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OBRAS
DE
D. F. SARMIENTO
OBRAS
DE
D. F. SARMIENTO
PUBLICADAS BAJO LOS AUSPICIOS DEL GOBIERNO
ARGENTINO
TOMO XLIX
MEMORIAS
BUKNOS AIRKS
7503 — Imprenta y Litografía «Mariano Moreno %. ('orrientes X!ÍH
EDITOR
A. BELIN SARMIENTO
ADVERTENCIA DEL EDITOR
Está indicado en las notas que algunas páginas de este
volumen han sido tomadas de un folleto que hemos
publicado en 1884, con el título de Introducción á las
memorias militares y foja de servicios de D. F. Sarmiento,
Ese folleto fué publicado durante la ausencia de Sar-
miento en misión á Chile y arreglado por el presente
editor, en presencia de los apuntes que nos dejara, jun-
to con la plena autorización de emplearlos en la forma
que nos pareciera conveniente, autorización de que usa-
mos entonces libremente, suprimiendo, agregando y
trasponiendo, en la plena seguridad de no apartarnos del
espíritu del autor y de que hasta los defectos serían
aprobados.
La parte inédita de los fragmentos postumos que
completan este volumen, tienen el mismo carácter que
los del folleto mencionado. Nos fueron confiados para
que redactáramos y diéramos forma, una serie de apun-
tes inconexos y arrojados al papel sin plan y á medida
que una ocurrencia hacía saltar una reminiscencia, que-
dando asaz truncos é incompletos, interrumpidos por
la agitada ancianidad y los achaques de los últimos
tiempos.
En vida de Sarmiento pudimos hacer lo que él nos
encargara; pero debíamos conservar á lo que publicara-
VI OBRAS UB MAHMIKNTO
mos después, su carácter de absoluta autenticidad, con-
formándonos al texto manuscrito que será depositado
en la Biblioteca Nacional, donde podrá cotejarse con la
publicación y cerciorarse quien quiera de la fidelidad y
respeto con que hemos puesto en orden cronológico y
ajustado páginas inconexas entre sí, que nadie hubiese
tenido quizá la paciencia de ordenar.
Declaramos, pues, que todo lo inédito de este tomo es
gen niñamente del autor y que, si bien algo hemos supri-
mido por ser repetición ó por su inoportunidad, nada
hemos agregado ni cambiado^ ni prestado generosamente
de lo nuestro, como ha dicho un crítico de anteriores
publicaciones, donde solo hemos cumplido estrictamente
los deberes de un editor, en una compilación que no
volverá á hacerse de trabajos improvisados, con rapidez
y abundancia asombrosas, corrigiéndose solo evidentes
descuidos y errores de imprenta y hasta dejándolos cada
vez que al corregirlos temiésemos desvirtuar la origina-
lidad del estilo. Estamos persuadidos ademas que la
crítica seria muy mucho mas acerba si hubiésemos dejado
todos los lunares.
Una buena parte de estos apuntes revela la intención
de demostrar que el grado de General de División tenia
por lo menos el justificativo de la antigüedad de servicios
reales en la milicia y aptitudes demostradas. Sarmiento
en su época fué cruelmente escarnecido y ridiculizado por
llevar un grado y aceptar sus emolumentos, como si fuera
debido únicamente al favoritismo y se comprende su
empeño en defenderse de tan feo cargo; pero hoy, á
parte del interés histórico y de la belleza de las narra-
ciones, parecería que igual empeño fuera aun de actualidad,
si hemos de atenernos á las aserciones de uno de sus
historiadores. Tanta ha sido la vocinglería á este respecto,
que don Guillermo J. Guerra, escritor chileno que acaba
ADVERTENCIA BEL EDITOR VII
de consagrar un hermoso estudio de 400 páginas á Sar-
miento, se ha dejado influenciar por ese ambiente y
atribuye á una especie de vanidad pueril el que Sarmiento
se creyera en efecto militar, cuando lo ha sido y notable
en el concepto desapasionado de los militares mas cua-
drados que en nuestro país han servido bajo sus órdenes,
y como si fuese en realidad incompatible para ser acree-
dor á los mas altos grados militares, el haber sabresalido
en otras ramas de la actividad humana.
El Editor.
INTRODUCCIÓN (')
Para traer á la memoria, en los últimos años de la vida
de un actor en aquella grande epopeya de la historia
argentina, la parte que á él le cupo desempeñar en tan
largo y complicado drama, conviene tener presente que
diez años después de caído el telón, el teatro mismo de
los hechos se ha modificado, no quedando de los sucesos
historia ordenada, ni de los hombres que figuraron ea
primera y segunda linea, sino rarísimos testigos y actores.
Quedan es verdad, sin alterarse, á un extremo de la
dilatada llanura, los imperturbables Andes, al otro los
grandes ríos que arrastran sus aguas tranquilas hacia el
estuario del Río de la Plata. Una y otra extensión de
territorio conservará siempre la fisonomía solemne y triste
del Desierto, rebelde á recibir la acción de la cultura; pero
las locomotoras avanzan ya en todas direcciones, dándose
silvos de inteligencia al suprimir distancias y asimilar
jurisdicciones.
¿Dónde queda hoy la Guardia de la Esquina, extremo
entonces y centro ahora de la civilización de Santa Fe?
¿Qué haría hoy Quiroga con sus bandas de descamisados,
aunque pudiera lanzar otra vez el grito de : religión ó
muerte?
Sería, empero, historia digna de un Gibbon, por el
(1) Esta introducción precede un folleto titulado ;— « Introducción á las Memo-
rias Militares y fojas de servicios de Domingo F. Sarmiento, General de División
fR. A.)— Buenos Aires, imprenta Europea, 1884, que publicó el editor de estas
obras, durante el viaje de Sarmiento á Cliile en 188i y del que incluiremos aquí
las páginas que no hagan repetición. ( Nota del Editor).
2 OBRAS DB SARMIENTO
contraste de los futuros tiempos, cuando nada quede de
lo pasado, sustituido el caballo por laloconaotora, el chasque
j.or el telégrafo, el ganado silvestre por la cultura del
suelo, y aun las razas humanas por la recolonizacion de
tan vasto país
¿Qué figuras de titanes suministrarían en aquella lucha
de descomposición, los nombres de Aldao, el fraile guerrero;
de Facundo Quiroga, llamado el tigre de los Llanos; de
Rosas, el astuto lobo, que no pertenecen á las categorías
ordinarias de la sociedad moderna? ¿Cómo explicar la
impotencia de espadas como las de Paz, Lavalle, Acha,
La Madrid y tantos héroes que la América acataba y
vinieron á oscurecerse en las nubes de polvo que levan-
taban los jinetes de la Pampa? Sucedía que los guerreros
se tornasen en escritores, cambiando la espada en punzante
buril y dejando á veces páginas que valían batallas, como
si sembraran ideas regeneradoras, donde solo se veían
ruinas ú osamentas. Este es el carácter distintivo de
aquellas guerras civiles que principiaron por matanzas,
y acabaron por razonamientos, y cuya grande batalla en-
la morada del tirano en quien se resumen todas las
resistencias coloniales, ó las creadas por los desperdicios
de la guerra de emancipación, proclama la unidad de
país tan subdividido, y una Constitución nacional bajo
los principios y condiciones que reconocen los pueblos
modernos para organizar gobiernos regulares.
Mientras que aquella historia universal de la gran guerra
civil, que principia con la abdicación de Rivadavia, no se
escriba, la opinión de cada época no verá de tan vasto
cuadro sino lo que tiene mas cerca. Los grandes centros
de población son los focos activos de la opinión pública
dominante; y es singular ver cómo los hombres y los sucesos
figuran en este escalafón de grados que la opinión contem-
poránea acuerda. Sin ir mas lejos, caído Rosas, sus suce-
sores son el objeto de la pública execración; pero separado
Buenos Aires de la masa general de los pueblos, la ambi-
ción y la necesidad de la propia defensa requieren un
ejército, y fuerza es revivir los grados dados por Rosas
como base, añadiéndoles los jefes y oficiales orientales,
venidos con el Ejército Grande y algunos jefes de la
Independencia. Los que militaron con Lavalle son admi-
INTRODUCCIÓN 3
tidos con restricciones, y mas tarde los del general Paz,
que hicieron la guerra del Brasil, apenas eran nombrados
por cuanto quedaron en la Confederación. Al fin, y cuando
con la reintegración y constitución de la República, todos
estos diversos ejércitos se funden en uno, los guerreros
de la Independencia, mediante un sobresueldo, recuperan
su puesto de honor en la lista militar.
Esto no quita que para la opinión local no haya glorias
que alcancen á las de la defensa de Buenos Aires en
que todos han tenido parte. Cepeda y Pavón tan poco
gloriosos, y la larga campaña del Paraguay á que con-
currió la mas brillante juventud. Para los que no se
hallaron en sus numerosos y poco decisivos combates no
había salvación; y como la opinión la forman los jóvenes
que escriben en la prensa, si alguno dejó de mostrarse
con hábito militar desde 1858, por ejemplo, como la opi-
nión es joven, acaso de menos de veinte años, es de temer
que en su horizonte no entren los sucesos ni los hombres
de mas de treinta. Los de setenta pertenecerían á la
historia antigua. Si deseáramos una protesta contra estas
exclusiones, iríamos á buscarla elocuente en la democrá-
tica Atenas, en aquello á que ha dado forma imperecedera
Aristófanes con la misma mano que desgarraba á Sócrates
y le preparaba con sus sarcasmos la copa de cicuta.
Nosotros los viejos, hace decir á los restos de Salamina, acusamos á esta ciudad.
Tantos combates nos darían derecho á ser alimentados por ella, al iln de nuestra
vida. Lejos de eso, somos maltraladcs, implicados en procesos, abandonados á
las burlas de los jóvenes oradores, aunque seamos sordos y demasiado débiles ya
para llenar una flauta con nuestro soplo debilitado por la edad. Poseidon debia
protejernos, pues no nos queda mas apoyo que un bastón. Balbuceando con voz
senil delante de la piedra del Tribunal, no vemos sino la sombra de la justicia,
mientras que el acusador que quiere concillarse á los jóvenes, ñus abruma con
su dialéctica, y arrastrándonos ante los jueces nos confunde á cuestiones^ tendién-
donos celadas de palabras. Su agresión turba, anonada y despedaza al pobre
Fithon, el cual inhabilitado por la edad, enmudece, y es condenado á pagar la
multa, lo que le hace decir á sus amigos, con las lágrimas en los ojos: «Me qui-
tan lo que tenia para ¡lagar mi sepultura I» Decid si no es infamia esto ? Pues
qué ! el clepsidro mata al anciano blanco de canas que en la ardiente refriega
tantas veces se cubrió de glorioso sudor, y cuyo coraje salvó la patria en
Maratón!.... (1)
( 1 ) Traducido por Paul de Saint Victor y citado en Les Deux Masques. Tom. U,
pág. 273.
4 OBRAS DE SARMIENTO
Pueden ser significativas las semblanzas de situación, y
no deja de serlo seguramente el hecho denunciado por
Aristófanes, de que es la juventud ateniense la que así
insulta las canas de Salamina y Maratón, justificando hoy
como entonces el pedido de los ancianos, de que «en adelan-
te no pudiesen los viejos ser acusados sino por los viejos,
y los jóvenes por los jóvenes.»
No se ceba por cierto nuestra democracia en disputar el
pan á los que les han creado la situación próspera de
que abusa, puesto que les aseguran con pensiones una
vida soportable. Es á la fama que se dirijen sus tiros, y
tan frecuentes y repetidos son, que al cabo desaparecen de la
vista ios títulos y de la memoria la tradición; preguntándose
en seguida, ó insinuándolo, que si no es el favor de ayer lo
que nos improvisó de favoritos en generales de la Repú-
blica. «Nos abruman con cuestiones, y nos tienden celadas
de palabras.» Mostrad vuestra foja de servicios, nos dicen,
ante cuyo argumento enmudecemos, á causa de que en el
caos de diez guerras civiles que se cruzaban entre sí, disuel-
ta la Nación en 1826, entrechocándose sus fragmentos,
uno suprimiera lo que el otro había creado, por ser su
propia acusación. Felices algunos, si á mas del hecho
de encontrarse por sucesión de servicios coroneles ó ge-
nerales vivos pueden apoyarse en algún testimonio escrito,
escapado de la conflagración, como aquellas hojas sueltas
que cubren el suelo después de una tormenta. Cáenos á
la mano, por accidente, uno de esos testimonios cuya
autenticidad proviene de que son fugaces, como suele por
ornato de la narración, decirse que la luna brillaba en
to'lo su esplendor en la época del suceso narrado, y el
abogado que acusa á un reo de homicidio le prueba con
este incidente, de una narrativa extraña al crimen, que
no era en la obscuridad de la noche que acometió á su
víctima, como lo pretendía.
El biógrafo del general D. Nicolás Vega, narrando sus
campañas, para justificar sus títulos, dice :
«Dos (lias después fué atacada la fuerza del General \ega por una división
mendocina destacada desde la ciudad de San Juan, al mando del Comandante
D. Casimiro Recuero (antes de Granaderos á Caballo). El General Vega principió
sus operaciones marchando con su división hacia las alturas de Niquivil, punto
ventajoso en que se había acampado el enemigo á una legua de Jachal, para
INTRODUCCIÓN O
encontrarlo y batirlo, lo que efectuó tomando la ofensiva y cargando al enemigo
hasta derrotarlo completamente, persiguiéndolo mas de cuatro leguas.
En esta brillante jornada se distinguieron entre otros jefes, el Coronel D.
Domingo Recaño íantes del Once de los Andes) y D. Domingo Sarmiento que era
uno de los ayudantes de Campo del General Vega, el cual atravesó los fuegos
del enemigo para llevar la orden del General al Comandante de Escuadrón D.
Julián Castro de que flanquearan al enemigo por su .derecha cuyo movimiento,
efectuado con precisión, ocasionó su completa derrota (1).
Si alguna duda dejara esta primera anotación histórica
para reconstruir una foja de servicios, confirrnaría su
autenticidad un documento público que en su época
adquirió grande notoriedad, por cuanto sirvió de base á
reclamaciones diplomáticas entre el Grobierno de Rosas
y el de Chile en 1849. El reclamo procedía de supon<^rse
probada la violación de las leyes de la neutralidad, con
los propósitos que revelaba el General Ramírez en la
siguiente carta :
«Exmo. Señor D. .Juan Manuel de Rosas:
Me honro de elevar á V. E. la adjunta carta del loco, fanático, unitario, Domingo
Sarmiento, sin duda con su malévola intención, y que creyéndome en desgracia
y que por ella fuese yo capaz de manchar mi foja de servicios siguiendo sus
alucinados planes contra nuestra independencia y santa causa federal.
A este judio unitario en la revolución salvaje que estalló en Mendoza en el Pilar
( 1829 ) lo tomé prisionero, salvándole la vida á él y á otros sin conocerlos, y por
un dCto de generosidad lo conduje á mi casa, y le noticié de ello al general
D. Benito Villafaüe, quien lo hizo trasladar á la suya, diciendo que tenía encargo
de su familia para protcjcrlo. —José Santos Ramírez, (-2)
Decidme ahora, ó joven Juez de viejas reputaciones
¿habláis nacido siquiera en 1829? sabéis lo que fué la
batalla del Pilar? un reguero de sangre. Conociais el
apodo de loco, con que habéis escarnecido, martirizado
á un hombre público, acaso dudando del acierto de sus
observaciones hijas de grande estudio y experiencia,
atribuyéndolas á un espíritu desordenado? Erais el eco
de un pobre diablo y de Rosas!
Pero estos dos testimonios traen ya indicios que habrán
(1) Biografía del señor General D. Nicolás Vega, General de los Ejércitos Nacio-
nales, escrita en 1864, con presencia de sus Memorias, páj. 14, tercera edición,
Buenos Aires, imprenta de «La Union Argentina».
(2) Tomada de los documentos presentados al Congreso por el Gobierno de Chile
dando cuenta de la misión de D. Baldomcro García, 1849.
OBRAS DE SARMIENTO
de servir mas tarde para explicar ciertos hechos, ó de-
terminar el rumbo que ya trazan al protagonista. En
1829, cuenta apenas diez y ocho años, y basta mirar á
cualquiera que hoy los tenga, para cerciorarse de que
á esa edad, el joven Sarmiento es el edecán elegido por
el General en jefe D. Nicolás Vega al mando de las
fuerzas de San Juan en Niquivil, para dar órdenes de
combate, contra las fuerzas de los Aldao de Mendoza; y
de que dos meses después, disipado aquél ejército, es
tomado prisionero en la batalla del Pilar de Mendoza; en
que triunfan los Aldao definitivamente y en la que
mueren sus compañeros sanjuaninos, nombrados como
él ad Jionorem edecanes del General en jefe D. Rudecindo
Alvarado, y por accidente muere también el Presidente
del Congreso que declaró la Independencia de las Pro-
vincias Unidas, mientras que el casi imberbe ayudante
de tres generales, en dos campañas y provincias distin-
tas, es el único en cuya vida se interesa el general ene-
migo, D. Benito Villafañe, que concurrió con fuerzas de
Facundo Quiroga á la derrota que experimentaron en .
el Pilar, y por donde tuvo el adolescente oficial la satis-
facción de combatir, aunque vencido, contra las bandas
de Facundo Quiroga, como sucumbió á la embriaguez
el fraile Aldao, dos circunstancias que le inspiraron sus
mejores obras literarias.
Todo esto y mas contienen los dos documentos citados.
De la narración circunstanciada que á esta introducción
sigue, resulta que el joven ayudante Sarmiento fué en
Mendoza puesto con otras tres personas muy conside-
radas, al servicio inmediato del General D. Rudecindo
Alvarado, Gobernador de Mendeza y General en jefe del
ejército sublevado contra los tres hermanos Aldao, que
después de la derrota de la Tablada, experimentada en
Córdoba por Juan Facundo Quiroga y el fraile Aldao,
quería estorbarles que volviesen á reorganizar fuerzas
(como en efecto lo hicieron) para restablecer la situación
perdida; ya que el partido liberal en Mendoza y San
Juan, quería por el contrario segundar las victorias al-
canzadas por el ejército del General Paz en favor de
la reconstrucción de la Nación.
Su situación al lado del General Alvarado, debida
INTRODUCCIO.V 7
■acaso al favor de la opinión que lo había elevado á ese
puesto, le proporciona ventajas envidiables de educación
militar. De las oficinas del Estado Mayor parten las
órdenes que llevan los edecanes, recibiéndose allí los
chasques de la campaña, los avisos de las fuerzas avan-
zadas sobre el múltiple enemigo, pues lo formaban el
fraile Aldao, formidable aun con sus veteranos de auxi-
liares salvados de la Tablada, D. José con cuatrocientos
hombres, y al fin Villafañe con seiscientos venidos
desde San Juan y la Rioja. Pero lo que mas le inte-
resa y apasiona es el eterno debate entre el coman-
dante de las fuerzas sublevadas, General D. Agustín
Moyano, á quien le va la vida en la demanda, con el
Gobernador, militar de la Independencia, flemático é
imperturbable en medio de los contrastes y desencantos
que originan su política de contemporización, y lo que
es peor, de inacción ante jefes militares tan experimen-
tados y unidos como los tres hermanos Aldao. Todos
ios días se renueva el mismo debate, trayendo Moyano
nuevos hechos deplorables en apoyo de su empeño
de obrar activamente, para oir nuevos argumentos del
General veterano, acostumbrado á habérselas con ene-
migos mas fuertes, para esperar el resultado de ciertas
combinaciones. . . Moyano murió fusilado, y Alvarado pudo
escribir en Montevideo la tiJusUjicacion de la conducta mi-
litar del General de la República Argentina D. Rudecindo Alva-
rado en el periodo de su mando en la Provincia de Mendoxa, 1831.
Cuando el autor de la Biografía del fraile Aldao, des-
cribiendo los horrores de que escapó en el Pilar, llamó
imbécil la política seguida, el General reclamó de esta
dura calificación; pero se le contestó con D. Félix Frías,
que ese señor Sarmiento de cuyo juicio apelaba en 1843,
era el jovencito edecán que tenía á su lado en 1S?9, y
por tanto testigo de los sucesos.
Hay ya en estos comienzos motivos de creer que si el
imberbe oficial sigue la carrera de las armas, lo hará
con ventaja en el Estado Mayor, posición en que se re-
quieren muchas de las dotes de que ya da indicios ; y
en efecto habremos de encontrarlo mientras depende de
otros jefes, oficial superior de Estado Mayor en el Ejército
Grande, Jefe del Estado Mayor del Ejército de reserva ea
8 OBHAS DE SARMIENTO
Buenos Aires, Auditor de Guerra en el Ejército expedi-
cionario con el General Paunero, etc., etc.
Llámase entre nosotros Estado Mayor á la reunión de
jefes y oficiales sin colocación que rodean al General y
de ordinario sirven mas para confundir el servicio que
para activarlo. El Estado Mayor de un ejército es, puede
decirse, el alma de ese ejército ó el corazón que renueva
la sangre y la distribuye por todo el cuerpo. « El ejército
« prusiano, dice el General norte-americano Hazen, tiene
« otro importantísimo departamento, y es el Estado Ma-
« yor. A su cabeza está el General Moltke, y en torno
« suyo se reúne la inteligencia del ejército, que lo guía y
« vigila. Los oficiales de Estado Mayor son puramente
« militares. Reúnen datos militares, del interior y del
« exterior, levantan mapas militares, guardan los archi-
« vos, pasan á, ser Jefes de estado mayor de divisiones,
« cuerpos y ejércitos, y están generalmente preparados
« para el mando en jefe.» (*).
Nuestros caudillos de ginetes tenían por Estado Mayor
un cuerpo de vaquéanos que traían escrito en sus re-
cuerdos cada accidente de las Pampas, el vado de los ríos
y arroyos, el portezuelo ó cuchilla de las montañas ó los
senderos que cruzan los bosques donde los hay. El Ejér-
cito Grande traía ademas en su Estado Mayor un Jefe que
abría diariamente el único mapa de la parte del país que
atravezaban al rumbo, y corregía no sin provecho á veces
el itenerario indicado por el vaqueano.
Hacíanse estados, tomábanse distancias, y de vez en
cuando, de aquella tienda habitada por el único jefe que
llevaba uniforme y montaba en silla, salía á excitar el
entusiasmo del ejército en marcha, el boletín de las victo-
rias alcanzadas. El último de todos fué el parte de la me-
morable y gigantezca batalla de Caseros, escrito por gala
en el escritorio y con la pluma misma de Juan Manuel de
Rosas.
Era el redactor de aquel documento histórico, decidida-
mente un experimentado Jefe de Estado Mayor, que como lO'
observaba de los prusianos el General Hazen citado, venía
(1) The school and tlie Ariiiy in Germany and Fi-ance, pág. 181»
INTRODUCCIÓN 9
preparado por feus estudios á pasar desde el Estado Mayor
al mando de divisiones ó del ejército mismo. Tan poco
preparado vienen para estas funciones nuestros jefes y
oficiales de aquella repartición, que al autor de los boletines
del ejército, acabaron por llamarle el boletinero, único honor,
salario y recompensa que obtuvieron muy buenos y leales
servicios hechos con sus caballos y sus armas propias, como
era de los fidalgos que poblaron y conquistaron la América.
Y para probar que tales documentos expresaban ciencia
y conciencia del arte de la guerra, introduciremos aquí, el
estudio político y militar que en 1841, había hecho de las
grandes batallas de Chacabuco y Maipu con las que se
presentó, por todo bagaje, en el escenario de la América
del Sur, ignorado de todos y de sí mismo el día anterior,
aplaudido y estimado al día siguiente, improvisado literato,
hombre de gobierno y leader á poco de la opinión pública,
en el país que lo hospedaba, consejero del gobierno y para
los tiranos de su patria como si fuera el único escollo que
no quitarían de su paso, por representar los grandes princi-
pios que no se extirpan, como on ne tue point les idees.
Pondremos primero ante el lector el escrito firmado por un
teniente de artillería en el «Mercurio» de Valparaíso, en Chile,
el 10 de Febrero de 1841, para que vea por su contexto,
antiguas y duraderas huellas del Jefe de Estado Mayor, ya
formado treinta años antes con toda la capacidad de juzgar,
que supone la de dirigir, y quedará justificada la alta posi-
ción que ocupó desde entonces en los negocios argentinos, y
la influencia que ha podido ejercer hasta los últimos años
de su vida, sin interrupción por cuarenta años. (*).
(1) Las observaciones que siguen en el folleto de que liemos tomado esta in-
troducción se hallan mas interesantes y mas ampliadas en los autógrafos frag-
mentarios de que nos hemos valido (sin cambiarle nada y solo cordinándolos)
para confeccionar este volumen. Lo referente á los primeros escritos del autor
en la prensa de Chile, lo hemos colocado mas adelante en su orden cronológico.
El escrito firmado Un Teniente de Arlillería, sobre la batalla de Chacabuco debut
literario de Sarmiento, se lialla en el tomo I, de sus obras, pág. i, y el subsi-
guiente «Los diez y ocho días de Chile, desde la derrota de Cancha Rayada hasta la
victoria Maipo,-» en la pág. 26 del mismo tomo. Hemos creí 3o escusado reprodu-
cirlos, aunque el autor los hubiese agregado aqui. {N. del E.)
GIMNASIA MILITAR
Debo atribuir al espíritu guerrero que habían creado las
necesidades y las grandes emociones de la empresa de
hacerse independientes, lo que hizo ensayar en San Juan
un pensamiento que es hoy institución en Francia, á saber,
la introducción de la gimnasia militar en las escuelas. El
Ministro Waldeck Rousseau acaba de pronunciar un bellí-
simo discurso en presencia de estos héroes armados de
doce años! Esa es la esperanza de la patria.
Celebrábase por entonces el 25 de Mayo, con un estusias-
mo que cuidaban de hacerlo religioso. Saludábase el sol
con descargas de fusilería donde no había cañones, todo el
pueblo reunido en la plaza de Armas, con la vista clavada
en el punto del oriente, como ha sido el rito de todos los
pueblos antiguos, por donde debía aparecer el disco del
astro que corona nuestro escudo de armas.
Los que están versados en la historia conocen las formas
de las fiestas decretadas al Ser Supremo por Robespierre,
para el 20 de Prairial.
El 25 de Mayo procuraba revivir en la raza quichua que
forma la masa íntima de las poblaciones, el culto del sol de
los incas y yo he sentido de niño, al ver asomar el primer
destello del orbe fulgurante, estremecimientos sublimes de
un sentimiento religioso que se despertaba.
Fué idea luminosa la de nuestros padres poner al disco
del sol facciones humanas, pues que para los que no entran
en las profundidades de la teología hebraica, dos cosas
iguales á una tercera, son idénticas entre sí; y si el hombre
es hecho á imagen y semejanza de Dios, Dios es seme-
jante al hombre y el hombre puede construir dioses á, sa
MEMORIAS 11
imagen y semejanza, tan seguro de no errar como coa
una proposición de Euclides.
En Buenos Aires, las damas elegantes, las lindas jóve-
nes y las niñitas adorables, vestían de blanco ese día, con
moños y cintas celestes y gorro frigio de raso lacre puesto
con mas coquetería que el cono rojo de los griegos. Acaso
era reminiscencia de aquellas galas, las que en 1864 pre-
sencié visitando al señor Presidente del Perú en el pala-
cio de Pizarro, después de haber pronunciado un discurso
en la apertura de la escuela de artes y oficios, sus hijas y
las damas de la asistencia, recibían á S. E. el ministro de
la república que fué antes Provincias Unidas del Rio de la
Plata, con el traje de corte que se recibió al General San
Martin, al tomar posesión de Lima y exhibió en un gran
sarao de condesitas y marquesitas limeñas, aquella colec-
ción de Apolos del Belvedere, de Martes y Neptunos, escul-
pidos por el cincel divino de los griegos, como los Lavalle,
Necochea, Martin Rodríguez, Bulnes, Cokrane y tantos
héroes irresistibles en la guerra y en todos los terrenos...
y cómo no había de triunfar con tales auxiliares!
En San Juan la fiesta solar no contaba con accesorios tan
imponentes ó seductores. No habiendo tropas estaciona-
das, no podía ostentar la larga formación que á la edad de
nueve años vi en la cañada de Córdoba el 25 de Mayo de 1820
del ejército arrebatado por el estúpido Bustos á la conquista
de nuestra independencia, abandonando el Desaguadero.
Conté cuatro batallones, dos de negros, ocho piezas de arti-
llería, á lo que recuerdo, y dos regimientos de caballería,
uno de húsares, á éstos les conté los botones de las dos
chamarras, cuyo número porsupuesto he olvidado ya. No
tengo la memoria de las cifras, razón sin duda por la que
no he acumulado mucho dinero que digamos.
En cambio de un pasatiempo requirido, á falta de otros,
asomó en San Juan^ como asoma la margen del disco del
sol que ha de iluminar toda la tierra, la gimnasia militar
aplicada á las escuelas.
Para solemnizar el día, era práctica en toda la república
que los niños de las escuelas asistiesen en formación á la
salva de bienvenida consagrada al sol, y un coro de alumnos
prorrumpiese en un himno de adoración, gritando entre los
estampidos del cañón y las descargas de fusilería el venire
12 OBUAS DE SARMIENTO
A ME argentino, que es la mas soberbia evocación que haya
heclio pueblo alguno al presentarse en la escena del
mundo,
Oíd, mortales, el grito sagrado,
Libertad, libertad, libertad,
Oid el ruido de rotas cadenas!
Don Ignacio Fermin Rodríguez, el venerable maestro, de
bendecida memoria, de la Escuela de la Patria, que había
sucedido á la del rey, imaginó disciplinar un cuerpo de
niños, enseñados á marchar á golpes de tambor, y á evo-
lucionar según la mas adelantada escuela de maniobra que
permitía dejar escrito en el suelo, dejando cada soldado
caer de la cartuchera un ramo de flores, un letrero legible
de una cuadra: viva la patria, porque la patria era el verbo
y el verbo era Dios, ó estaba con Dios.
El vestido era vistosísimo, como vestirían los ángeles del
cielo cuando fué preciso contener la revolución de aq uel
Luciferus, portador de luz, como si dijéramos algo como
jesuítas, que quisieran arrebatarla ó esconderla. Llevaban
calzones y chaquetas albas como ampos de nieve, ceñidos
los primeros al tobillo con moños celestes y cabos del mismo
color en la chaquetilla, la cabeza adornada con toca roja de
lanilla.
Fusiles, no había que pensar; pero se pudo obtener pres-
tadas cincuenta tercerolas de caballería, á fin de armar
una compañía, de manera que la falange hiciese á su vez.
los honores del día. Podría á éstos compararse á los efebos
y varios cumplieron en la vida azarosa que les fué depa-
rada, el juramento que prestaban los de Atenas al incorpo-
rarse en la ciudad. ( * )
El coro de cantores llevaba el traje caprichoso que es
permitido á las bandas de música. En el colegio de Santa
Rosa que fué la primera casa de educación para señori-
(1) Hé aquí ese juramento eternamente hermoso : — «No deshonraré las armas,
sagradas que la patria me confia, y no abandonaré mi compañero de fila. Com-
batiré por todo lo que es santo y sagrado, con muchos ó solo, y no entregaré á
los que me sucedan la patria disminuida, sino mas grande y mas fuerte. Obede-
ceré á los magistrados y alas leyes, y si alguno derriba las leyes ó las desobedece,
las vengaré, solo, ó con mis conciudadanos y honraré la religión de mis padres.
Invoco á los dioses en testimonio de mi Juramento ! » ( N. del E. )
MEMORIAS 13
tas, dejó un maestro don Pepe... una música de canción
nacional, descompuesto el canto, como se liace en la orques-
ta entre los diversos instrumentos, lo que acompañado de
un ofikleide para suplir la falta de bajos profundos en las
voces infantiles, nacía una música d'ensemblé perfecta.
El armamento de tropa consistía simplemente en una
pica, como la del pueblo francés, en la revolución, y no mas
laiga que el antiguo dardo ó sagaya de los negros de África.
Mas la invención capital sanjuanina consistió en pegar en
medio de la brillante y acerada moharra de hojalata una
argollita de bronce con su agarradera, de manera que al
tocar el asta, sonase contra el metal de la lanza. Cuando
echábamos armas al hombro, se oía el cliqueiis de las
argoUltas, ras! como un solo golpe. ¡Qué fusil, ni que fusil'
ni qué número uno de los Andes, cuando marcábamos el
paso y se blandengueaba la línea de derecha y después á
izquierda, haciendo como olas de fuego con las bayonetas!
Nuestras latas refulgentes echaban chispas, y parecía una
corriente de cristal que se dirigía hacia un lado y después
del otro, como león que busca el enemigo á destripar,
qucerens quem devoret...Y á la voz de alto! quedar como
plantas seculares. Y cuando decía el comandante Laval,
que fué después un pobre capitán, descansen!. .. arm!. ..
parecía que se descolgaabuna descarga deferralla... rrrrram!
y no se oía nada mas, como si el mando se hubiera acabado.
He aquí, pues, el germen de la institución del porvenir.
Deben establecerla en las escuelas de San Juan, como re-
cuerdo de la gloriosa tradición de la escuela de la patria,
que fué sin duda alguna la mas completa y adelantada
que tuvo jamas la República Argentina, puesto que yo rae
eduíjué allí, según aquel que decía, París es la mejor ciudad
del mundo... y de sustitución en sustitución, yo soy lo
mejor que hay en el mundo, idea que le viene á cada
pobre diablo que sube al poder en estas pampas y soleda-
des americanas.
En el asilo de huérfanos de la fiebre amarilla de
Buenos Aires, se han introducido con éxito los ejercicios
militares; pero habiendo el joven Krause introducídolos
en la escuela que dirige, la comisión escolar le mandó
suspender ejercicios que parecen fuera del orden de
deas á que debe conducir la enseñanza.
14 OBRAS OE SARMIENTO
La Francia; ha sido aleccionada, sin embargo en Sedan
de dos cosas: — 1° que no se debe librar la suerte de la
patria al prinier bellaco que quiera alzarse con el santa
y la limosna: 2°, y mas capital, qne el que maneja el
fusil perfeccionado, ha de tener cultivada la inteligencia.
Denme lugar aquí para un poco de pedagogía.
La guerra es y será una necesidad de la existencia.
Soy miembro de la asociación que tiene por objeto su-
primirla entre las naciones; pero las naciones deben vivir
entre tanto que se extinga.
Las ciencias aplicadas á las exigencias de la guerra
van aumentando de tal manera el poder de dañar, que
se requiere mucho estudio y preparación para disminuir
el daño propio y devolverlo con usura. Es preciso, pues,
prepararse, con tiempo, y la vida es corta. Si el soldado
es obligado, como en Europa, á llevar las armas siete
años, á fin de que á los cuatro, como pretenden los
tácticos, esté sólido en la línea de combate, el individuo
pierde la flor de su juventud, y la población, la mas
sana, robusta y perfecta reproducción de la especie, sin
contar la disminución de producción intelectual y de ri-
queza creada.
El niño, mas que el adulto, necesita ejercitar sus miem-
bros, afinar sus sentidos, ver con precisión, marchar con
garbo y disminuir la fatiga muscular, adiestrar sus manos,
etc. Pero todavía necesitaría otra clase de ejercicios que
perfeccionen su ser. El ejercicio de los juegos infantiles
ó del trabajo, forma y desarrolla al individuo; los ejer-
cicios colectivos, en cadencia, á una voz de mando, para
obtener un fin conocido, constituye la sociedad y nos
dan esa fuerza formidable que constituye los imperios.
Los egipcios no han tenido máquinas para elevar á
una cuadra de altura cantos de piedra sólidos como el
hueco de una habitación. Ved el mecanismo para traer
desde las canteras del Alto Egipto monolitos como el de
Luqsor, que está en la plaza de la Concordia en París,
sobre el sitio mismo de la gillotina. Puesta sobre rodi-
llos que ruedan sobre tablones, la cama en que reposa
es tirada por diez ó veinte mil hombres, divididos por
mitades ó cuartos, cada una empujando ó tirando la
cuerda que viene del monumento y de mitad en mitad.
M1£M0RIAS 15
va hasta la vanguardia, un músico como nuestro tambor
moderno, da el golpe y toda la columna avanza el pie
izquierdo y tam! tam! tam! lo demás lo sabe el último
cabo de cuadra. Estas son las batallas, este el poder
humano, llamado nación , . . todos á una!
Pero requiere tiempo aprender á ser nación armada y
se le puede tomar á la niñez años economizados á la
edad adulta, ganando los dos. La escuela requiere orden,
y el niño movimiento. Pueden hacer un convenio entre
maestro y discípulo. Moverse en orden.
Se ha introducido en Alemania una gimnástica artificial
con aparatos costosos y ejercicios de equilibrio que da-
rían acróbatas y hacen perder tiempo. La gimnástica
militar ahorra tiempo perdido en aprenderla en la edad
adulta y desenvuelve en el niño cualidades artísticas de
que carece naturalmente; tenerse erecto, véase sino el
defecto de los palurdos y el trabajo que cuesta á los
oficiales que disciplinan reclutas, hacerlos modificar su
allure descuajeringada, marchar con aplomo, sacar el pi©
con gracia, mover brazos y cuello con elegancia y llevar
la cabeza erguida y la vista al frente. Pero lo que no
se ve, es que los ejercicios de conjunto, forman el ru-
dimento de la asociación, habituando á contar uno con
otro, á recibir y comunicar un pensamiento único, á re-
gularizar la voluntad por consideraciones extrañas, inde-
pendientes de nosotros mismos y aun contra nuestro
sentir individual.
El paso redoblado ó el regular, ejercitan la cadencia y
el sentimiento del número que esfla música y que Platón
creía era la armonía de los cielos, de los astros. Los que en-
señan reclutas encuentran á veces reclutas que no pueden
asentar el pie á la voz de uno! dos! ni aun dándoles de
varillazos, como les sucede á los malos sargentos y me
ha sucedido á mí. Es que les falta orgánicamente el sen-
timiento del número, las progresiones aritmética y geo-
métrica, ó la simple división; si tocaran un instrumento,
no llevarían compás alguno, si bailasen, estropearían á
la compañera, etc.
Los niños necesitan, pues, aprender á obrar de con-
cierto, á ejecutar una idea, á hacer que sus piernas
aprendan á medir el largo preciso, inerrable, de manera
16 OBRAS DE SARMIENTO
que marchando al galope, lleguen á su destino de alto,
en la misma cantidad de segundos que trescientos com-
pañeros que forman la línea y han empleado la misma
cantidad de segundos en dar cien pasos á la carrera.
Hé aquí la solución del problema social, tal como lo
propone el slavo Grisogon Bortolazzi, « desarrollar el
hombre de manera que se encuentren en un justo equi-
librio, los grandes momentos del complicado mecanismo
que lo constituyen, la vis física con la intelectual, para que
la humanidad no produzca ni enanos ni sabios, ni atletas
sanguinarios ó idiotas».
A los quince años el niño sería soldado maniobrero,
ejecutando con movimientos del cuerpo solos, arias j'' tutti
de arrancar aplausos al espectador; y á los veinte sabría
matemáticas y su ojo ejercitado pondría á una i el punto
con una bala, esperando la ocasión legal de hacerle la
tilde ó atravesaño á la t, con precisión y finura.
Después, á trabajar y multiplicarse, que es el objeto y
fin de la existencia, lo uno para vivir dignamente, lo otro
para continuar la sociedad y seguir ocupando el pedazo
de la superficie del globo que nos pertenece.
LAS CULEBRINAS DE SAN MARTIN
En 1845 llegaba á París, y lo primero que solicitaba mi
-curiosidad entre los grandes monumentos, era la figura
de San Martin, el héroe de la Independencia, al que adhe-
rían nuestras ardientes simpatías de patriotas. Ver á San
Martin, hablar con él, era mi gran anhelo que debía realizar
don Manuel de Guerrico, entroduciéudome en su pre-
sencia.
Cosa singular y que viene bien recordar aquí. Mi primer
escrito en la prensa de Chile, mi diploma de escritor ame-
ricano, me viene de la descripción de la batalla de Chaca-
buco y lo que va del 11 de Febrero al 5 de Abril de 1841»
fecha del aniversario de Maipo, que también describí,
había bastado para dar al joven emigrado oscuro, una
posision brillante y asegurarle la amistad del General
don -José Gregorio de Las Heras, que cultivé largos años, así
oomo del Genera! Dehesa, del Coronel de la Plaza y del
famoso Coronel Barañao.
Todos estos jefes me ayudaron con sus testimonios á
redactar una descripción de la batalla de Maipú, que debe
ser tenida por la mas completa y verídica, puesto que era
escrita siguiendo el testimonio de los actores mismos en
aquella brillante jornada, á saber: el Teniente Dehesa que
mandaba la guardia del campamento de Cancha Rayada»
cuando los españoles en columna cerrada asaltaron el
campo por la noche; el Coronel Las Heras que salvó del
desastre la derecha, y el Coronel de la Plaza que mandaba
la artillería argentina. Y para corregir á veces la jactancia
de los bravos, el Coronel Barañao que mandaba la caballería
Tomo xuz.— t
18 OBRAS DE SARMIENTO
española y les tirabalas riendas á sus amigos los enemigos^
diciéndoles, yo cargué por ese lado y no encontré tales
tropas. ..
El escrito militar que firmaba un fingido Teniente de
artillería, describiendo la batalla de Chacabuco, no tiene
por cierto, la autenticidad histórica del otro ; pero fué de
mayores consecuencias y produjo ó aceleró un cambio de
opinión en Chile y de posición para el General San Martin.
Entre las galas de un estilo que se ignoraba á sí mismo^
se hacía sentir la viril empresa que acometía un escritor
anónimo de rehabilitar la memoria del vencedor de Chaca-
buco y de Maipo, proscrito de su patria y borrado de la
lista militar de Chile, cuya independencia aseguró defini-
tivamente, por las pasiones que aquella lucha de titanes
sublevaba entre los protagonistas.
Al presentarme, pues, en Grandbourg, residencia de San
Martin cerca de Fontainebleau, contaba de antemano con
una cordial recepción, pues que estaba informado por sus
amigos de Chile de la buena parte que me cabía en su
rehabilitación. Nuestro don Gregorio Gómez, el General
Las Heras y otros restos del mundo antiguo, me habían
recomendado con amor, con interés, y el General Blanco
díchole tan buenas cosas de mí, que me recibió el anciano
sin aquella reserva que ponía de ordinario para con los
americanos en sus palabras cuando se trataba de América.
Había en el corazón de este hombre una llaga profunda
que ocultaba á las miradas extrañas, pero que no esca-
paba á las de los que la escrudiñaban. j Tanta gloria y
tanto olvido ! ; tan grandes hechos y silencio tan profundo t
Había esperado sin murmurar cerca de treinta años la
justicia de aquella posteridad á quien apelaba en sus
últimos momentos.
«He pasado con él momentos sublimes que quedaron
siempre grabados en mi espíritu. Solos un día entero,
tocándole con maña ciertas cuerdas, reminiscencias susci-
tadas á la ventura, un retrato de Bolívar que -veía por
acaso. . . Entonces, animándose la conversación, lo he visto
transfigurarse y desaparecer á mi vista el campagnard de
Grandbourg y evocárseme el General joven, que asoma
sobre las cúspides de los Andes, paseando sus miradas,
inquisitivas sobre el nuevo horizonte abierto á su gloria.
MEMORIAS 19
Sus ojos pequeños y nublados ya por la vejez, se abrían
por momentos, y mostrádome aquellos ojos dominantes
luminosos, de que hablan todos los que le conocieron;
su espalda encorbada por los años se había enderezado,
avanzando el pecho rígido, como el de los soldados de
línea de su tiempo; su cabeza se había echado hacia
atrás,' sus hombros bajádose por la dilatación del cuello
y sus movimientos rápidos, decisivos, semejaban á los del
brioso corcel que sacude su ensortijada crin, tasca el
freno y estropea la tierra. Entonces la reducida habita-
ción en que estábamos, se había dilatado, convirtiéndose
en país, en nación ; los españoles estaban allá, el cuartel
general aquí, tal ciudad acullá, tal hacienda testigo de
una escena, mostraba sus galpones, sus caceríos y arbo-
ledas en derredor de nosotros...
Ilusión ! Un momento después, toda aquella fantasma-
goría había desaparecido. San Martin era hombre y viejo,
con debilidades terrenales, con la terrible pesadilla de
haber abandonado su patria, su gloria, huyendo de la
ovación que los pueblos americanos reservan para todos
los que los sirven.
De nuestras largas pláticas salió mi discurso de recepción
en el Instituto Histórico de Francia, (*) cuyo asunto debía
referirse á cuestiones americanas, por cuanto la historia
de Francia debía suponerse extraña á los estudios del
recipiendario. Como había sido hasta entonces un punto
muy discutido el asunto de la entrevista de Guayaquil
entre los dos campeones de la Independencia, importab.i
mucho hacer conocer la versión auténtica de uno de los
actores, el mas sincero, puesto que de su parte estuvo
la abnegación. Aquella relación fué compuesta casi bajo
el dictado de San Martin y mereció su completa aproba-
ción.
Hizo mas franca y cordial nuestra primera entrevista,
una feliz reminiscencia del General.
— Conocí un Capitán de milicias de San Juan, don Cle-
mente Sarmiento, á quien entregué después de la batalla
( 1 ) A la sesión en que sé leyó ese Discurso asistió el general San Martín, según
consta de las actas de la Sociedad. (N. del E.)
20 OBRAS DE SARMIENTO
de Chacabuco, los prisioneros españoles que debían llevarse
á San Juan.
— Es mi padre, señor, y yo vi llegar los prisioneros...
— Pero?.. Debía V. ser muy niño...
— Seis años justos, pues he nacido el 15 de Febrero y
siendo el 11 de 1817 la batalla, los prisioneros han de haber
llegado el 20 á mas tardar.
— Es raro acordarse.
— Como si fuera hoy. Mi madre había quedado con sus
chicos á cargo de mi tío el cura de la Matriz, el hoy
obispo Sarmiento y debía yo haberme escapado hacia la
plaza, cuando oí la bulla de la llegada de gentes formadas
y el alboroto popular de los que corrían de todas partes
á ver los prisioneros godos, pues no se les llamaba de
otro modo. Debí oír el nombre de mi padre que llegaba,
y siguiendo el ruido de la gente, entre hombres y caballos
que llenaban la calle (hoy Laprida) en que vivía el
Gobernador don Ignacio de la Rosa, (casa de Ferreira
después), yo aparecí asorado, pero sin desconcertarme,
dentro del salón de recibo del Gobernador, buscando con
los ojos á mi padre, y una vez encontrado y sabídose que
había pasado por entre las patas de los caballos, don
Ignacio de la Rosa me tomó en sus brazos... y he aquí
mi primer campaña militar...
