  de  una  compañía  de  reclutas 
formada,  con  aires  de  matón,  de  repente  señalaba  á,  un 
recluta  con  la  mano,  diciéndole  con  voz  enérgica: — De  qué 
cuerpo? — ¡Granaderos  á  caballo! — No  11  de  los  Andes! — era 
la  repuesta  inmediata. 

La  revolución  del  negro  Panta  vino  á  interrumpir  estas 
tareas,  pues  el  Escuadrón  de  Coraceros  había  salido  á  cam- 
paña. En  la  noche  se  sublevó  la  guardia,  partiéronle  en  dos 
la  cara  al  Comandante,  mataron  á  un  Ayudante  que  se 
hallaba  arrestado  por  no  querer  dar  las  gracias  á  su  jefe  al 
terminar  otro  arresto.  El  Coronel  Rojo  sofocó  la  revolución 
con  siete  hombres,  entre  ellos  mi  asistente  que  me  traía  mi 
caballo,  batiéndolos  en  la  plaza,  donde  lo  aguardaban  en 
número  de  sesenta,  verdadero  acto  de  heroísmo. 

San  Martin  introdujo  en  la  disciplina  la  tenue  erecta  y 
rígida  que  conserva  todavía  el  soldado  ingles  y  ha  perdido 
el  francés  á  fin  de  ahorrar  fatiga  é  incomodidad  innecesa- 
ria al  soldado,  como  se  han  ensanchado  pantalones  y  man- 
gas para  no  embarazarle  los  movimientos.  Los  soldados  y 
aun  los  jefes  de  San  Martin  han  quedado  reformados,  y  hasta 
la  vejez  conservan  la  actitud  marcial,  tiesa,  con  el  pecho 
avanzado,  de  tal  manera  que  mas  tarde  en  Santiago  de 
€hile,  solía  decir  por  esta  causa:  aquel  caballero  que  viene 
á  la  distancia,  ha  pertenecido  al  ejército  de  los  Andes,  sin 


88  OBRAS  DB  SARMIENTO 

equivocarme  jamas.  Los  chinos  harapientos  de  una  recluta,., 
apenas  entraban  en  formación  obedeciendo  al  hábito,  por 
asociación  de  ideas,  sacaban  el  pecho  y  se  delataban  solda- 
dos antiguos. 

Preso  é  incomunicado  en  Mendoza,  (1856),  tercera  del 
mié  prigione^  sea  dicho  de  paso,  paseábase  delante  de  la. 
puerta  del  calabozo  un  chino  escaso  de  camisa,  envolviendo 
el  todo  en  un  raído  y  corto  chamanto  chileno. — «¿En  qué 
cuerpo  ha  servido,  amigo? — ¡Cabo  de  guardia!  fué  el  grito 
estentóreo, — jel  preso  ha  hablaol» — Oíase  luego  el  tropet 
del  cabo  y  dos  soldados  que  subían  de  cuatro  en  cuatro 
los  peldaños  de  la  escalera  del  Cabildo,  acaso  temiendo- 
alguna  tentativa  de  seducción  ó  escape.  Explicóse  lo  su- 
cedido, que  habiéndole  entregado  incomunicado  el  reo  por 
la  consigna  este  la  había  violado,  y  el  cabo  que  no  era 
veterano,  tranquilizándose:  ¿Para  eso  me  llama?  Contés- 
tele nomas.— Entonces  el  chino  dijo  en  voz  alta:  Número 
once  de  los  Andes!  y  golpeando  la  culata,  emprendió  los 
paseos  del  centinela,  como  si  llevara  el  shakó  de  la  Guardia 
Imperial. 

En  Mendoza  se  conservaron  mas  que  en  San  Juan  por 
largo  tiempo,  las  prácticas  y  usos  del  servicio  militar, 
habiendo  tenido  muy  á  mis  expensas,  aunque  en  mi  be- 
neficio, que  experimentar  la  práctica  en  el  servicio  de  cen- 
tinelas del  que  hoy  es  Coronel  Olascoaga. 

Cuando  muchos  años  después,  se  escapó  de  prisión  cierto 
prisionero  (Arredondo?),  alguno  que  tenía  estos  anteceden- 
tes, pudo  decir  sin  temor  de  equivocarse,  que  no  debió  ser 
de  mendocinos  la  guardia  que  custodiaba  al  preso,  pues 
todos  saben  por  tradición  cual  es  la  manera  de  recibirse 
de  la  guardia  el  oficial  y  el  cabo  que  entra  de  cuarto,  in- 
dependientemente de  la  consigna. 

Volviendo  á  nuestro  campamento  de  Zonda,  la  organiza- 
ción se  hizo  rápidamente  y  la  instrucción,  disciplina  y 
movimientos  costaron  poco,  dirigidos  por  los, dos  escuadro- 
nistas  que  tenía  San  Juan  entonces.  El  traje  de  nuestros, 
dragones  era  de  tosco  paño  azul  celeste  con  cabos  colorados. 

No  estábamos  destinados  á  hacer  «huesos  duros»,  como 
dicen  los  franceses,  ni  á  pervertirnos  en  las  delicias  de 
Capua.  Facundo  Quiroga  con  un  puñado  de  presidiarios 
venía  sobre  Mendoza,  y  la  traición  del  Boyero  que  entrega 


MKMORIAS  89 

el  Río  IV  y  se  asoció  al  invasor,  avisó  siniestramente  su 
aproximación. 

Por  orden  del  Gobierno,  no  sé  con  qué  propósitos,  porque 
el  Comandante  nada  me  comunicó,  tomó  la  mitad  de  una 
compañía  de  dragones,  la  compañía  del  2°  de  Infantería  de 
negros  y  un  escuadrón  de  milicias,  y  fué  á  establecerse  en 
las  Lagunas,  es  de  suponer  que  para  cerrarle  el  paso  á 
Quiroga,  que  infaliblemente  debía  ser  batido  en  Mendoza, 
donde  había  ochocientos  infantes,  seis  ó  diez  piezas  de  ar- 
tillería y  fuera  de  caballería  mendocina,  los  seiscientos 
hombres  de  granaderos  á  caballo  que  habíamos  disciplinado 
con  el  Coronel  Chenaut. 

El  Comandante  Castro  y  el  Capitán  Marchand,  acaso  los 
valientes  veteranos  negros,  murieron  en  su  puesto,  no  supe 
si  sorprendidos,  lo  que  es  de  temer,  porque  en  ese  paraje 
no  hay  pasto  para  mantener  los  caballos  á  mano,  ó  fueron 
oprimidos  por  fuerzas  superiores,  después  de  perdida  Men_ 
doza.    En  otra  parte  he  explicado  la  causa  del  desastre,  en 
que  doscientos,  quizá  trescientos  hombres  sin  disciplina, 
vencen,  ó  mas  bien  toman  á  un  ejército  de  mil  quinientos 
hombres  de  todas  armas  y  con  excelente  infantería.    En- 
contráronse de  manos  á  boca  las  bandas  opuestas  en  mar- 
cha y    las  fuerzas    de   Mendoza,   atravesando  un   terreno 
cubierto  de  matorrales,  mientras  que  á  pocas  cuadras    á 
retaguardia,  habían  pasado  un  campo  despejado  mandado 
hacer  para  una  batalla  campal.    Si  el  General  Castillo  for- 
ma su  infantería  entre   los    matorrales,  deja  clavado   con 
eso   á  Quiroga  en    el   carruaje  que  lo  conducía,  pues   no 
había  un  palmo  de  terreno  para  avanzar  la  caballería.   Se 
hizo  lo  que  debía  evitarse  á  todo  trance  y  fué  buscar  terreno 
favorable  para  desplegar  la  caballería;  pero    el  retroceso 
precipitado  desmoralizó  tropas  nuevas  aunque  disciplina- 
das.   Conocí  todos  los  detalles  de   esta  jornada,  por    don 
Pedro  Domingo  Chenaut,  hermano  del    Coronel,  que   atra- 
vesó, cargando  por  entre  una  guerrilla  de  infantes  manda- 
da por  un  peruano  (?)   Espinosa, — el  mismo  que   hubo  de 
matarme  después,  en  la  cárcel  de  San  Juan  y  murió  cuando 
la  entrada  del  General  Hacha,  mandando  un  batallón — Don 
Manuel  J.  del  Carril,  millonario  residente  hoy  en   Paris  y 
hermano  del  ilustre  don  Salvador    María,   era  teniente  de 
granaderos,   y  convenía  en    la    misma  explicación.    Fué 


90  OBRAS   DE   SAKMIBNTU 

aquello  una  avería  y  no  una  derrota,  como  fué  una  araría  la 
toma  del  General  Paz. 

Cuando  llegó  la  noticia  á  San  Juan  de  este  desastre,  traída 
por  los  mismos  soldados  que  fueron  de  Chenaut,  no  siendo 
de  esperar  que  pudiera  rehacerse  el  regimiento,  casi  sin 
armas  como  sucede  después  de  la  derrota,  y  no  teniendo 
mas  fuerza  con  aspecto  militar  que  la  parte  del  escuadrón 
que  estaba  á  mis  órdenes  en  Zonda,  los  ciudadanos  resol- 
vieron emigrar  hacia  Coquimbo,  y  en  la  noche  fueron  lle- 
gando al  Valle  de  Zonda,  en  número  de  doscientos  vecinos, 
los  mas  acaudalados,  huyendo  de  las  violencias,  vejáme- 
nes y  contribuciones  forzosas  que  requería  la  necesidad  de 
volver  á  organizar  ejércitos  nuevos,  ya  que  se  ignoraba  que 
el  General  Paz  mismo,  por  otro  de  ios  accidentes  inexpli- 
cables de  la  guerra,  caía  en  manos  del  enemigo,  y  el  ejér- 
cito sin  Jefe,  emprendía  su  retirada  hacia  Tucuman. 

Lo  mas  curioso  es  que  yo  no  sabía  nada  de  lo  que  pasaba 
en  la  ciudad,  aunque  estaba  á  la  expectativa  de  sucesos 
de  bulto,  desde  que  parte  de  mi  cuerpo  se  hallaba  en  cam- 
paña. Esa  noche  fui  llamado,  de  orden  del  señor  Gober- 
nador Pastoriza,  al  punto  de  reunión  de  la  proyectada 
retirada,  y  entonces  supe  la  magnitud  del  desastre.  Se 
me  ordenó  cubrir  la  marcha  precedido  de  un  arreo  de 
ganado;  el  que  en  tres  días  de  camino  hasta  la  Iglesia,  me 
forzó  á  quedar  á  retaguardia  con  un  día  de  retardo.  Sín- 
tomas de  amotinamiento  se  notaban  de  vez  en  cuando, 
pero  la  disciplina  los  retenía,  ó  bien  la  disposición  última 
tomada  de  marchar  los  oficiales  á  retaguardia,  en  caminos 
estrechos,  pedregosos  entre  colinas  donde  cuatro  caballos 
cubren  el  frente. 

El  último  día  se  dejó  sentir  la  presencia  de  avanzadas 
del  enemigo,  aunque  se  mantenían  á  distancia  respetuosa, 
acaso  por  no  traer  armas  de  fuego,  y  ver  nuestra  actitud  que 
no  era  de  dar  muchas  seguridades  de  triunfo. 

Guando  hubimos  llegado  á  territorio  chileno  no  obs- 
tante el  episodio  sangriento  de  la  muerte  del  General  Vi- 
llafañe,  en  el  asalto  dado  por  el  mayor  Navarro,  (*)  pudo 


(1)  Este  Mayor  Navarro,  sanjuanioo,  cuyo  nombre  no  hemos  sabido  averiguar, 
era  tipo  de  carácter  romancesco  y  trágico.  Acompañó  á  Lavalle  liasta  que  hizo  las 
paces  con  Rosas  y  tuvo  que  ganar  los  indios  donde   se  casó.    En  esa  retirada  á 


MBMORIAS  91 

decirse  que  para  nosotros  bien  podía  enrollarse  el  mapa  de 
la  República  Argentina. 

Quiroga,  llegado  á  San  Juan,  puso  al  lado  de  la  cárcel 
un  banquillo  flamantemente  construido  y  un  rollo  para 
azotar,  acto  que  practicó  con  ciudadanos  respetables.  Las 
mujeres  y  madres  de  los  unitarios  prófugos  costearon  la 
formación  rápida  de  un  nuevo  ejército  perfectamente  equi- 
pado, ya  que  nosotros  nos  habíamos  tomado  la  molestia  de 
disciplinar  las  reclutas.  El  ejército  de  Tucuman  fué  ven- 
cido y  la  ciudad  saqueada,  para  hacerle  pagar  su  rescate, 
como  fueron  fusilados  todos  los  jefes  prisioneros. 

Los  que  pasamos  á  Chile  tomamos  diversos  caminos, 
quienes  al  Norte,  quienes  al  Sur.  Con  mi  padre  tomamos 
al  Sur,  en  dirección  á  Aconcagua,  buscando  el  arrimo  de 
don  José  Domingo  Sarmiento  miembro  de  la  antigua  fami- 
lia Sarmiento  que  había  residido  en  Putaendo.  No  había 
en  aquel  lugar  una  sola  escuela,  y  viendo  en  el  patio  una 
tira  de  papel  impreso,  que  reconocí  ser  la  mitad  de  un 
cuadro  de  lectura  del  sistema  de  Lancaster,  ofrecí  al  Go- 
bernador organizar  una  Escuela  Lancasteriana,  en  cuya 
dirección  me  sucedió  á  poco,  mi  primo  el  capitán  don  Vi- 
cente Morales,  que  había  sido  alumno  de  una  escuela  lan- 
casteriana. 

Como  á  mi  nacimiento  se  olvidó  colocar  entre  las  hadas 
que  debían  dotarme  con  sus  dotes,  entre  otras  á  la  que 
distribuye  la  fortuna,  la  mina  Colorada,  de  propiedad  de  mi 
General  Vega,  de  que  fui  digno  mayordomo,  vistiendo  el 
saco  azul  y  el  birrete  colorado  tradicional  del  minero, 
aguardó  á  que  yo  dejara  mi  alto  empleo,— alto,  por  que  lo 
ejercía  á  quinientos  pies  debajo  de  tierra, — para  dar  un 
millón  de  duros  en  la  primera  quiebra  de  la  veta  en  barra. 
En  1843,  recien  me  pagó  en  Valparaíso,  y  cuando  yo  no  los 
necesitaba,  los  pobres  salarios  que  no  podía  antes  del  al- 
cance, tan  angustiada  era  su  posición.  En  cambio,  aprendí 
ingles  en  la  mina,  leyéndome  un  tomo  de   las  novelas  de 


Coquimbo  no  se  resignaba  á  tanta  humillación,  hasta  qua  encontrando  á  Villafañe, 
General  de  Quiroga,  que  á  su  turno  regresaba,  salióle  al  encuentro,  retándolo  á 
singular  combate  y  atravesándole  de  su  lanza.  Regresó  á  San  Luis,  juntóse  con 
Pringles  y  disputando  quien  del  otro  se  salvaría  en  el  único  caballo  que  los  dos 
héroes  poseían,  murieron  á  manos  de  Quebracho  López.— (»V.  del  E.) 


92  0BRA.9  BE   SARMIENTO 

"Walter  Scott  por  día  á  la  luz  del  candil.  De  algo  me  sir- 
vió, como  se  vé,  ser  minero,  aunque  me  predispusiese  á  fo- 
mentar las  minas  en  San  Juan  como  Gobernador  é  invertir 
en  ello  seis  mil  pesos  fuertes  de  mi  peculio,  como  consta 
de  los  contratos  y  pagas  de  compañías  de  minas,  en  que 
para  animar  á  los  otros  me  veía  forzado  á  entrar,  lo  que 
no  hizo  productivas  las  minas,  no  obstante  la  maquinaria 
traída  por  Rikard|  de  Inglaterra  y  que  yace  en  Gualilán. 
Regresé  á  San  Juan  en  1837,  donde  encontré  al  Coronel 
Rojo  y  uno  que  otro  oficial  de  aquellos  tiempos.  El  Co- 
ronel hacía  una  particular  distinción  de  mi,  creo  que  por 
la  influencia  de  su  esposa  de  la  familia  Cano  —  y  durante 
cuatro  años  nos  consagramos  los  Dres.  Aberastain,  Cortinez, 
Quiroga  Rosas  y  yo  á  promover  todo  lo  que  podía  contribuir 
á  desenvolver  gérmenes  de  civilización  y  sería  digno  de  re- 
cuerdo lo  que  se  hizo  en  sociedades,  colegios,  periódicos,  (*) 
teatros,  máscaras,  bailes,  que  han  dejado  honda  impre- 
sión en  los  ánimos  y  rastro  duradero  en   las  costumbres 

Esta  serie  de  documentos  y  recuerdos  bastarían  á  embe- 
llecer la  foja  de  servicios  de  los  mas  acreditados  Generales 
y  el  lector  argentino  sabe  cuan  necesario  era  reproducirlos 
y  coordinarlos.  ¿Quién  sabe  lo  que  ha  pasado  en  San  Juan 
y  Mendoza  en  1829  si  ninguna  crónica  lo  dice,  y  aun  se 
ignora  la  fecha  de  los  sucesos?  Ha  leído  alguien,  si  no  es 
algún  bibliófilo  ó  erudito,  el  opúsculo  de  D.  José  Calle  sobre 
el  gobierno  del  General  Alvarado? 

Admirábase  un  antiguo  Presidente  de  las  Cámaras,  de 
que  el  bombardeo  con  ametralladoras  ejecutado  por  el 
Presidente,  sobre  las  murallas  del  Colegio  Nacional  en 
construcción,  en  el  Rosario  en  1871,  haya  tenido  su  explica- 
ción  satisfactoria  en   1886  solamente  (-)  habiendo   aquel 


(1)  Por  no  haber  otra  ocasión  de  consignarlo,  copiaremos  una  frase  del  pro- 
grama del  Zonda,  cuyo  primer  número  es  de  20  de  Julio  de  1839. 

a  Un  periódico  es  pues,  todo,  el  gobierno,  la  administración,  el  pueblo,  el  co- 
«  mercio,  la  Junta,  el  bloqueo,  la  Patria,  la  ciencia,  la  Europa,  el  Asia,  el  mundo 
«entero,  todo.  Un  periódico  es  el  hombre,  el  ciudadano,  la  civilización,  el  cielo, 
«la  tierra,  lo  presente,  lo  pasado,  los  crímenes,  las  grandes  acciones,  la  buena  ó 
«  mala  administración,  las  necesidades  del  individuo,  la  misión  del  Gobierno,  la 
«  historia  de  todos  los  tiempos,  el  siglo  presente,  la  humanidad,  en  general,  la 

medida  de  la  civilización  de  un  pueblo.  »    {N.  del  E.) 

(  9)  En  el  artículo  «Sangre  y  mas  sangre  »,  mas  adelante.    { A^.  áel  E.) 


MEMORIAS  93 

funcionario  tolerado  las  burlas  de  los  diarios  de  la  época, 
y  quédase  hasta  hoy  reconocido  como  un  acto  frivolo, 
indigno  del  General  en  Jefe  de  los  Ejércitos,  y  del  primer 
magistrado  de  la  nación.  Es  una  pretensión  insolente  de 
la  detracción  de  partido,  que  se  descienda  á  mostrarle  su 
sin  razón,  lo  que  no  hace  mas  que  darla  mayor  audacia, 
porque  pudor  y  arrepentimiento.  Dios  se  la  dé. 

Es  un  hecho  histórico,  que  tras  del  ridiculizado  y  osten- 
toso ensayo  de  ametralladoras,  en  las  murallas  de  un 
colegio,  lo  que  doblaba  el  escándalo  (¡buscado!),  el  loco 
•que  tal  hacía  anunciaba  terminar  la  guerra  en  treinta 
días.  Llevábanle  la  cuenta  los  diarios, —y  va  uno,  decian, 
y  van  dos. . .  según  que  pasaban  los  días,  hasta  que  llegado 
^1  veinte  y  uno,  se  interrumpió  la  cuenta,  sin  que  ninguno 
de  los  bromistas,  al  abandonar  el  sonsonete,  dijese  la 
causa  é  hiciese  la  justicia.  ¿Para  qué  dar  explicaciones 
á  esa  opinión  canalla,  como  era  la  que  inspiraba  las  burlas 
y  la  oposición  ? 

Estas  ocurrencias  justificarán  el  cuidado  de  un  anciano 
de  poner  orden  á  sus  recuerdos  y  traer  á  la  vista  docu- 
mentos ignorados  ú  olvidados,  á  fin  de  que,  sin  ese  cuidado, 
su  nombre  no  quede  en  lo  militar,  bajo  las  impresiones 
que  revela  la  frecuente  alusión  á  «la  virgen  espada» 
que  ciñó  por  gala,  según  parece,  por  favor  cortesano,  según 
la  creencia  establecida. 

Un  grande  peligro  ha  corrido  el  autor  de  estas  páginas, 
salvándose  de  la  muerte  calculada  inevitable  por  el  asesino 
que  armó  el  brazo  de  los  Guerri,  con  tal  furia  que  reventó 
■si  arma  homicida  y  se  salvó  la  victima. 

El  peligro  real  no  era  tan  solo  de  perder  la  vida,  sino 
la  fama  de  hombre  de  pro  siquiera,  por  el  género  de 
muerte  que  le  preparaban.  El  Juez  del  Crimen  Dr.  Bunge, 
debiendo  pedirle  ciertas  declaraciones,  valióse  de  precau- 
ciones oratorias,  á  fin  de  no  excitar  los  nervios  con  el 
relato. 

De  tal  manera  estaban  empavonadas  de  ácido  prúsico» 
las  ocho  balas  que  encerraba  el  trabuco  aun  no  descargado* 
que  el  Dr.  Puiggari,  nuestro  célebre  químico,  había  decla- 
rado que  aun  los  espectadores  que  las  tuviera  en  sus  manos 
si  por  casualidad  se  hubiesen  enseguida  tocado  el  lacrimal 
•del  ojo  habrían  caído  fulminados.    Un  razguño  hecho  ea 


94  OBRAS  DE  SARMIENTO 

el  cutis  por  la  bala  habría  dado  igualmente  la  muerte  (i), 

Y  bien;  el  peligro  inminente  que  ha  corrido  con  los 
Guerri,  ó  con  la  opinión  pública  entonces,  ha  estado  en 
que  si  le  rosa  la  piel  una  de  esas  balas,  el  Coronel 
D.  F.  Sarmiento  resultaba  haberse  muerto  del  susto  pro- 
ducido por  el  estampido  del  trabuco,  pues  la  ligera  con- 
tusión recibida,  no  bastaba  á  explicar  el  hecho,  y  no  había 
de  concebirse  posible  que  las  balas  estuviesen  envenenadas 
por  la  tranquila  previsión  del  artista  inventor  del  crimen 
político;  y  no  se  habría  capturado  á  los  asesinos  ni  veri- 
ficado que  el  puñal  de  reserva  estaba  empavonado  de  una 
gruesa  capa  de  estricnina. 

Este  fué  el  gran  peligro  y  habría  sido  la  gran  gloria 
del  facultativo  matar  en  el  cuerpo  y  en  el  alma  al  que, 
al  decir  de  ellos,  y  vive  Dios  que  tenían  razón!  fué  el 
único  obstáculo  para  que  el  asesinato  del  General  Urquiza 
por  el  chambelán  de  palacio,  no  fuese  el  camino  para 
subir  al  mando  y  restablecer  el  reinado  del  terror. 

La  opinión  pública  les  habría  ayudado  con  sus  conje- 
turas y  su  buen  sentido.  ¡Morir  de  un  susto  1  La  prueba 
era  evidente;  ningún  órgano  vital  había  sido  tocado,  y 
sin  embargo  se  le  encontraba   muerto! 

Y  bien;  los  militares  no  guardan  recuerdo  ni  del  peligro 
que  corrieron  en  medio  del  fuego,  y  salvo  los  reclutas  antes 
de  foguearse,  no  tienen  idea  de  la  muerte  durante  el  com- 
bate. Aun  el  peligro  de  muerte  por  sorpresa  ó  cuando  el 
entusiasmo  ha  sido  excitado,  pasa  desapercibido  ó  es  afron- 
tado sin  pestañar. 

El  asesinato  de  los  Guerri,  ni  aun  en  el  recuerdo  nos 
dejó  impresión   de  espanto  tan  justificable.    Al  ver  oscu- 


(1)  El  juez  de  la  causa  remitió  á  Sarmiento  para  que  las  couservasc,  á  mas  de 
un  trozo  del  trabuco  estallado,  tres  balas  con  la  siguiente  nota  :  —  «  No.  1  ;  bala 
H  sacada  de  uno  de  las  dos  pistolas  que  se  tomaron  cargadas,  la  que  apesar  de 
«  estar  mordida,  resultó  no  estar  envenenada,  según  el  análisis  químico  á  que  fué 
«  sometida.— N".  2,  Cortado,  envenenado  con  sublimado  corrosivo  f  cloruro,  mer- 
«  cúrico )  sacado  del  trabuco  que  se  tomó  cargado,  pudiendo  producir  la  muerte 
«  el  contacto  del  veneno  que  contiene,  ya  sea  con  una  berida  ó  con  alguna  parte 
«  delicada  del  cuerpo.— N».  3,  Cortado  de  la  misma  procedencia  que  el  anterior, 
«  examinado  por  el  Dr.  Puiggari  y  que  presenta  un  agujero  que  estaba  lleno  de 
»  sublimado  corrosivo.» 

Conservamos  todavía  esas  piezas.    (Nota  del  Editor). 


MEMOHIAS  95 

recerse  el  gas  del  farol  por  el  humo  que  se  interponía, 
al  oir  el  estampido  fuerte  del  trabuco  que  estallalDa,  al 
ver  salir  y  correr  las  gentes,  nos  importaba  la  curiosidad 
del  vulgo,  provocada  por  algún  tiro  accidental  de  la  policía 
á  ladrones. . .  ¿  qué  me  iba  á  mi  en  ello? 

Entre  otros  accidentes  en  la  derrota  del  Pilar,  me  en- 
contré de  manos  aboca  con  un  escuadrón  sanjuanino  de 
azules.  El  trompa  al  reconocerme  (iba  prisionero); — «Ah! 
picaro,  exclamó  blandiendo  el  sable  sobre  mi  cabeza,»  «te 
acordáis  de  los  palos  que  me  distes  en  Jachal!» . . .  Vaya  que 
esta  vez  la  muerte  se  presentaba  sin  embargo.  No  creo 
que  fuese  artificio,  sino  respiro  de  aristócrata  mi  contesta  • 
cion; — Si  vuelvo  á  ser  tu  jefe  y  cometes  faltas,  te  he  de  dar 
otra  paliza. . .  El  trompa  era  mulato  y  sido  sirviente  de  Doña 
Martina  Carril.  Oyó  al  amo  y  no  al  jefe  y  tuvo  miedo  de 
levantar  sobre  él  la  mano. . .  Agradezca. . .  Y  me  salvé. 

En  San  Juan  se  reunieron  las  tropas  federales  para  ejecu- 
tarme, estando  preso  en  los  altos  de  Cabildo.  Se  me  mandó 
bajar  y  resistí.  Se  pidióla  partida  de  ejecución  y  llegó  al 
pie  del  edificio.  La  cárcel  estaba  en  la  misma  calle  que  la 
casa  de  Benavides  y  de  allí  esperaba  mi  salvación  de  la 
mazorca.  Vial  fin  salir  un  edecán  á  caballo  y  entonces 
bajé.  Jugaba  la  vida  por  un  error  de  cálculo  de  un  minuta 
mas  ó  menos.  Fui  embestido  lanza  en  ristre  por  el  jefe 
borracho  y  me  duró  muchos  días  el  moretón  en  el  puño, 
de  un  quite  hecho  á  la  lanzada  de  muerte  que  me  tiró  y 
desvié.  Lo  que  sigue,  es  pura  estrategia  y  estratagema 
de  comandante  sitiado  que  necesita  ganar  tiempo. — ¡Co- 
mandante!. . .  levantando  la  mano  solemnemente  en  el  aire 
para  exitarlo  á  escucharme.  Yo  no  tenía  nada  que  decirle, 
sino  ganar  diez  segundos,  el  edecán  Coquino  debía  estar 
cerca  ya.  Detúvose  el  furioso  y  largó  la  moharra  de  la 
lanza.  Entonces  de  dos  brincos  estuve  bajo  cubierta  da 
los  arcos  de  Cabildo  y  al  tercero  al  lado  del  Mayor  Coquino 
que  traía  órdenes  del  General  Benavides  de  protegerme. 
A  un  preso  que  me  arrancó  la  corbata,  le  di  tal  bofetada 
que  me  la  devolvió  sin  réplica. 

Pura  estrategia  militar!  Así  salvé  del  trance  mas  apu- 
rado. 

Otra  cosa,  aunque  de  la  misma  familia,  fué  el  encuentro 
sobre  la  cuesta  de  las  Coimas,  en  Chile,  con  tres  salteadores 


96  0BKA8    DE   SARMIENTO 

pelacaras.    Nunca  lo  recuerdo  sin  críspaciones    de   nervios 
involuntarias,  aun  después  de  cuarenta  años. 

Habíame,  por  petulancia  é  indiscreción,  contando  con  mas 
sol,  encaramádome  en  aquellas  agrestes  soledades,  cuando 
me  vi  en  manos  de  los  salteadores  y   sin  escape  posible. 

Al  reconocer  el  riesgo  habia  visitado  mis  pistolas,  muy 
aparentes  por  fortuna  en  la  montura,  y  encontrado  con  que 
una  no  tenía  ceba  y  la  otra  tenía  verdín  de  un  año. 

El  mas  osado  me  acometió,  cruzando  ambos  nuestros 
caballos;  los  otros  dos  me  atajaban  el  paso  á  corta  distan- 
cia. El  guapo  me  blandía  el  machete  á  brazo  tendido  y 
por  lo  bajo,  midiéndome  una  tajada.  Yo  le  tenía  puestos 
los  cañones  de  las  dos  pistolas  al  pecho,  mirándolo  de 
hito  en  hito,  ¡con  unos  ojosl  que  debían  parecer  como  balas 
cónicas  para  el  chino. 

Así  estuvimos  cerca  de  un  minuto!  El  salteador  veía 
que  era  perdido  si  levantaba  el  machete;  y  lo  fué  bajan- 
do... hasta  retirar  su  caballo  y  darme  paso. 

Es  preciso  haber  sido  chileno  para  comprender  la  arro- 
gancia con  que  le  corrí  las  enormes  rodajas  de  las  espuelas 
de  campaña  que  entonces  se  usaban,  al  caballo,  que  dio 
el  salto  requerido  por  este  llamamiento.  Esto  probaba  á 
los  tres  rotos  que  no  les  tenía  ni  pisca  de  miedo! 

Bajé  con  precaución  la  cuesta,  siguiéronme  á  distancia 
respetuosa,  vuelto  yo  hacia  atrás  con  la  pistola  mas  de- 
cente (la  del  verdín  en  la  ceba),  apuntando  al  delantero  y 
llegué  á  poblado,  donde  le  mandé  un  reto,  pues  hasta  en- 
tonces no  había  chistado  palabra. 

Como  Quiroga  salvado  de  las  garras  de  un  tigre,  pude 
decir  también  «entonces  supe  lo  que  era  tener  miedo». 
Desgraciadamente,  había  tanto  de  comedia  en  el  sistema 
de  salvación,  que  los  nervios  me  retozaban  y  una  carcajada 
de  risa  hubiera  sido  la  provocadora  proclamación  del  triun- 
fo, si  la  majestad  de  la  muerte  sentida,  no  contuviese  estos 
arranques  juveniles.  Después,  por  años,,  no  quedó  del 
lance  sino  el  lado  serio  y  las  críspaciones  de  nervios. 

Al  día  siguiente,  se  encontró  en  los  mismos  lugares  el 
cadáver  mutilado  (sin  cara)  de  un  infeliz  que  cometió  la 
misma  imprudencia  que  había  cometido  yo,  y  no  tuvo  un 
par  de  pistolas  tan  bien  cargadas  como  las  mías  para  po- 
nerle á  boca  de  jarro  al  bandido. 


MEMORIAS  97 

Esa  vez,  como  se  ve,  he  saboreado  todo  el  amargor  de 
la  muerte,  pues  hubo  tiempo  de  presentarla  desde  que 
oscureció  en  lugar  desamparado  y  sentir  sus  angustias 
desde  que  examiné  las  cebas  de  las  pistolas  y  me  convencí 
de  que  no  había  escapatoria  á  una  muerte  oscura,  traída 
por  la  indiscreción  de  un  tronera. 

La  que  me  preparó  el  autor  asesino  del  asalto  de  los 
Guerri  habría  ocurrido  sin  darme  de  ello  cuenta,  pues  los 
dobles  venenos  no  dejaban  ni  la  esperanza  de  sanar  de  las 
heridas;  y  las  apariencias,  de  muerte  por  los  nervios,  des- 
honrado la  memoria  de  la  víctima  de  especulaciones  de 
boticarios. 

Y  aun  así  se  salva  uno,  cuando  Dios  quierel 


Tomo  xux.— 


EN  CHILE 


PRIMEROS  ESCRITOS 

Con  poquísimas  excepciones,  la  generación  actual  leerá 
por  la  primera  vez  este  escrito  (sobre  la  batalla  de  Chaca- 
buco),  acaso  ignorando  que  en  su  tiempo  conmovió  ios 
ánimos  en  Chile  y  fué  el  punto  de  arranque  del  nombre  de 
su  autor. 

Pocos  son  los  escritos  de  circunstancias  que  resisten  á 
la  acción  del  tiempo  ó  á  la  traslación  de  lugar  ó  de  lengua. 
Solo  la  historia  escrita  á  punta  de  buril  de  Tucidides 
ó  de  Tácito  conservan  su  frescura  merced  á  los  lineamentos 
del  arte;  son  la  liiada  y  la  Eneida  las  que  sobreviven  á 
los  siglos  y  á  las  civilizaciones. 

La  piedra  de  toque  para  aquilatar  una  composición  es 
leerla  medio  siglo  después;  y  si  resiste  á  la  usura  del 
tiempo,  si  las  nuevas  brisas  literarias  no  han  alcanzada 
á  corroerla  ó  empañarla,  podéis  estar  seguros  de  que 
expresa  la  verdad  de  todos  los  tiempos.  Dumas  padre  vive, 
Balzac  murió  con  su   época. 

No  entraremos  ahora  en  su  examen,  sino  que  recorda- 
remos las  impresiones  favorables  que  produjo  á  su  apari- 
ción. La  batalla  de  Chacabuco,  estaba  como  eliminada  de 
la  historia  de  Chile,  y  olvidado  estudiosamente,  San  Martin 
y  el  ejército  de  los  Andes,  cuando  en  11  de  Febrero  de 
1841,  sin  antecedente  que  lo  provocase,  apareció  en  Et 
Mercurio  de  Valparaíso,  y  fué  leído  con  avidez  en  Santiago 
el  escrito  en  cuestión. 

Hoy  parecería  extraño  á  los  chilenos  mismos  el  interés 
que  despertó;  pero  fué  vivo  y  universal.    Para  la  opinión 


MEMORIAS  99 

pública  su  peroración  era  como  el  grito  de  su  conciencia 
aletargada  por  el  espíritu  de  partido  ó  los  celos  interna- 
cionales y  que  pedía  reparación  de  una  injusticia  histórica. 
Para  los  hombres  de  letras,  y  descollaba  entonces  don 
Andrés  Bello,  mas  tarde  académico  de  la  lengua  castellana, 
era  una  producción  literaria  correcta,  que  no  dejaba  adi- 
vinar el  origen  argentino  y  que  entrañaba  una  revolución 
en  las  ideas  políticas  y  literarias  prevalentes.  Para  el 
partido  liberal,  de  que  eran  expresión  Vicuña  y  Las  Heras, 
esperanza  de  hallar  abogado  digno  de  su  causa;  para  el 
gobierno,  revelaba  la  existencia  de  un  político  colocado 
mas  arriba  de  las  pequeneces  de  partido  y  cuyo  pensa- 
miento podía  trazar  nuevos  senderos  á  la  política  del 
gabinete,  conservadora  pero  leal  á  los  grandes  principios 
republicanos.  Para  el  autor,  en  fin,  fué  la  salida  histórica 
aquella  y  las  frescas  guirnaldas  que  decoraban  esa  restau- 
ración de  la  batalla  de  Chacabuco,  el  pergamino  que  le 
abrió  las  puertas  de  la  Universidad  de  Chile  y  con  trabajos 
posteriores,  del  Instituto  Histórico  de  Francia  y  otras  cor- 
poraciones sabias. 

La  batalla  de  Maipo,  dada  en  condiciones  mas  difíciles 
que  la  de  Chacabuco,  pues  debía  reparar  los  estragos  de 
la  sorpresa  de  Cancha  Rayada,  era  demasiado  fascinadora 
para  no  someterla,  con  la  campaña  y  retirada  de  los  restos 
del  ejército,  al  estudio  de  un  jefe  ansioso  de  instrucción. 

La  posición  adquirida  ponia  á  su  alcance  medios  de 
información,  que  no  siempre  tienen  á  su  alcance  los  histo- 
riadores militares,  cual  es  el  testimonio  de  los  actores 
principales  de  la  batalla,  el  campo  de  batalla  mismo 
que  tanta  luz  da  sobre  los  sucesos  de  que  ha  sido  mudo 
testigo. 

El  5  de  Abril  apareció  en  El  Mercurio,  un  estudio  concien- 
zudo sobre  aquella  célebre  y  decisiva  batalla,  y  es  un 
documento  histórico  que  deberán  consultar  los  historia- 
dores. Teníanse  para  escribirlo,  largas  y  alegres  sesiones 
en  casa  del  General  D.  Juan  Gregorio  de  Las  Heras,  jefe 
del  ala  derecha  que  se  retiró  en  orden  é  incólume  de 
Cancha  Rayada,  y  en  ellas  tomaban  parte  ademas  el 
General  Dehesa,  de  Córdoba,  que  había  sido  el  Teniente 
de  infantería  de  guardia,  cuando  los  españoles,  á  la  sombra 
del  crepúsculo  espirante,  avanzaron  en  columna  cerrada  al 


100  OBRAS   DE   SARMIENTO 

grito  formidable  de  jViva  el  Rey!  —  el  Coronel  D.  Pedro 
Regalado  de  la  Plaza,  Comandante  de  la  artillería  que  se 
llamaba  de  Buenos  Aires  y  salvó  retirándose  con  todas  sus 
piezas,  y  lo  que  era  impagable  y  característico,  el  Coronel 
Barañao  jefe  de  los  Colorados  al  servicio  del  Rey  y  el 
terror  de  los  patriotas,  ayudaba  á  la  redacción  del  relato 
de  la  definitiva  derrota  de  los  realistas  á  cuyas  filas  per- 
tenecía no  obstante  su  origen  americano,  pues  era  hijo 
de  Buenos  Aires  y  vecino  de  Las  Conchas,  de  donde  tres 
años  después  aparecían  al  mando  de  Rosas,  los  colorados 
de  las  Conchas  en  la  escena  política. 

Lo  que  se  pone,  pues,  en  boca  del  Coronel  Barañao  en 
aquel  documento,  es  lo  que  dijo  y  sostuvo  en  aquel  consejo 
de  guerra  de  grandes  capitanes,  ignorando  el  público  hasta 
hoy  que  tan  alto  y  autorizado  origen  tuviese  el  detalle 
y  descripción  de  lo  ocurrido  en  aquellos  días  memorables. 
Siempre  es  digno  de  notarse  ademas  que  un  joven  militar 
de  las  guerras  civiles,  tratase  desde  sus  primeros  pasos 
de  reanudar  los  vínculos  con  los  ejércitos  de  la  Indepen- 
dencia. El  Secretario  de  guerra,  Alvarez,  entraba  á  com- 
pletar con  sus  confidencias  lo  que  no  resultaba  de  los 
testimonios  inconcientes. 

El  sentimiento  público,  olvidando  lo  que  es  deber  de  los 
beneficiarios  olvidar,  fué  formándose  y  robusteciéndose 
con  esta  resurrección  de  los  gloriosos  días  de  la  emancipa- 
ción y  que  los  habitantes  que  tenían  mas  de  veinte  años 
(en  1841)  habían  pasado  con  mas  ó  menos  intensidad  por 
las  emociones  del  terror  y  de  la  victoria,  que  son  los  que 
mas  fuertemente  sacuden  el  corazón  humano. 

Cuando  el  Congreso  entró  en  sesiones,  fué  restablecido 
D.  José  de  San  Martin,  Capitán  General  de  la  lista  militar 
de  Chile,  buscando  la  gratitud  nacional  expresión  osten- 
sible y  obrando  mas  tarde  el  sentimiento  público,  su  estatua 
ecuestre  en  bronce  se  alzó  en  la  Cañada  de  Santiago,  en  que 
él  mismo  había  trazado  uno  de  los  mas  bellos  paseos  públicos 
de  América.  El  la  plaza  del  Retiro  en  Buenos  Aires  (hoy 
San  Martin ),  frente  al  cuartel  que  fué  de  Granaderos  á 
Caballo  y  señalando  por  las  calles  do  Chacabuco  y  Maipo 
el  lejano  horizonte,  se  halla  la  segunda  edición  de  la 
estatua  de  la  Cañada,  pues  el  movimiento  de  reparación 
y  de  justicia  que  principió   en  1841  fué  dilatándose   por 


MEMORIAS  101 

toda  América  y  el  Perú  y  la  República  Argentina  le  devol- 
vieron lo  que  había  conquistado  eternamente.  Así  puede 
decirse  que  llegó  á  Buenos  Aires,  endurecido  ya  en  bronce, 
el  escrito  de  1841,  que  tan  benéfica  revulsión  produjo  en 
el  ánimo  de  los  contemporáneos. 

El  General  Mitre  que  ha  consagrado  sus  vigilias  al  estudio 
de  nuestra  historia  de  la  guerra  de  la  Independencia,  ha 
ido,  como  M.  Thiers  lo  hacía  en  el  mismo  caso,  á  Chile  á 
visitar  é  inspeccionar  los  campos  de  Batalla  de  Chacabuco 
y  de  Maipo.  Cuarenta  años  antes  un  oficial  de  Estado 
Mayor  por  vocación,  habíalos  estudiado  por  años  conse- 
cutivos, con  la  ventaja  de  estar  vivos  aun  los  jefes  y  solda- 
dos y  pueblos  contemporáneos. 

La  historia  de  los  Diez  y  ocho  dias  de  la  campaña  de 
Cancha  Rayada  y  Maipo  es  prueba  de  ello.  El  camino  de 
los  Andes  á  Santiago  atraviesa  en  efecto  el  campo  de 
batalla  de  Chacabuco.  Habíalo  recorrido  el  autor  en  1827, 
es  decir,  diez  años  después,  y  cien  veces  mas  tarde,  siendo 
su  residencia  el   valle  de  Aconcagua. 

Los  rastros  estaban  pues,  frescos  en  la  memoria  de  los 
contemporáneos.  D.  Pedro  Bari  le  dio  los  trajes  en 
cuatro  cuadros  de  Granaderos  á  Caballo,  del  11  y  del 
número  uno  y  del  7»  de  línea,  que  algún  oficial  de  inge- 
nieros le  había  regalado.  Los  Ramírez,  D.  José  Antonio  y 
D.  Felipe,  vivían  aun  que  habían  auxiliado  á  los  granaderos. 
Vivía  aun  la  linda  joven  que  un  Mayor  intimidaba  con 
sus  halagos,  y  se  mostraba  todavía  el  cuarto  que  ocupa- 
ban los  oficiales  del  11  cuando  Juan  Apóstol  Martínez 
entraba,  torcía  la  llave,  apagaba  la  vela  y  tomando  el 
fusil  de  un  asistente  arrimado  á  la  pared,  decía,  descerra- 
jándolo en  lo  oscuro  :  «  Caballeros,  defiéndanse,  porque  me 
propongo  agotar  esta  cartuchera  mandándole  balas  al  que 
le  toque.»  En  Chacabuco  los  arrieros  mostraban  al  vian- 
dante la  peña  en  que  sentaron  á  Marcó,  el  verdugo  de  los 
patriotas  de  Santiago,  que  fué  pasado  por  las  armas  des- 
pués de  la  batalla,  ó  bien  el  lugar  donde  el  capitán  Neco- 
chea,  estuvo  tendido  sobre  un  cuero  después  de  operado 
el  primer  vendaje  en  sus  heridas,  ó  el  punto  preciso 
donde  el  General  Soler  se  separó  del  ejército  y  por 
detrás  de  un  espolón  de  la  cuesta,  cayó  por  el  flanco 
del  enemigo  y  tantos  otros  detalles  recogidos  en   conver- 


103  OBKA.S   DE  SAKMIBNTO 

saciones  diarias  y   que  vuelven  á  poner  de  pie  una  situa- 
ción y  una  época. 

Añadan  á  esto,  que  su  padre  es  el  conductor  á  San  Juan 
de  cuatrocientos  prisioneros  españoles  y  de  las  banderas  (*i ) 
y  que  su  maestro  el  Presbítero  José  de  Oro  ha  sido  cape- 
llán del  núm.  11°  y  entonces  se  comprenderá  que  aquella 
campaña  y  sus  accidentes  y  peripecias,  han  debido  encar- 
narse en  el  espíritu  del  narrador  y  hacerle  creer  que  ha 
sido  testigo  presencial  y  durante  su  infancia  y  adolescencia 
no  ha  debido  oír  otra  cosa  que  detalles  é  incidentes  de  la 
batalla;  pues  á  riesgo  de  parecer  nimio,  puede  citar  hasta 
€l  asistente  del  ex-capellan,  el  cual  era  su  contertulio  de  la 
cocina,  en  la  prima  noche,  cuando  muchacho. 

En  la  edad  media,  la  época  mas  guerrera  de  la  Europa, 
cada  noble  tiene  su  castillo  y  su  ejército,  compuesto  de  sus 
vasallos  y  allegados.  El  hijo  hereda  el  mando  del  padre 
y  nace  General,  debiendo  á  la  mayor  edad  mandar  ejércitos 
y  dar  batallas.  La  ciencia  de  la  guerra  se  trasmite  de  padre 
á  hijo,  en  el  hogar  doméstico,  oyendo  á  los  capitanes  refe- 
rir sus  hazañas  y  practicando  en  el  campo  lo  que  prescribía 
la  experiencia,  etc. 

Este  sistema  de  educación  lo  provee  hoy  en  parte  el  cam- 
pamento y  la  campaña,  el  vivac  y  el  libro;  pero  la  palabra 
de  los  jefes  suele  ser  siempre  el  mas  alto  curso  de  estra- 
tegia. 

Gozó  de  esta  ventaja  en  todos  los  países  y  ocasiones  el 
oficial,  cuya  vida  militar  queremos  trazar  en  las  subsi- 
guientes páginas.  Esta  serie  de  hechos  terminan  por 
decirlo  así  la  instrucción  técnica  y  superior  de  un  oficial 
subalterno. . . 

Desde  1841  aparece  en  la  escena  pública  de  la  guerra  de 
su  país  como  un  jefe  y  un  leader  de  la  opinión.  Sus  nume- 
rosos escritos  le  aseguran  aquella  posición  donde  quiera 
que  se  reúnen  hombres  para  trabajar  por  la  organización 
de  la  República  Argentina. 


(1)  Las  banderas  se  ostentaban  en  la  Cateeral  de  San  Juan;  hoy  han  desapare- 
cido. Nos  informa  D.  Adolfo  P.  Carranza,  fundador  del  Museo  Histórico  que  la 
bandera  que  se  destinó  á  San  Juan  en  Marzo  de  1817  fué  una  de  las  del  regimiento 
«Talayera»  que  prol)al)lemente  desapareció  en  la  época  de  la  anarquía  y  la  que 
fué  llevada  al  Museo  es  una  de  las  enriadas  del  Perú.    ( Sota  del  Editor.) 


MEMORIAS  103 

Para  satisfacer  á  la  opinión  del  vulgo  que  no  reputa  mili- 
tares sino  á  los  que  mandan  compañías  ó  escuadrones, 
haremos  notar  de  paso  que  desde  1829,  hasta  dispersarse 
todas  las  fuerzas  del  interior,  hemos  militado  como  Ayu- 
dante Mayor  á  las  órdenes  de  los  Comandantes;  Javier 
Ángulo, Manuel  Barcena,  Santiago  Albarracin,  de  Coraceros 
de  la  Guardia  del  Ejército  Nacional,  como  Capitán  bajo  las 
órdenes  del  Comandante  D.  Nicomedes  Castro  y  por  muerte 
de  este  en  función  de  guerra,  sucedidole  provisoriamente 
en  el  mando  de  Dragones  hasta  su  extinción,  habiendo  sido 
2°  Jefe  de  academia  de  táctica  de  caballería  y  auxiliar  del 
Coronel  Chenaut,  para  la  creación  y  disciplina  del  Regi- 
miento de  Granaderos  que  fué  derrotado  y  disuelto  por 
Facundo  Quiroga  en  1831. 

De  estos  hechos  resultaría,  que  dados  los  medios  de  ins- 
trucción de  los  ejércitos  en  campaña  contra  Rosas,  sería 
este  el  oñcial  que  mejores  oportunidades  tuvo  de  educarse 
en  la  profesión  de  las  armas,  pues  un  poco  mas  de  instruc- 
ción que  la  de  1a  generalidad  de  los  oficiales  de  caballería 
de  entonces,  le  daba  preferencias  para  seguir  causas  mili- 
tares, servir  de  secretario,  instruir  reclutas,  redactar  notas 
etc.,  etc. 

Llégase  en  el  servicio  militar,  después  de  haber  recorrido 
la  parte  baja  de  la  escala,  á  las  regiones  superiores  á  cuyos 
habitantes  llaman  las  ordenanzas  oficiales  generales,  por 
cuanto  se  entra  en  el  gobierno  y  el  mando  superior  y  se 
requieren,  á  mas  de  valor  y  la  táctica  de  los  movimientos 
de  un  cuerpo,  ideas  generales  de  conjunto  y  la  aptitud  de 
exponerlas  en  partes  y  órdenes  dadas. 

Las  operaciones  de  guerra  requieren  muchas  veces  el 
comentario  del  autor,  para  revelar,  como  en  el  bombardeo 
de  las  ametralladoras  (en  el  Rosario  y  Paraná  rebelión  de 
Jordán),  una  simplísima  noción  del  arte  de  la  guerra,  ó  el 
principio  que  violaba  el  que  perdió  la  batalla.  Maquiavelo 
ha  podido  desde  el  gabinete  trazar  á  frío  las  reglas  de  la 
guerra;  pero  los  grandes  capitanes  no  han  desdeñado  para 
instrucción  de  los  militares,  explicar  lo  que  hicieron  y  por- 
qué en  tal  ó  cual  emergencia. 

La  capacidad  de  escribir  es,  pues,  una  dote  militar  de  que 
puede  sacarse  gran  partido  y  que  en  todo  caso  completa 
la  aptitud  ó  la  educación  de  un  soldado.    Para  no  remon- 


104  OBRAS  DB  8AKMIBNT0 

tamos  hasta  las  fuentes  clásicas,  bástenos  el  ejemplo  del 
General  Paz  dejándonos  en  sus  Memorias  mil  indicaciones 
útiles. 

El  11  de  Febrero  de  1841,  pues,  con  el  seudónimo  de  Un 
Teniente  de  Artillería,  apareció  un  artículo  reivindicando 
en  Chile  las  glorias  dejadas  á  un  lado  de  la  batalla  de 
Chacabuco. 

El  escrito  hizo  una  gran  sensación,  por  la  novedad,  decían 
del  estilo,  por  la  audacia  de  la  concepción,  puesto  que  in- 
crepaba ala  nación  su  ingratitud  para  con  los  libertadores. 
D.  Andrés  Bello,  lo  declaró  irreprochable  en  cuanto  á  las 
formas  y  anuncio  de  una  revolución  en  las  ideas  políticas 
y  en  el  gusto  literario.  Los  hombres  de  estado  que  dirigían 
la  política,  después  del  asesinato  de  Portales,  sin  abandonar 
sus  inspiraciones  conservadoras,  vieron  en  el  autor  todavía 
desconocido,  un  político  de  alta  esfera,  y  se  apresuraron  á 
buscar  la  procedencia  del  escrito  y  llamar  á  su  autor,  aun 
suponiéndolo  extranjero,  á  dirigir  ó  expresar  la  política  del 
gobierno  en  la  prensa. 

Quince  días  después  el  emigrado  argentino  que  había 
coordinado  aquella  página  tenía  dos  diarios  á  su  disposi- 
ción y  la  dirección  política  de  la  prensa. 

Hoy  que  hacemos  conocer  ala  generación  presente  argen- 
tina aquel  escrito,  el  hombre  versado  en  las  letras  le  en- 
contrará todavía  ciertos  rasgos  característicos.  El  estilo  de 
entonces  es  el  estilo  de  hoy  del  autor,  y  la  composición  del 
escrito  acusa  una  manera  invariable,  que  sin  duda  adhiere 
á  causas  profundas  de  organismo  intelectual,  si  es  posible 
llamarle  así.  Parecería  rara  introducción  de  escritor  novel, 
ante  un  público  cuyo  favor  solicita,  principiar  por  conven- 
cerlo de  ingratitud  é  injusticia,  sí  este  no  fuese  el  sello 
especial  de  su  oratoria  política  durante  el  resto  de  su  vida. 

Pero  no  es  este  el  punto  de  vista  bajo  el  cual  queremos, 
mirar  el  escrito  del  «Teniente  de  Artillería,»  sino  su  carác- 
ter militar.  El  que  acabaría  por  ser  aceptado  como  una 
de  los  literatos  mas  conocidos  de  la  América  del  Sur,  prin- 
cipia su  carrera  con  la  descripción  de  una  batalla  de  la 
guerra  de  la  Independencia.  Es  de  presumir  que  tiene  por 
delante  el  parte  oficial  de  la  batalla;  pero,  aunque  á  grandes 
rasgos,  está  trazada  toda  la  campaña  de  los  Andes  y  esti- 
madas todas  sus  dificultades  y  excelencia  del  plan,  con  la 


MBMORIAS  105 

seguridad  de  mano  del  que  conoce  el  hecho,  los  lugares  y 
los  principales  personajes.  El  que  la  hajasí  reasumido  es 
soldado  por  las  simpatías  y  por  los  giros  de  vivac  frecuentes» 

El  contacto  con  los  militares  ha  sido  siempre  una  de  las 
mejores  escuelas  de  la  guerra  para  los  espíritus  observa- 
dores y  reflexivos.  Y  á  mas  del  contacto  intimo  por  años 
con  el  General  Las  Heras  y  con  el  Coronel  Barañao,  puede 
contar  entre  sus  maestros  el  que  esto  escribe,  al  General  D. 
José  de  San  Martin  con  quien  pasó  largas  horas  en  Grand- 
bourg,  oyéndole  discurrir  sobre  los  grandes  acontecimientos 
de  la  época  de  la  Independencia,  dispensándole  tan  seña- 
lado favor  en  reconocimiento  de  su  iniciativa  en  Chile  para 
acometer  su  defensa  y  vindicación,  que  trajo  por  resul- 
tado su  restablecimiento  en  sus  grados  y  honores.  Queda 
testimonio  de  esas  pláticas  en  el  discurso  en  el  Insti- 
tuto Histórico  de  Francia,  aunque  no  pueda  haberlo  de  los 
mil  incidentes  cuyo  recuerdo  sobreviene  en  estas  confiden- 
cias íntimas  de  viejos  capitanes  cuya  vida  es,  por  decirla 
asi,  de  recuerdos. 

Por  un  azar  feliz,  cúpome  la  honra  de  ser  recomendado 
por  el  ilustre  M.  de  Lesseps,  el  que  ha  roto  los  istmos,  al 
Mariscal  Bugeaud,  duque  d'Isly,  y  como  se  tratase  de  la 
guerra  de  montoneras  árabes,  llamadas  Goiims,  encontrase 
que  en  la  vida  de  Quiroga  había  denunciado  el  error  del 
General  don  Juan  Lavalle,  tomándolos  usos  y  tácticas  de 
la  montonera,  en  lugar  de  la  precisión  de  los  movimientos 
de  la  caballería  de  linea  de  que  él  había  sido  jefe  presti- 
gioso. El  Mariscal  había,  á  su  llegada  á  Argelia,  encontrado 
que  los  jefes  militares  habían  incurrido  en  el  mismo  error, 
que  él  se  propuso  remediar,  restableciendo  las  prácticas  y 
la  táctica  europea  al  desorden  fantasista  del  ginete  árabe. 
Esta  uniformidad  de  vistas  y  la  sanción  que  prestaban 
nuestros  usos  americanos  á  lo  que  para  los  jefes  franceses 
era  innovación,  ofreció  ocasión  á  cambio  de  ideas,  á  confi- 
dencias sobre  operaciones  pasadas  ó  futuras,  y  sobre  todo 
á  oir  á  tan  gran  Capitán,  porque  era  de  lo  mas  cuadrado 
que  quedaba  del  Imperio,  ocupó  tres  días  de  conversacio- 
nes cuyo  variado  contenido  no  cabría  en  un  volumen,  con 
muchos  aprovechamientos  de  quien  oye  para  instruirse  y 
atesora  para  su  guía  y  uso.  Otro  tanto  ocurrió  en  Oran 
durante  tres  días  alojado  en  la  tienda  del  General  en  Jefe 


106  OBRAS  DE  SARMIKNTO 

de  la  división  de  Tlemcen,  con  el  prestigio  de  la  particular 
y  encarecida  recomendación  del  Mariscal  y  la  lectura  del 
üompte  rendu  de  la  Revue  des  deux  Mondes  de  Civilización  y 
Barbarie  que  llegó  á  África  y  á  Oran  en  los  días  de  mi  resi- 
dencia allí. 

Tales  relaciones  no  deben  ser  indiferentes  en  la  vida  de 
ios  que  se  consagran  á  un  estudio  especial,  pues  que  casi 
siempre  dejan  depositados  los  frutos  de  la  experiencia 
de  los  unos,  ó  la  esplicacion  de  lo  que  se  reputa  el  secreto 
de  los  otros. 

Si  se  añade  que  visitaba  los  Estados  Unidos  al  concluirse 
la  gran  guerra  y  que  la  elevación  de  la  gerarquía  de  un 
diplomático  le  pone  en  contacto  con  lo  mas  encumbrado 
de  los  hombres  públicos,  ofreciéndole  su  situación  oportu- 
nidades singulares  para  estudiar  campos  de  batalla,  si  así 
lo  desea,  acompañado  de  jefes  delegados  á  guisa  de  cícB' 
roni,  á  efecto  de  explicarle  el  significado  estratégico  de  un 
accidente,  como  de  visitar  arsenales  y  aun  ser  informado 
de  secretas  invenciones  de  armas  nuevas,  como  torpedos, 
ametralladoras  que  aparecieron  al  fin  de  la  guerra  y  podían 
ser  aplicados  al  Paraguay,  se  comprendería  que  hay  algo 
de  estupidez  en  negar  á  hombres  que  tales  ventajas  tuvie- 
ron para  adquirir  nociones  de  guerra,  en  cuarenta  años, 
las  que  se  conceden  á  los  que  han  recorrido  todo  el  esca- 
lafón en  diez  años  de  corretear  indios  por  las  pampas  ó 
dirigir  montoneras  indisciplinadas. 

Dos  facciones,  empero,  habrán  de  agregarse  necesaria- 
mente á  esta  obra,  indispensables  para  hacer  de  ella  un 
trabajo  útil  al  avance  y  mejora  de  nuestra  disciplina  mi- 
litar. 

La  guerra  se  liga  estrechamente  con  el  derecho  de  gen- 
tes y  mal  pudiera  desempeñarse  en  sus  funciones  el  Gene- 
ral que  no  conociese  ó  aplicase  torcidamente  sus  reglas. 
«El  último  cadete,  decía  no  sin  ironía  un  telegrama,  sabe 
lo  que  la  ordenanza  prescribe  para  recibir  un  parlamentario 
enemigo,»  citando  autor,  capítulo  y  página.  Lo  que  los 
Generales  mismos  suelen  entre  nosotros  ignorar,  es  como 
se  recibe  en  país  desierto  y  fronterizo  un  parlamentario  de 
país  amigo,  pues  estando  dos  vecinos  en  plena  paz,  no  ha 
de  permitirse  un  teniente  de  guerrilla  de  vanguardia  reci- 
cibirle  según  le  plazca,  ya  por  actos  de  dudosa  corrección, 


MEMORIAS  107 

ya  por  antipatía,  ó  por  abrirse  camino  con  un  atropello 
que  le  hace  sentar  plaza  de  engreído,  ó  con  el  ánimo  do 
crearse  un  caso  de  conflicto  que  le  proporcionara  la  ocasión 
de  tirar  unos  tiritas,  como  decía   el  General  Rivas. 

El  estado  de  guerra  lo  crea  la  ley,  con  aviso  previo  al 
enemigo  y  generalmente  con  expresión  de  agravios,  hecha 
ante  el  comité  de  las  naciones,  para  justificar  las  hostili- 
dades comerciales.  La  mala  inteligencia  sobre  las  repre- 
salias de  guerra  ha  costado  diez  millones  de  fuertes  á  la 
República  en  prolongación  inútil  de  la  represión  de  las 
revueltas  de  un  caudillejo  del  Entre  Ríos  y  en  gastos  super- 
fluos.  Todo  esto  se  ha  ñjado  por  Generales  que  al  fin 
han  modificado  las  falsas  nociones   políticas   prevalentes. 

No  es  vana  ostentación  el  traer  á  colación  los  nombres 
de  grandes  capitanes,  que  debo  enumerar  por  necesidad 
en  el  discurso  de  estas  páginas. 

Las  nociones  de  táctica  se  adquieren  en  cuatro  meses  de 
ejercicios  doctrinales;  y  todo  lo  que  asegura  el  sistema  de 
ascensos  militares,  pasando  de  grado  en  grado,  es  que  han 
tenido  tiempo  y  se  han  hallado  en  posiciones  de  ir  ateso- 
rando esa  serie  de  conocimientos  que  van  dejando  la 
■experiencia  presente  y  la  tradición  de  lo  pasado. 

Mucho  se  aprende  por  este  medio  ayudando  las  disposi- 
ciones naturales  y  el  amor  á  la  profesión,  y  el  lector  con- 
vendrá que  algo  debió  sacar  del  contacto  á  veces  de  años, 
como  con  los  Generales  nombrados,  de  temporadas  ó  de 
TÍajes  en  que  cambiaba  ideas. 

Un  historiador  de  alto  vuelo  (*)  llamaba  historias  de  bedui- 
nos á  las  que  contiene  el  Facundo.  Ninguna  expresión  mas 
feliz  puede  caracterizar  esta  clase  de  escritos.  Salustio 
ha  inmortalizado  el  nombre  de  Jugurtha,  jefe  de  bandas 
númidas,  que  era  el  mismo  Goum  árabe  de  los  tiempos 
modernos  y  el  prototipo  del  caudillo  de  montoneras 
argentinas.  De  la  manera  de  hacer  la  guerra  á  los 
ginetes  del  desierto,  trataron  largamente  el  mariscal 
Bugeaud  y  el  viajero  argentino,  en  la  Mauritania  Tan- 
gitana  donde  está  Argel  hoy  y  recorrieron  las  legiones 
romanas  con  Salustio,  y  con  Bugeaud  las  francesas  contra 
Ab-del-Kader. 


U)  Don  Vicente  F.  López.— (iV.  del  E.) 


108  OBRAS  DE  SARMIENTO 

Dos  libros  han  quedado  de  aquel  género  de  guerras  y 
sobre  caudillos  como  Jugurtha  y  Quiroga,  no  siendo  de  des- 
deñar el  lugar  que  la  guerra  yugurtina  hace  al  autor  de 
la  guerra  argentina,  que  describe  en  sus  escritos.  La  vida 
del  fraile  apóstata  y  General  Aldao  tiene  por  base  el  com- 
pendio de  una  campaña  militar;  y  el  ejército  grande,  la 
campaña  al  interior  á  órdenes  del  General  Paunero,  la 
vida  del  Chacho,  como  la  vida  de  San  Martin,  son  otras 
tantas  muestras  de  la  predilección  especial  del  autor  por 
los  escritos  de  guerra,  no  habiendo  sino  raros  ejemplos  de 
que  otros  argentinos  hayan  dejado  consignados  los  hechos 
contemporáneos. 

Han  sobrevenido  en  estos  últimos  años,  cambios  en  el 
modo  de  ser  del  país  y  sus  medios  de  movilidad  que  han 
traído  modificaciones  esenciales  en  el  empleo  de  las  armas 
y  en  la  estrategia  de  las  campañas.  Hubo  batalla  ganada 
por  la  simple  posesión  de  pastos  artificiales,  proveyendo  al 
ejército  en  ciertas  estaciones  caballos  á  pesebre.  El  telé- 
grafo como  medio  de  transmitir  órdenes  ha  dado  al  traste 
con  insurrecciones  formidables  y  aun  el  empleo  del  maíz 
como  forraje  de  las  caballadas  en  campaña  sirvió  de  base 
á  las  batallas  de  Talita  y  don  Gonzalo  y  los  encuentro^ 
siempres  victoriosos  de  las  tropas  nacionales  encerradas 
en  la  ciudad  del  Paraná,  mientras  que  el  jefe  de  las  fuerzas 
del  Uruguay  que  se  desvió  del  plan  acordado,  perdió  en 
dos  días  sus  caballadas.  La  caballería  ha  cambiado  com- 
pletamente de  colocación  y  empleo  en  la  guerra  de  que 
fué  antes  el  arbitro  supremo,  mediante  los  ferrocarriles 
que  se  anticipan  de  días  á  sus  movimientos,  ó  plantaciones, 
colonias  y  villas  que  á  cada  paso  embarazan  su  tránsito. 

Escusado  es  decir  que  figuran  como  muy  respetables 
ítems  á  la  hoja  de  servicios  de  un  General,  la  introducción 
en  el  ejército  de  tierra  de  las  armas  modernas  de  precisión 
y  en  el  Rio  la  formación  de  una  escuadra  modestamente 
calculada  á  las  fuerzas  de  la  mano  que  há  de  manejarla,, 
sin  previsión  en  la  cantidad  y  tamaño  de  los  cascos  de 
guerra  de  mar,  porque  no  deben  entrar  en  el  presupuesto 
ordinario  de  una  República  los  gastos  de  situaciones 
extraordinarias.  Entre  los  Estados  Unidos  que  no  conser- 
van ni  un  fusil  y  la  Italia  que,  pretendiendo  tenerse  pronta 
á  toda  emergencia,  mantiene  en  tiempo  de   paz  escuadran 


MEMORIAS  109 

formidables,  cada  uno  puede  elegir,  hallando  sin  duda  sus 
buenas  razones  en  pro  y  en  contra. 

Si  terminase  este  trabajo  por  la  exposición  evidente  y 
documentada  de  un  hecho  que  se  pretenderá  innegable,  á 
saber,  que  el  autor  ha  terminado  felizmente  cuatro  guerras 
que  burlaron  en  sus  comienzos  y  duración  la  sagacidad  de 
casi  todos  los  Generales  de  la  República,  que  su  pronto  des- 
enlace fué  producido  por  planes  de  una  estrategia  sencilla 
y  demostrable,  ejecutados  por  simples  coroneles,  con  fuer- 
zas pequeñas,  acumuladas  en  un  punto  y  hora  calculadas, 
fuera  del  campo  y  del  dominio  de  los  Generales  y  ejército 
que  tenían  abierta  campaña  y  mandaban  fuerzas  nacio- 
nales, preciso  será  convenir  que  valdrá  la  pena  de  recorrer 
estas  páginas,  sin  prevención,  sin  esos  juicios  previos  que 
hacen  no  ver  la  luz,  porque  estaba  convencido  de  que  la 
luz  no  debe  venir  de  ese  lado,  sino  de  Antequera  por  donde 
sale  el  sol  siempre. 

Así  fué  con  el  estudio  de  las  grandes  batallas  de  Chaca- 
buco  y  Maipo  con  lo  que  se  presentó,  con  todo  bagaje  en  el 
«escenario»  de  la  América  del  Sud,  ignorado  de  todos  y  de 
si  mismo  el  día  anterior,  aplaudido  y  estimado  al  día 
siguiente,  improvisado  literato,  hombre  de  gobierno  y  lea- 
der apoco  de  la  opinión  pública  en  el  país  que  lo  hospedaba, 
consejero  del  gobierno,  y  para  los  tiranos  de  su  patria  como 
si  fuera  el  único  escollo  que  no  quitaron  de  su  paso,  por 
representar  los  grandes  principios  que  no  extirpan,  como  o/i 
ne  tue  point  les  idees. 

Hemos  puesto  primero  ante  el  lector  el  escrito  firmado 
por  Un  Teniente  de  artillena^  en  El  Mercurio  de  Valparaíso,  de 
11  de  Febrero  de  1841,  para  que  vea  por  su  contesto,  anti- 
guas y  duraderas  huellas  del  Jefe  de  Estado  Mayor,  ya  for- 
mado treinta  años  antes,  con  toda  la  capacidad  de  juzgar, 
que  supone  la  de  dirigir,  y  quedará  justificada  la  alta  posi- 
ción que  ocupó  desde  entonces  en  los  negocios  argentinos, 
y  la  influencia  que  ha  podido  ejercer  hasta  los  últimos 
íiños  de  su  vida,  sin  interrupción  por  cuarenta  años.  (*) 


(1)  Al  reiTOducir  el  artículo  de  «Un  Teniente  de  artillería»  que  se  halla  en  el 
tomo  I  de  estas  obras,  el  autor  nota  la  equivocación  sufrida  por  él  al  hablar  de  las 
salvas  del  11  de  Febrero  y  dice; 

«Como  esto  era  escrito  por  extranjero  recientemente  llegado  á  Santiago,  igno. 


lio  OBRAS  DE   SARMIENTO 


LAS  CORDILLERAS 


He  dado  principio  á  estos  apuntes  con  los  dos  primeros 
escritos  en  la  prensa  de  Ciiile  que  muestran  predilecciones 
innatas  del  espíritu  por  las  cosas  de  la  guerra. 

Un  Teniente  de  artillería,  es  el  pseudónimo  que  tomé  para 
dar  de  la  batalla  de  Chacabuco,  una  descripción  mas  que 
estratégica,  pintoresca  y  sentimental.  Conocía  de  ella  el 
campo  de  batalla  por  atravesarlo  el  camino  de  los  Andes 
y  los  hechos  por  las  narraciones  de  jefes  y  oficiales  que 
en  ella  se  hallaron. 

La  de  la  batalla  de  Maipo  tiene  otro  carácter,  pues  es 
una  pieza  histórica  tomados  sus  detalles  de  la  boca  del 
General  Las  Heras  que  salvó  del  desastre  de  Cancha  Ra- 
yada cuatro  mil  hombres,  del  Coronel  don  Pedro  Regalado 
de  la  Plaza,  qué  mandaba  la  artillería  de  Buenos  Aires,  del 
General  Dechesa  que  era  á  la  sazón  teniente  y  mandaba 
la  guarda  avanzada  del  campo,  cuando  los  españoles  en 
columna  cerrada  lo  avanzaron.  Por  fin  el  Coronel  Bara- 
ñao  que  mandaba  al  servicio  del  rey  los  colorados  de  Bara- 
ñtio,  terríficamente  célebres  entre  las  poblaciones  del  Sur 
por  las  crueldades  que  se  atribuían  á  sus  soldados.  El 
testimonio  á  veces  contradictorio  de  este  jefe  enemigo  daba 
ocasión  de  buscar  mas  minuciosos  y  topográficos  detalles 
que  los  que  forman  la  narración  escrita. 

Era  pues,  aquella  redacción  una  conferencia  sobre  el 
grande  acontecimiento,  muy  ilustrativa  para  el  que  gus- 
tase de  atesorar  conocimientos  militares,  que  quedan  en 
efecto,  como  el  sedimento  de  las  aguas  en  el  vaso  que  pasa- 
jeramente las  contuvo. 

El  primero  de  estos  escritos  tuvo,  sin  embargo,  una  grande 


raba  que  por  un  decreto  gubernativo  ya  antiguo,  se  habia  transferido  al  5  de 
Abril,  dia  de  la  batalla  de  Maipo,  la  conmemoración  del  12  de  Febrero,  verdadera- 
mente borrado  de  los  fastos  nacionales.  Escrito  el  7  de  Febrero  para  aparecer  el 
il  en  Valparaíso  y  llegar  el  12  á  Santiago,  el  autor  presupone  que  las  calles  están 
embanderadas,  y  la  fortaleza  de  Santa  Lucía  ha  becho  salvas.  Sucedía  que  el 
actual  Presidente,  siendo  Teniente,  había  acompañado  por  el  Sur  al  General  Freiré, 
y  no  se  había  hallado  en  Chacabuco,  y  que  O'Higgins  habia  muerto  en  la  proscrip- 
ción^ y  las  Heras  estaba  dado  de  baja.r,— ;íV.  del  E.) 


MEMORIAS  -  111 

influencia,  á  nías  de  la  de  abrir  ancho  camino  al  autor 
para  la  vida  pública,  y  era  acelerar  la  reacción  que  se 
venia  operando  sin  duda  en  los  ánimos,  contra  la  proscrip- 
ción moral  y  política  del  General  San  Martin,  que  había 
mandado  aquellas  dos  grandes  batallas  que  decidieron  de 
la  suerte  de  América. 

No  hay  antecedente  próximo  en  la  prensa,  ni  en  libros  y 
documentos  públicos  de  Chile,  (al  menos  que  me  fuese  co- 
nocido), de  que  entonces  empezase  á  ceder  el  re«entimiento 
que,  con  la  caída  de  O'Higgins  debieron  dejar  contra  San 
Martin  los  actos  que  en  persecución  de  los  Carreras,  ejecu- 
taron ambos,  á  la  opinión  pública  irritada  por  otra  parte  á 
causa  de  las  exacciones  enormes  que  requería  el  equipo 
de  una  escuadra  y  un  ejército  de  desembarco  en  el 
Perú. 

Hoy  se  sabe,  por  ejemplo,  que  los  hermanos  don  José  y 
don  Luis  Carreras  fueron  ejecutados  en  Mendoza  por  un 
atrabiliario  del  género  de  CoUot  d'Herbois,  ó  un  fanático 
como  Saint  Just,  por  Monteagudoque  se  hallaba  en  Men- 
doza; y  sería  mucho  pedir,  esperar  órdenes  de  San  Martin, 
para  que  en  Mendoza  ejecutasen  á  don  José  Miguel,  que 
había  asolado  las  campañas,  habiendo  alcanzado  ya  las 
osamentas  blancas  de  los  rodeos  de  ganado  degollado  des- 
pués de  dejar  saquear  á  San  Nicolás  y  el  Salto  por  las  in- 
diadas salvajes  á  su  servicio. 

Hasta  el  nombre  argentino  estaba  estigmatizado.  La 
batalla  de  Chacabuco,  según  los  tratados  de  historia,  la 
habían  dado  los  «independientes»,  á  veces  al  mando  del 
General  O'Higgins,  á  veces  por  auxiliares.  El  11  de 
Febrero  no  era  conmemorado  oficialmente  como  lo  era 
el  5  de  Abril. 

Debe  tenerse  presente  la  doctrina  de  Leckier,  que  niega 
la  iniciativas  de  las  revoluciones  al  pensamiento  del  escri- 
tor que  las  promueve,  hallando  que  él  mismo  es  solo  el 
eco  de  la  conciencia  pública  que  se  ha  venido  formando 
lentamente  y  está  ya  cambiada,  cuando  un  escritor  repre^ 
senlativo  proclama  el  hecho,  ó  formula  la  teoría.  Cúpome 
esta  vez  la  felicidad  de  ser  el  primero  que  tomase  el  pulso 
acaso  á  la  opinión  en  Chile,  pues  solo  á  ese  carácter  puede 
atribuirse  la  grande  y  universal  aprobación  que  tuvo  el 
Teniente  de  Artilleria^  á  punto  de  ser  el  objeto  de  la  conver- 


112  0BKA.8    DK   SARMIBMTO 

sacion  en  los  círculos  y  de  la  solicitud  del  gobierno,  pidiendo 
el  nombre  del  autor  al  editor  del  periódico,  á  fin  de  ofre- 
cerle, como  la  obtuvo,  la  protección  y  empleo  en  la  política, 
«n  la  prensa  y  en  la  enseñanza. 

El  efecto  de  la  apología  de  San  Martin  que  servía  de 
exordio  á  la  descripción  de  la  batalla,  fué  que  á  la  próxima 
sesión  del  Congreso,  se  restableció  en  el  escalafón  como 
■Capitán  General  á  San  Martin  y  poco  después  se  levantó 
la  estatua  ecuestre  de  bronce  que  decora  la  Cañada.  El 
Teniente  podría  creer  que  había  restablecido  un  General  en 
su  buen  nombre  y  fama,  como  el  paisano  saut^fesino  su- 
primió un  General,  con  un  tiro  de  bolas,  cambiando  la 
faz  de  la  historia. 

Chile  había  pasado  por  una  época  de  revoluciones  y 
motines  militares  á  que  puso  término  la  política  enérgica 
de  Portales,  creándole  al  ejército  un  contrapeso  en  la 
organización  de  la  guardia  nacional  con  fuero  militar,  y 
la  invasión  del  Perú,  como  medio  de  darle  ocupación, 
exterior,  é  interrumpir  sus  malos  hábitos  politiqueros. 
En  una  segunda  embestida,  porque  la  primera  terminó 
«n  un  tratado,  el  ejército  se  sublevó  en  su  campamento 
del  Barón,  muriendo  asesinado  el  Ministro  que  había  ido 
á  presenciar  y  dirigir  el  embarque.  La  milicia  del  pueblo 
al  mando  del  General  Blanco  Encalada,  salió  al  encuentro 
del  ejército  que  se  creía  en  seguridad  y  fué  derrotado  y 
aprisionados  sus  soldados  y  oficiales.  Así  triunfaba  la 
política  del  Ministro,  no  obstante  su  muerte. 

Las  instituciones  militares  recibieron  desde  entonces  el 
sello  especial  que  las  distingue  de  todo  el  continente 
sudamericano.  Venezuela  cuenta  los  generales  por  cente- 
nas, la  Ptepública  Argentina  por  decenas  y  Chile  por  uni- 
dades, aun   después  de  la  guerra  del  Perú. 

Vino  en  1883  encargado  de  los  objetos  que  Chile  enviaba 
á  la  Exposición  Continental,  un  joven  que  no  lo  era  tanto 
que  no  tuviese  la  cabeza  desguarnecida  de  cabello.  En 
días  de  gala  vestía  uniforme  chileno,  con  insignias  de 
Teniente  y  una  hilera  de  medallas  ganadas  en  las  diversas 
batallas  á  que  había  asistido  en  el  Perú.  Era  alumno  de 
la  Escuela  Militar,  hijo  de  un  general  francés  de  Napoleón 
y  sin  embargo,  en  diez  años  de  servicio  había  alcanzado 
á  Teniente. 


MEMORIAS  113 

De  aquí  procede  el  valor,  la  economía,  el  éxito  de  las 
'batallas  campales  y  navales  que  ha  dado  Chile.  Su  Aca- 
demia militar  fué  fundada  en  1840,  bajo  la  dirección  del 
Coronel  Pereira  argentino,  hermano  del  conocido  propie- 
tario Simón  Pereira.  De  manera  que  los  generales  de 
hoy  son  alumnos  de  aquella  buena  escuela. 

Hube  de  tomar  parte  en  la  contienda  periodística  que 
exaltaba  la  elección  de  nuevo  Presidente.  El  partido  liberal 
pipiólo  y  los  que  yo  caliñqué  de  teatinos  tenían  sus  perió- 
dicos, el  principal  de  los  cuales  me  habían  ofrecido  en 
vano,  por  no  simpatizar  desde  entonces  con  sus  hábitos 
revolucionarios.  Manejaba  yo  entonces  el  único  diario  de 
Chile,  El  Mercurio  y  uno  de  circunstancias,  El  Nacional,  de 
Santiago. 

Cuando  la  lucha  terminó,  ganando  nosotros  las  eleccio- 
nes, El  Valdiviano  Federal  escrito  por  un  viejo  patriota  á 
^uien  Portales  había  concedido  derecho  de  hablar  libre- 
mente, dio  la  palma  del  triunfo  al  Redactor  de  ambos 
diarios,  por  la  novedad  de  las  doctrinas  y  el  culto  espíritu 
■del  debate,  teniendo  que  habérselas  con  repúblicos  que 
citaban  en  su  apoyo  al  abate  Raynal,  el  Contrato  Social 
y  como  el  mas  fresco  á  Benjamín  Constant.  El  Nacional 
y  El  Mercurio  respondían,  Story,  Tocqueville,  la  Constitu- 
ción norte  americana,  con  Lherminier  y  Pierre  Leroux, 
entonces  los  jefes  de  la  escuela  francesa  liberal.  Para  otro 
periódico  de  combate,  La  Guerra  á  la  Tiranía  que  estaba 
amasada  con  sal  de  cocina  y  hiél,  no  carecía  de  buenas 
armas,  la  mejor  de  todas,  echarle  agua  con  las  bombas 
de  apagar  incendios,  en  burlas  de  hacer  disparar. 

Celebrado  el  triunfo  estábamos  cuando  llega  la  noticia 
de  haber  entrado  á  Mendoza,  el  General  La  Madrid,  con 
un  ejército  que  venía  de  Tucuman,  seguido  por  el  General 
■Oribe.    Mi  resolución  fué  tomada  en   el  acto. 

Los  adversarios  políticos  que  me  concité  después  se 
complacían,  como  es  de  costumbre,  en  echar  en  cara  al 
Redactor  que  pesaba  sobre  ellos,  su  calidad  de  extranjero, 
y  siéndolo,  había  de  ser  por  consecuencia  mercenario. 
Como  la  ausencia  esta,  fué  por  desgracia  tan  corta,  olvi- 
daban que  el  escritor  á  quien  atribuían  móviles  tan  mes- 
cuinos,  había   abandonado,  en  su  concepto  para  siempre 

Tomo  xux.— 8 


114  OHHK»   DH   SAKMIBNTO 

la  situación  mas  espectable  y  brillante  que  pueda  obtener 
en  América  un  autor,  conquistando  las  simpatías  generales,. 
Ja  protección  y  amistad  de  hombres  como  Bello,  el  joven 
Lastarria  y  otros,  ganando  las  elecciones  de  su  bando, con 
aceptación  de  los  vencidos,  y  á  la  víspera  de  tener  á  los 
suyos  en  el  gobierno,  dar  la  espalda  á  todo,  renunciando 
casi  á  una  carrera  y  un  porvenir,  para  ceñir  de  nuevo  la 
espada,  pasar  los  Andes  á  cordillera  cerrada,  á  ofrecer  su 
débil  brazo  á  los  que  combatían  por  la  patria! 

Pero  de  aquel  momento,  principia  una  página  de  historia 
borrada,  que  me  interesa  reanimar  ahora,  suprimida  cua- 
renta años,  como  estuvo  veinte  el  nombre  de  San  Martin 
en  Chile,  acaso  por  la  misma  causa,  y  es  que  no  perte- 
necía propiamente  á  la  historia  de  Chile  ó  de  la  República 
Argentina. 

También  se  puede  salvar  la  vida  á  centenares  de  hombres, 
de  las  quemaduras  del  hielo,  sino  del  hambre  también,, 
como  se  puede  restaurar  en  su  fama  y  gloria  á  un  general 
ilustre,  sin  llamar  la  atención  de  nadie;  pero  sin  que  nadie 
con  pruebas,  pueda  ponerlo  en   duda. 

Usábanse  por  entonces  unos  chaquetones  de  tricota  col- 
chados por  dentro  que  ofrecían  mucho  abrigo;  y  en  todo 
tiempo  polainas  de  tejido  especial  hechizo  que  cubrían  las 
piernas  hasta  la  rodilla,  amarradas  á  la  cintura  y  sosteni- 
das con  las  espuelas  por  abajo.  Este  era  el  equipo  obliga- 
do de  un  hombre  de  á  caballo  en  Chile. 

Presénteme  un  día  al  ministro  de  gobierno  D.  Manuel 
Montt  en  su  casa,  en  ese  traje  y  como  me  preguntase  á 
donde  me  dirigía,  le  contesté,  abriendo  él  tamaños  ojos  con 
la  sorpresa: — á  la  República  Argentina;  el  General  La  Madrid 
está  en  Mendoza  y  debo  reunirme  al  ejército.  Hizome 
presente  lo  que  la  prudencia  sugiere  á  los  extraños  en  estas 
grandes  querellas  civiles;  me  hizo  valer  que  recien  era  el 
momento  de  recompensarme  por  los  buenos  servicios  pres- 
tados, pues  era  convicción  de  todos,  amigos  y  adversarios, 
que  yo  había  en  la  prensa,  con  dos  diarios,  asegurado  el 
triunfo  al  partido  conservador. 

Ese  día  estaba  en  camino  hacia  Aconcagua,  y  al  siguiente 
nos  dirigimos  á  la  cordillera  D.  José  Posse,  un  Co- 
mandante chileno  al  servicio  argentino  y  no  recuerdo- 
si  alguien  mas. 


MEMORIAS  115 

Iba  premunido  de  la  siguiente  carta  de  recomendación: 

— Setiembre  10  de  1841. — A  S.  E.  el  director  de  la  coalición 
del  Norte,  General  en  Jefe  del  2°  ejército  libertador. — La 
comisión  argentina  se  permite  recomendar  á  V.  E.  al 
señor  D.  F.  Sarmiento.  A  sus  antecedentes  tan  favorables, 
se  agrega  la  circunstancia  de  haber  sido  miembro  suyo  y 
haber  desempeñado  honrosamente  sus  comisiones.  Ador- 
nado de  patriotismo  y  entusiasmo  por  la  libertad,  su  capa- 
cidad es  otro  título  para  que  se  aproxime  á  S.  E.  y  para  que 
S.  E.  le  proporcione  ocasión  de  hacer  á  nuestra  causa  los 
servicios  que  puede.  Tiene  la  confianza  de  sus  compatrio- 
tas aquí,  y  merece  la  de  S.  E.  La  comisión  reitera  etc. — 
J.  Gregorio  de  Las  Heras. — Gregorio  Gómez . — Gabriel  Ocampo. — 
Martin  Zapata. — Domingo  de  Oro. 

En  la  tarde  del  25  de  Setiembre  de  1841  asomábamos  las 
cabezas  sobre  el  cordón  principal  de  la  Cordillera  de  los 
Andes.  El  penoso  ascenso  de  un  día  á  pie,  porque  los  ani- 
males no  podían  marchar  á  cordillera  cerrada,  hundién- 
donos en  la  nieve  reblandecida  por  los  débiles  rayos  del  sol, 
DOS  traía  fatigados  y  reclamaban  nuestros  miembros  un 
momento  de  reposo  en  aquel  páramo  batido  por  la  brisa 
glacial  que  ha  desenvuelto  el  deshielo  del  día.  La  vista 
descubre  hacia  el  oriente  cadenas  de  montañas  que  achican 
y  orlan  ei  horizonte,  valles  blancos  como  cintas  que  fueran 
serpenteando  entre  peñazcos  negros  que  brillan  al  reflejarse 
el  sol;  y  abajo,  al  pie  de  la  eminencia,  como  una  cabeza 
de  alfiler,  la  casucha  de  ladrillo  que  sirve  de  amparo  y 
abrigo  al  viajero.  ¡Salud,  República  Argentina!  exclamá- 
bamos cada  uno,  saludándola  en  el  horizonte  y  tendiendo 
hacia  ella  nuestros  brazos. 

En  aquel  piélago  blanco  y  estrecho  que  se  extiende  abajo 
divisó  uno  de  nosotros  bultos  de  caminantes  y  este  encuen- 
tro de  seres  humanos  que  tan  bien  venido  es  siempre  en 
aquellas  soledades,  nos  enturbió  instintivamente  y  nos  mi- 
ramos unos  á  otros,  sin  atrevernos  á  comunicar  la  idea 
siniestra  que  había  atravesado  nuestro  espíritu.  Descen- 
dimos hacia  el  lado  argentino  menos  gozosos  que  antes,  y 
apenas,  aun  antes  de  llegará  la  casucha,  la  palabra  derrota 
hizo  de  dolor  zumbar  largo  rato  nuestros  oídos.  Los  restos 
del  ejército  de  La  Madrid,  venían  poco  á  poco  marchando  á 
pie  á  aislarse  en  Chile. 


116  OBRAS  DE  SARMIENTO 

He  descripto  entonces  (*)  las  terribles  escenas  que  pre- 
sentó un  amontonamiento  de  unos  mil  prófugos  al  pie  de 
lus  Andes,  que  estaban  en  Setiembre  cubiertos  de  nieve» 
cerrando  el  paso  de  animales  y  haciendo  difícil  el  de  hom- 
bres extenuados  y  peligroso  el  pasaje,  cayendo  un  tempo- 
ral que  duró  tres  días.  Debo  añadir  ahora,  que  mi  casual 
presencia  en  el  lugar  del  siniestro  ahorró  una  de  las  mas 
terribles  catástrofes,  pues  es  seguro  que  nadie  hubiera  al- 
canzado á  pasar  y  el  hambre  habría  teminado  la  destruc- 
tora acción  de  las  nieves. 

Al  bajar  hacia  el  Paramillo,  divisamos  un  grupo  de  via- 
jeros á  pie,  como  es  la  práctica  en  aquellos  meses,  aforra- 
das las  piernas  en  cuero  de  carnero,  para  que  la  nieve  no 
penetre  el  calzado  y  se  hagan  lo  que  llaman  quemaduras, 
que  es  la  muerte  del  miembro,  dedos,  pies  ó  piernas,  en 
que  cesa  la  circulación.  De  esos  hubieron  nueve,  ó  muertos 
ü  operados  con  amputación. 

Era  preciso  obrar.  Despaché  en  el  acto  un  propio  á  los 
Andes  para  que  subieran  muías  si  era  posible.  Y  después 
de  hablar  con  los  primeros  prófugos,  volvimos  á  remontar 
aquellas  montañas  que  creí  haber  dejado  atrás  para 
siempre. 

Un  cuadro  que  existe  en  el  Paraná,  obra  del  pintor 
Rawson,  recuerda  la  escena,  haciendo  que  yo  ponga  á  dis- 
posición del  General  La  Madrid,  en  presencia  del  valiente 
Coronel  Alvarez,  canastos  de  pan  que  conducen  peones 
chilenos.  Esto  es  excelente  para  la  poesía  y  para  recuerdo 
del  hecho  en  cuanto  á  mi  me  concierne,  pues  no  teniendo 
de  donde  tomarlo  la  historia,  como  la  batalla  de  Niquivil 
recordada  en  la  autobiografía  del  General  Vega,  ó  como  el 
haber  sido  prisionero  en  el  Pilar  de  Mendoza,  hubo  de  con- 
servarlo Rosas  para  mi  ignorada  y  no  escrita  foja  de  ser- 
vicios de  ahora  sesenta  años. 

La  verdad  histórica  es  que,  instruido  por  las  avan- 
zadas, de  la  derrota  que  infligieran  en  Rodeo  del  Medio  á 
nuestras  fuerzas  las  de  Rosas,  al  mando  del  General  Oribe, 
así  como  del  número  de  hombres  que   venían,  regresé  iu- 


( 1 )   Véase  la  animada  descripción  que  de  las  escenas  terribles  de  esta  catástrofe 
hace  el  autor  en  el  volumen  VI  de  estas  obras,  página  9.    (N.  del  E.) 


MEMORIAS  117 

mediata  mente,  volviendo  á  remontar  á  pie  la  cordillera, 
acompañado  esta  vez  de  D.  Régulo  Martínez,  que  encontré 
mas  tarde  en  Entre  Ríos,  en  la  campaña  de  Caseros. 

Desde  el  momento,  conocedor  de  la  cordillera  y  de  sus 
malas  mañas,  comprendí  el  peligro,  y  llegando  á  Los  Andes, 
con  medio  día  de  camino,  tanta  fué  la  prisa  que  me  di, 
monté  oficinas  de  escritorio  con  los  hijos  de  D.  Pedro  Bari 
y  con  el  auxilio  inteligente  del  viejo,  me  proveí  de  cueros 
de  carnero  cuantos  pudieron  haberse  en  las  inmediaciones 
para  envolver  piernas,  sogas,  cordeles  y  ademas  víveres 
de  cordillera,  que  consisten  en  charqui  molido  y  galleta 
ó  bizcocho,  mucho  ají  para  combatir  la  puna  y  otros  ad- 
minículos; y  con  doce  peones  .  avezados  en  remontarla 
en  invierno  acompañando  al  correista  ó  algún  pasajero 
extraordinario,  los  acompañé  hasta  los  Ojos  de  Agua, 
pasando  ellos  á  este  lado  y  yo  volviendo  en  lo  que  quedaba 
de  esta  segunda  noche  á  los  Andes,  para  poner  en  movi- 
miento á  Valparaíso,  por  medio  de  El  Mercurio,  de  que  era 
dueño  el  godo  Rivadeneira  (pues  no  le  llamábamos  de 
otro  modo)  y  á  Santiago  por  medio  del  ministro  Montt,  á 
quien  pedía  socorros,   como  al  público  subscripciones. 

La  actividad  que  allí  se  desplegó  no  es  para  describirse. 
Despachar  chasque  tras  chasque,  mover  á  todos  y  conmover 
su  filantropía,  poner  en  acción  la  comisión  argentina, 
reclamar  del  gobierno  asistencia  médica  y  otros  auxilios, 
pedir  funciones  de  teatros  en  beneficio  de  los  que  sufrían, 
escribir  á  los  diarios,  y  en  fin,  alarmar  la  nación  entera  y 
despertar  su  piedad. 

Cuando  todo  estuvo  hecho,  las  cargas  en  marcha,  los 
correos  despachados  y  agotada  la  bolsa  hasta  el  último 
maravedí,  yo  resigné  el  puesto  buscando  el  reposo  que 
reclamaban  el  pasar  y  repasar  á  pie  la  cordillera,  como  por 
apuesta,  descender  corriendo  desde  los  Ojos  de  Agua,  hasta 
Los  Andes,  para  sentarme  á  escribir  largo  y  tendido. 

Cuando  empezaron  á  pasar  los  grupos,  después  de  haber 
estado  sepultados  centenares  debajo  de  las  nieves,  un 
ejército  de  vivanderos  los  recibía  todavía  en  las  cumbres  de 
las  cordilleras,  ó  en  primeras  escalas  del  descenso,  pro- 
porcionándoles víveres,  licores,  frutas,  pan  y  la  variedad 
infinita  de  comestibles  del  pueblo  chileno. 

Médicos  pasaron  la  cordillera  é  hicieron   amputaciones 


118  OBRAS   DB   SARMIENTO 

mas  ó  menos  felices  de  piernas  heladas.  Uno  de  ellos  se 
asombraba  de  la  ecuanimidad  del  operado  que,  arrancán- 
dole un  hueso,  no  había  lanzado  un  gemido  en  todo  el 
decurso  de  la  operación.  Soltaban  la  carcajada  los  otros 
ante  ese  relato,  pues  el  operado  había  gritado  como  un 
becerro,  pero  el  operador  preocupado  con  su  obra,  no  había 
oído  nada. 

En  el  hermoso  valle  de  Aconcagua,  aguardaban  á  los 
mas  necesitados  ropas  de  abrigo,  camisas  á  los  desnudos 
y  á  la  gente  un  poco  decente,  si  lo  necesitaban  algunos 
pesos  en  dinero,  pues  la  suscricion  había  sido  abundante. 
Una  señora  Callejas  y  un  presbítero  liberal  se  distinguie- 
ron por  sus  dones,  hospedando  el  último  al  General  Lama- 
drid  y  á  su  estado  mayor  en  su  casa.  Todavía  pudo  ase- 
gurarse trabajo  á  los  soldados  y  á  algunos  artesanos, 
alojamiento  en  Santiago  y  Valparaíso  á  algunos  jóvenes, 
y  solo  el  Chacho  bien  socorrido  y  mejor  hospedado  que  en 
su  casa  de  los  Llanos,  pudo  lamentarse  de  estar  «.en  Chile  y 
á  pie/» 

Una  victoria  á  veces  no  vale  mas  que  una  retirada  hábil 
que  salva  de  la  derrota;  pero  salvar  un  ejército  de  la  nieve 
por  su  solo  esfuerzo,  ó  por  su  brillante  reputación  en  la 
prensa  y  lauros  obtenidos  en  ella,  conseguir  del  público 
socorros  y  colocación  para  tantos  hombres,  bien  valía  una 
campaña.  Pero  como  el  hecho  no  se  liga  á  la  historia  de 
ningún  gobierno,  jamas  ha  sido  mencionado  y  quedaría 
como  acaecido  en  los  tiempos  prehistóricos  en  países  que 
aun  no  tienen  nombre. 

Las  piezas  que  siguen  serán  acaso  el  primer  recuerdo 
de  un  grande  hecho  histórico,  que  habiendo  ocurrido 
en  el  perfil  de  la  cresta  de  los  Andes  nevados,  no  perte- 
nece á  Chile,  ni  lo  aceptaba  la  Confederación.  Sirva 
siquiera  para  reconstruir  la  foja  de  servicios  de  un  sol- 
dado, que  no  habiendo  despanzurrado  con  sus  manos,  como 
Sandes  ó  Gauna,  á  muchos  hombres,  puede  jactarse  de 
haber  salvado  la  vida  de  millares,  en  cuatro  ocasiones  en 
que  hizo  imposible  el  combate,  ganando  la  batalla  sin 
sangre,  como  se  verá  en  su  lugar  correspondiente.  Son 
tenidos  en  mucho  los  generales  que  saben  dirigir  hábil- 
mente una  retirada  y  ¿por  qué  no  se  daría  un  grado  al 
oficial  subalterno  que  salvase  la  vida  de  un  ejército? 


MEMORIA.S  119 

Sr.  D.  Domingo  Faustino  Sarmiento. 

Santiago,  Octubre  i»  de  1841. 

Compatriota  y  amigo: 

Por  toda  respuesta  á  la  muy  apreciable  carta  de  usted, 
le  acompaño  esa  orden  para  que  con  su  resultado  atienda 
usted  á  dar  carne  y  pan  á  los  infelices  argentinos  ham- 
brientos que   vienen. 

Es  preciso  que  se  limite  Vd.  á  carne  y  pan,  porque  para 
ese  mezquino  socorro  hemos  agotado  todos  los  recursos  y 
vencido  dificultades  de  que  solo  tendrá  idea  cuando  venga 
y  se  imponga. 

Ahora  mismo  excitamos  á  los  de  Valparaiso  á  ver  cómo 
nos  ayudan  á  socorrer  á  nuestros  infelices  compatriotas. 
Ha  sido  solicitado  el  gobierno,  y  nos  ha  prometido  para 
esta  noche  las  órdenes  que  pudiéramos  desear  para  socorrer 
la  afligida  humanidad. 

El  expreso  ha  sido  despachado  antes  de  la  hora  de 
llegada. 

Nada  diré  á  Vd.  de  lo  que  ha  conmovido  la  relación  de 
los  horrores  que  Vd.  no  ha  hecho  mas  que  indicar.  Esto 
dejémoslo  para  sentido. 

Abraze  Vd.  á  mi  nombre  á  los  valientes  y  desgraciados. 
Somos  argentinos  y  son  argentinos.  Algún  día  Dios  nos 
dará  patria  y  habrá  gratitud  para  los  beneméritos,  ó  no 
merecerá  aquel  país  tener  tales  hijos.  Adiós,  amigo. 
Siempre  afectísimo  de  Vd. 

J.  Gregorio  de  las  Heras. 

El  escribiente  saluda  á  Vd.  y  á  todos  los  valientes  des- 
graciados. 


Sr.  D.   Domingo  F.  Sarmiento. 


Santiago,  Octubre  1»  de  1841. 


Apreciable  señor:  Espantado  de  la  catástrofe  que  Vd.  me 
anuncia,  salí  al  momento  á  casa  de  Orjera,  donde  acabaron 
de  imponerme  de  las  desgracias  sucedidas  en  Mendoza, 


120  OBRAS   DK   SARMIENTO 

Extremadamente  sensibles  á  tantos  males,  no  hemos  halla- 
do otro  arbitrio  para  detener  el  progreso  de  lo  mas  urgente, 
que  levantar  una  suscricion  implorando  la  generosidad  de 
nuestros  compatriotas  en  favor  de  las  infelices  víctimas  de 
la  causa  de  la  civilización.  Ya  se  están  dando  los  primeros 
pasos;  y  debe  Vd.  creer  que  si  el  éxito  corresponde  á 
nuestro  empeño  é  interés,  se  remediarán  sin  duda  las 
mas  premiosas  necesidades.  Jamas  he  deseado  tanto  como 
ahora,  en  este  instante,  el  ser  hombre  de  influjo  y  fortuna;, 
pero  para  qué  hemos  de  poner  en  cuenta  los  deseos  1 

Haremos  lo  posible;  y  solo  me  atrevo  á  ofrecer  por  ahora 
juntamente  con  mi  amistad,  como  su  mas  apasionado 
servidor.    Q.  B.  S    M. 

José  Francisco  Gana, 
(General  del  Ejército  Chileno.) 

Sr.  D.  Domingo  F.  Sarmiento. 

Buenos  Aires,  Octubre  20  de  1883. 

Mi  estimado  General  y  amigo: 

Tuve  el  gusto  de  leer  su  atenta  carta  de  ayer;  en  la 
cual  se  sirve  pedirme  le  exponga  por  escrito  los  recuerdos 
que  aun  conserve  de  la  llegada  á  Chile  de  los  dispersos 
de  la  batalla  del  Rodeo  del  Medio;  cuyas  reminiscencias 
de  viva  voz  hacia  á  Vd.  en  días  pasados,  comparando  al 
distinguido  actor  Calvo,  con  el  eminente  Casacuberta,  á 
quien  oí  con  tanta  complacencia  en  mi  niñez,  á  su  llegada 
á  San  Felipe,  después  de  la  derrota  del  ejército  á  que 
perteneció. 

Hace  Vd.  bien.  General,  en  recordarme  el  caballo  mió, 
que  fué  en  las  colectas  que  se  hicieron  en  Aconcagua, 
solicitadas  por  Vd.,  para  sacar  de  entre  las  nieves  de  los 
Andes,  los  restos  de  aquel  ejército. 

Sin  mi  pobre  contingente,  yo  no  recordaria  tal  vez  un  sola- 
hecho,  una  sola  palabra  de  cuanto  vi  y  oí  en  aquella  oca- 
sión. Siempre  he  creído.  General,  que  el  hombre  recuerda 
lo  que  vio  en  la  infancia,  mas  bien  por  la  impresión  que 
recibiera  de  los  objetos,  que  por  el  juicio  ó  criterio  que  de 
ellos  pudo  formarse. 

Como  Vd.  se  sirve  decirme  en  la  que  contesto:   «que- 


MEMORIAS  121 

desea  arreglar  sus  apuntes^  á  fin  de  restablecer  lo  que  por 
lo  lejano  de  los  tiempos  se  hubiere  olvidado  y  deba  recor- 
darse »,  no  estará  demás  para  la  inteligencia  de  mis  recuer- 
dos, que  haga  en  este  lugar  una  ligera  disgresion. 

A  la  llegada  á  Aconcagua  del  Ejército  Argentino  á  que^ 
Vd.  se  refiere,  vivían  en  San  Felipe  los  señores  D.  José  y 
D.  Pedro  Antonio  Ramírez,  y  por  haber  militado  en  los 
Granaderos  á  Caballo,  muy  conocedores  de  las  familias- 
argentinas;  y  con  dificultad  pasaría  á  Chile  algún  argen- 
tino decente,  sin  alojarse  en  la  hacienda  de  don  Pedro 
Antonio, 

Como  es  natural,  estos  sujetos  tomaban  gran  interes- 
en las  cuestiones  políticas  de  la  República  Argentina,  y 
estaban  al  corriente  de  los  hechos  de  armas  qae  aquí  se 
producían. 

D.  José  I.  Ramírez,  desde  en  vida  de  mi  padre,  acostum- 
braba ir  todos  los  días  á  nuestra  casa  de  San  Felipe.  Mi 
hermano  mayor  lo  aguardaba  con  el  deseo  con  que  hoy 
día  se  lee  la  crónica  de  los  hechos  locales. 

Un  día  nuestro  cronista  llevó  una  carta  de  su  hermano 
D.  Pedro  Antonio,  escrita  desde  su  hacienda,  en  la  cual  le 
participaba  la  derrota  del  ejército  unitario  en  el  Rodeo  del 
Medio,  manifestándole  á  la  vez  el  temor  de  que  muchos 
de  los  derrotados  hubiesen  perecido  en  la  Cordillera  en  el 
último  temporal;  agregando  que  la  noticia  la  traía  D.  Do- 
mingo F,  Sarmiento. 

Nuestro  cronista  contó  varias  peripecias  de  la  derrota,  que 
no  recuerdo  y  nombró  á  varios  deudos  de  familias  argen- 
tinas residentes  en  nuestro  pueblo,  que  iban  entre  los  emi- 
grados. 

Recuerdo  perfectamente,  General,  estos  incidentes,  por- 
que fui  yo  el  portador  de  un  mensaje  de  condolencias, 
enviado  por  mi  madre,  á  varias  familias  argentinas  de  su 
relación,  y  todavía  me  parece  ver  correr  las  lágrimas  de  la 
señora  de  Paz  Piñeiro  de  Rojo,  al  contestar  la  atención  de 
mi  madre. 

Por  si  Vd.,  General,  lo  hubiese  olvidado  é  interesase  á  sus 
anotaciones,  recordaré  á  Vd.  que  la  señora  Paz  Piñeiro  de 
R.  fué  esposa  del  Dr  D.  Posidio  Rojo,  natural  ds  San  Juan; 
cuyo  señor  fué  Juez  de  Letras  de  Aconcagua,  segunda  auto- 
ridad de  la  Provincia;  que  en  Chile,  como  en  la  época  de 


122  OBRAS    I>K   SARMIENTO 

SU  Gobierno  en  San  Juan,  no  se  exige  la  nacionalidad  para 
«jercer  este  destino.  Ni  es  allí  un  obstáculo  la  calidad 
de  extranjero  para  ser  ministro  ó  secretario  de  Intenden- 
cia; como  tampoco  lo  es  aun,  para  ejercer  los  puestos  mas 
elevados  del  Poder  Judicial.  Los  distinguidos  argentinos 
Dr.  D.  Antonino  Aberastain,  Delgado,  Gabriel  Ocampo  y 
otros,  han  ejercido  allí  aquellos  importantes  destinos. 

Volviendo  ahora  al  asunto  que  motiva  esta  carta,  diré  á 
Vd.  General,  que  la  visita  del  señor  Ramirez  de  aquel  día, 
tenía  un  objeto  mas  noble  que  la  crónica  ordinaria. 

D.  Pedro  Antonio  le  encargaba  encarecidamente  en  la 
carta  de  mi  referencia,  que  viera  á  mi  hermano  Juan  E- 
Barriga,  á  los  señores  Caldera,  Echevarría  y  otros,  y  le 
pidiera  su  concurso  para  salvar  y  proteger  á  ios  emigrados 
por  quienes  Vd.  General,  se  interesaba  tanto. 

Tan  laudable  empeño  de  su  parte,  no  podía  ser  estéril. 
Con  la  presteza  que  requerían  las  circunstancias,  se  reu- 
nieron mas  de  doscientos  caballos  y  muías,  se  remitieron 
á  la  Cordillera  con  peones  arf^oc,  enviando  el  señor  Ramirez, 
su  tropa  de  muías  cargadas  de  víveres. 

Pero  lo  que  no  pudo  deberse  á  otro  que  al  valioso  empe- 
ño de  Vd.,  General,  fué  el  alojamiento  de  la  tropa  propia- 
mente dicha  de  los  restos  de  aquel  ejército  en  San  Fran- 
cisco de  Curimon,  su  racionamiento  suministrado  por  la 
autoridad  local,  y  la  visita  diaria  á  sus  enfermos,  del  médico 
de  ciudad  Dr.  D.  Manuel  Antonio  Carmona,  la  cual  vi  yo 
mismo  practicar  en  una  ocasión. 

En  efecto,  la  presencia  de  los  Castex,  del  joven  Emilio 
Conesa,  General  mas  tarde,  la  del  conocido  literato  D.  Juan 
M.  Gutiérrez,  y  del  señor  D.  Emilio  Castro,  que  aun  vive 
en  Buenos  Aires,  la  presencia,  digo,  de  estos  señores  en 
casa  de  mis  deudos,  y  la  de  tantos  otros  argentinos  distin- 
guidos en  lo  de  Bari,  Ramirez,  Cardoso,  etc.,  es  un  hecho 
natural,  que  nada  revelaría  hoy  el  empeño  de  Vd.,  General 
por  salvar  de  las  nieves  á  todo  el  ejército. 

Todos  estos  señores,  mas  ó  menos  conocidos,  llegaban 
emigrados  á  nuestras  cordilleras,  y  natural  es  que  fuesen 
socorridos  y  recibidos  con  todas  las  consideraciones  que 
merecen  la  desgracia  y  la  buena  educación  del  desgra- 
ciado. 

Conozco  bastante  á  mi  país,  General,  y  puedo  afirmar  hoy 


MEMORIAS  123 

sin  temor  de  equivocarme,  que  esos  soldados  no  pudieron 
estar  en  un  cuartel  de  nuestra  tropa  de  línea,  aunque  el 
cuartel  estuviera  desocupado  á  la  sazón,  sin  una  orden  del 
Gobierno  de  Santiago,  y  que  esa  orden  no  pudo  darse  sin 
mediar  un  valioso  influjo  y  poderosa  iniciativa. 

Con  las  consideraciones  de  mi  mas  distinguido  aprecio, 
ítengo  el  placer  de  suscribirme  de  Vd,,  General. 
Atento  amigo  y  S.  S. 

Antero  Barriga. 
(Cónsul  de  Chile.) 


EPISODIOS  EN  LA  CORDILLERA 

El  ferrocarril  atravesará  bien  pronto  aquellas  estupendas 
soledades  y  las  comodidades  de  la  civilización,  como  la 
rapidez  con  que  se  hace  el  trayecto,  acaso  perforada  quesea 
la  montaña  que  todavía  se  asciende  á  muchos  miles  de  pies 
de  altura,  todo  hará  olvidar  las  escenas  pintorescas  y  ex- 
trañas del  tránsito  de  un  lado  á  otro,  á  cordillera  cerrada, 
operación  que  solo  la  extrema  necesidad  aconsejaba,  y 
que,  no  obstante  las  siete  casillas  de  ladrillos  de  á  diez  y 
cinco  cuadras  de  distancia  unas  de  otras,  destinadas  á 
guarecer  los  correistas,  han  perecido  muchos  de  ellos  en 
el  espacio  que  media  entre  uno  y  otro  albergue,  encegue- 
cidos por  la  nieve  que  cae,  no  en, copos,  sino  á  pedazos  á 
veces. 

Como  ya  no  han  de  ocurrir  casos  semejantes,  consignaré 
el  mas  emocionante  de  todos,  excepción  sea  hecha  del  de 
hundirse  de  repente  el  caminante  en  la  nieve  que  encubre 
un  arroyo  que  corre  á  veinte  ó  treinta  varas  de  profundi- 
dad debajo  de  la  nieve  y  la  tiene  minada,  sin  dejar  ver  el 
peligro. 

Cuando  regresé  aquella  vez  á  Chile,  acompañado  de 
Posse  y  de  Martínez,  yo  era  el  guía  de  cordillera,  y  por 
tanto,  como  buen  huésped,  les  ofrecía  los  escasos  placeres 
que  pueden  gozarse,  sin  frío,  pues  el  ascenso  hace  sudar  á 
mares  y  la  vista  sufre  al  contemplar  aquellos  dilatados 
paisajes  de  montañas  y  picos  revestidos  de  nieve,  eleván- 
dose unos  tras  de  otros  sobre  estrechos  valles  igualmente 
blancos    de   inmaculada,  eterna   y  desolada  blancura. 


124  OHKA8    DK  SAKMIBNTO 

Cruzábamos  estas  escenas,  y  cuando  encontrábamos  un 
descenso  á  guisa  de  montaña  rusa,  yo  me  sentaba  sobre  la 
nieve  y  apoyado  en  el  báculo  daba  impulso  al  cuerpo  que 
se  deslizaba  con  una  deliciosa  rapidez,  hasta  varar  en  la 
llanura  ó  plano  inferior.  Al  fin  llegamos  á  uno  de  esos 
planos  inclinados  que  correspondía,  según  mis  cálculos  á  la 
Cuesta  de  los  Caracoles,  llamada  así  por  ser  tan  empinada, 
que  solo  describiendo  pequeños  caracoles  ó  zig-zags,  pue- 
den las  muías  subirla  y  sobretodo  bajarla.  Ya  se  estaba 
acomodando  mi  José  Posse,  en  la  postura  requerida  para 
intentar  la  aventura,  cuando  díle  un  grito  para  detenerlo 
mientras  me  entregaba  á  ciertos  experimentos  que  me 
permitiesen  apreciar  el  declive  que  la  brillante  blancura 
podía  disfrazar.  Amasé  una  bola  de  nieve  y  rodó  cuesta 
abajo  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos.  ¡Diablos!  exclamé,  esto 
está  parado  á  pique!  Arrojé  mi  báculo  y  llegó  á  los  planos 
inferiores,  rodando  á  lo  largo  corno  si  fuera  una  piedra.  Ex- 
citada mi  curiosidad,  solté  mi  pañuelo  de  seda  y  el  pañuelo 
llegó  á  los  planos  sin  detenerse.  Retírense!  grité  á  los 
compañeros,  que  es  un  abismo! 

Tomé  otra  dirección,  y  cayendo  y  levantando  por  luga- 
res ásperos  y  con  puntas  de  rocas  visibles,  llegamos  á  los 
planos,  estropeados  pies  y  manos  y  fatigados  de  muerte, 
por  lo  que  nos  tendimos  largo  á  largo  sobre  el  muelle  col- 
chón que  la  naturaleza  ofrecía  á  nuestros  miembros  fati- 
gados. Acertábamos  á  quedar  frente  á  frente  y  en  linea 
perpendicular  debajo  de  la  cumbre  de  donde  habíamos 
huido  de  descender. 

No  habíamos  concluido  de  fumar  un  cigarro  en  aquella, 
deliciosa  postura,  tendidos  de  bruces,  cuando  vimos  apare- 
cer del  tamaño  de  condores  á  una  docena  ó  mas  de  viajeros, 
quienesviéndonosabajo,  y  suponiendo  que  por  allí  habíamos 
descendido,  toman  distancia  de  guerrilla  para  no  embarazar- 
se en  el  descenso.  ¡Avisémosles!  ya  era  tarde,  se  habían 
desprendido  como  doce  avalanchas,  dando  saltos  de  veinte 
varas  de  largo  los  que  por  contener  la  rapidez  vertiginosa 
del  descenso,  clavaron  el  báculo  en  la  nieve.  A  un  ciiileno 
panzon  se  le  envolvió  el  poncho  en  la  cara  y  bajaba  rodan- 
do como  una  pipa  fantástica.  Otros  saltaban  de  la  cabeza 
á  los  pies,  como  suelen  los  muchachos  haciendo  de  brazos 
y  piernas  una  rueda  sin  llanta  y  otros  cambiando  de  sis*" 


MBMORIAS  125 

tema  á  medida  que  hacían  los  mas  prodigiosos  esfuerzos 
para  contenerse. 

El  descenso  se  hizo  en  algunos  segundos,  aunque  la  tra- 
yectoria recorrida  era  de  seis  á  ocho  cuadras.  La  experien- 
cia del  pañuelo  mostraba  que  era  el  declive  un  ángulo 
agudísimo  y  que  bajarlo  era  lo  mismo  que  caer  como  pie- 
dra lanzada  de  lo  alto. 

Nosotros  abrimos  tamaños  ojos  y  boca  de  horror  y  cuan- 
do llegaron  todos  los  quince  á  un  tiempo  á  donde  está- 
bamos, todos  ellos  tenían  ojos  y  bocas  grande  abiertas 
por  el  mismo  asombro  de  lo  que  les  había  pasado  sin  darse 
cuenta  de  ello.  Todos  estábamos  pálidos  como  una  cera, 
hasta  que  apercibiéndome  que  todos  tenían  su  cabeza  y 
sus  piernas  en  su  lugar  respectivo,  sin  sangre,  sin  magulla- 
dura alguna,  ni  diesen  gritos  de  dolor,  aventuré,  en  vía  de 
ensayo  y  con  no  poco  miedo  de  ofenderlos,  una  carcajada 
algo  forzada.  Respondió  otra,  y  unos  tras  otros  se  largaban 
á  reír  los  demás,  á  medida  que  se  persuadían  que  estaban 
vivos,  sanos  y  salvos,  puesto  que  no  les  dolía  una  uña, 
excepto  uno  que  lo  llevó  el  ímpetu  del  cuerpo  de  través  y 
dio  contra  un  peñasco  desnudo. 

¡Sería  esta  la  risa  homérica,  tan  ponderada!  Nos  hemos 
reído  media  hora  á  destornillarnos  y  en  proporción  dei 
susto  que  habíamos  pasado  actores  y  espectadores  al  sentir 
los  unos  y  ver  los  otros,  volar  gente  por  los  aires  y  esfor- 
zarse en  vano  en  tomar  tierra,  pues  como  los  titanes  de 
la  fábula,  apenas  la  tocaban  con  el  pie,  brincaban  en  el 
aire  como  langosta  saltona.  Después  de  llegar  al  plano, 
como  no  pudieron  cobrar  aliento  en  el  camino  de  dos  ó 
tres  segundos,  decía  uno  que  no  se  atrevía  á  resollar,  teme- 
roso de  convencerse  de  que  había  muerto,  no  pudiendo  darse 
-«uenta  de  como  podía  caer  de  tanta  altura  y  estar  vivo. 

CON  CUITIÑO 

Un  episodio  singularísimo  entra  aqui,  antes  de  relatar 
como  emprendí  de  nuevo  y  en  grande  escala,  la  campaña 
contra  la  tiranía  de  Rosas,  en  1848,  descubriendo  mis  for- 
midables baterías  en  La  Crónica,  periódico  argentino,  se- 
manal,  sesudo  y  aunque   haciendo  disparos   á  bala  rasa. 


136  OBKAS   DE  8A.RMIBNT0 

estaban  tan  bien  guardadas  en  él  las  reglas  de  la  guerra 
regular  entre  beligerantes  reconocidos,  que  cuando  á  la 
altura  del  núm.  19,  se  presentó  D.  Baldomero  García  con 
su  ilustre  secretario  el  joven  Dr.  Irigoyen,  á  reclamar  un 
ejemplar  castigo  contra  el  salvaje  unitario  consabido,  afi- 
liado á  todas  las  logias  y  al  servicio  del  jet07i  Santa  Cruz, 
no  encontró  por  donde  meterle  el  diente  según  las  reglas 
de  derecho;  pues  La  Crónica  era  un  periódico  escrito  en  un 
lenguaje  mas  decente  que  las  mismas  notas  que  reclama- 
ban de  sus  aserciones. 

Se  volvieron  los  asociados  diplomáticos  como  habían  veni- 
do, y  el  reo  se  presentó  á  su  juez  debidamente  en  Palermo, 
donde  con  su  propia  pluma  escribió  el  parte  de  la  batalla 
de  Caseros. 

Pero  dejemos  para  mas  tarde  las  preocupaciones  graves, 
y  tome  aliento  el  lector  con  algo  que  no  requiere  ni  la 
atención  siquiera. 

Llegado  hacia  poco  de  Europa,  mis  hermanas  y  mi  hija 
Faustina,  desde  San  Juan,  pues  con  mi  madre  estábamos 
reunidos  en  Chile,  deseaban  verme,  y  resolvieron  montar 
á  caballo  y  hacer  las  sesenta  leguas  de  montañas  y  faldeos 
que  median  entre  San  Juan  y  Uspallata  y  desde  allí  avi- 
saron hallarse  presentes  para  que  nos  viésemos  donde  yo 
lo  dispusiese. 

Tales  viajes  sorprenderán  al  lector  pampeano,  por  la  sen- 
cillez de  la  concepción  y  lo  áspero  y  montañoso  del  paisaje. 
Es  lo  mismo,  mutatis  muUindi,  que  galoparse  cincuenta  leguas 
de  pampa. 

Hallábame  á  la  sazón,  en  Los  Andes  de  Aconcagua,  visi- 
tando también  viejos  amigos,  cuando  acertó  á  llegar  el 
correista  Alaniz,  con  la  correspondencia  transandina,  y  me 
dio  el  mensaje  de  palabra  de  mis  dignas  hermanas  que 
esperaban  órdenes  en  Uspallata.  Di  mis  instrucciones  en 
una  hoja  de  cigarrillo  que  Alaniz  debía  cuidar  de  fumarse 
en  caso  de  sor[>resa  y  regresó  incontinente. 

Como  el  país  estaba  gobernado  sabiamente  por  D.  Juan 
Manuel,  y  Mendoza  paternalmente  administrada  por  el 
fraile  Aldao  (i)  que  ya  había  declarado  por  decreto,  locos  á 


( 1 )    Aldao  murió  en  Enero  del  45.    ([f.  d^l  E.) 


MEliIORlAS  127 

los  unitarios  y  nombrándoles  tutor  á  los  confiscados,  no 
era  la  cosa  para  andarse  coa  muchas  chanzas 

Tomé,  pues,  á,  uno  de  los  jóvenes  Bari,  de  Aconcagua,  por 
secretario,  armados  de  carabinas,  como  gente  que  anda 
cazando,  y  emprendimos  mas  provistos  de  provisiones  de 
boca  que  de  guerra  el  paso  de  la  cordillera,  lo  que  efectua- 
mos sin  tropiezo  hasta  bajar  el  Paramillo  y  descender 
al  pie. 

En  ese  momento  salía  del  valle  estrecho  que  viene  del 
norte,  una  partida  como  de  ocho  hombres,  con  las  terrorí- 
ficas camisetas,  chiripá  y  gorro  con  manga  colorados.  De- 
tuvimos el  paso  y  creo  que  el  aliento,  compuse  la  montura, 
— trazas  del  viajero  ó  del  militar  mañero  para  ganar  tiempo,— 
no  poco  desagradado  de  tan  inopinado  encuentro.  Es  cosa 
que  no  sucede  casi  nunca  por  aquellas  soledades. 

Felizmente,  como  nada  tenían  que  hacer  sino  volverse  á 
Uspallata  ó  Mendoza,  pues  ya  habían  desempeñado  su  co- 
misión, montamos  en  nuestras  cabalgaduras,  y  los  seguimos, 
por  supuesto  que  guardando  las  mas  respetuosas  distancias. 

Encontrónos  un  viajero  de  Mendoza,  y  me  miró  con  curio- 
sidad, sin  poder  apartar  la  vista,  sino  para  volver  la  cara 
á  mirarme  de  nuevo,  hasta  que  no  pudo  mas  y  se  volvió 
hacia  atrás  para  hablarme: — «Pero,  señor,  que  no  ve  esa 
partida,  si  lo  toman! — ¿A  mi;  y  porqué  me  han  de  tomar? — 
Usted  es  el  señor  Sarmiento. — ¿Me  conoce  usted? — Si  señor» 
en  Mendoza  lo  conocí,  y  en  Valparaíso  lo  he  visto  después. 
Y  se  sabía  que  está  usted  de  regreso  de  Europa. — Bueno; 
pero  como  ellos  van  para  allá,  si  se  vuelven,  yo  me  vuelvo;^ 
y  vea  usted,  no  hay  mas  camino  practicable  que  esta  única 
senda  y  aquí  es  lo  mismo  uno  que  seis,  y  yo  conozco  a 
estos  bárbaros;  son  de  lanza! 

En  fin,  me  acompañó  largo  rato  á  pasar  el  susto,  como 
dos  amigos  que  se  encuentran,  dándoles  tiempo  y  espacio  á 
los  otros  para  alejarse. 

El  Puente  del  Inca  era  el  lugar  de  la  cita,  y  aguardamos 
en  vano  esa  tarde,  porque  llegamos  temprano.  Al  día 
siguiente  madrugamos,  ensillamos  nuestras  cabalgaduras 
para  estar  en  regla  contra  todo  evento  y  cuando  ya 
alboreaba  el  día,  divisamos  bultos  contusos  hacia  el 
Oriente. 

¡Que  aflicción  de  no  poder  discernir  las  formas,  teniendo 


128  OBRAS   DE   SARMIENTO 

muy  presente  la  partida  de  malditos  colorados  que  andaba 
rondando  por  ahí...  ¿y  si  vuelven?  Despuntó  el  sol  y  fué 
para  peor,  porque  iluminaba  á  los  ginetes  por  la  espalda, 
y  la  luz  hacia  mas  confusa  la  confusión,  por  no  plagiar  á 
Milton  y  sus  tinieblas,  luminosas  lo  bastante  como  para  ser 
vistos  los  condenados.  Al  fin,  pudimos  discernir  por  el 
rápido  cambio  de  posición  relativamente  á  los  cerros,  que 
galopaban!  Tanto  peor,  si  era  la  partida!  Eran  seis!  para 
lio  dejarnos  morir  ó  empreuder  una  vergonzosa  fuga,  mi 
compañero  acabó  por  discernir  la  curva  trunca.de  la  mujer 
montada  en  silla,  presentando  el  perfil  de  la  espalda. 
Respiramos  y  les  salimos  al  encuentro.  Pero  estas  esce- 
nas, ni  oirías  podréis  vosotros,  ni  expresarlas  podrán  mis 
labios. 

Eran  dos  de  mis  hermanas,  mi  hija,  don  Domingo  Soriano 
Sarmiento,  AUniz  y  un  arriero  con  unas  petacas,  el  que  era 
primo  hermano  nuestro.  Después  de  acomodarlo  todo  y 
saber  que  la  partida  seguía  su  camino  de  regreso,  entra- 
mos bajo  la  bóveda  inmensa  y  casi  plana  del  sulfato  del 
magnífico  Puente  del  Inca,  la  maravilla  natural  y  única 
en  aquellas  desnudas  y  solemnes  alturas.  El  río  Mendoza, 
naciente  aun,  se  precipita  por  debajo,  muchos  conos  sulfu- 
rosos brotan  agua  de  sus  cúspides,  una  serie  de  fuentes  de 
agua  caliente,  saltan  y  hacen  gárgaras  pantagruélicas,  en 
la  base  del  arco  del  lado  de  la  montaña;  y  toda  la  estupenda 
techumbre  casi  plana  como  la  bóveda  del  Escorial  ú  otras 
que  se  conservan  en  las  termas  de  Caracalla,  cosas  que 
venia  de  ver,  estaba  cubierta  de  estalactitas  nacientes,  como 
de  ads-de-lampe  la  techumbre  de  San  Juan  de  Latran,  ó  las 
bóvedas  de  Westminster. . .  Para  qué  había  visto  las  mara- 
villas del  arte  sino  había  de  hacerle  pitos  al  Puente  del 
luca,  achicándole  sus  galas  mal  construidas.  Yo  haría 
mejor  que  eso,  sime  pusiera  á  ello!  Y  vaya  esta  jactancia 
para  que  se  rasquen  los  aristarcos. 

A  la  música  del  río,  despeñándose, — porque  por  allí  no 
se  usa  andar  sino  á  saltos,  de  roca  en  preduzco, — á  la  alga- 
zara de  las  fuentecillas  retrobonas,  como  dicen  los  chilenos 
de  los  niños  respondones,  yo  añadí  una  fuerte  acentua- 
ción de  compás,  disparando  el  revolver,  apuntando  á  las 
estalactitas.  ¡El  efecto  era  maravilloso!  Salían  de  los  hue- 
-Gos  hondos  á  millares  las   lechuzas  y  los  murciélagos,  que 


MEMORIAS  129 

'Viven  al  calor  de  los  vapores  termales  que  hacen  abrigado 
el  puente  por  debajo,  aun  cuando  sea  por  arriba  la  base 
de  una  pirámide  de  nieve;  y  luego,  despertándose  los  ecos 
dormidos  del  puente  y  de  la  montaña,  era  aquella  algazara 
mejor  que  el  coro  de  los  Hugonotes. 

Se  comió,  se  charló,  se  contaron  historias  de  federales 
de  nunca  acabar,  y  al  fín  fué  preciso  acabar,  y  que  el  sir- 
viente, nuestro  primo  hermano,  se  levantase  del  ángulo  de 
ia  mesa  que  había  ocupado, — una  meseta  de  piedra  ó  sul- 
fato,— y  recogiese,  limpiase  y  acomodase  la  vajilla,  que 
eran  dos  platos  y  un  vaso,  todo  de  la  mas  fina  hoja  de 
lata. 

Volvímonos  cada  uno  por  nuestro  camino,  y  yo  muerto 
de  gusto  de  haber  salvado  de  los  colorados,  cuya  presen- 
cia hubo  de  hechar  á  perder  la  fiesta. 

Llegamos  á  Los  Andes,  contamos  nuestra  aventura,  seguí 
camino  á  Santiago,  pues  ya  estaban  llenados  los  objetos 
de  la  pintoresca  y  afectuosa  escursion,  cuando  recibo  carta 
de  mi  amigo  don  Mariano  E.  de  Sarratea,  de  Valparaíso, 
en  que  me  dice: — De  buena  se  ha  escapado  usted.  En  la 
noche  ó  día  que  usted  salió  del  Puente  del  Inca,  traslomando 
los  Andes  para  volver  á  este  lado,  llegó...  ¿quién  se  ima- 
gina?., se  la  doy  en  diez...  jCuitiño!  el  mazhorquero 
Cuitiño,  con  su  escolta  de  ayudantes  y  asistentes,  que  viene 
tullido  de  las  manos  y  va  al  Ecuador  á  unos  baños  que 
tienen  fama  de  eficaces! 

Era  de  quedarse  uno  pasmado  y  absorto.  Que  atraviese 
uno  sin  necesidad  la  Cordillera  y  se  encuentre  con  una 
partida  de  enemigos  mortales,  no  pasa  de  una  borricada; 
pero  que  regrese  uno  de  Europa,  y  Cuitiño  viaje  trescien- 
tas leguas  para  tener  una  noche  el  gusto  de  dormir  en  el 
Puente  del  Inca  con  un  salvaje  unitario,  el  mas  salvaje  de 
aquellos  tiempos,  al  que  mas  ganas  le  tenían,  es  para  creer 
que  la  bóveda  del  puente  del  Inca  fué  construida  expresa- 
mente para  servir  de  palio  á  tan  edificante  espectáculo. 
Sin  embargo,  nada  sucedió,  por  estar  en  desacuerdo  los 
relojes  de  la  providencia  y  el  destino  que  se  disputan  el 
gobierno  del  mundo. 

Cuitiño  llegó  sin  novedad  á  Valparaíso,  á  donde  su  fama 
ie  precedía,  ó  los  argentinos  emigrados  se  la  lanzaron  como 

Tomo  xux.— 9 


130  OBRAS  DB  SARMIENTO 

buscapies;  lo  cierto  es  que  los  niños  le  gritaban:  mazor- 
quero!  asesinol  degollador!  y  fué  necesaria  la  intervención 
de  la  policía  para  que  no  lo  apedreasen. 

En  Chile  la  palabra  mazorquero  ha  quedado  afecta  á 
un  cobrador  de  deudas  difíciles,  que  persigue  como  á  su 
sombra  á  la  victima  que  se  le  señala.  No  es  el  alguacil 
de  Europa,  sino  un  ente  á  quien  se  le  ha  quedado  la  ver- 
güenza y  aveces  embotádosele  la  sensibilidad  por  los  gol- 
pes que  ha  recibido  en  el  rudo  aprendizaje  de  picaro  y 
después  es  una  persona  honracia,  que  así  paga  el  diablo  á 
quien  le  sirve. 

Derrotados  el  General  Lavalle  en  Famaiila,  el  General 
Acha  en  San  Juan,  el  General  La  Madrid  en  Mendoza, 
toda  esperanza  parecía  perdida,  pues  que  Oribe  con  su 
sangrienta  guerra  de  esterminio,  había  recorrido  todas  las 
Provincias  y  encaminaba  sus  huestes  argentinas  á  pasar 
el  Río,  batir  á  Rivera  y  poner  cerco  á  Montevideo  donde 
el  General  Paz  y  ochocientos  argentinos  pudieron  hacer  pie. 

Pero  la  fortuna  de  la  resistencia  era  el  secreto  del  por- 
venir, los  de  Chile,  como  Fox  después  de  la  batalla  de 
Marengo,  habríamos  arrollado  el  mapa  de  la  Confederación 
Argentina. 

Extendilo  desde  entonces  delante  de  mí,  convencido  da 
que  la  obra  de  las  armas  había  pasado  y  principiaba  la 
mas  fecunda  de  «las  ideas  que  no  habían   muerto  aun». 

Tenia  un  diario  á  mi  disposición  y  el  favor  del  gobierno^ 
que  principiaba  con  la  elección  del  Geneial  Bulnes.  Al 
regresar  á  Santiago  recibí  un  cordial  mensaje  de  bien 
venida  del  Ministro  Montt,  haciéndome  decir  que  sus  ofre- 
cimientos de  despedida  (diez  días  antes)  eran  tan  efectivos 
ahora  como  entonces,  y  que  me  preparase  á  realizar  mis 
proyectos  sobre  educación  primaria.  La  escuela  normal, 
quedaba  con  esto  decretada. 