Y no parezca tan impropia la calificación, teniendo
presente la época. Éralo de entusiasmo por la naciente
patria, de aparatos militares, de ruido de armas, entre
cuyo fragor me crié, pues el número 1 de los Andes se
formó en San Juan en 1814, mi padre era de la milicia
afecta al servicio del ejército, y como tal se encontró en
la batalla de Chacabuco, y tras de los prisioneros, llegó
de regreso el número 1 de los Andes á remontarse en
1818 y entraron de sargentos ocho jóvenes sanjuaninos,
entre ellos don Francisco Oro Banegas, amigo íntimo de
mi familia, el después General Maurin, y el que fué mi
primer comandante, el valiente don Javier Ángulo y otros
que sería prolijo nombrar.
Los niños no oían sino narración de combates, pues á
mas del de Chacabuco, de San Juan fueron las fuerzas
que ocuparon á Coquimbo.
Sabíamos apreciar la gloria, admirando al tambor mayor
MEMORIAS 21
en primer lugar, el serpenton y el chinesco de la música,
con relaciones formadas con un tambor chileno muy abor-
dable por su poca edad, quien en cambio de pasas de mos-
catel, nos refería como había sido la batalla, y desde el
punto de vista de un tambor debía ser digna de la his-
toria.
Recuerdo la imponente figura del Comandante Sequerra,
la del colosal Capitán Ross, francés, que corrió muchas
cuadras por alcanzar á un picaro que mo quitó el sombrero
en una noche de fuegos.
El cuartel de Santo Domingo, cerca de Ja casa paterna,
era por tanto el teatro, la escuela y el colegio de los pihue-
los del barrio, y yo me he encontrado entre mis papeles
cuando joven, no sé como venido á mis manos, el libro de
órdenes del núm. 1 de los Andes.
Cuando se sublevaron tras de los partidos políticos, la casa
del cura fué el campo neutral, donde se presentó mi padre,
enviado como parlamentario desde el Valle de Zonda, don-
de se habían asilado los leales, y recuerdo con orgullo el
tono arrogante y altanero de mi padre, el Capitán Sarmiento.
que intimaba rendición á los jefes insurrectos. Parecíame
un héroe de otra especie, al oír tal lenguaje, extrañando
que no lo matasen en el acto, tantos oficiales ceñudos y
bigotudos que arrastraban agitados sus charrascas sobre
la baldosa de la celda de mi tio el cura.
Ahorro al lector la historia de aquellos dias de alarma y
de zozobra, como pudiera contarla un historiador de ocho
años, que se halló presente en todos los paiiamentos, y vio
desfilar delante de sí. no digo el número 1 de los Andes
cuyos jefes y muchos oficiales, sargentos y tambores cono-
cía, incluso el Mayor Corro de la revolución, al Capitán
Bundicho que fusiló á Sequerra y sus tres compañeros, y vi
degradado y fusilar á su turno en la plaza pública, como
vi así mismo al tambor que recibió sus despojos, casaca
etc., y era conocido mío; no solo todo esto, sino lo que es
mas importante por lo novedoso, la entrada de las tropas
mendocinas á San Juan, al mando del Coronel Alvarado,
que después fué mi General, en persecución de los subleva-
dos que iban ya camino de la Rioja y en número de dos
mil hombres. Era aquello de nunca acabar, pasando bata-
llones, mitad tras mitad, y luego la artillería. . ,
22 OBRAS DE SARMIENTO
Oh! la artillería, no recuerdo haber visto antes cañones, y
si vi, ni la mitad tan enormes, ni tan largos, ni tan
terribles, según me dijeron, como eran las culebrinas de
Mendoza.
Eran cuatro, esbeltas y elegantes como cuello de cisne.
Debió dejarlas San Martin, como demasiado grandes para
pasar la Cordillera.
Esto era en 1820, creo. Eii 1829, las encontré en Men-
doza y forinaron la base del tren de artillería del ejército
que contra los Aldao allegó el General Moyano, de quien
fui ayudante, pasando luego al servicio del General Alva-
rado. Guando desesperando aquel de la pachorra del últi-
mo, salió á campaña en busca del enemigo, se cometió la
imprudencia de dejar en la ciudad las culebrinas, sacando
solo á campaña la artillería ligera.
Esto fué nuestra ruina. Sitiados en las Lomas de Lujan
por los enemigos, trajeron estos al fin las culebrinas y las
asestaron á nuestro campamento. La derrota de tropas,
ya desalentadas por muchos combates sin resultado, se pro-
nunció á los primeros disparos.
¿Qué sería de las culebrinas?
En 1872, siendo Presidente, visité el Parque de Buenos
Aires por no sé que motivos deservicio. Acompañábame
el Comandante para darme razón de lo que excitaba mi
inieres. Entramos en una sala donde había varias piezas
de artillería. Mírelas con interés. Como fuésemos ya de
retirada, volví á mirarlas, y mi vista no podía desprenderse
de aquellas bellas piezas de ordenanza en bronce.
— ¿Qué cañones son estos? pregunté al Comandante.
— Si creo que son unas piezas que trajo el General Pa-
checo del interior.
— ¡Las culebrinas de Mendoza! exclamé alborozado, echán-
dome sobre una de ellas, con tanta efusión como si fuera
un amigo de años ausente.
Las ingratas estaban las cuatro reunidas, prisioneras
hechas por Rosas, después de habernos destruido á nosotros,
sirviendo al fraile Aldao.
Ordené que las sacasen al patio y las aprestasen para
enviarlas á Mendoza, devolviéndole aquellas prendas, como
devolví á San Juan dos piezas que Saá se trajo á San Luis.
Pero Comandante y Edecán eran de aquí, y no obstante
MEMORIAS 23
contarles casi enternecido esta liisioria de familia, aquellas
relaciones de las culebrinas conmigo desde la edad de
nueve años, supe tarde para remediarlo, que la orden no
había sido cumplida.
Deben estar aun en el Parque, inútiles ahora, que con
los'estudios de la resistencia de los metales y la fuerza de
los explosivos, los cañones modernos han suplantado á
nuestras antiguas piezas de sitio.
GUERRA CIVIL
Hace treinta y tres años dejé consignados estos re-
cuerdos.
«El presbítero don José de Oro, mi tio, llevóme de la es-
cuela á su lado (1824), enseñóme el latin, acompáñele en
su destierro á, San Lnis, y tanto nos amábamos, maestro y
discípulo, tantos coloquios tuvimos, él hablandoy escuchán-
dolo yo con ahinco, que á hacer de ellos uno solo, reputo
que daría un discurso que necesitaría dos años para ser
pronunciado. Mi inteligencia se amoldó bajo la impresión
de la suya, y á él debo los instintos por la vida pública, mi
amor á la libertad y á la patria, y mi consagración al estu-
dio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron distraer-
me, ni el destierro, ni la pobreza, ni la ausencia de largos
años. Salí de sus manos con la razón formada á los quin-
ce años, valentón como él, insolente contra los mandatarios
absolutos, caballeresco y vanidoso, honrado como un ángel,
con nociones sobre muchas cosas, y recargado de hechos,
de recuerdos y de historias de lo pasado y de lo entonces
presente, que me han habilitado después para tomar con
facilidad el hilo y el espíritu de los acontecimientos, apa-
sionarme por lo bueno, hablar y escribir duro y recio, sin
que la prensa periódica me hallase desprovisto de fondo
para el despilfarro de ideas y pensamientos que reclama. (*)
Buscaba esta página solo para encontrar consignado en
ella que pasamos dos años conversando de lo pasado y me
encuentro que en 1850, que aun no había aparecido en la
escena pública de este lado de los Andes, ya me atribuía el
carácter que creo haber mostrado después.
Pero aquel pasado de que me entretenía el presbítero.
(1) Recuerdos de Provincia, pág. 85.
MEMOKIAS 25
militar, era la campaña del Ejército de los Andes, la bata-
lla de Chacabuco, la guerra de la Independencia, el Con-
greso de Tucuman de que había sido diputado su hermano,
el ilustre padre dominico, fray Justo Santa María de Oro,
y los recientes acontecimientos, y su oposición católica li-
beral á la política innovadora del doctor Salvador María
del Carril, quien fué depuesto por un motin de la guarni-
ción y restablecido por fuerzas de Mendoza, al mando de
los hermanos Aldao, liberales entonces.
Oíamos cañonazos desde su viña que está al Norte de la
ciudad, y me decía: — se están batiendo en el Pósito — Arre-
cian los cañonazos: — Como que se acercan— Para él era
grave el caso; no lo vi inmutarse, hasta que una hora des-
pués se oyeron repiques que anunciaban plegarias en la
iglesia matriz — Huml hizo con un movimiento de desprecio,
han derrotado á los nuestros — Mas tarde vimos pasar los
dispersos y al día siguiente me dijo: — ándate á tu casa, que
yo te llamaré.
Entonces se trasladó á San Francisco del Monte en San
Luis, donde fui luego á reunírmele como está contado en
otra parte.
Siendo Presidente, y anunciando al Gobernador de
San Luis, Ortiz Estrada, que visitaría pronto aquella
localidad, encargúele preguntase á los habitantes si
recordaban los que sobreviviesen, al niño sanjuanino
que tenía el cura Oro á su lado y les dijese que ese
era el Presidente. Contestaron afirmativamente una
Señora' Quiroga que en 1825 era una guapa muchacha,
y una Camargo que vivía á corta distancia.
Pero le encargaba también informarle del paradero de
una inscripción tallada por mi, en una triple curva de
madera de algarrobo y transcribirme copia. Hizolo así,
encontróla en la sacristía y decía:
Unus Deus, Una eclesia, unus baptema. (*)
(1) Para mostrar el camino andado, recordaremos aquí que la única inscripción
pedida por Sarmiento antes de morir y que se lialla en su tumba, en un hermoso
bajo relieve del escultor de Pol, dice como símbolo de la acción de toda su vida
Una américa libre con dioses, lengua y ríos libres para todos. Debemos añadir
que tenemos informes fidedignos de que la inscripción se conserva todavía en 1901 .
( Nota del Editor ).
26 OBRAS DE SARMIENTO
Yo esculpí este lema bajo su dictado, asintiendo fervien-
temente á su contenido y lo reproduzco ahora que sostengo
á capa y espada, la plena libertad de conciencia que
proclamó Don Salvador María del Carril, cuya oraciori
fúnebre pronuncié, rehabilitando su memoria ante la
historia, como el primero que rompió la g(acs en esta
América española.
En la edad media, en el silencio y aislamiento de los
castillos feudales, la nobleza trasmitía á sus hijos y des-
cendientes las ideas de casta, de honor, y lo que es mas
las tradiciones de la guerra, pues que su oficio era pelear
por sus propios feudos de vecino á vecino, de heredero
á heredero, y acudir al llamado del rey, con sus adherentes,
armas y caballos, para defender el país común contra el
extranjero.
Lo que precede mostrará que ocurrió lo mismo en mi
educación, trasmitiendo este caballero cruzado, este cape-
llán del Ejército de los Andes, la traducción histórica de
la parte ya ejecutada de la Independencia. Podía, pues,
continuar yo á la mayor edad, como un Par inglés al
suceder á su padre, el debate pendiente á su muerte, en
el sentido tory, pues en el seno de la familia, en las con-
versaciones diarias, ha ido atesorando datos para el de-
sempeño de sus funciones de Par de Inglatera.
A falta de torreones del castillo feudal estaban en San
Francisco como teatro de acción, « aquellas correrías so-
litarias, aquella vida selvática, en medio de gentes agrestes,
ligándose sin embargo á la cultura del espíritu por las
X)láticas y lecciones de mi maestro, mientras que mi
físico se desenvolvía al aire libre, en presencia de la
naturaleza triste de aquellos lugares, han dejado una pro-
funda impresión en mi espíritu, volviéndome de continuo
el recuerdo de la fisonomía de las personas, el aspecto
de los campos, y aun hasta el olor de la vegetación de
aquellas palmas en abanico y del árbol pege tan vistoso
y tan aromático. . .Vino á poco mi padre. Nos separamos
tristes, sin decirnos nada, estrechándome las manos, y
volviendo él los hojos para que no lo viera llorar. Ah!
Cuando nos juntamos, después de su regreso de la Con-
MEMORIAS 27
vención de Santa Fe á que fué nombrado diputado era
yo. . .unitario ! » (i)
Cuanto se debe en los acontecimientos humanos, á la
casualidad, á hechos incidentales que si se suprimen,
cambian la faz de esos acontecimientos, ó suprimen ó
ponen en evidencia un hombre.
Todo lo que me rodea de joven hasta la pubertad, es
sacerdotal. Dos tios Curas, mi preceptor clérigo, dos
obispos en mi familia, soy llevado al Seminario de Mon-
serrat de Córdoba, y sin embargo sigo, porque soy
empujado por otro camino.
Soy comerciante, por disposición testamentaria de un
tio mió y estuve al frente de negocios que me habrían
conducido á la fortuna.
Salido del Colegio, oyendo pláticas á lo Sócrates, dos
años, de omni re scibili, empecé á leer libros y sino el
primero, el segundo en importancia que cayó en mis
manos fué la Vida de Cicerón porMiddleton que Mommsen
declara un panegírico. No estaba en estado de juzgar y
recibía las primeras impresiones como blanda cera que
conserva la forma que le imprimen los objetos; pero la
historia romana era como un cuadro en que se representa
una escena de la vida, acaso una batalla, sin los ante-
cedentes que la provocaron. Yo he principiado la histo-
ria de Roma por el trágico fin de la guerra civil. La
edición española de cuatro volúmenes tiene los bustos
de todos los protagonistas de aquel sangriento drama,
Brutus, Cinna, Cesar, Pompeyo, Marco Antonio, Atticus,
Cicerón. Busco en la Biblioteca de Buenos Aires y no
encuentro la magnífica edición española y aunque Duruy
trae los mismos bustos, quisiera verlos en las mismas
páginas de la obra de Middleton, para buscar antes ó des-
pués la narración que mas impresión me hizo, la idea
que mas me chocó.
Entonces el mundo literario y político era adverso al
bando y propósitos de César que el prusiano Mommserl
halla justificable y asombroso, como lo fué Napoleón
durante sus victorias contra la libertad y el reposo de
(1) Recuerdoi de Provincia.
28 OBRAS DB SARMIBNTO
los pueblos. Ahora se vé el reverso odioso de la me-
dalla.
Creo que el lector me va á decir: basta ya lo veo; su
juventud fué un curso práctico de la guerra, bajo la
atmósfera cálida de la lucha por la Independencia que
terminó en Ayacucho y la noticia llegó á San Juan des-
pués del restablecimiento de del Carril.
El clérigo Oro, en sus largos coloquios, trasmite, como
si dejáramos el proceso con todas sus articulaciones acce-
sorias, de las cuestiones de partido que empezaban á
tomar el primer lugar: y últimamente, con el nombre
de Cicerón que vacila y cambia de partido, se presentan
al espíritu sin preparación, los personajes mas culmi-
nantes de la historia humana, hasta con sus propios
rostros, tales como se hallan esculpidos en el marmol,,
para verlos obrar, y con la imaginación juvenil, como
si los oyera hablar, levantado el telón y apartada la dis-
tancia de los siglos.
Leyendo este libro estaba ú otros de los que fueron
cayendo en mis manos, de la biblioteca de Don Ignacio
de la Rosa, pues esta venia de la de los Zaballa To-
ranso, donde probablemente existe aún, y de repente,
he aquí un grande rumor y alboroto en la ciudad. El
ya temido Quiroga entra de sorpresa con sus bandas de
Ilanistas, con el designio de disolver el contingente que
bajo las órdenes del coronel Stombac debía con el nombre
de regimiento número 18, marchar al Brasil, á reforzar
nuestras columnas diezmadas por la victoria. Perdimos
la Banda Oriental.
Nada de eso comprendía yo todavía, pero la tienda
que servía forma la esquina de la manzana á cuyo otro
extremo está, el cuartel de San Clemente; como está en
frente la que hoy es Escuela Sarmiento.
Las tropas de Quiroga desfilaron delante de mi, apos-
tado en una piedra que ocupaba la esquina y pude con-
templar aquel espectáculo que no se me ha borrado
jamas de la imaginación.
De los prisioneros tomados al Chacho sn 1863, de esos
mismos Ilanistas, acaso los hijos de los de 1827, hice
tomar una fotografía de un grupo de mas de ciento,
que el tiempo ha desmejorado y de que los litógrafos no
MEMORIAS 29
esperan buen resultado al intentar reproducirla en grande.
(1) Es de advertir que en 1827 y hasta muy arraigado
el gobierno federal de Benavides, el paisano sanjuanino,
el arriero, el viñador, el artesano vestían decentemente de
paño y estos últimos montaban exclusivamente ensilla in-
glesa. En ninguna provincia, por ser aquella exclusivamen-
te agrícola, se habían radicado tanto los buenos usos
europeos. El chiripá cruzado es invención guaraní que no
alcanzó á la falda de los Andes poblados por chilenos. Hasta
1831, el arriero sanjuanino que viajaba pa bajo, es decir
Buenos Aires, usaba sombrero de pelo forrado en hule,
aunque hiciese el mejor tiempo, pantalón angosto sajón
ó verde botella, dejando ver un flequito del calzoncillo,
bota fuerte, y pañuelos de seda á profusión, visible la
mitad de cada uno en el bolsillo ó la espalda, y la
cabeza la ciñen con una corbata negra.
Era de crispar los nervios, ver desfilar aquellas hordas
de salvajes, sucios, peludos, con andrajos de lona por ves-
tidos, con cabellos y barbas desgreñadas por falta de
afeite, en tiempos en que no se usaba la barba entera.
Yo me acuerdo del horror de ver la mía que llevaba del
coiitinente á Inglaterra, no habiéndome tomado el trabajo
de los ingleses al volver á su país de rasurarse. Shoking !
Shoklng! era la esclamacion de las damas al verme pasar.
Horrible! most horrible! hubieran esclamado al ver aque-
llas figuras patibularias, sañudas, engreídos todos de entrar
sin obstáculo á una ciudad civilizada, acaso rebozando de
dicha los soldados del número uno de los Andes, que
secuestró Quiroga á su tránsito para Tucumán, después
de la sublevación de Corro y de que el caudillo feroz y
brutal hizo el valiente núcleo de su montonera.
Todo este desfile por una calle polvorosa, en caballos
tomados en Angaco, de potreros de alfalfa y por tanto
tascando los frenos, y los ginetes hasta la mitad del cuerpo
cubiertos con los guardamontes de cuero crudo, que cubren
en efecto las piernas, y cuando se entrechocan como alas
producen un ruido de cueros de que no se puede dar cuenta
el que no ha visto estrechadas entre calles columnas de á.
(l) Conservo esa curiosa fotografía. (Nota del Editor.)
30 OBRAS DE SARMIENTO
cuatro, porque de ordinario no sabían marchar de otro
modo.
¿Y ésto es lo que defiende y sostiene el lema que yo he
tallado con mis manos, Unus Deus, una üde! ¡Este es
el partido federal ! Aquel negro pendón es la bandera
de la patria, el pabellón que flameó en Chacabuco! Estos
los enemigos de Rivadavia!. . .
Cuando el estudio me dio términos de comparación, y
no transcurrió mucho tiempo á fe, pues luego emprendí
la lectura de la Biblia con mi tio el cura Albarracín,
liberal, rivadavista; cuando tuve términos de comparación,
me pareció que la revelación de Saulo en el camino de
Damasco ha debido ser de este carácter. Algo de mons-
truoso, de inconcebible, ha debido revelarle la verdad
y dejado de perseguir, las nuevas ideas, como se lo
imprecó la visión: — Saulo! Saulol porque me persigues?
Yo estaba cambiado. Eso que veía, era simplemente
detestable. No conocía lo otro. Rivadavia había desa-
parecido de la escena, y la oposición no tenia cuerpo, ni
forma visible, ni programa. Al menos yo no sabia nada.
Quiroga pasaba su tiempo en casa del viejo Burzoa,
desplumando al monte á todos los que hacia invitar
por aquel, que se hacía un honor de imitar la servilidad
del esclavo, para adular á su propio huésped, no levan-
tando los ojos en su presencia, no hablando, trayéndole
fuego en el braserillo de plata que se usaba entonces.
Yo presencié tales escenas.
Yo seguía leyendo. Que? Todo, no del caso referido.
El Contrato social y Tomas Payne que llegaron á la
tienda de un amigo mío. — Evidencia del Cristianismo
por Paley. — Monseñor de Pratt, sobre no sé qué cosa,
y Lord Chesterfield el modelo del buen tono . . .
NIQUIVIL
Empezaba á recibir mi iniciación en las cuestiones po-
líticas. Conocí á muchas personas notables de San Juan
que eran del partido liberal. Las grandes familias colonia-
les, con excepción de los Oro eran unitarias; los jóvenes
elegantes, y los habían, seguían á sus familias.
Una división de seiscientos hombres, al mando de don
Ventura Quiroga, marchaba con rumbo á Córdoba ¿engro-
sar las fuerzas de Quiroga, que la invadía con su excelen-
te caballería casi de linea. Los Aldao habían mandado un
soberbio regimiento con casacas coloradas y que pereció en
gran parte en la batalla de la Tablada, puesto que no regre-
saron sino sesenta hombres.
La división sanjuanina se sublevó en las Quijadas, bajo
la inspiración de algunos oficiales subalternos y por medio
del sargento Soler, un negro porteño de arrogante talla y
modales decentes que se decía haber sido asistente del
General Soler. Cuando fuimos definitivamente desechos
por las fuerzas mendocinas á las órdenes de dos de los
Aldaos, pues el fraile había ido á Córdoba, fué tomado So-
ler y fusilado con seis mas.
El Gobierno de Quiroga Carril fué depuesto y se nombró
uno provisorio para mantener el orden. Así que llegaron
las fuerzas de regreso de su abandonada campaña, se nom-
bró al mayor don Nicolás Vega, Comandante general y se
estableció el campamento en el Pocito, á donde empezaron
á acudir los jóvenes de las familias aristocráticas, por
que llegaba el caso de restablecer el gobierno de las gentes
cultas.
Yo tomé mi partido. Sin hacerlo preceder de explicación
32 OBRAS DE SARMIENTO
alguna, puse orden en los papeles, cerré la tienda, y con la
llave en la mano me presenté á mi tía Angela, diciéndole:
aqui está la llave, me voy al ejército! Toda reflexión era
inútil y sin dejar la casa, pues allí vivía hacía dos años y
no en la paterna, me dirigí al Pocito, después de haber to-
mado en casa la espada de mi padre que era una pieza de
aparato, con guarniciones de entorchado.
Recibiéronme con interés y me dispensaron mil conside-
raciones, hasta que fui destinado al escuadrón del Coman-
dante don Javier Ángulo, veterano del número 1 de los
Andes y que en la batalla del Rio IV, en que el General
Morón de Mendoza, se hizo derrotar tontamente con exce-
lentes tropas, el Capitán Ángulo habia hecho heroicos es-
fuerzos por restablecer el combate.
El General Vega ha escrito una biografía suya, en que
hace la historia de aquella campaña, sin penetrar mas allá
de la corteza de los sucesos, Yo haré otra sección mas al
alcance del lector.
San Juan tuvo la desgracia de no formar un militar du-
rante la guerra de la Independencia. Todos sus capitanes
y mayores murieron jóvenes. Había ese Teniente Coronel
Quiroga Carril que era de opuesto bando y de poco valer.
Tuvo un mayor Echegaray que vino mas tarde de las Casa-
matas, donde estuvo prisionero. Mi primo, el Teniente Co-
ronel Reaño, muy valiente y de poco valer, habia dado en
borracho. Don Nicolás Vega era un Teniente de marina
español, de la Esmeralda, que pasó á los patriotas. Sirvió
en el 1° y se casó en la poderosa familia de los Furque,
con lo que se arraigó sanjaanino. A él apelaban los pa-
triotas en sus cuitas. Desgraciadamente no tenía cuali-
dades de mando, cosa que se descubría en su blanda fiso-
nomía de rico home.
Otra cosa pasaba en Mendoza. Tres hermanos militares,
dominaban la provincia hacía años, auxiliados por el mayor
Recuero y otros jefes y oficiales. En Mendoza se habia
formado el ejército de los Andes y estaban frescas las tra-
diciones de aquella organización, la maestranza funciona-
ba y abundaban armas.
En 1826, yendo á Mendoza á comprar azúcar, vi echar
retreta con una banda lisa de sesenta tambores y pífanos,
■con chaquetas de tripe punzó, que los hacía parecer ascuas.
MlíMORIAS 33
í^o he vuelto á ver en América banda de tambores igual.
El uniforme de las tropas, aun improvisadas, era en regla,
cosa que en San Juan no se cuidaba. Tenían excelente
artillería de que carecía San Juan.
Cuando se supo, pues, que venían contra nosotros fuer-
zas de Mendoza, se miraron unos á otros y se compren-
dieron todos. Pero iba á darse una batalla en Córdoba y de
ella dependía la suerte de San Juan.
El Ronco Quiroga de Jachal que era bastante intrigante,
pero que en este caso era apoyado por mi Comandante An-
gulO;, resolvieron retirarnos á Jachal, que está á cincuenta
leguas al Norte, á ganar tiempo y así se resolvió. Fuímo-
nos á Jachal y como era natural, los Aldao nos hicieron
seguir con una fuerza de caballería y fué preciso saiirle al
encuentro.
Nuestra línea de caballería también se tendió en Niqui-
vil y el combate se inició con guerrillas, tiroteos, etc. Tiene
la palabra el General Vega, en el relato fidedigno de la
campaña. Después de anunciar la victoria obtenida por
nuestras armas, continúa: — «En esta brillante jornada, se
« distinguieron don Domingo Reaña, Teniente Coronel del
« número 11 y durante la guerra del Brasil, Comandante
« de Patagones, y don Domingo Faustino Sarmiento que
«era uno de los ayudantes de campo del General Vega, el
« cual atravesó los fuegos enemigos, para llevar orden del
« General al Comandante don Julián Castro Albarracin, de
« que flanqueara al enemigo por su derecha, cuyo movi-
« miento efectuado con precisión, ocasionó su completa
« derrota.» ( ^ )
Un famoso novelista y sicólogo (2) describe las emocio-
nes de un joven que entra al servicio y se halla en una ba-
talla por primera vez. El no ha visto precisamente al
enemigo, porque hay un bosque que ataja la vista. Va mar-
chando á galope y una bala de cañón le mata cuatro sol-
dados de su escolta. El mismo neófito se encuentra con
(1) Foja de servicios del General argentino don Nicolás Vega.- Buenos Ai-
res. 1876.
(2) La Charteuse de Parrae por Stendhal en que la descripción de la batalla de
"Waterloo se parece mucho á lo que el autor relata.— A', del E.
Tomo xux.— 3
34 OBRAS DE SA.KM1ENT0
un desgaritado enemigo y lo mata. El cíiñoneo cesa, y-
encontrándose con alguien le dice que el ejército ha triun-
fado.— ¡Yo también he triunfado! — Naturalmente. — ¿Enton-
ces yo he tomado parte en la batalla? — Quien lo duda, si
hace parte del ejércitol — ¿Y habré peleado yo porque mató
á uno que iba solo? — Oh! es usted un héroe y será conde-
corado.
Yo podría decir que me sucedió lo mismo. Y'o no era pre-
cisamente ayudante de campo del General; pero él se
acercó á mi Comandante Ángulo, para decirle que man-
dase orden á un piquete que estaba á retaguardia, de' ale-
jarse del camino, y meterse en el monte con los presos
que eran el Coronel Quiroga, Carril, ex-Gobernador, y el
presbítero don Vicente Atienzo su secretario, á fin de que si
nos derrotaban, los nuestros ó los mendocinos no los ma-
tasen.
Volví á dar cuenta que dejaba cumpliéndose la orden,
cuando el General que tenía en efecto á mi primo el Coro-
nel Reaña á su lado, y cuya sonrisa me pareció no muy
del caso, vaya, me dijo Vega, á decirle al Comandante Cas-
tro que cargue, señalándomelo. Fui en efecto, y se movía
de propio motuel Comandante y tomó el aire del cuerpo. . . y
no volví á ver al General hasta los tres días; pero repito,^
yo no era su ayudante, sino del Comandante Ángulo.
Es el caso que com.enzó la persecución y no jjude ganar
á muchos la delantera, desde que toda la fuerza de
caballería pierde la formación, por no poder avanzar en
linea, entre los matorrales, y acaba por hilarse en el
camino que siguen también los dispersos unos tras de
otros.
Para mi, lo divertido del caso, eran los gritos nuestros^
y los mios de entusiasmo y de gusto de haberme encon-
trado en la refriega.
Seguimos así algún tiempo. Iba el primero un Castro,,
cuyo nombre no recuerdo, (vivían tres hermanos en la
calle Ancha del Sur). Era un atleta, y por tal recomen-
dación amigo del Boyero de Mendoza, sargento de Grana-
deros á Caballo que se pasó á Quiroga después en el
Río IV. Aquel Castro llevaba el caballo alzado y revo-
leando hacía rato el sable sobre la cabeza, esperando un
cabe, hasta que al abrírsele un claro, pudo ponérsele uu
MEMORIAS 35
poco al costado á un infeliz y descargarle tal tajada,
porque no fué sablazo, que una corona del cráneo, como
una de sandía, voló revolviéndose en torno de sí misma»
hasta caer al suelo.
En eso los que le precedían, cobraron alas, no diré
que corrían, y la persecución fué amainando, hasta que
nos detuvimos á reunir el escuadrón ya enteramente
disperso.
Tengo, pues, como se ve, la primera página de mi foja
de servicios. ¿De qué fecha? La historia no la dice, ni
la autobiografía del General tampoco; y sin la biografía
del General Vega, el hecho hubiera sido borrado de la
historia.
Como era de esperarse, al saberse en San Juan el
contraste de vanguardia, debió moverse el ejército entero
para repararlo. Súpose en efecto en Jachal, que venían,
é inspirándose en el peligro, se hizo una operación magní-
fica. En lugar de retirarnos mas al Norte, lo que habría
desmoralizado completamente á milicias, nos dirigimos
hacia el Sur, no precisamente en busca del enemigo, sino
para buscarle la vuelta, dirigiéndonos hacia San Juan,
por tras la sierra de Calacasto, mientras el ejército ene-
migo, con infantería y artillería avanzaba, provisto de
cargas de agua para la travesía.
La operación tuvo el mas espléndido éxito y llegamos
por la aguada de Calacasto, á la subida de las Piedras,
camino de San Juan, donde, oh! fortuna, tomamos el
chasque que el fraile Aldao le hacía á sus hermanos,
diciéndoles que habían sido completamente derrotados en
la Tablada por el General Paz, con gran matanza de las
tropas de Quiroga. El objeto de la retirada al Sur habría
hecho honor á Dumouriez ó á Gustavo Adolfo que eran
célebres por sus retiradas para vencer.
Ahora, ¿cuál fué la fecha de la batalla de Niquivil?
Contemos. De la Tablada á Mendoza, hay tres días, con-
tadas las leguas por derrotados. De Mendoza á San Juan
para trasmitir el parte, dos, con la demora en dar las
órdenes. De San Juan á las Piedras, horas. El combate
de Niquivil ha sido pues posterior de tres días á la batalia
de la Tablada.
El General Vega intentó proclamar allí á las tropas.
36 OBRAS DE SARMIENTO
haciendo leer el parte y notas. La idea era excelente,
pero no sabía hablar en público y se enredaba en las
cuartas. Al fin, salimos de aquel mal paso, porque lo es
aquella subida y llegamos cá las Tapiecitas. ¿Cómo no
divisaron de la ciudad los polvos?
Llegamos de noche. El Capitán don Juan Aguilar fué
destacado á atacar el Principal, en donde un mozo san-
juanino, y no tropas mendocinas como quiere el General,
se le antojó resistir, se cruzaron tiros, y le quebraron una
islilla al Capitán que lo era de línea y noble, de cuya
lesión no sanó nunca y murió.
Nosotros avanzamos, sin embargo, y en la calle de las
viñas de las Ziballa y de los Moreno y Navarro, se nos
echó encima de buenas á primeras, un grupo que huía
de la ciudad, tratando de ir á reunirse con los Aldao.
Era el Coronel don Francisco Aldao, sus ayudantes y un
médico sanjuanino á quien cupo un puntazo. Era inútil
resistir, y fueron hechos prisioneros.
Llegamos á la plaza donde vi muerto el caballo plateado
de mi amigo un Teniente Ruiz, y el Comandante Ángulo
recibió orden de marchar hacia el Sur, sin decirme nada,
porque se ponía fastidioso cuando olía pólvora, pero com-
prendí que íbamos al Pocito. Llegados á una cierta posi-
sion, hizo alto y señalándome la primera mitad del
escuadrón, me dijo, avance con esa gente y ataque
aquella casa.
Yo di la orden de marchar sin comprender bien lo
que en ello se contenía; pero apenas di frente á la entrada,
cuando avanzó un hombre bien entrazado y para interro-
garme puso ya el caballo atravesado — ¿Quiénes son Vds.?
gritó, y somprendiéndolo de súbito, volvió el caballo y
gritó: — ¡el enemigol Entonces vi saltar como gamos uno
Iras otro, diez ó doce hombres que, sin duda, estaban sobre
aviso y desaparecieron. Era inútil correrlos, porque sus
caballos estaban de razgarlos con la uña y nosotros con
los que habíamos sacado de Jachal, cuatro días antes y
sin atravesar bocado.
Reunióse el Comandante y nos ocupamos de medir y
contar el botín, á saber: diez fardos de municiones, ocho
tercerolas, algunas lanzas, setecientos caballos gordos men-
docinos, con uñeras y qué sé yo qué mas. Puede com-
MEMORIAS 37
prenderse mi alegría. Prevengo que el héroe de la jornada
tiene solo diez y ocho años y que ya le confían un combate.
Yo debía llevar el parte y probablemente escribirlo.
A poco llegó el Comandante Julián Castro, el mismo á
quien llevé la orden de ataque en Niquivil. Hablaron
ambos, sin reírse; todo lo contrario, el recien venido con
]a cara muy larga. Como notasen que los observaba, el
Comandante Ángulo levantó el brazo, y clavó el dedo en
dirección á las Tapecitas, punto que desde allí se divisaba
mejor que desde la ciudad. Miré y no vi nada, por lo
que volví los ojos hacia mi Comandante que conservó el
dedo apuntando en la misma dirección y entonces vi,
ohl horror! — toda la quebrada de las sierras de las
Tapecitas cubierta de una densa nube de polvo ! El
enemigo que llegaba, pisándonos los talones, mientras
que nuestra infantería se había dispersado en la ciudad,
ganando cada uno su casa.
¡Estábamos perdidos!
Muchos años después me ocurrió que la salvación la
teníamos nosotros en los setecientos caballos, si mi Coman-
dante marcha á la ciudad á recojer los jefes y oficiales
y al menos doscientos ó trescientos hombres de tropa.
Teníamos la retirada hacia Córdoba; pero yo no pensaba
entonces y esperé á ver qué venía.
El Comandante aguardó la noche, y me dijo: — vamos
por el pueblo, ayudante, — dejando al mando de la fuerza
los oficiales subalternos.
A medio camino encontramos una fuerza. Mi coman-
dante hizo lo mismo que había hecho el mendocino, poner
atravesado el caballo, teniéndolo levantado. — ¡Alto ahí,
quién vive! gritó con voz estentórea que sobrecojió de tal
manera á los otros, que se quedaron clavados en sus puestos.
Una voz blanda contestó: — Segunda de fianqueadores!. . .
¿Cómo teníamos sobre nosotros, tales bichos con ponchitos
verdes, casbas amarillas? — ¿Fianqueadores dijiste? — y se
tendió el Comandante y me tendí yo y nos siguieron nues-
tros dos asistentes y nos hizimos humo, oyéndose sin em-
bargo el ruido de la piedra suelta del pedregal.
Corrimoís sin mirar para atrás el Comandante y yo, sin
saber á qué rumbo, cuando el puntero detuvo el calDalIo y
se acercó á una casita donde había fuego.— ¿Qué fogones
38 OBRAS DE SARMIENTO
son aquellos, patrona? — Es la división del General Villafañe
es gente riojana.
Habíamos llegado á la entrada de la Cailesita, al Este del
Pedregal. Dio vuelta el Comandante mas presto que co-
rriendo y nos dirigimos hacia el Oeste, atravesando todo
el Pedregal hasta topar con la acequia madre del Pocito, en
cuyos cliilcales nos esconderíamos con caballos y todo, hasta
que á la entrada de la noche siguiente mandásemos un
asistente á la hacienda de los Rojos á pedir lenguas y hacer-
nos de víveres y proveer lo conveniente.
(COPIA DEL 1" DESPACHO MILITAR)
—Ociaba clase — nueve pesos— valga para los años de mil ocliocientos veinte y
ocho y mil ochocientos veinte y nueve- diez y ocho y diez y nueve de la
libertad. —
El Gobierno Supremo de la provincia de San Juan.
Hallándose vacante en el Batallón de infantería provincial la plaza de Subte-
niente de la ai compañía :
El Gobierno en uso de las facultades que le concede la ley; ha tenido á bien
nombrarlo al ciudadano, Don Domingo Sarmiento, concediéndole todas las gracias,
prerrogativas y exepciones que por este titulo le corresponden, del que se tomará
razón en la oficina de Aduana.— Es dado en la Sala del despacho á diez de Junio
de mil ochocientos veinte y ocho: firmado de S. E. signado con el sello de la Pro-
vincia y refrendado por el Señor Ministro Secretario.
Manuel Gregorio Quiroga.—O. A. de Oro.
—El segundo despacho es de 13 de Abril 18.30— nombrándolo Ayudante del Escua-
drón de Dragones de la Escolta.— Firmado Juan Aguilar y (el General) Nicolás Vega.
—El tercero es de H de Agosto 1830.— Ayudante en el 1" Escuadrón de la milicia
de caballería Provincial.- Firmado Juan Aguilar y G. de la Rosa. Estos despachos
originales, se han encontrado recientemente. El autor ignoraba que se con-
servasen.
( N. del E. )
MENDOZA
Como lo que sigue es harto paisano, salvo oir las descar-
gas á los dos días de los compañeros fusilados, haré un
cuarto intermedio y sin otra preparación nos presentaremos
al benévolo lector, sentados á la orilla del fogón, en el
bosque de Algarrobos de la Carpintería, camino de Mendo-
za, esperando que se asase un churrasco, mi padre, mi tío
materno el cura de la Concepción y un peoncito de con-
fianza que cuidaría de las cabalgaduras.
Continuábamos la operación de Jachal después de Niqui-
vil. Avanzábamos hacíalos cuarteles de invierno del enemi-
go, á fin de sustraernos á su persecución y alcance.
Era el caso que el ejército que nos había vencido, se había
sublevado á su turno, encabezando el movimiento, el Coro-
nel D. Agustín Moyano, jefe del batallón de infantería de
milicia de Mendoza y un Comandante de caballería, el
hombre mas simpático, alegre y bueno que militaba en
aquellos tiempos.
Habían seguido nuestros movimientos, acechando la
ocasión de dar vuelta casacas. Acaso la derrota de la
Tablada inspira este pensamiento, para evitar la revancha
que costaría nuevas exacciones á los pueblos.
Los roles estaban cambiados. San Juan en poder de los
federales, con la división de riojanos de Yillafañe, y Mendoza
en poder de los patriotas, esperando ponerse en contacto
con el General Paz.
Llegamos á Mendoza en medio de la exitacion de los es-
píritus.
Recuérdese que el doctor Velez y el deán Zavaleta, habían
sido enviado por el Presidente Rivadavia, á someter la
40 OBRAS UB SARMIENTO
Constitución á los pueblos, como si, donde reinaban López,.
Bustos, los Aldaos, hubiese pueblo.
Reunióse lo mas selecto de la Bolsa, pues ya había Bolsa
comercial con todos los usos y prácticas de las ciudades
industriales. Habló largamente el ilustre Dean, esponiendo
las ventajas que ofrecía un país constituido, á fin de pre-
servar la paz, etc. . . Para qué repetir lo que se dijo enton-
ces! Corríaseles las lágrimas al auditorio, no sabiendo que
era predicar en desierto, pues los tres hermanos se apoyaban
recíprocamente y contaban con Quiroga y Bustos. Pero-
se creía el ensalmo roto y creían estar seguros ahora de
constituir la República, con el General Paz en Córdoba»
Quiroga derrotado y Mendoza libre.
Cuando llegamos, estaba ya organizado al gobierno y
nombrado General en Jefe. Don Rudecindo Alvarado, es-
pectable General de la guerra de la Independencia, hacién-
dolo empero tristemente célebre las derrotas de Torata y
Moquegua.
Ningunas conexiones tenía yo en Mendoza, sino es
haber estado seis días por intereses mercantiles, salvo un
joven sanjuanino allí establecido, D. José Ignacio Flores, mi
compañero de infancia, pariente ademas, y uno de tres á
cuatro personas con quien en mi vida me he tratado de tú.
y vos.
Tenía Mendoza Bolsa de Comercio, como he dicho, muy
frecuentada y en la que se hacían cambios valiosos y ocu-
paba ademas el lugar que hoy, los clubs políticos. La po-
blación era numerosa y distinguida y ciertos días llenaba
la alameda famosa plantada por San Martin, con sus hileras,
colosales de álamos y llegados en 1829 -á todo su desarrollo.
Era con estas formas exteriores, la segunda ciudad de la
República, con una buena Biblioteca, su movimiento comer-
cial, sus tradiciones militares y el frecuente tránsito de
hombres notables de un Océano á otro Océano, á través del
continente, pues no eran muy frecuentados ni el Estre-
cho de Magallanes, abandonado desde que el Adelantado
Sarmiento no pudo socorrer á la colonia del Puerto Hambre
y Cabrera perdió todas sus anclas. El Cabo de Hornos no
fué habilitado derrotero para el comercio sino después de
reconquistado Chile y tomó creces el puerto de Valparaíso.
Ya en 1826, me había llamado la atención su actividad .
MEMORIAS 41
comercial, el moTimiento de carretas que llegaban á&
Buenos Aires, de carretillas que cruzaban en todas direc-
ciones las calles, cambiando de lugar las mercaderías,
mientras que en San Juan todavía no habían carros ni
carretillas.
Esta vez se me presentaba Mendoza, como iluminada
por fuegos de Bengala, bajo el prisma de las exitaciones de
la vida pública y de la guerra, que animan los semblan-
tes, dan tópico á las conversaciones, y lanzan al vecindario
á las plazas y las calles, como en Roma, ó mas bien como
en Mendoza mismo, en los tiempos no lejanos de la for-
mación del Ejército de los Andes, pronto á lanzarse hacia
las costas del Pacíñco. Oíase el martilleo de los artífices
en la antigua y bien dotada Maestranza, en la que el ex-sa-
cerdote Beltran ensayó sus misiles, y donde se construían
fusiles y lo que pareciera imposible, bayonetas. Divisába-
se el humo de sus hornos de fundición de balas huecas de
cañón, y por todas partes se encontraban jefes y oficiales
y soldados con uniformes, — la infantería llevaba morriones
con manga, — músicos y tambores, caprichosamente atavia-
dos, acaso por los mismos maestros sastres que idearon los
uniformes del 11, del 7 y del 8 de infantería.
En Mendoza habían grandes sabios. Actores y acróbatas
daban á su paso funciones, para costear la jornada. En
aquella época memorable vivían los ricos homesque debían
perecer njas tarde con el General D. José Aldao, á manos
de los indios.
El General de los Ejércitos de Chile y del Perú, D. Rude-
cindo Alvarado mandaba las fuerzas de la plaza, mientras
que los Generales José y Francisco Aldao y su hermano el
ex-capellan de granaderos á caballo tenían la campaña.
En las regiones de la política descollaban como monu-
mentos el Dr. D. Narciso Laprida, Presidente del Congreso
de Tucuman, objeto de la venerao.ion universal, el Dr.
Salinas, Secretario de Bolívar y Godoy Cruz, (i) amigo y
corresponsal del general San Martín. En las letras, Don
(1) Don Tomás Godoy Cruz. Se conserva en nuestro poder un legajo de do'
cumentos referentes á la vida de este prohombre, entre ellos una colección de
cartas á su padre, de 1813 á 1820. Es probable que Sarmiento hubiese tenido la
ntencion de biografiar á Godoy Cruz. (.Y. del E.)
42 OBKAS i)l£ SAKMIKNTO
José Calle, que^ historeó después aquellos sucesos y re-
dactó conmigo El Mercurio en Chile; Don Juan Gualberto
Godoy, el Tirteo de la política de partido, escribiendo
El Coracero, todo en verso, periódico cáustico y satírico del
género de El Diablo Predicador de Buenos Aires, que hizo
escuela.
Constituían el núcleo del partido federal, muchas gen-
tes decentes; y con ideas proteccionistas en favor de
sas vinos y cereales, se oponian á la política de bajas
tarifas, consideraban á Mendoza la rival de Buenos Aires
y aun hablaban de crearse un puerto al Sur Oeste, na-
vegando y canalizando el Colorado, que sería el de Bahía
Blanca hoy, para exportar y recibir directamente sus
mercaderías, tal era la idea de propia suñciencia que les
había dejado el espectáculo de las grandes cosas.
El partido liberal era en cambio numeroso y lleno de
actividad. Don Agustín Delgado, Ministro de Rivadavia,
los Videla, de diversas familias, Godoy Cruz, Viilanueva,
Blanco, Calle, Zapata, Chenau y centenares mas.
En 1829, cuando me imcorporé al ejército del general
Al varado, Mendoza alcanzaba su apogeo. Un mes después,
el rayo se descargaba sobre su cabeza, 'y todos aquellos
explendores se disiparon entre ruinas y regueros de
sangre! En 1830 perecieron los mas ricos en los campos
del Sur, asilados entre los indios. En 1831 el coronel
Videla Castillo con dos mil hombres, casi todos veteranos
mandados por Jefes de linea y un regimiento de grana-
deros de San Juan de quinientas plazas — (que yo había
disciplinado con su jefe el Coronel Chenaut, á quien hice
después General) — se dejó derrotar á campo abierto
por Quiroga con doscientos hombres y los presos de las
cárceles de Buenos Aires, estando el caudillo enfermo
dentro de una carreta.
La parte culta y liberal de Mendoza, con sus glorias
militares, se dispersó entonces para siempre, emigrando
á Chile lo mas florido de la población. Allí los Zapata
fundaron colegios, los Calles redactaron diarios, los Villa-
nueva ejercieron la medicina ó plantaron viñas en Acon-
cagua, como los Videla acabaron por ser banqueros, y los
Cobo, cuyo padre introdujo el álamo, fueron dueños del
Chañarcillo, en que se cortaba la plata á cincel. Dio á
MEMORIAS 43
€hile, en los Coroneles de la Plaza, padre é hijo, solda-
dos aguerridos, Secretarios de Intendencia con los Del-
gado y Godoy, calígrafos en Bergmans de la misma fa-
milia, y hasta los primeros boteros de Santiago fueron los
Sosa de Mendoza, que gracias á su talento de verdaderos
artistas, puedieron educar sus hijos en París.
Qué quedaba de aquella soberbia Mendoza, que aun en
su parte federal, era culta y en la que ni la montonera
que era la expresión popular de la federación, tenía asi-
dero, pues la tradición militar de San ¿Martin, se perpe-
tuaba por los Aldao, los Recuero y los auxiliares que tan
bien representaban á los Granaderos á caballo en la Ta-
blada?
Tras el triunfo de los federales, decapitados en la lucha,
de sus cabos, tras la emigración que con su triunfo venía
ordenada, vino la decadencia y la crápula, el juego eregidos
en sistema de gobierno, con un apóstata, ebrio casi siempre,
para ocultarse á si mismo las manchas cancerosas de su
oprobio.
Hasta que un día, á la víspera ya de recibir Mendoza
el bautismo de la regeneración, sin anuncios, sin aque-
llos ruidos subterráneos que corren como multitud de
carros rodando por el empedrado, sin los sacudimientos
que precedieron á la desaparición de Herculanum y Pom-
peya, bajo las cenizas del Vesuvio, la tierra se estremeció,
bamboleó como si le faltasen sus cimientos, y la ciudad
se tendió sobre la superficie, cayendo muerta de un golpe
y apretando bajo las ruinas de templos, palacios y habi-
taciones á los cuatro quintos de sus moradores I
Las ciudades coloniales son la moiada exclusiva de la
población europea y á no sobrevenir el terremoto en la
época de la vendimia, cuanto había de propietario y de
culto habría perecido aquel infausto día.
Llegué antes de cumplirse un año de la catástrofe, á
devolver con las armas de Buenos Aires el puesto que á
los supervivientes reservaba el triunfo definitivo de las ins-
tituciones libres.
Ay! Solo permanecía inmutable, exelso, magestuoso, el
Tupungato, cuya nevada cabeza se divisa desde los confi-
nes de San Luis, y parece un centinela de la eternidad
para contar los días de las obras de los hombres!
44 OBRAS DE SARMIENTO
Un antiguo pino de parasol, como los que decoran el
paisaje de Ñapóles ó de la Campagna de Roma, se con-
servaba, sino tan inmóvil, impasible, en medio de las
ruinas, marcando el lugar que fué el claustro de San
Francisco, y hacia el Oeste, siguiendo la dirección de las
montañas vecinas, que cierran el horizonte ocultando las
cordilleras nevadas, la negra y espesa línea de los álamos
semi-seculares que dejó San Martín y á cuya sombra, como
lo único duradero que es lo que crea el genio, se acogieron
por largo tiempo las familias medio desnudas, esperando
que se levantase una techumbre hospitalaria.
Acudían el 1° de Enero de 1861 á saludar al antiguo
compañero de armas los unos, al emigrado animoso que
había en Chile enseñado á esperar contra la esperanza,
al enviado de Buenos Aires con la verdad de las insti-
tuciones, salían á saludarlo los que habían salvado de la
catástrofe, envueltos en ponchos de tosco tejido, que no
disimulaban camisas reñidas con todo decoro, porque en
las grandes desgracias públicas, se hace gala del mal
común, la pobreza y el desaliño. Hasta de la enferme-
dad reinante se envanece el hombre y en tiempos cala-
mitosos, surgen como productos naturales las figuras de
tercer orden en la política y los sargentones de la milicia.
El Gobierno del Coronel Nazary del Comandante Videla,
ambos forasteros, fué lo que quedó en pie tras del terrible
sacudimiento; y como en las ruinas se albergan las fieras,
de allí salió la invasión á San Juan, sin motivo, y la
mortandad á lanza seca, todo el fruto del triunfo de los
Aldao en 1829.
No debo dejar subsistente este cuadro de la abomina-
ción de la desolación, sin correr el diorama que principia
con la entrada del Teniente Coronel D. F. Sarmiento en
Mendoza y pasar á mucho después, cuando en el año en
que estas reminiscencias escribo, nos hace el señor Bal-
inaccda Ministro Plenipotenciario de Chile, una descrip-
ción de Mendoza que acaba de atravezar y que reasumiré
en breves razgos.
De una calle central de cuarenta varas de ancho, como
los Brodways de las grandes ciudades modernas, pero som-
breadas las amplias aceras por hileras de álamos de la
Carolina ó de Italia, parten en ángulos rectos, calles de-
MEMORIAS 45
veinte varas que dan entrada á la ciudad moderna. Si
los antiguos conventos no lanzan aquí y allí sus torres,
como si quisieran disputarles en audacia á las cúspides
de las frondosas masas de árboles que en la prespectiva
semejan bosques, la Escuela Sarmiento se alza como nuevo
templo; y en lugar de monjas Catalinas, está la Escuela
Normal de niñas en edificio todavía mas expléndido. San
Nicolás convertido en Quinta Agronómica y á los Aldao,
se suceden los profesores, ó los congresales Civit, Blanco,
Zapata, Godoy que todavía traen á la memoria los nombres
de otros tiempos.
Aun quedan resabios de fuerza y ambiciones que
cuentan abrirse paso con el sable. El ladrón con escala-
miento y fractura no desaparecerá por cierto; pero dando
mayor consistencia á las murallas y reforzando y perfec-
cionando las cerraduras, los casos vendrán á ser mas
raros.
Cuando el jurisconsulto Velez oía hablar de casas y
murallas de mimbre y barro, tras del temblor en Men-
doza, objetaba que tales construcciones hacían inoficiosa
la sabiduría de las leyes, inútil la distinción de los de-
litos é imposible la aplicación de las penas. El dinero
debe guardarse en caja de fierro, bajo cerradura. Si lo
ponemos en la calle, casi no hay delito en apropiárselo.
Las instituciones son las cerraduras.
TIROTEOS DE GUERRILLA
Algunos días después de mi llegada á Mendoza, acaso
para honrar á los sanjuaninos, se pidieron cuatro oficiales
para edecanes del General Alvarado. Con mucha sorpresa
me vi en la lista, siendo los otros un doctor Albarracin
Sabino, mi pariente venido de Buenos Aires, mi propio
Comandante Ángulo, que tenia en Mendoza mayor repu-
tación de valiente que en San Juan, por los sucesos de
Río IV, y el Capitán don Andrés Carril, que lo había sido
del N". 11 del Ejército de los Andes. Para dar tono á esta
narración, anticiparé que Albarracin y Carril, fueron fusi
lados con cuatro mas al fin de la campaña.
En lo que respecta al cuarto que escuso nombrar, no
46 OBRAS 1)K SARMIENTO
detallaré sus merecimientos para tan alta distinción á los
diez y ocho años, sino es diciendo que se repetía lo que
le sucedía desde la edad de quince y es que los adultos
lo aceptaban en la sociedad de los hombres, merced á la
educación excepcional que había desenvuelto su inteli-
gencia y formado su carácter desde tan temprana edad.
ün incidente insignificante mo puso en contacto con el
Dr. Laprida y fué que oyéndose tiros por el Sanjon y
viéndose un centinela á caballo en la misma dirección,
creyeron que era enemigo; me lo denuncian, y haciendo
un rodeo le salí del otro lado, cortándole la retirada.
El soldado impertérrito conservó su puesto y cuando me
acercaba sable en mano, me dijo con la acentuación desa-
brida del mendpcino: — «si soy de la plaza, señor.» — En-
vainé, pues, mi arrojo para mejor ocasión. Llevábamos
los sanjuaninos gorros colorados, y el Dr. Laprida que
}»resenció el acto, quizo conocer al compatriota y cambia-
mos palabras de afecto de su parte, de respecto y vene-
ración de la "mía.
Como no hago historia, sino reminiscencias personales
añadiré que en las Lomas de Lujan, donde se dio el
último combate, en el momento del «sálvese quien pueda»
se encontró el infeliz conmigo y me dijo, señalándome el
oriente, — «Huyamos para Córdoba.» — «Es tarde, señor,
está el enemigo ya de ese lado... Allí acaban de matar al
Mayor Estrella. — ¿Y, qué hacemos? — Sígame.— ¿A dónde?
— Para acá, esa es infantería nuestra No tuvo confianza
en mi estrella y tomó la primera dirección indicada. Yo
lo vi bajarse del caballo y por no ser temerario, no digo
á manos de quien creo que murió, Yo les había estado
liaciendo fuego personalmente el día anterior á esos
mismos.
Entré luego en funciones al lado del General Alvarado.
Las funciones consistían en no hacer nada. Era una per-
sona respetable, pulcro, elegante, con aires de gran señor,
á lo Lamartine, á quien creo se parecía. Hombre de pala-
bra fácil, para emitir siempre las ideas mas correctas y
dar salida á toda clase de dificultades, solo que no daba
una orden, ni salía de los regios salones que le habían
preparado.
Los primeros días su inactividad misma inspiraba con-
MEMORIAS 47
fianza al público — ¡Cuan seguros estaríamos con tan gran
General, cuando no creia oportuno dar la menor orden t
Después he visto reproducirse situaciones iguales, con idén-
ticos resultados, la derrota íinal. Los Aldao, empero, tenían
la campaña y reunían milicias.
Sesenta soldados de línea del magnífico regimiento de
Auxiliares de Mendoza habían vuelto de Córdoba. El
Comandante Balmaceda, (enchalecado después por los
Taboada, si no me traiciona la memoria), se encontró
con este regimiento en la batalla y me contaba después
una ocurrencia singular. Las cargas de caballería, lo sabe-
mos los viejos oficiales, son actos puramente morales.
Lavalie, el célebre cargador, el héroe de Río Bamba, decía
á los jóvenes del Escuadrón de Mayo, que le pedían para
pasar la noche, contase algo de sus campañas. — «Hombre,
les decía, nosotros no tenemos qué contar en materia de
hazañas militares. Una división de caballería carga á la
otra; una de las dos cede, sin esperar á cruzar lanzas.
Esto es todo.»
Pues bien, como los coraceros del General Paz no com-
prendían que pudiesen ser ellos nunca los que cedían,
cargaron al regimiento de las casacas coloradas de Men-
doza, y como estos, con sus caballos de razgarlos con la
uña, no se proponían ceder tampoco, se pasaron unos y
otros á unas veinte varas de distancia, mirándose sor-
prendidos de encontrarse y de que nadie cediera. El
Comandante de Coraceros veía la sonrisa en los labios de
sus soldados, riéndose en efecto de la novedad del caso,
de estarse parados, y sintiéndose ya, que trataba uno que
otro de torcer el pescuezo del caballo, cuando un grita
formidable de á la carga! rompió el ensalmo, dieron vuelta
los colorados y las lanzas empezaron á hacer su oficio.
« Si el otro se me anticipa, decía, somos nosotros los que
damos vuelta.»
Era también edecán del General Al varado un jovenzuelo,
hijo del Gobernador interino un Videla, á quien le sucedía
lo que á un contertulio y viejo amigo mío, cuya fisonomía
extrañé por lo cambiada una noche, no obstante no haberse
cortado el pelo ni cambiado la forma de la barba: era
que había sido nombrado cónsul de Bolivia y ponía la
cara grave que tan alto puesto reclama. Mi co-edecan^
48 OBRAS DE SARMIKNTO
hijo de Gobernador y mendocino, quería echarla conmigo
de entendido. Cuando mas servía de comunicarme los
secretos de la política que pescaba al vuelo en casa de
su padre. Yo estaba habituado al trato de otra clase de
gentes y poco á poco fui ganando la consideración, después
el cariño del desgraciado Dr. Salinas, con quien acabamos
por hacer rancho común en la campaña.
A pocos días de servicio en mi alto empleo de edecán
de S. E. sentí la vanidad de las cosas humanas. Me
aburría enormemente de ver entrar, salir, oir hablar, dis-
cutir, y todo para la nada. El grave General se mostraba
superior á las pequeñas pasiones d'ici-bas.
Tras la narración de algunos encuentros que tenían lugar
ya cerca de la ciudad, me deslizé un día, al ruido de los
tintos, como decía de los combates después el General
Rivas, y llegando al frente de una guerrilla nuestra, hallé
que la cosa era lo mas divertida: tiro va, tiro viene,
avanzan, se retiran los nuestros, según se ven avanzar
las casacas coloradas de los veteranos auxiliares que han
estado en la Tablada, y por tanto gente muy considerada
y respetable. Andando la historia y repitiéndonos las
embestidas alcanzamos á matar á dos sin embargo, y yo
contemplaba de cerca uno.
Un caso de estos merece consignarse aquí, aunque
avance cronológicamente su recuerdo. Ocurrió cuando yo
era maestro guerrillero. A fuerza de asistir á ellas dia-
riamente, como colegial escapado á las tareas de las aulas
y haciendo Vécole buissiouuiére. Me había constituido ayu-
dante del Capitán D. Joaquín Villanueva, tío del que fué
muchos años mi amigo, el Senador D. Arístides.
Don José Aldao que mandaba las fuerzas enemigas,
sabía de cuanta importancia era para la moral del ejército,
que las guerrillas ó avanzadas no sean vencidas y al efecto
ponia en ellas, su pequeño pero aguerrido grupo de vete-
ranos. Nos batíamos todos los días sin resultado, sino es
conservar cada bando sus posiciones. Un día, no habíamos
parado mientes en que la guerrilla tendida ante la nuestra
se había venido poquito á poco ganando terreno y acor-
tando distancias los tiradores, hasta que repente, se nos
echaron encima y no hubo mas remedio que escaparnos
■en desorden hasta la reserva que había quedado á mas
MEMORIAS 49
distancia que la que previene la táctica. Movióse esta al
frente nos rehicimos al costado, y secundado el movimiento
cargamos á nuestro frente. No sé de donde les salió á los
colorados, que á su turno retrocedían hasta sus reservas, un
oficial sanjuanino De los Ríos. Vimos á mi Rios, revoleando
ios libes, al costado de los colorados, lanzarlos y prendérseles
á un jastial de sargento, liándole los dos brazos con la cara-
bina y la rienda, de manera que el caballo se quedó parado.
-Nuestra guerrilla se detuvo cuando recuperó su altura y
yo, perrito de todas bodas, no teniendo formación, volví
á ver manipularla presa á mi Alférez Rios. Hablase des-
montado y acercádose al monstruo inmóvil como una
estatua ecuestre de bronce: solo sé que el encantado auxiliar
tenia una cara y hacia unos jestos de condenado por los
libes, que le impedían movürse. Ríos no tenía sable, puesto
que era recien escapado de San Juan; y como el del chino
yacía en la vaina, principió por ahí el decomiso, despren-
diéndoselo de la cintura y ciñéndoselo sin discontinuar.
Seguíase la tercerola, pero antes de desembarazarlo de
ella, le ordenó desmontarse, ofreciéndole galantemente un
apoyo, sin el cual no es empresa fácil tocar el suelo pre-
cisamente con los pies primero, cuando el jinete tiene
liados los brazos. Tenia cuchillo á la cintnra, y Ríos se
lo resbaló antes para evitar discusiones posibles; proce-
diendo en seguida á desenvolver las bolas, desprendiendo
la carabina separadamente, como quien coge fruta de un
árbol y dejando al ñn respirar al pobre prisionero quien
fué enseguida enviado á la reserva. Con la montura hizo
Ríos lo mismo, tomando de ella el lazo, el maneador, la
manea y algún otro correaje, pues lo demás no valía la
pena. Desde entonces el Alférez Ríos se presentó con
•tercerola á, la espalda, como un iroquez habría llevado á
la cintura la cabellera escalpada á su enemigo.
Volviendo á la narración de los sucesos, escapábame to-
dos los días á las guerrillas, como otro á los alrededores
de París al bal Mabille, y debo decir en honor de la verdad
histórica, que yo introduje allí en la táctica de guerrillas
un elemento mal ó poco usado, aunque sea de buena ley y
de antigua invención. Creo que remonta á los salvajes y
por analogía, se llama chivatear, por lo que imita, golpeán-
ToMO xux. — 4
50 OBRAS DE SARMIENTO
dose la boca, á las cabras y cabritos. Fué mi cuerda desd&
niño el entusiasmo exhuberante y todavía se derrama de
mi alma, no obstante lósanos, esta generosa espuma de la
vieja cerveza. Yo animaba las guerrillas con mis gritos,
con los sobrenombres dados á los enemigos que usaban por
divisa trapos blancos como vírgenes inmaculadas y plumas
de avestruz en los sombreros, porque fué el instinto fede-
ral siempre parecerse á los salvajes!
No se crea reprobado tal uso en los ejércitos, sirviendo al
contrario de entretenimiento y animación á los guerrille-
ros. En Montevideo, durante el sitio de diez años, la gue-
rra estuvo reducida al cañoneo de los fuertes y á los com-
bates de guerrillas. Cansados al fin de matarse reciproca-
mente sin resultado, se introdujeron usos mas cultos y casi
inteligencias entre los enemigos que suelen establecerse
en los grandes sitios, aun entre cristianos y musulmanes.
En los últimos años, salía la avanzada de la plaza, pues que
de noche se reconcentran, á ocupar los puestos del día
anterior; la del enemigo había hecho otro tanto; se cam-
biaban algunos tiros pro forma y en seguida se dirigían la
palabra de un lado al otro, saludándose los conocidos, pi-
diendo noticias de sus deudos, los que los tenían en las
filas contrarias y después, comunicándose recíprocamente
noticias sobre los recientes sucesos, bien entendido que
eran solo los desfavorables al enemigo lasque se comuni-
caban, sin economizar los epítetos de cobardes, montone-
ros, gabachos, traicioneros, rocines y otros por el estilol
Un oficial de guerrilla de entonces, me contaba que era tal
la influencia que los chistes, las pullas y diatribas felices
ejercían sobre el ánimo de los adversarios, que cuando les
venía una bien condimentada, quedaban todos abatidos y
mustios; haciéndoles mas duradero efecto el ridículo del
enemigo que una bomba; quedando dos ó tres días anona-
dados bajo el peso de la burla victoriosa, hasta nuevas re-
presalias y restablecimiento de la superioridad en el chiste,
como en la bayoneta ó el sable.
Oh! días felices de la juventud! Yo grité en la vanguar-
dia y pequeños encuentros, hasta la víspera de la derrota,
en que me las había con otro de mi calaña del enemigo y
nos hubiésemos ido á las manos, avanzando poco á poco,
cambiando tiros y balandronadas, si mi padre no viene
MEMORIAS 51
y toma de un brazo al edecán guerrillero y lo lleva á las
lineas.
Esto merece explicación. Como visitase algunas veces la
Maestranza en plena actividad, como vi mas tarde el Vesu-
vio, aquella tercerola del Alférez de los Rios, me andaba
siempre trotando por la imaginación. Los viejos militares
recuerdan una pequeña carabina de caballería llamada
rifle, con la bayoneta unida por un mecanismo al cañen,
de manera de cargar sin desprenderse, con solo correrla.
Me hice de una en la Maestranza con bandolera y buen re-
puesto de cartuchos, con lo que agregué á los gritos y
sobrenombres de vanguardia, uno que otro tiro eu apoyo y
sostén de lo dicho.
Sin mas accidentes concluyó para siempre este aprendi-
zaje de la guerra en el servicio mas activo é inteligente cual
es el de guerrillas, que es el mas peligroso, razón porque
deben turnarse los cuerpos en el servicio de avanzadas,
sino se quiere que safran enormes bajas. Puso el General
Paz de plantón en una azotea cercana á la guerrilla á un
joven orador que por motivos harto aristocráticos le increpó
exponer «á la esperanza de la patria», por haber ordenado
una salida á la Guardia Nacional recien organizada. Y el
General decía: «los demás muchachos toman la lección por
el lado ridículo; pero no saben el peligro que corre. Un
oficial no puede permanecer quince días en servicio avan-
zado de guerrillas sin que lo maten.»
Poco después vino á Montevideo el Boyero^ aquel famoso
sargento de granaderos á caballo que salvó á Zapiola en
Cancha Rayada y que, para congraciarse con los amigos á
quienes en el Rio IV había traicionado, se iba á las guerri-
llas á cruzar quolibets y chuscadas con el enemigo. Se avan-
zaba á veces en el campo intermediario, con esa indife-
rencia del veterano intangible y gritaba á otro de sus
antiguos compañeros: — Che, vení pa acá! — El otro contesta-
ba— Si de hecho, sos tan bruto, quien es zonzo par diz!..
Aludía á los puños formidables del atleta que podía rajar
en dos un cráneo ó desarticular un cuello si se le presen-
tara á tiro de revesino. No repitió mucho las amenazas y
provocaciones, sin que lo bajasen redondo de un balazo y
fuese, sin chistar palabra en esta vida, á dar cuenta en la
otra de sus pasados errores.
52 OBRAS DR SARMIENTO
MANIOBRA FRUSTRADA
Don José Aldao era hombre de mucha autoridad y expe-
riencia y después de tantos años de dominio y con el auxi-
lio de sus hermanos y otros jefes, mucho trabajo, había de
darles á nuestros utopistas. Sus fuerzas crecían cada día.
Y cada día venía el General Moyano y encarecía la nece-
sidad de obrar enérgicamente, sin lo cual cada día se estre-
charía mas y mas el círculo en torno de la ciudad.
El General Alvarado hallaba salida á todo, lo despedía
contento y al otro día volvía con la misma insistencia inú-
til, á exigir que se pusiese en campaña.
En la «Vida del fraile Aldao», lastimado de la suerte que
cupo á tantos por su causa, traté al General Alvarado de
imbécil, y leyendo en Salta, escribió á Frías (don Félix), di-
ciéndole que observase al señor Sarmiento que ya él se
había justificado de aquellos cargos. Contéstele á Frías:
— Dígale al General Alvarado que el señor Sarmiento de
hoy, es aquel edecán que apenas le pintaba el bigote, que
lo presenció todo día á día, y habló con los jefes hasta el
último momento, y era inseparable del secretario de Bolívar
que murió fusilado.»
Su justificación que releo ahora, es apenas su condena-
ción, pues denuncia el espíritu dominante en los viejos
unitarios y la escuela teórica de Rivadavia.
«Mi primer cuidado, apenas me recibí del Gobierno, dice
la justificación del benévolo General, fué solicitar de la
Legislatura una amnistía para los anteriores extravíos de
la opinión, y la restitución de las garantías individuales
que son la salvaguardia de las personas y de la propiedad.»
jQué momento para constituir una Provincia, con los tres
Aldao en campaña, experimentado el uno, ebrio consuetu-
dinario el otro, loque disculpa no sujetarse á lo pactado, y
un perillán desvergonzado, don Francisco, que había trai-
cionado al General Vega, acometiendo los cuarteles vacíos
en San Juan después de firmada la pacificación, que trai-
cionaba á, su hermano José, pidiendo fuerzas á San Juan,
después de haberse sometido aquel y muriendo después
en la ejecución de otra intriga ó víctima de la embriaguez
del fraile, como se verá mas adelante.
MEMORIAS 53
La guerra cierra las puertas del Templo de Jano y abrir-
las de par en par, es simplemente imbecilidad, como tuve
el honor de escribirlo en 1845 en la «Vida de Aldao» y de-
járselo sospechar al Ministro del Interior doctor Rawson,
en 1863.
No son estas ideas empero, fruto de los años y del estu-
dio de las Constituciones. Ya en 1845 en Chile, explicaba
la ineficacia de la defensa de los liberales en Mendoza. —
«Estos hombres ilusos se empeñaban en establecer desde
luego las formas constitucionales por las que tanto ansia-
ban; el respeto á las vidas era su axioma y las discusio-
nes parlamentarias su medio de acción y sus enemigos
aprovechaban de esta infatuación para encadenarlos de
nuevo.» fVida de Aldao.) ®
En la segunda edición de la «Vida de Aldao», el autor
atenuó el epíteto de imbécil dado al General Al varado, por
el de desapercibido.
La histórica de aquel episodio, el mas sangriento de
nuestras guerras civiles y uno de los mas fecundos en con-
secuencias funestas, la hizo don José Calle en un escrito, —
Memoria de los acontecimientos mas notables en la Provincia de
Mendoza de 1829 á 1831. — Está escrito en el lenguaje pom-
poso de la época y respirando la narración por las anchas
heridas, frescas aun. «En el catálogo de los hechos que
vamos á referir, dice don José Calle, de las matanzas que
sucedieron á nuestra derrota en el Pilar, se nota constan-
temente el delirio, la falsedad y la corrupción. Se observa-
rá la debilidad misma enmudecida con el terror, la justicia
en el mayor abandono, la buena fe y el patriotismo he-
chos el juguete de miserables hipócritas y facciosos y. de
un espíritu excesivamente sanguinario y brutal.» — (Pági-
na 103.)
Imposible que no fuesen derrotados hombres que piensan
y escriben así.
Todos los gobiernos del mundo, aun los mas libres, prin-
cipian la guerra por suspender las garantías individuales
Para hacer lo contrario, fúndase el General Alvarado en
que siempre ha creído que la República Argentina necesi-
ta una Constitución, «sobre todo, que ha mi profesión, no
« me ha parecido nunca el medio seguro de alcanzar la orga-
« nizacion nacional.» — Y según la misma exposición, em-
54 OBRAS DE SARMIENTO
prendió hacer un anticipo de veinte años del futuro gobier-
no nacional, al día siguiente de estallada la guerra intestina
en la Provincia y amagada de una invasión exterior de las
fuerzas de San Juan y la Rioja que vino en efecto. Toda la
defensa es de este calibre. Se propone someter pacifica-
mente á los hermanos Aldao que poseían la tradición y
práctica del poder y un cuadro magnifico de tropa de línea
y lo burlan, quedándose en casa de Gobierno como rehén
el -mas cínico de todos, Francisco, para espiar todos sus
actos, Don José en Coro Corto, medkamentándose y el fraile
al mando de la tropa de línea, negándose á una entrevista
con el Gobernador. El sentido común del público, aun de
los indiferentes, se sublevaba, auxiliado por los chascos y
desencantos que traían cada día uno en pos de otro, las can-
dideces de aquel grave, impasible Don Quijote de la paz
en medio de la guerra, y que acaba con toda esperanza,
como con toda autoridad, hasta que las tropas se sublevan,
pidiendo salir en busca del enemigo, cuando ya había pri-
vado de agua á la ciudad y reunido fuerzas poderosas.
El General Alvarado, con la jactancia que suele ser
común á los viejos generales déla Independencia que han
tenido al frente tropas regulares, habla con menosprecio
de las de Aldao y sin razón. Tenían según el mismo
130 auxiliares y 200 colorados de Quiroga salvados de la
batalla de la Tablada y las mejores tropas de caballería
de entonces, fuera de los Coraceros. Los ochocientos
sanjuaninos y riojanos tenían la fuerza de cohesión que da
la guerra en país enemigo, contra la desagregación á que
están sujetas las milicias en su propio país, como sucedió
á las nuestras.
Tenían, pues, los Aldao, mil hombres de caballería con
cuatro jefes espertos y subordinados entre sí y toda la
Provincia de Mendoza, rica en caballos y recursos y la de
San Juan á retaguardia. Eran, pues, superiores á nosotros
siempre que supiesen esquivar un encuentro con la infan-
tería. En cambio nosotros podíamos asegurar con ella y
las calles, todo el territorio al Oeste del Sanjon que es
mucho y cuanto mas se quisiera.
Pero la inacción de mi Gen eral Alvarado, debía perderlo
todo, á pesar de una hábil operación que ejecutó con el
mas cumplido mal éxito.
MEMORIAS 55
Durante los primeros meses de reacción contra los Aldao
nada se hizo, mientras estos tenían la Provincia entera por
suya y allegaban tropas diariamente, al plantel de línea
<3e caballería que hace siempre el núcleo de la resistencia
en campo abierto. Yo presenciaba diariamente los cargos,
las súplicas de! General Moyano, repitiéndolas mas apre-
miantes á cada nuevo revés.
Cuando nos arrebataron la carneada á una cuadra de la
Iglesia de San Nicolás, es decir, á nuestras mismas b.arbas,
le decía Moyano: — ¡Señor, esto es una vergüenza! nos in-
sultan y ponen en ridículo delante de nuestros propios sol-
dados. El General Alvarado probaba como tres y dos son
cinco, que nuestra situación era brillante y fuera de todo
peligro.
Todos los días se renovaban estas escenas; y en saliendo
Moyano, empezaban los comentarios entre el Dr. Salinas,
secretario. Albarracín tesorero y yo edecán honorario y
pasábamos en revista la situación, premiábamos y castigá-
bamos generales, como es la función de antigua data y el
deber de su propia plana mayor. Estas escenas las he
visto repetir mucho después, cuando otros eran generales
cómo Alvarado, sin mas diferencia que yo estaba mas
arriba, en posición de meterles un poco de azogue en las
venas para mover su pachorra. ¡Cuantas razones estraté-
gicas, económicas y aun políticas, hay siempre para dejarse
estar!
Un día, se da la orden de ponerse en marcha el ejército.
¡Qué alegría en todo el campo! qué actividad en el cuartel
general; qué apretones de manos entre los amigos!... Al
fin!... Qué gravedad y compostura en el porte y semblante
del antiguo General de los Ejércitos de la Independencia.
Salimos hacia el Este de Mendoza, no me acuerdo por qué
calles, marchamos fuera de la ciudad hasta la tarde y hubo
un alto. ¿Adonde iríamos? Eso solo el General lo sabía.
Entrando la roche, nos pusimos en marcha, y un Mayor
Estrella que venía en el Estado Mayor, nos dijo que con-
tramarchábamos, del Carrizal á donde habíamos llegado.
Esto me contrarió mucho. ¿Nos volvíamos sin combate?
Ahora muy avanzada de la noche hicimos alto, se escogió
campamento para el Cuartel General, y se vieron luego
brillar como rojas estrellas los cien vivacs del ejército. Te-
56 OBRAS DE SARMIENTO
níamos la infantería cerca y á nosotros nos tocó un huerto-
de manzanos, con la alfalfa á la rodilla. Cada uno ató su^
caballo en un tronco y á veces seis en el mismo, sin cui-
darse mucho de la larga dada á cada uno.
Chisporrotearon los churrascos y creo que en el Temple
de Jerusalen en día de solemne holocausto, no se com-
placieron mas las narices del Altísimo al llegarle el
humo, gordo, perfumado y hasta sabroso de mil asados
que están atisbando devotos. Un Comandante de Caba-
llería, fusilado después, y que había hecho largas cam-
pañas á los indios, limpiaba después de regalar su ham-
bre, el cuchillo en la bota de potro y en seguida con el
revez de la mano, se limpiaba la boca, arreando losi
gruesos labios de derecha á izquierda, de izquierda á dere-
cha y en seguida, repetía la misma operación en la
bota para descargar la mano de la grasa recogida como.
lo había hecho antes con el enorme alfajor: y toda la
operación con la cómica gravedad y compostura de un
cacique, que nos hacía perecer de risa.
Al amanecer sin aclarar todavía, que es cuando mas
arrecia el sueño, unas descargas y tiroteos casi en nuestras
orejas nos puso de punto y en indecible confusión á los
caballos amarrados á lazo largo en los manzanos, inten-
tando disparar, enrredándose, dándose coces. Algunos ofi-
ciales despavoridos, saltaron sobre sus caballos en pelo y
alguno arranca, trayéndolo á la razón y al suelo, al
aturdido ginete que no había cuidado de desatar primera
al animal.
Minutos después, estábamos listos y el ejército en orden
de parada. Restablecida la calma, siguióse el solemne
silencio de la espectativa, cuando llegó el primer avisa
de la vanguardia.
El enemigo había pasado por sobre nosotros, sorpren-
diendo dormidas ó descuidadas las fuerzas que guardaban
el paso y á las primeras palabras, comprendí que la
salida á campaña, la marcha y la cautelosa contramarcha^
era una hábil operación militar, concebida en el gabinete
y que por negligencia en la ejecución, ú otras causas,
se había frustrado.
Cincuenta y tres años después, leo el relato del Genera^
y todas las impresiones de entonces se me despiertan».
MEMORIAS 57
revistiendo las palabras impresas, aquellas mismas car-
daduras de los objetos vistos cuando el sol naciente ilu-
minaba el campo, cada uno en su puesto, después que
el desenlace del drama se nos presenta: Manqué t
Copiaré la relación auténtica del General. Sábese ya
que en San Juan está el General Villafañe de la Rioja
con seiscientos hombres y que el descreído Francisco
de aquella familia de tiranuelos había, sin autorización
del Jefe militar y el mayor de edad, pedido al gobierno
de San Juan, avanzase tropas en auxilio de una revo-
lución que no existía. Oigamos á nuestro General: —
« Los enemigos situados aquella noche en el Plumerillo»
« Rodeo de Videla, ascendían á 130 auxiliares, 200 colo-
« rados de Quiroga y 60 á 70 milicianos del Plumerillo.
« Este era el total de la derecha ó sea la división de
« D. Félix Aldao. Seiscientos á setecientos sanjuaninos y
« riojanos formaban el centro, ó división de Villafañe y
« cuatrocientos milicianos de Lujan, Cruz de Piedra, San
« Carlos y otros puntos del Sur, mal armados y sin moral
« alguna estaban á las órdenes del coronel Francisco
« Aldao». No era mas la fuerza enemiga, prosigue el
General Alvarado, digan lo que que quieran Don Manuel
Zapata y otros que se hallaban presentes.
«Me resolví, dice Alvarado, después de alguna operación
« frustrada, á tomar la defensiva, esperando que las co-
te municaciones dirigidas al General Paz el 27 de Agosto
«y los encargos repetidos á la comisión de San Luis,^
« produjeran el efecto de ser auxiliados por 100 hombres
« de caballería de línea y algunos jefes. Creí sin embargo
ce deber hacer otra tentativa persuadido que los x4.1dao
« intentaran dar un golpe á la partida sitiada en las
« Barrancas, por considerarla aislada, la mandé reforzar
(f. solamente; pero á la tarde hice mover toda la división
« en dirección al Carrizal y por una contramarcha en la
a noche (para ocultarle la operación al enemigo) me situé
« á las tres de la mañana en las Barrancas. En efecto,
« mis cálculos no salieron fallidos. El coronel Aldao se
«había movido sobre este punto; pero el Capitán Don
« Joaquin Villanueva que estaba allí de servicio desde
« algunos días antes, recibió mis órdenes para avanzarse
« hasta cubrir el camino que cruza del Carril á Barrancas
58 OBRA.S DE SARMIENTO
« y Barriales, y no las cumplió. El sin duda, no se pe-
« netró de su importancia al recibirlas y el resultado
« fué que la división de Aldao encontró esta noche des-
ee cubiertas las avenidas de mi campo, se colocó sin ser
« sentido sobre la posición de una compañía de mi
« infantería que cubría mi derecha y rompió sus fuegos
« sobre el campamento. Ellos fueron la señal de alarma
« y si no es la sorpresa que Aldao recibió al sentir
« contestados sus tiros por descargas de infantería, á la
« que no había creído encontrar allí, aprovecha las ven-
te tajas que le ofreció nuestro descuido. Pero so retiró
« precipitadamente á los Barriales y el Capitán Yillanueva
« fué el que nos privó de un triunfo indudable. Con
« este motivo fué preciso reconvenirlo de un modo algo
« serio» — (fusilarlo manda la ordenanza) — pero me con-
ci testó que el era un vecino y que trabajaba sin aspira-
< raciones y sin obligación de sufrir. A los pocos días
« se retiró á su casa, sin licencia alguna del gobierno, y
« volvió después á la división, solicitado por D. Agustin
«Bardel, En este caso estaban todos los Jefes y oficiales
« y por esto se juzgará de mi posición.» — (pág. 20).
¿Quién no recuerda el cargo del Gran Capitán, en Santa
Elena, contra Grouchy, el valiente Grouchy, que no cum-
plió sus órdenes de perseguir á Blücher,. después de de-
rrotado en Mont Saint Jean, con lo que había dado tiempo
de rehacerse y acudir en auxilio de Wellington en el
momento sicológico de la batalla de Waterloo y decidiendo
la jornada en favor de la libertad del mundo y de la moral?
Pasaron los años y murió Grouchy, protestando en vano
contra el cargo y la imputación inmerecida; la redacción
oficial prevalecía, hasta que el Coronel Charras tomó en
manos los autos de aquel gran proceso y comparando las
órdenes del día de los tres ejércitos y los partes de los
generales de división, resultó que el emperador no dio
la orden sino seis horas después de la batalla de Mont
Saint Jean y seis horas no se reparan con derrotados.
Al General Kebir, llamado así por los mamelucos, al
general Rayo, se había sucedido en la edad adulta un
imbécil, como tengo el sentimiento de haber llamado al
General Alvarado, y sino un imbécil, un tirano egoísta,
sin honor é infiel á todo compromiso. Resultó que pasado
MEMORIAS 59
Mont Saint Jean, Bonaparte enchido de orgullo ocupó horas
enteras en quejarse de los liberales de París que le ha-
bían hecho jurar una Constitución. Apenas obtenido un
primer triunfo y aunque quedaba Wellington que no se
cocia á dos hervores, ya no pensaba mas que pasar por
encima de la Constitución. Los Mariscales se asombra-
ban de ver lo que preocupaba al vencedor y está probado
que Grouchy inquieto, lo seguía á corta distada mientras
se paseaba, se le ponía casi por delante, mirándolo con
intención, provocándolo á darle órdenes de perseguir á
los derrotados. Pero el Emperador estaba triunfando con-
tra los «ideólogos» de París y no el general contra el
enemigo y Grouchy no vio á los prusianos ese día.
Algo parecido ocurre en la justificación del General
Alvarado. Ignoro si el Capitán Yillanueva estaba desta-
cado en esta comisión^ yo me había separado de mi
maestro de guerrillas hacía días por un incidente pueril.
Un día recibo orden del General Moyano de presentar-
me en el Cuartel General. Llegado á su presencia — ¿De
dónde viene el Sr. Edecán, que no se le encuentra en
su puesto? — Tengo de las guerrillas, mi General. — Entre-
gue Yd. ese rifle — Si es mió señor... — Un oficial no lleva
rifle como un soldado. — Y hube de entregarlo. Después
supe que era obra de mi padre, denunciarme como ra-
bonero y hacerme quitar el embeleco como á un chiquillo.
Me sentí verdaderamente humillado en mi carácter de
héroe en ciernes.-
Debido á esta circunstancia estaba separado de Yilla-
nueva; mas es tan grave el cargo que se hace pesar
sobre la memoria de mi amigo, á quien vi por la última
vez en la derrota, que no debo dejarlo pasar sin medir
sus quilates.
Las Barrancas habían venido á hacerse el punto estra-
tégico de la campaña. Solo allí podía evitarse la conjun-
ción de las dos divisiones, la mendocina de los Aldao, y
la sanjuanino riojana que llegaba al mando del General
Yillafañe. Es este, como se sabe, el grande objetivo de la
guerra.
Había ademas otra consideración para obrar con mucha
cautela, y es que el tiempo era nuestro aliado natural.
Triunfante el General Paz en la Tablada, nuestras co-
60 OBRAS DE SAKMIBNTO
municaciones estaban de hecho establecidas y no debían
pasarse días sin que se hiciesen sentir las fuerzas de-
Córdoba, en Mendoza.
Ni Aldao en busca de Villafañe, ni este para incorpo-
rarse á las fuerzas mendocinas, habían de intentarlo por
destacamentos, sino con todas sus fuerzas reunidas.
¿Qué significa entonces, este Capitán Villanueva con su
compañía de setenta hombres mandado á los Barriales á
atajarles el paso á una ú otra división?
Pudo en efecto, ser mandado, pues era el oficial de mas
prestigio que teníamos y lo prueba el hecho de tenerlo
casi de plantón en las guerrillas diarias, para oponerlo á
los veteranos, los de las casacas rojas. Pero de todos modos»
es inexplicable la magnitud de la obra encargada á un
simple capitán con tan poca gente.
El hecho material producido, el rumor constante del
campamento, y la inspección de los lugares, deponen en
contrario de la fácil aserción del general en jefe. Las
Barrancas son, lo que su nombre dice, un terreno de
aluvión ó greda de seis varas de espesor, desgarrado por
las avenidas, (*) que han abierto unos á guisa de calle-
jones que facilitan el tránsito de un lado á otio. Estos
callejones son gargantas, desfiladeros en algunas partes
estrechados por cuadras, entre las barrancas inaccesibles
que figuran murallas.
Una de las divisiones debía pasar por aquí y la habi-
lidad de la operación del general Alvarado, estaba en esco-
jer este punto y colocarse con toda la división á la salida.
Cuando yo inspeccioné los lugares, vi que había podido
encerrarse como en una jaula á un ejército entero, con
solo esconder una compañía de infantería cerca de la
entrada, para cerrarla después de haber dado paso al
enemigo y coronar las barrancas con la infantería y ren-
dirlos al paso por debajo de las bocas de los cañones de-
sús fusiles.
¿Quién fué, pues, que el que descuidó y dejó pasar el
enemigo sin obstáculo, viniendo por el contrario á pisotear
al general mismo en su propia cama ?
(1) Torrentes impetuosos que se improvisan con los deshielos de la montaña.
( A"o(a del Editor).
MEMORIAS 61
Confesemos que fueron muchos los que descuidaron las
mas sencillas reglas del servicio. ¿Mandó el general un
ayudante á los Barriales, á ver si el capitán estaba en
su puesto y prevenido de la proximidad de nuestro ejército?
¿Se pusieron avanzadas en aquel camino, de manera que
el enemigo no nos pisase dentro del mismo campo ?
Todo hace creer que nada se hizo y que el general se
echó á dormir á la bartola, olvidándose solo esta vez, que
todos éramos reclutas y que el general debe repicar y
andar en la procesión, mandarlo y hacerlo.
Esta fué la causa constante de los triunfos del General
Paz. A las tres de la mañana de una noche lluviosa
caía sobre una guardia avanzada y,ay! del oficial, si al
hacer levantar las casoletas para inspeccionar cada fusil,
encontraba que alguno estaba sin piedra. Ira de Dios!
Era mayor crimen que haberse pasado al enemigo y
prueba visible de que el pobre oficial era un traidor.
Detestábanlo pasablemente los oficiales y cuando lo veían
pasar á caballo, en los primeros tiempos del sitio de
Montevideo, cubiertas de barro las botas, en sus rondas
de inspección bajo una lluvia de balas, — Hi. de p. —
decían los resentidos reclutas, ahora te lleve la cabeza
una bala y á nosotros nos lleve el diablo, — porque gra-
cias á esos hábitos, los soldados podían como Napoleón,
la víspera de Austerlitz, dormirse á pierna suelta sobre
los sonados y esperados laureles del día siguiente.
Verdad es que estas operaciones estratégicas, aun las
mas bien combinadas, están sujetas á mil contratiempos
en la ejecución. El General Bonaparte para acordarlas,
daba cronómetros á sus generales, cartas topográficas
detalladas é itinerarios verificados y aun así le fallaban
muchas.
Nuestra retirada de Jachal á San Juan, después de
Niquivil, era una admirable concepción, valientemente
ejecutada; pero llegados á San Juan los milicianos se
dispersaron por ver á sus familias, la infantería se va
á su casa y el ejército desaparece. Era una desgracia
imprevista que hubiésemos tomado prisionero al pillo
Francisco Aldao, que faltó á su palabra desde que se
vio libre y fuerte. Como fué otra que el Comandante
■Castro fuese al Pocito y pintase á mi Comandante la
62 OBRAS DE SARMIENTO
situación como desesperada, pues con los setecientos
caballos gordos que tan gloriosamente, en mi sentir,
había tomado yo, la habríamos tirado para Córdoba,
pues ya estaba despejado el camino.
Cuando el Director de la Guerra contra el Chacho,
recibió orden del General Paunero enviar á Córdoba el
6» de línea que se hallaba en la Kioja, habiendo ya
elevado su renuncia y por su empleo de Gobernador
no pudiendo tener funciones subalternas en el ejército
de operaciones activas, pasó nota al Coronel Arredondo,
jefe en campaña con el 6° y fuerzas sanjuaninas, dicién-
dole que si no creía posible y útil ejecutar la orden,
pues no llegaría ni en un mes á Córdoba, y quería
asumir personalmente la responsabilidad del acto, se
dirigiese inmediatamente al Chañar, punto extremo de
los llanos, camino de Córdoba, á donde llegaría infali-
blemente el Chacho, derrotado en diez días mas. Aceptó
la indicación el Coronel, llegó al Chañar, y según el
Comandante Brihuega, que lo acompañaba con sus
rifleros sanjuaninos, se acantonó en medio de un ras-
trojo, donde al día siguiente de llegado, una mujer pa-
triota vino á avisarle que el Chacho estaba en su casa
y se preparaban para asaltarlo, pues no tenía la caba-
llada á mano ; advertido y listo, el Chacho tomó las de
Villadiego y ejecutó una hazaña, que fué dar la vuelta
de la Provincia de la Rioja, por sus cuatro términos,
volviendo á su punto de partida, después de haberle
hecho matar todos sus caballos á la división que lo
perseguía.
El oportuno consejo tan bien aprovechado por Arre-
dondo, fué malogrado por un hora de discrepancia.
Sucedióle lo mismo el Coronel Mitre, cuando invadió
á los indios de Catriel sublevados en Tapalqué. Exe-
lentes vaquéanos sabían el punto donde habían ido á
establecer los toldos. La divisiou se acercó en la noche,
sin que los indios sintiesen la proximidad de los cris-
tianos. Unas taperas eran la señal de estar ya próximos.
Los vaquéanos creyeron haber ya tropezado con ellas y
fué preciso marcar el paso un poco, hasta aguardar
los primeros albores. Un vaqueano indeciso se ponía de
rodillas á rezar y lamentarse. El día alboreó: los toldos
MEMORIAS 63
estaban á ocho leguas todavía de distancia. Los indios
tomaron caballos en presencia de los polvos y tuvieron
tiempo de montar á la chusma ... jQué burlas al pobre
Coronel que había jurado que ni la cola de una vaca
(rabona), se llevarían los indios I
Pero caso mas lamentable y mas al caso, debo recordar
para que tan grande concepto no quede ignorado de cada
generación, que todavía no cree sino en la presteza del
caballo.
Había un comerciante y proveedor enrichi pretendido
enriquecer la náutica con un invento de su caletre. Pedí-
rnosle por amistad que se consultase antes con gente del
arte y nos contestó que estaba rico y quería darse el gusto
de-hacer su ensayo, saliese lo que salgare. Un mecánico,
sin ser muy entendido, me explicó en que consistía la alu-
cinación:— Cree qi:e aumentando las hélices, duplicará el
impulso, sin acordarse que el impulso depende de la mayor
fuerza motriz. Es lo mismo que un remero tome dos remos
para representar la fuerza de- dos remeros. Si tomase
cuatro el resultado seria el mismo; un hombre remando.
Era en fin, para darme cuenta yo del caso, lo de las capi«
rusas del sastre del Quijote: se le encargaba hacer una da
una estrecha tira de paño. Vaya para una capiruza chica
y para dos, vamos. La exigencia fué hasta arrancarle al
taimado sastre la obligación de hacer seis. Presentóse con
una capirucita en cada dedo de la mano y todavía le so-
braba para la otra, tanto había dado de sí la tira estrecha
de paño.