Una  palabra  debo  dedicar  á  la  memoria  de  esta  grande 
fígura  de  la  política  chilena  y  á  cuyos  actus  estuve,  volun- 
taria y  apasionadamente   asociado  por  muchos  años. 

El  que  fué  el  Capitán  Sarmiento,  muerto  en  el  ataque 
de  las  fortalezas  de  Curupayti,  decía  á  su  madre  á  la  edad 
de  catorce  años:  Yo  voy  á  ser  hombre  mas  importante 
que  mi  papá  y  lo  justificaba  diciendo,  que  su  papá  había 
perdido  la  mitad  de  su  vida  en  aprender  y  la  otra  mitad 


MEMORIAS  131 

en  abrirse  paso,  mientras  que  él  saldría  de  la  Universidad, 
etcétera.  La  madre  reprobaba  tanta  insolencia,  el  padre 
admiraba  una  inteligencia  precoz. 

Son  pocos  los  hombres  que  no  me  hayan  puesto  ó  el 
codo  ó  el  pie  por  delante,  aun  sin  proponérselo.  ¡Para 
cuantos  que  nada  saben,  soy  hasta  hoy  ignorante!  Tres 
excepciones  encontré  á  esta  regla,  el  doctor  Aberastain,  el 
doctor  Velez  y  don  Manuel  Montt.  Recibióme  éste  en  su 
gabinete,  cuando  á  fuerza  de  diligencia  pudo  descubrir 
quien  era  el  pretendido  Teniente  de  Artillería  y  me  expuso 
la  política  liberal  moderada,  anti-revolucionaria  que  se 
proponía  seguir  y  para  la  que  me  pedía  mi  concurso  en 
la   prensa. 

Veinte  años  de  práctica  probaron  que  era  sincero,  pues 
dejó  fuertemente  constituido  el  país,  introduciendo  las 
libertades  constitucionales  (morigeradas  por  estados  de 
sitio  frecuentes)  y  restablecida  la  rigidez  administrativa, 
que  llevó  á  trabajos  forzados  y  presidio  á  los  infieles  fun- 
cionarios. Redujo  el  ejército  á  una  arma  de  guerra  propor- 
cionada al  tamaño  de  la  mano  del  poder  civil  y  murió 
pacificamente  en  su  lecho  siendo  Presidente  de  la  Corte 
Suprema.  Promovido  juicio  de  residencia  la  calumnia  tuvo 
que  enmudecer  ante  su  justificación. 

Lo  que  quiero  poner  de  relieve  del  carácter  de  este 
hombre  público,  es  su  tolerancia  de  las  contrariedades 
que  con  la  libertad  y  el  abuso  de  la  imprenta  pude 
causarle.  En  materias  de  educación  y  que  yo  pretendía 
de  mi  competencia,  cuan  omnipotente  se  mostraba  en 
otros  ramos,  en  éste  me  confiaba  la  redacción  casi  sin 
examinarla.  Hay  un  defecto  de  sintaxis  en  el  Método  Gra- 
dual de  Lectura,  que  al  reimprimirlo  se  ha  conservado,  por 
su  prohibición  de  corregir  una  tilde  en  el  texto  origina!. 
Al  llegar  de  Europa  dijome  ¿cuál  es  el  resultado  en  dos 
palabras  de  su  viaje  educacional?  y  sobre  esas  dos  palabras 
está  montado  todo  el  proyecto  de  educación  primaria  que 
presentó  al  Congreso.  (*) 

No  sucedía  lo  mismo  en  otras  cosas.  Difería  el  redactor 
de  El  Mercurio  ó  de  El  Progreso,  de    la   política    en   algún 


( 1 )   Esas  dos  palabras  fueron:  « rentas  propias  y  ediflcios  propios,  n— (.V.  del  E.) 


132  0BRA.8   DE   SARMIENTO 

particular;  trabábase  en  polémica  con  jesuítas  encapotados 
y  con  el  orgulloso  Obispo  de  Santiago,  ó  atacaba  sin  des- 
canso al  tirano  Rosas,  hasta  apurar  las  concesiones  que 
la  libertad  de  imprenta  arranca.  Entonces  empezaban  los 
empeños  del  Presidente  para  atraer  á  términos  á  su 
protegido  no  obteniéndolo  en  muchos  casos;  pero  en  todos 
salvando  el  sentimiento  de  la  dignidad  del  débil  y  cuidando 
de  conservar  al  escritor  esa  selvática  fiereza  del  espíritu, 
que  lo  hace  fuente  fecunda  de  ideas  á  veces  salvadoras. 
Esta  fué  la  gran  calidad  de  don  Manuel  Montt  y  la  que 
mantuvo  la  amistad  de  entre  ambos  hasta  su  muerte. 


MIS  CAMPAÑAS  EN  CHILE 

Las  mas  gloriosas,  las  del  pensamiento,  las  del  corazón, 
que  agrandan  el  escenario,  evocan  las  pasadas  épocas,  los 
antiguos  campos  de  batalla,  trayendo  á  la  parada,  quizá 
á  la  línea,  las  grandes  figuras  históricas,  las  nobles  repu- 
taciones— Chacabuco,  Maipo,  San  Martin,  Las  Heras,  Maga- 
llanes y  los  antiguos  Sarmientos. 

Esto  y  mas  me  cupo  en  suerte  realizar  en  Chile,  y  no 
debo  dejar  ni  oscuros  y  perdidos  en  la  sombra,  los  reñejos 
que  de  tanta  luz  cayeron  sobre  mi  persona,  ennobleciéndola, 
de  inapercibida  y  opaca  que  era. 

Perdidas  para  mi  las  provincias  de  Cuyo,  puede  decirse 
que  llevé  al  otro  lado  de  los  Andes  mi  base  de  operaciones. 

He  pasado  y  repasado  las  Cordilleras  de  los  Andes,  doce 
veces  por  lo  menos,  de  manera  de  serme  familiares  la 
forma  eterna  de  sus  picos,  las  grietas  imborrables  de  sus 
rocas,  el  color  ceniciento  desús  faldas  (Huspachicta,  cerro 
de  cenizas)  sus  escasas  cascadas,  sus  estribos,  cuestas, 
faldeos  y  repechos. 

Para  mi  no  existieron  los  Pirineos.  Mi  familia  paterna, 
los  Sarmiento  de  Lima,  segundones,  se  establecieron  en 
ambos  lados  de  la  Cordillera  y  conservaron  sus  relaciones 
de  familia  los  de  Melipilla,  después  en  Putaendo,  y  los  de 
San  Juan. 

Había  estado  en  Santiago  como  comerciante  en  1827, 
volviendo  como  emigrado  en  1830  y  regresando  armado 
con  otros,  que  emprendíamos  una  invasión  que  tuvo  éxito. 


MEMORIAS  133 

volviendo  á  reemigrar  en  1831  después  de  perdido  Mendoza 
con  Videla  Castillo.  Regresando  de  nuevo  á  San  Juan, 
volví  á  Chile  en  1841,  después  de  la  derrota  de  Lavalle  en 
Algarrobo,  y  entonces  puede  decirse,  empieza  mi  carrera 
pública  ó  lo  que  á  este  respecto  sea  digno  de  memoria. 

De  lo  que  sobrevino  en  cada  vez  que  regresé  á  este  ladi> 
según  el  lenguaje  de  ambas  faldas  de  los  Andes,  haré  á 
su  tiempo  un  solo  cuadro,  como  haré  de  lo  ocurrido  allende 
los  Andes,  una  sola  página  aunque  con  fechas  interrum- 
pidas. 

Chile  fué  largo  tiempo  en  su  política  é  ideas  una  prolon- 
gación de  la  política  argentina.  Se  decía  en  la  prensa  por 
Camilo  Henriquez  por  ejemplo,  tal  cosa  se  ha  hecho  en 
Buenos  Aires  y  esto  servía  de  norma  para  el  partido  liberal, 
hasta  en  sus  excesos. 

El  ejército  por  otra  parte,  era  allí  como  en  el  resto  de 
la  América,  después  de  la  Independencia,  una  Corte  de 
Apelaciones  de  los  partidos  y  un  motín  del  ejército  corregía 
inmediatamente  los  errores  del  pueblo  en  las  elecciones. 
En  1832,  cansado  el  pueblo  chileno  de  ser  liberal,  con  el 
General  Pinto,  juró  ser  retrógrado,  pelucon  y  ultra-católico 
con  los  ricos,  los  clérigos  y  los  antiguos  godos.  Una  palabra 
bastaría  para  definir  el  gobierno  sobre  bases  tales,  que  el 
poder  civil  obrase  desembarazadamente  y  libre  de  la  in- 
fluencia de  las  armas. 

Vamos  todavía  nosotros  camino  de  Venezuela.  Muchos 
generales;  pocos  militares. 

El  gobierno  de  Portales  dio  de  baja  á  todo  el  que  no 
reconociese  el  triunfo  de  la  reacción;  y  sus  sucesores 
gobernaron  veinte  años,  sin  dar  mas  ascensos  que  los 
que  reclamaba  estrictamente  el  servicio:  rarísimos  Coro- 
neles, ningún  General.  En  cambióse  fundó  la  escuela  mi- 
litar, todas  las  familias  aristocráticas  codiciaron  una  beca  y 
en  cuarenta  años  á  que  está  lanzando  cadetes  instruidos  en 
todas  las  ciencias  militares,  Chile  se  ha  creado  el  ejército 
con  que  invadió  al  Perú,  gastando  poco  dinero  y  empleando 
bien  los  misiles.  Para  el  orden  interior,  una  oficialidad 
educada  en  ideas  de  orden  y  legalidad,  acabó  con  la  era 
de  las  revoluciones,  sin  que  se  les  sucedan  despotismos  mi- 
litares, como  lo  han  demostrado  las  fechas  posteriores. 

En  medio  de  esta  obra,  y  un  año  después  de  la  muerte 


134  OBRAS    DE   SARMIENTO 

de  Portales,  asesinado  en  un  motin  militar,  el  último  de  su 
género,  llegué  á  Santiago,  salvado  por  el  General  Benavides 
mismo,  de  la  violencia  de  su  propio  ejército.  Llegado  á 
Santiago,  y  desesperando  de  volver  luego  á  este  lado,  me 
preparaba  á  crear  en  Rancagua  un  establecimiento  de 
educación,  cuando  fui  inducido  por  aquel  D.  Juan  Calle, 
de  Mendoza,  á  escribir  en  El  Mercurio. 

Excuso  detalles  y  baste  saber  que  puesto  en  posición 
espectable,  de  la  noche  á  la  mañana,  fui  solicitado,  desde 
que  se  dejó  conocer  el  afortunado  autor,  por  elGobierno  y 
sus  opositores,  para  tomar  la  defensa  de  sus  partidos  respec- 
tivos en  las  próximas  elecciones. 

Conocí  con  este  motivo  al  General  D.  Juan  Gregorio  de 
Las  Heras  que  formaba  parte  de  una.  Comisión,  y  por  su 
intermedio  y  la  reputación  alcanzada,  al  Almirante  Blanco 
Escalada,  que  condescendía  á  veces  ser  argentino,  al  menos 
de  nacimiento  y  era  un  excelente  caballero,  preciado  de 
serio  en  alto  grado.  Traté  por  entonces  al  Coronel  Barañao 
argentino  al  servicio  de  los  españoles;  á  los  dos  Generales 
Necochea,  y  de  los  de  Bolívar,  al  General  Pando,  Mosquera 
y  mas  tarde  á  Paez,  con  quienes  me  fué  posible  en  mas  ó 
menos  años  de  contacto,  hablar  sobre  detalles  de  la  guerra 
de  la  Independencia,  y  completando  con  relación  de  los 
unos,  los  datos  subministrados  por  los  otros,  en  casa  del 
General  Las  Heras,  para  dar  una  muestra  de  aquellos  es- 
tudios, escribí  un  artículo  sobre  la  derrota  de  Cancha  Ra- 
yada y  victoria  final  de  nuestras  armas  en  Maipo,  estando 
reunidos  para  ilustrarme  el  General  Dehesa,  el  Coronel  de 
la  Plaza  y  el  Coronel  Barañao,  que  como  he  dicho  antes, 
rectificaba,  contradiciendo,  la  exageración  de  algunas  bra- 
vatas patrióticas  de  los  vencedores. 

Un  detalle  curioso  cerrará  esta  página.  El  Coronel 
Barañao  es  un  porteño  de  las  Conchas.  Entró  al  servicio 
del  Rey  antes  de  la  Revolución,  puesto  que  ya  era  Coro- 
nel en  Maipo  y  gozaba  en  Chile  de  una  terrible  reputación. 
{Cosa  singular!  Su  regimiento  llevaba  uniformes  colorados 
por  lo  que  se  llamaban  sus  soldados  «los  colorados  de  Ba- 
rañao», mientras  se  sabe  que  Rosas  entró  á  Buenos  Aires 
en  1820  con  los  «Colorados  de  las  Conchas».  Barañao  había 
conocido  á  Rosas  en  casa  de  la  madre  de  Doña  Encarna- 
ción Escurra,  de  que  era  tertulio;  y  á  cierta  hora  llegaba 


MEMORIAS  135 

la  madre  de  aquél  muchacho  grandote,  entrando  ella  á  la 
sala  y  pasando  el  niño  á  la  habitación  de  una  esclava  de 
color  de  cuyo  trato  gustaba.  Esto  es  lo  único  que  sabía 
de  él  Barañao. 

Había  sido  tan  mal  herido  en  una  pierna,  que  necesitaba 
de  un  sirviente  para  que  lo  tomase  del  pie,  á  fin  de  marchar 
con  muleta  llevándolo  hacia  adelante,  en  forma  de  garabato. 
Esto  no  estorbaba  que  defendiese  pleitos,  acaso  por  hacer 
la  guerra,  por  instintos  y  propensiones  pugnativas. 

Tenía  la  frente  fugitiva  del  indio  norteamericano,  señal 
infalible  de  crueldad,  y  apenas  se  irritaba^  sus  labios  toma- 
ban crispaciones  que  solo  he  visto  después  en  el  Coronel 
Sandez.  Por  lo  demás,  era  un  caballero,  afable  y  cariñoso 
con  sus  amigos,  gozando  yo  de  su  amistad  hasta  salir  de 
Chile. 

Su  biografía  tenía  un  rasgo  curiosísimo  y  romanesco. 
Concluida  la  guerrra  en  América,  fué  á  España,  á  cuyo 
ejército  pertenecía,  y  acaso  para  recompensar  sus  servi- 
cios y  darle  un  retiro  honroso  como  inválido,  fué  nombrado 
Oobernador  de  Filipinas,  en  donde  debió  hacer  sentir  su 
autoridad  largos  años  y  hacerse  temer,  aunque  no  con  el 
terror  que  inspiraba  en  Chile  el  anuncio  de  acercarse  los 
colorados  de  Barañao  á  los  patriotas  de  las  campañas 
del  Sur. 

Una  noche  solicita  con  instancia  audiencia  una  velada 
dama,  y  cuando  estuvo  en  su-augusta  presencia,  exigió  que 
cerrasen  las  puertas  por  necesitar  hacer  á  su  Exc.  el  Capitán 
Oeneral,  revelaciones  de  la  mas  alta  trascendencia.  Cuando 
todo  estuvo  seguro,  la  dama  misteriosa  levantó  el  velo  de 
súbito,  y  el  terrible  Coronel  sintió  una  vez  el  espanto  que 
tanto  había  causado  á  los  otros.  Era  su  mujer  chilena  en 
cuerpo  y  alma! 

Lo  peor  del  caso  es  que  estaba  legítimamente  casado 
con  una  dama  muy  principal  de  Filipinas  y  tenía  una  hija 
que  idolatraba.  ¡El  austero  Capitán  General,  convicto  y 
confeso  de  bigamia! 

No  había  remedio,  sin  embargo.  La  audaz  raptora  lo 
había  preparado  todo;  obtenido  del  Gobierno  de  Chile  su 
pase,  y  dispuesto  las  cosas  de  modo  que  el  mismo  buque 
que  la  traía,  los  llevaría  á  ambos.  Una  dificultad  se  pre- 
sentaba,   la  niña. — «Yo  la  adopto  por  hija»,  respondió    la 


136  OBRAS   ÜE   SARMIENTO 

noble  matrona,  y  desde  ese  momento  no  se  pensó  sino  en 
los  preparativos  de  la  fuga  del  Capitán  General,  y  del  regre- 
so á  Chile,  á  donde  llegaron  sin  tropiezo,  y  donde  los  traté 
largos  años. 

La  niña  casó  con  un  joven  Oyuela  de  Buenos  Aires,  her- 
mano del  General  Oyuela,  casado  en  San  Juan,  y  la  trajo 
á  Buenos  Aires.  Solía  el  marido  alguna  vez,  ir  por  la  calle, 
con  un  par  dezapatitos  tan  exiguos,  que  solo  el  pie  breve 
de  un  niño  podía  calzarlos.  Eran  para  la  filipina  que  los 
usaba  parecidos  á  los  de  las  damas  chinas,  sin  los  tolondro- 
nes atrofiados.... 

ÁFRICA 

Mas  debían  desenvolver  mis  ideas  el  trasladarme  en  1846 
á  la  plaza  sitiada  de  Montevideo,  camino  de  Europa,  pues 
desde  luego  sentí  la  necesidad,  poco  sentida  entonces  sin 
embargo,  de  completar  ó  rectificar  las  nociones  sobre  go- 
bierno y  constituciones  que  se  nos  alcanzan  en  América, 
con  las  que  prevalecen  en  el  mundo  civilizado.  Tuve  desde 
mi  partida  de  Chile  por  objetivo  los  Estados  Unidos  como 
Escuela,  pues  en  Francia  reinaba  Luis  Felipe  y  no  había 
otra  república  que  la  federal  de  América;  y  el  triunfo  de  las 
armas  de  Rosas  á  nombre  de  una  titulada  Confederación, 
me  hacía,  sospechar  que  esa  sería,  contra  la  opinión  de  los 
unitarios,  la  forma  de  gobierno  que  adoptaríamos.  Como 
no  era  esencialmente  unitario  por  educación,  en  manera 
alguna  me  repugnaba  una  federación  honnéte  é  ilustrada, 
pues  me  había  creado  entre  federales,  nobles,  instruidos,, 
decentes,  honrados  y  patriotas,  como  mis  tíos  los  Oro,  Don 
José  Tomás  Albarracin  y  mi  tío  Ignacio  hermano  de  mi 
padre. 

Permanecí  de  paso  en  Montevideo  mes  y  medio,  fami- 
liarizándome con  las  cuestiones  que  allí  se  debatían  á  ca- 
ñonazos, recibido  con  entusiasmo  á  mi  llegada,  mientras  se 
publicaba  por  segunda  vez  el  Facundo,  objeto  de  mucho 
comento  entre  unitarios,  de  muchoaplauso  entre  Comodoros 
y  agentes  diplomáticos.  Había  sido  ya  expulsado  el  Gene- 
ral Paz  y  quedaban  en  germen  los  íuturos  Generales, 
César  Diaz,  Mitre,  Vedia,    Gelly  y    Obes,.    Rivas,   pues  á& 


MEMORIAS  137 

Arredondo,  se  dice  que  como  Barañao,  militaba  en  las  fila& 
opuestas. 

Mis  relaciones  se  estrecharon  con  el  simpático  Cañé,  con 
Echeverría  el  autor  de  La  Cautiva,  el  lindo  Capitán...  y  el 
Dr.  Velez,  con  quien  trabé  amistad  que  duró  inalterable, 
como  la  de  Montt,  hasta  la  hora  de  la  muerte. 

Los  viejos  unitarios  poco  me  solicitaron  y  solo  D.  Floren- 
cio Várela  me  recomendó  á  M.  Thiers,  ya  que  el  almirante 
francés  me  introdujo  á  M.  Saint  Georges  Ministro  en  Río, 
quien  escribió  á  M.  Guizot  que  haría  bien  en  oir  á  un  ar- 
gentino que  iba  de  América  y  podía  explicar  los  orígenes  de 
la  guerra  civil  que  desolaba  aquel  país.  Don  Manuel  Guerrico> 
fué  solicitado  para  ponerse  en  contacto  con  el  recien  venido, 
porque  no  habiendo  asuntos  militares,  ni  aun  en  Montevi- 
deo en  que  yo  tomase  parte  por  entonces,  paso  rápidamente 
y  me  supongo  llegado  á  Francia  y  presentado  al  General 
San  Martin. 

En  mi  discurso  de  recepción  en  el  Instituto  Histórico  de 
Francia,  en  mis  Viajes  se  encuentran  recordadas  varias  con- 
versaciones sobre  asuntos  históricos  de  la  época  de  la  Inde- 
pendencia y  sobre  todo  la  famosa  entrevista  de  Bolívar  y 
San  Martin,  de  que  no  había  una  narración  auténtica  hasta 
entonces  y  ha  ampliado  el  General  Espejo,  después. 

En  Argel  fui  á  ponerme  en  contacto  con  el  ejército  fran- 
cés, por  uno  de  esos  accidentes  felices  que  ocurren  á  los 
viajeros,  aunque  Napoleón  pretendía  que  la  casualidad  era 
hija  de  algo. 

De  Prosper  Mérimée  que  se  hallaba  en  Bárdeos  cuando 
fui  á  visitar  á  mi  compañero  de  viaje  Tandonnet,  traductor 
de  la  vida  de  Aldao  al  francés  (*)  obtuve  carta  de  intro- 
ducción para  el  modesto  Cónsul  de  Mallorca,  la  principal 
de  las  Islas  Baleares,  por  donde  debía  pasar  para  continuar 
viaje  á  Argel,  por  ver  la  colonización  francesa.  Era  nada 
menos  que  M.  Ferdinand  de  Lesseps,  el  que  mas  tarde 
acometería  la  empresa  colosal  que  fatigó  á  los  Faraones 
de  Egipto,  rompiendo  el  itsmo   de  Suez  y  haciendo  que  el 


(  1)  «Fray  Félix  A]ázo—Esqnisses  historiques  sur  l'Amcrique  du  Sud,  par  M. 
D.  Sarmiento,  traduit  de  l'espagnol,  avee  une  introduction,  par  M.  Eugéne  Tan- 
donnet—Bordeaux  ímprimeríe  Emile  Crugy— 1847— un  folleto  de  43  pags.  in  8». 

(Nota  del  Editor.) 


138  OBRAS  DE  SARMIENTO 

Mediterráneo  y  el  Mar  Rojo  abran  una  nueva  página  al 
comercio  de  la  India,  creador  antes  de  Tiro,  Sidon,  Alejan- 
dría y  Cartago  como  emporios.  Lesseps  debia  mas  tarde 
intervenir  en  América  á  corregir  la  fatal  geografía,  que  la 
separa  en  dos  mundos  antagónicos,  condenado  el  uno  á 
perpetuar  los  antiguos  errores  humanos,  como  el  gobierno 
arbitrario,  el  militarismo  y  el  jesuitismo,  mientras  el  otro  se 
pone  á  la  cabeza  de  la  humanidad,  en  la  grande  marcha 
que  ilumina  la  electricidad,  como  la  antorcha  que  sobre  el 
arca  dirigía  la  marcha  de  los  hebreos  á  través. del  desierto. 

Después  de  pasar  tres  días  con  M.  Lesseps,  dióme  carta 
de  introducción  para  el  Mariscal  Bugeaud,  Gobernador  Mi- 
litar de  la  Argelia  á  la  sazón,  quien  me  recibió  con  distin- 
ción sabiendo  que  viajaba  en  comisión  del  Gobierno  de 
Chile  y  había  sido  presentado  á  M.  Thiers  y  á  M.  Guizot. 

Tomo  de  aquellos  viajes  lo  que  corresponde  á  estos 
apuntes. 

«El  Mariscal  Bugeaud,  Duque  D'Isly,  por  la  gran  batalla 
de  este  nombre,  me  hizo  el  honor  de  explicarme  detalla- 
damente su  sistema  de  guerra  y  administración.  Desde  1830 
hasta  1840,  la  guerra  había  sido  no  solo  onerosa  sino  estéril. 
El  ejército  francés  con  su  artillería,  bagajes  y  trenes  se 
avanzaba  lentamente  hacia  el  interior,  tiroteado  de  día  y 
de  noche  por  los  goums,  montoneras  árabes  que  lo  circun- 
daban. El  ejército  regresaba  á  Argel  al  aproximarse  el 
invierno  y  los  árabes  á  ocupar  los  mismos  puntos  que  aniies. 
El  Mariscal  Bugeaud,  para  remediar  á  la  nulidad  de  este 
sistema,  desembarazó  en  primer  lugar  al  ejército  de  arti- 
llería, furgones  y  bagajes,  dividiéndolo  en  columnas  sepa- 
radas que  debían  prestarse  mutuo  apoyo,  de  manera  que 
una  comprometida  en  el  interior  tuviese  dos  á  su  retaguar- 
dia como  en  escalones,  y  estas  cuatro,  hasta  formar  con  el 
ejército  un  inmenso  triángulo  á.  guisa  de  falanje  macedó- 
nico, cuya  ancha  base  estaba  en  dos  puntos  de  la  costa. 
Este  sistema  de  avanzar  se  llama  hacer  ímn  punta,  término 
que  se  aplica  en  África  á  todas  las  expediciones.  Dado  el 
impulso,  los  Generales  subalternos  mejoraron  fd  sistema, 
dividiendo  las  columnas  expedicionarias  en  dos;  una  ali- 
gerada de  todo  peso  y  acompañada  de  la  caballería,  y  otra 
que  marchaba  en  su  apoyo,  con  los  víveres,  enfermos  y 
bagajes.    Así  se   han  hecho  razzias,  nuestros  malones,  aun 


MEMORIAS  139 

«ü  el  Sahara,  con  grande  espanto  de  los  beduinos  que  se 
«reían  fuera  del  alcance  de  la  infantería  francesa.  Cuando 
una  montonera  árabe  se  propone  hacer  frente,  la  infantería 
marcha  en  línea  sobre  ellos,  hasta  que  en  país  tan  que- 
brado como  este,  un  accidente  del  terreno,  la  proximidad 
de  un  desfiladero  ó  la  interposición  de  un  torrente,  fuerza  á 
los  árabes  á  agruparse  en  un  solo  punto.  Entonces  la  caba- 
llería francesa  que  viene  á  retaguardia,  se  echa  sobre  ellos, 
introduce  la  confusión  y  la  derrota.  El  Mariscal  las  llama 
é.  estas  batallas  ambulantes;  y  desenvolviendo  sus  ideas  sobre 
la  nulidad  de  la  caballería  árabe,  me  indicó  el  pensamiento 
en  que  estaba,  de  montar  infantería  á  muía,  para  perse- 
guirla hasta  el  desierto;  mostrándose  muy  maravillado  y 
complacido  cuando  le  aseguré  que  teníamos  en  América 
infantería  montada  en  los  países  que,  como  en  las  Pampas, 
las  montoneras  vagaban  á  su  salvo,  sin  que  los  ejércitos 
regulares  pudiesen  darles  alcance.  Lo  mas  notable  es  que 
■en  la  Argelia,  lo  mismo  que  en  la  República  Argentina, 
no  han  faltado  Generales  que,  seducidos  por  la  aparente 
ventaja  que  en  su  movilidad  ofrecen  las  masas  de  caballe- 
ría, propusiesen,  sin  saberlo  adoptar,  el  sistema  árabe,  resol- 
viendo en  caballería  todo  el  ejército.  Pero  el  Mariscal 
•comprendió  desde  luego  que  los  franceses  parodiarían  mal 
á  los  gauchos  árabes,  que  para  vencer  á  un  pueblo  bár- 
baro, es  preciso  conservarse  civilizado,  adoptando  á  las 
localidades  los  medios  de  guerra  que  la  ciencia  de  los 
pueblos  cultos  ha  desenvuelto.» 

Y  pasando  de  Argel  á  Oran: — «Manda  la  subdivisión  de 
Mascara  el  General  Arnauit,  joven  de  treinta  y  ocho  años 
que  habla  el  español  y  como  el  General  Lamoriciére,  ver- 
dadero General  africano,  pues  ambos  han  pisado  las  pla- 
yas argelinas  con  el  grado  de  sub-teniente.  Haciendo 
razzias  sorprendentes  en  el  Sahara,  aturdiendo  á  los  árabes 
por  la  fabulosa  rapidez  de  sus  marchas,  y  venciendo  difi- 
cultades al  parecer  superiores  al  esfuerzo  humano,  estos 
dos  bravos  jóvenes  han  alcanzado  las  paletas  de  generales 
y  las  cruces  que  los  decoran.  El  General  Arnauit  me  pro- 
digó todas  aquellas  atenciones  que  parecen  geniales  á  los 
franceses.  Por  invitación  suya  una  comitiva  de  oficiales 
me  acompañó  á  recorrer  á  caballo  la  llanura  de  Eghrees. . . 
El  General  Arnauit  es  el  General  francés  que  ha  penetrado 


140  OBRAS  DB   SARMIENTO 

mas  tierra  adentro  en  el  Sahara,  contándome  las  dificul- 
tades de  su  empresa  y  los  medios  raros  de  que  se  valia 
para  burlar  la  vigilancia  de  los  árabes  y  darles  caza.  Entre 
otras  cosas  los  baqueanos  árabes  me  llamaron  la  atención 
por  la  singular  identidad  con  los  nuestros  de  la  Pampa. 
Como  estos,  huelen  la  tierra  para  orientarse,  gustan  las 
raices  de  las  yerbas,  reconocen  los  senderos  y  están  atentos 
á  los  menores  accidentes  del  suelo,  las  rocas  ó  la  vegeta- 
ción. Pero  los  árabes  dejan  muy  atrás  á  nuestros  gauchos 
en  la  asombrosa  agudeza  de  sus  sentidos.  Un  árabe,  por 
ejemplo,  conversa  con  otro  en  el  Sahara,  mediando  entre 
los  interlocutores  una  distancia  de  dos  leguas;  los  espías 
husmean  la  proximidad  del  ganado  á  tres  leguas  de  distan- 
cia y  como  sabuesos  siguen  por  el  olfato  la  dirección  de  los 
duares  enemigos.  Yo  ponderé  á  mi  turno  la  vista  de 
nuestros  rastreadores  y  los  conocimientos  omni-topográfi- 
cos  de  nuestros  baqueanos,  etc.,  etc.» 

«Debo  á  la  generosa  oficiosidad  de  M.  de  Lesseps  no  solo 
haber  sido  presentado  en  Barcelona  á  Cobden,  el  famoso 
agitador  del  libre  cambio,  sino  al  Mariscal  Bougeaud,  el 
primer  guerrero  en  actividad  que  tiene  hoy  la  Europa. 
Este  llevó  su  oficiosidad  hasta  darme  cartas  para  el  Gene- 
ral Lamoriciére,  Gobernador  de  Oran  y  para  que  se  me 
facilitaran  los  medios  de  llevar  adelante  mi  designio,  como 
también  circulares  á  las  autoridades  árabes  á  ñn  de  que 
fuese  escoltado  en  el  interior  y  recibido  en  las  tribus,  come- 
an recomendado  del  alto,  temido  y  poderoso  Gobernador 
de  la  Argelia.»  (i) 

He  trascrito  lo  que  cabe  en  tres  páginas  de  un  libro,  de 


(1)  Hemos  becho  traducir  del  árabe  la  circular  en  cuestión  que  aun  obra  en 
nuestro  poder  y  dice: 

«La  alabanza  á  Dios  solamentel— A  todos  los  oficiales  y  Generales  del  ejército, 
saludl 

«El  objeto  de  nuestra  misión  es  deciros  que  un  personaje  ildstre  nos  ba  remi- 
tido una  carta  de  recomendación  del  Exnio.  señor  Mariscal  Boujjeaud,  que  dos 
pide  lo  recomendemos  y  auxiliemos  en  todo  lo  que  necesite  de  nosotros,  aten- 
diéndole como  es  de  práctica  e«tre  vosotros  cuando  se  trata  de  personas  ilustres, 
que  vienen  munidas  con  una  carta  de  recomendación.  Es  cuanto  queremos  comu- 
nicaros.   Saludl 

«Escrito  el  10  de  Moharren,  correspondiente  al  29  de  Diciembre  de  1846.— El 
Coronel  del  ejército  árabe  de  Oran.»— (iV,  del  E.) 


MEMORIAS  141 

conversaciones  que  duraron  tres  ó  cuatro  días  con  los 
Generales,  que  encerrados  en  el  interior  del  África  en  el 
círculo  que  les  traza  la  gerarquía  militar,  son  expansivos 
con  un  extranjero,  y  mucho  mas  si  es  militar  y  les  sumi- 
nistra puntos  de  comparación.  El  Mariscal  Bugeaud 
encontraba  al  fin,  decía,  uno  que  lo  comprendiese  por  la 
similitud  de  países  y  condiciones  de  la  guerra;  y  si  doy 
tanta  importancia  á  estas  relaciones  que  me  ha  cabido 
en  suerte  cultivar  con  los  mas  grandes  capitanes  de  Amé- 
ca  y  Europa,  San  JMartin,  Bugeaud,  Las  Heras,  Paez,  el 
segundo  y  á  veces  el  superior  de  Bolívar,  es  porque  estas 
conversaciones  frecuentes  sobre  el  arte  militar,  sobre  pasa- 
das ó  frecuentes  campañas,  ejercen  mayor  influencia  para 
la  formación  del  juicio  que  la  lectura  del  Jomini,  que  es 
la  cartilla  de  la  estrategia  militar,  con  reglas  teóricas,  sin 
la  carnadura  de  los  hechos  reales. 

Las  reminiscencias  de  estos  hechos  dejan  en  el  ánimo 
como  un  sedimento,  que  llegada  la  ocasión  se  presenta 
como  una  idea  propia,  sino  conserva  su  carácter  de  ense- 
ñanza. 

Un  solo  hecho  bastará  para  explicar  mi  idea.  Oí  en 
Mascara  á  los  oficiales  lamentarse  de  la  inactividad  á  que 
estaban  condenados,  no  habiendo  ni  remota  esperanza  de 
hacer  una  punta,  ó  una  razzia  sobre  los  beduinos.  El 
-General  Arnault  me  solicitaba  á  permanecer  algunos  días 
mas,  con  el  aspecto  de  desearlo  muy  sinceramente  y  que 
yo  debía  atribuir  á  su  excesiva  amabilidad.  Habiendo 
regresado  á  Oran  y  Argel  por  el  vapor  inmediato  y  de  allí 
á  Francia  en  otro,  al  desembarcar  en  Marsella,  me  leo  en 
el  primer  diario  á  mano:  «El  General  Arnault  emprendió 
■con  la  división  de  Mascara  el  día  de....  una  entrada  al 
Sahara  á  castigar  la  insolencia  de  una  tribu  que  ha  inten- 
tado dictarle  condiciones.»  Era  la  fecha  del  día  siguiente 
de  mi  partida.  Aquellas  instancias  para  que  permaneciese, 
pues  que  le  había  dicho  antes  que  deseaba  ardientemente 
ocasión  de  penetrar  en  el  Sahara,  eran  reales  y  positivas; 
pero  el  temor  de  comprometer  el  secreto  de  la  operación, 
le  impedían,  aun  con  un  extranjero,  cualquiera  que  fuese 
su  honorabilidad,  ser  mas  explícito.  Cuando  jefes  y  oficia- 
les se  lamentaban  de  su  inacción  ignoraban  que  al  día 
siguiente  serían  satisfechos  sus  mas  ardientes  deseos. 


142  OBRAS  DE  SARMIENTO 

Y  bien.  La  derrota  de  López  Jordán  en  Corrientes 
(Ñaenbe)  fué  efectuada  guardando  el  mas  riguroso  secreto 
sobre  el  envió  de  fuerzas  desde  el  Paraná  y  Buenos  Aires. 


COMBATE  DEL  20  DE  ABRIL  EN  SANTIAGO 

Nada  por  entonces,  (1847),  sobrevino  en  mi  regreso  por 
los  Estados  Unidos  al  istmo  de  Panamá  á  Chile,  que  aña- 
diese en  este  sentido  á  las  nociones  del  arte  militar  que 
podía  atesorar  en  mis  viajes. 

Llegado  á  Chile,  volvía  á  la  vida  política  de  aquel  país  y 
dar  nuevo  impulso  y  organización  á  la  guerra  contra  la 
tiranía,  que  en  siete  años  no  había  podido  vencer  la  resis- 
tencia de  Montevideo. 

Fundóse  La  Crónica  y  mas  tarde  Sud  América,  revistas 
semanales,  puramente  argentinas  y  consagradas  á  diluci- 
dar las  grandes  cuestiones  que  se  debatían  por  las  armas 
en  el  Río  de  la  Plata.  Aquellas  publicaciones  constituyen 
el  programa  político,  económico  y  social  mas  completo  que 
haya  podido  justificaré  impulsar  la  guerra. — Libre  nave- 
gación de  los  ríos — Constitución — viabilidad— educación — 
inmigración — dilatación  de  fronteras — leyes  de  tierras — li- 
bre cambio — abolición  de  aduanas  interiores — todo  está  tra- 
tado allí  con  magisterio;  y  cuanto  han  realizado  los  gobier- 
nos sucesivos,  Congresos  y  Legislaturas  después  de  la  caída 
de  Rosas,  es  simplemente  la  ejecución  de  aquel  vasto  progra- 
ma. Para  los  que  duden  bastará  recordarles  que  recien  el 
año  pasado  se  han  suprimido  en  México  las  aduanas  in- 
teriores, que  la  emigración  no  penetra  ni  es  solicitada  en 
varias  secciones  americanas  y  que  la  instrucción  primaria 
es  todavía  un  accidente  preparatorio  de  otros  estudios. 

En  1851  debían  hacerse  en  Chile  elecciones  de  Presidente 
y  el  partido  liberal  que  estaba  fuera  del  gobierno  se  dispo- 
nía á  usar  de  todos  los  medios  á  fin  de  tomar  posesión  de 
la  dirección  política.  La  revolución  apareció  de  nuevo  des- 
pués de  veinte  años  de  estar  adormecida. 

Una  noche,  la  que  precedió  al  20  de  Abril,  recibí  á  des- 
hora en  Yungay  aviso  de  la  sublevación  del  Valdivia  bata- 
llón que  guarnecía  á  Santiago,  á  mas  del  Buin  que  ese  día 
había  cubierto  las  guardias. 


MEMORIAS  143 

Sin  vacilar  un  momento,  me  ocupé  de  preparar  su  fuerte 
dotación  de  tiros  para  mi  magnííico  y  certero  rifle-revólver 
de  seis  tiros,  con  alcance  de  trescientas  yardas,  jjues  que 
no  era  propio  ni  legal  ceñir  espada,  sin  comisión  ni  titulo 
del  Gobierno.  Presénteme  armado  y  á  caballo  en  la  Mo- 
neda, residencia  del  Ejecutivo, 

No  habían  los  amotinados  todavía  emprendido  operación 
alguna.  Llegó  á  poco  don  Antonio  Yaras,  Ministro  del 
Interior,  hombre  conocido  por  su  energía  y  objeto  de 
mucha  animadversión  de  parte  de  sus  adversarios  políticos. 
Llegó  enseguida  don  Manuel  Montt  quien  me  dio  la  mano 
como  de  costumbre,  pero  después  de  retirarse  volvió  y  me 
la  tendió  de  nuevo,  y  estrechándomela,  como  para  decirme: 
—  comprendo. 

Entramos  á  un  salón  del  Ministerio  conD.  Antonio  Varas 
y  me  indicó  el  pensamiento  de  lanzar  una  proclama,  ofre- 
ciéndole ponerla  en  circulación  en  veinte  minutos,  pues 
la  imprenta  de  Belin  estaba  á  un  paso.  Tan  buena  voluntad 
le  hizo  confiarme  la  redacción  del  papel,  y  sin  hacerme  de 
de  rogar,  borragié  algo  parecido  á  esto: 

—  Conciudadanos!  Algunos  oficiales  del  Valdivia  han 
faltado  á  su  deber,  desconociendo  la  autoridad  del  Gobier- 
no; pero  están  tomadas  las  medidas,  etc.  Permaneced 
tranquilos  y  tened  confianza  en  la  acción  del  gobierno. . . 
Ay!  de  aquellos  que  olvidando  sus  deberes...  etc.  (*) 


(1)  Hemos  buscado  y  hallado  la  proclama  de  que  habla  el  autor  y  su  texto  abona 
la  fidelidad  de  su  memoria.  Damos  las  tres  proclamas  de  ese  dia,  suponiendo,  sin 
saberlo,  que  las  dos  últimas,  fuesen  como  la  primera,  redactadas  por  Sarmiento. 

( A  las  ocho  de  la  mañana ) 

Ciudadanos  I  Un  motin  militar  ha  estallado  esta  mañana,  apoyado  por  uno  de  los 
batallones  á  quien  estaba  confiada  la  guarda  de  las  leyes  i  de  la  seguridad  pública. 
Pero  descansad  trenquilos,  que  el  Gobierno  vela  y  sabrá  cumplir  con  su  deber  i 
confia  en  que  los  ciudadanos  cumplirán  también  con  el  suyo. 

1  Ai  1  de  aquellos  que  en  estos  momentos  olviden  lo  que  deben  á  su  patria  ! 

BlTLNES. 

{ A  las  doce  del  dia ) 

Ciudadanos!'  Ha  triunfado  la  causa  del  orden  y  las  instituciones.  El  motin  que 
esta  mañana  ha  alarmado  á  la  Capital,  se  ha  sofocado.  La  tropa  de  linea,  fiel  á  su 
deber,  i  la  guardia  cívica,  que  ha  llenado  completamente  el  objeto  de  su  institución 
salvando  el  orden  público  atacado,  han  escarmentado  á  los  sublevados.  Tanto  las 
primeras  como  la  segunda  se  han  hecho  acreedoras  á  la  gratitud  nacional  i  han 


144  OBRA.S   DE   SARMIENTO 

guando  el  Ministro  vio  este  factum,  movió  la  cabeza, — 
— diciendo:— todo  está  bueno;  pero  este  jAy!  me  parece 
muy  duro. 

Sentía,  en  efecto,  la  responsabilidad;  pero  al  fin  solóse 
Jes  amenazaba  con  el  rigor  de  las  leyes.  Mientras  tanto, 
yo  no  rebajaba  ni  un  centavo  de  la  primera  parada.  Ahí 
está  todo  el  valor  de  la  proclama,  que  no  ha  de  atraerle 
al  gobierno  un  amigo;  pero  que  hará  mirarse  á  dos  lados 
á  los  jóvenes  entusiastas,  antes  de  lanzarse  á  la  calle,  y 
reunirse  á  los  amotinados.  Si  la  juventud  liberal,  rica, 
aristocrática  de  Santiago  tomaba  cartas,  no  habría  habido 
oficial  que  mandase  hacer  fuego  sobre  un  centenar  de  ellos. 

Habían  organizado  una  Sociedad  de  la  igualdad,  desci- 
plinada  para  hacer  barra  en  el  Congreso.  Dirigía  la  claque 
un  Diputado  Urizar  Garfias,  hombre  de  pelo  en  pec;ho. 
Estaba  al  frente  de  la  revolución  y  del  Valdivia,  otro  Dipu- 
tado, el  Coronel  Arteaga;  y  era  casi  seguro  que  los  simpa- 
tizadores se  lanzarían  á  la  acción. 

Luis  Felipe  había  caído  teniendo  50.000  hombres  en  París 
y  pidiéndole  en  vano  órdenes  el  Mariscal  Bugeaud,  por 
temor  del  qué  dirán  si  hacía  fuego  sobre  el  pueblo.  Cuando 
el  General  Cavaignac  fué  nombrado  Presidente,  los    revo- 


merecido  bien  de  la  Patria.    ;  Viva  la  República !    Vivan  las  instituciones  esta- 
blecidas I 

Ciudadanos  !  El  motin  está  concluido  :  el  orden  público  está  asegurado.  El  Go- 
bierno i  el  pueblo  velan  por  la  tranquilidad  del  Estado,    i  Viva  la  República  l 

Manuel  Bulnes. 
( A  las  tres  de  la  tarde ) 

Chilenos  ! 

i  Hé  ahí  el  fruto  de  las  sociedades  que  propalábanla  reforma!  Las  calles  de 
Santiago  inundadas  en  la  sangre  del  pueblo  son  el  mejor  testimonio  de  los  senti- 
mientos depravados  de  cuatro  ambiosos  sin  talento  ni  patriotismo.  Habéis  visto 
esa  sociedad  de  la  Igualdad  sublevada  con  el  coro  de  los  corruptores  de  toda  moral 
i  un  inmenso  pueblo  que  á  la  par  con  la  guardia  civica  ha  corrido  á  sofocar  el 
movimiento  sedicioso.  Ni  un  principio  proclamado,  ni  un  pretexto,  por  especioso 
que  fuese,  han  tenido  los  revolucionarios.  La  ambición  torpe  i  el  deseo  de  medrar 
en  el  caos  i  la  confusión  universal  han  sido  sus  únicos  móviles.  Sangre,  riquezas 
i  poder  adquiridos  con  la  punta  de  las  bayonetas,  he  ahí  toda  su  ambición,  todos 
^us  propósitos. 

Chilenos!  i  Un  puñado  de  valientes  ha  restablecido  hoi  el  orden  i  la  subordina- 
ción !  La  patria  ha  contraído  una  deuda  para  todos  los  que  acudieron  á  los  llama- 
dos del  deber  ¡  ella  los  pagará  ! 

Santiago,  Abril  20  de  1851. 


MEMORIAS  145 

íucionarios  ultra  republicanos  lo  hallaron  tirano,  y  hubo 
la  insurrección  de  Junio  de  1848  que  costó  tres  días 
de  combates  sofocar,  con  terrible  energia,  pues  que  al  fin 
el  gobierno  comprendió  que  no  podía  estar  París  á  merced 
de  quien  quiera  que  emprendiese  barricadas.  Un  Coman- 
dante de  artillería  guardaba  la  altura  escarpada  de  Ménil- 
montant,  con  cuatro  piezas  en  línea.  Aparece  al  extremo 
opuesto  de  la  calle  la  cabeza  de  una  formidable  columna 
de  pueblo  dirigido  por  un  estado  mayor  de  exaltados  fana- 
tizados, al  grito  de  Allons  enfants  de  la  patrie!  El  Jefe  des- 
ciende hasta  ponerse  al  habla  y  les  encarece  y  ruega  que 
se  detengan,  que  sus  deberes  de  militar  son  crueles  y 
habría  de  hacer  fuego.  Contestanle  con  otro  verso  de  la 
Marsellesa  y  la  columna  de  dos  cuadras  interminable  avanza 
impasible  sobre  la  artillería.  A  sesenta  pasos,  el  Coman- 
dante se  pone  de  rodillas  y  pide  por  el  amor  de  Dios  que 
se  detengan,  que  marchan  á  la  muerte...  La  columna 
avanza  cantando  en  coro,  hasta  que  el  pobre  Comandante, 
volviendo  atrás  la  cara  de  horror...  hace  un  signo  con  la 
«spada,  y  cuatro  disparos  á  metralla  hacen  suspender  el 
canto,  para  dar  salida  al  llanto...! 

No  sé  si  alcancé  á  jugar  esta  última  carta.  El  Ministro 
firmó  con  mano  segura.  Imprimióse  en  un  santiamén.  Los 
repartidores  estaban  ejercitados  en  ¡a  pronta  maniobra  de 
derramar  á  un  tiempo  una  hoja  suelta  por  toda  la  ciudad; 
y  como  todos  estaban  en  pie  desde  aclarar,  llenos  de  ansie- 
dad, pedían  y  se  disputaban  el  boletín  que  calmaba  á  las 
cabezas  calientes,  ó  ponia  por  obstáculo  á  la  salidas  las 
madres,  las  esposas  ó  las  hermanas  de  los  exaltados. 

Cuando  el  combate  se  trabó  en  la  Cañada,  entre  el  Valdivia 
y  la  artillería  cuyo  cuartel  asaltaron,  los  impávidos  repar- 
tidores con  el  valor  que  hace  la  gloria  del  Repórter,  andaban 
entre  los  combatientes  y  los  curiosos  con  su  j  Ay !  de  los 
que  etc. 

Resultado:  pelearon  los  soldados  como  buenos;  sin  que 
ningún  futre  encolao,  sobrenombre  que  daban  á  los  mozos 
los  rotos,  recibiese  una  lesión  de  arma  de  combate.  Al 
principio  le  pusieron  una  bala  en  la  frente  al  Coronel 
Arteaga,  con  lo  que  la  revolución  quedó  decapitada,  redu- 
ciéndose á  un  oscuro  motín  de  soldados. 

Tomo  xux.— 10 


146  OKKA8   DB   SAHMIItNTO 

E!  fuego  arreciaba,  sin  embargo,  con  la  circunstancia^ 
de  haber  silenciado  la  artillería,  pues  los  revolucionarios 
no  tenian  cañones.  Súpose  luego  que  se  habían  levantado 
en  peso  los  soldados  del  Valdivia  las  dos  piezas  sacadas 
afuera  por  el  Coronel  Urrutia,  después  de  herido  su  hijo 
que  las  mandaba.  Afortunadamente  los  armones  habían 
sido  dejados  en  el  cuartel  y  el  Comandante  anduvo  listo 
en    cerrar  la  puerta.    De  aquí   el  silencio  de  la  artillería. 

La  Guardia  Nacional  se  había  dispersado;  y  con  tan  poco 
auspiciosos  síntomas,  el  Presidente  General  Bulnes,  montó 
á  caballo,  mandando  cerrar  la  enorme  puerta  de  la  Moneda 
y  coronando  el  formidable  edificio  de  una  cuadra  de  largo 
con  ochocientos  gendarmes,  parapetados  tras  ventanas  con 
barras  de  dos  pulgadas  cuadradas,  como  para  guardar  la 
Moneda  de  todo  ataque. 

El  regimiento  de  Granaderos  á  Caballo  formaba  en  la 
Cañada  á  cinco  cuadras  del  lugar  del  combate;  y  el  General^ 
con  su  Estado  Mayor,  y  dos  de  sus  Ministros  y  el  infras- 
cripto, que  ya  mostraba  su  talento  para  boletinero,  formanda 
parte  del  grupo. 

Viose  venir  hacia  la  Moneda,  á  paso  de  vencedores,  una 
fuerte  columna  de  infantería,  lo  que  dio  motivo  para  que 
el  Presidente  diese  la  orden  de  emprender  la  retirada,^ 
dijeron  allí  que  á  reunirse  con  el  Yungoy,  que  estaba  á 
corta  distancia.  En  esto  llegó  al  galope  del  frente,  el  joven 
D.  Juan  Pablo  Urzúa,  que  después  ha  sido  el  fundador  y 
feliz  administrador  del  Ferro  Carril.  Con  sable  en  mano^ 
dijo  al  General  Bulnes  que  venía  por  orden  de  su  jefe  (?) 
á  dar  parte  de  estar  todo  concluido  y  sometido  el  Valdivia. 
El  General  le  contestó  con  un  desmentido,  acentuado  con 
una  andanada  de  juramentos. —  (Me  gustó  aquella  arma^ 
que  alguna  vez,  manejé  con  éxito.  En  San  Juan  es  tra- 
dicional el  cuento:  el  día  de  la  llegada  del  Chacho  en  que 
el  pavor  era  tangible!)  (*)  Insistió  Urzúa,  se  exasperó  el 


(!)  El  editor  de  estas  obras,  cuan  niño  era,  recuerda  como  de  ayer  los  inci- 
dentes del  anuncio  de  acercarse  el  Chacho  á  Caucete,  traída  por  un  soldado  presa 
del  pavor.  La  primera  medida  del  Gobernador  fué  hacerse  de  algunos  soldados 
seguros  que  hiciesen  centinela  en  las  cuatro  esquinas  de  la  plaza  de  armas 
con  orden  de  dejar  entrar  á  todo»  y  no  permitir  la  salida  á  ningún  adulto.  A  la 
alarma  del  arrebato  de   las  campanas  acudió  toda  la  población  y  á  la  fuerza  se 


MEMORIAS  147 

General,  diciendo  que  por  el  contrario,  acababa  de  tener 
aviso  de  que  el  Valdivia  había  tomado  el  cuartel  de  arti- 
llería. 

Cosa  rara!  Los  dos  tenían  razón  I  El  Valdivia  había 
penetrado  en  el  cuartel  por  una  callejuela  de  atravieso. 
Vale  la  pena  contarlo,  por  la   raro  del   caso. 

Como  se  ha  dicho  antes,  el  Btii7i  había  dado  la  guarni- 
ción del  Principal,  hospitales,  etc.,  quedando  reducido  á 
ochenta  hombres.  El  Valdivia  sorprendió  las  guardias  y 
las  retuvo  prisioneras,  sin  asociarlas  á  su  crimen,  no  obs- 
tante haber  perdido  dos  mitades,  mandadas  á  tomar  posi- 
ción de  los  cuarteles  de  milicias  de  infantería  en  que  estaba 
el  armamento.  Al  golpear  los  oficiales  con  el  pomo  déla 
espada  la  puerta  para  hacerse  abrir,  en  dos  casos  el  sar- 
gento que  estaba  detrás  les  descerrajó  un  tiro,  dejándolos 
en  el  sitio  y  presentándose  en  la  Moneda  á  ponerse  á  las 
órdenes  de!  Gobierno. 

El  Mayor  García,  que  mandaba  el  Buin^  sabiendo  lo  de 
la  revolución,  voló  á  su  cuerpo,  y  por  el  Cerro  de  Santa 
Lucía,  se  descolgó  en  los  adentros  del  cuartel  de  artillería, 
teniendo  sus  ochenta  hombres  formados  y  apercibidos  al 
combate;  y  como  es  bueno  saber  lo  que  pasa  afuera,  el 
Mayor  se  asomó  al  callejón  por  una  portezuela  de  servicio, 
y  lo  primero  que  se  hecha  á  la  cara  son  sus  soldados  del 
Buin,  hechos  prisioneros  en  la  Guardia  del  Principal,  que 
los  del  Valdivia  tenían  arrestados  y  habían  abandonado 
mientras  peleaban,  pero  teniéndolos  á  la  vista. 

El  Mayor  empezó  á  llamarlos.  Uno  se  deslizó  pegado  á 
la  muralla  y  avanzando  de  soslayo,  siguióle  otro,   comuni- 


organizaron  bien  que  raal  batallones.  Sarmiento  de  á  caballo,  dirigió  á  la 
improvisada  milicia  en  cuyos  semblantes  y  actitud  era  visible  el  pavor,  una 
alocución  fulgurante,  cuyas  andanadas  de  palabras  militares  no  son  para  repro- 
ducirse aquí,  en  que  se  descollaba  el  apostrofe  á  esos  hombres  amilanados  de  no 

tener  atributos  masculinos  sino   los   femeninos En   medio  de  su   discurso  y 

recorriendo  las  temblorosas  filas,  oyó  la  queja  de  un  fidalgo  de  esos,  (reservaremos 
su  nombre  en  obsequio  á  sus  hijos)  que  estaba  indignado  de  formar  al  lado  de 
un  negro.  Se  encara  con  él,  le  increpa  el  haber  formado  solo  por  haber  caído 
en  la  ratonera  preparada,  mientras  el  negro  era  acaso  mas  digno  que  él  de 
defender  los  hogares  y  lo  degrada  por  cobarde  y  lo  manda   preso. 

Muchos  años  después  nos  repetía  Sarmiento:  «Ha  sido  mi  mejor  discurso  aquel 
que  mas  efecto  produjo» — 

(Véase  Vida  del  Chacho  Tomo  yil.)-(Nota  del  Ediior). 


148  OBRAS  DB    SARMIENTO 

cose  el  movimiento  á  todos,  y  se  colaron  así  al  cuartel  de 
artillería. 

Varios  soldados  del  Valdivia  que  vieron  entrar  soldados 
por  aquella  puerta,  se  dijeron: — han  encontrado  la  buena 
entrada,  en  lugar  de  empeñarse  en  abrir  la  puerta  cerrada 
que  tendrá  una  ó  dos  piezas  prontas  á  darnos  los  buenos 
días, — y  se  reían  en  sus  corbatines  de  la  broma  tan  gra- 
ciosa. 

Diéronse  aviso  unos  á  otros,  y  tras  los  primeros,  se 
siguieron  los  segundos,  y  á  estos  medio  batallón,  hasta 
llenarse  el  patiecito  y  no  poder  rebullir  los  soldados. 

Entonces  el  Mayor  García,  único  oficial  visible,  á  pretexto 
de  confusión  y  un  lleno  completo,  ordenó  cerrar  la  puerta 
de  calle  y  á  los  soldados  sentarse  en  cuclillas,  para  evitar 
un  disparo  de  casualidad  que  matase  á  alguno.  Cuando 
todos  estuvieron  sentados,  y  chupando  su  cigarrillo,  les  diri- 
gió la  palabra,  en  vía  de  conversación  á  los  mas  cercanos, 
diciéndoles: 

— Mas  vale  que  las  cosas  terminen  así,  sin  derramamiento 
de  sangre  entre  hermanos  y  cuerpos  del  mismo  ejército. — 
Han  hecho  ustedes  muy  bien  en  volver  á  ponerse  á  las  ór- 
denes de  sus  jefes  y  dejar  á  esos  calaveras  que  intentaron 
la  revolución. . . 

— Pues,  si  nosotros  hemos  tomado  el  cuartel  por  atrás, 
mientras  los  otros  lo  atacan  por  delante... 

— No,  hombre,  les  contestaba  el  Mayor,  si  usteiles  se  han 
entregado,  no  queriendo  continuar  la  guerra,  ¿No  ven  al 
Buin  que  está  formado  ahí?  Está  pronto  á  hacer  fuego,  como 
la  artillería  en  el  otro  patio. 

Habían,  pues,  caído  en  una  trampa  que  no  les  tendió. 
Pero  luego  tomaron  su  partido,  y  con  el  5iím,  matcharon  á 
presentarse  al  Presidente. 

La  fiesta  terminó  sin  mayor  efusión  de  sangre,  y  mi  rifle 
de  seis  tiros  que  el  vulgo  tomaba  por  escopeta  y  era  el  pre- 
cursor del  Remington,  dio  que  decir  á  los  vencidos,  aunque 
Lastarria,  viéndome  días  después,  me  felicitó,  diciéndome 
en  el  lenguaje  enfático  que  usábamos: — «Habéis  conquis- 
tado el  20  de  Abril  la  estimación  de  vuestros  enemigos. 
Os  creían  escritor  mercenario.  Ese  día  han  visto  que 
donde    hacíais  correr  vuestra  tinta,  estabais   dispuesto  k 


MEMORIAS 


14» 


hacer  correr  vuestra    sangre.  Os  habéis    portado  como  un 
bueno.  (*  ) 

La  verdad  es  que  concluida  la  jornada  abrí  asilo  en  mi 
casa  á  los  perseguidos,  explicándose  así  porqué  el  año 
pasado  el  General  Mitre  á  su  paso  por  San  Juan,  la  única 
familia  que  visitó  fué  la  de  una  de  mis  hermanas  que  lo 
tuvo  escondido  en  su  casa  en  Santiago,  pues  el  Gobierno 
se  obstinaba  en  creerlo  venido  de  Valparaíso  á  tomar 
parte  como  militar  en  la  revolución;  lo  que  no  estorbó 
que  lo  prendiesen  por  haber  salido  de  aquel  asilo  donde 
estaba  con  toda  seguridad.  Hubieron  de  mandarlo  á  Ghiloe 
durante  el  estado  de  sitio,  ó  en  cambio  al  Perú,  si  él  lo 
prefería,  con  tal  que  firmase  un  documento  declarando 
que  no  volvería  á  Chile.  El  negociador  de  estos  tratados 
negó  su  asentimiento  á  esta  cláusula,  fundándose  en  que 
el  estado  de  sitio,  si  da  derechos  sobre  las  personas,  no 
autoriza  á  juzgar,  y  por  tanto  á  prejuzgar  delitos,  y  era 
confesarse  delincuente  aceptar  la  pena  del  destierro.  Estas 
desconfianzas  no  cesaron;  y  cuando  iba  á  embarcarse  para 
regresar  á  Montevideo,  el  Intendente  de  Valparaíso,  Almi- 
rante Blanco  Encalada  me  llamó  á  su  despacho  para  mos- 


( 1 )  Dos  testimonios  de  lo  anterior  apreciaba  Sarmiento  haber  obtenido,  cuan- 
do escribía  en  1884  sus  recuerdos.    Eran  las  siguientes  cartas  : 

...  «Supongo  que  vuestros  apuntes  militares  traerán  algún  recuerdo  del  20  de 
Abril  1851  en  Santiago.  El  Presidente  Bulnes,  como  que  era  un  valiente  general, 
salió  de  la  Moneda  á  combatir  el  motin  y  vos  ibas  á  su  lado,  bien  montado  y  con 
vuestro  rifle  enhiesto,  que  el  vulgo  creía  escopeta. 

Pasados  los  tiempos,  nos  encontramos  en  la  sociedad  y  entonces  os  felicité  por  el 
20  de  Abril,  diciendo  una  verdad,  cual  era  que  en  aquel  hecho  de  armas  habíais 
ganado  la  estimación  de  los  liberales,  que  os  habían  visto  poner  vuestra  vida  en  de- 
fensa del  partido  al  cual  servíais  como  escritor,  os  í  acordáis? 

Os  dije  también  que  os  saludaba  como  bueno,  y  no  me  arrepiento,  pues  la  conse- 
cuencia en  circunstancias  extremas  no  es  común  en  los  hombres,  mucho  menos  en 
los  de  la  prensa,  ni  es  cómoda  la  lealtad  para  las  almas  de  cántaro. 

A  Dios,  mandadme  vuestros  futuros  libros  y  ved  en  que  otra  cosa  puedo  ayudaros. 
Vuestro  amigo  Victorino  Lastarría. 

Santiago,  Diciembre  5  de  1883. 

Señor  Don  Domingo  F.  Sarmiento. 

Estimado  señor  y  amigo.  Un  antiguo  amigo  de  Vd.  y  mío  me  ha  impuesto  del 
trabajo  histórico  que  Vd.  proyecta  y  de  su  deseo  de  obtener  un  testimonio  de  un 
testigo  de  vista,  de  la  actitud  que  Vd.  asumió  en  la  sublevación  de  Valdivia  el  20  de 
Abril  de  l  S51 . 

Recuerdo  perfectamente  que  fué  Vd.  uno  de  los  primeros  que  llegó  á  la  Moneda 


150  OBRA.S   DB  SA.RMIENTO 

trarme  la  orden  de  prenderlo  que  recibía,  preguntándome 
si  yo  respondía  de  que  realmente  se  embarcaba. — «Déjeme 
verlo  y  le  contestaré.»  —Vuelto  á  casa  dije  á  Mitre:  — 
Hombre,  porqué  no  vamos  á  tomar  nuestros  pasages,  para 
no  pensar  mas  en  ello...  — Vamos,  contestó;  y  con  los 
recibos  volví  á  ver  á  mi  excelente  amigo,  y  le  dije:  — 
Puede  Vd.  responder  de  que  se  embarca,  pues  no  le  sobra 
el  dinero  para  pagar  el  pasaje  en  falso,  mostrándole  el 
recibo.  El  Coronel  Paunero  se  apercibió  de  estas  idas  y 
venidas  de  ordenanzas  de  gobierno  y  solo  á  bordo  supo 
el  Comandante  Mitre  de  la  buena  que  se  había  escapado. 


y  que  permaneció  al  lado  del  General  Bulnes  en  la  Cañada  en  los  momentos  más 
críticos.  El  Presidente  con  su  estado  mayor  y  sus  Ministros;  el  General  Gama,  á 
quien  proporcionó  Vd.  caballo,  y  Vd.  ocupaban  el  frente  del  regimiento  de  Grana- 
deros &  caballo  un  puesto  en  la  Cañada,  dejando  detrás  la  Moneda,  doade  estaba 
colocado  en  las  ventanas  todo^ei  cuerpo  de  policía  al  mando  del  Coronel  Ramírez. 

El  combate  estaba  trabado  en  el  cuartel  de  artillería  en  la  misma  Cañada.  No 
solo  yo  sino  los  pocos  que  aún  viven  de  los  que  asistieron  á  esa  jornada,  recor- 
damos haber  visto  a  Vd.  con  su  rifle-revolver  de  seis  tiros  dispuesto  á  combatir, 
habiendo  manifestado  Vd.  á  los  amigos  que  lo  rodearon,  que  no  podía  llevar  es- 
pada, porque  era  argentino  y  no  chileno. 

Recuerdo  también,  que  su  encuentro  en  esta  jornada  valió  á  Vd.  algunas 
censuras;  pero  en  cambio  se  conquistó  Vd.  con  su  conducta  mas  respeto  y  mas 
estimación  aun  en  el  partido  contrario. 

Hay  todavía  una  circunstancia  mas  que  me  complazco  en  recordar  Á  Vd.  y  es 
la  abnegación  y  nobleza  con  que  asiló  Vd.  á  varios  perseguidos  en  su  casa  de 
Tungay  y  en  la  de  sus  hermanas  en  Santiago.  Esto  sirvió  después  de  tema  mas 
que  de  conversaciones,  de  admiración  por  la  conducta  que  Vd.  había  observado 
con  sus  amigos  vencidos.  Me  agradaría  insistir  mas  sobre  este  recuerdo  que 
en  aquel  tiempo,  como  todos,  aplaudí  y  admiré,  pero  prefiero  concluir  renovando 
úl  Vd.  las  consideraciones  con  que  soy  de  Vd.  atento  servidor  y  amigo  José  María 
Neoochea. 


LA  ORGANIZACIÓN  NACIONAL 


CON  RAWSON 

En  estas  circunstancias,  1851,  la  grande  cuestión  ofrecía 
ya  á  la  vista  señales  de  resolverse. 

Apareció  por  entonces  un  panfleto  que  tuvo  el  derecho 
de  creerse  un  mensagero  de  paz,  ofreciendo  campo  neutral 
á  los  conabatientes:  Argiropolis.  Su  acción  se  asemejó  á  la 
de  aquellas  pipas  de  aceite  que  arrojadas  al  mar  desde  á 
bordo,  no  calman  las  violencias  de  los  vientos,  pero  aquietan 
las  olas  que  se  estrellaban  enfurecidas  contra  los  flancos 
del  buque.  Los  espíritus  se  calmaron,  los  antiguos  antago- 
nismos dejaron  que  los  instintos  sociales  acercasen  á  ios 
partidos. 

M.  Bompland,  el  gran  naturalista,  llevó  un  cajón  de 
ejemplares  al  General  Urquiza  y  lejos  de  enviarlo  á  Rosas 
como  lo  había  hecho  Benavides  con  el  Facundo  (*),  lo  dis- 
tribuyó á  sus  jefes. 

Y  Montevideo  no  cedía  y  el  Brasil  hacía  propuestas  acep- 
tables de  alianza  con  respecto  de  las  glorias  adquiridas. 

En  este  estado  de  cosas,  y  cuando  el  levantamiento  del 


( 1 )  Conservo  en  mi  poder  un  ejemplar  del  Facundo,  de  la  primera  edición, 
impreso  en  1845,  en  Santiago  de  Chile  con  la  misma  composición  que  sirvió  á  la 
publicación  del  folletín  de  El  Progreso,  en  cuya  forma  y  dia  á  día,  faé  producido 
aquel  admirable  panfleto.  Dicho  ejemplar  llera  en  la  carátula  y  en  acentuada 
escritura  esta  inscripción: 

Señor  General  D.  Nazario  Benavides,  de  su  compatriota  el  autor. 

Y  mas  abajo,  el  Dr.  D.  José  Benjamín  Gorostiaga,  certifica  que  ese  ejemplar  ha 
sido  tttomado  de  la  Biblioteca  de  D.  Juan  Manuel  Rosas  y  devuelto  al  autor.»— (A'ota 
del  Editor). 


153  OBRAS    I>K   SAKMIHNTO 

Entre  Rios  con  Urquiza  estaba  ya  en  la  atmósfera  y  se  dis- 
cernía la  guerra,  como  en  las  nubes  y  en  los  rayos  crepus- 
culares de  la  tarde,  se  presiente  la  próxima  borrasca, 
ocurrió  uu  hecho  de  pequeñas  dimensiones,  que  fué  como 
aquellos  insignificantes  obstáculos  que  desvían  la  corriente 
de  los  ríos. 

Regresaba  á  San  Juan  el  joven  Dr.  D.  Guillermo  Rawson, 
precedido  de  la  fama  de  notable  en  su  profesión  y  de  un 
certificado  «de  genio»  que  le  habían  dado  sus  maestros,  por 
su  asiduidad  y  talento,  y  creemos  que  por  dar  buenas  leccio- 
nes que  es  la  prueba  del  genio  para  los  maestros,  pues  lo 
que  es  á  los  verdaderos  genios,  rara  vez  les  pueden  em- 
butir una  regla  de  retorica  en  la  cabeza. 

El  doctor  pasó  á  Chile,  ya  por  conocer  aquel  país,  ya 
porque  allí  existía  la  oficina,  la  hornalla  de  un  gran  movi- 
miento de  ideas  y  la  fuente  de  donde  manaba  un  gran 
torrente  de  escritos,  revistas,  panfletos,  periódicos,  cartas, 
etc.,  etc.,  y  pasó  á  saludar  al  que  había,  en  su  primera  edad, 
sido  compañero  de  estudio  del  italiano  y  reconcentraba 
ahora  la  acción  y  el  pensamiento  de  la  lucha  contra  Rosas 
del  otro  lado  de  los  Andes. 

Acaso  iba  buscando  orientarse  al  entrar  en  la  vida  públi- 
ca, si  se  abría,  como  todos  lo  esperaban  y  presentían,  la  era 
de  reparación  tan  prometida. 

La  entrevista  fué  cordial  y  satisfactoria;  pero  á  la  pre- 
gunta tan  natural — «¿qué  piensa  Vd.,  hacer  por  su  parte, 
si  el  General  Urquiza  se  levanta  y  declara  la  guerra  á 
Rosas?» — La  respuesta  era  tan  natural  como  la  pregunta. — 
«Hacer  la  guerra  de  este  lado.  Entrar  ala  Confederación 
en  armas. — ¡La  guerra!  la  sangre!     Eso  no!» 

Y  el  debate  duró  dos  días  sobre  esta  extraña  teoría  de 
derrocar  tiranías  armadas,  arraigadas,  por  otros  medios 
que  la  violencia;  en  fin,  no  hacer  la  guerra,  cuando  se  ha 
declarado  la  guerra. 

De  esta  discusión  con  el  joven  médico,  resultó  acaso  mi 
salvación  personal,  pero  decididamente  una  nueva  dirección 
impresa  á  mi  vida,  forzándome  á  venir  á  reunirme  con 
Urquiza,  cuando  la  guerra  estuvo  declarada. 

No  era  la  oportunidad  de  hacer  tales  objeciones,  pues  no 
había  aun  llegado  el  caso,  ni  de  presentir  riesgos  de  mal 
éxito,  que  el  doctorcito  no  era  capaz  de  calcularlos.    Era  la 


MEMORIAS  15^ 

guerra  en  teoría  la  que  combatía,  como  si  de  violar  una 
Constitución  se  tratara. 

Y  de  que  podíamos  hacerla  eficaz,  pasando  á  este  lado 
sesenta  hombres  determinados,  no  había  sombra  de  duda 
entre  gente  del  arte.  Teníamos  soldados,  cabos  y  sargen- 
tos cumplidos  de  Granaderos  y  Cazadores  á  caballo  en  el 
número  que  deseábamos,  á  mas  de  emigrados  argentinos 
ardientes.  Comandantes  como  Aquino,  Coroneles  como 
Crisóstomo  Alvarez,  los  dos  sacrificados  por  haber  fallado 
el  plan  primitivo.  No  hablo  de  Paunero  ni  de  Mitre,  que 
aun  no  estaban  afiliados.  Armas,  en  todos  los  almacenes 
y  dinero,  el  indispensable. 

¿Donde  estaba  el  obstáculo?  ¿Benavides?  Así  es  la 
guerra.     Se  va  derecho  al  obstáculo. 

Desde  que  el  confidente  que  podía  ayudar  de  este  lado, 
oponía  una  resistencia  de  conciencia  al  parecer,  el  plan 
estaba  frustrado,  pues  no  se  aventuran  vidas,  poniéndolas 
á  merced  de  un  indiscreto. 

Presénteseme  por  la  primera  vez  y  acaso  en  toda  su  vi- 
vacidad, un  fenómeno   á  que  después   me  habitué  por  su 
frecuencia.    En  1851,  con  quince  años  mas  que  este  joven, 
yo  había  en  mis  viajes  tratádome  con  los  altos  personajes 
que  he  nombrado,  á  mas  de  los  ministros  de  varias  nacio- 
nes, ante  quienes  iba  acreditado  como  hombre   de  saber 
y  como  tal  recibido,  había  tratado  siempre  de  graves  asun- 
tos y  habituádome  á  cierta   deferencia  que   en  Chile  y  en 
esa  época,  después  de  haber  escrito  tanto,  viajado  tanto,  se 
había  cambiado  en  respeto  para  hombres  como  el  General 
Las  Heras,  Dr.  Gabriel  Ocampo,  Aberastain,  Domingo  de 
Oro,  los  Peñas  etc.,  y  en  general  para  todos  los  argentinos, 
pues  al  prestigio  de  cierta  capacidad  y  buenos  servicios  á 
la  causa,  se  agregaba  lo  que  no  daña,  la  facultad  de  ser  útil 
y  ayudar  á  mis  compatriotas. 

Fué  pues,  el  joven  doctor,  recien  vaciado  de  las  aulas 
donde  había  estudiado  medicina,  quien  me  presentó  el  obs- 
táculo que  había  de  desvirtuar  gran  parte  de  mi  iniciativa 
como  los  resultados  de  la  mayor  experiencia  de  su  parte 
y  quien  sabe  si  el  mayor  saber. 

¿De  donde  podía  venirle  este  sentimiento  de  suficiencia 
y  el  tono  de  autoridad  que  daba  á  sus  conceptos?  Tratá- 
base de  cosas  de  guerra  y  hablaba  con  hombre  de  mayor 


154  OBRAS  DE  SARMIENTO 

edad,  experiencia  y  antecedentes,  colocado  sobre  él  por  diez 
años  de  vida  activa,  escritos,  viajes  y  contacto  con  los  hom- 
bres mas  culminantes. 

¿Instrucción?  Era  médico,  educado  al  principio  por  los 
jesuítas,  lo  que  indica  falta  de  libros.  En  Buenos  Aires, 
durante  los  veinte  años  de  Rosas,  los  libros  desaparecen  de 
la  circulación;  y  aun  en  la  Universidad,  la  enseñanza  es 
limitadísima,  como  que  estaba  abandonado  á  sí  mismo 
cada  uno.  Alberdi  conoció  entonces  un  poco  de  literatura 
moderna,  con  recortes  y  libros  que  por  el  Dr.  Quiroga-Rosas 
fueron  á  mi  poder.  No  podía  alegar  competencia  propia 
con  sus  estudios  profesionales,  ni  nociones  de  derecho 
siquiera,  porque  todo  eso  era  letra  muerta,  para  un  joven 
sin  mundo.  El  primer  Story  que  vio,  yo  se  lo  puse  en  las 
manos. 

¿Experiencia?  El  Dr.  Rawson  había  salido  de  Buenos 
Aires  hacía  pocos  meses  y  allí  el  trato  social,  la  experiencia 
de  la  vida  era  reducido  á  los  ¡muera! 

¿Ideas?  Pertenecía  al  círculo  de  Irigoyen,  Victorica  y 
muchos  jóvenes  de  entonces,  en  cuyo  contacto  no  se  adqui- 
rirían muchas  nociones  de  derechos  políticos,  ni  vendrían 
impulsos  de  resistencia.  Se  sabe  cual  es  la  idea  de  los 
hombres  y  de  las  cosas  que  nos  formamos,  según  el  lado 
político  en  que  nos  hallamos  sentados.  La  resistencia  á 
Rosas  parecía  desesperada,  imposible  y  absurda  á  los  que 
frecuentaban  por  distracción  Palermo.  Urquiza  admiraba 
la  grandeza  del  hombre,  aun  en  armas  contra  él;  y  cuando 
se  dijo  el  4  de  Febrero  que  la  plaza  resistiría,  se  le  oyó  ex- 
clamar alarmado,  dirigiéndose  á  un  Jefe  unitario: — «Vds. 
tienen  la  culpa!  Vds.  que  decían  que  no  tenía  partido  Rosas!» 

Con  todo  esto,  no  es  posible  imaginarse  la  seguridad  de 
las  afirmaciones  de  aquel  doctor,  la  rapidez  de  sus  réplicas 
y  el  tono  de  superioridad  con  que  las  lanzaba,  como  quien 
dispara  un  tiro  inerrable,  como  quien  educa  é  instruye  á  un 
principiante.    Era  sobre  guerra  la  lección.  , 

Quedé  vencido  y  triste!  no  estaba  habituado  á  esta  contra- 
dicción docente.  Para  terminar  este  pueril  debate  de  dos 
días,  me  levanté  de  mi  asiento  y  encarándolo,  le  dije: 
— «Doctor,  tiene  Vd.  la  inteligencia  de  un  sabio  alemán; 
•el  corazón  sano;  pero  rotos  los  brazos»  y  estrechándoselos 
por  las  sangraderas. . .  «Vd.  no  hará  nada  en  su  vida!» . . . 


MEMORIAS  155 

Esta  profecía  lo  exasperó;  pero  le  repetí: — «Ahora,  es  Vd. 
el  que  dirije  la  acción  de  este  lado.  Yo  me  pongo  á  sus 
órdenes.»    Y  lo  cumplí  religiosamente,  como  se  verá  luego. 

Serenóse  con  esto.  Fué  á  Valparaíso  y  Gopiapó,  desmon- 
tando los  ánimos,  burlándose  del  descabellado  proyecto, 
aventurando  el  secreto,  según  me  lo  escribían  y  jactándose 
de  haberme  hecho  oir  razón. 

Volvió  á  San  Juan  y  puso  mano  á  la  obra.  Tomó  la  di- 
rección polílica  de  la  campaña,  que  consistía  en  persuadir, 
adoctrinar,  imbuir,  aconsejar  á  Benavides,  cuyo  oído  decía 
poseer,  y  por  sistema  flojístico,  los  emolientes,  las  cataplas- 
mas, ablandar  aquella  dureza,  sin  comprometer  las  partes 
vitales. 

El  autor  de  Argirópolis,  debía  saministrar  para  Sud  América 
que  escribía  entonces,  hornillas,  peticiones,  y  todo  lo  que  la 
Constitución  que  había  de  darse  mas  tarde,  aconsejaba. 

Si  alguno  dudare  hoy  de  la  verdad  histórica  de  esta  jocosa 
comedia,  á  que  se  prestaba  el  mas  trágico  actor  del  gran 
drama,  las  pruebas  fehacientes  las  encontrará  consignadas, 
en  letras  de  molde,  en  aquellos  mismos  tiempos,  gracias  á 
la  rara  previsión  del  autor  que  pensó  que  un  día  había  de 
necesitarlas  (*). 

San  Juan,  Abril  30  de  1851. 

Ayer  he  recibido  su  encomienda,  sin  carta  ni  señal  alguna.  (2)  Haré  de  ella  el 
mejor  uso  compatible  con  las  circunstancias. 

La  grande  obra  se  trabaja  con  empeño,  y  á  juicio  mío,  que  estoy  mejor  instruido 
que  otro  alguno,  en  lo  que  concierne  al  elemento  que  mas  de  cerca  nos  rodea 
{Benavides;,  el  éxito  es  seguro,  infalible.  La  paciencia  perseverante  era  la  virtud 
de  Washington  y  la  única  de  que  él  se  preciaba.    Imitémosle  con  inteligencia... 

Hay  amigos  entusiastas  de  V.  y  de  sus  principios. 

G.  Rawsom. 

Benavides  era  porsupuesto  el  sujeto  de  este  tratamiento 
anodino  que  se  adoptaba  en  vez  del  quiriírquico  del  Dr. 
Sangredo  que  era  el  llamado. 


(1)  Están  publicadas  en  Campaña  del  Ejército  Grande. 

(2)  Se  trata  de:  Copia  de  una  representación  dirigida  á  los  Gobernadores  de  la$ 
Provincias,  escrita  el  3  de  Abril  y  enviada  de  Chile  á  las.Provincias  el  7  de  Abril, 
por  conducto  del  joven  Helguera  de  Tucuman.  La  circular  del  General  ürquiza 
«s  del  1»  de  Mayo.   .(.V.  del  E.) 


156  OBKAS   DE   SARMIENTO 


San  Juan  Junio  4  de  1851. 

No  es  prudencia  fiar  al  papel  sin  garantía  muchos  detalles  preclocíslmos  que 
quisiera  transmitirle  respecto  de  la  situación.  V.  comprenderá,  sin  embargo' 
cuando  yo  le  aseguré  que  las  cosas  marchaban  aquí  á  medida  de  nuestro  deseo. 
Que  luego  podré  comunircarle  resultados  positivos  los  mas  favorables.  Por  ahora 
importa  muchísimo  continuar,  rinfforzando  la  predicación,  inspirando  confianza 
en  el  éxito,  por  medio  del  cultivo  prolijo  y  verídico  de  los  elementos  de  acción 
y  no  cesar  en  la  demostración  del  derecho. 

¿  Cómo  hiciéramos  para  obtener  aquí  el  «Sud-América»— (á  cordillera  cerrada)— 
en  lo  sucesivo  ?  V.  que  es  el  hombre  de  los  recursos  ingeniosos  discurra  un 
medio,  seguro  de  que  en  ello  hará  un  inmenso  servicio  á  su  patria. 

Su  conducta  personal,  tan  importante  en  la  actualidíid^  debe  medirla  mucho. 
Tengo  entendido  que  tanto  mas  y  mejor  conozco  el  estado  de  cosas  aquí,  tanto  mas 
me  felicito  de  que  la  sublime  locura,  no  tuviese  lugar.  Paciencia  amigo,  y  activi- 
dad.   Un  día  mas  de  espera,  puede  asegurarnos  el  bien  y  economizar  desgracias. 

Adiós,  pues,  muchos  son  sus  amigos  aquí. 

\¡  G.  Rawson. 

La  sublime  locura  que  su  sabiduría  y  clemencia  estorbó, 
era  la  expedición  proyectada,  y  solo  realizable,  cuando  las 
circunstancias  indicasen  la  oportunidad. 

El  insinuante  Dr.  Rawson  tenía  con  frecuencia  confe- 
rencias con  Benavides,  que  oia  con  gusto  todo  lo  que  le 
decía,  riéndose  debajo  del  poncho  del  candor  del  que  con-, 
taba  con  su  asentimiento. 

Quejábase  un  vecino  del  pantano  que  cortaba  el  paso  á 
la  calle  del  Pósito,  y  tan  lamentable  fué  la  pintura,  que 
Benavides  empezó  á  lamentarse  de  su  desgracia  de  no  tener 
quien  lo  sirviese;  prometiendo  mandar  al  día  siguiente, 
¿qué  digo  mandar?  ir  él  en  persona  á  remediar  el  mal, — 
«porque  amigo,  le  decía,  mándalo,  hácelo  y  serás  bien 
servido.» — Dicho  y  hecho.  A  los  quince  días  volvía  el  ve- 
cino á  casa  de  gobierno  y  apenas  lo  divisaba  Benavides 
esclamaba: — «Ya  sé  á  lo  que  viene. ...  ah!  Jefe  de  Policía! 
Este  Jefe  de  Policía!». ..  Todavía  hallé  yo  el  pantano  en 
San  Juan. 

El  Dr.  Rawson  ha  de  tener  carta  mía  en  que  le  indicaba 
desconfiase  de  tan  fáciles  asentimientos,  no  teniendo  en 
poco  la  astucia  de  estos  hombres,  de  que  se  valen  á  falta 
de  saber,  pues  así  han  dominado  pueblos  enteros  mante- 
niéndose en  el  poder,  como  Benavides  veinte  años  sin  derra- 
mar sangre. 


MEMORIAS  157 

Un  día  le  dijo: — «Cierto  pues,  Doctor!  Pero  qué  hace, 
pues,  este  Don  Juan  Manuel  que  no  nos  da  una  Constitu- 
■cion!» — Y  el  joven  incauto  y  presumido  crej'ó  que  ya  había 
tomado  el  cielo  con  las  manos,  é  iban  á  constituir  la  Re- 
pública aquellas  dos  palomas  santas.  Ni  á  la  batalla  de 
Caseros  asistió  Benavides,  tan  zorro  y  solapado  y  bona- 
chón era. 

En  Setiembre  llegó  á  San  Juan  la  noticia  del  pronuncia- 
miento de  Urquiza,  á  quien  en  el  acto  bautizó  Rosas,  «el 
loco,  traidor,  salvaje,  unitario,  Justo  José  de  Urquiza,»  ensa- 
yando como  globillo  de  prueba  en  Urquiza  el  epíteto  creado 
en  general  por  el  Fraile  Adao,  y  que  debía  ser  de  mi  pro- 
piedad exclusiva  por  treinta  años  mas,  gracias  á  la  inteli- 
gencia y  honradez  política  de  los  sabios. . . 

Acertaba  á  estar  reunida  la  Legislatura  y  probablemente 
discutiendo  él  proyecto  de  conceder  la  suma  del  poder  público 
á  Rosas.  Supongamos  que  el  Dr.  Rawson  tiene  la  palabra 
y  seguro  de  la  bonachoneria  de  Benavides,  con  quien  ha 
estado  en  pláticas  doctrinales  esa  mismo  tarde  y  exponía 
acaso  las  virtudes  patrióticas  del  autor  del  proyecto... 
cuando  un  inusitado  tropel  de  caballos  hace  irrupción  eíi 
el  sagrado  recinto  y  rematándolos  los  ebrios  ginetes  á  la 
puerta  del  Capitolio,  como  los  jóvenes  pelicaros  en  Atenas. 
Iban  al  mando  del  Coronel  Diaz,  y  gritan  á  una:  ¡Muera 
el  loco,  traidor,  salvaje  unitario,  Justo  José  Urquizal  Mue- 
ran los  salvajes  de  la  Legislatura!— Y  la  banda  de  cornetas 
confirmó  el  aserto,  taradeándoles  un  ¡Á.  degüello!  que  el 
Doctor  sublime  no  conocía,  pero  que  yo  había  oído  muchas 
veces,  para  hacer  locuras,  cuando  de  locuras  como  la  liber- 
tad se  trata. 

Habría  que  confiar  á  otra  pluma  que  la  nuestra  descri- 
bir la  escena  que  siguió  en  el  interior  de  la  sala.  El  Presi- 
dente que  se  mete  debajo  de  la  mesa,  el  orador  que  se 
traga  el  resto  del  discurso  para  que  no  lo  comprometa 
como  prueba  de  convicción  y  salta  por  una  ventana! 

Entonces  y  muy  mohíno,  el  doctor  de  la  guerra  pa- 
cííica,  el  de  la  caída  de  tiranos,  rogándoles  que  caigan 
por  amor  de  Dios,  que  ya  se  oscurece...  nos  escribía 
la  siguiente  carta,  honteux  comme  un  renard  q'une  poule 
<turaU  pris ... 


158  OBRAS   DB  SARMIENTO 


San  Juan,  Septiembre  Sí  de  i 851. 

No  tengo  plena  fe  en  el  conductor  de  esta.  Escuse  por  tanto  mis  reticencias* 
Vd.  sabrá  lo  que  ha  pasado  entre  nosotros  y  como  las  mas  fundadas  esperanzas  que- 
daron eludidas.  Ahora  no  nos  queda  otra  cosa  que  la  luz  del  Oriente  Ab  oriente 
lux\  (Upquiza)— Vd.  debe  saber  también  la  historia  de  su  enviado  de  Julio.  Las 
cartas  fueron  entregadas  cobardemente  á  Benavides,  excepto  una  de  8  de  Julio  que 
yo  he  visto.  Los  periódicos,  porque  supongo  que  el  cajón  los  contendría,  están 
en  poder  de  Benavides,  todavía  sin  abrirlo,  por  temor  de  que,  como  de  la  caja  de 
Pandora  salgan  todos  los  diablos  malos  á  visitar  nuestra  Provincia.  Por  lo  demás 
el  compromiso,  como  suele  llamarse,  no  me  hace  temblar,  n  será  este  un  incon- 
veniente para  que  yo  preste  á  la  patria  cualquier  género  de  servicio,  aun  con 
positivo  riesgo  de  la  vida. 

Salud,  esperanza  y  valor. 

G.  Rawson. 

Mientras  tanto,  y  estando  tan  dispuesto  á  correr  riesgo 
positivo  de  la  vida,  mi  doctor  firmaba  el  siguiente  edificante 
documento  que  se  halla  in  extenso  en  el  Archivo  Americano 
núm.  28,  pág.  144. 

considerando  etc.,  etc. 

Art.  1».  La  Provincia  de  San  Juan  considerando  que  los  actos  y  procedimientos 
del  salvaje  unitario,  loco,  traidor  ürquiza  contra  la  Confederación  y  su  Jefe  su- 
premo, lo  mismo  que  su  infame  alianza  con  el  Gobierno  brasilero,  son  actos  de 
traición  á  la  patria. 

Tadeo  Rojo.  —  Guillermo  Rawson.  — Marcoi  Rojo  ( tio  ).  —  Franklix  Rawson  (her- 
mano ).    Son  cuatro  de  la  casa  y  siguen  ocho  mas. 

No  fué  sino  de  diputado  y  después  de  la  cosecha  aJ  dicho 
Oriente,  dejándose  estar  muy  fresco  al  lado  de  la  blanda 
tiranía  de  Benavides  que  no  perseguía  á  nadie,  que  no 
se  necesitaba  mucho  coraje  para  ser  zonzo  en  San 
Juan. 

Víme  forzado  yo,  no  él,  ir  á  la  Meca  á  buscar  la  luz. 

Pero  lo  repito,  el  Coronel  Aquino  que  me  acompañó,  y 
el  bravo  Sargento  de  Granaderos  á  caballo  que  pereció 
asesinado  con  él,  hubieran  acaso  muerto  gloriosamente 
peleando  en  la  campaña  que  debimos  emprender,  y  aquel 
por  entonces  mediquillo  pretencioso  impidió,  hay  de  ello 
33  años,  con  su  falta  de  respeto  á  los  años,  la  posición  y 
la  experiencia,  con  achaque  de  que  no  habíamos  estudiado 
obstetricia. 

Se  ha  presentado  aquí  por  la  familia,  la  carta  que  reci- 
bió el  Coronel  Alvarez  llamándolo,  y  su  contestación  afir- 


MKMORIAS  159 

mativa  de    ponerse  á  mis  órdenes.    He   aquí  la  carta  de 
Alvarez: — 

Lima,  Agosto  JO  d«  Í85l. 

He  recibido  su  carta  del  9  de  Julio  t  y  le  diré  que  ha  dado  un  gran  gusto  al 
anunciarme  que  se  trata  de  hacerle  la  guerra,  por  esa  vía,  al  tirano  de  nuestra 
patria.  Mis  deseos  son  y  serán  siempre  estar  en  acción  contra  el  tirano  que  nos 
oprime,  asi  es  que  siempre  debió  Vd.  contar  con  7íu  vida  y  mi  brazo  para  ese 
fin... 

Cmsóstomo  Alvarez. 

Junto  57  de  1851. 

Esta  parte  del  plan  se  ejecutó,  muriendo  en  la  demanda 
el  Sandes  argentino,  por  exceso,  por  demencia  de  valor, 
empeñado  en  rendir  él  solo,  un  batallón  de  infantería. 

En  «Campaña  del  Ejército  Grande»  hallará  el  lector  la 
honrosa  carta  del  General  Paz  de  que  extracto  este  pá- 
rrafo. 

Junio  25  de  1851. 

Es  de  creer  que  un  general  tan  esperimentado,  como  el  general  Urquiza,  haya 
provisto  á  la  seguridad  del  Entre-Rios,  durante  esta  corta  ausencia.  Luego  que  s& 
desocupe  de  la  Banda  Oriental,  piensa  contraer  su  atención  á  la  otra  parte  del 
Paraná,  entonces  creo  que  será  el  tiempo  de  que  se  pronuncien  las  Provincias  del 
Interior. . .  Quiera  Vd.  guardar  mucha  reserva  con  respecto  de  este  dato  que  acabo 
de  subministrarle. 

José  María  Paz. 

Tal  era  de  impracticable  la  sublime  locura  cuya  realización 
estorbó  el  consentido  médico  y  que  tenía  tan  altas  apro- 
baciones. Sesenta  soldados  de  línea  chilenos  á  escoger 
en  Santiago,  doscientos  argentinos  que  mandaba  don  Pa- 
blo Videla,  jefes  como  aquel  y  Aquino  y  Alvarez,  las  dos 
mas  brillantes  espadas  de  la  caballería  argentina  y  la 
influencia  y  prestigio  del  leader  de  la  reacción  de  aquel 
lado  contra  Rosas,  fueron  malogrados  por  intervención  de 
espíritus  que,  educados  bajo  la  atmósfera  y  en  el  entourage 
de  Rosas,  habían  perdido  toda  expontaneidad. 

¿Habría  ocurrido  otra  serie  de  hechos,  si  la  expedición 
argentina  hubiese  pasado  en  Enero  de  1852? — ¿Habría  sido 
derrotada? — ¿Por  Benavides? 

El  Coronel  Sarmiento  estuvo  un  año  después  en  San 
Juan,  lo  gobernó  algunos  años  mas  tarde,  con  el  presu- 
puesto y  la  administración  de  Benavides  y  Díaz;  y  pudo 


160  OBRAS   DE   SARMIENTO 

juzgar  venciéndolos,  de  sus  pobres  elenaentos,  no  obstante 
que  es  el  que  mas  justicia  hizo  siempre  de  ciertas  cualida- 
des militares  del  caudillo. 

Tenía  ademas  muchos  amigos  y  contaba  con  un  presti- 
gio que  hoy  seria  difícil  imaginar.  (*) 

Por  lo  qn*^  á  mi  respecta,  aquella  indiscreción  ha  debido 
serme  benéfica,  estorbando  que  siguiese  el  estrecho  cir- 
culo de  afecciones  locales  del  provinciano  que  nunca 
habla  venido  á  Buenos  Aires,  forzándome  á  venir  al  Río 
de  la  Plata,  ¿juntarme  con  personas  tan  desconocidas  para 
mi  como  el  General  Urquiza  del  Entre  Ríos  y  con  quien 
ningún  vínculo  de  simpatía  podía  unirnos,  puesto  que  él 
había  sido  el  brazo  derecho  de  Rosas  durante  largo 
tiempo. 

Era,  pues,  una  aventura,  que  resultó  feliz,  la  traslación 
del  teatro  de  acción.  La  otra  era  lo  natural,  aunque  de 
menos  consecuencia.  ¿No  debía  la  emigración  chilena, 
otra  cosa  que  palabras  á  las  Provincias  deque  eran  oriun- 
dos la  mayor  j)arte  de  los  emigrados?  Urquiza  mismo 
me  lo  ecbó  en  cara  en  el  Rosario,  diciendo  que  había  la 
prensa  estado  «chillando»  diez  años  en  Chile,  sin  destruir 
e\  poder  de  Rosas. 

Como  se  ha  visto,  mía  no  fué  la  culpa,  sin  que  haya  po- 
dido culparse  dn  indiferencia  al  resto  de  la  emigración, 
porque  mo  consta,  estaban  los  militares  listos  á  ceñir  de 
nuevo  la  espada  y  los  ciudadanos  prontos  á  suministrar 
recursos. 

El  soplo  helado  que  resfrió  los  ánimos,  vino  de  afuera,  y 
de  esa  generación  criada  al  lado  del  tirano,  habituada  á  la 
inacción,  con  la   conciencia  del   derecho  embotada  con  el 


(1)  Las  cartas  de  Alvarfz,  RawsoD,  Sarratea,  Paz,  Urquiza,  en  que  se  fundan 
estos  juicios,  fueron  pulilicados  por  el  Teniente  Coronel  Sarmiento  en  Rio  de 
Janeiro,  meses  después  de  Caseros  y  corren  impresas  en  folleto  separado,  que  des- 
pués se  colocó  en  Chiio  al  frente  de  Campaña  del  Ejército  Grande,  precedido  todo 
de  la  carta  al  general  Ramírez  que  abría  la  campaña.  Tenia  el  autor,  como  se  ve 
mucho  interés  en  salvar  del  olvido  aquellos  documentos,  que  un  dia  llamaría  á 
dar  testimonio  de  sus  actos  y  planes  militares. 

Treinta  años  después,  t\\  lector  puede  juzgar  de  los  hechos  y  de  los  hombres. 
El  doctor  que  siendo  Ministro  del  Interior,  osaba  aconsejar  al  Gobernador  de  San 
Juan  no  derramase  sangre,  puede  ver  ahora  por  estos  hechos  históricos,  como  la 
iüzo  derramar  él  á  torrentes,  por  la  pueril  vanidad  del  colegial.    {Ñuta  del  Autor). 


MEMORIAS  161 

•espectáculo  diario  de  su  violación.  No  queda  indignación 
en  tales  almas! 

Pero  debo  agregar  mas.  Aquella  situación  híbrida 
creada  á  San  Juan  por  la  anormal  filantropía  ó  pedan- 
tería de  un  presuntuoso,  anticipándole  un  triunfo  sin  com- 
bate al  caudillejo,  debió  influir  en  la  serie  de  sucesos  poste- 
riores. 

Muerto  el  Coronel  Alvarez,  en  esfuerzos  aislados  y  aban- 
donado á  si  mismo,  todavía  hubo  tiempo  para  el  Coronel 
don  Pablo  Videla  de  ir  á  morir  en  San  Juan  en  la  Rinco- 
nada, de  fatal  recordación,  con  ciento  veinte  jóvenes  san- 
juaninos,  sacrificados  ante  la  necesidad  de  reparar  los 
estragos  causados  por  la  violación  de  las  leyes  de  las 
fuerzas  en  choque,  que  dejó  áBena vides  en  su  puesto,  contra 
la  evolución  obrada  en  Caseros,  é  hizo  víctimas  á  mas  de 
aquellos  jefes,  á  Benavides  mismo,  á  los  Virasoro,  á  Abe- 
rastain,  á.  Godoy,  á  tantos  otros.  Porque  tales  sistemas 
anodinos  en  política,  traen  los  abcesos  que  se  llaman  las 
Rinconadas,  los  Corrales,  etc.,  tragedias  en  que  acaban 
siempre  estas  comedias  de  paz,  cuando  la  guerra  es  el 
juez  del  litis,  porque  no  puede  evitarse. 

Queda  por  saber  ahora,  cual  habría  sido  la  influencia 
moral  de  la  participación  de  las  provincias  del  interior,  en 
procurarse  por  su  propio  esfuerzo  la  libertad,  si  los  argen- 
tinos de  Chile  hubieran  podido,  pasando  la  Cordillera  con 
un  núcleo  de  fuerza  y  un  arrogante  cuadro  de  jefes  y  ofi- 
ciales de  línea,  servido  de  apoyo  á  los  patriotas  que  abun- 
daban y  á  los  pueblos  en  masa,  cansados  de  treinta  años 
•de  barbarie  y  de  tiranía. 

Los  extravíos  de  Urquiza  provinieron  de  esa  falta  de 
contrapeso  á  su  poder.  Todas  las  provincias  permanecie- 
ron inermes,  de  manera  que  él  tuvo  que  buscar  el  apoyo 
del  mismo  Benavides,  para  extender  su  acción  al  interior, 
y  los  pueblos  entregarse  á  discreción  á  la  política  del  ven- 
cedor, excepto  San  Juan,  donde  Rawson  inició  demasiado 
tarde,  y  con  el  agua  al  cuello,  la  política  de  resistencia 
que  puso  á  San  Juan  fuera  de  la  ley,  acabando  por  hacer 
perecer  á  Benavides  y  matar  á  tantos  en  represalia.  Si 
yo  hubiese  hecho  con  Aquino,  Alvarez  y  cien  veteranos  la 

Tomo  xux.—  11 


162  OBRAS  DE  SARMIENTO 

proyectada    campaña,  de  seguro  que  no  habrían  muerto 
tantos  de  uno  y  otro  bando. 


Dios  guardó  al  doctor  Rawson  para  mejores  cosas.  Pera 
el  diagnóstico  del  Yungay  se  cumplió.  No  hizo  nada  en 
toda  su  carrera  política,  sino  es  estorbar  buenas  inicia- 
tivas. 

Desde  entonces  tuve  al  doctor  Rawson,  poniéndoseme 
por  delante  siempre,  sin  que  jamás  haya  sabido  porqué. 

Para  la  campaña  de  Caseros,  Rawson  permaneció  en 
San  Juan,  donde,  como  ya  hemos  visto,  no  había  riesgo  de 
perder  la  vida,  pues  Benavides  no  hacía  caso  de  sonseras. 
Cayó  Rosas,  y  fué  convocado  el  pueblo  á  elecciones  de 
Di"'"tados  al  Congreso  constituyente.  Sarmiento  se  hallaba 
de  regreso  en  Chile  y  guardaba  silencio,  ni  aun  Alberdi 
había  roto  las  hostilidades.  Sarmiento  era  para  sus  com- 
patriotas, hasta  entonces,  un  mito.  Había  trabajado  diez 
años  en  demoler  la  tiranía  de  Rosas;  habia  resucitado  la 
palabra  Congreso,  había  preparado  hasta  la  materia  de 
sus  discusiones. — «Hace  usted  inmenso  bien,  le  escribía  el 
« General  Paz,  tratando  cuestiones  de  que  han  huida 
«  nuestros  escritores,  á  pretexto  de  no  suscitar  animosida- 
«  des  provinciales,  que  si  existen  es  porque  ellos  no  han 
«  sabido  ilustrar  á  los  pueblos.  Le  ruego,  pues,  y  lo  con- 
«juro,  á  que  continúe  escribiendo.  Su  Argirópolis  es  un 
«  pensamiento  grande,  patriótico. . .  No  es  menos  patriótica 
«  la  idea  de  extender  el  frente  (fluvial)  de  la  Repú- 
«  blica. . .»  etc. 

El  pueblo  está  convocado;  van  á  elegir  Diputados  y  los 
votos  llueven  por  Sarmiento.  Un  joven  está  cerca  de  las 
mesas  y  dice  á  cada  uno  que  se  acerca: —  «¡Es  una  impru- 
dencia! Sarmiento  está  mal  con  el  General  Urquiza  y  éste 
ha  de  tener  á  mal  que  lo  nombren.w^D.  Ruperto  Godoy, 
anciano,  presente,  le  replica: — «¡Tiene  Vd.  coraje  de  opo- 
nerse al  nombramiento  de  Sarmiento!..,» 

Sarmiento  es  nombrado  casi  por  unanimdiad;  pero  Bena- 
vides no  proclama  el  nombramiento.  Se  hacen  nuevas 
elecciones  mas  tarde  y  el  Dr.  Rawson  sale  nombrado  en 
ssu  lugar  y  Sarmiento,  que  se  sentía  Diputado  hacía  dos 


MEMORIAS  163 

años,  tieoe  que  esperar  vei7ite  años  para  obtener  un  asiento 
en  el  Congreso  I 

Después  de  Cepeda,  tras  de  las  ruinas  y  la  serie  de 
violencias  de  que  había  sido  victima  la  Provincia  de  San 
Juan  durante  diez  años  sin  intermisión,  como  si  la  Consti- 
tución hubiese  sido  una  túnica  de  Dejanira,  mandada  por 
una  venganza  atroz,  á  causa  de  la  parte  que  habían  tomado 
algunos  de  sus  hijos  en  la  caída  de  la  tiranía,  llegó  á  San 
Juan  y  fué  recibido  con  aclamaciones  de  júbilo  el  que  salió 
joven  Sarmiento  y  volvía  un  viejo  cuyo  espíritu,  por  la 
prensa,  la  tribuna  ó  la  guerra,  nunca  estuvo,  sin  embargo, 
fuera  del  estrecho,  oscuro  y  pobre  recinto  de  su  provincia. 

Es  escusado  decir  que  fué  aclamado  Gobernador,  destino 
que,  dadas  las  necesidades  especiales  de  hombres  que  han  vi- 
vido largos  años  consagrados  á  la  gestión  de  la  cosa  pública, 
á  la  discusión  de  las  grandes  cuestiones  sociales,  en  grandes 
centros  de  población,  con  el  bullicio  y  los  goces  de  las 
capitales,  no  habría  tentado  á  muchos,  creyendo  descender 
de  posiciones  conquistadas.  Había  sin  embargo,  perspec- 
tivas que  entraban  á  completar  una  grande  obra  comen- 
zada, para  quien  no  tuviese  á  menos  solicitar  un  depar- 
tamento de  escuelas,  á  fin  de  poder  hacer  dar  un  paso  en 
Ja  organización  de  la  futura  República.  ¿Habría  gobiernos 
en  aquella  Confederación  en  que  el  Presidente  -se  había 
ocupado  exclusivamente  en  estorbarles  toda  acción  propia, 
si  no  estaban  subordinados  á  algunos  de  sus  agentes  per- 
sonales? Después  de  haber  borrado  de  la  Constitución, 
mucho  de  lo  que  á  esta  coacción  concurría,  ¿no  valdría 
la  pena  de  ofrecer  en  la  práctica  la  sencilla  armonía  de 
poderes  nacionales  y  provinciales,  cada  uno  obrando  en 
su  legitima  esfera?  Y  luego,  ¿no  hay  una  deuda,  contraída 
y  que  una  vez  ha  de  pagarse,  para  con  aquellos  que  sin 
tener  estímulos  ni  recompensas  que  ofrecer,  reclamando 
como  propias,  experiencia,  ideas,  nociones  adquiridas  por 
los  suyos,  que  los  grandes  centros  les  arrebataran?  Tres 
años  inmolados  honrosamente  pasan  luego  y  dejan  una 
satisfacción,  sin  tal  puede  obtenerse,  la  de  intentar  el  bien. 

Bien  pronto  habían  de  ponerse  en  cuestión  todas  aquellas 
esperanzas. 

El  año  1863  se  abria  bajo  los  mas  siniestros  auspicios. 
San  Juan  se  encontraba  encerrado  entre  la  Rioja,  el  oeste 


164  OBKA.S   Um    8AKM1BNTÜ 

5'-  norte  de  San  Luis  sublevados  por  el  Chacho,  Mendoza 
amenazada  al  sur  por  Clavero,  el  levantamiento  de  las  La- 
gunas y  Mogna;  no  mas  seguro  de  los  departamentos  rurales 
contiguos  á  la  ciudad  y  suburbios,  y  encerrando  en  la 
ciudad  misma  el  personal  de  jefes  y  oficiales  de  Benavides 
cuyos  compañeros  en  Chile  ó  en  las  filas  del  Chacho  esti- 
mulaban la  rebelión  que  ellos  podrian  secundar  prestando 
á  la  montonera  el  auxilio  de  alguna  práctica  militar  ó 
encabezar  un  movimiendo  en  San  Juan  mismo,  así  que 
un  batalloncito  de  línea  saliese  á  campaña,  reclamado  de 
todas  partes  para  contener  el  incendio,  cuyas  llamas  asoma- 
ban por  todos  los  puntos  del  horizonte.  Había  que  resistir 
á  todo  trance. 

Todas  las  Provincias  del  interior  se  pusieron  en  armas 
espontáneamente.  Los  gobiernos  de  cuatro  provincias 
declararon  el  estado  de  sitio  á  fin  de  apoderarse  de  los 
cabecillas  conocidos  que  podrían  dar  apoyo  á  la  insurrec- 
ción ó  acaudillar  insurrecciones. 

En  este  estado  de  fermentación  en  el  interior,  Rawson 
Ministro  del  Interior,  escribía  al  Gobernador  de  San  Juan: 
—  Marzo  12 — n  Vamos  navegando  por  un  mar  de  rosas.  Vivi- 
remos tranquilos.  Progresaremos.  Vd.  se  contentaría  con  que 
viviésemos  tranquilos;  pero  eso  es  contentarse  con  pocon. 

El  mismo  Ministro  daba  publicidad  en  los  diarios  de 
Buenos  Aires  á  una  circular  en  que  declaraba  abusivo  el 
proceder  de  los  Gobernadores  que  hacían  uso  del  estado 
de  sitio  en  caso  de  invasión  ó  insurrección,  por  ser  facultad, 
según  pretendía,  reservada  exclusivamente  al  Gobierno 
federal. 

La  publicidad  dada  al  acto  mostraba  que  el  Poder  Eje- 
cutivo deseaba  que  no  solo  los  gobiernos  á  quienes  se 
dirigía  conociesen  sus  sentimientos,  sino  que  ademas  ejer- 
ciesen su  influencia  sobre  los  partidos  ó  individuos  á  quienes 
pudiese  afectar  el  estado  de  sitio.  Navegando  él  en  fumar 
de  rosas »,  parecía  creer  que  estábamos  nosotros  á  la  noce 
y  no  habiendo  corrido  peligro  en  su  vida,  podía  imaginarse 
que  una  invasión  victoriosa  de  aquellos  bárbaros,  se  resol- 
viera en  figuras  de  contradanza. 

La  facultad  de  declarar  en  estado  de  sitio,  ó  en  asambea, 
ó  de  suspender  el  habeas  corpas  en  los  momentos  de  peligro, 
€s  inherente  al  gobierno,  cualquiera  que  sea  su  forma.  Ne- 


MEMORIAS  165 

garles  á  los  gobiernos  de  Provincia  tal  facultad  era  sim- 
plemente poner  en  duda  que  fuesen  tales  gobiernos  y  un 
conato  de  declararlos  simples  tenencias  emanadas  de  una 
autoridad  superior.  Al  constituirse,  empero,  el  gobierno 
nacional,  compuesto  de  facultades  delegadas,  las  provincias 
le  delegaron  el  poder  de  proveer  á  su  propia  seguridad  y  al 
ejercicio  de  la  Constitución;  pero  conno  los  gobiernos  pro- 
vinciales no  son  autoridades  creadas  por  la  Constitución 
nacional,  quedó  en  ellas  retenida  la  facultad  de  todo  gobierno 
para  precaverse  contra  la  insurrección  ó  la  invasión.  (*) 

Pero  aun  cuando  fuese  un  exagerado  celo  en  favor  de 
las  facultades  nacionales,  el  que  hubiese  llevado  al  Ministro 
á  reclamarlas,  nunca  quedaría  justificado  á  los  ojos  de 
una  política  prudente,  el  momento  inoportuno  en  que  se 
hacía,  pues  que  la  guerra  ardía  en  cinco  provincias  y  la 
insurrección  reaparecía  apenas  sofocada. 

El  efecto  de  política  tan  inconsiderada,  no  se  hizo  esperar. 
A  las  dificultades  de  la  situación  de  aquellas  lejanas  ciuda- 
des, se  añadía  el  peligro  de  destruir,  enervar,  desmoralizar 
el  poder  moral  de  los  gobiernos  amenazados  en  su  existen- 
cia por  enemigos  semi-bárbaros,  con  una  condenación  que 
les  quitaba  toda  autoridad.  Apenas  conocida  en  Córdoba 
la  circular,  estalló  un  motín  de  cuartel  (el  11  de  Junio), 
que  abrió  las  puertas  al  Chacho;  muchos  años  de  espantoso 
desquicio  costó  á  Córdoba  la  declaración  ultra-liberalota . 
En  cuanto  á  San  Juan,  he  contado  en  la  vida  del  Chacho, 
las  peripecias  porque  pasamos,  hallándonos  un  día  casi 
atados  de  pies  y  manos  en  presencia  de  la  montonera,  sin 
recursos;  porque  las  circulares  habían  destruido  en  el 
gobierno  toda  autoridad,  en  el  gobernador  toda  influencia 
y  respeto,  y  no  le  era  posible  allegar  fondos  siquiera  en 
presencia  de  declaraciones  del  gobierno  nacional  que  lo 
responsabilizaban  por  toda  erogación  ó  perjuicio  causado 
por  el  estado  de  sitio.    Nos  salvamos  á  uña  de  buen  caballo. 

No  se  contuvo  en  eso  el  gobierno  nacional.  Hizo  ense- 
guida esta  extraña  declaración: 


(1)  Debe  notarse  aquí  que  siempre  sostuvo  el  autor  esta  doctrina  y  que  siendo 
Presidente;  no  hizo  observación  alguna  á  que  el  Gobernador  de  Santa  Fé  declarase 
por  si  el  estado  de  sitio  durante  la  rebelión  de  Jordán.  —  Vf-ase  el  tomo  XXXI. 

(Ñola  del  Editor.) 


166  OBRAS   DB   SARMIENTO 

«—El  pensamiento  es  hacer  penetrar  hondamente  en  la  conciencia  del  pueblo 
iue  el  gobierno  nacional  se  abstendrá  de  hacer  uso  de  este  medio  de  gobierno 
(el  estado  de  sitio)  y  que  solo  lo  empleará  en  circunstancias  muy  extraordinarias 
y  extremas  porque  considera  que  ni  es  indispensable  para  gobernar,  ni  superior 
á  los  medios  ordinarios  del  gobierno  que  la  constitución  ha  puesto  en  sus  manos 
para  garantir  eficazmente  el  orden  y  las  libertades  públicas,  sin  necesidad  de 
atacar  ó  suspender  esas  mismas  libertades». 

Como  se  ve,  no  solo  era  el  medio  vituperable  para  las 
Legislaturas  provinciales,  sinaque  la  cosa  lo  era  en  esencia 
y  en  la  Constitución  federal,  de  cuya  facultad  no  haría  uso 
sino  en  el  mayor  extremo.  Lo  que  no  impidió  un  poco 
mas  tarde,  al  mismo  gobierno,  mejor  aleccionado  sin  duda, 
declarar  el  estado  de  sitio  en  todo  el  territorio  de  la 
República. 

Los  Estados  Unidos,  como  todos  los  gobiernos  de  la 
tierra,  al  darse  una  Constitución,  insertaron  en  ella  el  pri- 
vilegio, sin  imaginarse,  es  verdad,  que  había  luego  de  pre- 
sentarse en  la  tierra  un  pueblo  que  tiene  en  su  lengua  la 
palabra  chiripá,  caudillo,  mazorca,  montonera,  que  pretendería 
hacer  dar  un  paso  mas  á  la  humanidad  en  cuanto  á  ga- 
rantías de  la  libertad  personal,  reclamándola  aun  en  caso 
de  insurrección,  para  Chacho,  Potrillo,  Clavero,  el  Flaco 
de  los  Berros,  Chumbita,  Guayama,  el  Rubio  de  las  Tos- 
cas y  los  I  ores  del  desierto  sus  secuaces  y  paniaguados 
que  sostuvieron  treinta  años  y  pretendían  ahora  revindicar 
con  Rosas,  que  la  mejor  constitución  es  el  cuchillo  apli- 
cado á  las  gargantas  por  el  bárbaro  rudo  de  las  campañas, 
ó  las  clases  bajas  ignorantes  organizadas  en  bandas  ar- 
madas. 

Todo  ese  fárrago  de  declaraciones  oficiales  que  nos  hacía 
decir,  que  sería  preciso  ir  un  día  á  buscar  en  la  basura  de 
las  calles,  los  pedazos  del  poder  ejecutivo  que  los  gober- 
nantes arrojaban,  han  tenido  por  efecto  destruir  las  pro- 
vincias en  su  carácter  propio   y  autoridad. 

Perdidas  las  Provincias,  la  nación  constituida  es  una 
quimera.    Otros  luego  nos  lo  han  hecho  ver  bien  claro. 


Pasemos  esa  época  y  esas  pequeñas  rivalidades  que 
persiguen  á  un  hombre  honrado,  aun  hasta  el  oscuro  rincón 
A  donde  se  aleja  para  no  ser  obstáculo  á  nuevos  intereses 


MEMORIAS  167 

y  capacidades.  ¿Creerá  el  lector  que  ese  Gobierno  nacio- 
nal tuvo  la  insolencia  de  ajarme  hasta  en  manejo  de  fondos 
haciéndome  responsable  de  caballadas  que  se  suponía  ha- 
bían quedado  en  San  Juan,  y  fué  preciso  justificarse  lar- 
gamente, en  sustitución  de  los  jefes  nacionales  que  debían 
dar  cuentas? 

Pero  pasemos,  demos  una  vuelta  al  caleidoscopio  y  pre- 
senciaremos algunas  otras  de  las  majaderías  del  doctor 
Ravrson. 

Durante  la  presidencia,  lo  tenía  en  el  Congreso,  para  oír  su 
voz  meliflua,  su  acento  lloriqueante,  interpelando  en  cual- 
quier ocasión  sus  acusaciones  contra  el  Presidente  Sar- 
miento, como  el  vendedor  de  lana  tramposo  que  echa 
piedras  en  el  fardo,  para  que  pesen,  en  lugar  de  la  lana 
que  escamotea.  El  amigo  Rawson  tomaba  todo  asunto 
como  bueno  para  introducir  de  nuevo  su  acusación  sempi- 
terna y  no  bastaba  que  la  cosa  fuese  agena  al  debate,  para 
que  se  le  oyesen  sus  lamentaciones  y  jeremiadas  sobre 
el  número  de  veces  que  Sarmiento  había  violado  la  Cons- 
titución. 

Es  requisito  esencial  de  toda  acusación  oír  al  reo  en  su 
defensa;  pero  nuestro  orador  liberal  metía  sus  quejumbro- 
sas acusaciones  entre  plantas  y  flores,  en  vía  de  disgre- 
sion,  cerrada  la  puerta  á  su  víctima  para  toda  defensa, 
pues  no  tenia  ocasión,  ni  ante  quien  decir  que  todo  lo  que 
decía  y  todo  lo  que  dirá  en  adelante  es  obra  del  despecho 
y  de  la  rabia  impotente. 

Recordarán  ustedes  el  interrogatorio  de  una  anciana 
aristócrata  durante  el  Terror  en  París. — Diga  su  nombre  y 
cualidades. — Soy  sorda. — Actuario,  ponga  que  confiesa  que 
conspira  sordamente!...  Pues  así  se  produjo  la  acusación, 
contra  todas  las  formas,  y  no  faltando  qué  mas  pero  ponerle, 
lo  ataca  por  estar  sordo  como  una  tapia,  declarando  que 
había  conspirado  sordamente  contra  la  higiene  y  la  salud 
públicas,  haciendo  un  paseo  para  el  pueblo  en  el  lugar 
en  que  él  se  había  paseado  largos  años  con  sus  amigos  y 
camaradas  de  colegio,  Irigoyen,  Victorica  y  compañía.  Ni 
los  árboles  habii^n  de  crecer  en  Palermo,  á  juicio  del  hi- 
gienista Rawson,  si  se  le  dejara  á  tan  grande  malvado 
Sarmiento  la  gloria  de  dotar  á  una  ciudad  de  su  corona  de 
flores,  antes    que   tuviese    que    costaría  sendos    millones. 


168  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Las  actas  parlamentarias  están  ahí  para  dar  tesiinaonio  de- 
tanta bajeza. 

Al  fin  en  el  año  1875,  miembro  del  Senado,  Rawson  lo 
había  desertado  y  solo  lo  reconoció  al  efecto  de  caerme  en- 
cima, como  yo  lo  hice  caer  al  Chacho  en  Caucete,  anun- 
ciando al  ingeniero  Moneta,  que  Sarmiento  iba  á  oir  esta 
vez  lo  que  en  su  vida  había  oído.  Durmióseme  tres  días 
para  hilar  una  diatriba  en  la  forma  mas  escandalosa  y 
jamás  oída  en  un  Parlamento,  tomando  la  palabra  des- 
pués de  rechazado  el  proyecto  en  discusión  y  no  siendo 
permitido  el  debate,  para  descargarse  en  argumentos  nad 
hominemy),  contra  el  literato  que  dijo  irregular  de  un  acto 
feo  pero  legitimo  de  guerra,  contra  el  encargado  de  la  gue- 
rra, contra  el  Gobernador  de  San  Juan,  contra  el  Ministro 
en  Washington,  produciendo  una  nota  impresa  (á  trai- 
ción), contra  el  Presidente  de  la  República  que  no  pueda 
ser  juzgado  sino  por  acusación  en  forma  de  la  otra  Cá- 
mara. (*) 

El  reo  de  tantos  delitos  probó  con  las  instrucciones  reci- 
bidas del  ministerio,  de  que  Rawson  formaba  parte,  que 
el  Gobierno  nacional  mandó  ejecutar  al  Chacho  con  fuer- 
zas á  sus  órdenes  y  no  del  jefe  sin  nombre  de  la  defensa 
y  pudiera,  sino  respetase  tanto  el  derecho  parlamentario, 
haberle  dicho  que  Sarmiento  se  separó  del  General  Urqui- 
za,  abandonando  de  nuevo  su  patria  reconquistada,  por  no 
aceptar  cosas  de  menos  valor,  mientras  que  Rawson  se 
fué  á  participar  á  su  sombra  de  su  poder,  y  fué  Vice  Presi- 
dente de  su  Congreso.  Y  como  no  entiende  todavía  lo  que 
es  la  represalia  en  la  guerra  á  muerte,  es  decir  irregular^ 
todavía  ha  de  estar  creyendo  que  aquella  diatriaba  de 
tres  días,  no  basta  para  deshonrar  al  Senador  que  al  día 
siguiente  se  fué  para  Europa,  sin  permiso  del  Senado  y^ 


(1)  Véase  los  debates  del  asunto  amnistía,  tomo  XIX,  pág.  208— El  autor  se 
refiere  á  una  nota  enviada  desde  Estados  Unidos  como  Ministro  diplomático  sobre 
las  ideas  prevalentes  en  aquel  país  con  respecto  á  impuestos  nacionales  — (ideas 
de  donde  han  emanado  los  actuales  impuestos  internos)  —  nota  que  fué  publicada 
en  hoja  suelta  por  el  gobierno  de  que  Rawson  era  Ministro  y  presentada  en  aquel 
debate  como  prueba  de  las  violaciones  de  la  Constitución  por  Sarmiento.  Dicha 
nota,  que  no  pasa  de  una  información  á  su  gobierno,  la  hemos  publicado  en  eY 
tomo  XXXIII,  pág.  31.    (  N.  del  E. ) 


MEMORIAS  169 

refregándoselo  por  los  hocicos,  como  ha  de  ignorar  siem- 
pre que  su  discurso  fué  simplemente  un  atentado  parla- 
mentario sin  ejemplo  sino  en  la  Convención  francesa, 
cuando  se  mandaban  unos  á  otros  á  la  guillotina. 

Se  fué,  pues,  á  Europa,  sin  venia  ni  permiso  del  Senado, 
enviándole  solo  una  nota  insolente.  Sarmiento  nada  pidió 
contra  ese  desacato  y  queriéndosele  incorporar  á  la  Comi- 
sión que  debía  informar,  se  excusó  alegando  los  ataques 
de  que  había  sido  victima.  Un  amigo  suyo  y  partidario, 
halló  solución,  entre  la  dignidad  del  Senado  vejada  y 
el  insolente  tránsfuga.  Se  pidió  sobre  tablas  que  se  archi- 
vase sin  resolución  la  nota  y  asi  se  hizo  y  ahí  está  ad  per- 
petuara rei  memorian. 

Su  último  acto  público  ha  sido  repetir  textualmente  las 
palabras  de  la  reina  María  de  Escocia  á  su  servidumbre. 
— «Nunca  hubo  mujer  mas  amada  que  yo.» — El  doctor  dija 
á  sus  discípulos  lo  mismo,  sin  mas  diferencia  que  aquella 
los  decía  al  regalar  sus  joyas  para  subir  al  cadalso,  y  este 
para  recibir  una  pensión  como  médico,  terreno  en  que  no 
he  entrado  ni  aun  para  curarme  de  mi  falta  de  dolencias, 
pero  si  fuese  tan  acertado  con  sus  enfermos  como  lo  fué 
conmigo,  administrándome  aquel  brebaje  con  estricnina 
de  su  única  arenga  famosa  y  su  canto  del  cisne,  toda 
enfermo  está  seguro  en  sus  manos,  sino  hace  algún  des- 
arreglo como  yo  cuatro  é  seis  años  después,  y  cuando  los 
años  aconsejan  la  prudencia,  como  aquel  imberbe  aconse- 
jaba para  desarraigar  tiranos. 

Apliquemos  las  grandes  faces  histói'icas  á  las  pequeñas 
cosas  nuestras. 

Uno  se  siente  ser  algo  por  comparación  y  solo  así  se 
puede  vivir  en  este  mundo  estrecho,  en  este  país  secunda- 
rio, en  este  cuerpo  caduco. 

Cuando  murió  Alejandro,  sus  generales  se  repartieron  el 
imperio  del  mundo  asiático,  que  tan  vasto  era,  que  podía 
satisfacer  una  ambición  honrada  como  la  de  Parmenion, 
quien  como  dijera:  «si  yo  fuera  Alejandro,  haría  tal  cosa.» 
—  «eso  haría  yo,  le  contestaba  el  héroe  macedonio,  si  fuera 
Parmenion.» 

Después  de  caído  el  Darlo  argentino,  Rosas,  y  sin  haber 
muerto  el  Alejandro,  (perdone  el  lector  la  excesiva  modes- 
tia),  de  la  lucha  contra  la  tiranía,  se  repartieron,  Alberdi 


170  OBRAS    nR   SARMIENTO 

y  mas  tarde  otros,  las  provincias  del  imperio,  cual  Tolomeo 
se  apoderó  del  rico  Egipto  y  cual  Seleuco  de  otras  provin- 
cias. Pero  ha  llegado  el  momento  de  ajustar  cuentas,  y 
nos  vienen  trayendo  uno  en  pos  de  otro  estos  reos  de 
lesa-historia,  que  se  revisten  como  el  grajo  de  lo  ageno,  y 
ni  siquiera  saben  aprovechar  el  despojo,  pues  que,  con 
plumas  ó  sin  ellas,  andan  ya  viejos,  dándose  tumbos  en 
busca  como  Paturot  de  una  posición  social, 

Don  Tadeo  Rojo  (*)  saca  á  luz  al  doctor  Raw^son  que  se 
<íesahogó  tres  mortales  días  en  el  Senado,  para  acabar  de 
demoler  los  últimos  restos  de  lo  que  quedaba  de  buen 
nombre  á  un  su  compatriota,  lo  que  fué  contestado  sin 
revancha  y  hasta  donde  alcanza  el  derecho  de  propia  de- 
fensa y  las  reglas  parlamentarias. 

Ahora,  no  se  contentan  con  deprimir  á  otros,  sino  que 
van  hasta  sustituirlos  y  borrarlos  de  la  pizarra.    ¡Alto  ahí! 

El  articulista  nos  muestra  que  si  el  doctor  Rawson  tiene 
ojos,  es  para  contemplar  la  República  Argentina  y  si  los 
cuida  de  que  no  se  enceguezcan,  es  por  puro  amor  á  la 
patria.  El  exordio  hecho  á  una  carta,  es  una  pieza  digna 
del  maestro  de  Alejandro  el  Grande,  conquistador  del 
Oriente. 

«El  Dr.  D.  Guillermo  Rawson  es  uoa  de  nuestras  glorias,  como  Inteligencia  su- 
perior, como  liombre  de  ciencia  y  como  político  de  la  escuela  de  la  libertad,  real- 
zada por  una  conciencia  austera  y  un  carácter  elevado  que  antepone  el  interés 
público  al  ínteres  prirado. 

«  El  ha  retardado  lo  mas  posible  esta  operación,  á  fln  de  gastar  en  el  estudio  de 
la  ciencia,  las  últimas  vibraciones  de  la  luz  que  iluminan  su  retina  para  guardar 
sus  resplandores  en  el  fondo  de  su  alma,  en  previsión  de  que  pudiere  perder  la 
vista  para  siempre.» 

Todo  esto  se  traduce  al  castellano,  diciendo  que  espere 
que  maduren  las  cataratas,  para  hacerlas  abatir,  según 
lo  exigen  los  médicos. 

¡Qué  gana  de  bordar  idilios  en  la  tela  mas  prosaica, 
como  aquellos  paisanos  de  quienes  se  dice  que,  tal  es  su 
amor  al  juego,  que  echaran  una  primera  sobre  la  rodaja 
de  una  espuela  nazarena  ! 


(i)  La  Nación  publicó  la  laudatoria  á  que  alude  el  autor,  firmada  por  Don  Tadeo 
Rojo,  el  mismo  que  firma  el  documento  trascrito  de  la  Legislatura  de  San  Juan, 
declarando  traidor  á  Urquiza.    (A',  del  E.) 


MEMORIAS  171 

Tendrá  todas  las  dotes  que  deseen  darle  sus  amigos  al 
doctor  Rawson,  excepto  la  de  respetar  las  de  otros,  como 
en  aquel  volumen  que  esp)ectó  durante  tres  días  en  el 
Senado  y  que  constituye  el  crimen  mas  grande  y  el  abuso 
mas  escandaloso  que  en  un  Congreso  se  haya  hecho  de 
la  palabra,  sustituyendo  un  hombre,  un  concolega,  argu- 
mento y  discusión  ad-homiuem  como  tuvo  la  impavidez  de 
decirlo,  en   lugar  del  artículo   en  debate. 

Escriben  y  envían  á  La  Ndcton  una  novela  sobre  la  con- 
ducta del  doctor  Rawson  en  la  Legislatura  de  San  Juan, 
cuando  se  pedía  la  suma  del  poder  público  para  Rosas. 
De  que  fuera  muy  excelente  y  valerosa,  el  lector  habrá 
podido  juzgarlo  en  lo  que  hemos  escrito  de  la  historia  de 
aquellos  tiempos  con  los  documentos. 

x\ hora  se  trata  de  consagrar  el  doctor  Rawson  como  el 
Gran  Sacerdote  de  la  libertad. . .  Oh!  Sacerdos  magnus!  (i) 

REPRESIÓN  MILITAR  Y  REPRESALIAS  DE  GUERRA  í^) 

Acababa  de  sahr  el  país,  por  la  caída  y  expulsión  de  un 
tirano,  de  un  periodo  de  veinte  y  cinco  años  de  estado  de 
guerra,  caracterizado  por  su  síntesis:  ¡mueran  los  salvajes 
unitarios! 

Los  que  tal  nombre  llevaban,  eran  pues,  el  enemigo  pú- 
blico, lo  que  no  daba,  y  por  el  contrario  quitaba  el  motivo 
de  la  guerra  á  muerte,  tratando  á  los  prisioneros  como  si 
fueran  simples  amotinados  regidos  por  las  ordenanzas  mi- 
litares y  no  por  el  derecho  de  gente;  pues  el  propósito 
como  la  duración  y  persistencia  de  la  resistencia,  pone  la 
guerra  civil  bajo  las  mismas  leyes  que  la  guerra  al  extran- 


(1)  No  era  del  todo  injustificada  la  previsión  del  autor,  al  comparar  humorís- 
ticamente al  desmembramiento  de  las  conquistas  de  Alejandro,  el  trabajo  en  que 
suelen  empeñarse  los  fabricantes  de  grandes  hombres,  desvistiendo  á  un  santo 
para  engalanar  á  ctro.  A  la  muerte  del  Dr.  Rawson,  un  panegirista  en  la  prensa 
le  hacia  á  Rawson  todo  el  honor  de  la  creación  del  Parque  de  Palermo  y  un  Dr. 
Larrain  hablaba  en  su  tumba,  atribuyéndole  la  célebre  divisa  durante  la  confe- 
deración, de  «porteño  en  las  provincias,  y  provinciano  en  Buenos  Aires».  (N.  del  E.) 

(2)  Aunque  no  parezca  pertenecer  este  capítulo  al  orden  cronológico  en  que 
se  halla,  lo  hemos  adoptado  por  tratarse  principalmente  del  Dr.  Rawson  y  refe- 
rirse á  lo  anterior.    (N.  del  E.) 


172  OBKAS    liK  ^iAKMlUMTO 

jero,  siempre  que  aquella  sea  sostenida  por  gobiernos  regu- 
lares de  quien  emanen  las  comisiones  dadas  á  sus  generales 
y  tropas  para  usar  las  armas.  Este  carácter  tuvo  la  guerra 
de  la  Independencia. 

Rosas  tuvo  que  habérselas  siempre  con  gobiernos  revo- 
lucionarios, pero  regulares,  tales  como  los  que  procedían 
de  Corrientes  y  Entre  Ríos,  de  la  Liga  del  Norte,  de  la  plaza 
de  Montevideo,  etc.,  ni  mas  ni  menos  que  la  Confederación 
de  los  Estados  del  Sur  en  Norte  América,  contra  el  Go- 
bierno federal  y  Constitución  de  los  Estados  Unidos. 

No  podía  Rosas  sin  crimen  hacer  la  guerra  á  muerte  á 
sus  adversarios  de  veinte  años,  en  que  él  se  prolongó  en 
el  poder,  para  justificar  con  eso  solo  que  sus  adversarios 
tenían  razón,  pues  es  contrario  á  los  principios  republica- 
nos y  sin  ejemplo  en  la  historia,  salvo  en  Venecia  y  en 
el  Papado,  la  prolongación  ilimitada  en  el  ejercicio  del 
poder. 