Pues bien, durante la sublevación número que se yó
cuantos del majadero López Jordán, yacía en el río de
Lujan el armazón de dos naves aparejadas que era el casco
del malhadado ensayo del Fulton Méndez, y el Presidente
que pasaba con frecuencia, de tránsito para las siempre
verdinegras y húmedas islas, saludaba tristemente aquel
error y como estaban aparejados para llevar ganados al
Entre Ríos con un corral sobre cubierta, el náutico Pi'esi-
dente empezó á hallarle aplicación á la guerra actual, hizo
propuesta de compra y obteniéndola, se la mandó al Mi-
nistro de la Guerra que reunía en el Paraná caballadas de
Santa Fe y fuerzas que debían transportarse de un lugar
á otro. El mueble era mandado hacer exprofeso para
64 OBRAS DE SARMIENTO
transporte fluvial. Pero una innovación sugiere otra mas
•estrepitosa, y en un pelo estuvo que la historia militar se
enriqueciese con un hecho de armas que dejase pequeñitos
al General Paez que tomó un buque español con su caba-
lleria en el puerto de Macaraibo, aquello era un acto de
valor y cualquiera es valiente, siendo valiente, se entiende.
Pero en este caso había inspiración é ingenio.
El porfiado de Jordán, emprendió la segunda tentativa
de insurrección, contando con un armamento que había
despachado en aduánala casa Querencio y Cía., solicitado
por el corredor Adolfo Olivera, según consta de las pólizas,
que la aduana de un Estado vecino según las ideas co-
rrientes en la tertulia del Jefe de Policía de entonces, no
se ha de andar averiguando si son corredores los que por
tal tienen casas respetables de comercio.
Cuando el General Vedia lo estrechaba en Gualeguaychú,
mantenía Jordán sus posiciones contra toda regla de pru-
dencia, porque esperaba el santo advenimiento por Guale-
guay ó Gualeguaychú del armamento comprado. Prome-
tiéronle entregarle uno en Hernandarias, cuando ya se
hubo internado, burlando con habilidad de gaucho mañero
y liviano, las fuerzas que lo perseguían, y una vez se vino
«n persona con buena escolta, á una casa k legua y media
de aquel puerto hacia el interior, á esperar el tan deseado
é indispensable armamento. Sabido esto, en ese mundo
de espías y traidores por donde todo se sabe, un día, tras
un ligero reconocimiento hecho de los lugares por un vapor,
salió de noche del puerto del Paraná, la doble nave sin
las dobles hélices, llevando en sus entrañas, como el caba-
llo de Troya, no digamos los cincuenta héroes al mando
del astuto Ulises, sino un escuadrón de caballería monta-
do en sus palafrenes, y ciento cincuenta infantes para des-
pejar la incógnita, si fuese necesario. Debía esta división
desembarcar callandito, no en Hernandarias precisamente,
que allí habría gente que los sintiese, sino en las inmedia-
ciones, en lugar ya visto y calculado.
A las cuatro ó cinco de la mañana, era lo que prescri-
bíanlas instrucciones dadas, la infantería rodeará la casa,
é impedirá sobre todo el acceso al corral donde hubiesen
caballos; y tomadas estas precauciones, llamar quieto á la
puerta del palacio encantado, donde dormiría como ua
MEMORIAS 65
patacho el desapercibido General, y rogarle que se aso-
mase por la ventanilla á ver el espectáculo de un escuadrón
de caballería de línea formado á su frente, carabina en
mano y un centenar de infantes ídem, prontos á la manio-
bra y como caídos del cielo.
Ah! no corrió tanto riesgo un conocido mío con las balas
envueltas en ácido prúsico, ni los puñales envenenados con
estricnina de la misma factura, como el que corrió esta
vez el cuartel general de Hernandarias.
La expedición de los nuevos argonautas salió sin ser sos-
pechada del Paraná, remontó á vapor ríos arriba sin incon-
veniente, pasó sin ser sentida por las casas de Hernanda-
rias y amainó sus fuegos y atracó el vapor en el lugar
-convenido. ¿Qué mas quieren que les diga? Toda la tropa
tomó tierra, los caballos se alinearon con sus ginetes y
llegado el momento de obrar, se dio la orden de marchar
pur cuatro á la derecha, y se emprendió la marcha con el
mayor arreglo y silencio, por la orilla de Una ceja de monte
que se internaba hacia el interior de las tierras y servia
de pantalla para encubrir el movimiento, solo sí que en
lugar de tomar por delante déla ceja, tomaron por detrás
de ella, lo que fuera indiferente. Pero la tal ceja, no era
ceja, y si clavo, cuña, delta, que iba abriendo y ensanchando
xada vez mas, de manera que en lugar de acercarse á las
casas, la ufana división se dirigía hacia Corrientes.
¿Puede sobrevenir contratiempo igual? Pues bien, es lo
mismo que le pasó al General Paz cuando reconoció que
eran enemigos los que había tomado y aguardado como
soldados suyos disfrazados de gauchos que había mandado
á un reconocimiento. Tuvo tiempo de ponerse en salvo,
siguiendo la costa de una ceja de monte de chañas que así
parecía mirada de la punta, pero que también tenía forma
de delta, y la tomó por mal lado, y el monte luego se inter-
puso entre él y las avanzadas de su ejército, que hubiera
podido oir los rumores del campamento. Asi se cambió el
rumbo que llevaba la historia, porque tiene sus reglas aun
para ir mal.
Y ya que de peligros se habla, bueno es que recuerde
aquí uno, que por no ser corrido en aventuras militares,
lio debo dejar de consignar por ser el mayor que he
Tomo xlix.— 8
66 OBKAS UK SAHMlIfiNTO
corrido, aunque he salvado del machete dos veces de sal-
teadores eu Chile, en el un caso por estar alerta y bien
armado, y en el otro, por hacerles creer á mis contendores^^
que las dos pistolas que les tenía asestadas al pecho á una
vara y cuarta de distancia que estaban cargadas, cuando ni
pólvora tenían. Eran tres y se retiraron en presencia del
peligro de quedar dos con la barriga al aire, pues era ya
entrada la noche, sobre la cumbre de las Coimas entre Pu-
taendo y San Felipe, donde con tanta gloria se había bati-
do Necochea con los españoles. Este y otros hechos que
suelen ocurrir de vez en cuando en las cuestas de Chaca-
buco y otros lugares ilustrados por nuestras armas, haría
decir como Edmond About cuenta de un ingles apasionado
de la Grecia, que le habían robado la cadena en la&
Termopilas y el reloj en las planicies de Maratón, á manos
de los sucesores de Leónidas y de Temístocles.
Mi peligro fué de otro género. El juez de la causa de los
Guerri, conversando conmigo después, no se atrevía á darme
todos los detalles de la tentativa, hasta que tranquilizado-
por mi, me trasmitió un dicho del Dr. Paiggari, quien
aseguraba que con solo tocarse el lagrimal los curiosos que
manoseaban las balas extraídas de las paredes en torno
del atentado, se aseguraría la muerte inmediata. Pudo
pues herirme ligeramente, aunque mas no fuese hacer un
rasguño, una bala si no estalla el arma al salir el tiro y
entonces quedar, acaso por dictamen de cirujano, declara-
do y comprobado, que el Presidente y Teniente Coronel, se
había muerto de la impresión que debió hacer en su ánima
el formidable disparo de un trabuco á boca de jarro, dis-
parado á dos varas de distancia. Conócense las disposi-
ciones de la opinión y quienes hacen la oi)inion de loco, de
chocho y habría llevado á la historia un calificativo. Un
alto personaje, al saber lo ocurrido, lo echó á la broma en
mi desfavor, hasta que le trajeron un fragmento del trom-
blon y creyó como Santo Tomas. No se que en su vida
hubiese corrido riesgo alguno para tanta presunción y no
negó que lo había podido hacer correr á otro.
Mas, como disgresiones, que se van hilvanando sin sentir
de la pluma, con estas basta y volvamos á mi historia da
aquellos tiempos prehistóricos.
MEMORIAS 67
SITIADOS
El hábil molimiento del General Alvarado malogrado, el
General Aldao aumentó su prestigio, con su acierto. Ne-
cesitaba reunir en un solo cuerpo su ejército y los que lle-
gaban en su auxilio y lo consiguió pasando sobre nosotros,
al amacer por aquel terrible desfiladero.
Poníase ademas con su fuerzas al Norte; asegurándose la
retirada sobre San Juan á que podía Quiroga acudir en
persona dado el caso que el General Paz avanzase sus opera-
ciones por San Luis, no comprendiendo hasta hoy el por-
qué no lo hizo ni siquiera con una pequeña fuerza, si no
no es que el General Alvarado, contando con la buena fe
de los Aldao no la requiriese.
Con la idea de un contraste sufrido, volvimos á Mendoza
hablando bajo y encogidos como pollos mojados, comme un
renard á qui une poide aurait pris.
Los jefes mendocinos comprometidos, la vida les iba, y
andaban tristes y cariacontecidos, perdida toda confianza
en el General y aun mostrándose reacios los menos cultos
y los mas violentos.
Nos habíamos alojado fuera de la ciudad, á cuya de-
fensa acudíamos. La iniciativa quedaba en el otro cam-
po y todavía no me explico qué se iba á defender y
por qué tiempo, pues nada mas se hacía que dejarlo
trascurrir en la inacción. Y había plan estratégico en
sostener la plaza vigorosamente, pues un mes hubiera
bastado para que fuerzas de línea de Córdoba viniesen en
nuestro apoyo.
La situación se iba haciendo angustiada; pero me parece
que al volver á la ciudad no había plan determinado. La
salida á las Barrancas, debió ser aprovechada para avanzar
desde alli una partida que salvase Corococho y la Paz, para
hacer llegar comunicaciones al General Paz instruyéndole
del estado de las cosas y pidiéndole avanzar tropas. Su
vanguardia con Videla Castillo se hizo sentir después del
desastre del Pilar, y la ciudad de Mendoza pudo ser defen-
dida hasta entonces, como se han defendido Buenos Aires
68 OBRAS DE SARMIENTO
y Montevideo, al menos hasta ser socorrido. El General
había visto las fortalezas del Callao y sobraban elementos en
Mendoza para organizar una plaza de guerra; pero la resis-
tencia se limitaba á ser pasiva.
Hablábamos quedo en ios corrillos, el silencio se venía
haciendo, como cuando se presta atención á oir ruidos
y rumores que uno echa de menos, como cuando vemos
nubes negras acumularse en el horizonte y ponemos el oido
á oir el trueno que es su vuz usual. De repente una tarde
pin! pan! tiros, gritos, exclamaciones en el campo vecino,
ginetes que corren hacia el Cuartel General. . . .
¿Qué hay? — Sublevación del ejército. — Piden ir al enemigo.
— El General no está seguro aquí. Venimos á llevarlo k
la ciudad.
El tumulto y la confusión llegaban por oleadas hasta
nosotros, y amenazaban envolvernos cual torbellino de
polvo. Requerimos los caballos y yo indiqué á los oficiales
sanjuaninos seguirme por una calle que conducía hacia el
oeste al campo abierto. Allí hicimos alto para esperar á
otros y tomar consejo. No teníamos salida sino para Chile.
San Juan nos estaba cerrado al Norte; al Sur los indios de
Pincheira. al Este los Aldao cubriendo la Provincia entera.
Quedamos de acuerdo y esperamos.
Al bajar el sol vino alguno á decirnos que todo se había
arreglado, renunciando Alvarado gobierno y mando, to-
mando este el General Moyano, é interno el otro un señor
Videla harto entrado en años. La inacción á que el Gene-
ral Alvarado, condenaba el ejército, había llevado la exas-
peración hasta el último punto y una extraña revolución
había estallado en las tropas, pues lo que pedían era solo
que las condujesen al combate.
Regresamos al campamento y encontramos rostros ale-
gres y palabras llenas de entusiasmo. No se necesitaban
muchas para despertar el mío y todos nos preparamos
para emprender luego las operaciones activas.
Tiempo era y sobrado. Los Aldao habían quitado el
agua á la ciudad! La campaña tenia con esto objetivo
determinado y íijo. A Lujan! á destapar las obstruidas
tomas; y luego nos pusimos en movimiento. Dejábase
indefensa la maestranza, repleta de elementos de guerra
y las cuatro culebrinas de San Martin detrás de nosotros.
MEMORIAS 69
abandonadas por pesadas para ejército animado del frenesí
del combate.
Llegamos en efecto á Lujan; y no sé si se abrieron las
tomas, pues luego fuimos sitiados y el combate se inició
de detiás de las tapias de nuestra parte, de entre las
barrancas del río de la otra.
Con don Vicente Morales mi pariente, disparamos muchos
tiros á Pepe Quiroga también pariente mió, que nos provo-
caba, con otro oficial Martínez sanjuanino. Sobre estos,
pesa un cargo muy grave. Dios los haya perdonado...
Me habían regalado el caballo en que Albin Gutiérrez
mandó la batalla de los Médanos contra don José Manuel
Carreras y por cuidarlo, descubrí que habían echado por
tierra un lienzo de pared. Tenían con esto la brecha
practicable. Mi casual vigilancia frustró el ataque.
De noche hacíamos cartuchos los jefes, ayudantes y
asistentes de coníianza con la pólvora y balas traídas
en carretillas y allí se conversaba sobre la situación.
Es falsa la aserción del General Alvarado que reinase
desaliento entre los oficiales: aun reducidos á esta extre-
midad, ninguno dudaba de la victoria. Éramos todos tan
bisónos!
De día en día había venido haciéndome de mayor número
de amigos en la división y en la mañana del 29 de Setiem-
bre, un joven Gutiérrez, me prestó su partida de veinte
hombres para ir á escaramucear con el enemigo por otro
lado. Era yo esta vez dueño de una fuerza imponente, y
la calle, de paredes largas como una flauta ahorraba al
general éste, la necesidad de trazarse un plan estratégico
muy complicado. Avanzar para adelante y huir para atrás,
he aquí las dos operaciones jefes, pivotales de la jornada.
Los soldados de ambos bandos, milicianos por lo general,
lo que menos deseaban era irse á las manos y esta era
la curiosidad que yo tenia y me proponía satisfacer. Ordeno
un tiroteo que sirva de introducción al capítulo; avanzóme
enseguida á provocar de palabras, diciéndole montonero,
avestruz y otras lindezas al oficial adverso, quien sin
avanzarse mucho, me hace fusilar con tres ó cuatro de
los suyos, que se estaban un minuto apuntándome los
tiros. Me ingenio del modo mas decente que puedo, para
no seguir sirviendo de blanco, después de haberme aguan-
70 OBRAS DE SARMIENTO
tado quince tiros á veinte y cinco pasos. Mando cargar,
nos entreveramos un segundo, y los mios y los ágenos
retroceden á un tiempo, cada partida por su lado, dejando
en el fugaz campo de batalla, al pobre general mohino
de que no siguiera un rato mas la broma. Reúnome á
los mios y siento en todas las evoluciones del caballo,
que me acompaña un soldado, siguiéndome hacia adelante
y hacia atrás en todos mis movimientos. Como yo no
conocía á mis propios soldados, puesto que era un alle-
gado, nada de particular encontraba, hasta que uno gritó:
— Ese es enemigo! Era según se vio, un infeliz que en
•el pequeño entrevero tenido, se había quedado, no atre-
viéndose á disparar de miedo de ser muerto y seguía al
oficial tal vez en busca de protección.
Quize responder á esta confianza; pero como los gue-
rrilleros en calles angostas no tienen formación, desnu-
daron sables algunos y trataron de herirle. Interpuse
mis respetos, (escasísimos?); buscó la salvación en la
fuga; y entonces entrando en funciones como el mas
avanzado, acaso mejor montado, alcancé á pasarlo y cerrarle
la calle, con lo que el pobre hizo trepar su caballo al
borde de la acequia, y con un buen chirlo de mi sable,
porque se puso muy á tiro de mi amistad, se tiró de
cabeza al agua en la acequia de tres varas de ancho,
de corriente rapidísima y siguió de espaldas aguas abajo,
hasta tomar distancia, sin poder seguirlo, pues que la
guerrilla enemiga, que presenciaba la escena, avanzaba
á protegerlo.
Al día siguiente el cerco se estrechaba y arreciaba el
fuego, no habiendo lugar seguro en el campo, pues las
balas se cruzaban de todos costados. Quemáronse el pri-
mer día 20.000 tiros y cien cañonazos fueron disparados
de parte de los cercados. El segundo día hasta las doce,
igual estrepito, sin ningún éxito. Los Aldao sabían que
las municiones se agotaban, y sus soldados se parapetaban
detras de tapias y murallas.
Comunicaciones de Quiroga les recomendaban no tratar
ni prometer nada. «Es preciso, les decía, que tengamos
el mayor número posible de enemigos para sacar contri-
buciones.»
MEMORIAS 71
EL CAMPO DEL PILAR
Pero el pueblo de Mendoza que oia el fuego de dos días
creía que pocos habría vivos ya; y las mujeres desoladas
corrían por las calles pidiendo á gritos que fueran los
sacerdotes, los ancianos, los hombres de prestigio, á me-
terse entre los combatientes y separarlos. Una comisión
de sacerdotes se acercó al lugar del combate, eligió un
terreno neutral para tratar, y se convino en que todos se
sometieran á un gobierno elegido por el pueblo. ; Cómo
debían reírse los Aldao del candor de sus enemigos! Esta-
ban vencidos ya y presos, y siempre guardando los aires
altivos de ciudadanos libres. Pero la Providencia no quiso
permitir que la farsa se representase hasta el fin. Esta
comedia debía concluir por una catástrofe que llenó de
espanto á sus actores mismos.
Eran las tres y media de la tarde: ajustado el convenio,
la tropa á quien se tuvo la indiscreción de comunicarlo
había hecho pabellones y los oficiales andaban en grupos
felicitándose de un desenlace que para nosotros era sim-
plemente la salvación. Francisco Aldao entró al campo
sin escolta; bienvenidas Cordialmente amistosas lo saludan,
entáblase una conversación animada, las chansonetas y
las pullas van y vienen entre hombres que en otro tiempo
han sido amigos. Rodeámoslo como veinte oficiales. Yo
lo conocía, porque lo habíamos tomado prisionero aquella
noche triste en San Juan; vestía uniforme sencillo, traia
lanza con banderola roja usada, montaba en silla húngara.
Un momento después un emisario del fraile se presenta
intimando rendición so pena de ser pasados á cuchillo.
Mil gritos de indignación partieron de todas partes, Fran-
cisco fué el blanco de los reproches mas amargos. — «Señores^
decía con dignidad y confianza, no hay nada, es Félix que
ya ha comido!» — dando á estas palabras, que repitió va-
rias veces, un énfasis particular y á un ayudante la orden
de avisar á Félix que él estaba allí, que el menor amago
de su parte era una violación del tratado.
La alarma corrió por todo el campo á la voz, ¡traición?,
traición 1 los oficiales llamaban en vano á la formación.
72 OBRAS DE SARMIENTO
cuando un disparo de cañón hizo pasar zumbando por
nuestras cabezas una bala, cinco mas le siguieron arro-
jadas al grupo donde estaba Francisco.
Yo vi entretanto, masas de caballería que abandonaban
los puestos del lado del campo que hacía frente al enemigo
y voló á contenerlos.
Esta circunstancia me dio ocasión de ser testigo, acaso
el único, de un hecho que prueba la sinceridad del General
en Jefe y debo añadir por consecuencia, la de don Pancho,^
que no habría sido muy de fiar. En esta salida mia, vi al
Mayor Recuero que volvía del lado que estábamos nosotros
y se encontró á la salida hacia el río con don José que
venia con un ayudante ó dos, visiblemente á entrar en el
campo sin temor alguno, como habían venido antes don
Francisco y Recuero.
Este me confirmó todo esto en Chile, donde nos cono-
cimos mas tarde emigrados, diciéndome que él aconseja
á don José volverse, viendo la agitación que reinaba en el
grupo de que yo me había desprendido.
Don José {*) se alejó exclamando: — «este es Félix! ya está
borracho!» En efecto, borracho estaba, como era su cos-
tumbre por las tardes; tres ó cuatro días antes, había sido
preciso cargarlo en un catre para salvarlo de las guerrillas.
La confusión se introdujo en el campamento y la aproxi-
mación de los auxiliares de don Félix y los azules de San
Juan completaron la derrota. Un momento después pene-
traba el fraile en el campo á tan poca costa tomado. Sobre
un cañón estaba un cadáver envuelto en una frazada: un
presentimiento vago, un recuerdo confuso del mensaje de
su hermano le hace mandar que le destapen la cara: —
«¿Quién es este?» pregunta. Los vapores del vino ofusca-
ban su vista á punto de no conocer al hermano que tan
brutalmente había sacrificado.
Sus ayudantes tratan de alejarle de aquel triste espectá-
culo antes que reconozca el cadáver. — «¿Quién es este?j»
^e])ite en tono dí^cisivo. Entonces sabe que es Francisco.
Al oir el nombre de su hermano, se endereza, la niebla de
(1) Este trozo pertenece á la Vida de Aldao y lo hemos intercalado aquí para
completar la narración. Va hasta donde sigue la relación personal con esta,
señal • —N. del E.
MEMORIAS 73
SUS ojos se disipa, sacude la cabeza como si despertara de
un sueño y arrebata al mas cercano la lanza . ;Ay de los
vencidosl La carnicería comienza: grita con voz ronca á
sus soldados: — «maten! maten!» mientras que él mata sin
piedad prisioneros indefensos á los oficiales que le traen,
los hace reunir en un cuadro; eran primero diez y seis^
entre ellos el joven Joaqmn Villanueva, notable por su
valor. Manda á sus veteranos matarlo á sablazos; Villa-
nueva recibe uno por atrás que le hace caer la parte su-
perior del cráneo por la cara; se levanta y echa á correr
por aquel círculo fatal limitado por la muerte; el fraile lo
pasa con la lanza que entra en el cuerpo hasta la mano,
y no pudiendo retirarla otra vez, la hace pasar toda y la
toma por el otro lado. La carnicería se hace general y
los jóvenes oficiales mutilados, llenos de heridas, sin de-
dos, sin manos, sin brazos, prolongan su agonía tratando
de escapar á una muerte inevitable.
La noche sorprende á los vencedores matando; las parti-
das se vienen á la ciudad y cada tiro que interrumpe el
silencio de la noche, anuncia un asesinato ó una puerta
cuya cerradura hacen saltar. El día siguiente sobrevino y
el saqueo no había cesado. El sol apareció para contar
los cadáveres que habían quedado en un campo sin com-
bate é iluminar los extragos del pillaje. Al día siguiente,
los actores de aquel terrible drama estaban mudos de es-
panto. El fraile se dio cuenta entonces de todo lo que había
hecho, y la muerte de su hermano, á quien él había sacri-
ficado. *
Yo todavía no sé como escapé de aquella matanza y de
la vía de horrores que atravesé en seguida.
Como he dicho, quise contener la caballería que iba á
desbandar, por un portillo por donde necesitaba desfilar.
El tercer soldado gritó al primero y segundo: — «¡lancéenlo!»
— y era inútil insistir. Yo he visto varias veces el coraje
que inspira el miedo. Nadie resistiría, si lo empleásemos
pn resistir al enemigo.
Salí del campo del Pilar después de haber visto morir á
mi lado al ayudante Estrella y haber ultimado uno de los
nuestros á un soldado enemigo que me cerraba el paso,
mientras bregábamos con la lanza y el sable con que yo
había logrado herirlo. Salí por entre los enemigos, por
74 OBRAS DE SARMIENTO
una serie de peripecias y de escenas singulares, entrando
on espacios de calles donde nosotros éramos ios vencedo-
res, para pasar á otras en que íbamos prisioneros. Mas
allá dos hermanos Rosas, de partidos contrarios se disputa-
ban un caballo. Vi matar, pugnando yo por salvarlo, al
padre de don A.rístides Villanueva, llevado en ancas de un
señor Corvalan y atacado de atrás por un furibundo, tocán-
dole la espalda con la moharra y dos, yo uno de ellos,
prendidos del asta para que no lo atravesase.
Un trompa sanjuanino venía tocando á degüello y reco-
nociéndome cambió la corneta por el sable; pero apostro-
fándome á pretesto de que le había dado unos palos en
la campaña de Jachal y como yo ^le prometiese otros para
cuando volviera á mandarlo, (era antiguo sirviente de
color), metió espuelas á alcanzar su división. — Lo tuve en
efecto á mis órdenes después, y reimos hermanablemente
del caso.
Allí fué donde vi morir miserablemente al ilustre La-
prida, cuyo cadáver fué expuesto acribillado de heridas en
Mendoza.
Todos estos cambios de situación se hacían al andar del
caballo, porque el vértigo de vencedores y vencidos que
ocupábamos en grupos media legua en una calle, apartaba
la idea de salvarse por la fuga. Cuando la hora de la
reflexión, de la zozobra y del miedo vino para mí, fué cuan-
do después de haber salvado de ese laberinto de muer-
tes, guiado por mi buena estrella, al fin, no sé donde, ni
como, ni quien, pasando un jefe que llevaba en ancas á
un teniente desnudo y herido de bala en una pierna, me
dijo:— «Siga usted á ese Comandante» y lo seguí y me llevó
á su casa. Era el Comandante don José Santos Ramírez
que venía cargado de noble botin hecho en el campo de
batalla, heridos y prisioneros que traía á salvar de la carni-
cería bajo su techo hospitalario.
Tan á tiempo fuimos recogidos que á los dos días llegó
de San Juan la orden de pasar por las armas á los oficiales
sanjuaninos, y seis de estos pagaron este tributo al furor
tranquilo de los políticos que ponen tales decretos al rede-
dor de un bufete. De los cuatro edecanes de Alvarado, el
joven Albarracin Sabino y don Andrés del Carril del ejér-
<;ito de los Andes, tuvieron su parte.
MEMORIAS 75
Kíi tío don Ignacio Sarnaiento, casado con una hermana
del obispo Oro, vino de San Juan con pasaporte del gobier-
no, para buscarme si había perecido, ó rescatarme si estu-
viese prisionero. Supo esto último del gobierno mismo de
Mendoza, porque reclamado por él, para cumplir la orden
de ejecución, el Comandante Ramírez contestó indignado,
que si no bastaba ya de horrores, al menos le ahorrasen á
él el oprobio de entregar un huésped de su casa y su pri-
sionero hecho por él en el campo de batalla, para llevarlo
■de su hogar al patíbulo.
En cuanto á mi padre con quien nos perdimos de vista
en la confusión del campo de la muerte del Pilar. Se salvó
al principio de la derrota; pero la ignorancia de mi para-
dero llevábalo inconsolable, fuera de si, y como avergon-
-zado de haber salvado su propia existencia. Parábase á
cada momento á esperar los últimos grupos de fugitivos,
por ver si su hijo venía entre ellos, hasta ser el último de
los que precedían á las partidas enemigas. Llegado á lugar
de salvamento, no quiso seguir hacia Córdoba á los prófu-
gos y permaneció días enteros rondando en torno de las
avanzadas enemigas, hasta que cayó en su poder, como
aquellas tigres á quienes han robado sus cachorros y vie-
nen llevadas del instinto maternal á entregarse á los caza-
dores implacables. Trajéronlo á San Juan, pusiéronlo en
capilla y escapó de ser fusilado, mediante una contribución
de dos mil pesos, después de demostrar su tranquilo des-
precio á la muerte. (*)
Regresamos con mi tío y en el camino nos querellá-
bamos, yo á grito herido, él sonriendo y contestándome
•con bondad. La disputa era sobre la excelencia de su
partido, cada vieja acabando su madeja.
De estas pláticas y controversias, saqué en limpio un
hecho curioso. Al fin admitió que los unitarios tenían
(1) Me ha relatado el anciano Don Régulo Martínez, lo siguiente confirmado
por la tradición en San Juan. Llegado Don José Clemente Sarmiento á San Juan,
á la presencia de Facundo Quiroga, le intimó se preparase á la muerte, que sería
fusilado dentro de dos horas. Espirado ese plazo se le dio cuenta al caudillo de
•que el preso solo había comprado empanadas y vino y que después de comer y
J)eber se haí)ía tendido adormir y en ese momento dormía profundamente. Tan-
ta serenidad y tan tranquilo desprecio por la muerte, tuvo el efecto de seducir
-al terrible Facundo, quien lo admitió al rescate. {N. del E.)
76 OBñAS UB 8AKMIBNT0
razón! Esto no era de él, ni las razones en que se-
apoyaba. Conocidamente las había oído á alguno qu©^
la echase de hombre superior; y si estuviera en San
Juan por entonces Don Domingo de Oro, se las habría
colgado áél. Pero estaba el Dr. Francisco Bustos, cordobés
hermano del General Bustos^ y solo él podía tener la
frescura de pensar así.
Los unitarios, decía, tienen razón. Representan la gente
decente, los ricos y generalmente las personas ilustradas.
Quieren constituir el país eso no puede negárseles; pero
amigo, me decía mi buen tío, las masas no están con
V. V. y hemos de vencerlos siempre. Este fué como so
sabe, el credo federal. El General Urquiza me hacía
en el Diamante las mismas concesiones, con la misma
restricción; — pero que quiere Yd. las masas están con
nosotros.
Llegados á San Juan, tuve que guardar la sombra
por algún tiempo, y con gramáticas y diccionarios que
me procuró el padre de los actuales Laspiur, aprendí
írances, con harto trabajo.^ En prueba de alianza y
amistad mi tío Ignacio, me regaló un cachorrito (*) español
de ponerse á la cintura que era una monada, y conservé
muchos años como memoria de familia. Hubo él de
huir á su turno, cuando se dio vuelta la torta, y sabiendo
después que poco había de temer de nosotros regresó á
los pocos meses y por precaución, mientras llamaban á
Domingo como dejó ordenado, se acostó á dormir en una
vieja bodega, cerrando los ojos para no volver á abrirlos,.
en un lago de gas carbónico de una cuarta de pro-
fundidad. La muerte de Plinio el mayor que quiso ver de
cerca el Vesuvio en ignición. No se sabía nada de esto
entonces por las provincias.
Al General Ramírez, mi salvador en las matanzas de
Mendoza, debí á los años mil otro servicio que ha pasado
desapercibido, porque á nadie interesaba y al mismo
tieuipo un lei'iiuit! diíjíavo'; qu»^ ili<') -íiÜiIh á ]•<> «nvi.iii
de los que malqueriéndome, muy poco tenían que echarme-
en cara.
(1) Cachorro— especie de pistola. {N. del B.)
MEMORIAS 77
En 1849, por incidente de una celebración del 2o de
Mayo, en Cliile, á que concurrieron el General Las Heras,
otros patriotas ilustres y un hijo del General Lavalle que
fué mi secretario de Legación en Chile, Perú y Estados
Unidos, es decir dos generaciones extremas, se dio á la
prensa la siguiente carta, de dicho General á Rosas, dán-
dome el epíteto de loco, que había decretado el fraile
Aldao para los mendocinos liberales; pero al mismo tiempo
L'e instruía por incidente, de haberme tomadu prisioneio
-en la batalla de Lujan. — ¿Con que V. se ha hallado en
batallas en 1829? — ¿Y que tiene de particular?. .. —Que
yo no había nacido aun...
Asi pues, la mención honorable del General Vega
en la batalla de Niquivil, campaña de Jachal y la que
pretendió desfavorable el General Ramírez de la cam-
paña de Mendoza, son los únicos documentos autétiticos
que establecen la primera página de mi foja deservicios,
habiendo servido entonces bajo las órdenes de tres
generales, dos de ellos de la Independencia, hecho dos
campañas y asistido á dos batallas, habiendo mandado
en jefe dos pequeños encuentros y asistido dos meses
á las guerrillas y á los trabajos de gabinete del Estado
Mayor que dan tanto. Todo esto antes de cumplir diez
y nueve años.
Las cartas á que se refiere el autor son las siguientes:
Santiago, Mayo 26 de i848.
Señor General Ramírez.
Hai^e diez y nueA'e años, á que en una tarde de aciaga memoria para Mendoza,
Tin oficial que me traía prisionero, me dijo, siga Vd. á ese Jefe. Ese Jefe era
Vd. señor General, y el prisionero era yo. Lli^vome Vd. á su casa y allí me salvó
de correr la misma suerte de Albarracin. Sabino, Carril y todos los jóvenes sanjua-
ninos que fueron fusilados por la orden que llegó de San Juan, para que se fusi-
lasen á lodos los oficiales sanjuaninos que habían ido á segundar el movimiento
-de Mendoza, que sucumbió en el Pilar. Vuelto a mí país conservé siempre la memo-
ria de este servicio que Vd. me había hecho, sin que jamas me hubiese sido dado
manifestar á Vd. mi gratitud de una manera digna. Digo digna, porque cuando
yo me hallaba en mi país, y en actitud de valer, estaba Vd. prófugo; cuando yo
sabía que estaba Vd. en Mendoza, yo estaba desterrado, y Vd. mandando. Conoce
"Vrt. el orgullo de partido. Ofrecerle la expresión de mi gratitud cuando Vd.
mandaba, habría sido pedir gracia á mi enemigo político; habría sido recomen-
darme á su indulgencia y no lo habría hecho jamas á riesgo de sentar plaza de
ingrato.
Era yo por otra parte demasiado oscuro entonces, para que este paso de ral parte
78 OBRAS DE SARMIENTO
tuviese valor á los ojos de Vd. Hoy Vd. y yo, sernos prófugos, desterrados, y
está Vd. en mi patria; y no creyera poder saberlo sin avergonzarme, sin recordar
á Vd. una buena acción que Vd. habrá olvidado quizá, pero que yo recuerdo con
gratitud.
Escribo á mi familia y á mis amigos que le ofrezcan sus débiles servicios; y
créame. General, deseo vivamente que me honre con su amistad y afecto y me
dé ocasión, no de correspondería su fineza, porque eso no es posible, sino de
mostrarle que era digno de ella.
Remito á Vd. algunos opúsculos que he publicado y en adelante le mandaré
cuanto salga de mi pobre pluma.
La Revolución de París, cambia General, la situación del mundo y con ella la
de la República Argentina y la del monstruo que la ha envilecido. No se com-
prometa, General, en nada en lo sucesivo. Veinte años de sacrificios de su parte,
han tenido por recompensa el destierro! Se ha envejecido sosteniendo una
causa estéril, que no ha dado sino crímenes, persecuciones y sangre; y después
de veinte años estamos como en el primer dia. Se han exterminado algunos
millares de guerreros, algunos centenares de hombres de talento y sin embargo,
las resistencias no han cesado; ese gobierno y ese sistema de cosas no han triunfado
y está hoy mas que nunca, lejos de establecerse; prueba evidente que ese sistema
era contra la naturaleza, la justicia y el derecho. Vd, lo ha visto; el gobierno
mas poderoso del mundo ha caido en una hora, porque quizo negar á los ciuda-
danos, el derecho de expresar públicamente sus pensamientos; y con la calda de
aquel gobierno, la violencia, la cohercion son imposibles hoy en la tierra. El des-
potismo de Rosas será imposible, no por las resistencias armadas de sus enemi-
gos, ni por las armas coaligadas de las potencias extrangeras: caerá por el ridiculo,
por el oprobio, por la humillación, por la esterilidad de los resultados obtenidos
en veinte años de desastres, de persecución y de crímenes.
Yo me apresto. General, para entrar en campaña. No crea V. que es mi objeto,
uo lo crea V., ir á esas pobres provincias á luchar personalmente con las pasiones
y con el poder estúpido de la fuerza material. Sería vencido: me deshonraría.
Mis miras son mas elevadas, mis medios mas nobles y pacíficos. Si los argentinos
no han caido en el último grado de abyección, de embrutecimiento, la razón tendrá
influencia sobre ellos, la verdad se hará escuchar y un día nos daremos un
abrazo!
Para entonces, General, ofrezco á V. todo cuanto yo valgo y se lo ofrezco con
tanto mas gusto, cuanto que tengo la intima convicción que es fatal, inevitable el
caso que ha de llegar en que pueda serle útil á V. y á todos sus amigos.
Aprovecho, General, esta ocasión para repetirme de V. afeclisimo amigo y
servidor.
D. F. S.\UMIEXTO.
Exmo. Señor Don Juan Manuel de Rosas.
Mi respetable señor:
Me honro en elevar á V. E., la adjunta carta que acabo de recibir en el correo
por la vía de San Juan, del loco fanático salvaje unitario D. F. Sarmiento, sin duda
con su malévola intención, creyéndome en desgracia y que por ello fuese yo capaz
de manchar mi foja de servicios, siguiendo sus alucinados y criminales planes
contra nuestra independencia y nuestra santa causa federal que he jurado soste-
ner á todo trance; y aunque realmente me hallase en desgracia, mas firme y
constante me encontrarían mis confederales, porque mi carácter es innudable.
MEMORIAS 79
A este judio unitario en 1826, en la revolución salvaje unitaria que estalló en el
Pilaif de Mendoza, le tomé prisionero, salvándole la vida á él y á otros en aquel
acto sin conocerlos: y por un espíritu de generosidad, los conduje á mi casa, y lo
noticié de ello al finado General D. Benito Villafañe, quien lo hizo trasladar á la
suya, diciéndome tenia encargo para protegerlo, de su familia.
V. E. se fijará que después de diez y nueve años, viene recomendándome tal
servicio, prevaliéndose de unas circunstancias totalmente equivocadas para él,
pues ni me creo en desgracia, ni tengo porqué juzgarme tal.
V. E. impuesto de su tenor, determinará lo que tenga á bien, quedando persua-
dido que cualquiera otra de este, ó del que sea, las trasmitaré inmediatamente á
manos de V. E. para su superior conocimiento, como es de mi estricto deber, sin
contestarlas.
Deseo á V. E. la mas completa salud su mas pequeño S. S. Q. B. L. M. de V. E.
José S. Ramírez .
iViva la Confederación Argentinal
El Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de Buenos Aires, Encargado
de las que corresponden á la Confederación Argentina.
Buenos Aires, Abril 11 de 1849.
Año 49 de la libertad, 34 de la Independencia y -20 de la Confederación argentina.
Al Exmo. Señor Mmislro de Relaciones Exteriores de la Rípública de Chile.
El infrascripto tiene la honra de dirigirse á V. E. por orden del Exmo. Señor
Gobernador, para solicitar de V. E. se digne prestar su atención á lo que pasa á
exponer y elevarlo al supremo conocimiento del Exmo. Señor Presidente de esa
República.
Las cuatro adjuntas copias autorizadas que el abajo firmado acompaña á V. E. de
una carta del Teniente Coronel Don José Santos Ramírez á S. E. el Señor Gober-
nador, fecha 30 de Noviembre último, de otra relativa del salvaje unitario Domingo
F. Sarmiento al Teniente Coronel Ramírez, escrita desde Santiago de Chile el 26 de
Mayo de 1848, de la contestación dada por el infrascripto á aquel jefe y circular
dirigida á los Gobiernos de la Confederación, instruirán al de V. E. de la criminal
cuanto abominable furia con que el traidor Domingo F. Sarmiento, perteneciente
ó una logia sanguinaria é infame, que tantos males ha causado á la causa de la
América, sigue conspirando del modo mas alevoso é inicuo, desde Chile donde se
ha refugiado, contra el orden y gobierno establecido de la Confederación Ar-
gentina.
Al ilustrado juicio del Gobierno de V. E. no se oculta lo que para lances tan
desagradables prescribe el derecho de gentes, á fin de reprimir y castigar á los
refugiados políticos que así conspiran contra su patria, desde el país de su asilo.
Por otra parte, este gobierno tiene la grata persuacion de que el de V. E. tan
amigo del orden legal y paz de los pueblos americanos, como deseoso é interesado
en cruzar las maquinaciones de los traidores que suscitan la anarquía en provechO'
de miras anti-americanas, no puede dejar de abrigar una especial consideración
á la causa común de los Gobiernos establecidos en el Continente, por el voto de
los pueblos, y fieles en cumplir la misión americana que á todos compete atender
en el propio interés de sus respectivos paises.
80 OBRAS DB SARMIENTO
Es por lo tanto con grande confianza que el Gobierno Argentino solicita de
V. E. una medida eficaz de represión y castigo que ponga al aleve conspirador
Domingo F. Sarmiento, en la imposibilidad de proseguir en adelante abusando del
asilo en Chile para incendiar un país vecino, amigo y hermano de «sa República,
y para lanzar desde alli libelos tan infames é insolentes como el que con una
mira perversa de seducción ha dirigido al fiel y benemérito jefe argentino Don
José Santos Ramírez.
Dios guarde á V. E. muchos años.
Felipe Arana.
INSTRUCCIÓN MILITAR
La derrota del Pilar y matanza de oticiales que se siguie-
ron y de que salvé á merced á la intervención del Coman-
dante Ramírez y del General Villafañe á solicitud de mi
familia, no nos hacía en manera alguna cambiar de pro-
])ÓRÍtO.
El General Paz, había triunfado de Quiroga y los Aldao
en la Tablada, y tan pronto como pudiese hacerse de
recursos, extendería sus operaciones hasta la falda de
los Andes. Las dos campañas desgraciadas del General
Yega y del General Alvarado, habían sido inspiradas por
esa emergencia.
Varios oficiales que estábamos escondidos, nos pasamos
la palabra, y de á dos, de á tres, nos dirigimos á Chile,
cuando mas no fuera que para escapar á las persecucio-
nes inevitables, cuando los enemigos nuestros amigos se
acercasen.
Mi accidentada y miserable vida en Chile en esa primera
emigración, le he contado y no volveré sobre ella (*).
Tan deliberado era el pensamiento de la próxima vuelta,
que entre diez ó doce tomamos una casa espaciosa y
antigua (en Santiago), para prepararnos al regreso, pro-
porcionándonos armas y municiones para oficiales y solda-
dos que contábamos reunir en Aconcagua.
No tardó en saberse que el Coronel Castillo se aproxi-
maba de San Luis á Mendoza, con cuya noticia nos pusimos
en marcha doce oficiales, al mando del Comandante don
Hipólito Pastoriza, y emprendimos reconquistar el derecho
de vivir en nuestras casas.
(l) En Recuerdos de Provincia.
MEMORIAS 81
Pasó la Cordillera la expedición sin novedad particular,
•por los Patos, por donde San Martin invadió á Chile y
descendimos hasta Leoncito. Era el plan mantenernos
en esas alturas, recorrer si era necesario la línea de
€alingasta y la Iglesia, acercarnos á Jachal, ó bien diri-
girnos hacia Mendoza por el Paramillo, según lo aconsejaren
las circunstancias. Ninguno de estos sabios planes se puso
en práctica, pues la primera noticia que tuvimos de la
oiudad, fué que se había sublevado Barcena con el
escuadrón de su mando, depuesto al Gobierno y á con-
secuencia de un Cabildo abierto de notables, estaban en
el poder nuestros amigos.
Al día siguiente estábamos en el seno de nuestras fami-
lias y á la tarde me presentaba al nuevo Gobernador,
don Juan Aguilar, aquel herido del Principal (cuartel)
en la noche de la entrada de Jachal. Este me llamó á
parte y me instruyó de las razones que requerían que
inmediatamente aceptase las funciones de Ayudante Mayor
del Comandante Barcena, siendo toda la oficialidad del
cuerpo del partido adverso y el Comandante mismo foras-
tero. Era ese «Tuerto» Barcena, cordobés, de negra reputa-
ción, pues se le atribulan muertes y degollaciones ordenadas
-por él; pertenecia á una familia de viso de la ciudad de
Córdoba, y debía ser uno de esos jóvenes que se extravían
por falta de educación y teatro, pues era inclinado á la
embriaguez.
La vida de aventuras, de entusiasmos había concluido
y principiaba el trabajo rudo del cuartel, no habiendo
un solo oficial que tuviese instrucción militar, ni siendo
práctica en las divisiones colecticias, semi-montoneras, usar
de formas, salvo pasar listas, distribuir raciones, marchar
por cuatro, montar guardias y poco mas. La tarea era
dura, gobernando y administrando un escuadrón, sin otro
auxilio que el Porta, que se las pintaba para retacear
reces personalmente y no pude obtener de él que cortase
su aparcería con un sargento que en realidad valía mas
que él. Desde entonces empezó la práctica asidua, pues
no había relevo para el único ayudante del cuerpo, de lo
que se llama vulgarmente la mecánica y sería mejor llamar
Ja economía interna del cuerpo, llevando registros y libro
Tomo iux.— 6
82 OBRAS DE SARMIENTO
de órdenes y racionando por pedidos de compañía, según
el estado de fuerzas que presenta por las tardes el sar-
gento primero. Tan adiestrado estaba en esa adminis-
tración regular, que en 1861, Jefe de Estado Mayor del
Ejército de reserva de Buenos Aires, introduje en una
división de tres rail hombres, este sistema de contaduría
á la prusiana, de manera de poner tres días en averiguar
el paradero de las únicas cuatro raciones en que discre-
paban los recibos y encontrando al fin qué cuerpo y qué
compañía las había recibido demás.
Dejando á un lado las antipatías y desconfianzas de
partido,, á Barcena le precedía una perversa fama que de
vicioso traía desde estudiante. Era ya dado á la bebida,
lo que lo exponía á percances desagradables. Debían
administrarse cien azotes á un soldado después de la lista
de tarde. Había reglas precisas para la ejecución del acto.
El cabo perfectamente cuadrado, debía descargar el golpe
de la varilla de membrillo, al aire natural del descenso
del brazo, apoyando sobre el hombro la varilla para partir,
á fin de que el palo no sea muy recio. El Ayudante asistía
á la repugnante ejecución y se tenía á espaldas del cabo
con la espada desnuda enfrente del pecho, pronto á des-
cargar un golpe de plana en la espalda del cabo, si se
excede ó atenúa el golpe de lo regular. Ya le había
administrado dos, y fuese torpeza ó acaso intención, el
cabo no arreciaba los golpes en la justa proporción. Vién-
dolo, el Comandante se avanza y descarga terribles cinta-
razos al cabo, quien se aturde y acaso ignora cual es la
medida de su deber. Entonces Barcena enfurecido, le
manda una estocada, que afortunadamente no rompe el
cuero; mándale una segunda, frenético ya y ciego de
cólera, con el mismo éxito, hasta, que el Ayudante, avan-
zando dos pasos, se interpuso entre el asesino y la victima»
diciéndole en voz baja: — Repórtese mi Comandante, este
no es su puesto, este es el mió... De "vergüenza de no
haberlo traspasado, arrojó la espada y se fué del cuadro.
La ñexibilidad de la oja de la espada, en efecto, salvó la
■vida al infeliz cabo: eran unas espadas espadines, — de
gala, — para funcionarios coloniales, con vaina de suela y
guarnición de entorchado de plata y era de esta clase la
primera que ceñí y había servido á mi padre.
MEMORIAS 83
A poco de estar en estas funciones, llegó á San Juan el
esperado Escuadrón de Coraceros de la Guardia del Gene-
ral Pa7, al mando del Teniente Coronel don Santiago
Albarracin y una compañía de infantería de negros del
antiguo 2 de línea, con sus cabezas ya encanecidas en el
servicio. No pasaron quince días cuando el Comandante
Barcena recibió órdenes de hacer tomar caballos y marchar
al día siguiente á las seis, en dirección al Pocito, hacia un
punto que se designaba.
Al llegar encontramos formado el Escuadrón de Cora-
ceros y se nos dio orden de tomar la derecha. Se nos
mandó echar pie á tierra: el día avanzado, picaba el sol
bastante y fui despertado, pues me había dormido en la
zanja que hacía una acequia en seco, con el caballo de
la rienda.
— De orden del Comandante Albarracin. — Fui recibido
con muestras de cariño, aunque lo conocía por primera
vez, pues no era un Ayudante personaje para ir á visitar
jefes, aunque mucho mas encumbrados había tratado en
mi carrera de edecancito de tres Generales. Sufrí un inte-
rrogatorio sobre el origen, instrucción y partido de los
oficiales y se me ordenó retirarme.
Dos horas después los clarines sonaron á caballo, for-
mamos, pero con sorpresa vi que yo solo y un capitán de
los nuestros éramos los únicos oficiales del cuerpo. Barcena,
por lo visto, había sido eliminado y cuando regresamos á
la ciudad, seguimos hacia el cuartel de San Clemente que
era el de coraceros, en lugar del de San Agustín que era el
nuestro. Estábamos incorporados como simples reclutas en
el cuerpo de línea, y yo pasé revista como ayudante de
coraceros y los deberes de servicio empezaron á ser mucho
mas rigurosos, aunque compartidos con otro ayudante.
El plantel á que nos incorporábamos era de veteranos
que habían hecho la guerra del Brasil y eran notables por
la profunda moralidad que los distinguía, como su disci-
plina é instrucción. Los negros eran blancos de canas,
pues eran délos regimientos de la Independencia que Bus-
tos sublevó en Arequito.
Jamas en un año que presidí listas de tarde, se azotó á
ningún soldado. Eran unos santos, impecables, ni de pe-
cado venial. La disciplina había transformado la natura-
84 OBRAS DB SARMIENTO
leza, sujetando á reglas los apetitos y las pasiones. Jamas
había que castigar alguno, ni aun en las listas de
tarde, que suele ser el inconveniente de las tropas acanto-
nadas en las ciudades.
Una mañana me toma de un brazo el Capitán Marchando
joven porteño, y casi llorando me dice: — aVen hermanito, y
pídeme á un pobre negro que tengo que darle doce azotes
en la cuadra por una bagatela, pobre!» — Tomóme un poco
la delantera, y cuando llegué, lo encontré furioso, — «Picaro,
le decía al soldado puesto en el suelo boca abajo y ense-
ñando las negras posaderas, jvenir aquí, á deshonrar el 2»
de Infantería! Ya lo verás!. . . y me echaba una mirada fur-
tiva, como diciendo, ya es tiempo... — «Permítame, Capi-
tán, que interceda por este pobre soldado. Perdónelo por
esta vez. Yo respondo de su conducta. — Bien! Agradece,
picaro, que el ayudante te pide, que sino, ya lo hubieras
visto; pero no faltará ocasión; levántate!» — y á la compa-
ñía:— Rompan ñlas! Quedándonoslos dos contentísimos.
Los oficiales de coraceros, salvo el Mayor don Nicomedes
Castro, eran como solían ser entonces los oficiales de caba-
llería, habiendo varios de la campaña de Córdoba, con
escasa educación, ni aun civil. No obstante mis diez y
nueve abriles, por lo que precede, inferiráse que debía
poseer bastante desenvolvimiento, y á pocos días de estar
en el cuerpo, conquistado una posición espectable. Era ya
una especie de hombre de letras, pues sabia francés, había
leído bastante, y un ayudante que sabe escribir y redactar
notases impagable, pero las paga él confiándosele todo tra-
bajo.
Entré entonces de lleno en el servicio militar; y para
edificar al lector sobre ciertos cargos hechos y po[»ulari-
zados cincuenta años después, me detendré en algunos
detalles. No eran comunes en aquellos tiempos los oficia-
les con cierta instrucción y las cualidades que me llevaron
á conquistar un lugar en la república de las letras, se
hacían notar desde la adolescencia en provincias donde
ni colegios había. Debí, pues, ser empleado en toda fun-
ción que requiriese capacidad de aprender cuando mas no
fuese. Fui desde luego el fiscal de todas las causas mi-
litares que ocurrían; y de ahí mi conocimiento de las orde-
nanzas que me permitía tenérmele tieso al criminalista
MEMORIAS 85
doctor Tejedor, en una discusión, siendo él Ministro, dicién-
dole que él no conocía esta parte del derecho. A mis
ejemplares del Colon les falta precisamente el segundo
volumen perdido en el servicio (*); y en mis escritos pos-
teriores, aun sobre Constitución, ha debido notarse que
como excepción, cito mas que otros las ordenanzas milita-
res que desde aquella época empezaron á serme fami-
liares.
La instrucción en la disciplina y educación del recluta
era generalmente confiada á los ayudantes y puse tanto
empeño en ello que puedo jactarme de haberla elevado á
un arte. Habiendo el Gobierno nombrado al mayor don
Nicomedes Castro, Jefe de una academia de táctica para
enseñar á la oficialidad de cuatro regimientos de caballería
de milicia, me pidió á mí como Secretario. Tres meses
después, el Jefe puso este caso: ¿Qaé voces de mando se
darían para hacer marchar un regimiento al frente en dos
columnas por el centro? — y como le preguntase: — ¿Puede
usarse en las voces de mando del Coronel, la palabra para-
lelas?— Eso es, me contestó, es inútil que dé usted las voces
de los Comandantes, pues que ya indica la del Coronel;
délas usted sin embargo. — Y al concluir, dijo á los oficiales:
— señores, no tengo mas nada que enseñarle al ayudante, á
quien nombro desde ahora mi segundo y podrá sustituir-
me en adelante.
Recibía, pues, mis diplomas de doctor en táctica de caba-
llería, que he cultivado después, hasta las reformas que
ha experimentado esta arma en la guerra franco-prusiana,
que la ha alejado á grandes distancias del campo de ba-
talla, para hacerla eficaz solo en la estrategia.
Era jefe del Detall un Sargento Mayor Smith, joven inglés
de buena presencia y mejor educación, que no sé donde
haya muerto, quien se estaba en su oficina hasta las nueve
y mas de la noche, esperando el parte de la lista de ocho»
(I) En el lamentable incendio de la Biblioteca Franklin de San Juan; á la que
Sarmiento habia legado sus libros, se perdieron muchas reliquias inestimables,
obras con dedicatorias de autores, otras anotadas y entre ellas un ejemplar del
Colon regalado por el General Las Heras, del que faltaba el tomo 2» perdido por
Las Heras por la misma razón y reemplazado por una copia manuscrita de Sar-
miento hecha en su juventud y anotada por él y Las Heras.— í-V. del E.)
00 OBRAS DE SARMIENTO
que generalmente traía por toda noticia del cuerpo «sin
novedad.» El interés estaba en ver qué dibujo adornaba
el papel, pues no teniendo de qué dar parte, aquella frase
sacramental venía en entabladura de un arco de triunfo,
ó en el tímpano de un frontis griego, ó dentro de una co-
rona de laureles ó una guirnalda de rosas. Una vez le
puse, en lugar de «sin novedad», all right! que le hizo
morderse de risa y echarme una raspa.
Con la Academia, había quedado licenciado ó como se
dice, en comisión, mientras el Escuadrón hizo una punta
hacia los llanos, á perseguir entre los garabatales, monto-
neras intangibles y acercándose la guerra al desenlace,
empezaron aerearse nuevos cuerpos.
Llegó por entonces (1830), el Coronel Chenaut, con misión
de levantar un regimiento de seicientas plazas, y desde
el día de su llegada, por recomendaciones que decía traer
de Mendoza, quiso llevarme á su cuerpo de nueva creación;
pero tocamos en la dificultad que tenía dado el empleo de
Ayudante á un Espejo, de Mendoza y mi fisonomía de diez
y nueve años no presentaba tela para un capitán. Ofre-
cíle sin embargo mis servicios como ayudante por un mes,
dándome á prueba, pues el Coronel Mitre, táctico de infan-
tería, suponía que no debía yo conocer el servicio de mecá-
nica ni la táctica de evoluciones de caballería.
Era un hombre infatigable, lleno de entusiasmo y ardor y
un poco cruel con el recluta. Trabajábamos todo el día y
dando yo el parte en persona, nos quedábamos á tertuliar
en sus aposentos. Al mes cumplido, puestas las espuelas
y listo el asistente, fui á despedirme con mucha sorpresa
suya. — ¡Cuanto siento que me deje. Ayudante, nos enten-
díamos tan bienl — Capitán, si Vd. gusta, mi Coronel. — Ohl
imposible darle ese grado. — Perdón, es que ya lo tengo del
Escuadrón de Dragones que tenemos orden de levantar
con mi antiguo Mayor Don Nicomedes Castro, ahora Co-
mandante.
Con Chenaut hicimos junto la campaña de Caseros y
recien volvimos á vernos en 18G8 en casa de Don Martin
Pinero donde pasó una escena digna de recordarse. Des-
pués de los saludos de estilo.— -Oh! mi Coronel Chenaut ¿se
acuerda Vd. que no me quiso nombrar capitán en 1830? —
Pero señor Presidente, era Vd. tan joven... no podía
MEMORIAS 87
preveer. . . Confiese que cometió una injusticia! — . . . Señor
— Pues me la pagarál — Y lo dejé con el susto, suplicante
ante la señora de la casa para que intercediera: — Este Sar-
miento es tan malo! — Al dia siguiente iba al Senado el Men-
saje, pidiendo acuerdo para ascender á General al Coronel
Don Indalecio Clienaut, aquel pobre amigo, uno de los mas
antiguos coroneles, el brazo derecho del General Paz, el
Edecán del General Urquiza en Caseros, y jefe de Estado
Mayor en el Paraguay, que no había obtenido el titulo de
General que tantos que ni tenientes eran en 1830 habían
obtenido. Pocas veces tiene uno en la vida ocasiones como
esta de saborear la venganza, ese placer de los dioses.
El campo de instrucción fué establecido al otro lado de la
-Quebrada de Zonda, en un terreno inculto que hoy perte-
nece á mi familia. Fui encargado por el Comandante, de
dividir las compañías por tablas y para proporcionarme
cabos, puse á contribución ciertas observaciones que había
hecho. Paseando delante de una compañía de reclutas
formada, con aires de matón, de repente señalaba á, un
recluta con la mano, diciéndole con voz enérgica: — De qué
cuerpo? — ¡Granaderos á caballo! — No 11 de los Andes! — era
la repuesta inmediata.
La revolución del negro Panta vino á interrumpir estas
tareas, pues el Escuadrón de Coraceros había salido á cam-
paña. En la noche se sublevó la guardia, partiéronle en dos
la cara al Comandante, mataron á un Ayudante que se
hallaba arrestado por no querer dar las gracias á su jefe al
terminar otro arresto. El Coronel Rojo sofocó la revolución
con siete hombres, entre ellos mi asistente que me traía mi
caballo, batiéndolos en la plaza, donde lo aguardaban en
número de sesenta, verdadero acto de heroísmo.
San Martin introdujo en la disciplina la tenue erecta y
rígida que conserva todavía el soldado ingles y ha perdido
el francés á fin de ahorrar fatiga é incomodidad innecesa-
ria al soldado, como se han ensanchado pantalones y man-
gas para no embarazarle los movimientos. Los soldados y
aun los jefes de San Martin han quedado reformados, y hasta
la vejez conservan la actitud marcial, tiesa, con el pecho
avanzado, de tal manera que mas tarde en Santiago de
€hile, solía decir por esta causa: aquel caballero que viene
á la distancia, ha pertenecido al ejército de los Andes, sin
88 OBRAS DB SARMIENTO
equivocarme jamas. Los chinos harapientos de una recluta,.,
apenas entraban en formación obedeciendo al hábito, por
asociación de ideas, sacaban el pecho y se delataban solda-
dos antiguos.
Preso é incomunicado en Mendoza, (1856), tercera del
mié prigione^ sea dicho de paso, paseábase delante de la.
puerta del calabozo un chino escaso de camisa, envolviendo
el todo en un raído y corto chamanto chileno. — «¿En qué
cuerpo ha servido, amigo? — ¡Cabo de guardia! fué el grito
estentóreo, — jel preso ha hablaol» — Oíase luego el tropet
del cabo y dos soldados que subían de cuatro en cuatro
los peldaños de la escalera del Cabildo, acaso temiendo-
alguna tentativa de seducción ó escape. Explicóse lo su-
cedido, que habiéndole entregado incomunicado el reo por
la consigna este la había violado, y el cabo que no era
veterano, tranquilizándose: ¿Para eso me llama? Contés-
tele nomas.— Entonces el chino dijo en voz alta: Número
once de los Andes! y golpeando la culata, emprendió los
paseos del centinela, como si llevara el shakó de la Guardia
Imperial.
En Mendoza se conservaron mas que en San Juan por
largo tiempo, las prácticas y usos del servicio militar,
habiendo tenido muy á mis expensas, aunque en mi be-
neficio, que experimentar la práctica en el servicio de cen-
tinelas del que hoy es Coronel Olascoaga.
Cuando muchos años después, se escapó de prisión cierto
prisionero (Arredondo?), alguno que tenía estos anteceden-
tes, pudo decir sin temor de equivocarse, que no debió ser
de mendocinos la guardia que custodiaba al preso, pues
todos saben por tradición cual es la manera de recibirse
de la guardia el oficial y el cabo que entra de cuarto, in-
dependientemente de la consigna.
Volviendo á nuestro campamento de Zonda, la organiza-
ción se hizo rápidamente y la instrucción, disciplina y
movimientos costaron poco, dirigidos por los, dos escuadro-
nistas que tenía San Juan entonces. El traje de nuestros,
dragones era de tosco paño azul celeste con cabos colorados.
No estábamos destinados á hacer «huesos duros», como
dicen los franceses, ni á pervertirnos en las delicias de
Capua. Facundo Quiroga con un puñado de presidiarios
venía sobre Mendoza, y la traición del Boyero que entrega
MKMORIAS 89
el Río IV y se asoció al invasor, avisó siniestramente su
aproximación.
Por orden del Gobierno, no sé con qué propósitos, porque
el Comandante nada me comunicó, tomó la mitad de una
compañía de dragones, la compañía del 2° de Infantería de
negros y un escuadrón de milicias, y fué á establecerse en
las Lagunas, es de suponer que para cerrarle el paso á
Quiroga, que infaliblemente debía ser batido en Mendoza,
donde había ochocientos infantes, seis ó diez piezas de ar-
tillería y fuera de caballería mendocina, los seiscientos
hombres de granaderos á caballo que habíamos disciplinado
con el Coronel Chenaut.
El Comandante Castro y el Capitán Marchand, acaso los
valientes veteranos negros, murieron en su puesto, no supe
si sorprendidos, lo que es de temer, porque en ese paraje
no hay pasto para mantener los caballos á mano, ó fueron
oprimidos por fuerzas superiores, después de perdida Men_
doza. En otra parte he explicado la causa del desastre, en
que doscientos, quizá trescientos hombres sin disciplina,
vencen, ó mas bien toman á un ejército de mil quinientos
hombres de todas armas y con excelente infantería. En-
contráronse de manos á boca las bandas opuestas en mar-
cha y las fuerzas de Mendoza, atravesando un terreno
cubierto de matorrales, mientras que á pocas cuadras á
retaguardia, habían pasado un campo despejado mandado
hacer para una batalla campal. Si el General Castillo for-
ma su infantería entre los matorrales, deja clavado con
eso á Quiroga en el carruaje que lo conducía, pues no
había un palmo de terreno para avanzar la caballería. Se
hizo lo que debía evitarse á todo trance y fué buscar terreno
favorable para desplegar la caballería; pero el retroceso
precipitado desmoralizó tropas nuevas aunque disciplina-
das. Conocí todos los detalles de esta jornada, por don
Pedro Domingo Chenaut, hermano del Coronel, que atra-
vesó, cargando por entre una guerrilla de infantes manda-
da por un peruano (?) Espinosa, — el mismo que hubo de
matarme después, en la cárcel de San Juan y murió cuando
la entrada del General Hacha, mandando un batallón — Don
Manuel J. del Carril, millonario residente hoy en Paris y
hermano del ilustre don Salvador María, era teniente de
granaderos, y convenía en la misma explicación. Fué
90 OBRAS DE SAKMIBNTU
aquello una avería y no una derrota, como fué una araría la
toma del General Paz.
Cuando llegó la noticia á San Juan de este desastre, traída
por los mismos soldados que fueron de Chenaut, no siendo
de esperar que pudiera rehacerse el regimiento, casi sin
armas como sucede después de la derrota, y no teniendo
mas fuerza con aspecto militar que la parte del escuadrón
que estaba á mis órdenes en Zonda, los ciudadanos resol-
vieron emigrar hacia Coquimbo, y en la noche fueron lle-
gando al Valle de Zonda, en número de doscientos vecinos,
los mas acaudalados, huyendo de las violencias, vejáme-
nes y contribuciones forzosas que requería la necesidad de
volver á organizar ejércitos nuevos, ya que se ignoraba que
el General Paz mismo, por otro de ios accidentes inexpli-
cables de la guerra, caía en manos del enemigo, y el ejér-
cito sin Jefe, emprendía su retirada hacia Tucuman.
Lo mas curioso es que yo no sabía nada de lo que pasaba
en la ciudad, aunque estaba á la expectativa de sucesos
de bulto, desde que parte de mi cuerpo se hallaba en cam-
paña. Esa noche fui llamado, de orden del señor Gober-
nador Pastoriza, al punto de reunión de la proyectada
retirada, y entonces supe la magnitud del desastre. Se
me ordenó cubrir la marcha precedido de un arreo de
ganado; el que en tres días de camino hasta la Iglesia, me
forzó á quedar á retaguardia con un día de retardo. Sín-
tomas de amotinamiento se notaban de vez en cuando,
pero la disciplina los retenía, ó bien la disposición última
tomada de marchar los oficiales á retaguardia, en caminos
estrechos, pedregosos entre colinas donde cuatro caballos
cubren el frente.
El último día se dejó sentir la presencia de avanzadas
del enemigo, aunque se mantenían á distancia respetuosa,
acaso por no traer armas de fuego, y ver nuestra actitud que
no era de dar muchas seguridades de triunfo.
Guando hubimos llegado á territorio chileno no obs-
tante el episodio sangriento de la muerte del General Vi-
llafañe, en el asalto dado por el mayor Navarro, (*) pudo
(1) Este Mayor Navarro, sanjuanioo, cuyo nombre no hemos sabido averiguar,
era tipo de carácter romancesco y trágico. Acompañó á Lavalle liasta que hizo las
paces con Rosas y tuvo que ganar los indios donde se casó. En esa retirada á
MBMORIAS 91
decirse que para nosotros bien podía enrollarse el mapa de
la República Argentina.
Quiroga, llegado á San Juan, puso al lado de la cárcel
un banquillo flamantemente construido y un rollo para
azotar, acto que practicó con ciudadanos respetables. Las
mujeres y madres de los unitarios prófugos costearon la
formación rápida de un nuevo ejército perfectamente equi-
pado, ya que nosotros nos habíamos tomado la molestia de
disciplinar las reclutas. El ejército de Tucuman fué ven-
cido y la ciudad saqueada, para hacerle pagar su rescate,
como fueron fusilados todos los jefes prisioneros.
Los que pasamos á Chile tomamos diversos caminos,
quienes al Norte, quienes al Sur. Con mi padre tomamos
al Sur, en dirección á Aconcagua, buscando el arrimo de
don José Domingo Sarmiento miembro de la antigua fami-
lia Sarmiento que había residido en Putaendo. No había
en aquel lugar una sola escuela, y viendo en el patio una
tira de papel impreso, que reconocí ser la mitad de un
cuadro de lectura del sistema de Lancaster, ofrecí al Go-
bernador organizar una Escuela Lancasteriana, en cuya
dirección me sucedió á poco, mi primo el capitán don Vi-
cente Morales, que había sido alumno de una escuela lan-
casteriana.
Como á mi nacimiento se olvidó colocar entre las hadas
que debían dotarme con sus dotes, entre otras á la que
distribuye la fortuna, la mina Colorada, de propiedad de mi
General Vega, de que fui digno mayordomo, vistiendo el
saco azul y el birrete colorado tradicional del minero,
aguardó á que yo dejara mi alto empleo,— alto, por que lo
ejercía á quinientos pies debajo de tierra, — para dar un
millón de duros en la primera quiebra de la veta en barra.
En 1843, recien me pagó en Valparaíso, y cuando yo no los
necesitaba, los pobres salarios que no podía antes del al-
cance, tan angustiada era su posición. En cambio, aprendí
ingles en la mina, leyéndome un tomo de las novelas de
Coquimbo no se resignaba á tanta humillación, hasta qua encontrando á Villafañe,
General de Quiroga, que á su turno regresaba, salióle al encuentro, retándolo á
singular combate y atravesándole de su lanza. Regresó á San Luis, juntóse con
Pringles y disputando quien del otro se salvaría en el único caballo que los dos
héroes poseían, murieron á manos de Quebracho López.— (»V. del E.)
92 0BRA.9 BE SARMIENTO
"Walter Scott por día á la luz del candil. De algo me sir-
vió, como se vé, ser minero, aunque me predispusiese á fo-
mentar las minas en San Juan como Gobernador é invertir
en ello seis mil pesos fuertes de mi peculio, como consta
de los contratos y pagas de compañías de minas, en que
para animar á los otros me veía forzado á entrar, lo que
no hizo productivas las minas, no obstante la maquinaria
traída por Rikard| de Inglaterra y que yace en Gualilán.
Regresé á San Juan en 1837, donde encontré al Coronel
Rojo y uno que otro oficial de aquellos tiempos. El Co-
ronel hacía una particular distinción de mi, creo que por
la influencia de su esposa de la familia Cano — y durante
cuatro años nos consagramos los Dres. Aberastain, Cortinez,
Quiroga Rosas y yo á promover todo lo que podía contribuir
á desenvolver gérmenes de civilización y sería digno de re-
cuerdo lo que se hizo en sociedades, colegios, periódicos, (*)
teatros, máscaras, bailes, que han dejado honda impre-
sión en los ánimos y rastro duradero en las costumbres
Esta serie de documentos y recuerdos bastarían á embe-
llecer la foja de servicios de los mas acreditados Generales
y el lector argentino sabe cuan necesario era reproducirlos
y coordinarlos. ¿Quién sabe lo que ha pasado en San Juan
y Mendoza en 1829 si ninguna crónica lo dice, y aun se
ignora la fecha de los sucesos? Ha leído alguien, si no es
algún bibliófilo ó erudito, el opúsculo de D. José Calle sobre
el gobierno del General Alvarado?
Admirábase un antiguo Presidente de las Cámaras, de
que el bombardeo con ametralladoras ejecutado por el
Presidente, sobre las murallas del Colegio Nacional en
construcción, en el Rosario en 1871, haya tenido su explica-
ción satisfactoria en 1886 solamente (-) habiendo aquel
(1) Por no haber otra ocasión de consignarlo, copiaremos una frase del pro-
grama del Zonda, cuyo primer número es de 20 de Julio de 1839.
a Un periódico es pues, todo, el gobierno, la administración, el pueblo, el co-
« mercio, la Junta, el bloqueo, la Patria, la ciencia, la Europa, el Asia, el mundo
«entero, todo. Un periódico es el hombre, el ciudadano, la civilización, el cielo,
«la tierra, lo presente, lo pasado, los crímenes, las grandes acciones, la buena ó
« mala administración, las necesidades del individuo, la misión del Gobierno, la
« historia de todos los tiempos, el siglo presente, la humanidad, en general, la
medida de la civilización de un pueblo. » {N. del E.)
( 9) En el artículo «Sangre y mas sangre », mas adelante. { A^. áel E.)
MEMORIAS 93
funcionario tolerado las burlas de los diarios de la época,
y quédase hasta hoy reconocido como un acto frivolo,
indigno del General en Jefe de los Ejércitos, y del primer
magistrado de la nación. Es una pretensión insolente de
la detracción de partido, que se descienda á mostrarle su
sin razón, lo que no hace mas que darla mayor audacia,
porque pudor y arrepentimiento. Dios se la dé.
Es un hecho histórico, que tras del ridiculizado y osten-
toso ensayo de ametralladoras, en las murallas de un
colegio, lo que doblaba el escándalo (¡buscado!), el loco
•que tal hacía anunciaba terminar la guerra en treinta
días. Llevábanle la cuenta los diarios, —y va uno, decian,
y van dos. . . según que pasaban los días, hasta que llegado
^1 veinte y uno, se interrumpió la cuenta, sin que ninguno
de los bromistas, al abandonar el sonsonete, dijese la
causa é hiciese la justicia. ¿Para qué dar explicaciones
á esa opinión canalla, como era la que inspiraba las burlas
y la oposición ?
Estas ocurrencias justificarán el cuidado de un anciano
de poner orden á sus recuerdos y traer á la vista docu-
mentos ignorados ú olvidados, á fin de que, sin ese cuidado,
su nombre no quede en lo militar, bajo las impresiones
que revela la frecuente alusión á «la virgen espada»
que ciñó por gala, según parece, por favor cortesano, según
la creencia establecida.
Un grande peligro ha corrido el autor de estas páginas,
salvándose de la muerte calculada inevitable por el asesino
que armó el brazo de los Guerri, con tal furia que reventó
■si arma homicida y se salvó la victima.
El peligro real no era tan solo de perder la vida, sino
la fama de hombre de pro siquiera, por el género de
muerte que le preparaban. El Juez del Crimen Dr. Bunge,
debiendo pedirle ciertas declaraciones, valióse de precau-
ciones oratorias, á fin de no excitar los nervios con el
relato.
De tal manera estaban empavonadas de ácido prúsico»
las ocho balas que encerraba el trabuco aun no descargado*
que el Dr. Puiggari, nuestro célebre químico, había decla-
rado que aun los espectadores que las tuviera en sus manos
si por casualidad se hubiesen enseguida tocado el lacrimal
•del ojo habrían caído fulminados. Un razguño hecho ea
94 OBRAS DE SARMIENTO
el cutis por la bala habría dado igualmente la muerte (i),
Y bien; el peligro inminente que ha corrido con los
Guerri, ó con la opinión pública entonces, ha estado en
que si le rosa la piel una de esas balas, el Coronel
D. F. Sarmiento resultaba haberse muerto del susto pro-
ducido por el estampido del trabuco, pues la ligera con-
tusión recibida, no bastaba á explicar el hecho, y no había
de concebirse posible que las balas estuviesen envenenadas
por la tranquila previsión del artista inventor del crimen
político; y no se habría capturado á los asesinos ni veri-
ficado que el puñal de reserva estaba empavonado de una
gruesa capa de estricnina.
Este fué el gran peligro y habría sido la gran gloria
del facultativo matar en el cuerpo y en el alma al que,
al decir de ellos, y vive Dios que tenían razón! fué el
único obstáculo para que el asesinato del General Urquiza
por el chambelán de palacio, no fuese el camino para
subir al mando y restablecer el reinado del terror.
La opinión pública les habría ayudado con sus conje-
turas y su buen sentido. ¡Morir de un susto 1 La prueba
era evidente; ningún órgano vital había sido tocado, y
sin embargo se le encontraba muerto!
Y bien; los militares no guardan recuerdo ni del peligro
que corrieron en medio del fuego, y salvo los reclutas antes
de foguearse, no tienen idea de la muerte durante el com-
bate. Aun el peligro de muerte por sorpresa ó cuando el
entusiasmo ha sido excitado, pasa desapercibido ó es afron-
tado sin pestañar.
El asesinato de los Guerri, ni aun en el recuerdo nos
dejó impresión de espanto tan justificable. Al ver oscu-
(1) El juez de la causa remitió á Sarmiento para que las couservasc, á mas de
un trozo del trabuco estallado, tres balas con la siguiente nota : — « No. 1 ; bala
H sacada de uno de las dos pistolas que se tomaron cargadas, la que apesar de
« estar mordida, resultó no estar envenenada, según el análisis químico á que fué
« sometida.— N". 2, Cortado, envenenado con sublimado corrosivo f cloruro, mer-
« cúrico ) sacado del trabuco que se tomó cargado, pudiendo producir la muerte
« el contacto del veneno que contiene, ya sea con una berida ó con alguna parte
« delicada del cuerpo.— N». 3, Cortado de la misma procedencia que el anterior,
« examinado por el Dr. Puiggari y que presenta un agujero que estaba lleno de
» sublimado corrosivo.»
Conservamos todavía esas piezas. (Nota del Editor).
MEMOHIAS 95
recerse el gas del farol por el humo que se interponía,
al oir el estampido fuerte del trabuco que estallalDa, al
ver salir y correr las gentes, nos importaba la curiosidad
del vulgo, provocada por algún tiro accidental de la policía
á ladrones. . . ¿ qué me iba á mi en ello?
Entre otros accidentes en la derrota del Pilar, me en-
contré de manos aboca con un escuadrón sanjuanino de
azules. El trompa al reconocerme (iba prisionero); — «Ah!
picaro, exclamó blandiendo el sable sobre mi cabeza,» «te
acordáis de los palos que me distes en Jachal!» . . . Vaya que
esta vez la muerte se presentaba sin embargo. No creo
que fuese artificio, sino respiro de aristócrata mi contesta •
cion; — Si vuelvo á ser tu jefe y cometes faltas, te he de dar
otra paliza. . . El trompa era mulato y sido sirviente de Doña
Martina Carril. Oyó al amo y no al jefe y tuvo miedo de
levantar sobre él la mano. . . Agradezca. . . Y me salvé.
En San Juan se reunieron las tropas federales para ejecu-
tarme, estando preso en los altos de Cabildo. Se me mandó
bajar y resistí. Se pidióla partida de ejecución y llegó al
pie del edificio. La cárcel estaba en la misma calle que la
casa de Benavides y de allí esperaba mi salvación de la
mazorca. Vial fin salir un edecán á caballo y entonces
bajé. Jugaba la vida por un error de cálculo de un minuta
mas ó menos. Fui embestido lanza en ristre por el jefe
borracho y me duró muchos días el moretón en el puño,
de un quite hecho á la lanzada de muerte que me tiró y
desvié. Lo que sigue, es pura estrategia y estratagema
de comandante sitiado que necesita ganar tiempo. — ¡Co-
mandante!. . . levantando la mano solemnemente en el aire
para exitarlo á escucharme. Yo no tenía nada que decirle,
sino ganar diez segundos, el edecán Coquino debía estar
cerca ya. Detúvose el furioso y largó la moharra de la
lanza. Entonces de dos brincos estuve bajo cubierta da
los arcos de Cabildo y al tercero al lado del Mayor Coquino
que traía órdenes del General Benavides de protegerme.
A un preso que me arrancó la corbata, le di tal bofetada
que me la devolvió sin réplica.
Pura estrategia militar! Así salvé del trance mas apu-
rado.
Otra cosa, aunque de la misma familia, fué el encuentro
sobre la cuesta de las Coimas, en Chile, con tres salteadores
96 0BKA8 DE SARMIENTO
pelacaras. Nunca lo recuerdo sin críspaciones de nervios
involuntarias, aun después de cuarenta años.
Habíame, por petulancia é indiscreción, contando con mas
sol, encaramádome en aquellas agrestes soledades, cuando
me vi en manos de los salteadores y sin escape posible.
Al reconocer el riesgo habia visitado mis pistolas, muy
aparentes por fortuna en la montura, y encontrado con que
una no tenía ceba y la otra tenía verdín de un año.
El mas osado me acometió, cruzando ambos nuestros
caballos; los otros dos me atajaban el paso á corta distan-
cia. El guapo me blandía el machete á brazo tendido y
por lo bajo, midiéndome una tajada. Yo le tenía puestos
los cañones de las dos pistolas al pecho, mirándolo de
hito en hito, ¡con unos ojosl que debían parecer como balas
cónicas para el chino.
Así estuvimos cerca de un minuto! El salteador veía
que era perdido si levantaba el machete; y lo fué bajan-
do... hasta retirar su caballo y darme paso.
Es preciso haber sido chileno para comprender la arro-
gancia con que le corrí las enormes rodajas de las espuelas
de campaña que entonces se usaban, al caballo, que dio
el salto requerido por este llamamiento. Esto probaba á
los tres rotos que no les tenía ni pisca de miedo!
Bajé con precaución la cuesta, siguiéronme á distancia
respetuosa, vuelto yo hacia atrás con la pistola mas de-
cente (la del verdín en la ceba), apuntando al delantero y
llegué á poblado, donde le mandé un reto, pues hasta en-
tonces no había chistado palabra.
Como Quiroga salvado de las garras de un tigre, pude
decir también «entonces supe lo que era tener miedo».
Desgraciadamente, había tanto de comedia en el sistema
de salvación, que los nervios me retozaban y una carcajada
de risa hubiera sido la provocadora proclamación del triun-
fo, si la majestad de la muerte sentida, no contuviese estos
arranques juveniles. Después, por años,, no quedó del
lance sino el lado serio y las críspaciones de nervios.
Al día siguiente, se encontró en los mismos lugares el
cadáver mutilado (sin cara) de un infeliz que cometió la
misma imprudencia que había cometido yo, y no tuvo un
par de pistolas tan bien cargadas como las mías para po-
nerle á boca de jarro al bandido.
MEMORIAS 97
Esa vez, como se ve, he saboreado todo el amargor de
la muerte, pues hubo tiempo de presentarla desde que
oscureció en lugar desamparado y sentir sus angustias
desde que examiné las cebas de las pistolas y me convencí
de que no había escapatoria á una muerte oscura, traída
por la indiscreción de un tronera.
La que me preparó el autor asesino del asalto de los
Guerri habría ocurrido sin darme de ello cuenta, pues los
dobles venenos no dejaban ni la esperanza de sanar de las
heridas; y las apariencias, de muerte por los nervios, des-
honrado la memoria de la víctima de especulaciones de
boticarios.
Y aun así se salva uno, cuando Dios quierel
Tomo xux.—
EN CHILE
PRIMEROS ESCRITOS
Con poquísimas excepciones, la generación actual leerá
por la primera vez este escrito (sobre la batalla de Chaca-
buco), acaso ignorando que en su tiempo conmovió ios
ánimos en Chile y fué el punto de arranque del nombre de
su autor.
Pocos son los escritos de circunstancias que resisten á
la acción del tiempo ó á la traslación de lugar ó de lengua.
Solo la historia escrita á punta de buril de Tucidides
ó de Tácito conservan su frescura merced á los lineamentos
del arte; son la liiada y la Eneida las que sobreviven á
los siglos y á las civilizaciones.
La piedra de toque para aquilatar una composición es
leerla medio siglo después; y si resiste á la usura del
tiempo, si las nuevas brisas literarias no han alcanzada
á corroerla ó empañarla, podéis estar seguros de que
expresa la verdad de todos los tiempos. Dumas padre vive,
Balzac murió con su época.
No entraremos ahora en su examen, sino que recorda-
remos las impresiones favorables que produjo á su apari-
ción. La batalla de Chacabuco, estaba como eliminada de
la historia de Chile, y olvidado estudiosamente, San Martin
y el ejército de los Andes, cuando en 11 de Febrero de
1841, sin antecedente que lo provocase, apareció en Et
Mercurio de Valparaíso, y fué leído con avidez en Santiago
el escrito en cuestión.
Hoy parecería extraño á los chilenos mismos el interés
que despertó; pero fué vivo y universal. Para la opinión
MEMORIAS 99
pública su peroración era como el grito de su conciencia
aletargada por el espíritu de partido ó los celos interna-
cionales y que pedía reparación de una injusticia histórica.
Para los hombres de letras, y descollaba entonces don
Andrés Bello, mas tarde académico de la lengua castellana,
era una producción literaria correcta, que no dejaba adi-
vinar el origen argentino y que entrañaba una revolución
en las ideas políticas y literarias prevalentes. Para el
partido liberal, de que eran expresión Vicuña y Las Heras,
esperanza de hallar abogado digno de su causa; para el
gobierno, revelaba la existencia de un político colocado
mas arriba de las pequeneces de partido y cuyo pensa-
miento podía trazar nuevos senderos á la política del
gabinete, conservadora pero leal á los grandes principios
republicanos. Para el autor, en fin, fué la salida histórica
aquella y las frescas guirnaldas que decoraban esa restau-
ración de la batalla de Chacabuco, el pergamino que le
abrió las puertas de la Universidad de Chile y con trabajos
posteriores, del Instituto Histórico de Francia y otras cor-
poraciones sabias.
La batalla de Maipo, dada en condiciones mas difíciles
que la de Chacabuco, pues debía reparar los estragos de
la sorpresa de Cancha Rayada, era demasiado fascinadora
para no someterla, con la campaña y retirada de los restos
del ejército, al estudio de un jefe ansioso de instrucción.
La posición adquirida ponia á su alcance medios de
información, que no siempre tienen á su alcance los histo-
riadores militares, cual es el testimonio de los actores
principales de la batalla, el campo de batalla mismo
que tanta luz da sobre los sucesos de que ha sido mudo
testigo.
El 5 de Abril apareció en El Mercurio, un estudio concien-
zudo sobre aquella célebre y decisiva batalla, y es un
documento histórico que deberán consultar los historia-
dores. Teníanse para escribirlo, largas y alegres sesiones
en casa del General D. Juan Gregorio de Las Heras, jefe
del ala derecha que se retiró en orden é incólume de
Cancha Rayada, y en ellas tomaban parte ademas el
General Dehesa, de Córdoba, que había sido el Teniente
de infantería de guardia, cuando los españoles, á la sombra
del crepúsculo espirante, avanzaron en columna cerrada al
100 OBRAS DE SARMIENTO
grito formidable de jViva el Rey! — el Coronel D. Pedro
Regalado de la Plaza, Comandante de la artillería que se
llamaba de Buenos Aires y salvó retirándose con todas sus
piezas, y lo que era impagable y característico, el Coronel
Barañao jefe de los Colorados al servicio del Rey y el
terror de los patriotas, ayudaba á la redacción del relato
de la definitiva derrota de los realistas á cuyas filas per-
tenecía no obstante su origen americano, pues era hijo
de Buenos Aires y vecino de Las Conchas, de donde tres
años después aparecían al mando de Rosas, los colorados
de las Conchas en la escena política.
Lo que se pone, pues, en boca del Coronel Barañao en
aquel documento, es lo que dijo y sostuvo en aquel consejo
de guerra de grandes capitanes, ignorando el público hasta
hoy que tan alto y autorizado origen tuviese el detalle
y descripción de lo ocurrido en aquellos días memorables.
Siempre es digno de notarse ademas que un joven militar
de las guerras civiles, tratase desde sus primeros pasos
de reanudar los vínculos con los ejércitos de la Indepen-
dencia. El Secretario de guerra, Alvarez, entraba á com-
pletar con sus confidencias lo que no resultaba de los
testimonios inconcientes.
El sentimiento público, olvidando lo que es deber de los
beneficiarios olvidar, fué formándose y robusteciéndose
con esta resurrección de los gloriosos días de la emancipa-
ción y que los habitantes que tenían mas de veinte años
(en 1841) habían pasado con mas ó menos intensidad por
las emociones del terror y de la victoria, que son los que
mas fuertemente sacuden el corazón humano.
Cuando el Congreso entró en sesiones, fué restablecido
D. José de San Martin, Capitán General de la lista militar
de Chile, buscando la gratitud nacional expresión osten-
sible y obrando mas tarde el sentimiento público, su estatua
ecuestre en bronce se alzó en la Cañada de Santiago, en que
él mismo había trazado uno de los mas bellos paseos públicos
de América. El la plaza del Retiro en Buenos Aires (hoy
San Martin ), frente al cuartel que fué de Granaderos á
Caballo y señalando por las calles do Chacabuco y Maipo
el lejano horizonte, se halla la segunda edición de la
estatua de la Cañada, pues el movimiento de reparación
y de justicia que principió en 1841 fué dilatándose por
MEMORIAS 101
toda América y el Perú y la República Argentina le devol-
vieron lo que había conquistado eternamente. Así puede
decirse que llegó á Buenos Aires, endurecido ya en bronce,
el escrito de 1841, que tan benéfica revulsión produjo en
el ánimo de los contemporáneos.
El General Mitre que ha consagrado sus vigilias al estudio
de nuestra historia de la guerra de la Independencia, ha
ido, como M. Thiers lo hacía en el mismo caso, á Chile á
visitar é inspeccionar los campos de Batalla de Chacabuco
y de Maipo. Cuarenta años antes un oficial de Estado
Mayor por vocación, habíalos estudiado por años conse-
cutivos, con la ventaja de estar vivos aun los jefes y solda-
dos y pueblos contemporáneos.
La historia de los Diez y ocho dias de la campaña de
Cancha Rayada y Maipo es prueba de ello. El camino de
los Andes á Santiago atraviesa en efecto el campo de
batalla de Chacabuco. Habíalo recorrido el autor en 1827,
es decir, diez años después, y cien veces mas tarde, siendo
su residencia el valle de Aconcagua.
Los rastros estaban pues, frescos en la memoria de los
contemporáneos. D. Pedro Bari le dio los trajes en
cuatro cuadros de Granaderos á Caballo, del 11 y del
número uno y del 7» de línea, que algún oficial de inge-
nieros le había regalado. Los Ramírez, D. José Antonio y
D. Felipe, vivían aun que habían auxiliado á los granaderos.
Vivía aun la linda joven que un Mayor intimidaba con
sus halagos, y se mostraba todavía el cuarto que ocupa-
ban los oficiales del 11 cuando Juan Apóstol Martínez
entraba, torcía la llave, apagaba la vela y tomando el
fusil de un asistente arrimado á la pared, decía, descerra-
jándolo en lo oscuro : « Caballeros, defiéndanse, porque me
propongo agotar esta cartuchera mandándole balas al que
le toque.» En Chacabuco los arrieros mostraban al vian-
dante la peña en que sentaron á Marcó, el verdugo de los
patriotas de Santiago, que fué pasado por las armas des-
pués de la batalla, ó bien el lugar donde el capitán Neco-
chea, estuvo tendido sobre un cuero después de operado
el primer vendaje en sus heridas, ó el punto preciso
donde el General Soler se separó del ejército y por
detrás de un espolón de la cuesta, cayó por el flanco
del enemigo y tantos otros detalles recogidos en conver-
103 OBKA.S DE SAKMIBNTO
saciones diarias y que vuelven á poner de pie una situa-
ción y una época.
Añadan á esto, que su padre es el conductor á San Juan
de cuatrocientos prisioneros españoles y de las banderas (*i )
y que su maestro el Presbítero José de Oro ha sido cape-
llán del núm. 11° y entonces se comprenderá que aquella
campaña y sus accidentes y peripecias, han debido encar-
narse en el espíritu del narrador y hacerle creer que ha
sido testigo presencial y durante su infancia y adolescencia
no ha debido oír otra cosa que detalles é incidentes de la
batalla; pues á riesgo de parecer nimio, puede citar hasta
€l asistente del ex-capellan, el cual era su contertulio de la
cocina, en la prima noche, cuando muchacho.
En la edad media, la época mas guerrera de la Europa,
cada noble tiene su castillo y su ejército, compuesto de sus
vasallos y allegados. El hijo hereda el mando del padre
y nace General, debiendo á la mayor edad mandar ejércitos
y dar batallas. La ciencia de la guerra se trasmite de padre
á hijo, en el hogar doméstico, oyendo á los capitanes refe-
rir sus hazañas y practicando en el campo lo que prescribía
la experiencia, etc.
Este sistema de educación lo provee hoy en parte el cam-
pamento y la campaña, el vivac y el libro; pero la palabra
de los jefes suele ser siempre el mas alto curso de estra-
tegia.
Gozó de esta ventaja en todos los países y ocasiones el
oficial, cuya vida militar queremos trazar en las subsi-
guientes páginas. Esta serie de hechos terminan por
decirlo así la instrucción técnica y superior de un oficial
subalterno. . .
Desde 1841 aparece en la escena pública de la guerra de
su país como un jefe y un leader de la opinión. Sus nume-
rosos escritos le aseguran aquella posición donde quiera
que se reúnen hombres para trabajar por la organización
de la República Argentina.
(1) Las banderas se ostentaban en la Cateeral de San Juan; hoy han desapare-
cido. Nos informa D. Adolfo P. Carranza, fundador del Museo Histórico que la
bandera que se destinó á San Juan en Marzo de 1817 fué una de las del regimiento
«Talayera» que prol)al)lemente desapareció en la época de la anarquía y la que
fué llevada al Museo es una de las enriadas del Perú. ( Sota del Editor.)
MEMORIAS 103
Para satisfacer á la opinión del vulgo que no reputa mili-
tares sino á los que mandan compañías ó escuadrones,
haremos notar de paso que desde 1829, hasta dispersarse
todas las fuerzas del interior, hemos militado como Ayu-
dante Mayor á las órdenes de los Comandantes; Javier
Ángulo, Manuel Barcena, Santiago Albarracin, de Coraceros
de la Guardia del Ejército Nacional, como Capitán bajo las
órdenes del Comandante D. Nicomedes Castro y por muerte
de este en función de guerra, sucedidole provisoriamente
en el mando de Dragones hasta su extinción, habiendo sido
2° Jefe de academia de táctica de caballería y auxiliar del
Coronel Chenaut, para la creación y disciplina del Regi-
miento de Granaderos que fué derrotado y disuelto por
Facundo Quiroga en 1831.
De estos hechos resultaría, que dados los medios de ins-
trucción de los ejércitos en campaña contra Rosas, sería
este el oñcial que mejores oportunidades tuvo de educarse
en la profesión de las armas, pues un poco mas de instruc-
ción que la de 1a generalidad de los oficiales de caballería
de entonces, le daba preferencias para seguir causas mili-
tares, servir de secretario, instruir reclutas, redactar notas
etc., etc.
Llégase en el servicio militar, después de haber recorrido
la parte baja de la escala, á las regiones superiores á cuyos
habitantes llaman las ordenanzas oficiales generales, por
cuanto se entra en el gobierno y el mando superior y se
requieren, á mas de valor y la táctica de los movimientos
de un cuerpo, ideas generales de conjunto y la aptitud de
exponerlas en partes y órdenes dadas.
Las operaciones de guerra requieren muchas veces el
comentario del autor, para revelar, como en el bombardeo
de las ametralladoras (en el Rosario y Paraná rebelión de
Jordán), una simplísima noción del arte de la guerra, ó el
principio que violaba el que perdió la batalla. Maquiavelo
ha podido desde el gabinete trazar á frío las reglas de la
guerra; pero los grandes capitanes no han desdeñado para
instrucción de los militares, explicar lo que hicieron y por-
qué en tal ó cual emergencia.
La capacidad de escribir es, pues, una dote militar de que
puede sacarse gran partido y que en todo caso completa
la aptitud ó la educación de un soldado. Para no remon-
104 OBRAS DB 8AKMIBNT0
tamos hasta las fuentes clásicas, bástenos el ejemplo del
General Paz dejándonos en sus Memorias mil indicaciones
útiles.
El 11 de Febrero de 1841, pues, con el seudónimo de Un
Teniente de Artillería, apareció un artículo reivindicando
en Chile las glorias dejadas á un lado de la batalla de
Chacabuco.