La  opinión  vulgar,  reaccionando  contra  aquel  abuso,  y 
aun  volviendo  á  las  ideas  revolucionarias  que  provocaron  la 
tiranía  misma,  tendía  al  ejercicio  de  un  sistema  leniente, 
desaprobaba  todo  acto  de  severidad,  aun  á  costa  de  la  segu- 
ridad pública,  y  á  riesgo  de  las  vidas  de  los  jefes,  no  obs- 
tante que  por  cuerda  reservada,  como  se  diría  legalmente, 
pero  en  realidad  por  ejecuciones  clandestinas  á  pretexto 
de  resistencia,  los  jefes  militares  hacían  desaparecer  los 
cabecillas  de  montoneras  ó  salteadores  que  caían  en  sus 
manos. 

Al  terminar  la  guerra  de  secesión,  el  Presidente  Lincoln 
consultó  al  Dr.  Liebig,  sobre  cual  era  la  posición  de  las 
guerrillas  armadas  y  campeando  por  sus  respetos  en  las 
guerras,  al  arrimo  ó  contra  los  ejércitos  regulares;  y  aquel 
asesor  dictaminó  que  estaban  fuera  de  la  ley  de  la  guerra,, 
en  las  condiciones  de  los  piratas,  por  no  tener  una  comisión 
para  usar  armas  de  guerra.  Lincoln  mandó  á  los  Coman- 
dantes de  avanzadas  pasar  por  las  armas,  quince  días  des- 
pués del  decreto,  á  los  que  se  encontrasen  én  armas  contra 
el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  después  de  tomada 
Richmond,  capital  de  la  Confederación,  prófugo  el  titulado- 
Presidente,  y  rendidos  los  ejércitos  regulares. 

Pero  cuando  todos  los  hombres  públicos  se  habían  edu- 
cado en  la  resistencia  y  en  la  guerra  civil,  unieron  la  idea 


MEMORIAS  173 

'de  tiranía  y  guerra  de  exterminio  hecha  á  su  nombre,  como 
ideas  congénitas,  no  teniendo  ni  el  derecho  el  gobierno  á 
reprimir  militarmente  con  el  objeto  de  que  el  enemigo  se 
mantenga,  por  su  apremio  y  terror,  en  los  límites  que  el 
cruel  uso  de  la  guerra,  aun  la  civil,  impone  el  derecho  de 
•gentes. 

Lincoln  decretó  por  represalia  la  ejecución  de  dos  jefes, 
oficiales  ó  soldados,  por  cada  uno  que  fuese  ejecutado  por 
los  insurrectos  del  Sur,  aunque  felizmente  no  tuvo  aplica- 
ción; y  la  Alemania,  en  1870-71,  con  la  aprobación  de  la 
Europa  y  reconocimiento  del  Gobierno  de  la  Defensa,  pro- 
hibió por  ejecuciones  7'^peí«í?as,  la  introducción  de  guerrillas 
españolas  ó  nuestras,  con  el  nombre  de  franco-tiradores. 

De  las  vidas  se  pasaba  á  la  propiedad.  Ocurriendo  la 
formal  insurrección  de  un  General  de  Milicias  en  Entre 
Ríos,  después  de  asesinar  traidora  y  alevemente  al  Gobier- 
no de  la  Provincia,  el  Gobierno  Nacional  envió  tropas  para 
«vitar  que  se  apoderase  del  país  el  homicida,  ya  que  se 
había  hecho  nombrar  Gobernador  sobre  el  insepulto  cada- 
ver  de  su  víctima.  Una  dificultad  técnica  embarazó  las 
operacianes  militares  desde  el  principio,  prolongó  indefi- 
nidamente la  guerra,  y  costó  millones  de  fuertes  al  Tesoro. 
Los  Jefes  del  ejército,  apenas  desembarcados,  de  regreso 
del  Paraguay,  entendían  que  no  podían  proveerse  de  caba- 
llos entrerrianos  sin  previa  expropiación  y  pago  de  su 
valor.  Recibiendo  el  General  Conesa,  orden  dsl  Ministerio 
de  la  Guerra  de  proveérselos  por  recogidas,  como  era  la 
costumbre  del  Entre  Ríos  mismo,  contestó  que  no  haría  tal, 
por  nadie  ni  por  nada^  frase  con  que  creía  manifestar  que 
defendía  los  derechos  del  pueblo.  De  ahí  resultó,  y  eso 
duró  tres  años,  que  el  insurrecto  Jordán  disponía  de  cien 
mil  caballos,  que  poseía  aquella  Provincia,  sin  que  á  nadie 
le  ocurriese  resistirlo;  y  el  ejército  nacional  tenía  que  im- 
portarlos á  precio  de  oro,  transportarlos  en  escuadras,  y 
pagarlos  á  diez  y  ocho  fuertes  cada  uno.  Tanto  cuestan  los 
errores  populares  y  sobre  todo  la  falta  de  instrucción  y 
conocimiento  de  las  leyes  de  la  guerra,  de  parte  de  los  Jefes 
que  mandan  ejércitos. 

El  General  Sherman,  al  tomar  posesión  de  Atlanta,  de- 
claró por  una  proclama,  que  los  carros,  barracas,  caballos 
muías,  y  cuanto  le  era  necesario  para  hacer  la  guerra  al 


174  OBKAS   DU   8AKM1BNT0 

Gobierno  de  la  Confederación  del  Sur,  estaban  por  derecho 
de  represalias,  confiscados  en  servicio  del  gobierno,  pues 
no  podía  dejar  al  enemigo  ventaja  alguna  que  lo  pusiese, 
por  poseerla  exclusivamente,  en  mejores  condiciones  que 
el  ejército  nacional. 

Merced  á  aquellas  doctrinas  que  todos  profesaban,  fué 
preciso  acudir  al  Brasil,  á  Buenos  Aires  y  Santa  Fe  á  pro- 
veerse por  empresarios  de  caballadas,  resultando  que  al 
concluir  la  guerra,  el  país  sometido  se  quedaba  con  las 
caballadas  importadas,  sin  hacerse  pagar  de  Jordán  las 
que  él  empleaba  sin  restricción. 

Fué  el  Presidente  interpelado  en  el  Congreso  por  una 
combinación  de  conspiradores  (motin  Segovia),  sobre  la 
manera  de  proveerse  de  caballos,  para  probarle  que  los 
tomaba  sin  pagarlos.  Al  fin  las  prácticas  correctas  preva- 
lecieron y  la  batalla  de  «Don  Gonzalo»  se  dio  con  diez 
mil  caballos  mal  habidos,  por  el  Ministro  de  la  Guerra  Gene- 
ral Gainza,  establecido  en  el  Paraná  al  efecto. 

En  cuanto  á  represalias  sobre  la  vida,  el  proceso  judicial 
seguido  á  Jordán,  ha  dejado  comprobados  mas  de  ciento 
cincuenta  ejecuciones  á  cuchillo,  á  lanza,  á  fusil,  ordenadas 
por  aquel  Restaurador,  aveces  al  lado  de  su  tienda  de  cam- 
paña. More  majorum,  quería  establecer  simplemente  el  de- 
recho de  guerra  federal,  como  lo  practicaba  Rosas,  habiendo 
intimado  al  Gobierno  Nacional  que  pasaría  por  las  armas 
á  los  soldados  extranjeros. 

Aquellas  ideas  ó  preocupaciones  encontraron  un  órgano 
digno  de  su  causa  en  un  médico,  que  en  materias  de 
derecho  de  guerra  y  de  ordenanzas,  era  de  presumir  no 
fuese  muy  versado;  pero  lo  era,  en  dar  forma  á  todas 
esas  nociones  que  el  vulgo  acepta  y  forma  como  un  credo 
ó  confesión,  que  no  es  la  aceptada  por  la  Iglesia. 

Concluido  en  la  Verde  y  en  Santa  Rosa  el  motin  militar 
de  1874,  Se  introdujo  en  la  Cámara  un  proyecto  de  amnistía 
sancionado  sin  correcciones;  en  el  Senado  la  Comisión 
propuso  enmiendas  que  fueron  desechadas  por  la  mayoría, 
entrando  en  discusión  el  de  la  Cámara.  Toda  alusión  á 
las  enmiendas  estaba  vedada  por  las  reglas  parlamentarias, 
pues  el  primer  artículo  del  proyecto  en  discusión  en  parti- 
cular, no  daba  lugar  á  ello. 

Toma  la  palabra  el  doctor  don  Guillerno  Rawson,  médico 


MKMOhlAS  175 

de  profesión,  porque  esto  importa  mucho  en  q1  debate  sobre 
leyes  de  la  guerra,  y  ex-Ministro  del  General  vencido  en 
la  Verde,  y  simpatizador  del  movimiento  subversivo  de 
sus  amigos.  Toma  la  palabra  para  atacar  ad  hominem,  estas 
fueron  sus  palabras,  enderezando  contra  el  miembro  de 
la  Comisión  que  había  propuesto  las  enmiendas  ya  des- 
echadas. 

Era  el  caso,  que  no  hallándose  bien  en  el  Senado,  por 
no  imperar  sus  partidarios,  no  había,  desde  la  apertura  del 
Congreso  hasta  entonces,  asistido  á  sus  sesiones;  pero 
tratándose  de  las  enmiendas  propuestas,  dijo  al  Ingeniero 
Moneta  que  iba  á  concurrir  esta  vez  á  la  Cámara,  «para 
hacer  oír  á  Sarmiento  lo  que  no  había  oído  en  su  vida»> 
y  en  efecto,  no  obstante  haber  oído  muchas  cosas  en  su 
vida,  oyó  esta  vez  durante  tres  días  consecutivos,  lo  que 
no  ha  oído  Congreso  ni  Asamblea  alguna  en  la  tierra, 
si  no  es  en  los  días  en  que  la  Convención  mandaba  á  la 
guillotina  á  la  minoría.  Hasta  las  precauciones  reglamen- 
tarias para  el  uso  de  la  palabra,  concurren  á  estorbar  que 
el  orador  se  encare  y  dirija  contra  un  Diputado  adversario, 
ad  hominem,  porque  adversarios  son  los  diversos  partidos 
y  sus  leaders.  Aun  en  los  Congresos  de  las  sachems  se  hace 
circular  la  pipa  (sacra)  de  boca  en  boca,  para  establecer 
la  hermandad  que  debe  reinar  en  el  debate  que  van  á 
abrir  los  oradores  de  la  tribu.  Los  reglamentos  prohiben 
nombrar  las  personas  por  sus  nombres,  á  fin  de  atenuar 
la  personalidad  del  cargo;  dirigir  la  palabra  al  Presidente; 
no  interrumpir  al  orador,  ni  salir  de  la  cuestión  que  era 
entonces  el  art.  1°  del  proyecto  de  la  Cámara;  no  repro- 
ducir por  reproche  la  opinión  anterior  de  un  Diputado,  etc. 

Esta  vez  todo  era  inaplicable  ad  hominem^  porque  solo  se 
trataba  del  proyecto  original.  La  victima  de  tan  insólita 
como  injustiíicada  violación  de  toda  regla  del  debate,  lo 
hizo  asi  presente;  pero  la  Cámara  y  el  Presidente,  por 
pasión  los  unos,  por  curiosidad  los  otros  y  por  malas 
prácticas  parlamentarias  muchos,  sostuvieron  al  orador, 
quien  continuó  desenvolviendo  su  tesis,  que  era  simple- 
mente una  vivisección  practicada  en  el  anfiteatro,  en  forma 
de  acusación:  1°,  contra  la  política  y  actos  criminales  de 
un  Presidente  durante  seis  años  de  gobierno,  acusación 
que  solo  puede  hacer  la  Cámara  con  dos  tercios  de  votos; 


176  OBRAS   DE   SARMIENTO 

2°,  acusación  contra  el  Comandante  General  de  armas  en 
la  manera  de  hacer  la  guerra;  3'^,  acusación  contra  un 
ministro  plenipotenciario,  por  un  consejo,  «inconstitucional» 
que  deba  á  su  gobierno  fuera  de  sus  funciones  oficiales; 
4°,  acusación-  contra  el  Gobernador  de  la  Provincia  de  San 
Juan,  por  sus  actos  de  gobierno;  5°,  por  fin,  acusación 
contra  el  literato  historiador  de  la  campaña  del  Ejército 
Grande,  por  haber  caracterizado  un  acto  de  simple  irregu- 
laridad, siendo  un  homicidio  ó  un  asesinato. 

Todo  esto  y  mas  contenía  aquella  famosa  oración  pro- 
nunciada con  afluencia  durante  tres  días  consecutivos,  en 
medio  del  silencio  universal,  y  con  la  aprobación  ruidosa 
de  una  numerosa  barra.  Si  alguna  vez  se  publica  en  tomo 
separado  este  discurso,  formará  el  único  libro  que  haya 
dejado  á  la  posteridad  el  doctor  Rawson,  como  prueba  da 
que  fué  Ministro,  Senador,  y  hombre  de  Estado,  á  mas 
de  médico. 

Al  cuarto  día  fué  necesario  desvanecer  aquel  cúmulo  de 
imputaciones  que  probaban  demasiado,  puesto  que  abra- 
zaban por  lo  menos  cien  actos  criminales  de  persona  que 
justificaba  el  mayor  de  todos  los  cargos  ante  hábitos  y 
preocupaciones,  que  es  el  saber  por  lo  menos  io  que  hace 
y  dice. 

Probólo,  tomando  aquel  ovillo  por  la  cabeza  del  hilo, 
que  es  de  lo  único  que  me  ocuparé  por  corresponder  al 
asunto  de   este  capitulo. 

Para  probar  que,  pidiendo  la  Comisión  del  Senado  en 
las  enmiendas  desechadas  y  que  no  estaban  por  tanto  en 
discusión,  amnistiar  también  á  los  empleados  del  Gobierno 
Nacional  que  hubiesen  cometido  actos  irregulares,  citó  el 
médico  la  misma  frase  en  (a  Campaña  del  Ejército  Grande  y»^ 
aplicada  á  la  ejecución  del  Coronel  Santa  Coloma,  después 
de  la  batalla  de  Caseros,  ordenada  por  el  General  Urquiza 
vencedor.  De  donde  deducía  la  consecuencia  lógica,  de 
que,  si  solo  llamaba  acto  irregular  á  una  muerte  ó  asesinato 
en  una  historia,  debía  entenderse  que  por  actos  irregulares 
de  los  funcionarios  del  gobierno,  debía  sobreentenderse 
también  asesinatos,  ¿en  el  proyecto  de  la  Comisión  del 
Senado?  No;  de  Sarmiento,  por  ser  considerado  presunto 
redactor  del  proyecto,  suprimiendo  como  elementos  pasivos 
á  los  otros  miembros,  para  mejor  hacer  ad  hommeni  el  argu- 


MEMORIAS 


177 


Tnento;  porque  todo  esto  entra  en  la  dialéctica  de  estos 
orgullosos  razonadores  poco  familiarizados  con  el  lenguaje 
técnico. 

La  moral  de  aquella  homilía  inquisitorial,  era  indicar 
que  acaso  el  motín  del  General  Rivas  tuvo  por  objeto 
protestar  contra  aquellos  atentados  del  Presidente  Sar- 
miento. Pero  se  leyó  en  pleno  Senado  la  carta  autógrafa 
de  Rivas,  deplorando  haber  sido  arrastrado  á  hacer  su 
pronunciamiento,  durante  aquella  presidencia,  pues  nada 
tenía  que  objetar  contra  ella,  con  lo  que  quedaba  inútil 
aquella  torre  de  Babel  inventada  para  salvar  á  sus  amigos 
■de  la  reprobación,  (i) 

Como  todos  los  demás  cargos  eran  ejusdem  fnrince,  excepto 
la  muerte  del  Chacho,  que  la  réplica  probó  con  instruc- 
ciones y  documentos  en  la  mano,  que  había  sido  autorizada 
por  el  Presidente,  de  que  era  Ministro  Rawson,  y  ejecuta- 
da por  jefes  del  ejército  que  no  estaban  á  órdenes  del  Go- 
bernador de  San  Jaan,  me  limitaré  al  cargo  de  irregularidad 
en  que  el  acusado  sostuvo  la  propiedad  de  la  frase  usada 
en  ambos  casos. 


(1)    He  aquí  el  texto  de  la  carta  citada: 

Octubre  3  de  1874. 
Señor  Gobernador  de  Buenos  Aires. 

Contesto  á  su  apreciada  del  28  del  pasado.  Con  el  hecho  que  me  dice  ha  consu- 
mado Arredondo  con  Ivanowski,  ningún  género  de  participación  me  afecta,  lejos 
de  eso  lo  lamento  porque  fué  un  compañero  mío.  El  movimiento  revolucionario 
que  se  ha  operado  nunca  tuvo  la  detestable  tendencia,  de  derrocar  el  Gobierno  de 
Sarmiento,  por  cuanto  es  este  un  Gobierno  legal,  al  cual  he  acatado  en  todo  su 
periodo;  pero  fatalmente  ese  movimiento  ha  tenido  que  anticiparse,  por  incidente 
que  Vd.  conoce;  pero  su  objeto  y  su  fin  será  contra  el  gobierno  de  hecho  de 
Avellaneda  impuesto  por  la  violencia  y  el  fraude.  Este  movimiento  es,  estimado 
Doctor,  el  fruto  de  la  aceptación  de  los  Diputados  al  Congreso;  esa  aceptación 
que  no  podrá  menos  que  condenarla  por  el  modo  inicuo  con  que  fué  hecha.  En 
el  paso  que  doy  estoy  tranquilo.... 

Solo  un  punto  me  queda  que  lamentar,  él  es.  que  el  movimiento  se  haya  pro- 
Jucido  antes  de  bajar  el  Presidente  Sarmiento,  por  quien  tengo  particular  aprecio, 
i  Pero  que  hacer?  Los  sucesos  nos  han  llevado  á  esa  extremidad  y  estoy  dispuesto 
a  caer  con  mis  compañeros.  Mitre,  Borges,  Arredondo  y  tantos  otros.  Crea  Vd. 
que  lamento  esto,  pero  marcharemos  adelante. 

I.   ElVAS. 

Tomo  xux.—  12 


178  OBKAS   DE  SARMIENTO 

En  el  caso  de  Santa  Coloma,  el  General  Urquiza  había 
hecho  uso  de  un  derecho  de  la  guerra,  y  era  la  represalia. 
La  que  Rosas  había  hecho  á  sus  opositores  durante  veinte 
años,  había  sido  á  muerte^  sin  abatir  su  rigor  en  ningún 
tiempo,  ni  aun   con  emisarios  ó  parlamentarios. 

En  el  sitio  de  Montevideo  había  continuado  el  mismo 
sistema,  con  lo  que  por  represalia,  los  que  lo  combatían 
podían  y  debían  usar  del  mismo  sistema,  so  pena  de  dejar 
de  un  lado  todos  los  terrores  de  la  violencia  y  del  otro 
todos  los  pavores  de  caer  bajo  la  cuchilla  del  degollador, 
ya  que  hubiese  salvado  de  las  balas  ó  el  sable  en  el  com- 
bate. Cité  al  efecto  el  caso  en  que  el  General  Paz  en 
Montevideo  hizo  ejecutar  por  represalias  á  un  soldado  de 
Rosas,  tomando  para  ello  un  herido,  que  se  le  creía  de 
muerte,  á  fin  de  atenuar  el  rigor  de  la  ley.  Cité  el  casa 
del  General  Washington  que  resistió  á  todas  las  súplicas 
porque  atenuase  la  ley  militar  que  condena  á  morir  ahor- 
cado al  espía,  aplicándola  al  Mayor  Andre,  hombre  dis- 
tinguidísimo, á  quien  ejecutó  en  esa  forma,  por  ser 
tales  terrores  medio  de  preservación   de  los  ejércitos. 

Lo  mas  notable  era,  que  el  presunto  simpatizador  con 
el  asesinato,  el  que  lo  había  llamado  simplemente  irregu- 
lar^ se  separó  del  perpetrador,  volviéndose  al  destierro 
antes  que  participar  de  su  política  Y  el  Senador  puri- 
tano que  hoy  execraba  tal  crimen,  después  de  vivir  en 
santa  paz  con  Benavides,  después  de  haber  votado  las  ex- 
traordinarias para  Rosas,  había  venido  al  Congreso  del 
Paraná  y  sido  electo  Vice  Presidente,  tan  del  agrado  era 
de  la  mayoría  que  apoyaba  la  política  de  Urquiza.  Bueno 
habría  sido  recordárselo  en  el  debate;  pero  era  exclusivo 
derecho  del  antagonista  Rawson  el  hacer  discursos  ad  homi- 
nem,  que  en  lengua  de  retórica  pueden  llamarse  diatribas. 
y  en  el  Parlamento  están  prohibidas,  pues  á  mas  de  irre- 
gulares, son  un  peligro  de  la  paz.  Ya  han  ocurrido  ho- 
micidios en  las  Cámaras  de  los  Estados  Unidos  por  haber 
tales  desmanes. 

No  sería  de  asegurar  que  la  mayoría  del  Senado  aceptó 
estas  sutilezas  que  distinguen  el  homicidio  del  asesinato, 
de  la  represalia,  siendo  esto  un  derecho  y  la  pena  del  tallón 
en  la  guerra. 

Pocos  días  después,  uno  que   se  decía  hijo  político  del 


MEMORIAS  179 

General  Paz,  dirigió  una  carta  al  General  Sarmiento,  con- 
siderándose agraviado,  por  la  vía  política,  de  que  hubiese 
en  el  Senado  asegurado  calumniosamente  que  el  General 
Paz  hubiese  ordenado  tal  ejecución,  á  lo  que  se  contestó 
que  su  carta  se  remitía  original  a!  Presidente  del  Senado, 
siendo  este  cuerpo  el  único  tribunal,  persona  ó  autoridad 
ante  quien  respondería  de  aserciones  hechas  en  el  Senado. 

Este  hecho  y  los  que  sucedieron,  mostraron  el  estado  de 
la  opinión  entonces,  la  ignorancia  general  sobre  los  usos 
de  la  guerra,  y  de  como  el  Senador  Rawson,  era  la  fiel 
expresión  de  todas  aquellas  ignorancias. 

El  susodicho  hijo  político,  no  obteniendo  la  retractación 
que  solicitaba  de  un  Senador,  como  lo  solicitó  el  hijo  de 
Saá  después  á  otro  Senador,  levantó  una  información  su- 
maria, por  medio  de  cartas,  para  que  oficiales  que  habían 
estado  en  el  sitio  de  Montevideo,  declarasen  al  tenor  de 
las  preguntas,  si  habían  oído  decir  que  el  General  Paz 
hubiese  mandado  ejecutar  á  un  prisionero  de  guerra,  del 
ejército  sitiador,  por  causa  de  represalia.  Y  como  medida 
de  la  moralidad  política  de  los  partidos,  ó  de  la  preocu- 
pación que  les  hacía  tomar  por  cargo  contra  el  General 
Paz,  el  haber  usado  de  la  represalia  en  guerra  á  muerte 
del  enemigo,  habiendo  un  día  la  descubierto  encontrádose 
con  treinta  cabezas  de  franceses  alineadas  en  la  calle, 
])ara  obstruirles  el  paso; — todos,  alféreces,  capitanes,  mayo- 
res, políticos,  etc.,  todos  á  una  fueron  declarando,  siendo 
varios  ya  generales,  que  jamás  llegó  á  sus  oídos  tal  historia 
de  fusilado. 

Depuso  un  Coronel  ético,  depuso  un  General,  y  otro, 
y  otro,  y  cien  testigos  fidedignos;  y  nadie  había  oído  de 
tal  ejecución,  por  represalia,  ú  oído  poco,  así  rumores, 
etc.,  etc. 

Estaba,  pues  probada  la  calumnia;  pero  como  tiene  este 
calumniador — óiganlo  Oroño  y  Quintana — la  vida  de  los 
gatos,  era  preciso  darle  el  golpe  de  gracia  con  el  miséri- 
corde  del  historiador.  Habla  éste;  refiere  el  hecho: — «el 
sol  brillaba,  dijo,  en  todo  su  esplendor;  las  avecillas  can- 
taban— (no  había  aves  en  Montevideo  en  diez  leguas  á  la 
redonda,  con  el  cañoneo  y  el  hambre  del  sitio) — Hubo, 
es  verdad,  un  indignation  meeting  provocado  por  las  atroci- 
dades de  Rosas  y  el  «pueblo»  en  asamblea  decretó  en  teoría 


180  OBRA.S   DE   SARMIENTO 

la  represalia.  Pero  el  caso  citado  en  el  Senado  ocurrió 
en  la  vanguardia  y  el  General  Paz  no  tuvo  parte  en  su 
ejecución!»     Magister  dixit  y  San  se  acaból 

Vínole  al  calumniador  el  recuerdo  de  un  godo,  Calero, 
que  calentaba  un  horno  con  fagina  verde,  que  no  hacia 
llama,  sino  humo.  Cansado  de  luchar  y  sacado  de  goz- 
nes, se  quitó  el  sombrero,  y  poniéndolo  ante  sí,  boca  arri- 
ba, dijo: — «Entre  aquí  la  virgen  Purísima,  entre  San  Pedro 
y  San  Pablo,  entre  toda  la  Corte  Celestial,  entre  Jesu- 
cristo en  persona. .  .ya  están  todos,  dijo  removiéndolos. . . 
pues  al  horno  todos  ellos,  con   sombrero  y  todo! 

No  dice  la  historia  si  con  aquel  refuerzo  se  incendiase 
la  fagina.  Pero  el  Senador  calumniador  de  Paz,  amigo 
suyo,  y  no  de  ninguno  de  sus  acusadores,  que  no  eran 
cosa  entonces;  cuando  ya  hubieron  caído  en  el  sombrero 
todos  los  deponentes  en  contrario,  publicó  la  orden  de 
ejecución  del  reo,  dada  por  el  General  Paz,  y  ejecutada 
por  el  oficial  del  piquete,  que  estaba  en  Buenos  Aires, 
y  era  el  honorable  General  don  José  M.  Bustillo. 

El  silencio  se  hizo  de  ambos  lados,  sin  que  se  sepa  si  el 
hijo  político  se  ha  persuadido  hasta  ahora  que  su  padre 
era  como  Washington,  como  Lincoln,  como  Bolívar,  capaz 
de  aplicar  las  leyes  de  la  guerra  á  los  casos  prescriptos  ó 
admitidos  por  el  derecho  de  gentes. 

Necesito  ahora  remontar  á  tiempos  mas  remotos  todavía 
que  las  declaraciones  de  Liebig,  Calvo,  Lincoln  y  la  Ale- 
mania en  1870,  por  no  ocurridos  todavía  sobre  represalia, 
para  conjeturar  que  el  General  Paz  obraba  con  concien- 
cia de  lo  que  hacía  en  el  caso  aludido. 

De  paso  para  Europa  en  1847  en  Montevideo,  al  despe- 
dirme después  de  larga  conversación  con  don  Valentín 
Alsina,  entonces  redactor  del  Comercio  del  Plata,  de  parado 
y  ya  en  la  puerta  de  calle,  me  comunicó  que  el  doctor... 

había   presentado    al  venir    de   Bolivia,  al  General 

Paz,  una  memoria  sobre  el  derecho  de  represalia,  conju- 
rando al  General  á  ponerla  en  ejercicio,  para  contener  la 
atrocidad  de  la  guerra  que  Rosas  hacia  y  la  matanza  de 
patriotas  y  de  militares  de  la  Independencia,  pues  tales 
rataliacíones  tenían  por  objeto  defender  las  vidas  de  sus 
propios  soldados  y  evitar  que  el  temor  de  una  muerte  cierta 
los  amilanase. 


MKMORIAS  181 

A  medida  que  el  doctor  Alsina  se  extendía  y  deleitaba 
en  seguir  la  argumentación  de  la  Memoria,  sentía  el  que 
le  escuchaba  venirle  también  el  recuerdo  de  haber  tenido 
esas  mismas  ideas,  expresádolas  en  una  Memoria  dirigida 
al  General  Paz  y  enviada  desde  Chile,  por  conducto  del 
mismo  doctor 

Muy  maravillado  quedó  el  narrador  cuando  supo  aque- 
lla circunstancia,  asombrado  de  aquella  sustitución  de 
nombres,  pero  tan  de  acuerdo  con  las  observaciones  he- 
chas, que  declaró  la  Memoria  un  trabajo  perfecto. 

El  General  Gainza  que  fué  ayudante  del  General  Paz  en 
Entre  Ríos,  ha  asegurado  muchos  años  después,  haberle 
dicho  el  General  Garzón  á  quien  hizo  prisionero  en  la  bata- 
lla de que  el  General  Paz  había  pasado  una  nota 

á  Rosas,  conminándolo  á  regularizar  la  guerra,  so  pena 
de  declarar  la  represalia,  grado  por  grado,  según  las  leyes 
lo  permitían.  Es  probable  que  Rosas  se  guardase  muy 
bien  de  darle  publicidad,  por  lo  concluyente  de  los  cargos 
y  lo  claro  del  derecho,  y  que  el  General  Paz  no  lo  hiciese 
sin  recibir  contestación,  pues  que  publicar  de  su  parte  la 
declaración,  era  poner  en  práctica  la  represalia. 

Que  alguna  malicia  debió  haber  de  parte  del  doctor  aquel 
en  la  sustitución  de  nombre,  lo  deduzco  de  que  habiéndo- 
nos encontrado  después  en  Buenos  Aires  y  residido  durante 
su  vida,  pues  ya  murió  en  esta  ciudad,  empleados  del 
mismo  gobierno,  nunca  me  saludó  ni  en  la  calle,  afectando 
no  haberme  conocido.  Tenia  en  medio  de  su  seriedad  sus 
puntos  de  taimado  y  de  gracejo.  Suya  es  la  frase  caracte- 
rizando al  Departamento  Topográfico,  en  un  escrito  en 
que  obraba  como  Asesor  de  gobierno:  «este  Departamento 
que  tiene  tanto  de  Topo  y  tan  poco  de  gráfico. . .» 

Lo  ocurrido  conmigo  es  tan  curioso,  que  merece  la  pena 
referirlo. 

Un  día  se  me  anunció  que  un  señor  doctor  deseaba 
tener  una  conferencia  conmigo,  aguardándome  en  el  Hotel 
Ingles,  donde  estaba  hospedado.  Yo  era  por  entonces  el 
encargado  de  entretener  las  relaciones  con  los  emigrados 
de  toda  América,  y  á  mi  se  dirigía  el  embajador,  porque  por 
tal  se  daba. 

Preguntando  quien  era,  al  mismo  emisario  portador  de 
la  credencial,  dijo  que  era  un  personaje  misterioso,  que  se 


183  OBRAS    Olí   SARMIENTO 

tenía  á  puerta  entornada,  apenas  dejando  entrar  una  ráfa- 
ga de  luz.  Apresúreme  á  descifrar  el  enigma  y  me  encon- 
tré con  un  hombre  entrado  en  edad,  muy  ceremonioso, 
hablando  en  voz  baja  y  prodigando  saludos.  Padecía  de 
no  se  qué  filtración  eterna  en  una  oreja  que  le  hacía 
estarla  refrescando  con  agua  fría.  Echando  una  mirada 
furtiva  sobre  la  mesa,  vi  un  gran  libro  abierto  manuscrito 
de  excelente  letra,  que  debí  creer  una  obra  que  estaba 
escribiendo. 

Informóme  del  asunto  de  su  comisión.  Venía  en  nom- 
bre de  los  emigrados  en  Bolivia  y  los  había  proeminentes, 
á  pedir  órdenes  á  los  emigrados  en  Chile,  pues  debiendo 
ir  por  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  vía  Gran  Chaco,  á  Corrientes» 
llevando  notas  del  General  Rojo,  convenía  aprovechar  la 
ocasión  de  ponerse  los  que  estaban  en  Chile  en  contacto 
y  comunicación  con  el  General  Paz,  y  siendo  yo  el  mas 
conspicuo  de  estos,  sería  de  desear  que  yo  indicase  al  Gene- 
ral lo  que  juzgase  oportuno  para  la  prosecusion  de  la 
guerra. 

Requirió  la  mayor  reserva  y  continuó  hablando  en  voz 
baja,  como  si  estuviésemos  conspirando  contra  el  gobierno 
de  Chile.  Era  preciso  regresar  á  la  brevedad  posible,  pro- 
veímoslo  de  fondos,  Frías,  yo  y  algunos  otros,  y  yo  puse 
mano  á  una  Memoria  sobre  Represalia,  que  debía  conducir 
el  portador,  á  fin  de  que  no  quedase  estéril  su  ocurrencia 
de  venir  á  Chile. 

Esta  es  la  Memoria  de  que  me  habló  con  tanto  enco- 
mio D.  Valentín  Alsina  que  la  había  leído,  supongo  que 
comunicada* por  el  General  Paz,  y  atribuida  al  portador. 

Con  este  antecedente,  comprenderase  con  cuanta  pro- 
piedad había  usado  en  «Campaña  del  Ejercite  Grande»,  el 
epíteto  de  irregular  aplicado  á  la  ejecución  del  Coronel 
Santa  Coloma,  irregular  solo  por  las  prácticas  conocidas 
del  degüello,  en  lugar  de  la  muerte  del  soldado  á  bala. 
Había  ademas  la  circunstancia  de  ser  la  elección  de  la 
víctima  espiatoria,  hecha  por  recomendación  al  General  en 
presencia  de  muchos  Jefes,  yo  presente,  del  Dr.  Seguí,  ea 
desagravio  de  una  sedición. 

Tan  convencidos  estaban  los  oficiales  y  jefes  de  Rosas  de 
que  serían  degollados  á  su  vez,  como  ellos  lo  practicaban, 
que  en  el  campo  de  batalla,  sesenta  ó  mas  oficiales  pri- 


MEMORIAS  183 

sioneros,  viendo  á  un  Jefe  de  uniforme  á  la  europea,  me 
dirigían  súplicas  con  lágjjimas  en  los  ojos,  pidiéndome  los 
salvase  de  la  muerte  á  que  se  creían  destinados. 

EN  EL  LITIS  PENDENCIA 

(La  Tribuna,  30  de  Julio  de  i873.) 

Sobre  hechos  históricos,  seguido  por  el  mozo  Rebollo,  en  represen- 
tación de  los  hi^rederos  de  la  testamentaria  del  General  D.  José 
María  Paz,  contra  el  Senador  D.  F.  Sarmiento  en  el  desempeño  de 
sus  funciones. 

Vistos  y  considerando: 

1°  que  el  mozo  Rabollo  actor  en  esta  causa,  ha  alegado 
no  haber  tenido  conocimiento  del  hecho  de  haber  sido  eje- 
cutado en  represalia,  un  teniente  tomado  prisionero  y  ha- 
llándose herido  en  ei  sitio  de  Montevideo,  por  los  años  mil 
ochocientos  cuarenta  y  uno  ó  cuarenta  y  dos,  y  no  contando 
en  autos  la  edad  del  querellante;  pero  siendo  público  y 
notorio  que  el  General  Paz  se  casó  en  su  prisión  de  Lujan 
no  antes  de  1832,  resulta  que  la  esposa  de  dicho  querellan- 
te Rebollo,  no  debía  tener  diez  años  cuando  tales  hechos 
históricos  sucedieron,  y  no  ser  esa  vía  la  mejor  para  adqui- 
rir nociones  históricas,  aunque  en  francés  se  llama  vulgar- 
mente des  histoires, 

2°  que  si  bien  el  testigo  capitán  Francisco  Pico  citado 
por  el  querellante,  citado  á  fojas...  dice  que  jamas  ha 
visto  ni  oido  decir  el  caso  del  fusilamiento  que  ha  citado 
el  señor  Senador  Sarmiento,  añadiendo  que  no  hallándosa 
el  dicho  Sarmiento  en  el  sitio  de  Montevideo,  ha  sido  en- 
gañado miserablemente,  este  aserto  es  contradicho  por  dos 
testigos  hábiles  que  no  solo  conocen  el  hecho,  sino  que 
dan  el  nombre  del  fusilado  Teni-^nte  García,  á  saber  el  tes- 
tigo Vedia,  alférez  durante  el  sitio  de  Montevideo  que  ase- 
gura: aqne  habiendo  caído  prisionero  en  el  Cerro  un  teniente  que 
se  cree  de  apellido  García  el  que  fué  ejectitado.yty  á  fojas  vuelta, 
«que  su  roh  (el  del  General  Paz,)  ase  limitó  al  de.  un  General  que 
da  cumplimiento  á  una  ley  del  Gobierno,  á  cuyas  órdenes  sirve,»  y 
el  testigo  Escola,  soldado  de  la  Legión  Argentina  que  de- 
clara que  «cayó  prisionero  en  el  centro  de  nuestra  linca,  un  te- 
mente  García,  el  que  fué  conducido  de  ese  lugar,  en  una  camilla  al 


184  ObUAS    UIG   iJAKMlKNTÜ 

hospital  de  sangre  etc.»  Testimonios  contestes  ambos,  que 
muestran  que  hubo  un  prisionero  herido,  una  camilla  y 
una  ejecución,  que  son  el  cuerpo  del  delito  imputado  á 
dicho  Senador,  con  lo  que  queda  demostrado  que  el  testigo 
capitán  Pico  ha  perdido  miserablemente  la  memoria,  corro- 
borando por  el  contrario  el  aserto  de  dicho  Senador,  la 
declaración  del  testigo  alférez  Vedia,  que  dice  á  fojas... 
«que  esto  fué  la  única  aplicación  de  dicha  ley  por  el  gobierno  oriental 
en  todo  el  memorable  y  largo  sitio,»  circunstancia  que  no  con- 
tradice en  lo  principal  el  hecho; — 

3°  que  los  testigos  Vedia  y  Escola  atribuyen  la  ejecución 
del  Teniente  Garcia  «a  una  ley  declarando  traidores,  no  está 
seguro  el  último  si  á  los  orientales  ó  á  los  oficiales  de  linea  de 
aquella  nación»^  ley  que  no  se  cita  como  era  del  caso,  pues 
corre  impresa,  y  el  primero  asegura  que  «.jamas  el  General 
ejecutó  prisioneros  por  causas  políticas»  ;  y  constando  de  la  his- 
toria que  el  Geiieral  Oribe  había  sido  depuesto  de  la 
presidencia  por  una  revolución,  y  reclamaba  indebida  coma 
ineficazmente  con  las  armas  de  un  aliado,  la  sumisión 
de  los  que  reputaba  rebeldes,  de  donde  resulta  que  tanto 
él,  como  los  que  defendían  la  plaza,  se  tildaban  de  traidores 
y  era  aquella  contienda,  una  contienda  por  causas  políticas 
entre  orientales,  teniendo  de  ambos  lados  por  aliados  argen- 
tinos en  guerra  por  cuestiones  políticas,  no  es  pertinente 
la  excepción;  pues  el  acusado  Senador  no  atribuyó  el  acto 
para  incriminarlo,  ni  por  ser  ejecutado  en  cuestiones  poli- 
ticas,  sino  en  uso  legítimo  de  la  represalia  de  guerra,  que 
es  permitida  y  autorizada  por  la  ley  de  las  naciones  que 
es  la  ley  de  la  guerra;  y  que  es  humano  y  consultando 
los  fines  de  la  civilización,  contener  el  desafuero  de  un 
enemigo  bárbaro,  á  íin  de  que  no  perezcan  millares  dfr 
beligerantes  que  hacen  leal  y  regular  guerra,  y  aplicar 
por  represalia  al  trasgresor  su  mismo  sistema  á  fin  de 
contenerlo. 

4°  que  de  la  misma  declaración  del  testigo  Escola,  á 
estar  á  su  aserto  que  es  singular,  resultaría  que  él,  mas 
bien  que  el  General  Paz,  ignoraba  las  leyes  de  la  guerra, 
pues  le  hace  decir:  «.que  aun  cuando  continúen  con  el  sistema 
bárbaro  de  minas  que  han  adoptado^  (los  enemigos)  los  hemos  d& 
vencer^  etc.,  puesto  que  por  las  leyes  de  la  guerra  civili- 
zada es  licito    poner    minas    para  hacer   volar   muros  6 


MEMORIAS  J  85 

fortalezas  sitiadas,  á  fin  de  abrir  brecha  ó  tomarlas;  pero 
que  es  prohibido  por  dichas  leyes  poner  minas  en  casas 
particulares  ú  otros  sitios  con  el  ánimo  doloso  de  destruir 
tropas  enemigas  que  pasen  sin  estar  prevenidas  de  tal 
celada,  pudiendo  y  debiendo  pasar  á  filo  de  espada  ai 
enemigo  desleal  que  tal  trasgresion  de  las  leyes  licitas 
de  la  guerra  cometiere. 

5°  que  siendo  extraño  y  peregrino  el  caso  de  la  aplica- 
ción de  una  ley  á  un  solo  traidor,  el  Teniente  García,  sin 
derogarla,  lo  que  no  se  explica;  mientras  que  siendo  efecto 
de  la  ley  de  las  naciones  sobre  represalia  de  guerra;  la 
singularidad  del  caso  se  explicaría,  pues  á  la  prudencia 
del  General  queda  medir  el  uso  y  aplicación  de  su  derecho 
á  las  circunstancias  del  caso,  ó  á  la  conveniencia  pública 
que  debe  ser  su  norte. 

6°  que  estaba  el  General  Paz  al  mando  de  fuerza  beli- 
gerante en  ciudad  capital,  residencia  del  Gobierno,  y  no 
así  cuando  el  General  se  hallase  en  campaña,  en  su  terri- 
torio ó  en  el  ageno,  pues  entonces  obra  por  sí,  en  defensa 
y  conservación  de  la  vida  de  sus  soldados  y  respecto  á  las 
prácticas  y  usos  de  la  guerra  lícita, 

70  Que  en  la  declaración  del  Capitán  Pico  se  habla  de 
unos  principios  de  guerra  regular  que  profesaba  el  General 
Paz,  y  según  el  otro  testigo  Vedia,  n  cuánto  repugnaba  á  sus^ 
principios,  verse  obligado  á  aplicar  la  pena  de  mnerte,  en  los  casos 
de  la  ordenanza  militar»,  cuando  un  derecho  no  puede  acep- 
tarse, que  hayan  unos  principios  de  la  propiedad  de  nadie, 
pues  los  principios  pertenecen  á  la  humanidad  y  son 
el  fundamento  de  las  leyes,  y  ellas  mandan  y  obligan  so 
pena  de  destitución  á  los  generales  cumplir  estrictamente 
las  leyes  militares,  salvaguardia  de  la  seguridad  pública 
y  garantía  de  la  subordinación,  disciplina  y  honor  de  los 
ejércitos;  y  si  bien  la  historia  hará  honor  al  carácter 
humano  del  General  Paz,  el  derecho  no  será  tan  compla- 
ciente si,  de  sustituir  las  bellas  prendas  de  su  alma,  á  las 
duras  prescripciones  de  la  ley,  resultase  que  murieron 
degollados  millares  de  nuestros  prisioneros  á  manos  de 
un  enemigo  cruel  y  bárbaro,  por  no  usar  de  su  derecho 
legitimo  de  probar  á  contener  su  sevicia  con  el  licito  uso 
de  la  represalia  de  la  guerra.  Así  el  General  Washington 
resistió  á  toda  infiuencia,  á  todos  los  ruegos,  aun  los  dei 


186  OBRAS    1)K   SARMIENTO 

mismo  Mayor  Andre,  en  hacerlo  sufrir  la  pena  de  la  horca, 
como  espia,  por  no  quebrantar  la  ley  de  la  guerra,  fusi- 
lándolo simplemente,  que  era  lo  que  de  rodillas  se  le  pedía. 
Así  el  General  Moltke  en  la  guerra  contra  la  Francia,  hizo 
decir  á  su  rey,  horrorizado  de  ver  demoler,  descuartizar, 
pulverizar,  diez  mil  franceses  con  ocho  ametralladoras 
que  arrojaban  sobre  ellos  ocho  chorros  de  balas  y  man- 
daba suspender  aquel  fuego:  id  á  decir  á  mi  Rey  y  señor, 
que  si  tiene  caridad  no  declare  ni  haga  la  guerra;  pero 
una  vez  en  guerra,  mi  deber  es  hacer  que  triunfen  las 
armas  de  Su  Majestad  y  necesito  destruir  aquel  obstáculo 
humano  para  vencer; — y  no  cumplió  la  orden. 

7°  Que  los  dos  testigos  Vedia  y  Escola,  sin  negar  el  hecho 
primordial  de  haber  sido  ejecutado  el  Teniente  García, 
insinúan,  el  uno  a  que  fuBron  llenadas  las  formalidades  de  estilo^ 
y  el  otro  que,  hallándose  muy  mejorado  de  las  heridas  Garda 
concluyó  la  causa,  y  fué  por  las  armas,  por  resolución  del  tribunal 
que  lo  juzgó^),  aseveraciones  ambas  impertinentes  y  fuera 
del  caso  en  el  litigio,  pues  el  acusado  Senador,  no  ha 
establecido  nada  en  contrario,  por  no  ser  este  el  objeto 
de  su  aserción,  sino  simplemente  que  se  obró  asi,  ejecu- 
tándolo, por  la  ley  de  represalia,  y  si  el  enemigo  cortaba 
cabezas  de  los  soldados  de  la  defensa,  si  practicaba  con- 
suetidinaria  y  confesadamente  la  guerra  á  muerte  con 
circunstancias  de  crueldad  aterrantes  como  el  degüello 
que  no  está  autorizado  por  la  ley  de  las  naciones,  el  sol- 
dado enemigo  tomado  en  acción  de  guerra,  puede  ser 
ejecutado  sur  place,  no  por  delito  que  él  cometió  y 
pueda  probársele,  sino  en  espiacion  de  la  infracción  de 
las  leyes  de  la  guerra  perpetrada  notoria  y  diariamente 
por  su  general.  Así  ha  sucedido  muchas  veces,  que  se 
sacan  de  los  depósitos  de  prisioneros,  las  víctimas  espia- 
torias  de  un  delito  cometido  por  el  enemigo,  con  poste- 
rioridad á  la  época  en  que  cayeron  prisioneros;  y  aun 
puede  el  General  para  revindicar  las  leyes  de  la  guerra 
violadas,  amenazar  á  su  adversario  con  ejecutar  dos  por 
cada  uno  de   los  suyos  que  haya  muerto   inútilmente. 

8°  Que  no  es  cierto  que  siempre  y  en  todo  caso,  al  frente 
del  enemigo  ó  en  el  acto  de  estallar  un  motín,  sea  requi 
sito  esencial  de  la  regularidad  de  una  ejecución,  el  consejo 
de  guerra  ú  otra   formalidad.    El  General  Las  Heras,  reti* 


MEMORIAS  187 

rándose  de  Cancha  Rayada,  con  cuatro  mil  soldados,  pro- 
hibió bajo  pena  de  muerte  hacer  movimiento  ninguno  al 
soldado  que  no  fuese  permitido  en  parada;  y  no  obstante 
no  darles  de  comer  suficientemente  por  no  tener  víveres, 
mandó  fusilar  sin  detener  la  marcha,  á  un  soldado  que 
al  pasar  un  arroyuelo  cristalino,  se  agachó  á  alzar  algunas 
gotas  de  agua  para  humedecer  los  labios  y  á  otro  por 
haber  extendido  la  mano  á  coger  un  racimo  de  uvas 
que  tentó  su  hambre  y  otros  dos  por  causas  tan  frivolas; 
pero  con  cuyo  rigor  trajo  intacta  la  columna  y  salvó  á 
Chile  y  acaso  la  América  de  la  reconquista  española.  El 
Comandante  Gainza  mató  con  sus  propias  manos  un 
sargento  y  tres  soldados  de  su  regimiento  que  se  le 
sublevó  en  marcha  del  Baradero  á  Buenos  Aires  y  res- 
tableció el  orden  y  la  disciplina.  El  General  Mitre  mandó 
pasar  por  las  armas  sin  ninguna  formalidad  á  dos  soldados 
y  un  vecino,  en  su  marcha  de  Pavón  al  Rosario,  por  haber 
infringido  una  orden  del  día  del  campamento,  no  obstante 
que  el  vecino  era  un  patriota  voluntario,  tener  casa,  mujer, 
seis  hijos  y  mil  vacas  y  mostraba  los  botones  de  onzas 
de  oro  de  su  tirador,  como  prueba  de  ser  persona  hacendada 
y  notable  en  su  pago.  Con  esta  orden  fueron  ejecutando 
sus  Coroneles  y  Generales  al  interior  en  los  casos  que  ocu- 
rrían. El  General  Paunero  ejecutó  al  Coronel  Burgoa,del 
ejército  de  Caseros,  y  á  dos  Comandantes  de  milicia  de 
Córdoba,  prisioneros  en  la  batalla  de  las  Playas  en  que  no 
hubo  resistencia;  y  sus  jefes  hicieron  mas  ejecuciones  en 
las  poblaciones  de  campaña,  como  uno  de  los  que  servían 
á  sus  órdenes  ejecutó  al  Chacho  con  formas  mas  ó  menos 
usadas;  pero  sin  formalidad;  alguna,  sin  recaer  vituperio 
ni  censura  por  esto  sobre  el  General  que  fué  después  Mi- 
nistro de  la  Guerra  y  Enviado  Diplomático,  por  creer  el 
Gobierno  que  había  obrado  sin  faltar  á  las  leyes  de  la  guerra 
contra  bandidos,  como  fué  declarada  aquella. 

9°  Que  el  demandante  Rebollo  ha  pedido  públicamente 
cuenta  á  un  Senador  de  sus  dichos  en  el  Senado,  no  de- 
biendo un  Diputado  ó  Senador  responder  ante  nadie,  sino 
ante  su  propia  Cámara,  de  sus  opiniones,  errores  ó  asertos 
punto  ya  fallado  en  el  caso  de  un  tal  Calvete  que  fué  con- 
denado por  la  justicia  á  pagar  diez  mil  pesos,  por  igual 
reclamo  contra  un  Senador  en  causa  propia  que  se  le  acu- 


188  OBRAS    DK   SAKMIKNTO 

saba  de  dilapidación,  no  pudiendo  alegar  ni  esa  escusa  el 
demandante  Rebollo,  por  cuanto  con  el  posterior  casa- 
miento con  la  heredera  de  una  testamentaria,  no  adquiere 
el  derecho  de  rehacer  la  historia  según  sus  simpatías  y 
cuando  el  dicho  ó  el  hecho  que  acusa,  no  fué  ejecutado, 
ni  expresado  para  vulnerar  la  memoria  de  un  General 
que  era  amigo  intimo  del  acusado  Sarmiento  y  no  pre- 
sentía cuando  murió,  que  el  demandante  Rebollo  hubiese 
de  pretender  representar  á  personaje  tan  justiflcado  y  recto 
para  hacer  servir  á  fines  de  partido  lo  que  con  el  finado 
tuviese   relación. 

10°  Y  puesto  que  el  Poder  Legislativo  por  una  ley  sin 
antecedente  en  los  fastos  parlamentarios  de  todos  los  go- 
biernos representativos,  tuvo  á  bien  por  la  ley  de  justicid 
federal  desnudarse  en  favor  del  Poder  Judicial  de  los  privi- 
legios inherentes  á  su  cuerpo,  entre  ellos  el  de  defender  y 
castigar  sin  juicio  previo  y  por  solo  la  constancia  del  hecho 
al  que  viole  los  privilegios  acordados  por  la  Constitución 
á  la  palabra  del  legislador,  por  serle  propio  y  en  común  el 
privilegio;  y  en  virtud  del  art.  3°  del  tít.  YII,  ítem.  2% 
donde  se  estatuye  que  cometen  desacato  contra  las  auto- 
ridades, «los  que  calumnian,  insultan  ó  amenazan  á  un 
«  Senador  ó  Diputado  por  las  opiniones  manifestadas  en 
«  la  Cámara,» 

— por  todas  las  razones  espresadas  en  los  anteriores  con- 
siderandos, hemos  venido  en  ordenar  y  fallar,  como  orde- 
namos y  fallamos: 

— 1°  Queda  el  acusado  Senador,  absuelto  de  la  demanda 
por  haber  crimen  en  intentarla  y  por  haber  probado  nada 
en  contrario  los  testigos. 

— 2°  Absuélvese  igualmente  de  todo  cargo,  al  testigo  ca- 
pitán Pico,  porque  si  bien  parece  prestar  testimonio  en 
acción  ilícita,  se  ha  escusado  prudentemente  con  la  falta 
de  memoria  para  no  comprometer  su  justificación. 

— 3°  Absuélvese  igualmente  al  testigo  Vedia,  alférez  en 
el  sitio  de  Montevideo  por  la  aparente  complicidad  en  el 
delito  de  Rebollo,  por  su  declaración  estar  conforme  en  lo 
principal  y  pertinente  con  la  opinión  histórica  del  Senador. 

— i°  Y  en  cuanto  al  testigo  Escola  por  haberse  prestado 
al  propósito  del  demandante,  no  obstante  lo  embrollado  de 
su  declaración,  se  le  condena  al  mínimum  de  la  pena  de 


MEMORIAS  189 

-dos  meses  de  prisión,  ó  cuarenta  pesos  fuertes  á  su  elec- 
ción. 

5'^  Y  en  cuanto  á  Rebollo,  autor  principal  del  delito  de 
desacato,  no  pudiendo  alegar  ignorancia,  aunque,  sea  esa 
su  escusa  natural,  puesto  que  consta  de  autos  que  el  insul- 
tado Senador,  le  apercibió  por  escrito,  de  su  desafuero;  se 
le  condena  en  costa  por  litigante  temerario,  injusto  y  tenaz 
con  mas  la  pena  mayor  de  la  ley  citada,  tít.  Vil  inciso  32, 
^ue  este  Tribunal  en  atención  á  la  penuria  alegada  en  autos 
de  la  testamentería  que  representa,  la  conmuta  en  conde- 
narlo á  leer,  durante  los  dos  años  de  la  pena  de  prisión, 
el  tratado  de  Derecho  de  Gentes  del  señor  Calvo,  en  que  están 
compilados  los  principios,  prácticas  y  usos  de  la  guerra 
entre  pueblos  civilizados,  la  historia  de  la  guerra  de  la  Pe- 
nínsula en  que  el  General  Wellington  estableció  con  el 
General  Suchet  francés,  los  principios  que  debían  regir 
contra  las  guerrillas  ó  los  que  hacen  guerra  irregular  y  el 
tratamiento  que  debe  aplicárseles  por  sus  trasgresiones. 
Ademas,  los  dos  volúmenes  de  Cushing  sobre  teoría  y 
práctica  de  las  Asambleas,  Wilson,  digesto;  y  Wheaton, 
Paschal,  y  otros  comentadores  y  expositores  de  las  leyes 
de  la  guerra  y  jurisdicción  de  los  Generales;  y  en  caso  de 
no  cumplirlo,  se  le  cobrará  la  suma  de  cuatrocientos  pesos 
fuertes  en  favor  del  agraviado  Senador  (art.  32),  quien  los 
destinará  á  la  fundación  de  una  escuela  gratuita  para 
diaristas  y  representantes  de  testamentarías,  donde  se  les 
«nseñe  lo  que  aquellos  libros  contienen. 

Y  finalmente  al  Redactor  de  La  Prensa,  fautor,  instigador, 
publicador  y  cómplice  de  tan  feo  delito,  con  ánimo  dañado 
y  procaz  lenguaje,  se  le  condena  á  no  saber  nunca  nada 
de  las  materias  que  escribe,  á  conservar  mientras  escriba 
la  misma  saña  y  desvergüenza;  y  que  si  alguna  vez  quiere 
aprender  algo,  siendo  muy  peligroso  para  la  República  el 
saber  de  los  malos,  que  los  ojos  se  le  anublen,  y  no  vea  pa- 
labra, que  lea  al  revés  de  lo  que  el  autor  dice,  y  no  com- 
prenda, y  se  obstine  en  el  error  y  lo  ratifique  y  lo  proclame. 

Por  tanto  ordeno  al  actuario  notifique  esta  mi  sentencia 
á  los  interesados  y  para  que  el  Poder  Ejecutivo  proceda  á 
io  que  haya  lugar. 

Dado  en  este  Tribunal  á  28  días  del  mes  de  Julio  del  año 
del  Señor  1875.  (f.)— El  Juez  Posible  Fuiuro! 


IdO  014KAS    UK    SÁKMIKNTO 


¡¡ERAN   REPRESALIAS!! 


(La  Tribuna,  Agosto  H  de  1875.) 

Es  dura  é  improba  la  tarea,  pero  no  desesperada. 

Veinte  años  duró  la  prédica  contra  las  tiranías  populares 
semi-b:\rbaras.  contra  la  institución  argentina  del  caudiüajty 
y  al  fin  la  palabra  de  Florencio  Várela,  de  Yalentin  Alsina 
y  de  Sarmiento,  entre  otros,  (exceptuándose  á  D.  Bartolomé 
Mitre  que  no  alcanzó  aquellos  tiempos  como  publicista \ 
acabaron  por  conquistar  la  opinión,  aun  de  las  masas  po- 
pulares, y  acabar  con  los  Gobiernos  bárbaros,  violentos  y 
sanguinarios. 

¿Costará  tanto  tiempo  desautorizar  el  sistema  de  violar 
todos  los  principios  de  derecho,  todas  las  prescripciones 
constitucionales,  todas  las  reglas  del  Reglamento,  para  satis- 
facer pasiones,  6  á  los  objetos  de  ambiciones  caudilleras,  so 
color  de  amor  á  la  libertad  ó  defensa  de  los  principios? 

Pues  si  tanto  ha  de  costar,  no  han  de  faltar  espíritus  ani- 
mosos que  inicien  las  luchas  contando  con  que  cuando 
hayan  acabado  su  vida  en  trabajo  tan  glorioso,  no  ha  de 
faltar  un  nuevo  campeón  que,  como  Valentín  Alsina,  ponga 
al  frente  de  sus  escritos:  «Muerto  asesinado  D.  Florencio 
Várela,  ocupa  su  lugar  en  la  redacción  de  este  diario  D. 
Valentín  Alsina.^) 

Ese  Valentín  Alsina  que  vi^ne,  se  llamó  estos  días  un 
juex  posible  futuro.  Ese  juez  posible  lo  hemos  de  encontrar 
luego  en  la  juventud  estudiosa  qne  está  atesorando  ciencia 
para  corregir  el  error  de  sus  padres,  y  hacer  entrar  com- 
pletamente la  sociedad  á  que  pertenecen,  por  sus  leyes,  sus 
I>rácticas,  en  el  gremio  de  los  pueblos  civilizados. 

A  las  épocas  de  ignorancia,  á  la  edad  media  que  podemos 
llamar  entre  nosotros  la  de  Rosas  en  gobierno,  sucede  un 
periodo  de  empirismo,  en  que  cada  uno  funda  teorías,  inven- 
ta principios,  hasta  que  la  ciencia  fundada  en  las  leyes  de 
la  naturaleza,  ó  las  de  todas  las  otras  sociedades  regulares 
penetran  y  corrigen  el  error  local  ó  de  circunstancias. 

Vamos  atravezando  la  época  del  emperismo,  y  no  es  ex- 
traño que  haya  una  escuela  empírica  en  política,  que  da 
sus  fallos  ex-cátedra  y  se  irrita  y  se  abandona  á  toda  clase 


MKMOKIAS  191 

de  excesos,  si  se  le  ponen  por  delante  las  leyes  de  todas 
las  naciones,  ó  los  principios  fundamentales  en  que  reposa 
todo  orden  social. 

Esta  escuela  ha  producido  ya  los  mayores  extragos,  falsea- 
do cuanto  toca,  á  fin  de  hacerlo  concurrir  á  sus  designios. 

Creará  la  palabra  ^'o&ícrno  ¿e  liecfto,  para  hacer  creer  á  los 
ignorantes,  que  por  serlo,  es  lícito  violar  las  leyes  y  abjurar 
el  honor  militar,  volviendo  las  arenas  que  manda  en  simple 
comisión  de  ese  gobierno,  contra  su  jefe.  Sostendrá  que 
con  uun  infracción  de  hecho  de  una  ley  cualquiera,  ó  una  ley 
injusta  dado  por  el  Congreso,  es  un  cagus  belli^  por  quedar 
con  ello  suprimido  el  sufragio. 

hlam'dvk  jurisprudencia  de  sangre  á  la  que  seguiría  la  letra 
y  el  espíritu  de  las  ordenanzas  militares,  aun  cuando  se 
trate  (Je  un  motín  de  bandidos,  con  derramamiento  de  la 
satigre  de  los  que  lo  sofocaron. 

Acusará  irregularmente  al  Presidente  por  haber  mandado 
poner  en  libertad  á  una  Legislatura,  Asamblea  ó  Congreso, 
presa  por  un  Ejecutivo,  y  hallará  que  es  pecado  venial  un 
petit  pécfiémiguon,  áecratar  la  expulsión  de  una  fuerza  na- 
cional, del  territorio  de  una  provincia,  porque  ejecuta  una 
orden  del  Presidente. 

Si  esta  escuela  aparece  en  el  Congreso,  sostendrá  que  tra- 
tándose de  amnistía  se  puede  hablar  tres  días  de  un  indi- 
viduo particular  con  el  ánimo  confesado  de  matarlo  moral 
y  políticamente,  sustituyendo  un  ataque  ad  hominem  á  la 
rníiteria  del  debate.  Con  tan  autorizado  sistema,  de  que  no 
había  ejemplo  en  la  tierra,  ni  aun  en  nuestras  legislatu- 
ras de  provincia,  se  llegará  á  acusar  y  á  juzgar  á  un  Presi- 
dente, sin  las  formalidades  prescriptas,  ó  á  un  Gobernador 
que  no  puede  ser  juzgado  por  el  Congreso;  y  si  el  Congreso 
hubiese  por  desgracia,  tratado  ya  esas  cuestiones  y  resuci- 
tólas en  sentido  contrario  ai  del  empirismo,  será  condenado 
y  declarado  corrupto  en  la  manera  como  se  formó  la  mayo- 
ría. Si  se  trata  de  asentir  á  un  nombramiento  hecho  du- 
rante el  receso,  se  dirá  que  ese  asunto  está  mf/  jad  ice,  como 
si  hubiera  crimen  y  criminal. 

Llamará  clandestinos,  escritos  que  supone  anónimos,  a 
an,  ana,  negación  griega,  nomen  latín,  sin  nombre.  Citaiá 
una  frase  del  Evangelio,  no  solo  de  pan  vive  el  hombre,  para 
anular  la  base  del  sistema  representativo,  cuya  expresión 


192  OBRAS    DE    SA.HMIENTO 

arriba  á  una  operación  de  sumar  y  restar,  la  mitad  mas  uno 
de  votos. 

Sería  nunca  acabar,  porque  todo  el  sistema  está  montado 
en  el  torcido  uso  de  las  palabras:  pueblo,  por  cualquier 
fracción  ó  grupo  que  vota  las  leyes,  barra,  por  la  reunión 
de  curiosos  que  entre  los  dos  millones  de  habitantes  que 
forman  la  nación,  pueden  reunirse  y  caber  en  unos  cuan- 
tos bancos  de  un  salón  como   espectadores. 

Pero  no  desesperen  de  la  patria  los  hombres  serios  y 
sinceros.  Una  numerosa  juventud  se  está  educando  en  la 
buena  escuela,  que  es  la  que  todas  las  naciones  siguen,  y 
tiene  en  las  repúblicas  ordenadas,  modelos  comoLincoin, 
Thiers,  publicistas  como  Laboulaye,  modelos  intérpretes 
de  la  Constitución,  á  mas  del  derecho  de  gentes,  que  es 
el  complemento  y  el  precedente  de  toda  Constitución,  á 
mas  de  las  gloriosas  conquistas  hechas  por  el  espíritu  de 
orden,  contra  los  tumultuarios  demagogos  que  han  des- 
honrado la  libertad,  bajo  cuya  éjida  quisieran  poner  sus 
pasiones,  sus  rencores  y  aun  sus  decepciones. 

Pero  dejen  en  libertad  el  uso  de  la  palabra  en  la  tribuna, 
ó  en  la  prensa  á  los  que  trajeron  siempre  al  orden  á  cuan- 
tos se  salieron  de  él,  y  el  pueblo,  la  posteridad  recompen- 
sarán el  esfuerzo  y  la  sanidad  del  propósito. 

Sugiérenos  estas  observaciones  un  hecho  que  ocupa  una 
parte  de  la  prensa  y  hace  recordar  el  tiempo  en  que  el  bajo 
imperio,  ó  bajo  el  imperio  de  la  escolástica,  las  sociedades 
se  ensangrentaban,  ya  sea  por  el  color  verde  adoptado  por 
-los  corredores  de  carreras  en  el  Hipódromo  de  Constanti- 
nopla,  ya  sea  por  saber  que  es  primero,  si  la  forma  ó  la 
materia. 

La  prensa  argentina  está  seriamente  perturbada  por  sa" 
ber  si  era  exacto  en  todos  sus  mas  mínimos  accidentes  la 
aserción  de  un  Senador,  de  que  el  General  Paz  había  apli- 
cado las  leyes  de  la  represalia  á  los  enemigos.  Cuestión 
incidental  parecería  esta,  porque  el  Senador  no  escribía  la 
historia,  sino  que  conjeturaba  que  al  haber  clasificado  de 
irregular  una  ejecución  que  presenció,  pudo  tener  presente 
que  ambos  beligerantes  se  hacían  la  guerra  á  muerte,  que 
-el  ejecutado  formaba  parte  de  un  ejército  que  la  habia 
practicado  bárbaramente  veinte  años,  y  que  en  derecho  su 
ejecución  era  lícita. 


MEMORIAS  193 

Inde  ircel  Se  ha  levantado  una  información  sumaria  á 
/punta  de  pregón,  (ilícita,  esto  no  importa)  para  probar  que 
fué  juzgado  un  reo,  que  no  fué  por  represalia,  que  corría 
viento  y  el  Senador  no  lo  dijo,  que  se  confesó  que  era  trai- 
dor, etc.,  etc. 

No  ha  parado  ahí,  sino  que  como  es  la  práctica  diaria  de 
ia  escuela  empírica,  del  hecho  inexactamente  narrado,  de 
la  aplicación  ó  no,  de  la  represalia  se  ha  pasado  á  conde- 
nar la  represalia  misma;  y  no  es  ya  el  historiógrafo  inexacto 
el  que  está  en  tela  de  juicio,  sino  la  represalia  como  acto 
■de  barbarie,  y  por  lo  tanto  todas  las  naciones  de  la  tierra 
son  condenadas,  el  derecho  de  gentes  envilecido,  y  las 
leyes  militares  anuladas. 

Si  la  historia  fuese  á  escribirse  por  los  declarantes,  tes- 
tigos presenciales,  según  ellos,  de  la  ejecución  de  G-arcía 
en  Montevideo,  no  sabría  la  posteridad  á  que  atenerse. 
Uno  declara  que  jamas  oyó  tal  hecho;  otro  que  fué  á  vir-  , 
tud  de  traición;  cual  que  fué  después  de  haber  sanado  de 
las  heridas;  y  quien  al  fin  que  hubo  en  efecto  represalias, 
hallando  sin  embargo  la  ley  de  la  represalia  bárbara  y  que 
el  General  Paz,  que  era  mas  civilizado  que  el  mundo  civi- 
lizado, no  podía  cometer  crimen  de  lesa  civilización  tan 
nefando.  Souvent  un  peu  de  vérité  se  melé  au  plus  grossier  mensonge 
dice  Voltaire:  Aquí  están  invertidos  los  términos  y  pode- 
mos decir,  mucho  de  mentira  se  mezcla  á  un  poco  de 
verdad.  ¿Cual  de  todas  las  declaraciones  es  la  cierta,  puesto 
que  todas  son  contradictorias  y  niegan  y  afirman  en  parte 
lo.  que  quisieran  desmentir? 

Un  hecho  sin  embargo,  ha  quedado  de  manifiesto,  y  es 
que  la  cuestión  histórica  es  simple  arma  de  partido.  Todos 
los  declarantes  son  ó  revolucionarios  ó  simpatizadores. 
Al  Senado,  no  le  interesaba  que  fuese  el  General  ó  el 
Gobernador  quien  declaraba  la  represalia,  que  hubiese 
consejo  de  guerra  ó  no,  por  no  ser  del  caso. 

La  inexactitud  del  hecho  aludido,  no  favorece  á  los 
amnistiados,  sino  en  cuanto  la  escuela  empírica  puede 
con  sus  denegaciones  hacer  reflejar  sobre  el  Senador  ins- 
tintos sanguinarios.  ¿No  es  ese  el  objeto?  Éralo  por  lo 
menos  en  aquellos  artículos  qae  tenían  por  encabezamiento 
jurisprudencia  de  sangre;  éralo    en  lo  de  Segura,  el    de  los 

Tomo  mi.— 13 


194  OBRAS   DE   SARMIENTO 

azulados  ojos  y  rubias  guedejas.  Esto  en  la  endecha  can- 
tada por  un  Senador  en  tres  días,  y  no  en  tres  horas,  coma 
aquella  que  Rossini  ha  inmortalizado: 

Estabat  mater  dolorosa 
Juxta  crucem  lacrimosa 

Pero  cuando  acabemos  con  la  serie  A,  volveremos  á  la 
serie  B,  que  mostrará  desde  cuando  y  de  donde  vienen  las 
relaciones  poco  regulares  del  Senador  con  el  Chacho  y  la 
sangre.  Por  supuesto  que  la  de  los  seiscientos  argentinos 
inocentes,  que  no  eran  declarados  ladrones,  que  la  escuela 
empírica  mató  ó  hizo  matar  para  probar  que  los  gobiernos 
de  hecho^  según  sus  sofismas,  deben  ser  derrocados,  eso  si 
que  es  un  tout  petit  peché  mignont  de  que  no  se  ruborizaría  la 
conciencia  de  un  angelito.  Oh!  humanos  matadores,  silo 
supiera  el  Chacho,  vuestro  santo  mártir! 

¿En  qué  quedamos,  pues,  mis  señores  testigos  del  sitio  de 
Montevideo?  Eran  entonces  tan  poco  autorizados,  ya  por 
su  edad  ó  su  oscuridad  muchos  de  ellos,  que  no  era  fácil 
distinguirlos.  El  mas  notable  entonces  era  el  capitán. 
Pico,  que  está  fuera  de  cuestión,  por  no  recordar  nada. 
Oigamos  el  testimonio  de  los  gros  bonnets,  no  de  entonces, 
sino  de  ahora,  los  patriarcas  de  la  escuela  empírica.   (*) 

Aserciones  tan  formales  no  dejan  lugar  á  duda.  Si  bien 
en  esta  octava  declaración,  tenemos  que  hubo  en  efecto, 
derecho  de  represalia,  no  solo  contra  traidores  que  el 
humano  General  Paz  no  ha  tenido  que  ver  en  ello,  pues 
la  cosa  sucedió  en  la  linea^  estando  el  General  en  la  plaza; 
García,  pues  un  García  hubo,  fué  ejecutado  antes  de  llegar 
Oribe  á   la  plaza,  por  ser   desertor. 

Queda  pues,  el  malhadado  Senador,  convencido  no  hasta 
de  error,  sino  de  crueldad  y  de  cambios  deplorables  de 
fechas. 


(i)   El  General  Mitre: 

«  El  decreto  (9  de  Noviembre  de  represalia)  no  tuvo  el  carácter  de  una  medida 
«  política  ó  militar  y  nunca  fué  práctica,  habiendo  tomado  después  muchos 
u  prisioneros,  ninguno  de  los  cuales  fué  ejecutado. 

«  En  virtdd  de  ente  decreto  (de  traición  13  de  Febrero  de  1843)  tres  días  anlts 
«  de  llegar  Oribe  al  Cerrilo,  fueron  ejecutados  dos  en  la  línea,  hallándose  el 
«  General  Paz  en  la  plaza.  De  los  dos  ejecutados  en  la  línea,  uno  se  ilaniaba 
«  García,  desertor  de  extramuros  tomado  ligeramente  herido.» 


MEMORIAS  195 

Pero  hay  un  juez  mejor  que  el  Posible  Futuro,  que  es 
B.  Pretérito  Pluscuamperfecto  Pasado,  es  decir,  el  decreto 
mismo,  que  fué  orden  general  del  ejército,  y  no  decreto 
dado  efectivamente  el  9  y  la  orden  particular  del  General 
Paz,  del  11,   mandando  ejecutar  á  Garcia. 

La  distancia  entre  el  9  y  el  11  no  prueba  que  se  pasase 
ese  tiempo  en  un  sumario  y  reunir  pruebas  para  probar 
que  había  una  ley  de  represalia,  y  que  Garcia  tomado 
herido,  peleando,  no  era  un  fraile  francisco,  ni  un  corredor 
de  número. 

El  hecho  estaba  probado  por  sí  mismo,  lo  que  se  llama 
lo  evidente.  Es  que  el  11  recien  cayó  prisionero  Garcia  y 
el  juicio  militar  en  tales  casos,  se  reduce  á  pararse  eu 
círculo  cinco  ó  trece  oficiales,  señalar  el  cuerpo  del  delito 
y  declarar  que  cae  bajo   la  cuchilla   de  la  ley. 

Las  heridas,  si  ligeras  ó  profundas,  pudo  no  medirlas 
el  que  las  llama  ligeras  hoy,  pues  siendo  en  1843  un 
oscuro  oficial  de  artillería  de  don  Frutos,  derrotado  en  el 
Sauce  Grande,  donde  era  Teniente,  pudo  no  haber  venido 
entre  los  veinte  y  cinco  de  cada  cuerpo,  que  la  orden  del 
General  Paz  mandó  concurrir  á,  formar  el  cuadro.  Uno 
de  los  oficiales  que  asistieron,  declara  que  eran  profundas 
las  heridas  y  el  reo  estaba  moribundo,  sacado  en  un  catre 
de  cuero,  camilla,  por  no  poderse  tener  de  pie,  que  era 
lo  mismo  que  diez  veces  ha  repetido,  contándolo  con  aplauso 
el  General  Paz,  y  ante  oyentes  diferentes,  el  doctor  Velez 
que  era  amigo  entonces  del  General  Paz,,  (y  no  lo  era 
porque  por  su  edad  y  grado  no  podía  serlo,  el  mas  cope- 
tudo de  los  declarantes  en  falso),  cambiando  las  fechas, 
achicando  las  heridas  y  sustituyendo  el  derecho  de  gentes, 
el  General  Paz  no  por  amor  al  General,  sino  por  perse- 
cución y  odio  al  Senador;  persecución  y  odio  que  ha 
tolerado  diez  años  en  silencio  y  no  quiere  tolerar  mas 
tiempo,  si  lo  provocan  á  usar  en  legítima  defensa,  de  la 
verdad  que  siempre  es  necesario  decir. 

Ahora  vamos  á  los  principios.  No  es  por  un  movimiento 
de  indignación  de  cuatro  mil  circunstantes  que  un  gobierno 
declara  ó  no  la  represalia.  Las  represalias  de  guerra,  las 
legitima  el  violar  el  enemigo  con  crueldad  los  usos  de  la 
guerra.  Decir  que  aquella  declaración,  una  vez  confesado 
que  la  hubo,  no  tuvo  carácter  civil  ni  militar,  es  simplemente 


196  OBRAS    I)K    SARMIKMTO 

una  falta  de  criterio.  Decir  que  el  derecho  no  se  aplicó 
nunca,  es  hacer  farza  de  cosas  tan  graves,  como  los  actos 
de  aquella  guerra  terrible.  ¿Por  qué  no  lo  cumplirá?  Por 
miedo  de  Oribe?  No  degollaba  el  enemigo  los  prisioneros? 
Otra  cosa  es  que  la  represalia  se  aplique  con  parsimonia. 

Declarantes  falsos,  con  dolo,  con  segunda  intención,  con 
miras  torcidas,  he  aquí  toda  la  cuestión. 

Lincoln  era  mas  humano  que  Paz,  puesto  que  no  tenía 
por  profesión  las  armas  que  matan,  y  Lincoln  declaró  la 
represalia.  El  rey  Guillermo,  ó  su  General  en  Jefe  en 
la  reciente  guerra,  declaró  á  la  Francia  que  pasaría  por 
las  armas  irremisiblemente  á  todo  el  que  hiciese  guerra  sin 
llevar  el  uniforme  de  un  cuerpo,  con  fos  botones  del 
ejército  á  que  pertenecía,  é  irremisiblemente  lo  cumplió. 
La  Europa  entera  que  es  tan  humana,  como  los  que  no 
han  querido  en  el  Congreso  declarar  que  el  degüello  está 
incluido  entre  los  delitos  de  lesa  humanidad,  aprobó  la 
declaración  prusiana  y  el  Gobierno  francés  la  aceptó  como 
genuina  observancia  de  los  principios  y  usos  de  la  guerra 
civilizada.  El  resultado  fué  que  no  pudiendo  París  sitiado 
proveer  de  botones  franceses  á  los  franc  tireurs,  la  aduana 
de  Inglaterra  anunció  la  exportación  deVo.v  millones  botones 
de  fábrica  inglesa,  de  tropa  del  ejército  francés,  para  uso 
de  los  franc  tireurs  cuya  vida  dependía  de  tenerlos  ó  no. 

No  sé  qué  opinión  forman  los  empíricos  que  inventan  una 
humanidad  contra  las  leyes,  sin  mas  propósito  que  hacer 
aparecer  inhumano  al  que  invoca  las  leyes  que  nos  rigen 
y  las  de  la  guerra.  Debido  á  ese  empirismo  ó  no  saber 
lo  que  diceUj  se  dan  instrucciones  de  tratar  una  Provincia 
como  cueva  de  ladrones,  de  hacer  guerra  de  policía,  de  declarar 
ladrones  á  los  enemigos,  sin  haceles  el  honor  de  guerra  civil, 
y  llevarse  después  diez  años  calumniando  al  que  uo  cum- 
plió tales  órdenes  por  necias  y  procedió  conforme  á  derecho. 

¿Cómo  no  ha  de  tener  razón  el  doctor  Rawson  de  hacer 
desconfiar  de  las  traducciones  del  ingles,  cuando  él  sabién- 
dolo tan  bien,  entendió  al  revez  el  art.  7<'  de  la  ley  de 
habeas  corpas  y  á  otro  Senador  le  observaron  igual  irregu- 
laridad, cuando  media  sociedad,  soldados,  alféreces,  tenien- 
tes, capitanes,  pitos  y  tambores,  están  dando  el  espectáculo 
de  contradecirse  unos  á  otros  y  alterar  las  fechas,  de  hacer 
y  rehacer  la  historia  y  condenar  las  leyes  y  los  usos  civi- 


MEMORIAS  197 

1  izados  como  bárbaros,  solo  para  que  parezca  bárbaro  y 
cruel  y  arbitrario,  uno  que  es  mas  civilizado  que  todos 
ellos,  puesto  que  ha  vivido  en  mayor  número  de  socieda- 
des civilizadas,  entre  los  hombres  que  dan  el  tono  á  la 
civilización? 

Bástele  para  no  condenar  la  represalia,  leer  en  Calvo  ya 
que  en  todos  los  reinícolos  sería  molesto,  i^que  á  pesar  de 
«  la  tendencia  cada  día  mas  pronunciada  en  favor  de  la  persona 
«  del  enemigo^  el  conjunto  de  las  leyes  de  la  guerra^  es  preciso 
«  convenir  que  los  gobiernos,  como  los  Jefes  militares,  están  estriC' 
«  tamente  en  derecho  de  adaptar  su  conducta  á  las  reglas  de 
«  reciprocidad  que  admiten  las  represalias  y  la  retorcion  de 
«  hechos,  para  imponer  respeto  á  los  principios  del  derecho  natu- 
«  ral  del  beligerante  que  lo  atropella».  (IV  de  los  enemigos 
medios   lícitos  é  ilícitos  de  ataque  y  defensa,  Yol.  I,  p.  110.) 

¿Qué  valen  los  asertos  del  empírico  Mitre  y  de  sus  saté- 
lites, parciales  é  instrumentos,  en  presencia  de  la  ley  de 
las  naciones,  el  ejemplo  de  todos  los  pueblos  modernos, 
y  los  hechos  recientes? 

¿Qué  valen  todas  las  falsificaciones  de  fechas  y  de  la 
historia,  producidas  para  denigrar  á  un  Sonador,  en  pre- 
sencia del  terrible  documento  que  sigue  y  que  tenían  por 
delante  los  que  han  faltado  á  la  verdad  intencionalrnente, 
y  de  la  firma  del  General  Paz,  al  pie  de  la  sentencia  de 
García,  en   la  orden  del  día  que  sigue? 

ORDEN  GENERAL 

(  Linea  de  Fortificación,  Octubre  9  de  íSi3. ) 


El  gobierno  con  fecha  7  del  corriente  ha';  expedido  el  decreto  que  sigue  :  El 
gobierno  de  la  República  ha  agotado  su  moderación  para  con  los  verdugos  del 
degollador  de  Buenos  Aires.  Les  ha  dado  protección  generosa,  aun  cuando  sus 
manos  humeaban  en  sangre  derramada  con  alevosa  ferocidad.  Dos  días  después 
de  la  victoria  de  Cagancha,  vivian  entre  nosotros  y  en  el  seno  de  su  familia 
en  plena  libertad  todos  los  prisioneros  de  aquella  memorable  jornada.  La  con- 
ducta de  los  Jefes  aliados  de  la  República  que  han  combatido  en  las  Provincias 
argentinas  no  ha  sido  menos  generosa.  Ellos  han  mirado  la  vida  del  prisionero 
como  un  derecho  sagrado,  á  pesar  de  que  tuviesen  que  vengar  el  asesinato  atroz 
de  compañeros  y  deudos  sacrificados  á  sangre  fría,  después  de  haber  depuesto  las 
armas,  de  existir  muchísimos  meses  sumidos  en  terribles  mazmorras,  o  de  haberse 
entregado  prisioneros  solo  en  consecuencia  de  solemnes  capitulaciones  y  garantía 
en  sus  vidas.    El  derecho  de  gentes,  pues,  autoriza  al  Gobierno   para  reprimir 


198  OBKAS    l>K    MAKMIKNTO 

con  el  castigo  á  los  que  en  Paifo  Largo  pasaron  á  cuchillo  á  mil  y  quinientos 
hombres  rendidos;  á  los  que  en  el  Quebracho  Herrado  asesinaron  á  un  parla- 
mentario y  á  casi  todos  los  prisioneros  de  esa  jornada ;  á  los  que  en  Sancalá 
pasaron  por  las  armas  á  todos  los  prisioneros  de  la  clase  de  oficiales;  á  los 
que  asesinaron  en  Tucuman  á  los  que  rindieron  las  armas;  á  los  que  en  Catamarca 
levantaron  una  pirámide  de  seiscientas  cabezas  humanas;  á  los  que  en  el 
Rodeo  del  Medio  mataron  á  cuantos  sobrevivieron  en  el  combate  y  por  muchos  días 
liuscaban  á  los  diíípersos  moribundos  bajo  los  hielos  de  los  Andes  y  los  desen- 
terraban de  sus  sepulcros  no  para  volverlos  á  la  salud  y  la  vida,  sino  para  tener 
el  placer  de  asesinarlos;  á  los  que  Analmente  estuvieron  degollando  durante  tres 
dias  á  nuestros  compatriotas  y  compañeros  de  armas  tomados  prisioneros 
en  la  infausta  jornada  del  Arroyo  Grande;  formados  de  diez  en  diez,  asesi- 
naban allí  los  verdugos  de  Rosas  con  mofa  atroz  á  los  valientes  veteranos  de 
nuestra  Independencia  á  los  que  tantas  veces  vimos  arrostrar  la  muerte,  vencer 
y  perdonar. 

Estos  mismos  verdugos  están  hoy  á  nuestra  vista  y  cada  día  se  hacen  culpables 
de  un  nuevo  crimen  contra  la  civilización  ó  la  humanidad.  Su  marcha  desde  ci 
Paraná  hasta  el  Cerrito  puede  decirse  sin  exageración  que  no  ha  sido  sino  una 
huella  de  sangre. 

El  Gobierno  no  vacila  entre  tanto,  en  restablecer  contra  ellos  las  represalias  y 
aunque  pudiera  extender  su  rigor  á  todos  cuantos  siguen  la  bandera  de  Rosas,  la 
limita  á  los  Individuos  de  la  clase  de  jefe  y  oficial;  y  para  él  será  día  de  suma  sa- 
tisfacción aquel  en  que  deje  su  enemigo  de  hacer  la  guerra  á  muerte  y  le  permita 
entregarse  sin  peligro  á  los  sentimientos  de  humanidad  de  que  ha  dado  tantas 
pruebas.  Entre  tanto  ningún  remordimiento  debe  quedar  á  nuestros  soldados  al 
inmolar  con  implacable  lirmeza  á  ios  degolladores  de  prisioneros,  que  hacen  sufrir 
á  sus  victimas,  horrendas  torturas,  que  han  sembrado  las  playas  y  caminos  del  Rio 
de  la  Plata,  con  cabezas  de  ilustres  americanos,  que  han  violado  los  sepulcros, 
que  han  hecho  salazón  de  miembros  humanos,  tegido  correaje  de  la  piel  arrancada 
Á  sus  cuerpos  muertos  y  que  persiguieron  muchas  leguas  al  cadáver  del  ilustre  é 
infortunado  General  Lavalle,  para  cortarle  la  cabeza. 

En  documentos  oficiales  constan  todos  estos  crímenes  contra  la  naturaleza  y  la 
civilización.  La  Europa  y  la  América  los  contemplan  con  horror  y  nos  harán  Jus- 
ticia cuando  nos  vemos  forzados  á  usar  del  derecho  de  represalias,  desenvainamos 
irrevocablemente  la  espada  para  caer  muertos  con  gloria  ó  tornarla  á  la  vaina 
tinta  en  la  sangre  de  los  tigres  feroces. 

El  Gobierno  de  la  República,  teniendo  en  vista  estas  consideraciones,  y  con  ca- 
lidad de  someter  oportunamente  al  Cuerpo  Legislativo  esta  resolución,  cuya  res- 
ponsabilidad psume;  dispone  que  en  los  ejércitos  de  la  República  se  lleven  desde 
este  día  á  inmediata  ejecución  los  siguientes  artículos  : 

Art.  lo.  Hasta  el  día  que  el  enemigo  cese  en  su  práctica  de  matar  á  los  soldados 
y  oflciales  de  la  República  ó  de  nuestros  aliados,  y  haga  la  guerra  conforme  á  la 
civilización,  serán  irremisiblemente  pasados  por  las  armas  todos  los  individuos  del 

BÍÉROITO  DE  ROSA.S  QUE  SEAN  APREHENDIDOS,  Y  PERTENEZCA.\  k  Ul  CLASE  DB  JEFK  D 
OFICIAL. 

Art.  2».  Los  de  la  clase  de  sargentos,  cabos  y  soldados  que  no  se  hayan  hecho 
culpables  de  asesinatos  premeditados,  y  no  sean  nacidos  ó  avecindados  en  la  Re- 
pública, serán  respetados  como  prisioneros  de  guerra,  y  tratados  con  toda  gene- 
rosidad. 

Art.  3».  Se  ecei)túa  de  la  disposición  anterior  á  los  individuos  de  laclase  de  sol 


MEMORIAS  199 

dado  que  tienen  el  oficio  de  degolladores  en  los  cuerpos  enemigos  y  á  los  que  sean 
convencidos  de  haber  usado  alguna  vez  de  manea  ú  otra  «lase  de  correaje  fabri- 
cado de  piel  humana,  é  insultado  de  algún  modo  los  cadáveres  de  los  muertos  en 
batalla  ó  en  los  cadalzos  de  la  tiranía. 

Art.  40.  Comuniqúese  á  los  ejércitos  de  la  RepiíMica,  dándose  en  la  orden  Ge- 
neral por  ocho  días  consecutivos,  publíquese  por  bando,  é  insértese  en  el  Registro 
Nacional  y  en  los  diarios  por  ocho  días. 

ScARKZ.— Melchor  Pacheco  y  Obes. 
Adición  á  la  orden  Qeneral 

Noviembi-e  íl  de  íS43. 

'  En  vista  de  la  sentencia  pronunciada  por  el  Tribunal  Militar  contra  el  reo 
Bonifacio  García,  ha  recaído  el  decreto  siguiente:  — «Cúmplase,  póngase  en  capilla 
el  reo,  quien  será  ejecutado  á  las  5  y  media  de  la  tarde  de  este  día. 

Paz. 

En  consecuencia  el  comandante  D.  César  Diaz,  mandará  el  cuadro,  debiendo 
asistir  veinte  y  cinco  hombres  de  cada  cuerpo  del  ejercito,  á  la  plazoleta  inme- 
diata al  Hospital  de  Sangre,  á  las  cinco  de  ella. 

Baez. 


CASEROS 


Escusado  es  dar  cuenta  aquí  de  lo  que  pasó  en  Chile 
desde  1841  hasta  1851,  en  cuanto  á  la  cuestión  política 
argentina.  Habiéndose  hecho  extranjera  la  guerra  baja 
las  murallas  de  Montevideo,  toda  la  Confederación  yace 
postrada  á  los  pies  de  sus  caudillos. 

Chile  en  tanto,  se  convierte  en  una  cátedra  de  derecho 
constitucional,  de  historia,  de  economía  política,  para 
ilustrar  todas  las  cuestiones  que  suscita  la  lucha  contra 
un  tirano  semi-bárbaro.  Es  este  el  mas  bello  espectáculo 
que  haya  presentado  la  América  latina.  Navegación  libre 
de  los  ríos,  libre  cambio,  viabilidad,  emigración,  todo  se 
ventila  en  la  prensa,  en  folletos  y  en  libros  que  afectan 
la  forma  de  la  historia;  pero  que  arrastran  tras  sí  las 
simpatías  aun  de  los  opresores,  y  se  abren  paso  hasta 
Europa  mismo,  y  cambian  la  opinión  del  mundo  civi- 
lizado. 

Los  tiempos  se  acercan  al  fin,  y  los  termidorianos  apa- 
recen formidables,  revindicando  su  parte  de  acción  perdida, 
pues  han  acabado  por  sentirse  absorbidos  por  el  poder 
dictatorial  que   ellos  mismos  han  creado. 

Es  triste  el  denuncio  que  el  autor  hace  de  los  pequeños 
pero  invencibles  obstáculos  que  se  opusieron  á  que  la 
poderosa  emigración  de  Chile,  con  las  mejores  espadas 
de  los  ejércitos  de  línea,  con  la  inteligencia  de  sus  leaders, 
apareciese  en  la  escena,  cuando  de  destruir  la  tiranía  de 
Rosas  se  trataba  en  1851,  ya  que  el  General  Urquiza  se 
aprestaba  á  la  lucha,  en  alianza  con  Montevideo,  Corrientes 
y  el  Brasil.  Diez  provincias,  siendo  en  cuatro  de  ellas 
por  lo  menos  mas  fuerte  y  decidido  el  partido    liberal^ 


MEMORIAS  201 

con  Chile  al  respaldo  como  maestranza  y  campamento^ 
permanecen  tranquilas,  cual  si  nada  les  fuese  en  la  parada, 
hasta  que  el  vencedor  de  Caseros  tiene  que  entenderse 
con  los  gobernadores  de  Rosas,  reconocidos  guardianes 
de  pueblos  que  en  efecto  parecieron  rebaños.  Esta  apa- 
rente anomalía  es  causa   de   importantes  revelaciones. 

Los  jefes  militares  que  pudieron,  dieron  la  vuelta  del 
Cabo  y  fueron  á  ofrecer  sus  servicios  al  General  Urquiza, 
ya  General  en  Jefe  de  un  poderoso  ejército  aliado.  Tomaron 
servicio  en  dicho  ejército  con  el  titulo  de  Tenientes  Coro- 
neles don  Bartolomé  Mitre  y  don  D.  F.  Sarmiento,  el 
Coronel   Aquino  y   el   Coronel   Paunero. 

De  un  documento  publicado  entonces,  se  ve  que  el 
General  Urquiza,  invitaba  al  Teniente  Coronel  Sarmienta 
á  incorporarse  al  ejército  para  acompañarlo  en  la  próxima 
campaña,  en  que  sus  servicios  é  inteligencia — decia — serán  de 
mucha  utilidad,  sin  que  por  eso  deje  Yd.  de  estaren  campaña,^ 
cuando  tnucho  tiempo  hace  que  lo  está  combatiendo  con  sus  escri- 
tos al  tirano  de  nuestra  patria  (í). 

Este  reconocimiento  de  los  pasados  servicios  prestados, 
declarándolos  continuos  y  útiles  el  general  en  jefe,  no 
conviene  á  todos  los  militares  argentinos  de  entonces, 
por  cuanto  no  estuvieron  combatiendo  con  sus  escritos  al 
tirano  de  su  patria.  Alberdi  encabezaba  una  escuela  que 
pretendía,  que  siendo  extranjeras  las  prensas  de  que  eran 
redactores  los  argentinos,  no  les  era  lícito  abogar  por  los 
intereses  de  su  patria  de  nacimiento.  Sarmiento  sostenía, 
aun  ante  el  gobierno  de  Chile,  que  el  espíritu  humano  no 
se  divide  en  dos  secciones,  y  que  donde  quiera  que  las 
ideas  liberales  lo  reclaman,  ahí  ha  de  estar  con  toda  su 
inteligencia  y  voluntad  el  que  hace  profesión  de  sostenerlas. 

Cumpliólo  sin  tregua  en  los  diarios  chilenos  que  redac- 
taba, pero  para  responder  á  toda  objeción,  escribió  libros 
como  el  Facimdo,  periódicos  como  La  Crónica  y  Sud- América, 
que  contienen  todo  el  programa  de  la  revolución  y  ocultan 
los  enormes  caudales  necesarios  para  imprimirlos  y  hacerlos 
circular  en  catorce  provincias  clandestinamente  durante 
diez  años   con  otros  panfletos   por  toda  la  Confederación 


(1)   Tomo  XIV.  pag  53. 


202  OBRA.S   DE   SA.RMIBNTO 

hasta  introducirlos  bajo  la  almohada  del  tirano,  según  el 
testimonio  de  La  Fuente,  secretario  del  gobierno,  del 
General  Mansilla,  hermano  político  de  Rosas,  de  Roque 
Pérez,  oficinista,  de  Pedro  Angelis,  escritor  de  Rosas,  que 
«ervían  de  agentes,   mas  ó  menos  directamente. 

Yendo  camino  de  incorporarse  al  ejército,  los  tres  oficia- 
les generales  que  venian  de  Chile,  trasbordándose  en 
Montevideo  al  vapor  Don  Alfonso  que  llevaba  la  insignia 
del  Almirante  Greenfel,  tuvieron  parte  en  el  combate  naval 
del  Paso  de  las  Piedras,  sufriendo  la  lluvia  de  novecientas 
balas  rojas,  según  confesión  del  General  Mansilla  que  las 
arrojó;  y  nunca  está  demás  en  la  foja  de  servicios  de  un 
Jefe  de  Estado  Mayor  de  tierra,  un  combate  naval  en  que 
quedando  sobre  cubierta,  toma  la  misma  parte  que  el 
Almirante  ó  el  último  grumete  (*). 

La  campaña,  ejército  y  batalla  de  Caseros,  es  el  mas 
considerable  hecho  de  armas  de  que  pueda  honrarse  un 
General,  no  tanto  por  la  batalla  que  era  una  consecuencia, 
como  por  el  plan  de  campaña  que  anticipó  diez  años  la 
revolución  que  debía  experimentar  la  composición  de  los 
ejércitos,  sufriendo  en  la  batalla  general  la  caballería,  im- 
potente contra  el  remington  y  el  krupp,  y  reservándola 
para  obrar  en  grandes  masas,  sobre  el  enemigo,  ya  para 
embarazar,  ya  para  desconcertar  sus  operaciones. 

El  General  Urquiza,  antes  que  pudieran  los  pasados  regi- 
mientos de  Buenos  Aires,  con  la  muerte  de  Aquino  entonar 
el  decaído  espíritu  moral  de  sus  tropas,  formó  una  vanguar- 
dia de  ocho  mil  hombres  de  caballería,  y  á  marchas  forza- 
das, yendo  á  su  cabeza,  cayó  el  31  de  Enero  sobre  el  Ge- 
neral Pacheco,  que  se  mantenía  de  vanguardia  con  toda  la 
caballería  de  Rosas  en  los  campos  de  Cabral,  y  lo  aplastó 
con  el  número,  y  lo  espantó  con  la  rapidez.  La  batalla 
campal  para  Rosas  era  un  vano  simulacro.  Habiendo  des- 
cubierto el  astuto  General  Urquiza  el  verdadero  uso  de  la 
caballería  en  las  campañas  modernas,  repitió  la  misma 
maniobra  en  Cepeda,  donde  había  triple  vanguardia,  sobre 
la  cual  cayeron  siete  mil  hombres  en  cuatro  divisiones.  Es 
verdad  que  el  General  Trochu,  no  había  escrito  todavía  que 


(1)   El  parte  del  Almirante  Greenfell  se  halla  en  el  T.  XIV  píg.  139  (iV.  del  E.). 


MEMORIAS  203 

ce  la  invención  de  armas  cortas  había  cambiado  enteramen- 
«  te,  la  parte  que  la  caballería  debía  desempeñar  en  la 
«  guerra,  y  que  su  verdadera  misión  le  venía  de  su  rapidez 
«  y  por  consecuencia  de  su  aptitud  para  caer  en  medio  de 
«  un  ejército  en  retirada,  rompiendo  los  trenes,  interrum- 
pe piendo  las  comunicaciones,  cayendo  donde  menos  se  le 
«.  espera.  La  asombrosa  fuerza  moral  sobre  la  eficacia 
«  simplemente  material  de  esta  arma,  no  parece  haber 
«  sido  eomprendida  por  el  ejército  francés  durante  la  últi- 
«  ma  guerra,  permitiendo  que  su  caballería  operase  en 
«  masa  compacta  con  la  infantería,  etc.,  etc.»  Qué  extraño 
pues,  que  no  fuese  comprendida  tampoco  entre  nuestros 
Generales,  aunque  aquel  genio  militar  que  el  General  Paz 
reconocía  en  Urquiza,  le  hubiese  hecho  anticiparse  á  la 
Europa  en  el  cambio  de  estrategia,  avanzando  setenta 
leguas  con  toda  su  buena  caballería  para  tomar  y  aplastar 
al  enemigo  en  su  propio  campamento? 

Desgraciadamente  el  jefe  de  Estado  Mayor,  que  en  la 
Campaña  del  Ejército  Grande  aplaudió  calurosamente  estas 
audaces  operaciones,  no  tenía  los  mismos  elogios  para  los 
actos  políticos  que  se  sucedían  en  Buenos  Aires  después 
del  triunfo,  tratándose  aun  antes  del  Acuerdo  de  San  Ni- 
colás de  revivir  y  organizar  la  Confederación  de  Rosas, 
razón  porque  el  10  de  Febrero  pidió  y  obtuvo  su  retiro 
del  servicio  público;  pero  al  momento  de  embarcarse  para 
regresar  á  Chile,  renunciando  á  toda  esperanza  de  ver 
organizada  la  República  bajo  instituciones  libres,  entregó 
al  General  Hornos  la  siguiente  carta,  para  ponerla  en 
manos  del  General  Urquiza,  que  tuvo  un  mal  rato  al 
leerla. 

Buenos  Aires,  Febrero  83  de  1852. 

Señor  General  en  Jefe  del  Ejército  Aliado: 

Habiendo  obtenido  de  V.  E.  el  permiso  de  regresar  á 
Chile,  después  de  haber  terminado  la  comisión  que  se 
dignó  confiarme  en  el  Ejército  Grande,  he  resuelto  apro- 
vechar la  próxima  partida  de  un  buque  para  Río  Ja- 
neiro. Aceleran  esta  resolución  el  lenguaje  y  los  propósitos 
de  la  proclama  que  ha  circulado  ayer,  siendo  mi  intención 
decidida  no  suscribirá  la  insinuación  amenazante  de  llevar 


204  OBRAS    DK    SAKMIBNTO 

un    cintillo   colorado,    por    repugnar   á   mis    convicciones  y 
desdecir  de  mis  honorables  antecedentes. 

\Qv.e  Dios  ilumine  á  V,  E.  en  la  escabrosa  senda  en 
que  se  ha  lanzado,  pues  es^mi  convicción  profunda  que  se 
extravía  en  ella,  dejando  disipar  en  un  periodo  mas  ó- 
menos  largo,  pero  no  menos  fatal  por  eso,  la  gloria  que 
por  un  momento  se  había  reunido  en  torno  de  su  nom- 
bre. Aprovecho  esta  ocasión  de  ofrecer  á  V.  E.  los  res* 
petos  y  la  consideración  con  que  me  suscribo  de  V.  E- 
seguro  servidor. 

D.  F.  Sarmiento. 


Carta  del  comandante  Bartolomé  Mitre   á    don    Mariano 

DE  Sarratea 

Febrero  12  de  1852. 

«Todos  los  Jefes  argentinos  quedan  en  Buenos  Aires 
para  organizar  el  ejército  permanente.  Yo  mandaré  la 
artillería  y  con  Sarmiento  escribiremos  un  periódico,  em- 
pieza para  nosotros  una  nueva  campaña  más  laboriosa 
que  las  anteriores.  Nuestro  Sarmiento  se  ha  portado 
como  un  héroe.  En  el  combate  del  Tonelero  estuvo  á  mi 
lado,  y  durante  sesenta  y  cinco  minutos  de  fuego  perma- 
neció con  la  mayor  serenidad  conversando  conmigo.  (*) 
En  la  batalla  del  3,  cayó  con  la  columna  oriental  con 
espada  en  mano  sobre  las  posiciones  fortificadas  del  ene- 
migo, bajo  el  amparo  de  los  fuegos  de  mi  batería  que 
disparó  en  aquel  día  400  balas  rasas,  sosteniendo  el  ata- 
que de  nuestras  columnas  de  infantería.  Incluyo  á  V.  el 
parte  de  la  batalla.  Le  dije  á  Vd.  que  buscara  mi  nombre 
en  el  boletín  que  de  ella  se  diese  y  he  cumplido  mi  pa- 
labra. He  tenido  la  fortuna  de  ser  el  jefe  de  artillería  que 
más  se  ha   distinguido,  batiéndose   con   dos  baterías  del 


(.1)  «Porque  no  seria  Mitre  el  que  estuvo  al  laclo  de  Sarmiento?  se  «  el 
espíritu  de  hacerse  el  sujeto  de  la  oración.  Sarmiento  estuvo  con  su  rico 
anteojo  siguiendo  la  dirección  que  traian  las  balas  rojas,  novecientas,  y  di- 
ciéndole,  alli  viene  una,  alia  vá  etc.  Después  con  Paunero  se  consagró  á  ca- 
lentarles los  lomos  á  los  artilleros  que  se  escondían  tras  la  borda  y  no  car- 
gaban el  único  cañón.    Mitre  mas  flemático,  se  tenia  impasible  (Nota  del  autor).. 


MEMORIAS  205 

centro  enemigo,  como  lo  verá  V.  Cuarenta  y  siete  balas 
del  enemigo  cayeron  en  mi  batería,  matándome  once 
hombres,  siete  caballos  y  desmontándome  tres  piezas. 
Tres  balas  de  cañón  me  cubrieron  de  tierra  y  las  astillas 
de  una  palanca  rota  por  el  proyectil  enemigo  me  rosaron 
levemente  la  cara  haciéndome  una  herida  de  alfiler. 
Cuando  la  derrota  se  pronunció,  hostilicé  al  enemigo  en 
su  retirada  con  cuatro  piezas  de  artillería  (la  batería  era 
de  cinco)  que  fueron  las  primeras  que  llegaron  á  Paler- 
mo,  donde  con  parte  del  ejército  acampé  en  la  misma 
noche  de  la  batalla,  Al  otro  día,  al  ir  á  ver  al  general 
ürquiza,  me  dijo  delante  de  una  gran  concurrencia:  «La 
batalla  se  debe  á  los  esfuerzos  de  todos  los  amigos,  y 
entre  ellos  á  los  del  Comandante  Mitre  ».  Estoy  de  nuevo 
en  camino  y  espero  llegar  lejos,  si  no  me  muero  en  el 
viaje.  Hemos  dejado  en  la  mitad  del  camino  á  nuestro 
pobre  Aquino  que  no  tuvo  la  felicidad  de  ver  libre  á  su 
patria.  Pero  hemos  hecho  en  honor  de  su  memoria  cuanto 
hemos  podido  hacer.  Tenemos  con  Sarmiento  la  lista 
de  los  asesinos  y  hemos  jurado  que  ni  uno  solo  ha  de 
quedar  vivo....  Hágame  la  gracia  de  pasar  esa  cantidad 
($  300)  en  Chile  á  la  cuenta  de  Sarmiento  que  él  me  ha 
entregado  aquí  igual  valor. — B.   Mitre. 

Un  incidente  dio  á  la  prensa  y  servidores  de  Rosas 
ocasión  para  una  fábula  que  el  Coronel  Mitre,  don  Bartolo, 
tuvo  el  coraje  de  desmentir  con  el  siguiente  comunicado 
al  Redactor  del  «.Comercio  del  Plata»: 

«Sírvase  publicar  estas  cortas  líneas  en  contestación  al 
torpe  pasquín,  que  con  el  título  de  asesinato  frustrado  y  fuga 
del  asesino  se  ha  insertado  en  el  Diario  de  la  Tarde  de  hoy 
(viernes  26  de  Febrero  de  1852)  con  la  firma  de  don  Juan  Mur. 

«El  señor  Sarmiento,  á  quien  se  ataca  en  esa  ridicula  pas- 
quinada, no  necesita  de  mi  defensa;  pero  siendo  amigo 
suyo,  y  estando  incidentalmente  mi  nombre  mezclado  en 
el  asunto  que  ha  dado  origen  á  aquella  publicación,  me  con- 
sidero en  el  deber  de  no  dejar  pasar  las  injurias  que  se  le 
dirijen  por  la  espalda. 

«Todos  conocen  bien  al  señor  Sarmiento.  Sus  escritos  po- 
líticos, literarios  y  administrativos  le  han  granjeado  una  re- 
putación americana,  y  solo  al  señor  Mur,  podía  ocurrido  la 
•ridiculez  de  llamar  asesino  al  publicista  ilustrado,  al   mili- 


206  OBKAS   X>K   SAKMIENTO 

tar  valiente,  cuyo  nombre  es  respetado  en  toda  la  República 
Argentina. 

«En  cuanto  al  dictado  de  cobarde  que  le  aplica  el  autor 
del  pasquín,  solo  una  cosa  diremos  en  contestación.  El 
señor  Sarmiento  se  batía  con  honor  en  Monte  Caseros,  y 
cargaba  espada  en  mano  en  la  División  Oriental,  que  tomó 
por  asalto  las  posiciones  enemigas. . . 

«El  señor  Redactor  del  Diario  déla  Tarde,  haciéndose  el  abo- 
gado de  la  causa  de  Mur,  también  le  dirije  al  señor  Sar- 
miento su  tiro  por  la  espalda,  y  puesto  que  se  ha  hecho 
solidario  de  tan  noble  causa,  reciba  igualmente  para  si  todo 
lo  que  queda  dicho  para  el  autor  del  pasquín  que  él  ha 
prohijado.» 

B.  Mitre. 

(Diario  «Agente  Comercial  del  Plata»  Núm.  213,  año  I.) 

Treinta  años  después,  esta  carta  tiene  un  gran  valor. 

Escusado  es  confirmar  el  hecho  de  que  el  Teniente  Coro- 
nel Sarmiento,  estúvose  espada  en  mano  en  lo  mas  recio 
del  combate  de  Caseros,  pues  que  con  el  señor  Dillon  ocu- 
paba el  costado  de  la  guerrilla  de  infantería  oriental  avan- 
zada sobre  la  batería  de  la  puerta  del  Palomar,  que  arrojaba 
una  lluvia  de  metralla.  Lo  que  ahora  importa,  y  el 
Coronel  Mitre  que  aun  no  figuraba  en  la  escena  política, 
hace  notar  entonces,  es  el  caudal  de  reputación  formada, 
que  traía  desde  Chile,  Europa  y  Estados  Unidos,  el  señor 
Sarmiento,  objeto  de  aquellas  injurias,  pues  todos  sus  gran- 
des escritos,  como  sus  viajes,  son  anteriores  á  la  batalla 
de  Caseros.  Podemos,  pues,  retener  las  palabras  del  Coro- 
nel Mit)'e,  que  va  á  aparecer  en  la  escena,  para  ver  si 
pudo  en  adelante  conservar  íntegro  este  buen  nombre,  y 
no  lo  disminuyeron  y  degradaron  el  epíteto  de  loco,  de 
boletinero,  y  el  trabajo  y  las  intrigas  de  los  partidos  repre- 
sentados por  diarios  conocidos,  que  sucesivamente  intenta- 
ban hacerle  descender  en  la  pública  opinión,  á  punto  de 
creerse  él  mismo,  hoy  que  ha  necesitado  llegar  á,  la  edad 
de  setenta  años  para  recuperar  en  la  estimación  pública 
el  puesto  honorable  que  le  tenían  deparado  desde  1845  los 
hombres  notables  del  mundo,  que  trató. 

Vuelto  de  su  destierro  voluntario,  después  de  la  revolu- 
ción del  11  de  Setiembre,  de  cuyos  síntomas   precursores 


MEMORIAS  207 

huyó,  volvió  á  tomar  servicio,  y  el  decreto  que  sigue,  aunque 
sin  aplicación  sino  durante  dos  días,  pues  que  el  General 
en  Jefe  llegó  y  se  recibió  del  mando  de  la  plaza,  contuvo 
las  dos  últimas  comisiones  que  recibió  con  mando  de  tro- 
pas, siendo  de  notar  que  se  conserva  Teniente  Coronel 
con  funciones  de  General  durante  diez  años,  y  que,  salva 
el  grado  de  Coronel  dado  mientras  dirije  la  campaña  con- 
tra Peñalosa,  se  conserva  treinta  años  Teniente  Coronel; 
y  aun  transcurridos  aquellos,  es  materia  de  graves  dudas 
y  vacilaciones  para  la  Comisión  militar  del  Senado,  cuya 
mayoría  la  formaban  el  hermano  del  General  Navarro, 
Gobernador  caudillo  de  Catamarca  (*)  como  era  General 
el  Chacho,  y  el  hijo  del  General  Echagüe,  aquel  Restaura- 
dor del  Sosiego  Público  de  Santa  Fe,  cuyos  títulos  de  doctor 
en  teología  le  sirvieron  para  que  Rosas  lo  condecorase  con 
aquel  título. 

Con  esto  termina  la  crónica  militar  de  los  tiempos  he- 
roicos, y  el  servicio  de  subalterno  que  lo  lleva  á  la  cam- 
paña del  interior  después  de  la  batalla  de  Pavón,  con  el 
carácter  de  auditor  de  guerra,  acabando  por  terminarla 
personalmente,  como  se  verá  en  seguida,  mediante  lo  que 
él  llamó /rt  diplomacia  de  la  guerra. 

El  decreto  que  sigue  cierra  el  periodo  de  la  historia 
pre-constltucional  argentina,  y  de  los  servicios  militares 
del  Teniente  Coronel  don  Domingo  F.  Sarmiento  á  las  órde- 
nes de  otros  gefes  de  mayor  graduación. 

«  Art.  1°  Al  exterior  de  la  ciudad  se  formará  una  linea 
«de  fortificaciones...  etc. 

«  Nómbrase  Comandante  General  al  Coronel  don  Wen- 
«  ceslao  Paunero,  y  para  segundo  Jefe  al  Teníante  Coro- 
«  nel  don  Domingo  F.  Sarmiento,  antes  Jefe  del  Estado 
«Mayor  del  Ejército  de  Reserva...  Las  tropas  que  guar- 
«  nacen  la  línea  de  fortificaciones,  dependerán  del  General 
«  en  Jefe  del  Ejército  de  la  Capital. — Buenos  Aires,  Octu- 
«  bre  29  de  1857.— Pastor  Obligado.» 


(i)  Este  señor  ha  permanecido  Diputado  ó  Senador  por  Catamarca  durante 
treinta  años  sin  interrupción  en  los  Congresos  de  la  Confederación  y  de  la  Re- 
pública. No  ha  usado  nunca,  ó  poquísimo,  de  la  palabra,  y  se  cree  que  la  resis- 
tencia á  despachar  el  informe  de  la  Comisión  Militar  del  Senado,  durante  tres 
años,  es  hasta  hoy  su  único  acto  parlamentario.— (.Yo (a  del  autor). 


208  OBRAS   DE   SARMIENTO 


DESPUÉS  DE   CASEROS 

«Con  pretexto  del  decreto  de  Urquiza  sobre  el 
cintillo  punzó,  abandonó  á  Buenos  Aires,  abandonó 
á  sus  compañeros  de  causa  y  los  dejó  frente  á  frente 
al  caudillo,  en  aquella  hora  suprema  en  que  se 
aprontaban  todos  á  la  nueva  lucha  que  ya  se  veía 
venir,  que  vino,  y  en  la  que  ganaron  una  batalla 
mas  importante  que  la  de  Caseros .  » 

«?Cuál  era  el  deber  de  Sarmiento  en  aquellos 
momentos? 

La  consecuencia  á  sus  principios,  el  patriotismo 
se  lo  imponían:  permanecer  ai  lado  de  sus  compa- 
ñeros, seguir  su  suerte,  quedarse  con  ellos,  ayudarlos 
formar  en  sus  filas,  tanto  que  él  se  consideraba  una 
potencia,  creyéndose,  como  por  otra  parte  se  ha 
creído  siempre,  uno  de  esos  predestinados  de  la 
Providencia  y  del  destino,  para  cambiar  la  suerte 
de  los  pueblos,  luchando  hasta  contra  la  omnipo- 
tencia de  Dios ! » 

¡Pobre  Jacinto  (i)  cuanta  razón  teníais  de  acordaros  de 
Marnix  de  Saite  Aldegonde! 

La  historia  se  escribe  con  los  resultados  ya  realizados, 
de  los  que  los  autores  de  los  hechos  imaginaron  justo, 
bueno  y  necesario,  y  cuyo  juicio  solo  el  tiempo  rectifica, 

(Cuantos  sacrificios  heroicos  hizo  la  revolución  francesa 
para  acabar  con  sus  reyes  y  establecer  el  reino  de  la  razón 
y  de  la  libertad!  ¿Qué  consiguió?  A.  través  de  arroyos  de 
sangre,  levantar  en  los  escudos  de-  los  soldados  al  Empe- 
rador Napoleón  y  hacer  morir  dos  millones  de  franceses. 

Segunda  República!  otro  Napoleón  y  la  desmembración. 
— No  está  la  monta  en  quererlo. 

Faltábanos  ahora  los  niños  de  hoy  calumniando  á  los 
autores  de  ahora  treinta  años,  para  hacerlos  entrar 
en  el  cartabón  de  la  época  actual.  aGanaron  una  baialla 
(nuestros  padres  dicen,)  mas  importante  que  la  de  Caseros 
en  ausencia  de  Sarmiento.»  Así  será;  pero  Sarmiento 
volvió  Presidente  á  Buenos  Aires,  cuando    ya    se  habían 


(1)  D.  Jacinto  Rodríguez  Peña,  hijo  del  procer  Rodríguez  Peña  quien  envió 
■al  autor  el  libro  de  Louis  Blanc  sobre  Marnix  de  Sanie  Aldegonde,  comparando  al 
protagonista  con  Sarmiento  (Nota  del  Editor), 


MEMORIAS  209 

reconocido,  no  que  pagado,  costos  y  costas  del  sitio,  Cepeda, 
Pavón  y  reincorporado  Buenos  Aires  á  la  nación,  no  habien- 
do mas  de  nuevo  que  un  Brigadier  General. 

«Sarmiento  en  1850  abandonó  á  Buenos  Aires,  á  sus  com- 
pañeros de  causa»  etc.  Vaya  que  cargo!  ¿Encuéntralo 
esto  el  historiador  en  algún  documento  de  la  época?  Lea 
Los  Debates  y  en  ellos  verá  que  Sarmiento  estaba  presente. 
Registre  las  actas  de  la  Legislatura,  y  encontrará  que 
ausente,  fué  nombrado  Representante,  en  reconocimiento 
de  los  grandes  servicios  que  prestó  á  Buenos  Aires  sitiado, 
desde  Chile,  con  sus  escritos,  su  influencia  y  su  acción. 
Lo  único  raro  que  encontrará,  lo  único  anti-porteño  de  lo 
porteño  de  entonces,  es  que  no  quiso  aceptar  por  ciertos 
escrupulillos  de  conciencia.  Hablan  hecho  fueguito  á 
parte,  levantando  «la  banderita  de  pulpería»,  como  solía 
decirles  el  Coronel  Mitre  entonces. 

¿Pero  cuales  eran  sus  compañeros  de  causa?  Vaya  con 
la  pregunta!  Su  compañero  era  el  General  Urquiza,  á  quien 
se  había  asociado  para  destronar  á  Rosas.  Anduvo  malean- 
do y  se  le  hizo  á  un  lado. 

Un  punto  dividió  por  entonces  á  los  viejos  unitarios. 
¿Debía  aceptarse  á  Urquiza  con  tierra  y  todo?  Debía  ser 
con  su  mas  ó  su  menos?  Unos  porteños  pensaron  que  sí 
y  lo  siguieron  al  Paraná;  otros  que  no,  disimulando  su 
pensamiento. 

Sarmiento  diría  á  su  vez: — no  es  conmigo  y  se  alejó. 
Creía,  sin  duda,  que  ni  en  Buenos  Aires,  ni  en  Urquiza  se 
encerraba  la  Bienaventuranza;  que  habían  unitarios  por 
todas  partes  y  la  nación  se  extendía  hasta  los  Andes  y 
-Tujuy;  creería  ademas  que  la  gran  batalla  estaba  aun  lejos 
y  debían  economizarse  las  municiones. 

En  cuanto  á  unitarios  y  federales  de  entonces,  excluyendo 
los  sostenedores  de  Rosas  (alias  mozorqueros),  se  ha  de 
quedar  lelo,  el  que  treinta  años  después  le  echa  en  cara 
haber  abandonado  á  sus  compañeros.  Oiga,  y  asústese  de 
lo  que  en  un  Memorial  escribía  al  Gobernador  Benavides 
en  Marzo  11  de  1845,  conjurándolo  á  encabezar  el  movi- 
miento contra  Rosas: 

«Rosas  sucumbirá  sitiando  á  Montevideo,  ese  es  su  des- 
atino. 

Tomo  xux.— i4 


210  OBRAS  DB  SARMIENTO 

«Esta  cuestión  no  la  decidirán  ya  los  antiguos  unitarios- 
«  (1845!)  pero  alguien  la  ha  de  decidir,  y  ese  alguien  es  mejor 
«  que  sea  V.  E.  en  cuyas  manos  está  hoy  el  hacerlo.  Ne- 
«  cesitamos  ademas  hacer  á  los  unitarios  viejos  respetar 
«  los  cambios  que  se  han  venido  operando  en  la  República, 
«  y  esto  no  podemos  hacerlo,  sino  sosteniendo  y  apoyanda 
«  los  intereses  nuevos  que  se  han  creado.»  (i). 

Con  tales  ideas  sibilinas,  ya  puede  el  critico  vulgar  pre- 
guntarle quienes  eran  sus  compañeros. 

Sarmiento  presente  en  Buenos  Aires  entonces,  no  habría 
estorbado  la  separación,  que  era  salida  de  clérigo  mulato, 
porque  si  dice  de  gallos  de  mala  ralea,  (gallo  bruto)  le 
arman  camorra  los  gramáticos  pardos! 

¿Qué  sucedía  cuando  el  decreto  de  Urquiza  ordenando 
llevar  el  cintillo?  Era  contra  los  unitarios,  pues  los  fede- 
rales habían  llevado  la  cinta  toda  la  vida.  El  efecto  fué 
que  los  unitarios  excepto  Sarmiento,  lo  toleraron  por  pru- 
dencia y  que  la  indignación  de  Buenos  Aires  no  tuvo  lími- 
tes. Era  un  levantamiento  en  masa.  El  Dr.  D.  Diógenes 
Urquiza  que  me  puso  la  queja,  dirá  que  á  la  puerta  del 
General  le  expresé  con  sinceridad  la  gravedad  del  caso,  y 
se  lo  dijo  á  su  padre,  quien  no  me  llamó  para  oirme,  pues 
á  ser  requerido  le  hubiera  indicado  el  peligro  y  el  remedio. 

Vi,  pues,  venir  una  insurrección.  Aun  no  había  cometido 
faltas  graves  el  General,  y  debe  decirse  á  su  justificación 
que  no  las  cometió  dignas  de  un  alzamiento;  pero  asi  es 
la  historia. 

¿Cuáles  serían  sus  consecuencias?  Expuse  al  Dr.  Alberdi 
á  mi  llegada  á  Chile  mis  temores. — «Va  á  haber  lucha  de 
Buenos  Aires  con  el  vencedor  de  Caseros  y  debemos  espe- 
rar el  resultado.» 

Mi  temor  era  que  de  reacción  en  reacción,  volviesen,  ó  á 
los  hombres  de  Rosas,  ó  á  Rosas  mismo.  Los  unitarios 
con  prestigio  civil  ó  militar  no  pasaban  de  una  docena, 
todos  desconocidos,  aunque  estimados  de  reputación  por 
aquella  generación.  Los  hechos  respondieron  luego  á  la 
teoría:  hubo  revolución.  Véase  quienes  formaron  la  Le- 
gislatura.   Se  nombró  Gobernador  unitario,  Alsina,  y  vino 

(1)  Publicadas  en  La  Crónica  el  7  de  Enero  de  1853— Tomo  XVI  pág  acj.-v 
{Nota  del  Editor). 


MEMORIAS  211 

la  reacción  federal;  hubo  sitio.  Fueron  naturalmente  al 
poder  Anchorena,  D.  Lorenzo  Torres,  el  General  Pacheco 
al  ejército.  Era,  pues,  patente  la  reacción.  Si  Flores 
triunfa,  teníamos  á  los  de  Rosas.  El  sitio  iba  acentuando, 
no  las  divergencias,  sino  las  similitudes.  El  Gobierno  de- 
claró que  tan  federales  eran  los  de  dentro  como  los  de 
fuera  y  que  lo  que  los  dividía  era  una  simple  querella  de 
familia. 

Motivó  esta  declaración  un  hecho  secundario.  Un  Sar- 
gento, Primitivo  Ceballos,  gaucho  guapo,  y  por  tradición 
unitario,  tenía  una  guerrilla  de  caballería,  de  franc-tireiirs 
ó  de  voluntarios.  Un  día  les  puso  banderolas  azul  celeste 
por  su  cuenta  á  las  lanzas,  y  hacía  con  éxito  salidas,  quitaba 
caballos  y  hacía  maravillas.  Llamó  la  atención  y  el  Go- 
bierno se  alarmó  de  los  colores  celeste  y  blanco  que  podían 
escandalizar  al  enemigo. 

El  Dr.  Velez,  escandalizado  á  su  vez  de  esta  declaración 
oficial  federal,  puso  lo  que  llamaron  después  una  viruta  en 
JZÍ  JVaciímaí,  diciéndoles  en  una  palabra,  tan  picaros  son  los 
de  adentro  como  los  de  afuera.  ¡Gran  sensación!  Que  se 
cierre  la  imprenta,  si  no  entregan  al  autor!  lo  que  hizo  el 
bravo  Pinero,  entregándoles  el  manuscrito  con  la  íirma 
en  todas  letras  de  Dalmacio  Velez  Sarsfield.  Lo  llamaron 
al  Ministerio  y  le  dijo  áD.  Lorenzo  de  una  hasta  ciento,  y 
se  tranquilizaron,  porque  nada  hay  que  tranquilice  mas  á 
los  que  no  tienen  razón,  que  decirles  lo  que  ellos  llaman 
una  desvergüenza,  es  decir,  cantarles  la  cartilla. 

— ¿Doctor,  no  pudiera  V.  proponerle  al  General  Paz,  que 
se  encargase  del  Parque  que  anda  dado  á  Barrabas? — 
Consintió  en  ello;  anuncióle  la  embajada  con  mil  rodeos, 
temiendo  un  rechazo  como  era  de  esperarse;  pero  el  viejo 
táctico  y  organizador  le  contestó  poniéndose  la  levita  y 
acompañándole  al  Gobierno.  Quince  días  después,  salía 
del  Parque  un  torrente  de  balas,  y  D.  Nicolás  Anchorena 
exclamó: — ¡quien  hubiera  creído  que  hubiesen  militares 
tan  honrados! — exclamación  que  provenía  de  la  sublevación 
de  la  opinión  contra  los  militares  de  la  Independencia, 
general  á  todos  los  propietarios  en  todas  partes;  Rosas 
mató  cuantos  pudo  y  Facundo  hacía  instintivamente  lo 
mismo,  á  la  sombra  de  la  preocupación  honrada,  para  no 
tener  obstáculo  á  su  ambición  perversa. 


212  OBRAS   DE   SARMIENTO  * 

Con  Paz  en  el  ejército,  la  reacción  se  detuvo;  pero  el 
triunfo  del  sitio,  dio  brios  al  sentimiento  local  y  al  aleja- 
jamiento  del  resto  del  país. 

Don  Demetrio  Peña,  mi  amigo,  y  uno  de  los  porteños 
mas  preparados  para  la  administración,  pues  había  sido 
diez  años  Oficial  Mayor  de  Guerra  y  Marina  en  Chile  y 
que  había  ocupado  un  puesto  eminente  aquí,  vino  á  su  país, 
por  mi  consejo,  y  regresó  á  Chile  luego,  diciendo; — «me 
vuelvo  espantado.  El  odio  á  los  emigrados  es  implacable, 
y  entre  jóvenes,  (que  me  nombró),  de  las  primeras  fami- 
lias, en  mis  propias  barbas,  no  se  recatan  de  mostrar  su 
odio  y  su  menosprecio.» 

Cuando  Sarmiento  vino  y  empezó  á  escribir,  su  viejo 
amigo  Tejedor  le  dijo  por  vía  de  consejo: — «V.  se  pierde; 
emigrado  y  mazorquero  corren  parejas  en  la  opinión.» — 
Dicen  que  Sarmiento  le  contestó: — «como  hace  veinte  años 
que  ando  perdido,  ¿qué  extraño  seria  que  ande  algunos 
años  mas?» — porque  solía  perderse  con  frecuencia,  pero 
siempre  caía  á  la  huella,  como  las  muías  de  su  tierra. 

Cuando  la  lucha  entre  la  lista  amarilla  con  la  blanca,  otro 
Sargento,  Juan  Carlos  Gómez,  ni  porteño,  ni  provinciano, 
aunque  yo  lo  siguiese  como  cabo,  levantó  la  bandera  ce- 
leste y  blanca  en  la  prensa,  y  al  fin  el  gobierno  empezó  á 
ser  como  unitario.  Entonces  volvió  al  Gobierno  Alsina,  con 
mucha  ayuda  de  Sarmiento,  y  la  cosa  fué  tomando  color, 
hasta  Cepeda,  la  Convención  en  que  estábamos  igualmente 
representados  y  apareados;  yo  por  ejemplo,  con  Irigoyen 
que  con  todo  su  saber  no  se  atrevía  á  tomar  la  palabra  y 
se  mordía  de  rabia,  cuando  les  ganábamos  las  cuestiones. 
Esta  es  historia,  mis  perversos  chicueios,  y  no  hay  que 
andarme  señalando  donde  estaba  mi  puesto,  ni  donde  mis 
amigos.  Véase,  por  lo  dicho,  si  tenía  ó  tengo  razón  de 
creerme  uno  de  esos  pronosticadores  «de  la  Providencia  ó 
del  destino». . .  Suprimo  una  blasfemia  de  estos  troneras 
sin  conciencia  y  sin  respeto. 

Mi  ausencia  les  trajo  áVds.  un  gran  bien;  yes  dejar  el 
campo  libre  á  un  joven  militar  y  literato  que  necesitaba 
hacer  sus  primeras  armas  en  su  país.  Escribió  un  sentido 
artículo  en  defensa  del  Comandante  Sarmiento,  insultado 
por  un  Mur,  en  el  Diario  de  la  Tarde,  declarando  haber  estado 
aquel  en  lo  mas  grueso  de  la  pelea  en  Caseros,  espada  en 


MEMORIAS  213 

mano  como  un  bueno  á  una  cuadra  ó  mas  de  nueve  piezas 
de  artillería  que  no  vomitaban  por  cierto  confites,  sino 
vizcainos.  Este  acto  de  justicia  y  de  amistad  le  valió  al 
Coronel  Mitre  que  se  le  llenase  la  casa  del  pueblo  de  Buenos 
Aires  á  visitarlo  y  desde  entonces  fué  conocido  y  estima- 
do (1).  Su  camino  estaba  hecho,  al  menos  así  lo  mani- 
festó él  y  en  esos  términos  á  su  ahijado,  pues  contaba  con 
talento,  patriotismo,  instrucción  y  podía  manejar  la  pluma 
y  la  espada.  Escribió  Los  Debates^  y  entró  de  lleno  en  la 
carrera  pública,  ocupando  luego  el  primer  puesto  y  acaban- 
do por  ser  el  hombre  necesario,  felicidad  que  les  deseo  á 
todos,  en  el  nombre  del  Padre  y  del  Hijo  y  del  Espíritu 
Santo,  Amen. 

LIFE  IN  THE  ARGENTINE  REPUBLiC 

(El  Censor,  30-y  31  de  Diciembre  y  !<>  de  Enero  1886  ) 
Mrs.  Horace  Mann  al  traducir  al  ingles  Civilización  ij  Bar- 
barie^  dióle  á  su  trabajo  aquel  nombre,  porque  decía,   la 
lucha  entre  la  civilización  y  la  barbarie  es  común  á  todos 


(1)  En  presencia  del  señor  General  Roca,  del  Dr.  Pellegrini  y  otros  Senadores 
hemos  oído  al  señor  General  Mitre  declarar  con  sencilla  hidalguía  que  esa  de- 
fensa que  hizo  de  Sarmiento  le  valió  en  Buenos  Aires,  donde  era  desconocido,  su 
primera  popularidad. 

El  asunto  Mur  tiene  estos  antecedentes.  Antes  de  sublevarse  Urquiza  contra 
Rosas,  se  presentó  el  Coronel  Juan  Mur  en  Chile  en  la  casa  de  Sarmiento,  á 
proponerle  el  Ministerio  de  Gobierno  de  parte  de  D.  Juan  Manuel  Rosas,  con 
todos  los  circunloquios  y  promesas  que  son  de  imaginarse.  Sarmiento  contestó 
ofreciéndole  al  negociador  chicotearle  en  la  cara,  cuando  se  hallase  en  Buenos 
Aires,  caído  el  tirano.  En  efecto,  algunos  días  después  de  Caseros,  en  la  calle  de 
Cangallo  frente  al  pasaje  del  teatro  Argentino,  lo  encontró  y  le  cruzó  la  cara  con 
un  rebenque.  El  Coronel  Mur  en  el  Diario  de  la  Tarde  el  26  de  Febrero,  después 
de  salir  Sarmiento  de  Buenos  Aires,  publicó  un  articulo  titulado:  — «As^si/iftío 
frustrado  y  fuga  del  asesúto».  (La  contestación  de  Mitre  es  la  consignada  pág.  205.) 

Es  esta  la  ocasión  de  consignar  una  anécdota  de  esa  época,  que  relató  el  General 
Mitre  en  antesalas  del  Senado,  en  la  misma  ocasión  que  acabamos  de  apuntar, 
Al  despedirse  Sarmiento  de  sus  amigos,  en  el  muelle,  para  salir  de  nuevo  al 
destierro,  con  grande  asombro  de  Mitre,  le  dijo:— «Mitre,  será  Vd.  el  primer 
Presidente  de  la  República ;  pero  acuérdese  que  me  reservo  la  segunda  Presi- 
de^ncia»— Era  pocos  días  después  de  Caseros,  y  Urquiza  debía  parecer  el  únic¿* 
Presidente  posible. 

Esta  relación  hecha  por  el  General  Mitre,  concuerda  palabra  por  palabra  con  la 
que  ha  hecho  varias  veces  en  nuestra  presencia  eJ  General  Sarmiento.  — (.Yüíai 
del  Editor) 


214  OBRAS   DE   SARMIENTO 

los  países  y  de  todos  los  tiempos,  mientras  que  lo  que  este 
libro  describe  es  la  vida,  como  lo  es  en  la  República  Argen- 
tina con  suscaudillejos  y  sus  luchas  civiles  que  son  cosas 
sui  generis. 

Contaremos  un  episodio  de  esta  vida  argentina  para 
mostrar  lo  que  cuesta  vivir  aun  en  los  tiempos  mas  tran- 
quilos, reproduciéndose  las  escenas  mutatis  mutatidi,  como  si 
nada  hubiera  sucedido. 

Recuérdase  que  en  1852,  el  entonces  Coronel  Sarmiento 
de  la  misma  hornada  que  el  Coronel  Mitre,  se  retiró  de  la 
vida  pública  á  causa  de  irregularidades  del  gobierno  que 
sucedía  á  Rosas,  regresando  á  su  casa  en  Chile  de  donde 
no  volvió,  sino  después  al  país,  mediante  los  tratados  de 
Junio,  y  estar  nombrado  por  la  Provincia  de  Tucuman 
Diputado  al  Congreso  del  Paraná. 