El escrito hizo una gran sensación, por la novedad, decían
del estilo, por la audacia de la concepción, puesto que in-
crepaba ala nación su ingratitud para con los libertadores.
D. Andrés Bello, lo declaró irreprochable en cuanto á las
formas y anuncio de una revolución en las ideas políticas
y en el gusto literario. Los hombres de estado que dirigían
la política, después del asesinato de Portales, sin abandonar
sus inspiraciones conservadoras, vieron en el autor todavía
desconocido, un político de alta esfera, y se apresuraron á
buscar la procedencia del escrito y llamar á su autor, aun
suponiéndolo extranjero, á dirigir ó expresar la política del
gobierno en la prensa.
Quince días después el emigrado argentino que había
coordinado aquella página tenía dos diarios á su disposi-
ción y la dirección política de la prensa.
Hoy que hacemos conocer ala generación presente argen-
tina aquel escrito, el hombre versado en las letras le en-
contrará todavía ciertos rasgos característicos. El estilo de
entonces es el estilo de hoy del autor, y la composición del
escrito acusa una manera invariable, que sin duda adhiere
á causas profundas de organismo intelectual, si es posible
llamarle así. Parecería rara introducción de escritor novel,
ante un público cuyo favor solicita, principiar por conven-
cerlo de ingratitud é injusticia, sí este no fuese el sello
especial de su oratoria política durante el resto de su vida.
Pero no es este el punto de vista bajo el cual queremos,
mirar el escrito del «Teniente de Artillería,» sino su carác-
ter militar. El que acabaría por ser aceptado como una
de los literatos mas conocidos de la América del Sur, prin-
cipia su carrera con la descripción de una batalla de la
guerra de la Independencia. Es de presumir que tiene por
delante el parte oficial de la batalla; pero, aunque á grandes
rasgos, está trazada toda la campaña de los Andes y esti-
madas todas sus dificultades y excelencia del plan, con la
MBMORIAS 105
seguridad de mano del que conoce el hecho, los lugares y
los principales personajes. El que la hajasí reasumido es
soldado por las simpatías y por los giros de vivac frecuentes»
El contacto con los militares ha sido siempre una de las
mejores escuelas de la guerra para los espíritus observa-
dores y reflexivos. Y á mas del contacto intimo por años
con el General Las Heras y con el Coronel Barañao, puede
contar entre sus maestros el que esto escribe, al General D.
José de San Martin con quien pasó largas horas en Grand-
bourg, oyéndole discurrir sobre los grandes acontecimientos
de la época de la Independencia, dispensándole tan seña-
lado favor en reconocimiento de su iniciativa en Chile para
acometer su defensa y vindicación, que trajo por resul-
tado su restablecimiento en sus grados y honores. Queda
testimonio de esas pláticas en el discurso en el Insti-
tuto Histórico de Francia, aunque no pueda haberlo de los
mil incidentes cuyo recuerdo sobreviene en estas confiden-
cias íntimas de viejos capitanes cuya vida es, por decirla
asi, de recuerdos.
Por un azar feliz, cúpome la honra de ser recomendado
por el ilustre M. de Lesseps, el que ha roto los istmos, al
Mariscal Bugeaud, duque d'Isly, y como se tratase de la
guerra de montoneras árabes, llamadas Goiims, encontrase
que en la vida de Quiroga había denunciado el error del
General don Juan Lavalle, tomándolos usos y tácticas de
la montonera, en lugar de la precisión de los movimientos
de la caballería de linea de que él había sido jefe presti-
gioso. El Mariscal había, á su llegada á Argelia, encontrado
que los jefes militares habían incurrido en el mismo error,
que él se propuso remediar, restableciendo las prácticas y
la táctica europea al desorden fantasista del ginete árabe.
Esta uniformidad de vistas y la sanción que prestaban
nuestros usos americanos á lo que para los jefes franceses
era innovación, ofreció ocasión á cambio de ideas, á confi-
dencias sobre operaciones pasadas ó futuras, y sobre todo
á oir á tan gran Capitán, porque era de lo mas cuadrado
que quedaba del Imperio, ocupó tres días de conversacio-
nes cuyo variado contenido no cabría en un volumen, con
muchos aprovechamientos de quien oye para instruirse y
atesora para su guía y uso. Otro tanto ocurrió en Oran
durante tres días alojado en la tienda del General en Jefe
106 OBRAS DE SARMIKNTO
de la división de Tlemcen, con el prestigio de la particular
y encarecida recomendación del Mariscal y la lectura del
üompte rendu de la Revue des deux Mondes de Civilización y
Barbarie que llegó á África y á Oran en los días de mi resi-
dencia allí.
Tales relaciones no deben ser indiferentes en la vida de
ios que se consagran á un estudio especial, pues que casi
siempre dejan depositados los frutos de la experiencia
de los unos, ó la esplicacion de lo que se reputa el secreto
de los otros.
Si se añade que visitaba los Estados Unidos al concluirse
la gran guerra y que la elevación de la gerarquía de un
diplomático le pone en contacto con lo mas encumbrado
de los hombres públicos, ofreciéndole su situación oportu-
nidades singulares para estudiar campos de batalla, si así
lo desea, acompañado de jefes delegados á guisa de cícB'
roni, á efecto de explicarle el significado estratégico de un
accidente, como de visitar arsenales y aun ser informado
de secretas invenciones de armas nuevas, como torpedos,
ametralladoras que aparecieron al fin de la guerra y podían
ser aplicados al Paraguay, se comprendería que hay algo
de estupidez en negar á hombres que tales ventajas tuvie-
ron para adquirir nociones de guerra, en cuarenta años,
las que se conceden á los que han recorrido todo el esca-
lafón en diez años de corretear indios por las pampas ó
dirigir montoneras indisciplinadas.
Dos facciones, empero, habrán de agregarse necesaria-
mente á esta obra, indispensables para hacer de ella un
trabajo útil al avance y mejora de nuestra disciplina mi-
litar.
La guerra se liga estrechamente con el derecho de gen-
tes y mal pudiera desempeñarse en sus funciones el Gene-
ral que no conociese ó aplicase torcidamente sus reglas.
«El último cadete, decía no sin ironía un telegrama, sabe
lo que la ordenanza prescribe para recibir un parlamentario
enemigo,» citando autor, capítulo y página. Lo que los
Generales mismos suelen entre nosotros ignorar, es como
se recibe en país desierto y fronterizo un parlamentario de
país amigo, pues estando dos vecinos en plena paz, no ha
de permitirse un teniente de guerrilla de vanguardia reci-
cibirle según le plazca, ya por actos de dudosa corrección,
MEMORIAS 107
ya por antipatía, ó por abrirse camino con un atropello
que le hace sentar plaza de engreído, ó con el ánimo do
crearse un caso de conflicto que le proporcionara la ocasión
de tirar unos tiritas, como decía el General Rivas.
El estado de guerra lo crea la ley, con aviso previo al
enemigo y generalmente con expresión de agravios, hecha
ante el comité de las naciones, para justificar las hostili-
dades comerciales. La mala inteligencia sobre las repre-
salias de guerra ha costado diez millones de fuertes á la
República en prolongación inútil de la represión de las
revueltas de un caudillejo del Entre Ríos y en gastos super-
fluos. Todo esto se ha ñjado por Generales que al fin
han modificado las falsas nociones políticas prevalentes.
No es vana ostentación el traer á colación los nombres
de grandes capitanes, que debo enumerar por necesidad
en el discurso de estas páginas.
Las nociones de táctica se adquieren en cuatro meses de
ejercicios doctrinales; y todo lo que asegura el sistema de
ascensos militares, pasando de grado en grado, es que han
tenido tiempo y se han hallado en posiciones de ir ateso-
rando esa serie de conocimientos que van dejando la
■experiencia presente y la tradición de lo pasado.
Mucho se aprende por este medio ayudando las disposi-
ciones naturales y el amor á la profesión, y el lector con-
vendrá que algo debió sacar del contacto á veces de años,
como con los Generales nombrados, de temporadas ó de
TÍajes en que cambiaba ideas.
Un historiador de alto vuelo (*) llamaba historias de bedui-
nos á las que contiene el Facundo. Ninguna expresión mas
feliz puede caracterizar esta clase de escritos. Salustio
ha inmortalizado el nombre de Jugurtha, jefe de bandas
númidas, que era el mismo Goum árabe de los tiempos
modernos y el prototipo del caudillo de montoneras
argentinas. De la manera de hacer la guerra á los
ginetes del desierto, trataron largamente el mariscal
Bugeaud y el viajero argentino, en la Mauritania Tan-
gitana donde está Argel hoy y recorrieron las legiones
romanas con Salustio, y con Bugeaud las francesas contra
Ab-del-Kader.
U) Don Vicente F. López.— (iV. del E.)
108 OBRAS DE SARMIENTO
Dos libros han quedado de aquel género de guerras y
sobre caudillos como Jugurtha y Quiroga, no siendo de des-
deñar el lugar que la guerra yugurtina hace al autor de
la guerra argentina, que describe en sus escritos. La vida
del fraile apóstata y General Aldao tiene por base el com-
pendio de una campaña militar; y el ejército grande, la
campaña al interior á órdenes del General Paunero, la
vida del Chacho, como la vida de San Martin, son otras
tantas muestras de la predilección especial del autor por
los escritos de guerra, no habiendo sino raros ejemplos de
que otros argentinos hayan dejado consignados los hechos
contemporáneos.
Han sobrevenido en estos últimos años, cambios en el
modo de ser del país y sus medios de movilidad que han
traído modificaciones esenciales en el empleo de las armas
y en la estrategia de las campañas. Hubo batalla ganada
por la simple posesión de pastos artificiales, proveyendo al
ejército en ciertas estaciones caballos á pesebre. El telé-
grafo como medio de transmitir órdenes ha dado al traste
con insurrecciones formidables y aun el empleo del maíz
como forraje de las caballadas en campaña sirvió de base
á las batallas de Talita y don Gonzalo y los encuentro^
siempres victoriosos de las tropas nacionales encerradas
en la ciudad del Paraná, mientras que el jefe de las fuerzas
del Uruguay que se desvió del plan acordado, perdió en
dos días sus caballadas. La caballería ha cambiado com-
pletamente de colocación y empleo en la guerra de que
fué antes el arbitro supremo, mediante los ferrocarriles
que se anticipan de días á sus movimientos, ó plantaciones,
colonias y villas que á cada paso embarazan su tránsito.
Escusado es decir que figuran como muy respetables
ítems á la hoja de servicios de un General, la introducción
en el ejército de tierra de las armas modernas de precisión
y en el Rio la formación de una escuadra modestamente
calculada á las fuerzas de la mano que há de manejarla,,
sin previsión en la cantidad y tamaño de los cascos de
guerra de mar, porque no deben entrar en el presupuesto
ordinario de una República los gastos de situaciones
extraordinarias. Entre los Estados Unidos que no conser-
van ni un fusil y la Italia que, pretendiendo tenerse pronta
á toda emergencia, mantiene en tiempo de paz escuadran
MEMORIAS 109
formidables, cada uno puede elegir, hallando sin duda sus
buenas razones en pro y en contra.
Si terminase este trabajo por la exposición evidente y
documentada de un hecho que se pretenderá innegable, á
saber, que el autor ha terminado felizmente cuatro guerras
que burlaron en sus comienzos y duración la sagacidad de
casi todos los Generales de la República, que su pronto des-
enlace fué producido por planes de una estrategia sencilla
y demostrable, ejecutados por simples coroneles, con fuer-
zas pequeñas, acumuladas en un punto y hora calculadas,
fuera del campo y del dominio de los Generales y ejército
que tenían abierta campaña y mandaban fuerzas nacio-
nales, preciso será convenir que valdrá la pena de recorrer
estas páginas, sin prevención, sin esos juicios previos que
hacen no ver la luz, porque estaba convencido de que la
luz no debe venir de ese lado, sino de Antequera por donde
sale el sol siempre.
Así fué con el estudio de las grandes batallas de Chaca-
buco y Maipo con lo que se presentó, con todo bagaje en el
«escenario» de la América del Sud, ignorado de todos y de
si mismo el día anterior, aplaudido y estimado al día
siguiente, improvisado literato, hombre de gobierno y lea-
der apoco de la opinión pública en el país que lo hospedaba,
consejero del gobierno, y para los tiranos de su patria como
si fuera el único escollo que no quitaron de su paso, por
representar los grandes principios que no extirpan, como o/i
ne tue point les idees.
Hemos puesto primero ante el lector el escrito firmado
por Un Teniente de artillena^ en El Mercurio de Valparaíso, de
11 de Febrero de 1841, para que vea por su contesto, anti-
guas y duraderas huellas del Jefe de Estado Mayor, ya for-
mado treinta años antes, con toda la capacidad de juzgar,
que supone la de dirigir, y quedará justificada la alta posi-
ción que ocupó desde entonces en los negocios argentinos,
y la influencia que ha podido ejercer hasta los últimos
íiños de su vida, sin interrupción por cuarenta años. (*)
(1) Al reiTOducir el artículo de «Un Teniente de artillería» que se halla en el
tomo I de estas obras, el autor nota la equivocación sufrida por él al hablar de las
salvas del 11 de Febrero y dice;
«Como esto era escrito por extranjero recientemente llegado á Santiago, igno.
lio OBRAS DE SARMIENTO
LAS CORDILLERAS
He dado principio á estos apuntes con los dos primeros
escritos en la prensa de Ciiile que muestran predilecciones
innatas del espíritu por las cosas de la guerra.
Un Teniente de artillería, es el pseudónimo que tomé para
dar de la batalla de Chacabuco, una descripción mas que
estratégica, pintoresca y sentimental. Conocía de ella el
campo de batalla por atravesarlo el camino de los Andes
y los hechos por las narraciones de jefes y oficiales que
en ella se hallaron.
La de la batalla de Maipo tiene otro carácter, pues es
una pieza histórica tomados sus detalles de la boca del
General Las Heras que salvó del desastre de Cancha Ra-
yada cuatro mil hombres, del Coronel don Pedro Regalado
de la Plaza, qué mandaba la artillería de Buenos Aires, del
General Dechesa que era á la sazón teniente y mandaba
la guarda avanzada del campo, cuando los españoles en
columna cerrada lo avanzaron. Por fin el Coronel Bara-
ñao que mandaba al servicio del rey los colorados de Bara-
ñtio, terríficamente célebres entre las poblaciones del Sur
por las crueldades que se atribuían á sus soldados. El
testimonio á veces contradictorio de este jefe enemigo daba
ocasión de buscar mas minuciosos y topográficos detalles
que los que forman la narración escrita.
Era pues, aquella redacción una conferencia sobre el
grande acontecimiento, muy ilustrativa para el que gus-
tase de atesorar conocimientos militares, que quedan en
efecto, como el sedimento de las aguas en el vaso que pasa-
jeramente las contuvo.
El primero de estos escritos tuvo, sin embargo, una grande
raba que por un decreto gubernativo ya antiguo, se habia transferido al 5 de
Abril, dia de la batalla de Maipo, la conmemoración del 12 de Febrero, verdadera-
mente borrado de los fastos nacionales. Escrito el 7 de Febrero para aparecer el
il en Valparaíso y llegar el 12 á Santiago, el autor presupone que las calles están
embanderadas, y la fortaleza de Santa Lucía ha becho salvas. Sucedía que el
actual Presidente, siendo Teniente, había acompañado por el Sur al General Freiré,
y no se había hallado en Chacabuco, y que O'Higgins habia muerto en la proscrip-
ción^ y las Heras estaba dado de baja.r,— ;íV. del E.)
MEMORIAS - 111
influencia, á nías de la de abrir ancho camino al autor
para la vida pública, y era acelerar la reacción que se
venia operando sin duda en los ánimos, contra la proscrip-
ción moral y política del General San Martin, que había
mandado aquellas dos grandes batallas que decidieron de
la suerte de América.
No hay antecedente próximo en la prensa, ni en libros y
documentos públicos de Chile, (al menos que me fuese co-
nocido), de que entonces empezase á ceder el re«entimiento
que, con la caída de O'Higgins debieron dejar contra San
Martin los actos que en persecución de los Carreras, ejecu-
taron ambos, á la opinión pública irritada por otra parte á
causa de las exacciones enormes que requería el equipo
de una escuadra y un ejército de desembarco en el
Perú.
Hoy se sabe, por ejemplo, que los hermanos don José y
don Luis Carreras fueron ejecutados en Mendoza por un
atrabiliario del género de CoUot d'Herbois, ó un fanático
como Saint Just, por Monteagudoque se hallaba en Men-
doza; y sería mucho pedir, esperar órdenes de San Martin,
para que en Mendoza ejecutasen á don José Miguel, que
había asolado las campañas, habiendo alcanzado ya las
osamentas blancas de los rodeos de ganado degollado des-
pués de dejar saquear á San Nicolás y el Salto por las in-
diadas salvajes á su servicio.
Hasta el nombre argentino estaba estigmatizado. La
batalla de Chacabuco, según los tratados de historia, la
habían dado los «independientes», á veces al mando del
General O'Higgins, á veces por auxiliares. El 11 de
Febrero no era conmemorado oficialmente como lo era
el 5 de Abril.
Debe tenerse presente la doctrina de Leckier, que niega
la iniciativas de las revoluciones al pensamiento del escri-
tor que las promueve, hallando que él mismo es solo el
eco de la conciencia pública que se ha venido formando
lentamente y está ya cambiada, cuando un escritor repre^
senlativo proclama el hecho, ó formula la teoría. Cúpome
esta vez la felicidad de ser el primero que tomase el pulso
acaso á la opinión en Chile, pues solo á ese carácter puede
atribuirse la grande y universal aprobación que tuvo el
Teniente de Artilleria^ á punto de ser el objeto de la conver-
112 0BKA.8 DK SARMIBMTO
sacion en los círculos y de la solicitud del gobierno, pidiendo
el nombre del autor al editor del periódico, á fin de ofre-
cerle, como la obtuvo, la protección y empleo en la política,
«n la prensa y en la enseñanza.
El efecto de la apología de San Martin que servía de
exordio á la descripción de la batalla, fué que á la próxima
sesión del Congreso, se restableció en el escalafón como
■Capitán General á San Martin y poco después se levantó
la estatua ecuestre de bronce que decora la Cañada. El
Teniente podría creer que había restablecido un General en
su buen nombre y fama, como el paisano saut^fesino su-
primió un General, con un tiro de bolas, cambiando la
faz de la historia.
Chile había pasado por una época de revoluciones y
motines militares á que puso término la política enérgica
de Portales, creándole al ejército un contrapeso en la
organización de la guardia nacional con fuero militar, y
la invasión del Perú, como medio de darle ocupación,
exterior, é interrumpir sus malos hábitos politiqueros.
En una segunda embestida, porque la primera terminó
«n un tratado, el ejército se sublevó en su campamento
del Barón, muriendo asesinado el Ministro que había ido
á presenciar y dirigir el embarque. La milicia del pueblo
al mando del General Blanco Encalada, salió al encuentro
del ejército que se creía en seguridad y fué derrotado y
aprisionados sus soldados y oficiales. Así triunfaba la
política del Ministro, no obstante su muerte.
Las instituciones militares recibieron desde entonces el
sello especial que las distingue de todo el continente
sudamericano. Venezuela cuenta los generales por cente-
nas, la Ptepública Argentina por decenas y Chile por uni-
dades, aun después de la guerra del Perú.
Vino en 1883 encargado de los objetos que Chile enviaba
á la Exposición Continental, un joven que no lo era tanto
que no tuviese la cabeza desguarnecida de cabello. En
días de gala vestía uniforme chileno, con insignias de
Teniente y una hilera de medallas ganadas en las diversas
batallas á que había asistido en el Perú. Era alumno de
la Escuela Militar, hijo de un general francés de Napoleón
y sin embargo, en diez años de servicio había alcanzado
á Teniente.
MEMORIAS 113
De aquí procede el valor, la economía, el éxito de las
'batallas campales y navales que ha dado Chile. Su Aca-
demia militar fué fundada en 1840, bajo la dirección del
Coronel Pereira argentino, hermano del conocido propie-
tario Simón Pereira. De manera que los generales de
hoy son alumnos de aquella buena escuela.
Hube de tomar parte en la contienda periodística que
exaltaba la elección de nuevo Presidente. El partido liberal
pipiólo y los que yo caliñqué de teatinos tenían sus perió-
dicos, el principal de los cuales me habían ofrecido en
vano, por no simpatizar desde entonces con sus hábitos
revolucionarios. Manejaba yo entonces el único diario de
Chile, El Mercurio y uno de circunstancias, El Nacional, de
Santiago.
Cuando la lucha terminó, ganando nosotros las eleccio-
nes, El Valdiviano Federal escrito por un viejo patriota á
^uien Portales había concedido derecho de hablar libre-
mente, dio la palma del triunfo al Redactor de ambos
diarios, por la novedad de las doctrinas y el culto espíritu
■del debate, teniendo que habérselas con repúblicos que
citaban en su apoyo al abate Raynal, el Contrato Social
y como el mas fresco á Benjamín Constant. El Nacional
y El Mercurio respondían, Story, Tocqueville, la Constitu-
ción norte americana, con Lherminier y Pierre Leroux,
entonces los jefes de la escuela francesa liberal. Para otro
periódico de combate, La Guerra á la Tiranía que estaba
amasada con sal de cocina y hiél, no carecía de buenas
armas, la mejor de todas, echarle agua con las bombas
de apagar incendios, en burlas de hacer disparar.
Celebrado el triunfo estábamos cuando llega la noticia
de haber entrado á Mendoza, el General La Madrid, con
un ejército que venía de Tucuman, seguido por el General
■Oribe. Mi resolución fué tomada en el acto.
Los adversarios políticos que me concité después se
complacían, como es de costumbre, en echar en cara al
Redactor que pesaba sobre ellos, su calidad de extranjero,
y siéndolo, había de ser por consecuencia mercenario.
Como la ausencia esta, fué por desgracia tan corta, olvi-
daban que el escritor á quien atribuían móviles tan mes-
cuinos, había abandonado, en su concepto para siempre
Tomo xux.— 8
114 OHHK» DH SAKMIBNTO
la situación mas espectable y brillante que pueda obtener
en América un autor, conquistando las simpatías generales,.
Ja protección y amistad de hombres como Bello, el joven
Lastarria y otros, ganando las elecciones de su bando, con
aceptación de los vencidos, y á la víspera de tener á los
suyos en el gobierno, dar la espalda á todo, renunciando
casi á una carrera y un porvenir, para ceñir de nuevo la
espada, pasar los Andes á cordillera cerrada, á ofrecer su
débil brazo á los que combatían por la patria!
Pero de aquel momento, principia una página de historia
borrada, que me interesa reanimar ahora, suprimida cua-
renta años, como estuvo veinte el nombre de San Martin
en Chile, acaso por la misma causa, y es que no perte-
necía propiamente á la historia de Chile ó de la República
Argentina.
También se puede salvar la vida á centenares de hombres,
de las quemaduras del hielo, sino del hambre también,,
como se puede restaurar en su fama y gloria á un general
ilustre, sin llamar la atención de nadie; pero sin que nadie
con pruebas, pueda ponerlo en duda.
Usábanse por entonces unos chaquetones de tricota col-
chados por dentro que ofrecían mucho abrigo; y en todo
tiempo polainas de tejido especial hechizo que cubrían las
piernas hasta la rodilla, amarradas á la cintura y sosteni-
das con las espuelas por abajo. Este era el equipo obliga-
do de un hombre de á caballo en Chile.
Presénteme un día al ministro de gobierno D. Manuel
Montt en su casa, en ese traje y como me preguntase á
donde me dirigía, le contesté, abriendo él tamaños ojos con
la sorpresa: — á la República Argentina; el General La Madrid
está en Mendoza y debo reunirme al ejército. Hizome
presente lo que la prudencia sugiere á los extraños en estas
grandes querellas civiles; me hizo valer que recien era el
momento de recompensarme por los buenos servicios pres-
tados, pues era convicción de todos, amigos y adversarios,
que yo había en la prensa, con dos diarios, asegurado el
triunfo al partido conservador.
Ese día estaba en camino hacia Aconcagua, y al siguiente
nos dirigimos á la cordillera D. José Posse, un Co-
mandante chileno al servicio argentino y no recuerdo-
si alguien mas.
MEMORIAS 115
Iba premunido de la siguiente carta de recomendación:
— Setiembre 10 de 1841. — A S. E. el director de la coalición
del Norte, General en Jefe del 2° ejército libertador. — La
comisión argentina se permite recomendar á V. E. al
señor D. F. Sarmiento. A sus antecedentes tan favorables,
se agrega la circunstancia de haber sido miembro suyo y
haber desempeñado honrosamente sus comisiones. Ador-
nado de patriotismo y entusiasmo por la libertad, su capa-
cidad es otro título para que se aproxime á S. E. y para que
S. E. le proporcione ocasión de hacer á nuestra causa los
servicios que puede. Tiene la confianza de sus compatrio-
tas aquí, y merece la de S. E. La comisión reitera etc. —
J. Gregorio de Las Heras. — Gregorio Gómez . — Gabriel Ocampo. —
Martin Zapata. — Domingo de Oro.
En la tarde del 25 de Setiembre de 1841 asomábamos las
cabezas sobre el cordón principal de la Cordillera de los
Andes. El penoso ascenso de un día á pie, porque los ani-
males no podían marchar á cordillera cerrada, hundién-
donos en la nieve reblandecida por los débiles rayos del sol,
DOS traía fatigados y reclamaban nuestros miembros un
momento de reposo en aquel páramo batido por la brisa
glacial que ha desenvuelto el deshielo del día. La vista
descubre hacia el oriente cadenas de montañas que achican
y orlan ei horizonte, valles blancos como cintas que fueran
serpenteando entre peñazcos negros que brillan al reflejarse
el sol; y abajo, al pie de la eminencia, como una cabeza
de alfiler, la casucha de ladrillo que sirve de amparo y
abrigo al viajero. ¡Salud, República Argentina! exclamá-
bamos cada uno, saludándola en el horizonte y tendiendo
hacia ella nuestros brazos.
En aquel piélago blanco y estrecho que se extiende abajo
divisó uno de nosotros bultos de caminantes y este encuen-
tro de seres humanos que tan bien venido es siempre en
aquellas soledades, nos enturbió instintivamente y nos mi-
ramos unos á otros, sin atrevernos á comunicar la idea
siniestra que había atravesado nuestro espíritu. Descen-
dimos hacia el lado argentino menos gozosos que antes, y
apenas, aun antes de llegará la casucha, la palabra derrota
hizo de dolor zumbar largo rato nuestros oídos. Los restos
del ejército de La Madrid, venían poco á poco marchando á
pie á aislarse en Chile.
116 OBRAS DE SARMIENTO
He descripto entonces (*) las terribles escenas que pre-
sentó un amontonamiento de unos mil prófugos al pie de
lus Andes, que estaban en Setiembre cubiertos de nieve»
cerrando el paso de animales y haciendo difícil el de hom-
bres extenuados y peligroso el pasaje, cayendo un tempo-
ral que duró tres días. Debo añadir ahora, que mi casual
presencia en el lugar del siniestro ahorró una de las mas
terribles catástrofes, pues es seguro que nadie hubiera al-
canzado á pasar y el hambre habría teminado la destruc-
tora acción de las nieves.
Al bajar hacia el Paramillo, divisamos un grupo de via-
jeros á pie, como es la práctica en aquellos meses, aforra-
das las piernas en cuero de carnero, para que la nieve no
penetre el calzado y se hagan lo que llaman quemaduras,
que es la muerte del miembro, dedos, pies ó piernas, en
que cesa la circulación. De esos hubieron nueve, ó muertos
ü operados con amputación.
Era preciso obrar. Despaché en el acto un propio á los
Andes para que subieran muías si era posible. Y después
de hablar con los primeros prófugos, volvimos á remontar
aquellas montañas que creí haber dejado atrás para
siempre.
Un cuadro que existe en el Paraná, obra del pintor
Rawson, recuerda la escena, haciendo que yo ponga á dis-
posición del General La Madrid, en presencia del valiente
Coronel Alvarez, canastos de pan que conducen peones
chilenos. Esto es excelente para la poesía y para recuerdo
del hecho en cuanto á mi me concierne, pues no teniendo
de donde tomarlo la historia, como la batalla de Niquivil
recordada en la autobiografía del General Vega, ó como el
haber sido prisionero en el Pilar de Mendoza, hubo de con-
servarlo Rosas para mi ignorada y no escrita foja de ser-
vicios de ahora sesenta años.
La verdad histórica es que, instruido por las avan-
zadas, de la derrota que infligieran en Rodeo del Medio á
nuestras fuerzas las de Rosas, al mando del General Oribe,
así como del número de hombres que venían, regresé iu-
( 1 ) Véase la animada descripción que de las escenas terribles de esta catástrofe
hace el autor en el volumen VI de estas obras, página 9. (N. del E.)
MEMORIAS 117
mediata mente, volviendo á remontar á pie la cordillera,
acompañado esta vez de D. Régulo Martínez, que encontré
mas tarde en Entre Ríos, en la campaña de Caseros.
Desde el momento, conocedor de la cordillera y de sus
malas mañas, comprendí el peligro, y llegando á Los Andes,
con medio día de camino, tanta fué la prisa que me di,
monté oficinas de escritorio con los hijos de D. Pedro Bari
y con el auxilio inteligente del viejo, me proveí de cueros
de carnero cuantos pudieron haberse en las inmediaciones
para envolver piernas, sogas, cordeles y ademas víveres
de cordillera, que consisten en charqui molido y galleta
ó bizcocho, mucho ají para combatir la puna y otros ad-
minículos; y con doce peones . avezados en remontarla
en invierno acompañando al correista ó algún pasajero
extraordinario, los acompañé hasta los Ojos de Agua,
pasando ellos á este lado y yo volviendo en lo que quedaba
de esta segunda noche á los Andes, para poner en movi-
miento á Valparaíso, por medio de El Mercurio, de que era
dueño el godo Rivadeneira (pues no le llamábamos de
otro modo) y á Santiago por medio del ministro Montt, á
quien pedía socorros, como al público subscripciones.
La actividad que allí se desplegó no es para describirse.
Despachar chasque tras chasque, mover á todos y conmover
su filantropía, poner en acción la comisión argentina,
reclamar del gobierno asistencia médica y otros auxilios,
pedir funciones de teatros en beneficio de los que sufrían,
escribir á los diarios, y en fin, alarmar la nación entera y
despertar su piedad.
Cuando todo estuvo hecho, las cargas en marcha, los
correos despachados y agotada la bolsa hasta el último
maravedí, yo resigné el puesto buscando el reposo que
reclamaban el pasar y repasar á pie la cordillera, como por
apuesta, descender corriendo desde los Ojos de Agua, hasta
Los Andes, para sentarme á escribir largo y tendido.
Cuando empezaron á pasar los grupos, después de haber
estado sepultados centenares debajo de las nieves, un
ejército de vivanderos los recibía todavía en las cumbres de
las cordilleras, ó en primeras escalas del descenso, pro-
porcionándoles víveres, licores, frutas, pan y la variedad
infinita de comestibles del pueblo chileno.
Médicos pasaron la cordillera é hicieron amputaciones
118 OBRAS DB SARMIENTO
mas ó menos felices de piernas heladas. Uno de ellos se
asombraba de la ecuanimidad del operado que, arrancán-
dole un hueso, no había lanzado un gemido en todo el
decurso de la operación. Soltaban la carcajada los otros
ante ese relato, pues el operado había gritado como un
becerro, pero el operador preocupado con su obra, no había
oído nada.
En el hermoso valle de Aconcagua, aguardaban á los
mas necesitados ropas de abrigo, camisas á los desnudos
y á la gente un poco decente, si lo necesitaban algunos
pesos en dinero, pues la suscricion había sido abundante.
Una señora Callejas y un presbítero liberal se distinguie-
ron por sus dones, hospedando el último al General Lama-
drid y á su estado mayor en su casa. Todavía pudo ase-
gurarse trabajo á los soldados y á algunos artesanos,
alojamiento en Santiago y Valparaíso á algunos jóvenes,
y solo el Chacho bien socorrido y mejor hospedado que en
su casa de los Llanos, pudo lamentarse de estar «.en Chile y
á pie/»
Una victoria á veces no vale mas que una retirada hábil
que salva de la derrota; pero salvar un ejército de la nieve
por su solo esfuerzo, ó por su brillante reputación en la
prensa y lauros obtenidos en ella, conseguir del público
socorros y colocación para tantos hombres, bien valía una
campaña. Pero como el hecho no se liga á la historia de
ningún gobierno, jamas ha sido mencionado y quedaría
como acaecido en los tiempos prehistóricos en países que
aun no tienen nombre.
Las piezas que siguen serán acaso el primer recuerdo
de un grande hecho histórico, que habiendo ocurrido
en el perfil de la cresta de los Andes nevados, no perte-
nece á Chile, ni lo aceptaba la Confederación. Sirva
siquiera para reconstruir la foja de servicios de un sol-
dado, que no habiendo despanzurrado con sus manos, como
Sandes ó Gauna, á muchos hombres, puede jactarse de
haber salvado la vida de millares, en cuatro ocasiones en
que hizo imposible el combate, ganando la batalla sin
sangre, como se verá en su lugar correspondiente. Son
tenidos en mucho los generales que saben dirigir hábil-
mente una retirada y ¿por qué no se daría un grado al
oficial subalterno que salvase la vida de un ejército?
MEMORIA.S 119
Sr. D. Domingo Faustino Sarmiento.
Santiago, Octubre i» de 1841.
Compatriota y amigo:
Por toda respuesta á la muy apreciable carta de usted,
le acompaño esa orden para que con su resultado atienda
usted á dar carne y pan á los infelices argentinos ham-
brientos que vienen.
Es preciso que se limite Vd. á carne y pan, porque para
ese mezquino socorro hemos agotado todos los recursos y
vencido dificultades de que solo tendrá idea cuando venga
y se imponga.
Ahora mismo excitamos á los de Valparaiso á ver cómo
nos ayudan á socorrer á nuestros infelices compatriotas.
Ha sido solicitado el gobierno, y nos ha prometido para
esta noche las órdenes que pudiéramos desear para socorrer
la afligida humanidad.
El expreso ha sido despachado antes de la hora de
llegada.
Nada diré á Vd. de lo que ha conmovido la relación de
los horrores que Vd. no ha hecho mas que indicar. Esto
dejémoslo para sentido.
Abraze Vd. á mi nombre á los valientes y desgraciados.
Somos argentinos y son argentinos. Algún día Dios nos
dará patria y habrá gratitud para los beneméritos, ó no
merecerá aquel país tener tales hijos. Adiós, amigo.
Siempre afectísimo de Vd.
J. Gregorio de las Heras.
El escribiente saluda á Vd. y á todos los valientes des-
graciados.
Sr. D. Domingo F. Sarmiento.
Santiago, Octubre 1» de 1841.
Apreciable señor: Espantado de la catástrofe que Vd. me
anuncia, salí al momento á casa de Orjera, donde acabaron
de imponerme de las desgracias sucedidas en Mendoza,
120 OBRAS DK SARMIENTO
Extremadamente sensibles á tantos males, no hemos halla-
do otro arbitrio para detener el progreso de lo mas urgente,
que levantar una suscricion implorando la generosidad de
nuestros compatriotas en favor de las infelices víctimas de
la causa de la civilización. Ya se están dando los primeros
pasos; y debe Vd. creer que si el éxito corresponde á
nuestro empeño é interés, se remediarán sin duda las
mas premiosas necesidades. Jamas he deseado tanto como
ahora, en este instante, el ser hombre de influjo y fortuna;,
pero para qué hemos de poner en cuenta los deseos 1
Haremos lo posible; y solo me atrevo á ofrecer por ahora
juntamente con mi amistad, como su mas apasionado
servidor. Q. B. S M.
José Francisco Gana,
(General del Ejército Chileno.)
Sr. D. Domingo F. Sarmiento.
Buenos Aires, Octubre 20 de 1883.
Mi estimado General y amigo:
Tuve el gusto de leer su atenta carta de ayer; en la
cual se sirve pedirme le exponga por escrito los recuerdos
que aun conserve de la llegada á Chile de los dispersos
de la batalla del Rodeo del Medio; cuyas reminiscencias
de viva voz hacia á Vd. en días pasados, comparando al
distinguido actor Calvo, con el eminente Casacuberta, á
quien oí con tanta complacencia en mi niñez, á su llegada
á San Felipe, después de la derrota del ejército á que
perteneció.
Hace Vd. bien. General, en recordarme el caballo mió,
que fué en las colectas que se hicieron en Aconcagua,
solicitadas por Vd., para sacar de entre las nieves de los
Andes, los restos de aquel ejército.
Sin mi pobre contingente, yo no recordaria tal vez un sola-
hecho, una sola palabra de cuanto vi y oí en aquella oca-
sión. Siempre he creído. General, que el hombre recuerda
lo que vio en la infancia, mas bien por la impresión que
recibiera de los objetos, que por el juicio ó criterio que de
ellos pudo formarse.
Como Vd. se sirve decirme en la que contesto: «que-
MEMORIAS 121
desea arreglar sus apuntes^ á fin de restablecer lo que por
lo lejano de los tiempos se hubiere olvidado y deba recor-
darse », no estará demás para la inteligencia de mis recuer-
dos, que haga en este lugar una ligera disgresion.
A la llegada á Aconcagua del Ejército Argentino á que^
Vd. se refiere, vivían en San Felipe los señores D. José y
D. Pedro Antonio Ramírez, y por haber militado en los
Granaderos á Caballo, muy conocedores de las familias-
argentinas; y con dificultad pasaría á Chile algún argen-
tino decente, sin alojarse en la hacienda de don Pedro
Antonio,
Como es natural, estos sujetos tomaban gran interes-
en las cuestiones políticas de la República Argentina, y
estaban al corriente de los hechos de armas qae aquí se
producían.
D. José I. Ramírez, desde en vida de mi padre, acostum-
braba ir todos los días á nuestra casa de San Felipe. Mi
hermano mayor lo aguardaba con el deseo con que hoy
día se lee la crónica de los hechos locales.
Un día nuestro cronista llevó una carta de su hermano
D. Pedro Antonio, escrita desde su hacienda, en la cual le
participaba la derrota del ejército unitario en el Rodeo del
Medio, manifestándole á la vez el temor de que muchos
de los derrotados hubiesen perecido en la Cordillera en el
último temporal; agregando que la noticia la traía D. Do-
mingo F, Sarmiento.
Nuestro cronista contó varias peripecias de la derrota, que
no recuerdo y nombró á varios deudos de familias argen-
tinas residentes en nuestro pueblo, que iban entre los emi-
grados.
Recuerdo perfectamente, General, estos incidentes, por-
que fui yo el portador de un mensaje de condolencias,
enviado por mi madre, á varias familias argentinas de su
relación, y todavía me parece ver correr las lágrimas de la
señora de Paz Piñeiro de Rojo, al contestar la atención de
mi madre.
Por si Vd., General, lo hubiese olvidado é interesase á sus
anotaciones, recordaré á Vd. que la señora Paz Piñeiro de
R. fué esposa del Dr D. Posidio Rojo, natural ds San Juan;
cuyo señor fué Juez de Letras de Aconcagua, segunda auto-
ridad de la Provincia; que en Chile, como en la época de
122 OBRAS I>K SARMIENTO
SU Gobierno en San Juan, no se exige la nacionalidad para
«jercer este destino. Ni es allí un obstáculo la calidad
de extranjero para ser ministro ó secretario de Intenden-
cia; como tampoco lo es aun, para ejercer los puestos mas
elevados del Poder Judicial. Los distinguidos argentinos
Dr. D. Antonino Aberastain, Delgado, Gabriel Ocampo y
otros, han ejercido allí aquellos importantes destinos.
Volviendo ahora al asunto que motiva esta carta, diré á
Vd. General, que la visita del señor Ramirez de aquel día,
tenía un objeto mas noble que la crónica ordinaria.
D. Pedro Antonio le encargaba encarecidamente en la
carta de mi referencia, que viera á mi hermano Juan E-
Barriga, á los señores Caldera, Echevarría y otros, y le
pidiera su concurso para salvar y proteger á ios emigrados
por quienes Vd. General, se interesaba tanto.
Tan laudable empeño de su parte, no podía ser estéril.
Con la presteza que requerían las circunstancias, se reu-
nieron mas de doscientos caballos y muías, se remitieron
á la Cordillera con peones arf^oc, enviando el señor Ramirez,
su tropa de muías cargadas de víveres.
Pero lo que no pudo deberse á otro que al valioso empe-
ño de Vd., General, fué el alojamiento de la tropa propia-
mente dicha de los restos de aquel ejército en San Fran-
cisco de Curimon, su racionamiento suministrado por la
autoridad local, y la visita diaria á sus enfermos, del médico
de ciudad Dr. D. Manuel Antonio Carmona, la cual vi yo
mismo practicar en una ocasión.
En efecto, la presencia de los Castex, del joven Emilio
Conesa, General mas tarde, la del conocido literato D. Juan
M. Gutiérrez, y del señor D. Emilio Castro, que aun vive
en Buenos Aires, la presencia, digo, de estos señores en
casa de mis deudos, y la de tantos otros argentinos distin-
guidos en lo de Bari, Ramirez, Cardoso, etc., es un hecho
natural, que nada revelaría hoy el empeño de Vd., General
por salvar de las nieves á todo el ejército.
Todos estos señores, mas ó menos conocidos, llegaban
emigrados á nuestras cordilleras, y natural es que fuesen
socorridos y recibidos con todas las consideraciones que
merecen la desgracia y la buena educación del desgra-
ciado.
Conozco bastante á mi país, General, y puedo afirmar hoy
MEMORIAS 123
sin temor de equivocarme, que esos soldados no pudieron
estar en un cuartel de nuestra tropa de línea, aunque el
cuartel estuviera desocupado á la sazón, sin una orden del
Gobierno de Santiago, y que esa orden no pudo darse sin
mediar un valioso influjo y poderosa iniciativa.
Con las consideraciones de mi mas distinguido aprecio,
ítengo el placer de suscribirme de Vd,, General.
Atento amigo y S. S.
Antero Barriga.
(Cónsul de Chile.)
EPISODIOS EN LA CORDILLERA
El ferrocarril atravesará bien pronto aquellas estupendas
soledades y las comodidades de la civilización, como la
rapidez con que se hace el trayecto, acaso perforada quesea
la montaña que todavía se asciende á muchos miles de pies
de altura, todo hará olvidar las escenas pintorescas y ex-
trañas del tránsito de un lado á otro, á cordillera cerrada,
operación que solo la extrema necesidad aconsejaba, y
que, no obstante las siete casillas de ladrillos de á diez y
cinco cuadras de distancia unas de otras, destinadas á
guarecer los correistas, han perecido muchos de ellos en
el espacio que media entre uno y otro albergue, encegue-
cidos por la nieve que cae, no en, copos, sino á pedazos á
veces.
Como ya no han de ocurrir casos semejantes, consignaré
el mas emocionante de todos, excepción sea hecha del de
hundirse de repente el caminante en la nieve que encubre
un arroyo que corre á veinte ó treinta varas de profundi-
dad debajo de la nieve y la tiene minada, sin dejar ver el
peligro.
Cuando regresé aquella vez á Chile, acompañado de
Posse y de Martínez, yo era el guía de cordillera, y por
tanto, como buen huésped, les ofrecía los escasos placeres
que pueden gozarse, sin frío, pues el ascenso hace sudar á
mares y la vista sufre al contemplar aquellos dilatados
paisajes de montañas y picos revestidos de nieve, eleván-
dose unos tras de otros sobre estrechos valles igualmente
blancos de inmaculada, eterna y desolada blancura.
124 OHKA8 DK SAKMIBNTO
Cruzábamos estas escenas, y cuando encontrábamos un
descenso á guisa de montaña rusa, yo me sentaba sobre la
nieve y apoyado en el báculo daba impulso al cuerpo que
se deslizaba con una deliciosa rapidez, hasta varar en la
llanura ó plano inferior. Al fin llegamos á uno de esos
planos inclinados que correspondía, según mis cálculos á la
Cuesta de los Caracoles, llamada así por ser tan empinada,
que solo describiendo pequeños caracoles ó zig-zags, pue-
den las muías subirla y sobretodo bajarla. Ya se estaba
acomodando mi José Posse, en la postura requerida para
intentar la aventura, cuando díle un grito para detenerlo
mientras me entregaba á ciertos experimentos que me
permitiesen apreciar el declive que la brillante blancura
podía disfrazar. Amasé una bola de nieve y rodó cuesta
abajo en un abrir y cerrar de ojos. ¡Diablos! exclamé, esto
está parado á pique! Arrojé mi báculo y llegó á los planos
inferiores, rodando á lo largo corno si fuera una piedra. Ex-
citada mi curiosidad, solté mi pañuelo de seda y el pañuelo
llegó á los planos sin detenerse. Retírense! grité á los
compañeros, que es un abismo!
Tomé otra dirección, y cayendo y levantando por luga-
res ásperos y con puntas de rocas visibles, llegamos á los
planos, estropeados pies y manos y fatigados de muerte,
por lo que nos tendimos largo á largo sobre el muelle col-
chón que la naturaleza ofrecía á nuestros miembros fati-
gados. Acertábamos á quedar frente á frente y en linea
perpendicular debajo de la cumbre de donde habíamos
huido de descender.
No habíamos concluido de fumar un cigarro en aquella,
deliciosa postura, tendidos de bruces, cuando vimos apare-
cer del tamaño de condores á una docena ó mas de viajeros,
quienesviéndonosabajo, y suponiendo que por allí habíamos
descendido, toman distancia de guerrilla para no embarazar-
se en el descenso. ¡Avisémosles! ya era tarde, se habían
desprendido como doce avalanchas, dando saltos de veinte
varas de largo los que por contener la rapidez vertiginosa
del descenso, clavaron el báculo en la nieve. A un ciiileno
panzon se le envolvió el poncho en la cara y bajaba rodan-
do como una pipa fantástica. Otros saltaban de la cabeza
á los pies, como suelen los muchachos haciendo de brazos
y piernas una rueda sin llanta y otros cambiando de sis*"
MBMORIAS 125
tema á medida que hacían los mas prodigiosos esfuerzos
para contenerse.
El descenso se hizo en algunos segundos, aunque la tra-
yectoria recorrida era de seis á ocho cuadras. La experien-
cia del pañuelo mostraba que era el declive un ángulo
agudísimo y que bajarlo era lo mismo que caer como pie-
dra lanzada de lo alto.
Nosotros abrimos tamaños ojos y boca de horror y cuan-
do llegaron todos los quince á un tiempo á donde está-
bamos, todos ellos tenían ojos y bocas grande abiertas
por el mismo asombro de lo que les había pasado sin darse
cuenta de ello. Todos estábamos pálidos como una cera,
hasta que apercibiéndome que todos tenían su cabeza y
sus piernas en su lugar respectivo, sin sangre, sin magulla-
dura alguna, ni diesen gritos de dolor, aventuré, en vía de
ensayo y con no poco miedo de ofenderlos, una carcajada
algo forzada. Respondió otra, y unos tras otros se largaban
á reír los demás, á medida que se persuadían que estaban
vivos, sanos y salvos, puesto que no les dolía una uña,
excepto uno que lo llevó el ímpetu del cuerpo de través y
dio contra un peñasco desnudo.