Debía  regresar  á  las  costas  del  Atlántico  por  la  Cordi- 
llera, y,  no  pudiendo  resistir  á  la  tentación  de  ver  á  su 
madre,  familia,  amigos,  y  aun  las  calles  y  los  cortijos  de 
San  Juan  su  patria,  hizo  una  punta  desde  Uspallata  á  el 
Acequión,  y  llegó  inopinadamente  al  Pocito  en  una  bella 
tarde  de  otoño.  Guardaba  á  San  Juan,  Benavides,  para 
quien  la  batalla  de  Caseros  era  historia  antigua,  habiendo 
sido  confirmado  en  su  cacicazgo  de  27  años  por  el  vence- 
dor, por  cuya  razón  no  podía  volver  á  San  Juan  el  proscripto 
de  veinte  años. 

Acometió  pues  la  aventura  y  de  un  galope  recio  y  tendido 
se  introdujo  á  la  ciudad,  no  entre  gallos  y  media  noche, 
sino  á  horas  permitidas,  entre  dos  luces. 

— Que  ha  llegado  Sarmiento! — que  lo  han  visto  venir  ga- 
lopando, por  la  calle  ancha — que  entró  á  su  casa — que 
■es  él  y  no  puede  ser  otro  por  el  vestido  y  la  silla  (no  se 
usaba  montar  en  silla). 

Una  hora  después,  la  ciudad  semi-aldea  estaba  en  ascuas; 
las  comadres  pasándose  la  palabra;  los  policiales,  asisten- 
tes y  ayudantes  cruzándose  en  todas  direcciones  para  im- 
partir órdenes.  Benavides  tenía  unos  guardas  de  corps  sin- 
gulares, compuestos  de  setenta  oficiales  de  coroneles  abajo, 
que  servían  en  las  campañas,  pero  que  en  tiempo  de  paz 
estaban  en  sus  casas,  sin  uniforme,  sin  revistar,  teniendo 
cada  uno  un  asistente  para  cobrar  para  ambos  las  raciones 
■de  carne  y  vicios,  con  lo  que  había  siempre  ciento  cincuenta 


MEMORIAS  215 

hombres  á  mano,  para  un  caso  inopinado.  Ya  le  había 
sucedido  que  la  guarnición  de  plaza  se  le  había  sublevado 
y  escapado  por  milagro  al  decirle  dése  d  preso.  Esa  noche 
durmió  el  escuadrón  sagrado,  por  pronta  providencia, 
detras  de  la  casa  del  titulado  Coronel,  en  una  pampa  donde 
este  fundó  después  la  Quinta  Normal. 

Al  día  siguiente  reunidos  todos  los  caporales  del  partido 
de  la  resistencia  á  la  prolongación  del  gobierno  de  caudi- 
llos, no  obstante  Caseros,  y  el  sitio  de  1853  levantado,  un 
edecán  de  S,  Exa.  que  no  era  Benavides  sino  un  Juárez 
cualquiera  para  tapar  el  agujero,  entregó  al  señor  Sar- 
miento una  nota  en  la  que  se  le  intimaba  salir  de  la  pro- 
vincia en  el  término  perentorio  de  veinte  y  cuatro  horas, 
dándose  cuenta  con  aquella  fecha  al  Director  General,  de 
las  razones  que  motivaban  aquella  medida. 

Acertaba  á  ser  el  edecán  un  pariente  suyo  y  como  her- 
mano, pues  se  habían  criado  juntos.  «Siéntate  Eusebio  (*) 
le  dijo,  que  este  es  negocio  largo. 

«Yo  contestaré  por  escrito  la  nota;  pero  ya  puedes  antici- 
parle el  contenido  mas  ó  menos.  Dile  al  señor  Goberna- 
dor que  siento  que  al  regresará  mi  patria,  á  mi  casa  paterna 
después  de  veinte  años  de  ausencia,  me  reciba  con  esta 
bienvenida:  pero  que  no  se  aflija,  que  yo  no  acostumbro 
hacerme  cómplice  de  las  maldades  de  otros,  suscribiendo 
á  ellas.  Que  no  saldré,  pues,  de  mi  casa,  y  que  tenga 
paciencia,  que  no  corre  tanta  prisa.  Que  recuerde  que  está 
su  gobierno  bajo  el  imperio  de  un  Constitución  que  le 
prohibe  ponerle  la  mano  á  un  ciudadano,  ni  desterrarlo, 
lo  que  es  pena  capital;  pero  que  no  siendo  ellos  diestros 
en  el  manejo  de  este  chisme  incómodo,  la  Constitución, 
yo  le  indicaré  el  medio  de  eludir  sus  preceptos.  Que  de- 
clare la  provincia  en  estado  de  sitio,  á  causa  de  conmoción, 
lo  que  es  cierto,  y  de  tentativa  de  revolución,  para  lo  que 
tienen  ya  aquí  reunidos  los  confabulados,  y  entonces  pido 
mis  pasaportes  como  extranjero,  pues  los  extranjeros  tie- 
nen el  derecho  de  salir  del  país,  ó  bien,  vean  á  cualquiera 
que  me  acuse  de  haberme  robado  las  torres  de  la  cate- 
dral, y  no  les  han  de  faltar  cuarenta  picaros  que  declaren 


-(,1)    D.  Eusebio  Flores  hermano  de  D.  José  Ignacio  (-Y.  del  E.) 


216  OBRAS  DE   SARMIENTO 

haberme  visto  en  el  acto  de  echármelas  á  los  bolsillos;^ 
me  acusan,  me  condenan  y  me  destierran.  Este  procedi- 
miento es  mas  largo,  porque  hay  la  defensa  del  reo  y  otras 
majaderías.» 

Pasósele  la  nota-contestacion  al  Gobernador  con  esta 
dirección: — El  Teniente  Coronel  del  Ejército  de  Buenos 
Aires  (Coronel  antes  por  el  General  Urquiza)  á  S.  E.  el 
señor  Gobernador. — Estando  usted  bajo  el  imperio  de  la 
Constitución  y  yo  protegido  por  los  tratados  de  Junio  que 
establecen  paz  y  amistad  entre  la  Confederación  y  el  Esta- 
do de  Buenos  Aires,  pido  á  S.  E.  se  sirva  revocar  la  orden 
que  no  debo  cumplir  dando  cuenta  con  esta  fecha  k  mi  gobier- 
no, de  la  violación  en  mi   persona  del  tratado  de  paz  » 

Con  esta  salida  no  contaban;  pero  no  cesaban  las  alarmas» 
las  carreras,  los  aprestos  bélicos,  la  citación  de  escuadro- 
nes para  relevarse  montando  guardia.  El  Teniente  Coro- 
nel mientras  tanto,  era  apoyado  por  el  pueblo  entero,  por- 
que Benavides  llamaba  á  sus  oponentes  alos  ciudadanos»!' 
Pues  no  vé,  decía,  lo  que  piden  los  ciudadanos!  Los  ciu- 
dadanos quieren  que  yo  me  deshaga  del  poder!  El  creía, 
como  empieza  á  creerse  hoy,  que  él  con  los  setenta  Coman- 
dantes y  oficiales  eran  otra  cosa  que  el  pueblo,  pues  que 
ni  con  la  guardia  cívica  contaba.  El  Teniente  Coronel, 
firme  en  su  posición  á  dos  anclas,  mandó  decir  al  Goberna- 
dor que  le  concediese  una  audiencia  á  fin  de  obviar  difi- 
cultades, y  estorbar  violencias  inútiles,  á  loque  accedió  el 
Gobernador  Díaz  (el  Juárez  de  entonces).  La  entrevista 
tuvo  lugar,  y  un  incidente  previo  dá  la  medida  de  la  situa- 
ción. Púsose  de  frac  negro  y  calzó  guantes  blancos  para 
asistir  á  la  conferencia,  por  la  misma  razón  que  Facundo 
Quiroga  que  vestía  de  ordinario  como  un  paisano,  se  puso 
de  chiripá  cuando  don  Braulio  Costa  fué  á  La  Rioja  en 
comisión  de  minas. 

No  habiendo  alumbrado  en  las  calles  (había  habido  en 
tiempo  de  Carril)  como  un  Comisario  amigo  que  acompa- 
ñaba á  la  comitiva,  siendo  el  doctor  Rawson  de  la  partida, 
se  adelantase  á  saber  si  estaba  el  Gobernador,  quedaron 
en  el  dintel  de  la  puerta,  visibles  los  bultos  pero  muy 
notable  la  silueta  del  de  frac.  En  el  centro  del  patio 
había  un  grupo  como  de  ocho  que  se  movían  alrededor 
de  algo,  cuyos  miembros  no  se  fijaban  en  el  pequeño  grupo» 


MEMORIAS  217 

de  la  puerta.  Acércasele  el  Comisario  y  pregunta  por  el 
Gobernador  y  como  notasen  al  mirarlo  que  quedaban  dos 
ó  tres  mas  distantes.  ¿Quiénes  son  aquellos,  preguntó  el 
Coronel  Rios?  —  Es  Sarmiento  que  viene  á  ver  al  Gober- 
nador.— Sarmiento!  y  todos  abandonaron  lo  que  tenian 
entre  manos,  y  se  enderezaron  llenos  de  sorpresa.  No  era 
miedo,  sino  novedad!  Hacía  veinte  años  que  no  lo  veían 
los  hombres  de  edad,  muchos  Comandantes  no  lo  conocían^ 
y  después  de  tanto  escribir,  de  tanto  batallar,  tenerlo  ahí 
casi  encima! 

¿Qué  estaban  haciendo  á  oscuras  estos  ochos  hombres 
en  medio  de  un  patio?  Estaban  abriendo  cajones  de  muni- 
ciones, y  entregándole  á  cada  comandante  su  parte,  que 
recibía  y  acomodaba  en  un  poncho.  Si  hubieran  estado 
en  vísperas  de  elecciones  para  nombrarle  sucesor  al  gober- 
nador, se  comprende  que  se  distribuyesen  cartuchos,  como 
ahora  se  mandan  remingtons  á  las  provincias.  Era  para 
la  próxima  batalla  con  los  ciudadanos  que  encabezaría 
Sarmiento.  Se  abandonó  por  redundante  la  tarea,  y  cuando 
había  este  entrado  en  la  sala  de  gobierno,  los  comandantes 
se  colaron  furtivamente  en  una  vecina,  para  oír  y  ver  cosa 
tan  extraña.  La  conferencia  principió  con  Diaz  y  su  mi- 
nistro, por  guerrillas  insignificantes,  pues  ministro  y  gober- 
nador eran  meras  pantallas,  hasta  que  apareció  la  figura 
elevada,  sin  gracia  pero  bondadosa  y  sonriente  de  Bena- 
vides,  dirigiéndose  á  darle  la  mano  al  Teniente  Coronel, 
que  tuvo  el  cuidado  de  juntarlas  en  la  espalda,  como  lo 
hacia  el  Emperador  del  Brasil  cuando  deseaba  evitarle  á 
un  huésped  republicano  la  ceremonia  de  besarle  la  mano. 
Suprimo  preliminares. — He  venido  señor  General,  á  dar  y 
pedir  explicaciones  que  pueden  ahorrarme  á  mi  desagrados 
y  violencias,  y  á  Vd.  un  crimen,  porque  no  he  de  obedecer 
esa  orden. 

— El  Gobierno  está  justamente  alarmado  con  su  venida 
en  estas  circunstancias  y  ha  querido  evitar  un  conflicto 
con  los  ciudadanos. 

— De  mí  nada  tiene  que  temer.  En  todas  ocasiones  estan- 
do bajo  su  gobierno  antes,  y  después  desde  Chile  me  dirigí 
siempre  á  Vd.  pidiéndole  (por  derecho  de  petición)  que 
dejase  de  ser  instrumento  de  la  política  de  los  tiranos  que 
oprimen  el  país,  y  S.  E.  lo  que  ha  hecho  con  mis  peticiones 


218  08KAS    Dü   SARMIBNTO 

ha  sido  mandárselas  á  ellos,  ó  á  los  jueces  de  Mendoza 
para  perderme.    Yo  lo  he  buscado  siempre. 

— Si  pero  mientras  me  dirigía  peticiones  me  sacaba  el 
cuero  en  sus  escritos. 

— Que  quería  Vd.  que  guardase  mis  armas  hasta  que 
Vd.  contestase?  Ya  habría  quedado  lucido!  Mientras  tanto 
á  Dios  rogando  y  con  el  mazo  dando,  que  ha  sido  la 
regla  de  toda  mi  vida  ( aplicada  tres  veces  á  Urquiza 
después ). 

— A  mi  no  me  gustan   revoluciones! 

— Sí;  pero  le  gusta  quedarse  con  el  mando  veinticinco 
años,  ó  dejarlo  provisoriamente    en  sus  tenientes. 

Cuando  los  pueblos  están  en  armas,  Vd.  se  deja  estar 
en  casa,  oprimiendo  á  las  mujeres  y  á  los  ciudadanos 
inermes.  Salí  de  Buenos  Aires  con  el  General  Mansilla  y 
Terreros,  que  fué  yerno  de  Rosas  y  este  me  dijo  en  con- 
versaciones á  bordo: 

—¿Quién  es  ese  Benavidés?  A  él  se  debe  la  pérdida  de 
la  batalla.  Había  prometido  venir  con  diez  mil  hombres 
y  Rosas  lo  aguardó  hasta  el  día  de  la  batalla,  que  habría 
evitado  sin  eso.  Se  le  han  mandado  cuarente  mil  fuertes 
(no  le  llegaron). ..  Creo  que  no  es  fundado  el  cargo;  pero 
Vd.  general  hubiera  estado  bien  al  lado  de  Rosas,  y  mejor 
al  lado  de  Urquiza;  en  cualquier  parte  habría  estado  bien, 
pero  no  aquí. 

— Yo  no  habría  de  dejar  el  gobierno,  porque  así  lo  quieren 
los  ciudadanos;  y  que  mientras  asistía  al  acuerdo  de  San 
Nicolás  me  declararon  depuesto. 

— Observe,  general,  que  todas  las  otras  provincias  hicie- 
ron lo  mismo,  no  obstante  seguir  el  acuerdo;  y  que  Vd. 
es  el  único  seide  de  Rosas  que  queda  en  el  poder,  y  sobre 
su  cabeza  han  de  descargar  sus  iras  cuando  los  hechos 
triunfantes  llevan  otro  camino.  Créame  general,  esto  va 
á  acabar  mal,  sin  que  yo  haga  revolución,  pues  yo  necesito 
estar  en  Buenos  Aires,  hoy  separada  de  la  Confederación, 
quizá  á  causa  de  usted. 

— También  de  eso,  tengo  la  culpa? 

— No  precisamente  eso;  pero  si  hubiese  Vd.  estado  al 
lado  del  General  Urquiza  que  con  la  gloria  de  tan  grande 
triunfo  ha  perdido  los  estribos,  habría  el  pueblo  de  Buenos 
Aires  buscado  otro  Presidente  y  Vd.  era  el  candidato  posible. 


MEMORIAS  219 

Todos  saben  que  Vd.  no  ha  derramado  sangre  de  ciuda- 
danos, que  ^no  ha  robado  ni  confiscado  bienes  de  los 
salvajes  unitarios,  y  como  los  partidos  estaban  concilla- 
dos, Vd.  era  el  hombre  de  las  circunstancias.  ¡  Y  qué 
gobierno  podría  haber  hecho!  Habría  Vd.  hecho  el  papel 
de  Washington  con  sus  virjinianos,  con  los  sanjuaninos 
que  se  habrían  reunido  en  torno  suyo.  Oiga  Vd.  el  nombre 
de  unos  pocos.  El  doctor  Carril,  el  doctor  Aberastain,  el 
doctor  RaT\'Son,  el  General  Rojo,  el  infrascripto  que  vale 
tanto  como  cualquiera  otro,  don  Domingo  de  Oro. . .  etc.,  etc. 

Este  rasgo  de  oratoria  le  gustó  mucho,  según  se  supo 
después. . . 

— Pero  Vd.  ha  preferido  no  ser  nada  y  seguir  vejetando 
entre  las  paredes  sanjuaninas. 

— Qué  don  Domingo!    Siempre  el  mismo! 

— El  mismo  Greneral,  que  Vd.  conoció  joven,  siempre 
diciéndole  la  verdad...  La  verdad  es  que  el  hielo  estaba 
roto  y  se  separaron  en  los  términos  mas  cordiales. 

Esa  noche  me  deserrajaron  un  tiro  en  la  ventana,  que 
atravesó  un  postigo.  Al  día  siguiente  pasé  un  oficio  á 
la  policía  que  mandaba  el  Comandante  Burgoa  con  quien 
había  sido  compañero  de  gancho  y  rancho  en  la  campaña 
que  terminó  en  Caseros.  Quería  alejar  todo  cargo  de 
connivencia  y  se  tomaron  desde  entonces  las  precauciones 
mas  esquisitas  para  resguardar  la  persona  del  enemigo, 
no  obstante  los  acantonamientos  de  tropas  para  estorbarle 
hacer  la  pretendida  revolución. 

Diéronse  cita  para  una  conferencia  á  pocos  días,  reca- 
yendo el  designado  en  el  Viernes  de  Dolores,  que  debe 
recordarse,  porque  los  sucesos  ulteriores  se  ligan  estre- 
chamente con  la  semana  santa  que  explica  los  qiii  proquos 
á  que  dio  lugar.  Como  los  asuntos  de  que  se  trata  merecen 
particular  consideración  suspenderemos  aquí  el  relato 
saliendo  ya  de  los  propósitos  de  este  capítulo. 

Habíase  serenado  la  atmósfera,  que  agitó  tan  profunda- 
mente la  inopinada  llegada  del  Comandante  Sarmiento. 
Después  de  la  conferencia  oficial  tenida  entre  este  individuo 
y  el  doctor  Rawson  de  un  lado  y  el  Gobernador  Diaz,  (Coro- 
nel de  milicias)  y  el  General  Benavides  por  otro,  se  mante- 
nía en  servicio  un  escuadrón  de  milicia  de  caballería, 
siendo  el  último  que  vino  á  la  ciudad  el  del  Albardon. 


220  OBRAS  DE     SARMIENTO 

Por  lo  demás  la  tranquilidad  de  los  espíritus  se'  había 
restablecido  desde  que  ya  no  se  veían  como  los  días  ante- 
riores asomadas  por  ventanas  y  puertas,  cabezas  con  ojos 
inquietos  é  inquisitivos  espiando  los  movimientos  de  los 
paseantes,  atraídos  por  los  galopes  de  los  caballos. 

Diéronse  cita  para  el  viernes  y  acudieron  los  nombrados 
á  casa  del  Gobernador. 

La  recepción  fué  cordial  y  amena.  El  Gobierno  se  había 
convencido  de  que  el  señor  Sarmiento  había  venido  á  San 
Juan  simplemente  de  paso,  sin  conocimiento  de  nadie,  aun- 
que esta  sola  circunstancia  justificase  al  gobierno  por  sus 
alarmas.  Repúsole  que  estando  seguro  de  que  se  le  habría 
impedido  llegar,  deteniéndole  en  el  camino,  era  de  buena 
estrategia  ser  él  mismo  el  conductor  de  la  noticia,  dicién- 
doles:  aquí  estoy  en  mi  casa,  y  el  General  que  es  buen 
militar  me  hallará  justicia.  El  Coronel  Gobernador  recor- 
dó con  gusto  haberle  salvado  de  la  muerte  en  la  mazor- 
queada  de  veinte  años  antes;  el  recuerdo  no  era  muy 
correcto;  pero  como  no  venía  á  rehacer  la  historia  sino  á 
hacerla,  agradeció  el  cumplido,  en  honor  á  la    intención. 

Entrando  en  materia  dijo  el  Comandante:  Me  felicito  de 
que  el  Gobierno  haya  adquirido  la  convicción  de  que  nin- 
gún propósito,  sino  es  el  de  ver  á  mi  familia,  y  reveer  el 
suelo  natal  y  el  teatro  de  las  escenas  de  la  juventud  me 
trajeron  á  San  Juan;  pero  ya  que  estoy  aquí  y  viendo  la 
situación  tirante  en  que  se  halla  el  gobierno  para  con  los 
vecinos,  he  pedido  esta  conferencia  para  proponer  medios 
de  transacción  y  de  arreglo  de  un  orden  de  cosas  insopor- 
table; porque  veo  que  la  exasperación  ha  llegado  á  su 
término. 

«Yo  quisiera  que  el  General  se  fiase  á  mi  conocimiento 
de  la  marcha  que  llevan  siempre  los  acontecimientos. 
Caído  Rosas,  cayeron  todos  los  gobiernos  que  lo  apoyaron» 
no  obstante  los  esfuerzos  del  General  Urquiza  por  detener 
esta  inevitable  reacción.  Queda  es  verdad  el  General  Be- 
navides,  aunque  representado  por  ün  jefe  suyo.  Caerá 
infaliblemente  este  lunar,  precisamente  por  los  esfuerzos 
mismos  que  hará  para  mantenerse.  Es  preciso  pues  que 
el  triunfo  de  Caseros  sea  para  San  Juan  lo  que  ha  sido  para 
todas  las  provincias,  el  comienzo  de  un  nuevo  orden  de 
cosas. 


MEMORIAS  ■  221 

«Es  preciso  no  olvidar  lo  que  ya  he  tenido  el  gusto  de 
•decir  al  General  con  otro  motivo,  y  es  que  no  obstante  las 
irritaciones  del  momento,  el  pueblo  de  San  Juan  no  tiene 
que  quejarse  de  esas  violencias  que  ponen  una  barrera  en- 
tre pueblos  y  gobernantes.  El  General  Benavides  no  se 
ha  manchado  con  sangre  de  sus  conciudadanos;  no  ha 
despojado  á  nadie  de  sus  bienes.  Esto  basta.  Puedepues 
descender  del  poder,  sin  temer  nada  de  los  otros;  pero  esta 
presunción  se  cambiará  en  certidumbre,  cuando  descienda 
bajo  un  gobierno  regular  y  constituido,  á  que  él  mismo  ha- 
bría contribuido.» 

El  discurso  produjo  el  efecto  deseado,  y  se  procedió  á 
buscar  términos  de  arreglo.  «Sería  largo,  acaso  ridículo, 
dijo  el  que  iniciaba  esta  idea,  apelar  á  las  elecciones,  para 
renovar  el  gobierno;  pero  tenemos  la  antigua  institución 
del  Cabildo  abierto,  que  legaliza  un  acto  que  noesrevolu- 
•cionario.  Convengamos  en  algunas  bases,  y  sobre  ellas 
podemos  convocarlo. 

«En  todo  caso,  saltó  el  Gobernador  Diaz,  nosotros  nos  que- 
damos en  er  gobierno. 

— No  veo  inconveniente  en  ello  y  ya  tenemos  una  base 
segura.  Vamos  á  la  Legislatura. 

Probemos  á  hacer  una  lista  de  las  personas  mas  ins- 
truidas ó  notables  de  la  ciudad,  porque  aquí  están  los  veci- 
nos mas  acaudalados.   ¿Que  les  parece? 

—  ¿Nombraríamos  mitad  y  mitad  de  cada  partido? 

— No.  Eso  no  hace  mas  que  crear  una  dificultad  mas, 
sin  remediar  nada.  Pondremos  dos  tercios  de  ciudadanos 
de  los  que  están  divorciados  con  la  política  seguida,  á  fin 
de  que  hagan  adoptar  las  leyes  necesarias  para  arreglar  la 
situación. 

Esta  proposición  tan  descarnada  iba  tan  al  fondo  de  las 
•cosas  y  tan  poco  estaban  dispuestos  á  conceder  nada  que 
dio  lugar  á  mucho  debate;  pero  se  aceptó  al  fin.  Pero  los 
ciudadanos  decía,  se  opondrán  á  todo,  y  no  dejarán  gober- 
nar.— Probablemente,  y  en  eso  se  pasará  el  tiempo  hasta 
nuevas  elecciones  regulares,  etc.,  etc. 

— Vamos  á  la  milicia:  Que  los  cuerpos  elijan  sus  Co- 
mandantes y  el  Gobierno  el  Comandante  general. 

— ¿Entonces  usted  quiere  que  las  armas  estén  en  manos 
de  ios  enemigos  del  gobierno? 


222  OBRAS  DB  SARMIENTO 

— No  General.  Deseo  que  los  cívicos  de  San  Juan  que 
son  los  artesanos  y  la  gente  honrada,  y  que  á  usted  le 
consta  que  hace  años  son  sus  opositores,  y  á  cuyos  sar- 
gentos y  cabos  se  ven  en  la  necesidad  de  prender  cada 
dos  meses,  queden  contentos,  lo  que  no  sucederá  si  el 
Gobierno  les  pone  algún  militar  de  los  que  tiene  á  su  ser- 
vicio y  detestan.  Estamos  formando  un  gobierno  para  que 
todos  queden  como  en  su  casa,  y  para  que  no  sea  una 
burla  para  los  que  hoy  se  consideran  oprimidos.» 

También  esto  ofreció  dificultades  porque  veían  que  iba 
á  su  objeto.  Benavides  y  Virasoro  murieron  á  manos  de 
los  cívicos,  con  quienes  prefirieron  ponerse  de  punta. 

Hablóse  de  los  medios  de  llevar  á  cabo  la  idea  y  se  sugi- 
rió citar  á,  la  Catedral  á  los  vecinos  notables,  y  con  el 
Sacramento  descubierto  proceder  al  acto,  ante  escribano  y 
demás  formalidades. 

El  Gobernador — ¿Cuando  se  haría  esto? 

— Dentro  de  ocho  días  á  mas  tardar,  porque  yo  necesito 
seguir  viaje  á  Buenos  Aires. 

El  General — ¿Porque  no  pone  por  escrito  don  Domingo 
el  proyecto,  para  poderlo  examinar?. . 

Dr.  Rawson  (alarmado) — Por  escrito  no.  Estas  son  pro- 
posiciones que  se  hacen  sin  carácter  ninguno,  porque  esto 
mismo  hay  que  proponérselo  á  los  ciudadanos  para  su  acep- 
tación.... 

Comandante  Sarmiento. — No  veo  inconveniente  de  pre- 
sentar un  borrador  al  señor  general.  Se  lo  mandaré  luego... 

Con  esto  terminó  la  conferencia;  al  parecer  al  gusto  de 
de  todos,  y  dos  horas  después  no  se  hablaba  de  otra  cosa 
en  los  corrillos  que  del  Cabildo  abierto,  dudando  muchos 
de  su  eficacia,  y  meneando  la  cabeza  los  que  recordaban, 
que  un  tiempo  en  que  el  Dr.  Rawson  contaba  traer  á  la 
razón  al  Gobernador  Benavides  con  el  encanto  de  su  ri- 
sueña palabra,  y  parecía  tener  conquistada  aquella  agua 
dormida.  Al  llegar  la  noticia  del  pronunciamiento  de 
ürquiza,  y  como  la  sala  de  que  era  Presidente  Rawson,  ese 
mismo  Gobernador  Diaz  se  presentó  á  la  puerta  de  la  sala 
con  una  partida  á  caballo,  y  una  banda  de  cornetas  y  cla- 
rines á  gritarles:  Mueran  los  salvajes  unitariosl  Muera 
el  salvaje  inmundo,  unitario,  loco,  traidor  Justo  José  de 
ürquiza! 


MEMOKIAS  223 

El  Dr.  Rawson  no  había  olvidado  la  lección  dada  á  su 
excesiva  confianza  en  la  retórica  de  su  adorable  y  estereo- 
tipada sonrisa  y  conjuraba  á  su  concolega  á  no  poner  por 
escrito  nada,  temeroso  de  una  celada. 

Insistió  sin  embargo  el  otro,  hizo  un  borrador  de  lo  con- 
venido, y  leyó  al  que  debía  firmarlo  si  obtenía  su  apro- 
bación. 

Leyó  el  art.  l^'  asi  concebido: 

«Se  conviene,  que  para  evitar  motivo  de  irritación  entre 
los  vecinos  y  las  autoridades,  se  adopte  en  el  Departamento 
del  Pocito,  el  Reglamento  para  la  distribución  de  las  aguas 
(corrientes)  del  Albardon,  por  ser  el  mas  perfecto,  á  fin  de 
acallar  la  queja  de  que  los  que  tienen  poder,  se  apropian 
indebidamente  el  agua  del  canal 

— Pero  ese  artículo  no  ha  sido  estipulado. 

— Pero  se  entiende,  pues  que  remueve  una  de  las  causas 
de  alborotos  y  de  queja.  No  temía  Vd.  que  manden  al 
General  Urquiza  la  propuesta  de  arreglo  y  sirva  de  cabeza 
de  proceso?  Que  le  manden  el  art.  1*  y  Urquiza  tan  poco 
conocedor  en  estas  cuestiones  de  canales  de  irrigación  y 
compuertas,  llamará  á  su  ministro  Carril  que  la  estableció, 
que  le  explique  el  enigma. 

Anticipando  un  poco  los  sucesos,  luego  se  supo  que  los 
müitaresj  no  estaban  contentos  de  la  transacción,  y  dichóselo 
á  Benavides  quien  les  contestó  con  sorna:  Vds.  no  entienden 
estas  cosas.  El  va  á  presentar  por  escrito  sus  propuestas, 
y  allá  se  verá  pues. 

Es  de  advertir  que  San  Juan  estaba  dividido  entonces  en 
ciudadanos,  y  militares.  Los  militares  eran  generalmente 
unos  chinos  ó  campesinos;  gente  orillera  que  hacia  años 
servían  sin  sueldo  cuando  no  hacían  campaña  teniendo 
ración  y  asistente.  Benavides  llamaba  á  los  vecinos,  ó  al 
partido  unitario  ó  á  lo  que  quieran  los  ciudadanos]  y  era  ado- 
rable la  gracia  y  aplomo  con  que  decía:  Pero  no  ve  pues- 
amigo,  lo  que  quieren  los  ciudadanos? 


¡Qué  felicidad  es  la  de  poder  escaparse  un  día,  una  sema- 
na, acaso  mas  tiempo,  de  la  atmósfera  ardiente  de  la  vida 
pública,  sin  que  las  propias  y  las  ajenas  emanaciones  del 
espíritu  sobreexitado,  ó  las  muestras  de  pasiones  rencorosas 


224  OBRAS   DE   SARMIENTO 

mal  contenidas,  levanten  como  una  polvareda  que  enturbia 
la  clara  y  tranquila  visión  de  los  objetos!  Yo  he  gozado 
de  esa  felicidad  alguna  vez,  en  formas  tan  nuevas,  tan 
frescas,  que  al  recordarlas,  se  presentan  como  en  un  dio- 
rama plantas,  rios  y  flores  de  esmalte,  brillando  verde  y  oro 
las  plantas,  azul  y  plata  los  ríos,  en  una  atmósfera  de  fuego 
sin  calor,  como  los  crepúsculos  de  la  tarde  en  el  vasto 
océano,  que  dan  vida  á  la  inmensidad  y  casi  voces  al 
silencio. 

¿Por  qué  no  he  de  detenerme  volviendo  á  ver  en  mi 
imaginación  estos  cuadros,  que  como  se  sabe,  en  la  vejez 
adquieren  en  intensidad  de  colores  y  de  sombras,  una 
profundidad  de  talladura  que  parecen  grabados  en  acero. 
En  1858  discutíamos  en  el  Senado  de  Buenos  Aires  las 
€uestiones  mas  abstrusas  de  la  economía  política,  de  dere- 
cho, del  comercio  libre,  de  la  distribución  de  tierras,  leyes 
de  instrucción  pública,  de  elecciones  etc.  Era  la  época 
fecunda  del  pensamiento  argentino.  Tenían  la  palabra 
Velez,  Mármol,  Mitre,  ambos  Alsinas,  Avellaneda,  Barros 
Pazos,  López,  Frias,  Riestra  y  tantos  otros  oradores  de 
aquella  época.  La  discusión  era  luminosa  y  donde  hay 
luz  hay  calor;  y  la  palabra  á  veces  centellea  y  hasta  relám- 
pagos solían  salir  de  estos  focos  calcinados.  Saliendo  de 
las  Cámaras,  y  atravesando  en  carruaje  ó  diligencia  el  es- 
pacio que  media  hasta  San  Fernando  y  tomando  allí  la 
chalana,  la  canoa  guaraní  movida  á  pala,  iba  por  entre 
canales  hermosos  á  abordar  una  isla,  húmeda  de  la  hume- 
dad de  la  crisálida  que  se  escapa  de  la  cápsula,  á  tomar 
asiento  á  la  orilla  del  fuego,  bajo  techo  escaso  de  ramas 
aun,  si  ya  se  había  abandonado  la  tienda.  ¡Dónde  ha  podi- 
do nunca  el  espíritu  del  hombre  pasar  por  contrastes  tan 
marcados  del  santuario  de  la  ley,  á  los  misterios  de  la  crea- 
ción de  mundos  futuros,  por  el  lento  depósito  de  sedimien- 
tos,  que  provienen  de  rocas  disueltas  de  mundos  que  ya 
fueron! 

En  San  Juan  tuve  también  ocasión  de  pasar  de  una  á  otra 
de  estas  escenas,  sin  intermediarios,  ni  atenuaciones.  Una 
semana  sobre  el  quien  vive,  bajo  la  amenaza  de  ser  aplas- 
tado por  la  fuerza,  intimación  de  salir,  un  tiro  por  la  ven- 
tana, partidas  que  se  mueven,  rumores  que  circulan  hasta 
arribar  á  un  convenio  con  todos  los  síntomas  de  una  celada. 


MEMORIAS  225 

Esto  hasta  el  domingo  de  Ramos  que  me  llevaba  á  la  Cate- 
dral que  fué  antes  la  Matriz,  y  la  escuela  en  que  aprendí  el 
silabario,  y  la  iglesia  de  que  era  familiar,  pues  mi  tío  José 
Manuel  Eufrasio  y  mi  primer  maestro  había  sido  allí 
zota  cura,  cura  vicario,  Dean  y  Obispo  y  acompañándolo  en 
todas  estas  trasformaciones  hasta  la  Catedral  de  Santiago 
de  Chile  donde  se  consagró. 

El  Martes  Santo  fuimos  en  gran  comitiva  de  damas  y 
caballeros  á  visitar  el  Departamento  de  Caúcate,  entre  el 
río  que  se  arrastra  lentamente  y  el  Pie  de  Palo  destacado 
■de  las  otras  montañas.  Estaban  allí  los  cultivos  de  los  Sar- 
mientos, de  Laspiur  y  otros  grandes  hacendados;  habíase 
creado  y  crecido  en  los  veinte  años  de  ausencia  y  había 
que  ver  en  aquel  país  llano  de  seis  leguas  de  largo,  divi- 
dido á  cordel  en  manzanas  de  diez  cuadras  de  costado,  flan- 
queadas por  los  álamos  mas  robustos  del  mundo,  en  ala- 
medas de  seis  leguas,  cuyo  extremo  oculta  á  la  vista  un 
tronquillo  ó  un  adobon  de  tierra  que  la  azada  haya  des- 
parramado, porque  los  últimos  álamos  en  la  perspectiva  no 
se  ven  sino  de  una  cuarta  de  alto;  salvo  las  calles  anchu- 
rosas todo  es  verde  de  alfalfa,  empedrados  de  ganados  en 
gorde  y  salpicados  de  casas  de  campo  que  no  se  distinguen 
por  su  arquitectura,  pero  que  cubren,  como  para  evitar  su 
desaliño,  sendos  y  espesos  bosques  de  árboles  frutales. 
Había  que  ver  en  aquel  damero,  pues  la  agricultura  de 
país  alguno  se  alinea  ni  se  aliña  con  estupendas  alamedas, 
salvo  ios  antiguos  cafetales  de  la  Habana,  de  palmas  reales 
en  lugar  de  álamos,  con  naranjales  en  flor  y  frutificando, 
con  plátanos  y  con  tierra  arenosa  roja,  y  sol  y  lluvia  para 
regar  á  cada  hora  el  Jardín  de  Dios,  del  sol,  de  la  natura- 
leza de  gala. , . 

El  Miércoles  estábamos  de  regreso  á  la  ciudad,  al  remo 
como  dicen  las  matronas  sanjuaninas,  por  el  rudo  lidear 
de  la  vida  de  trabajo  que  llevan,  sin  saber  que  remo  es  una 
pala  de  madera  para  impulsar  la  embarcación  en  los  puer- 
tos, y  que  la  tradición  de  la  lengua  alude  al  remo  de  los 
galeotes,  presidiarios  bajo  el  azote  del  sobrestante,  condena- 
dos por  años  al  remo  de  las  galeras. 

Apenas  llegados,  ya  se  supo  que  el  Gobierno  había  vuelto 
«obre  lo  del  arreglo  entre  los  ciudadanos  y  los  militares,  y 

Tomo  xur.— 15 


226  OBRAS   DE   SARMIENTO 

á  dudar  no  poco  de  la  sinceridad  del  parlamentario.  Su- 
cede en  estos  casos,  que  la  chismografía  azuza  y  envenena 
las  cuestiones,  y  que  el  natural  vicelve  al  galope.  No  había 
que  hablar  mas  de  Cabildo  abierto  y  si  de  tomar  el  camina 
de  Buenos  Aires  antes  que  el  tiempo  se  metiese  en  agua. 
Empezóse  pues  á  hacerse  diligencia  de  transporte  y  se 
encontró  un  coche  capaz  de  seis  personas  que  debíamos 
viajar  en  compañía. 

Sobrevino  el  Jueves  Santo,  y  otra  de  las  resurrecciones 
de  Provincia  y  de  infancia  vino  á  embellecer  la  prosa  en 
que  caía  visiblemente  el  idilio.  Lo  he  dicho  en  mis  viajes. 
Siempre  creí  de  niño  que  la  luz  del  sol  era  mas  amarilla 
y  opaca  el  Viernes  Santo  que  en  otros  días;  pero  cuando 
asistí  en  Roma  á  las  ceremonias  de  Jueves  Santo,  con  el 
Papa  y  todo  el  Colegio  de  Cardenales,  cada  uno  con  cuatro 
familiares,  y  el  todo  con  ciento  cuarenta  obispos  oficiantes 
dentro  de  San  Pedro;  cuando  yo  vi  estas  estupendas  magni- 
ficencias del  culto  romano  y  oi  el  Miserere  de  Palestrina, 
é  interrogué  mi  corazón,  mi  alma,  mi  sentimiento  de  cris- 
tiano, y  me  vinieron  los  recuerdos  de  nuestra  Matriz  de 
San  Juan,  y  las  ceremonias  de  semana  santa  en  que  yo 
tenía  mi  papel  y  mi  parte,  me  di  por  robado  (je  siiis  Volé); 
pero  como  se  iba  á  comparar  aquella  parada  de  figurines 
y  de  figurones,  que  desplegan  en  batalla,  que  cierran  en 
columna,  que  se  dispersan  en  tiradores,  al  lado  de  la  misa 
de  pasión,  cuando  mi  tío  el  oficiante  decía  como  las  mayo- 
res verdades  del  mundo,  respondiendo  al  policeman  que 
preguntaba  en  el  Huerto  por  un  tal  Jesús  Nazareno;  y  mi 
tío  con  voz  llena,  grave,  vibrante,  contestaba  Ego  sum, 
y  nos  inclinamos  todos,  confundidos  de  dolor  de  que  lo 
iban  á  prender!... y  cuando  D.Miguel  Sánchez  entonaba  una 
sinfonía  ó  una  larnentacion  con  su  voz  metálica,  no  de  plata 
sino  de  bronce,  como  cuando  hablamos  por  dentro  de  un 
tubo  de  cobre,  voz  que  no  he  vuelto  á  oir,  en  ningún  bajo 
profundo  de  las  grandes  óperas  de  París,  Milán,  ó  el  teatro 
Fénix. 

Cuando  leí  después  del  toro  de  bronce  en  que  sacrifica- 
ban víctimas  á  Moloc  los  cartagineses,  y  el  grito  del  que- 
mado salía  de  la  boca  del  toro,  me  acordaba  del  canto  de 
D.  Miguel  Sánchez. 

Aquello  si  que  era  Semana  Santa,  cristiana,  sentida,  lio- 


MEMORIAS  2S7 

rada  la  muerte  de  Jesús,  como  de  un  antiguo  conocido,  y 
con  la  simplicidad  de  las  escenas  de  pueblos  pequeños, 
con  sus  casitas,  con  sus  iglesias  modestas,  y  sus  gentes 
creyentes  y  piadosas. 

Pero  en  Roma  ¡imaginarse  que  toda  la  concurrencia  se 
compone  de  ingleses,  americanos  y  rusos  que  van  á  ver 
tanta  cosa  rara,  y  divertida. . .! 

No  pude  esta  vez  tomar  parte  ni  aun  ver  las  ceremonias 
de  Semana  Santa.  Había  muerto  mi  tío  y  el  presbítero 
Sánchez;  y  yo  ya  estaba  granduloncito  para  enternecerme 
y  rezar.  Sin  embargo  en  la  noche,  que  es  cuando  se  hacen 
las  estaciones  en  los  países  católicos,  estaban  conmigo 
en  casa  de  varios  amigos,  entre  ellos  el  presbítero  Cano,  el 
Dr.  Rawson,  D.  Isidro  Quiroga  y  algunos  otros  y  alguien 
le  ocurrió  proponer  que  fuéramos  á  hacer  las  estaciones 
como  buenos  cristianos;  y  dicho  y  hecho,  se  convino  en 
que  el  clérigo  á  guiza  de  capellán,  hiciese  cabeza  y  nosotros 
coro  en  los  rezos  usuales;  y  para  darle  mas  fisonomía  á  la 
comitiva,  púseme  de  uniforme  con  medalla  de  la  Orden  de 
la  Rosa,  lo  que  da  carácter,  y  espada  que  por  ser  de  parada 
y  fina,  usaba  sin  tiro  como  bastón. 

Principiamos  por  la  Catedral,  y  desde  que  descendimos 
la  iglesia,  el  padre  Cano  decía:  «Dios  te  salve  María,  llena 
eres  de  gracias  etc.,»  y  nosotros  contestamos,  Santa  María.., 
etc.,  que  yo  acompañaba  de  un  rrrrum  de  la  espada 
corriendo  sobre  los  ladrillos.  Grande  conmoción  en  la 
Iglesia:  cuchicheos  de  las  comadres,  una  voz  por  ahí 
dice. ...  es  Sarmientol  ahí  va  Sarmiento!  Atravesamos 
diagonalmente  la  plaza  hacia  la  Merced,  y  encontramos  los 
grupos  que  por  centenares  y  por  millares  de  gente  hacen 
las  estaciones;  porque  en  las  ciudades  del  interior,  como 
San  Juan  que  es  un  país  continuo  de  población  agrícola 
de  leguas  á  la  redonda,  acuden  á  la  ciudad  hombres,  mu- 
jeres, á  hacer  las  estaciones,  pues  allí  hay  las  cinco  iglesias 
necesarias  para  darle  forma  y  solemnidad. 

Cuando  volvimos  de  Santo  Domingo,  alguno  nos  hizo 
observar  que  casi  toda  la  población  se  había  agregado  á 
nuestra  comitiva,  siguiendo  y  respondiendo  al  verso  del 
presbítero  Cano,  y  ocupando  la  negra  columna  muchas 
cuadras. 


2S8  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Concluímos  nuestro  ejercicio,  volvimos  á  casa  á  tomar  té, 
contentísimo  yo  de  haber  entre  visto,  aunque  entre  los 
velos  de  la  noche,  á  toda  la  población  de  mi  tierra,  pero 
mas  contento  todavía,  ¿porqué  no  decirlo?  de  que  me  hu- 
biesen visto  á  mi,  mis  amigos  y  amigas  que  lo  eran  todos 
los  vecinos,  como  lo  son  akora  los  de  otras  provincias  y  he 
podido  verlo  y  sentirlo  en  Mendoza,  en  Tucuman,  en  el 
Paraná,  etc.  jCuántas  madres  pobres  deseaban  verm'S 
después  de  oir  hablar  de  mi  veinte  años,  y  hablar  bien, 
I^orque  era  bueno,  bello  y  grande  lo  que  hacía  en  Chile 
contra  Rosas,  y  cuantas  niñas  y  jóvenes  querían  conocer 
al  Sarmiento  que  conocían  todos  los  paisanos  de  la  campa- 
ña de  Buenos  Aires  de  nombre,  cual  D.  Juan  Pujol  de 
Corrientes  interrogaba  uno  á  uno  de  los  que  encontraba 
en  el  Ejército  Grande,  sin  hallar  uno  solo  que  no  se  sonriese 
maliciosamente  á  la  pregunta,  diciendo:  ¿quién  no  lo  co- 
noce? 

Nos  visitamos,  pues,  en  aquel  salón  de  nueve  ó  diez  cua- 
dras de  calles  que  recorrían  las  estaciones.  De  repente 
entra  desolado  don  Pedro  Pastoriza,  comisario  de  policía  y 
muy  amigo  y  aun  pariente  mío,  y  echando  una  mirada  des- 
pavorida sobre  el  cenáculo  este,  hasta  que  sus  ojos  se  en- 
contraron con  los  míos,  me  interpeló  diciendo:  ¿pero  que 
es  lo  que  usted  ha  hecho? — Hecho!  qué?  nada. — ¿Pero  que 
no  ha  visto  de  la  que  se  ha  escapado? — Vamos,  de  qué? 
Diga  qué  hay! 

— Qué  ha  de  haber;  que  si  usted  pasa  por  la  plaza  segun- 
da vez,  hay  una  matanza  de  gente,  porque  le  hacen  fuego 
de  debajo  de  los  arcos  y  de  arriba  del  Cabildo,  donde  están 
desde  la  tarde  esperándolo  las  tropas  y  todos  ios  oficiales; 
— tomando  un  poco  de  resuello,  para  ir  poco  á  poco  dando 
descanso  á  sus  nervios  rendidos,  y  crispados,  agregó: — se 
esperaba  la  revolución  esta  noche;  y  se  había  dado  cita  á 
todos  los  oficiales.  jQue  no  ha  visto  los  parapetos  del 
Cabildo! 

— No,  ¿qué  parapetos? 

— Pero  si  han  corrido  una  trinchera  de  adobes  de- 
tras de  la  baranda  para  guardar  de  las  balas  á,  los  sol- 
dados. 

— ¿Pero  que  hay  revolución  en  efecto? 


MKMORIAS  ^9 

— Pero  la  que  viene  á  hacer  usted.  Cuando  usted  atra- 
vesó la  plaza  en  dirección  á  la  Merced,  seguido  de  aquella 
enorme  columna  de  gente  que  venía  detras,  fué  uno  al 
café  de  Aubone,  y  gritó:  ahí  vienen  ya!  y  todos  corrieron  á 
ocupar  sus  puestos  de  combate.  ¿Como  es  que  pasa  ade- 
lante? dijeron,  ha  de  ser  por  la  otra  calle,  á  la  vuelta...  y 
creo  que  hasta  ahora  poco  han  estado  en  posiciones  de 
combate,  creyendo  positivamente  que  iban  á  batirse,  y  lo 
que  los  confirmaba  mas  era  verlo  en  traje  militar,  y  con  la 
espada  en  la  mano. 

Pura  coquetería  de  mi  parte!  pero  casi  les  cuesta  la  vida 
al  presbítero  Cano  y  al  doctor  Rawson.  A  mí  no,  porque 
antes  del  Remington  el  único  que  estaba  seguro  era  aquel 
á  quien  le  apuntaban  para  matarlo. 

¿De  donde  había  salido  este  espantoso  error?  De  las 
astucias  y  desconfianzas  del  gaucho  y  del  ignorante.  ¡A. 
mi  no  me  la  pegan,  ehl  Este  era  todo  el  secreto.  Re- 
cuérdese que  por  casualidad  era  el  viernes  de  Dolores,  la 
entrevista  con  Benavides  y  Diaz,  seguro  de  mi  parte  siem- 
pre y  en  aquella  circunstancia  también,  que  yo  no  me 
curo  de  saber  en  el  día  en  que  vivo,  porque  los  míos  fue- 
ron siempre  del  mismo  color;  pero  por  la  misma  casuali- 
dad el  término  de  los  ocho  días  que  es  el  usual  para  un 
asunto  aplazado,  caía  en  el  viernes  santo.  Ahora,  no  se 
escapaba  á  la  sagacidad  de  aquellos  lobos  y  zorros,  que  no 
había  de  ser  zonzo  que  prefiriese  el  viernes  al  jueves 
santo,  si  de  una  revolución  se  trataba;  pues  el  jueves  viene 
todo  el  pueblo  de  las  orillas  á  la  plaza,  y  entre  las  muje- 
res, vienen  los  hombres,  y  pueden  venir  quinientos.  Luego 
el  pretendido  Cabildo  abierto  es  para  el  jueves;  ¡á  mi  no 
me  la  pegan  los  unitarios!. .  y  casi  me  matan  estos  anima- 
les desconfiados. 

Emprendíla  para  Buenos  Aires  con  Zavalla,  Laspiur  y 
otros  luego,  por  que  todo  estaba  preparado;  y  en  la  Car- 
pintería camino  de  Mendoza,  alcé  á  un  músico  que  iba  de- 
sertado, porque  lo  perseguían  por  la  política,  quien  me 
dijo  que  desde  el  sábado  anterior  al  domingo  de  Ramos 
habían  tenido  á  los  músicos  acuartelados  haciendo  cartu- 
chos para  la  revolución  de  don  Domingo. 


230  OBRAS   DE    SARMIENTO 

EL  8  DE  NOVIEMBRE 

APUNTES  PARA  LA  HISTORIA 

(El  Zonda,  Marzo  6  de  1864.) 

Esta  fecha  se  lía  convertido  en  Buenos  Aires  en  un  baldón 
que  se  lanzan  los  unos  y  los  otros  y  no  obstante  las 
vindicaciones  repetidas,  el  8  de  Noviembre  queda  como 
un  oprobio,  de    que   nadie  quiere   hoy   participar. 

El  8  de  Noviembre  en  que  en  presencia  y  por  exigencia 
del  General  Urquiza  que  sitiaba  á  Buenos  Aires  fué 
depuesto  el  (gobierno  del  Dr.  Alsina  por  la  Legislatura, 
venía  de  antemano  preparado  por  el  partido  ultra  liberal, 
que  con  el  Nacional  á  la  cabeza,  se  proponía  deponer  al 
gobierno,  por  juzgarlo  inepto  para  triunfar  de  Urquiza.. 

El  8  de  Noviembre,  el  público  amedrentado  por  lo  alar- 
mante de  la  situación,  se  prestaba  fácilmente  á  todo  cam- 
bio que  le  ofreciese  esperanza  de  mejorarla,  y  un  cambio 
de  gobierno,  era  ya  un  medio  de  propiciarse  al  enemigo, 
para  unos,  de  cortar  la  guerra,  para  otros. 

El  cambio  lo  maquinaban  con  el  Presidente  del  Senado 
los  intereses  materiales  que  trataban  de  asegurarse  contra 
los  posibles  desastres  de  un  sitio,  ó  de  una  ocupación  de 
la  ciudad  á  viva  fuerza.  Políticos  no  faltan  nunca  que 
hallen  razones  plausibles  para  estas  precauciones,  é  ins- 
trumentos hallaron  activos  y  decididos  en  un  clérigo 
ambicioso,  sin  patriotismo  y  sin  luces,  y  en  un  Senador 
el  único  que  había  felicitado  por  una  carta  al  General 
Urquiza  por  su  triunfo  de  Cepeda.  Así  el  movimiento  anár- 
quico iniciado  por  los  liberales,  vino  á  ser  ejecutado  por 
dos  federales  encubiertos.  Lo  que  al  principio  era  energía 
de  resistencia,  se  convirtió  en  entrega  de  la  plaza. 

Hoy  es  una  vergüenza  el  8  de  Noviembre;  y  sin  embargo 
el  dia  ocho  de  Noviembre  por  la  mañana  era  la  cosa  acor- 
dada, convenida  y  adoptada  casi  unánimemente  por  treinta 
representantes  y  veinte  Senadores:  los  redactores  de  la 
Tribuna  tomaron  una  parte  activísima  y  la  opinión  pública, 
expresada  según  lo  aseguró  el  Sr.  Azcuénaga,  por  toda  la 
Guardia  Nacional  que  cubría   las  trincheras. 


MEMOUIAS  231 

La  reacción  moral  se  empezó  á  obrar  el  mismo  día,  y 
al  día  siguiente  no  sabian  donde  poner  la  cara  de  ver- 
güenza los  autores  y  sostenedores  de  aquel  paso  tan  falso. 

Los  antecedentes  del  8  de  Noviembre  se  encuentran  en 
las  sesiones  del  Senado,  hasta  el  29  de  Septiembre,  en 
que  el  Senador  Sarmiento  desbarató  la  tentativa  hecha, 
con  un  frivolo  pretesto,  de  embarazar  la  acción  del  eje- 
tivo,  y  forzarlo  á  renunciar.  Estos  discursos  son  no  solo 
importantes  como  antecedentes  que  explican  los  hechos 
posteriores,  sino  como  una  defensa  de  ios  principios  que 
mas  tarde  desenvolvió  en  la  cuestión  Estado  de  sitio,  pro- 
movida tan  inoportunamente  por  el  gobierno  nacional. 
En  esos  notables  discursos  están  expuestas  las  ideas  de 
gobierno  que  profesaba  el  Sr.  Sarmiento  cuando  era  Sena- 
dor, y  que  ha  puesto  en  práctica  cuando  él  mismo  estuvo 
encargado  del  gobierno  de  una  provincia;  y  el  que  ha 
dado  tantas  pruebas  de  liberalismo,  el  que  el  8  de  No- 
viembre salvó  á  Buenos  Aires  de  un  baldón,  merece  ser 
creído,  cuando  con  los  hechos  ha  probado  la  sensatez  de 
sus  doctrinas 

(El  autor  reproduce  aquí  su  discurso  en  la  sesión  del  29  de  Septiembre  1859  — 
<iue  el  lector  hallará  en  el  tomo  XVIII,  pág.  331  y  siguientes.) 


Para  que  se  comprenda  la  importancia  moral  de  aquella 
fecha,  necesitamos  tratar  en  breves  rasgos  la  situación  de 
Buenos  Aires   aquel   dia. 

Sucede  casi  siempre  en  la  guerra  que  ambos  conten- 
dientes están  devorados  de  inquietudes  y  de  temores,  cada 
uno  juzgando  su  fuerza,  por  el  lado  débil  y  exajerándose 
la  contraria.  Esta  era  la  situación  del  General  Urquiza 
y  la  de  la  población  de  Buenos  Aires.  El  general  ven- 
cedor en  Cepeda  había  quedado  aterrado  con  la  resistencia 
heroica  que  la  infantaría  le  opuso  después  de  desbandada 
la  caballería.  Esa  infantería  se  había  abierto  paso  á. 
Bueiios  Aires,  derrotando  su  escuadra,  y  se  había  refor- 
zado con  ocho  batallones  de  Guardia  Nacional  y  ciento 
veinte  piezas  de  artillería.  El  general  no  había  olvidado 
el  desenlace  final  del  sitio  de  1853,  y  temía  con  razón  una 
resistencia  igual. 


232  OHKAS    UB    «AKÍJ.1KNT0 

La  ciudad  de  Buenos  Aires  por  su  parte  había  visto- 
desembarcarse  sus  legiones  diezmadas,  y  esos  mismos  sol- 
dados después  de  pasada  la  exitacion  del  combate  se  mos- 
traban pur  reacción  abatidos,  aunque  momentáneamente. 
La  Guardia  Nacional  llamada  á  la  defensa  de  las  trin- 
cheras acudía  de  mala  gana  y  en  corto  número,  murmu- 
rando contra  el  gobierno  que  no  había  triunfado  y  previenda 
las  molestias   de   un  sitio. 

Negociaciones  de  paz  se  abrieron  bajo  estos  aupicios,  y 
el  General  L'rquiza  puso  tres  condiciones  que  llamó  inde- 
clinables, el  cambio  del  gobierno  era  una,  y  el  reconoci- 
miento de  los  militares  federales  dados  de  baja,  la  ma- 
zorca, entre  ellos  entraba  el  negro  Chapaco,  que  debía 
ser  reintegrado  en  su  título  y  sueldo  de  corouel.  El  go- 
bierno del  Dr.  Alsina  tuvo  el  coraje  de  romper  las  nego- 
ciaciones, en  un  rechazo  de  aquellas  humillantes  con- 
diciones. 

Este  acto  en  lugar  de  retemplar  la  opinión  no  biza 
mas  que  exasperarla,  dispuesta  á  pasar  por  todo,  como 
sucede  en  tales  casos,  á  trueque  de  conjurar  el  peligro. 
El  Sr.  Sarmiento  tuvo  razón  en  decir  en  una  de  esas 
discusiones,  que  la  opinión  en  los  conflictos  de  la  guerra» 
era  muchas    veces    el   miedo  y   el    egoísmo. 

Los  ciudadanos  de  Buenos  Aires  iban  ¿visitar  las  trin- 
cheras y  llevaban  á  ellas  de  la  ciudad  la  alarma  y  pavo- 
res que  el  cuchicheo  cría  siempre.  La  verdadera  situación 
se  les  ocultaba,  bajo  estas  malas  impresiones.  La  Guardia 
Nacional  se  había  remontado,  á  punto  de  que  el  mismo- 
8  de  Noviembre  los  Comandantes  pedían  por  centenares 
raciones  de  aumento  sobre  los  pedidos  del  día  anterior; 
y  en  las  grandes  ciudades  el  espíritu  de  la  Guardia  Nacio- 
nal se  mide  por  el  número  de  plazas  que  forman  Ios- 
batallones. 

La  tropa  de  línea  en  tres  divisiones  acampaba  en  tres 
plazas  distintas,  pronta  á  acudir  al  punto  que  el  enemigo 
amenazase.  La  defensa  era  completa  y  eficaz.  En  la  linea 
todo  estaba  tranquilo,  mientras  que  la  ciudad  vivía  en  la 
alarma. 

El  propósito  de  deponer  al  gobierno  estaba  en  tabla 
hacia  días.  El  8,  la  Asamblea  se  convocó  á  sí  misma  á 
sesiones  extraordinarias.   Primer  violación  de  los  principios 


MEMORIAS  .  233 

del  gobierno,  y  atentado  que  en  otras  circunstancias  habría 
autorizado  al  Ejecutivo  á  hacerla  desalojar  á  cañonazos. 

Nonabrose  una  comisión  para  ir  á  intimar  al  Ejecutivo 
que  abdicase,  encar,gándose  de  esa  incumbencia  el  clérigo 
Fuentes,  antiguo  federal  compañero  de  Marino,  que  halló 
la  ocasión  propicia  para  vejar  é  insultar  al  Gobernador 
Alsina,  quien  ofreció  mandar  sus  ministros  á  aquel  cuerpo 
de  amotinados,  prometiendo  renunciar  si  no  satisfacía  á 
los  cargos. 

El  Poder  Ejecutivo  había  recibido  esa  mañana  el  aban- 
dono de  parte  de  Urquiza,  de  lo  indeclinable  de  las  con- 
diciones habiendo  pasado  una  noche  terrible  por  falta  de 
trenes,  que  anticipasen  este  desistimiento,  y  razón  tenia, 
pues  el  ejército  de  Buenos  Aires  se  preparaba  á  hacer 
una  salida.  No  obstante  producir  estas  piezas  el  Ministro, 
la  Asamblea  elogiando  la  energía  del  Gobierno  que  deponía, 
llevó  adelante  su  propósito,  aceptando  lo  que  Urquiza  no 
le  exigía    ya,  es  decir,  la  afrenta. 

Esa  es  la  verdad  histórica  del  8  de  Noviembre.  Era 
tal  el  encono  de  algunos,  que  convenida  ya  la  deposición 
del  Gobierno  añadían;  y  los  Ministros  también — temiendo 
sin  duda  que  los  Ministros  quedasen  gobernando!  Una 
frase  se  compuso  feliz.  «Gobierno  que  no  sabe  hacer  la 
guerra  ni   la  paz». 

Aquí  entra  el  papel  honrosísimo  que  cupo  ese  día  al 
Sr.  Sarmiento,  quien  hallándose  en  las  trincheras  al  lado 
del  general  Mitre,  ignoraba  las  tramas  que  se  urdían  en 
la  capital,  y  viniendo  por  distracción  al  Senado  que  sabía 
iba  á  reunirse,  se  encontró  inopinadamente  en  aquella 
deplorable  escena. 

El  Senador  Mármol  se  encargó  de  informarle  de  lo  que 
se  trataba,  y  simpatizando  con  el  movimiento,  le  pidió  su 
opinión.  Resistir,  fué  la  contestación  que  obtuvo. — Es  cosa 
ya  hecha  y  acordada  (la  deposición). — Debemos  resistir, 
aun  que  no  sea  mas  que  por  nuestro  honor. — Estaba  de- 
signado para  Ministro  de  la  guerra. — Gracias,  tendrían  que 
deponerme  al  cuarto  de  hora,  como  se  proponen  deponer 
al  Gobierno  actual.  Cualquiera  que  sea  la  ineptitud  del 
Gobierno,  es  una  vergüenza^  deponerlo  á  pedido  del  ene- 
migo. Esta  concesión  hecha,  hace  imposible  todo  tratado, 
sino   es  rendirse  á  discreción. — 


234  OBRA.S   DE   SARMIENTO 

La  campanilla  sonó  luego  y  pronto  estuvieron  llenos 
los  bancos  de  Diputados  y  Senadores.  El  ministro  Velez 
ocupó  su  puesto,  decidido  á  sostener  la  dignidad  del  país 
y  del    gobierno. 

Reinaba  una  sorda  agitación  en  todos  los  bancos.  Todos 
ó  muchos  de  los  RR.  hablaban  á  un  tiem[»o  en  conver- 
sación ó  en  diálogos  familiares.  La  presencia  del  Señor 
Sarmiento  no  esperada  por  alguno,  les  hacia  presagiar  un 
debate  tempestuoso.  Pido  la  palabra  dijo,  dirigiéndose  al 
Presidente,  que  dio  vuelta  la  cara  á  otro  lado,  fingiendo 
no  haber  oído.  Esta  maniobra  se  repitió  varias  veces,  favo- 
recido por  el  rumor  confuso  de  voces  que  decian;  está  ya 
acordado — no  hay   discusión — para  qué   va  hablar? 

Entonces  el  Sr.  Sarmiento  levantando  la  voz  con  solem- 
nidad, y  señalando  hacia  el  Presidente  con  la  mano  levan- 
tada, dijo: — Sr.  Presidente;  pido  la  palabra  por  sexta  vez. 

Este  incidente  atrajo  el  silencio  é  impidió  al  Presidente 
eludir  la  discusión. 

Entonces  dijo;  Sr.  Presidente;  no  pido  la  palabra  para 
oponerme  á  lo  que  considero  una  iniquidad.  Ya  es  de- 
masiado tarde.  Es  preciso  que  no  nos  mostremos  divididos 
en  presencia  del  enemigo.  La  Asamblea  no  tiene  dere- 
cho para  hacer  lo  que  ha  hecho;  pero  está  hecho.  Lo 
que  ahora  importa  es  que  los  que  han  destruido  un 
gobierno  no  se  muevan  de  aquí  sin  haberle  sustituido 
otro,  porque  lograrían  entregarnos  al  enemigo  sin  gobierno. 
Que  se  resuelva  que  nadie  se  mueva  de  aquí  sin  que 
este  deplorable  acto  quede  terminado.  Al  obrar  así,  quiero 
protestar  que  no  apruebo,  ni  tomo  parte  en  lo  que  ha  re- 
suelto la  mayoría,  que  reputo  una  deshonra  para  el  país». 
Poco  mas  dijo. 

Esta  proposición  fué  acojida  con  entusiasmo  por  todos. 
Esperando  encontrarse  una  resistencia  tenaz,  un  peso  se 
les  quitaba  de  encima,  encontrando  que  no  había  obs- 
táculo para  llevar  adelante  el  triste  intento. 

Este  temperamento  era,  al  punto  á  que  habían  llegado 
las  cosas,  el  único  prudente.  El  enemigo  tenía  inteligen- 
cias en  la  ciudad,  y  dos  horas  después  sabría  la  vergon- 
zosa escena.  El  triunfo  por  algunos  votos,  si  se  obtenía, 
no  restablecía  la  situación  moral  perdida.  Los  tratados 
no  estaban  firmados,  y  el  enemigo  podía  retirar  su  asen- 


,  MEMORIAS  235 

timiento  á  todas  sus  cláusulas,  y  en  tres  días  mas,  pedir 
la  rendición  lisa  y  llana. 

Pasado  á  cuarto  intermedio  D.  Mariano  Várela,  ame- 
nazó al  Sr.  Sarmiento  con  publicar  el  debate  y  hacer 
saber  al  público  que  no  habia  aprobado  aquel  indigno 
enjuague.  Mañana  se  avergonzará  Vd.  le  contestó,  de 
haber  tomado  parte  tan  activa  en  hecho  que  será  el 
oprobio  de  sus  autores;  y  en  cuaato  á  publicidad  yo  le 
ahorraré  la  molestia. 

Vueltos  á  los  asientos,  el  Sr.  Sarmiento  volvió  á  pedir  la 
palabra  diciendo: — Sr.  Presidente.  Me  debo  á  mismo,  lo 
debo  á  mis  antecedentes,  al  uniforme  militar  que  llevo; 
haced  constar  en  la  acta  que  yo  desapruebo  altamente 
lo  que  se  ha  hecho.  Muchas  voces,  parándose  ocho 
Diputados  ó  senadores  apoyaron  la  indicación,  suscitán- 
dose debate,  sobre  si  era  permitido  por  el  reglamento, 
(que  no  lo  era)  este  procedimiento,  consintiendo  al  fin 
la  Cámara,  tan  segura  estaba  de  su  proceder,  se  levan- 
taron doce,  pidiendo  que  sus  nombres  fuesen  consignados 
también,  y  constan  en  efecto  en  el  acta ;  entrando  entre 
ellos  el  Sr.  Ocampo  que  desde  el  principio  se  había  mos- 
trado enérgicamente  opuesto,  el  Sr.  Mármol  diñrió  á  las 
observaciones  del  Sr.  Sarmiento  en  la  antesala  y  los  Sres. 
Agrelo,  Obligado  y  otros.  Alguno  se  paseaba  en  triunfo 
en  uniforme  militar,'gloriándosesin  duda  de  aquella  hazaña 
que  no  deslustraba  sus  botas  granaderas,  abriéndole  las 
puertas   al  enemigo,  y  aceptando  condiciones  vergonzosas. 

Se  procedió  á  nombrar  Gobierno  y  Ministros.  En  la 
tarde  el  Dr,  Montes  de  Oca  dijo  en  su  casa  que  habían 
hecho  un  barro.  La  reacción  moral  obraba  por  la  enérgica 
protesta  del  Sr.  Sarmiento  y  de  los  que  lo  siguieron,  se 
dejaba  sentir  en  ese  mismo  día.  A  la  noche  estaban  todos 
tristes  y  avergonzados. 

Al  día  siguiente  se  citó  á  sesión  secreta;  y  entonces  la 
reacción  moral  hubo  de  producir  otro  desacierto  que  hu- 
biera perdido  de  nuevo  al  país.  El  Dr.  Montes  de  Oca  hizo 
moción,  pura  que  se  exigiese  del  General  Urquiza  que 
retirase  las  dos  otras  condiciones  indeclinables,  ya  que  le 
habían  concedido  la  esencial. 

Entonces  tomó  la  palabra  el  Sr.  Sarmiento  y  en  un 
discurso  de  una  hora,  que  sus   amigos  han  reputado  siem- 


236  OBKAS    Da   SARMIKNTO 

pre  el  mas  solemne  é  impresivo  que  hubiese  pronenciadOj 
reprobó  aquella  necia  exigencia  del  amor  propio,  recor- 
dando que  aun  no  estaban  firmados  los  tratados  y  el 
peligro  en  situación  que  ellos  mismos  habían  hecho  tan 
vidriosa  de  exitar  la  cólera  del  general  Urquiza,  cuyo, 
desprecio  habían  merecido.  «El  Sr.  Senador,  dijo,  tiene 
sin  duda  asco  de  tenderle  la  mano  al  Coronel  Chapaco 
según  el  tratado;  y  el  que  tuvo  la  debilidad  de  echar 
por  tierra  su  propio  gobierno,  por  propiciarse  al  enemigo, 
tenga  ahora  el  coraje  de  soportar  las  consecuencias.  Démos- 
le la  mano  á  Chapaco,  ya  que  hemos  consentido  en  envi- 
lecernos hasta  ese  grado.  La  fuerza  bruta  nos  impone 
porque  la  parte  ilustrada  es  débil.  Eduquemos  al  pueblo,, 
pues,  para  librarnos  de  estas  humillaciones;  pero  no  pro- 
voquemos á  quien  no  sabemos  resistir,  con  pretensiones 
ridiculas,  después  de  habernos  mostrado  débiles.  Que  se 
firmen  los  tratados  tales  como  ayer  los  consintieron,  y 
salgamos  de  una  situación  que  no  debe  prolongarse  un 
minuto.» 

Esta  moción,  no  obstante  la  dureza  con  que  fué  hecha» 
y  los  amargos  reproches  que  el  orador  tenía  derecho  de 
hacer  á  la  asamblea  fué  aceptada  por  unanimidad,  y  puso 
término  al  debate;  salvando  á  Buenos  Aires  esta  pruden- 
cia de  quien  sacrificando  sus  convicciones  desde  el  primer 
día,  acaso  la  ocasión  de  arrastrar  á  una  mayoría  á  volver 
sobre  sus  pasos,  á  trueque  de  no  prolongar  la  situación,. 
y  dar  alas  al  enemigo,  con  la  profunda  desmoralización  en 
que  había  caído   el  Gobierno   y   la  Legislatura. 

La  situación  de  los  ánimos,  y  los  antecedentes  que  deja- 
mos espuestos  disculpan  el  desacierto  que  mas  tarde  vino 
á  convertirse  en   mancha. 

Los  liberales  reprocharon  el  acto  olvidándose  que  la 
deposición  del  Gobierno  Alsina  había  sido  su  Deleada  e& 
Cartago,  y  que  ellos  habían  formado  la  opinión  á  este 
respecto,  declarando  retrógrado,  hombre  ya  perdido  al  Sr. 
Sarmiento,  comparable  con  Alberdi,  porque  en  el  senado 
se  opuso  un  mes  antes  á  la  consumación  del  mismo  acto 
con  la  ridicula  interpelación  Rivas,  saliendo  á  la  de- 
fensa de  los  principios  del  Gobierno,  vaticinando  lo  que 
sucedió  un  mes  después,  y  consignando  las  terribles 
palabras  que  había   dicho   á  ese  mismo  Gobernador  de- 


MEMORIAS  S37 

puesto:»  dentro  de  un  año  hemos  de  ir  á  recojer  de  la 
basura  los  pedazos  del  poder  ejecutivo,  que  están  arro- 
jando los  gobernadores  á  la  calle  por  no  querer  gobernar»  . 
No  alcanzó  á  trascurrir  el  año,  y  cúpole  al  Sr.  Sarmiento 
el  honor  de  recojer  esos  pedazos  envilecidos,  y  levantarlos 
con  honor  en  aquel  día  de  triste  recordación. 
Tal  fué  el  8  de  Noviembre. 

LAS  PROVINCIAS  Y  LOS  PROVINCIANOS  (i) 

¿Que  han  hecho  las  provincias  en  favor  de  la  libertad? 

Que  se  queden  las  provincias  como  se  están.  El  buey  solo 
bien  se  lame.    Chacun  pour  soi. 

Tal  es  lo  que  se  viene  á  los  labios  de  cada  uno  y  á  noso- 
tros también,  á  fuerza  de  oirlo. 

¿Ha  visto  usted  los  cordobeses  prisioneros?  Esas  son 
las  provincias  é  involuntariamente  nos  rascamos  las  costi- 
llas, creyendo  que  sentimos  comezón. 

La  cuestión  nacional  se  va  volviendo  cuestión  de  aseo  y 
de  repulsión.  A  un  partidario  acérrimo  de  la  nacionalidad 
lo  haríamos  dormir  con  un  prisionero,  y  seguro  que  al  día 
siguiente  estaba  por  la  independencia,  aun  á  costa  de  que- 
darse en  cueros  vivos.  Estos  malditos  cordobeses  han 
venido  á  comprometer  á  sus  amigos. 

¿Y  que  dice  usted  de  Bouquet  que  pretende  que  Juan  B. 
Peñase  parece  á  todos  los  demás? 

Si  no  fuera  por  los  cordobeses,  nos  atreveríamos  á  hacer 
la  defensa  de  las  provincias. 

¿Que  han  hecho  los  provincianos?  Pero  mucho  han 
hecho  con  ir  á  nacer  á  Córdoba,  Salta  y  aquellos  desiertos 
que  fueron  á  poblar  sus  padres  durante  la  colonia,  para 
sufrir  las  desventajas  de  su  posición.  jQue  gracia  hace  el 
parisiense  en  nacer  en  París,  en  medio  de  los  goces  de  la 
civilización  y  del  lujo,  al  lado  de  la  Opera  y  de  la  Academia 
de  Ciencias,  contemplando  gratis  Notre  Dame  y  el  Louvre, 
con  la  educación  en  las  calles  y  la  música  en  el  aire! 

En  lugar  de  dar  una  medalla  á  los  vencedores  de  Pavón, 


(1)  Esta  página  es  de  la  época  en  que  se  debatían  las  cuestiones  que  obstaban 
á  la  unión  de  Buenos  Aires  con  la  confederación.  Ha  quedado  inédita  entre  los 
papeles  que  el  autor  dejó  en  San  Juan  después  de  ser  Gobernador.    (iV.  del  E.) 


238  OBRAS  DB  SARMIENTO 

yo  se  la  diera  á  todos  los  que  tienen  trescientos  cañones 
en  el  Parque,  diez  mil  fusiles,  un  puerto,  banco  de  acuñar 
moneda  y  cuatro  batallones  de  línea  bajo  del  poncho,  para 
decirle  mentís  al  diablo  y  tenérselas  tiesas  á  Derqui.  El 
señor  Peña  de  Córdoba  decía,  meneando  la  cabeza  en  el 
Parque,  al  ver  la  primera  vez  pilas  de  bombas  y  cañones 
y  carroñadas  sobrantes  todavía: — hasta  yo,  que  soy  un 
zonzo,  le  habría  contestado  cuatro  frescas  á  Derqui  y  á 
Roma  por  todo!  Qué  pueblo  tan  grande  es  este  y  que  balas 
aquellas! 

¿Qué  han  hecho  las  provincias  para  que  las  proteja- 
mos? 

Claro  está  que  si  hubieran  hecho  lo  que  debían  ó  podían 
hacer,  no  necesitaban  de  la  protección  de  nadie.  Serian 
de  nueva  invención  las  bienaventuranzas  de  los  optimis- 
tas. Socorrer  al  que  no  lo  necesita;  dar  de  comer  al  harto; 
vestir  al  que  está  abrigado;  enseñar  al  que  sabe.  Y  así 
por  el  estilo;  y  la  verdad  es  que  hay  muchos  separatista?, 
pródigos  de  lecciones  de  lo  que  ignoran,  á  los  que  podrían 
mandarlos  á  la  escuela. 

Son  tan  despavilados  los  jóvenes  de  las  capitales  y  les 
cuesta  tanto  á  los  provincianos  perder  el  pelo  de  la  dehesa, 
que  muchas  veces  hemos  contemplado  en  el  Senado  las 
fisonomías  de  Barra,  Calvo  y  Alvear,  radiantes  de  des- 
vergüenza, al  ensartar  desatinos,  ante  un  Senado  de  pro- 
vincianos doctores,  pero  con  caras  de  arrieros  sanjuaninos, 
oyendo  y  dudando  si  ellos  eran  los  que  de  rudos  no  enten- 
dían. Barra,  (esto  es  histórico),  pretendía  una  vez  hacerse 
entender  de  un  ingles,  hablándole  jerigonza  con  acento 
ingles  deque  no  sabe  palabra;  y  el  pobre  capitán  al  oir 
hablar  con  tanto  aplomo,  creía  no  oír  bien,  hasta  que  le 
dijo  Y  fpeak  not  german^  sir  creyendo  buenamente  que  era 
alto  alemán  lo  que  le  estaban  hablando.  Barra,  dirigién- 
dose á  su  compañero:  «Yo  he  de  hacer  que  me  entienda  el 
gringo.» 

¡Que  han  hecho  las  Provincias!  Todo  está  en  el  modo  de 
mirar  las  cosas  y  en  el  punto  de  vista  donde  las  miramos. 
Las  provincias  han  hecho  mucho  y  poco.  Buenos  Aires 
ha  hecho  demasiado,  y  demasiado  poco  también. 

¿Cuando  hizo  Buenos  Aires  algo  por  las  provincias?  En 
el    tiempo   de  la  independencia.     Entonces  todos  éramos 


MEMORIAS  239 

sastres  y  no  se  cobraban,  como  ahora,  las  costuras.  No 
hablemos  de  eso.  Hablemos  de  lo  que  cada  uno  de  los  vi- 
vos tenga  derecho  de  reclamar  como  suyo.  Tire  el  primero 
la  piedra  al  que  mas  asco  le  haga  á  las  provincias,  por  su 
apatía,  abyección  ó  miseria. — Vamos,  señor  Canario  de  la 
Gironda,  (*)  qué  hace  que  no  tira  su  piedrecita!  ¿Qué  ha 
hecho  usted  por  las  provincias?  Si  hubiera  seguido  á  La- 
valle,  podría  decir:  yo  derramé  una  gota  de  sudor  bajo  el 
cielo  abrasado  de  Tucuman,  ó  una  de  sangre  en  Angaco. 

Pero  esas  cuentas  pasadas  fueron  saldadas  á  su  tiempo; 
y  como  los  pueblos  son  eternos,  contaréle  lo  que  han  he- 
cho las  provincias,  no  por  Buenos  Aires,  sino  por  la  causa 
de  la  libertad  que  ahora  solo  Buenos  Aires  deñende. 

En  1835,  cuando  Rosas  se  alzaba  en  Buenos  Aires  con  la 
suma  del  poder  público,  y  Yanzon  y  Ortega  de  San  Juan, 
Huidobro  al  mando  de  los  lanceros  de  San  Luis  (regimiento 
de  linea)  y  Rodríguez  de  Córdoba,  hicieron  una  liga  secreta 
para  resistir  al  caudillaje,  descubiertos  por  Rosas,  Rodrí- 
guez fué  fusilado,  Yanzon  y  Ortega  se  expatriaron  y  Hui- 
dobro pudo  ocultar  su  complicidad.  Benavídes  nació  de 
esa  tentativa  abortada.  Fué  desde  Buenos  Aires  á  reci- 
bir el  gobierno  de  San  Juan. 

En  1837,  después  de  la  revolución  sofocada  en  Chascomús, 
Lavalle  encontró  en  Corrientes  soldados  para  volver  sobre 
Buenos  Aires,  y  si  no  triunfó,  no  fué  culpa  de  Corrientes  ni 
de  los  correntinos.  Volvióse  de  Merlo,  porque  nadie  salió 
ásu  encuentro. 

Tucuman,  La  Rioja,  Saltay  Jujuy  hicieron  en  seguida  la 
liga  del  Norte  que  tuvo  á  Lamadrid  y  Hacha  por  brazos; 
y  todavía  Lavalle  encontró  apoyo,  soldados  y  recursos  eu 
Tucuman  exhausto  y  Paz,  desde  Corrientes,  daba  la  batalla 
de  Caaguazúque  hicieron  malograr  desavenencias  intes- 
tinas. 

¿Era  partidario  del  caudillaje  Buenos  Aires  entonces,  y 
desde  1839  hasta  1851,  e:i  que  no  hizo  con  éxito  esfuerzo 
alguno  para  quebrantar  sus  cadenas?  Entonces  las  provin- 
cias, pobres,  escasas  de  hombres  y  de  armas,  podían  decir 
lo  que  ahora  dicen  algunos:  ¿pero  qué  hace  Buenos  Aires, 


(1)    Rawson.  Véase  introducción  del  T.  XI Y  {N.  del  E.) 


240  OBRAS    Ui£   SAKMII«NTO 

con  sus  millones,  su  puerto,  sus  heroicos  antecedentes, 
mientras  nosotros,  sin  dinero,  sin  hombres,  mantenemos 
la  lucha,  cayendo  y  levantando? 

Ved  ahora  lo  que  hizo,  no  ya  Buenos  Aires,  el  pueblo 
ilustrado,  la  ciudad  cuna  de  la  libertad,  sino  el  tirano  que 
la  oprimía.  Mandó  sus  poderosos  ejércitos  á  Córdoba  con 
Oribe,  á  Mendoza  con  Pacheco,  é  hizo  decapitar  á  los 
principales  ciudadanos.  ¡La  sangre  corrió  á  torrentes  en 
las  casas,  en  las  calles  de  Tucuman  ! 

Esto  era  poco  para  lo  futuro.  De  Córdoba  se  trajeron 
á  Santos  Lugares  los  ciudadanos  mas  ilustrados  y  ninguno 
volvió;  y  ya  Córdoba  había  experimentado  otra  decapita- 
ción en  1831,  trayéndose  á  Buenos  Aires  150  vecinos.  Otro 
tanto  sucedió  en  las  demás  provincias,  y  á  mas  fueron 
todas  desarmadas  por  el  tirano.  En  el  Parque  están  las 
seis  culebrinas  de  Mendoza,  como  en  Pavón  han  quedado 
los  pobres  cañones  y  fusiles  de  Córdoba  y  San  Juan. 

Rosas,  al  despojar  las  provincias  de  sus  armas  y  matarles 
sus  hombres  notables,  se  proponía  asegurar  el  porvenir; 
y  cuando  en  Caseros  su  obra  fué  destruida,  sus  previsiones 
le  sirvieron  á  Urquiza  para  someter  provincias  que  no 
habían  olvidado  sus  torturas,  empobrecidas,  desarmadas 
y  privadas  de   hombres. 

¿Qué  hacen  las   provincias?,  dicen.    Nada! 

Ya  hicieron,  cuando  nosotros  no  podíamos  hacer.  Ahora 
que  nosotros  podemos  ¿qué  hacemos  por  ellas?  ¿Hacerles 
asco  como  á  leprosos?  Pretender  que  les  gusta  ser  insul- 
tadas por  Allende  y  Sáa,  estropeadas  por  Nazar,  es  lo  mismo 
que  decir  y  sostener  que  Buenos  Aires  gustó  de  la  mazorca 
veinte  años. 

Y  sin  embargo,  las  provincias  han  hecho  mucho  en  medio 
de  su  desvalimiento.  Tucuman,  Salta,  Jujuy,  Santiago  no 
ayudaron  á  la  invasión  de  1858  á  Buenos  Aires;  y  aisladas 
«n  el  fondo  de  la  República,  aun  han  tenido  valor  para 
no  ayudar  á  Derqui  en  su  tentativa  actual. 

¿Por  qué  no  se  han  pronunciado  abiertamente?  decís. 
Acaso  por  una  razón  muy  sencilla.  No  habiendo,  ni 
<iespues  de  la  ocupación  de  Córdoba,  hecho  Buenos  Aires 
una  declaración  explícita  de  la  guerra,  y  corriéndose  muy 
válido  el  rumor  de  que  Buenos  Aires  estaba  dispuesto  á 
tratar,  han  tenido  miedo  de  quedar  colgados  y  expuestos 


MEMORIAS  241 

•álos  furores  mazorqueros,  después  que  se  separase  Buenos 
Aires.  Estas  disculpas  pueden  dar.  Fresco  estaba  el 
desastre  de  San  Juan,  contra  el  cual  protestaron.  Sart 
Juan  esperó  sin  duda  que  sus  amigos  de  causa  lo  apoyasen, 
que  las  reformas   no   fuesen   solo  para  estar  en  el  papel. 

¡Qué  han  hecho  las  provincias!  Y  qué  ha  hecho  Buenos 
Aires  en  estos  diez  últimos  años,  para  pedirle  á  nadie 
cuenta  de  lo  que  pudo  y  no  hizo  1- 

¡Qué  han  hecho  las  provincias!  Lo  que  hacen  siempre 
las  provincias,  sufrir  y  gozar  las  consecuencias  de  los  actos 
de  las  capitales  y  de  las  grandes  ciudades.  Cuando  una 
nación  se  forma  en  un  punto  del  globo,  sus  habitantes 
se  diseminan  en  aldeas,  ciudades  y  campañas.  En  una 
gran  capital  se  aglomeran  las  luces,  los  goces,  las  fortunas, 
los  capitales,  todas  las  fuerzas  vivas  de  la  nación.  La  nación 
cuenta  con  estos  medios  reunidos  en  una  parte  para  la  pro- 
tección de  los  otros.  Sino  nadie  iría  á  poblar  un  terreno 
lejano  de  las  costas,  ni  aventurar  el  porvenir  de  sus  hijos. 
Ala  aldea  no  se  le  pregunta  qué  hace  en  favor  de  la  capital 
y  á  la  capital,  á  la  cabeza,  hay  derecho  de  preguntarle 
qué  hace  en  protección  de  la  aldea  miserable,  al  rico 
del  pobre,  al  fuerte  del  débil,  al  sabio  del  ignorante,  al 
que  está  armado,  del  indefenso.  Esta  es  la  sociedad  y 
para  eso  se   ha  instituido  el  gobierno. 

¡Qué  han  hecho  las  provincias!  Pero  abandonemos  este 
terreno  inicuo.  Darle  teatro  y  medios  á  Calvo,  Barra, 
Guido,  Lámela,  Alvear,  Laprida  y  cientos  mas  de  la  capital, 
para  que  muestren  los  hombres  lo  que  son,  sin  relación 
al  suelo  en  que  nacen.  ¿Qué  intriga  en  el  gobierno  nacio- 
nal contra  Buenos  Aires,  qué  ley  en  el  Congreso,  qué 
consejo  al  lado  de  Urquiza,  no  ha  tenido  por  agente,  orador, 
apoyo  ó  expositor  á  hombres  acatados  de  Buenos  Aires? 
¿Quiénes  son  los  autores,  instigadores  y  factores  de  la 
presente  guerra?  Calvo  y  Barra  en  la  prensa,  Guido  y 
Alvear  en  el  Senado,  Victorica  en  San  José,  Lámela,  Nadal 
en  el  Rosario. 

Y  esto  que  asume  la  forma  de  un  descargo,  no  es  sino 
la  prueba  de  la  comunidad  de  intereses,  de  pasiones,  de 
-crímenes  y  de  virtudes  de  todos  los  pueblos. 

Si  quisiéramos  echar  en  la  balanza  hombres,  crímenes 

Tomo  zux.— 16 


242  OBRAS   DB   SARMIENTO 

y  virtudes  de  provincianos,  nunca  podríamos  hacer  el 
deslinde.  Cada  invasión  ha  sido  alisada,  aconsejada  desde 
aquí,  ¿quién  ]o  ignora?  Los  capitales  han  ido  de  Buenos 
Aires  y  los  mas  orgullosos  separatistas  sacan  el  sombrero 
hasta  el  suelo  al  señor  don  Fulano  de  Tal  que  dio  fondos 
para  equipar  la  primera  escuadra  y  al  señor  don  Mengano 
que  proveyó  fusiles  y  municiones. 

Este  es  el  privilegio  de  los  grandes  centros  de  población; 
el  caudal  es  poder;  la  inteligencia  es  poder;  las  armas, 
los  puertos,  el  crédito  son  poderes  y  para  el  mal  y  para  el 
bien  son  los  que  pueden  los  que  son  siempre  y  en  todos 
los  países  los  responsables. 

Con  plata,  armas  é  ideas  se  revuelve  el  mundo.  En  las 
provincias  puede  mostrarse  un  instinto;  en  las  capitales 
tomará  la  foima  de  teoría  y  aplicación.  Facundo  será 
corregido,  aumentado  y  perfeccionado  por  Rosas. 

Esta  es  la  historia. 


PAVÓN 

Al  tei  minar  la  administración  Obligado,  uno  de  sus 
Ministros,  el  Coronel  Mitre  y  muchos  otros  proponían  la 
candidatura  Riestra,  otros  á  cualquiera  en  su  lugar,  pues 
no  habían   ideas  fijas. 

Nombrados  los  doblantes,  que  eran  dispuestos  por  mayo- 
ría en  favor  de  aquella,  sus  amigos  propusieron  á  Sarmiento 
el  caso,  pidiendo  su  parecer. —  «Malo,  les  dijo,  (el  parecer 
de  Sarmiento  valía  algo  entonces),  Riestra,  cualquiera  que 
sean  sus  cualidades,  no  es  un  hombre  significativo  en  la 
lucha  que  sostenemos.  Es  preciso  que  en  Salta  se  sepa» 
por  el  nombre  del  Gobernador,  de  qué  se  trata.  Alsina. — 
Pero  Alsina  no  es  amigo  de  Vd. — Pero  Alsina  fué  el  jefe 
político  con  quien  se  avisó  Urquiza  en  Montevideo. — Alsina 
fué  el  Gobernador  que  derrocaron  los  federales. — Hay  Q2 
votos  por  Riestra  y  solo  nueve  por  Alsina. — Hagan  lo  que 
gusten.     Alsina. 

No  hicieron  lo  que  gustaban,  porque  entonces  se  sacri- 
ficaba mucho  al  ínteres  público.  Fué  Alsina  con  22  votos,. 
Riestra  con  10,  y  8  dispersos  (Vide  Elizalde). 


MEMORIAS  243 

Alsina  consultó  mas  tarde  en  asamblea  de  partido  si 
nombraría  Ministro  á  Mitre.  Llegado  su  turno,  Sarmiento 
dijo: — «Dentro  de  un  año  tendremos  que  recoger  de  la 
basura  los  pedazos  del  Poder  Ejecutivo  que  los  gobernantes 
arrojan  á  la  calle.»     (Vide  Gelly  que  apoyó). 

No  pasaron  ocho  meses  antes  que  Sarmiento  recogiese 
en  efecto  de  la  basura  el  Poder  Ejecutivo  depuesto  después 
de  Cepeda  por  una  reacción  federal  (Véase  sesión  del  8 
de  Noviembre ). 

Azcuénaga  (conocido  al  día  siguiente  por  carta  que  había 
escrito  al  sitiador)  el  padre  Fuentes,  Llavallol  por  miedo 
de  las  vacas  que  quedaban  inconsolables  en  la  cam- 
paña . 

Era  preciso  conjurar  el  mal.  Tejedor  tuvo  la  habilidad, 
(que  él  llamó  poder  de  intriga),  de  alejará  Urquiza  con- 
tento y  habia  de  nombrarse  Gobernador.  Candidatos  Obli- 
gado y  Mitre,  ya  General  aunque  vencido.  Era  ardua  la 
empresa;  pero  no  imposible.  El  Nacional,  que  entonces 
pesaba  en  la  balanza,  pues  lo  habían  redactado  sucesiva- 
mente Velez,  Mitre,  J.  C.  Gómez,  estuvo  por  Mitre  y  cuando 
don  Amancio  Alcorta  fué  visto  por  don  Manuel  Ocampo  y 
vio  á  don...  se  sobreentiende  que  la  pluma  y  la  palabra 
de  Sarmiento  andaba  de  ese  lado. 

Fué  electo  Mitre,  y  es  esta  la  errata  mas  grande  que 
tendrá  que  hacer  Sarmiento  en  sus  Memorias  postumas. 

No  se  crea  que  pretende  recalentar  la  historia  al  calor 
de  las  pasiones.  No.  Mitre  con  sus  deficiencias,  tiene 
esas  facultades  de  atracción  y  de  apatía  de  Aratus,  el  Ge- 
neral de  la  Liga  Aquea,  para  quien  las  derrotas  eran  su 
corona.  Esta  gran  cualidad  lo  ha  hecho  sobrevivirse  á  sí 
mismo.  Es  la  de  los  caudillos,  y  revela,  aun  en  Benavides, 
capacidades  políticas,  imperceptibles  al  ojo  desnudo,  pero 
que  se  hacen  sentir  por  años.  Tiene  cualidades  de  mando 
militar,  puesto  que  los  jefes  que  ha  mandado  han  perma- 
necido unidos  bajo  su  dirección. 

Sus  faltas  pertenecen  á  la  historia;  pero  fué  mía  la  falta 
de  no  haber  visto  entonces,  no  obstante  pruebas,  que  care- 
cía de    aquellas  convicciones  profundas,    necesarias  á  un 
jefe  ostensible  de  una  gran  revolución   social,  larga,  lenta 
difícil;  y  que  por  tanto  requiere  que  el  que  la  dirige,  pueda 


244  OBRAS   DE   SARMIENTO 

ceder  al  viento,  pero  no  cambiar  de  rumbo,  recojer  velas, 
tenerse  á  palo  seco,  con  viento  contrario;  pero  soltar  todo 
el  trapo  cuando  corre  favorable. 

¿Era  unitario?  ¿era  federal?  ¿localista?  ¿separatista?  De 
todo  fué  y  casi  siempre  en  mal  momento. 

Necesitábase  un  argentino,  un  nacionalista  como  San 
Martin,  Rivadavia,  de  todas  las  horas,  de  todos  los  tiempos, 
y  Mitre  no  era  eso  entonces, 

Lo  fué  ¡quién  lo  creyeral  Don  Pastor  Obligado  en  el 
momento  supremo.  Llamado  por  el  Gobernador  Mitre  al 
ministerio,  por  renuncia  de  Sarmiento,  á  quién  la  muerte 
dada  á  Aberastain  obligaba  á  alejarse  de  la  escena  para 
dejar  paso  franco  á  los  sucesos,  Obligado  dijo  al  Goberna- 
dor:— «Entendámonos  claro.  ¿Cuál  será  vuestra  política 
con  la  Confederación? — De  eso  hablaremos  en  los  consejos 
de  Gobierno.  (Ya  le  había  contestado  lo  mismo  á  Rawson 
procurado  por  Sarmiento  y  que  se  negó  redondamente  á 
aceptar). — No  amigo,  le  contestó  Obligado;  necesitamos  en- 
trar por  la  fuerza  en  la  nación:  la  guerra,  si  es  necesario. 
Vd.  ha  gobernado  conmigo  mientras  estuvimos  separados 
y  no  era  vida  esa.  No  podemos  estar  separados,  con  la 
amenaza  permamente,  el  comercio  perturbado  etc.» 

Entró  Obligado  á  esas  condiciones  y  se  intentó  la  guerra 
para  unirnos  y  se  logró.  Si  el  jefe  del  ejército  flaqueaba 
en  el  propósito,-  aquí  estaban  Obligado,  Ocampo,  Velez  y 
Sarmiento,  que  lo  hicieron  ir  derecho  á  Pavón,  á  la  victoria, 
á  la  unión,  á  la  Presidencia. 

Obligado  hubiera  sido,  pues,  mi  hombre;  pero  se  reveló 
tarde,  por  atrición,  por  temor  del  infierno  y  no  por  amor  á 
su  Dios,  la  Patria  común  que  ofendía  en  sus  mocedades. 

No  hago  la  historia  de  Mitre.  Me  defiendo  del  cargo  de 
haber  abandonado  á  mis   compañeros,  en  la  hora  suprema. 

Mi  compañera  era  la  Nación  Argentina,  no  esta  villana 
de  papel,  sino  aquella,  cuyo  amor,  cuyo  engrandecimiento 
Inspiraron  algunas  bellas  páginas  de  mis  primeros  escritos 
y  me  tuvieron  en  guardia  contra  las  tentaciones  á  que 
tantos  cedieron. 


MEMORIAS  245 


CARTAS  CON  MITRE 

Nota— Sarmiento  afirma  en  lo  que  precede,  y  lo  ha  hecho  en  otras  circuns- 
tancias, que  la  batalla  de  Pavón,  de  la  que  procede  toda  nuestra  organización 
nacional,  fué  dada,  venciéndose  las  honorables  irresoluciones  del  General  Mitre, 
mediante  las  instancias  de  Velez,  D.  Pastor  Obligado,  D.  Manuel  Ocampo  (el 
Gobernador  delegado)  y  las  suyas  que  quedaban  confirmadas  por  los  escritos  de  la 
época  y  sus  discursos  en  el  Senado. 

No  hemos  conseguido  del  Señor  General  Mitre  la  comunicación  de  las  cartas 
de  Sarmiento  que  conserva  de  aquella  época  climatérica  de  nuestra  historia; 
pero  poseemos  casualmente  el  borrador  de  una  carta  que  arroja  viva  luz  sobre 
aquellos  sucesos,  conservado  acaso  por  su  importancia,  acaso  por  ser  la  única  vez 
que  el  autor  hiciese  un  borrador.  Dicha  carta  está  empezada  tres  veces,  tan 
delicada  era  la  materia.  No  seria  extraño  que  la  que  publicamos  discrepara  en 
algún  detalle  del  original  que  posee  el  señor  Mitre,  pues  era  una  caracteristicu 
del  autor  que  nunca  pudo  copiar  nada  textualmente  y  menos  de  lo  suyo  donde 
la  superabundancia  de  ideas  lo  hacia  ampliar  lo  escrito. 

Para  que  no  haya  duda  sobre  nuestra  imparcialidad  de  criterio  al  apreciar  lo 
pasado,  hacemos  una  excepción  á  la  regla  que  nos  hemos  impuesto  de  no  trans- 
cribir documentos  ágenos  en  esta  recopilación  de  que  hemos  debido  excluir 
tanto  de  Sarmiento,  dando  á  continuación  la  carta  que  poseemos  manuscrita  del 
Señor  Mitre,  sobre  cuya  impresión  debemos  advertir  que  á  pesar  del  prolijo 
trabajo  de  interpretación  de  la  endemoniada  letra  á  que  nos  hemos  entregado 
con  prácticos  en  la  materia,  puede  quedar  alguna  duda  sobre  una  ó  dos  palabras 
que  su  mismo  autor  no  reconocería    {El  Editor). 

San  Nicolás,  Agosto  -2  de  1861 . 
Sr.  Don  Domingo  F.  Sarmiento. 

Mi  estimado  amigo: 

He  recibido  su  carta  del  22  que  he  estimado  y  apreciado  como  la  manifes- 
tación de  los  sentimientos  de  un  verdadero  amigo  y  como  la  expresión  de  los 
que  deben  animar  al  buen  ciudadano  en  las  difíciles  circunstancias  que 
atravesamos. 

Vd.  debia  pensar  que  yo  no  podía  estar  en  desacuerdo  con  Vd.  en  las 
aspiraciones  patrióticas,  en  las  vistas  generales',  aun  cuando  podamos  diferir  en 
cuanto  á  los  medios,  en  cuanto  á  la  apreciación  de  estos  y  la  oportunidad  de 
hacerlos  valer.  3 

Me  ha  oido  Vd.  decir  varias  veces  que  tal  vez  hemos  hecho  un  verdadero  mal 
á  las  Provincias  simpáticas  á  la  causa  de  Buenos  Aires,  para  remediar  en  ellas 
males  externos,  haciéndoles  concebir  una  idea  exagerada  del  poder  de  Buenos 
Aires,  que  solo  por  fuerzas  y  acción  propias  pueden  remciliarse;  y  que,  esta 
ilusión,  de  que  han  participado  los  poderes  enemigos  de  esos  pueblos,  ha  hecho 
que  conspirara  con  mas  empeño  contra  su  orden  interno  y  contra  sus  principios, 
como  ha  sucedido  en  Córdoba.  Hablo  solo  de  nuestro  poder  expansivo  por  medio 
de  la  acción  directa. 

Como  complemento  de  esas  ideas,  y  solo  como  idea  digna  de  profundizarse  me 
ha  oido  decir  Vd.  también,  que  tal   vez   hemos  comprometido  la  estabilidad  de 


246  OBRAS   DE    SARMIENTO 

esas  provincias,  su  crecimiento  moral  y  material,  por  pretender  prematuramente 
identilicarlas  no  solo  con  nuestra  suerte,  sino  hacerlas  andar  á  nuestro  paso, 
gravitando  sobre  ellas  poderes  y  cosas  que  podían  hacerles  mas  daño  inmediato 
que  el  bien  que  nosotros  podriamos  prometerles  para  lo  futuro;  con  mas  la 
certidumbre  de  que  por  ahora,  esas  provincias  eran  por  si  solas  nulas  para  la 
acción,  en  el  caso  da  que  los  elementos  contrarios  se  dirigieran  sobre  Buenos 
Aires,  único  y  verdadero  baluarte  de  los  principios,  perdido  el  cual  se  pierde 
todo.— No  pensaría  lo  mismo  si  la  unión  se  hubiese  consolidado,  y  los  hechos 
dicen  bien  claro,  que  uno  ó  dos  años  mas  de  paz  con  Buenos  Aires,  con  reunión 
del  Congreso,  (?;  aquellos  elementos  habrían  obrado  poderosamente  en  nuestro 
sentido.  Hoy  si  su  acción  no  es  hostil  (que  lo  es  en  el  hecho  de  darla(?)  )  es 
nuia,  y  nuestros  planes  militares  que  deben  ir  á  un  mes  de  plazo  cuando  mas 
no  pueijen  solucionarse  á  lo  que  pudieran  hacer  algunas  Provincias,  imitando 
el  noble  ejemplo  de  Baigorria.    Eran  las  Provincias  aliadas  de  la  paz. 

En  fin,  estas  reflecciones  para  discutirlas  mas  tranquilamente  al  lado  del  fuego 
de  la  estufa. 

Por  ahora  le  diré  cual  es  mi  base  de  criterio  y  de  procedimientos,  á  que  esas 
mismas  refiecciones  sirven  en  cierto  modo  de  base. 

En  primer  lugar  prefiero  la  paz  á  la  guerra,  como  medio  de  consolidar  los 
principios  y  las  instituciones,  salvando  la  moral;  dar  vigor  saludable  á  los  iiueblos 
y  vincular  sus  intereses  morales  y  materiales.  En  esta  atmósfera  se  desarrolla 
la  libertad,  y  el  caudillaje  no  solo  se  marchita,  sino  que  á  su  pie  no  retoñan 
arbustos,  como  sucede  en  la  guerra. 

Obligado  á  aceptar  entre  la  paz  ó  la  guerra,  con  medios  para  llevar  esta  ade- 
lante y  con  esperanza  de  éxito,  estaré  siempre  por  la  paz,  si  ella  salva  aquello 
mismo  porque  se  va  á  combatir,  aunque  no  aumente  el  capital  político,  y  aunque 
no  se  puede  garantir  su  larga  duración.  Pero  cada  año  de  paz  es  entre  noso- 
tros un  triunfo  para  los  pueblos  libres  y  los  dos  años  de  paz  de  Cepeda  en 
Buenos  Aires  se  lo  prueban  á  Vd.  Cuando  nadie  creía  en  las  fuerzas  que  el 
país  había  recobrado  y  gozado  en  estos  dos  años,  me  costaba  trabajo  persuadir 
<]ue  la  guerra  era  al  menos  posible,  á  los  mismos  que  hoy,  no  quieren  ni 
hablar  de  paz. 

Otra  de  mis  bases,  es  que,  sino  puedo  salvar  á  toda  la  República  con  Buenos 
Aires,  debo  salvar  á  Buenos  Aires  que  como  he  dicho  á  Vd.  es  lo  único  sólido 
que  que  hay  en  la  República,  la  seguridad  de  la  libertad  al  presente  y  su 
áncora  de  salvación  en  lo  futuro.  ¿Se  imagina  ver  lo  que  será  Buenos  Aires,  con 
«uatro  años  de  paz,  desenvolviendo  su  riqueza,  su  poder,  su  libertad,  su  espíritu 
público,  aun  cuando  el  caudillaje  agotándose  en  esfuerzos  brutales  trabaje  por 
disolver  lo  único  que  le  sirve  de  egide  hoy,  es  decir,  las  instituciones  fede- 
rativas? Esto  no  es  imposible,  aunque  es  difícil,  y  aunque  seria  mejor  ganar 
una  batalla  y  organizar  de  nuevo  la  República  sobre  la  base  de  victorias,  ¿porqué 
un  hombre  racional  debe  renunciar  á  la  esperanza  de  obtener  este  resultado  sin 
necesidad  de  medios  que  comprometan  el  mismo  fin  que  se  tiene  en  vista? 

Agregue  Vd.  que  si  nos  unimos  hoy  con  los  pueblos,  atando  á  Urquiza,  disol- 
viendo al  Congreso,  deponiendo  á  Derqui,  y  cambiado  militar  y  revolucionaria- 
mente el  modo  de  ser  de  las  Provincias  que  nos  son  hostiles  ó  se  hallan  dominadas 
por  fuerzas  extrañas,  no  podremos  unirnos  legalmente,  es  decir,  no  podemos 
incorporarnos  definitivamente  sin  comprometer  el  porvenir  de  Buenos  Aires 
cualesquiera  que  sean  las  concesiones   constitucionales  que  obtengamos.    Salvar, 


MEMORIAS  247 

pues,  á  Buenos  Aires,  no  por  egoísmo  provincial,  sino  por  amor  á  los  principios, 
por  amor  á  la  libertad  Argentina,  que  solo  aqui  vive  y  solo  de  aquí  puede  ex- 
tenderse, y  salvarle  á  pesar  de  la  guerra,  y  de  las  asechanzas  que  en  la  guerra 
pueden  anonadarle,  tal  es  el  doble  problema  que  tengo  que  resolver  en  el 
terreno  de  las  negociaciones. 

Ello  no  impide  que  revele  á  Buenos  Aires  un  poder  que  ella  misma  no  conocía 
y  que  lie  impuesto  al  enemigo,  y  que  siga  obrando  en  el  sentido  de  la  guerra, 
con  la  energía  y  actividad  que  corresponde,  y  entre  nosotros,  que  la  faz  nego- 
ciones  me  ha  servido  para  ello  mas  que  mi  actividad  y  mí  energía,  cosa  que  le 
explicaré  tal  vez  algún  día,  y  entonces  comprenderá  lo  difícil  de  mi  posición 
militar,  hasta  ahora  pocos  días  lo  que  veo  ninguno  ha  comprendido. 

Por  lo  demás,  creo  muy  difícil  la  paz,  dado  el  estado  de  los  hombres  y  de  las 
cosas,  aunque  no  lo  creo  imposible,  y  aunque  sería  muy  fácil  con  un  poco  de 
buena  voluntad. 

Así,  me  preparo  á  la  guerra,  y  es  á  lo  que  me  preparo  seriamente  cualesquiera 
que  sean  mis  ideas  políticas  y  ülosóflcas,  y  llegado  el  caso,  la  haré  como  corres- 
ponde, jugando  la  suerte  de  la  libertad  á  la  suerte  de  las  armas,  pero  como 
debe  jugarse  el  porvenir  de  un  gran  pueblo  y  de  una  gran  causa,  es  decir,  con 
el  poder  que  tiene  á  su  servicio,  sin  fiar  mucho  en  aventuras  mas  ó  menos 
remotas. 

Seguiría,  si  no  se  acabase  aqui  el  pliego,  pues  mi  tiempo  no  me  permite 
extenderme  fuera  de  las  fronteras  de  un  pliego  de  papel  por  carta;   Suyo  siempre 

Bartolomé  Mitre.. 


SARMIENTO  Á  MITRE 

He  escrito  mucho  papel,  mi  estimado  amigo,  para  contes- 
tar su  estimable  del  2,  cosa  que  nunca  me  sucede,  tan  difícil 
es  decir  su  pensamiento,  ó  hacerle  llegar  el  ageno  al  que 
tiene  en  sus  manos  la  suerte  del  país.  Al  escribirle,  me 
sucede  lo  que  pasa  en  mi  espíritu  al  pensar  que  va  á  venir 
al  Senado  un  tratado  de  paz,  tal  como  es  posible  hacerlo 
con  Juan  Saá  que  lo  firma.  ¿No  asistir  al  Senado?  no  habría 
Senado  por  falta  de  número.  ¿No  tomar  la  palabra?  ¿Hablar 
y  ser  el  primero  en  tirar  la  piedra? 

Qué  le  diré,  pues,  á  su  carta  que  no  lo  crea  efecto  de 
mis  convicciones  que  me  llevarían  hasta  lastimarlo. 

Diréle,  pues,  lo  que  todo  el  mundo  piensa  de  Vd.  y  lo 
que  yo  deduzco  de  ello.  La  única  y  la  primera  víctima  de 
la  paz,  es  Vd.  que  se  hará  la  reputación  del  primer  diplo- 
mático, matando  al  General,  impotente  con  el  mas  grande 
y  mas  altamente  moralizado  de  los  ejércitos.  No  tenía  Vd. 
gloria  militar  adquirida,  y  la  paz  como  blanco,  que  ha  sido 
sin  disimulo  del  poderoso  armamento,  le  dará  á  Vd.  quince 


248  OBRAS    DE    SARMIENTO 

mil  detractores  en  ese  ejército,  martirizados  cuatro  mese& 
para  volver  á  esconder  sus  espadas  inocentes  de  esa  paz. 

Muerto  Vd.  como  General,  y  su  estadía  en  San  Nicolás  es 
una  agonía,  nuestro  partido  desaparece  por  impotencia» 
pues  en  otro  conflicto,  todo  sucederá  menos  que  Yd.  mande 
un  ejército,  porque  para  el  objeto  de  su  reunión,  el  públi- 
co se  convencerá  que  Vd.  no  es  para  ello,  que  si  le  sobra 
valor  personal,  le  falta  la  voluntad  del  General.  Esto  está 
en  todas  las  conciencias.  Al  principiar,  solo  la  necesidad 
compelía  á  los  hombres  á  arrostrar  la  situación;  no  había 
fe  en  su  capacidad  militar.  Cuando  la  opinión  se  vio  res- 
paldada por  un  fuerte  y  poderoso  ejército,  la  decisión  no 
conoció  límites  y  el  país  se  lanzó  á  la  guerra. 

Cuando  Vd. anuncie  la  paz,  !a  aceptarán,  por  la  convicción 
que  se  arraiga,  y  Vd.  robustece,  de  su  mala  voluntad  para 
hacer  la  guerra;  y  mas  se  resignan  á  ser  derrotados  en  ei 
gabinete  de  Vd.  que  en  el  campo  de  batalla.- 

Vd.  cree  que  consulta  el  ínteres  del  país,  imponiéndole 
la  paz,  en  busca  de  un  problema  moral;  porque  prublema 
es  que  la  libertad  y  las  instituciones  se  salven  con  la  paz. 
Esta  manera  de  razonar  tiene  el  defecto  de  dar  por  sentado 
lo  que  es  discutible. 

No  será  atacado  Buenos  Aires  de  afuera,  lo  que  no  quita 
que  se  disuelva  interiormente,  por  la  acción  de  las  mismas 
causas  que  la  retrajeron  de  arrostrar  las  dificultades  exte- 
riores. ¿Qué  instituciones  salvamos?  La  Legislatura  como 
poder  moral  de  opinión,  de  luces,  no  existe.  El  Senado  se 
compone  de  catorce  viejos,  sin  luces  y  sin  salud.  El  pueblo 
no  quiere  elegir  los  que  faltan,  porque  desprecia  institucio- 
nes sin  valor  real.  La  Cámara  no  está  mejor  parada.  El 
Ejecutivo,  ó  mas  bien  el  Gobernador,  ha  hecho  en  dos  años 
lo  que  ha  querido  él  solo,  sin  que  haya  poder  que  modifi- 
que su  opinión.  La  prensa,  fuerte  para  agitar  la  opinión 
en  el  sentido  de  la  guerra,  no  lo  ha  sido  para  contrariar 
esta  disposición.  Las  Cámaras  no  han  dictado  ley  alguna. 
La  vida  pública  comienza  á  hacerse  insípida;  lodos  los  hom- 
bres de  nuestro  partido  están  divididos  ó  anulados. 

La  organización  militar  será  en  adelante,  por  la  Guardia 
Nacional,  el  director  de  la  política.  El  Club  Libertad  será 
una  máquina  que  Vd.  no  manejará.  El  tesoro  está  abru- 
mado,  el  papel  agotado  como  recurso. 


MEMORIAS  249 

Estas  son  las  instituciones  que  Vd.  va  á  salvar,  con  la 
exhibición  de  un  grande  ejército.  Una  sola  cosa  falta  y  es 
un  Gobierno  con  prestigio  y  el  de  Vd.  dudo  mucho  que 
conserve  el  necesario  para  acabar  honorablemente.  ¿Cuá- 
les son  su  amigos  en  la  opinión,  en  la  prensa,  en  las  Cáma- 
ras, en  los  Clubs?  Hoy  tiene  á  todo  el  país,  porque  lo  ha 
armado  en  nombre  de  deberes,  de  sentimientos,  de  agra- 
vios comunes  á  todos;  pero  !e  ordena  desarmarse  en  nom- 
bre de  una  abstracción  que  se  parece  al  miedo  y  á  la 
debilidad. 

Después  del  (no  triunfo)  los  quince  mil  valientes  en  yer- 
ba, con  cinco  mil  críticos  aquí,  darán  sus  batallas  en  la 
política  tirando  ai  blanco  sobre  el  Gobernador,  sobre  el 
General  de  la  paz;  y  como  las  elecciones  futuras  no  tienen 
nada  que  ver  con  la  persona  de  Vd.  los  Comandantes  de 
los  cuerpos  que  influyen  en  las  elecciones  se  ocuparán  de 
sus  negocios. 

Yea  la  composición  de  la  Cámara  y  de  los  Clubs.  Estas 
son  las  instituciones  que  Vd.  se  propone  salvar;  pero  á  mi 
juicio,  será  otro  el  que  las  salve,  no  Vd.  que  habrá  abdicado 
con  el  sentimiento  de  la  virilidad,  á  dar  dirección  á  las 
cosas,  ni  dominar  las  resistencias. 

La  discusión  de  un  tratado  de  paz  va  á  ser  la  señal  de 
la  disolución.  Cada  uno  quiere  salvar  su  responsabilidad; 
y  sin  la  indiscreción  que  salva  á  veces  á  los  pueblos,  será 
aprobado  por  un  voto  mudo,  cualquiera  que  sea,  persuadidos 
de  que  no  queriendo  pelear  el  General  (el  público  cree  que 
por  carácter,  sin  tacharlo  de  cobarde),  es  preciso  capitular 
como  sucedería  después  de  hacerlo  pelear  contra  su  vo- 
luntad y  hacerse  derrotar. 

La  gloria  de  la  paz, — desengáñese  Vd. — le  quedará  á 
Thornton  que  tiene  los  medios  de  adjudicársele  en  Europa 
y  á  Urquiza  que  la  otorga,  pues  la  escuadra  estacionada 
en  San  Nicolás  le  quita  á  Vd.  el  derecho  de  decir  que  ha 
optado  por  la  paz,  pues  nunca  quizo  hacer  la  guerra,  de- 
jando documentos  incuestionables  de  esa  intención. 

A  la  altura  á  que  han  llegado  las  instituciones  y  los 
hombres,  era  en  el  corazón  de  la  República  que  debíamos 
ocultar  la  propia  debilidad  y  adquirir  nuevas  fuerzas- 

Vd.  tiene  la  Presidencia  por  un  lado,  ó  la  posición  de 
los  demás  Generales  por  otro.    Es  preciso  seguir  su  carrera 


250  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Ó  anularse.  VJ.  conspira  contra  sí  mismo  creyendo  que 
es  una  alta  razón  que  lo  guía.  El  pueblo  cree  que  es  Vd- 
una  inteligencia  superior  engastada  en  un  cuerpo  sin  alma, 
sin  voluntad,  sin  pasiones  ni  públicas  ni  privadas,  domi- 
nado por  una  molicie  de  carácter  que  su  razón  se  empeña 
en  vano  en  vencer  ú  ocultar,  y  empeñando  á  fuerza  de  habi- 
lidad inactiva,  los  frutos  que  no  se  obtienen  sino  á  fuerza 
de  actos  perseverantes. 

Si  yo  pudiera  pasar  á  su  alma  mis  convicciones,  le  acon- 
sejaría salvarse  dando  una  batalla  y  haciéndose  derrotar 
en  un  lago  de  sangre.  Estos  pueblos  no  se  pierden  por  las 
derrotas.  Treinta  años  se  lo  han  mostrado.  Se  pierden 
por  el  voto  de  1835  en  Buenos  Aires,  por  las  contemporiza- 
ciones de  Gutierrrez,  Carril  etc.,  en  185'2,  por  las  paces  de 
■53,  55,  59  61  que  prolongan  el  mal  sin  curarlo. 


CARTAS  Á  DON  MANUEL  OCAIYIPO 

{El  Censor,  15  de  Enero  de  1886.) 

Publicamos  con  gusto  las  cartas  que  remite  uno  de  los 
Sres.  Ocampo  en  corroboración  del  aserto  del  General 
Sarmiento,  que  establece  que  D.  Manuel  Ocampo,  como 
su  Ministro  D.  Pastor  Obligado  tuvieron  parte  muy  pro- 
minente en  la  pacificación  final  de  la  República  en  1861. 
En  las  cartas  del  mismo  autor,  está  tantas  veces  insinuada 
la  idea  que  se  ve  que  era  preocupación  del  momento,  y 
que  el  éxito  daba  satisfacción  á  los  que  habían  persis- 
tido en  buscar  desenlace  final  á  la  cuestión. 

Ocampo  como  Presidente  del  Senado  era  Gobernador 
Delegado,  mientras  el  efectivo  estaba  en  campaña,  pero 
en  aquellos  buenos  tiempos  un  Gobierno  Delegado,  era 
tal  Gobernador,  como  el  Senado  ó  la  Cámara  eran  el  Con- 
greso y  no  oficinas  de  hablar  del  Poder  Ejecutivo.  El 
Gobierno  Delegado  tuvo  pues  su  política  con  respecto  al 
tratado  Yancey,  que  rechazó;  pero  también  era  razgo  de 
aquellos  tiempos  que  el  Gobernador  propietario  hiciese 
al  delegar  el  Gobierno,  real  dimisión  de  su  poder 
y  se  sometiese  á  llenar  las  órdenes  de  los  que  la  ley 
constituía  superiores.  Hoy  han  tomado  otro  aspecto  las 
cosas,  y  de  ahí  viene  que  no  se  diera  toda  la  importancia 


MKMORIAS  251 

á  la  acción  de  los  Sres.  Ocampo  y  Obligado  en  la  termi- 
nación de  la  guerra  civil,  como  la  que  resulta  de  las  reve- 
laciones del  general   Sarmiento. 

3r.  General  D.  Domingo  F.  Sarmiento. 

Mi   querido  General: 

Puede  Vd.  imaginarse  con  qué  placer  hemos  leído  el  hon- 
roso recuerdo  que  Vd.  hace  de  mi  padre,  atribuyéndole 
grande  influencia  en  la  reunión  de  las  Provincias  y  Buenos 
Aires,  en  1861,  por  la  firme  voluntad  de  incorporarse  en 
la  Nación. 

Esta  aserción  de  Vd.  nos  hizo  traer  á  la  memoria  va- 
rias cartas  suyas  á  mi  padre,  de  aquella  época,  y  de  tal 
modo  confirman  lo  que  Vd.  dice  ahora,  que  me  tomo  la 
libertad  de  remitírselas,  con  cargo  de  devolución,  para 
que  se  divierta    releyéndolas   después  de  veinte   años. 

Agradeciéndole  á  nombre  de  mi  padre  y  de  toda  la 
familia  tan  honroso  recuerdo  tengo  el  placer  de  suscri- 
birme. 

Su  affmo.  amigo. 

José  L.  Ocampo, 


Eccmo.  señor  Gobernador  don  Manuel  Ocampo. 

Rosario,  Nonembre  16  de  1861  (1). 
Mi   estimado  amigo: 

Había  postergado  hasta  ahora  escribirle,  esperando  tener 
algo  que  decirle  de  positivo;  y  ahora  que  lo  hago,  no  estoy 
mas  adelantado  que  el  primer  día. 

Aquí  se  respira  la  atmósfera  de  calma  que  imprime  el 
general  en  jefe,  que  encuentra  en  sus  propias  ideas  y  en 
los  hechos  que  se  desenvuelven  motivos  de  no  salir  de 
ciertos   límites    de   acción.    Todo  se    encadena  en  efecto. 


( l)  La  noticia  de  haberse  libertado  Córdoba,  debió  llegar  el  20  al  Rosario.  El  21 
se  puso  en  marcha  la  División  Pftunero,  llevando  la  vanguardia  el  batallón  de  Rivas 
para  apoyar  al  general  Flores  que  despejó  el  camino  hacia  el  interior  en  Cañada  de 

Uomez. 


252  OBRAS    I)K   8AKMIENTO 

La  escuadra  inmóvil  conserva  el  obstáculo  que  obstruye 
al  Entre-Rios  y  Corrientes;  el  Carcarañá  crecido  cubre  á 
Santa-Fé;  y  la  falta  de  caballos,  y  la  nulidad  de  la  caba- 
llería paralizaban  hasta  ahora  los  movimientos.  Ayer  se 
ha  mandado  reconocer  el  Carcarañá  para  vadearlo  6 
echar  un  puente  y  hoy  se  sabrá  el  resultado. 

De  Urquiza  no  se  sabe  nada,  y  si  algo  se  sabe  es  que 
vuelve  á  sentimientos  y  propósitos  hostiles.  Quizá  esto 
sea  un  bien.    No  estamos  mas  adelantados  del  interior. 

La  expedición  á  Córdoba  es  fuerte  y  bien  organizada» 
Está  completa  de  caballos,  y  ya  están  cargadas  las  carre- 
tas de  parque  etc.  ¿Guando  saldrá?  nadie  lo  sabe,  ni  se 
apura,  contentándose  con  ver  prepararse  todo  al  efecto. 
Yo  marcho  en  ella  como  auditor  de  Guerra,  ó  como 
quiera,  con  que  la  voluntad  puede  hacer  algo,  armada 
de  bayonetas  ó  de  palabras. 

Aquí  ha  producido  cierta  sensación  la  orden  del  día 
que  subdividía  el  ejército  y  mostraba  intenciones  de 
obrar.  Cada  uno  sintió  donde  le  dolía:  algunos  coman- 
dantes de  G.  N.  en  que  no  los  elogiaba,  otros  en  que  los 
ponía  en  movimiento. 

La  Aduana  se  está  organizando  aquí,  de  manera  de  ofre- 
cer recursos  para  el  sosten  del  ejército  del  interior,  cosa 
que  no.  preocupa  mucho  porque  de  ahi  depende  el  éxito 
final. 

Desde  Córdoba,  desde  el  camino  ó  de  donde  quiera, 
le  trasmitiré  las  noticias  que  puedan  interesarle. 

Deseando  etc. 

D.  F.  Sarmiento. 


Campamento  en  marcha.  Los  Desmochados. 

Noviembre  25  de  1861, 
Mi  querido  Gobernador: 

Recibo  á  esta  altura  su  estimable  del  21,  contestán- 
dome á  la  mía  sobre  Córdoba.  Me  gozo  en  imaginarme  el 
placer  que  ha  debido  causarle  lo  de  la  Cañada  de  Gó- 
mez, en  que  nuestro  viejo   General  Flores  ha   mostrado 


MEMORIAS  253 

de  lo  que   era  capaz,  y  nuestra  caballería  levantándose 
á  la  altura  de  los  naejores  cuerpos  de  línea. 

Ya  estamos  tomando  el  olor  á  Córdoba :  nos  llegan 
chasques,  avisos  y  espías  diariamente.  Sabemos  que  ayer 
estaban  en  las  Tortugas  (como  doce  leguas  de  aquí) 
Virasoro  y  otros  reuniendo  dispersos  y  ganado.  Es  pro- 
bable que  Sandes  le  caiga  encima  con  trescientos  hom- 
bres: Ño  anticipemos  nada  porque  no  está  en  uso  de 
hacerlo. 

Debe  V.  creer  que  recupero  de  día  en  día  con  tan 
buenos  sucesos,  el  ánimo  que  de  ocho  meses  me  había 
faltí^do.  Creo  de  nuevo  en  una  organización  efectiva, 
seguida  de   una  paz  fructuosa. 

Quépale  á  V.  la  satisfacción  de  haber  trabajado  tanto 
por  conducir  los  sucesos  por  buen  camino;  y  de  ver  que 
los  resultados  inevitables  han  producido  lo  mismo  que 
se   confian  á  la  voluntad. 

He  leído  su  carta  al  General  Paunero,  que  está  en  las 
mas  felices  disposiciones,  y  á  los  cordobeses  que  gustan 
de  saber  que  la  actitud  de  Córdoba  resuelve  mas  de  un 
problema.  Mi  General  le  manda  decir,  como  los  paisa- 
nos,  «que  tratará  de  hacerlo   regular». 

Ningún  accidente  desagradable  ni  desgraciado  ha  tenido 
lugar  hasta  hoy.  Es  este  el  ejército  mas  ordenado  y 
bueno  que  haya  tenido  la  República;  y  del  de  Buenos 
Aires  es  lo  escogido. 

Acaba  de  llegar  Baigorria  á  quien  he  tenido  el  honor 
de  ser  presentado.  Ya  ve  Vd.  si  nos  escasean  los  brazos 
auxiliares. 

Deseando  que  una  serie  de  triunfos  allá  y  acá,  y  por 
todas  partes  termine  la  lucha,  como  los  castillos  al  fin 
de  los  fuegos  artificiales,  á  fin  de  que  tenga  Vd.  siempre 
razón,  quedo  de  Vd.  etc. 

D.   F.  Sarmiento. 


Villanueva,  Diembre  li  de  1861. 
Mi  querido  Gobernador: 

Le    mando    un  abrazo    con  la  noticia  de  la  ocupación 
de  San  Luis  y  la  fuga  de  Saá  á  Mendoza.    A  cada  paso 


254  OBRA.S    DE   SARMIENTO 

que  damos,  á  cada  triunfo  fácil  que  obtenemos,  me 
acuerdo  de  mi  buen  Gobernador,  comiéndose  los  dedoSy  con 
el  presentimiento  claro  de  los  sucesos,  tales  cuales  se  realizan. 
ün  paisano,  un  Ordoñez,  una  especie  de  potro  con  un 
cuero  á  la  cola,  es  todo  lo  que  hemos  puesto  en  ejercicio 
contra  Saá,  desde  90  leguas  de  distancia  á  que  nos  ha- 
llamos todavía.  Lo  felicito,  pues,  por  la  satisfacción  de 
ver  cumplidos  sus  pronósticos  y  llevado  á  cabo  su  pensamiento. 
Estos  restiltados  deben  hacerle  olvidar  tantas  contrariedades. 
Ahora  á  Urquiza! 

Rivas  con  800  hombres,  3°  y  8"  de  línea,  Sandes  y  dos 
piezas,  van  en  marcha  á  San  Luis;  el  resto  del  ejército 
va  mañana  ó  pasado  á  Córdoba,  yo  con  mis  sanjuaninos, 
marcharé  dentro  de  tres  á  San  Luis,  para  ver  como  se 
enderezan  las  cosas  de  San  Juan  y  Mendoza. 

A  Dominguito  le  mando  un  manuscrito  de  la  campaña 
de  20  días,  tan  feliz,  que  cuando  acababa  de  ponerlo  en 
limpio,  llegaba  el  aviso  de  estar  evacuado  San  Luis,  y  de 
Córdoba,  la  Diligencia  de  Sauze,  que  llevará  hoy  mismo 
el  manuscrito  á  Buenos  Aires  para  imprimirlo. 

El  Comandante  General  que  me  está  viendo  escribirle 
me  encarga  que  lo  felicite  de  su  parte,  y  le  diga  que 
según  verá,  lo  ha  hecho  regular,  como  se  lo  prometió  al 
abrir  la  campaña. 

Deseando  etc. 

D.  F.  Sarmiento. 


Rio  4".  Diciembre  17  de  1861. 

Mi  querido  Gobernador: 

Cumplo  el  segundo  aniversario  de  Pavón  en  esta  villa, 
y  lo  consagro  á  darle  las  últimas  noticias.  La  villa  da 
un  aspecto  á  lo  lejos  hermosísimo,  porque  hay  muchas 
alamedas  y  árboles,  es  ruin  de  barro  y  tapias,  con  agua 
corriente,  derrames  en  las  calles,  pantanos  y  polvo  á 
discreción.    Es  una  miniatura  de  San  Juan. 

i  San    Juan    mismo   cuando  era  niño,  de   este  tamaño. 


MEMORIAS  255 

sucio  y  pobre!  Todos  los  sanjnaninos  nos  hemos  sen- 
tido como  en  casa.    Estábamos  encantados. 

El  Comandante  Ordoñez  está  en  la  ciudad  de  San 
Luis  con  200  hombres  perfectamente  montados.  Del  Morro 
adelante  va  Baigorria  con  400  igualmente  montados.  En 
San  Luis,  después  de  haber  retardado  sus  marchas  por 
falta  de  caballos,  Sandes  con  200  hombres  de  caballería 
y  el  3*^  y  8°  de  línea  con  dos  piezas  están  acampados  ea 
esta,  todo  al  mando  del  Coronel  Rivas. 

Mañana  marcha  la  caballería  á  San  Luis,  y  el  Coronel 
Rivas  se  adelanta  conmigo  á  determinarlas  operaciones. 
Yo  llevo  el  carácter  de  Comisario  regio,  para  negociar  lo 
que  convenga,  tomar  posesión   de  las   aduanas,  etc. 

No  sabemos  nada  cierto  de  Mendoza  y  San  Juan.  Saá 
y  Videla  se  han  retirado  de  San  Luis,  con  sesenta  hom- 
bres escasos,  tomando  al  Sud,  se  cree  que  al  fuerte  San 
Rafael . 

Como  marcho  mañana  para  San  Luis,  allí  sabremos  lo 
que  convenga  hacer,  y  si  el  camino  está  franco  para  San 
Juan,  ó  es  necesario  abrirlo.    Le  informaré  de  ello. 

Deseoso  estoy  de  saber  como  se  resuelve  la  cuestión 
entreriana,  ya  que  la  cuestión  Córdoba,  ha  tenido  desen- 
lace fácil.  Pienso  como  pensaba  Vd.  hace  un  mes,  que 
si  hiciéramos  una  demostración  igual  por  aquel  lado,  esas 
montañas  de  dificultades  que  la  ciencia  militar  inventa 
teóricamente,  se  disiparían  al  solo  contacto  de  nuestros 
soldados. 

Supongo  que  hinchado  con  tan  buenos  sucesos  de  su 
política,  no  ha  abandonado  la  costumbre  de  ir  de  la 
oración  adelante,  subiendo  aquella  larga  y  empinada 
escalera,  á  ablandar  las  dificultades  á  fuerza  de  charla, 
con  el  Dr.  y  los  demás  amigos  y  amigas.  Recuérdeme 
á  la  memoria  de  todos  ellos,  pues  que  yo  los  tengo  á 
todos  presentes,  etc. 

D.   F.  Sarmiento. 


256  OBRA.S   DB   SARMIENTO 

San  Juan,  Enero  10  de  1862. 
El  Gobernador  Interino  de  San  Juan. 

Al  Gobernador  Delegado,  de  Buenos  Aires, 

Salud! 

Sin  que  me  halagasen  las  guirnaldas  cordobesas,  y 
siguiendo  la  huella  que  Vd.  me  indicaba,  seguí  hasta 
San  Luis,  Mendoza  y  San  Juan,  deteniéndonos  con  el 
ejército  en  cada  una  de  estas  ciudades,  como  Vd.  lo 
presentía,  lo  bastante  para  buscar  caballos  y  marchar 
adelante. 

Mi  entrada  tuvo  lugar  el  7  de  Enero  en  la  ciudad» 
precedido  y  seguido  por  cuatro  leguas  de  polvo,  suscitado 
por  el  tropel  de  los  que  salían  á  recibirme  y  ver  las 
primeras  avanzadas  del  Ejército  de   Buenos  Aires. 

Vd.  no  se  forma  una  idea  de  las  manifestaciones  de 
este  pueblo,  y  de  la,  simplicidad  y  sencillez  de  sus  medios 
de  expresarlas.  ;  Qué  poeta  griego  habría  imaginado  ha- 
cer que  saliesen  á.  mi  encuentro  los  escapados  al  desastre 
del  Pocito,  para  recibirme  sobre  el  sitio  en  que  mataron 
á  Aberastain  ! 

La  historia  desp'ies  de  tres  días  de  alborozos  y  alegría, 
concluyó  en  que  se  casó  Numa  con  Pompilio,  y  héteme 
gobernador  de  San  Juan,  de  cuyo  acontecimiento  doy  parte 
á  Vd.  para  que  me  tenga  por  tal,  en  el  círculo  de  nuestras 
relaciones. 

Queda,  pues,  la  guerra  terminada  por  este  lado,  y  rea- 
lizadas en  menos  tiempo  y  menos  costo  de  lo  que  era  permitido 
esperar,  todo  loque  Vd,  no  se  cansó  nunca  de  esperar  que  tendría 
lugar  al  menor  amago  de  parte  de  Buenos  Aires. 

Detenida  la  diligencia  que  por  extraordinario  despacho, 
solo  por  anunciar  este  desenlace,  no  tengo  tiempo  sino  para 
darle  mil  parabienes  por  su  honrosa  parte  en  empujar  los 
sucesos  en  la  dirección   que    llevan,  repítome  etc. 

D.   F.  Sarmiento. 


MEMORIAS  257 

ALCANCE  Á  LA  FOJA  DE  SERVICIOS   (*) 

Con  la  campaña  al  Interior  después  de  Caseros  al 
mando  del  General  Paunero,  y  de  que  forma  parte  el 
Teniente  Coronel  Sarmiento  como  Auditor  de  Guerra,  y 
un  poco  como  Consejero  ó  Secretario  oficioso,  termina  la 
larga  preparación  que  lo  llevó  en  los  trascurridos  treinta 
años  desde  Alférez  de  Milicia  Urbana  de  Sfm  Juan,  siendo 
su  Capitán  el  que  murió  General  en  el  Paraguay,  D. 
Cesáreo  Domingnez,  hasta  la  efectividad  de  Teniente  Co- 
ronel de  Estado  Mayor.  Ha  servido  sucesivamente  bajo 
las  órdenes  de  Generales  sanjuaninos  como  Vega;  men- 
docinos  como  Moyano;  Cordobeses  como  Paz;  Entre-Rianos 
como  Urquiza;  bonaerenses  como  Mitre,  Paunero  y  Rivas, 
según  que  se  desprendían  divisiones,  hnstR  terminar  en 
persona  y  con  mando  propio  la  pacificación  del  Interior 
en  San  Juan  el  7  de  Enero  de  1860,  en  que  hizo  su  en- 
trada con  treinta  hombres  destacados  de  los  Guias  de 
Sandes,  y  puestos  á  sus  órdenes  por  instrucciones  escritas 
del  General  Paunero.  La  nación  aparecía  unida  en  un 
solo  cuerpo,  con  esta  punta,  dirigida  hábilmente  hasta 
Cuyo  (bongré  mal  gré),  poniendo  en  arcas  nacionales  ciento 
veinte  mil  fuertes  de  los  derechos  que  cobrarían  las 
Aduanas  de  San  Juan  y  de  Mendoza,  que  habian  que- 
dado en  poder  del  enemigo.  Estas  razones  las  hizo  pre- 
valecer el  Auditor  de  Guerra  para  modificar  el  plan  de 
campaña  originario. 

El  General  Rivas  y  el  Coronel  Sandes  emprendieron, 
sin  sujeción  al  Gobernador  de  San  Juan,  que  lo  era  el 
señor  Auditor  de  Guerra,  pacificar  la  Rioja,  empresa  en 
que  emplearon  un  año,  con  muchos  gastos,  y  sin  resul- 
tado alguno,  hasta  que  de  guerre  lasse,  celebraron  un  tra- 
tado (capitulación)  con  el  Chacho,  que  debía  durar  lo 
que  tales  flaquezas  duran.  Los  actos  de  vandalaje  comen- 
zaron invadiendo  á  San  Javier  en  Córdoba,  y  espulsados 
de  allí,  amenazaron   á  San  Juan. 


(1)    Lo  que  sigue,  hasta  el  final   del  capítulo  pertenece  al  folleto  que  hemos 
mencionado  en  la  nota  de  la  página  1  y  en  la  advertencia.  (jV.  del  E.) 

Tomo  xux.—  17 


258  ÜitKAS    uní    SAKMllfiNTO 

Fué  nombrado  entonces  el  Gobernador  de  San  Juan» 
encargado  de  dirigir  la  guerra  contra  Peñalosa  en  la 
Rioja,  Oiitivero  en  San  Luis,  y  Clavero  y  Puebla  en  Men- 
doza, poniendo  á  sus  órdenes  el  6  de  línea  de  infantería 
el  primero  de  caballería  y  la  Guardia  Nacional  de  tres 
provincias,  habiendo  en  San  Juan  un  excelente  batallón 
de  rifleros. 

Estas  y  mas  fuerzas  eran  necesarias  para  cubrir  el 
campo  del  levantamiento,  pudiendo  extrañarse  solo  el 
título  dado  al  Jefe,  de  Director  de  la  Guerra,  que  la  mi- 
licia no  reconoce,  ni  la  ordenanza  inviste,  con  el  derecho 
de  juzgar  é  imponer  la  pena  de  muerte  que  tiene  el  Co- 
mandante General  de  un  ejército,  cualquiera  que  sea  la 
graduación  del  que  tiene  el^comando.  Un  solo  hecho  bas- 
taría para  medir  el  vacío.  Caido  Clavero  en  manos  del 
pretendido  Director  de  la  Guerra,  hubo  de  juzgarlo  mili- 
tarmente con  anuencia  escrita  del  Ministro  de  la  Guerra, 
llamando  consejo  ordinario  el  que  lo  juzgase,  no  obstante 
rezar  su  nombre  en  el  escalafón  de  la  Confederación. 
¿Puede  condenar  á  muerte  un  director  de  guerra  por 
delitos  militares?  (la  rebelión  lo  es).  El  Teniente  Coro- 
nel dudó  de  sus  facultades,  y  condenado  Clavero  en 
consejo  de  guerra  de  oficiales  generales,  mandó  procesos 
y  sentencia  por  cuerda  reservada  al  Comandante  Gene- 
ral de  Armas  para  que  aprobase  la  sentencia  y  mandase 
ejecutarla. 

Reunió  el  Presidente  un  consejo  compuesto  de  los  juris- 
consultos Velez,  Pico  y  Tejedor,  quienes  hallaron  en  regla 
el  procedimiento,  decidiendo  sin  embargo  el  Presidente  que 
era  juicio  civil  el  del  sublevado  Clavero,  y  por  tanto  irre- 
gular el  consejo  de  guerra.  El  criminalista  Tejedor,  exi- 
giendo cuando  ministro  que  se  juzgase  militarmente  al 
Comandante  Gómez  de  San  Juan,  que  se  había  puesto  en 
condiciones  iguales  á  Clavero,  el  Presidente  le  opuso  aquel 
precedente  administrativo  que  él  mismo  había  autorizado. 
Entonces  el  doctor  Tejedor,  protestando  contra  la  aserción, 
dijo  delante  de  los  demás  ministros,  que  al  salir  de  la  con- 
ferencia, el  Procurador  de  la  República  hizo  notar  la  singu- 
laridad de  llamar  en  consulta  á  tres  jurisconsultos  para 
hacer  lo  contrario  de  lo  que  ellos  habían  decidido,  atenién- 
dose al  juicio  del  General  Gelly  y  al  del  Ministro  Elizalde, 


MEMORIAS  259     . 

no  obstante  que  el  ministro  Rawson  había  adherido  á  la 
opinión  de  los  criminalistas. 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  la  campaña  contra  los  subleva- 
dos de  Mendoza,  San  Luis  y  La  Rioja  presenta  caracteres 
de  extrema  singularidad,  como  convenia  á  la  primera  que 
se  hacía  bajo  el  imperio  de  la  Constitución,  y  era  dirigida 
por  uno  de  los  hombres  públicos  mas  conspicuos  á  este 
respecto.  Su  desenlace  con  la. derrota  y  aniquilamiento 
del  Chacho,  presenta  los  rasgos  principales  de  las  guerras 
que  mas  tarde  habrá  de  dirigir  ex-oficio  el  Presidente,  y 
ofrecerán,  cuando  se  hayan  revelado  sus  resortes,  materia 
de  estudio  á  los  jóvenes  generales,  y  de  comento  á  los  an- 
tiguos que  tomaron  parte  en  ellas,  ó  fueron  de  su  éxito 
final  testigos  presenciales.  Entonces  se  verá  cuan  poca 
parte  tuvo  la  casualidad  en  la  victoria,  y  cuanto  se  debió 
á  la  observancia  de  ciertas  reglas  y  principios  estratégicos, 
buenos  en  todo  tiempo  y  lugar. 

San  Juan  había  quedado  desguarnecido,  después  de  po- 
ner sus  fuerzas  y  las  nacionales  al  mando  de  los  coman- 
dantes Arredondo  y  Sandes,  en  campaña,  habiendo  este 
acudido  á  la  batalla  de  las  Playas  de  Córdoba  con  sete- 
cientos hombres  de  su  comando  de  fuerzas  de  San 
Juan. 

Por  circunstancias  inevitables,  el  General  Peñalosa  se 
había  acampado  mas  cerca  de  San  Juan,  que  lo  estaba 
Arredondo  detras  de  él  con  las  fuerzas  de  San  Juan  casi 
á  pie.  Estos  hechos  nose  discuten  por  su  misma  brutali- 
dad. Ahí  están  las  fuerzas.  El  director  de  la  guerra  pedia 
á  Mendoza  el  1°  de  línea  desocupado,  al  Comandante  Sego- 
via,  muerto  ya  Sandes,  al  Gobernador,  al  General  Paunero 
director  de  la  guerra  situado  en  Córdoba,  y  de  todas  partes 
recibía  la  misma  respu'^sta,  «á  mi  no  me  cabe  en  la  cabeza 
que  el  Chacho  invada,  dejando  á  su  espalda  á  Arredondo.» 
Fué  preciso  mandar  en  persona  al  jefe  de  policía,  señor 
Rojo,  primo  hermano  del  Ministro  Rawson  á  implorar  de 
nuevo  socorros.  Qué  instrucciones  me  da?  preguntaba  el 
funcionario.  Hincarse  de  rodillas  ante  el  General  Paunero, 
y  como  testigo  presencial  explicarle  la  verdad  de  las  cosas. 
No  hago  Rinconadas!  sin  caballería  segura.  Al  fin  llega- 
ron á  San  Juan  dos  días  antes  del  Chacho  setenta  y  cinco 
saldados  del  1°  de  línea  de  caballería,  y  setenta  y  cinco  de 


260  ORKAS    DK    SARMIKNTO 

guardia  nacional  de  Mendoza,  á  mas  de  una  conipañía  del 
6  de  línea  al  mando  del  Capitán  Méndez,  que  se  hizo  vol- 
ver de  Jachal.  El  Chacho  fué  derrotado  seis  horas  des- 
pués de  haber  invadido,  por  una  pequeña  pero  sólida 
fuerza  improvisada,  llenándose  asi,  casi  sin  cálculo,  una 
de  las  prescripciones  de  la  estrategia, — ocultar  al  enemigo 
la  propia  fuerza,  ó  hacerle  fallar  los  datos  que  le  sirvieron 
de  base  para  sus  cálculos. 

El  Chacho  contaba  habérselas  con  un  escuadrón  de  mi- 
licia del  Comandante  Juan  Egidio  Alvarez,  y  medio  de 
guias  mandado  por  el  Comandante  Quiroga.  Encontróse 
con  el  heroico  Irrazabal  con  trescientos  hombres,  la 
mitad  como  de  linea,  y  una  buena  y  sólida  base  de  infan- 
tería. 

Jordán  creyó  haber  dado  un  golpe  maestro  trasladando 
el  teatro  de  la  guerra  á  Corrientes,  ya  que  el  ejército  na- 
cional no  podía  seguirlo  á  tanta  distancia  al  Norte,  Ni 
aguardarlo  se  propuso  el  Gobernador  Baibiene  con  su 
milicia,  á  punto  de  insurreccionarse  con  Reguera,  que  no 
obedecía.  Muy  sorprendido  se  quedó  Jordán  al  ver  que  le 
caía  encima,  como  una  teja  del  cielo,  el  Coronel  Roca  con 
dos  batallones  de  infantería,  lanzado  al  trote  gimnástico 
sobre  su  propio  campamento.  La  noche  anterior  había 
entrado  en  línea  de  formación  el  batallón  brigada  de  arti- 
llería, llegado  de  Bahia  Blanca  en  linea  recta.  Casualidad? 
No.  Es  que  la  distancia  entre  la  Esquina  y  Corrientes,  á 
caballo  es  menor  que  la  que  recorren  los  vapores  en  el  río, 
y  sabido  cuando  se  pondría  en  marcha,  se  le  podría  aguar- 
dar con  una  corona  de  bayonetas  y  de  cañones,  no  pre- 
vistos en  su  pobre  plan  de  operaciones.  Don  Gonzalo 
resulta  ser  una  combinación  de  los  planes  de  Caucete  y 
Ñaembé,  á  saber,  traer  al  campo  de  batalla  otra  fuerza  que 
la  que  se  conoce  y  embrollarle  al  enemigo  sus  propios 
datos. 

Creía  habérselas  con  el  General  Vedia,  situado  al  Oeste, 
y  hubo  de  medirse  con  el  señor  Ministro  Gainza  que  le 
tocó  la  espalda  por  detras  del  lado  del  Oeste. 

Las  primeras  escaramuzas  para  la  represión  del  formi- 
dable motin  del  1°  de  línea  en  Mendoza,  se  trabaron  en  el 
Senado,  mediante  las  diez  y  seis  interpelaciones  que  debían 
confundir    al  gobierno,  y   probar    sus  malos  manejos  en 


MEMORIAS  261 

aquella  provincia.  Cuando  á  fuerza  de  articulaciones  (abo- 
gados disipan  la  maniobra),  logró  ganar  tiempo  para  res- 
ponder á  tanta  artimaña  maliciosa,  el  Senador  Araoz,  que 
no  estaba  en  el  secreto,  pero  que  gustaba  de  todo  lo  que 
era  insolente,  injurioso  é  irregular,  preguntaba  á  sus  cole- 
gas, ¡pero  porque  el  empeño  de  ventilar  lo  de  Mendoza! 
(Véanse  las  sesiones  de  esta  conjuración  mandada  publicar  con 
sus  Mensajes  por  el  Presidente).  Todo  el  imbroglio  estaba  en 
lo  de  Mendoza.  Un  voto  de  censura  al  Presidente,  era  la 
señal  del  motin  de  Segovia,  quien  no  viendo  venir  el  voto» 
recibió  del  Presidente  del  Club  Alsina  esta  consigna:  «A 
Roma  por  todo,»  con  cuyo  motivo  el  Capitán  O'Conell,  que 
estaba  en  Mendoza  con  79  hombres  á  las  órdenes  del  Pre- 
sidente, las  recibió  de  Segovia  (que  estaba  licenciado  por 
enfermo),  para  marchar  al  Sur  á  incorporarse  al  1°  de  lí- 
nea, que  se  hallaba  en  San  Rafael.  El  motin  había  esta- 
llado. Preguntado  el  Gobernador  de  Mendoza,  «puede 
usted  resistir  ocho  días  en  la  plaza?»  Si.  Preguntado  el 
Coronel  Ivanowsky  en  Mercedes,  «¿podría  ponerse  en  mar- 
cha en  dos  horas?»     Si. 

He  aquí  la  campaña  de  Mendoza.  Ivanowsky  llegó  de 
San  Luis  con  excelentes  caballos  á  Mendoza,  un  día  ante^ 
que  Segovia  de  San  Rafael,  igualmente  bien  montado.  La 
casualidad  hizo,  dicen,  que  un  jefe  del  1°  de  caballería 
(seiscientas  plazas)  perdiese  el  caballo  ensillado  una  no- 
che y  se  atrazase  otro  tanto  la  división  en  su  marcha;  pero 
la  casualidad  hizo  también  que  el  Gobierno  de  Mendoza 
y  el  Coronel  Ivanowsky  le  propusiesen  ofrecer  una  amnis- 
tía al  ejército  sublevado,  si  reconocían  y  acataban  la  auto- 
ridad nacional,  lo  que  dio  ocasión  al  Presidente  á  declarar 
que  no  habría  jamas  perdón  ni  amnistía  para  el  Coman- 
dante Segovia,  O'Connell  y  demás  criminales.  Al  primer 
disparo  del  cañoncilo  de  Ivanowsky,  el  General  en  Jefe  in- 
surrecto con  su  Estado  Mayor  puso  pies  en  polvorosa,  no 
de  miedo  del  impotente  cañón,  pues  sus  fuerzas  eran  supe- 
riores, sino  de  la  horca,  que  le  presentaban  en  perspectiva 
las  reservas  del  Presidente.  Este  acto  moral  que  viene 
clasificado  bajo  el  rubro  Diplomacia  de  la  guerra,  no  solo 
decidió  de  la  batalla,  sino  que  ahorró  el  derramamiento  de 
sangre,  inevitable  en  un  combate  en  que  forman  de  ambos 
lados  batallones  y  escuadrones  de  línea. 


262  OBRAS    DE    SARMIENTO 

Muy  instructiva  es  esta  parte  segunda  de  las  memorias 
de  que  damos  cuenta.  Concluida  la  guerra  de  secesión 
en  los  Estados  Unidos,  el  General  Sherman,  el  General 
Sickles  y  todos  los  que  obtuvieron  comandos  separados, 
fueron  sometidos  á  un  Consejo  de  Guerra  para  dar  cuenta 
de  su  encargo.  Asi  se  consigue  dejar  consignadas  en  un 
proceso,  las  razones  que  tuvo  el  General  para  adoptar  tal 
ó  cual  sistema  de  operaciones,  responder  á  los  cargos  y 
dejar  constancia  para  instrucción  del  ejército,  de  los  moti- 
vos determinantes. 

En  el  servicio  militar  se  ve  dá  orden  á  veces  de  palabra; 
pero  la  intención  ó  aun  las  razones  que  la  aconsejan,  que- 
dan en  el  secreto  del  General.  Mas  se  ha  agravado  el 
inconveniente  ahora  con  el  uso  del  telégrafo,  cuyas  comu- 
nicaciones no  quedan  siempre  consignadas  en  el  libro  de 
órdenes.  Un  Senador  délos  quemas  contrariaban  la  política 
del  Presidente,  que  mas  desprecio  abrigaba  de  sus  dotes 
militares,  se  asombraba  al  leer  que  el  fusilamiento  del 
Colegio  con  las  ametralladoras,  fué  un  acto  de  guerra 
meditado,  necesario  é  indispensable,  preguntando  j  por  qué 
ha  aguardado  diez  años  para  explicar  cosa  que  salta  á  la 
vista!  Darwin  se  estuvo  diez  años  sin  dar  su  teoría  simia, 
de  miedo  que  le  sacasen  los  ojos  los  Senadores  cristianos. 
La  razón  es  un  modo  del  intelecto;  y  haber  intentado  expli- 
car entonces  el  hecho,  hubiera  sido  suministrar  nuevas 
armas  al  ridiculo  de  los  que  condenaron  como  atentatoria, 
en  la  intención,  á  las  libertades  argentinas,  la  publicación 
en  castellano  de  la  décima  edición  de  los  poderes  del 
Presidente  de  la  República  en  guerra;  y  no  obstante  decir 
el  autor  de  la  moción  para  impedirlo,  que  no  había  leído 
el  libro,  la  Cámara  por  unanimidad  casi,  negó  los  fondos 
para  la  publicación.  Debía  ser  abominable,  puesto  que  le 
gustaba  al  Presidente,  como  debía  ser  un  santo  el  Senador 
cuyo  desafuero  pedía  el  Juez  federal,  puesto  que  hacía  la 
oposición  y  conspiraba  descaradamente.  Esta  era  la  lógica 
de   entonces. 

^  Y  á  propósito  de  doctrinas  y  opiniones  que  tanta  influen- 
cia tuvieron  en  las  tentativas  revolucionarias,  por  ignorar 
ó  no  practicar  los  principios  que  rigen  los  actos  del  gobier- 
no, el  autor  pretende  que  costaron  quince  millones  aquellas 
deplorables  guerras,  simplemente  por  no  conocer  las  leyes 


MEMORIAS  263 

de  la  represalia  en  la  guerra,  que  no  permiten  que  el 
enemigo,  violando  las  leyes  reconocidas  por  el  derecho 
de  gentes,  tenga  ventaja  sobre  su  contendor.  Baste  saber 
que  mientras  el  Gobierno  Nacional  compraba  caballos» 
hasta  en  el  Brasil,  para  proveer  á  las  necesidades  de  la 
guerra  de  Entre  Ríos,  Jordán  contaba  con  doscientos  mil, 
que  son  los  existentes  en  la  Provincia,  y  cuyo  uso  nadie 
pretendía  negarle.  Los  generales  del  ejército,  los  miembros 
del  Congreso,  los  publicistas  y  hasta  los  ministros,  soste- 
nían la  respectabilidad  de  los  caballos  y  su  no  participación 
en  la  insurrección  contra  la  verdad  y  la  justicia.  Una  de 
las  mas  interesantes  discusiones,  está  consagrada  á  este 
asunto  en  que  entran  los  discursos  del  Senado  sobre  actos 
irregulares  del  Presidente  que  se  apoya,  en  cuanto  á  repre- 
salia, en  la  conducta  del  General  Paz,  lo  que  sucitó  una  tor. 
menta  de  protestas  de  generales  y  contemporáneos  negando 
el  hecho,  hasta  que  se  publicó  la  orden  firmada  de  puño 
y  letra  para  la  ejecución,  lo  que  los  dejó  como  en  misa 
á  todos.  Ahora  resulta,  sin  embargo,  que  lejos  de  ser  un 
hecho  aislado,  el  General  Paz  procedía  en  virtud  de  un 
estudio  legal  que  le  había  sido  remitido  de  Chile,  incre- 
pándole no  emplear  la  represalia,  para  contener  por  el 
terror  la  guerra  que  Rosas  hacía  á  muerte,  con  sacrificio 
de  víctimas  ilustres.  Tenían,  según  se  ve  ahora,  conoci- 
miento de  ello  el  doctor  don  Valentin  Alsina,  que  apro- 
baba grandemente  la  idea,  y  el  General  Garzón,  que  aseguró 
al  Mayor  Gainza,  al  servicio  de  Paz,  que  este  había  pasado 
nota  á  Rosas  desde  Corrientes,  denunciando  la  represalia 
si  no  cesaban  los  degüellos  habituales  de  prisioneros  de 
guerra  por  las  fuerzas  federales. 

Todavía  el  debate  es  llevado  al  gabinete  de  M.  Thiers, 
á  que  el  autor  es  llamado  en  Francia  al  saberse  la  ejecu. 
cion  del  Emperador  Maximiliano,  cambiando  de  plan  de 
ataque  en  el  discurso  que  tenía  preparado  para  la  asamblea 
contra  la  política  de  Luis  Napoleón  en  Méjico,  desde  que 
se  persuadió  que  en  virtud  de  la  ley  de  la  represalia  de 
guerra,  Maximiliano  había  sido  legal  y  debidamente  con- 
denado á  muerte. 

Conseguiriase  con  estos  apuntes  militares  mostrar  cómo 
la  guerra  científica  mató  la  guerra  instintiva,  y  cómo  se 
aprovecharon  todos  los  progresos  que  el  país  venia  haciendo 


264  OBRAS    Dlí   SAKMIBNTÜ 

en  vapores,  ferrocarriles,  telégrafos,  forrajes  cultivados», 
nacionalidad,  etc.,  etc.,  para  asegurar  la  tranquilidad  pú- 
blica. Si  llegase  á  demostrarse  también  que  murieron  las 
ideas  anárquicas  que  sostenían  grandes  oradores,  médicos 
ó  abogados,  y  aun  militares,  que  no  tienen  forma  aceptada 
en  nación  alguna  del  mundo,  puede  esperarse  que  la  publi- 
cación de  la  obra,  integra,  si  llega  á  realizarse,  sea  un 
beneficio  para  el   pais. 

Los  últimos  actos  militares  del  gobierno  de  que  fué  jefe  el 
General  Sarmiento,  fueron  la  creación  de  la  Escuela  Militar 
y  de  la  Escuela  Naval,  creando  de  todas  piezas  y  bajo  un 
plan  adecuado  al  país,  una  marina,  des[)ues  de  haber 
renovado  el  armamento  de  precisión,  y  la  artillería  de- 
plaza que  hizo  traer  y  fué  depositada  en  el  arsenal  de 
Zarate. 

En  cuanto  á  fortificaciones,  y  no  contando  en  el  país  con 
ciencia  adecuada  á  la  fuerza  de  los  misiles  ó  al  enorme  ca- 
libre de  la  artillería  moderna,  el  periodo  de  su  gobierno 
terminó  antes  que  se  concluyesen  las  negociaciones  prin- 
cipiadas para  procurarse  ingenieros  de  tal  capacidad,  que 
hubiesen  de  asumir  la  responsabilidad  de  adoptar  un  plan 
de  defensa  de  nuestras  costas,  en  presencia  de  los  podero- 
sos cañones  de  que  pudieran  venir  armadas  marinas 
hostiles. 

Podría  decirse  de  todo  este  conjunto  de  creaciones,  que 
fueron  la  inspiración  de  un  viejo  y  experimentado  jefe  de 
Estado  Mayor,  que  son  la  última  y  mas  bella  página  de  su. 
foja  de  servicios. 


CANDIDATO  PARA  PRESIDENTE 


Nota  — Salvo  las  que  llevan  la  Indicación  de  la  fecha  de  su  publicación,  {áos- 
cartas  privadas),  las  piezas  que  siguen,  que  autógrafas  poseemos,  no  fueron 
publicadas  en  su  tiempo,  sin  duda  que  reservadas  por  los  amigos  del  autor 
por  razones  de  prudencia  y  para  no  comprometer  la  ventaja  política  de  hallarse 
el  candidato  rodeado  de  todo  el  prestigio  de  la  ausencia. 

Las  publicamos  entre  sus  Memorias,  porque  revelan  el  pensamiento  íntimo  del 
autor  y  hacen  á  la  historia  en  cuanto  demuestran  cuales  eran  las  ideas  y  los 
términos  que  se  juzgaba  imprudente  dar  á  luz. 

Señor  D.  José  Posse. 

Nueva  York,  Setiembre  -20  de  1867, 

Mi  estimado  Pepe.  Cuando  menos  lo  esperaba,  recibo  tu 
bienvenida  de  15  de  Junio.  Tardaba  en  efecto.  Dándoma 
el  detal  délas  probabilidades,  alguien  me  decía  en  materia 
de  elecciones:  de  Salta  todos  los  votos,  de  Tucuman  ningu- 
no. Posse  podría,  pero  está  comprometido  en  tal  y  tal 
majadería.  Tu  carta  viene,  pues,  á  responder  ¡presente? 
sin  ceremonia,  sin  preámbulo  ¿donde  avista  el  enemigo? 
allá  vamos!  voiiá  tout. 

Bien.  No  se  á  quien  te  dirijas  en  San  Juan  y  Mendoza, 
No  se  quien,  mis  amigos.  Todos,  entiendo.  Se  suicidó 
Soriano,  mi  hijo — yo  lo  crié — por  las  brutalidades  de  la  curia 
política.  Ha  muerto  mi  sobrino  Marcos  Gómez.  Cirilo 
Sarmiento  es  mi  amigo  y  corresponsal  á  veces.  En  Men- 
doza no  estoy  mejor.  Se  que  todos  los  hombres  influyentes 
están  conmigo.  El  hombre  que  ha  tomado  á  pecho  la  cosa 
es  el  General  Arredondo.  Dirijete  á  él  y  pásale  el  estado 
de  fuerzas  á  tu  disposición.  En  Córdoba  el  redactor  de 
El  Eco,  Dr.  Veiez.  En  Buenes  Aires  al  primero  que  pase 
por  la  calle,  pero  íntimamente  á  Velez,  ó  á  su  hija,  mas  á 


266  OBRAS   DE   SARMIENTO 

€sta  que  al  viejo:  tiene  mas  carácter,  y  créemelo,  juicio 
mas  sólido  que  todos  nuestros  amigos.  Si  pudiera  in- 
ducirla á  escribir  en  la  prensa  como  me  escribe  á  mí,  ten- 
dría un  campeón,  no  por  el  amor  hacia  mí,  sino  por  la 
completa  inteligencia  del  asunto. 

Tengo  una  carta  topográfica  de  las  posiciones;  pero  es 
escrita  por  los  amigos.  La  idea  dominante  en  Buenos 
Aires  es  que  no  puede  haber  lucha  posible.  Mi  temor  es 
el  tuyo,  la  anarquía,  que  se  desencadene  antes  de  que  ha- 
yamos podido  tomar  posiciones.  Creo  que  la  preocupación 
que  mas  me  favorece  es  que  la  pondré  freno;  y  tu  sabes 
que  toda  vez  que  cree  que  hay  quien  la  enfrene,  se  queda 
como  en  misa. 

Me  escribe  Aurelia  Velez,  que  los  culones  de  Buenos  Aires 
se  han  reunido  y  proponen  por  candidato  al  viejo  Velez, 
lamentando  ella  que  asi  aparezca  la  desunión,  dando  esa 
ventaja  á  Elizalde,  que  rae  dicen  da  muchos  convites  y 
gasta  mucho  té  y  vino. 

Creo  que  tus  medios  de  acción  son  la  prensa  para  las 
otras  Provincias  y  tus  amigos  para  la  tuya.  Si  un  diario 
de  Tucuman  adoctrina  la  cuestión,  si  El  Eco,  El  Zonda^  El 
Constitucional  de  Mendoza  trabajan  en  el  mismo  sentido,  se 
formará  una  corriente  irresistible  de  opmion,  pues  £/ iVa- 
cional,  La  Tribuna,  El  Pueblo,  y  me  anuncian  un  diario  especial 
nuevo,  obrarán  en  el  mismo  sentido. 

La  elección  de  un  ausente  por  tantos  años,  sin  el  apoyo 
oficial — partiendo  de  Buenos  Aires  no  obstante  ser  provin- 
ciano— apoyada  por  los  crudos,  los  exaltados,  no  obstante 
la  dureza  de  sus  doctrinas  de  gobierno,  sería  un  espectáculo 
consolador,  pues  mostraría  que  hay  virtudes  públicas  que 
pudieran  dar  mas  valor  á  la  influencia  del  individuo. 

Si  hubiera  de  indicar  los  costados  favorables  por  donde 
quisiera  ser  tratado,  tu  serías  mi  confidente,  ya  que  no  lo  ha 
querido  ser  de  El  Nacional  á  tu  pedido.  Pero  es  tarea  de 
nunca-  acabar  y  la  idea  solo  me  fastidia.  Tú  harás  lo  que 
el  corazón  te  dicte  y  eso  será  siempre  bueno. 

Te  encargo  no  maltratar  á  los  que  gobiernan.  Esto  es 
todo. 

Tenemos  muchos  elementos  para  jugar.  Un  inmenso 
poder  moral  pondría  á  mi  disposición  una  elección  hecha 
como  se  presenta  hasta  aquí,  por  un  movimiento  espontá- 


MEMORIAS  267 

-neo  de  la  opinión.  Es  preciso  conservarle  ese  carácter 
y  como  yo  no  quiero  gobernar,  sino  -para  gobernar  y  hacer 
efectivos  los  pensamientos  que  en  treinta  años  he  emitido, 
necesito  ser  llevado  al  poder  por  una  fuerte  opinión,  para 
l)oner  la  mano  en  donde  duele.  Ya  los  culones  de  Buenos 
Aires  sienten  donde  les  aprieta  el  zapato.  Los  mazorque- 
ros,  los  bárbaros,  los  ladrones,  me  comprenden. 

Por  mi  parte,  y  esto  para  ti  solo,  te  diré  que  si  me  dejan, 
le  haré  á  la  historia  americana  un  hijo.  Treinta  años  de  es- 
tudio, viajes,  experiencias  y  el  espectáculo  de  otras  nacio- 
nes que  aquella  de  aldeas,  me  han  enseñado  mucho.  Si 
fuera  un  estúpido,  razón  tendría  todavía  de  creer  que  mas 
se  me  alcanza  que  á  los  niños  con  canas  que  tienen  embro- 
llada la  fiesta. 

Dios  te  dé  acierto  y  mañosa  la  obra.    Tuyo.    Sarmieulo. 

Nueva  York,  Setiembre  20  de  1867. 
■  Señor  Teniente  Coronel  D.  Lucio  V.  Mansilla.  (i) 

Mi  estimado  amigo: 

He  recibido  su  carta  del  Fraile  Muerto  del  7  de  Julio. 
Paso  por  alto  los  gratos  cuan  crueles  recuerdos  que  le  sir- 
ven de  exordio  y  de  vínculos á  nosotros.  Ya  no  tengo  lugar 
en  mi  corazón  para  nuevos  dolores. 

Por  cartas  de  mis  amigos,  seque  Vd.  había  recibido  el 
querido  retrato, — que  Vd.  propalaba  ideas  que  me  mani- 
fiesta en  su  carta, — que  se  proponía  trabajar — que  encon- 
traba ecos  simpáticos.  Está,  pues,  todo  aceptado;  porque 
yo  he  aceptado  la  idea  sin  gasmoñería,  como  puedo  ase- 
gurarle sin  ilusiones  y  sin  entusiasmo.  No  lie  huido  del 
poder;  no  lo  he  solicitado.  Municipal,  Senador,  Ministro  etc. 
etc.,  he  aceptado  un  trabajo  y  he  tratado  de  ejecutarlo. 

El  que  impondría  el  voto  de  una  mayoría,  sería,  á  mi  ver, 
el  de  tronchar  un  roble,  tan  pesado  me  parece  que  es  el 
fardo;  y  sin  embargo,  no  vacilaría  en  ponerle  el  hombro,  á. 
riesgo  de  ser  aplastado.  La  misma  idea  de  Vd.  veo  surgir 
desde  las  capas  inferiores  del  suelo,  dar  reposo  á  la  sociedad 


1 )    Publicada  en  La  Tribuna  de  ese  añ*  y  El  Nacional.    ( N.  del  E. ) 


268  ühKASi    I>ÍS    «AKMIIfiNTü 

fatigada  y  echarlo  en  nuevas  vías.  Pídenme  á  mi  que  lo 
haga.  Hay,  creo  que  una  vaga  reminiscencia  de  que  de 
veinte  años  atrás  vengo  diciendo:  vamos  mal;  he  aquí  el 
camino.  ¿Helo  yo  encontrado  en  treinta  años  de  peregri- 
naciones por  América  y  Europa,  en  cuanto  cabe  que  un 
hombre  lo  vea  y  lo  discierma?  El  estudio  teórico  no  ha  ser 
estéril  á  la  luz  de  esa  terrible  práctica  de  nuestra  vida 
pública,  que  ha  sido  treinta  años  para  mi,  como  el  anfitea- 
tro para  el  practicante  de  cirujia. 

Alguna  vez  me  ha  cabido  la  fortuna  de  apuntar  el  escollo 
que  para  mi  estaba  visible  delante  de  la  política  seguida. 
Quizá  mi  residencia  en  los  Estados  Unidos,  en  época  tan 
instructiva,  los  años,  y  una  vida  que  pueda  llamarse  hono- 
rable, den  á  mis  consejos  ó  á  mis  actos  la  autoridad  de 
que  carecieron  antes  por  no  considerarlos  el  fruto  maduro 
de  la  experiencia.  Pero  si  una  fuerte  mayoría  me  apoyase 
el  Gobierno  sería,  acaso  por  la  primera  vez,  la  representa- 
ción y  como  el  agente  de  la  voluntad  pública;  y  enton- 
ces la  resistencia  de  las  minorías  interesadas  en  la  continua- 
ción de  los  males  subsistentes  cederían  ante  la  presión 
atmosférica. 

¿Que  le  diría  á  usted  ni  á  otros  de  programa? 

Mi  programa  está  en  la  atmósfera,  en  veinte  años  de 
vida,  hechos  y  escritos:  eso  se  desea,  eso  será. 

Tiene  usted  razón  en  creer  que  tenemos  como  arcilla 
para  modelar  la  estatua,  un  pueblo  adelantado.  Este  ho- 
rrible trabajo  de  las  revoluciones,  ese  barro  amasado  y 
humedecido  con  sangre,  va  sin  embargo  transformándose, 
refinándose  de  sus  primeras  impurezas.  En  Buenos  Aires 
hay  Yna.s  principios  Intentes  que  en  parte  alguna  de  América. 
No  olvide  que  estoy  al  habla  de  Méjico,  Venezuela  y  Nue- 
va üranada. 

Fijarse  en  mi,  ausente,  sin  partido,  sin  agradecidos,  sin 
esperanzas  personales;  en  mi  que  nunca  favorecí  las  ten- 
dencias de  la  opinión,  me  parecen  pruebas  de  adelanto;  no 
porque  acierten  en  la  elección,  sino  por  cuanto  engañán- 
dose acaso,  buscan  un  ideal,  que  no  es  el  que  persigue  el 
resto  de  la  América.  Piden  gobierno  y  trabajo;  no  la 
palabra,  sino  la  cosa;  no  el  fruto  maduro  que  nadie  sem- 
bró, sino  la  planta    regada   con    sudor  que  dará   el  fruto^ 


MEMORIAS  269 

Pediríanrae,  me  imagino,  que  realice  lo  que  tantas  veces 
he  comenzado,  en  la  escuela,  en  el  ejército,  en  Chivilcoy, 
en  San  Juan,  en  la  prensa,  hasta  que  la  piedra  de  Sísifo 
ha  rodado  hasta  la  base  de  la  montaña. 

Pónganse  ámi  lado,  detras,  espalda  con  espalda  los  otros, 
sostengan  mi  debilidad,  y  por  mi  madre  y  por  Dominguito, 
prometo  que  levantaré  la  piedra  y  la  subiré  sobre  la  mon- 
taña. Probemos  pues.  Desde  luego  acepto  su  apoyo; 
busque  el  de  otras  simpatías  y  obedecerá  al  llamado  su 
affmo.  amigo. 

D.  F.  Sarmiento. 

LA  COZ 

Espero  que  transcurridos  ya  los  términos  electorales 
estas  líneas  llegarán  cuando  el  dado  esté  irrevocablemente 
tirado.  Sin  esta  seguridad  habría  guardado  .  el  silencio 
que  sobre  la  política  militante  de  nuestro  país  me  he  ioi- 
puesto.  Pero  leo  en  la  Patria  de  Chile  una  carta  del  Gene- 
ral Mitre,  entregada  ala  publicidad'con  la  debida  autori- 
zación, por  La  Nación  Argentina,  en  que  se  registran  concep- 
tos que  es  mi  deber  y  mi  derecho  atenuar,  por  lo  que  á  mi 
respecta. 

Agradezco  á  mi  digno  amigo  el  General  la  enérgica  con- 
denación del  lenguaje  ridículo  y  excesivo  vituperio  que 
sobre  mi  nombre  hace  recaer  el  antiguo  y  conocido  soste- 
nedor de  la  política  del  Gobierno  nacional.  Villergas,  Cal- 
vo, y  por  un  momento  Makena,  me  han  prestado  el  buen 
servicio  de  mostrar  cuan  poco  afectan  imputaciones  que 
no  tienen  por  base  ni  la  verdad  ni  la  justicia;  pero  no 
me  habría  pasado  por  la  imaginación  que  hubiese  algún 
día  de  deberle  esta  clase  de  favores  al  joven  Gutiérrez. 
Verdad  es  que  hace  tiempo  dirijí  á  Dios  esta  humilde 
oración: — Líbrame,  Señor,  de  mis  amigos  políticos,  que 
de  mis  enemigos,  su  propia  injusticia  me  guardará. 

Ni  aun  en  el  caso  del  español  Villergas,  el  caso  ha  fa- 
llado. Sus  críticas  versaron,  como  se  sabe,  sobre  el  estilo 
castizo,  francesismo  y  verdad  de  ciertos  hechos.  Un  amigo 
mío  ganaba  cien  pesos  por  corregir  Los  Viajes,  en  cuanto  á 
la  dicción,  por  ser  tenido  como  hablista.    Si  no  supo  ó  no 


270  OBRAS    UB    SAHMIKNTÜ 

quiso  llenar  su  deber,  debió  por  lo  menos  salir  á  la  defen- 
sa de  su  obra  y  aceptar  una  responsabilidad  que  era  suya. 
De  Makena  diré  solo  una  palabra.  Al  llegar  á  Santiago 
en  1864,  recibí,  por  el  intermediario  de  un  amigo  común» 
mensaje  suyo,  diciéndome  que  habiéndome  ofendido  sin 
razón,  desearía  tener  el  honor  de  decírmelo  personalmente. 
Cuando  regresando  á  Chile  él,  de  los  Estados  Unidos,  fué 
á  despedirse  de  mí  al  lago  Oscawana  y  yo  le  acompañé 
abordo.  Lo  que  medió  entre  ambos  en  el  lapso  de  tiempo 
intermediario  lo  adivina  todo  el  que  tenga  el  corazón  bien 
puesto. 

Solo  á  un  cargo  de  Gutiérrez  responderé.  Con  motivo 
de  una  alusión  que  creí  personal  en  uno  de  sus  anterio- 
res escritos,  le  escribí  rectificando  el  hecho.  Contestóme 
que  no  h^bía  ni  remotamente  aludido  á  mi,  el  hombre  que 
mm  respetíiba  (*)  Como  nada  he  hecho  después  para  mere- 
cer su  despi-ecio,  me  atengo  al  fallo  de  Filipo  sobrio,  con- 
tra Filipo  ebrio.  Pero  niego  que  yo  haya  solicitado,  ser 
enviado  á  los  Estados  Ui)idos.  Si  en  esto  ha  creído  con- 
sultar fuentes  que  le  estaban  vedadas,  como  lo  insinúa  el 
General  Mitre,  ó  la  fuente  ha  sido  enturbiada,  ó  solo  vio 
la  corriente.  Mis  relaciones  con  el  Gobierno  nacional  han 
sido  necesariamente  por  escrito;  y  escrita  estará  la  primera 
indicación,  y  aun  ha  de  estar  en  alguna  parte  escrito  que 
no  siempre  tuvo  mi  aquiescencia  la  idea.  (2) 

Paso,  sin  otro  preámbulo,  á  mitigar,  si  puedo,  las  duras 
apreciaciones  del  General  Mitre  sobre  mi  carta-programa. 
Si  me  hubieran  presentado  en  pruebas  el  articulo  de 
Gutiérrez  y  la  carta  del  General,  á  escoger  entre  dos 
males,  habría  preferido  el  de  Gutiérrez,  como  menos 
eficaz. 

Principio    por  negar  que  yo  haya  escrito  un   programa 


(4)  Poseemos  la  carta  de  D.  José  Maria  Gutiérrez  dirigida  al  Gobernador  de 
San  Juan.  (iV.  del  E.) 

(2)  Hemos  oído  referir  á  Sarmiento  que  al  llegarle  el  nombramiento  de  Ui 
nistro  Plenipotenciario,  siendo  Gobernador  de  San  Juan,  su  primer  moTimiento 
fué  de  rechazarlo,  atriijuyendo  la  intención  de  alejarlo  de  la  futura  Presidencia 
pero  que  luego,  dibujando  un  gesto  enérgico  con  la  mano  sobre  el  codo,  exclamó: 
te  embromaste,  seré  Presidente,  mejor  de  lejos!    (N.  del  E.) 


MEMOKIA.S  271 

en  la  carta  privada  y  tan  á  la  ligera  escrita  al  Comandante 
Mansilla.   (i) 

He  hecho  para  favorecer  á  muchos  amigos,  directos  ó 
indirectos,  programas  políticos.  En  las  últimas  páginas 
del  «Belgrano»  (2)  hay  uno,  cuyo  alcance  puede  medirse 
ahora.  No  es  natural  creer  que  fuese  tan  deficiente  el  mío, 
si  tal  intención  hubiese  tenido. 

Mis  anteriores  relaciones  con  el  Comandante  Lucio  V. 
Mansilla  tampoco  inducían  á  creerlo  así,  por  ser  menos 
estrechas  que  las  que  me  ligan  con  los  que  me  vituperan. 

En  Febrero  de  1852  emigrábamos  de  Buenos  Aires  en 
un  mismo  vapor,  Terreros,  el  General  Mansilla  y  yo,  mos- 
trando este  singular  trio  las  vicisitudes  humanas.  El 
General,  repitiendo  á  quien  quería  oírlo,  que  yo  era 
quien  había  destronado  á  Rosas,  trató  de  acercarse  á, 
mí,  sin  que  yo  creyese  en  manera  alguna  impropio 
acf-ptar  una  distinción.  (^)  S.  M.  el  Emperador  del 
Brasil  me  decía  después  riendo,  que  al  verme  en  la 
Opera  con  el  General  Mansilla,  me  tomó  su  corte  por 
uno  de  los  insignes  mazorqueros  que  huian  de  Buenos 
Aires,  y  me  contemplaba  con  pavor.  Yo  había  observado 
que  de  cuando  en  cuando  dirigía  su  lorgnon  hacia  mi.  El 
joven  Mansilla  apenas  adolescente  acompañaba  ásu  padre; 
y  en  ocasión  oportuna  me  expresó  quejas  y  aun  agravios 
que  creía  tener  de  mí,  en  términos  tan  dignos  que -los  re- 
puté superiores  á  sus  años.  Satisfícelo,  porque  así  era  de 
justicia.  Olvido  si  en  Buenos  Aires  le  pagué  la  visita  que 
me  hizo;  pero  hallándose  preso  y  encausado  por  una  cues- 
tión de  honor,  me  hice  presente  dándole  una  consejo  de 
prudencia    que   no    creyó   oportuno    seguir.     Alguna    vez 


( 1 )  Sin  embargo  el  General  Mitre  tenia  hasta  cierto  punto  derecho  á  tomarla 
como  un  programa  por  la  circunstancia,  que  Sarmiento  ignoraba,  de  que  sus  par 
tidarios  habían  hecho  la  publicación  con  estos  títulos:  Cartas  de  Sarmiento  — Su 
programa  (N.  del  E.) 

(2)  Como  el  General  Mitre  saliese  á  campaña  sin  terminar  la  Historia  de 
Belgrano  que  estaba  publicando.  Sarmiento  escribió  en  El  Nacional  de  8  de  Julio 
de  1859  un  capitulo  que  encerraba  efectivamente  un  programa  político.  Ese  escrito 
aparece  en  la  primera  edición  de  la  Historia  de  Belgrano  y  ha  sido  eliminado  en 
las  siguientes.  El  lector  lo  hallará  en  el  T.  XLV  pág  376  de  estas  obras  (iV.  del  E.) 

(3)  Véase  T.  XIV.  pág.  293  el  relato  de  primera  mano    [N.  del  E.) 


272  OBRAS   DE   SARMIENTO 

aplaudí  su  persistencia  en  afiliarse  al  partido  liberal  á  que 
sus  ideas  le  llevaban,  no  obstante  el  rechazo  que  las  preo- 
cupaciones de  familia  le  opinian.  En  Lima  vi  su  nombre 
asociado  al  de  mi  hijo  en  la  traducción  de  París  en  América'^ 
y  en  Washington  una  carta  á  la  Señora  Mitre  y  Vedia  en 
que  lloraba  la  muerte  de  su  compañero  y  protegido.  Débole 
a  él  el  cabello  que  conservo. 

Los  que  esto  lean  y  sean  padres,  comprenderán  el  móvil 
de  una  carta  mía  al  Comandante  Mansilla,  ofreciéndole  lo 
que  un  padre  puede  ofrecer  al  amigo,  compañero  y  jefe  del 
hijo  malogrado.  A  esto  me  contestó  desde  Fraile  Muerto, 
hablándome  de  elecciones,  como  tantos  otros  antes  que  él. 
Contéstele  lo  que  ha  dado  lugar  á  tan  poco  benévolas  apre- 
ciaciones. Que  el  Comandante  Mansilla  no  vio  en  la  pu- 
blicación cosa  que  me  desfavoreciese,  resulta  de  su  intento, 
aunque  poco  feliz,  de  favorecerme. 

Pero  hay  un  testimonio  imparcial  de  que  ninguna  im- 
presión desfavorable  causó  la  lectura  de  la  carta.  El  Stan- 
dard ageno  á  las  preocupaciones  de  partido,  lejos  de  consi- 
derarla un  programa,  dice  en  su  reseña  del  contenido: 
«  esta  carta  es  una  cortez  aquiescencia  á  las  miras  políticas 
«  que  con  respecto  á  él  tengan  sus  amigos,  mas  bien  que 
«  una  especificada  declaración  de  principios  de  un  confe- 
ti sado  candidato  á  la  Presidencia.  El  Coronel  Mansilla  ha 
«  suplido  la  omisión,  etc.,»  y  mas  adelante  repite,  «  como 
«  ya  lo  hemos  insinuado,  las  opiniones  del  señor  Sarmiento 
«  están  menos  claramente  pronunciadas  en  su  propia  carta 
«  privada.» 

No  era  menos  explícita  la  inteligencia  que  El  Standard 
daba  al  espíritu  de  la  carta  misma.  «El  prevee,  dice  el 
«  diario  ingles,  que  los  males  que  vienen  del  espíritu  de 
«  partido  y  las  maquinaciones  de  politicastros  serán  sofo- 
«  cados  por  la  presión  de  una  atmósfera  política  en  Buenos 
«  Aires  en  la  cual  se  imagina  descubrir  ciertos  principios  laten- 
ce  tes  favorables  que  no  existen  en  otra  parte  de  la  América. 
«  Habla  con  particular  referencia  de  Méjico,  Venezuela  y 
«  Nueva  Granada.» 

El  importante  documento  del  General  Mitre  aludiendo  á 
esto  mismo,  dice:  «Tampoco  apruebo  la  carta  programa  de 
«.  Sarmiento,  que  siendo  una  coz  dado  á  nuestro  partido  y 
«  un  desconocimiento  injusto  de  los  sacrificios,  trabajos  y 


MEMORIAS  273 

•«  conq-uistas  de  las  generaciones  presentes,  se  prestaba  á 
«  reflexiones  mas  importantes.» 

No  dudo  que  mi  honorable  amigo  no  hubiese  preferido 
otra  palubra  que  coz,  en  un  documento  eu  que  aparece 
como  una  gota  de  tinta,  caída  por  incidente. 

Hay  en  castellano  un  verbo  casi  latino,  extra-viarse,  de 
donde  viene  extra-vio,  ir  fuera  del  camino.  El  General,  en 
la  misma  carta  que  la  historia  recojerá,  dice  de  sí  mismo: 
«  Responsable  hasta  cierto  punto  de  los  extravíos  de  un  par- 
ce tido  que  confieso  y  por  lo  mismo  que  siempre  le  he  dado 
«  consejos  en  el  sentido  que  lo  hago  ahora?. . .  imitaría  el 
((  ejemplo  de  Washington  aquel  padre  de  la  democracia 
«  americana.,  .  etc.» 

Con  menos  acierto,  yo  había  intentado  decir  lo  mismo 
que  el  General: — «Hay  creo,  decía  yo  en  la  carta  aludida» 
«  una  vaga  reminiscencia  de  que  de  veinte  años  aLias,  vea- 
«  go  diciendo,  vamos  mal,  hé  aquí  el  camino.» — Perífrasis  de  la 
palabra  extravio  de  que  usa  y  hecho  que  confiesa  el  Ge- 
neral. 

Cuestión  de  estilo  ó  de  gramática.  ¿Porqué  en  su  pluma 
el  acto  asciende  á  la  elevación  de  Washington,  y  en  la  mía 
desciende  hasta  una  violencia  puramente  animal,  como 
dar  una  coz? 

En  carta  como  la  mía,  escrita  al  correr  de  la  pluma,  sería 
difícil  recordar,  si  oscuridad  hubiese,  el  pensamiento 
íntimo  que  el  tal  ir  afuera  de  camino  quiso  expresar.  No 
tendría  la  misma  atenuación  la  carta  que  con  debida  autori- 
zación se  da  á  la  prensa,  cuando  usa  palabras  que  no  eran 
por  lo  menos  inevitables. 

«De  veinte  años  atrás  vengo  diciendo,»  si  se  refiere  á  la 
generación  presente,  parece  por  lo  preciso  de  la  fecha,  que 
aludo  á  La  Crónica  que  escribí  veinte  años  ha,  y  fué  mi  pri- 
mer trabajo  indicando  ala  América,  un  nuevo  camino. 

Apelaré  siempre  al  testimonio  imparcial  de  los  ingleses 
que  están  mejor  dispuestos  á  comprenderme.  De  La  Cró- 
nica, dice  M.  Sinng,  «que  contiene  la  colección  de  docu- 
«  mentos  sobre  emigración,  única  en  América,  y  para  que 
«  se  comprenda  mejor  la  importancia  de  los  cuestiones 
«  suscitadas  por  La  Crónica,  baste  saber  que  sobre  cada  uno 
í<  de  sus  tópicos  se  propuso  ó  se  dictó  una  ley.» 

Tomo  xui.— i8 


274  0BHA8   DK   SAKMIBNTO 

Eso  hacia  veinte  años  atrás,  eso  vine  haciendo,  eso  ofre- 
cería en  mi  carta  ensayar,  «loque  tantas  veces  he  comen- 
zado en  la  Escuela,  en  Chivilcoy,  en  San  Juan,  hasta  que 
la  piedra  de  Sísifo  ha  rodado  al  pie  de  la  montaña.»  De- 
recho tendría  Chile  de  quejarse  de  este  lenguaje,  pues  que 
hablo  de  la  América.  Contrasto  á  Buenos  Aires  con  Vene- 
zuela, Nueva  Granada  y  Méjico  y  le  reconozco  progreso; 
pero  nunca  me  hubiera  temido  que  desaprobándolo,  me 
enrostraran  que  las  doy  una  coz. 

¿Háse  tomado  como  alusión  á  los  tiempos  presentes,  el 
decir  que  «alguna  vez  me  ha  cabido  la  fortuna  de  apuntar 
el  escollo  que  para  mi  «estaba  visible  ante  la  politica  seguidaf» 
Si  tal  sucediese,  convendrá  el  lector  en  que  la  injusticia 
no  era  hecha  á  las  generaciones  presentes,  sino  á  algún 
gobierno  ó  administración  especial. 

No  pudiendü  deducir  de  mis  recuerdos  ó  de  nii  propio  pen- 
samiento, si  realmente  aludí  en  ese  escollo  que  señalé,  á  la 
política  actual,  tengo  que  atenerme  á  las  aseveraciones  de 
la  carta  documento,  para  inferir  que  es  lo  que  su  autor  ha 
creído  columbrar,  sin  duda  en  la  mas  nebulosa  de  las  alu- 
siones. «Esta  politica,  dice  la  carta  del  General,  triunfa 
siempre  (abrevio)  en  vez  de  capitular  cobardemente  con 
el  vicio,  queriendo  ó  creyendo  hacer  política  práctica,  qu© 
yo  llamo  política  grosera,  sin  alcance  y  sin  altura.» 

Mal  puede  ser  este  un  cargo  contra  mi,  cuando  el  artículo 
de  la  «Nación  Argentina»  dice  de  mi: — «Lo  qne  precisamos 
«  es  un  hombre  que  conozca  el  país  y  sus  necesidades,  que 
«  tenga  calma  para  gobernar,  que  amalgame  los  partidos 
«  y  no  los  resuscite  y  que  encamine  la  República  por  medio 
«  de  la  paz,  haciéndola  progresar.» 

Como  el  señor  Gutiérrez  aboga  por  un  miembro  de  la 
Administración  que  ha  dirigido  la  politica,  debo  suponer 
que  este  conoce  el  país  y  sus  necesidades,  que  no  conocí 
yo  en  tantos  años  de  estudiarlo,  describirlo  y  recorrerlo; 
que  ha  tenido  calma  para  gobernar,  que  ha  amalgamado 
los  partidos  en  los  seis  años  largos,  que  ha  calmado  las 
pasiones  y  encaminado  la  República  por  medio  (ie  la  paz, 
haciéndola  progresar. 

Si  tal  ha  hecho  en  política,  de  temer  es  que  otra  política, 
llegada  así  la  República  al  pináculo  de  la  prosperidad  y 
la  paz,  venga  á,  desmejorar  obra  tan  laboriosamente  acá- 


MBM0RIA3  275 

bada.  El  Herald,  sin  embargo,  al  dar  las  últimas  noticias 
del  Río  de  la  Plata,  dice  que  jamas  desde  su  origen,  estuvo 
la  República  mas  al  borde  del  abismo,  la  guerra  exterior, 
la  anarquía  interior,  la  exaltación  de  las  pasiones,  el 
cólera,  la  seca,  la  depresión  comercial.  Un  norte-ameri- 
cano que  trascribía  sus  noticias,  añadía:  «  Espero  que  el 
próximo  telegrama  traerá  alguna  bonanza,  por  la  sencilla 
razón  de  que  el   mal  no  puede  aumentar.» 

La  misma  política  serían  seis  años  mas  de  le  mismo,  al 
paso  de  una  nueva  política  sería  como  muchos  remedios, 
que  si  no  curan  no  dañan. 

No  es,  pues,  esta  política  la  que  se  me  puede  imputar, 
ni  por  lo  que  pacta  con  el  vicio,  ni  por  lo  que  quiero 
amalgamar  y  no  amalgamo. 

Mh«í  h1  caso  es  la  declaración  propia  del  General  sobre 
la  política  que  ha  seguido.  «Mi  constante  empeño,  dice» 
ha  sido  preparar  el  país  á  una  libre  elección  de  Presidente 
en  las  mejores  condiciones  posibles  para  el.  gran  partido 
nacional  de  los  principios.»  Quien  conozca  al  General 
Mitre  le  hará  la  justicia  de  creer  que  este  deseo  parte 
de  lo  mas  íntimo  de  su  corazón;  pero  la  política  es  aquel 
sistema  de  actos  por  los  cuales  se  hace  práctico,  hecho-, 
el  principio  que  desea  establecerse.  Los  resultados  son 
la  piedra  de  toque,  no  de  la  pureza  de  la  intención,  sino 
de  la  política  seguida. 

¿Ha  logrado  el  objeto  de  su  constante  anhelo?  La  carta 
misma  parece  indicar  que  el  éxito  ha  sido  desgraciado. 
Hay,  según  ella,  una  candidatura  reaccionaria  con  Urquiza 
una  de  contrabando  en  Buenos  Aires,  amigos  solapados 
como  Luque  en  Córdoba,  amigos  nuestros  como  los  Ta boa- 
das  y  «  todas  ellas  representan  la  liga  inmoral  de  poderes  electorales 
Uiurpados  por  los  gobiernos  locales.»  Si  estos  hechos  tan  valien- 
temente denunciados,  son  ciertos,  el  constante  anhelo  para 
preparar  el  país  á  una  elección  libre,  ha  producido  en  seis 
años  el  efecto  contrario,  preparándolo  á  elecciones  influidas. 
Sobre  Santa  Fe  y  Corrientes  se  extiende  la  influencia  que 
se  señala  como  personal  y  asaz  reaccionario  de  Urquiza; 
sobre  Catamarca  y  Tucuman  la  de  Taboada;  en  Buenos 
Aires  el  Gobernador  aprovechando  sus  medios  de  influencia 
haría  prevalecer  una  política  de  contrabando. 
¿Dónde,  pues,  los  resultados  correspondieron  á  la  inten- 


276  OBRAS    DE   SARMIENTO 

cion?  ¿Será  en  San  Juan,  Mendoza,  San  Luis,  Córdoba, 
Salta  y  Jujuy?  Pero  sin  contar  que  estas  Provincias  han 
sido  asoladas  por  los  «montoneros  francamente  sediciosos», 
en  ellas  precisamente  por  no  estar  sometidas  á  las  influen- 
cias denunciadas,  la  candidatura  del  que  es  injusto  con  las 
generaciones  presentes  ó  la  política  actual,  es  la  única 
Gordialmente  propuesta  y  aceptada. 

El  manifiesto  de  San  Juan  abunda  en  ese  sentido,  y  si 
la  política  seguida  por  su  ex-Gobernador,  se  propuso  lo 
mismo  que  el  General  Mitre,  que  era  preparar  aquella 
provincia  á  una  elección  libre,  el  unánime  consentimiento 
de  aquel  pueblo  y  el  asentimiento  de  las  Provincias  vecinas 
deja  creer  que  él  solo  consiguió  su  objeto,  aunque  su  política 
no  fuese  exactamente  la  misma  del  Gobierno  Nacional, 
que  nada  consiguió,  ni  aun  en  Buenos  Aires,  á  estar  á 
los  hechos  y  á  la  confesión  del  General. 

Para  mayor  confirmación  de  esto,  añadiré  que  los  que 
firman  el  manifiesto  de  San  Juan,  excepto  uno,  no  estu- 
vieron de  acuerdo  siempre  con  el  Gobernador,  y  dos  de 
ellos  fueron  sus  enemigos  ó  se  creyeron  agraviados  por 
su  influencia.  Lo  que  prueba  que  la  mejor  política  es 
aquella  que  va  á  su  objeto,  sin  curarse  de  las  dificultades 
del  momento,  contando  con  la  justicia  únicamente  del 
pueblo  que  conoce  al  fin  á  sus  servidores  y  les  aplaude  la 
abnegación  con  que  arrostraron  el  disfavor. 

Acaso  sobre  puntos  de  política  no  estuvo  siempre  de 
acuerdo  el  Gobernador  de  San  Juan  con  el  gabinete  del 
General  Mitre;  acaso  si  hubiese  sido  de  parte  de  él,  no 
hubiese  habido  lugar  á  disidencia;  pero  habiendo  pasado 
las  cosas  como  pasaron,  y  no  habiendo  opuesto  obstáculo 
alguno  á  la  que  se  siguió,  no  puedo,  ni  debo  aceptar  una 
condenación  como  la  del  General,  expresada  en  palabras 
que  disuenan  de  su  conocida  templanza,  aceptando  con 
mi  silencio  un    reproche  inmotivado  y  por  tanto  injusto. 

Si  antes  y  en  tiempo  no  quise  hacer  un  programa, 
menos  he  de  querer  ahora,  ni  aun  por  represalia  á  obje- 
ciones y  cargos  infundados  ó  maliciosos. 

«Sarmiento  se  ocupará  de  escuelas,  ha  dicho  el  señor 
Gutiérrez,  y  nos  haría  una  nueva  «misión  de  libros,  como 
aquella  geografía  de  célebre  memoria.» 

¿He  publicado  yo  una  geografía?    Lo  he  debido  olvidar. 


MEMORIAS  277 

como  me  ha  sucedido  con  algunos  escritos  que  el  señor 
Zinny  ha  anotado  en  su  monobibliografía.  Pero  el  antiguo 
órgano  de  la  política  que  deseara  perpetuar  por  el  mismo 
personal,  muestra  en  este  reparo,  no  solo  cuan  bien  me  co- 
noce, sino  «  cuan  bien  conoce  el  pais  y  sus  necesidades», 
que  me  tacha  de  no  conocer. 

Para  conocer  bien  la  República  Argentina,  es  condición 
precisa  no  haber  salido  de  las  calles  de  Buenos  Aires,  por 
lo  visto;  y  para  sentir  sus  necesid-ades,  no  haber  traspasado 
sus  limites,  á  fin  de  estudiar  por  comparación  lo  que  le 
falta.  En  pais  donde  veinticinco  mil  niños  que  asisten  á 
las  escuelas  es  todo  lo  que  las  presentes  generaciones  de 
políticos  están  preparando  para  las  venideras,  es  oportuno 
denunciar  y  señalar  al  desprecio  público  al  gobierno  que 
intentara  fundar  escuelas. 

Si  al  pueblo  se  llamase  á  votar  sobre  este  punto,  sábese 
que  ricos  y  pobres,  ignorantes  y  sabios,  liberales  y  raccio- 
narios,  todos  estarían  de  acuerdo.  Pero  á  riesgo  de  com- 
prometer las  poquísimas  probabilidades  que  me  quedan, 
puedo  asegurarlo,  habrá  una  política  de  escuelas,  tan 
ridicula  como  parezca  .á  los  que  ni  para  dormir  dejan  el 
título  de  doctor,  que  los  autoriza  á  derramar  el  ridículo 
sobre  lo  que  hoy  ocupa  la  atención  de  todos  los  hombres 
de  estado  del    mundo. 

Seguirá,  pues,  la  política  sin  escuelas,  que  viene  produ- 
ciendo aquella  paz  de  que  la  República  goza  y  de  que  solo 
mi  acción   puede   despojarla. 

Y  sin  embargo,  vuelvo  á  repetirlo,  lo  que  sin  mal  espíritu 
dije  privadamente  á  Mansilla.  «Piden  gobierno  y  trabajo, 
no  la  palabra,  sino  la  cosa;  no  el  fruto  maduro  que  nadie 
sembró,  sino  la  planta  regada  con  el  sudor  que  dará  el 
fruto.»  Yo  sembré  ó  Chivilcoy  y  las  Islas  en  Buenos  Aires. 
He  sembrado  escuelas  en  todas  partes  y  en  San  Juan 
sembré  gobierno.  Los  resultados  están  á  la  vista.  No  sé 
si  hice  política  grosera  y  sin  altura,  pactando  con  el  vicio. 
Muchos  actos  públicos  de  aquella  época  han  debido  olvi- 
darse; pero  mi  carta  á  Peñalosa  me  absuelve  de  pactar  así 
no  mas  con  el  vicio.  Recuerdo,  si,  que  di  seguridad  á  la 
vida  y  á  la  propiedad,  que  reprimí,  castigué  y  vencí  á  los 
francamente  sediciosos,  respetando  y  protegiendo  á  los 
desafectos  honrados. 


278  OBRAS   DB   SARMIENTO 

Si  San  Juan  gustó  ó  no,  de  aquel  gobierno  de  trabaj  o, 
libertad,  orden  y  seguridad  para  todos,  de  que  gozó,  fué 
cuestión  que  nunca  me  preocupó.  Cuatro  años  después,  á 
dos  mil  leguas  de  distancia,  me  llega  el  eco  de  aquella 
provincia  en  que  amigos  y  enemigos  me  ofrecen  sus  votos, 
p-ara  generalizar  á  las  otras  y  devolverle  á  ella,  lo  que  fué 
mi  ánimo  darle. 

Estoy,  pues,  compensado  por  el  desprecio  y  el  ridículo 
que  han  hecho  llover  sobre  mi  nombre,  los  que,  líbreme 
Dios  de  dudarlo,  pueden  y  saben  ofrecer  y  dar  en  realidad 
mucho  mas.  Cuando  mas  no  fuese  que  enmendar  sus 
errores  (de  éxito  por  lo  menos),  de  seis  años,  ya  en  eso 
me  llevan  una  inmensa  ventaja*  De  algo  ha  de  servirles  la 
experiencia. 

La  mía,  tan  larga,  no  ha  pasado  por  tan  amarga  prueba; 
y  acaso  para  mi  buen  nombre,  convenga  mejor  que  no  sea 
sometido  á  ella. 

Esta  les  llegará  cuando  la  generación  presente,  con  las 
influencias  y  las  ligas  inmorales  denunciadas,  habrá  deci- 
dido ó  aceptado  su  suerte  por  muchos  años. 

Feliz  ó  adversa,  deseara  participar  de  ellaD.F.  Sarmiento. 

(Nueva  York,  Marzo  31  de  1868.) 


(La  Tribuna,  Marzo  6  de  1868.) 
Parece  que  un  fuerte  movimiento  de  la  opinión  me  seña- 
la capaz  de  dirigir  el  común  esfuerzo  de  la  República  en 
el  próximo  término  de  la  presidencia. 

Dos  de  los  que  me  escriben  me  piden  que  diga  una 
palabra  como  confirmación  de  las  esperanzas  que  tantos 
abrigan;  otros  quisieran  que  me  presentara  allí,  no  para 
que  me  mueva,  sino  como  signo  visible... 

Mientras,  para  adoptar  el  segundo  partido,  espero  que  la 
marcha  de  los  sucesos  salve  el  respeto  al  decoro  propio 
que  todo  hombre  de  honor  se  debe  á  si  mismo,  no  quiero 
privarme  del  placer  de  decir  á  usted,  para  que  lo  comuni- 
que á  quienes  interese,  que  acepto  humilde  y  valiente  la 
distinción  con  que  me  honran,  con  las  seguridades  y  te- 
mores que  puedan  inspirar  treinta  años  de  existencia 
consagrada  á  la  República,  con  los  errores  de  la  inexpe- 
riencia, con  la  experiencia  de  los  años  y  de  los  viajes,  el 


MEMORIAS  279 

carácter,  las  ideas,  las  pasiones  en  bien  y  en  mal,  tal 
como  Dios  las  ha  dispensado  y  el  juicio  propio  no  alcanzó 
á  corregirlas.  Tengo  la  conciencia  clara  de  que  quiero  el 
bien,  y  tantos  años  de  práctica,  tantas  fases  de  la  vida 
pública  contem[)ladas,  tanto  estudio  de  las  necesidades 
nuestras,  y  á  la  manera  de  proveer  á  las  públicas  de  las 
otras  naciones  en  las  cuales  he  virido,  sin  dejar  de  estar  siem- 
pre viviendo  de  nuestra  vida  propia,  me  da  el  derecho  á  creer 
por  lo  menos  que  no  me  escasearían  los  medios  de  que 
el  hombre  se  sirve  para  formar  correctos  juicios. 

Con  esta  intuición,  sino  ciencia  experimental,  añadiré 
solo  que  siento  aun  rebullirse  en  mi  pecho  aquella  fuerza 
de  voluntad  que  me  sostuvo  en  días  largos  que  hubieran 
para  otro  sido  de  desaliento. 

Un  programa  político  de  tal  hombre  seria  fuera  de  pro- 
pósito. El  programa  está  en  el  sentimiento  que  allá  reúne 
tantas  voluntades.  En  uno  de  los  ensayos  de  República 
que  las  ex-colonias  están  haciendo,  con  una  guerra  exterior 
que  consume  como  una  hornalla  cuanto  se  le  acerca;  con 
6l  desquicio  obrando  en  el  interior  por  bandas,  que  de  la 
política  han  descendido  al  brigandaje  de  los  Abruzzos;  con 
partidos  irreconciliables — una  voz  se  levanta  de  todas 
partes,  de  viejos  y  de  jóvenes,  de  la  capital  y  de  las  pro- 
vincias, de  la  Universidad  y  del  ejército,  señalando  como 
prenda  de  tranquilidad  para  unos,  de  progreso  para  otros, 
la  presencia  de  un  individuo  siete  años  ausente,  sin  in- 
fluencia sobre  la  actualidad,  sin  partido  ni  círculo. 

¿Yerra  la  opinión?  El  hecho  es  que  valiera  la  pena  que 
no  se  equivocase,  por  cuanto  es  ese  el  hecho  mas  moral 
que  presenta  la  América  del  Sud. 

Probaría  que  hay  al  fin  una  República;  que  hay  una 
-opinión  que  señala  un  camino  y  un  remedio,  y  si  la  aspi- 
ración S9  convirtiese  en  hecho,  que  ese  pueblo  elije,  lo  cual 
no  está  siempre  ni  en  todas  partes,  fuera  de  duda.  Basta 
solo  intentarlo,  para  quedar  justificados. 

Este  hecho  sería,  pues,  el  primer  artículo  del  programa. 
Un  gobierno  creado  por  la  opinión,  á  sabiendas  del  sentido 
y  significado  de  su  obra:  con  esta  base  puede  decretarse 
la  extinción  de  la  guerra  civil,  que  alientan  las  dudas  de 
si  hay  detrás  de  un  gobierno,  un  pueblo. 

El  otro  artículo  que  sigue  es    un  hecho  que  está    allá 


280  OBRAS   DB   SARMIENTO 

latente,  y  yo  desde  aquí  estimo,  por  comparación.  En  la 
América  del  Sud,  según  he  podido  sentirlo  en  las  costas 
del  Pacífico  y  Golfo  de  Méjico,  las  ideas,  la  política  no 
se  emancipan  de  la  tradición  en  unas  partes,  de  las  doctri- 
nas francesas,  de  las  europeas  en  otras.  De  New  York,  el 
espíritu  americano  salta  á  las  orillas  del  Plata,  y  solo  allí 
se  traduce  en  instituciones,  emigración,  prensa  y  aspiración 
á  la  libertad  norte-americana.  Solo  entre  nosotros  se  usa 
y  se  imprime  á  Kent,  Story,  Curtís  y  los  jurisconsultos 
norteamericanos,  solo  nosotros  creemos  que  las  creencias 
religiosas  no  establecen  privilegios  ni  esenciones,  acaso 
porque  Dios  en  la  distribución  de  los  bienes  y  de 
la  tierra  misma  nos  indica  con  su  ejemplo  este  tempe- 
ramento. 

Tenemos,  pues,  un  ideal  americano,  para  país  por  po- 
blarse y  cuyo  decálogo  no  es  un  misterio  para  nadie,  sino 
para  el  que  no  quiera  tomarse  el  trabajo  de  aprenderlo. 
Nuestro  programa,  pues,  es  seguir  esa  luminosa  huella,  6 
ser  americanos  como  está  á  la  vista  de  todos  que  se  puede 
ser,  por  el  trabajo,  por  la  igualdad  de  punto  de  partida  y  el 
camino  franco  según  las  fuerzas. 

La  barbarie  de  nuestros  campos  es  el  escollo  en  que 
hemos  fracasado  desde  Artigas  hasta  Felipe  Várela. 

Esa  misma  barbarie  existe  en  toda  América,  desde- 
Méjico  hasta  Chile,  en  las  masas  populares.  Pero,  aparte 
de  que  las  llanuras  argentinas  se  muestran  mas  á  sus 
anchas,  tiene  otro  rasgo  que  es  una  promesa.  Es  que  el 
pueblo  empieza  á  sentirse  pueblo  entre  nosotros  y  llegará 
á  serlo.  En  otros  puntos  de  América  no  ha  despertado 
todavía  del  letargo  colonial. 

Saá  aspirando,  como  el  pobre  lo  entiende,  á  dar  un  go- 
bierno á  la  República,  no  se  entendería  en  otras  partes. 
Dentro  de  pocos  años  ese  río  entrará  en  su  cauce. 

De  ello  tenemos  ya  un  indicio.  La  República  Argentina 
consume  treinta  millones  de  pesos  en  oro  de  mercaderías 
europeas.  Ninguna  República  sud-americana  tiene  con 
mas  población  tantos  consumidores.  La  escuela  comple- 
tará luego  la  evolución.  Tras  la  escuela  el  trabajo,  y  sere- 
mos todo  pueblo  productor  y  consumidor. 

Sobre  tales  bases  puede  fundarse  una  política.  Sabemos^ 
donde  vamos  por  lo  menos.    Ni  es  accidente  territorial,. 


MEMORIAS  281 

histórico  ó  geográfico  lo  que  nos  favorece.  Es  fruto  de  semi- 
lla sembrada. 

Cada  paso  adelante  que  hemos  dado  venia  preparado  por 
deas  y  hechos  anteriores,  y  esto  hace  la  noble  solidaridad 
del  partido  civilizado  y  civilizador. 

¿Cual  sería  la  política  de  un  nuevo  gobierno?  No  res- 
pondería yo  simple  individuo,  á  pregunta  que  habrá  de 
responder  un  gobierno.  Preséntase  el  mismo  problema  por 
la  primera  vez  en  los  Estados  Unidos  al  aproximarse  las 
elecciones  de  Presidente.  Como  en  nuestro  país,  aquí  los 
dos  grandes  partidos  antiguos  se  han  hecho  entre  sí  la 
guerra;  los  dos  se  han  excedido  á  veces  de  los  límites;  los 
dos  se  han  hecho  concesiones  y  traspasos  de  hombres  y 
de  ideas.  El  candidato  que  los  hechos  traen  no  responde 
á  las  interrogaciones.  Acaso  porque  presiente  que  en 
ambos  encontraría  sinceros  sostenedores;  acaso  porque  las 
nuevas  condiciones  en  que  el  país  entra  piden  menos 
sujeción  á  la  disciplina  ya  relajada  de  los  antiguos  parti- 
dos.   Grant  es  la  estatua  del  silencio! 

Quien  ha  hablado,  escrito  y  aconsejado  veinte  años,  pue- 
de cuando  la  ocasión  de  obrar  se  presenta,  dejar  la  palabra 
á  otros. 

¿Puede  ser  un  programa  político  el  hábito  del  trabajo? 
Este  es  el  mío. 

Sarmiento. 

EL  UNO  Ú  EL  OTRO  í^) 

Los  candidatos,  si  son  tales,  véseles  venir  desde  luego. 
Por  las  repulsiones  ó  afinidades,  cada  uno  los  siente  dentro 
de  si  mismo. 


(i)  No  habría  de  sospechar  Sarmiento  que  el  hombre  de  que  hacía  tan  terrible 
retrato,  habría  de  rescatar  muchos  errores  y  levantarse  en  el  concepto  histórico 
precisamente  por  el  acatamientc  que  prestó  al  fallo  de  la  soberanía  popular  que 
colocaba  eu  la  Presidencia  á  un  enemigo  personal  y  qu«  había  de  dar  prueba  tan 
grande  de  hidalguía  moral  teniendo  plena  confianza  en  la  lealtad  del  antiguo 
adversario.  Sin  duda  el  Dr.  Velez  en  cuyo  poder  se  hallaba  esta  pieza,  obró  pru- 
dentemente en  reservarla  y  nosotros  la  conservamos  en  este  lugar,  solo  por  la 
belleza  de  invectiva  y  de  forma  y  el  noble  concepto  de  si  mismo,  haciendo  sal- 
vedades sobre  lo  que  el  autor  hubiera  salvado  de  lo  injusto  que  hoy  nos  parece 
aunque  contenga  tanta  verdad  histórica  (N.  del  E,} 


282  OBRAS   DE   SARMIENTO 

Dos  candidatos  reales  tiene  por  delante  el  pueblo  argen- 
tino, para  la  próxima  Presidencia;  y  antes  que  nadie  los 
indicase,  presentábanse  ya  al  ánimo  de  cada  uno,  como 
dos  sombras  que  se  divisan  en  medio  de  la  oscuridad  de 
los  sucesos;  porque  son,  en  efecto,  los  representantes  genui- 
nos  de  las  aspiraciones  y  tendencias  de  los  partidos  polí- 
ticos. 

La  historia  de  la  lucha  de  medio  siglo,  que  será  el  fondo 
aunque  los  accidentes  varien  por  un  siglo  entero,  parece 
■reconcentrarse  en  ellos. 

Rosas,  reformado  en  el  uno,  por  afinidades;  Rivadavia 
rejuvenicido  en  el  otro  por  rasgos  de  familia. 

Mas  ó  menos  barbarie  y  violencia  el  uno;  todo  lo  que 
nuestro  país  admite  de  civilización  el  otro,  ambos  pueden 
apelar  al  juicio  de  la  historia,  del  de  sus  contemt)oráneos. 

Los  partidos  no  conocen  medios  tintes.  Las  figuras  in- 
termediarias que  se  muestran  como  bárbaros  civilizados,  ó 
los  civilizados  que  se  prometen  parecer  bárbaros  para  aco- 
modarse á  las  circunstancias,  son  pinturas  al  pastel  que 
basta  un  soplo  para  disiparlas. 

Vamos  á  trazar  el  retrato  de  los  personajes  reales. 

El  uno  es  el  hijo  de  la  violencia.  Riquezas  fabulosas  se 
han  ocumulado  en  torno  suyo;  y  si  la  fortuna  fuera  en  la 
vida  pública  el  premio  de  los  servicios,  diriase  que  Dios 
premiaba  en  la  tierra  las  grandes  virtudes.  Otros  duda- 
rían de  la  justicia  de  la  Providencia.  Instrumento  afilado 
de  la  tiranía  de  Rosas,  abandonólo  para  seguir  los  impulsos 
de  su  propia  ambición,  y  después  de  haber  representado 
todos  los  papeles,  instrumento  siempre  de  alguien  ó  de 
algo,  encuentrasele  repleto  de  botin,  caduco,  siempre  una 
amenaza  ó  un  problema  delante  de  la  República.  Por 
recompensa  de  ti^es  meses  de  vida  honrada,  ha  pedido  tres 
veces  la  Presidencia,  ya  que  es  poco  ser  caudillo  de  por 
vida  en  su  Provincia. 

El  OTRO  representa  el  polo  opuesto.  Fiel  á  una  idea  fija, 
organizar  sobre  bases  estables  el  gobierno  de  la  república, 
ni  la  fortuna  le  ha  sonreído  al  paso,  ni  sabría  donde  re- 
clinar su  cabeza  después  de  una  larga  vida  de  fatigasl 
renunciando  tres  veces  toda  participación  en  el  poder  públi- 
co á  que  lo  llamaban  treinta  años  de  no  interrumpidos 
servicios.    En  la  larga  lucha  contra  Rosas,  en  la  prensa  ó 


MEMORIAS  283 

en  el  campo  de  batalla,  todos  supieron  de  qué  lado  habían 
de  encontrarle;  y  cuando  otros,  y  no  él,  dividieron  en  dos 
fracciones  la  República,  solo  él  tuvo  una  patria  común, 
apellidándose  «porteño  en  las  provincias,  provinciano  en 
Buenos  Aires.»  La  unión  por  siempre,  fué  su  divisa  (sin 
caudillos,  se  entiende),  llueve  ó  truene!  como  entonces 
decía  y  lo  hizo  bueno  en  las  Convenciones  de  Buenos  Aires 
y  Santa  Fe. 

Si  la  impopularidad  fuese  siempre  el  castigo  del  error, 
diríase  que  en  las  Provincias  unas  veces,  en  Buenos  Aires 
otras,  recibiólo  que  merecía.  Alberti,  Calvo  y  tantos  otros, 
se  lo  probaron  al  menos;  pero  no  siempre  el  camino  ancho 
conduce  al  cielo.  Otros  dirían  que  cuidando  poco  de  la 
opinión  de  hoy,  contando  seguro  con  la  de  mañana,  escogió 
el  sendero  mas  escabroso  y  desolado,  solo  cuando  nadie 
quiso  seguirlo. 

Cada  vez  que  el  uno  agita  el  poncho  del  viejo  montonero, 
las  malas  pasiones  se  agitan  en  toda  la  República,  la  guerra 
civil  enciende  su  antorcha,  la  cinta  colorada  resucita  y 
algunos  degüellos  solemnizan  su  advenimiento,  para  que 
no  olvidemos  que  los  ferrocarriles,  vapores  é  instituciones 
no  han  acabado  de  borrar  los  rastros  de  los  caballos  y  las 
malas  prácticas  de  Ramírez  y  de  Quiroga. 

Cuando  el  otro  deja  correr  su  pluma^  vénse  levantar  Es- 
cuelas en  las  Pampas,  poblarse  terrenos  incultos,  trabajar 
las  minas,  crearse  bibliotecas,  y  en  los  ánimos  renacer  la 
esperanza  de  salir  un  día,  por  el  trabajo  y  la  civilización, 
de  esta  eterna  lucha  de  barbarie  y  cultura,  de  caudillos 
ignorantes  y  de  instituciones  libres,  que  como  una  noche 
tempestuosa,  con  iluminaciones  súbitas  de  rayos,  vamos 
atravesando  mas  ya  de  medio  siglo. 

Tras  del  uno,  un  reguero  de  sangre  que  señala  su  cami- 
no. Tras  del  otro  donde  quiera  que  haya  pasado,  en  Chile, 
Buenos  Aires,  San  Juan  ó  Estados  Unidos,  algún  esfuerzo 
en  favor  de  la  América,  algún  bien  intentado,  propuesto  á 
realizado. 

Es  el  UNO,  el  hombre  que  conoce  mejor  los  caminos  que 
conducen  á  la  parte  innoble  del  corazón  humano;  y  si  qui- 
siera gastar  sus  millones  en  comprar  los  votos  que  la  igno- 
rancia ó  la  codicia,  sin  honor  ni  patriotismo  tienen  á  venta, 
podría  hacerse  proclamar    Restaurador  del    Desasociego 


284  OBRAS   DB  SARMIENTO 

Público,  que  él  ha  mantenido  veinte  años,  pretendiendo 
imponer  á  los  otros  la  inacción,  mientras  él  solo  quisiera 
agitarse  y  vivir. 

El  OTRO,  nunca  ha  hablado  sino  á  las  nobles  pasiones  de 
los  demás,  tan  obligados  como  él  á  llenar  los  gratos  deberes 
de  buenos  ciudadanos.  Si  algo  puede  ofrecer  á  sus  parti- 
darios, seria  solo  su  parte  de  abnegación  y  de  trabajo. 

El  UNO,  suscitará  secuaces,  donde  quiera  que  haya  un 
bárbaro,  donde  una  ambición  sin  altura  ni  conciencia.  El 
OTRO,  no  es  el  centro  de  ningún  circulo  á  donde  converjan 
aspiraciones,  porque  nada  puede  ofrecer,  si  no  es  el  premio 
que  á  cada  uno  da  la  estimación  pública  y  propia  con- 
ciencia. 

El  UNO,  ha  sido  con  Rosas,  General.  Presidente  en  una 
Confederación  imposible  y  Libertador  hasta  destronar  á  su 
antiguo  Jefe;  pero  General,  Libertador  ó  Presidente,  fué  y 
se  quedó  siempre  caudillo.  El  otro,  publicista,  adminis- 
trador, legislador  ó  diplomático,  en  todas  estas  varias  fun- 
ciones en  que  se  aprende  á  gobernar,  mostró  que  era  siem- 
pre maestro  de  escuela,  como  él  se  ha  llamado  siempre 
para  honrarse  con  ello. 

El  UNO  necesita  protestar  cada  día  que  no  será  en  adelante 
lo  que  fué  toda  su  vida,  á  fin  de  calmar  los  recelos  que 
inspira.  El  otro,  necesita  solo  señalar  sus  antecedentes, 
para  que  cada  uno  diga  lo  que  se  sigue  necesariamente. 

Estos  son  los  dos  candidatos  para  la  próxima  Presidencia. 
Quizá  haya  quien  busque  un  tercero  en  discordia,  que  to- 
mando las  apariencias  del  uno  se  proponga  realizar  las 
ideas  del  otro.  No  pueden  añadir  seis  años  mas  de  alarmas, 
de  perplejidades,  á  tantos  que  llevamos  de  no  encontrar 
reposo,  Pero  estos  mirajes  se  disipan  á  medida  que  quere- 
mos acercarnos  á  ellos,  acabando  por  no  saber  donde  nos 
hallamos.  La  verdad  verdadera  es  la  mas  segura  guía, 
pues  de  ficción  en  ficción,  la  realidad  al  fin  despierta  á  los 
pueblos,  con  su  terrible  aparición,  cuando  cerraron  volun- 
tariamente los  ojos  para  no  verla. 

Entre  uno  y  otbo  tiene  que  elegir  la  República,  ya  que  es 
la  primera  vez  que  es  llamada  á  decidir  de  sus  destinos.  Ri- 
vadavia  fué  propuesto  por  el  Congreso  á  catorce  caudillos 
que  dominaban  las  Provincias.  Rosas  fué  impuesto  á 
Buenos  Aires  por  el  ejército  del  Desierto,  de  que  él  fué  el 


MEMORIAS  285 

héroe.  Urquiza  y  Mitre  fueron  sucesivamente  los  candida- 
tos laureados  de  la  victoria.  Derqui  renunció  á  la  candi- 
datura en  los  Cerrillos  de  San  Luis. 

Dos  candidatos  le  quedan  á  la  República,  si  no  quiere 
sorprender  al  mundo  con  algún  nombre  anónimo,  para 
que  después  de  electo,  los  electores  mismos  se  pregunten 
unos  á  otros  ¿quién  dicen  que  es  el  que  dicen  que  hemos 
elegido? 

Hay  el  candidato  del  miedo  k  lo  pasado,  y  el  candidato 
de  la  esperanza  en  lo  futuro.  El  del  hecho  craso  y  el  de  la 
idea  clara;  de  lo  que  era  y  de  lo  que  debe  de  ser,  de  un 
mundo  que  acaba  y  de  otro  que  comienza.  El  uno,  ahí  á 
la  mano,  con  sus  amenazas,  sus  hombres  y  su  plata;  el  otro 
á  dos  mil  leguas,  con  su  consejo,  su  pensamiento  y  su 
desnudez. 

El  UNO,  para  terminar  su  vida  material;  porque  la  pública 
concluyó  hace  años  en  la  impotencia,  asilándose  en  el 
poder,  como  seguro  de  vida  y  de  fortuna,  acosado  de  descon- 
fianza y  alarmas,  juguete  de  sus  palaciegos  y  poniéndose 
colorete  como  Tiberio,  para  que  no  se  aperciban  de  su  pa- 
lidez y  caducidad.  El  otro,  fuerte  con  mas  años  de  trabajo 
y  de  experiencia,  robustecido  en  sus  propósitos  y  principios, 
por  el  estudio  que  está  haciendo  de  la  ciencia  del  gobier- 
no, en  la  República  que  hoy  es  la  grande  escuela  del  mundo 
y  apoyado  por  la  estimación  de  los  hombres  mas  emi- 
nentes. 

Loque  pediría  aceptando  la  candidatura,  sería  ocasión  y 
lugar  favorable  para  realizar  lo  que  hace  años  es  el  blanco 
de  sus  conatos,  acabar  con  la  barbarie  y  fundar  el  gobierno 
que  ha  de  responder  de  la  libertad,  aumentar  la  riqueza  y 
asegurar  la  civilización.  Por  poco  que  consiga,  intentarlo 
solo  es  andar  hacia  adelante. 

Su  adversario  dejará  hacer  cuanto  no  dañe  á  sus  propó- 
sitos, hasta  que  un  día  pueda  realizar  su  idea  favorita,  su 
pensamiento  persistente 
restablecer  por  la  quinta  vez 

EL   CINTILLO   COLORADO   CON   ALGÚN   LETRERO  AL  CASOÜÜ 

Ya  lo  ha  intentado  cuatro! 


UN   VIAJE   DE  NUEVA   YORK  A  BUENOS  AIRES 

DE  23  OE  JULIO  AL  29  DE  AGOSTO  DE  1868 


Nota  — Un  héroe  de  Shakespeare  compara  su  vida  con  las  cambiantes  nubes 
que  asumen  formas  fantíisticas  y  ríales,  engañan  nuestra  vista,  como  burlas 
aéreas,  y  son  los  etnlfridiíres  de  la  tarde  que  obscurece... 

bi  huDiere  un  escriiu  donue  se  reilejaseii  en  caiijijiaiue.s  formas  fant;5sticas,  en 
vividos  y  risueños  colores  y  con  lontananzas  profundas,  todos  los  aspectos  de 
una  grande  existencia  humana,  ese  compen  ¡lo  sería  considerado,  como  el  mas 
valioso  documento  de  una  literatura.  Se  le  estudiaría  con  ahinco  para  descubrir 
los  resortes  que  mueven  á  los  grandes  actores  en  la  escena  del  mundo,  ^e 
conservaría,  para  ver  la  distancia  que  media  entre  algunos  raros  talentos  y  algún 
genio;  único  de  su  estirpe. 

Aquí  en  las  páginas  que  siguen,  bajo  el  sencillo  plan  de  un  diario  de  viaje  que 
Sarmiento  dedicaba  á  una  amiga,  y  para  ella  sola,  debiéndose  á  la  inevitable 
indiscreción  de  la  posteridad  su  publicación,  aparece  un  alma  derramada,  un 
corazón  latiendo,  un  espíritu  ingenuo  y  sincero  jugueteando  con  cuanto  embeleco 
le  cae  á  la  mano,  para  remontarse  sin  esfuerzo  y  como  dice  por  ahí,  «aparece 
Júpiter  y  toma  el  mando  del  cielo  estrellado»... 

Es  un  cuadernito  de  200  páginas,  escritas  al  lápiz,  sin  puntos  ni  comas,  como 
pinceladas  preparatorias  que  el  artista  arroja  sobre  la  tela  para  combinar  las 
armonías  del  colorido.  Al  publicarlas  no  nos  hemos  separado  del  texto  y  solo 
hemos  agregado  la  puntuación  que  exige  el  sentido.  Estos  apuntes,  empero, 
borrajeados  sin  otro  orden  que  la  sucesión  de  los  días  y,  al  acaso  de  las  impre- 
siones, producen,  por  la  rapidez  de  los  cuadros,  la  intensa  verdad  de  las  siluetas 
todo  el  efecto  de  una  obra  acabada. 

Sarmiento  resusclta  todo  entero.  Habla,  educa,  sermonea,  fulmina  á  los 
malvados,  se  entretiene  con  pajarillos,  dibuja  los  contornos  de  una  planta,  goza 
de  la  vida  y  de  la  exhuberancia  tropical,  come  con  el  exceso  que  exije  su  gasto 
de  fuerzas,  lanza  al  aire  su  carcajada  honraila,  varonil  y  contagiosa,  diseña  los 
delicados  ópalos  de  la  aurora  y  la  fiesta  deslumbradoraque  el  snl  celebra  al 
acostarse,  arroja  miradas  profíticas  sobre  el  porvenir  y  pone  al  descubierto 
sensibilidades  y  ternuras  que  el  gigante  guardaba  ocultas  para  el  vulgo. 

No  habrá  producido  Sarmiento  una  página  que  contenga  tanto  como  esta  de  su 
propia  esencia,  y  ninguna  mas  íntima  y  mas  reveladora  de  su  alma;  pero  lo  que 
le  da  mayor  ínteres  todavía,  es  la  circunstancia  de  ser  escrita  en  el  vigor  de  la 
vida  y  en  el  momento  mas  alto  de  la  ambición,  cuando  es  llamado  á  desempeñar 


MEMORIAS  287 

el  puesto  (íonde  anhela  hacer  buena  sus  teorías  y  ha  de  dar  el  supremo  impulso 
á  su  patria,  que  cree  preparada  para  el  progreso  7  « terminado  el  grande 
noviciado». 

Viene  de  los  E¿,tados  Unidos  á  presentarse  en  la  escena  política,  dudando  del 
éxito  de  su  candidatura  y  solo  por  los  honores  que  le  prodigan  en  el  camino 
llega  á  creer  que  será,  en  en  efecto,  presidente  de  la  República  Argentina.  Su 
alma  heroica  no  vacila  un  momento,  ni  pierde  de  vista  que  tantos  esfuerzos  no 
son  sino  para  conquistar  una  gloria  á  largo  plazo,  sin  recompensa  inmediata ; 
pero  sabe,  ve  y  palpa  el  porvenir  y  entonces... «haré  que  no  muera,  sin  que  otra 
«  falange  de  amigos,  de  entusiastas,  me  acompañe  al  sepulcro.  Oh  1  Magdalena  ! 
«  te  levantaras  la  primera  á  preparar  el  cadáver  querido  para  el  reposo  eterno. 
M  Si  hay  detras  la  iLmortalidad  de  la  gloria,  las  lágrimas  están  demás»...  (El  Editor} 

Ma  vie  est  un  combat 

Beaumarchais . 

Mi  vida  es  un  largo  viaje,    ¿Llegaré? 
•  Sarmienlo. 


Pidióme  Vd.  las  impresiones  de  viaje  en  mi  excursión 
á  Francia,  Dedicóle  las  que  iré  sintiendo  á  medida  que 
me  acerco  á  mi  patria  y  con  la  esperanza  se  aviva  el 
deseo  de  verla. 

¿Quejóse  Vd.  de  no  haber  satisfecho  su  deseo?  Olvidaba 
que  aun  estaban  sangrando  profundas  heridas  de  mi  co- 
razón, y  mi  ánimo  no  estaba  despejado  aun  de  amargos 
recuerdos.  La  exhibición  de  París,  por  otra  parte,  no 
podía  considerarse  en  una  carta,  sin  perder  la  variedad 
de  formas  y  objetos  que  constituían  su  magnificencia. 
Mil  plumas  teníanla  por  delante,  y  la  mía  habría  sido 
la  menos  adecuada  para  describirla.  Para  hacerlo  con 
acierto,  ella  sola  debía  llenar  el  cuadro,  sin  que  el  artista 
apareciese  en  la  escena. 

En  este  viaje  que  me  propongo  describir,  el  viajero  solo 
es  el  protagonista;  y  dedicado  á  Vd.  sola  su  lectura,  dale 
la  seguridad  que  para  llevar  á  cabo  la  idea,  á  toda  hora 
del  día  ha  de  estar  presente  Vd.  en  mi  memoria.  Viviré, 
pues,  anticipadamente  en  su  presencia,  y  cada  escena 
que  describa,  tendrá  á  Vd.  como  espectador,  complacida 
acaso  de  recibir  este  diario  tributo. 

HOMEWARDS   (Á  TU   TIERRA   GRULLO ) 

Mi  regreso  á  la  patria  estaba  ya  de  largo  tiempo  resuelto. 
Cue.stion  de  oportunidad  solamente,  que  una  carta  resol- 
vió.    Desde  que  la  hube   recibido,   empezaron  los  prepa- 


2S8  ORKAS    1)8   «AKMIBNTO 

rativos  de  viaje,  dando  disposiciones  para  ternoinar  tra- 
bajos comenzados  y  cortar  ciertos  hilitos  que  nos  ligan 
á  un  país,  después  de  un  tiempo  de  residencia. 

Tan  ancho  es  el  círculo  en  que  nuestra  vida  se  mueve 
en  este  país,  que  el  solo  despedirse  de  los  amigos,  es  ya 
cuestión  seria.  Téngolos  en  Chicago»  Cambridge,  Was- 
hington, Lancaster,  á  tres  rumbos  opuestos  y  á  cente- 
nares de  leguas. 

Pero  tengo  ademas  una  tierna  y  constante  amiga  á 
quien  quería  ver  en  todo  su  atractivo,  por  si  no  vuelvo 
á  verla  mas.  La  naturaleza,  tan  bella,  tan  risueña  de  los 
Estados  Unidos.  Fui  á  despedirme  del  Hudson,  para 
decir  adiós  con  la  mano  á  cada  una  de  sus  pintorescas 
vistas.  Quise  sentir  el  terror  de  la  Cascada  del  Niágara, 
aunque  solo  por  un  minuto  fuese;  y  como  mi  última 
visita  al  oeste  había  sido  en  invierno,  envuelto  en  las 
frías  sábanas  de  nieve,  quedaba  estereotipada  esa  ima- 
gen, si  no  iba  á  refrescarla,  engalanada  con  la  verde 
vestidura  de  la  primavera. 

Chicago 

Así  llegué  á  Chicago.  Vi  la  ciudad  hercúlea  en  mo- 
mento escogido.  Preséntaseme  ahora  en  mis  recuerdos, 
coronada  y  ceñida  de  luces,  cual  la  vi  en  uno  de  sus 
días  de  gala. 

Cada  día  Chicago  toma  mas  y  mas  el  rango  de  centro 
y  capital  de  los  Estados  Unidos.  La  gran  convención 
republicana  para  nombrar  presidente  reunióse  allí.  Hánse 
reunido  varios  que  llamaremos  concilios  religiosos  y 
están  citados  en  agosto  quinientos  hombres  de  ciencia, 
de  la  asociación  que  tiene  por  objeto  promoverla  y  de 
que  soy  miembro  honorario. 

Llegaban  á  la  sazón,  de  Wurtemberg,  Viena,  Francfort, 
Berlín  y  de  cada  ciudad  de  los  Estados  Unidos,  por  cen- 
tenares y  por  millares,  los  alemanes,  para  celebrar  una 
Sangerfest.  Mil  quinientas  voces  ejecutaron  una  de  esas 
composiciones  musicales  que  han  constituido  la  nacio- 
nalidad  alemana. 

Ni  la  lengua  servía  de  vínculo  á  los  pueblos  separados 
por    reyes,   emperadores,  obispos,   abades,   electores  que 


MEMORIAS  289 

los   dividieron    como   rebaños.    Hay  alto  y  bajo  alemán, 
alemán  del  sur  y  del  norte. 

¿Dónde  está  la  nacionalidad  alemana?  Ni  en  Prusia, 
ni  en  Austria,  aunque  la  preparó  la  Grande  Opera  de 
Sadowa  con  acompañamiento  de  mil  cañones.  La  mú- 
sica, pueSj  fué  el  órgano  nacional  de  los  alemanes;  y  en 
América,  la  música  y  la  cerveza  son  signo  de  reconoci- 
mie/ito.  Este  concierto  monstruo  de  Chicago,  con  los 
delegados  de  Europa,  presentaba  el  mas  solemne  espec- 
táculo. Los  antiguos  tuvieron  sus  solemnidades  pare- 
cidas, en  los  templos  únicos  de  un  culto.  Una  calle 
-State  Street,  estaba  decorada  de  verdura  para  darles  la 
bienvenida. 

Chicago  es  célebre  por  su  cerveza,  y  el  partido  repu- 
blicano en  Nueva  York  perdió  50.000  votos  alemanes, 
por  haber  prohibido  beber  el  día  domingo.  ¡Cuánta 
cerveza  bebieron  40.000  alemanes  en  tres  dias!  Yo  iba 
con  mi  secretario  á  las  once  de  la  noche  á  un  Lagger 
beer  house  á  tomar  mi  modesta  parte  en  la  alegría  gene- 
ral. La  última  noche  hubo  procesión  de  antorchas, 
cuarenta  mil  luces  en  columna,  iluminando  banderas, 
inscripciones,  emblemas.  Había  visto  los  torrentes  de 
lava  del  Vesuvio.  Este  es  un  torrente  de  cosa  humana, 
con  puntos  de  fuego,  que  cuando  se  mira  por  delante 
ó  por  detras  de  la  columna,  se  unen  y  presentan  una 
superficie  de  fuego.    La  via  láctea  es  pálida  y  está  lejos. 

Con  esta  ardiente  imagen  de  Chicago,  se  despierta  en  mi 
memoria  otra  fantástica,  única,  que  está  gravada  en  ella 
cincuenta  y  cuatro  años  ha.  Ni  el  tiempo,  ni  la  reflexión 
lá  alteran.-  Hombre  maduro,  solía  decir  en  mi  familia:  — 
Yo  he  visto  cuando  niñito,  un  pozo  de  donde  millares  de 
luciérnagas  acudían  y  descendían  á  la  prima  noche.  Era 
en  el  campo,  en  un  gran  paseo  á  caballo  y  alguien  me 
llevaba  por  delante. — Sacando  la  cuenta  mi  madre,  de  la 
época  en  que  mi  padre  tuvo  una  chacra  de  trigo  y  hubo 
en  efecto  un  gran  paseo,  llegando  la  comitiva  á  esa  hora, 
se  averiguó  que  el  niño  había  por  la  primera  vez,  á  la 
edad  de  dos  años  y  medio,  visto  las  luciérnagas,  aunque 
•el  pozo  fuese  una  ilusión  ó  un  error  del   recuerdo. 

Chicago  queda  ahora  al  lado  de  aquella  imagen. 

Tomo  xlix.— 19 


20O  OBKAS   UK     SARMIENTO 


Ann  Arbor 


Habíamos  prometido  hallarnos  en  el  commencement  de  la 
Universidad  de  Michigan.  El  34,  terminados  los  previos 
ejercicios,  la  comitiva  de  profesores,  estudiantes  y  convi- 
dados se  dirigió  á.  un  templo  preparado  al  efecto;  en  la 
plataforma,  el  presidente  tenia  á  la  izquierda  al  general 
Pope  y  la  derecha  me  estaba  designada  á  mí.  Entre  los 
nombres  de  los  que  recibían  el  grado  de  doctor  en  leyes, 
fué  pronunciado  el  mío  por  el  presidente,  con  ui]  breve 
discurso  en  que  hacía  valer  mis  buenos  servicios  á  la 
causa  de  la  educación  en  la  América. — Recuerdo  que  en 
Chile  durante  quince  años,  y  en  mi  país  en  ocho,  mi  nom- 
bre no  aparece  en  los  documentos  públicos. 

Yo  soy  un  antiguo  conocido  de  la  universidad  de  Michigan 
y  su  biblioteca  contiene  media  docena  de  mis  escritos. 
Soy,  pues,  doctor,  como  Longfeliow,  John  Stuart  Mili,  y 
otros  que  lo  eran  cada  uno  en  su  ramo.  Si  de  leyes  sobre- 
educación  se  trata  y  de  tierras... 

Cambridge 

En  otro  trip  hice  una  excursión  á  Boston.. .  Era  la  semana 
santa  de  la  Nueva  Inglaterra,  en  que  se  reúnen  todas  las 
sociedades  filantrópicas  y  religiosas,  á  darse  cuenta  de  loa 
trabajos  del  año,  á  cobrar  nuevos  bríos  para  la  obra  del 
año  que  principia. 

No  sé  de  pueblo  que  tenga  esta  práctií^a.  El  corazón 
está  esos  días  henchido,  los  ojos  de  todos  parece  que 
brillan  con  el  fuego  sagrado  que  excitan  los  informes 
leídos,  los  discursos,  exhortaciones  y  sermones  que  sa 
pronuncian  en  cada  iglesia,  salón,  teatro  ó  lugar  adecuado. 
Los  diarios  traen  largas  listas  de  los  meetings  que  tienen 
lugar  ese  día  y  las  devotas  corren  de  un  lugar  á  otro 
para  saciarse  de  bellos  discursos,  de  la  relación  de  bellas 
cosechas  de  obras   de  caridad. 

Un  día  se  rpune  la  asociación   infantil  para  mejora   de 
los  niños.    ¡Qué  ingenioso!    Los  niños  de  casas  pudientes, 
como   habían    de  jugar  á   las   muñecas  ó   á  la    pandorga 
juegan  á   los  meetings  y  k  las   sociedades    filantrópicas. 
El  objeto  es  colectar  suscriciones  y  ropas  para  los  niños 


MEMORIAS  291 

pobres  y  darles  educación.  Nómbrase  presidente  y  secre- 
tario, se  reglamentan,  tienen  comisiones,  contaduría,  infor- 
me anual  y  fiesta  y  baile.  Han  aprendido  las  prácticas 
de  sus  mayores,  pronunciado  speechs^  seguido  un  propósito 
útil,  divertídose,  y  los  niños  pobres  ganan  en  ello.  ¿Quién 
hay  mas  rico  que  un  niño  hijo  de  madre  acomodada?  Si 
tiene  abuela  será   un  Creso. 

Estoy  invitado  á  la  comisión  de  los  «Unitarios»,  cuyo 
órgano  es  el  Liberal  Christian.  Su  objeto  es  reunir  todas 
las  disidencias  en  una,  que  las  contiene  á  todas,  la  caridad 
cristiana.  Yo  le  había  prometido  hace  veinte  años  á  esta 
secta  el  porvenir;  y  lo  saben  ellos. 

Pero  al  día  siguiente,  uno  de  los  editores  de  El  Radical 
va  á  mi  hotel,  para  hacerme  tomar  parte  en  los  ejercicios 
del  ala  izquierda  de  los  liberales.  Estos  van  mucho  mas 
allá  de  todo  cuanto  habia  esperado.  Seis  predicadores  se 
suceden  ante  una  numerosa  audiencia,  la  mayor  parte  de 
señoras.  Nosotros  no  somos  cristianos,  dice  devotamente 
uno  de  ellos.  Somos  solo  hombres  en  comunicación  con 
Dios  nuestro  padre  común,  sin  intermediarios.  Jesús  llenó 
su  grande  misión,  en  proporción  de  su  época  y  al  desa- 
rrollo de  la  humana  inteligencia.  La  doctrina  no  está  hoy 
en  armonía  con  los  datos  de  la  ciencia  y  su  obra  no  ha 
podido  en  diez  y  ocho  siglos  afectar  ni  modificar  sino  á 
una  pequeña  parte  de  la  humanidad.  Somos  mas  felices 
que  nuestros  hermanos  de  otras  sectas.  No  aborrecemos 
á  nadie  por  causa  de  Jesús.  Cuatrocientos  millones  de 
chinos,  todos  los  pueblos  del  mundo,  están  en  Dios,  en 
comunicación  con  nosotros.  Sus  religiones  son  vestidos 
de  otro  color  que  el  nuestro,  pero  que  cubren  mas  ó  menos 
perfectamente  la  desnudez  de  las  carnes... 

Seis  sermones  á  la  tarde  y  otros  seis  á  la  noche,  com- 
pletaron los  ejercicios.  Yo  asistí  á  todos,  admirando  este 
profundo  sentimiento  religioso  que  mantiene  en  actividad 
la  mente  y  el  corazón  de  este  pueblo.  Nosotros  ni  cristianos 
somos.  Convenido  como  está  que  hemos  nacido  católicos 
y  que  fuera  del  jirón  de  la  Iglesia  no  hay  salvación,  des- 
cansamos en  la  dulce  y  consoladora  esperanza  de  que  todos 
los  demás  se  condenarán.  Ay!  son  mil  millones  de  seres 
humanos  los  que  no  entran  en  la  geografía  católica:  cues- 
tión de  geografía  la  salvación. 


292  OBRA-S   DB   SARMIENTO 

En  Cambridge,  fui  visitado  por  el  Rev.  Hiil,  presidente 
de  Harvard  College,  el  profesor  Gould,  Waldo  Emerson,  el 
otro  Emerson  el  filósofo,  doctor  Alien,  del  Christian  Examiner 
y  varias  damas  y  caballeros  invitados  á  un  té  de  despedida 
por  Mrs.  Mann. 

Boston  y  Cambridge  quedan,  pues,  como  Chicago,  coro- 
nados de  luces  en  esta  última  prueba  del  estereotipo. 

Washington 

Tenía  que  despedirme  del  Presidente  por  escrito,  ya  que 
no  tengo  carta  de  retiro.  A  Mr.  Seward  dije  lo  que  nece- 
sitaba para  satisfacerlo  por  no  haber  residido  en  Washington 
Si  la  misión  de  un  diplomático  es  cultivar  las  buenas  rela- 
ciones, yo  he  llenado  la  mia  con  superabundancia.  No  se 
estima  lo  que  no  se  conoce;  y  yo  he  consagrado  el  dinero 
que  otro  habría  invertido  en  comidas  y  carruaje,  en  recorrer 
los  Estados  Unidos,  estudiar  sus  instituciones,  visitar  sus 
establecimientos  públicos,  mezclarme  con  su  pueblo,  mien- 
tras el  cuerpo  diplomático  juega  al  tresillo  en  Washington- 
No  solo  los  ministros  europeos  ignoran  lo  que  son  los 
Estados  Unidos,  después  de  diez  años  de  residencia,  sino 
que"  los  de  Sud-América  no  vuelven  mas  adelantados. 

Yo  haré  conocer  este  país  en  el  mió  y  sus  relaciones 
serán  siempre   simpáticas. 

Como  era  de  esperarlo,  visité  á  Henry  Barnard  en  el  De- 
partamento de  Educación.  Mis  cartas  al  Senador  Sumner, 
la  primera  pedida  por  él,  la  segunda  sugerida  por  la  ins- 
pección de  los  preciosos  documentos  que  va  á  publicar  el 
Departamento,  si  tienen  el  éxito  que  Barnard  y  Sumner 
le  auguran,  habrán  salvado  esta  institución  en  Norte 
América  y  héchola  productiva  de  bien  en  la  del  Sur. 
Llegarále  á  cada  nación  de  las  nuestras  un  cajón  de  libros 
que  yo  les  mando  y  harán  de  ellos  lo  que  han  hecho  de 
Ambas  Américas;  predicar  en  desierto. 

Encontré  al  ministro  Matías  Romero  de  Méjico,  que  me 
contó  cómo  el  Ministro  de  lutruccion  Pública  de  su  país, 
había  prometido  subscribirse  á  ¡cuatro  ejemplares!  de 
aquella  publicación  para  todo  Méjico;  pero  que  ya  estaba 
arreglado  con  Juárez  que  serían  200.  La  cebada  al  rabo! 
—  Dígale   que  soy    mas  rico   que  Méjico,  pues  he  podido 


MEMORIAS  293 

gastar  tres  mil  duros.  Que  lea  el  artículo  que  le  consagro 
y  donde  le  hago  la  justicia  de  reconocer  qué  clase  de 
borrico  había  de  ser  el  tal  ministro  de  instrucción. 

Las  santas  mujeres 

En  Paris  compré  una  copia  de  la  Venus  de  Milo  en  cuya 
base  puse  esta  inscripción : 

Á   LA   grata  memoria    DE  TODAS    LAS    MUJERES   QUE   ME   AMARON 
Y   AYUDARON   EN  LA    LUCHA   POR    LA   EXISTExNClA 

La  Venus  de  Médicis  es  todo  amor;  la  da  Milo  es  la 
mujer  pronta  á  ser  madre  ó  amante,  pues  solo  enseña  su 
seno,  y  su  fisonomía  es  grave,  como  si  sintiera  la  idea 
del  deber. 

Hay  las  Mujeres  de  la  Biblia,  hay  las  de  Shakespeare,  ó 
de  Goethe.  ¿Por  qué  no  he  de  tener  para  mí  las  Mujeres 
de  Sarmiento'?  no  porque  yo  las  haya  creado  al  grado  de 
mi  fantasía,  sino  porque  todas  ellas  me  cobijaron  bajo  el 
ala  de  madres,  ó  me  ayudaron  á  vivir  en  los  largos  años 
de  prueba. 

Mi  destino,  hánlo  desde  la  cuna,  entretegido  mujeres, 
casi  solo  mujeres,  y  puedo  nombrarlas  una  á  una,  en  la 
serie  que,  como  una  cadena  de  amor,  van  pasándose  el 
objeto  de  su  predilección. 

Mi  madre!  Su  sombra  está  hoy  aquí  presente.  Mis.  Mann 
la  ha  evocado  para  que  me  propicie  el  sentimiento  reli- 
gioso de  los  Estados  Unidos. 

Fué  mi  madrina  de  baustimo  doña  Paula  de  Oro  y  mi 
protectora.  Niño  pequeño,  acompañándola  en  las  calles, 
me  contaba  las  grescas  que  tenia  con  una  perra  tía  mía 
que  me  malquería.  Ella  fué  el  intermediario,  llevándome 
á  vivir  á  su  casa,  para  que  el  clérigo  Oro,  su  hermano, 
me  educase,  desenvolviendo  la  facultad  de  pensar  que  á 
sus  lecciones  debo. 

Cuando  salí  de  sus  manos,  recibióme  doña  Angela  Salcedo 
que  ni  mi  pariente  era;  pero  que,  viuda  de  don  Soriano 
Sarmiento,  me  entregó  una  casa  de  comercio  que  el  finado 
tenía  preparada  para  ayudarme  y  darme  ocupación  en  la 
vida.    Su  hijo,  Domingo   Soriano,  á  los  40  años  de  edadj 


294  OBRAS   DE   SARMIENTO 

esposo  feliz,  padre  de  una  hija  única  ya  casada,  vecino 
rico,  se  suicidó  á  la  sola  idea  de  que  su  tocayo,  que  su  maestro, 
pudiese  creerlo  mal   ciudadano. 

La  Manso,  á  quien  apenas  conocí,  fué  el  único  hombre  en 
tres  ó  cuatro  millones  de  habitantes  en  Chile  y  la  Argentina 
que  comprendiese  mi  obra  de  educación  y  que  inspirán- 
dose en  mi  pensamiento,  pusiese  el  hombro  al  edificio  que 
veía  desplomarse.  ¿Era  una  mujer? 

Hay  otra  que  ha  dirigido  mis  actos  en  política;  montado 
guardia  contra  la  calumnia  y  el  olvido;  abierto  blandamente 
puertas  para  que  pase  en  mi  carrera.  Jefe  de  Estado  Ma- 
yor, Ministro  acaso;  y  en  el  momento  supremo  de  la  am- 
bición, hecho  la  seña  convenida,  para  que  me  presente  en 
la  escena  en  el  debido  tiempo.  (*) 

Otra  hay,  y  esta  llena  dolorosamente  el  fondo  de  la  exis- 
tencia; volcan  de  pasión  insaciable,  inextinguible,  el  amor 
en  ella  era  un  veneno  corrosivo  que  devoraba  el  vaso  que 
lo  contiene  y  los  objetos  sobre  los  cuales  se  derrama. 
iDios  le  habrá  perdonado  el  mal  que  hizo,  por  el  que  se 
hizo  á  si  misma,  por  el  exceso  de  su  amor,  sus  celos,  su 
odio! 

¡Extraño  fenómeno!  Desfavorecido  por  la  naturaleza  y 
la  fortuna,  absorto  desde  joven  en  un  ideal  que  me  ha 
hecho  vivir  dentro  de  mi  mismo,  descuidando  no  solo  los 
goces,  sino  hasta  las  formas  convencionales  de  la  vida  civi- 
lizada»  desde  mis  primeros  pasos  en  la  vida  sentí  casi 
siempre  á  mi  lado  una  mujer,  atraída  por  no  sé  que  mis- 
terio, que  me  decía,  acariciándome:  adelante,  llegarás. 

Debe  haber  en  mis  miradas  algo  de  profundamente  dolo- 
rido que  excita  la  maternal  solicitud  femenil.  Bajo  la 
ruda  corteza  de  formas  desapacibles,  la  exquisita  natura- 
leza de  la  mujer  descubre  acaso  los  lineamientos  generales 
de  la  belleza  moral,  ahí  donde  la  física  no  se  mues- 
tra. 

No  me  jacto  de  amores,  ni  de  buenas  fortunas. 

Una  mujer  jugando  á  las  visitas  con  las  muñecas,  es  ya 
madre  ó  amante  y  antes  de  ser  e-n  realidad  la  última,  era 
lo  otro  en  espíritu  y  afección.    ¿Porqué  una  joven  virtuosa 


( 1 )    La  misma  á  quien  dirigía  estas  páginas  y  de  quien  habla  en  la  pág.  a«5  de 
este  volumen.    ( N.  del  E.  ) 


MKMOKIAS  295 

arna  á  un  calavera?  Es  la  madre  la  que  ama,  esperando 
curar  la  dolencia,  con  sus  cuidados.  ¿Por  qué  una  beldad 
ama  á  un  hombre  feo?  Por  que  lo  ve  oprimido,  y  sale 
valientemente  á  su  defensa.  Una  mujer  es  madre  ó  aman- 
te, nunca  amigo,  aunque  ella  lo  crea;  si  puede  amar,  se 
abandona  como  un  don  ó  un  holocausto.  Si  no  puede, 
física  ó  moralmente,  proteje,  vigila,  cria,  alienta  y 
guía. 

Mrs.  Mary  Mann 

Esta  es  la  encarnación  del  amor  materno.  Ha  dejado  á 
su  esposo  Horacio  Manu,  cristalizado  en  la  estatua  de 
bronce  que  decora  el  frente  del  State  Hall  de  Boston. 
Puede  vivir  tranquila,  no  será  olvidado  jamas,  y  su  excelsa 
gloria  no  necesita  de  su  patrocinio. 

Conocila  en  1847,  época  en  que  me  sirvió  de  intérprete 
para  entenderme  con  su  marido.  Renové  mi  relación  con 
motivo  de  la  inauguración  de  la  estatua.  Teníamos,  pues, 
-un  objeto  común  de  adoración.  Era  preciso  ayudarme  á 
sacar  la  tarea  que  á  mi  me  cupo  en  suerte  y  ella  puso 
mano  á  la  obra.  Su  vida,  desde  entonces,  se  liga  á  la  mía, 
aunque  no  nos  veamos  mas  que  dos  ó  tres  días  una  vez 
cada  año.  Su  correspondencia  es  numerosa  y  las  ramifi- 
caciones de  su  afecto  abrazan  á  la  República  Argentina, 
porque  yo  la  amo,  á  la  Manso,  porque  me  ama  á  mi,  á  mi 
hija  porque  murió  Domin güito,  cuyo  retrato  está  sobre 
su  mesa  y  es  adornado  de  guirnaldas  de  flores  cuando 
voy  á  verla. 

Donde  quiera  que  vaya,  encontraré  amigos  que  su  soli- 
citud me  ha  deparado;  y  si  algo  publico,  las  revistas,  los 
diarios  hablarán  del  libro,  y  yo  sorprenderé  en  un  artículo 
de  diario  una  frase  que  es  tomada  de  una  carta  mía  á  ella. 
Es,  pues,  suyo  ese  esci'ito. 

iiYour  glorious  iiitroduction,  me  escribió  de  la  de  Lincoln 
¿pero  quien  es  usted  que  así   comprende  nuestras  cosas? 

Tradujo  esa  introducción,  no  sé  si  para  publicarla,  pero 
seguramente  para  tener  el  gusto  de  traducirla.  Traduci- 
ría mis  Viajes,  si  estuviera  yo  seguro  de  que  fuesen 
■leídos. 

A\  fin,  emprende  la  tarea  mas    desesperada,  cual  era 


296  OBKAS    UB   SAKMIIÍNTO 

escribir  mi  biografía.  ¡Cuántas  molestias  le  hubiera  cos- 
tado! sí,  como  me  lo  dice  en  una  carta,  no  encontrase  en 
ello  su  propia  complacencia.  Su  plan  primero  era  la  his- 
toria de  mis  trabajos  sobre  educación,  para  lo  que  le 
suministré  copiosos  datos,  contenidos  en  libros  y  publica- 
ciones del  género. 

Quiso  mas  tarde  abrazar  la  vida  política  y  tuvo  que  reha- 
cer los  apuntes.  Mándele  al  fin  «Recuerdos  de  Provincia», 
y  entonces  me  escribió:  «Por  fin  lo  tengo  todo  entero  y  lo 
comprendo.»  Invitóme  una  vez  á  revisar  sus  ai)untes,  y 
cual  fué  mi  pena  al  ver  en  ellos  materia  para  un  grueso 
volumen.  ¿Gomo  decirle  que  habla  extractado,  traducido, 
redactado  demasiado?  Tomé  conmigo  los  papeles,  pretex- 
tando ser  con  urgencia  llamado  de  Nueva  York,  y  allí,, 
rehaciendo,  podando,  cercenando,  mutilando  sin  piedad, 
dejé  lo  necesario  para  un  bosquejo,  única  forma  en  que 
podía  introducirse  tan  indiferente  asumo  á  un  público 
desapasionado. 

Debió  llorar  sobre  los  despojos  de  su  obra,  tan  sentidas, 
son  sus  posteriores  cartas,  reclamando  restablecer  trozos 
que  reputa  característicos  é  interesantes.  Pedíame  gracia 
por  la  Toribia  y  Ña  Cíeme  que  eran  episodios  interesantí- 
simos. Benavides  debía  entrar  en  escena,  aunque  fuese 
solo  para  mostrar  los  comienzos  de  la  vida  pública.  Hechas 
las  concedidas  reparaciones,  el  librero  editor  del  Facundo 
que  cuida  ante  todo  del  tamaño  del  libro  en  relación  al 
precio  de  venta,  concedía  solo  ochenta  páginas  de  biogra- 
fía. La  lucha  fué  larga,  hasta  que  al  fin  obtuvo  doce  mas, 
seducidos  los  libreros,  de  ordinario  insensibles,  por  el 
entusiasmo  de  la  autora,  acaso  por  el  interés  dramático  ó 
novelesco  que  ha  dado  al  personaje. 

Si  la  vida  de  Quiroga  tiene  éxito,  y  se  lo  prometen  los 
editores  de  varias  revistas  que  recibieron  pruebas,  deberáse 
al  esfuerzo  y  talento  de  la  introductuia,  que  ha  sabido 
interesar  al  público  é  iniciarlo  en  las  cuestiones  de  la 
América  del  Sur,  «Procuro,  me  dice  en  una  carta,  separar 
á  la  República  Argentina,  y  lo  lograré,  de  lAinasa  de  South 
América  sobre  la  cual  recae  el  desprecio  ó  la  indiferencia 
de  mis  compatriotas.»  Las  cartas  á  Sumner,  ella  las  ha 
agregado  al  fin  de  la  obra,  como  justificación. 

La  víspera  de  mi  partida,  recibí   la  carta   de  despedida 


MIVMORIÍ.S  297 

que  acompaño  en  ingles,  por  no  perturbar  la  sublime  fas- 
cinación que  revela. 

Su  amor  de  madre  la  eleva  á  la  altura  de  Cornelia 
«No  es  usted  para  mi  un  hombre,  sino  una  nación» — «si 
los  pueblos  no  fueran  perfectibles,  la  creación  seria  un 
absurdo  y  Dios  un  mito» — son  pensamientos  inspirados 
por  una  fuerte  convicción  ó  una  grande  esperanza  y  fe  en 
los  destinos  humanos. 

He  aquí  la  carta.  (*) 

Mrs.  Ida.  Wickersham 

Mi  intimidad  con  esta  linda  dama  ha  sido  casi  impuesta 
por  una  especie  de  fatalidad  feliz.  Es  mi  maestra  de 
inglés,  enseñado  en  interminables  coloquios,  provocados 
expi^üfeso  para  enseñarme  á  hablar.  Las  mujeres  se 
deleitan  en  enseñar  á  los  niños  á  balbucear  la  lengua 
materna;  y  un  extranjero  apenas  puede  expresarse,  es 
una  especie  de  niño,  cualquiera  que  su  rango  y  edad  sea. 
Cuando  me  jactaba  de  llegar  á  hablar  correctamente  el 
ingles,  me  decía:  seria  una  lástima,  es  tan  agradable  el 
acento  extranjero! 

Es  Mrs.  Ida  esbelta,  pálida  y  casi  morena,  tipo  rarísimo 
entre  americanas  del  norte  y  acusa  la  sangre  francesa 
(De  Lacey)  que  corre  por  sus  venas. 

«Su  amabilidad,  me  escribía  Miss  Lucy  Smith  ó  mas 
bien  su  queenly  beaiity  me  habían  ganado  el  afecto  desde 
que  la  vi».  Belleza  de  reina  expresa  bien  la  idea,  pues 
es  el  tipo  de  belleza  de  la  edad  media,  antes  que  Rafael 
hubiese  introducido  en  las  madonas  las  mas  bellas  for- 
mas griegas.  Su  frente  es  irreprochable  y  el  tocado  que 
usa  muestra  que  sabe  hacerlas  valer.  Dice  en  confianza, 
que  cuando  jovencita  la  llamaban  the  Prairy  queen,  la 
reina  de  la  pradera;  y  basta  asistir  á  la  Opera  de  Chicago 
para  cerciorarse,  por  la  falta  de  distinción  que  caracteriza 
á  una  población  nueva,  que  el  epíteto  no  era  mal  em- 
pleado. 


(1)  Desgraciadamente  el  autor,  que  ha  dejado  en  blanco  el  espacio  para  transcri- 
birla, se  ha  olvidado  de  hacerlo  y  la  carta  no  se  ha  conservado;  pero  las  de 
Mrs,  Mana  insertas  en  el  Tomo  XIX  pág.  280  y  286  darán  una  idea).    (N.  del  E.) 


298  ÜBRA.S    OK    SAKMIKNTO 

Creeriánla  siempre  una  dama  española  ó  habanera,  y 
en  cualquiera  situación  denunciarían  la  dama  sus  formas 
y  porte  aristocrático.  Por  lo  demás,  es  la  mujer  mas 
mujer  que  he  conocido,  y  jurara  que  me  amaba  en  el 
fondo  de  su  corazón,  si  no  estuviese  seguro  de  que  mis 
años  y  posición  le  permitían  abandonarse,  sin  las  reservas 
de  su  sexo,  á  la  confianza  que  inspira  un  confidente. 
Hoiü  do  yo  like  it?  era  la  femenil  pregunta  á  cada  cosa, 
sombrerillo  picaresco,  una  cinta,  un  collar  que  me  mos- 
traba por  la  primera  vez.  Ofrecila  tomar  un  retrato,  y 
en  dos  cartas  y  de  palabra  mas  tarde  quiso  saber  si  lo 
había  hecho,  pues  su  interés  era  vivísimo  por  saberse 
preservada  en  imagen. 

Lee  admirablemente  y  no  obstante  admirar  ese  talento 
que  le  hacía  ejercitar,  dos  horas  después  de  haberme  leído 
no  sé  que  ocurrencia  de  diario,  reflexioné  que  me  había 
leído  y  no  contado  el  caso,  tal  era  la  impresión  que 
conservaba. 

Su  marido,  el  Dr.  Wickersham,  es  tan  lindo  y  joven, 
como  ella,  y  médico  de  cierta  clientela  en  Chicago,  donde 
se  ha  establecido  definitivamente.  Entre  700  maestros 
reunidos  en  Hew  Haven,  llamóme  uno  la  atención  por  la 
nobleza  y  dulzura  de  sus  facciones,  y  por  su  porte,  fué 
él  el  primero  en  acercárseme.  Encontrámosnos  en  Was- 
hington; volvimos  á  vernos  en  Indianópolis.  Era  el  prof. 
Wickershan,  hoy  superintendente  en  Pensylrania.  De 
allí  hicimos  viaje  juntos  á  Chicago  é  introdújome  á  su 
hermano  y  señora.  Diez  díaz  comimos,  cenamos  y  almor- 
zamos los  cuatro  juntos,  lo  que  da  treinta  lecciones  de 
inglés,  pues  esta  era  la  vez  primera  que  me  aventuraba 
á  hablarlo. 

Seis  meses  después  remitía  á  Lancaster  al  profesor  el 
primer  número  de  Ambas  Américas,  contestándome  con 
una  invitación  á  visitarlo  en  verano,  ya  que  encontraría 
allí  á  Mr,  Wickershan.  Prometiles  aceptar  la  invitación, 
de  regreso  de  Francia,  para  donde  tenia  tomado  pasaje 
y  de  vuelta  estuve  ocho  días  en  Heart  Grove.  Ocho  días 
importaron  cuatro  volúmenes  de  conversación,  pues  llo- 
viendo constantemente,  la  sociedad  se  tenia  bajo  techo. 

Formaban  parte  de  elia  Mrs.  Wabtson,  dama  de  corta 
que   había    viajado  y  conservaba    parientes  en  Francia  ó 


MEMORIAS  299 

Inglaterra  y  otras  señoras,  esposa  de  un  general  una,  de 
un  sabio  otra.  Entre  todos  formábamos  lo  que  se  llamó 
el  Pickwick  Club,  motivo  de  inoeente  alegría  y  animación 
para  todos. 

Sugirióme  la  idea  de  un  viaje  en  invierno  á  Chicago 
para  gozar  de  espectáculo  para  mi  nuevo,  y  sus  continuas 
instancias  y  las  de  su  marido,  me  hicieron  emprenderlo. 
Fué  aquella  una  temporada  de  movimiento  y  felicidad 
la  mas  completa  y  activa  que  haya  tenido  en  los  Estados 
Unidos,  aunque  no  hubiese  cabido  en  suerte  á  mi  amiga 
proporcionarme  los  mejores  ratos,  pues  luego  sin  ser 
sustituida,  partieron  con  ella  sus  cuidados. 

Mrs.  Kate  N.  Dogget 

No  bien  hube  llegado  á  Chicago,  una  dama  me  hizo 
pedir  una  entrevista.  Había  recibido  carta  de  dos  amigas 
de  Cambridge  (aquellas  para  quienes  pedía  alojamiento 
en  la  quinta  del  Dr.  Velez,  de  paso  para  San  Juan), 
recomendándome  especialmente  á  su  cuidado. 

Mrs.  Dogget  es  la  mas  cumplida  dama  de  Chicago; 
protectora  de  las  artes,  su  casa  es  el  rendez  vous  de  los 
extrangeros  de  distinción.  Una  invitación  á  comer  fué 
solo  prólogo  de  una  soirée  á  que  habían  sido  invitados 
cuantos  hombres  notables  cuenta  la  ciudad  naciente^ 
para  serme  presentados.  Una  soirée  musical,  tres  noches 
después,  me  mostró  el  Chicago  dilettante,  si  una  tempo- 
rada de  ópera,  no  me  hubiese  ya  iniciado  en  esta  fac- 
ción singular   de  la  singularísima  ciudad. 

Museos,  Universidad,  Escuelas,  todo  entraba  en  el  vasto 
programa  de  Mrs.  Dogget,  para  hacerme  los  honores  de 
la  ciudad  y  llenar  el-  encargo  de  sus  amigas.  ¿No  está 
sintiendo  en  todo  esto  la  mano  de  Mrs.  Mann?  Páselas 
pues,  en  contacto,  como  á  la  Wickersham  con  la  Dogget 
y  ahora  estas  dos  últimas  entre  sí;  cultivan  excelentes 
relaciones.  Ambas  han  estado  en  la  Habana,  y  conocen 
si  no  hablan  el  español,  conservando  la  última  tan 
agradable  recuerdo  de  la  hospitalidad  española,  que  no 
■cree  pagarla  ofreciendo  su  casa  á  cuantos  hablan  la 
lengua. 

Últimamente,   por    sus  cartas  recientes  después  de   mi 


300  OBKAS    ÜIC   SAKMIENTO 

regreso  de  Francia,  y  su  empeño  de  verme  antes  de- 
partir, acaso  para  siempre  para  mi  país,  tuve  ocasión 
de  volver  por  una  semana  á  Chicago  y  Micliigan  donde 
conocí   á 

Miss  LucY  L.  Smith 

Eista  niña  entra  como  un  relámpago  en  mi  existen- 
cia: y  sin  embargo,  á  su  conocimiento  accidental  se 
liga  el  título  de  doctor  acordado  por  el  consejo  universi- 
tario de  Michigan.  Mitre  había  prometido  encontrarla  en 
Ann  Arbor  y  á  esta  trivial  ocurrencia  se  debió  mi  pre- 
sencia accidental  en  el  acto  del  Commencemeut.  Al  pie  de 
un  retrato  que  me  pidió  escribí  de  lápiz: — D.  F.  SarmientOy 
L.  L.  doctor  de  par  la  grdce  de  Miss  Lucy  L.  Smith. 

Decía  de  la  Wickersham,  que  era  mujer  á  todas  horas 
Miss  Smith  es  la  mujer  yankee  en  todo  su  brillo,  un  tipo 
nuevo  en  el  mundo.  Contábame  un  ingles  que, invitado 
por  una  señorita  de  Nueva  York,  á  cuya  familia  había 
sido  recom.endado  para  llevarlo  al  teatro,  pasando  de 
regreso  por  Delmonico,  le  propuso  entrar  á  refrescar. 
Ella,  echando  mano  al  bolsillo,  le  respondió:  —  ¡cuánto  lo 
siento,  pero  he  dejado  mi  llave  de  la  calle  y  no  puedo 
entrar  tarde  sin  molestar  1 

Una  vez,  en  la  calle,  un  amigo  mío  codeó  intencional- 
mente  á  una  guapa  muchacha  que  venía  comiendo  ave- 
llanas. Dio  ésta  vuelta  en  el  acto,  y  le  plantó  una  en 
las  narices,  riéndosele  en  los  hocicos  y  preguntándole: 
How  do  you   like  this?    Estaban   á  mano. 