¡Sería esta la risa homérica, tan ponderada! Nos hemos
reído media hora á destornillarnos y en proporción dei
susto que habíamos pasado actores y espectadores al sentir
los unos y ver los otros, volar gente por los aires y esfor-
zarse en vano en tomar tierra, pues como los titanes de
la fábula, apenas la tocaban con el pie, brincaban en el
aire como langosta saltona. Después de llegar al plano,
como no pudieron cobrar aliento en el camino de dos ó
tres segundos, decía uno que no se atrevía á resollar, teme-
roso de convencerse de que había muerto, no pudiendo darse
-«uenta de como podía caer de tanta altura y estar vivo.
CON CUITIÑO
Un episodio singularísimo entra aqui, antes de relatar
como emprendí de nuevo y en grande escala, la campaña
contra la tiranía de Rosas, en 1848, descubriendo mis for-
midables baterías en La Crónica, periódico argentino, se-
manal, sesudo y aunque haciendo disparos á bala rasa.
136 OBKAS DE 8A.RMIBNT0
estaban tan bien guardadas en él las reglas de la guerra
regular entre beligerantes reconocidos, que cuando á la
altura del núm. 19, se presentó D. Baldomero García con
su ilustre secretario el joven Dr. Irigoyen, á reclamar un
ejemplar castigo contra el salvaje unitario consabido, afi-
liado á todas las logias y al servicio del jet07i Santa Cruz,
no encontró por donde meterle el diente según las reglas
de derecho; pues La Crónica era un periódico escrito en un
lenguaje mas decente que las mismas notas que reclama-
ban de sus aserciones.
Se volvieron los asociados diplomáticos como habían veni-
do, y el reo se presentó á su juez debidamente en Palermo,
donde con su propia pluma escribió el parte de la batalla
de Caseros.
Pero dejemos para mas tarde las preocupaciones graves,
y tome aliento el lector con algo que no requiere ni la
atención siquiera.
Llegado hacia poco de Europa, mis hermanas y mi hija
Faustina, desde San Juan, pues con mi madre estábamos
reunidos en Chile, deseaban verme, y resolvieron montar
á caballo y hacer las sesenta leguas de montañas y faldeos
que median entre San Juan y Uspallata y desde allí avi-
saron hallarse presentes para que nos viésemos donde yo
lo dispusiese.
Tales viajes sorprenderán al lector pampeano, por la sen-
cillez de la concepción y lo áspero y montañoso del paisaje.
Es lo mismo, mutatis muUindi, que galoparse cincuenta leguas
de pampa.
Hallábame á la sazón, en Los Andes de Aconcagua, visi-
tando también viejos amigos, cuando acertó á llegar el
correista Alaniz, con la correspondencia transandina, y me
dio el mensaje de palabra de mis dignas hermanas que
esperaban órdenes en Uspallata. Di mis instrucciones en
una hoja de cigarrillo que Alaniz debía cuidar de fumarse
en caso de sor[>resa y regresó incontinente.
Como el país estaba gobernado sabiamente por D. Juan
Manuel, y Mendoza paternalmente administrada por el
fraile Aldao (i) que ya había declarado por decreto, locos á
( 1 ) Aldao murió en Enero del 45. ([f. d^l E.)
MEliIORlAS 127
los unitarios y nombrándoles tutor á los confiscados, no
era la cosa para andarse coa muchas chanzas
Tomé, pues, á, uno de los jóvenes Bari, de Aconcagua, por
secretario, armados de carabinas, como gente que anda
cazando, y emprendimos mas provistos de provisiones de
boca que de guerra el paso de la cordillera, lo que efectua-
mos sin tropiezo hasta bajar el Paramillo y descender
al pie.
En ese momento salía del valle estrecho que viene del
norte, una partida como de ocho hombres, con las terrorí-
ficas camisetas, chiripá y gorro con manga colorados. De-
tuvimos el paso y creo que el aliento, compuse la montura,
— trazas del viajero ó del militar mañero para ganar tiempo,—
no poco desagradado de tan inopinado encuentro. Es cosa
que no sucede casi nunca por aquellas soledades.
Felizmente, como nada tenían que hacer sino volverse á
Uspallata ó Mendoza, pues ya habían desempeñado su co-
misión, montamos en nuestras cabalgaduras, y los seguimos,
por supuesto que guardando las mas respetuosas distancias.
Encontrónos un viajero de Mendoza, y me miró con curio-
sidad, sin poder apartar la vista, sino para volver la cara
á mirarme de nuevo, hasta que no pudo mas y se volvió
hacia atrás para hablarme: — «Pero, señor, que no ve esa
partida, si lo toman! — ¿A mi; y porqué me han de tomar? —
Usted es el señor Sarmiento. — ¿Me conoce usted? — Si señor»
en Mendoza lo conocí, y en Valparaíso lo he visto después.
Y se sabía que está usted de regreso de Europa. — Bueno;
pero como ellos van para allá, si se vuelven, yo me vuelvo;^
y vea usted, no hay mas camino practicable que esta única
senda y aquí es lo mismo uno que seis, y yo conozco a
estos bárbaros; son de lanza!
En fin, me acompañó largo rato á pasar el susto, como
dos amigos que se encuentran, dándoles tiempo y espacio á
los otros para alejarse.
El Puente del Inca era el lugar de la cita, y aguardamos
en vano esa tarde, porque llegamos temprano. Al día
siguiente madrugamos, ensillamos nuestras cabalgaduras
para estar en regla contra todo evento y cuando ya
alboreaba el día, divisamos bultos contusos hacia el
Oriente.
¡Que aflicción de no poder discernir las formas, teniendo
128 OBRAS DE SARMIENTO
muy presente la partida de malditos colorados que andaba
rondando por ahí... ¿y si vuelven? Despuntó el sol y fué
para peor, porque iluminaba á los ginetes por la espalda,
y la luz hacia mas confusa la confusión, por no plagiar á
Milton y sus tinieblas, luminosas lo bastante como para ser
vistos los condenados. Al fin, pudimos discernir por el
rápido cambio de posición relativamente á los cerros, que
galopaban! Tanto peor, si era la partida! Eran seis! para
lio dejarnos morir ó empreuder una vergonzosa fuga, mi
compañero acabó por discernir la curva trunca.de la mujer
montada en silla, presentando el perfil de la espalda.
Respiramos y les salimos al encuentro. Pero estas esce-
nas, ni oirías podréis vosotros, ni expresarlas podrán mis
labios.
Eran dos de mis hermanas, mi hija, don Domingo Soriano
Sarmiento, AUniz y un arriero con unas petacas, el que era
primo hermano nuestro. Después de acomodarlo todo y
saber que la partida seguía su camino de regreso, entra-
mos bajo la bóveda inmensa y casi plana del sulfato del
magnífico Puente del Inca, la maravilla natural y única
en aquellas desnudas y solemnes alturas. El río Mendoza,
naciente aun, se precipita por debajo, muchos conos sulfu-
rosos brotan agua de sus cúspides, una serie de fuentes de
agua caliente, saltan y hacen gárgaras pantagruélicas, en
la base del arco del lado de la montaña; y toda la estupenda
techumbre casi plana como la bóveda del Escorial ú otras
que se conservan en las termas de Caracalla, cosas que
venia de ver, estaba cubierta de estalactitas nacientes, como
de ads-de-lampe la techumbre de San Juan de Latran, ó las
bóvedas de Westminster. . . Para qué había visto las mara-
villas del arte sino había de hacerle pitos al Puente del
luca, achicándole sus galas mal construidas. Yo haría
mejor que eso, sime pusiera á ello! Y vaya esta jactancia
para que se rasquen los aristarcos.
A la música del río, despeñándose, — porque por allí no
se usa andar sino á saltos, de roca en preduzco, — á la alga-
zara de las fuentecillas retrobonas, como dicen los chilenos
de los niños respondones, yo añadí una fuerte acentua-
ción de compás, disparando el revolver, apuntando á las
estalactitas. ¡El efecto era maravilloso! Salían de los hue-
-Gos hondos á millares las lechuzas y los murciélagos, que
MEMORIAS 129
'Viven al calor de los vapores termales que hacen abrigado
el puente por debajo, aun cuando sea por arriba la base
de una pirámide de nieve; y luego, despertándose los ecos
dormidos del puente y de la montaña, era aquella algazara
mejor que el coro de los Hugonotes.
Se comió, se charló, se contaron historias de federales
de nunca acabar, y al fín fué preciso acabar, y que el sir-
viente, nuestro primo hermano, se levantase del ángulo de
ia mesa que había ocupado, — una meseta de piedra ó sul-
fato,— y recogiese, limpiase y acomodase la vajilla, que
eran dos platos y un vaso, todo de la mas fina hoja de
lata.
Volvímonos cada uno por nuestro camino, y yo muerto
de gusto de haber salvado de los colorados, cuya presen-
cia hubo de hechar á perder la fiesta.
Llegamos á Los Andes, contamos nuestra aventura, seguí
camino á Santiago, pues ya estaban llenados los objetos
de la pintoresca y afectuosa escursion, cuando recibo carta
de mi amigo don Mariano E. de Sarratea, de Valparaíso,
en que me dice: — De buena se ha escapado usted. En la
noche ó día que usted salió del Puente del Inca, traslomando
los Andes para volver á este lado, llegó... ¿quién se ima-
gina?., se la doy en diez... jCuitiño! el mazhorquero
Cuitiño, con su escolta de ayudantes y asistentes, que viene
tullido de las manos y va al Ecuador á unos baños que
tienen fama de eficaces!
Era de quedarse uno pasmado y absorto. Que atraviese
uno sin necesidad la Cordillera y se encuentre con una
partida de enemigos mortales, no pasa de una borricada;
pero que regrese uno de Europa, y Cuitiño viaje trescien-
tas leguas para tener una noche el gusto de dormir en el
Puente del Inca con un salvaje unitario, el mas salvaje de
aquellos tiempos, al que mas ganas le tenían, es para creer
que la bóveda del puente del Inca fué construida expresa-
mente para servir de palio á tan edificante espectáculo.
Sin embargo, nada sucedió, por estar en desacuerdo los
relojes de la providencia y el destino que se disputan el
gobierno del mundo.
Cuitiño llegó sin novedad á Valparaíso, á donde su fama
ie precedía, ó los argentinos emigrados se la lanzaron como
Tomo xux.— 9
130 OBRAS DB SARMIENTO
buscapies; lo cierto es que los niños le gritaban: mazor-
quero! asesinol degollador! y fué necesaria la intervención
de la policía para que no lo apedreasen.
En Chile la palabra mazorquero ha quedado afecta á
un cobrador de deudas difíciles, que persigue como á su
sombra á la victima que se le señala. No es el alguacil
de Europa, sino un ente á quien se le ha quedado la ver-
güenza y aveces embotádosele la sensibilidad por los gol-
pes que ha recibido en el rudo aprendizaje de picaro y
después es una persona honracia, que así paga el diablo á
quien le sirve.
Derrotados el General Lavalle en Famaiila, el General
Acha en San Juan, el General La Madrid en Mendoza,
toda esperanza parecía perdida, pues que Oribe con su
sangrienta guerra de esterminio, había recorrido todas las
Provincias y encaminaba sus huestes argentinas á pasar
el Río, batir á Rivera y poner cerco á Montevideo donde
el General Paz y ochocientos argentinos pudieron hacer pie.
Pero la fortuna de la resistencia era el secreto del por-
venir, los de Chile, como Fox después de la batalla de
Marengo, habríamos arrollado el mapa de la Confederación
Argentina.
Extendilo desde entonces delante de mí, convencido da
que la obra de las armas había pasado y principiaba la
mas fecunda de «las ideas que no habían muerto aun».
Tenia un diario á mi disposición y el favor del gobierno^
que principiaba con la elección del Geneial Bulnes. Al
regresar á Santiago recibí un cordial mensaje de bien
venida del Ministro Montt, haciéndome decir que sus ofre-
cimientos de despedida (diez días antes) eran tan efectivos
ahora como entonces, y que me preparase á realizar mis
proyectos sobre educación primaria. La escuela normal,
quedaba con esto decretada.
Una palabra debo dedicar á la memoria de esta grande
fígura de la política chilena y á cuyos actus estuve, volun-
taria y apasionadamente asociado por muchos años.
El que fué el Capitán Sarmiento, muerto en el ataque
de las fortalezas de Curupayti, decía á su madre á la edad
de catorce años: Yo voy á ser hombre mas importante
que mi papá y lo justificaba diciendo, que su papá había
perdido la mitad de su vida en aprender y la otra mitad
MEMORIAS 131
en abrirse paso, mientras que él saldría de la Universidad,
etcétera. La madre reprobaba tanta insolencia, el padre
admiraba una inteligencia precoz.
Son pocos los hombres que no me hayan puesto ó el
codo ó el pie por delante, aun sin proponérselo. ¡Para
cuantos que nada saben, soy hasta hoy ignorante! Tres
excepciones encontré á esta regla, el doctor Aberastain, el
doctor Velez y don Manuel Montt. Recibióme éste en su
gabinete, cuando á fuerza de diligencia pudo descubrir
quien era el pretendido Teniente de Artillería y me expuso
la política liberal moderada, anti-revolucionaria que se
proponía seguir y para la que me pedía mi concurso en
la prensa.
Veinte años de práctica probaron que era sincero, pues
dejó fuertemente constituido el país, introduciendo las
libertades constitucionales (morigeradas por estados de
sitio frecuentes) y restablecida la rigidez administrativa,
que llevó á trabajos forzados y presidio á los infieles fun-
cionarios. Redujo el ejército á una arma de guerra propor-
cionada al tamaño de la mano del poder civil y murió
pacificamente en su lecho siendo Presidente de la Corte
Suprema. Promovido juicio de residencia la calumnia tuvo
que enmudecer ante su justificación.
Lo que quiero poner de relieve del carácter de este
hombre público, es su tolerancia de las contrariedades
que con la libertad y el abuso de la imprenta pude
causarle. En materias de educación y que yo pretendía
de mi competencia, cuan omnipotente se mostraba en
otros ramos, en éste me confiaba la redacción casi sin
examinarla. Hay un defecto de sintaxis en el Método Gra-
dual de Lectura, que al reimprimirlo se ha conservado, por
su prohibición de corregir una tilde en el texto origina!.
Al llegar de Europa dijome ¿cuál es el resultado en dos
palabras de su viaje educacional? y sobre esas dos palabras
está montado todo el proyecto de educación primaria que
presentó al Congreso. (*)
No sucedía lo mismo en otras cosas. Difería el redactor
de El Mercurio ó de El Progreso, de la política en algún
( 1 ) Esas dos palabras fueron: « rentas propias y ediflcios propios, n— (.V. del E.)
132 0BRA.8 DE SARMIENTO
particular; trabábase en polémica con jesuítas encapotados
y con el orgulloso Obispo de Santiago, ó atacaba sin des-
canso al tirano Rosas, hasta apurar las concesiones que
la libertad de imprenta arranca. Entonces empezaban los
empeños del Presidente para atraer á términos á su
protegido no obteniéndolo en muchos casos; pero en todos
salvando el sentimiento de la dignidad del débil y cuidando
de conservar al escritor esa selvática fiereza del espíritu,
que lo hace fuente fecunda de ideas á veces salvadoras.
Esta fué la gran calidad de don Manuel Montt y la que
mantuvo la amistad de entre ambos hasta su muerte.
MIS CAMPAÑAS EN CHILE
Las mas gloriosas, las del pensamiento, las del corazón,
que agrandan el escenario, evocan las pasadas épocas, los
antiguos campos de batalla, trayendo á la parada, quizá
á la línea, las grandes figuras históricas, las nobles repu-
taciones— Chacabuco, Maipo, San Martin, Las Heras, Maga-
llanes y los antiguos Sarmientos.
Esto y mas me cupo en suerte realizar en Chile, y no
debo dejar ni oscuros y perdidos en la sombra, los reñejos
que de tanta luz cayeron sobre mi persona, ennobleciéndola,
de inapercibida y opaca que era.
Perdidas para mi las provincias de Cuyo, puede decirse
que llevé al otro lado de los Andes mi base de operaciones.
He pasado y repasado las Cordilleras de los Andes, doce
veces por lo menos, de manera de serme familiares la
forma eterna de sus picos, las grietas imborrables de sus
rocas, el color ceniciento desús faldas (Huspachicta, cerro
de cenizas) sus escasas cascadas, sus estribos, cuestas,
faldeos y repechos.
Para mi no existieron los Pirineos. Mi familia paterna,
los Sarmiento de Lima, segundones, se establecieron en
ambos lados de la Cordillera y conservaron sus relaciones
de familia los de Melipilla, después en Putaendo, y los de
San Juan.
Había estado en Santiago como comerciante en 1827,
volviendo como emigrado en 1830 y regresando armado
con otros, que emprendíamos una invasión que tuvo éxito.
MEMORIAS 133
volviendo á reemigrar en 1831 después de perdido Mendoza
con Videla Castillo. Regresando de nuevo á San Juan,
volví á Chile en 1841, después de la derrota de Lavalle en
Algarrobo, y entonces puede decirse, empieza mi carrera
pública ó lo que á este respecto sea digno de memoria.
De lo que sobrevino en cada vez que regresé á este ladi>
según el lenguaje de ambas faldas de los Andes, haré á
su tiempo un solo cuadro, como haré de lo ocurrido allende
los Andes, una sola página aunque con fechas interrum-
pidas.
Chile fué largo tiempo en su política é ideas una prolon-
gación de la política argentina. Se decía en la prensa por
Camilo Henriquez por ejemplo, tal cosa se ha hecho en
Buenos Aires y esto servía de norma para el partido liberal,
hasta en sus excesos.
El ejército por otra parte, era allí como en el resto de
la América, después de la Independencia, una Corte de
Apelaciones de los partidos y un motín del ejército corregía
inmediatamente los errores del pueblo en las elecciones.
En 1832, cansado el pueblo chileno de ser liberal, con el
General Pinto, juró ser retrógrado, pelucon y ultra-católico
con los ricos, los clérigos y los antiguos godos. Una palabra
bastaría para definir el gobierno sobre bases tales, que el
poder civil obrase desembarazadamente y libre de la in-
fluencia de las armas.
Vamos todavía nosotros camino de Venezuela. Muchos
generales; pocos militares.
El gobierno de Portales dio de baja á todo el que no
reconociese el triunfo de la reacción; y sus sucesores
gobernaron veinte años, sin dar mas ascensos que los
que reclamaba estrictamente el servicio: rarísimos Coro-
neles, ningún General. En cambióse fundó la escuela mi-
litar, todas las familias aristocráticas codiciaron una beca y
en cuarenta años á que está lanzando cadetes instruidos en
todas las ciencias militares, Chile se ha creado el ejército
con que invadió al Perú, gastando poco dinero y empleando
bien los misiles. Para el orden interior, una oficialidad
educada en ideas de orden y legalidad, acabó con la era
de las revoluciones, sin que se les sucedan despotismos mi-
litares, como lo han demostrado las fechas posteriores.
En medio de esta obra, y un año después de la muerte
134 OBRAS DE SARMIENTO
de Portales, asesinado en un motin militar, el último de su
género, llegué á Santiago, salvado por el General Benavides
mismo, de la violencia de su propio ejército. Llegado á
Santiago, y desesperando de volver luego á este lado, me
preparaba á crear en Rancagua un establecimiento de
educación, cuando fui inducido por aquel D. Juan Calle,
de Mendoza, á escribir en El Mercurio.
Excuso detalles y baste saber que puesto en posición
espectable, de la noche á la mañana, fui solicitado, desde
que se dejó conocer el afortunado autor, por elGobierno y
sus opositores, para tomar la defensa de sus partidos respec-
tivos en las próximas elecciones.
Conocí con este motivo al General D. Juan Gregorio de
Las Heras que formaba parte de una. Comisión, y por su
intermedio y la reputación alcanzada, al Almirante Blanco
Escalada, que condescendía á veces ser argentino, al menos
de nacimiento y era un excelente caballero, preciado de
serio en alto grado. Traté por entonces al Coronel Barañao
argentino al servicio de los españoles; á los dos Generales
Necochea, y de los de Bolívar, al General Pando, Mosquera
y mas tarde á Paez, con quienes me fué posible en mas ó
menos años de contacto, hablar sobre detalles de la guerra
de la Independencia, y completando con relación de los
unos, los datos subministrados por los otros, en casa del
General Las Heras, para dar una muestra de aquellos es-
tudios, escribí un artículo sobre la derrota de Cancha Ra-
yada y victoria final de nuestras armas en Maipo, estando
reunidos para ilustrarme el General Dehesa, el Coronel de
la Plaza y el Coronel Barañao, que como he dicho antes,
rectificaba, contradiciendo, la exageración de algunas bra-
vatas patrióticas de los vencedores.
Un detalle curioso cerrará esta página. El Coronel
Barañao es un porteño de las Conchas. Entró al servicio
del Rey antes de la Revolución, puesto que ya era Coro-
nel en Maipo y gozaba en Chile de una terrible reputación.
{Cosa singular! Su regimiento llevaba uniformes colorados
por lo que se llamaban sus soldados «los colorados de Ba-
rañao», mientras se sabe que Rosas entró á Buenos Aires
en 1820 con los «Colorados de las Conchas». Barañao había
conocido á Rosas en casa de la madre de Doña Encarna-
ción Escurra, de que era tertulio; y á cierta hora llegaba
MEMORIAS 135
la madre de aquél muchacho grandote, entrando ella á la
sala y pasando el niño á la habitación de una esclava de
color de cuyo trato gustaba. Esto es lo único que sabía
de él Barañao.
Había sido tan mal herido en una pierna, que necesitaba
de un sirviente para que lo tomase del pie, á fin de marchar
con muleta llevándolo hacia adelante, en forma de garabato.
Esto no estorbaba que defendiese pleitos, acaso por hacer
la guerra, por instintos y propensiones pugnativas.
Tenía la frente fugitiva del indio norteamericano, señal
infalible de crueldad, y apenas se irritaba^ sus labios toma-
ban crispaciones que solo he visto después en el Coronel
Sandez. Por lo demás, era un caballero, afable y cariñoso
con sus amigos, gozando yo de su amistad hasta salir de
Chile.
Su biografía tenía un rasgo curiosísimo y romanesco.
Concluida la guerrra en América, fué á España, á cuyo
ejército pertenecía, y acaso para recompensar sus servi-
cios y darle un retiro honroso como inválido, fué nombrado
Oobernador de Filipinas, en donde debió hacer sentir su
autoridad largos años y hacerse temer, aunque no con el
terror que inspiraba en Chile el anuncio de acercarse los
colorados de Barañao á los patriotas de las campañas
del Sur.
Una noche solicita con instancia audiencia una velada
dama, y cuando estuvo en su-augusta presencia, exigió que
cerrasen las puertas por necesitar hacer á su Exc. el Capitán
Oeneral, revelaciones de la mas alta trascendencia. Cuando
todo estuvo seguro, la dama misteriosa levantó el velo de
súbito, y el terrible Coronel sintió una vez el espanto que
tanto había causado á los otros. Era su mujer chilena en
cuerpo y alma!
Lo peor del caso es que estaba legítimamente casado
con una dama muy principal de Filipinas y tenía una hija
que idolatraba. ¡El austero Capitán General, convicto y
confeso de bigamia!
No había remedio, sin embargo. La audaz raptora lo
había preparado todo; obtenido del Gobierno de Chile su
pase, y dispuesto las cosas de modo que el mismo buque
que la traía, los llevaría á ambos. Una dificultad se pre-
sentaba, la niña. — «Yo la adopto por hija», respondió la
136 OBRAS ÜE SARMIENTO
noble matrona, y desde ese momento no se pensó sino en
los preparativos de la fuga del Capitán General, y del regre-
so á Chile, á donde llegaron sin tropiezo, y donde los traté
largos años.
La niña casó con un joven Oyuela de Buenos Aires, her-
mano del General Oyuela, casado en San Juan, y la trajo
á Buenos Aires. Solía el marido alguna vez, ir por la calle,
con un par dezapatitos tan exiguos, que solo el pie breve
de un niño podía calzarlos. Eran para la filipina que los
usaba parecidos á los de las damas chinas, sin los tolondro-
nes atrofiados....
ÁFRICA
Mas debían desenvolver mis ideas el trasladarme en 1846
á la plaza sitiada de Montevideo, camino de Europa, pues
desde luego sentí la necesidad, poco sentida entonces sin
embargo, de completar ó rectificar las nociones sobre go-
bierno y constituciones que se nos alcanzan en América,
con las que prevalecen en el mundo civilizado. Tuve desde
mi partida de Chile por objetivo los Estados Unidos como
Escuela, pues en Francia reinaba Luis Felipe y no había
otra república que la federal de América; y el triunfo de las
armas de Rosas á nombre de una titulada Confederación,
me hacía, sospechar que esa sería, contra la opinión de los
unitarios, la forma de gobierno que adoptaríamos. Como
no era esencialmente unitario por educación, en manera
alguna me repugnaba una federación honnéte é ilustrada,
pues me había creado entre federales, nobles, instruidos,,
decentes, honrados y patriotas, como mis tíos los Oro, Don
José Tomás Albarracin y mi tío Ignacio hermano de mi
padre.
Permanecí de paso en Montevideo mes y medio, fami-
liarizándome con las cuestiones que allí se debatían á ca-
ñonazos, recibido con entusiasmo á mi llegada, mientras se
publicaba por segunda vez el Facundo, objeto de mucho
comento entre unitarios, de muchoaplauso entre Comodoros
y agentes diplomáticos. Había sido ya expulsado el Gene-
ral Paz y quedaban en germen los íuturos Generales,
César Diaz, Mitre, Vedia, Gelly y Obes,. Rivas, pues á&
MEMORIAS 137
Arredondo, se dice que como Barañao, militaba en las fila&
opuestas.
Mis relaciones se estrecharon con el simpático Cañé, con
Echeverría el autor de La Cautiva, el lindo Capitán... y el
Dr. Velez, con quien trabé amistad que duró inalterable,
como la de Montt, hasta la hora de la muerte.
Los viejos unitarios poco me solicitaron y solo D. Floren-
cio Várela me recomendó á M. Thiers, ya que el almirante
francés me introdujo á M. Saint Georges Ministro en Río,
quien escribió á M. Guizot que haría bien en oir á un ar-
gentino que iba de América y podía explicar los orígenes de
la guerra civil que desolaba aquel país. Don Manuel Guerrico>
fué solicitado para ponerse en contacto con el recien venido,
porque no habiendo asuntos militares, ni aun en Montevi-
deo en que yo tomase parte por entonces, paso rápidamente
y me supongo llegado á Francia y presentado al General
San Martin.
En mi discurso de recepción en el Instituto Histórico de
Francia, en mis Viajes se encuentran recordadas varias con-
versaciones sobre asuntos históricos de la época de la Inde-
pendencia y sobre todo la famosa entrevista de Bolívar y
San Martin, de que no había una narración auténtica hasta
entonces y ha ampliado el General Espejo, después.
En Argel fui á ponerme en contacto con el ejército fran-
cés, por uno de esos accidentes felices que ocurren á los
viajeros, aunque Napoleón pretendía que la casualidad era
hija de algo.
De Prosper Mérimée que se hallaba en Bárdeos cuando
fui á visitar á mi compañero de viaje Tandonnet, traductor
de la vida de Aldao al francés (*) obtuve carta de intro-
ducción para el modesto Cónsul de Mallorca, la principal
de las Islas Baleares, por donde debía pasar para continuar
viaje á Argel, por ver la colonización francesa. Era nada
menos que M. Ferdinand de Lesseps, el que mas tarde
acometería la empresa colosal que fatigó á los Faraones
de Egipto, rompiendo el itsmo de Suez y haciendo que el
( 1) «Fray Félix A]ázo—Esqnisses historiques sur l'Amcrique du Sud, par M.
D. Sarmiento, traduit de l'espagnol, avee une introduction, par M. Eugéne Tan-
donnet—Bordeaux ímprimeríe Emile Crugy— 1847— un folleto de 43 pags. in 8».
(Nota del Editor.)
138 OBRAS DE SARMIENTO
Mediterráneo y el Mar Rojo abran una nueva página al
comercio de la India, creador antes de Tiro, Sidon, Alejan-
dría y Cartago como emporios. Lesseps debia mas tarde
intervenir en América á corregir la fatal geografía, que la
separa en dos mundos antagónicos, condenado el uno á
perpetuar los antiguos errores humanos, como el gobierno
arbitrario, el militarismo y el jesuitismo, mientras el otro se
pone á la cabeza de la humanidad, en la grande marcha
que ilumina la electricidad, como la antorcha que sobre el
arca dirigía la marcha de los hebreos á través. del desierto.
Después de pasar tres días con M. Lesseps, dióme carta
de introducción para el Mariscal Bugeaud, Gobernador Mi-
litar de la Argelia á la sazón, quien me recibió con distin-
ción sabiendo que viajaba en comisión del Gobierno de
Chile y había sido presentado á M. Thiers y á M. Guizot.
Tomo de aquellos viajes lo que corresponde á estos
apuntes.
«El Mariscal Bugeaud, Duque D'Isly, por la gran batalla
de este nombre, me hizo el honor de explicarme detalla-
damente su sistema de guerra y administración. Desde 1830
hasta 1840, la guerra había sido no solo onerosa sino estéril.
El ejército francés con su artillería, bagajes y trenes se
avanzaba lentamente hacia el interior, tiroteado de día y
de noche por los goums, montoneras árabes que lo circun-
daban. El ejército regresaba á Argel al aproximarse el
invierno y los árabes á ocupar los mismos puntos que aniies.
El Mariscal Bugeaud, para remediar á la nulidad de este
sistema, desembarazó en primer lugar al ejército de arti-
llería, furgones y bagajes, dividiéndolo en columnas sepa-
radas que debían prestarse mutuo apoyo, de manera que
una comprometida en el interior tuviese dos á su retaguar-
dia como en escalones, y estas cuatro, hasta formar con el
ejército un inmenso triángulo á. guisa de falanje macedó-
nico, cuya ancha base estaba en dos puntos de la costa.
Este sistema de avanzar se llama hacer ímn punta, término
que se aplica en África á todas las expediciones. Dado el
impulso, los Generales subalternos mejoraron fd sistema,
dividiendo las columnas expedicionarias en dos; una ali-
gerada de todo peso y acompañada de la caballería, y otra
que marchaba en su apoyo, con los víveres, enfermos y
bagajes. Así se han hecho razzias, nuestros malones, aun
MEMORIAS 139
«ü el Sahara, con grande espanto de los beduinos que se
«reían fuera del alcance de la infantería francesa. Cuando
una montonera árabe se propone hacer frente, la infantería
marcha en línea sobre ellos, hasta que en país tan que-
brado como este, un accidente del terreno, la proximidad
de un desfiladero ó la interposición de un torrente, fuerza á
los árabes á agruparse en un solo punto. Entonces la caba-
llería francesa que viene á retaguardia, se echa sobre ellos,
introduce la confusión y la derrota. El Mariscal las llama
é. estas batallas ambulantes; y desenvolviendo sus ideas sobre
la nulidad de la caballería árabe, me indicó el pensamiento
en que estaba, de montar infantería á muía, para perse-
guirla hasta el desierto; mostrándose muy maravillado y
complacido cuando le aseguré que teníamos en América
infantería montada en los países que, como en las Pampas,
las montoneras vagaban á su salvo, sin que los ejércitos
regulares pudiesen darles alcance. Lo mas notable es que
■en la Argelia, lo mismo que en la República Argentina,
no han faltado Generales que, seducidos por la aparente
ventaja que en su movilidad ofrecen las masas de caballe-
ría, propusiesen, sin saberlo adoptar, el sistema árabe, resol-
viendo en caballería todo el ejército. Pero el Mariscal
•comprendió desde luego que los franceses parodiarían mal
á los gauchos árabes, que para vencer á un pueblo bár-
baro, es preciso conservarse civilizado, adoptando á las
localidades los medios de guerra que la ciencia de los
pueblos cultos ha desenvuelto.»
Y pasando de Argel á Oran: — «Manda la subdivisión de
Mascara el General Arnauit, joven de treinta y ocho años
que habla el español y como el General Lamoriciére, ver-
dadero General africano, pues ambos han pisado las pla-
yas argelinas con el grado de sub-teniente. Haciendo
razzias sorprendentes en el Sahara, aturdiendo á los árabes
por la fabulosa rapidez de sus marchas, y venciendo difi-
cultades al parecer superiores al esfuerzo humano, estos
dos bravos jóvenes han alcanzado las paletas de generales
y las cruces que los decoran. El General Arnauit me pro-
digó todas aquellas atenciones que parecen geniales á los
franceses. Por invitación suya una comitiva de oficiales
me acompañó á recorrer á caballo la llanura de Eghrees. . .
El General Arnauit es el General francés que ha penetrado
140 OBRAS DB SARMIENTO
mas tierra adentro en el Sahara, contándome las dificul-
tades de su empresa y los medios raros de que se valia
para burlar la vigilancia de los árabes y darles caza. Entre
otras cosas los baqueanos árabes me llamaron la atención
por la singular identidad con los nuestros de la Pampa.
Como estos, huelen la tierra para orientarse, gustan las
raices de las yerbas, reconocen los senderos y están atentos
á los menores accidentes del suelo, las rocas ó la vegeta-
ción. Pero los árabes dejan muy atrás á nuestros gauchos
en la asombrosa agudeza de sus sentidos. Un árabe, por
ejemplo, conversa con otro en el Sahara, mediando entre
los interlocutores una distancia de dos leguas; los espías
husmean la proximidad del ganado á tres leguas de distan-
cia y como sabuesos siguen por el olfato la dirección de los
duares enemigos. Yo ponderé á mi turno la vista de
nuestros rastreadores y los conocimientos omni-topográfi-
cos de nuestros baqueanos, etc., etc.»
«Debo á la generosa oficiosidad de M. de Lesseps no solo
haber sido presentado en Barcelona á Cobden, el famoso
agitador del libre cambio, sino al Mariscal Bougeaud, el
primer guerrero en actividad que tiene hoy la Europa.
Este llevó su oficiosidad hasta darme cartas para el Gene-
ral Lamoriciére, Gobernador de Oran y para que se me
facilitaran los medios de llevar adelante mi designio, como
también circulares á las autoridades árabes á ñn de que
fuese escoltado en el interior y recibido en las tribus, come-
an recomendado del alto, temido y poderoso Gobernador
de la Argelia.» (i)
He trascrito lo que cabe en tres páginas de un libro, de
(1) Hemos becho traducir del árabe la circular en cuestión que aun obra en
nuestro poder y dice:
«La alabanza á Dios solamentel— A todos los oficiales y Generales del ejército,
saludl
«El objeto de nuestra misión es deciros que un personaje ildstre nos ba remi-
tido una carta de recomendación del Exnio. señor Mariscal Boujjeaud, que dos
pide lo recomendemos y auxiliemos en todo lo que necesite de nosotros, aten-
diéndole como es de práctica e«tre vosotros cuando se trata de personas ilustres,
que vienen munidas con una carta de recomendación. Es cuanto queremos comu-
nicaros. Saludl
«Escrito el 10 de Moharren, correspondiente al 29 de Diciembre de 1846.— El
Coronel del ejército árabe de Oran.»— (iV, del E.)
MEMORIAS 141
conversaciones que duraron tres ó cuatro días con los
Generales, que encerrados en el interior del África en el
círculo que les traza la gerarquía militar, son expansivos
con un extranjero, y mucho mas si es militar y les sumi-
nistra puntos de comparación. El Mariscal Bugeaud
encontraba al fin, decía, uno que lo comprendiese por la
similitud de países y condiciones de la guerra; y si doy
tanta importancia á estas relaciones que me ha cabido
en suerte cultivar con los mas grandes capitanes de Amé-
ca y Europa, San JMartin, Bugeaud, Las Heras, Paez, el
segundo y á veces el superior de Bolívar, es porque estas
conversaciones frecuentes sobre el arte militar, sobre pasa-
das ó frecuentes campañas, ejercen mayor influencia para
la formación del juicio que la lectura del Jomini, que es
la cartilla de la estrategia militar, con reglas teóricas, sin
la carnadura de los hechos reales.
Las reminiscencias de estos hechos dejan en el ánimo
como un sedimento, que llegada la ocasión se presenta
como una idea propia, sino conserva su carácter de ense-
ñanza.
Un solo hecho bastará para explicar mi idea. Oí en
Mascara á los oficiales lamentarse de la inactividad á que
estaban condenados, no habiendo ni remota esperanza de
hacer una punta, ó una razzia sobre los beduinos. El
-General Arnault me solicitaba á permanecer algunos días
mas, con el aspecto de desearlo muy sinceramente y que
yo debía atribuir á su excesiva amabilidad. Habiendo
regresado á Oran y Argel por el vapor inmediato y de allí
á Francia en otro, al desembarcar en Marsella, me leo en
el primer diario á mano: «El General Arnault emprendió
■con la división de Mascara el día de.... una entrada al
Sahara á castigar la insolencia de una tribu que ha inten-
tado dictarle condiciones.» Era la fecha del día siguiente
de mi partida. Aquellas instancias para que permaneciese,
pues que le había dicho antes que deseaba ardientemente
ocasión de penetrar en el Sahara, eran reales y positivas;
pero el temor de comprometer el secreto de la operación,
le impedían, aun con un extranjero, cualquiera que fuese
su honorabilidad, ser mas explícito. Cuando jefes y oficia-
les se lamentaban de su inacción ignoraban que al día
siguiente serían satisfechos sus mas ardientes deseos.
142 OBRAS DE SARMIENTO
Y bien. La derrota de López Jordán en Corrientes
(Ñaenbe) fué efectuada guardando el mas riguroso secreto
sobre el envió de fuerzas desde el Paraná y Buenos Aires.
COMBATE DEL 20 DE ABRIL EN SANTIAGO
Nada por entonces, (1847), sobrevino en mi regreso por
los Estados Unidos al istmo de Panamá á Chile, que aña-
diese en este sentido á las nociones del arte militar que
podía atesorar en mis viajes.
Llegado á Chile, volvía á la vida política de aquel país y
dar nuevo impulso y organización á la guerra contra la
tiranía, que en siete años no había podido vencer la resis-
tencia de Montevideo.
Fundóse La Crónica y mas tarde Sud América, revistas
semanales, puramente argentinas y consagradas á diluci-
dar las grandes cuestiones que se debatían por las armas
en el Río de la Plata. Aquellas publicaciones constituyen
el programa político, económico y social mas completo que
haya podido justificaré impulsar la guerra. — Libre nave-
gación de los ríos — Constitución — viabilidad— educación —
inmigración — dilatación de fronteras — leyes de tierras — li-
bre cambio — abolición de aduanas interiores — todo está tra-
tado allí con magisterio; y cuanto han realizado los gobier-
nos sucesivos, Congresos y Legislaturas después de la caída
de Rosas, es simplemente la ejecución de aquel vasto progra-
ma. Para los que duden bastará recordarles que recien el
año pasado se han suprimido en México las aduanas in-
teriores, que la emigración no penetra ni es solicitada en
varias secciones americanas y que la instrucción primaria
es todavía un accidente preparatorio de otros estudios.
En 1851 debían hacerse en Chile elecciones de Presidente
y el partido liberal que estaba fuera del gobierno se dispo-
nía á usar de todos los medios á fin de tomar posesión de
la dirección política. La revolución apareció de nuevo des-
pués de veinte años de estar adormecida.
Una noche, la que precedió al 20 de Abril, recibí á des-
hora en Yungay aviso de la sublevación del Valdivia bata-
llón que guarnecía á Santiago, á mas del Buin que ese día
había cubierto las guardias.
MEMORIAS 143
Sin vacilar un momento, me ocupé de preparar su fuerte
dotación de tiros para mi magnííico y certero rifle-revólver
de seis tiros, con alcance de trescientas yardas, jjues que
no era propio ni legal ceñir espada, sin comisión ni titulo
del Gobierno. Presénteme armado y á caballo en la Mo-
neda, residencia del Ejecutivo,
No habían los amotinados todavía emprendido operación
alguna. Llegó á poco don Antonio Yaras, Ministro del
Interior, hombre conocido por su energía y objeto de
mucha animadversión de parte de sus adversarios políticos.
Llegó enseguida don Manuel Montt quien me dio la mano
como de costumbre, pero después de retirarse volvió y me
la tendió de nuevo, y estrechándomela, como para decirme:
— comprendo.
Entramos á un salón del Ministerio conD. Antonio Varas
y me indicó el pensamiento de lanzar una proclama, ofre-
ciéndole ponerla en circulación en veinte minutos, pues
la imprenta de Belin estaba á un paso. Tan buena voluntad
le hizo confiarme la redacción del papel, y sin hacerme de
de rogar, borragié algo parecido á esto:
— Conciudadanos! Algunos oficiales del Valdivia han
faltado á su deber, desconociendo la autoridad del Gobier-
no; pero están tomadas las medidas, etc. Permaneced
tranquilos y tened confianza en la acción del gobierno. . .
Ay! de aquellos que olvidando sus deberes... etc. (*)
(1) Hemos buscado y hallado la proclama de que habla el autor y su texto abona
la fidelidad de su memoria. Damos las tres proclamas de ese dia, suponiendo, sin
saberlo, que las dos últimas, fuesen como la primera, redactadas por Sarmiento.
( A las ocho de la mañana )
Ciudadanos I Un motin militar ha estallado esta mañana, apoyado por uno de los
batallones á quien estaba confiada la guarda de las leyes i de la seguridad pública.
Pero descansad trenquilos, que el Gobierno vela y sabrá cumplir con su deber i
confia en que los ciudadanos cumplirán también con el suyo.
1 Ai 1 de aquellos que en estos momentos olviden lo que deben á su patria !
BlTLNES.
{ A las doce del dia )
Ciudadanos!' Ha triunfado la causa del orden y las instituciones. El motin que
esta mañana ha alarmado á la Capital, se ha sofocado. La tropa de linea, fiel á su
deber, i la guardia cívica, que ha llenado completamente el objeto de su institución
salvando el orden público atacado, han escarmentado á los sublevados. Tanto las
primeras como la segunda se han hecho acreedoras á la gratitud nacional i han
144 OBRA.S DE SARMIENTO
guando el Ministro vio este factum, movió la cabeza, —
— diciendo:— todo está bueno; pero este jAy! me parece
muy duro.
Sentía, en efecto, la responsabilidad; pero al fin solóse
Jes amenazaba con el rigor de las leyes. Mientras tanto,
yo no rebajaba ni un centavo de la primera parada. Ahí
está todo el valor de la proclama, que no ha de atraerle
al gobierno un amigo; pero que hará mirarse á dos lados
á los jóvenes entusiastas, antes de lanzarse á la calle, y
reunirse á los amotinados. Si la juventud liberal, rica,
aristocrática de Santiago tomaba cartas, no habría habido
oficial que mandase hacer fuego sobre un centenar de ellos.
Habían organizado una Sociedad de la igualdad, desci-
plinada para hacer barra en el Congreso. Dirigía la claque
un Diputado Urizar Garfias, hombre de pelo en pec;ho.
Estaba al frente de la revolución y del Valdivia, otro Dipu-
tado, el Coronel Arteaga; y era casi seguro que los simpa-
tizadores se lanzarían á la acción.
Luis Felipe había caído teniendo 50.000 hombres en París
y pidiéndole en vano órdenes el Mariscal Bugeaud, por
temor del qué dirán si hacía fuego sobre el pueblo. Cuando
el General Cavaignac fué nombrado Presidente, los revo-
merecido bien de la Patria. ; Viva la República ! Vivan las instituciones esta-
blecidas I
Ciudadanos ! El motin está concluido : el orden público está asegurado. El Go-
bierno i el pueblo velan por la tranquilidad del Estado, i Viva la República l
Manuel Bulnes.
( A las tres de la tarde )
Chilenos !
i Hé ahí el fruto de las sociedades que propalábanla reforma! Las calles de
Santiago inundadas en la sangre del pueblo son el mejor testimonio de los senti-
mientos depravados de cuatro ambiosos sin talento ni patriotismo. Habéis visto
esa sociedad de la Igualdad sublevada con el coro de los corruptores de toda moral
i un inmenso pueblo que á la par con la guardia civica ha corrido á sofocar el
movimiento sedicioso. Ni un principio proclamado, ni un pretexto, por especioso
que fuese, han tenido los revolucionarios. La ambición torpe i el deseo de medrar
en el caos i la confusión universal han sido sus únicos móviles. Sangre, riquezas
i poder adquiridos con la punta de las bayonetas, he ahí toda su ambición, todos
^us propósitos.
Chilenos! i Un puñado de valientes ha restablecido hoi el orden i la subordina-
ción ! La patria ha contraído una deuda para todos los que acudieron á los llama-
dos del deber ¡ ella los pagará !
Santiago, Abril 20 de 1851.
MEMORIAS 145
íucionarios ultra republicanos lo hallaron tirano, y hubo
la insurrección de Junio de 1848 que costó tres días
de combates sofocar, con terrible energia, pues que al fin
el gobierno comprendió que no podía estar París á merced
de quien quiera que emprendiese barricadas. Un Coman-
dante de artillería guardaba la altura escarpada de Ménil-
montant, con cuatro piezas en línea. Aparece al extremo
opuesto de la calle la cabeza de una formidable columna
de pueblo dirigido por un estado mayor de exaltados fana-
tizados, al grito de Allons enfants de la patrie! El Jefe des-
ciende hasta ponerse al habla y les encarece y ruega que
se detengan, que sus deberes de militar son crueles y
habría de hacer fuego. Contestanle con otro verso de la
Marsellesa y la columna de dos cuadras interminable avanza
impasible sobre la artillería. A sesenta pasos, el Coman-
dante se pone de rodillas y pide por el amor de Dios que
se detengan, que marchan á la muerte... La columna
avanza cantando en coro, hasta que el pobre Comandante,
volviendo atrás la cara de horror... hace un signo con la
«spada, y cuatro disparos á metralla hacen suspender el
canto, para dar salida al llanto...!
No sé si alcancé á jugar esta última carta. El Ministro
firmó con mano segura. Imprimióse en un santiamén. Los
repartidores estaban ejercitados en ¡a pronta maniobra de
derramar á un tiempo una hoja suelta por toda la ciudad;
y como todos estaban en pie desde aclarar, llenos de ansie-
dad, pedían y se disputaban el boletín que calmaba á las
cabezas calientes, ó ponia por obstáculo á la salidas las
madres, las esposas ó las hermanas de los exaltados.
Cuando el combate se trabó en la Cañada, entre el Valdivia
y la artillería cuyo cuartel asaltaron, los impávidos repar-
tidores con el valor que hace la gloria del Repórter, andaban
entre los combatientes y los curiosos con su j Ay ! de los
que etc.
Resultado: pelearon los soldados como buenos; sin que
ningún futre encolao, sobrenombre que daban á los mozos
los rotos, recibiese una lesión de arma de combate. Al
principio le pusieron una bala en la frente al Coronel
Arteaga, con lo que la revolución quedó decapitada, redu-
ciéndose á un oscuro motín de soldados.