Miss  Smith  es  libre  como  las  mariposas  del  aire. 
Estaba  en  Washington  con  su  padre,  senador.  Allí  co- 
noció á  Mitre  y  se  aficionó  á  él.  Escribíale  después 
desde  su  residencia  en  Siracusa,  mandándole  su  retrato, 
¿por  qué  no  contesta  á  mis  cartas?  —  Mitre  decía:  porque 
tengo  miedo  de  que  dé  mas  valor  que  el  que  merece 
una  galantería. 

Miss  Lucy  había  mostrado  cariño  á  una  casa  en  que 
se  crió,  y  su  madre  se  la  compró  por  200.000  @.  Hija 
única,  su  padre  se  congratulaba  haber  vendido  medio 
millón  de  mercaderías  este  año.  Vaya  esto  por  la  ri- 
queza.   Su    educación  es  completa,  su  espíritu  muy  cul- 


MEMORIAS  301 

-tivado.  Pero  Mitre  estaba  comprometido  y  no  tenía  el 
valor  de  decírselo.  En  una  soirée  en  Aun  Arbor  vi  á  la 
pobre  niña,  ofreciendo  todas  las  facilidades  que  el  de- 
coro permite,  al  amigo  que  una  palabra  puede  trans- 
formar en  novio  feliz.  Después  de  pasar  tres  días  en 
paseos,  juego  de  crocket  y  fiestas,  ella  siguió  viaje  á 
Chicago  con  cartas  de  introducción  para  mis  amigos  allí 
y  nosotros  para  Nueva  York;  y  via  Rio  Janeiro  al  Wliite 
House,  según  me  lo  decia  ella  en  una  carta:  Mitre 
via  Panamá,  á  Lima  . . .  á  casarse!  Oh!  destino  humano! 
Solo  la  niña  feliz,  libre,  rica,  ha  visto  disiparse  la  ilusión 
de  un  momento 

Apuestos 

Solo  en  dos  situaciones  de  la  vida  pongo  en  ejercicio 
todas  mis  facultades  de  cuerpo  y  de  espíritu.  En  cam- 
paña y  en  viaje.  Mostrarme  superior  á  la  fatiga  en  un 
caso;  preveerlo  todo  en  el  otro,  hé  aquí  mi  vanidad  y 
mi  éxito.  Después  me  abandono  -á  la  pereza  y  dejo 
correr  la  vida  por    donde   le  dé    gana    ¡qué    me    importa! 

A  víspera  de  un  viaje,  soy  un  general,  un  ministro, 
un  empresario.  Nada  ha  de  quedar  por  hacerse  ó  arre- 
glarse, aun  lo  fantástico. 

Esta  vez,  no  tardan  las  órdenes  dadas  en  realizarse. 
Oracias  á  la  perfección  y  rapidez  de  el  Adams  Express^ 
empresa  millonaria  para  transportar  paquetes  y  enco- 
miendas, llegan  de  Providence  una  caja  de  vajilla,  de 
Cambridge  Civilización,  etc,  chorreando  agua  de  la  encua- 
demación. 

El  vapor  de  Río  Janeiro  trae  al  mismo  tiempo  correspon- 
dencia que  parece  adrede  para  resolver  dudas.  El  á^  y 
último  número  de  Ambas  Américas  se  tira  y  encuaderna 
veinte  horas  apenas  antes  de  salir.  La  policía,  la  Oficina  de 
Tierras,  el  Consejo  de  Higiene  mandan  en  tiempo  los  pe- 
didos informes  y  por  horas  y  minutos  llegan  paquetes  de 
libros,  ropa  y  objetos  de  viaje. 

A  las  doce  se  cierran  los  baúles;  á  las  dos  á  bordo;  á  las 
tres  se  leva  el  ancla.  Todos  mis  amigos  me  acompañan. 
Mitre,  al  oiría  señal  de  despejar,  se  me  arroja  al  cuello  y 
^ntre  sollozos,  con  el  llanto  de  un  niño,  dice, — vea  á  mi  madre 


302  OBRAS    DB   8AKMIUNT0 

háblele  bien  de  mí. — Esta  ternura  filial,  este  deseo  de  con- 
solarla, le  valdrían  el  perdón  de  toda  falta.  Aquí  no  hay 
que   perdonar. 

La  Bahía  de  Nueva  Yokk 

Nueva  York  vista  de  la  bahía^  se  deja  comprender  la 
reina  futura  de  los  mares,  como  recorriendo  las  lagunas 
de  Venecia,  se  siente  que  allí  está,  enterrado  el  cadáver 
de  la  reina  del  Adriático. 

Cuando,  dentro  de  un  año,  se  termine  el  ferrocarril  del 
Pacífico,  Yeddo,  Yokohamrá,  Pekín,  Melbourne,  firmarán 
pagarés  á  Londres,  Liverpool,  París,  en  Nueva  York. 

Pero  para  el  viajero,  Nueva  York  hade  verse  entrando 
del  mar  y  no  saliendo.  Cuando  el  ánimo  viene  medio  sa- 
lado con  la  contemplación  del  Océano,  es  que  siente  la  nue- 
va vida  que  inspira  aquella  sorprendente  bahía,  á  donde 
se  entra  por  una  abertura  que  cierran  y  guardan  enormes 
fortalezas.  Desde  ahí,  dos  leguas  de  palacios,  bosques, 
collages,  jardines,  mansiones,  fábricas,  todo  verde,  todo 
pintado,  todo  brillante,  atraen  las  miradas  del  lado  de  Gony 
Island,  al  de  Staten  Island. 

Dickens  decía,  al  desembarcar  en  Boston,  que  estaba 
sorprendido  de  ver  k  un  niño  de  pecho,  pues  tan  fresca  está, 
la  pintura  de  las  casas,  que  parece  que  no  ha  habido 
tiempo  para  que  nazcan  niños  allí. 

Estos  alrededores  de  Nueva  York,  vistos  con  el  anteojo 
parecen  aquellos  paisajes  de  abanico,  siempre  risueños, 
con  jarrones  griegos,  con  palacios  de  Armida,  con  pastor- 
cilios  rosados  siempre  bailando. 

Staten  Island  es  una  grande  isla  de  palacios,  de  jardines 
de  casas  de  plnisance.  Había  pasado  ahí  dos  días  antes  de 
embarcarme,  por  refrescar  las  impresiones  y  despedirme 
de  M.  Davidson  y  de  aquella  engalanada  naturaleza. 

Adiós  á  los  Estados  Unidos!  Llevólos  aquí  como  recuerdo, 
como  modelo.  Son  el  Hudson,  Staten  Island,  Niágara^ 
Chicago,  como  naturaleza.  Son  Mrs.  Mann,  Davidson, 
Emerson,  Longfellow  y  tantos  nobles  caracteres  como  hom- 
bres. La  República,  como  institución.  El  porvenir  del 
mundo,  como  promesa.    Adiós.     Adiós.     Adiós! 


MEMORIAS  303 


El  Mar 


24  de  Julio,  Oh!  el  mar;  cómo  se  dilatan  ios  pulmones 
respirando  sus  saludables  brisas!  Me  siento  vivir.  Cómo 
se  agranda  el  horizonte.  En  el  buque,  sobre  mar  sin 
límites,  deja  uno  de  ser  greí,  pueblo,  especie  humana.  En 
mi  casa,  en  tierra,  estoy  sobre  un  planeta.  Aquí;  Dios,  el 
mar,  el  pensamiento. 

El  capitán  ni  los  pasajeros  tienen  que  ver  conmigo;  ha- 
remos conocimiento  sinembargo. — El  General  Worthington, 
ministro  cerca  del  gobierno  de  la  República  Argentina,  es 
decir,  cerca  de  mí...  un  escritor  sobre  cosas  del  Brasil, 
unos  novios,  pocos  pasajeros,  por  tanto,  espacio  y  tranquilo 
viaje.  Ya  empiezo  á  tomar  posesión  de  mi  ínsula,  el  ca- 
marote.   Recorro  mis  dominios,  para  sentirme  en   casa. 

Una  banda  de  tuninas,  los  potros  de  esta  pampa,  brin- 
cando. Oh!  los  antiguos  compañeros  de  viaje,  los  delfines, 
amigos  del  hombre!  Imposible  no  saltar  de  gusto  al 
verlos  retozar,  y  pensar  que  ninguno  de  ellos  está  destinado 
á  ser  Senador  ó  Presidente  de  la  República  Argentina!  En 
la  estela  verde  aun,  juguetean  poqiierets,  pamperos,  según 
los  españoles,  el  alcyon,  según  los  griegos. 

El  día  pasa  en  darse  por  satisfecho,  presagiar  buen  viaje, 
echar  cuentas  y  satisfacer  la  curiosidad. 

La  noche  la  reconozco,  es  la  misma  noche  de  los  mares, 
misteriosa,  callada,  salvo  el  susurro  de  las  olas.  Luna 
nueva!  promesa  de  quince  noclies  divinas!  Todo  va  bien; 
el  capitán  es  bueno;  el  sueño  viene  al  camarote. ..  la  Iwa 
entra  de  nuevo  por  la  ventanilla  y. . . 

Día  25 — El  diablo  tiró  de  la  manta.  Viento  recio  de  proa; 
mar  brava;  olas  de  travez  y  el  vapor  bailando  y  dándose 
tumbos.  Es  el  único  resabioque  conserva  del  buque  de  vela. 

Los  pasajeros  han  desaparecido;  las  mujeres  han  sido 
abolidas.  Dos  ó  tres  somos  los  Robinsones  de  esta  isla 
desierta.  De  vez  en  cuando,  de  aquí  y  de  allí,  se  escapan 
los  gemidos  de  estas  almas  en  pena.    El  purgatorio. 

26  id  id  id. 

27  Mar  azul,  de  leche!  Llanura  inmensa,  serena.  El  viento 
gira  lo  bastante  para  hinchar  las  velas. 

La  alegría  vuelve  á  animar  los  semblantes.    Una  mujer 


304  OBRAS   DE   SARMIENTO 

se  alcanza  á  ver.  Estoy  en  un  planeta.  Hasta  la  exacti- 
tud de  los  movimientos  del  vapores  planetaria.  Este  cuerpo 
tiene  su  órbita  trazada  entre  Río  Janeiro  y  Nueva  York  que 
recorre  en. . .  días  y. , .  horas.  La  Luna  en  26  etc.;  pero  es 
mas  chico  que  la  Luna,  es  planetoide,  como  los  ciento  y  uno 
entre  Júpiter  y  Marte. 

Echo  de  menos,  sin  embargo,  las  emociones  del  buque 
de  vela,  vehículo  puramente  humano,  sujeto  á  las  vicisi- 
tudes de  viento  ó  marea,  con  la  incertidumbre  de  la  dura- 
ción del  viaje  y  del  paradero,  pues  es  la  incertidumbre  lo 
que  constituye  la  vida.  ¿Que  viento?  gritábamos  ahora 
veinte  años  desde  la  cama. — Malo!  respondía  el  capitán;  y 
maldito  el  viento,  y  nos  volvíamos  de  despecho  al  otro 
lado.  Qué  caras,  que  humor  de  perros,  que  ganas  de  ti- 
rarle con  un  plato  al  capitán,  después  de  ocho  días  de 
viento  malo,  y  de  saber  que  íbamos  al  oeste  en  lugar  de 
acercarnos  al  Cabo  de  Hornos. 

Añádase  á  estos  encantos  de  antaño,  mar  gruesa  y  ba- 
lances de  arrojar  las  entrañas,  ¿todo  para  qué?  Para  ir  á 
Asia.  En  cambio,  que  alegría,  cuando  el  viento  soplaba 
bien.  Era  de  volverse  locos.  Ni  cuando  un  negro  se  saca 
la  lotería.  Qué  gloria  ver  echar  trapos  y  alas  y  arrastra- 
deras  y  ver  la  aguja  y  saberse  á  rumbo!  Que  buen  capi- 
tán, que  buque  tan  velero!  Esto  era  vivir,  sentirse  parte 
del  buque,  interesarse  en  sus  menores  detalles.  ¿Porqué 
toman  risos?  qué  maniobra  es  aquella? 

El  vapor  ha  suprimido  la  vida  en  el  mar.  Se  está  en  un 
hotel  que  marcha;  se  sabe  de  antemano  que  es  lo  que 
sobrevendrá,  y  la  imaginación  no  puede  poner  nada  de  su 
cosecha.  Conocí  las  dichas  y  las  penas  del  viaje  á  vela,  de 
sesenta  y  cuatro  días  del  Río  al  Havre  y  de  cincuenta  de 
Valparaíso  á  Montevideo.  Al  fin,  acaba  uno  por  hallarse 
en  casa,  y  <^omo  no  ha  pensado  en  llegar,  hoy  ni  mañana, 
cuando  le  dicen  que  ha  llegado,  ni  voluntad  de  alegrarse 
tiene,  tan  poderoso  es  el  hábito. 

Soy  yo  un  ente  raro. — Otros  lo  son  mucho  mas  sin  aper- 
cibirse de  ello. — Soy  el  intermediario  entre  dos  mundos 
distintos.  Empecé  á  ser  hombre  entre  la  colonia  española 
que  había  concluido,  y  la  República  que  aun  no  se  orga- 
niza; entre  la  navegación  á  vela  y  el  vapor  que  comenzaba. 
Mis  ideas  participan  de  estos  dos  medios  ambientes.    Yo 


MEMOKIAS  305 

■soy  el  único  que  quedo  todavía  gjritando:  mueran  los  godos! 
Pertenezco  á  los  viejos  revolucionarios  de  la  independen- 
cia, yvoy,  conla  teoría  de  entonces  y  la  práctica  norte- 
americana, contra  lo  que  queda  de  la  vieja  colonia. 

28 — Mar  id,  viento  id.  Las  mismas  velas  infladas,  la 
misma  brisa  vivificante  y  risueña.  Las  mujeres  reapare- 
cen, feísimas  por  supuesto,  y  chupadas.  Solo  la  novia  hace 
por  la  riña.  Ningún  buque  á  la  vista  en  tres  días.  La 
órbita  de  los  vapores  va  derecho,  en  recta  línea;  los  de 
vela  tienen  stis  caminitos,  según  los  vientos.  Estamos  en 
frente  de  Cuba,  mañana  en   San  Tomás. 

Me  he  acordado  hoy  de  mi  tierra  y  me  ha  vuelto  el 
pensamiento  de  las  cosas  políticas  y  de  mi  porvenir.  Lo 
siento. . .  Estaba  tan  contento  de  ver  olas,  nubes,  puestas 
del  sol:  la  de  anteayer  fué  bella,  el  sol  se  deslizó  por  un 
agujero  á  guisa  de  hogar  de  chimenea  que  le  había  prepa- 
rado una  nube.  Ayer,  fué  gloriosa:  fondo  de  fuego,  nubes 
cirrosas,  amontonadas  en  dos  entradas  con  crestas  dora- 
das. Una  roca,  de  nubes,  estaba  sola  delante  del  sol  y  le 
cubría  la  mitad  al  ponerse,  de  manera  que  parecía  luna 
menguante.  Las  puestas  del  sol  son  mis  amores.  Pagaría 
doble  entrada  que  para  oir  á  la  Ristori,  después  de  haberla 
visto  muchas  veces,  se  entiende.  En  todo  este  retazo 
de  mundo,  las  dan  magníficas,  espléndidas  á  veces.  Irélas 
anotando. 

La  política  de  allí  me  vuelve,  como  cosa  indigesta.  Lle- 
go... grandes  Víctores!  gobierno  admirablemente  un  mes, 

dos presento  ciertos    proyectos  de   ley  y    principia  la 

fiesta.  Un  diario  sugiere  una  objeción,  ¡a  comisión  una 
enmienda.  Otro  proyecto....  Este  Sarmiento,  tan  poco 
prudente,  no  hacerse  cargo!  Mitre  me  escribió  á  San  Juan: 
— «Usted  debió  contentarse  con  hacer  un  gobierno  modesto...-» 
Otra  reforma  y  soy  declarado  loco!  por  los  que  han  nece- 
sitado quince  años  para  dar  aguas  corrientes  y  no  acaban 
de  establecer  carros  de  sangre  en  la  ciudad — por  los  que 
no  han  dejado  en  diez  años  organizar  la  educación  y  des- 
pueblan las  escuelas  cada  año — por  los  que  hacen  que 
ürquiza  figure  treinta  años  en  nuestra  historia — y  des- 
pués de  despoblar  la  tierra  con  sus  atrocidades,  la  despue- 
'b!a  con  sus  rapiñas — por  los  que    tuvieron  demorado  tres 

Tomo  xlix.  — 20 


306  OBRAS   DK   SARMIENTO 

años  el  Código  de  Comercio,  sin   objeción,  sin  entenderlo, 
y  sin  otro  motivo  que  la  envidia. 

Todas  son  cuestiones  pendientes  que  pesarán  sobre  el 
que  viene  atrás.  ¿Donde  la  capital?  ¿Volverá  Urquiza  á 
mandarnos?  Volverán  los  federales?  Si,  volverán.  Los 
Monagas,  aquellos  horribles  bárbaros  que  despotizaron  á 
Venezuela  ahora  veinte  años,  vuelven  hoy  viejos  al  Go- 
bierno, por  el  camino  que  les  prepararon  los  liberales. 
Nuestros  Monagas  volverán  por  el  mismo  camino.  Urqui- 
za solicitado  como  auxiliar  por  Elizalde,  unitario,  por  Alsina 
ultra-pot  teño  que  no  era  argentino,  sino  porteño,  por  Mitre, 
que  llamó  reaccionaria  ipor  pulcritud  su  política,  aunque  la 
mía  mereció  ser  bautizado  coz,  Urquiza  ó  sus  descendien- 
tes impondrán  la  ley  con  el  auxilio,  á  su  vez,  de  Mitre, 
Elizalde,  Taboada  y  todos  los  chasqueados. 

Esta  es  la  ley.  Dáseme  de  ello  un  comino.  Para  alen- 
tarme, tengo  el  espectáculo  de  toda  la  América  del  Sur — 
Méjico  en  la  orgía  del  bandalaje  y  la  guerra  civil — Vene- 
zuela pasando  por  nuestro  horrible  año  40 — Bolivia...!! — 
Perú,  mal  de  raza,  de  antecedentes,  de  impotencia. 

Probaré  á  curarlo.  El  enfermo  resistirá.  Curarélo.  Aun 
espero  en  la  opinión,  en  la  cooperación  del  pueblo.  Si  así 
no  fuese,  apelo  á  la  opinión  de  veinte  años  mas,  cuando 
broten  los  gérmenes. . . 

Estaba  pensando  esto  y  peor,  reclinado  sobre  la  borda, 
con  los  ojos  clavados  en  el  agu'a  salada  que  pasa  á  diez 
millas  por  hora.  Espectáculo  eterno,  siempre  el  mismo, 
siempre  variado,  como  la  llama  de  la  chimenea  que  pue- 
bla de  visiones  alegres  la  soledad  de  la  noche.  ¿Las  olas 
son  verdes,  negras,  azules?  problema  á  resolverse  en  horas 
de  contemplación,  en  años  de  viajar.  Pero  aquí  en  alta 
mar  al  lado  de  la  rueda  del  vapor,  se  descubre  bajo  la 
espuma  que  levanta,  una  veta,  un  abismo  de  azul  de  mar, 
de  azul  cobalto,  el  azul  ideal,  el  azul  que  no  se  ve  en  otra 
parte  jamas.  Es  un  abismo  de  azul  que  cubre  la  espuma 
nevada  que  se  desprende  de  la  rueda. 

29 — A  bordo,  los  días  se  parecen  como  dos  gotas  de  agua. 
He  registrado  mi  memoria,  comparado  las  horas,  y  son 
entre  sí  gemelos,  estos  dos  días.  Atravesamos,  dizque,  el 
Golfo  de  las  Damas,  y  llegamos  mañana  á  San  Thomás.. 
Ayer  se  decía,  pasado. 


mií;mohi\s  307 


San  Thomas 


Vénse  gaviotas  en  el  mar.  Varios  peces  voladores  saltan 
en  el  aire.  Dos  lindos  delfines,  acompañan  jugueteando 
al  lado  del  vapor,  lo  mismo  que  los  perros  que  por  festejo 
corren  al  lado  del  caballo.  Van  entre  dos  aguas  y  se 
muestran  por  momentos;  muchos  mas  les  siguen. 

Las  montañas  de  Puerto  Rico,  la  Culebra,  St.  John  y, 
San  Thomas  están  á  la  vista;  pasamos  rocas, callos,  islotes, 
y  á  la  vuelta  de  la  esquina  está  St.  Thomas,  á  la  falda  del 
cerro,  en  tres  tendidos  piramidales.  Bonitos  edificios:  la 
población,  negros  y  negros,  que  hablan  español,  ingles  y 
francés,  menos  dinamarqués,  que  no  se  conoce.  Por  lo 
rubios,  creo  que  los  soldados  son   dinamarqueses. 

Este  es  el  levante  de  las  Indias  Occidentales,  con  su 
lengua  franca,  su  puerto  franco  y  su  estación  de  vapores. 

La  isla  nada  produce,  y  en  cuanto  á  vejetacion,  seria 
mejor  echarla  al  agua.  Pero  la  Dinamarca  se  contentó 
con  esta  piltrafa  en  la  arrebatiña  general  que  las  naciones 
hicieron  de  islas  en  las  Antillas,  Bahamas,  Bermudas. 
Hubo  para  todos. 

St.  Thomas  abre  una  nueva  época  en  la  política  inter- 
nacional. Era  de  toda  moralidad,  honradez  y  decencia 
antes  quitarle  á  un  prójimo  Estado  todo  el  territorio  posi- 
ble, sin  pararse  en  medios;  pero  habría  sido  reputado 
desdoroso,  infame,  ceder,  vender  territorio.  los  Estados 
Unidos  necesitan  un  puerto  en  las  Antillas,  y  con  un  talego 
bajo  el  brazo,  andan  buscando  uno  conveniente. 

Los  mulatos  de  Santo  Domingo  tienen  ociosa  la  bahía 
de  Samaná  que  los  yankees  se  proponen  arrendar.  ¡Men- 
gua del  nombre  de  los  vencedores  de  España,  sería  arrendar! 
Decreto: — traidor  á  la  patria,  el  que  hable  de  vender. — 
Oh!  heroicos  mulatos  I  Son  doscientos  mil,  con  un  blanco 
por  ciento.  No  se  ha  introducido  el  arado  aun.  Están 
amenazados  de  la  conquista  de  los  negros  de  Haití,  que 
acaban  de  proclamar  emperador  á  Salnave. 

Bien.  La  Dinamarca  ofrece  en  venta  su  islote.  Se  regatea; 
lo  hallan  chico,  descarnado,  etc.  Se  conviene  en  siete 
millones.  Trato  cerrado — toma  y  daca.  Consúltase  al  pueblo 


308  OBRA.S   DE   SARMIENTO 

y  el   pueblo  quiere   ser  yankee,  aunque  sabe  qae  tendrá 
que  enaigrar  si  no  sigue  puerto  franco. 

En  esto  estábannos,  cuando  jpatatrás!  el  ciclón  mas  espan- 
toso de  las  Antillas  destroza  en  una  noche  doscientas  nayes» 
80  capitanes  perecen  y  seiscientos  cadáveres  se  pasean 
en  la  bahía.  Esto  sucedía  en  el  agua;  en  tierra  un  temblor 
mendocino  hacía  soparse  la  isla  en  el  mar,  con  una  repeti- 
ción y  gracia  admirable.  Resultado  (pasemos  por  alto  los 
estragos), los  yankees  se  abren  del  trato — dolo  fraudulento — 
la  Dinamarca  había  ocultado  las  mañas  de  la  isla,  como 
las  de  las  muías  que  dan  patadas  ó  se  empacan.  La  Rusia 
ofreció  Alaska,  una  linda  tierra  cerca  del  Polo,  blanca  y 
fresca  como  nieve,  poblada  de  focas,  osos  blancos  y  bípedos 
sin  alas.     Al  fin  ha  sido  ordenado  el  pago. 

Bajamos  á  tierra.  En  el  bote  me  siento  atacado  de 
cólicos.  Juro  que  no  he  hecho  nada  para  merecerlos.  Paso 
el  día  en  una  fotografía,  donde  una  francesa  que  ha  estado 
en  Méjico  años,  me  da  hospitalidad,  limonadas,  infusión 
de  arroz,  rom,  vino,  naranjas,  todo  lo  que  puede  ser  bueno 
ó  malo,  pero  que  da  salida  y  forma  al  deseo  de  ser  útil 
de  cuidar,  de  mostrarse  compasiva,  que  es  el  fondo  de  la 
mujer,  the  deepest  deep !  Al  fin  le  doy  mi  tarjeta  para  com- 
pensarla con  la  satisfacción  de  haber  aliviado  las  penas 
de  tan  esclarecido  personaje. 

Mi  visitan  cónsules  chileno,  peruano,  guatemalqueño, 
brasilero,  todos  en  una  sola  persona.  Es  un  estracto  recon- 
centrado de  esencia  de  Sud  América.  Es  un  dinamarqués, 
contratista  de  revoluciones  en  Venezuela,  donde  le  deben 
250.000  pesos.  Ha  caido  Falcon;  se  ha  levantado  Monaga, 
el  antes  horrible  Monaga.  Murieron  dos  mil  generales  y 
algunos  soldados  en  Caracas  en  cuatro  días  de  combate. 
Hay  4.000  generales  reconocidos  y  presupuestados. 

Corrióse  que  la  isla  de  Tórtolas,  aquí,  vecina,  se  había 
zabullido  bonitamente,  cuando  el  temblor,  por  supuesto 
sin  decirles  á  los  habitantes  agua  viene.  ¿Por  qué  no  hace 
lo  mismo  Dios  con  toda  esta  América,  nada  mas  que  dos 
horas,  con  dos  varas  de  agua,  ó  ya  no  hace  diluvios  de 
40  días  con  40  varas?  Esto  no  vale  la  pena  de  tanto 
gasto.  Me  arrepiento  de  haber  criado,  diría,  á  los  godos 
y  sus  hijos. . . 
Gran    novedad.     Hoy   pasa    el   sol  perpendicular  sobre 


MEMORIAS  3C9 

el  meridiano  de  St.  Thomas.  Parado  al  sol,  no  tengo 
sombra. 

31 — Calma  chicha  en  mi  estómago.  Los  ojos  se  me  van 
tras  los  zapotes  y  zapotillos,  ahuacates  y  naranjas  verdes 
de  Jamaica,  j  Qué  ingredientes  para  la  indigestión  que 
preveo! 

A  las  seis  de  la  mañana,  isla  al  costado.  Un  peñón 
que  sale  exabrupto  del  fondo  del  mar.  Divísase  un  grupo 
de  casitas  blancas  hacia  la  cumbre.  Es  la  isla  de  Saba. 
Diré  lo  que  el  francés  que  pasaba  á  treinta  millas  de 
una  isla :  los  habitantes  parecen  hos[)italarios.  Si  algún 
viajero  desembarca  en  este  peñón,  de  seguro  que  lo  llevan 
en  palmas  de  manos.  ¿A  quién  pertenece?  Lo  único 
que  saco  en  limpio  es  que  no  me  pertenece  á  mi.  ¿  Qué 
fuerza  es  que  ha  de  ser   de   alguien? 

Isla  á  proa.  San  Eustaquio.  Casitas  elegantes,  un  buque- 
cilio  enfrente,  plantaciones,  cocos,  una  ruina  de  algo  y  ai 
extremo  sur,  un  volcan  apagado  con  su  cráter  visible, 
con  su  boca  como  olla  rota.  Es  de  la  Holanda  el  volcan 
con   su  islita. 

Otra  isla,  de  San  Cristóbal  ó  de  Gatos,  una  monada.  Me 
alejo  á  popa,  coloco  mi  silla  enfrente  y  requiero  el  anteojo^ 
Hay  teatro,  panorama  y  decoración  para  dos  horas.  El 
hombre  queda  sobreentendido  á  esta  distancia.  Las  planta- 
ciones de  caña  verdean  como  trigales  en  Chile;  grupos 
de  cocoteros  interrumpen  la  monotonía  del  paisaje.  Las 
casitas  inglesas,  con  su  grove  alrededor,  embellecen  y 
animan  la  escena.  Las  chimeneas  de  los  ingenios  lanzan 
al  aire  sus  espirales  de  humo.  Un  pueblecillo  á  la  sombra 
de  palmeras  y  ahuacates,  hace  venir  la  idea  que  allí 
se  atan  perros  con  longanizas.  ¿Por  qué  han  de  haber 
infelices  en  medio  de  campiñas  tan  risueñas,  á  la  sombra 
de  plátanos,  naranjales  en  eterna  primavera  ?  Tales  deben 
ser  aquí,  lejos  del  bullicio  del  mundo  corrompido  Pablos  y 
Virginias. 

Otra  isla  en  el  centro  de  la  isla — Ossa  sobre  Pellón— ha 
subministrado  á  la  pérfida  Albion  base  de  granito  ó  basalto 
para  un  fuerte,  cuyos  cañones,  si  los  hubiera,  barrerían  la 
costa.  Mientras  no  hay  guerra,  el  interior  del  fuerte  está 
plantado  de  papas,  á  lo  que  parece.  Y  sigue  otro  costado 
de  la  isla  y  pueblitos  é  ingenios  en  actividad  y  un  puerta 


310  OBRAS    DE   SARMIENTO 

con  seis  buques  anclados.  Me  viene  la  idea  de  venirme 
á  esta  isla  si  me  impeachan,  lo  que  sería  salir  bien  en 
nuestra  South  América.  La  única  objeción  que  encuentro 
á  mi  proyecto  es  mi  supina  incapacidad  para  ganar  la  vida 
en  países  industriales.  Nosotros  hemos  sido  educados 
fidalgos,  yo  para  gobernador,  senador,  ú  oficios  así.  Esta 
isla  es  inglesa. 

Otra  isla,  llamada  Nieve,  inglesa  por  propincuidad, 
igualmente  cultivada  con   esmero;  {Da  Capo). 

Seis  horas  de  ver  pasar  islas,  casas,  cañaverales, 
fuertes,  cocoteros,  es  la  vista  mas  risueña  y  refrescante, 
tanto  mas  que  no  hemos  visto  un  solo  animal  ¿habrán 
negros? 

Un  pasügero  nuevo  me  es  presentado.  Tengo  vergüen- 
za de  anotar  aquí  que,  excepto  la  francesa  que  me 
curaba,  todos  me  anuncian  conocerme  de  nombre  y 
haber  deseado,  etc.  Este  pasagero  es  un  joven  suizo, 
establecido  de  dos  años  Amazonas  adentro.  Habíame  de 
Héctor  Várela,  cuj'O  discurso  oyó  en  Ginebra,  cuando  el 
Congreso  de  la  Paz,  de  que  me  da  curiosos  detalles. 
De  Juan  Lavalle  me  hablaron  con  ínteres  en  St.  Thomas. 
Así  vengo  encontrando  recuerdos  de  la  patria  por  entre 
estas    islas,    al    parecer  tan    fuera  de  nuestros  caminos. 

El  joven  suizo  me  encanta  con  la  descripción  de  las 
nuevas  colonias  peruanas  en  los  afluentes  del  Amazonas. 
Fué  el  primer  europeo  establecido  allí.  Exportábanse 
hace  quince  años  30.000  sombreros  de  paja.  Exportamos 
ahora  250.000  á  3  pesos —  pescado  salado  antes  unos  cen- 
tenares de  arrobas  y  ahora  miles.  La  vida  es  feliz,  la 
tierra  feraz,  la  naturaleza  hermosa,  el  clima  tolerable. 
Bajo  el  régimen  peruano,  sin  contribuciones,  ni  autori- 
dad, ni  policía,  ni  leyes,  se  vive  allí  perfectamente  y  el 
país  progresa  en  proporción,  mientras  agua  abajo,  donde 
principia  el  imperio,  empieza  el  orden  y  el  juez,  el  co- 
mandante, el  colector,  la  aduana  y  el  fisco  y  el  fastidio. 
Para  llegar  á  aquel  «dorado»  se  necesitan  35  días  de 
navegación  á  vapor,  los  mismos  que  pondremos  de 
Nueva  York  á  Buenos  Aires. 

Es  un  tesoro  el  que  he  descubierto.  Cultivaré  esta 
relación.  Hace  años  que  le  tengo  codicias  al  Amazonas. 
Arredrábame,  mas  que   yakares,  alacranes,  y  cientopies. 


MEMORIAS  311 

el  que  dirán,  si  republicano  tan  intratable,  acababa  como 
Alcibiades  por  pedir  auxilio  ai  rey  de  Betunia  y  Anibal 
al  del  Ponto.  Era  Alcibiades;  para  el  caso  es  lo  mismo. 
Pero  ciudadano  peruano  en  el  Incalí,  donde  no  haya 
peruanos,  en  tierra  virgen,  á  la  cabecera  de  aquel  estu- 
pendo valle,  de  ríos  que  cubren  mas  área  que  el  Missi- 
ssipi.  Toda  la  presente  humanidad  cabe  holgada  á  ori- 
llas de  estos  canales  y  aquí  se  jugará  el  último  drama 
del  mundo. 

Yo  me  ofrezco  desde  ahora,  colono  voluntario,  cronista 
y  director  del  pueblo  escogido  (negros,  mulatos,  indios  y 
extrangis)  para  tomar  posesión  de  esta  tierra  de  promi- 
sión.   ¿Quiere  Vd.  acompañarme?    Lea  á  Agassiz. 

A  la  una.  Hemos  andado  160  millas,  pobre  jornada. 
A  la  vista  un  peñón  pelado — se  llama  la  isla  Redonda. 
Desdeñáronla  la  Inglaterra,  la  España,  la  Holanda,  etc.,  etc. 
No  hay  tierra  para  una  palma.  Poséela  una  compañía 
de  Baltimore  que  no  ha  querido  diez  millones  por  ella. 
Habítanla  los  pájaros  que  producen  huano. 

La  Isla  de  Monserrat 

A  las  dos.  Isla  al  costado.  Inglesa,  mas  bien  irlandesa, 
puesto  que  un  regimiento  irlandés  de  guarnición,  en  un 
año  contribuyó,  con  su  ejemplo  y  estímulo,  á  que  las 
negras  tuviesen  hijos  rubios,  cosa  que  no  sucedía  antes. 

De  todas  las  islas  que  hemos  visto,  la  mas  bella, 
acaso  una  de  las  mas  bellas  del  mundo.  A  cada  ins- 
tante cambia  la  escena.  La  isla  es  volcánica,  erizada 
de  promontorios  y  vallecitos  que  se  descubren  tras  de 
aquella  vegetación  espléndida — grupos  de  casas  como 
mansiones  de  lores — villetas  que  tocan  al  mar  en  un 
puertecito  con  dos  goletas.  Grupos  de  una  palmeral  con 
puntas  amarillas,  de  manera  á  matizar  el  bosque  como 
enormes  flores.  Todo  risueño,  hasta  las  nubes  blancas 
que  coronan  las  puntas.  Los  viajeros  están  encantados 
y  mientras  muestran  esto  y  aquello,  y  la  iglesita,  y  la 
casita  pintoresca  en  un  sitio  delicioso,  yo  escribo  deses- 
perando de  dar  idea  de  estas  bellezas  naturales  á  quien 
no  ha  visto  sino  llanuras. 

A  fuerza  de   apurar  el  anteojo,  he  descubierto  algo  que 


312  OBHAS   DB   SARMIENTO 

110  es  tan  alegre  como  la  isla.  Tengo  un  ojo  tan  débil,. 
que  vé  menos  que  el  otro.  Ya  era  tiempo!  He  visto  tanto 
con  ellos! 

Isla  de  Guadalupe 

Francesa;  dicen  que  tan  bella  y  feraz  como  la  Martinica. 
Costeárnosla  á  la  luz  de  la  luna.  Vése,  aunque  coronado 
de  nubes,  el  volcan  La  Souífriére.  De  cuando  en  cuando» 
la  luz  de  una  casa  brilla  en  tierra.  Muchas  luces  indican 
el  lugar  donde  está  la  ciudad  de  Terrebasse.  La  capital,. 
Pointeapitré,  queda  del  otro  lado. 

Es  solemne  y  melancólica  la  impresión  que  deja  esta 
tierra  sombría  que  sabemos  habitada,  mientras  la  luna 
riela. 

A  las  9  nos  hallamos  entre  la  Dominica  y  Mariga- 
lante,  último  eslabón  de  la  cadena  de  islas  que  hemos 
venido  atravesando.  Estamos,  pues,  fuera  del  mar  Ca- 
ribe que  ciñen  las  Bermudas  como  cinturas  de  islas,  y 
después  el  mar  sin  nombre,  el  mar  de  Dios,  hasta  Para 
en   ocho  días. 

Agostólo  —  Un  médico  norteamericano  me  suministra 
los  siguientes  datos.  (Siguen  datos  estadísticos  y  geográficos 
sobre  las  islas  St.  Thomas,  Santa  Crtiz,  Saba,  S.  Eustaquio^  S.  C/iris- 
tophcr,  Neris  Redondo,  Monserrat,  Guadalupe,  les  Saintes.) 

Dia  5— Un  anciano  que  he  visto  á  bordo,  se  me  acerca, 
y  á  poco  me  dice: — Vengo  notando  que  Vd.  es  entre  los  pa- 
sajeros el  more  industrious, — frase  inglesa  que  denota  otra 
cosa  que  en  castellano.  El  cumplimiento  me  sonríe;  gusto 
de  mostrarme  fuerte,  activo.  Compadezco  á  esta  generación 
de  jóvenes  entecados,  que  se  marean,  se  emborrachan,  se 
indigestan  y  tienen  dolores  de  cabeza,  sueño,  hambre 
etc.,  etc. 

¿Quién  es  el  que  tal  cumplido  me  dirije?  Un  viejo  de 
65  años,  que  fué  rico  y  lo  arruinó  la  guerra  y  emigra  al 
Brasil,  por  no  someterse  á  los  yankees.  Come  con  su 
familia  en  segunda  mesa.  La  esposa  muy  respetable;, 
varios  niños  chicos;  una  señorita  de  18  á  20  años  se  la  ve 
leyendo.  El  viejo  padre  dice: — no  tengo  cuidado  por  la 
educación  de  mis  hijos  menores.  Mi  hija  sabe  cuanto  se 
enseña  en  los  mejores  colegios  y  les  dará  lecciones.    Es> 


MEMORIAS  313 

escritora,  hace  excelentes  versos  y  solo  el  mareo  la  es- 
torba tomar  el  diseño  de  estas  bellas  islas.  He  ahí  an 
industrioiis  man.  Comenzar  de  nuevo  la  vida  á  los  65  años. 
Bravol 

La  moral,  la  virtud,  la  gloria,  el  carácter,  tienen  su  base 
en  el  buen  estómago.  Una  fístula  en  el  de  Napoleón  costó 
la  vida  á  tres  millones  de  hombres  y  la  libertad  á  la  Fran- 
cia y  el  gemir  la  Europa  bajo  el  peso  de  su  armadura  de 
hierro.  No  hay  héroes,  ni  verdaderos  patriotas,  ni  hom- 
bres grandes,  con  mal  estómago.  César  no  habría  dicho 
«no  temas,  que  llevas  á  César  y  su  fortuna,»  si  hubiese 
estado  mareado. 

3— El  agua  del  mar,  verde  como  se  presenta  en  las  costas. 
El  capitán  asegura  que  es  efecto  de  la  mezcla  con  el  agua 
del  Amazonas  que  está  á  9  grados  de  distancial  Qué  masa 
enorme  de  agua  dulce! 

4 — Los  pasajeros  del  «Merrimac»  el  4  de  Agosto  de  1868» 
día  de  Santo  Domingo  de  Guzman  celebran  el  natalicio  de 
D.  F.  Sarmiento  que  vino  al  mundo  el  15  de  Febrero  de 
cierto  año  y  promete,  dada  la  salud  de  que  goza  y  el  desea 
de  sus  amigos,  dejarse  estar  en  este  mundo  muchos  años 
mas  todavía  y  dar  que  hacer  á  muchos  picaros. 

¿Es  ya  presidente  de  cierta  ínsula?  En  Para  lo  sabrá.  Si 
lo  fuere!    Si  no  loes,  tanto  peor  para  ellos... 

Con  esta  profunda  filosofía,  observo  que  no  obstante  la 
calma  chicha  sobre  el  mar  en  que  navegamos,  el  equilibrio 
está  menos  guardado  por  los  pasajeros  y  alguno  está 
mareado. 

La  puesta  de  sol  de  ayer  fué  la  primera  gloriosa  que 
hayamos  presenciado.  Noche  serena:  la  luna  derrama  un 
Amazonas  de  luz  sobre  las  olas  apenas  rizadas  para  refle- 
jarla. 

Las  señoras  por  la  primera  vez,  subieron  sobre  cubierta. 
Oh!  Calvino!  cuanto  daño  ha  hecho  tu  fanatismo!  La  mujer 
puritana  es  como  las  hembras  de  las  aves  pintadas  de  los 
trópicos.    Es  parda,  sin  moños,  sin  galas. 

El  stetvard  nos  sorprende  con  un  espléndido  banquete» 
digno  de  Delmonico.  En  galantinas,  pastas,  xol-au  tents 
léese  el  nombre  del  objeto  de  la  fiesta.  El  champagne 
circula  con  profusión.  La  señorita  del  sur  envía  los  siguien^ 
tes  versos  de  felicitación. 


314  OBRAS   DE   SARMIENTO 

(Siguen  diversos  autógrafos  de  los  pasajeros  en  ingles,  portugués,  francés,  es- 
pañol, entre  ellos  el  «ieJosé  Pedro  Várela.) 

En  el  seno  del  Océano,  frescos  aun  los  gratos  recuerdos 
de  los  Estados  Unidos,  á  bordo  del  «Merrimac,»  bajo  la 
dirección  de  nuestro  excelente  capitán,  nutridos  por  el 
«steward»,  que  ha  improvisado  este  banquete,  rodeado  de 
americanos  de  la  República  que  es  y  de  las  Repúblicas  que 
serán  este  es  el  lugar  de  mostrarse  simpáticas  ambas 
américas. 

La  puesta  de  sol  es  soberbia.  La  brisa  deliciosa  y  favo- 
rable y  por  la  primera  vez  aparece  en  toda  su  gloria  la  cruz 
del  sur  que  saludamos  como  el  anuncio  de  acercarnos  á  la 
patria. 

La  estrella  polar  vese  aun  á  la  misma  altura  en  el 
norte. 

La  luna  aparece  y  poco  después  Júpiter  toma  el  mando 
del  cielo  estrellado. 

Por  íin  de  fiesta  el  «Merrimac»  aparece  iluminado  con 
fuegos  de  Bengala  y  algunos  cohetes  voladores  anuncian 
á  tritones,  nereidas  y  sirenas  que  un  día  auspicioso  ha 
concluido. 

Parí 

Día  7 — Tierra!  Tierra  de  Sud-América!  La  boca  del 
Amazonas,  ancha,  abierta  como  el  pórtico  que  dará  entrada 
al  viejo  mundo  hacia  el  futuro,  que  se  extiende  por  1600 
ríos  navegables  hasta  los  Andes,  el  Paraguay,  el  Orinoco. 
Las  islas  que  se  le  quedan  al  majestuoso  río,  como  miajas 
en  la  boca  de  un  glotón,  son  grandes  como  Estados.  Las 
aguas  que  conduce  son  verdes  en  el  mar,  verde  pálido  en 
la  boca,  hasta  que  cambian  en  topacio  pajizo  como  en 
el  Plata.  Este  es  el  color  regio  que  usan  los  ríos  sobe- 
ranos. 

En  tierra;  y  cerrando  los  ojos  á  lo  que  en  Para  es  huma- 
no y  africano,  heme  aquí,  á  la  oración,  en  carruaje  sobre 
la  estrada  de  las  Palmas.  Alguna  vez  he  de  haber  descripto 
este  portento  de  bellas  artes,  con  su  tronco  liso,  cipollino, 
barnizado,  á  guisa  de  vaso  japones,  con  su  risada  cabellera 
como  mulata  de  la  Nueva  Orleans.  El  gas  ilumina  las 
palmeras  con  la  movilidad  vagorosa  de  los  cuyucos  fosfores- 


MEMORIAS  315 

centes  de  la  Habana.  Me  pongo  de  pie  en  el  coche  para 
contemplar  la  perspectiva  fantástica. 

El  comandante  del  puerto  me  lleva  á  casa  del  señor  Pie- 
drabuena,  hijo  del  estadista  brasilero  de  este  nombre, 
quien  me  instala  en  el  cuarto  mismo  en  que  residió  Agassiz. 
Me  guurdo  para  mi  el  cumplido.  El  brasilero  vive:  casa 
señorial,  esclavos  mudos  y  complacientes,  mucho  aire» 
mucho  espacio,  todos  los  conforts  de  la  vida  civilizada  exte- 
riormente,  adentro  la  hospitalidad  en  el  corazón;  fuera  de 
la  casa  plantas,  frutas,  flores,  bellas,  absurdas,  imposibles 
y  reales  en  forma,  color,  fragancia,  Ohf  qué  vida,  que 
naturaleza  divina! 

No  pego  los  ojos,  no  obstante  que  hace  casi  frío  y  el 
aire,  procurado  sabiamente  por  claraboyas  en  lo  alto  del 
dormitorio,  me  alaga  las  mejillas  y  me  abanica  para  que 
me  duerma.  Pero  me  hace  falta  el  ruido  monótono  del 
mar,  revuelto  por  el  hélice  del  buque,  el  balanceo  del  ca- 
marote. . .  y  luego  la  cuestión  del  día,  la  gran  cuestión  de 
elecciones!    Se    sabe,  según    los    diarios  que  hubieron    89 

votos  jpero! pero  esta  penumbra  que  viene  desde  un  año, 

amenazando  crecer  y  ocultar  el  sol  de  tantas  esperanzas,  y 
proyectos  y  temores! 

8  de  Agosto— Á.  las  seis  de  la  mañana  ruedo  en  coche  por 
los  alrededores,  aspirando  los  frescos  perfumes  de  aquella 
vegetación  que  se  siente  rebullirse  á  la  vista  del  sol,  como 
cantan  de  dicha  las  aves  á   los  primeros  rayos  del  alba. 

La  estrada  da  Braganza  corta  la  selva  primitiva  cinco 
leguas  á  lo  largo;  y  metiéndose  por  esta  grieta,  puede  sor- 
prenderse infraganti  la  naturaleza  tropical  á  la  obra,  como 
se  vé  la  colmena  á  través  de  un  vidrio.  Y  aquí  para  el 
cuento.  Vea  una  fotografía  é  imagínese  mundos  super- 
puestos, una  pelotera,  un  enjambre  de  moscas,  de  hormi- 
gas, de  abejas,  todas  empeñadas  en  devorar  la  tierra,  es- 
trecha para  muchedumbre  tanta;  yerbas  y  plantas, 
arbustos  y  árboles,  unos  encima  de  otros;  gigantes  quede 
vez  en  cuando  elevan  su  copa  al  cielo  y  miran  con  desden 
la  lucha  por  vivir  que  se  agita  á  sus  plantas;  enredaderas, 
astutas  é  intrigantes,  que  se  dan  maña,  y  de  rama  en 
rama,  y  por  troncos,  ó  balanceándose  en  el  aire,  ascienden 
hasta  lo  alto,  y  exponen  humildemente  sus  agravios  y 
piden  su  parte  de  sol  también,  lo  toman  mientras   se  les 


316  OBRAS   DE    SARMIKNTO 

concede;  y  luego  las  parásitas,  muzgos,  orquídeas,  que 
como  los  de  su  especie  viven  en  el  palacio  de  los  gran- 
des, adulándolos,  robándolos  de  su  subsistencia  y  engrién- 
dose de  su  prestada  elevación. 

(Pido  perdón  y  gracia  para  una  orquídea  de  flor  morada, 
como  lirios,  que  floreció  hoy — para  mí — la  primera  de  su 
género  traída  del  Alto  Amazonas  y  me  fué  debidamente 
presentada  y  obsequié  á  la  señora  del  ministro  ameri- 
cano.) 

Y  todo  este  tumulto,  en  que  se  oye  el  crugir  de  los 
troncos,  el  reír  á  la  brisa  de  las  flores  y  renuevos,  y  el 
gemir  de  los  oprimidos  por  parásitas  y  enredaderas,  es 
no  solo  para  vivir  sino  para  gozar,  para  tomar  su  parte 
en  la  universal  orgia,  de  que  dan  testimonio  los  impúdicos 
perfumes  que  se  escapan  del  pollen  de  las  flores,  desho- 
nestas y  ebrias  como  bacantes  antiguas. 

En  el  jardín  de  Piedrabuena  estaba  la  gigantesca  Sam- 
maüa  que  ha  descrito  y  dibujado  Agassiz.  Hay  en  dicho 
jardín,  lo  que  en  todo  jardín  brasilero,  ibiscus  lacres  y  ama- 
rillos, naranjos,  palmas,  exóticos  de  todos  colores  y 
formas. 

Pasé  un  día  como  pocos  en  la  vida,  gozando  sin  testigo, 
á  la  manera  de  aquellos  perros  que  se  apartan  con  su 
hueso  á  roerlo  y  sacarle  la  substanty fique  mo'élle.  Yo  no  gru- 
ñía, sin  embargo. 

Había  para  todos,  y  del  almuerzo  participamos  Várela 
(José  Pedro),  Halbach,  Roa  y  sobreviviendo  el  General 
Worthington  y  su  señora,  y  el  Rev.  Fletcher,  volvieron  á 
almorzar,  provocados  á  tanto  desarreglo  por  el  magnifico 
comedor,  los  ahuacates,  un  pollito  (que  me  comí  yo,  por 
estar  dolente)  y  demás  conforts,  amen  de  un  vino  de  Ma- 
deira,  etc.,  etc. . .  Oh!  efímeras  horas  de  la  vida,  como  pasan,, 
dejando  por  todo  recuerdo  una  indigestión! 

Los  Japiús 

Con  las  bellezas  tropicales  se  asocian  en  el  ánimo,  boas 
contrictores,  tigres,  cocodrilos,  monos,  insectos  venenosos^ 
escorpiones  y  cientopies.  Yo  dejaré  para  los  naturalistas 
y  para  los  tontos  estas  sombras  de  la  pintura.  Tengo  otra 
mas  plácida  que  hacerle. 


MEMORIAS  317 

El  jardín  brasilero  reúne  todo  lo  que  la  naturaleza  ha 
producido  de  extravagante  en  formas  y  colores.  La  Ura- 
nia excelsa  traída  de  Madagascar  es  un  inmenso  abanico 
de  hojas  de  bananero  montado  en  un  cabo  de  palma  entero. 
El  viajero  se  detiene  á  mirarlo,  diciéndose  para  su  capote, 
— á  mi  no  me  la  pegan,  es  hecho  á  mano! — Luego  ve  que 
es  un  necio:  la  naturaleza  tropical  es  dueña  de  hacer  lo  que 
le  dá  la  gana. 

Vecino  á  la  casa  de  Piedrabuena,  mi  huésped,  hay  un 
jardín  que  reúne  las  bellezas  de  las  montañas,  con  sus  si- 
nuosidades obscuras  y  perspectivas  umbrosas,  el  lujo  ebrio 
del  bosque  y  la  culta  extravagancia  del  jardín.  Esto  lo 
dejo  en  su  conjunto  para  imaginado.  Es  el  fondo  del 
<5uadro. 

En  primer  plano  está  el  cortijo  pintado  en  que  vive  un 
negro  viejo,  con  su  vieja  negra  y  media  docena  de  negritos 
que  me  miran  con  sus  ojos  de  gacela  tímida  y  el  dedito 
en  la  boca,  como  los  angelitos  de  Rafael  en  la  madona  de 
San  Sixto.  Angelitos  negros,  desnudos,  mamoncitos,  ¿por- 
qué no? 

Sobre  la  cabana  se  eleva  un  árbol  muy  alto,  tan  alto 
que  no  da  sombra  á  la  casa;  en  las  ramas  de  este  árbol 
anidan  cuatrocientos  ó  quinientos ;Ví/)n<?,  pajarito  amarillo 
de  alas  azules,  del  tamaño  del  zorzal.  Los  nidos  en  raci- 
mos de  á  diez  y  de  á  veinte,  son  unos  cilindros  de  pajas, 
de  media  vara,  á  lo  que  se  divisan.  Conté  mas  de  dos- 
cientos. 

Los  japiús  es  un  pueblo  muy  sociable  que  construye  estas 
aldeas,  no  solo  para  poner  sus  huevos,  lo  que  nada  tendría 
de  nuevo,  sino  para  vivir,  gozar  de  los  placeres  domésticos, 
conversar  y  reírse  todo  el  día.  No  cantan  precisamente, 
sino  que  gritan  para  expresar  sus  emociones,  meten  bulla 
como  los  niños,  y  están  en  acecho  de  cuanto  ruido  les  llega 
para  imitarlo.  Si  canta  un  pajarillo,  los  japiús  tratan  de 
imitarlo,  si  grazna  un  avechucho  lo  remedan,  y  si  los  ne- 
gritos ríen,  ríen  ellos  á  su  turno  Es,  pues,  el  caserío,  una 
zambra  permanente.  De  repente,  sale  uno  tras  de  otro, 
para  darle  un  buen  pellizco,  por  cargoso,  con  aplauso  gene- 
ral de  la  turba  multa,  si  lo  alcanza,  y  le  da  bien,  bien  á  su 
gusto. 

Si  verdadera  querella  hay,  que  no  lo  creo,  habiendo   ali- 


318  OBRAS    DK    SARMIENTO 

mentó  para  todos  en  donde  quiera,  y  no  usándose  los  Ur- 
quiza  que  se  cogen  la  mejor  parte;  si  hay,  pues,  querella^ 
ha  de  ser  por  lo  que  trajo  la  guerra  de  Troya,  único  motivo 
racional  para  cortarla  á  otros  el  pescuezo. 

Pero  el  pueblo  japiúiano  no  gozara  de  su  felicidad,  si  no 
tuviera  aliados  y  amigos  que  lo  contemplen.  ¿Qué  habría 
hecho  Dios,  toda  la  vida,  en  las  profundidades  de  la  eter- 
nidad, si  no  hubiera  creado  al  hombre  para  alabar  su 
poder  y  adorarlo?  Losjapiús  construyen  su  Sion  cerca  de 
una  habitación  humana.  Gustan  del  hombre,  cuando  no 
sea  mas  que  para  verle  afanarse  en  vano  para  ser  feliz. 
En  el  presente  caso,  el  aliado  es  el  negro  viejo,  el  pueblo 
fronterizo  es  la  familia  de  negritillos.  La  paz  se  ha  man- 
tenido ocho  ó  diez  años  sin  interrupción.  Si  pudieran  los 
negritos  (que  no  pueden  por  ser  el  árbol  tan  alto)  si  pu- 
dieran tirarles  una  pedrada,  los  japiús  se  irían  con  sus 
lares  y  penates  á  otra  parte,  á  buscar  un  lejano  Lacio. 
Sucedióle  así  á  mi  huésped.  Un  cazador  tiró  sobre  los 
que  él  tenía,  y  al  día  siguiente  cargaron  baúles  y  petacas  y 
no  se  les  vio  mas  en  la  casa. 

Yo  contemplo  una  hora  el  plácido  espectáculo,  sentado 
á  la  sombra  de  una  palmera.  El  negro  levantando  la 
cabeza  para  mostrármelos,  dejábame  ver  el  perfil  de  su 
rostro  iluminado  por  la  sonrisa  del  padre  que  ve  á  sus 
hijos  revolcándose  de  dicha  sobre  el  césped.  ¡Cuántas 
amarguras  habrán  dulcificado  aquellos  compañeros  en  la 
larga  y  penosa  vida  del  pobre  negro  esclavol 

Después  de  veinte  y  cuatro  horas,  llenas  á  desbordar  de 
la  copa,  volvimos  á  la  ciudad  para  embarcarnos. 

Dia  P— En  plena  mar.  Con  recuerdos  dolorosos  del  día 
de  ayer;  pero  me  tengo  á  dieta.  Dentro  de  cuatro  días  á 
Pernambuco,  y  es  preciso  estar  preparado  para  todas  las 
contingencias.  Las  pinas  (ananás)  dicen  que  son  delicio- 
sas.   Mi  provisión  de  abacates  se  me  ha  perdido! 

Dia  10 — Nada  ocurre.  All  right.  Estoy  rumiando  me- 
lancólicamente sobre  la  situación  (el  estómago  serenado). 
Cada  uno  me  da  el  parabién  sobre  las  noticias  traídas  por 
el  vapor,  dando  por  seguro  mi  nombramiento. 

Seré,  pues,  Presidente.  Hubiera  deseado  que  mi  pobre 
madre  viviese  para  que  se  gozase  en  la  exaltación  de  su 
Domingo.    Pero  me  sucede  loque  á  los  viajeros    que  han 


MKMüRIAS  319 

ido  dejando  como  luces  extinguidas  sus  afecciones  en  el 
largo  canaino. 

Como  los  generales,  después  de  gloriosos  combates  en 
que  perecieron  sus  bravos  compañeros;  como  el  marino 
que  salva  del  común  naufragio,  yo  tengo  un  mundo  fúne- 
bre que  quisiera  evocar  de  la  temprana  tumba.  El  doctor 
Aberastain  que  desde  los  primeros  pasos  de  mi  vida,  creyó 
en  mi  como  en  un  ser  privilegiado.  Belin,  el  impresor 
marido  de  mi  hija,  habría  encontrado  la  recompensa  de 
su  laboriosa  vida,  á  mi  lado.  Juan  Godoy,  Hilarión  Moreno, 
Jacinto  y  Demetrio  Peña  eran  mis  candidos  admiradores. 
Perdí  á  Dominguito,  cuando  necesitaba  de  su  aprobación, 
de  su  pluma,  de  su  entusiasmo.  El  pobre  Marcos  Gómez, 
que  tanto  prometía;  el  pundonoroso  Soriano,  que  se  mata 
por  tem.or  de  que  yo  le  juzque  mal.  Todos  míos,  sin 
egoísmos,  mios  por  el  corazón.  De  esta  estirpe  de  amigos 
se   ha  hecho  en  torno  mío  un   desierto. 

Quédame  la  otra  rama  del  árbol  de  las  afecciones,  y  á 
Dios  gracias,  en  plena  y  abundante  florescencia.  Al  frente 
de  la  falanje  Aquella  que  me  decía:  —  «Si  no  sigue  mi 
consejo,  no  siga  el  de  nadie.» — Nunca  el  corazón  habló 
mas  alto.  Y  aquella  que  me  escribe: — «Usted  no  es  un 
hombre,  es  usted  una  nación  que  lleva  en  su  corazón. 
Yo  creo  en  las  individualidades.» — Y  aquella  que  k  propó- 
sito de  Ambas  Américas,  exclamaba: — «El  gigante  está  dfl 
pie  otra  vez.» — Y  aquella  que,  nombrado  senador,  me  decía: 
— «Lo  celebro  por  lo  que  le  honra,  que  todo  honor  es  poco 
para  lo  que  merece.» — Y  aquella  otra  Marta,  que  después 
de  la  entrada  del  enemigo  en  San  Juan,  me  escribía:  — 
« Si  hubiera  estado  usted  aquí,  mi  hermano  no  hubiera 
muerto.» 

Y  los  poetas  menores  del  corazón,  mis  hermanas,  mi 
hija,  han  tenido  también  su  palabra  de  aliento  ó  de  fe  ó 
de  inspiración.  La  mujer  es  la  sensitiva  humana.  Ella 
es  la  primera  en  sufrir  las  crispaciones  que  causa  el 
contacto  de  las  naturalezas  eléctricas.  Las  mias  vienen 
anunciando,  presintiendo  el  sentimiento  público.  Su& 
cabellos  se  agitan  y  ondulan  con  los  suspiros  de  la 
brisa.  El  pueblo  necesita  que  la  brisa  se  convierta  en 
viento. 

Aquella  fe   robusta   de  Aberastain,  aquella  infatuación 


320  OBRAS   DE   SARMIENTO 

de  Mrs.  Mann  se  han  encarnado  en  el  pueblo  y  héchose 
fe,  creencia,  opinión,  esperanza.  Mi  Aberastain,  es  la  prensa 
de  ahora.  La  que  me  dio  su  corazón,  años  antes  de  que 
nadie  creyese  que  merecía  un  corazón  y  solo  necesita 
decirme:  venga  á  recibir  su  ínsula;  el  grande  noviciado 
está  terminado. 

¡Y  vive  Dios!  Si  siento  á  mi  espalda  el  apoyo  del  pueblo, 
si  esta  brisa  favorable  no  cambia  de  rumbo,  he  de  justi- 
ficar á  mi  país,  á  mis  amigos  y  á  los  que  me  aman. 
Haré  que  tengan  razón,  y  que  no  muera,  sin  que  otra 
falanje  de  amigos,  de  entusiastas,  me  acompañe  al  se- 
pulcro. . . 

Ohl  Magdalena!  te  levantarás  la  primera  á  preparar  el 
cadáver  querido  para  el  reposo  eterno.  Si  hay  detrás  la 
inmortalidad  de   la  gloria,  las  lágrimas  están   demás. 

Mar  azul  turquesa.  Hace  fresco.  Olvido  que  dejamos 
-al  sol  en  St.  Tilomas.  Estamos,  pues,  en  invierno  de  este 
lado  de  la  línea. 

Dia  11 — Puesta  del  sol  ayer,  dispuesta  con  cierto  arte 
y  seguida  de  radiaciones  opalinas  sobre  fondos  azules  de 
buen  efecto.  La  noche  sobreviene  casi  sin  gradación.  En 
este  mundo  de  que  el  buque  es  el  centro,  todo  toma  interés, 
la  forma  de  una  nube,  la  sucesiva  aparición  de  una 
estrella.  Así  contemplando  el  cielo  estrellado,  mas  brillante 
«n  el  sur  quo  en  el  norte,  llámanos  la  atención  la  columna 
de  luz  que  aun  ya  avanzada  la  noche  y  visibles  todas 
las  estrellas,  marca  el  oriente;  es  la  luz  zodiacal  que  veo 
por  la  primera  vez.  Alcanza  hasta  cerca  de  la  vía  láctea 
en  ángulo  recto.  La  base  en  el  horizonte  es  ancha,  y 
toda  ella  figura  un  oblicuo.  Brillante  espectáculo  ¿  qué 
será?  Créese  que  es  un  anillo  de  materia  luminosa  que 
rodea  á  la  tierra  en  el  Ecuador,  como  los  de  Saturno. 
Faraday  supone  que  son  las  corrientes  magnéticas.  Esta 
noche   volveremos   á  verla. 

Divísanse  las  montañas  de  Paranahyba, donde  se  produce 
el  mejor  té  del  Brasil.    Mar  verdosa. 

Hay  un  pasajero  muy  ignorante  (habla  español)  á  quien 
le  dicen  que  cuando  el  sol  se  pone,  vuelve  á  pasar  por 
el  cielo  para  volver  á  salir  el  otro  día;  pero  como  es 
de  noche,  no  lo  vemos.    Mi  hombre  se  queda  pensando 


MEMORIAS  321 

un  rato,  hace  que  le  repitan  la  proposición,  la  pesa,  la 
medita,  duda  y  al  fin  halla  que  es    imposible  la  cosa. 

Día  12 — Vénse  las  montañas  de  Ceará  y  pasamos  á  una 
milla  de  la  ciudad.  En  aquellas  montañas,  Agassiz  encontró 
rocas  moiitoYinées  y  el  drift,  evidencia  de  la  existencia  de 
glaciers.  El  mundo  ha  estado  alado  en  alguna  época. 
Traigo  á  bordo  la  obra  de  la  señora  Agassiz  sobre  el 
Amazonas  y  mucho  dijera  sobre  sus  descubrimientos  en 
peces  y  la  teoría  de  la  creación,  sino  temiese  que  el  papel 
me  falte.  Agassiz,  contra  Darwin,  no  cree  en  el  sucesivo 
cambio  de  las  formas  de  los  animales  por  variación,  y  sus 
descubrimientos  lo  prueban,  sin  embargo.  La  teoría  de 
Darwin  es  argentina  y  me  propongo  nacionalizarla  por 
Burmeister,  etc.,   etc. 

Día  13 — Rumbo  al  sur.  A  las  doce  pasamos  el  cabo  San 
•Roque.  El  mar  desierto  hasta  aquí,  se  anima  con  buques 
de  vela  y  diez  changadas  ó  tartamaran^  la  mas  ruda  de  las 
embarcaciones,  á  saber  una  vela  sobre  un  triángulo  de 
palos;  los  pescadores  van  en  el  agua.  Si  unos  indios  in- 
ventaron la  balsa,  estos  inventaron  la  vela,  sin  balsa. 

Seguimos  á  lo  largo  de  la  costa.  Vése  humo.  Hay  vida; 
y  á  bordo,  caras  alegres  con  la  perspectiva  de  llegar  mañana 
á  Pernambuco. 

Puesta  del  sol  ayer,  suave,  sin  nubes,  de  una  beldad  lán- 
guida, horizonte  ópalo  (caldo)  dos  cuernos  como  el  Moisés 
de  S.  Pietro  in  vinculi,  rosados,  con  un  espacio  intermedio 
azul.     La  luz  zodiacal  ocupa  en  la  noche  el  campo  azul. 

Pernambuco 

Bia  14 — ¡Humaitá  tomado!    Hurra!    Hurra.    Hurra! 

La  primera  escalera  (bote)  que  se  aproxima,  pregunta  por 
el  señor  Sarmiento,  y  un  pasajero  me  grita.  ¡Humaitá  to- 
mado! El  cónsul  argentino  me  espera  en  tierra.  Buques 
empavesados,  las  banderas  de  la  triple  alianza  en  los  edifi- 
cios del  gobierno.  Saludo  la  nuestra  y  por  cortesía  las 
otras. 

Visito  la  ciudad;  qué  linda  es!  la  Yenecia  del  trópico.  Un 
rio,  el  Ibiribí,  ó  cosa  parecida,  se  subdivide  en  varias  ramas, 
á  que  los  brasileros  han  puesto  marco  de  piedra,  maleco- 

TOMO    XLII.— 21 


322  OBRAS   DE    SAKMIENTO 

lies  sobre  los  que  descuellan  palmeras,  mangos,  zapotes. 
y  toda  la  tribu  engalanada  de  papagayos  vegetales.  Las 
chacras  son  deliciosas,  las  casas  magníficas. 

El  pueblo  por  doquiera  está  endomingado,  las  calles 
embanderadas,  los  magníficos  puentes  de  hierro  cerrados 
de  arcos  de  verdura. 

Al  fin  de  uno  de  los  canales,  se  ve  Oiinda,  la  vieja  ciudad, 
sentada  sobre  un  collado,  abanicándose  con  sus  palmeras. 

La  euforbia  viene  á  aumentar  aquí  las  galas  de  la  natu- 
raleza. Recorro  los  alrededores  hasta  el  puente  colgado  de 
Changada.  Vueltos  á  casa  del  cónsul  argentino,  óyense  los 
voladores  de  una  procesión  de  ciudadanos  que  recorren  las 
calles.  Dos  músicas  se  acercan.  Una  comisión  me  ofrece 
las  libertades  de  la  ciudad  de  Pernambuco.  Soy  proclamado 
presidente  de  la  república  aliada.  Ofrezco  en  cambio  (in 
imo  pectore)  rebanarle  el  bandullo  á  López,  etc.  Visito  al 
«presidente»  de  la  ciudad  que  ha  estado  á  saludarme  en 
casa.  El  comandante  del  puerto  me  aguarda  en  el  arsenal 
con  la  escalera  de  marina.  Voy  cargado  de  ananas,  naran- 
jas y  gratitud  por  la  excesiva  oficiosidad  de  estas  gentes. 
Los  redactores  de  los  diarios  me  visitan. 

Me  embarco  y  danzamos  en  este  mar  proceloso  hasta 
llegar  al  buque,  donde  me  reciben  con  el  título  de  Presi- 
sidente.  El  capitán  de  un  buque  de  guerra  norteamericano 
ha  venido  á  bordo  á  anunciarlo,  como  la  última  noticia  que 
trae  de  Ptío  Janeiro.  Siento  subirme  desde  las  piernas  á  los 
brazos  una  oleada  de. ..  Había  leído  en  tierra  que  Urquiza 
estaba  armado  hasta  los  dientes. .    Obi  serénate  corazón. 

Para  conseguirlo,  le  contaré  un  cuento  que  le  va  á  gustar. 
Allá  en  tiempo  de  entonces,  en  1624,  la  compañía  holandeza 
de  las  Indias  Occidentales  se  apoderó  de  las  costas  del 
Brasil,  desde  Bahía  al  río  San  Francisco.  En  1636  el  sta- 
thouder  Féderik  envió  para  gobernarlas  al  conde  Juan 
Mauricio  de  Nassau,  sobrino  del  gran  Guillermo  el  Taci- 
turno. Con  el  espíritu  de  la  libertad  conquistada,  presintió 
desde  tan  temprana  época,  el  medio  de  asegurarla.  Era 
también  sobrino  del  gran  conde  Mauricio  (véase  Motley). 
Había  alcanzado  en  sus  primeros  años  á  batirse  con  las 
últimas  huestes  españoles  que  invadieron  la  Holanda.  A 
su  llegada  á  Pernambuco  se  propuso,  y  lo  consiguió,  recon- 
ciliar á  holandeses  y  portugueses,  proclamó  la  libertad  de^ 


MKMORIAS  323 

conciencia  para  católicos,  protestantes  y  judios.  Acompa- 
ñábale Piso,  uno  de  los  primeros  naturalistas  de  aquella 
época.  Pidió  á  Holanda  sacerdotes  y  maestros  de  escuela, 
y  no  solo  los  europeos  sino  los  indios,  vieron  levantarse 
iglesias  y  escuelas  en  las  colonias  y  en  las  selvas.  Dos 
siglos  ha,  principiábase,  pues,  en  esta  parte  de  América,  la 
obra  que  solo  se  ha  de  realizar  en  la  última  mitad  del 
siglo  XIX  para  el  norte. 

Reedificó  la  ciudad,  y  hasta  sus  bellos  canales  están  re- 
velando su  origen  holandés.  Formó  un  jardín  de  aclima- 
tación é  introdujo  de  Asia  y  África  muchas  plantas  tro- 
picales raras  ó  productivas.  La  Compañía  de  Indias, 
empero,  quería  dividendos  y  no  un  país  feliz.  Fué  llamado; 
y  aunque  después  se  revocó  la  orden,  salió  de  Pernambuco 
á,  Parnahiba  á  embarcarse,  siendo  el  objeto  de  una  continua 
ovasion  de  las  aldeas  y  pueblos  de  indios  por  donde  atra- 
vesó. Embarcóse  saludado  por  el  himno  nacional  holandés 
Wilhem  Von  Nassau. 

El  Portugal  reconquistó  después  este  territorio,  y  el  mar 
de  la  ignorancia  é  intolerancia  absorbió  en  su  seno  esta  isla 
florida.  Pernambuco,  conserva,  sin  embargo,  mucho  que 
lo  recomienda.  Es  el  punto  de  partida  ó  encuentro  de  todas 
las  líneas  de  vapores,  y  sin  puerto  tan  peligroso,  sería  una 
gran  ciudad  mercantil;  aunque  es  ya  la  segunda,  después 
de  Río  Janeiro. 

Mis  impresiones  son  vivísimas  y  me  parece  que  aun  veo 
sus  árboles,  sus  casas,  sus  flores,  luminosas  como  incrusta- 
ciones de  conchas  en  papier  maché.  Suena  el  caldero,  bufa 
el  vapor  y  rumbo  al  sur. 

Dia  i5— No  hay  naranjas  mas  dulces  que  las  de  Pernam- 
buco. Si  fuera  ciudad  argentina  yo  trabajaría  por  hacerla 
Ciipital.  Solo  en  lo  malo  del  puerto  aventaja  á  la  nuestra. 
Navegamos  S.  O.  S.  viendo  siempre  la  costa.  Pasamos  la 
ciudad  de  Meseas.  Dos  ballenas  (chacalotes)  andan  jugue- 
teando al  lado.  Cada  colazo  en  el  agua  es  recibida  con 
aplausos  de  á  bordo.  Centenares  de  delfines  vienen  esca- 
pando por  bandadas,  huyendo  de  las  ballenas.  El  vapor 
que  va  á  Liverpool  nos  cruza.    Nada  mas  de  nuevo. 

Dia  16 — Una  puesta  del  sol  sublime.  Ha  debido  darse  á 
beneficio  de  los  aliados,  en  celebración  de  la  toma  de  Hu- 
maitá.    La  paleta  del  pintor  no  tiene  colores  para  represen- 


324  OhKAS    l>lí    SARMIENTO 

tarla.  Nuestros  blancos  son  pálidos.  La  luz  no  tiene  otros 
representantes  que  la  plata  y  el  oro  que  no  son  trasparen- 
tes. Cuando  el  sol  es  el  protagonista  del  drama,  el  espec- 
tador aparta  los  ojos,  como  Moisés  de  la  vista  de  Jehova. 

El  Rev.  Fletcher  hace  los  oíicicios  divinos.  El  tema  de 
su  discurso  es  la  primera  palabra  del  vers.  29  cap.  X  de  los 
Números. 

We  arejourneyng.  Como  ilustración  de  que  el  hombre  debe 
tener  una  carta  que  lo  guie  en  la  jornada,  la  verdad,  cita  el 
ejemplo  de  uno  de  los  pasajeros  que  han  luchado  toda  su 
vida  para  establecer  el  imperio  de  la  verdad  en  el  gobierno 
de  su  país  y  se  dirige  ahora,  hacia  él,  en  este  buque,  á  po- 
nerla en  práctica,  etc.,  etc.  Concluido  el  sermón,  muestro 
al  Rev.  Fletcher,  este  diario  de  viaje  y  las  palabras  que  le 
sirve  de  lema: — Ma  vie  est  un  combat,  de  Beaumarchais,  y, 
la  mía  es  un  largo  viaje.  ¿Llegaré?  Circunstancia  que  le 
sorprende  por  su  novedad. 

bahía 

La  mas  vieja  coqueta  ciudad  del  Brasil.  Como  las  de  su 
gremio,  no  hay  joya,  colorín,  ni  flores  de  que  no  se  haya 
revestido.  Sobre  una  falda  de  palmeras  y  verduras  de 
una  legua,  se  muestra  coronada  de_  torres,  sobre  cada  rizo 
de  su  cabeza;  el  mar  tranquilo  de  la  inmensa  bahía  lame 
sus  pies.    La  ciudad  se  muestra  entera  en  anfiteatro. 

Todo  para  visto  de  lejos.  De  cerca,  huele  mal;  el  colorín 
está  chorreado,  los  conventos  son  de  pésima  arquitectura 
portuguesa,  y  los  frailes  sucios  y  brutos  (supongo  caritati- 
vamente); y  como  es  un  faldeo  y  está  lloviendo  y  hace  frío 
y  viento,  no  quiero  bajar,  no  obstante  la  escalera  de  la  mari- 
na que  viene  á  ponerse  á  mis  órdenes.  Tengo  aprensión  de 
que  sea  lagañosa! 

Día  17 — La  escalera  del  arsenal  está  á  mis  órdenes  desde 
temprano.  Descendí  á  tierra  con  algún  séquito  y  la  forta- 
leza al  pasar  me  saluda   con  veintiún  cañonazos. 

Recíbeme  el  Comandante  del  puerto,  que  me  encierra  en 
un  coche,  que  me  trepa  sobre  la  batería,  que  me  depone 
á  la  puerta  del  palacio  del  presidente,  quien  rodeado  de 
oficiales  me  recibe  con  la  nacional  cortesía  y  afabilidad. 


MEMORIAS  325 

Cinco  horas  visito  los  alrededos,  el  Señor  Milagroso  de 
Bomfin,  en  cuya  capilla  encuentro  un  museo  de  piernas, 
brazos,  pechos  (en  cera)  en  memoria  de  curas  hechas  por 
iíitercesion.  Antes  eran  de  plata.  Hoy  basta  un  recuerdo 
de  cera!    Veo  un  fraile  en  cadeira  (chaise  á  porlcurs). 

Visito  á  la  hermana  de  la  señora  de  Elizalde  brasilera 
de  origen,  pero  porteña  de  idioma,  gracia  y  despejo.  Pasé 
una  hora  deliciosa. 

El  jardin  público  es  bellísimo.  Bahía  es  la  mas  antigua 
ciudad  del  Brasil  y  conserva  mucho  del  antiguo  tipo  portu- 
gués. Américo  Vespuccio  encontró  aquí  la  madera  de 
tiate  que  se  llamaba  palo  de  brasil  y  la  región  tomó  el  nom- 
bre del  palo,  como  la  América  se  llamó  así  de  las  primeras 
noticias  publicadas  en  Europa. 

En  esta  hermosa  Bahía  se  dio  la  batalla  naval  en  que 
D.  Fadrique  de  Toledo  desalojó  y  expulsó  á  los  holande- 
ses. En  la  biblioteca  de  los  jesuítas  expulsos  por  el  mar- 
quez  de  Pombal,  un  ingles  prisionero  encontró,  comidos 
de  las  ratas  los  mas  preciosos  manuscritos  de  viajes  desde 
el  Brasil  á  Bolivia,  Perú,  Venezuela,  etc.  Muchos  se  han 
publicado. 

Los  alrededores  de  Bahía  son  espléndidos,  favorecido  el 
brillo  de  la  vegetación  por  lo  sinuoso  del  terreno,  que  forma 
valles  profundos  encerrados  en  limitadísimo  espacio.  La 
ciudad  sobre  la  barranca,  es  menos  angustiada  que  en  el 
puerto,  donde  el  tránsito  á  pie  ó  en  carruaje  es  apenas  po- 
sible. De  aquí  la  necesidad  de  sillas  cubiertas  y  sostenidas 
á  hombros  por  dos  negros,  para  subir  las  laderas.  El 
grueso  de  la  población  es  de  negros  de  la  raza  7niná  que  es 
bien  formada  y  corpulenta.  Atribuye  el  censo  á  Bahía 
15.000  habitantes,  á  la  provincia  millón  y  medio.  La  po- 
blación no  está  en  el  interior,  si  no  en  la  costa  y  la  isla  que 
cierra  la  bahía,  lo  que  obvia,  por  la  navegación,  las  dificul- 
tades del  tránsito.  Un  ferrocarril  penetra  77  millas  hacia 
el  interior. 

Pero  lo  que  hará  la  eterna  gloria  de  Bahía,  mas  que  sus 
antigüedades,  sus  calles  impracticables,  sus  conventos  y 
su  teatro,  es  lo  hiperbólico,  superlativo,  incomparable  y 
dulce  de  sus  naranjas.  La  naranja  principia  en  Buenos 
Aires,  agria  á  los  35°  de  latitud;  asciende  en  tamaño  y 
toma  todas  las  variedades  de  china^  augelina,  tetón  de  negresse^ 


326  UBKAS    UK    SAHMIKNTO 

limas,  etc.,  en  Rio  Janeiro,  hasta  que  en  Bahía,  toca  al 
zenit,  al  apogeo,  la  naranja  unbilical,  sin  semilla,  grande 
como  melón  cantaloup. 

Llevo  prisioneras  en  un  cajón,  un  centenar  á  Buenos 
Aires,  seguro  de  congraciarme  las  voluntades,  desarmar 
las  presuenciones,  derrotar  toda  oposición,  con  solo  hacer  á 
cada  malqueriente  presente  de  una  naranja  de  Bahía,  na- 
ranja excelsior,  óptima,  la  última  palabra  de  la  naranja — 
su  nec  plus  ultra. 

Nuevo  y  mas  cordial  saludo  del  cañón.  Un  batallón  de 
guardias  nacionales  me  presenta  las  armas;  la  música  bate 
marchas.  S.  E.  el  presidente  de  la  provincia  me  acompa- 
ña, todo  lo  cual  se  me  hace  habitual,  á  fuerza  de  repetido, 

A  bordo  me  aguarda  el  almirante  de. la  escuadra  norte- 
americana, que  me  cumplimenta  por  mi  nombramiento,  y 
cuando  pasa  el  «Merrimac»  delante  del  «Guerrior,»  fragata 
de  guerra,  la  gente  está  en  las  vergas,  la  música  entona 
Hail  Golumbia,  el  oid  mortales  yankee  y  veinte  y  un  cañona- 
zos me  desean  feliz  viaje.  Es,  pues,  en  estas  latitudes» 
hecho  consumado,  incuestionable,  reconocido  por  todas  las 
naciones  que  soy  presidente  de  la  República  Argentina. 

Día  17 — Buen  viento — caras  alegres.  Comentarios  sobre 
las  emociones  de  ayer.  El  saludo  del  «Guerrior»  ha  dejado 
complacidos  á  todos,  á  los  americanos  del  norte  por  ser  de 
su  nación,  á  los  del  sur,  por  haber  visto  flamear  al  tope  la 
bandera  argentina.  Supe  por  los  que  han  venido  de  tierra 
que  es  cosa  recibida  en  Bahía  que  yo  soy  enemigo  de  la 
guerra  y  por  tanto  del  Brasil.  Esto  se  sabe  de  buena  tinta 
del  Río  de  la  Plata  (traslado  á  Leal  y  C^.) 

Muestránme  un  artículo  del  Siglo^  de  Montevideo,  que 
analiza  las  candidaturas.  Yo  soy,  á  lo  que  veo,  el  maná 
que  sabía  á  lo  que  cada  uno  gustaba  dar  preferencia.  Des- 
pués de  enumerar  mis  virtudes  y  prendas  en  términos 
que  le  merecen  mi  cordial  aprobación,  prueba  como  tres 
y  dos  que  haré  la  paz  con  López  y  me  prepararé  á  hacer 
cruda  guerra  al  Brasil  ó  al  imperio.  Así  acaban  todas 
las  novenas  después  de  las  oraciones  y  milagros  del  santo. 
Aquí,  dice  el  padre,  cada  uno  pedirá  al  santo  lo  que  mas 
deseara  conseguir.     La  paz!  la  paz! 

Día  18 — Se  mide  una  naranja,  17  pulgadas  inglesas  de 
circunferencia,  y  se  comen  muchas  otras.    Reclinado   so- 


MEMORIAS  327 

bre  la  borda,  mirando  sin  ver  el  mar  azul  que  pasa  á  dos 
millas  por  hora  y  meditando  sobre  las  vicisitudes  huma- 
nas, sin  advertirlo,  yo  me  había  comido  cuatro! 

El  doctor  Carranza  me  obsequia  un  volumen  de  la  im- 
portante obra  sobre  el  Army  medical  museum  en  que  están 
consignados  los  hechos  observados  por  los  médicos  duran- 
te la  guerra,  heridas,  amputaciones,  etc.  El  museo  osteo- 
lógico es  el  mas  célebre,  sino  el  único  en  su  género  en  el 
mundo. 

Dia  i£>— 'Miss  Parker,  me  envía,  como  memoria,  unos 
versos.    El  que  consagra  á  la  ambición  es  bellísimo. 

Antes  que  se  me  oscurezcan  los  recuerdos,  diseño  aquí 
la  urania  excelsa,  la  mas  matemática  de  las  plantas.  No 
puede  trazársela  sin  compás,  tan  equidistantes  están  sus 
ramas,  tan  exacta  la  forma  de  abanico.  Respondo  de  la 
exactitud  del  dibujo. 

Vése  por  la  primera  vez,  aunque  ya  alta,  la  mas  alta 
de  las  nubes  de  Magallanes  (manchas  del  sur.) 

Un  banquete  de  despedida  en  que  descuella  una  galan- 
tina me  trae  la  consiguiente  indigestión.  Estaba  tan  bue- 
na! Los  pasajeros  se  reúnen  en  meeting,  nómbrase  Chair- 
man  á  Mr.  Sarmiento  y  se  redacta  un  voto  de  gracias  al 
capitán  del  «Merrimac»,  por  el  feliz  viaje  y  atenciones, 
á  que  han  suscrito  todos  y  debe  serle  presentado  en 
Río. 

Río  DE  Janeiro 

Desde  el  Cabo  Frío  la  escena  marítima  se  anima.  Mon- 
taña tras  montaña,  pico  tras  pico,  trazan,  las  líneas  que- 
bradas, rotas,  atormentadas  de  la  formación  granítica. 
El  mar  se  cubre  de  velas,  trazándose  penosamente  en  la 
calma  su  camino,  ó  buscando  la  entrada.  Una  lejana,  va 
rumbo  al  Río  de  la  Plata. 

La  bahía  se  diseña,  al  fin,  por  los  morros,  las  islas,  las 
enormes  murallas  que  revelan  un  mundo  derruido.  Aquí 
se  siente  que  el  actor  ha  sido  Dios.  El  caos  se  le  mostraba 
rebelde.  Que  aterrante  ha  debido  serla  lucha! 

Pasada  la  isla*'que  guarda  la  entrada,  el  telón  se  levan- 
ta, y  aparece  la  bahía  estupenda,  el  Corcobado,  como  bas- 
tidor enorme  de  aquel  sublime  escenario,  la  montaña  Das 


328  OBRAS   DB   SARMIENTO 

Oi'gas,  en  perspectiva,  al  fondo  del  paisaje.  Los  que  re- 
cien lo  ven  se  felicitan  de  haberlo  visto;  yo  creo  que  he 
olvidado  mis  pasadasimpresiones,  tan  fuerte  es  laque  ex- 
perimento. 

Pasamos  los  formidables  fuertes  que  cruzan  sus  fuegos 
y  que,  sin  embargo,  pueden  ser  desde  afuera  bloqueados 
por  un  «Thunderberg»;  y  un  cañonazo  anuncia  que  esta- 
mos fondeados.  De  las  primeras  llega  una  galera  del  ar- 
senal, seguida  de  un  vaporciiio.  La  galera  es  para  qu© 
desembarque  su  Exa.  y  el  vaporcito  para  su  equipaje.  Un 
coche  lo  aguarda  en  tierra,  un  oficial  lo    acompañará. 

El  comandante  del  arsenal  me  aguarda  en  las  gradas.. 
í(Su  excelencia,  me  dice,  no  me  conoce» — Su  fisonomía  no 
me  es  desconocida.— O  capitán  del  «Alphonso»  en  el  com- 
bate naval  del  Tonelero! — Los  dos  estábamos  viejos.  Diez 
y  seis  años  median.  Nos  dimos  un  buen  apretón  de 
manos. 

El  cónsul  argentino  me  aloja  en  el  Club  Fluminense.  El 
ministro  Torrent  me  pone  al  corriente  de  lo  que  pasa;  se 
teme  ó  se  espera  de  mi  entrada  en  escena.  El  Emperador 
quiere  verme  cuanto  antes. 

Dia  21 — A  las  tres  y  media  de  la  mañana  me  despertó 
un  negro.  Yo  quería  ir  á  visitar  el  jardín  botánico.  Al 
doctor  Velez,  aquella  planta  de  Córdoba,  arraigada  en 
Buenos  Aires,  decíale  una  vez,  cuando  se  lamentaba  de 
no  haber  viajado  y  decía  envidiarme  de  haber  estado  en 
Roma: — tome,  doctor,  el  vapor  de  Río  Janeiro,  desembar- 
que, hágase  conducir  al  jardín  botánico  y  vuélvase  á  su 
casa  seguro  de  que  ha  visto  la  mas  bella  página  de  la 
creación. — El  Brasil  está  todo  en  ese  pedazo  de  país  con 
Jas  decoraciones  del  escenario  circunvecino. 

Esta  mañana,  recorriendo  el  jaj'din,  las  vecindades  enga- 
lanadas por  aquella  vegetación  iluminada,  pintarrajeada,, 
sombreada  por  picos,  morros  y  crestas  gigantescas,  volvia. 
á  repetirme  lo  mismo,  no  obstante  que  visité  el  Central 
Parkde  Nueva  York,  el  mas  bello  del  mundo,  exprofeso 
para  compararlo.  Aquel  es  un  grabado  en  acero,  bien  inter- 
pretado; este  un  cuadro  del  Tíciano. 

Vi  una  salida  del  sol,  por  sobre  picos  y  recortes  del  gra- 
nito. El  sol  era  un  enorme  granate  candente.  Nunca  lo- 
he  visto  de  este  color.     Teñía  de  rojo  subido  las  nubeciUas. 


MEMORIAS  329 

De  regreso,  me  encuentro  con  el  ministro  norteameri- 
cano que  me  previene  loque  ha  podido  observar  y  puede 
interesarme. — Personajes  muy  altamente  colocados  están 
ansiosos  con  su  llegada,  de  acuerdo  todos  en  atribuirle  las 
mas  altas  cualidades,  temen  que  según  los  boatos  de  la 
prensa  de  Buenos  Aires,  el  señor  Sarmiento  está  contra  la 
guerra  y  contra  la  alianza. — El  Rev.  Fletcher  me  encuentra 
igualmente  y  me  cuenta  los  detalles  de  una  visita  al 
Emperador. — ¿Porqué  no  ha  venido  el  señor  Sarmiento  in- 
mediatamente? Se  lo  tenía  pedido  al  ministro  argentino. 
«Cono  señor  Sarmiento  no  ha  etiqueta,  somos  viejos  ami- 
gos; lo  trato  como  á  Agassiz  y  le  doy  la  mano.»  Su  impa- 
ciencia crece  á  medida  que  el  tiempo  avanza. — Quiero 
hablar  con  él.  Tengo  la  mas  completa  confianza  en  su 
carácter,» — y  cuando  Fletcher  le  asegura  que  no  traigo 
tales  ideas — Lo  sé,  lo  sé,  le  repite  con  vivacidad, — en  co- 
nozco a  o  señor  Sarmiento;  pero  la  presión  que  ejercerá  la 
opinión  pública  sobre  él  en  su  país,  puede  ser  superior  á 
su  voluntad.» 

Veo  á  Paranhos,  á  la  una  y  media,  que  tenía  recibida 
carta  del  Emperador,  de  la  noche  anterior,  sobre  mi  demora 
de  verle,  y  la  que  creía  omisión  de  Torrent,  indicándole 
hora  para  recibirme. 

Me  recibe,  en  efecto,  con  las  mas  cordiales  muestras  de 
amistad  personal.  Me  da  la  mano;  se  sienta  y  me  hace  sen- 
tar, contra  las  formas  de  la  etiqueta  y  hace  alarde  de  esta 
vieja  amistad,  diciéndome  que  sus  hijas  y  yernos  me  co- 
nocen y  leen  mis  libros  y  escritos.  Hablase  de  todo;  tóca- 
se el  punto  delicado;  y  siento  que  la  presencia  de  Torrent, 
dando  por  su  carácter,  algo  de  oficial  á  la  conferencia,  le 
impide  á  él  y  me  impide  á  mi,  extendernos  mas,  yo  para 
corroborar  sus  temores  y  requerir  de  su  parte  se  obvien 
dificultades  que  pueden  justificarlos,  él  para  expresarse 
sobre  la  situación  asumida  por  Urquiza  y  poder  medir  la 
gravedad  del  conflicto  y  los  medios  de  pararlo. 

La  visita  dura  una  hora  larga  que  él  prolonga  con  satis- 
facción, hasta  que  anuncian  ser  llegada  la  hora  de  presidir 
el  Instituto  Histórico  Geográfico  y  me  dice:  ¿Porqué  no 
vamos? — Vamos,  esto  es  de  estudiantes,  aludiendo  á  lo  que 
una  vez  dije  y  el  corroboraba  á  Fletcher,  Torrent  y  otros 
que  habíamos  pasado  quince  días  en  Petrópolis,  tratando- 


330  OBRAS    l>K   SAhMIKNTO 

nos  como  dos  colegiales.  Torrent  aprovecha  la  ocasión  y 
establece  algunas  verdades  oscurecidas  por  el  lenguaje  de 
la  prensa  y  por  el  sentimiento  aparente  de  hostilidad  hacia 
el  Imperio. 

Asisto  al  Instituto  y  se  me  asigna  un  lugar  al  lado  del 
Presidente  efectivo.  Léese  el  acta  y  se  procede  á  tramitar 
los  asuntos  ordinarios.  Levantada  la  sesión,  deseándome 
feliz  viaje  y  siempre  deplorando  que  no  fique  algunos  días 
mas,  para  ver  á  la  familia  imperial. 

Día  22 — Santa  Teresa  es  un  espolón  que  sirve  de  base 
al  Corcovado  y  tiene  su  extremo  dentro  de  la  ciudad;  y 
ascendiendo  por  una  estrada,  á  diversos  planos,  se  llega, 
entre  casitas  dispersas  y  bosques  primitivos,  á  las  obras 
de  agua  que  surten  á  la  ciudad.  Nada  mas  pintorezco  que 
este  ascenso,  desde  donde  se  divisan  la  ciudad  y  la  bahía 
inmensa.  Del  pie  mismo  de  la  roca  del  Corcovado,  brota 
un  abundante  raudal  de  agua,  que  por  un  antiguo  acue- 
ducto, es  dirigido  á  la  ciudad.  Las  obras  modernas  son 
de  mucho  gusto  y  mantenidas  con  esmero. 

De  regreso,  visítame  el  general  Webb  ( U.  S.  Minister) 
y  tenemos  una  larga  conferencia  sobre  la  guerra  del  Para- 
guay. Como  yo  no  vendo  la  piel  del  oso  vivo,  queda 
abierta  la  conferencia   para  segunda  entrevista. 

Dia  55— Un  mes  cumplido  desde  Nueva  York,  hacemos 
hoy  rumbo  al  sur,  desde  Rio  Janeiro  en  el  «Aunis».  AI 
pasar  delante  de  un  buque  de  guerra  norteamericano,  soy 
saludado  con  veinte  y  un  cañonazos.  A  bordo  nos  hemos 
reunido  varios  de  los  pasajeros  del  «  Merrimac»,  otros  que 
encontré  en  Europa,  unas  hermanas  de  caridad  y  franceses 
que  vienen  ó  vuelven  al  Rio  de  la  Plata. 

Un  joven  brasileño  observa  que  las  dos  veces  que  ha 
navegado,  le  ha  tocado  hacerlo  en  compañía  mia,  la  pri- 
mera veinte  años  ha  á  Francia.  Esto  da  ocasión  á  observar 
con  cuanta  cordialidad  se  establecen  relaciones  entre  los 
pasajeros,  y  el  joven  Torrent  recita  con  ese  motivo  los 
bellos  versos  de  Méry  que  le  hago  consignar  en  este  libro 
para  su  ornato. 

Dia  25— EA  mundo  de  á  bordo  presenta  todos  los  tintes 
de  la  sociedad  de  tierra,  sin  fundirse,  sin  embargo.  Tres 
ministros  plenipotenciarios — artistas— hermanas  de  la  cari- 
dad— monjas — un  sacerdote — viajeros  de  todos  países.   Una 


MEMORIAS  331 

niña  elegante  de  París  sigue  á  un  joven;  quisieron  impe- 
dírselo en  nombre  de  la  moral,  pero  teniendo  dinero,  hizo 
valer  su  derecho  de  moverse  y  embarcándose,  puso  fin 
al  litigio. 

Entre  las  de  su  sexo,  vuelve  la  señorita  de  A'",  loca, 
incurable.  Su  mirada  es  tranquila.  Sonríe  á  veces,  como 
si  estuviera  recordando  ocurrencias  plácidas  de  su  vida. 
Otras  parece  que  piensa.  Pobre!  El  pensamiento  de  un 
loco,  es  un  caballo  sin  ñ^eno;  .corre  sin  ginete.  Vésele 
en  la  loca,  que  anda  suelto.  Una  brisa  agita  el  extremo 
de  las  fibras  pensantes  del  cerebro  y  produce  imágenes, 
recuerdos,  ideas  que  ahí  se  hallan,  como  el  viento  agi- 
tando las  cuerdas  del  harpa,  emite  sonidos  que  nos  parecen 
música  lejana,  melodías,  acordes  vagos.  La  loca  es  un 
harpa  destemplada,  nunca  dará  sonidos  armoniosos. 

¿Qué  serán  las  Hermanas?  Cada  una  un  drama  secreto, 
alguna,  un  nauñ'agio,  acaso  un  vaso  de  porcelana  que 
salió  ya  trizado  del  horno.  El  bello  ideal  que  se  llama 
religión,  convertido  en  amor  á  la  humanidad.  La  hermana 
de  la  caridad  es  la  primera  transformación  de  la  idea 
abstracta  en  hecho  práctico.  El  mundo  tiende  lioy  á  ser 
hermano  de  la  caridad  para  consigo  mismo.  Un  filósofo 
ha  dicho  que  los  pueblos  cristianos  de  hoy,  por  los  fines 
de  su  gobierno,  por  los  intereses  sociales,  no  son  cristianos 
ya.  Han  descendido  del  cielo  á  la  tierra.  Se  olvidan 
de  la  otra  vida  y  piensan  en  hacer  otro  vida  de  la  pre- 
sente. 

Dia  27  -Tierra  del  Uruguay.  Cabo  de  Santa  María.  Ayer 
aguardaba  el  día  de  lioy  con  ansia,  esperando  excitarme 
con  la  proximidad  del  término  de  esta  carrerra.  Esperanza 
vana!  Siento  embotado  el  sentimiento.  La  imaginación 
de  la  cordial  acogida,  de  las  caras  amigas,  de  los  entu- 
siastas que  saldrán  á  recibirme,  anda  remisa.  Diviso  grupos, 
la  rivera  negra  de  gente,  y  sin  embargo,  no  puedo  agitar 
esta  masa  inerme.  Hanme  hecho  racional  y  sobrio  las  dudas, 
la  incertidumbre  del  éxito  final  que  desde  el  principio  ha 
venido  dejando  algo  por  resolver.  Dura  ya  un  año  este 
aspecto  de  las  cosas.  El  vapor  siguiente  debía  siempre 
traer  luz  y  aseveraciones  concluyentes.  Salí  de  los  Estados 
Unidos  con  esta  sombra  por  delante.  En  Para  se  cruzan 
los  vapores  de  ida  y  vuelta  y  nada  se  sabía.    En  fin  será 


332  OBKAS   DE   SARMIENTO 

en  RÍO  Janeiro;  y  allí  no  estuvimos  mas  adelantados.  Era, 
para  Montevideo. 

Y  sin  embargo,  todo  convida  á  alegrarse.  Los  auspicios 
son  favorables.  De  Nueva  York,  como  de  Río,  el  mar,  de 
grueso  se  tornó  en  un  lago  apenas  rizado.  La  luna  nueva, 
signo  de  prosperidad  creciente,  alumbró  mi  camino  al 
principio  y  al  fin  del  viaje.  Por  todas  partes  acogido  con 
interés  por  mis  antiguos  trabajos  en  unos  puntos,  por  las 
futuras  esperanzas  en  otros.  Nadie  quiere  dudar  que  estoy 
electo  Presidente.  Esto  es  poco;  nadie  quiere  persuadirse 
que  lo  soy  en  realidad.  Allá  en  tierra,  detrás  del  pueblo 
que  me  acoje  y  congratula,  está  una  sombra  triste,  irritada» 
pesarosa,  arrepentida,  deplorando  lo  que  le  alegrara  en 
otro  tiempo,  porque  cada  aplauso  se  le  torna  un  reproche. 
Para  expiación,  creíasele  demasiado.  En  el  Entre  Ríos 
está  otro,  interrogando  los  sonidos  que  del  lejano  rumor 
le  llegan.  Escucha  por  si  le  nombran.  Quisiera  comprender 
lo  que  tales  manifestaciones  encierran  de  amenazas  pró- 
ximas ó  futuras.  Una  y  otro  son  antagonistas  irreconci- 
liables. La  una  amenaza  mi  corazón,  el  otro  apunta  á  mi. 
cabeza.  Estos  son  mis  fantasmas;  dos  ángeles  guardianes 
tengo,  el  uno  es  legión,  el  pueblo,  su  conciencia  final  de 
lo  justo,  el  otro   el  corazón  de   los  que  me  aman. 

Llegamos  de  noche  á  Montevideo,  nos  mantenemos  á 
distancia  y  solo  divisamos  las  luces  que  trazan  el  contorno 
de  la  planta  de  la  ciudad,  coronada  por  la  iglesia  catedral. 

Dia  28 — Amanece,  y  en  la  cama,  me  saludan  Presidente» 
electo,  escrutado,  aprobado  y  debidamente  proclamado. 
En  prueba  de  ello,  me  muestran  el  discurso  de  clausura 
de  la  sesión,  pronunciado  por  el  venerable  doctor  Alsina. 
Léolo  y  reléolo,  y  saco  en  limpio  por  su  tenor,  que  se  ha 
elegido  Vice-Presidente  á  su  hijo  Adolfo,  nombrado  dos 
veces,  objeto  del  discurso  de  clausura.  Sospecho  que  lo  he 
sido  yo  también  por  añadidura,  por  la  alusión  dios  magis- 
trados de  que  se  habla  al  fin.  Si  no  lo  hubiera  sido  habla- 
rla en  singular,  el  magistrado,  mi  hijo  Adolfo,  con  lo  que 
me  tranquiliza. 

Mas  tarde  llegan  pasajeros  ó  curiosos,  cartas  y  periódicos. 
Buchental  trae  la  carta  que  no  llegó  á  Río,  adonde  se  le 
había  dado  cita.  Bienvenida  sea  I  La  necesitaba.  Aconseja 
seguir  viaje  incontinenti,    contra  el  sentir  de   los  hábiles 


MEMORIAS  333 

que  creen  que  debe  precederse  con  arte!  La  carta  con- 
tiene un  apólogo  ó  ¡parábola  sobre  el  efecto  de  los  objetos 
según  el  punto  de  vista  de  que  se  miran. 

La  moral  no  sé  si  es  oportuna.  Si  yo  tuese  patán,  Juan 
vecino,  senador,  ó  Perico  de  los  palotes,  todo  marcharía 
bien  en  el  mejor  de  los  mundos;  pero  si  hubiese  de  clavar 
mi  tienda  en  la  cúspide  de  la  montaña,  de  manera  de  ser 
visto  de  todas  partes,  cumple  á  otros,  no  á  mi,  decir  si 
están  dispuestos  á  todas  las  eventualidades.  ¿Será  lo 
mismo  allí,  que  en  medio  de  la  llanura?  A  la  bonne 
heure!  Nada  mas  tengo  que  desear,  que  yo  seré  siempre 
el  mismo. 

jCómo  se  toma  la  vida!  La  vida  real,  práctica,  llena  de 
azares,  de  malicia,  emboscadas,  envidia,  odios! 

Me  echan  en  cara  no  ser  poeta.  Hablaba  prosa  cuando 
distinguía  el  senador  del  presidente.  Contra  éste  van  diri- 
gidos todos  los  tiros;  y  en  la  guerra,  es  sabido,  ay  !  de 
los  ayudantes  que  rodean  al  general;  apuntándole  á  éste 
matan  casi  siempre   á  los  que  le   rodean. 

Urquiza  saluda  con  caluroso  entusiasmo  mi  advenimiento!! 
El  mapa  de  la  guerra  civil  queda  enrrollado,  como  cuando 
la  paz  de  Campo  Formio.  Tres  meses  después  estaba  otra 
vez  sobre  el  tapiz. 

A  la  patria  y  al   porvenir,  salud  ! 


Nota  — El  cuaderno  que  contiene  las  anteriores  páginas  está  lleno  de  dibujos 
del  autor,  plantas,  frutas,  paisajes,  escenas  y  aun  caricaturas,  que  merecerían 
reproducirse.  — (£í  Editor.) 


COMO  SE  DERRAMA  LA  SANGRE 

EN  LA  REPÚBLICA  ARGENTINA 


ODIOS  IMPLACABLES  DE  SARMIENTO 

{El  Nacional,  Julio  o,  6,  8,  10.) 

Porque  es  larga  y  lamentable,  esta  historia  de  los  odios 
de  Sarmiento.  No  es  el  señor  Bilbao  el  inventor,  ni  el 
observador  primero,  de  aquella  predisposición  de  ánimo  de 
un  hombre  público,  que  tantas  pasiones  ha  concitado  en 
su  larga  carrera. 

El  señor  Bilbao,  sin  embargo,  no  confesará  que  es  el  amor 
á  Sarmiento  el  que  lo  ha  impulsado  en  sus  escritos,  desde 
que  á  la  sombra  de  su  hermano  manejó  una  pluma,  ni  que 
haya  sido  siempre  correspondido  por  éste.  Esta  vez  el  odio 
implacable  es  á  Arredondo  y  no  á  Bilbao. 

Diremos  una  palabra  sobre  este  caballero,  por  quien  he- 
mos mostrado,  no  diremos  deferencia,  sino  apartamiento. 

Es  chileno,  y  escribe  en  nuestro  país.  Abusa  de  lo 
que  otros  llamarían  hospitalidad,  y  que  no  es  masque  un 
derecho.  Pero  debemos  en  él  respeto  á  Chile,  donde  nos- 
otros escribimos  largos  años,  usando  y  acaso  abusando  de 
aquel  mismo  derecho. 

Muchas  veces  los  diarios  de  aquel  país  nos,  llamaron  ex- 
tranjeros; y  los  partidos  que  combatíamos  (el  liberal  revo- 
lucionario, análogo  al  que  seguimos  combatiendo  aquí), 
nos  fueron  liostiles.  Pero  es  justicia  que  debemos  á  Chile, 
á  la  opinión  pública,  sobre  todo  á  los  hombres  de  Gobier- 
no, que  en  ninguna  parte,  y  menos  en  aquellos  tiempos, 


MEMORIAS  335 

los  argentinos  hayan  gozado  de  mas  libertad  para  escribir. 
Nosotros  mas  que  nadie,  nosotros  que  tenemos  grandes 
pulmones,  y  necesitamos  mucho,  mucho  aire  para  respi- 
rar, acaso  no  hemos  escrito  en  nuestro  propio  país  con 
mas  holgura  que  en  Chile,  que  estaba  entonces  mas  im- 
buido de  ciertas  ideas,  tradiciones  y  predilecciones,  que  lo 
está  ahora.  Antojábasenos  reimos  de  los  chilenos,  ó  del 
chilcnOy  como  tipo  del  hablista  ó  del  clásico,  y  los  que  no 
gustaban  de  tales  licencias  devoraban  su  rabia;  pero  sin 
hacerla  sentir  de  una  manera  violenta.  El  señor  Bilbao 
será  pues  siempre,  para  nosotros,  algo  que  no  habremos  de 
tocar;  de  que  huimos,  no  obstante  el  implacable  encono 
que  nos  muestra,  de  años  atrás,  cuando  ni  aun  lo  mencio- 
nábamos. 

Sin  embargo,  en  Chile  sostuvimos  siempre,  franca  y 
lealmente  al  gobierno,  cuyos  principios  profesábamos,  y 
que  continuamos  profesando  hasta  hoy.  Eso  lo  proclaman 
ahora  no  solo  los  que  fueron  nuestros  adversarios  entonces 
en  Chile,  sino  Hasta  señoras  chilenas,  que  de  paso  por 
Buenos  Aires,  pudieron  verlo  en  el  gobierno.  Este  es, 
decían, el  mismo  Sarmiento  de  Chile,  y  nada  hace  y  sostie- 
ne aquí,  que  no  lo  haya  sostenido  allá. 

El  20  de  Abril,  sublevado  QWaldivia^  fuimos  con  nuestro 
magnífico  rifle  Colton  á  formar,  al  Estado  Mayor,  en  linea 
de  combate;  y  ese  día  nos  dijeron  los  liberales  chilenos: 
conquistasteis  la  carta  de  ciudadanía,  combatiendo  contra 
rosotros  como  un  bueno.  (Lastarria). 

En  cambio,  defendíamos  nuestra  causa  argentina  á  capa 
y  espada,  y  la  República  debe  mucho  á  esa  prensa  argen- 
tina en  Chile,  libre  es  verdad,  hasta  el  abuso. 

El  24  de  Setiembre  que  Bilbao  había  provocado  con  sus 
escritos  anárquicos,  se  metió  en  la  casa  del  ministro  chile- 
no, porque  solo  para  eso  se  acuerda  en  público  que  es  chi- 
leno. Se  dice  de  los  malvados  que  no  son  consumados, 
sino  cuando  parecen  hombres  honrados.  Bilbao  se  parece 
tanto  á  un  argentino  que  se  le  podría  tomar  por  Oroño, 
Arredondo,  un  deudor  del  Banco  ó  un  anarquista  cualquiera 
de  la  peor  especie. 

Tiene  por  empresa  comprometer  á  Sarmiento,  perder  á 
Sarmiento,  hacer  juzgar  á  Sarmiento  por  algún  tribunal 
septembrizador,  ó  hacerlo  matar,  todo  esto  en  desagravio 


336  OHHAS    un    SARMIENTO 

de  agravios  chilenos,  de  donde  se  dice  liberal,  no  obstante 
que  escritos  tan  canallamente  anárquicos  no  se  leen  en 
Chile,  donde  además  no  es  conocido  sino  por  llevar  el  ape- 
llido de  su  hermano. 

Bilbao  es  depositario  de  todos  los  secretos  de  conjuracio- 
nes y  complots  en  que  él  toma  la  parte  mas  activa  (ga- 
nando el  olivo  cuando  abortan);  y  apenas  pasa  el  susto, 
vamos,  dice,  á  juzgar  á  los  grandes  criminales,  (el  ex-Presi, 
dente),  y  principia  la  publicación  de  las  cartas  sustraídus 
al  cadáver  de  Ivanowsky. 

No  fué  condenado  entonces  el  reo  del  chileno  Bilbao,  por 
delitos  chilenos.  Ahora  le  arma  gresca  con  Arredondo,  á 
ver  si  se  atreve  á  decir  lo  que  piensa. 

Pídale  permiso,  Bilbao,  á  Arredondo,  para  continuar  esta 
polémica,  y  no  hemos  de  quedarnos  cortos.  Bilbao  era  el 
cómplice  de  Arredondo.  Se  ríe  de  él  en  sus  adentros  y  le 
desprecia  tanto  como  detesta  á  Sarmiento,  que  está  cien 
leguas  arriba  de  ese  truhán. 

Alberdi 

¿Es  cierto  que  tenemos  esta  facultad  de  odiar,  que  se  nos 
atribuye?  La  verdad  es  que  por  esta  causa,  ó  invocando 
este  odio  acaso  suscitado  por  hombres  notables,  se  han 
producido  hechos  de  tal  magnitud,  que  afectaron  ó  afectan 
la  marcha  de  los  acontecimientos.  Vamos  á  narrar  lo  que 
se  nos  ha  revelado  á  este  respecto. 

En  1851,  nos  separamos  del  General  Urquiza,  regresando 
á  Chile  y,  abocándonos  al  llegar  con  Alberdi,  único  corres- 
ponsal que  teníamos,  hablamos  largo  y  convinimos  en  abs- 
tenernos de  toda  acción,  hasta  que  se  resolvieran  las  difi- 
cultades que  surgían   entre  Buenos  Aires  y   Urquiza. 

Llenábamos  religiosamente  este  compromiso,  cuando 
supimos  que  Alberdi  se  ponía  en  acción,  á  favor  de  Urquiza, 
después  de  disuelta  la  Legislatura  de  Buenos  Aires,  á  con- 
secuencia de  las  sesiones  de  Junio.  Reclamamos,  nos  que- 
rellamos, y  al  fin  fué  preciso  parar  los  golpes  asestados 
contra  Buenos  Aires  por  los  que  se  declaraban  Urqui- 
zistas. 

Alberdi  logró  desautorizar  nuestra  palabra  como  testigos, 
leaders  que  habíamos  sido    durante  diez  años,  asegurando 


MEMORIAS  337 

que  el  odio  implacable  que  profesábamos  al  General  Urquiza, 
nos  hacía  ver  bajo  un  punto  de  vista  falso  los  sucesos. 
Era  en  vano  que,  fieles  á  la  verdad,  protest<ásemos  que  no 
sentíamos  tal  odio,  lo  que  era  la  verdad,  que  no  nos  ha- 
bíamos querellado,  como  sostenía  Alberdi,  pues  nos  habíamos 
separado  en  buenos  términos.  No  había  remedio,  aborre- 
cíamos á  Urquiza,  le  teníamos  envidia  por  haber  estudiado 
él  en  la  Universidad  y  nosotros  no.  Así  logró  sublevar 
contra  nosotros  las  provincias,  cuyos  jóvenes  se  educaron 
en  el  odio,  inspirado  por  Alberdi,  mientras  que  Alberdi, 
que  había  huido  y  rehuido  de  tomar  parte  alguna  en  la 
lucha  hasta  que  Urquiza  triunfó,  no  solo  en  Caseros,  sino 
€ñ  Junio,  fué  desde  entonces  el  oráculo,  el  mentor  y  el 
director  de  la  opinión  pública  en  el  interior.  Acabamos 
por  sublevarnos  y  atacar,  sin  sentir  sin  embargo  el  preten- 
dido odio;  pero  ese  odio  hizo  la  fortuna  (pecuniaria)  de 
Alberdi,  su  fama  literaria,  y  su  carrera  política. 

El  tiempo,  que  todo  lo  aclara,  dejó  también  en  claro  que 
no  hubo  tal  odio  implacable,  sino  la  viveza  natural  del  com- 
bate. Tan  convencido  de  ello  estaba  Urquiza,  que  lo  expresó 
asi  en  términos  inequívocos,  en  sus  últimos  días,  declaran- 
do la  confianza  que  tenía  en  la  sinceridad  de  Sarmiento,  y 
la  poca  fe  que  le  merecían  otras  amistades. 

El  tiempo  mostró  también  que  si  había  un  odio  implaca- 
ble entre  Alberdi  y  Sarmiento,  este  debió  olvidarlo,  no 
sabiendo  donde  estaba  su  adversario,  tan  abajo  liabía 
caído. 

Los  TRIUNVIROS 

Ha  hecho  tanto  ruido  este  odio,  son  tales  sus  resultados, 
que  vale  la  pena  de  seguirlo  en  todos  sus  desenvolvimien- 
tos. Afanoso  de  salvar  á  Oroño  de  las  persecuciones  susci- 
tadas por  odio  tan  poderoso,  el  Senado  argentino  ofrecía  al 
mundo  el  espectáculo  de  una  votación,  unánime  en  conde- 
narlo, dando  así  á  los  pueblos  ejemplo  de  valor  cívico,  al 
desafiar  las  iras  del  Poder. 

Verdad  es  que  la  prensa  de  todos  los  colores,  nacional  y 
extranjera,  dio  también,  á  poco  andar,  el  espectáculo  de 
ponerse  de  acuerdo  para  lanzar  un  grito  unánime  de  indig- 

Tou*  xux.—  22 


338  OBRAS   DE    SARMIENTO 

nación  contra  el  Senado,  revelando  la  negrura  del  acto,  y 
las  pasiones  que  lo  habían  inspirado.  Siendo  nuestra 
prensa  tan  poco  parsimoniosa  en  la  injuria  y  en  la  oposi- 
ción al  Poder  Ejecutivo,  es  digno  de  memoria  este  acto  de 
justicia  hecha  por  todos  los  diarios,  á  un  Presidente  tan 
indignamente  calumniado  y  con  tanta  sin  razón  insultado- 
por  un  acto  del  Senado.  Pero  el  público  ignora  la  trama 
que  preparó  y  produjo  aquel  momento  de  vértigo,  y  lo  que^ 
es  mil  veces  peor,  las  consecuencias  deplorables  que 
trajo. 

Baste  decir  que,  á  consecuencia  del  odio  del  Presidente^ 
Sarmiento  contra  el  Senador  Oroño,  vanya  ciento  cincuenta 
y  dos  hombres  muertos,  de  los  cuales,  apenas  seis  ú  ocho 
sabían  quien  y  á  que  culto  los  sacrificaban. 

Para  narrar  historia  tan  tenebrosa,  nos  apoyaremos  en 
documentos  irrecusables,  haciendo  hablar  á  los  actores 
del  drama  sangriento,  y  no  añadiendo  de  nuestra  parte- 
sino  explicaciones  indispensables  para  mantener  el  hilo  de 
los  sucesos. 

En  1873,  se  acercaba,  como  se  ve,  la  época  de  las  elec- 
ciones para  Presidente,  (ardía  la  guerra  civil  en  Entre  Ríos,, 
con  Jordán) — y  los  candidatos  ya  pronunciados,  ó  en 
vía  de  serlo,  eran  Alsina,  Mitre,  Quintana  y  Avella- 
neda. 

En  Santa  Fe,  había  sido  derrotada  la  invasión  de  Bro- 
chero,  Iturraspe,  etc.,  efectuada  al  grito  de  «viva  Jordán, 
viva  Oroño»,  y  en  Mendoza  se  cruzaban  las  influencias^ 
ajíoyándose  unas  en  Segovia,  otras  en  Arredondo,  jefes 
ambos  del  ejército  de  linea.  Quienes  estaban  por  uno, 
quienes  por  otro,  la  narraciotí  lo  dirá. 

El  29  de  Setiembre  estalló,  en  efecto,  el  movimiento 
revolucionario  de  Segovia,  lo  que  muestra  que  á  abrirle 
camino  pudieron  tender  varias  mociones  surgidas  en  el 
Senado,  donde  tenían  asiento  ciertos  corifeos  de  candidatos. 
Los  hechos  y  los  actores  hablaban  por  sí. 

En  uno  de  los  mensajes  del  Presidente  al  Senado,  se  le 
escapó  una  frase:  triimvirato  posible,  pues  basta,  decía^ 
que  dos  votos  apoyen  una  moción,  para  que  sean  tres 
los  autores   de  una  interpelación. 

Ocurrió  el  hecho  singular  que  habiéndose  quedado  en 
antesalas   para  leer  el  mensaje    impreso,  los    Senadores- 


MEMORIAS  339 

Oroño,  Torrent  y  Quintana,  al  llegar  á  la  frase  triunvirato 
dieron  uo  salto  de  sorpresa,  se  miraron  entre  sí,  como 
si  los  hubieran  sorprendido  en  un  acto  culpable,  y  aban 
donaron  la  lectura,  fuéronse   á  ocupar  sus  asientos. 

Tomaremos,  pues,  la  palabra  accidental  y  sin  estudio 
del  Presidente, — Triunvirato, — y  se  la  aplicaremos  á  estos 
tres  individuos,   en  las  confrontaciones  que  siguen. 

Debemos  advertir  para  claridad  de  la  narración,  que  el 
Gobierno  de  Mendoza,  hostil  al  parecer  á  todas  las  candi- 
daturas senatoriales,  tenia  desde  la  administración  Mitre, 
"un  batallón  movilizado  que,  por  haber  hecho  la  guerra 
en  el  Paraguay,  reunia  la  fuerza  de  uno  de  linea.  No 
era  pues,  empresa  fácil,  ni  con  el  1°  de  caballería, 
como  lo  probó  después  el  hecho,  derrocar  el  Gobierno 
de  Villanueva. 

■Montadas  ya  las  baterías,  el  Poder  Ejecutivo  recibió  una 
minuta  de  comunicación,  en  la  que  se  destacaban  las 
siguientes  consideraciones: 

«La  Nación  necesita  ver  terminar  en  paz  el  período 
gubernativo  del  señor  Sarmiento.  La  rectitud  de  nuestras 
intenciones  no  puede  ser  puesta  en  duda  por  el  Poder 
Ejecutivo.  ..El  Congreso  quiere  auxiliarle  con  sus  esfuerzos, 
con  su  palabra,  con  su  prestigio,  y  para  saber,  etc.,  se  le 
dirijen   las  16  interpelaciones^  etc.» 

Haciendo  prácticos  esos  propósitos,  el  Senador  Torrent  pi- 
dió se  conminara  al  Ministerio,  para  responder,  y  especial- 
mente sobre   dos  puntos: 

Señor  Torrent — 1^  Si  es  cierto  que  el  Gobierno  do  Mendoza 
ha  movilizado  la  Guardia   Nacional  en   gran   número. 

«  2^  Si  es  cierto  que  en  la  Capital  reside  el  batallón 
Mi'ndozn.y) 

El  Poder  Ejecutivo  ante  la  apremiante  nota  en  que  se 
emplazaba  á  los  Ministros  para  que  dentro  de  cuarenta 
y  ocho  horas  concurrieran  á  dar  explicaciones,  contestó 
por  escrito  y  ganó  ocho  días. 

SESIÓN  DEL  22  DE    AGOSTO 

«  Señor  Quintana — Entre  estos  (los  16  puntos)  hay  algunos 
cuya  urgencia  es  mayor. . .  Me  refiero  á  todas  las  preguntas 
i-elutivas  á  Mendoza.    La  elección  de  electores  de  Gober- 


340  OBRAS   DE   SARMIENTO 

nador,debe  verificarse  el  7  del  próximo  mes  de  Setiembre.. . 
Este  batallón  está  á  las  órdenes  del  actual  Gobernador  de 
la  Provincia  (sigue  la  enumeración  de   las  fuerzas). 

«  Entonces,  lo  que  cuadra  á  la  dignidad  del  Congreso, 
es  que  las  preguntas  referentes  á  Mendoza  sean  satisfe- 
chas el  próximo  Martes. 

SESIÓN  DEL  26   DE  AGOSTO 

Señor.  Quintana  —  A  qué  llama  servicio  militar,  el  señor 
Ministro?  Acaso  á  tener  guarniciones  en  las  capitales  de 
Provincia? 

Señor  Ministro — ^Todo  eso  entra.  El  Gobierno  de  Mendoza 
ha  hecho  presente  la  situación  crítica  porque  atraviesa, 
así  como  el  peligro  inminente  de  ser  perturbado  el  orden 
público  en   su  territorio. 

A  consecuencia  de  estas  explicaciones,  los  triunviros  presentan 
el  siguiente  proyecto : 

Art.  1°  El  Poder  Ejecutivo  mandará  licenciar  toda  la 
Guardia  Nacional  movilizada  en  Mendoza,  San  Juan  y  la 
Kioya.—Torrent — Oroño— Quintana. 

OTRO 

«  Cesa  la  intervención  que  el  Poder  Ejecutivo  ejerce 
actualmente  en  Mendoza,  sin  la  autorización  del  Congreso.» 
(No  había  tal  intervención)— Torre/íí— Oroño. 

<i  SeFior  Quintana  — Esta,  interpelación,  no  ha  sido  hecha 
en  mi  nombre,  personalmente  sino  á  nombre  del  doctor 
Torrent,  del  señor  Oroño  y  mió. 

Los  proyectos  no  fueron  aceptados  por  la  Cámara  después 
de  dos  sesiones  prolongadísimas. 

El  señor  Arias^  partidario,  negando  su  voto  dijo,— Mi  opi- 
nión es  que,  en  las  circunstancias  actuales,  tan  difíciles, 
no  es  conveniente  producir  acto  alguno  que  importe  apro- 
bación ó  improbación,  de  las  operaciones  del  Gobierno, 
respecto  á  Mendoza.»     Esta  era  la  buena  doctrina. 

El  levantamiento  de  Segovia,  solo  tuvo  lugar  el  09  de 
Setiembre,  y  los  batallones  aquellos,  auxiliados  oportuna- 
nte  por  Iwanowski,  lo  sofocaron. 


MEMORIAS  341 

11 

EL   ALLANAMIENTO  DEL  FUERO   DEL   SENADOR    OrOÑO 

Efectos  del  odio  de  un  Presidente  á  un  Senador 

Habíase  traído  á  Buenos  Aires  á  un  tal  Brochero,  tomado 

en  la  Paz  por  las  fuerzas  nacionales,  y  encontrádoseie  una 

carta   firmada    N.    Oroño,   que   denunciaba   á   éste   como 

director,   fautor  ó  cómplice   de   invasiones  á  Santa   Fe  y 

Entre  Ríos. 
Los  diarios  habían  publicado  telegramas  así  concebidos: 

«Julio  30  de  1872. — A  las  ocho  y  media  de  la  mañana 
del  lunes  29,  el  Gobernador  recibía  un  telegrama  en  que 
se  le  comunicaba  que  por  San  Javier  venian  como  dos- 
cientos y  tantos  revoltosos,  al  mando  del  indio  Bailón, 
Rivarola  y  Brochero.  Fueron  completamente  dei rotados. 
La  bandera  de  ellos  es:  viva  Oroño! 

{La  Tribuna.) 

El  Gobierno,  en  posesión  de  los  papeles  tomados  al 
reo  Brochero,  convocó  un  gran  Consejo  de  Ministros,  á 
que  asistieron  los  jurisconsultos  Velez  y  Tejedor,  los  Mi- 
nistros Várela,  Domínguez,  Frías  y  Avellaneda.  Sometido 
el  caso  á  deliberación,  la  cuestión  se  redujo  á  materia 
de  trámite,  en  que  el  Presidente  no  podía  tener  voto  por 
no  ser  abogado;  y  se  resolvió  que  el  doctor  Tejedor  hiciese 
el  borrador,  para  provocar  la  acción  del  Fiscal.  Este  fué 
sometido  al  Procurador  de  la  Nación,  quien  confirmó  lo 
obrado,  y  el  29  de  Setiembre,  día  en  que  se  sabía  del 
alzamiento  de  Segovia,  se  pasó  al  Fiscal  la  resolución  así 
concebida : 

«  Pásese  original  dicha  carta,  de  que  se  dejará  copia 
legalizada,  al  procurador  fiscal  de  la  sección  Buenos  Aires, 
para  que  entable  la  gestión  que  por  ley  competa,  y  pida 
inmediatamente  al  Juez  respectivo  se  dirija  al  Honorable 
Senado,  solicitando  el  allanamiento  del  fuero  del  expresado 
Senador  (Oroño),  por  suministrar  aquel  documento  mérito 
suficiente  para  ello,  (semiplena  prueba),  recomendándose 


342  OBKAS    DE   SAKMIENTO 

al  Procurador  Fiscal  la  actividad  necesaria  en  la  prose- 
cusion  de  este  asunto.     Sarmiento — Frias.-» 

El  Fiscal  dice  al  Juez: 

(c  Esta  providencia  (el  allanamiento)  se  halla  justificada 
por  el  mérito  que  suministra  la  carta  firmada  por  dicho 
Senador,  dirijida  á  uno  de  los  jefes  de  la  invasión  de 
Santa  Fe,  que  al  mismo  tiempo  es  uno  de  los  rebeldes 
tomados  con  las  armas  en  la  mano,  en  la  Paz,  al  ejecutar 
el  proyecto  mismo  que  la  carta  contiene. 

Z  aballa— FiscdiL* 

El  Juez  provee  «Por  presentado:  solicítese  previamente 
el  desafuero  á  la  Cámara  respectiva,  librándose  el  corres- 
pondiente oficio,  con  los  documentos  originales  que  forman 
el  proceso.    Ugarriza.» 

8ESI0N    EXTRAORDINAHIA,    DEL   29   DE    SETIEMBRE,    EN   EL   SENADO 

. . .  Señor  Presidente — Esta  nota  me  fué  entregada  el  Sábado, 
á  las  7,  por  el  Secretario. 

Señor  Quintana— Qué  es  lo  que  adjunta? 

Señor  Presidente — Es  la  acusación  del  Fiscal,  y  una  caita 
firmada  por  el  señor  Senador.  (O roño?)  Se  leyó  enseguida 
otra  nota  de  esa  fecha,  expresando  que  se  acompañaba 
otros  documentos  relativos  al  asunto,— Me  llama  la  aten- 
ción que  diciéndose  en  ella  que  se  acompañan  varios 
documentos,  haya  solo  una  carta,  sin  otro  dato  ni  fecha, 
y  firmada  por  un  sargento 

Señor  Oroño — Pido  al  señor  Presidente,  se  sirva  recomendar 
á  la  comisión,  quiera  despachar  si  es  posible,  mañana. . . 

Señor  Presidente — Se  levanta  la  sesión,  en  el  concepto  de 
que  se  continuará  mañana. 

Obsérvase  que  el  Secretario  lleva  á  su  casa  particular 
el  despacho,  que  el  Presidente  nota  que  no  hay  sino  pocos 
papeles,  y  que  se  precipita  el  despacho  de  la  Comisión,  en 
una  sesión  especial. 

La  Comisión  de  Negocios  Constitucionales  informa :  «  no 
ha  lugar  y  devuélvase»,  á  la  solicitud  del  Juez. 

Fúndase  la  Comisión  en  que  «  del  contenido  de  la  carta 
no  puede  deducirse  legalmente  la  complicidad  que  se  le 
imputa  al  acusado  en  la  rebelión  de  Entre  Ríos,  y  la  cual 


MEMORIAS  343 

es  necesario  tener  comprobada,  antes  de  pedir  el  desafuero 
de  un  Senador.» 

No  se  comprueba  en  juicio  la  complicidad  de  un  acusado, 
sino  después  de  oidos  los  testigos  y  la  defensa  del  reo;  y 
lio  pudiendo  un  juez  llamar  á  un  Senador  á  tomarle  decla- 
raciones, se  solicita  el  allanamiento  para  principiar.  Lo 
que  el  Senado  tenía  que  resolver  es,  si  una  carta  es  semi- 
plena prueba  de  un  delito;  pues  si  delito  existía,  á  mas 
de  la  presunción  que  arroja  la  carta,  eso  resultaría  del 
proceso.  Cuando  ya  está  comprobado  el  delito,  se  da  la 
sentencia  y  el  reo   sufre  la  pena. 

Las  piezas  presentadas  son  tres,  con  doce  proveídos. 

La  discusión  comienza.  Es  práctica  en  todos  los  Congre- 
sos y  corporaciones  que,  cuando  ha  de  tomarse  resolución 
sobre  uno  de  sus  miembros,  éste  deje  el  local,  á  fin  de  que 
pueda   obrarse  con  toda  libertad. 

Leido,  empero,  el  informe  de  la  Comisión,  que  tan  favo- 
rable le  es.  el  reo  toma  la  palabra  y  llena  la  sesión, 
(quince  páginas)  con  la  defensa  que  habría  pronunciado 
él  ó  su  defensor,  ante  el  Juez,  cuando  la  causa  hubiese 
sido  puesta  en  ese  estado.  Aquí  es  el  reo  el  que  preside 
la  sesión,  á  pesar  de  que  nadie  ha  tomado  la  palabra  en 
contra,  y  de  que  por  tanto   á  nadie  contesta. 

Contra  quien  se  defiende?  Contra  el  Juez?  Contra  el 
Fiscal?  No;  contra  el  Presidente  de  la  República;  y  con 
una  habilidad  que  fuera  notable  en  paisano  tan  poco  ver- 
sado en  los  actos  del  foro,  si  no  sucediese  que  todos  los 
otros  se  muestran  tan  hábiles  como  él,  el  reo  tiene  el 
ingenio  de  abandonar  el  banco  del  acusado,  y  sienta  en 
su  lugar  al  Presidente  de  la  República,  tomando  entonces 
el  rol  del  Fiscal,  que  está  á  la  puerta  esperando  le  entre- 
guen á  Oroño,  y  no  al  Presidente. 

Habiendo,  según  el  Senador  Granel,  que  es  su  compañero 
de  senaduría  y  de  oposición  al  Presidente,  é  invariable 
co-peticionario  de  la  capital  en  Santa  Fe,  declarado  Oroño 
ante  la  Comisión— que  la  carta  era  suya,  entra  en  materia 
diciendo  que,  cuando  niño,  fué  perseguido  por  Rosas,  y 
ahora  lo  es  por  el  Presidente  de  la  República,  que  se 
propone  matar  la  independencia  de  su  carácter.» 

Habla  Oroño:  «El  Presidente  de  la  República  ha  querido 
•envolverlo  en  una  atmósfera  perjudicial. 


344  OBRAS    DE   SARMIENTO 

c<  A   mediados  del  72  me  diiijí  á  Ricardo  López  Jordán . . . 

«¿Acaso  es  un  misterio  para  nadie,  señor  Presidente,  el  deseo 
que  he  manifestado  de  que  se  cambiara  la  situación  de 
la  Provincia  de  Santa  Fe?»  {Ruidosos  aplausos  y  algunos 
silbidos.) 

«  La  iniciativa  del  Presidente  tiene  su  origen  en  el  deseo 
de  ejercer  una  venganza  contra  mí,  con  motivo  de  haber 
reproducido  las  Cartas  Quillotanas  del  señor  Alberdi,  que^ 
hoy  se  venden  con  profusión  en  las  librerías.  (  Pagaría  al 
contado  ?)     ( Aplausos.) 

«La  prueba  mas  completa  de  la  falsedad  de  esa  asevera- 
ción está  en  el  mismo  papel.» 

«En  cuanto  llegó  aquí  el  señor  Iturraspe,  etc. 

«  Ademas,  no  parecen  llenadas  otras  condiciones,  no  hay 
«  deposición  de  testigos,  ni  la  ratificación  del  que  suscribe, 
«  ni  se  sabe  cómo  se  ha  obtenido  esa  carta.  Esto,  por  lo 
«que  hace  á  la  única  carta  firmada  (la  suya),  y  se  ve 
«  que,  sin  haberse  dado  el  trabajo  de  tortnar  datos,  ni  decla- 
«  ciones  y  menos  esclarecimientos,  el  Juez  manda  esos 
«papeles,  con  el  nombre  ridículo  de   sumario!» 

Enseguida  toma  la  palabra  el  señor  Torrent,  y  debe 
creerse  que  su  propósito  es  refutar  algún  concepto,  pues 
esa  es   la  regla  y  objeto  del  debate. 

Nótase,  sin  embargo,  que  no  hay  debate. 

La  Comisión  opina  como  el  reo:  el  reo  como  la  Comisión 
inspirada  por  Granel,  presunto  reo  también,  y  el  señor 
Torrent,  parte  del  triunvirato  en  las  interpelaciones  y 
cuestiones  de  Mendoza,  va  á  tomar  la  palabra  para  apoyar 
al  reo  y  á  la  Comisión. 

Pero  esta  vez  lo  hará  de  una  manera  tan  nueva,  y 
arribando  á  tan  concluyentes  definiciones  de  derecho, 
que  ellos  ahorran  al  jurisconsulto  que  sigue,  Quintana, 
la  molestia  de  citar  ó  examinar  autores,  ó  prácticas  de 
procedimientos. 

Por  supuesto,  que  ya  están  apartados,  como  extraños 
al  debate,  la  carta,  el  Senador  Oroño,  el  -  Juez  y  el  Fis- 
cal. El  Reo  reconocido  y  aceptado  es  el  Presidente, 
pero  como  hará  para  llegar  al  Presidente,  el  señor  Se- 
nador por  Corrientes?  El  ingenioso  medio  adoptado  es 
un  trozo  del  género  dubitativo,  de  que  el  señor  Cosson 
puede  ai)rovechar,  para  presentar  á  los  alumnos  un  mo- 


MEMORIAS  345 

délo  clásico,  que  no  existe  en  literatura  alguna.  Véase, 
sino,   lo  que  sigue: 

Sr.  TorrenL— «.Como  en  el  Mensaje  del  Ejecutivo  (?) 
que — puede  decirse — ha  dado  origen  á  este  incidente  (es  el 
pedido  del  Juez)  se  hace  alusión  al  Senador  por  Santa 
fe — y  al  parecer — también  á  otro  miembro  de  esta  Cá- 
mara, á  quien  se  designaba — casi  —  directamente;  como 
creyeran,  que  esas  referencias  se  dirgian — acaso — á  mí, 
como  yo — no  hice  caudal — de  ésto  y  me  creía  suficiente- 
mente autorizado  para  cubrir  con  mi  desden  (al  Presi- 
dente!) esa  insinuación,  si  es  que  ella  me  había  sido  dirigida^ 
— como  en  los  debates  posteriores — nunca  hice  mérito, — 
de  haberme  apercibido  de  que  el  señor  Presidente  de  la 
República  quería  referirse  en  esto  á  mi  individuo;  sin 
embargo,  puesto  que  en  la  opinión  de  algunos  me  encon- 
traba asociado,  en  esas  alusiones  al  Senador  Oroño,  creo 
conveniente  usar  de   la  palabra: 

«Para  felicitar  al  senador  por  Santa  Fe,  y  al  Senado 
también,  por  la  completa  vindicación  que  él  ha  obtenido, 
de  las  acusaciones  del  señor  presidente  de  la  república, 
(No  está  todavía  conocida  por  el  voto  la  opinión  del 
Senado).  Señor  Presidente,  yo  creo  que  la  petición  del 
P.  E.  está  debidamente  sintetizada,  en  el  auto  y  en  la 
nota  del  Juez  de  Sección  Dr.  Ugarriza.  El  Gobierno  Na- 
cional y  el  Fiscal  de  Sección  solicitaban  del  Juez  de  Sección 
el  allanamiento  del  señor  D. Nicasio  Oroño.  El  señor  Juez 
de  Sección,  Dr.  Ugarriza,  de  cuya  ilustración  tengo  formada 
una  buena  idea,  se  dirije  á  esta  Cámara  pidiendo  con  clara 
intención,  nó  un  desaforo  sino  un  desafuero.  Y  efectiva- 
mente, señor  Presidente,  sería  un  gran  desafuero  deferir 
á  semejante  petición.  (Aplausos)  .. .  (Esa  es  la  buena 
idea  que  tiene  del  Juez). 

Hemos  copiado  también  íntegro  este  trozo,  por  su 
pueril  exactitud  en  describir  la  marcha  del  expediente 
que  todos  saben,  ó  mas  bien  que  á  fuerza  de  ser  esqui- 
sitamente  pedestre  y  vulgar  uno  cree  no  saberlo,  como 
cuando  anda  uno  en  la  calle,  que  casi  no  se  apercibe 
que  hay  luz,  aire,  puertas,  casas,  bocas  calles  y  gente 
que  va  y  viene  etc.  etc. 

Pero  aparece  aquí,  sin  embargo,  una  joya  que,  como 
el    diamante    Regente,   va   á    alumbrar    todo   el    procedí- 


346  OBRAS    UK   SA.KM1ENT0 

miento,  y  pasando  del  caletre,  del  Senador  Torrent,  al, 
cerebro  del  jurisconsulto  Quintana,  decidir  un  punto 
difícil  de  tramitación,  en  cuanto  á  si  una  carta  firmada 
y  cuya  firma  reconoce  el  reo  así  que  la  ve,  es  suficiente 
semiplena  prueba  del  delito,  de  que  hay  indicios  en  ella 
pues  lo  demás  se  evidenciará  ó  no  del  juicio. 

Torrent  halla  que  la  solución  del  caso  está  en  este 
equívoco: 

No  ES  DESAFORO,  SINO   DESAFUERO. 

lo  que  parece  decir,  por  el  comentario  que  sigue,  que  el 
tal  desaforo  es  desafuero,  ó  que  el  Juez  comete  desafuero 
de  lo  que  resulta  que  el  criminal  es  el  Juez  y  no  Oroño. 

Cuando  Castor  aparece  en  el  horizonte,  ya  se  sabe  que 
Polux  está  cerca. 

El  Sr.  Quintana — (Jurisconsulto  célebre): 

Expone  el  caso,  y  culpa  al  señor  Presidente,  de  morO' 
sidad  en  entablar  demanda,  cosa  que  hasta  entonces 
no  se  había  alegado  en  juicio  contra  el  derecho  de  nadie. 
Mas  adelante,  el  orador  explica  benévolamente  la  causa 
de  la  demora. 

«Retado,  dijo  Quintana,  por  el  señor  Senador  Oroño,  en 
una  de  las  sesiones  del  Senado,  para  presentar  esas  pruebas 
(la  carta)  y  encerrado  dentro  del  dilema  de  fierro,  de  que 
faltaba  á  sus  deberes  ó  calumniaba  á  un  Senador,  recien 
entonces,  señor,  el  Presidente,  en  un  auto  igualmente 
modificable  (?),  en  que  desnaturalizando  la  verdadera 
significación  de  uno  de  esos  documentos  (vide  ut  supra, 
auto  del  doctor  Tejedor ),  lo  ponía  en  manos  de  la  justicia, 
no  para  que  ella  cumpliera  con  su  deber,  sino  para  eje- 
cución de  las  órdenes  que  abusivamente  le  dictaban  ( Yelez, 
Tejedor,  Pico,  Domínguez,  Avellaneda,  Várela, Frías,  Zabala 
y  Ugarriza!) 

Parecería,  acaso,  de  esta  acusación,  que  puede  decirse, 
que  el  susodicho  Presidente,  por  razones  de  prudencia 
atribuidas  quizá,  por  algunos^  á  criminal  miedo,  no  pre- 
sentó antes  el  auto,  que  algunos  le  aconsejaron,  á  riesgo 
de  quedar  calumniador,  así  declarado  en  pleno  Senado; 
y  que  no  habiendo  presentado  sino  una  miserable  carta 
del  Senador,  Juez  de  Jueces  esta  vez,  y  azote  de  Presi- 
dentes, quedó  éste  declarado,  confirmado,  convicto,  pero 
no  convencido,  de  ser  el  calumniador  mas  infame,  como 


MEMORIAS  347 

■el  Senador  Quintana  sabe  y  profesa  en  su  práctica^  que  es 
la  obligación  de  cada  cual  decírselo! 

Pero  volvamos  al  asunto. 

Es  conocida  la  reputación  del  Dr.  Quintana,  como  abo- 
gado; y  es  de  suponer  la  ansiedad  con  que  el  Senado 
esperaba  su  dictamen  de  asesor  en  materia  de  trami- 
tación, á  saber:  si  una  carta  es  semiplena  prueba  del 
delito  de  que  ella    misma  habla. 

Pero,  tratándose  por  incidencia,  del  Senador  Oroño, 
pues  que  el  fondo  de  la  cuestión  y  el  acusado  es  el  Presi- 
dente, como  en  la  interpelación  á  Mendoza,  en  que  Oroño, 
Quintana  y  Torrent,  firman,  en  compañía  de  explotación 
de  ciertos  negocios,  siempre  contra  el  Presidente,  apela  á 
las  luces  de  su  contrario,  adopta  sus  conclusiones  jurídicas, 
y  levanta  en  alto,  revestido  ahora  del  prestigio  de  la  ciencia 
del  doctor,  jurisconsulto  y  orador  Quintana,  el  célebre 
axioma  que  Papirau,  Cujas,  Troplung,  Dupin  y  Velez  le 
habrían  disputado,  declarando:  «que  ese  documento  (la 
carta)  no  autoriza  la  petición  de  desaforo,  la  cual,  como  lo 
ha  dicho  muy  bien  el  señor  Senador  Torrent,  importa  en 
este  caso  un  verdadero  desafuero.-» 

Pero  el  doctor  y  Senador  Quintana,  no  se  contenta  con 
una  simple  declaración  de  principios,  sino  que,  como  Juez 
Supremo  que  sería  algún  día,  cuida  de  castigar  á  todos 
los  verdaderos  culpables,  no  obstante  que  los  Congresos 
moderno^han  renunciado  á  la  facultad  de  attainder,  del  alto 
Parlamento  ingles. 

Vistos,  y  considerando,  etc.,  en  cuanto  al  reo  prin- 
cipal: 

« La  actitud  enérgica  del  señor  Senador  Oroño,  para 
condenar  los  abusos  del  señor  Presidente  de  la  República, 
hiriendo  su  grande  amor  propio  y  su  excesiva  intolerancia,  el  voto 
de  esta  Cámara  ha  de  decir  al  señor  Presidente  de  la  Repú^ 
blica  ( reo  principal ) :  el  Senado  no  funciona  para  prestarse — 

«  A  VENGANZAS  POLÍTICAS  Ó  PERSONALES  »,  síno  para  defender 
los  intereses  del  pueblo! 

a.  .  p.  .  1.  a.  íi.  s.  0.  s!/)) 

(Ve  á  decir  á  tu  amo,  que  aquí  estamos  reunidos  (en 
la  cancha  de  pelotas)  por  la  voluntad  del  pueblo,  y  que 
no  nos  separaremos  sino  por  la  fuerza  de  las  bayonetas». 


348  OBRAS   DB   SARMIENTO 

alcance   de    Quintana   estilo   Mirabeau),  y,   en    cuanto  al 
cómplice  y  reo  secundario: 

«La  Justicia  Nacional!!  (no,  por  Dios!  corregiremos  una 
mala  redacción,  un  error  de  los  taquígrafos,  un  lapsus  lin- 
gua?,  á  cualquier  bípedo  parlante  le  ocurre),  el  Juez  Uga 
rriza,  y  no  la  Justicia  Nacional,  que  es  un  poder,  indepen- 
diente de  Senadores  deslenguados  :  el  Juez  Ugarriza, —  «.Nd- 
ha  sabido  defender  su  Independencia, — y  contestar  al  Presidente 
de  la  República,  (argucia  del  reo  admisible  cuando  mas 
en  su  defensa  una  vez  sometido  á  juicio)  que  ese  docu- 
mento no  autoriza  la  petición  de  desaforo:  que  la  Justicia 
Nacional  fut  supra  )  no  ha  estado  á  la  altura  de  su  misioa 
de  defender   la  Libertad  (de   no  ser  juzgado)... 

...DE   UN    CIUDADANO    INJUSTAMENTE    ACUSADO 

(Entre  paréntesis,  sentencia  de  la  causa,  antes  de  abrirse 
y  formarse  el  proceso,  y  denegación  de  justicia  al  que- 
rellante). 

Un  observador  curioso,  había  consignado  por  escrito  esta 
aserción  aventurada:  «Jamas  ha  abierto  los  labios  el  doctor 
Quintana,  en  el  Congreso,  sino  para  violar  algún  principio 
de  derecho  de  gentes,  alguna  ley,  algún  artículo  de  la 
Constitución,  ó  la  verdad  de  los  hechos!  Cómo  se  equivo- 
caba el  crítico!  Quintana  estuvo  á  punto  de  ser  Pre- 
sidente ! 

Sigue  la   sesión. 

Se  leyó  el  informe  de  la  Comisión. 

«  No  ha  lugar  y  devuélvase !  » — porque  hasta  en  los  mas  míni- 
mos debates  hay  enseñanza  é  instrucción. 

Señor  Presidente — Se  votará. 

Señor  Quintana  —  Falta  un  señor  Senador;  sería  bueno 
llamarlo;  quizá  no  sepa  que  se  va  á  votar!     (Qué  solicitud!) 

Señor  Presidente  —  Se  le  ha  mandado  llamar ;  voy  á, 
esperarlo. 

Señor  Araoz  —  (Médico  sin  clientela)  Debe  esperársele — 
á  él,  como  (i  cualquiera  otro. 

Señor  Presidente  —  Avisan  que  el  señor  Ibarguren  se  ha 
retirado :  se  va  á  votar. 

Votado  el  dictamen  de  la  Comisión,  resultó  aprobado  por 
unanimidad,   con    excepción  del    Senador  -'Ibarguren,    que 


MEMORIAS  349 

como  Lot,  sin  duda,  y  temiendo  acnso,  el  faego  del  cielo, 
abandonó  la   ciudad,  sin   mirar  para   atrás. 

Señor  Quintana — (  Procurador  Fiscal )  Deseo,  señor  Presi- 
dente, que  se  proclame   la  votación. 

Señor  Presidente — Creo  que   es  por  unanimidad. 

Señor  Quintana — ( Procurador  de  la  Nación )  Yo  creo  lo 
mismo. 

Señor  Presidente — Se  rectiíicará.  (,Se  ratificara?)  «Recti- 
ficada la  votación,  da  el  mismo  resultado»  (y  ademas  el 
de   ratificarla.) 

Señor  Quintana — Esta  unanimidad,  hace  mas  elocuente  la 
resolución  de  la   Cámara. 

Señor  Araoz — Solicito,  señor  Presidente,  que  en  la  nota 
que   se   pase, 

A    QUIEN    QUIERA    QUE  FUESE ! 


,{ Risas  en  la  barra  !), 


á  quien  corresponda,  se   consigne   la  condición  de  que  el 
Senado,  unánimemente,  aceptó  el  dictamen; 

«NO   HA   LUGAR   Y   DEVUÉLVASE» 

Bravos  y  aplausos 

Advertencia.  Durante  toda  la  sesión,  hay  consignadas 
catorce  interrupciones  por  aplausos,  con  especificación  de: 
numerosos  aplausos,  bravos  prolongados  y  aplausos.  Cuan- 
do Oroño  confiesa  que  conspira  en  Santa  Fe,  entre  los 
aplausos  se  escapan  algunos  silbidos. 

Un  solo  ciudadano  argentino,  tuvo  la  idea  de  tomar 
nota  de  este  grande  acto  de  justicia,  ciencia  y  delibera- 
ción de  nuestros  Padres  Conscriptos,  y  guardarla  como 
una  muda,  triste  y  desesperada  apelación  á  otro  Senado, 
y  en  su  defecto  á  la  posteridad,  poniendo  por  carátula  del 
legajo: 


350  OBRAS   DE   SARMIENTO 


LITTERA  MANET 


Señor  Quintana — Podemos  pasar  á  cuarto  intermedio.  Así 
se  hizo. 
Hasta  aquí  las  actas! 

III 

El  acto  fué  consumado.  Justicia,  leyes,  constitución^ 
respetos  humanos,  todo  desapareció  en  aquella  orgia  de 
la  embriaguez,  del  orgullo,  y  del  cinismo. 

Y  sin  embargo.  En  este  pueblo  donde  se  hace  gala 
del  desacato  á  la  autoridad  del  gobierno;  donde  la  prensa 
no  conoce  otro  límite  que  la  voluntad,  el  interés  ola  pasión 
del  que  escribe, — al  día  siguiente  de  consumado,  de  lo 
profundo  de  la  conciencia  humana  salió,  no  ya  un  grito, 
sino  un  jemido  en  que  la  vergüenza,  el  dolor  y  la  indig- 
nación \hí)\\  mezclados. 

Todos  los  diarios,  nacionales  y  extranjeros,  excepto  La 
Libertad,  (\nQ  era  propiedad  y  cómplice  de  Oroño,  expresaron 
su  sentimiento,  inclusa  La  Nación,  que  era  el  órgano  de 
la  oposición    Mitre. 

Habló  el  reo  Presidente,  á  quien  el  Senado  había  puesto 
en  lugar  del  reclamado  por  el  Juez  Federal  para  poder 
interrogarlo;  el  Presidente,  á  quien  va  á  designar  Araoz 
como  al  reo  á  quien  ha  de  leerse  la  sentencia,  con  aquella 
estigma  de  por  unanimidad, — equívoco  que  excita  la  hila- 
ridad del  pueblo,  ante  aquel  rey  de  farsa, — coronado  de 
espinas,  envuelto  en  un  andrajo  á  guisa  de  púrpura  y  con 
una  caña  por  bastón  presidencial. 

Pero  al  fin  pudo  hablar  este  reo  que  llevan  al  potro,  y 
puede  decirle,  al  paso,  al  pueblo,  —  «fueron  los  juriscon- 
sultos Velez,  Tejedor,  Pico,  los  jueces  Ugarriza  y  Zaballa, 
los  abogados  Avellaneda  y  Frias,  los  ministros  Domínguez 
y  Várela,  los  que  han  errado  en  una  simple  cuestión  de 
tramitación.  Yo  no  soy  abogado  !  No  profeso  odio  á  Oroño. 
"No  tengo  tiempo  de  odiarlo,  y  no  sabría  porqué,  ni 
para  qué.» 

Y  el    Presidente   fué  oído.     He    aquí  lo  mas   expresivo 


MEMORIAS  351 

de  lo  que  cada  órgano  de  la  prensa  dijo  á  este  respecto ; 
y  si  nos  particularizamos  con  el  Daihj  Netvs,  transcribién- 
dolo integro,  es  porque  aquel  articulo  es  la  manifesta- 
ción del  juicio  ingles,  que  todavía  siente  vivo  en  su 
alma  el  espíritu  de  raza  del  pueblo  que  contuvo  á  sus 
reyes  sin  destruir  la  monarquía,  que  tiene  el  sentimiento 
de  la  libertad,  sin  perder  el  hereditario  respeto  y  amor 
al  gobierno,  que  es  suyo,  y  no  la  imposición  agena. 
Se  necesitan  muchos  años  de  -residencia  entre  nosotros 
para  que  un  ingles  se  persuada  de  que  su  sola  misión 
en  la  tierra  es  vender  quincalla  y  comprar  cueros. 


Después  de  leer  el  manifiesto  del  señor  Sarmiento,  resalta 
mas  todavía  la  fealdad  del  procedimiento  del  Senado. 

Tan  mostruoso  es  ese  proceder,  que  después  de  pasado 
el  primer  momento,  no  ha  habido  un  solo  diario  que  levante 
su  voz  para  justificar  al  Senado. 

La  reacción  ha  sido  rapidísima. 

{La  Tribuna.) 


La  opinión  pública  fallará  y  principia  ya  á  pronun- 
ciarse. 

Entre  tanto,  podemos  afirmar  que  será  un  día  oscuro  y 
triste  en  la  historia  de  nuestros  Congresos,  aquel  día  en 
que  un  Senador  dijo — «.Tiabajo  contra  la  situación  de  una 
Provincia»,  —  situación  legal  y  constitucional,  reconocida 
por  los  poderes  públicos  de  la  Nación  y  que  tiene  mas 
de  seis  años  de  existencia. 

{La  Union  Argentina.) 


Lamentamos,  sí,  que  el  primer  magistrado  del  país  se 
vea  obligado  á  venir  á  justificarse  ante  la  opinión,  de  los 
reproches  injustos  que  se  le  han  dirigido,  nada  mas  que 
por  haber  cumplido  un  deber  ordinario  y  casi  de  simple 
tramitación,  que  ha  venido  á  revestir  el  carácter  de  un 
alto  deber  cívico. 


352  OBRAS    DE   SARMIENTO 

Hay  una  carta  interceptada  á  un  rebelde,  tomado  con 
las  armas  en  la  mano,  mientras  atacaba  á  las  autoridades 
nacionales.  El  autor  de  esa  carta  no  solo  no  la  niega, 
sino  que  la  reconoce;  confirma  su  contenido  y  se  proclama 
audazmente  como  un  agente  activo,  que  busca  por  todos 
los  medios,  cambiar  la  situación  de  una  Provincia. 

«El  Procedimiento  Judicial  estaba  debidamente  autori- 
zado y  el  Senado  no  ha  podido  cubrir  con  el  manto  de 
las  inmunidades  constitucionales,  al  que  desde  la  silla 
curul  se  declaraba  á  sí  mismo  un  conspirador  constante 
contra  la  actualidad  política  de   una  Provincia. 

Ahora  bien,  si  el  Juez  Nacional,  con  razón  ó  sin  ella, 
solicita  que  se  despoje  á  un  Senador  de  los  privilegios 
personales  que  la  Constitución  le  acuerda,  ¿cuál  es  el 
rol  del  Gobierno?  ¿Podría  oponerse  á  la  acción  de  los 
Tribunales? 

La  teoría  del  Senado  es  monstruosa.  Ella  viene  á  auto- 
rizar la  perpetración  de  un  delito  contra  la  Nación,  tanto 
mas  grave  cuanto  mas  altamente  colocado  se  encuentra 
el  que,  no  solo  la  conciencia  pública,  sino  sus  propias 
confesiones,  designan  como  culpable  del  delito  de  sedición. 


La  carta  reconocida,  revelaba  la  existencia  de  un  delito 
severamente  castigado  por  las  leyes  y  era  lícito  al  Senado 
detener  la  acción   de  la  justicia? 

(La  Nación.) 


El  estilo  del  documento  que  dirije  el  Presidente,  es  sen- 
cillo á  la  vez  que  digno:  las  formas  de  la  polémica  han 
sido  olvidadas  para  dar  lugar  á  la  explicación  lógica  de 
su  conducta,  precavida  y  prudente  en  esta"  ocasión,  si 
efectivamente  ha  llamado  en  su  apoyo  hombres  de  consejo, 
que  hicieran  valer  su  opinión  como  una  garantía  de  acierto 
en  el  asunto. 

Nosotros,  que  no  respondemos  á  las  exigencias  de  una 
política  sistemada,  hacemos  cumplida  justicia  al  Presidente 


MEMORIAS  353 

en  esta  ocasión,  sin  que  sea  un  impedimento  para  ello  la 
censura  que  otras  veces  hemos  hecho  á  sus  actos. 

{El  ConstilucionaL) 


Ayer  dimos  á  conocer  á  nuestros  lectores  el  acta  de 
acusación,  que  el  pueblo  entero,  sin  distinción  de  bandos 
políticos,  á  no  ser  una  que  otra  rara  excepción,  ha  formu- 
lado ya  contra  el  Senador  Oroño. 

Hoy  nos  toca  presentar  la  prueba  de  los  cargos  hechos. 

A  dónde  vamos?  se  preguntan  todos  los  buenos  ciuda- 
danos ?  lal  vez  al  desquicio,  al  desorden^  al  crimen,  á  la  guerra 
civil,  llevados  al  impulso  de  la  política  maquiavélica  de 
unos  cuantos  malos  hijos  de  la  patria. 


Acusamos  ayer  al  Senador  Oroño,  como  perjuro,  por  ha- 
ber faltado  al  sagrado  juramento  prestado  sobre  los  Santos 
Evangelios  al  ingresar  al  Congreso;  como  rebelde,  por  en- 
contrarse á  la  cabeza  de  los  movimientos  revolucionarios 
de  Santa  Fe,  en  comunicación  con  los  traidores  á  la  patria, 
como  reo  de  abuso  de  confianza  desde  el  momento  que  no 
ha  podido  desempeñar  fielmente  su  cargo  de  Senador, 
y  desde  que  él  mismo  ha  declarado  que  no  se  des- 
prenderá de  sus  intentos  revolucionarios;  y  por  último, 
como  enemigo  de  la  patria,  desde  el  momento  que  ha 
venido  burlándose  de  las  prescripciones  constitucionales, 
que  él  mas  que  ningún  otro  estaba  obligado  á  obedecer 
y    acatar. 

Veamos  la  prueba. 

Con  placer  dejamos  de  escribir  sobre  esta  materia,  por- 
que da  vergüenza  que  en  países  que  tienen  el  derecho  de 
titularse  liberales  y  progresistas,  se  cometan  semejantes 
escándalos,  en  nombre  de  una  Constitución  que  ha  sido 
pisoteada. 

¡Adelante  padres  de  la  patria  de  Belgrano  y  de  Moreno. 
Amparad  con    los  fueros  al   criminal    rebelde;  premiadlo 

Tomo  xlix.— 23 


354  OBRAS    DE    SARMIENTO 

con  vuestras  alabanzas;  pero  no  olvidéis  que  legáis  á  las. 
generaciones  venideras,  no  solo  un  precedente  funesto,  sino 
el  oprobio  de  vuestra  conducta. 

{La  Prensa). 


TRADUCIDO    DEL  INGLES 

ftNada  impresiona  mas  á  un  ingles,  al  visitar  las  Repú- 
blicas americanas,  que  la  completa  indiferencia  con  que 
las  revoluciones  y  las  tentativas  de  revolución  son  mira- 
das por  mucha  parte  del  pueblo.  Alzarse  en  armas  contra 
la  ley,  y  tratar  de  establecer  gobiernos  independientes  en 
partes  del  mismo  dominio,  ó  derribar  la  autoridad  estable- 
cida y  sustituirles  otras  en  su  lugar,  por  una  infracción 
violenta  é  insólita  de  las  leyes  que  rigen  las  sociedades 
y  las  naciones,  parece  un  e^^tado  normal  de  cosas. 

Para  que  sirven  las  constituciones,  si  han  de  ponerse  á 
merced  de  cualquier  corporación  de  individuos,  que  se 
creen  á  si  mismos  mas  capaces  de  tener  las  riendas  del 
poder  que  los  que  han  sido  legalmente  nombrados  para 
administrarlas?  Este  no  es  el  gobierno  republicano,  según 
lo  vemos  expuesto  en  los  libros  de  los  publicistas,  y  pueste- 
en práctica  en  Suiza  y  en  Norte  América. 

Este,  en  efecto,  no  es  gobierno  de  ninguna  clase,  sino 
una  desintegración  de  la  sociedad,  en  sus  antiguos  elemen- 
tos bárbaros,  que  usurpan  el  puesto  del  derecho. 

La  Inglaterra  es  una  vieja  monarquía,  y  por  eso  es  des- 
hechada  como  ejemplo  para  medir  los  países  que  se  jactan 
de  poseer  la  libertad  democrática.  Sin  embargo,  como 
asunto  de  curiosidad,  nos  será  permitido  comparar  cual 
habría  sido  la  conducta  del  Parlamento  ingles,  sobre  un 
caso  semejante  ál  del  señor  Otoño,  que  ocupó  la  atención 
del  Senado  argentino,  el  martes. 

Habiendo  el  Ejecutivo  Nacional  descubierto  que  este  Se- 
nador estaba  en  correspondencia  con  el  caudillo  rebelde 
de  Entre  Ríos,  envió  los  documentos  que  lo  acusaban,  al 
Senado  de  que  es  miembro,  pidiéndole  que  le  suspendiera 
sus  privilegios  de  libertad  contra  arresto,  sin  duda  con  la 


MEMORIAS  355 

intención  de  que  fuese  juzgado  por  el  delito  de  alta  trai- 
ción. 

El  acusado  se  presenta  ante  sus  colegas  Senadores,  y  cual 
es  su  defensa? 

Ni  mas  ni  menos  que  una  desvergonzada  confesión  de 
su  pasada  correspondencia  con  Jordán,  á  quien  le  había 
recomendado  «no  invadir  k  Entre  Rios»,  como  de  su  corres- 
pondencia actual  continuada  con  el  mismo  bandolero.  Se 
enorgullece  de  su  conexión  íntima  con  la  rebelión,  y 
tiene  el  descaro  de  llamarse  un  verdadero  «patriota». 

Pues  bien,  como  obran  sus  colegas  Senadores?  Lo 
absuelven  unánimemente,  y  se  niegan  á  acceder  á  la  súplica 
del  Ejecutivo. 

Supongamos  que  hubiera  una  rebelión  en  Irlanda,  y  que 
un  miembro  de  una  de  las  Cámaras  fuese  acusado  por  la 
Corona  de  complicidad  con  la  rebelión.  Apurémosla  ima- 
ginación, y  supongamos  que  este  hombre,  sea  Común  ó 
Par,  se  atreviera  á  mantener  su  puesto  en  el  Parlamento, 
y  reconocer  y  gloriarse  de  estar  en  correspondencia  con  el 
caudillo  rebelde.  ¿Qué  haría  el  Presidente  de  la  Cámara  de 
los  Comunes  ó  de  los  Lores? 

No  se  levantaría  de  su  asiento,  y  sin  que  mediase  una 
palabra,  ordenaría  al  sargento  de  armas  prender  al  traidor 
confesado  por  sí  mismo,  ya  fuese  común  ó  duque,  para  en- 
jriciarlo  según  las  leyes  del  país! 

Volvamos  á  nuestros  hermanos  de  la  República  del  Norte, 
y  {preguntémosles  como  habría  obrado  su  Senado  con  uno 
de  sus  miembros,  que  durante  la  guerra  confederada  hu- 
biera osado  confesar  y  envanecerse  de  haber  estado  en 
correspondencia  constante  con  Jefferson  Davis. 

Pero  aun  no  es  todo.  Ese  mismo  señor  Oroño  se  atrevió 
en  pleno  Senado  á  estigmatizar  alJefe  de  la  República  con 
el  sucio  nombre  de  «calumniador»,  consistiendo  la 
calumnia  en  un  cargo,  que  el  acusado  confiesa  que  es 
cierto. 

Sintió  el  Senado  este  ultraje  á  la  decencia,  esta  sucia 
aspersión  al  Jefe  del  Estado»*  Nó;  la  miró  con  complacen- 
cia, y  su  Piesidente  no  pronunció  una  palabra  de  repren- 
sión. 

Nosotros  preguntaríamos: — ¿Quién  es  el  señor  Sarmiento? 
En  primer  lugar,  es  un   caballero  particular,  que  en  una 


356  OBKAS    DK    SAKMIliNTO 

asamblea  de  caballeros  pediría  protección  de  un  grosero 
insulto. 

Pero  es  algo  mas.  En  su  persona  es  la  representación 
de  la  magestad  y  de  la  grandeza  de  la  Nación  Argentina, 
que  lo  ha  elegido  su  representante  colectivo.  El  señor 
Oroño  en  su  insulto  al  Presidente,  hizo  un  ultraje  á  todo 
el  pueblo  argentino. 

El  Presidente  en  su  carácter  oficial,  es  tan  sagrado 
como  cualquier  rey  ó  emperador  que  alguna  vez  mandó, 
y  el  hombre  que,  en  su  persona,  insulta  á  toda  la  nación,  es 
un  traidor. 

Si  un  miembro  del  Parlamento  británico,  fuese  tan  loco 
que  se  pusiera  á  insultar  con  un  ei)íteto  oprobioso  á  la  que 
es  representante  de  la  grandeza  de  la  Inglaterra,  ¿no  lo 
asiría  del  pescuezo  su  colega  mas  cercano,  y  lo  entregaría 
á  la  justicia? 

El  señor  Oroño  es  un  «hombre  atrevido»,  se  dice.  Nos- 
otros no  lo  creemos.  Ningún  valiente  se  pone  á  defender 
rebeliones,  ni  mucho  menos  da  cabida  á  la  traición.  Pero 
él  conocía  el  auditorio  á  quien  se  dirigía,  estaba  seguro 
de  sus  simpatías,  y  sabía  que  su  braggadocio  iba  á  caer 
sobre  oyentes  que  lo  deseaban. 

Este  es,  sin  duda,  el  aspecto  mas  desalentador  de  la 
presente  situación  peligrosa  de  este  país.  Cuando  sus 
representantes,  en  sumas  alta  asamblea,  lo  abandonan  en 
su  tiempo  de  necesidad,  el  verdadero  patriota  bien  puede 
exclamar  desesperado:  «Ay!  de  mi  patria!» 

{Daily  News.) 

IV 

Hemos  presentado  en  esqueleto,  en  artículos  anteriores, 
la  contextura  de  la  sesión  en  que  se  cerró  la  puerta  á 
lus  tribunales  de  justicia,  impidiendo  perseguir  y  castigar 
á  los  reos  de  rebelión  ó  sedición,  cuyos  delitos  fueron  pro- 
bados, haciéndola  seguir  del  juicio  que  los  diarios  formaron 
acerca  de  aquel  acto  insólito. 

Sus  consecuencias  duran  hasta  hoy,  sin  esperanza  de 
verlas  terminar,  pues  la  impunidad  de  los  delicuentes  está, 
por  decirlo  asi,  declarada,  y  casi  establecida  por  ley.  Desde 


MEMORIAS  357 

entonces  se  han  producido  diez  tentativas  de  revuelta  en 
la  Provincia  de  Santa  Fe,  por  los  mismos  actores,  bajo  la 
misma  inspiración,  y  solo  muertos,  van  ya  mas  de  ciento 
sesenta  personas,  entre  ellas  los  Brocheros,  un  Culien,  un 
Rodríguez  y  algunos  otros  notables. 

Para  sentir  todo  el  horror  de  estos  desórdenes,  debe 
tenerse  siempre  presente  la  frivolidad  de  las  razones 
opuestas  al  allanamiento  del  reo,  y  la  falsedad,  probada 
pur  su  misma  evidencia,  de  las  odiosas  imputaciones,  que 
con  aire  triunfante  se  hicieron  al  Presidente.  Podemos 
ilustrar  el  pensamiento  del  señor  Torrent,  con  algunos 
ejemplos.  Su  opinión  de  que  sea  un  desafuero,  es  decir,  un 
delito,  el  allanamiento  que  pide  el  juez,  se  funda  en  una 
suposición,  en  una  hipótesis,  en  una  posibilidad,  perj  no 
en  un  hecho.. 

Por  mas  que  medien  muchas  palabras  entre  anteceden- 
tes y  consecuencias,  el  motivo  que  induce  al  senador  To- 
rrent á  declarar  desafuero  el  desaforo,  está  expuesto  ai 
comienzo  de  la  oración^  y  puede  formularse  asi: 

«Si,  según  la  opinión  de  algunos,  me  encontraba  asocia- 
do á  esas  soluciones  del  Presidente,  lo  que  el  Juez  pide  es 
un  desafuero;  y  por  tanto  están  bien  muertas  las  ciento 
cincuenta  personas  que  han  caído  á  manos  de  los  Broche- 
ros  é  Iturraspes,  liasta  que  los  primeros  han  desaparecido 
también. 

Pero  como  hoy  está  averiguado  que  el  Presidente  no 
hizo  esas  referencias  que  «acaso»  se  dirigían  al  señor 
Torrent,  resulta  que  lo  que  parecía  desafuero,  era  en  ver- 
dad desaforo,  y  por  tanto,  concediéndolo,  no  habrían  muer- 
to los  ciento  cincuenta  hombres,  sacrificados  á  la  suposi- 
ción de  que  el  Presidente  hacía  referencia,  al  parecer,  al 
señor  Torrent. 

El  mismo  argumento  puede  hacerse  al  abogado  Quin- 
tana,   que    aceptó  las    conclusiones  jurídicas  de  Torrent. 

No  habiendo  el  señor  Oroño  herido  profundamente  el 
grande  amor  propio  del  Presidente,  dado  caso  que  este  no 
pudiese,  como  el  doctor  Torrent,  cubrirlo  con  su  desden, 
pues  tantos  jurisconsultos  aconsejaron  la  acusación  fiscal, 
no  era  desafuero  lo  que  pedia  el  Juez,  «como  tan  mal  lo 
había  dicho  Torrent»,  sino  desaforo,  y  otorgado  como   era 


358  OHRAS    UK    SAKMIKNTü 

de  justicia,  no  pesaría  sobre  la  cabeza  del  abogado  Quinta- 
na la  sangre  de  las  ciento  cincuenta  vidas  sacrificadas. 

Si  la  justicia  nacional  no  se  hubiera  metido  á  defender 
la  libertad  y  la  dignidad  de  nadie,  sino  después  de  probada 
la  inocencia  del  acusado,  contra  la  inaudita  pretensión  del 
doctor  Quintana,  de  que  ha  de  ser  antes  de  iniciarse  la 
causa,  el  Senado  habría  funcionado,  para  hacer  que  las 
leyes  se  cumpliesen,  y  á  su  vez  hubiese  funcionado  la  jus- 
ticia nacional;  como  está  probado,  mas  allá  de  la  eviden- 
cia que  ninguna  venganza  personal  ni  política  inspiró  á 
los  jurisconsultos,  letrados  y  jueces  Velez,  Pico,  Tejedor, 
Ugarriza,  etc.,  etc.,  el  pedido  de  allanamiento,  resulta  que 
el  doctor  Quintana  perturbó  con  falsos  asertos  la  concien- 
cia de  la  Cámara,  ajó  la  magestad  de  la  justicia  nacional, 
faltó  á  los  respetos  debidos  al  Presidente  de  la  República, 
y  abandonándose  á  las  «inspiraciones  de  su  grande  amor 
propia,  su  excesiva  intolerancia»,  su  venganza  personal  y 
política,  han  hecho  sacrificar  ciento  cincuenta  víctimas, 
inocentes  del  odio  impotente  á  este  caballero,  contra  quien 
no  tiene  ni  el  desden  de  Torrent,  tantas  veces  mostrado 
y  usado  que  ya  parece  trapo  descolorido. 

Al  poner  de  relieve  estas  torpezas,  no  tomamos  siquiera 
una  revancha,  legítima,  contra  tal  cúmulo  de  injurias, 
imputaciones  odiosas,  y  calumnias  de  los  que  hemos  lla- 
mado triunviros,  porque  siempre  obraron  de  consuno, 
como  consta  de  las  actas  y  de  los  debates,  sino  que  obra- 
mos así,  al  ver  que  sigue  y  sigue  el  derramamiento  de 
sangre  en  Santa  Fe,  fomentado  por  la  especie  de  patente 
con  que  el  Senado,  bajo  la  instigación  de  aquellos  tres 
conjurados  en  su  daño,  revistió  álos  empresarios  que  están 
deseando,  hace  diez  años,  obrar  un  cambio  en  esa  pro- 
vincia. 

Los  Congresos  no  son  responsables,  ante  ninguna  otra 
autoridad,  de  sus  errores;  pero  un  Congreso  posterior 
puede  corregirlos,  derogando  la  ley  impropia;  y  si  fuere 
un  atentado  ó  un  crimen  el  que  obtuvo  su  sanción,  se  le 
castiga  moralmente,  mandando  tarjar  las  páginas,  en  que 
consta  la  sesión  en  el  libro  de  actas,  á  fin  de  que  no  pese 
sobre  la  dignidad  de  la  asamblea  la  fealdad  -del  aten- 
tado. 

Ahora,  nuestras  Cámaras   han  podido  cometer  muchas 


MEMORIAS  359 

faltas,  sancionando  muchas  leyes  injustas;  pero  ninguna 
reviste  los  caracteres  de  un  atentado,  como  aquella  dene- 
gación de  justicia  y  amparo  ofrecido  á  un  indiciado  de 
crimen  de  que  era  acusado,  aunque  atenuándolo  ó  cir- 
cunscribiéndolo, en  condiciones  favorables  á  su  defensa. 

El  atentado  consistió  en  juzgar  al  Presidente  de  la  Re- 
pública en  lugar  del  reo.  En  admitir  la  defensa  del  cargo 
en  lugar  y  ante  quien  no  correspondía;  en  inventar  juego 
de  palabras  como  desafuero  ó  desaforo,  como  razón  jurí- 
dica de  lo  obrado.  En  reprobar  y  condenar  la  acción  de 
la  justicia  nacional,  cosa  que  el  Congreso  no  tiene  derecho 
ni  facultad  de  hacer,  en  tanto  que  la  justicia  nacional 
puede  declarar  inconstitucionales  leyes  dadas  por  el 
Congreso,  y  aplicarlo  contrario  de  lo  que  ellas  ordenan. 
El  haber  hecho  mofa  de  la  autoridad  del  Presidente,  en 
-equívocos  y  reticencias,  como  los  usados  por  Araoz,  y  en 
la  constatación  de  la  unanimidad,  requerida  por  Quintana, 
como  un  nuevo  ultraje  al  Presidente,  inocente  sin  duda  de 
tanta  ignorancia,  de  tanta  zana,  y  de  una  vanidad  tan  pue- 
ril como  la  demostrada  por  todos  los  que  dirigieron  aquel 
indigno  complot,  que  al  fin  vino  á  redundar  en  oprobio 
del  Senado,  impugnado  por  unanimidad  de  la  opinión,  así 
que  reconoció  la  verdad  y  en  vergüenza  eterna  de  sus  auto- 
res, que,  según  consta  de  las  sesiones,  fueron  Granel, 
Torrent,  Quintana  y  Araoz,  pues  no  es  justo  inculpar  á 
Oroño,  desde  que  al  reo  le  es  permitido  defenderse  como 
pueda. 

Los  siguientes  extractos  los  hemos  transcrito  de  apuntes 
detallados  tomados  en  Santa  Fe,  donde  se  están  colectando, 
■por  orden  del  gobierno,  todos  los  datos  sobre  muertos  y 
heridos,  familias  dejadas  en  la  horfandad,  daños  á  parti- 
culares producidos,  y  costo  de  las  fuerzas  que  mantiene 
en  pie  la  provincia,  pues  no  hay  hora  segura  contra  in- 
vasiones, asaltos,  conspiraciones  de  los  presos  de  las  cár- 
celes, ataques  nocturnos,  todo  ello  siempre  por  el  mismo 
grupo  de  individuos,  bajo  la  misma  inspiración. 

No  es  un  cargo  que  hacemos,  pero  si  el  recuerdo  de  un 
hecho  familiar,  y  son  las  continuas  invasiones  desde  Bue- 
nos Aires,  ya  de  gentes  que  salen  de  la  capital  misma,  ó 
de  verdaderas  divisiones  que  se  ^reúnen  en  San  Nicolás, 
Arrecifes  y  Pergamino,  y  que,  una  vez  derrotadas,   vuel- 


360  OBRAS   DE  SARMIENTO 

ven  á    asilarse,  sin  guardarse  de  nadie,  y  sin  que  nadie  les 
incomode. 

Es  posible  que  este  estado  de  cosas  cese,  en  fuerza  del 
cansancio,  sino  del  escarmiento;  pero  transcurridos  ya  diez 
años  de  continua  zozobra,  es  de  temer  que  transcurran 
otros  tiintüs  en  la  misma  lidia  de  acechanzas,  hacienda 
perder  á  aquella  provincia  muchos  dineros  y  mucho  tiem- 
po malgastado,  prolongando  de  paso  medidas  de  seguridad, 
justificadas  por  el  peligro  constante,  y  que  necesariamente 
son  causa  de  nuevas  quejas  y  cargos.  Como  se  verá  en 
los  estractos  siguientes,  indicamos  con  una  palabra  los 
perdones  del  gobierno,  las  amnistías  de  las  Legislaturas 
correspondidas  por  un  nuevo  conato.  Observaráse  que 
estos,  no  obstante  ser  efectuados  en  lugares  y  horas  ino- 
pinadas, nunca  tienen  éxito,  porque  nadie  se  les  adhiere,, 
y  que  por  el  contrario,  cada  día  el  escarmiento  es  mas 
cruel,  á  causa  de  la  creciente  irritación  de  los  espíritus. 
Por  ventura,  están  obligados,  la  Guardia  Nacional,  la  Poli- 
licía  ó  los  vecinos  de  Santa  Fe  á  morir  á  mano  de  los 
Brocheros,  de  los  Iturraspes  y  de  los  Leivas? 

INVASIÓN  Á   SANTA  FE — DIEZ  MUEKTOS 

Julio  1872— Bi'ochero    é    Iturraspe    atacan    el    Cuartel    de 
Infantería — 10  muertos. 

CONJURACIÓN 

Octubre  1873 — Agentes  de  Oroño  atacan  las  oficinas  del  Jefe 
Político  en  Santa  Fe,  viniendo  del  campo,  é  ignorando 
que  estaba  ya  todo  descubierto — dispersos  y  varios 
muertos. 

INVASIÓN   DEL  NORTE 

Octubre  1874. — Iturraspo,  Gaitan,  Gallo,  invaden  del  Norte. — 
Hay  un  encuentro  en  que  muere  el  cabecilla  Gallo  con 
4  mas,  fuera  de  heridos. 

DE   BUENOS   AIRES,  POR    MAR    Y    TIERRA—  CUATRO   MUERTOS 

1877 — Marzo  17— Los  Cullen,  (cuñados  de  Oroño),  Bailan,. 
Villalba,  los  Iturraspe,  auxiliados  de  Buenos  Aires,  por 


MlíMORIAS  361 

tropas  recolectadas  por  Oroño. — Combate  del  20  de  Mar- 
zo. Herido  Iturr'-ispe,  muertos  4. 

MUERE   CULLEN  Y   VEINTE  Y   DOS  MAS 

1877 — Marzo  21 — Otro  encuentro;  muerto  Cullen,  un  mayor 
López  y  como  veinte  in(Jividuos  mas — Indulto. 

INDULTO 

10  de  Abril — Veinte  días  después  del  indulto,  sofócase  una 
conjuración  en  Santa  Fe,  una  hora  antes  de  estallar. 
En  la  casa  inmediata  á  la  del  Gobernador  Bayo  se  sor- 
prende á  varios  hombres  y  armamentos  reunidos.  El 
proceso  seguido  dio  por  complicado  á  don  Camilo  Al- 
dao  (cuñado  de  Oroño.) 

motín— VEINTE    Y   TRES     MUERTOS 

1877 — 9  de  Mayo — Motin  en  el  cuartel  de  infanteiia  del  Ro- 
sario, en  combinación  con  los  presos,  que  lograron 
armar.  La  Guardia  Nacional  corrió  á  las  armas,  fueron 
rodeados  y  vencidos,  des[)ues  de  dos  días  de  combate, 
14  muertos,  y  nueve  de  la  policía,  en  la  noche  anterior, 
en  las  azoteas. 

INVASIÓN   DE  BUENOS  AlftES — TRES  MUERTOS 

1877 — Julio  14 — Invasión  de  Buenos  Aires,  por  Oroño  y  On- 
rubia — Toma  del  vapor  Proveedor — Desembarco  en  las 
Piedras — Combate  en  el  Arroyo  del  Medio,  3  muertos, 
entre  ellos  un  joven  Rodríguez  de  Buenos  Aires — La 
Legislatura  concede  amnistía. 

1878— ^6/-i7  7— Recepción  de  Iriondo. 

Asalto — cincuenta  y  dos  muertos 

Abril  15 — Asalto  nocturno  sobre  los  cuarteles  y  casa  del 
Gobernador — Leiva,  Iturraspe — Brochero — 2  muertos 
en  combate,  y  otros  tantos  heridos  en  los  hospitales. 

Fuga — Iturraspe  huyendo,  hace  matar  capataces  de  estan- 
cias y  peones,  seis  muertos. 


362  0BRA.3   DE   SARMIENTO 

Combates  de  las  Higueritas,  frontera:  entre  muertos  y  heri- 
dos, 40— Murieron  un  Candioti  y  un  Leiva,  herido  un 
Iturraspe— Cerca  del  Rosario,  batidos  60  ó  70,  idos  de 
Buenos  Aires.  Tomaron  á  San  Lorenzo,  vencidos  des- 
pués con  muertos  y  heridos  y  prisioneros  de  proceden- 
cia de  San  Nicolás. 

Suma,  total  averiguada:  ciento  cincuenta  muertos 

POK  EL   odio    de  SaKMIENTO 

Pacificada  toda  la  Provincia,  se  descubre  en  una  quinta  á 
las  inmediaciones  del  Rosario,  un  punto  de  reunión  y 
un  gran  depósito  de  armas,  para  nuevas  tentativas. 

Oroño  en  San  Nicolás — ^Reuniones  de  gente  en  Arrecifes 
y  Pergamino. 

LITTERA  MANET  (i) 

El  Gobierno  Representativo  es  necesariamente  un  gobier- 
no por  escrito,  mediante  la  taquigrafía  que  fija  la  palabra, 
la  prensa  que  la  divulga,  el  telégrafo  y  el  vapor  que  la 
llevan  rápidamente  á  los  estremos  de  un  país,  por  dilatada 
que  sea  su  área  geográfica. 

Los  ciudadanos  de  una  República,  grande  como  el  Celeste 
Imperio,  Representados  en  Congreso,  no  importa  que  sean 
millones,  no  importa  la  ciudad,  villa  ó  campaña  en  que 
vivan,  asisten  de  hecho  á  los  Debates  de  sus  Representan- 
tes, oyen  sus  observaciones,  juzgan  iie  su  capacidad,  hon- 
radez y  principios,  porque  esas  tres  cualidades  constituyen 
el  Representante  de  un  pueblo  civilizado. 

El  pueblo,  en  su  acepción  moral,  es  la  suma  inteligencia, 
la  suma  justicia,  la  suma  ciencia  política  de  una  parte  de 
la  humanidad,  en  un  siglo  dado. 

El  sistema  representativo  sin  publicidad  pronta,  general, 
en  todo  el  país,  puede  degenerar  en  una  conspiración  de 
habladores  paniaguados  con  cómplices  por  auditorio. 


(1)  Esta  página  sirve  de  introducción  al  folleto  que  con  el  mismo  título  fué 
publicado  por  el  Presidente.  El  Manifiesto  del  Presidente  sobre  este  asunto  lo 
hemos  reservado  para  el  volumen  que  contendrá  los  Papeles  del  Presidente. 

(Nota  del  Editor. ) 


MEMORIAS  363 

Un  incidente  había  perpetuado  en  nuestro  sistema  repre- 
sentativo iiasta  1869,  las  sesiones  del  Congreso,  como  un 
hecho  local. 

La  República  sabía  por  el  cúmplase  del  Presidente,  que 
una  ley  se  había  dado,  sin  duda  por  que  habrían  mediado 
para  ello  muy  buenas  razones,  sobre  las  cuales  el  pueblo 
soberano  era  remitido  á  la  publicación  que  de  ellas  se 
hiciese  cuatro  años  después,  en  el  Diario  de  Sesiones.  Prove- 
nia este  desorden,  no  de  mala  intención  de  los  Represen- 
tantes, sino  de  una  de  las  deficiencias  de  la  vida  de  pue- 
blos nacientes. 

Hemos  visto  un  interrogatorio  principiando  en  una  ciudad 
poco  después  de  fundada,  en  los  tiempos  de  la  conquista,  en 
que  el  escribano  pone  al  pie  este  proveído:  y  «habiéndose 
acabado  el  papel  que  hay  en  la  población,  se  dio  por  termi- 
nada la  investigación,  y  pase  á  Mendoza  el  solicitante  á 
continuarla  con  los  declarantes  que  allí  hubiere.» 

Podían  nuestras  Cámaras  decir  de  sus  sesiones  algo  pa- 
recido: «y  no  habiendo  sino  el  taquígrafo  Camaña  para  dos 
Cámaras,  aguarde  el  pueblo  tres  años  para  saber  lo  que 
motivó  las  leyes  del  presente.» 

Añadíase  á  este  andar  de  la  carreta  delante  de  los  bueyes 
la  facultad  que  tenían  los  oradores  de  corregir  sus  discur- 
sos, para  completar  la  confusa  redacción  taquigráfica  con  lo 
que  mas  tarde  hallaban  dicho  de  mas,  ó  mal  dicho  y  peor 
pensado,  usando  de  esa  prerogativa  el  Senador  Mármol 
una  vez  hasta  reducir  ciento  tres  páginas  de  traducción 
del  taquígrafo,  ó  cinco  del  orador  refutado,  y  convencido 
ya  de  sus  errores. 

Así  sucedía  que  el  que  asistió  á  una  sesión  oral,  tenia 
el  gusto  de  leer  después  otro  discurso  del  que  había  oído, 
ó  bien  al  leer  la  refutación  hecha  al  preopinante,  echar 
de  menos  en  el  discurso  de  éste,  las  ideas  refutadas,  pues 
el  astuto  había  tenido  buen  cuidado  de  suprimirlas  por 
inconducentes  cuando  le  llevaron  á  corregir  su  discurso. 

Todas  estas  incongruencias  que  harán  reir  á  la  genera- 
ción próxima  por  ridiculas,  fueron  desde  luego  destruidas 
por  la  presente  administración,  creando  un  cuerpo  de  ta- 
quígrafos bastante  numeroso  para  proveer  á  las  necesida- 
des de  las  sesiones;  y  desde  este  año  la  prensa  da  el  Diario 
■de  la  sesión  de  dos  días  antes.    Cuando  alcance  á  darlas  al 


364  OBRAS   DE    SARMIENTO 

(lía  siguiente,  la  brirra  desaparecerá  sin  necesi(iad  de 
hacerla  des[)ejar,  pues-es  preciso  ser  haragán  de  oficio  para 
ir  á  engrosarla,  y  molestarse  cuatro  horas,  en  lugar  de 
leer  cómodamente  las  sesiones  en  su  casa,  bien  redactadas 
y  puestas  en  orden.  Tenemos  barra  porque  no  teníamos 
taquígrafos,  que  son  los  que  pregonan  ante  la  Nación  entera. 
las  razones  de  la  ley  ó  los  debates  que  la  precedieron. 

Tan  reciente  es  la  introducción  de  este  elemento  com- 
plementario del  sistema  representativo,  que  los  oradores 
mismos  no  se  han  apercibido  de  ello;  y  continúan  hablan- 
do, como  si  no  tuviei'an  otro  auditorio  qué  el  centenar  de 
habitúes  que  concurren  á  la  barra,  sin  cuidarse  de  la  frase, 
con  tal  que  sea  contundente,  como  la  requieren  los  espec- 
tadores de  un  teatro  para  aplaudir  ó  silbar  sucesiva  ó 
conjuntamente. 

Debe  atribuirse  á  esta  restringida  atmósfera  de  antaño  el 
tono  de  invectiva  que  ha  tomado  nuestra  oratoria  parla- 
mentaria, el  cinismo  de  las  aserciones,  y  la  falta  de  moral 
y  de  principios  que  ostentan  no  pocas  veces  oradores  que 
son  menos  ignorantes  de  lo  que  parecen  serlo,  ó  menos 
audaces  de  lo  que  allí  se  muestran. 

No  se  explica  de  otro  modo,  cómo  podría  haber  un  Sena- 
do, por  ejemplo,  que  se  emi)eñara  en  que,  en  materias  que 
pretende  graves,  es  preferible  el  dicho  in  voce  y  á  la  minute, 
de  un  Ministro,  al  Informe  escrito  del  Jefe  del  Gobierno, 
acompañado  de  documentos,  lo  que  le  impone  la  respon- 
sabilidad de  sus  ideas  ante  el  país,  y,  si  pasa  plaza  de 
entendido,  ante  el  mundo.  Pero  la  barra  se  aburre  de  oír 
leer  papeles  en  tono  grave,  mientras  que  los  habitantes 
del  Estado  que  van  á  leer  en  sus  casas  y  á  sus  horas 
el  Diario  de  la  Sesión  anterior,  se  dan  por  mal  servidos, 
cuando  en  lugar  de  razonamiento  encuentran  dicterios;  y 
como  á  estos  daba  al  preferirlos  ex[)resion  y  acento  el 
gesto  y  el  ademan  iracundo  del  orador,  halla  insi[)ida  esta 
vocinglería,  y  duda  de  si  en  efecto  aquellos  (aplausos)  que 
siguen  á  lo  mas  vituperable  del  discurso,  no  han  sido 
puestos  por  el  Editor  del  Diario,  á  fin  de  mantener  viva  la 
atención  del  lector  desapasionado  y  codicioso  de  instruc- 
ción. 

Creemos  que  el  hacer  notar  la  diferencia  de  teatro  y  de 
espectadores,  hará  que  sean  en  adelante  mas  indecisos  los 


MEMORIAS  365 

que  tomen  la  palabra,  y  que  aventuren  menos  conceptos 
desautorizados,  aunque  de  buen  efecto  para  un  momento 
de  sorpresa. 

Las  sesiones  consagradas  á  las  16  preguntas  del  cono- 
cido interrogatorio,  dan  de  esta  negligencia  y  de  aquella 
adaptación  del  discurso  á  la  audiencia  de  la  barra,  un 
triste  ejemplo.  Mucho  ruido  y  pocas  nueces,  hubiera  de 
ser  el  título  con  que  debieran  publicarse.  Qué  precipi- 
tación para  formularlas!  Qué  'desorden  de  ideas!  Qué 
aserciones  tan  enfáticas!  Qué  arrogancia  y  desatención 
para  traer  al  culpable  al  banco  de  los  acusados!  Qué 
tiempo  y  paciencia  para  leerlas  I  T  sin  embargo,  cuando 
aparecen  los  Mensajes  escritos,  llevando  mas  allá  todavía 
de  lo  que  se  imputaba  á  crimen  en  el  Ejecutivo,  la  defensa 
y  sosten  de  sus  prerrogativas,  silencio  profundo  de  los 
agresores  de  ayer,  á  punto  de  hacer  creer  al  lector  lejano 
que  el  triunvirato  sft  lo  ha  tragado  la  tierra,  si  no  fuera 
que  el  hábito  adquirido  del  denuesto,  hace  oir  todavía 
un  decrescendo  de  voces  como  los  coros  de  la  ópera  que 
se  alejan  cantando  de  la  escena,  hasta  fingir  que  se 
pierden  las  voces  á  la  distancia. 

Publicamos  á  continuación  la  famosa  sesión  en  que 
por  unanimidad  el  Senado  absolvió  á  uno  de  sus  miem- 
bros, del  crimen  que  nadie  le  imputaba,  y  él  confesó, 
de  estar  en  correspondencia  con  el  rebelde  asesino 
Jordán.  El  hecho  es  uno  de  los  mas  memorables  ejemplos 
del  pernicioso  efecto  que  produce  sobre  los  ánimos,  el 
complot  de  los  oradores,  la  estrechez  del  local,  y  la 
presencia  de  una  barra. 

Una  joven  embriagada  por  las  fascinaciones  de  un 
momento,  seducida  y  deshonrada,  no  vuelve  mas  pronto 
de  lo  que  ha  vuelto  la  opinión  pública  sobre  la  catástrofe 
de  aquella  sesión.  El  cuerpo  mas  espectable  del  Estado, 
fuá  sorprendido,  fascinado  y  precipitado  á  un  error  de- 
plorable, declarando  lícita  la  rebelión,  adorable  el  cinismo, 
muerta  la  moral,  impotentes  las  leyes  y  suprimida  la 
traición  del  catálogo  de  los  crímenes. 

Precede  á  la  sesión,  lo  que  sin  formar  parte  de  ella, 
destruye  todo  su  brillo  falaz,  como  el  de  los  ojos  del 
febriciente  en  delirio,  esto  es  la  sencilla  relación  del  tan 
vilipendiado  Presidente,  que  solo  toma  parte  en  el  debate 


366  OBKAS    DK    SARMIENTO 

para  mostrar  que  él  ha  sido  el  que  menos  prisa  se  ha 
dado  en  entregar  un  culpable  á  la  justicia. 

Sigúele  el  indignado  dolor  del  hijo  de  la  vieja  Inglatera» 
al  ver  que  el  sistema  representativo  con  que  ella  dotó  al 
mundo  moderno,  se  ha  prostituido  en  una  asociación  que 
se  pretende  República,  hasta  hacer  de  él  un  instrumento 
de  indignas  especulaciones,  para  trastornar  el  Gobierno 
y  fomentar  las  rebeliones,  en  que  se  desangran  inútilmente 
las  repúblicas  sud-americanas. 

Sigúele  en  fin  la  expresión  del  sentimiento  público,  en 
los  escritos  de  diarios  que  nunca  fueron  indulgentes,  pero 
que  sienten  que  el  sistema  está,  herido  de  muerte  y  el 
honor  del  pais  mancillado. 


EL  PRESIDENTE  REO 

Acusado  por  un   Senador^   Fiscal  oficioso  ante  su  Juez  constitu- 
cional, el  mismo  Senador. 

(  INÉDITO  ) 

El  lector  ha  recorrido  ya  la  acusación  contra  el  gobierno 
del  Presidente  Sarmiento,  que  el  Senador  Dr.  D.  Manuel 
Quintana  ha  interpolado  en  una  discusión  sobre  la  con- 
veniencia de  crear  en  el  terreno  llamado  Palermo  de  San 
Benito,  un  Parque  ó  jardines  públicos.  En  derecho  par- 
lamentario, intercalar  asunto  tan  extraño  al  debate,  es 
lo  mismo  que  hace  el  vendedor  tramposo  de  lana  que 
echa  piedras  en  la  lana,  para  que  pesen  en  lugar  de  la 
lana  que  escamotea. 

No  es  de  la  defensa  del  Presidente  de  lo  que  vamos  á 
ocuparnos;  pues  cuando  la  injuria  es  gratuita  y  la  vio- 
lencia no  motivada,  la  ley  no  exige  al  agraviado  expli- 
cación ni  disculpa.  ¿Qué  prueba,  por  ejemplo,  exigirle 
al  agredido  de  que  no  es  ladrón,  cuando  un  malvado  le 
llama  tal,  sin  que  á  él  le  haya  hurtado  nada,  ni  siquiera 
tenido  un   sí,  ni    un  nó  con  él? 

El  Senador  Quintana  se  ha  sustituido  á  la  Cámara  de 
Diputados,  después  de  obtenido  mayoría  de  dos  tercios  de 
votos,   para    convertirse    en    el    Fiscal  acusador  de  oficio 


MBMOKIAS  367 

del  primer  magistrado  de  la  República,  toda  vez  que 
un  proyecto  se  presenta  eri  su  nombre.  Urde  lo  que  él 
llama  interpelaciones  y  el  hecho  muestra  que  son  com- 
plots de  paniaguados  con  propósitos  electorales,  y  pre- 
para interrogatorios  cabeza  de  procesos,  como  si  fuera 
el  Juez  sumariante,  con  la  particularidad  de  exigir  la 
confesión  del  reo,  para  que  sirra  de  semi  plena  prueba 
de  delitos  de  que  nadie  lo  había  acusado   antes. 

En  un  debate  parlamentario- sobre  un  Parque,  intro- 
duce su  acusación  sempiterna,  y  cuando  el  lector  desa- 
percibido va  á  buscar  en  el  diario  de  sesiones  el  pro 
y  el  contra  de  una  cuestión  de  higiene,  de  agricultura 
y  ornato,  se  encuentra  con  que  hay,  entre  informes  de 
médicos,  agrónomos  é  ingenieros,  un  informe  en  derecho 
del  Senador  Quintana,  que  establece  el  número  exacto 
de  las  veces  que  el  Presidente  en  seis  años  ha  violado 
la   Constitución. 

Es  requisito  esencial  de  toda  acusación,  oir  al  reo  en 
su  defensa;  pero  el  Senador  Quintana, .  abogado  distin- 
guido, olvida  las  garantías  que  rodean  á  cualquier  mise- 
rable y  mete  su  acusación  entre  plantas  y  flores,  en 
via  de  disgresion,  y  cierra  la  puerta  á  su  víctima  para 
toda  defensa,  pues  no  tiene  ni  ocasión,  ni  ante  quien 
de'-ir  lo  que  hemos  de  decir  ahora  para  que  conste, 
como  consta  de  documentos  públicos  el  inconsiderado  y 
permanente  ataque. 
¿De  qué  acusa  al  Presidente?  ¿De  violar  la  Constitución? 
Vamos  á  demostiar  que  al  hacerlo,  el  Senador  Quin- 
tana viola  la  Constitución,  atropella  los  respetos  huma- 
nos y  destruye  las  bases  de  todo  gobierno  y  de  toda 
legislación. 

La  ausacion  sistemática  contra  el  Presidente  es  la  prueba 
misma  de  lo  que  sostenemos.  Un  Senador  no  puede  for- 
mular acusaciones  de  funcionarios  públicos.  Es  punto 
decidido  que  el  Senado  no  representa,  como  la  Cámara  de 
Diputados,  al  pueblo  ni  á  la  opinión  pública.  El  Senada 
es  un  mecanismo  legislativo  cuyo  objeto  es  considerar  con 
mas  experiencia  y  calma  la  materia  de  la  legislación.  Ad- 
ministra junto  con  el  Ejecutivo  en  ciertos  casos.  Juzga 
con  un  juez  supremo  á  su  cabeza,  los  delitos  acusados  por 
la  otra  Cámara  de  ciertos  funcionarios. 


368  OBRAS    DE    SA.RMIKNTO 

El  Jefe  del  Estado  puede  ser  acusado.  Si  es  dinástico, 
se  le  declara  inviolable,  es  décimo  acusable,  á  fiti  de  no  com- 
prometer la  estabilidad  secular  que  se  pretende  dar  al 
Ejecutivo.  Si  es  electivo,  por  tiempo  señalado,  no  se  con- 
cede al  pueblo,  ni  á  un  Diputado  el  derecho  de  acusarlo, 
ni  á  una  simple  mayoría.  Dos  tercios  de  votos  han  de  con- 
currir, para  establecer  siquiera  que  hay  lugar  á  acusación. 
Deducida  ésta  ante  el  Senado,  })residido  por  un  juez  de 
derecho,  es  oída  la  defensa  y  fallado  el  caso  en  cuanto  á 
cesar  en  su  oñcio  y  cuando  mas  á  ser  declarado  inhabili- 
tado políticamente. 

Estas  precauciones  esquisitas  y  estas  salvaguardias  tan 
poderosas,  se  han  inventado  para  estorbar  que  los  partidos 
y  los  ambiciosos  pretendan,  con  cualquier  motivo,  anticipar 
el  término  de  la  renovación  de  los  poderes,  en  provecho 
propio,  ó  debilitar  con  imputaciones  diarias,  tergiversacio- 
nes y  calumnias  la  autoridad  del  Presidente,  degradarlo 
ante  la  opinión  y  preparar  el  camino  á  las  revueltas  y  al 
desobedecimiento  á  las  autoridades,  á  título  de  abusivas, 
incontitucionales. 

Un  Senador  que  se  constituye  en  fiscal,  acusador  y  de- 
nunciador de  los  actos  del  Presidente,  viola  las  convencio- 
nes puramente  humanas,  que  hace  del  Senador  la  clase  de 
funcionario  público  que  es.  Si  sus  atribuciones  fuesen  las 
mismas  que  las  de  los  miembros  de  la  otra  Cámara,  sería 
ociosa  la  bipartición  del  cuerpo  legislativo. 

Si  pretende  usar  del  derecho  del  ciudadano;  á  mas  de 
que  el  ciudadano  no  tiene  derecho  de  acusar,  ese  ciudadano 
para  serlo,  debe  renunciar  el  puesto  de  Senador  que  su 
conciencia  ó  su  patriotismo,  ó  su  ambición,  no  le  permite 
desempeñar,  en  el  sentido  y  para  los  fines  con  que  la  Cons- 
titución bu  creado  este  cuerpo  de  hombres  moderados,  por 
su  mayor  edad,  su  mayor  caudal,  su  experiencia  en  los  ne- 
gocios y  su  doble  duración  en  el  cargo,  á  fin  de  que,  en 
cuanto  es  posible  anticiparlo  en  combinaciones  humanas, 
no  se  deje  afectar  fácilmente*  de  los  intereses,  pasiones  ó 
errores  dominantes. 

Esta  es  la  mente  al  menos,  de  la  institución  del  Senado. 
E!  Senador  Quintana,  como  se  ve,  está  mal  sentado  ahí. 
Debe  pasar  á  la  extrema  iz(j[uierda  de  la  Cámara  de  Dipu- 
tados.   Le  falta  la  indulgencia,  la  tolerancia,  la  circuns- 


MBMORIAS  369 

peccion  de  juez  designado,  como  es,  por  virtud  de  su 
oficio'.  Atacando,  denunciando  diariamente  abusos,  arbi- 
trariedades, es  Fiscal  y  no  Juez  probo;  y  si  puede  ser  lo  uno 
y  lo  otro  sin  remordimiento  de  conciencia,  será  verdugo 
también  en  nombre  de  la  libertad  ó  de  la  Constitución,  y 
hasta  ahí  suele  llegar  el  fanatismo  de  una  idea. 

Acusando  ademas  al  Presidente  en  ocasión,  lugar  y  con 
motivo  que  no  abre  camino  á  este  funcionario  para  su 
defensa,  comete  un  delito  de  lesa  justicia  humana,  estable- 
ciendo cargos  que  no  pueden  ser  contestados. 

¿Cómo  se  defiende  el  Presidente,  en  un  proyecto  de  crear 
un  Parque  de  árboles,  plantas  y  flores,  contra  un  ataque 
en  que  se  le  condena  como  transgresor  de  toda  ley  y  Cons- 
titución, no  ya  en  el  Parque  ni  en  el  proyecto,  sino  durante 
toda  su  administración? 

Es  que  deprimiendo,  ennegreciendo  al  Presidente,  se 
olvida  que  ese  Presidente  es  un  hombre  con  los  mismos 
derechos  que  los  demás;  que  la  reputación  de  hombre 
honrado  que  posee,  no  es  propiedad  de  un  Senador,  ni  una 
res  nullius  de  que  puede  apoderarse  cualquiera  para  destro- 
zarla y  hacerla  servir  á  sus  propósito,  quizá  á  su  ambición, 
que  no  puede  ó  no  sabe  abrirse  camino,  si  no  es  destru- 
yendo á  los  que  están  en  posesión  legítima  de  los  puestos 
que  ese  cualquiera  codicia. 

Si  el  Senador  no  siente  estas  delicadezas  que  moderan  en 
los  demás  los  apetitos  demasiado  vivos,  no  respeta,  y  por 
lo  contrario,  viola  esa  Constitución  que  invoca,  toda  vez  que 
ella  le  pone  obstáculo  á  sus  pasiones;  de  manera  de  dejar 
sospechar  que  para  él,  Senador  y  Senado  son  sinónimos  y 
por  tanto,  Quintana  y  Senado,  sinónimos,  Quintana  y  Con- 
gresos sinónimos,  Quintana  y  Constitución  sinónimos! 

En  la  sesión  del  23  de  Agosto  de  1873,  con  motivo  de  un 
proceso  que  bautizó  con  el  dudoso  é  inconstitucional  nom- 
bre de  iyiterpelacion,  avanzó  esta  extraña  teoría: — «Se  equi- 
«  voca  el  señor  Ministro,  cuando  cree  que  el  Congreso 
«  tiene  sus  brazos  atados  y  carece  de  todo  otro  derecho 
«  que  el  de  la  acusación,  verdaderamente  imposible,  por  mas 
«  autorizado  y  constitucional  que  sea,  dadas  las  condicio- 
«  nes  actuales  de  nuestro  país.» 

He  aquí,  pues,  que  la  parte  de  la  Constitución  que  res- 

Toíio  xux.  — ¿V 


370  OHHA.S    UK    «AKMIKNTO 

guarda  al  Presidente  contra  acusaciones  informales,  na 
está  vigente  en  nuestro  país,  atendida  la  situación  del  país. 
Es  verdaderamente  imposible  la  Constitución  á  este  respecto,  y 
por  tanto  queda  librada  la  estabilidad  del  gobierno  y  la 
honra  y  persona  del  Presidente  á  la  zapa  y  al  martillo  del 
Señor  Quintana. 

Pero  si  es  verdaderamente  imposible  la  acusación,  con  acu- 
sador, juez  y  defensa,  el  Senador  Quintana  debió  retirarse 
del  Senado;  porque  este  cuerpo  es  verdaderamente  inútil,  si  no 
tiene  su  prerogativa  y  función  especial,  que  es  la  de  juzgar 
á  los  altos  funcionarios,  cuando  la  otra  Cámara  los  acusa 
con  las  formalidades  proscriptas. 

¿Porqué  es  verdaderamente  imposible  la  Constitución? 
¿Qué  situación  era  la  actual?  En  todos  los  países  y  en 
todos  los  tiempos  y  situaciones  es  verdaderamente  imposi- 
ble acusar  al  "Jefe  Supremo  del  Estado,  sin  concurrir  dos 
tercios  de  votos  en  la  acusación  y  dos  tercios  de  votos  en  el 
fallo,  oído  el  acusado. 

Las  situaciones  de  las  naciones  son  las  mismas  siempre 
para  observar  estas  prescripciones.  Es  la  necesidad  de  con- 
servar el  gobierno,  contra  las  ambiciones  prematuras^ 
inmoderadas,  ó  anárquicas,  de  un  lado;  conveniencia  de 
corregir  los  abusos  que  amenazan  trastornar  las  intitucio- 
nes  de  parte  de  los  mandatarios;  obligación  forzosa  de  oír 
al  acusado  dar  las  razones  que  motivaron  y  justificar  sus 
actos. 

No  busquemos  ejemplo  en  Europa,  pues  solóla  acusación 
contra  el  ministerio  Polignac  nos  suministra  la  Francia, 
que  ha  derrocado  antes  y  después,  diez  gobiernos  y  no  ha 
organizado  ninguno  constitucional  todavía. 

En  los  Estados  Unidos  el  Juez  Chase,  acusado  ante  el 
Senado,  cuyo  local  se  colgó  de  terciopelo  colorado,  para 
indicar  la  solemnidad   del   acto,  fué  oído  y  absuelto. 

Recientemente,  acusado  el  Presidente  Johnson  por  una 
mayoría  de  nueve  décimos  de  la  Cámara,  ante  una  mayo- 
ría de  cuatro  quintos  del  Senado  que  le  era  adversa,  fué 
absuelto,  oída  la  defensa,  por  no  concurrir  dos  tercios  de- 
votos á  la  condenación. 

El  General  Butler,  presidente  de  la  comisión  de  acusación 
decía:  «el  Senado  es  su  propia  ley»,  como  diría  el  Senador 
Quintana.    Ticknor  Curtís,  el    conocido  constitucionalista 


MKMORIAS  371 

le  replicaba: — «El  Senado  juzgando,  es  juez  de  derecho,  y 
falla  conforme  á  derecho. — ftSeñor  Presidente»,  invocaba 
Buttler  al  de  la  Corte  Suprema  que  lo  es  del  Senado  para 
este  caso, — «Señor  Juez  Supremo,  Chief  Justice»,  le  llama- 
ba siempre  la  defensa,  y  ante  estas  sutiles  distinciones 
sucumbió  la  acusación,  porque  el  Senado  cumplió  su  deber 
de  juez,  ahogando  su  odio  de  partido. 

Diez  eran  las  articulaciones  que  creyó  formidables  aque- 
lla formidable  mayoría  de  Diputados.  Tadeo  Stevens,  an- 
ciano que  contaba  medio  siglo  de  vida  parlamentaria,  dijo: 
«Estos  diez  cargos  los  levantan  un  tinterillo  de  aldea 
(abogado  ramplón).  Yo  presento  este  undécimo:  —  «Por 
hiibev  W-dmaido  traidores  en  diversos  actos  públicos  á  Sena- 
dores, nombrándolos  por  sus  nombres  —  Yeremos  quienes 
acefttan  el  epíteto,  absolviéndolo.»  Ese  único  artículo  fué 
votado  y  absuelto  el  acusado,  porque  no  era  en  acto  oficia^ 
que  les  llamó  tales,  y  porque  usaba  ó  abusaba  de  la  libertad 
que  se  tomaban  los  Senadores  de  llamarle  arbitrario,  dés- 
pota, conculcador  de  las  instituciones! 

Una  vez  el  Diputado  Quintana  supo  ó  creyó  saber,  que 
el  Presidente  de  la  Rejmblica  había  escrito  un  artículo 
burlesco  en  que  lo  mencionaba  á  él,  y  en  la  sesión  si- 
guiente denunció  el  atentado  ante  la  Cámara  é  invocó  las 
furias  infeinales  para  execrar  al  Presidente  por  delito  tan 
horrendo.  Si  el  Senador  lee  hoy  con  calma  el  escrito  y 
el  diario  de  sesiones,  verá  cuan  intolerante  era  su  vanidad 
entonces.  En  cuanto  al  Presidente,  dicho  se  está  que  es 
permitido  contra  él  en  la  prensa,  en  las  Cámaras,  todo  géne- 
ro de  denuestos  é  increpaciones. 

Ya  hemos  visto  como  el  Senador  Quintana  suspende  la 
Constitución  en  todo  aquello  que  proteje  al  Ejecutivo; 
siempre  que  él  trabaje  por  desacreditarlo.  ¿Porqué?  Por- 
que siendo  Senador  el  señor  doctor  Quintana,  no  ha  de 
haber  valladar  que  limite  sus  pretensiones. 

En  otra  sesión  avanzó  esta  doctrina,  explicativa  de  todos 
su'í  actos:  «el  Senado  es  el  cuerpo  mas  alto  de  todos  los  po- 
deres de  la  República.» 

Mas  alto  de  todos,  es  lo  que  en  buen  castellano  y  en 
latin  se  llama  supremo,  como  postremo  lo  mas  posterior  é 
ínfimo,  lo  mas  bajo  de  todo.  La  Constitución  dice,  sin 
embargo:     «El  Presidente  es  elJefe  supremo  de  la  nación.» 


372  OBRAS   l)K     SAKMIBNTO 

No  incurriría  en  estos  errores  el  Senador  Quintana,  sino 
creyese  que  donde  se  sienta  él,  está  el  poder  supremo, 
diga  lo  que  diga  la  Constitución,  y  no  olvidaría  que  el  Se- 
nado no  es  un  poder,  sino  una  rama  de  uno  de  los  tres 
poderes  del  Estado.  El  Senado  no  puede  nada  de  por  si, 
sino  es  juzgar,  y  alguna  otra  atribución  administrativa  que 
ejerce  en  concurso  con  otros  poderes;  pero  desde  que  decla- 
ra verdaderamente  imposible  llenar  el  Senado  su  función 
primordial,  es  una  rueda  inútil  y  el  Senador  está  de- 
más. 

Es  raro,  casi  imposible  la  unanimidad  en  los  cuerpos 
colegiados  y  menos  en  ambas  ramas  de  la  Legislatura,  si 
la  materia  en  discusión  pasa  por  las  formalidades  reque- 
ridas. Uno  de  los  triunfos  parlamentarios  del  Senador 
Quintana,  ha  sido  realizar  este  imposible.  ¿Para  algún  fin 
útil  sin  duda,  ageno  á  ios  intereses  de  partido,  como  la 
creación  de  un  Parque  en  una  gran  ciudad  que  carece  de 
este  indispensable  complemento? — Nol  Para  hacer  al  Se- 
nado que  embarazase  la  acción  de  la  justicia  ordinaria, 
sustrayéndole  un  reo  de  conspiración,  á  quien  delataba  una 
carta  suya,  reconociéndose  cómplice  y  director  de  rebelio- 
nes, después  de  confesado  con  alarde  que  ese  era  en  efecto 
su  constante  propósito  y  afán. 

Es  hazaña  esta,  que  lo  llevará  á  la  posteridad,  pues  el 
delito,  la  jurisdicción  del  juez,  la  clase  de  prueba,  el  reco- 
nocimiento de  la  firma  y  la  confirmación  y  confesión  pú- 
blica del  acto  incriminado,  no  son  creación  de  nuestras 
leyes  é  instituciones  propias,  de  cuya  aplicación  puede 
decir,  que  es  verdaderamente  imposible,  por  constitucional  y 
legal  que  sea,  dada  la  situación  actual  del  país.  No;  delito, 
reo,  prueba,  confesión  de  parte,  pertenecen  á  todas  las 
naciones,  en  todos  los  tiempos  y  bajo  todas  las  formas 
de  gobierno;  y  el  extravío  del  Senado,  abrigando  al  reo  en 
su  recinto,  como  en  los  lugares  de  asilo  de  la  edad  media, 
estará  presente  y  vivo  ante  la  justicia  humana,  y  el  Senado 
futuro,  como  el  rey  David,  leerá  á  la  entrada  de  su  recinto, 
ct  peccalurn  meum  contra  meet  semperl  La  unanimidad  para  una 
denegación  de  justicia  al  juez  mismo,  la  unanimidad 
para  proclamar  inocente  al  que  se  obstina  en  proclamar- 
se reo!! 

La  doctrina  la  proclamó   en  las  interpelaciones   en  que 


MEMORIAS  373 

el  Senador  Quintana  y  el  acusado  de  conspiración,  obra- 
ban de  común  el  insolidum  en  otra  conspiración  senatorial. 
— «El  poder  legislativo,  había  dicho  el  Senador  Quintana, 
es  el  único  poder  que  colectiva  é  individualmente  no  está 
sujeto  á  responsabilidad  legal.» 

Un  hombre  versado  en  la  materia  entendería  que,  com- 
poniéndose el  poder  legislativo  de  dos  ramas,  es  como  Con- 
greso colectivamente  irresponsable  é  individualmente  cada 
Cámara.  Su  idea  es  otra  empero.  Los  individuos  que  for- 
man una  de  las  Cámaras  son  irresponsables  de  las  ideas 
que  viertan  en  el  ejercicio  desús  funciones  y  la  inmunidad 
de  arresto  provee  á  ese  objeto;  pero  son  responsables  de 
todos  los  crímenes  que  cometan  ó  de  que  sean  acusados 
ante  la  justicia,  haciendo  esta  conocer  á  su  Cámara  la 
semi-plena  prueba  djel  delito. 

El  Senador  Quintana,  defendiendo  á  su  socio  de  interpe- 
lación, mostró  cómo  el  Presidente  obraba  por  rencor  hacia 
el  inocente  compañero,  sustituyendo  asi  al  Juez  que  era 
quien  pedía  el  allanamiento  del  privilegio,  por  un  nuevo 
reo  de  la  invención  y  el  comodín  del  Senador.  Este  nuevo 
acusado,  no  sabiendo, donde  hacer  su  defensa,  se  dirigió 
al  público,  revelando  que  con  él  habían  diez  jurisconsultos 
copartícipes  de  aquel  rencor.  La  alcaldada  estaba  consu- 
mada y  hasta  hoy  el  Presidente   es  el  reo  castigado. 

Y  mientras  tanto  hay  castigos  legales,  solemnes,  dura- 
deros para  los  Congresos,  Parlamentos  y  Legislaturas  que 
violan  los  principios  fundamentales  en  que  la  sociedad 
reposa.  Cuando  un  Congreso  comete  un  crimen,  otro  Con- 
greso futuro,  diez  ó  veinte  años  después  á  fin  de  salvar  el 
honor  de  la  institución,  revisa  el  acto  y  lo  declara  nulo^ 
ordenando  que  en  el  libro  de  las  actas  parlamentarias  se 
tarje  á  pluma  el  acta  que  recuerda  el  hecho  cul pablen  y  el 
curioso  que  registra  las  actas  del  Parlamento  ingles,  mira 
con  recogimiento  las  rayas  negras  pasadas  por  resolución 
del  Parlamento. 

Un  día  cuando  el  sentimiento  de  la  justicia  se  despierte 
en  nuestro  país,  el  acta  que  recuerda  que  el  Senado  sus- 
trajo á  la  acción  de  la  justicia  á  uno  de  sus  miembros, 
con  declaración  y  confesión  de  parte  de  haber  cometido 
el  delito  de  que  se  le  acusaba,  con  el  cuerpo  del  delito 
constante  de  una  carta  suya,  la  que   excusa  otra  prueba 


374  OBRAS»    l>a   SAKMIKNTO 

testimonial,  substituyendo  el  Senado,  por  el  reo  verda- 
dero al  Presidente  de  la  República  que  no  era  el  Juez 
que  pedía  arresto  del  reo,  ese  día  se  ha  de  tarjar  el 
acta  del  Senado  en  que  consta  que  tal  crimen  se  co- 
metió. 

Hay  todavía  otra  responsabilidad,  aunque  no  sea  legal, 
pero  que  es  igualmente  eficaz.  El  Senador  Quintana  no 
ha  sido  ni  candidato  para  Presidente  y  él  sabe  medir  la 
importancia  de  este  veto  público,  solemne,  universal,  in- 
cuestionable, puesto  á  su  legítima  aunque  violenta  ambi- 
ción. Si  lo  atribuye  al  rencor  del  Presidente;  tendrá  que 
convenir  que  una  señal,  un  gesto  del  Presidente  bastaría 
para  que  toda  la  República  se  auna  para  escluirlo  de  la 
presidencia  lo  que  no  es  admisible,  ni  menos  lo  será 
cuando  otros  individuos  desempeñan  ese  cargo.  Existe  un 
tribunal  de  la  opinión  pública,  que  ya  no  es  la  compla- 
ciente barra,  sino  la  opinión  de  la  República  entera  que 
se  expresa  por  signos  inequívocos,  por  desestimación  polí- 
tica que  castiga  en  silencio. 

Pero  hay  otro  tribunal  ante  el  cual  ha  de  responder  de 
tales  actos,  y  es  el  saber  argentino,  representado  ante  los 
liberales  del  mundo,  ante  su  país  mismo,  ante  el  juicio 
de  la  historia,  por  esa  misma  víctima  de  sus  ataques  en 
presencia  de  la  transitoria  barra,  el  que  puede  escribir  una 
carta  á  Taboada  y  matar  en  su  agujero  á  una  alimaña 
que  había  estado  veinte  años  labrándose  un  Paraguay 
Mi  ni. 

Veamos  ahora  como  profesa  las  ideas  de  libertad  del 
pensamiento,  cuando  no  expresa  el  suyo.  El  Presidente, 
al  venir  de  Estados  Unidos,  deseando  hacer  conocer  en  su 
país  los  comentadores  de  la  Constitución  mas  modernos, 
propuso  la  traducción,  de  Pomeroy,  Lieber,  Paschal  y  los 
Poderes  de  Guerra  del  Presidente  por  Whiting,  libro  este 
último  que  obtuvo  diez  ediciones  y  había  sido  requerido 
en  país  que  vivió  setenta  años  en  completa  paz,  para 
mostrar  cuales  eran  los  medios  que  el  derecho  de  gentes 
y  la  Constitución  ponen  en  manos  de  las  naciones,  para 
defender  su  integridad  y  su  gobierno,  atacado  por  la  mas 
formidable  rebelión  de  los  tiempos  modernos. 

La  Cámara  votó  los  fondos  casi  por  unanimidad;  pero  el 
Presidente  Quintana  baja  de  su  asiento  para  pedir  recon- 


MSM0R1A.S  375 

«ideracion,  diciendo: — «Aunque  no  he  leído  ese  libro,  como 
conozco  de  antemano  la  opinión  del  Presidente,  no  debe 
■autorizarla  Cámara  su  impresión». ..  Y  votado  de  nuevo» 
fué  pasado  al  Índice  expurgatorio.  Un  lego  portero  de  Ja 
Inquisición  no  hubiera  ido  tan  adelante.  Suelen  condenar 
las  beatonas  los  libros  por  las  tapitas  doradas;  otros  in  odium 
autoris;  pero  condenar  por  concomitancias  presumibles, 
cerrar  los  ojos  y  taparse  los  oídos,  para  no  leer  ni  oir,  he 
ahí  el  amor  á  la  libertad  del  Senador.  «El  es  su  propia 
regla.»  Es  papa  infalible  en  cuestiones  de  dogma  político. 
Los  norteamericanos  con  sus  libros  huelen  á  heregía.  El 
libro  corre  impreso  sin  embargo  y  aunque  el  Senador  Quin- 
tana nunca  se  ha  dado  el  trabajo  de  escribir  cosa  alguna, 
tendría  el  deber  de  refutar  las  doctrinas  que  están  en  Whi- 
ting,  Pomeroy,  Paschal,  Calvo  y  tutti  quanti,  íunákndose  en 
la  práctica  de  todas  las  naciones  y  en  el  derecho  de  gentes, 
que  es  el  que  establece  los  derechos  de  la  guerra,  pues  esta 
se  hace  entre  dos  naciones  y  por  derivación  entre  grandes 
fracciones  de   una  nación  dividida  por  la  guerra  civil. 

En  su  empeño  de  amenguar  al  Poder  Ejecutivo,  mientras 
él  sea  miembro  del  Supremo  Poder  Senatorial,  intentó  hacer 
de  aquel,  en  las  intervenciones,  un  simple  agente  del  Se- 
nado ó  de  ambas  Cámaras,  que  para  él  es  lo  mismo;  y  no 
sabiendo  cómo,  ideó  este  expediente.  «Mientras  no  se  dicta 
la  ley  reglamentaria  de  las  intervenciones,  se  dictará  una 
ley  especial  para  cada  caso  que  ocurra.» 

La  justicia  humana  no  se  ejerce  sino  en  virtud  de  una 
condenación  previa  de  ciertas  acciones  en  todos  los  casos 
en  que  se  cometan  en  adelante.  La  soberanía  popular  no 
alcanza  hasta  autorizar  á  sus  legisladores  á  dictar  leyes 
ex  post  fado.  Es  crimen  de  lesa  humanidad.  Para  el  Se- 
nador Quintana  es  una  guinda,  cortarle  al  cuerpo  una  ley  á 
cada  marchante.  Cometa  Vd.  su  acción  y  yo  decidiré  des- 
pués si  es  criminal  ó  no.  El  Congreso  ademas  asumía  aquí 
funciones  judiciales  ¿no  era  mejor  someter  al  Poder  Judicial 
la  averiguación  de  los  hechos  por  sumaria  información  para 
saber  de  qué  lado  está  la  razón? 

Las  Constituciones  de  todo  el  mundo,  establecen  que  los 
actos  del  Poder  Legislativo  sean  sometidos  al  Poder  Ejecu- 
tivo para  su  aprobación,  si  no  los  devolviese  aprobados  por 
■iser  requisito  esencial  esa  aprobación,  pero  como  el  Senado 


376  OBRAS   DE   SARMIENTO 

es  Supremo,  el  Senador  propuso  y  lo  rechazó  el  Presidente 
someter  antes  del  término  fatal  de  diez  días  al  Congreso, 
para  su  aprobación,  los  actos  del  Ejecutivo  en  materia  dfr 
ejecución  de  una  ley  de  carácter  ejecutivo,  cual  es  el  em- 
pleo de  la  fuerza.     jFriolera,  cambiar  los  frenos! 

Veamos  como  entiende  el  texto  déla  Constitución,  cuando 
no  la  suspende  en  «consideración»  á  la  situación  actual,  ó 
no  subvierte  las  atribuciones,  ó  no  levanta  poderes  supre- 
mos donde  él  está. 

La  Constitución  da  la  iniciativa  en  el  bilí  ó  proyecto,  ó 
al  Ejecutivo.  Una  Constitución  es  como  un  discurso  se- 
guido, una  composición  literaria,  que  se  va  desenvolviendo 
sin  perder  de  vista  el  sujeto  y  los  antecedentes.  Como  la 
ley  es  la  expresión  del  mayor  saber,  el  que  legisla  necesita 
datos  para  confeccionarla,  y  el  Poder  Ejecutivo  adminis- 
trador tiene  el  conocimientos  de  los  hechos,  cuyo  conoci- 
miento se  requiere  para  mayor  acierto  de  la  ley.  Si  es 
pues,  la  Cámara  lo  que  por  uno  de  sus  miembros  presenta 
un  proyecto,  puede  pedir  informes  al  administrador;  si  es 
el  Ejecutivo  el  autor  del  proyecto,  entonces  puede  recibir 
explicaciones  de  su  proyecto,  si  no  estuviese  manifiesta  la 
razón  de  cada  artículo. 

Un  hecho  reciente  servirá  de  explicación.  El  Ejecutivo 
presenta  un  proyecto  á  la  Cámara  sobre  la  creación  de  un 
Parque  en  Buenos  Aires.  La  Comisión  encargada  de  es- 
tudiarlo, aceptando  y  apoyando  con  calor  la  idea,  suprime 
sin  embargo  un  artículo  y  añade  otro.  Pudo  llamará  su 
sala  al  Ministro  para  recibir  explicaciones  del  significado  de 
ese  artículo,  cuya  importancia  no  salta  á  primera  vista^ 
El  Ministro  le  hubiese  dicho  que  creando  por  el  texto  de 
ley  una  Comisión  que  debe  invertn*  fuertes  sumas,  gran 
parte  de  las  cuales  no  entran  en  la  administración  del  pre- 
supuesto, que  estando  el  terreno,  no  solo  bajo  la  jurisdic- 
ción provincial,  sino  siendo  propiedad  pública,  sin  propie- 
tario; y  debiendo  invertirse  en  la  mejora  del  Parque  fondos 
cuantiosos  de  otra  procedencia  y  jurisdicción,  porque  ha 
de  durar  años  y  años,  y  requiere  dirección  y  administración 
seguida  y  exenta  de  los  vaivenes  y  cambios  políticos,  con- 
venía para  evitar  troi)iezos  en  lo  futuro  renovaciones  etc, — 
crear  en  una  comisión,  una  persona  jurídica  y  una  autori- 
dad capaz  de  recibir  fondos  é  invertiilos,  dando  cuenta  en. 


MEM0M1A8  377 

general,  á  las  autoridades  provinciales,  pues  en  su  juris- 
dicción y  no  en  la  nacional  ejercería  su  acción.  La  ley 
ha  salido  trunca,  desvirtuada  y  será  necesario  completarla 
mas  tarde,  á  propuesta  de  la  Comisión  nombrada  de  oficio 
ya  que  no  la  había  legal.  Si  la  comisión  legislativa, 
usando  de  su  derecho  de  llamar  al  Ministro  á  su  sala,  para 
recibir  explicaciones  de  su  proyecto,  hubiese  conocido  la 
importancia  del  artículo  que  suprimió  creyéndolo  redun- 
dante, esa  obra  no  habría  sufrido  los  tropiezos  y  embarazos 
que  indudablemente  sufrirá. 

Pues  bien;  el  Senador  Quintana  creía  como  muchos  que 
la  palabra  explicaciones  usada  en  la  Constitución,  es  la  que 
en  la  diplomacia  se  usa  cuando  un  gobierno,  por  me- 
dio de  su  Ministro  acre-litado,  reclama  la  causa  de  algún 
acto  que  pueda  dañarle.  Estoy  satisfecho,  es  la  contes- 
tación del  Ministro,  si  en  efecto  la  explicación  dada  es 
satisfatoria.  Hay  en  este  caso  derecho  de  pedir.  La  Cons- 
titución dice  que  la  Cámara  puede  llamar  á  su  sala  á  los 
Ministros  para  recibir  informes,  si  el  proyecto  viene  de  la 
Cámara,  ó  explicaciones,  si  viene  del  Ejecutivo.  He  aquí 
que  llaman  á  esta  facultad,  interpelación  y  derecho  de  pedir 
y  poner  plazos,  no  tramitándose  nada  conocido,  sí  no  es 
de  iniciar  un  proceso  al  Ejecutivo  en  preguntas  discor- 
dantes y  capciosas.  Creemos  que  todavía  está  esperando 
las  explicaciones  que  Su  Majestad  el  Poder  Supremo  Sena- 
torial pide  á  S.  E.  el  Poder  Supremo  Ejecutivo, dos  naciones, 
como  se  sabe,  fronterizas  y  dispuestas  á  hacerse  la  guerra, 
sobre  el  objeto  con  que  ha  colocado  una  fuerza  de  observa- 
ción cerca  de  su  frontera,  en  Mendoza    ¡Parece  broma! 

Serán  sinónimos  informes  ó  explicaciones,  porque  no 
hay  informe  que  no  explique  algo,  ni  explicación  que  no 
informe  sobre  algo;  pero  no  lo  son  en  la  Constitución,  que 
no  admite  sinónimos,  porque  trae  perturbaciones. 

Mostraremos  otros  inconvenientes  del  sistema  de  interpe- 
laciones. Su  mas  claro  resultado,  contra  la  intención  y  el 
propósito  de  los  interpelantes  y  acusadores  oficiosos,  y 
en  violación  de  la  Constitución,  es  que  ellas  contribuyen  á 
afianzar  el  poder  de  los  gobiernos  que  se  proponen  debi- 
litar. La  interpelación  Victorica  en  1860,  contra  el  Gober- 
nador Mitre,  si  bien  trajo  por  consecuencia  la  guerra,  dio 
por  resultado  con  ella,  la  Presidencia  del  General  Mitre. 


378  OBRAS   DE   SARMIENTO 

La  interpelación  San  Juan  nada  cambió  en  los  actos 
que  condenaba,  y  el  Gobierno  del  Presidente  Sarmiento 
que  principiaba  desautorizando,  conquistó  el  respeto  de 
todos,  mostrando  que  sabía  lo  que  hacía  y  que  sus  minis- 
tros eran  dignos  de  la  confianza  del  país  y  del  elogio  de  los 
publicistas.  Acaso  el  Ministro  Avellaneda  conquistando 
entonces  la  fama  de  orador,  echó  en  el  ánimo  de  los  hom- 
bres políticos  la  base   de  su  candidatura. 

La  interpelación  Quintana,  si  bien  produjo  la  conspira- 
ción militar  que  entrañaba,  devolvió  al  Presidente  la  auto- 
ridad moral  que  le  venían  arrebatando  los  complots  en 
el  Senado  y  eliminó  al  trio  de  lista  de  los  candidatos. 

La  acusación  interpolada  á  guisa  de  disgresion,  en  el 
debate  sobre  un  Parque,  ha  dejado  al  Presidente  en  su 
buena  fama,  y  el  Parque  se  hará. 

Fatiga  seguir  tan  en  detalle  esta  figura  parlamentaria; 
pero  debe  enderezarse  alguna  vez  tanto  entuerto  y  dejar 
constancia  de  lo  que  pudo  aducir  la  otra  parte  tan  mal" 
trecha  de  ataques  que  constan  de  documentos  públicos. 

Dejémoslo  en  el  campo  de  sus  teorías,  invenciones  ó  ve- 
jeces, francesas,  paisanas  y  anárquicas,  en  materias  consti- 
tucionales, porque  de  todo  eso  hay,  y  descendamos  á  los 
propósitos. 

Nunca  ha  presentado  el  Senador  Quintana  un  proyecto 
de  ley.  Su  función  senatorial  es  atacar,  destruir,  torcer, 
enmendar,  lo  que  otros  hayan  hecho.  Tan  elocuente  como 
Mármol,  no  dejará,  á  su  país  como  Mármol  en  su  carác- 
ter de  representante,  un  rastro  de  su  vida  pública  en 
ninguna  creación  ó  iniciativa  útil. 

La  interpelación,  aquel  poder  terrible  de  que  quiso  armar- 
se en  la  triangular  liga  de  las  diez  y  seis  articulaciones, 
después  de  tanto  hablar  de  todo,  vino  á  estrellarse  en  una 
solemne  declaración,  rodeada  de  circunloquios, 

«por  la  felicidad  de  mi  país... 

«por  honor  á  su  gobierno... 

«buscando  las  inspiraciones  de  mi  conciencia... 

«declaro  con  toda  solemnidad,  abrigo  la  convicción 

«que  en  Mendoza,  existe  una  conspiración  electoral 

«URDIDA     EN      LAS    REGIONES     GUBERNATIVAS      Y     DESEN- 
« VUELTA   CON  MEDIOS  OFICIALESl» 


MEMORIAS  379 

Si  no  es  poesía  este  lenguaje  entortillé  en  un  abogado 
que  sabe  que  conjuración,  palabra  legal,  no  puede  aplicarse 
al  Ejecutivo,  salvo  en  el  caso  de  Marino  Faliero,  y  que  no 
admite  el  derecho  compiraciones  electorales,  aunque  admita 
fraudes,  violencias,  cohechos,  etc.,  debemos  reducir  al  len- 
guaje llano  estas  burbujas.     Vamos;  claro: 

«El  Presidente  emplea  el  ejército  en  elecciones  en  Men- 
doza.»— ¿Es  eso? 

Ya  había  establecido  antes  la  urgencia  de  tratar  lo  de 
Mendoza  y  sobre  tablas,  por  temor  de  que  la  interpelación 
«no  fuese  eficaz!»  Luego  se  produjeron  los  sucesivos  pro- 
yectos de  ley  para  quitar  al  Gobernador  de  Mendoza  la 
fuerza  que  evitaba  un  trastorno.  Un  mes  después  se  pro- 
dujo la  rebelión  de  Segovia,  que  fracasó  por  no  haber 
podido  los  triangulares  coaligados  de  la  interpelación  dejar 
desarmado  al  Gobierno,  ante  Segovia  que  se  sublevaba  solo 
para  derrocar  á  aquel  funcionario. 

Ahora,  á  la  luz  de  los  hechos  históricos,  usemos  del 
mismo  derecho  del  Senador  Quintana  para  declarar  con 
toda  solemnidad  que  es  nuestra  íntima  convicción,  que 
con  solo  cambiar  dos  palabras,  traeremos  al  terreno  de  la 
verdad  y  del  lenguaje  legal  aquella  torturada  frase: 

—  « Existia  en  Mendoza  una  conjuración  militar,  urdida  en 
las  regiones  senatoriales  .y) 

Y  para  dejarnos  de  tapujos  y  de  regiones  oficiales  ó 
senatoriales,  tomaremos  el  estractum  carnis  : 

—«El  Senador  Quintana  empleaba  jefes  del  ejército  en 
elecciones  en  Mendoza» . . .  ¡  Hola  !  Con  que  es  un  atentado 
en  lugar  de  Presidente,  poner  Senador,  de  regiones  guber- 
nativas, hacer  regiones  senatoriales,  y  de  conjuración  elec- 
toral que  no  tiene  sentido  legal,  conjuración  militar,  que 
es  hecho  punible  y  existe!  Así  es  la  justicia  de  nuestro 
Senador.    La  ley  del  embudo  tan  conocida. 

Le  llevamos  una  gran  ventaja,  sin  embargo.  Su  acusa- 
ción de  conspiración  dirigida  al  Presidente,  es  una  aserción 
positiva,  iiecha  en  pleno  Congreso,  con  toda  solemnidad, 
mientras  que  la  nuestra  es  una  hipótesis,  como  las 
que  los  sabios  suponen  para  encontrar  por  inducción 
la  verdad. 

Conjuración  hubo  en  Mendoza  y  los  conjurados  notorios 
no  fueron  inducidos  al  crimen  por  el  Presidente.    Interpe- 


380  OBKAS   DK   SARMIENTO 

lacion  hubo,  y  resultó    ineficaz  para    sacar   las  fuerzas  de 
Mendoza  ante  las   cuales  se  estrelló  la  conjuración. 

De  que  era  electoral  la  conjuración  no  hay  la  menor 
duda.  Veamos  como  se  ligaría  en  la  apariencia,  no  solo 
con  la  interpelación  [Quintana  (eso  es  fuera  de  duda)  sino 
con  el  Senador  Quintana  mismo,  candidato  aceptado  en- 
tonces para  futuro  Presidente  de  la  República, con  programa 
y  demás  requisitos  de   estilo. 

Un  señor  Beiró  solicitó  audiencia  del  Presidente  para 
interesar  su  influencia  con  el  General  Arredondo,  cuyas 
predilecciones  electorales  seguía,  á  fio  de  que  abandonase 
una  primera  candidatura  que  Beiró  aseguraba  no  encon- 
traba eco  en  el  Entre  Ríos,  distrito  asignado  á  su  acción.. 
Un  Senador  vio  poco  después  al  Presidente  para  que  en 
atención  á  que  la  rebelión  de  Jordán  iba  á  estallar  de  un 
día  para  otro,  llamase  al  General  Arredondo  á  Buenos 
Aires,  para  que  estuviese  pronto  á  tomar  el  mando  del 
ejército.  El  Presidente  se  negó  á  dar  disposición  alguna 
y  pidiendo  que  no  tornase  su  nombre  para  nada,  asintió  á  que 
el  General  viniese  si  él  solicitaba  permiso.  Dos  dias  des- 
pués aquel  Beiró  aseguró  al  Secretario  Ojeda  que  iba  en 
comisión,  mandado  por  el  Senador  en  cuestión  y  otros,  á 
Mercedes,  á  llamar  al  General  para  proclamar  la  candi- 
datura Quintana,  diciéndole  que  el  Presidente  no  se  oponía. 

Alarmado  este  con  el  aditamento  de  una  candidatura 
nueva  á  que  ya  se  había  opuesto  en  favor  de  un  amigo 
suyo,  escribió  al  General,  desautorizando  todo  lo  que  se  le 
dijere  en  relación  á  su  nombre  y  precaviéndolo  contra 
esta  clase  de  sorpresas.  El  General  contestó  que  no  tuviese 
cuidado,  que  quedaba  prevenido.  Algún  tiempo  después, 
el  Gobernador  de  San  Luis  dio  cuenta  por  telégrafo,  de 
haber  el  General  Arredondo,  de  paso  enfermo  para  Men- 
doza, proclamado  él  en  persona  en  la  ciudad  de  San  Luis, 
la  candidatura  Quintana,  que  prohijó  en  Mendoza. 

Andando  los  sucesos,  el  General  Arredondo  fué  separado 
del  mando  de  la  frontera,  por  razones  de  buen  servicio  ú 
otras  causas.  En  la  interpelación  ineficaz,  el  Senador  Quin- 
tana hizo  la  apología  del  General  Arredondo,  vituperando 
al  Presidente, en  actos  de  su  sola  competencia  ;  y  el  Senador 
Araoz  que  no  peca  de  parcialidad  hacia  el  Presidente,  dijo 
estas  significativas  palabras:  —  «Digamos  también  que  el 


MEMORIAS  381 

<(  Jefe  de  esas  fronteras  ( el  General  Arredondo),  que  repre- 
«  senta  al  Poder  Ejecutivo,  que  tiene  de  ese  Presidente  de 
«  la  República  el  mando,  que  tiene  fuerzas  considerables 
«  á  su  disposición  y  está  influyendo  eficaz  y  poderosamente 
íc  hace  mucho  tiempo  en  la  opinión,  entrometiéndose  en 
«  cuestiones  elector-ales  y  llegando  hasta  nombrar  Gober- 
«  nador  en  San  Luis  y  la  Riojal  (aplausos)  Estos  son  los 
«  hechos  notorios;  es  preciso  expresar  la  verdad  de  lo  que 
(c  pasa  por  una  y  otra  parte,.para  que  nuestra  palabra  sea 
«  autorizada ! ! !  » 

Es  el  Senador  Araoz  y  no  el  Presidente  quien  habló  asi. 

En  San  Luis,  Mendoza  y  la  Rioja  estaba  proclamada  la 
candidatura  del  Senador  Quintana,  del  intei'pelante  Quintana 
que  no  se  interesaba  por  cierto  en  la  candidatura  Alsina 
ó  Mitre,  para  entablar  aquella  interpelación  tan  urgente 
sobre  sacar  de  la  ciudad  de  Mendoza,  las  pocas  fuerzas  que 
no  obedecían  ya  á  Arredondo,  pero  ni  á  Segovia  que  fué 
el  que  se  conjuró.  A  nadie  hará  el  Senador  comulgar  con 
ruedas  de  carreta. 

¡Qué  terrible  cosa  sería  que  un  Senador  candidato,  abu- 
sando de  su  puesto  de  Senador,  entablase  una  acusación 
por  interpelación,  ya  que  en  aquella  situación  la  constitu- 
cional era  verdaderamente  imposible,  irava  desarmar  al  Gober- 
nador de  Mendoza  y  dejar  el  campo  libre  á  la  conjuración 
militar  que  estalló  en  efecto  después  de  frustrada  la  inter- 
pelación ? 

Sin  aceptar  versión  tan  verosímil,  que  parece  evidente, 
aunque  no  probada  en  juicio,  aprovechamos  la  ocasión 
para  mostrar  las  causas  que  han  aconsejado  á  todas  las 
naciones  á  no  permitir  que  pueda  acusarse  informalmente 
al  Presidente,  no  sea  que,  á  pretexto  de  que  él  entra  en 
Conjuraciones  electorales,  algunos  ambiciosos  Senadores  ó 
Diputados  fomenten  reales  y  verdaderas  conjuraciones, 
sublevando  jefes,  con  hacerles  creer  que  el  magistrado 
Conspira,  y  conculca  la  Constitución,  y  que  ellos  salvarán 
la  libertad,  haciendo  una  revolución  á  mano  armada  y 
proclamando  Presidente  al  interpelador  malicioso  y  detrac- 
tur  interesado  de  un  magistrado  á  quien  debe  respeto  y 
consideración.  Así  se  hacen  las  revoluciones  en  todos  los 
países  anarquizados. 

Pero  si  desgraciadamente  para  nuestra  hipótesis  y  por 


382  OBRAS   DB   SAHMIENTO 

fortuna  del  país  hubo  conjuración  y  tentativa  de  echar  á 
rodar  en  Mendoza  al  Gobernador  y  se  frustró  la  conju- 
ración como  se  frusto  la  interpelación,  no  sucede  lo  mismo 
con  la  candidatura  del  señor  Quintana,  pues,  á  atenerse 
á  los  hechos  reales,  no  hubo  tal  candidatura,  invención 
sin  duda  de  Beiró  que  fué  á  engañar  al  General  Arredondo, 
haciéndole  creer  que  en  Buenos  Aires  tenia  mas  prosélitos 
que  Alsina  ó  Mitre;  que  si  tal  candidato  hubiera  habido 
en  realidad,  no  se  habría  podido  guardar  el  secreto  tanto 
en  Buenos  Aires  como  en  las  provincias,  puesto  que  ni 
un  solo  voto  partido  por  la  mitad  ha  reunido  en  ninguna 
parte. 

Acaso  la  interpelación  hizo  ese  irreparable  daño  al  Se- 
nador Quintana  y  el  pueblo  se  conjuró  unánimemente  en 
todo  el  país  á  no  votar  por  su  candidatura,  viéndolo  tan 
encarnizado  enemigo  del  Presidente  á  cuya  administración 
debe  muchos  bienes,  el  de  la  paz  sobre  todo,  en  país  donde 
desde  el  Senado  se  trabaja  por  perturbarla,  (¿quién?  el 
portero);  sabiendo  que  pide  que  no  se  intervenga,  única 
seguridad  que  tiene  en  perspectiva  contra  las  violencias 
de  que  es  victima,  entregándolo  por  el  contrario  á  levan- 
tamientos de  tropas  del  ejército  destinado  á  protegerlo. 
Si  esas  han  sido  las  causas  que  eliminaron  su  pretendida 
candidatura,  militar  ó  electoral,  jqué  escarmiento  para 
todos  los  interpeladores  I 

La  interpelación  Quintana,  con  dos  oficiantes  de  dalmá- 
tica para  que  fuese  mas  solemne  la  misa  que  llamaremos 
eler.toral  en  Mendoza,  resultó  ineficaz  para  el  trío  y  acóli- 
tos; perdió  á  Segovia  y  á  muchos  oficiales  del  ejército, 
comprometió  al  General  Arredondo,  eliminó  la  candidatura 
de  Quintana  y  ha  hecho  bajar  el  copete  á  muchos  de  los 
interpeladores  de  oficio. 

En  cambio  afirmó  la  autoridad  del  gobierno  que  preten- 
dían hacer  vacilar;  dio  al  Presidente  ante  todos  los  ciuda- 
danos, lo  que  habían  querido  oscurecer,  yes  que  sabe  me- 
jor que  el  Senador  Quintana  loque  prescribe  y  autoriza  la 
Constitución.  Desbaratando  con  un  simple  telegrama  la 
conjuración  tramada  en  Mendoza  á  trescientas  leguas, 
mostró  energía,  inteligencia  é  inspiración  militar.  Impuso 
respeto  á  los  anarquistas,  mostrando  que  los  que  querían 
enredarlo  en  telas  de  araña,  como  la  interpelación  de  diez 


MEMORIAS  383 

y  seis  hilitos  de  una  madeja  sin  cuenta,  no  eran  capaces 
de  sostener  sus  pretensiones,  cuando  el  Presidente  fija  por 
escrito  las  doctrinas  y  las  interrupciones,  (aplausos  y  silvos 
de  la  barra  no  son  resortes  parlamentarios.)  A  la  interpe- 
lación Quintana  se  debió,  pues,  desbaratando  las  tramas 
que  entrañaba,  el  haber  salvado  al  país  de  la  anarquía  y 
tenídose  en  orden  las  elecciones.  Para  eso  sirven  las  inter- 
pelaciones. 

Ya  que  tenemos  las  manos  en  la  masa,  no  le  hemos  de 
dejar  pasar  otra  de  sus  tergiversaciones  del  espíritu  de  la 
Constitución,  á  fin  de  sobreponerse  el  Senadora!  Ejecutivo, 
so  pretexto  de  ser  miembro  del  Senado. 

Sostuvo  un  día,  y  llegó  á  producir  una  perturbación  en 
la  opinión  del  Senado  ó  de  la  Cámara,  que  nuestra  Cons- 
titución era  tallada  bajo  el  modelo  de  la  Suiza,  todo 
por  usurpar  como  Senador   los  poderss  del  Ejecutivo. 

Al  presentar  al  Congreso  constituyente  el  proyecto  de 
Constitución,  el  doctor  Salvador  María  del  Carril  declaró 
que  la  Comisión  de  que  era  miembro  informante  había 
rechazado  la  forma  de  gobierno  de  la  Suiza,  sin  Poder 
Ejecutivo  definido.  Al  presentar  las  enmiendas  la  Comi- 
sión de  la  Convención  Reformadora  de  Buenos  Aires, 
declaró  que  la  había  ajustado  mas  y  mas  á  la  Constitución 
norte-americana. 

El  Senador  Quintana  sostiene  lo  contrario,  contra  la 
verdad  oficial  y  contra  la  historia.  El  error  le  viene  de 
que  está  en  el  Senado.  El  Senado  entonces  es  el  poder 
suj)remo.  Eso  cae  de  su  peso. 

La  Suiza  no  necesita,  propiamen  te  hablando,  de  Poder 
Ejecutivo.  No  puede  hacer  la  guerra  y  las  naciones  euro- 
peas le  han  garantido  su  integridad  y  su  existencia.  Los 
Cantones  suizos  divididos  entre  sí  por  montañas  casi  inac- 
cesibles, vive  cada  uno  de  su  vida  propia  municipal,  desde 
tiempo  inmemorial,  porque  se  conservan  en  algunos  de 
ellos  instituciones,  la  propiedad  de  la  tierra  en  común 
por  ejemplo,  que  pertenecen  á  los  tiempos  prehistóricos 
de  antes  de  establecerse  el  derecho  de  uno  á  llamar  suyo 
un  pedazo  de  tierra.  El  pueblo  habla  tres  lenguas  distin- 
tas, las  de  las  naciones  á  cuyo  lado  comunican  las  faldas» 
de  los  Alpes.  Tiene  tres  religiones,  el  catolicismo,  el  lute- 
ranismo  y  el  calvinismo.    La  Constitución  fué   un  pacto  de 


384  OBRAS   DE   SARMIENTO 

guerra  hecho  por  los  antiguos  jefes  de  tribu  para  resistir 
á  enemigos  exteriores,  y  sobre  ese  pacto  de  alianza  han 
venido  formándose  hábitos  y  vínculos  de  gobierno  gene- 
ral, que  se  aplican  á  la  educación  popular,  al  comer- 
cio, etc. 

Hoy  tiende  un  gran  partido  á  dar  mas  poder  á  la  nación, 
ampliar  las  atribuciones  del  Ejecutivo  y  acercarse  á  la 
Constitución  americana.  Pero  nadie  ha  creido  imitable 
como  forma  de  gobierno  lo  que  no  puede  imitarse,  sino  bajo 
las  condiciones  especiales  de  aquel  país,  protegido  de 
afuera  y  separado  moral  y  físicamente  por  dentro.  Hasta 
ahora  poco  se  hacían  guerra  unos  cantones  á  otros,  sin 
romper  el  vínculo  federal. 

Le  hablaría  muy  largo  sobre  nuestra  Constitución  y  sus 
deficiencias,  si  lo  considerase  por  ahora  apto  para  oír  estas 
cosas.  El  tiene  un  seguro  criterio  para  resolver  toda  duda 
y  oscuridad.  ¿Dónde  estáis,  Quintana?  se  pregunta  á  sí 
mismo  ¿qué  te  conviene?  ¿qué  deseas?  Ahí  está  la  Consti- 
tución y  sino,  «pido  la  palabra»,  y  ya  está  probado.  La 
verdad  es  que  no  ha  probado  nada  en  quince  años  de 
usarla,  á  expensas  de  los  otros,  creyendo  que  lo  único  que 
se  necesita  para  ser  hombre  de  Estado  es  atacar  á  otros 
y  echar  á  rodar  al  que  ocupa  el  puesto  que  ambi- 
ciona. 

Si  se  tomara  el  trabajo  de  leer  y  estudiar  los  antece- 
dentes y  la  historia  de  las  Constituciones  é  instituciones 
humanas,  no  repetiría  cuestiones  viejas  ya  resueltas  ni 
usaría  expedientes  ni  argumentos  ya  desbaratados. 

El  pretender  que  nuestra  Constitución  procede  de  la 
Suiza,  es  para  debilitar  el  Poder  Ejecutivo,  como  en  Suiza 
donde  es  nominal  y  hacer  de  nuestra  unión  federal  una 
confederación  de  Cantones  con  un  gran  Consejo  Fede- 
ral. 

Calhoum,  el  uulificador  norte-americano  cuyas  doctrinas 
trajeron  la  rebelión  del  Sur,  escribió  un  libro  0«  Governement 
para  probar  también  que  la  Constitución  americana  estaba 
fundada  en  un  pacto,  como  la  Suiza,  y  que  Hamilton, 
Jay,  Mu'lison,  que  la  formularon,  eran  unitarios,  como 
Carril,  Sarmiento  y  Velez  y  la  habían  desnaturalizado.  Su 
propósito  era  nulificar  ese  pacto,  reconociendo  á  los  Esta- 
dos el  derecho  de  separarse.     La   guerra  fué  el  juez   su- 


MEMORIAS  385 

premo  del  debate  y  á  los  milificadoves  les  valió  lo  que  á  los 
interpelantes,  que  el  Gobierno  nacional  y  la  Constitución 
salieron  mas  fuertes  que  antes,  y  que  es  hoy  ridículo 
hablar  de  State  Rights  y  de  Constitución  Suiza  de  que  nadie 
hace  caso. 

Es,  pues,  presuntuoso  desmentir  al  miembro  informante 
de  la  Constituyente  argentina  y  al  miembro  informante 
de  la  Convención  de  Buenos.  Aires,  que  no  fué  el  General 
Mitre  solo,  para  venir  á  decirnos,  contra  la  asereracion 
positiva  de  aquellos,  como  Calhoum,  que  nuestra  Constitu- 
ción es  suiza. 

Que  el  Senador  Rawson,  que  halla  archi-inconstitucional 
lo  que  un  artículo  expreso  de  la  Constitución  encarga  al 
Ejecutivo,  lo  diga,  pase.  Hasta  se  le  puede  aplaudir  el 
que,  reconociendo  la  decadencia  del  espíritu  público  pro- 
ducido por  las  subvenciones  á  las  provincias  de  que  Bue- 
nos Aires  no  abusa,  citase  ó  impróbase  el  hecho  vergon- 
zoso deque  la  Legislatura  de  Baenos  Aires,  descendiese 
hasta  felicitar  al  Presidente,  y  acaso  al  país,  de  que  esca- 
pase á  las  balas  envenenadas  de  los  Guerri,  obrando  aque- 
lla Legislatura  en  imitación  de  los  soberanos  y  Presidentes 
de  Repúblicas  que,  como  es  práctica  entre  las  naciones 
cristianas  y  cultas,  enviaron  oficialmente  sus  felicitaciones 
al  Presidente  argentino,  en  casos  como  este  en  que  el  sen- 
timiento de  humanidad  está  de  por  medio,  en  lo  que  aflije 
ó  regocije  á  un  gobierno  ó  un  pueblo. 

La  vida  pública  tiene,  como  la  privada,  su  etiqueta,  sus 
relaciones  de  familia,  diremos  así.  A  los  cuerpos  políti- 
cos, no  los  degrada  mostrar  que  se  componen  de  hombres 
y  no  de  osos;  y  es  de  regla  felicitar  á  un  alto  funcionario 
si  esca'pa  á  un  asesinato,  como  se  dá  el  pésame  á  su  suce- 
sor, como  lo  hicieron  todos  los  soberanos  del  mundo 
cuando  asesinaron  á  Lincoln,  y  los  ministros  de  todas  las 
naciones  aquí  representadas  acudieron  confundidos  en  un 
solo  sentimiento,  á  la  casa  del  Presidente  Sarmiento  á 
darle  sus  cordiales  felicitaciones. 

El  Congreso  argentino  empero,  se  abstuvo  de  toda  mani- 
festación. La  explicación  del  silencio  de  ambas  Cámaras 
de  que  es  co-legislador  el  Presidente,  está  en  que  se  halla- 
ban bcjjo  la  influencia   de  varios  guarangos  políticos,  hin- 

TOMO  xux.  -  25 


386  OKRAS    DB   SARMIENTO 

chados  de  vanidad  y  orgullo,  que  creen  que  degradando  al 
primer  magistrado  de  su  patria,  muestran  su  celo  por  la 
libertad. 

Todavía  ayer  ha  ocurrido  una  de  esas  manifestaciones 
de  la  audacia  impudente  de  un  bolichero,  que  ni  enrique-^ 
cido  es,  para  atreverse  á  tanto.  Al  presentarse  el  Presi- 
dente, rodeado  de  sus  Ministros  en  el  Congreso  reunido, 
que  preside  ese  día  para  la  solemne  inauguración  del  Con- 
greso y  lectura  de  su  mensaje,  el  Senador  Oroño,  puesto 
de  pie  el  cuerpo  legislativo,  el  cuerpo  diplomático  y  el 
pueblo,  para  recibirlo,  el  escapado  de  la  justicia  Oroño^ 
permaneció  sentado  él  solo,  ceremonia  que  repitió  al  des- 
pedirse el  cortejo,  para  mostrar  así  al  Jefe  supremo  de 
la  nación,  el  profundo  desprecio   de  un  Oroño  I 

El  Senado  de  los  Estados  Unidos,  tan  república  coma 
la  que  mas,  donde  para  pedir  al  Presidente  ciertos  papeles, 
se  hace  siempre  con  esta  frase  cortes,  —  «si  lo  considera 
compatible  con  el  interés  público» — (¡qué  Senado  tan 
envilecido!)— Ese  Senado  resolvió  lo  siguiente: 

—  «Por  cuanto  durante  el  receso  ha  ocurrido  la  melan- 
«  cólica  y  trájica  muerte  de  Abraham  Lincoln,  anterior 
«  Presidente  de  los  Estados  Unidos,  concurriendo  las  dos 
«  Cámaras  y  ambas  participando  en  el  dolor  general  y 
«  deseando  mostrar  lo  sensible  que  les  ha  sido  esta  des- 
«  gracia,  resuelve». . .  (un  acto  solemne  para  oir  la  biogra- 
«fía  de  Lincoln)...  y  ademas  resuelve  que  se  ruegue  al 
«  Presidente  de  los  Estados  Unidos  trasmita  una  copia  de 
«  esta  resolución  á  Mrs.  Lincoln  y  darle  la  seguridad  de 
«  la  profunda  simpatía  de  las  dos  Cámaras  por  su  aplica- 
«  cion  personal  y  su  sincero   duelo  por  el  dolor  público.» 

Un  libro  en  folio  de  930  páginas  se  ha  publicado,  conte- 
niendo las  manifestaciones  de  dolor  de  todas  las  naciones, 
gobiernos,  corporaciones  y  sociedades  del  mundo.  El 
Gobierno  argentino  se  hizo  notar  por  el  lenguaje  simpá- 
tico de  su  pésame,  firmado  por  Mitre,  William  Rawson, 
Rufino  Elizalde,  Lúeas  González,  Eduardo  Costa,  John 
Gelly  and  Obes...  El  Congreso  argentino  fué  mas  expre- 
sivo en  su  dolor,  decretando  luto  por  el  Presidente  extran- 
jero asesinado  y  dirigiendo  una  nota  de  pésame  al  Gobierno. 

Y  bien.  Habiendo  escapado  milagrosamente  de  ser 
asesinado,  por  razón  de  su  oficio,  el  propio  Presidente  y 


MKMURIAS  387 

hallándose  el  Congreso  en  sesiones,  aquellos  mismos 
Ministros  que  dieron,  como  debían,  el  pésame  á  un  gobierno 
extraño,  en  el  caso  que  enviaron  sus  felicitaciones  todos 
los  gobiernos  y  la  Legislatura  de  Buenos  Aires,  en  ese 
caso  ambas  Cámaras  nacionales  «concurrieron»  en  no 
darse  por  entendidas  de  aquel  peligro  salvado;  y  todavía 
un  año  después,  el  antes  Ministro  y  hoy  Senador  Rawson 
vitupera  á  la  Legislatura  d,e  Buenos  Aires  haber  felicitado 
al  Presidente  de  la  República  por  la  intervención  del 
Destino,  según  los  antiguos,  de  la  Providencia,  según  el 
cristianismo,  en  la  preservación  de  su  vida.  ¡Qué  lágrimas 
mas  copiosas  habría  derramado  el  sensible  Senador  Rawson, 
si  en  verdad  lo  hubiesen  muerto! 

Explicamos  el  fenómeno  diciendo  que  el  Congreso  sufre, 
hace  tiempo,  la  influencia  de  ciertas  maneras  que  desdicen 
de  la  civilidad  del  país,  y  sienten  por  su  terquedad  á 
algo  improvisado  que  la  lengua  castiza  no  alcanza  á 
expresar. 

Como  se  ha  visto,  en  el  libro  de  actas  del  Congreso  de 
los  Estados  Unidos  hay  una  que  recuerda  la  fecha  en 
que  fué  asesinado  un  Presidente.  En  las  actas  del  Con- 
greso argentino  nada  indica  que  un  crimen  mas  horrible 
amenazó  la  vida  del  Presidente.  Pero  siguiendo  por  las 
fechas  aproximativas,  tras  del  dolor  público  expresado  por 
la  Legislatura,  Gobernador  y  vecindario  de  Buenos  Aires, 
y  los  ministros  plenipotenciarios,  soberanos  y  presidentes 
de  naciones,  la  primer  acta  que  del  Senado  Nacional  se 
sigue,  es  una  en  que  el  Senador  Quintana  y  los  turife- 
rarios levantan  un  sumario  inicuo  al  Presidente,  poniendo 
no  su  cabeza  á  talla,  como  el  que  movió  el  brazo  de  los 
Guerri,  sino  su  autoridad,  su  reputación,  su  dignidad  )>er- 
sonal,  atribuyéndole  una  conspiración  en  Meridoza,  preci- 
samente para  conspirar  á  mansalva  ellos,  según  lo  mostra- 
ron los  hechos  posteriores.  Cada  cual  se  sirve  de  los 
instrumentos  que  maneja:  Jordán,  el  puñal  de  los  Guerri 
para  eliminar  al  Presidente,  destruyendo  la  persona,  y 
éstos  la  interpelación  para  destruir  la  autoridad  del  Pre- 
sidente. Iban  ambos  al  mismo  fin;  ambos  fracasaron,  ante 
la  mano  de  la  Providencia  el  uno,  el  otro,  ante  la  expe- 
riencia, el  conocimiento  de  las  instituciones  del  Presidente 
y  el  interés  de  la  conservación   de   la  paz. 


388  OBRAS    DE   SARMIENTO 

Mas  el  asesinato  de  los  Guerri,  contemporáneo  coft  el 
mutismo  del  Congreso,  con  las  inUrpelacionea,  con  la  abso- 
lución de  Oroño  y  el  motin  militar  de  Segovia,  son  hechos 
que  en  el  espíritu  y  el  propósito  se  ligan  entre  sí  y 
analizará  la  historia,  como  no  olvidará  el  baldón  arrojado 
por  el  Senador  Rawson  sobre  la  Legislatura  de  Buenos 
Aires,  porque  se  reconoció  parte  de  la  humanidad  culta. 
¿Como  puede  concebirse  sino  que  se  aunasen  contra 
la  idea  de  hacer  un  paseo  público,  para  solaz  del  i^ueblo 
y  ornato  de  una  gran  ciudad,  los  mismos  que  dirigieron, 
asusaron  y  sostuvieron  la  interpelación  San  Juan,  y  la 
nterpelacion   Guerri? 

Y  todavía  mas,  el  doctor  Quintana  el  hombre  elegante 
por  excelencia,  poseedor  de  las  mas  hermosas  yuntas  de 
caballos,  que  nadie  habrá   de    lucir   mejor   en  el   mismo 
Parque   destinado   al   mas   refinado  dandysmo,  el   Senador 
Quintana  no  halla  que   sea  inconstitucional  el  acto;  pero 
no  habla   con  el  Gobernador  de  Buenos  Aires,  y  sabido  de 
él  que  no  S(>  ha  reclamado  previamente  lo  que  el  proyecto 
ofrece  posteriormente  que  es  recabar  el  asentimiento  formal 
de  las  autoridades  provinciales.    El  Senador  nacional  des- 
ciende á  ser  Procurador  municipal  de  Buenos  Aires,  para 
declararlo  ajado  de  que  no  se  le  haya  previamente  pedido 
que  diere  por   acio   legislativo  su  asentimiento  á  aceptar 
seiscientos   mil  duros  que  el  Congreso,  si  oyese  i.  Rawson 
y  á  Quintana,  rechazando  el  proyecto  \e  negará  en  lugar  de 
darle.    El   Gobernador  declara,  sin  embargo,  que  consul- 
tado por    el    Presidente,   en   conferencia  especial    en  que 
sometió  á  su  consideración  el  proyecto  de  \ey  y  el  plano, 
contestó  que  aceptaba  con  entusiasmo  la  idea  y  la  apoyaría 
ante  la  Legislatura,  de  la  cual  esperaba,  como  era  natural, 
el  mismo  caluroso  asentimiento. 

Con  la  publicidad  oportuna  de  las  sesiones,  chorreando 
dicterios  y  despropósitos,  la  influencia  del  Senador  Quintana 
ha  de  disiparse,  ó  se  disiparán  en  el  mismo  doctor  Quin- 
tana las  influencias  que  oscurecen  su  criterio,  ante  la  mayor 
madurez  que  adquiere  diariamente  la  razón  pública  y  la 
mejor  inteligencia  de  las  instituciones  republicanas. 

Es  sensible  que  el  Presidente  que  ha  de  dejar  bien  pronto 
su  puesto  con  honor,  haya  perdido  el  uso  del  oido  con  la 
excitación  y   tensión  cerebral  en   que   tienen   en   nuestro 


MEMORIAS  389 

país  sin  descanso  á  los  que  gobiernan,  las  intrigas  y 
codicias  de  los  unos,  las  interpelaciones  de  los  otros,  la 
sublevación  al  Este,  los  motines  al  Oeste,  que  ponen  en 
problema  á  cada  hora  el  éxito  final  de  educación,  telé- 
grafos, ferrocarriles,  colonización,  que  el  soplo  revolucio- 
nario puede  destruir  en  una  hora.  Sin  eso,  si  las  inha- 
bilidades físicas  no  se  lo  impidieran,  podría  esperarse  que 
un  dia,  electo  Senador  por  Buenos  Aires  ó  por  San  Juan 
pudiera  discutir  tranquilamente  con  el  Senador  Quintana, 
si  estuviese  ya  en  nuestras  costumbres  parlamentarias 
limitar  el  debate  al  asunto,  si  el  estado  de  nuestra  lite- 
ratura ampulosa,  supliendo  con  símiles  y  frases  de  retórica 
el  raciocinio  y  la  oratoria  dirigida  á  obrar  sobre  los  nervios 
de  la  barra  con  los  pleonasmos  y  la  vocinglería  patriotera 
de  la  segunda  ó  tercera  hornada  de  patriotas,  los  liberta- 
dores del  día  siguiente,  si. ..  si  el  decoro  enseñase  á  no  tratar 
al  Gobierno,  como  el  señor  Oroño  no  trata  á  sus  criados 
si  una  generación  madurase  tan  pronto  como  para  traer 
al  debate  menos  presunción  y  mayor  estudio. 

El  inválido  ex-Presidente  al  leer  estos  debates  mas  tarde 
se  consolará  de  la  fortuna  de  no  poder  oírlos,  por  no  tener 
que  preguntar  á  cada  rato,  lo  que  solía  alguna  vez  á 
Mármol  —  ¿ha  visto   escrita  alguna  vez  esa  doctrina? 

i  Qué  decir,  para  no  dejar  nada  en  el  tintero,  de  un 
orador  que  exclama  á  propói<ito  de  llevar  á  c.ibo  una 
trama  en  provecho  electoral  propio:  —  «De  cuan  distinta 
«  manera  se  entendían  las  libertades  públicas  en  ¡os  Esta- 
«  dos  Unidos,  aun  antes  de  la  inmortal  Constitución  (¿la 
«Suiza?)  que  las  aseguró  para  siempre?  Releyendo  la 
«  inmortal  acta  de  la  Independencia,  he  visto  que  los  dos 
«  mas  fuertes  agravios  que  las  colonias  inglesas  invocaron 
«  para  declararse  independientes,  fueron  precisamente  el 
«  de  colocar  el  poder  militar  sobre  el  civil  de  ocupar 
«militarmente  las  colonias   en  pleno   estado  de  paz...» 

Con  estas  citas  se  obró  en  el  ánimo  del  Coronel  Segovia, 
poder  cii%  para  intentar  derrocar  al  Gobernador  de  Mendoza, 
poder  militar ! 

Lo  rico,  lo  impagable  del  símil  está  en  esto.  El  poder 
militar,  la  Inglaterra,  es  el  Presidente,  según  la  inmortal 
Constitución.  El  poder  civil  de  la  colonia  Mendoza  es  el 
gobierno  de  aquella  Provincia.    El  poder  civil,  el  Gober- 


390  OBKAS    DK   SARM.1KNT0 

nador  Yillanueva,  no  solo  no  se  queja  del  de  la  Inglaterra, 
sino  que  pide  protección  á  éste,  contra  el  Greneral  Arre- 
dondo primero,  y  contra  el  Coronel  Segovia,  después  que 
intentan,  como  poder  militar,  ponerse  encima  del  poder 
civil.  El  Presidente  provee  lo  conveniente,  separando  al 
uno,  derrotando  al  otro  y  el   elocuente   Senador  exclama: 

—  «Releyendo  el  acta  inmortal  de  la  Independencia,  veo 
que  los  dos  mas  fuertes  agravios,  etc.,  el  de  colocar  el 
poder  militar  sobre  el  civil»:  es  decir,  á  Arredondo  y 
Segovia  sobre  Villanueva  y  al  Senador  candidato  militar 
sobre  el  Presidente   civil. 

De  este  singular  argumento  resulta  que  si  la  Inglaterra 
hubiese  procedido  como  la  nación  argentina,  ó  Jorge  III 
como  Sarmiento,  ó  Faustino  I,  no  hay  tal  acta  inmortal 
de  la  Independencia,  ni  tales  Estados  Unidos,  ni  tal  Cons- 
titución inmortal,  pues  en  lugar  de  quejarse  los  colonos 
le  habrían  dado  las  gracias,  por  sostener  el  poder  civil, 
contra  el  poder  militar  y  deponer,  castigar,  derrotar  y 
escarmentar  á  los  jefes  ingleses  que  intentasen  lo  con- 
trario. Con  tan  bellaca  manera  de  cambiar  los  frenos  no 
hay  discusión   posible. 

El  pensamiento  del  Presidente  de  la  República,  al  empe- 
ñarse desde  su  advenimiento  en  dotar  á  las  Cámaras  de 
un  completo  y  eficaz  servicio  de  taquígrafos,  era  para 
sacar  de  la  atmósfera  sofocante  de  un  estrecho  recinto 
la  oratoria  parlamentaria  y  exponerla  fresca  aun,  al  aire 
libre  y  al  examen  de  toda  la  República,  cuyos  nervios, 
leyendo,  no  se  extremecen  con  los  silvos  y  aplausos  de 
la   barra. 

Acusando  con  motivo  de  un  Parque,  el  Senador  Quintana 
al  Presidente  de  «descansar  de  las  fatigas  de  la  admi- 
«  nistracion  en  las  islas  del  Paraná,  ó  haciendo  viajes 
'(innecesarios  al  Paraná,  en  el  «Talita»...  lo  aplauden 
y  silvana  un  mismo  tiempo.    El  discreto  orador  exclama: 

—  «  Señor  Presidente,  agradezco  los  aplausos»  (que  ajan 
al  Presidente);  «los  silvos  no  me  han  de  impedir  que  diga 
«  \í^  verdad.»     ¡Qué  mocito  tan  desaprovechado! 

Cuando  el  señor  Sarmiento  fué  Senador  en  Buenos 
Aires,  suprimió  antes  de  todo  los  aplausos  de  la  barra, 
que  los  silvos  se  suprimieron  á  si  mismos.  El  diario  de 
sesiones  de   la  Convención  no  registra  un  solo  aplauso  en 


MEMORIAS  391 

■doce  sesione?,  si  no  es  en  la  última,  al  concluir,  en  que 
el  Presidente,  la  Convención,  la  barra  se  pusieron  instin- 
tivamente de  pie,  al  proclamarse  reintegradas  las  Provincias 
Unidas  del  Rio  de  la  Plata.  El  Ministro  Costa,  silvado  mas 
tarde,  dijo  á  la  barra:  —  es  porque  no  está  Sarmiento  que 
se  cometen  estos  atentados.  El  Senador  Quintana  premia 
á  quien   lo   aplaude  y  fulmina   á  quien  lo  vitupera. 

Ahora  el  Presidente  Sarmiento  ha  tocado  otro  resorte, 
y  es  publicar  en  folleto  separado  la  interpelación  Quin- 
tana y  el  juicio  Oroño,  con  todo  lo  que  cada  uno  dijo  y 
los  mensajes  del  Ejecutivo  y  la  apelación  al  público  contra 
las  calumnias  que  se  le  habían  hecho  en  los  móviles  de 
su  conducta  en  el  asunto  Oroño,  y  todo  reunido,  entre- 
garlo á  la  barra  de  la  nación,  de  la  historia,  del  sentido 
moral  del  pais  y  aun  del  juicio  de  los  políticos  de  otras 
naciones,  á  fin  de  que  no  queden  ocultos,  como  antes  suce- 
día, los  discursos  de  los  oradores,  y  cada  uno  responda 
de  sus  actos.  El  Senador  Quintana  podrá  leer  mas  tarde 
sus  oraciones  al  lado  de  los  mensajes  y  como  será  capaz 
de  avergonzarse,  despejado  su  criterio,  así  será  su  sentir 
el  mal  éxito  ante  la  posteridad  de  sus  declamaciones,  tergi- 
versaciones y  armitañas,  que  lo  que  hace  á  sus  acólitos 
Torrent  y  Oroño,  ha  de  ser  el  primero  en  reir  á  pierna 
tendida   de  sus  tragi-cómicas   solemnes  necesades. 

El  resultado  de  estas  violaciones  de  la  Constitución  de 
part«  del  Presidente  y  de  publicarlas  sesiones  y  los  men- 
sajes juntos,  lo  ha  palpado  ya  el  diserto  Senador,  no  siendo 
ni  candidato  á  Presidente,  á  cuyo  fin  hacía  la  interpelación 
al  día  siguiente  de  la  interpelación  de  los  Guerri;  y  mien- 
tras tanto  el  Presidente  descansa  de  las  fatigas  que  le  traen 
dos  millones  de  habitantes,  como  Grant  de  los  cuarenta* 
Thiers  y  Mac  Mahon  de  treinta  y  cinco  millones,  los  que 
viajan,  se  solazan  y  vuelven  á  abrir  sus  salones,  sin  que 
á  nadie  le  ocurra  como  al  seráfico  doctor,  quejarse  de  que 
-descansen  un  rato. 


SANGRE    Y   MAS   SANGRE 

SIN  UNA  GOTA  OE  SANGRE 


{El  Censor,  23  de  Diciembre  de  1883.) 

Sangre  pintada,  sin  efusión  de  sangre.  Don  Julio  da  la 
segunda  edición  de  las  cartas  que  sacaron  de  los  bolsillos 
del  General  Ivanowsky  los  que  lo  asesinaron.  Es  el  Gene- 
ral Sarmiento  el  que  derramó  esa  sangre! 

Y  no  era  la  primera. 

Tomó  prisionero  á  Clavero;  lo  sometió  á  Consejo  de  Gue- 
rra con  aviso  del  Ministerio  de  la  Guerra,  condenándolo 
á  muerte  el  Consejo,  pero  como  el  encargado  de  la  eje- 
cución, no  tenía  investidura  de  General  en  campaña, 
pues  se  le  había  dado  un  título  que  la  ordenanza  no  re- 
conoce, el  de  Director  de  la  Guerra,  no  se  crej'ó  con  auto- 
ridad legal  para  ejecutar  una  sentencia  militar,  y  envid 
por  la  vía  reservada,  al  Comandante  de  las  fuerzas 
de  mar  y  tierra,  la  causa  con  la  sentencia,  apoyándola. 
Hace  seis  años  que  el  doctor  Tejedor  declaró  ante 
testigos,  que  habiendo  citado  el  Presidente  á  los  docto- 
res Pico,  procurador,  al  doctor  Velez  y  á  él  como  crimina- 
listas, les  consultó  en  presencia  de  sus  ministros  sobre 
el  procedimiento  y  Consejo  de  Guerra  á  que  había  sido 
sometido  Clavero,  y  que  leídas  sus  piezas,  el  procurador 
de  la  Corte  doctor  Pico,  dijo  que  todo  estaba  en  regla,  y 
no  tenía  nada  que  observar,  que  el  doctor  Velez  opinó  lo 
mismo  y  el  doctor  Tejedor  id;  que  el  doctor  Rawson  apo- 
yó el  dictamen  de  los  jurisconsultos;  pero  que  después  de 
algunas  observaciones,  el  Presidente  declaró  que  era  causa 
civil  la  de  Clavero  y  así  se  resolvió.     Que  al  salir  el  doc-- 


MEMORIAS  3Q3 

tor  Pico  les  dijo:  Es  gracia  que  llamen  abogados  que  den 
opinión,  para  resolver  lo  contrario.  El  hecho  es  que  el  di- 
rector esta  vez  no  derramó  sangre. 

Siendo  Presidente  se  extrenó  con  un  acto  de  crueldad 
muy  cacareado  entonces. 

El  General  Urquiza  no  había  mandado  hasta  entonces 
contingentes  para  la  frontera,  y  mandó  al  Presidente  setenta, 
diciéndole  en  carta  privada:  «Le  recomiendo  que  haga  tener 
cuidado  con  esa  gente.  Hay  muchos  hombres  malos.»  La 
verdad  es  que  eran  destinados  del  Monte  Montiel  El  Presi- 
dente no  recomendó  á  los  montenegrinos  estos;  pero  no  se 
hicieron  esperar. 

Se  sublevaron  una  noche;  se  batieron  una  hora  con  la 
guardia  de  prevención  en  Loncague,  y  fueron  tomados.  El 
Comandante  del  punto  dio  cuenta  del  hecho,  diciendo  que 
sometía  á  proceso  á  los  cabecillas. 

El  inspector  general,  Coronel  Victorica,  le  contestó  qua 
debía  someterlos  á  todos  á  juicio,  pues  todos  tenían  el  mis- 
mo delito,  citando  Victorica  el  texto  litersl  de  la  ordenanza 
que  dice:  «serán  todos  ahorcados  en  cualquier  número 
que  sean».  Al  citar  una  ley  no  pueden  cambiarse,  susti- 
tuirse ni  atenuarse  las  palabras,  al  gusto  de  los  que  no 
se  han  horrorizado  de  los  degüellos.  En  los  Estados  Uni- 
dos se  ahorca  todavía,  en  España  se  da  garrote.  Sea  de 
ello  lo  que  fuere,  apareció  entonces  una  serie  de  artículos: 
Jurisprudencia  de  sangre,  en  que  se  achacaba  al  Presi- 
dente, su  furor  de  derramar  sangre  (de  salteadores).  Pero 
esta  vez  se  quedó  con  las  ganas  y  no  derramó  sangre.  Es 
preciso  hacerle  esajusticia. 

Una  banda  de  asesinos  acometió  la  morada  del  Gene- 
ral Urquiza  en  San  José,  y  casi  en  los  brazos  de  sus  hi- 
jas y  de  su  esposa  lo  mataron.  El  autor  de  la  hazaña 
declarándose  el  héroe  de  la  jornada,  se  posesionó  del  go- 
bierno y  dirigió  ios  honores  fúnebres  de  la  víctima.  El 
Presidente  declaró  que  no  reconocía  acto  revolucionario 
político,  aquel  infame  asesinato;  y  cuando  las  Cámaras 
estuvieron  reunidas  sosteniendo  esta  doctrina,  aconsejó 
imitar  al  Congreso  de  los  Estados  Unidos  que  ofreció 
200.000  pesos  por  la  captura  de  John  Booth,  el  asesino  de 
Lincoln  en  el  teatro,  y  esa  suma  había  sido  pagada.  Pro- 
ponía lo  que  es  práctica  diaria  en  los  tribunales  ingleses,^ 


394  OBRAS    1)R    SAHMIKNTO 

y  lo  que  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos  había  man- 
dado y  cumplido  dos  veces,  en  una  de  ellas  encargándose 
el  mismo  Congreso,  de  hacer  la  raparticion  de  la  suma 
entre  todos  los  interesados;  pues  se  había  creado  una  em- 
presa para  perseguir  á  los  delincuentes.  Como  en  el  caso 
de  Clavero,  consultaba,  aconsejaba,  pero  se  quedó  con  his 
ganas  y  no  derramó  sangre!  En  cambio  Jordán  mató  mas 
de  trescientos  en  su  campamento,  sin  contar  los  que  hizo 
morir,  y  hay  muchos  que  piden  se  le  indulte.  Ha  padecido 
tanto! 

El  General  en  Jefe  había  enviado  al  Director  General 
de  la  Guerra,  instrucciones  escritas  sobre  LaRioja,  que  se 
leyeron  en  el  Senado,  y  están  á  disposición  de  quien  quiera 
leerlas.  En  ellas  se  le  dice: 

«Haga  usted  guerra  de  policía.  La  Rioja  se  ha  vuelto 
c<  cueva  de  ladrones.  No  les  haga  los  honores  de  una 
c(  guerra  civil.»  Estas  instrucciones  son  conformes  al  de- 
recho de  gentes,  que  solo  reconoce  guerra  civil  aquella  en 
que  hay  una  porción  considerable  de  una  nación  en  ar- 
mas con  gobierno  civil  regular,  y  propósito  declarado;*  sin 
embargo,  ninguna  ejecución  tuvo  lugar  no  obstante  que  el 
hermano  del  Ministro  Albarracin  fué  degollado  en  su 
casa.  ,  Los  Jefes  Sandes,  Arredondo,  llevaban  instruccio- 
nes formales.  Una  vez  salió  á  la  defensa  de  Sandes  y 
Rivas  que  se  habían  tomado  algunas  licencias  poéticas; 
pero  Rivas  declaró  por  la  prensa  que  él  mismo  había 
dado  la  orden.  Aun  después  de  esa  declaración  el  Di- 
rector se  quedó  con  las  ganas  de  derramar  sangre  esta 
vez. 

Viene  en  seguida  el  salteador  Guayama,  compaiiero  del 
salteador  Segura,  ejecutado  en  Mendoza,  quien  pasando 
á  Chile  saqueó  la  aduana  de  Uspallata,  hasta  que,  hacien- 
do en  La  Rioja  nuevas  fechorías,  se  lo  recomienda  efi- 
cazmente al  General  Ivanowskj';  pero  es  tan  mala  suerte 
la  de  aquel  Nerón,  que  Guayama,  no  cayó  en  manos  de 
Ivanowsky  y  solo  diez  años  después  se  establece  en  San 
Juan  con  su  partidita  de  siete  salteadores,  viviendo  hon- 
radamente en  Caucete,  robando  ganados  en  los  potreros 
de  alfalfa,  sin  que  hubiese  Juez  de  Paz  que  se  atreviese  á. 
denunciarlo,  cuanto  menos  á  capturarlo.  Al  fin  una  ma- 
ñana bajó  á  la  ciudad  á  comprar  sus  vicios,  se   lo  comuni- 


MBMORIAS  395 

<jaron  al  Gobernador  Gómez  quien  mandó  prenderlo,  y  á 
la  noche  fué  muerto  en  el  cuartel  en  el  acto  de  sublevar 
la  guardia. 

ajQuien  á  cuchillo  mata  á  cuchillo  muere!»  y  á  Gómez 
le  pasó  otro  tanto.  Pero  el  Calígula  no  tuvo  ocasión  de 
derramar  tan  preciosa  sangre.  Nótese  que  siempre  son 
asesinos,  salteadores  de  caminos,  los  que  excitan  sus  ape- 
titos sanguinarios.     Nunca  hombres  políticos. 

Viene  ahora  la  gran  causa  de  Segovia  y  demás  santos 
mártires  de  Mendoza.  Ahí  están  las  cartas  chorreando 
sangre.    Sangre  y  mas  sangre  respiran!     Vamos  á   verlo. 

El  Coronel  Segovia,  ebrio  de  profesión,  no  tenía  mas 
motivo  de  queja  contra  el  Presidente  que  haberle  repa- 
rado una  cuenta  de  caballadas  á  20  reales  al  mes  por 
cabeza,  mientras  él  las  hizo  contratar  á  cuatro  reales. 
Un  día,  (para  ahorrar  detalles)  subleva  Segovia  ó  lo  su- 
blevaron desde  Buenos  Aires.  El  Presidente  en  ocho  días, 
hace  que  le  caiga  encima  Ivanowsky  horas  antes  de  llegar 
de  San  Rafael  á  Mendoza  con  el  renombrado  1°  de  línea 
fuerte  de  600  plazas,  un  batallón  y  dos  mil  milicianos. 

No  tenía  con  que  empezar  con  la  pequeña  fuerza  de  sete- 
cientos hombres  de  Ivanowsky.  A  este  no  se  le  pegaba'  la 
camisa  al  cuerpo  de  miedo  de  su  propio  ejército.  Desde  San 
Luis  telegrafió:  «Si  Arredondo  está  en  la  revolución  yo  no 
respondo  de  la  fuerza.  Pídale  una  declaración.»  Arredon- 
do estaba  preso;  y  se  pasó  la  noche  en  idas  y  venidas  del 
Edecán  al  cuartel,  á  casa  del  Ministro  Tejedor,  al  telégrafo, 
etc.  Como  los  tres  actores  están  ahí,  no  hay  que  entrar 
en  detalles. 

Ahora  vamos  á  lo  mas  gordo.  El  Gobernador  Villanueva 
y  el  Coronel  Ivanowsky,  antes  de  la  batalla  proponen  dar 
amnistía  general  y  consultan.  El  soio  proponerlo  era  señal 
de  inferioridad.  Herodes  contesta  que  no,  que  jamas,  que 
se  comerá  frito  á  todos  los  granaderos,  con  sus  caballos; 
pero  que  en  todo  caso  no  había  perdón  para  Segovia, 
O'Connor  y  algunos  mas. 

Dícenselo  á  Segovia  en  la  vanguardia,  la  víspera  del 
combate;  y  al  oir  la  primera  y  última  detonación  del  cañon- 
cito  de  Ivanowsky,  siente  Segovia,  que  el  cuerpo  se  le 
dispara  para  el  Sur,  sin  poderlo  remediar,  y  con  siete  mas, 
O'Connor  y  aquellos,  otros  toman  el  portante  y  fueran  á 


396  OBRAS    UR   SARMIENTO 

tirar  la  rienda  al  Estrecho  de  Magallanes,  sino  estuvieran 
de  por  medio  el  Río  Colorado  y  el  Río  Negro. 

Ganóse  pues  la  b;ítalla  con  palabras,  con  amenazas  y  á 
punta  de  telegramas. 

Todo  estaba  en  la  celeridad  de  la  marcha,  pero  al  poner- 
se en  línea  resultó  que  de  cuatro  solo  un  cañoncito  estaba 
listo.  El  Presidente  no  conocía  esos  seiscientos  hombres 
de  Mercedes;  pero  conocía  el  1°  de  caballería  en  cuyas 
venas  circulaba  sangre  de  Sandez,  y  no  había  que  chan- 
cearse con  sus  cuatro  escuadrones  y  sus  seiscientos  hom- 
bres. Irrazabal  con  solo  70  derrotó  en  Caucete  al  Chacho 
con  700;  y  no  asustándolos  con  la  lata,  sino  peleando  un 
cuarto  de  hora  con  Onti veros  y  todos  los  guapos  del  Chacho 
cayendo  siete  del  1°  y  veinte  y  uno  del  enemigo,  á  lanza 
seca  de  uno  y  otro  lado. 

Pero  lo  peor  del  cuento  quedaba  todavía.  Después  de 
la  batalla  sin  batallar,  los  dos  ejércitos  beligerantes  se 
reunieron  y  los  dos  estaban  minados,  el  uno  por  los  amigos 
de  Segovia,  el  otro  por  los  de  Arredondo,  y  entonces  no  se 
le  pegaba  al  cuerpo  la  camisa  al  Presidente  de  miedo  de 
una  chispa  incendiaria.  Ivanovi'sky  y  Villanueva  confir- 
maron estos  temores.  No  se  olvide  que  está  el  telégrafo 
corriente;  y  el  Presidente  sabe  que  Segovia,  O'Connor  fu- 
garon al  Sur  desde  el  campo  de  batalla  y  que  van  dispa- 
rando. 

Entonces  en  lugar  de  un  telegrama  escribe  á  Ivanowsky 
una  larga  carta  que  ha  de  tardar  ocho  días  en  llegar.  No 
había  ferrocarril  y  en  ella  vuelve  á  su  maniobra  que  tan 
bien  le  ha  salido  de  no  perdonar  á  bicho  viviente;  de  hacer 
pasar  por  las  armas  á  los  tambores,  á  las  cajas  y  á  los  trom- 
petas, pero  en  todo  caso  no  se  perdona  á  Segovia  que  á. 
la  hora  de  esa  estaría  en  Bahía  Blanca... 

Muy  bien. Llega  la  carta,  se  habla  de  ello,  circula  el  rumor» 
se  enternecen  las  señoras  mendocinas  y  piden  gracia  por 
los  setenta  soldados  de  la  compañía  del  Capitán  O'Connor 
que  no  tienen  mas  delito  que  haber  ensillado  sus  caballos 
cuando  la  corneta  toca  á  caballo,  montado,  marchado 
cuando  su  jefe  mandó,  por  cuatro  de  frente,  etc. 

El  cruel  Presidente  se  hace  tirar  la  oreja,  y  al  fin  condes- 
ciende con  el  pedido  de  un  pueblo  entero,  y  manda  sobreser 
en  causa  que  sin  est  oestaba  sobreseída  rop  falta  de  delin-^ 


MBMORIAS  397 

Clientes.  Pero  tal  es  su  mala  estrella  que  ni  esta  vez  pudo 
derramar  como  lo  deseaba  una  gota  de  sangre.  Lo  cierto 
es  que  no  se  persiguió  á  nadie,  no  obstante  que  muchos 
mendocmos  tomaron  parte  en  aquella  maldad. 

¿Y  donde  me  deja  Vd.  unos  salteadores  de  la  diligencia 
que  llevaba  la  correspondencia  del  ejército  á  la  cueva  de 
ladrones?  Pero  Arredondo  que  es  la  humanidad  personifi- 
■cada,  no  colgó  á  los  salteadores,  (porque  no  los  tuvo  á 
mano)  pero  se  guardó  la  carta  para  colgar  al  autor  que  no 
derramó  osa  sangre^  sino  la  del  tintero. 

Queda  en  el  fondo  del  tintero  la  muerte  dada  al  Chacho, 
al  ilustre  General  Peñaloza,  el  héroe  de  catorce  derrotas, 
y  de  muchos  barriles  de  aguardiente  cansumidos.  jQué 
caiga  la  sangre  de  este  inocente  exclamó  el  sensible  y 
lacrimoso  Dr.  Rawson,  sobre  las  cabezas  de  los  que  derra- 
maron tan  alcohólica  sangre! 

Que  caiga!  contestó  el  taimado,  que  me  importa  un  pito, 
no  teniendo  nada  que  ver  en  ello,  pues  no  tenía  comisión, 
ni  mando,  ni  envié  tropas,  ni  pude  dar  instrucciones  á 
fuerzas  que  no  me  pertenecían,  ni  mandaba,  con  lo  que  se 
quedó  con  hambre  de  derramar  esa  sangre,  y  empaparse  las 
manos.  ¿Fueron  tan  felices  sus  detractores?  Díganlo,  y 
serán  creídos  sobre  su  palabra  un  sargento  Molina,  un 
chasque  mandado  por  Aguirre. 

Un  día  ha  de  hacerse  un  mito  popular,  una  leyenda,  de 
esta  sed  de  sangre  en  el  pai)el,  y  de  aquella  incapacidad  de 
satisfacerla,  por  impedírselo  su  ángel  guardián,  como  á  los 
terneros  á  quienes  le  tiran  del  lazito  cuando  ya  iban  á  em- 
puñar una  teta  ó  bien  como  aquel  niño  que  se  quedó  con 
la  camisita  levantada. ..  Qué  lástima  no  ipoder  derramar 
sangre! 

¿Por  qué  no  ha  dado  esta  explicación  en  diez  años,  de  la 
famosa  carta  á  Ivanowsky? 

Por  la  misma  razón  que  puso  doce  años  en  explicar  para 
qué  fin  útil  había  hecho  ametrallar  el  Colegio  Nacional  del 
Rosario.  No  hay  que  entregar  secretos  de  la  gramática 
parda  de  la  extrategia,  al  pueblo. 


LA  política  electoral  DE  UN  PRESIDENTE 


{El  Nacional,  Diciembre  17  de  1870.) 

Las  columnas  de  El  Nacional  registrarán  desde  mañana» 
las  observaciones  á  que  provoca  el  articulo  de  La  Nación  del 
domingo,  con  el  epígrafe  de  esta  introducción. 

Han  provocado  este  examen  los  varios  artículos  sobre 
Gobernadores  electores,  que  la  prensa  ha  producido,  y  en 
el  de  La  Nación  á  que  nos  referimos,  tratádose  de  fijar  los 
términos  del  debate,  rastreando  el  origen  de  la  política 
electoral,  y  llegando  hasta  la  presidencia  del  señor  Sar- 
miento, á  quien  se  le  atribuye  haberse  proclamado  abier- 
tamente elector,  datando  de  ahí  la  dirección  que  los  sucesos 
tomaron  después. 

Para  probar  esta  proposición,  se  presentan  hechos  y 
deducciones  de  principios  establecidos,  en  tono  mesurado, 
como  muestra  de  sinceridad,  y  debemos  decirlo,  sin  la 
acostumbrada  acrimonia  de  las  ])olémicas  apasionadas  y 
detractoras,  que  oscurecen  de  ordinario  la  verdad,  porque 
oscurecerla  es  su  fin. 

Necesitamos,  pues,  que  el  artículo  de  La  Nación  á  que 
las  subsiguientes  observaciones  se  referirán,  figure  en  las 
columnas  de  El  Nacional,  á  fin  de  que  sus  lectores,  que 
no  lo  son  siempre  de  La  Nación  ó  que  aun  siéndolo  dejan 
pasar  con  el  día  lo  que  al  día  se  recibe,  tengan  á  mano 
los  antecedentes,  por  cuyo  motivo,  reproducimos  el  impor- 
tante escrito  de  La  Nación. 

Nuestra  historia  contemporánea  presenta  un  ejemplo 
raro  en  los  fastos  políticos  de  un  país.  La  tentativa,  porque 
en  tentativa  quedó,  de  revolución  de  Setiembre  del  74, 
fué  vencida  y   amnistiada,  y   con  la    conciliación,  se   ha 


MBMORIAS  399 

converti'Jo  en  casi  gobierno.  Pudiera  decirse  de  ella  que 
ha  triunfado  d'í  la  victoria  misma;  pero  al  mismo  tiempo» 
puede  observarse  que  la  opinión  ha  muerto  el  derecho  y 
la  práctica  de  las  revoluciones,  no  obstante  su  reciente 
triunfo  en  Corrientes.  Désele  la  importancia  que  se  quiera 
al  desenlace  de  aquella  ruidosa  cuestión  Corrientes,  jamas 
persuadirán  á  la  opinión  pública  argentina  de  que  un 
conflicto  de  provincia  en  que  figuran  como  protagonistas 
Reguera,  Pampin,  Cabral,  Derqui,  Azcona  y  demás  perso- 
najes, es  un  antecedente  histórico,  revestido  de  autoridad 
y  que   haga  escuela. 

Al  día  siguiente  del  triunfo  de  tal  ó  cual  sistema  de 
hechos,  la  palabra  Corrientes  desapareció  de  la  prensa, 
y  cuando  mas,  se  trae  á  colocación  lo  que  por  allí  pasa,  á 
causa  de  algunos  centenares  de  emigrados  que  piden  ser 
repatriados,  con  garantías  reales  de  volver  sin  ser  moles- 
tados y  poder  ejercer  sus  derechos. 

La  revolución  de  Setiembre  tiene  otro  carácter.  Promo- 
viéndola ó  sofocándola,  se  comprometieron  las  fuerzas 
morales  é  intelectuales  del  país.  Era  nacional  por  su 
carácter,  por  sus  personajes  y  por  las  doctrinas. 

Sus  autores,  vencidos  en  el  campo  de  batalla,  ño  la 
fueron  ante  la  justicia,  que  no  fué  llamada  á  dar  su  fallo 
sobre  la  criminalidad  del  acto,  quedando  librada  á  la  opi- 
nión  su  condenación  moral. 

Esta  se  ha  hecho  lentamente,  llegando  hasta  sus  autores, 
que  deploran  hoy  el  hecho  inútil,  buscando  razones  plau- 
sibles que  atenúen  su   gravedad. 

Nadie  sostiene  hoy  la  legitimidad  de  las  revoluciones 
en  conciencia,  y  al  decir  nadie,  no  olvidamos  que  hay 
quienes  la  sostienen.  Eso  mismo  prueba  que  nadie  sos- 
tiene tal  cosa.  Se  alegan  solo  las  causas  atenuantes,  y 
es  cuanto  puede   hacerse. 

El  escrito  que  reproducimos  hoy  de  La  Nación,  tiene  ese 
carácter.  Busca  la  causa  que  produjo  aquella  tentativa 
de  revolución,  en  la  política  electoral  de  un  Presidente,  y 
cree  haberlo  demostrado,  citando   declaraciones  y  hechos. 

Hay  á  este  respecto  la  mayor  libertad  de  apreciación» 
El  gobierno  aquel  ha  pasado,  sin  dejar  sucesión  ni  repre- 
sentante; pero  puede  decirse  lo  mismo  de  la  revolución 
de   Setiembre,    como    teoría  y    como  hecho:  ha  muerto. 


400  OBKAS    DK   SAKMIKISTO 

Puede  hablarse  de  ella,  desde  que  sus  autores,  están  reha- 
bilitados legalmente  por  la  amplia  amnistía,  como  de 
ausentes,  ó  de  los  prohombres  de  nuestra  historia  pasada 
sin  ofenderlos,  lo  que  no  quita  que  las  revoluciones  hoy 
sean  un  crimen,  condenado  no  solo  por  las  leyes,  como 
en  todos  tiempos,  sino  por  un  cambio  en  la  opinión  del 
mundo  político,  que  las   reprueba. 

Son  ademas  un  error  económico,  del  género  del  juego, 
que  no  es  permitido  á  los  hombres  que  manejan  los  inte- 
reses públicos. 

Nuestra  opinión  pública  avanza  todos  los  días,  sin  darse 
cuenta  de  sus  progresos.  Sin  saber  porqué,  los  mismos 
que  antes  creían  en  revoluciones  como  en  un  derecho  y 
un  remedio,  empiezan  á  hastiarse  de  oir  hablar  de  ello. 
Ahora  les  toca  á  los  gobernadores  electores  su  turno  de 
suscitar  la  animadversión  pública;  y  esto  es  también  una 
forma  atenuada  de  revolución.  Parece,  ó  se  presenta  como 
un  hecho  nuevo,  lo  que  es  tan  antiguo  como  la  existencia 
del  gobierno. 

Al  principio  de  nuestra  Revolución,  se  proclamó  la  liber- 
tad de  imprenta;  y  para  realizarla  el  gobierno  creó  La 
Gaceta  Mercantil  de  un  lado  para  publicar  los  documentos 
óíiciales,  y  de  otro  un  Censor,  funcionario  rentado,  cuya 
misión  era  criticarlos  y  hacer  el  papel  de  una  opinión 
pública  independiente. 

Los  Gobernadores  electores,  pertenecen  á  esa  infancia  del 
arte  del  gobierno  libre.  Son  la  Gaceta  de  los  actos  oficiales, 
de  la  opinión  pública,  y  las  revoluciones  eran  el  Censor 
para  criticarla. 

No  han  hecho  todavía  una  pregunta  á  los  censores  revo- 
lucionarios. 

Para  gastar  cien  mil  pesos  de  papel  en  plantar  árboles 
en  la  Casa  Rosada,  se  necesitaba,  según  ellos,  ley  expresa 
que  autorizase  el  gasto.  ¿Quién  autorizó  á  Fulano  ó  Men- 
gano, censor  de  actos  oficiales,  y  de  Gobernadores  electores, 
á  gastar  los  millones  que  cuesta  una  revolución  aun 
triunfante?  No  son  unos  ladrones?  Nuestra  deuda  inmensa 
excepto  los  treinta  millones  de  obras  públicas,  se  compone 
toda,  toda,  de  libramientos  y  deudas  contraidas  por  los 
revolucionarios,  desde  los  cinco  millones  del  antiguo  Banco 
Nacional,  en  1825. 


MEMORIAS  401 

Los  Gobernadores  electores,  son,  pues,  la  presente  forma, 
-en  que  se  exhibe  el  espíritu  revolucionario,  forma  latente 
de  una  enfermedad  aguda  en  su   origen. 

Conviene,  pues,  averiguar,  si  hubo  realmente  una  política 
electora,  de  un  Presidente,  pues  que  es  del  interés  de  todos, 
que  no  subsista  tan  feo  vicio  orgánico,  y  al  examen  de 
estos  hechos,  con  el  importante  artículo  de  La  Nación, 
que  sigue  á  la  vista,  pedimos  á  nuestros  lectores  benévolos, 
oigan   rectificaciones  y  descargos. 

La  revolución,  como  enfermedad  americana,  está  ven- 
cida en  los  ánimos,  no  obstante  la  recrudescencia  de  Se- 
tiembre. Si  lográramos  romperle  su  último  atrinchera- 
miento, como  circunstancia  atenuante,  la  política  electora 
de  un  Presidente,  y  probar  que  los  mismos  que  la  con- 
denan, son  un  poco  electores,  en  mal  sentido,  habríamos 
destruido  el  germen  de  futuras  revueltas,  haciéndoles  mas 
indulgentes  con  sus  propias  faltas,  ó  con  las  incapacidades 
inevitables  del  país. 

Nos  despedimos  de  nuestros  lectores, hasta  mañana. 

{El  Nacional,  Diciembre  18  de  1878.) 

Hace  días  que  la  prensa  discute,  rechaza  y  vuelve,  cual 
pelota,  el  epíteto  de  Gobierno  elector,  que  parece  estar  de 
moda.  Creen  unos  que  se  dirige  por  tabla  al  Gobernador 
de  Buenos  Aires;  quieren  algunos  que  recaiga  sobre  el 
Presidente  actual,  como  pecado  original  de  que  lo  ha  lava- 
do el  bautismo  de  la  conciliación  y  no  falta  quien  cuelgue 
el  epíteto  al  pasado,  al  presente  y  al  /?¿ífí/'0  Presidente, 

Al  íin  ha  tomado  forma  definida,  con  nombre  de  persona, 
bajo  el  título  que  encabeza  estas  páginas,  y  con  el  acopio 
de  razones  ó  de  afirmaciones,  al  menos,  que  tienen  lugar 
de  pruebas. 

Como  de  principio  de  gobierno  se  trata,  y  como  se  de- 
nuncia un  vicio  fundamental  en  la  elección  del  actual 
Presidente,  habría  un  interés  de  orden  público,  en  hacer 
subir  la  legitimidad  á  la  elección  del  Presidente  Avella- 
neda, á  fin  de  evitar  las  revoluciones,  las  batallas  perdidas, 
las  amnistías,  las  conciliaciones,  con  que  se  subsanan  vicios 
•originales. 

Tenemos  una  base  segura  de   donde  partir,  en  el  cargo 

Tomo  xur.— 26 


402  OltUAM    1)K    SAKMIKNIO 

de  gobierno  elector,  hecho  al  anterior  Presidente,  para  sos- 
tenerse, á  lo  que  parece,  durante  su  gobiernos  y  para  hacer 
elegir  por  gobiernos  electores  al  que  debía  sucederle,  y  esta 
base  es  la  declaración  «de  que  el  gobierno  del  señor  Sar- 
«  miento  y  el  Congreso  que  proclamó  su  presidente,  fué 
«  reconocido  como  la  expresión  mas  legitima  de  la  elección 
«  popular.» 

Encareciendo  mas  su  pensamiento  el  autor  añade:  «Jistos 
poderes  públicos  eran  de  los  mas  legítimos  que  habíamos  tenido, 
habiéndose  hecho  por  la  primera  vez  la  trasmisión  del  poder 
en  la  forma  mas   perfecta.»    Nada  mas  franco  y  completo. 

Para  caracterizar  mas  esta  superabundancia  de  legitimi- 
dad, recordemos  que  una  parte  del  partido  nacionalista  «no 
concurrió  á  su  elección  y  tuvo  otro  candidato.y> 

Esta  circunstancia,  en  efecto,  realza  mas  la  legitimidad 
de  aquel  gobierno. 

Los  nacionalistas  que  lo  combatían  tenían  en  sus  manos 
la  administración  pública.  El  candidato  que  oponían  al 
señor  Sarmiento  era  Ministro  y  se  presentaba  en  los  comi- 
cios como  representante  del  personal  administrativo  que 
venía  gobernando  así  diez  ó  mas  años. 

Contra  ese  personal,  contra  la  continuación  de  esa  polí- 
tica, contra  los  gobernadores  que  la  sostenian,  se  formó 
en  toda  la  República  una  inmensa  mayoría,  sin  influencias 
extrañas,  ni  dineros  empleados,  y  triunfó  de  toda  resis- 
tencia, hasta  establecer  una  legitimidad  que  no  pudiese 
jamas  oscurecerse,  y  de  que  no  había  ejemplo  antes,  según 
sus  opositores  mismos. 

El  candidato  estaba  ausente  hacía  años,  aunque  su  nom- 
bre era  de  todos  conocido.  Era  nacionalista,  liberal,  y 
puede  decirse  versado  en  materias  de  gobierno.  Sus  viajes 
y  su  estudio  de  las  instituciones  republicanas  en  los  Esta- 
dos Unidos,  debieron  dejar  expresar  que  traía  mayor  acopio 
de  luces,  que  las  que  tenían  los  que  solo  contaban  con 
lecturas  ó  la  práctica  poco  segura  que  dan  nuestros  propios 
hechos. 

Sin  entrar  en  mas  detalles,  deseáramos  preguntar :  esa 
mayoría  incuestionable  que  en  1867,  elevó  al  Gobierno  al 
señor  Sarmiento,  lo  abandonó  al  día  siguiente  de  recibido 
y  desapareció  de  la  vida   pública? 

Por  el  contrario,  ¿aquella  minoría  vencida  que  encabe- 


Ml'.MÜKlAS  403 

zaba  el  personal  de  la  administración  Mitre  y  votó  en 
contra,  se  tornó  en  mayoría  al  día  siguiente,  y  fué  desde 
entonces  la  expresión  de  la  opinión  del  país? 

No  es  esa  la  regla,  de  los  partidos  políticos,  al  menos. 
Cuando  se  constituyen  en  mayoría,  tratan  de  conservarla 
por  años,  hasta  que  son  dejados  en  minoría  con  el  discurso 
del  tiempo. 

Así  el  partido  republicano  en  los  Estados  Unidos  ha 
dado  cuatro  Presidentes  consecutivos,  en  diez  y  ocho  años 
que  lleva  de  mayoría.  Hace  tres  que  empezó  á  perder  el 
terreno,  que  acaba  de  recuperar  hace  solo  tres  meses,  en 
la  renovación    del    Congreso. 

El  partido  ó  la  mayoría  indisputable  que  elevó  al  señor 
Sarmiento,  ha  debido,  pues,  continuar  por  largo  tiempo 
nombrando  Gobernadores  y  Legislaturas,  y  mandando 
mayoría  de  Dij^ulados  y  Senadores  al  Congreso;  y  sino 
había  claudicado  todavía  en  1874,  ha  debido  elegir  segundo 
Presidente  de  su  partido,  á  despecho  de  la  minoría  nacio- 
nalista que  se  presentase  en  las  elecciones  con  su  antiguo 
candidato. 

Diremos  mas.  En  casi  toda  la  República  había  hasta 
ahora  poco,  no  un  gran  partido,  sino  una  mayoría  que 
no  tenia  mas  bandera  que  su  oposición  al  personal  de 
la  antigua  administración  Mitre.  Componíase  de  unitarios, 
de  federales,  de  nacionalistas,  de  autonomistas,  de  provin- 
cialistas,  de  por  tenistas,  que  no  estaban  de  acuerdo  sino 
en  su  oposición  á  la  minoría  nacionalista  de  1867,  repre- 
sentante del  personal  de  la  pasada  administración. 

En  1874,  se  presentó  de  nuevo  en  los  comicios  aquel 
personal,  y  aunque  en  Buenos  Aires  dividió  la  opinión, 
en  las  provincias  no  encontró  sostenedores  sino  en  San 
Juan  y  Santiago  del  Estero,  por  razones  que  se  verán 
después. 

Hoy  mismo,  la  oposición  á  esa  candidatura  es  tan  mani- 
fiesta, que  ni  se  inventa  siquiera  un  candidato,  aunque 
tenga  diarios  y  prosélitos;  aunque  cuente  con  Corrientes 
conquistado;  por  que  se  sabe  que  será  rechazada,  sino 
adopta  algún  candidato  de  circunstancias,  como  Laspiur^ 
Tejedor,   etc. 

Suponer,  pues,  que  el  señor  Sarmiento  se  hizo  presidente 
el  ector  durante   su   gobierno,  para  tener  gobernadores  y 


404'  OBRAS    DK    SAKMIENTO 

diputados,  es  suponer  que  la  mayoría  que  con  tanto  calor 
].o  sostuvo,  se  desvaneció  como  el  humo,  de  la  noche  á 
la  mañana,  y  se  adhirió  á  la  minoría  nacionalista  admi- 
nistrativa de  los  Elizalde,  Mitre,  Costa,  y  otros  de  la  misma 
harina.  Es  suponer  que  un  partido  en  mayoría  se  anonada, 
se  disuelve,  de  puro  gusto,  y  se  convierte  en  minoría, 
cuando  tiene  el  poder  en  las  manos. 

Mucho  de  eso  puede  suceder;  pero  no  sucede  en  un  año, 
ni  en  cuatro,  y  suele  durar  veinte  y  treinta  años  su  poder, 
como  sucede  en  Inglaterra,  en  Chile  y  en  Estados  Unidos. 

El  gobierno  del  señor  Sarmiento  no  ha  concluido  despres- 
tigiado. Era  observación  de  sus  propios  adversarios,  que 
cada  día  ganaba  mas  poder  y  aceptación.  El  escándalo  de 
Setiembre  no  era  contra  él. 

Sea  de  ello  lo  que  fuere,  no  ha  debido  necesitar  de  la 
intriga,  de  la  seducción,  ó  de  la  violencia,  para  que  la 
mayoría  que  lo  eligió  continuase  en  mayoría,  nombrando 
gobernadores  de  esa  mayoría,  y  diputados  y  senadores  de 
esa  mayoría. 

La  minoría  que  se  constituyó  en  oposición,  ha  debido 
sin  duda  ir  ganando  terreno  en  algunas  provincias,  acaso 
en  Buenos  Aires  mismo;  pero  sin  el  cambio  brusco  que 
supone  la  necesidad  de  convertirse  el  Presidente  en  elector, 
por  haber  sido  dejado  en  la  estacada  por  los  que  lo 
eligieron,  y  haberse  pasado  con  armas  y  bagajes  á  la  mino- 
ría que  no  lo  eligió.  El  Presidente  que  le  sucedió,  debió 
ser  elegido  por  esa   mayoría. 

Esta  es  la  verdad  práctica  de  las  cosas,  y  á  esas  pro- 
porciones queda  reducida  la  pueril  cuestión  de  los  gobiernos 
electores,  que  supone  necesariamente  que  toda  la  República 
se  hizo  mitrista  ó  elizaldista,  al  día  siguiente  de  vencidos 
los  patronímicos  en  las  elecciones  de  18C8,  y  que  los 
gobernadores,  trece  en  número,  se  quedaron  solos  con  el 
Presidente,  ingeniándose  para  inventar  Diputados,  sin  duda 
con  las  policías,  pues  al  pueblo  que  hizo  las  elecciones  de 
1868,  se  lo  ha  tragado  la   tierra  al  día  siguiente. 

Eso  de  proclamarse  abiertamente  elector  el  señor  Sarmiento, 
sin  decir  el  año  en  que  tan  desesperado  partido  tomó,  no 
expresa  un  hecho  histórico,  ni  puede  sostenerse  seriamente; 
como  no  resistirá  al  examen  la  pretensión  de  la  minoría 
nacionalista  que  sostuvo  otro  candidato,  de  haberse  coa- 


MEMORIAS  405 

vertido  en  mayoría,  sin  decir  en  qué  año  le  sobrevino 
tanta  felicidad,  y  qué  gobernadores  empezaron  á  ser  nom- 
brados en  las  provincias  y  en  Buenos  Aires  bajo  su  influen- 
cia, sin  necesidad  de  ser  gobernadores  electores. 

Eso  de  que  autoridades  legítimas  se  convierten  en  ilegí- 
timas por  actos  subsiguientes,  habiendo  una  Constitución 
y  modos  de  proceder,  es  bueno  para  dicho,  si  como  en 
Corrientes,  hubieran  triunfado  en  la  Verde,  es  decir:  si 
hubiesen  echado  por  tierra  las  instituciones. 

Con  estas  aclaraciones  preliminares,  vamos  á  seguir  al 
autor  en  sus  cargos. 

«  El  Gobierno  del  señor  Sarmiento,  se  proclamó  abierta- 
mente elector,  y  se  nos  dice  «  excluyendo  al  partido  naciona- 
lista que  sostuvo  otro  candidato,  ace[)tando  el  concurso  de 
verdaderos  opositores  y  enemigos  declarados.» 

Enemigos  de  quién? 

Si  tal  hubiere  hecho,  habría  procedido  como  todos  los 
gobiernos  libres  del  mundo,  cuyo  primer  magistrado  es 
nombrado  por  el  partido  que  triunfa  en  las  elecciones, 
excluyendo  al  del  candidato   opuesto. 

Asi  se  gobiernan  la  Inglaterra,  la  Francia  y  los  E!ítados 
Unidos.  Es  el  candidato  y  la  minoría  la  que  se  excluije  á  sí 
misma. 

Cuando  los  toríes  suben  al  poder,  excluyen  á  los  whigs. 
Cuando  dominan  los  republicanos  en  los  Estados  Unidos,  los 
demócratas  no  son  llamados  al  gobierno.  En  Francia,  los 
imperialistas  doblan  bagaje,  cuando  los  republicanos 
triunfan. 

Las  conciliaciones  (palabra  de  nuestra  invención)  no  son 
moneda  política;  aunque  puedan  haber  coaliciones  de  opi- 
niones, fusiones,  etc.,  etc.,  etc. 

Pero  aun  así,  el  cargo  es  falso.  El  Presidente  Sarmien- 
to llamó  á  su  lado  á  compartir  las  responsabilidades  de 
su  gobierno,  á  hombres  conspícijos  y  respetables,  nacio- 
nalistas: al  doctor  Velez,  uno  de  los  mas  autorizados  libe- 
rales nacionalistas. 

Doctor  don  Mariano  Variano    Várela — nacionalista. 

Teniente  Coronel  Gainza — nacionalista. 

Doctor  Avellaneda — nacionalista. 

Doctor  Gorostiaga — nacionalista. 

Doctor  Tejedor — nacionalista. 


■^06  OBRAS    DE   SARMIENTO 

Doctor  Dominguez— nucionalista. 

Doctor  Albarracin — nacionalista. 

Doctor  Frías — nacionalista, 
conservando  al  doctor  Pico  como    procurador    y    al  señor 
Posadas  como  administrador  de  correos,  nacionalista  hasta 
el  fin. 

¿Cuáles  de  estos  eran  los  enemigos  del  partido  nacio- 
nalista? Los  enemigos  del  gobierno  puede  encontrarlos 
el  curioso  en  los  debates  de  las  Cámaras  de  entonces,  en 
el  lenguaje  de  ciertos  diarios,  aun  antes  de  mostrar  el  Pre- 
sidente una  política,  aun  antes  de  nombrar  ministros.  Tes' 
tigos,  orgia  de  Palermo,  y  las  zapatillas  verdes.  Esos  son  los 
enemigos. 

Esto  ocurría  en  1868!  Respetaremos  la  prudencia  que 
aconseja  no  entrar  en  «.CMusas  que  es  inútil  discutir^  sea  quien 
fuere  el  que  las  «originó»;  aunque  sea  siempre  el  mejor 
modo  de  exclarecer  ios  hechos  subir  á  las  fuentes,  y  saber 
quien  originó  los  sucesos  que  se  deploran  después. 

«Esta  política  electoral,  agregan  no  era  oculta  en  el  señor 
Sarmiento,  sino  que  se  proclamaba  abiertamente,  y  lo  que 
no  se  había  oído  en  tiempo  de  Urquiza,  lo  oímos  enton- 
ces.» 

Queda,  pues,  demostrado  hasta  la  evidencia, que  don  Emi- 
lio Castro  no  fué  Gobernador  impuesto  á  Buenos  Aires  por 
un  Presidente  elector;  y  que  don  Mariano  Acosta,  fué 
nombrado  Gobernador,  cuando  el  doctor  Alsina  no  estaba 
en  relación  política  ni  aun  personal  con  el  Presidente,  ni 
aun  con  el  doctor  Avellaneda,  pues  Alsina  era  candidato 
á  la  presidencia.  Aun  la  elección  del  señor  Casares,  pro- 
cedió de  orígenes  puramente  porteños,  sin  que  los  sucesi- 
vos Presidentes  tuvieran  que  ver  en  ello. 

Resulta,  pues,  que  en  Buenos  Aires  por  lo  menos,  du- 
rante nueve  años,  no  ha  habido  política  electoral  de  un 
Presidente.  Fueron  Gobernadores  electores  aquellos 
tres?  Negocios  suyos  son,  en  que  no  debemos  inqui- 
rir. 

No  pudieado,  pues,  establecer  en  Buenos  Aires  la  poli- 
tica  electoral,  el  Presidente,  que  no  tenía  afinidades  con  los 
Gobernadores  Castro  y  Acosta,  ni  las  simpatías  de  Alsina 
ó  Mitre,  que  presentaban  ambos  programas  de  política 
hostil  al  Presidente,  ó  en  oposición  á    su  política,  necesi- 


MEMORIAS  4Ct 

taba  ir  á  buscar  en  las  Provincias  las  muestras  de  la 
política  electoral;  y  ya  mostraremos  que  allí  fué  tan  des- 
graciado como  en  Buenos  Aires. 

«LA  NACIÓN»  SE  CHANCEA 

(Diciembre  19  de  1878.) 

Era  el  Dios  saliente,  Mitre,  quien  nombraba  al  Dios 
entrante  Elizalde.  «Un  Grobernador  ó  Presidente  saliente, 
«  que  nombraba  á  su  ministro  Elizalde  Presidente  entran- 
te en  1867,  sostenido  por  La  Nación. 

Hemos  de  tratar  estas  cuestiones,   despacio. 

Por  ahora  nos  contentaremos  con  alejar  las  caliñcacio- 
nes  arbitrarias. 

Pueden  haber  Gobernadores  electores.  Eso  se  lia  visto 
en  Buenos  A.ires  y  en  muchas  provincias.  Las  hubo  en 
que  no  había  Gobernador  saliente,  en  Santiago  del  Estero 
ouyo  gobierno  no  fué  acusado  de  criminal  por  La  Nación 
que  lo  sostenía  por  ser  favorables  á  la  libertad  los  seño- 
res Taboada. 

No  es  muestra  de  libertad  electoral  el  que  el  Goberna- 
dor entrante  ha  de  ser  precisamente  enemigo  del  Gober- 
nador saliente,  ni  de  otro  partido.  Como  el  Gobernador 
fué  electo  por  un  partido  en  mayoría  contra  otro  en  mi- 
noría, es  posible  que  vuelva  á  triunfar  ese  partido  en  las 
siguientes  elecciones,  lo  que  no  constituye  Gobernador 
elector  al  saliente,  por  ser  de  su  partido.  De  esta  manera 
un  partido  gobierna  un  país  elector  diez,  veinte  años,  sin 
que  la  minoría  en  oposición  prevalezca,  hasta  que  se  con- 
vierta en  mayoría.  Eso  sucede  actualmente  en  los  Estados 
Unidos,  con  los  republicanos. 

No  se  ha  definido  crimen  por  legislación  alguna,  ni 
menos  por  la  nuestra  ser  gobierno  elector.  En  Francia,  el 
mariscal  Mac-Mahon,  queriendo  hacer  prevalecer  en  la 
renovación  de  la  Cámara  disuelta,  al  partido  monarquista 
ó  imperialista,  permitió  que  sus  ministros,  reaccionarios, 
pasasen  circulares  á  los  Prefectos,  recomendando  oficial- 
mente hiciesen  elegir  á  los  Diputados  que  él  les  recomen- 
daba. 

Habiendo  triunfado  en    las  elecciones,  no  obstante  los 


408  OBKAS    DK    SAKMIBNTO 

Prefectos  electores,  como  aquí  en  1868,  una  mayoría  repu- 
blicana, la  Asamblea,  en  juicio  de  elecciones,  condenó  en 
principio  á  los  gobiernos  electores;  pero  para  constituir  el 
delito,  estableció  como  prueba,  el  que  los  Prefectos  hubiesen 
puesto  en  carteles  en  papel  blanco,  que  es  el  papel  oficial,  las 
listas  recomendadas,  pues  este  signo  material  constituía 
]a  orden  devalar.  Los  Diputados  que  fueron  recomendados, 
en  carteles  azules  ó  verdes,  no  fueron  declarados  im- 
puestos por  la  autoridad,  y  muchos  quedaron  apro- 
bados. 

Ya  vé,  pues,  La  Nación  que  está  creando  crímenes  que 
no  están  definidos  por  legislación  alguna. 

Por  eso  es  arbitrario  decir,  que  todo  crimen  justificado  que 
sea  de  un  gobierno,  anula  y  deja  sin  efecto  su  nombra- 
miento, por  mas  legitimo  que  sea.  Pero  si  le  es  dado  á,  La 
Nación  inventar  crímenes,  no  le  es  dado  ;w5íí/?6*aWo5,  porque 
no  es  el  Juez.  El  caso  del  Presidente  Derqui,  es  una 
invención  gratuita,  que  lejos  de  probar  la  doctrina,  la 
condena. 

Pudo  hacerse  el  Presidente  Derqui  gobierno  elector  en  la 
Confederación  de  que  Buenos  Aires  no  formaba  parte,  y 
por  tanto  no  tenía  que  saber  si  Derqui  era  elector  ó  no, 
allá  en  su  jurisdicción.  No  trató  de  elegir  ó  imponer  Gober- 
nador á  Buenos  Aires. 

Los  pueblos  de   la  Confederación  no   se  levantaron   en 
.armas  contra  él,  por  ser  gobierno  elector.     Sospechamos." 
que  no  lo  fué,  pues  acababa  de  ser  electo  Presidente   y    no 
necesitaba  renovar  Gobernadores,  y  tenía   mayoría   en  el 
Congreso. 

La  Presidencia,  Congreso,  Tribunales,  y  demás  autorida- 
des legítimamente  constituidas  de  una  llamada  Confedera- 
ción Argentina,  claudicaron  por  haber  sido  disuelta  aquella 
nación  sin  Buenos  Aires,  en  una  batalla  campal  entre 
ejércitos  regulares,  y  con  otro  gobierno,  el  del  Estado  de 
Buenos  Aires,  reorganizándose  en  seguida  una  nación  com- 
l>uesta  de  ambos  Estados.  Llamarle  Gobierno  electoral  á 
Derqui,  por  haber  sido  vencido  su  ejército,  es  inventar  crí- 
menes, y  tribunales  de  justicia  ó  insultos  imaginarios,  como 
aquel  que  le  decía  á  alguno:    Tiene  Vd.  la  pituiial 

La  verdad  es  que  todos  tenemos  pituita,  incluso  La 
Nación. 


MEMORIAS  409 

«Los  juicios  de  Dios,  fts  La  iVrtCíOtt  que  habla, — Caseros,. 
Pavón,  deciden  la  cuestión.» 

No  queremos  aceptar  que  tal  piensa  la  Nación.  El  juicio 
de  Dios,  si  esa  es  su  doctrina,  debiera  haberlo  acatado  en 
la  Verde,  y  en  Santa  Rosa,  que  han  sido  negadas,  declaran- 
do en  un  Manifiesto  sus  proceres,  al  conciliarse,  que  man- 
tenian  en  alto  la  bandera  arriada  por  la  fuerza  en  Junin. 

Somos  mas  equitativos.  Ese  partido  compuesto  de  ex- 
funcionarios de  un  gobierno  pasado  que  no  cree  que  lo 
están  venciendo  hace  diez  años  en  las  elecciones,  gobierna 
á  los  suyos  con  figuras  de  retórica,  el  juicio  de  Dios  res- 
taurado de  la  edad  media,  los  gobiernos  de  hecho,  los  gobier- 
nos electores,  los  Presidentes  de  otras  Repúblicas,  como  la 
pasada  Confederación  Argentina  ó  el  gobierno  del  Paraguay 
deslegitimados  por  la  guerra  con  otro  Estado  vecino:  de 
donde  se  deduce  que  un  gobierno  elector  de  Buenos  Aires, 
hizo  unas  elecciones,  y  que  el  Congreso  Argentino  en  mala 
hora  las  aprobó. 

Los  libertadores  de  Buenos  Aires,  tenían  derecho  de  to- 
marle á  la  Nación  su  ejército,  que  no  era  de  Buenos  Aires, 
y  decir  que  la  Nación  había  hecho  una  revolución,  contra 
La  Nación  (periódico),  no  obstante  que  la  Nación,  gobierno, 
trajo  á  buen  recaudo  á  los  sublevados  y  á  los  rebeldes,  en 
la  Verde. 

{Diciembre  20  de  1878.) 

Al  formarse  el  Gabinete  Nacional  que  debía  funcionar 
desde  el  18  de  Octubre  de  1868,  fue  solicitado  por  el  Presi- 
dente B.  Emilio  Castro,  para  el  Ministerio  de  la  Guerra.  En 
tres  conferencias  sucesivas,  se  escusó  dando  las  gracias, 
negándose  redondamente  en  la  última,  diciendo  que  mejor 
serviría  al  Gobierno  Nacional  como  Gobernador  de  la  Pro- 
vincia, si  era  electo,  siendo  provisorio  ya,  que  como  Minis- 
tro de  la  Guerra. 

Electo  Gobernador  Castro,  no  Gobernador  elector,  la  Le- 
gislatura nombró  Senador  al  ex-Presidente,  y  el  pueblo  á 
los  señores  Gelly,  Elizalde,  Ocantos,  etc.,  Representantes. 

¿Era  el  no  excluido  Castro,  sostenedor  de  la  mayoría  que 
había  triunfado  en  la  elección  de  Presidente? 

Sería  ocioso  preguntarlo,  pues  lo  que  á  la  cuestión  de 
Presidente  elector  atañe,  seria  saber  si  el  Presidente  intentó 


410  OBRAS    DE    SARMIENTO 

alguna  vez  saber,  por  ejemplo,  que  jueces  de  Paz  se  nom- 
braban ó  alguna  de  tantas  cuestiones  locales  que  agitan  los 
partidos  y  dan  dirección  torcida  á  los  sucesos. 

Los  Ministros  Gainza,  Várela,  Velez,  Avellaneda,  después 
Tejedor,  dirán  si  ellos  estuvieron  en  contacto  con  el  señor 
Castro;  y  este,  si  en  las  elecciones  le  denunciaron  trabajos, 
intrigas,  agentes  del  Gobierno  Nacional,  tratando  de  favo- 
recer una  política  cualquiera. 

Debe  prevenirse  que  el  naalogrado  Alsina,  no  estaba  en 
relación  sino  oficiales,  como  Vice-Presidente,  con  el  Gobier- 
no Nacional,  dejándose  mas  bien  traslucir  una  tendencia  á 
oposición. 

La  administración  Castro  dejó  también  traslucir  una 
€ierta  inclinación  á  mitrista  y  aposición,  que  no  le  estaba 
mal. 

Tratándose  de  renovar  el  personal  del  gobierno,  vencido 
el  término  del  señor  Castro,  se  presentó  como  candidato  el 
Dr.  Costa,  cuyos  negocios  fueron  arreglados  satisfactoria- 
mente, para  el  caso. 

Procedióse  á  la  elección,  y  resultó  electo,  no  obstante 
el  influjo  que  pudo  ejercer  el  señor  Castro,  el  señor  Acosta, 
lo  que  probaría  que  no  hay  gobiernos  electores  en  Buenos 
Aires  y  que  se  conservaba  la  mayoría  que  había  negado 
su  voto  al  Dr.  Elizalde  y  consocios  nacionalistas,  que  hacían 
oposición  al  Gobierno  Nacional  y  á  quienes  conservaba 
afición  el  gobierno  Castro. 

La  candidatura  Castro  no  prueba  que  tratase  de  poner 
Gobernador  elector  en  Buenos  Aires,  para  la  próxima  Presi- 
dencia, fi  doncl  Probaría  á  lo  sumo,  que  no  está  demás  un 
pan  con  otro  pedazo.  Lo  que  necesitamos  probar  es  que 
Castro  no  fué  excluido  del  Gobierno  Nacional,  y  que  Acosta 
no  debió  el  gobierno  á  la  política  electoral  del  Presidente, 
que  no  influyó  en  las  elecciones,  aunque  sea  posible  que  el 
Dr.  Alsina,  tuviese  influencia  en  Buenos  Aires. 

Pero  lo  repetimos.  Alsina  no  era  amigo  ni  sostenedor 
del  Gobierno,  y  por  tanto  ni  Castro  ni  Acosta  debieron 
su  puesto  á  la  política  electora  de  un  Presidente. 

Si  vicios  hay  y  hubo  en  las  elecciones  y  en  el  sistema 
electoral,  cuando  se  eligió  á  Castro,  y  antes  á  Alsina,  y 
andando  hacia  atrás,  á  Mitre,  que  en  1852  puso  cátedra  del 
arte  de  elegir  gobernadores  en  Buenos  Aires.    Pero  es  una 


MEMORIAS  411 

iniquidad  atribuirle  al  señor  Sarmiento  que  él  inventase 
nada  de  nuevo,  cuando  no  tuvo  una  política  electora,  ni 
se  puso  de  acuerdo  con  el  Dr.  Alsina,  á  quien  negó  toda 
ingerencia  en  el  ejército,  ocho  días  antes  de  dejar  el  go- 
bierno. 

Decididamente,  no  la  deplegó  en  Buenos  Aires;  donde 
eligieron  bajo  su  gobierno  á  Castro,  mitrista  opositor,  á 
Acosta,  alsinista,  opositor  entonces. 

Desgraciada  ó  felizmente  hay  un  documento  irrefragable 
de  la  política  electora  de  un  Presidente  en  las  Provincias, 
(pues  que  en  Buenos  Aires  no  lo  fué),  y  confesión  de  parte 
releva  de  prueba. 

Veamos  el  documento: 

La  intervención  decían  sus  ministros,  en  el  seno  del  Congreso^ 
es  una  arma  política  que  tiene  el  Presidente  (Sarmiento)  para 
sostener  las  Legislaturas,  y  Gobiernos  amigos,  y  dejar  derrocar 
á  lo  que  lo  son.» 

Citadas  estas  frases  en  letra  bastardilla,  se  hacen  notar 
como  irrecusable  testimonio. 

Sin  embarge,  algo  puede  decirse  para  atenuar  su  fnerza. 

Hemos  buscado  en  las  sesiones  del  Congreso,  esta  decla- 
ración, y  no  consta  de  la  redacción  taquigráfica  de  las 
sesiones. 

No  teniendo  fecha,  pudiera^er  que  se  nos  escape. 

Permitido  es  pues,  dudar  de  su  existencia  y  de  la  redacción 
de  la  frase,  pues  que  cinco  ministros  no  han  de  habej 
usado  la  misma.  Pidiéramos  nombre  de  autor  del  minis- 
tro que  tal  dijo,  fecha,  y  lugar,  sin  lo  cual  creeremos  que 
es  apócrifa  la  cita;  y  una  política  electora  de  un  Presidente, 
no  S9  prueba  con  palabras  de  un  ministro,  á  no  ser  que 
acuse  al  Presidente,  ni  los  hechos  constantes  no  la  com- 
prueban. 

Hablase  en  seguida  de  tal  declaración  de  Corrientes,  y 
es  de  suponer  que  á  Corrientes  se  refieren  aquellas  frases. 

En  1868,  al  recibirse  el  nuevo  Presidente  se  encontró 
con  que  le  legaban  una  intervención  pedida  tres  meses 
antes,  entre  dos  ejércitos  en  armas. 

El  Presidente  mandó  al  Ministro  Velez  á  poner  término 
al  largo  conflicto ;  este  los  desarmó  á  todos,  y  quedó  el 
partido  mitrista,  nacionalistas  ó  lo  que  quieran,  gobernando 
con  Pampin,  Guastavino,  Baibiene,  en  el  gobierno,  Torrent, 


412  OBRAS    DE   SARMIENTO 

Justo  en  el  Congreso,  Azcona,  Reguerra  en  las  comandan- 
cias. No  hubo  política  electora  del  Presidente  y  si  la  hubo^ 
fué  en  favor  de  sus  adversarios. 

Sería  á  los  tres  ó  cuatro  años  después? 

Pero  la  oposición  de  los  Mitre,  Elizalde,  Costa  y  demas^ 
ingresados  durante  los  anteriores  años,  no  fué  estorbada 
por  una  política  electora,  y  no  hay  política  sino  cuando 
hay  sistema.  No  hubo  sistema  en  Buenos  Aires,  no  lo 
hubo  en  Corrientes,  antes  de  aquella  supuesta  declara- 
ción que  los  ministros  Tejedor,  Domínguez,  Frías,  Gainza 
ó  probablemente  Avellaneda,  debieron  hacer  en  el  Congreso, 
de  la  cual  no  hay  constancia,  sin  embargo,  pues  no  tomaron 
la  palabra. 

Ocurrió  mas  tarde  un  hecho  singular  en  su  género  en 
Corrientes.  El  Gobernador  Baibiene,  dirigió  una  circular 
á  todos  los  comandantes  de  campaña,  á  todos  los  militares, 
aun  adversarios  de  su  gobierno^  invitándolos  á  ayudarlo  á 
elegir  un  gobierno  que  le  sucediere,  para  que  todos  los 
correntiiios  reunidos,  resistieran  al  Congreso,  cuando  tratase  de 
las  Misiones,  que  eran,  según  él,  de  Corrientes. 

Una  circular  le  fué  traída  original  al  Presidente  ( de 
diez  ó  doce  iguales),  con  la  firma  de  Baibiene,  y  el  Pre- 
sidente la  hizo  publicar,  para  conocimiento  de  todos.  Era 
un  gobierno  elector  el  autor  de  ella,  no  por  conjeturas, 
sino  por  un  acto  público  en  que  declaraba  que  iba  á  darse 
un  sucesor,  en  abierta  sedición  contra  la  Nación  invitando 
l)or  circulares  no  al  pueblo,  sino  á  los  militares,  á  entrar 
en  el  plan. 

Según  la  teoría  que  hace  el  mayor  de  los  crímenes  el 
ser  gobierno  elector,  y  siéndolo  Baibiene,  no  por  conje- 
turas sino  por  circulares  con  su  firma,  el  Presidente  debió- 
evitar  la  consumación   de  tan  feo  crimen. 

El  Presidente  no  procedió,  sin  embargo.  No  se  puso 
en  relación  con  los  coroneles  Sosa,  Azcona,  Insaurralde, 
Reguera,  que  denunciaban  el  atentado,  ni  con  alma  nacida 
de   Corrientes. 

El  Presidente,  sin  embargo,  manifestó  al  Consejo  de 
Ministros  sus  dudas,  no  de  que  fuese  Gobernador  elector 
Baibiene,  que  lo  era  descaradamente,  sino  de  la  obligación 
de  proceder,  contra  conato  de  sedición,  creando  por  medio 
de  comandantes  de  campaña  y  militares  un  gobierno  que- 


MEMORIAS  413 

•sublevase  la  provincia  de  Corrientes,  cuando  el  Congreso 
tratase  de  las  Misiones,  en  caso  de  resolver  otra  cosa  que 
lo  que  quería  Baibiene. 

Los  ministros  aconsejaron  esperar  á  que  se  produjesen 
hechos.  En  eso  quedó  lo  de  la  circular  sediciosa  y  electora. 
No  hubo,  ni  aun  asi,   política  electora  de  un  Presidente. 

El  asunto  no  paró  ahí,  sin  embargo.  Hubo  alborotos  en 
Corrientes,  sublevándose  Azcona,  Reguera,  Pampin,  Sosa, 
Insaurralde,  contra  el  doctor  Justo,  que  era  el  Gobernador 
de  Baibiene,  y  el  Presidente  no  creyó  necesario  intervenir 
para  asegurar  un  gobierno  contra  el  Congreso,  con  la  misma 
■discreción  con  que  la  Cámara  de  Di{)utados  no  creyó  pru- 
dente intervenir  en  Santiago,  para  restablecer  al  Q-ober- 
nador  Montes. 

Pero  no  paró  ahi  el  negocio  de  Corrientes.  Presentóse 
petición  de  intervención  á  la  Cámara  de  Diputados;  y  la 
comisión  de  Negocios  Constitucionales,  compuesta  de  los 
señores  Rawson,  Gelly,  Ocantosy  Elizalde,  que  había  acon- 
sejado no  intervenir  en  Santiago  del  Estero,  aconsejó 
intervenir  en  Corrientes,  allá  porque  nó,  y  aquí  porque  sí. 

Pero  la  Cámara  pensó  de  otro  modo,  y  después  de  un 
acalorado  debate,  en  que  los  ministros  no  dijeron  que  el 
Presidente  no  intervenía  en  favor  de  los  que  conspiraban 
contra  el  Congreso,  en  Corrientes,  como  no  había  interve- 
nido en  Santiago,  contra  los  que  conspiraban  contra  el 
mismo,  como  don  Manuel   Taboada. 

Fué,  pues,  la  Cámara,  en  inmensa  mayoría,  la  que  no 
intervino  en  Corrientes. 


Entre  Ríos 

El  Presidente  legitimo,  fué  solicitado  por  los  señores  Velez 
Várela,  Arredondo  y  Mansilla,  para  admitir  á  conferencia 
al  doctor que  se  decía  traía  encargo  de  dar  segu- 
ridades al  nuevo  Presidente,  de  sus  buenas  disposiciones, 
etcétera,  á  lo  que  se  negó  redondamente,  dando  por  toda 
contestación,  el  dicho  de  Nelson  que,  «cada  uno  cumpla 
su  deber.»  Mataron  á  Urquiza,  y  para  establecer  un  go- 
bierno regular,  fué  preciso  someter  al  homicida  que  se 
había  declarado  Gobernador  del  Entre  Ríos.    Se  nos  dice 


414  OBRAS    DR    SAHMIKNTO 

que    el  Presidente,    buscó  el  apoyo    de  los   antiguos  amigos 
nacionalistas  que   había  excluido. 

Hay  en  esta  aserción  el  mismo  error  que  trajo  la  revo- 
lución, puesto  que  con  tal  nombre  llaman  al  motin  de 
Setiembre,  y  es,  creer  que  hay  un  ejército  y  jefes  militares 
que  no  son  nacionales  sino  nacionalistas.  El  Presidente 
dispuso  de  SU  ejército,  como  Comandante  general  de  armas, 
dándosele  un  bledo  entonces  saber,  si  el  General  Mitre 
era  hermano  del  ex-Presidente;  si  el  General  Gelly  había 
sido  el  brazo  derecho  del  Brigadier  General  en  el  Paraguay, 
ni  lo  que  pensaban  los  Generales  Conesa,  Rivas,  etc.,  etc. 
Dispuso  de  las  divisiones  que  llegaban  del  Paraguay,  en 
la  forma  que  lo  juzgó  conveniente;  separó  del  mando  jefes 
y  generales,  por  razones  de  servicio,  y  en  virtud  de  sus 
facultades,  sin  mirar  á  colores  políticos,  ni  de  partidos, 
aun  el  nacionalista,  nombró  comisionado  nacional  al  doctor 
Pico,  nacionalista  y  mitrista. 

Concluida  la  guerra,  fué  nombrado  en  el  Entre  Ríos,  por 
la  junta  de  electores.  Gobernador  don  Emilio  Duportal, 
nacionalista  mitrista,  sin  que  el  Presidente  metiese  la  mano 
en  ello;  y  habiendo  este  señor  renunciado,  por  no  encontrar 
un  empréstito  que  solicitó  en  Buenos  Aires,  le  sucedió  el 
doctor  Echagüe,tan  conocido  del  Presidente,  entonces  como 
el  señor  Duportal. 

Este  caballero  dirá  si  el  Presidente  le  indujo  á  renunciar, 
habiéndole  á  su  vuelta  á  Buenos  Aires,  ocultado  en  con- 
ferencia particular,  que  ya  lo  había  hecho,  lo  que  aleja 
hasta  la  idea  de  que  indicase  al  doctor  Echagüe. 

No  hubo,  pues,  política  electoral  en  Entre  Ríos,  ni  con 
Duportal  ni  con  Echagüe. 

Santiago  del  Estero 

*c  Santiago,  dice  el  escrito  de  acusación  que  contestamos, 
«  Santiago  se  mantenía  independiente  de  la  influencia  elec- 
tora (del  Presidente)  en  su  ex  cep  ció  nal  ré  gi  men  au  to- 
no tni  co.y>    ¿Tiranía? 

Heroica  mil  veces  Santiago  !    Solo  allí  estrelló  la  intriga, 

la  cábula,  la  astucia  de  la  política  electoral  del  Presidente. 

Los  Senadores  y  Diputados  de   Santiago,  se  dormían   en 

sus  bancos,  sabiendo  que  debían  votar  wo,  cuando  aquel 


MKMOIÜAS  415 

Presidente  proponía  un  proyecto  de   ley;  y  si  cuando  no. 
¿Para  qué  saber  de   qué  se  trataba? 

El  Presidente,  sospechan  alojunos,  cuidaba  de  conservar 
aquella  joya  de  gobierno,  excepcionalmeute  autonómico,  según 
lo  declaró  el  Diputado  Rawson,  aconsejando  no  intervenir, 
ya  que  el  Presidente  no  había  querido  hacerlo  con  Montes, 
por  no  hallarse,  decía,  en  condiciones  regulares;  como  el 
carpintero  á  quien  le  llevan  una  silla  descompuesta,  y 
dice  no  debe  componerse,  porque  está  descompuesta.  ¿Y 
si  estuviera  compuesta?    Claro  es  que  debía  componerse. 

Los  nacionalistas  triunfaban,  á  la  sombra  de  tanta 
libertad. 

(Diciembre  ai  de  1878.) 

Hemos  revistado  cuatro  provincias:  Buenos  Aires,  Co- 
rrientes, Entre  Rios  y  Santiago,  y  la  disparidad  de  la  mar- 
cha de  los  sucesos  en  cada  una,  muestra  que  no  había  un 
sistema  de  política  electora,  extraña  á  sus  propios  partidos^ 
En  Santiago  no  entra  política  de  afuera,  porque  está  tira- 
nizado, y  en  Buenos  Aires  porque  es  libre.  En  Corrientes, 
una  vez  son  nacionalistas  los  preferidos  del  Presidente, 
y  otras  los  deja  librados  á  su  suerte.  No  hay,  pues,  una 
política. 

¿Habíala  en  Córdoba?  El  que  denuncia  su  existencia, 
asegura  que  en  Córdoba,  en  1874,  triunfó  el  candidato  de 
la  elección  del  pueblo.  Luego  no  hubo  política  electora  de 
un  Presidente.  Esto  sucedía  gobernando  el  doctor  Rodrí- 
guez, que  era  nacionalista,  y  no  Gobernador  elector. 
Luego  no  había  en  Córdoba,  ni  Gobernador  elector,  ni 
política  electora,  excluyendo  á  los  nacionalistas,  represen- 
tados en  su  Gobernador, 

En  San  Juan,  al  fin,  triunfó  el  pueblo,  de  la  política  elec- 
tora del  Presidente. 

¿Cuando?  ¿Cuando  el  interventor  Frías,  mandado  por  el 
Presidente,  se  entendió  con  los  partidos  y  nombraron  Go- 
bernador §L  don  ManuelJ.  Gomez^  nacionalista  contum-azf 

Luego  la  política  electora  dejaba  á  los  tiranuelos  inde- 
pendientes, como  los  Taboada,  influía  en  Córdoba  con  Ro- 
dríguez, nacionalista,  para  que  le  ganasen  las  elecciones, 
y  en  San  Juan  hacía  por  el  contrario  que  obtuviese  Go- 
mez,nacionalista,  el  triunfo? 


416  OKRAS    DK   SARMIBSNTO 

San  Luis  resiste  á  la  política  electora  del  Presidente,  cede 
á  la  de  jefes  militares  y  con  el  Senador  Qairoga  triunfa 
el  pueblo,  que  como  el  de  San  Juan  asistió  á  Santa  Rosa, 
todo  lo  cual  probará  todo  lo  que  se  quiera,  menos  que  hu- 
biese una  política  general,  pues,  á  haberla  habido,  los 
resultados  serían  iguales  en  todas  partes,  y  se  nos  dice 
que  en  Mendoza,  en  Tucuman,  Jujuy  y  allá  en  Salta,  el 
pueblo  en  mayoría  hizo  elecciones  legítimas,  adversas  á  los 
nacionalistas.  Fatiga  el  empeño  de  demostrar  la  simple 
verdad  que  arrojan  los  hechos,  y  es  que  habrán  vicios 
electorales  por  todas  partes,  á  veces,  en  favor  ó  en  contra 
de  los  nacionalistas;  pero  que  en  ninguna  se  descubre 
una  polilíca,  un  sistema  constante  en  un  cierto  sen- 
tido. 

Quiere  citarse  la  de  Santa  Fe  donde  hasta  hoy  vive  ex- 
cluido el  partido  nacionalista  del  Gobierno?  ¿Pero  no  fué 
el  Presidente  Mitre  el  que  hizo  excluir  á  Oroño?  Los 
Cullen  y  Aldao  á  los  Iturraspe,  etc.,  interviniendo  y  acep- 
tando la  revolución  hecha  contra  el  Gobernador  Oroño,  y 
que  trajo  por  consecuencia  el  triunfo  del  partido  oi)uesto, 
que  no  ha  dejado  en  diez  años  que  alcen  cabeza  por  me- 
dio de  revueltas  intentadas  los  Oroño,  Cullen,  Ahlao,  y 
los  Iturraspe,  dando  al  contrario  una  serie  de  Gober- 
nadores, tales  como  Cabal,  Pascual  Rosas,  Iriondo  y 
Bayo? 

Cuánta  impavidez  no  se  necesitaba  para  atribuir  al  sub- 
siguiente Presidente  y  á  su  política  electoral  el  estableci- 
miento de  aquellos  gobiernos  y  la  deposición  y  derrotas 
posteriores  de  Oroño!  No  hubo,  pues,  necesidad  de  políti- 
ca electora  de  un  Presidente,  desde  1868  hasta  1874,  por- 
que ya  el  ministro  Costa  le  había  ganado  de  mano,  quitado 
Gobernadores  nacionalistas,  y  ahogado  al  partido  que 
formaban  los  Cullen,  Iturraspe,  Aldao,  Oroño  y  demás 
personas  notables  de  Santa  Fe,  que  son  enemigas  de  la 
situación  creada  por  Costa  en  1867. 

Creemos  haber  probado  hasta  la  saciedad;  con  las  mis- 
mas pruebas  presentadas  en  contra,  que  si  hay  gobernado- 
res electores  en  las  Provincias,  ni  el  Presidente  Sarmiento 
introdujo  el  artículo,  ni  él  tuvo  una  política  electora. 

Hasta  aquí  hemos  refutado  las  aserciones  caprichosas, 
de  haber  tenido  el  Presidente  Sarmiento  una  política  elec- 


MEMORIAS  417 

tora,  para  obtener,  ó  diputados  por  gobernadores  electores, 
ó  senadores  por  legisladores  apócrifos,  ó  para  darse  un 
sucesor  por  la  acción  combinada  de  todos  estos  medios. 
Los  cargos  hechos  prueban  que  se  sucedían  gobiernos, 
según  lo  que  creemos  nosotros,  por  conservarse  unida  has- 
ta 1874  la  mayoría  que  nombró  un  Presidente  legítimo 
por  excelencia.  Si  influencias  perturbadoras  hubieron, 
debe  atribuirse  al  progreso  que  en  algunas  provincias  hacía 
la  oposición  en  minoría,  de  1867. 

Algunos  jefes  del  ejército  nacional  quisieron  hacer  fuer- 
za en  Mendoza  y  La  Rioja,  unos  en  favor  de  Alsina,  otros 
en  favor  de  Quintana,  ninguno  de  ellos,  en  favor,  por 
entonces,  de  la  minoría  vencida  en  1867.  Los  desórde- 
nes electorales  reprimidos  en  Buenos  Aires  por  ei  gobier- 
no nacional,  ocurrían  entre  alsinistas  y  mitristas,  ambos 
candidatos  proclamados  á  la  presidencia,  ambos  hasta  cier- 
to grado  hostiles  al  Presidente. 

Para  desvanecer  el  error,  hemos  citado  nombres  propios 
de  personas  que  darán  testimonio  de  la  verdad,  y  que  nos 
complacemos  en  reunir  aquí,  para  que  declaren  en  contra- 
rio, que  no  fueron  instrumentos,  cómplices  ó  favorecidos 
de  una  política  electoral  del  Presidente  Sarmiento;  á  sa- 
ber: diez  ministros  suyos:  los  militares  Rivas,  Arredondo, 
Vedia,  Obligado,  Roca,  al  mando  de  fuerzas;  los  goberna- 
dores Emilio  Castro,  Acosta,  Duportal,  Rodríguez,  Estrada, 
Quiroga,  Manuel  José  Gómez,  Montes,  Taboada,  los  inter- 
ventores Velez.  Frías,  y  todos  los  diputados  y  senadores  al 
Congreso. 

Recordaremos  que  el  General  Mitre  escribió  á  don  Am- 
brosio Montt  á  Chile,  antes  del  fallo  de  la  Cámara,  que 
jamas  se  habían  hecho  elecciones  mas  perfectas. 

No  olvidemos  que  las  elecciones  en  su  conjunto,  no 
fueron  el  pretexto  del  motín  de  Setiembre,  sino  la  aproba- 
ción de  las  de  Buenos  Aires,  en  las  que  el  Presidente  ni 
remotamente,  ni  por  simpatía  personal  siquiera,  tenía  ni 
ejercía  influencia.  Creemos  mas,  y  es  que  no  habría  podido 
ejercerla,  si  hubiese  querido. 

¿Quién  no  conoce  los  resortes  electorales  de  entonces,  y 
las  influencias? 

Diríamos  mas  todavía;  y  es  que  á  esa  prescindencia  de- 

TOMO  XUX.—  27 


418  OBHAS    UB   SARMIENTO 

bió  el  poder  gobernar  un  país  entregado  á  las  influencias 
personales,  ó  á  las  de  los  militares. 

Y  al  hacer  estas  observaciones  tan  positivas  viene  una 
triste  reflexión,     ¡Será  cierto,  en  efecto,  que  de  una  elección 
popular,  la  naas  legitima   que  haya  conocido  el  pais,  según 
lo  confiesan    los  que  en  ella  fueron  vencidos,  hubiese  en 
realidad  sido,  y  el  público  lo  ignore,  el  gobierno  que  mas 
libertad  haya  asegurado  en  las  elecciones,  dejando  á  los 
pueblos  errar,  aceitar,  enmendar  sus  errores, ó  agravarlos? 
Gobierno  bajo  el  cual  vivieron  los  Tabeada,  sus  enemigos, 
y  á  quienes  un  soplo  del  Presidente,  habría  hecho  desapa- 
recer, en  cuatro  ocasiones  que  le  dieron  para  anonadarlos? 
Que    solo    fuese   inexorable    con    los  jefes    de  fuerzas,    á 
quienes  excarmentó  de  su  antigua  corrupción  de  constituir- 
se en  jueces  de  elección,  y  protectores  de  libertades,  que 
no  es  su  oficio  entender;  y  que  el  Presidente  que  no  soli- 
citó votos  para  si,  y  dejó  á  todos  en  libertad  de  hacer  uso 
de  sus  medios,  buenos  ó  malos,  casi  siempre  malos,  ha- 
biendo descendido  honorablemente  de  su   puesto,  y   alejá- 
dose  del  torbellino  de  los  sucesos,  haya  de  descender  ala 
historia,  manchado  con  haber  tenido  una  política  electoral, 
que  trajo  una  revuelta  de  jefes  sus  amigos,  no  obstante  de- 
claraciones solemnes  en  contrario:  nada  mas  que  por  nece- 
sidad de  justificarlas? 

Ojalá  fuese  decoroso  declarasen  los  que  lo  hicieron, 
cuántas  propuestas  C')nfidenciales  recibió  para  proponerle 
invadir  el  Entre  Ríos,  desde  Corrientes,  deponer  á  los  Ta- 
boada  desde  Tucuman,  entre  otros  cambios,  ó  suprimir 
obstáculos  á  su  política;  y  la  respuesta  constante  que  á  todos 
dio;  como  no  es  lícito  tampoco  revelar  las  pequeñas  insu- 
rrecciones, desobediencias  y  provocaciones  de  funcionarios 
públicos,  de  militares  y  aun  de  Gobernadores  de  Provincia, 
que  desimuló  ó  corrigió,  sin  traer  perturbación  ninguna,  y 
cuya  justicia  han  reconocido  algunos  mas  tarde,  no  todos, 
pues  hay  quienes  le  guardan  incurable  enconol 

A  esos  mismos  y  á  todos,  aseguramos  en  nombre  de  la 
verdad  histórica,  que  no  hubo  una  folítica  electoral, 
regida  por  un  presidente,  ni  para  sostenerse  en  su  Gobier- 
no, por  serle  útil,  ni  para  darse  un  sucesor,  pues  quiso 
ahorrarse,  cuando  mas  no  fuese,  una  tarea  molesta  y 
ociosa. 


MEMOHIAS  419 


OTRO    DIAPASÓN 


(Diciembre  23  de  1878.) 


«Qaitad,  se  dice,  la  fuerza  de  línea  en  1874,  y  el  pueblo  no 
iiabría  sido  burlado,  con  la  falsificación  que  se  hizo...  El 
Gobierno  Nacional  entonces  ha  concurrido  á  que  la  adíxii- 
nistracion  de  la  Provincia,  (D.  Mariano  Acosta),  suprimiese 
el  libre  sufragio.» 

Habiendo  demostrado  que  no  hubo  política  electoral,  con 
los  gobernadores  como  instrumentos  del  Presidente,  ahora 
parece  que  este  alto  funcionario  ayudase  á  la  política  elec- 
toral de  aquellos. 

Gánase  algo  en  esto,  y  es  que  no  fué  el  Presidente  el  que 
se  hacía  elector,  sino  que  siéndolo  los  Gobernadores  de  Pro- 
vincia, el  Presidente  les  prestaba  apoyo  para  suprimir  el 
sufragio. 

Importa,  sin  embargo,  restablecer  la  verdad;  y  seguire- 
mos en  esto  el  plan  que  hemos  seguido  antes. 

A  las  aserciones  dogmáticas,  oponer  los  hechos  y  resta- 
blecer las  leyes  suprimidas,  invocar  los  testimonios  contem- 
poráneos. 

Hay  una  frase  oscura  en  aquella  observación.  Restablece- 
remos la  que  conviene. 

Sin  la  presencia  de  las  tropas  de  línea  en  1874,  la  parte  del 
pueblo  que  sostenía  la  candidatura  del  General  Mitre  no 
habría  sido  burlada  por  la  escandalosa  falsificación  que 
hizo  la  administración  que  había  creado,  la  parte  del  pueblo 
que  sostenía  al  Dr.  Alsina. 

Siendo  esta  la  verdad,  quita  el  carácter  de  parcialidad  y 
violencia  que  se  atribuía  al  Gobierno  Nacional  y  á  la  polí- 
tica electoral  de  un  Presidente. 

Hasta  entonces,  el  Dr.  Alsina  no  habia  disistido  de  su 
candidatura,  por  lo  que  el  Presidente  no  es  sospechable  en 
esos  actos,  ni  de  afición  á  la  del  Dr.  Avellaneda,  que  ño 
era  el  objeto  de  las  elecciones  en  Buenos  Aires;  ni  podía 
preverse  que  mas  tarde  se  asociase  Alsina  á  esta  otra 
candidatura. 

El  Dr.  Rawson,  partidario  de  la  parte  del  pueblo,  que  se  dice 
defraudada,  dirigió  una  carta  á.  un  diario,  que  una  frase 


420  OHKAS     l>ie    NAKMIKNTO 

hizo  célebre,  manifestando  su  complacencia,  hasta  hacerla 
derramar  lágrimas  de  felicidad  al  contemplar  los  progresos 
que  había  hecho  el  pueblo  de  Buenos  Aires  en  la  práctica 
de  las  elecciones,  pues  no  solo  había  reinado  la  mayor 
libertad  en  las  mesas  de  Catedral  al  Sud  y  Norte  cuyos  actos 
presenció,  sino  el  mayor  decoro  y  orden  de  parte  del  pueblo^ 
Esta  es  una  declaración  importante,  contemporánea,  de 
testigo  presencial,  y  caracterizado,  perteneciendo  á  la  parte 
del  pueblo  que  hoy  juzga  de  otro  modo. 

Las  mesas  de  Buenos  Aires  eran  catorce,  y  solo  en  una, 
casi  de  extramuros,  ocurrió  intervención  de  la  fuerza. 

En  Balvanera,  en  el  local  de  las  elecciones,  no  había 
tropas  de  linea.  Una  fuerza  estaba  acantonada  en  la  plaza 
de  Lorea,  distante  muchas  cuadras  de  la  mesa.  Cuando  su 
jefe  oyó  tiros  y  descargas  en  Balvanera,  requerido  al  efecto,  se 
dirigió  á,  la  iglesia,  lugar  de  las  elecciones,  y  cualquiera 
puede  calcular  el  tiempo  necesario  para  llegar  á  paso  de 
trote. 

Cuando  hubieron  llegado  á  las  inmediaciones,  no  se  diri- 
gieron á  la  mesa  electoral,  sino  que  guiados  por  el  humo  de 
la  fusilería,  acometieron  una  casa  de  enfrente,  que  tomaron 
sin  hacer  fuego,  prendiendo  cincuenta  y  seis  individuos  y 
tomando  setenta  fusiles  Enfield,  y  municiones,  treinta  ó 
mas  revolvers,  ochenta  ó  mas  puñales  etc.  La  lista  de  per- 
sonas y  armas  consta  del  sumario  que  se  levantó,  y  entregd 
á  un  juez. 

En  el  atrio  de  la  iglesia,  yacían  cuatro  ó  mas  cadáveres,. 
y  había  seis  ó  siete  heridos. 

Eran  estos  extragos  hechos  por  la  parte  del  pueblo  que  soste- 
tenía  la  candidatura  Mitre,  si  ti  contestación  de  ia  otra  parte 
del  pueblo^  que  sostenía  la  candidatura  Alsina. 

Había  algo  mas  de  particular.  La  parroquia  de  Balvane- 
ra, no  peca  por  adhesión  á,  Mitre  ni  á  los  nacionalistas  de 
entonces. 

Allí  tenía  partidarios  Alsina,  no  Avellaneda,  ni  el  Presi- 
dente elector.  Los  conserva  aun  en  mayoría  el  partido 
autonomista;  y  si  se  replica  que  entre  las  influencias  elec- 
torales y  sus  hombres  notables  hay  allí  federales  antiguos, 
convendráse  en  que  tienen  el  mismo  derecho  que  los  nacio- 
nalistas jwir  sang  para  votar. 
No  necesitaban,  pues,  del  fraude  para  triunfar^  pues  eran 


MKMOKIAS  421 

mil  contra  ciento,  y  asi  se  conservan  hasta  hoy.  Necesi- 
taron solo  que  no  los  acabaran  de  fusilar  los  de  la  batería 
ó  cantón  de  enfrente  de  la  iglesia,  donde  se  habían  acumu- 
lado de  antemano  armas  de  fuego  y  blancas. 

«Quítenselas  fuerzas  de  línea  (de  Balvanera  en  1874,  como 
se  dice  y  el  pueblo  habría  sido  fusilado  durante  dos  ó  tres 
horas,  operación  que  no  duró  sino  el  tiempo  necesario 
para  que  la  tropa,  al  oir  los  tiros,  llegase  de  Lorea  á 
Balvanera. 

No  ocurrió  mas  novedad  en  las  elecciones.  Si  había 
fraudes  en  algunas  parroquias,  en  Balvanera  hubo  la  mas 
criminal  agresión.  El  Dr.  Rawson  dio  testimonio  de  que 
todo  se  pasó  en  orden  en  las  parroquias  que  él  visitó,  y  esto 
quita  toda  fuerza  á  la  sospecha. 

La  captura  del  armamento  reunido  en  la  casa  cantón  de 
Balvanera,  prueba  una  violencia  preparada  de  aniemano 
en  una  parroquia  en  que  estaba  conocidamente  en  minoría 
¡a  parie  del  pueblo,  mitrista;  porque  de  las  candidaturas  de 
Mitre  ó  de  Alsina  se  trataba  solamente. 

Esta  premeditación  del  crimen,  justificaba  la  acción  de 
las  tropas  para  garantir  la  vida  de  los  hombres.  Era  un 
propósito  confesado  ó  mal  disimulado  de  ambos  partidos, 
en  lugar  de  elegir,  batirse  en  todas  las  parroquias,  teniendo 
se  decía,  cantones  en  todas  y  depósitos  de  armas. 

Consta  esto  de  los  documentos  de  entonces. 

Se  había  logrado  en  los  diarios  desacreditar  y  envilecer  á 
lapo/»ctade  seguridad,  y  los  unos  se  proponían  llevársela  por 
delante,  y  el  gobierno  no  contaba  con  medios  para  dar  la 
autoridad  y  poder. 

El  Presidente  creyó  de  su  deber  estorbar  un  escándalo 
vergonzoso;  pidió  informes  oficiales  al  Gobernador,  acerca  de 
la  situación  (corren  impresos)  y  obtenténdolos  alarmanies,  ipor 
declaraciones  de  la  policía  de  varios  homicidios  ocurridos 
en  las  afueras,  entre  gentes  preparadas  al  choque,  procedió: 

Primero.  A  hacer  imprimir  en  grandes  carteles  la  parte 
penal  de  la  ley  de  elecciones,  y  la  parte  de  la  ley  de  Jmticia 
Fícíera/ que  declara  sedición  la  violencia  en  las  elecciones,  y 
la  manera  y  requisitos  de  hacer  uso  de  la  fuerza  (nacional) 
para  reprimirla  en  el  acto  de  aparecer,  y  estos  carteles  se 
fijaron  en  las  esquinas,  para  que  los  fíándidos  no  alegasen 
ignorancias  y   desistiesen  de  su  criminal  propósito. 


422  OKrtAS     UK    SAKMiKNTO 

Segundo.  Dirigiendo  una  carta  al  señor  Gobernador,  que 
se  publicó,  reproduciendo  nota  del  Ministro  argentino  en 
Nueva  York,  dando  testimonio  (oficial)  de  como  se.  asegu- 
raba el  orden  en  las  elecciones  en  las  grandes  ciudades, 
anunciando  desde  el  día  anterior,  por  la  prensa,  los  luga- 
res en  que  estarían  colocadas  las  fuerzas,  de  á  cien,  de  á 
seiscientos  hombres,  á  mas  de  dos  empleados  de  policía  en 
cada  mesa,  etc. 

Esto  se  hacía  para  desvanecer  el  error,  muy  valido  has- 
ta entonces,  de  que  en  día  de  elecciones  la  autoridad  y 
la  fuerza  se  eclipsaban,  precisamente  cuando  mas  se  nece- 
sita hacer  respetar  las  leyes  y  garantir  las  vidas. 

Con  estas  medidas  previas  encaminadas  á  disipar  erro- 
res y  desarmar  resistencias  por  el  convencimiento  de  la 
sin  razón,  el  Presidente,  en  la  orden  del  día,  distribuyó 
fuerzas  de  linea  en  diversos  puntos,  y  dio  instrucciones 
escritas  y  pmadas  á  sus  jefes,  y  la  manera  de  proceder, 
conforme  á  la  ley,  en  la  represión  del  desorden. 

La  verdad  histórica,  irrefragable,  es  que  no  hizo  uso  de 
las  armas  la  tropa,  ni  aun  en  Balvanera,  donde  se  limitó 
á  desarmar  y  prender  á  los  furibundos  que  habían  muerto 
á  varios  inocentes. 

La  mas  triste  de  las  verdades  históricas  es  que  no  hubo 
justicia  para  aquellas  victimas,  tan  inútilmente  sacrifi- 
cadas. 

Esta  es  la  influencia  que  las  tropas  de  línea  ejercieron 
en  las  elecciones  de  1874. 

Es  la  misma  que  por  orden  de  Lincoln  habían  ejercido 
en  Baltimore,  aun  contra  la  voluntad  del  Gobernador  se- 
paratista. 

Era  la  misma  que  ejercieron,  después  en  la  Carolina 
del  Sur  y  en  la  Luisiana  en  elecciones,  limitándose  á  es- 
torbar actos  de  violencia.  Es  la  misma,  en  fin,  que  hace 
meses  ejercieron  en  Buenos  Aires,  después  de  la  concilia- 
ción, fuerzas  de  policía  en  el  atrio  de  una  iglesia,  á  diez 
pasos  de  las  mesas,  haciendo  fuego  sobre  perturbadores, 
dando  muerte  á  uno  é  hiriendo  á  cuatro,  aunque  no  sepa- 
mos si  La  Nación  reprobaba  esta  vez  el  acto  que  hoy  se 
denuncia  como  coacción  del  voto,  no  dicen  si  de  los  muer- 
tos ó  heridos  en  el  atrio  de  Balvanera,  ó  de  los  cincuenta 
y  seis  tiradores  acantonados  enfrente,  para  fusilar  mesas 


MEMORIAS  423 

donde  no  podía  haber  fraude,  pues  era  en  la  parroquia  en 
que  es  hasta  hoy  mas  fuerte  el  partido  opositor  á  los  nacio- 
nalistas de  entonces. 

Sabemos  lo  que  son  las  preocupaciones  y  la  venda  de  los 
partidos.  Después  de  leído  lo  que  precede  volverá  árepe- 
tiise  lo  de  los  gobiernos  electores,  en  cuanto  á  la  política 
electoral  de  un  Presidente,  y  de  la  violencia  que  ejerció 
con  las  tropas  de  línea  en  las  elecciones  de  1874,  sin  la 
cual  el  pueblo / 

«Quitad,  se  dice,  la  fuerza  de  línea  de  la  elección,  en 
1874,  no  habría  sido  burlado  por  la  administración  de  don 
Mariano  Acosta.»  ¿Era  desde  la  azotea  que  da  frente  á  la 
iglesia  de  Balvanera,  que  el  pueblo  evitaba  la  falsificación 
de  votos,  que  en  aquella  parroquia  era  inútil? 

Asi  se  defiende  el  pueblo!  No  hace  tres  días  que  el  mismo 
diario  con  esa  frase  y  la  mas  chocante  falsificación  de  la 
historia,  la  resistencia  á  la  ejecución  de  las  leyes,  pretex- 
tando que  los  Estados  Unidos  debían  su  independencia  á 
un  acto  semejante. 

No  hay  hoy  ni  pretexto  siquiera  para  deprimir  actos  que 
no  fueron  aconsejados  por  miras  ni  propósitos  torcidos. 
El  Presidente,  en  1874,  nada  tenía  que  ver  con  don  Maria- 
no Acosta  ó  Alsina,  ó  Mitre,  que  se  disputaban  la  elección 
en  Buenos  Aires.  Mucho  tenía  que  cuidar,  sin  embargo, 
de  que  bajo  su  administración  y  en  ciudad  tan  grande  se 
derramase  sangre  en  combates  fratricidas.  La  sangre  fué 
derramada,  sin  embargo,  y  no  lo  fué  por  las  tropas  de 
linea,  lo  que  justifica  la  previsión  de  las  medidas  tomadas 
para  contener  el  desorden. 

DA  CAPO 

(Diciembre  30  de  1878.) 

Nuestras  señoritas,  como  que  están  en  mayor  número 
que  el  sexo  viril,  mas  al  corriente  de  los  signos  musicales, 
saben  lo  que  deben  hacer  cuando  encuentran  la  palabra 
da  capo,  que  es  volver  al  principio  de  la  pieza  que  ejecutan, 
y  repetir  segunda  vez  el  trozo  ya  ejecutado,  lo  que  hace 
un  excelente  efecto,  pues  las  sensaciones  musicales  ya  pro- 
ducidas, se  despiertan  como  un  recuerdo   plácido  y   como 


424  OBRAS    DB   SARMIENTO 

si  las  melodías  aquellas  fuesen  ya  parte  de  nuestro  ser,  ó 
un  micrófono  de  Edison. 

Así,  el  organitode  Berberia,  que  tal  se  llaman  los  que  en 
las  calles  nos  prodigan  sus  composiciones  estereotipadas, 
cuando  acaba  su  pieza  hace  da  capo  también,  y  vuelvo  el 
manubrio  á  dar  vueltas  y  vuelve  la  barcarola,  la  aria  de 
la  Sonámbula  ó  de  la  Linda  de  Chamounix  y  quien  sabe  si  la 
marsellesa  roncadora,  á  regalarnos  el  oído. 

j  Feliz  el  que  va  pasando  y  puede  acelerar  el  paso,  des- 
pués de  haberle  arrojado  al  diletantii  un  cuarto!  ¡feliz  mil 
veces  feliz,  el  que  puede  cerrar  su  ventana,  para  no  oir 
segunda  y  tercera  vez,  la  acreditada  aria:  La  politica  elec- 
toral de  un  Presidente ;  acreditada  en  el  original,  pero  maldi- 
tamente trtKiucida  en  el  organito,  por  faltarle  á  este  tres 
ó  cuatro  dientes  de  bronce,  y  ostentar  ademas  sendas 
grietas  ^por  donde  silva,  ronca  y  gime  el  aire,  no  obstante 
el  paño  verde  que  lo  cubre,  desafinando  cada  vez  mas» 
á  medida  que  vuelve  da  capo,  la   misma  pieza. 

No  obstante  que  los  ingleses  tenían  ya  tfte  eommon  law, 
el  derecho  contra  toda  public  nuisances,  traducción  del 
commodo  et  inoommodo,  del  derecho  romano,  han  arrancado 
al  Parlamento,  ( no  se  dice  si  por  una  manifestación  mons- 
truo), el  derecno  de  notificar  al  del  organito  que  siga  su 
camino,  so  pena  de  mandarlo  al  work  house  por  vago  y 
mal  entretenido,  si  persiste  en  horadar  el  oído  de  las 
personas  honradas,  que  no  quieren  oir  la  sexta  edición 
de  politica  electoral  de  un  Presidente,  aunque  venga  acompañada 
d&  cimbales  y  tambora.  Nuestro  Código  Civil  ha  refrescado 
la  vieja  idea  del  de  commodo  et  incommodo,  en  nuestro  derecho; 
pero  no  alcanza  á  la  imprenta,  que  es  libre,  ni  contra  las 
viejas  costumbres  que  han  dejacio  en  los  ánimos  la  tradi- 
ción de  la  ventaja  de  repetir  mañana  y  tarde,  al  despertar, 
al  comer,  y  al  dormir,  al  bostezar  ó  estornudar:  viva  el 
Restaurador  de  las  leyes  \  mueran  los  salvajes  wiitariosl  que  así  se 
vence  al  fin,  y  se  embute  una  idea  ó  una  mentira,  á  fuerza 
de  repetirla  en  el  ánimo  desapasionado  y  distraído  del  audi- 
torio. 

Queda  establecido  pues,  que  hubo  una  política  electora, 
que  produjo  un  Presidente  regularizado,  rescatado  y  hecho 
de  nuevo,  á  neuf;  porque  si  ponemos  en  duda  la  mas  pe- 
queña parte  de  la  proposición,  á  Dios.  ..da.  cápoI  y  princi- 


MEMORIAS  425 

piará  de  nuevo  el  organito,  con  la  consabida  pieza  y  refuerzo 
de  ronquidos,  resoplidos,  y  suspiros  del  malhadado  instru- 
mento. 

Se  declara,  pues,  suficientemente  debatido  el  asunto;  y 
sometido  á  votación,  resulta  por  unanimidad,  declarado  que 
hubo  una  política  electora  de  un  Presidente. 

Y  decimos  por  unanimidad,  porque  llegado  el  caso  de  la 
votación,  se  declara,  que  los  alsinistas  no  eran  cosa,  ni  los 
que  seguían  á  Urquiza  gente,  siendo  cuando  mas  provin- 
cianos, y  unos  nacionalistas  refractarios  que  se  les  unieron, 
no  cuentan  en  la  iglesia  ortodoxa  católica,  habiéndose 
todos  ellos,  así  que  alumbraron  de  un  Presidente  elector 
en  1868,  reunídose  á,  los  buenos  creyentes,  pedidoles  perdón 
de  su  extravio  momentáneo,  y  prometídolescomoAtodo  niño 
mal  criado  ó  travieso,  no  volverlo  hacer  mas,  con  lo  que  en 
la  elección  de  1874,  el  Presidente  elector  se  encontró  solo 
con  los  gobernadores  electores  y  las  polainas  blancas,  con  los 
cuales  manipularon  un  nuevo  Presidente,  que  es  el  actual, 
á  quien  Dios  guarde! 

Este  á  su  vez,  viendo  que  no  lo  había  elegido  nadie 
en  la  Verde  y  en  Santa  Rosa,  donde  se  hacían  las  elec- 
ciones, se  dijo:  pá  los  pavos!  y  dirigiéndose  á  la  fuente 
de  toda  legitimidad  formada  por  los  mismos  que  tienen 
•el  encargo  de  lavar  niños  sucios  con  el  pecado  original 
de  venir  mal  electos,  y  administrado  que  le  fué  el  bautis- 
mo, y  recibida  la  sal  sapientiae!  que  gesto  debió  hacer! 
quedó  cristianado  y  apto  para  desempeñar  en  gracia,  las 
funciones  de  su  cargo,  que  son,  absolver  pecados  y  coa- 
ceder  indulgencias  para  los  que  en  adelante  se  cometan. 

Cómo  se  legitiman  los  gobiernos  ilegítimos,  ya  que  sabe- 
mos cómo  se  desligitiman  los  legítimos?  Vaya  un  ejemplo 
al  caso  : 

Ahí  está  Catriel.  Alzó  su  voz  autorizada  en  el  Azul,  en 
Setiembre,  contra  el  usurpador. 

Protestó  en  la  Verde,  y  prefirió  vagar  en  el  desierto, 
antes  que  reconocer  un  gobierno  usurpado. 

No  bien  supo,  empero,  que  se  tocaba  á  conciliación, 
cuando  echando  pelillos  á  la  Pampa,  se  presentó  aquí, 
reconoció  y  legitimó  al  gobierno,  recibió  sus  raciones 
atrasadas  y  va  á  ser  nombrado  Inspector  de  caballadas 
flacas  en  los  bañados  de  Palermo,  esperando  la  reunión 


426  ÜBKAS    DS    SAKMIKNTO 

del  Congreso  de  Conciliación  para  darle  un  grado,  pues- 
es  sabido  que  si  no  se  hubiese  internado  en  la  Pampa 
con  su  indiada,  Alsina  no  hubiera  tratado  de  avanzar  la 
frontera,  ni  Roca  de   acabar  con   los   indios. 

Otro  principio  absoluto,  es  que  el  Congreso  es  juez  de 
sus  elecciones,  y   el   ejército  el    juez   de    Congresos. 

El  Congreso  del  Paraná,  fué  derrocado  por  la  Legislatura 

de    Buenos    Aires,    por    ser    Derqui    elector,    luego , 

el  nacional  de  1874  hubo  de  ser  derrocado,  por  ser 
Sarmiento  elector;  y  si  no  se  produjo  el  hecho,  las  conse- 
cuencias fueron  las   mismas. 

El  intento  constituye  el  derecho  patrio,  puesto  que  pro- 
dujo la  conciliación,  desde  cuya  época  comienza  la  egira 
nacionalista,  porque  toda  legitimidad  proviene  de  la  regu- 
Jarizacion  que  dan  ó  niegan  los  nacionalistas,  ganen  ó 
pierdan  las  batallas,  sin  ptigar  las  costas  del  pleito,  que 
paga  la  nación,  porsupuesto,  de  la  que  son  apoderados 
espensados. 

Se  deben  obedecer  las  leyes?  En  absoluto,  sí;  pero  en 
particular  no.     (  Véase  como  se  defiende  el  pueblo). 

Todo  esto  queda  probado  y  aceptado.  Entre  la  abundante 
copia  de  argumentos,  se  ha  introducido  uno  nuevo,  que 
provocarla  una  segunda  cuestión  y  otra  composición  musi- 
cal que  damos  de  barato  al  diletantti.  Tal  es  la  que  resultaría 
de  este :  «  Nadie  puede  decir,  sino  de  broma,  que  el  General 
Mitre  tomó  parte  on  las  elecciones,  porque  en  verdad  es 
notorio  que  no  lo  hizo.» 

Este  es  un  nuevo  pleito  que  nos  suscitan,  tendiéndonos 
el  poncho  para  que  pisemos ;  pero  ya  nos  bastan  y  sobran 
los  porrazos  que  nos  hemos  llevado.  Conocemos  y  conoce 
Buenos  Aires,  la  austeridad  ejemplar  y  principios  del  gran 
Catón  argentino,  en  materia  de  gobiernos  electores.  Desde 
los  principios  de  su  carrera,  se  hizo  notar  por  su  rigidez. 
Nada  de  fraude,  nada  de  violencia,  nada  de  quebrar  mesas 
y  romper  los  registros.  Tuvo  discípulos  y  admiradores. 
Uno  solo  no  aprovechaba  las  lecciones,  y  en  prueba  de 
ello,  que  cuando  llegó  á  ser  Presidente,  inventó  de  todas 
})iezas  la  policía  electoral.  Al  General  Mitre,  Presidente, 
y  en  su  ausencia  á  sus  discípulos,  y  sobre  todo  á  Juan 
Evangelista,  debió  sucederles  que,  cuantas  mas  elecciones 
ganaban,  mas  rígidos,  mas  austeros,   mas  intratables   sí- 


MEMORIAS  427 

ponían,  en  materia  de  fraudes  y  elecciones,  y  como  la 
■virtud  tiene  al  fin  su  recompensa,  nunca  largaron  el  mango 
de  la  sartén,  hasta  68,  catorce  años  de  una  sola  colada,  y 
sin  tomar  resuello.  Ministro,  General  medio  vencido  y  por 
tanto  Gobernador;  Brigadier  vencedor  y  por  tanto  Presi- 
dente interino;  y  cayéndose  de  su  peso  Presidente  por  seis 
años,  para  continuar  Presidente  perpetuo  de  la  mesa  donde 
se   legitiman    los    nombramientos  hechos  por  el  Congreso- 

Los  que  sucedieron  y  habrán  de  sucederle,  habiendo  ya 
puesto  á  dos  Presidentes  su  visto  bueno,  si  bien  se  dejó 
tironear  un  poco  para  concedérselo  al  último,  por  no  estar 
muy  en  regla  sus  papeles;  y  sino  puede  preguntarse  á 
Muñoz.  Estos  legitimadores  de  elecciones  fraudulentas,  no 
gozan  sueldo,  en  diez  años  que  hace  llenan  tan  altas  fun- 
ciones; sirven  gratis,  por  puro  patriotismo  I 

Porque  toda  esta  sonata  y  aquel  eterno  jugar  de  organito, 
es  para  humillar,  para  avergonzar  de  su  origen  al  actual 
Presidente,  repitiéndole  en  todos  los  tonos:  Presidente 
ilegítimo.  Presidente  regularizado,  Presidente  sin  autoridad, 
P4^esidente  perdonado,  Presidente  recortado  á  la  medida  de 
la  Conciliación. 

El  Presidente  anterior  era  el  mas  legítimo  que  habíamos 
tenido,  «concurriendo  en  el  Congreso  de  ISQl ,  algunos  á  la 
«  SUPERCHERÍA  á  que  se  debió  su  proclamación  (número  de 
«  La  Nadan  de  ayer)  y  que  fué  legitimada  por  el  asentimiento 
«de  sus  opositores»,  Mitre,  Elizalde,  Costa,  etc. 

El  mas  legítimo,  1867,  fué  fruto  de  la  superchería,  como 
el  menos  legítimo  lo  fué  de  la  política  electoral,  1874. 

«  En  prueba  de  lo  cual,  decíamos,  aquel  Congreso  pesti- 
«  lente  en  la  mousiruosidad  que  representaba  su  personal 
«  al  concluir  aquel,  1868,  y  elegirse  al  nuevo  Presidente^ 
«  que  lo  puso  á  las  puertas  de  un  abismo,  pues  su  exis- 
«  tencia  (del  Presidente)  no  dependió  sino  de  la  suerte  de 
«  las  batallas.» 

«  Si  aun  requirieran  mas  pruebas,  añade,  presentaríamos 
la  triste  herencia  qu^  recibió  la  polUica  de  conciliación,  (la 
del  Presidente). 

«  A  la  primera  renovación,  bajo  el  imperio  de  la  conci- 
«  Ilación  (antes  decíamos  bajo  la  imperio  de  la  Constitución) 
«  será  del  iodo  regenerada  la  Cámara,)^  fruto  legítimo  en  matri- 
monio, en  segundas  nupcias,  del  Presidente. 


428  OKKA8    UK    SAKMIKISTü 

Y  el  pobre  paciente  á  quien  le  repiten  diariamente  en 
sus  barbas  que  no  es  Presidente,  sino  merced  á  la  suerte 
de  las  batallas,  tiene  que  devorar  en  silencio  las  doctrinas 
que  ha  dejado,  como  la  mala  yerba,  crecer  á  su  lado,  y 
que  lo  envuelven  y  lo  sofocan,  sin  poder  como  nuestro 
abuelo,  en  su  ínsula,  cansado  de  las  impertinencias  de 
sus  ministros  y  palacie^íos,  rebosando  en  honrada  indigna- 
ción, decir,  una  vez  por  todas  al  que  le  habían  puesto  al 
lado  para  hacerle  sentir  la  nada  de   su  poder. 

«Señor  don  Pedro  Recio,  de  mal  agüero,  natural  de 
«  Tirteafera,  lugar  que  está  á  la  derecha  mano,  como  vamos 
«  de  Caracuel  á  Almodovar  del  Campo,  á  la  mano  derecha» 
«graduado  de  Osuna,  quítese  luego  de  adelante;  y  sino 
«  voto  al  sol,  que  tomo  un  garrote,  y  que  á  garrotazos' 
«  comenzando  por  él,  no  me  ha  de  quedar  médico  en  toda 
a  la  ínsula,  á  lo  menos  de  aquellos  que  yo  entienda  que 
«  son  ignorantes;  que  á  los  médicos  sabios,  discretos  y 
«  prudentes  los  pondré  sobre  mi  cabeza,  y  los  honraré 
«  como  á  personas  divinas :  y  vuelvo  á  decir  que  se  me 
«  vaya  Pedro  Recio  de  aquí,  sino  tomaré  esta  silla  donde 
«estoy  sentado,  y  se  la  estrellaré  en  la  cabeza;  y  pidan- 
«  meló  en  residencia  (juicio  de  impeachement  )^y  yo  me 
<c  descargaré  con  decir  que  hize  servicio  á  Dios  en  matar 
«un  mal  médico,  verdugo  de  la  República.» 

Venía  tanta  cólera  de  que  le  negaban  el  acceso  á  unas 
perdices,  estando  muerto  de  hambre;  pero  ni  el  Duque,  ni 
el  médico,  tuvieron  nunca  la  crueldad  de  hacerle  sentir,  á 
cada  hora  que  no  era  tal  Gobernador  de  la  tal  ínsula  Bara- 
taría, que  acaso  entonces  habría  requerido  su  sombrero  y 
cabalgado  en  su  buen  rucio. 

Bajo  el  imperio  de  la  conciliación,  no  quedará  uno,  ni  entra- 
rá ninguno  al  Congreso,  ó  á  la  Presidencia,  nombrado 
bajo  el  imperio  de  la  Constitución,  eso  sin  que  lo  di- 
gan. 

Todas  las  provincias  (depuestos  los  Gobernadores,  encar- 
nación del  crimen)  serán  Corrientes,  donde  todo  es  de  un 
color,  cámaras,  gobierno,  jueces,  bajo  la  inspección  de  un 
Comandante  General  de  armas,  que  es  por  donde  princi- 
pia la  conciliación,  siempre,  con  su  hermano  Vice  Gober- 
nador, con  ministros  que  no  eligió  el  Gobernador,  y  con 
un  Gobernador  que  jura  por  el  sol,  que  es  no  solo  Gober- 


MBM0RIA3  429 

nador  sino  que  gobierna  por  medio  del  Comandante  Gene- 
ral de  armas. 

Nosotros  también  juramos,  por  los  Gobernadores  electo- 
res, que  bajo  el  imperio  de  la  conciliación,  las  generaciones 
venideras  hasta  la  segunda,  serán  conciliadas,  nemine  dis- 
crepante^ como  lo  fué  Baenos  Aires,  desde  1827  hasta  1851 
en  que  empezaron  las  discrepancias,  la  manía  de  querer 
pensar  de  otro  modo  que  el  Restaurador,  Conciliador,  pues 
una  idea  extrema,  ó  una  mixta,  cuando  se  convierten  en 
sistema  de  gobierno,  producen  el  mismo  efecto. 

El  lecho  de  Procusto,  es  el  metro  de  la  santa  conciliación. 
De  ese  largo,  del  largo  oficial,  ha  de  ser  el  pensamiento  de 
cada  uno.  Al  que  le  falta  se  le  estira,  al  que  le  sobrase  le 
corta;  hasta  que  la  conciliación  reúne  á  todos,  en  una 
misma  fisonomía,  y  talla  á  cordel  nacionalista,  con  derecho 
de  reversión  del  gobierno  á  su  origen:  una  revolución. 


ERRORES   ACREDITADOS 

(1882.) 

Un  diario  de  la  mañana,  asegurando  que  el  Presidente 
Sarmiento  favoreció  candidaturas,  según  lo  demuestran 
históricamente  ciertos  hechos,  se  contenta  con  saber  que 
el  General  Sarmiento  desaprueba  ahora  tales  actos,  para 
darse  por  satisfecho. 

No  hay  enemigo  mayor  de  la  verdad  que  el  historiador 
preocupado  de  su  propia  idea.  El  historiador  católico  no 
solo  ha  hecho  los  santos,  sino  que  ha  creado  los  milagros. 
Yóanse  las  historias  de  Lozano,  Zolorzano,  sobre  la  presen- 
cia é  ingerencia  decisiva  de  la  Virgen  y  del  señor  Santiago 
en  las  batallas  que  refieren.  Los  castigos  de  Dios  sobre  he- 
rejes é  infieles  se  ven  y  palpan  á  cada  estornudo. 

Por  eso  nos  santiguamos  al  toser,  bostezar,  etc. 

Así  se  escribió  la  historia  de  la  Revolución  Francesa, 
hasta  hace  poco,  perpetuando  por  la  enseñanza  y  la  apro- 
bación, los  errores  mismos  que  la  comprometieron. 

Los  liberales  que  crearon  con  sus  exigencias  las  dos  ti- 
ranías de  los  emperadores,  habrían  creado  una  tercera  de 
1870  adelante,  si  los  mas  experimentados   protagonistas. 


430  OBRA.N    DE    SARMIENTO 

Thiers,  Dufaure,  y  otros  no  hubieren  al  fin  fundado   la  Re- 
pública sobre  mejores  bases. 

Necesitamos  levantar  la  moral  política  de  la  vergonzosa 
postración  á  que  la  ha  traído  la  fraudulenta  maña  de  explo- 
tadores sin  conciencia  y  sin  antecedentes;  y  cuando  un 
escritor  tenido  por  honrado  y  republicano  sincero,  dice 
de  un  Presidente  que  tendrá  la  gloria  de  no  haber  con  dos 
mas  que  señala,  falseado  las  instituciones,  otro  asegura  que 
los  falseó,  aunque  le  acepta  la  confesión,  con  lo  que  el 
fraude  gana  un  nuevo  triunfo,  deshonrada  así  la  declaración 
que  se  tenía  por  verdadera. 

Luego,  todos  mienten,  aun  los  que  reprueban  los  hechos^ 

Cremos  que  no  ha  sido  tal  desmentido  meditado  y  que- 
remos que  no  pase  inapercibido,  sin  enderezar  la  his- 
toria ó  la  crónica,  ó  la  chismografía  que  todo  parece  la 
mismo. 

Un  acto  humano  tiene  antecedentes  y  objeto.  Anteceden- 
tes en  ideas  recibidas  ó  aceptadas,  objeto  en  esperanzas  ó 
propósitos  propios. 

Apliquemos  estas  reglas  al  caso  presente. 

El  señor  Sarmiento,  al  entrar  á  la  Legislatura  de  Bue- 
nos Aires  en  1858,  presentó  un  proyecto  de  ley  de  eleccio- 
nes, que  trataba  de  asegurar  á  todos,  al  mayor  número,  la 
libertad  del  sufragio;  y  no  pudo  hacer  pasar  su   proyecto. 

Luego  hay  un  antecedente  para  creer  que  en  todos  tiempos 
trató  de  asegurar  esta  libertad;  y  como  nadie  lo  haya  acu- 
sado de  que  entonces  de  1857  á  60,  falsifícase  votos,  es  cla- 
ro que  su  conducta  era  irreprochable,  y  conforme  á  sus 
proyectos  de  ley. 

Habiendo  estado  ausente  del  país  cuando  se  hicieron  las 
elecciones  de  Presidente  en  1868,  no  le  han  de  culpar  que 
usase  de  influencia  ninguna  torcida, 'para  ser  electo.  Re- 
cibido de  la  presidencia,  encontró  en  la  prensa  la  mas  de- 
cidida y  grosera  oposición,  y  en  la  Cámara  una  mayoría 
organizada  y  hostil.  Esta  mayoría  duró  todo  el  tiempo 
de  su  gobierno,  y  en  el  Senado  produjo  la  escena  escanda- 
losa de  un  voto  unánime  de  censura,  movido  por  pasiones 
perversas;  sin  que  opusiese  otra  política   que   defenderse. 

Hoy  consta  que  si  alguna  vez  estuvo  en  contacto  con 
los  señores  Mitre,  Quintana,  Oroño,  Granel,  Raw^son  y  otros 
de  sus  adversarios  políticos,  no  mejoró  esto,  ni  cambió  la 


MltMORlAS  431 

situación  de  los  ánimos,  continuando  hostiles  á  la  polí- 
tica, hasta  después  de  concluir  su  gobierno,  hasta  después 
de  nombrado  Senador,  donde  fuó  acusado  por  Rawson  y 
hostilizado  por  sus  antiguos  detractores,  lo  mismo  que 
antes. 

iQué  malvado  era  aquel  Presidente  para  excitar  tanta 
saña,  en  la  prensa  y  en  la  tribuna,  y  que  Santo  Bendito 
es  Roca  á  quien  no  denuncian  de  salir  de  bórdeles  como 
al  Presidente  Sarmiento! 

Es  que  han  sido  castigados  por  donde  pecaban.  Sarmiento 
como  Presidente,  tenía  el  mismo  defecto  que  Luis  Felipe 
como  rey  constitucional,  y  era  dejar  á  cada  uno  gozar  de 
su  libertad,  la  libertad  de  errar  la  primera  de  todas;  y  el 
uso  que  de  esa  amplia  libertad  hacen  los  pueblos  mal  edu- 
cados, es  atacar  ó  derrocar  el  gobierno  que  los  proteje. 
Sarmiento  era  execrable  porque  Oroño  era  el  tipo  de  las 
virtudes  republicanas,  y  Quintana  el  oráculo  de  las  ideas 
liberales.    ¿De  qué  se  quejan? 

El  señor  Sarmiento  presentó  un  nuevo  proyecto  de  ley 
de  elecciones  para  salvar  á  Buenos  Aires  de  la  combina- 
ción del  voto  de  lista,  que  ha  creado  el  gobierno  de  Rocha 
y  del  Juez  de  Paz;  y  ni  el  honor  de  considerarlo  le  hicieron 
ios  que  ahora  le  culpan  de  haber  torcido  el  voto. 

Ahora  los  republicanos  de  Francia  han  hecho  justicia  á 
ía  previsión  de  Sarmiento,  y  Rocha  á  la  estupidez  de  sus 
adversarios,  soplándoles  la  dama. 

Se  acercaron  elecciones  de  nuevo  Presidente,  y  entonces 
resulta  históricamente,  según  el  diario  aludido,  que  el  Pre- 
sidente influyó  en  el   resultado  de  la  elección. 

¿Qué  hechos  históricos  son  esos?  Deseáramos  que  al 
responder  á  esta  pregunta,  sino  se  presenta  un  documento 
se  de  el  nombre  del  testigo  que   lo  asegura. 

En  afirmaciones  en  que  va  la  verdad  de  las  institu- 
ciones, y  la  reputación  de  un  hombre  público,  que  no  es 
un  malvado,  bueno  fuera  abandonar  el  sistema  inquisi- 
torial que  hemos  heredado,  para  acusar  sin  que  el  reo  sea 
careado  con  el  testigo  que  se  pone  la  careta  del  diario — para 
lanzar  el  cargo.    Eso  se  deja  para  cronistas. 

Estamos  en  los  Hustings  de  Inglaterra  y  respondemos 
por  el   interesado  á  los  cargos,  como  el  defensor  del  reo 

Deponentes. 


432  OBRAS    DE   SARMIENTO 

El  General  Mitre  escribió  á  Chile  y  está  publicado,  que 
las  elecciones  esa  vez  eran  libres,  como  nunca.  Eeahiun 
hecho  histórico. 

El  gobierno  intervino  en  San  Juan,  y  resultó  electo  un 
enemigo  del  Presidente  y  partidario  del  General  Mitre.  Ee 
ahí  un  hecho  histórico. 

El  Presidente  ordenó  publicamente  á  todos  los  Jefes  de 
División,  abstenerse  de  tomar  parte  en  las  elecciones,  y 
resistiéndolo   Arredondo  fué  depuesto.     Hechos  históricos. 

Se  publicaron  los  papeles  encontrados  en  el  cadáver  del 
General  Ivanowí^ki  asesinado,  y  ninguno  recomendaba  can- 
didatos, ni  se  refería  á  elecciones.  Esta  fuerza  fué  pedida 
de  la  Rioja.    Hecho  histórico. 

No  se  pueden  justificar  los  hechos  negativos,  diciendo 
no  hice  esto,  no  hice  aquello;  pero  hay  como  veinte  ó 
treinta  ex-gobernadores  y  ex-ministros  de  Provincia  que 
pueden  publicar  ó  denunciar  lo  que  al  caso  se  refiera. 
Si  no  puede  ninguno  hacerlo,  es  una  fea  acción  estar 
repitiendo  que  hubo  cierta  complicidad,  que  por  debajo 
de  cuerda. . .  etc.,  etc.  El  hoy  General  Roca,  pidió  su  baja 
absoluta  ei\tonces  lo  que  prueba  que  no  estaba  entendido 
con  el  Presidente  en  materia  de  candidatos.  Hechos  fei»- 
ióricos. 

Recibido  el  nuevo  Presidente  no  podría  decir  el  que  con- 
cluyó, que  no  volvió  á  verle  mas  la  cara,  por  que  no  faltó 
á  los  deberes  y  respetos  obligados,  por  que  sería  contra  la 
verdad  estricta;  pero  los  que  suponen  tales  connivencias 
se  han  sentado  muchas  veces  á  la  mesa  del  nuevo  Presi- 
dente, y  el  señor  Sarmiento  no;  han  concurrido  á  sus 
Lunes  en  seis  años  y  el  señor  Sarmiento  no. 

¿Para  que  fines  pues  favorecería,  contra  sus  propias  doc- 
trinas, esta  presidencia?  Para  influir  sobre  ella?  No  pisó 
mas  la  casa  de  gobierno,  sino  solicitado  en  las  grandes 
crisis  para  dar  consejos  en  reuniones  públicas,  consejos 
que  daba  con  seguridad  de  que  no  serían  seguidos,  como 
no  lo  fueron  nunca.  ¿Esperando  algún  favor?  Al  dejar 
el  gobierno  pidió  uno,  y  era  desempeñar  en  la  Exposición 
de  Filadelfía  el  mismo  rol  que  ha  venido  á  desempeñar 
tan  útilmente  el  señor  Regho  Filho  del  Brasil  en  la  Conti- 
nental. ¡Cómo  lo  necesitaba  el  antiguo  huésped  de  los 
Estados  Unidos?  qué    brillo    habría    tenido    la  Exposición 


MEMORIAS  433 

Argentina  y  la  Sud-Americana  con  un  Emperador  y  ur* 
ex-Presidente,  amigo  del  Presidente  Grant  y  tan  conocido 
en  el  Departamento  de  Educación,  que  el  era  uno  de  los 
que  habían  promovido  su  creación  como  consta  de  do- 
cumentos? 

El  Presidente  en  uso  de  su  derecho,  nombró  á  un  jardi- 
nero alemán  que  no  volvió  mas,  ni  dio  cuenta  de  los  miles 
que  le  confiaron. 

Esperamos,  pues,  que  con  estos  hechos  hisiórieos,  cese  da 
mentir  la  historia  argentina,  privándose  por  desfigurarlo 
inútilmente,  del  hecho  que  mas  la  honra,  y  es  un  político 
que  desde  sus  escritos  en  Chile,  su  gestión  en  la  Provincia 
de  Buenos  Aires,  ó  en  la  de  San  Juan,  ó  como  Presidente, 
ó  como  Senador  después,  en  todos  tiempos  ha  inculcado 
de  palabra  y  de  obra,  la  rectitud  y  la  sinceridad  del  voto, 
como  la  única  salvaguardia  no  ya  de  la  libertad,  sino  de 
la  civilización  de  estos  países. 

El  publicista  de  que  nos  ocupamos  según  lo  hemos  venida 
anunciando,  hace  hoy  nuevos  estudios  sobre  la  situación 
á  que  hemos  llegado,  y  los  peligros  que  amenazan  á  toda 
la  América  española,  que  tan  incapaz  se  muestra  de  go- 
bernarse, y  es  muy  posible  que  el  hombre  de  Estado,  que 
cambió  la  lucha  interminable  y  sangrienta  de  unitarios 
y  federales  en  lucha  de  civilización  y  de  barbarie,  en  que 
podían  reunirse  todos  contra  un  bárbaro,  y  convocar  un 
Congreso;  por  la  autoridad  de  la  razón  con  Argirópolis,  nos 
dé  todavía  alguna  luz  sobre  esta  gangrena  de  la  falsifica- 
ción, por  el  fraude,  la  violencia  y  el  civilismo  indígena» 
que  ha  puesto  á  la  mayor  parte  de  las  Repúblicas  hispa- 
no-americanas  en  mano  del  primer  aventurero  audaz  y 
sin  vergüenza,  ni  principios,  que  se  alzase    con    el  poder. 


FIN   DEL   TOMO   XLIX 


Tomo  xux.— 2S 


índice  del  tomo  xlix 


Páginas 


Advertencia  del  Editor 

Introducción 

-Gimnasia  militar 

Las  culebrinas  de  San  Martin. 

Guerra  civil 

Niquivll. .   


Mendoza 

Tiroteos  de  guerrillo. 
Maniobra  frustrada... 
Sitiados 


El  campo  del  Pilar 

Instrucción  militar 

En  Chile.— Primeros  escritos 

Las  cordilleras 

Episodios  en  la  Cordillera 

Con  Cuiíiño 

Mis  campañas  en  Chile 

África 


Combate  del  20  de  Abril  en  Santiago 

La  organización  nacional.— Con  Rawson. 
Represión  militar  y  represalias  de  guerra... 

En  el  litis  pendencia 

1  Eran  represalias !!  

Caseros 

Después  de  Caseros 

Life  in  the  argentina  republic 

El  8  de  Noviembre  apuntes  para  la  historia. 

Las  provincias  y  los  provincianos 

Pavón 

Cartas  con  Mitre 

Sarmiento  á  Mitre 

Cartas  á  don  Manuel  Ocampo 

Alcance  á  la  fuja  de  servicias 

Candidato  para  presidente 


La  coz a. 


V 

1 

10 

17 

34 

31 

39 

45 

52 

67 

71 

80 

98 

110 

123 

125 

13á 

136 

142 

151 

171 

183 

190 

200 

208. 

213 

230 

237 

242 

245 

247 

izQ 

?57 

265 

269 


436  ÍNDICE  DEL   TOMO    XLIX 

Páginas 

El  uno  ó  el  otro 281 

Un  viaje  de  Nueva  York  á  Buenos  Aires.— De  23  de  Julio  al  29  de 

Agosto  de  1868 286 

Como  se  derrama  la  sangre  en  la  República  Argentina 334 

Litto.ra  Manet 362 

El  presidente  reo 366 

Sangre  y  mas  sangre  sin  una  gota  de  sangre 392 

La  política  electoral  da  un  Presidente 398 

«La  Nación»  se  chancea 407 

Otro  diapasón 419 

Da  capo 423 

Errores  acreditados 429 


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