Tomo xux.— 10
146 OKKA8 DB SAHMIItNTO
E! fuego arreciaba, sin embargo, con la circunstancia^
de haber silenciado la artillería, pues los revolucionarios
no tenian cañones. Súpose luego que se habían levantado
en peso los soldados del Valdivia las dos piezas sacadas
afuera por el Coronel Urrutia, después de herido su hijo
que las mandaba. Afortunadamente los armones habían
sido dejados en el cuartel y el Comandante anduvo listo
en cerrar la puerta. De aquí el silencio de la artillería.
La Guardia Nacional se había dispersado; y con tan poco
auspiciosos síntomas, el Presidente General Bulnes, montó
á caballo, mandando cerrar la enorme puerta de la Moneda
y coronando el formidable edificio de una cuadra de largo
con ochocientos gendarmes, parapetados tras ventanas con
barras de dos pulgadas cuadradas, como para guardar la
Moneda de todo ataque.
El regimiento de Granaderos á Caballo formaba en la
Cañada á cinco cuadras del lugar del combate; y el General^
con su Estado Mayor, y dos de sus Ministros y el infras-
cripto, que ya mostraba su talento para boletinero, formanda
parte del grupo.
Viose venir hacia la Moneda, á paso de vencedores, una
fuerte columna de infantería, lo que dio motivo para que
el Presidente diese la orden de emprender la retirada,^
dijeron allí que á reunirse con el Yungoy, que estaba á
corta distancia. En esto llegó al galope del frente, el joven
D. Juan Pablo Urzúa, que después ha sido el fundador y
feliz administrador del Ferro Carril. Con sable en mano^
dijo al General Bulnes que venía por orden de su jefe (?)
á dar parte de estar todo concluido y sometido el Valdivia.
El General le contestó con un desmentido, acentuado con
una andanada de juramentos. — (Me gustó aquella arma^
que alguna vez, manejé con éxito. En San Juan es tra-
dicional el cuento: el día de la llegada del Chacho en que
el pavor era tangible!) (*) Insistió Urzúa, se exasperó el
(!) El editor de estas obras, cuan niño era, recuerda como de ayer los inci-
dentes del anuncio de acercarse el Chacho á Caucete, traída por un soldado presa
del pavor. La primera medida del Gobernador fué hacerse de algunos soldados
seguros que hiciesen centinela en las cuatro esquinas de la plaza de armas
con orden de dejar entrar á todo» y no permitir la salida á ningún adulto. A la
alarma del arrebato de las campanas acudió toda la población y á la fuerza se
MEMORIAS 147
General, diciendo que por el contrario, acababa de tener
aviso de que el Valdivia había tomado el cuartel de arti-
llería.
Cosa rara! Los dos tenían razón I El Valdivia había
penetrado en el cuartel por una callejuela de atravieso.
Vale la pena contarlo, por la raro del caso.
Como se ha dicho antes, el Btii7i había dado la guarni-
ción del Principal, hospitales, etc., quedando reducido á
ochenta hombres. El Valdivia sorprendió las guardias y
las retuvo prisioneras, sin asociarlas á su crimen, no obs-
tante haber perdido dos mitades, mandadas á tomar posi-
ción de los cuarteles de milicias de infantería en que estaba
el armamento. Al golpear los oficiales con el pomo déla
espada la puerta para hacerse abrir, en dos casos el sar-
gento que estaba detrás les descerrajó un tiro, dejándolos
en el sitio y presentándose en la Moneda á ponerse á las
órdenes de! Gobierno.
El Mayor García, que mandaba el Buin^ sabiendo lo de
la revolución, voló á su cuerpo, y por el Cerro de Santa
Lucía, se descolgó en los adentros del cuartel de artillería,
teniendo sus ochenta hombres formados y apercibidos al
combate; y como es bueno saber lo que pasa afuera, el
Mayor se asomó al callejón por una portezuela de servicio,
y lo primero que se hecha á la cara son sus soldados del
Buin, hechos prisioneros en la Guardia del Principal, que
los del Valdivia tenían arrestados y habían abandonado
mientras peleaban, pero teniéndolos á la vista.
El Mayor empezó á llamarlos. Uno se deslizó pegado á
la muralla y avanzando de soslayo, siguióle otro, comuni-
organizaron bien que raal batallones. Sarmiento de á caballo, dirigió á la
improvisada milicia en cuyos semblantes y actitud era visible el pavor, una
alocución fulgurante, cuyas andanadas de palabras militares no son para repro-
ducirse aquí, en que se descollaba el apostrofe á esos hombres amilanados de no
tener atributos masculinos sino los femeninos En medio de su discurso y
recorriendo las temblorosas filas, oyó la queja de un fidalgo de esos, (reservaremos
su nombre en obsequio á sus hijos) que estaba indignado de formar al lado de
un negro. Se encara con él, le increpa el haber formado solo por haber caído
en la ratonera preparada, mientras el negro era acaso mas digno que él de
defender los hogares y lo degrada por cobarde y lo manda preso.
Muchos años después nos repetía Sarmiento: «Ha sido mi mejor discurso aquel
que mas efecto produjo» —
(Véase Vida del Chacho Tomo yil.)-(Nota del Ediior).
148 OBRAS DB SARMIENTO
cose el movimiento á todos, y se colaron así al cuartel de
artillería.
Varios soldados del Valdivia que vieron entrar soldados
por aquella puerta, se dijeron: — han encontrado la buena
entrada, en lugar de empeñarse en abrir la puerta cerrada
que tendrá una ó dos piezas prontas á darnos los buenos
días, — y se reían en sus corbatines de la broma tan gra-
ciosa.
Diéronse aviso unos á otros, y tras los primeros, se
siguieron los segundos, y á estos medio batallón, hasta
llenarse el patiecito y no poder rebullir los soldados.
Entonces el Mayor García, único oficial visible, á pretexto
de confusión y un lleno completo, ordenó cerrar la puerta
de calle y á los soldados sentarse en cuclillas, para evitar
un disparo de casualidad que matase á alguno. Cuando
todos estuvieron sentados, y chupando su cigarrillo, les diri-
gió la palabra, en vía de conversación á los mas cercanos,
diciéndoles:
— Mas vale que las cosas terminen así, sin derramamiento
de sangre entre hermanos y cuerpos del mismo ejército. —
Han hecho ustedes muy bien en volver á ponerse á las ór-
denes de sus jefes y dejar á esos calaveras que intentaron
la revolución. . .
— Pues, si nosotros hemos tomado el cuartel por atrás,
mientras los otros lo atacan por delante...
— No, hombre, les contestaba el Mayor, si usteiles se han
entregado, no queriendo continuar la guerra, ¿No ven al
Buin que está formado ahí? Está pronto á hacer fuego, como
la artillería en el otro patio.
Habían, pues, caído en una trampa que no les tendió.
Pero luego tomaron su partido, y con el 5iím, matcharon á
presentarse al Presidente.
La fiesta terminó sin mayor efusión de sangre, y mi rifle
de seis tiros que el vulgo tomaba por escopeta y era el pre-
cursor del Remington, dio que decir á los vencidos, aunque
Lastarria, viéndome días después, me felicitó, diciéndome
en el lenguaje enfático que usábamos: — «Habéis conquis-
tado el 20 de Abril la estimación de vuestros enemigos.
Os creían escritor mercenario. Ese día han visto que
donde hacíais correr vuestra tinta, estabais dispuesto k
MEMORIAS
14»
hacer correr vuestra sangre. Os habéis portado como un
bueno. (* )
La verdad es que concluida la jornada abrí asilo en mi
casa á los perseguidos, explicándose así porqué el año
pasado el General Mitre á su paso por San Juan, la única
familia que visitó fué la de una de mis hermanas que lo
tuvo escondido en su casa en Santiago, pues el Gobierno
se obstinaba en creerlo venido de Valparaíso á tomar
parte como militar en la revolución; lo que no estorbó
que lo prendiesen por haber salido de aquel asilo donde
estaba con toda seguridad. Hubieron de mandarlo á Ghiloe
durante el estado de sitio, ó en cambio al Perú, si él lo
prefería, con tal que firmase un documento declarando
que no volvería á Chile. El negociador de estos tratados
negó su asentimiento á esta cláusula, fundándose en que
el estado de sitio, si da derechos sobre las personas, no
autoriza á juzgar, y por tanto á prejuzgar delitos, y era
confesarse delincuente aceptar la pena del destierro. Estas
desconfianzas no cesaron; y cuando iba á embarcarse para
regresar á Montevideo, el Intendente de Valparaíso, Almi-
rante Blanco Encalada me llamó á su despacho para mos-
( 1 ) Dos testimonios de lo anterior apreciaba Sarmiento haber obtenido, cuan-
do escribía en 1884 sus recuerdos. Eran las siguientes cartas :
... «Supongo que vuestros apuntes militares traerán algún recuerdo del 20 de
Abril 1851 en Santiago. El Presidente Bulnes, como que era un valiente general,
salió de la Moneda á combatir el motin y vos ibas á su lado, bien montado y con
vuestro rifle enhiesto, que el vulgo creía escopeta.
Pasados los tiempos, nos encontramos en la sociedad y entonces os felicité por el
20 de Abril, diciendo una verdad, cual era que en aquel hecho de armas habíais
ganado la estimación de los liberales, que os habían visto poner vuestra vida en de-
fensa del partido al cual servíais como escritor, os í acordáis?
Os dije también que os saludaba como bueno, y no me arrepiento, pues la conse-
cuencia en circunstancias extremas no es común en los hombres, mucho menos en
los de la prensa, ni es cómoda la lealtad para las almas de cántaro.
A Dios, mandadme vuestros futuros libros y ved en que otra cosa puedo ayudaros.
Vuestro amigo Victorino Lastarría.
Santiago, Diciembre 5 de 1883.
Señor Don Domingo F. Sarmiento.
Estimado señor y amigo. Un antiguo amigo de Vd. y mío me ha impuesto del
trabajo histórico que Vd. proyecta y de su deseo de obtener un testimonio de un
testigo de vista, de la actitud que Vd. asumió en la sublevación de Valdivia el 20 de
Abril de l S51 .
Recuerdo perfectamente que fué Vd. uno de los primeros que llegó á la Moneda
150 OBRA.S DB SA.RMIENTO
trarme la orden de prenderlo que recibía, preguntándome
si yo respondía de que realmente se embarcaba. — «Déjeme
verlo y le contestaré.» —Vuelto á casa dije á Mitre: —
Hombre, porqué no vamos á tomar nuestros pasages, para
no pensar mas en ello... — Vamos, contestó; y con los
recibos volví á ver á mi excelente amigo, y le dije: —
Puede Vd. responder de que se embarca, pues no le sobra
el dinero para pagar el pasaje en falso, mostrándole el
recibo. El Coronel Paunero se apercibió de estas idas y
venidas de ordenanzas de gobierno y solo á bordo supo
el Comandante Mitre de la buena que se había escapado.
y que permaneció al lado del General Bulnes en la Cañada en los momentos más
críticos. El Presidente con su estado mayor y sus Ministros; el General Gama, á
quien proporcionó Vd. caballo, y Vd. ocupaban el frente del regimiento de Grana-
deros & caballo un puesto en la Cañada, dejando detrás la Moneda, doade estaba
colocado en las ventanas todo^ei cuerpo de policía al mando del Coronel Ramírez.
El combate estaba trabado en el cuartel de artillería en la misma Cañada. No
solo yo sino los pocos que aún viven de los que asistieron á esa jornada, recor-
damos haber visto a Vd. con su rifle-revolver de seis tiros dispuesto á combatir,
habiendo manifestado Vd. á los amigos que lo rodearon, que no podía llevar es-
pada, porque era argentino y no chileno.
Recuerdo también, que su encuentro en esta jornada valió á Vd. algunas
censuras; pero en cambio se conquistó Vd. con su conducta mas respeto y mas
estimación aun en el partido contrario.
Hay todavía una circunstancia mas que me complazco en recordar Á Vd. y es
la abnegación y nobleza con que asiló Vd. á varios perseguidos en su casa de
Tungay y en la de sus hermanas en Santiago. Esto sirvió después de tema mas
que de conversaciones, de admiración por la conducta que Vd. había observado
con sus amigos vencidos. Me agradaría insistir mas sobre este recuerdo que
en aquel tiempo, como todos, aplaudí y admiré, pero prefiero concluir renovando
úl Vd. las consideraciones con que soy de Vd. atento servidor y amigo José María
Neoochea.
LA ORGANIZACIÓN NACIONAL
CON RAWSON
En estas circunstancias, 1851, la grande cuestión ofrecía
ya á la vista señales de resolverse.
Apareció por entonces un panfleto que tuvo el derecho
de creerse un mensagero de paz, ofreciendo campo neutral
á los conabatientes: Argiropolis. Su acción se asemejó á la
de aquellas pipas de aceite que arrojadas al mar desde á
bordo, no calman las violencias de los vientos, pero aquietan
las olas que se estrellaban enfurecidas contra los flancos
del buque. Los espíritus se calmaron, los antiguos antago-
nismos dejaron que los instintos sociales acercasen á ios
partidos.
M. Bompland, el gran naturalista, llevó un cajón de
ejemplares al General Urquiza y lejos de enviarlo á Rosas
como lo había hecho Benavides con el Facundo (*), lo dis-
tribuyó á sus jefes.
Y Montevideo no cedía y el Brasil hacía propuestas acep-
tables de alianza con respecto de las glorias adquiridas.
En este estado de cosas, y cuando el levantamiento del
( 1 ) Conservo en mi poder un ejemplar del Facundo, de la primera edición,
impreso en 1845, en Santiago de Chile con la misma composición que sirvió á la
publicación del folletín de El Progreso, en cuya forma y dia á día, faé producido
aquel admirable panfleto. Dicho ejemplar llera en la carátula y en acentuada
escritura esta inscripción:
Señor General D. Nazario Benavides, de su compatriota el autor.
Y mas abajo, el Dr. D. José Benjamín Gorostiaga, certifica que ese ejemplar ha
sido tttomado de la Biblioteca de D. Juan Manuel Rosas y devuelto al autor.»— (A'ota
del Editor).
153 OBRAS I>K SAKMIHNTO
Entre Rios con Urquiza estaba ya en la atmósfera y se dis-
cernía la guerra, como en las nubes y en los rayos crepus-
culares de la tarde, se presiente la próxima borrasca,
ocurrió uu hecho de pequeñas dimensiones, que fué como
aquellos insignificantes obstáculos que desvían la corriente
de los ríos.
Regresaba á San Juan el joven Dr. D. Guillermo Rawson,
precedido de la fama de notable en su profesión y de un
certificado «de genio» que le habían dado sus maestros, por
su asiduidad y talento, y creemos que por dar buenas leccio-
nes que es la prueba del genio para los maestros, pues lo
que es á los verdaderos genios, rara vez les pueden em-
butir una regla de retorica en la cabeza.
El doctor pasó á Chile, ya por conocer aquel país, ya
porque allí existía la oficina, la hornalla de un gran movi-
miento de ideas y la fuente de donde manaba un gran
torrente de escritos, revistas, panfletos, periódicos, cartas,
etc., etc., y pasó á saludar al que había, en su primera edad,
sido compañero de estudio del italiano y reconcentraba
ahora la acción y el pensamiento de la lucha contra Rosas
del otro lado de los Andes.
Acaso iba buscando orientarse al entrar en la vida públi-
ca, si se abría, como todos lo esperaban y presentían, la era
de reparación tan prometida.
La entrevista fué cordial y satisfactoria; pero á la pre-
gunta tan natural — «¿qué piensa Vd., hacer por su parte,
si el General Urquiza se levanta y declara la guerra á
Rosas?» — La respuesta era tan natural como la pregunta. —
«Hacer la guerra de este lado. Entrar ala Confederación
en armas. — ¡La guerra! la sangre! Eso no!»
Y el debate duró dos días sobre esta extraña teoría de
derrocar tiranías armadas, arraigadas, por otros medios
que la violencia; en fin, no hacer la guerra, cuando se ha
declarado la guerra.
De esta discusión con el joven médico, resultó acaso mi
salvación personal, pero decididamente una nueva dirección
impresa á mi vida, forzándome á venir á reunirme con
Urquiza, cuando la guerra estuvo declarada.
No era la oportunidad de hacer tales objeciones, pues no
había aun llegado el caso, ni de presentir riesgos de mal
éxito, que el doctorcito no era capaz de calcularlos. Era la
MEMORIAS 15^
guerra en teoría la que combatía, como si de violar una
Constitución se tratara.
Y de que podíamos hacerla eficaz, pasando á este lado
sesenta hombres determinados, no había sombra de duda
entre gente del arte. Teníamos soldados, cabos y sargen-
tos cumplidos de Granaderos y Cazadores á caballo en el
número que deseábamos, á mas de emigrados argentinos
ardientes. Comandantes como Aquino, Coroneles como
Crisóstomo Alvarez, los dos sacrificados por haber fallado
el plan primitivo. No hablo de Paunero ni de Mitre, que
aun no estaban afiliados. Armas, en todos los almacenes
y dinero, el indispensable.
¿Donde estaba el obstáculo? ¿Benavides? Así es la
guerra. Se va derecho al obstáculo.
Desde que el confidente que podía ayudar de este lado,
oponía una resistencia de conciencia al parecer, el plan
estaba frustrado, pues no se aventuran vidas, poniéndolas
á merced de un indiscreto.
Presénteseme por la primera vez y acaso en toda su vi-
vacidad, un fenómeno á que después me habitué por su
frecuencia. En 1851, con quince años mas que este joven,
yo había en mis viajes tratádome con los altos personajes
que he nombrado, á mas de los ministros de varias nacio-
nes, ante quienes iba acreditado como hombre de saber
y como tal recibido, había tratado siempre de graves asun-
tos y habituádome á cierta deferencia que en Chile y en
esa época, después de haber escrito tanto, viajado tanto, se
había cambiado en respeto para hombres como el General
Las Heras, Dr. Gabriel Ocampo, Aberastain, Domingo de
Oro, los Peñas etc., y en general para todos los argentinos,
pues al prestigio de cierta capacidad y buenos servicios á
la causa, se agregaba lo que no daña, la facultad de ser útil
y ayudar á mis compatriotas.
Fué pues, el joven doctor, recien vaciado de las aulas
donde había estudiado medicina, quien me presentó el obs-
táculo que había de desvirtuar gran parte de mi iniciativa
como los resultados de la mayor experiencia de su parte
y quien sabe si el mayor saber.
¿De donde podía venirle este sentimiento de suficiencia
y el tono de autoridad que daba á sus conceptos? Tratá-
base de cosas de guerra y hablaba con hombre de mayor
154 OBRAS DE SARMIENTO
edad, experiencia y antecedentes, colocado sobre él por diez
años de vida activa, escritos, viajes y contacto con los hom-
bres mas culminantes.
¿Instrucción? Era médico, educado al principio por los
jesuítas, lo que indica falta de libros. En Buenos Aires,
durante los veinte años de Rosas, los libros desaparecen de
la circulación; y aun en la Universidad, la enseñanza es
limitadísima, como que estaba abandonado á sí mismo
cada uno. Alberdi conoció entonces un poco de literatura
moderna, con recortes y libros que por el Dr. Quiroga-Rosas
fueron á mi poder. No podía alegar competencia propia
con sus estudios profesionales, ni nociones de derecho
siquiera, porque todo eso era letra muerta, para un joven
sin mundo. El primer Story que vio, yo se lo puse en las
manos.
¿Experiencia? El Dr. Rawson había salido de Buenos
Aires hacía pocos meses y allí el trato social, la experiencia
de la vida era reducido á los ¡muera!
¿Ideas? Pertenecía al círculo de Irigoyen, Victorica y
muchos jóvenes de entonces, en cuyo contacto no se adqui-
rirían muchas nociones de derechos políticos, ni vendrían
impulsos de resistencia. Se sabe cual es la idea de los
hombres y de las cosas que nos formamos, según el lado
político en que nos hallamos sentados. La resistencia á
Rosas parecía desesperada, imposible y absurda á los que
frecuentaban por distracción Palermo. Urquiza admiraba
la grandeza del hombre, aun en armas contra él; y cuando
se dijo el 4 de Febrero que la plaza resistiría, se le oyó ex-
clamar alarmado, dirigiéndose á un Jefe unitario: — «Vds.
tienen la culpa! Vds. que decían que no tenía partido Rosas!»
Con todo esto, no es posible imaginarse la seguridad de
las afirmaciones de aquel doctor, la rapidez de sus réplicas
y el tono de superioridad con que las lanzaba, como quien
dispara un tiro inerrable, como quien educa é instruye á un
principiante. Era sobre guerra la lección. ,
Quedé vencido y triste! no estaba habituado á esta contra-
dicción docente. Para terminar este pueril debate de dos
días, me levanté de mi asiento y encarándolo, le dije:
— «Doctor, tiene Vd. la inteligencia de un sabio alemán;
•el corazón sano; pero rotos los brazos» y estrechándoselos
por las sangraderas. . . «Vd. no hará nada en su vida!» . . .
MEMORIAS 155
Esta profecía lo exasperó; pero le repetí: — «Ahora, es Vd.
el que dirije la acción de este lado. Yo me pongo á sus
órdenes.» Y lo cumplí religiosamente, como se verá luego.
Serenóse con esto. Fué á Valparaíso y Gopiapó, desmon-
tando los ánimos, burlándose del descabellado proyecto,
aventurando el secreto, según me lo escribían y jactándose
de haberme hecho oir razón.
Volvió á San Juan y puso mano á la obra. Tomó la di-
rección polílica de la campaña, que consistía en persuadir,
adoctrinar, imbuir, aconsejar á Benavides, cuyo oído decía
poseer, y por sistema flojístico, los emolientes, las cataplas-
mas, ablandar aquella dureza, sin comprometer las partes
vitales.
El autor de Argirópolis, debía saministrar para Sud América
que escribía entonces, hornillas, peticiones, y todo lo que la
Constitución que había de darse mas tarde, aconsejaba.
Si alguno dudare hoy de la verdad histórica de esta jocosa
comedia, á que se prestaba el mas trágico actor del gran
drama, las pruebas fehacientes las encontrará consignadas,
en letras de molde, en aquellos mismos tiempos, gracias á
la rara previsión del autor que pensó que un día había de
necesitarlas (*).
San Juan, Abril 30 de 1851.
Ayer he recibido su encomienda, sin carta ni señal alguna. (2) Haré de ella el
mejor uso compatible con las circunstancias.
La grande obra se trabaja con empeño, y á juicio mío, que estoy mejor instruido
que otro alguno, en lo que concierne al elemento que mas de cerca nos rodea
{Benavides;, el éxito es seguro, infalible. La paciencia perseverante era la virtud
de Washington y la única de que él se preciaba. Imitémosle con inteligencia...
Hay amigos entusiastas de V. y de sus principios.
G. Rawsom.
Benavides era porsupuesto el sujeto de este tratamiento
anodino que se adoptaba en vez del quiriírquico del Dr.
Sangredo que era el llamado.
(1) Están publicadas en Campaña del Ejército Grande.
(2) Se trata de: Copia de una representación dirigida á los Gobernadores de la$
Provincias, escrita el 3 de Abril y enviada de Chile á las.Provincias el 7 de Abril,
por conducto del joven Helguera de Tucuman. La circular del General ürquiza
«s del 1» de Mayo. .(.V. del E.)
156 OBKAS DE SARMIENTO
San Juan Junio 4 de 1851.
No es prudencia fiar al papel sin garantía muchos detalles preclocíslmos que
quisiera transmitirle respecto de la situación. V. comprenderá, sin embargo'
cuando yo le aseguré que las cosas marchaban aquí á medida de nuestro deseo.
Que luego podré comunircarle resultados positivos los mas favorables. Por ahora
importa muchísimo continuar, rinfforzando la predicación, inspirando confianza
en el éxito, por medio del cultivo prolijo y verídico de los elementos de acción
y no cesar en la demostración del derecho.
¿ Cómo hiciéramos para obtener aquí el «Sud-América»— (á cordillera cerrada)—
en lo sucesivo ? V. que es el hombre de los recursos ingeniosos discurra un
medio, seguro de que en ello hará un inmenso servicio á su patria.
Su conducta personal, tan importante en la actualidíid^ debe medirla mucho.
Tengo entendido que tanto mas y mejor conozco el estado de cosas aquí, tanto mas
me felicito de que la sublime locura, no tuviese lugar. Paciencia amigo, y activi-
dad. Un día mas de espera, puede asegurarnos el bien y economizar desgracias.
Adiós, pues, muchos son sus amigos aquí.
\¡ G. Rawson.
La sublime locura que su sabiduría y clemencia estorbó,
era la expedición proyectada, y solo realizable, cuando las
circunstancias indicasen la oportunidad.
El insinuante Dr. Rawson tenía con frecuencia confe-
rencias con Benavides, que oia con gusto todo lo que le
decía, riéndose debajo del poncho del candor del que con-,
taba con su asentimiento.
Quejábase un vecino del pantano que cortaba el paso á
la calle del Pósito, y tan lamentable fué la pintura, que
Benavides empezó á lamentarse de su desgracia de no tener
quien lo sirviese; prometiendo mandar al día siguiente,
¿qué digo mandar? ir él en persona á remediar el mal, —
«porque amigo, le decía, mándalo, hácelo y serás bien
servido.» — Dicho y hecho. A los quince días volvía el ve-
cino á casa de gobierno y apenas lo divisaba Benavides
esclamaba: — «Ya sé á lo que viene. ... ah! Jefe de Policía!
Este Jefe de Policía!». .. Todavía hallé yo el pantano en
San Juan.
El Dr. Rawson ha de tener carta mía en que le indicaba
desconfiase de tan fáciles asentimientos, no teniendo en
poco la astucia de estos hombres, de que se valen á falta
de saber, pues así han dominado pueblos enteros mante-
niéndose en el poder, como Benavides veinte años sin derra-
mar sangre.
MEMORIAS 157
Un día le dijo: — «Cierto pues, Doctor! Pero qué hace,
pues, este Don Juan Manuel que no nos da una Constitu-
■cion!» — Y el joven incauto y presumido crej'ó que ya había
tomado el cielo con las manos, é iban á constituir la Re-
pública aquellas dos palomas santas. Ni á la batalla de
Caseros asistió Benavides, tan zorro y solapado y bona-
chón era.
En Setiembre llegó á San Juan la noticia del pronuncia-
miento de Urquiza, á quien en el acto bautizó Rosas, «el
loco, traidor, salvaje, unitario, Justo José de Urquiza,» ensa-
yando como globillo de prueba en Urquiza el epíteto creado
en general por el Fraile Adao, y que debía ser de mi pro-
piedad exclusiva por treinta años mas, gracias á la inteli-
gencia y honradez política de los sabios. . .
Acertaba á estar reunida la Legislatura y probablemente
discutiendo él proyecto de conceder la suma del poder público
á Rosas. Supongamos que el Dr. Rawson tiene la palabra
y seguro de la bonachoneria de Benavides, con quien ha
estado en pláticas doctrinales esa mismo tarde y exponía
acaso las virtudes patrióticas del autor del proyecto...
cuando un inusitado tropel de caballos hace irrupción eíi
el sagrado recinto y rematándolos los ebrios ginetes á la
puerta del Capitolio, como los jóvenes pelicaros en Atenas.
Iban al mando del Coronel Diaz, y gritan á una: ¡Muera
el loco, traidor, salvaje unitario, Justo José Urquizal Mue-
ran los salvajes de la Legislatura!— Y la banda de cornetas
confirmó el aserto, taradeándoles un ¡Á. degüello! que el
Doctor sublime no conocía, pero que yo había oído muchas
veces, para hacer locuras, cuando de locuras como la liber-
tad se trata.
Habría que confiar á otra pluma que la nuestra descri-
bir la escena que siguió en el interior de la sala. El Presi-
dente que se mete debajo de la mesa, el orador que se
traga el resto del discurso para que no lo comprometa
como prueba de convicción y salta por una ventana!
Entonces y muy mohíno, el doctor de la guerra pa-
cííica, el de la caída de tiranos, rogándoles que caigan
por amor de Dios, que ya se oscurece... nos escribía
la siguiente carta, honteux comme un renard q'une poule
<turaU pris ...
158 OBRAS DB SARMIENTO
San Juan, Septiembre Sí de i 851.
No tengo plena fe en el conductor de esta. Escuse por tanto mis reticencias*
Vd. sabrá lo que ha pasado entre nosotros y como las mas fundadas esperanzas que-
daron eludidas. Ahora no nos queda otra cosa que la luz del Oriente Ab oriente
lux\ (Upquiza)— Vd. debe saber también la historia de su enviado de Julio. Las
cartas fueron entregadas cobardemente á Benavides, excepto una de 8 de Julio que
yo he visto. Los periódicos, porque supongo que el cajón los contendría, están
en poder de Benavides, todavía sin abrirlo, por temor de que, como de la caja de
Pandora salgan todos los diablos malos á visitar nuestra Provincia. Por lo demás
el compromiso, como suele llamarse, no me hace temblar, n será este un incon-
veniente para que yo preste á la patria cualquier género de servicio, aun con
positivo riesgo de la vida.
Salud, esperanza y valor.
G. Rawson.
Mientras tanto, y estando tan dispuesto á correr riesgo
positivo de la vida, mi doctor firmaba el siguiente edificante
documento que se halla in extenso en el Archivo Americano
núm. 28, pág. 144.
considerando etc., etc.
Art. 1». La Provincia de San Juan considerando que los actos y procedimientos
del salvaje unitario, loco, traidor ürquiza contra la Confederación y su Jefe su-
premo, lo mismo que su infame alianza con el Gobierno brasilero, son actos de
traición á la patria.
Tadeo Rojo. — Guillermo Rawson. — Marcoi Rojo ( tio ). — Franklix Rawson (her-
mano ). Son cuatro de la casa y siguen ocho mas.
No fué sino de diputado y después de la cosecha aJ dicho
Oriente, dejándose estar muy fresco al lado de la blanda
tiranía de Benavides que no perseguía á nadie, que no
se necesitaba mucho coraje para ser zonzo en San
Juan.
Víme forzado yo, no él, ir á la Meca á buscar la luz.
Pero lo repito, el Coronel Aquino que me acompañó, y
el bravo Sargento de Granaderos á caballo que pereció
asesinado con él, hubieran acaso muerto gloriosamente
peleando en la campaña que debimos emprender, y aquel
por entonces mediquillo pretencioso impidió, hay de ello
33 años, con su falta de respeto á los años, la posición y
la experiencia, con achaque de que no habíamos estudiado
obstetricia.
Se ha presentado aquí por la familia, la carta que reci-
bió el Coronel Alvarez llamándolo, y su contestación afir-
MKMORIAS 159
mativa de ponerse á mis órdenes. He aquí la carta de
Alvarez: —
Lima, Agosto JO d« Í85l.
He recibido su carta del 9 de Julio t y le diré que ha dado un gran gusto al
anunciarme que se trata de hacerle la guerra, por esa vía, al tirano de nuestra
patria. Mis deseos son y serán siempre estar en acción contra el tirano que nos
oprime, asi es que siempre debió Vd. contar con 7íu vida y mi brazo para ese
fin...
Cmsóstomo Alvarez.
Junto 57 de 1851.
Esta parte del plan se ejecutó, muriendo en la demanda
el Sandes argentino, por exceso, por demencia de valor,
empeñado en rendir él solo, un batallón de infantería.
En «Campaña del Ejército Grande» hallará el lector la
honrosa carta del General Paz de que extracto este pá-
rrafo.
Junio 25 de 1851.
Es de creer que un general tan esperimentado, como el general Urquiza, haya
provisto á la seguridad del Entre-Rios, durante esta corta ausencia. Luego que s&
desocupe de la Banda Oriental, piensa contraer su atención á la otra parte del
Paraná, entonces creo que será el tiempo de que se pronuncien las Provincias del
Interior. . . Quiera Vd. guardar mucha reserva con respecto de este dato que acabo
de subministrarle.
José María Paz.
Tal era de impracticable la sublime locura cuya realización
estorbó el consentido médico y que tenía tan altas apro-
baciones. Sesenta soldados de línea chilenos á escoger
en Santiago, doscientos argentinos que mandaba don Pa-
blo Videla, jefes como aquel y Aquino y Alvarez, las dos
mas brillantes espadas de la caballería argentina y la
influencia y prestigio del leader de la reacción de aquel
lado contra Rosas, fueron malogrados por intervención de
espíritus que, educados bajo la atmósfera y en el entourage
de Rosas, habían perdido toda expontaneidad.
¿Habría ocurrido otra serie de hechos, si la expedición
argentina hubiese pasado en Enero de 1852? — ¿Habría sido
derrotada? — ¿Por Benavides?
El Coronel Sarmiento estuvo un año después en San
Juan, lo gobernó algunos años mas tarde, con el presu-
puesto y la administración de Benavides y Díaz; y pudo
160 OBRAS DE SARMIENTO
juzgar venciéndolos, de sus pobres elenaentos, no obstante
que es el que mas justicia hizo siempre de ciertas cualida-
des militares del caudillo.
Tenía ademas muchos amigos y contaba con un presti-
gio que hoy seria difícil imaginar. (*)
Por lo qn*^ á mi respecta, aquella indiscreción ha debido
serme benéfica, estorbando que siguiese el estrecho cir-
culo de afecciones locales del provinciano que nunca
habla venido á Buenos Aires, forzándome á venir al Río
de la Plata, ¿juntarme con personas tan desconocidas para
mi como el General Urquiza del Entre Ríos y con quien
ningún vínculo de simpatía podía unirnos, puesto que él
había sido el brazo derecho de Rosas durante largo
tiempo.
Era, pues, una aventura, que resultó feliz, la traslación
del teatro de acción. La otra era lo natural, aunque de
menos consecuencia. ¿No debía la emigración chilena,
otra cosa que palabras á las Provincias deque eran oriun-
dos la mayor j)arte de los emigrados? Urquiza mismo
me lo ecbó en cara en el Rosario, diciendo que había la
prensa estado «chillando» diez años en Chile, sin destruir
e\ poder de Rosas.
Como se ha visto, mía no fué la culpa, sin que haya po-
dido culparse dn indiferencia al resto de la emigración,
porque mo consta, estaban los militares listos á ceñir de
nuevo la espada y los ciudadanos prontos á suministrar
recursos.
El soplo helado que resfrió los ánimos, vino de afuera, y
de esa generación criada al lado del tirano, habituada á la
inacción, con la conciencia del derecho embotada con el
(1) Las cartas de Alvarfz, RawsoD, Sarratea, Paz, Urquiza, en que se fundan
estos juicios, fueron pulilicados por el Teniente Coronel Sarmiento en Rio de
Janeiro, meses después de Caseros y corren impresas en folleto separado, que des-
pués se colocó en Chiio al frente de Campaña del Ejército Grande, precedido todo
de la carta al general Ramírez que abría la campaña. Tenia el autor, como se ve
mucho interés en salvar del olvido aquellos documentos, que un dia llamaría á
dar testimonio de sus actos y planes militares.
Treinta años después, t\\ lector puede juzgar de los hechos y de los hombres.
El doctor que siendo Ministro del Interior, osaba aconsejar al Gobernador de San
Juan no derramase sangre, puede ver ahora por estos hechos históricos, como la
iüzo derramar él á torrentes, por la pueril vanidad del colegial. {Ñuta del Autor).
MEMORIAS 161
•espectáculo diario de su violación. No queda indignación
en tales almas!
Pero debo agregar mas. Aquella situación híbrida
creada á San Juan por la anormal filantropía ó pedan-
tería de un presuntuoso, anticipándole un triunfo sin com-
bate al caudillejo, debió influir en la serie de sucesos poste-
riores.
Muerto el Coronel Alvarez, en esfuerzos aislados y aban-
donado á si mismo, todavía hubo tiempo para el Coronel
don Pablo Videla de ir á morir en San Juan en la Rinco-
nada, de fatal recordación, con ciento veinte jóvenes san-
juaninos, sacrificados ante la necesidad de reparar los
estragos causados por la violación de las leyes de las
fuerzas en choque, que dejó áBena vides en su puesto, contra
la evolución obrada en Caseros, é hizo víctimas á mas de
aquellos jefes, á Benavides mismo, á los Virasoro, á Abe-
rastain, á. Godoy, á tantos otros. Porque tales sistemas
anodinos en política, traen los abcesos que se llaman las
Rinconadas, los Corrales, etc., tragedias en que acaban
siempre estas comedias de paz, cuando la guerra es el
juez del litis, porque no puede evitarse.
Queda por saber ahora, cual habría sido la influencia
moral de la participación de las provincias del interior, en
procurarse por su propio esfuerzo la libertad, si los argen-
tinos de Chile hubieran podido, pasando la Cordillera con
un núcleo de fuerza y un arrogante cuadro de jefes y ofi-
ciales de línea, servido de apoyo á los patriotas que abun-
daban y á los pueblos en masa, cansados de treinta años
•de barbarie y de tiranía.
Los extravíos de Urquiza provinieron de esa falta de
contrapeso á su poder. Todas las provincias permanecie-
ron inermes, de manera que él tuvo que buscar el apoyo
del mismo Benavides, para extender su acción al interior,
y los pueblos entregarse á discreción á la política del ven-
cedor, excepto San Juan, donde Rawson inició demasiado
tarde, y con el agua al cuello, la política de resistencia
que puso á San Juan fuera de la ley, acabando por hacer
perecer á Benavides y matar á tantos en represalia. Si
yo hubiese hecho con Aquino, Alvarez y cien veteranos la
Tomo xux.— 11
162 OBRAS DE SARMIENTO
proyectada campaña, de seguro que no habrían muerto
tantos de uno y otro bando.
Dios guardó al doctor Rawson para mejores cosas. Pera
el diagnóstico del Yungay se cumplió. No hizo nada en
toda su carrera política, sino es estorbar buenas inicia-
tivas.
Desde entonces tuve al doctor Rawson, poniéndoseme
por delante siempre, sin que jamás haya sabido porqué.
Para la campaña de Caseros, Rawson permaneció en
San Juan, donde, como ya hemos visto, no había riesgo de
perder la vida, pues Benavides no hacía caso de sonseras.
Cayó Rosas, y fué convocado el pueblo á elecciones de
Di"'"tados al Congreso constituyente. Sarmiento se hallaba
de regreso en Chile y guardaba silencio, ni aun Alberdi
había roto las hostilidades. Sarmiento era para sus com-
patriotas, hasta entonces, un mito. Había trabajado diez
años en demoler la tiranía de Rosas; habia resucitado la
palabra Congreso, había preparado hasta la materia de
sus discusiones. — «Hace usted inmenso bien, le escribía el
« General Paz, tratando cuestiones de que han huida
« nuestros escritores, á pretexto de no suscitar animosida-
« des provinciales, que si existen es porque ellos no han
« sabido ilustrar á los pueblos. Le ruego, pues, y lo con-
«juro, á que continúe escribiendo. Su Argirópolis es un
« pensamiento grande, patriótico. . . No es menos patriótica
« la idea de extender el frente (fluvial) de la Repú-
« blica. . .» etc.
El pueblo está convocado; van á elegir Diputados y los
votos llueven por Sarmiento. Un joven está cerca de las
mesas y dice á cada uno que se acerca: — «¡Es una impru-
dencia! Sarmiento está mal con el General Urquiza y éste
ha de tener á mal que lo nombren.w^D. Ruperto Godoy,
anciano, presente, le replica: — «¡Tiene Vd. coraje de opo-
nerse al nombramiento de Sarmiento!..,»
Sarmiento es nombrado casi por unanimdiad; pero Bena-
vides no proclama el nombramiento. Se hacen nuevas
elecciones mas tarde y el Dr. Rawson sale nombrado en
ssu lugar y Sarmiento, que se sentía Diputado hacía dos
MEMORIAS 163
años, tieoe que esperar vei7ite años para obtener un asiento
en el Congreso I
Después de Cepeda, tras de las ruinas y la serie de
violencias de que había sido victima la Provincia de San
Juan durante diez años sin intermisión, como si la Consti-
tución hubiese sido una túnica de Dejanira, mandada por
una venganza atroz, á causa de la parte que habían tomado
algunos de sus hijos en la caída de la tiranía, llegó á San
Juan y fué recibido con aclamaciones de júbilo el que salió
joven Sarmiento y volvía un viejo cuyo espíritu, por la
prensa, la tribuna ó la guerra, nunca estuvo, sin embargo,
fuera del estrecho, oscuro y pobre recinto de su provincia.
Es escusado decir que fué aclamado Gobernador, destino
que, dadas las necesidades especiales de hombres que han vi-
vido largos años consagrados á la gestión de la cosa pública,
á la discusión de las grandes cuestiones sociales, en grandes
centros de población, con el bullicio y los goces de las
capitales, no habría tentado á muchos, creyendo descender
de posiciones conquistadas. Había sin embargo, perspec-
tivas que entraban á completar una grande obra comen-
zada, para quien no tuviese á menos solicitar un depar-
tamento de escuelas, á fin de poder hacer dar un paso en
Ja organización de la futura República. ¿Habría gobiernos
en aquella Confederación en que el Presidente -se había
ocupado exclusivamente en estorbarles toda acción propia,
si no estaban subordinados á algunos de sus agentes per-
sonales? Después de haber borrado de la Constitución,
mucho de lo que á esta coacción concurría, ¿no valdría
la pena de ofrecer en la práctica la sencilla armonía de
poderes nacionales y provinciales, cada uno obrando en
su legitima esfera? Y luego, ¿no hay una deuda, contraída
y que una vez ha de pagarse, para con aquellos que sin
tener estímulos ni recompensas que ofrecer, reclamando
como propias, experiencia, ideas, nociones adquiridas por
los suyos, que los grandes centros les arrebataran? Tres
años inmolados honrosamente pasan luego y dejan una
satisfacción, sin tal puede obtenerse, la de intentar el bien.
Bien pronto habían de ponerse en cuestión todas aquellas
esperanzas.
El año 1863 se abria bajo los mas siniestros auspicios.
San Juan se encontraba encerrado entre la Rioja, el oeste
164 OBKA.S Um 8AKM1BNTÜ
5'- norte de San Luis sublevados por el Chacho, Mendoza
amenazada al sur por Clavero, el levantamiento de las La-
gunas y Mogna; no mas seguro de los departamentos rurales
contiguos á la ciudad y suburbios, y encerrando en la
ciudad misma el personal de jefes y oficiales de Benavides
cuyos compañeros en Chile ó en las filas del Chacho esti-
mulaban la rebelión que ellos podrian secundar prestando
á la montonera el auxilio de alguna práctica militar ó
encabezar un movimiendo en San Juan mismo, así que
un batalloncito de línea saliese á campaña, reclamado de
todas partes para contener el incendio, cuyas llamas asoma-
ban por todos los puntos del horizonte. Había que resistir
á todo trance.
Todas las Provincias del interior se pusieron en armas
espontáneamente. Los gobiernos de cuatro provincias
declararon el estado de sitio á fin de apoderarse de los
cabecillas conocidos que podrían dar apoyo á la insurrec-
ción ó acaudillar insurrecciones.
En este estado de fermentación en el interior, Rawson
Ministro del Interior, escribía al Gobernador de San Juan:
— Marzo 12 — n Vamos navegando por un mar de rosas. Vivi-
remos tranquilos. Progresaremos. Vd. se contentaría con que
viviésemos tranquilos; pero eso es contentarse con pocon.
El mismo Ministro daba publicidad en los diarios de
Buenos Aires á una circular en que declaraba abusivo el
proceder de los Gobernadores que hacían uso del estado
de sitio en caso de invasión ó insurrección, por ser facultad,
según pretendía, reservada exclusivamente al Gobierno
federal.
La publicidad dada al acto mostraba que el Poder Eje-
cutivo deseaba que no solo los gobiernos á quienes se
dirigía conociesen sus sentimientos, sino que ademas ejer-
ciesen su influencia sobre los partidos ó individuos á quienes
pudiese afectar el estado de sitio. Navegando él en fumar
de rosas », parecía creer que estábamos nosotros á la noce
y no habiendo corrido peligro en su vida, podía imaginarse
que una invasión victoriosa de aquellos bárbaros, se resol-
viera en figuras de contradanza.
La facultad de declarar en estado de sitio, ó en asambea,
ó de suspender el habeas corpas en los momentos de peligro,
€s inherente al gobierno, cualquiera que sea su forma. Ne-
MEMORIAS 165
garles á los gobiernos de Provincia tal facultad era sim-
plemente poner en duda que fuesen tales gobiernos y un
conato de declararlos simples tenencias emanadas de una
autoridad superior. Al constituirse, empero, el gobierno
nacional, compuesto de facultades delegadas, las provincias
le delegaron el poder de proveer á su propia seguridad y al
ejercicio de la Constitución; pero conno los gobiernos pro-
vinciales no son autoridades creadas por la Constitución
nacional, quedó en ellas retenida la facultad de todo gobierno
para precaverse contra la insurrección ó la invasión. (*)
Pero aun cuando fuese un exagerado celo en favor de
las facultades nacionales, el que hubiese llevado al Ministro
á reclamarlas, nunca quedaría justificado á los ojos de
una política prudente, el momento inoportuno en que se
hacía, pues que la guerra ardía en cinco provincias y la
insurrección reaparecía apenas sofocada.
El efecto de política tan inconsiderada, no se hizo esperar.
A las dificultades de la situación de aquellas lejanas ciuda-
des, se añadía el peligro de destruir, enervar, desmoralizar
el poder moral de los gobiernos amenazados en su existen-
cia por enemigos semi-bárbaros, con una condenación que
les quitaba toda autoridad. Apenas conocida en Córdoba
la circular, estalló un motín de cuartel (el 11 de Junio),
que abrió las puertas al Chacho; muchos años de espantoso
desquicio costó á Córdoba la declaración ultra-liberalota .
En cuanto á San Juan, he contado en la vida del Chacho,
las peripecias porque pasamos, hallándonos un día casi
atados de pies y manos en presencia de la montonera, sin
recursos; porque las circulares habían destruido en el
gobierno toda autoridad, en el gobernador toda influencia
y respeto, y no le era posible allegar fondos siquiera en
presencia de declaraciones del gobierno nacional que lo
responsabilizaban por toda erogación ó perjuicio causado
por el estado de sitio. Nos salvamos á uña de buen caballo.
No se contuvo en eso el gobierno nacional. Hizo ense-
guida esta extraña declaración:
(1) Debe notarse aquí que siempre sostuvo el autor esta doctrina y que siendo
Presidente; no hizo observación alguna á que el Gobernador de Santa Fé declarase
por si el estado de sitio durante la rebelión de Jordán. — Vf-ase el tomo XXXI.
(Ñola del Editor.)
166 OBRAS DB SARMIENTO
«—El pensamiento es hacer penetrar hondamente en la conciencia del pueblo
iue el gobierno nacional se abstendrá de hacer uso de este medio de gobierno
(el estado de sitio) y que solo lo empleará en circunstancias muy extraordinarias
y extremas porque considera que ni es indispensable para gobernar, ni superior
á los medios ordinarios del gobierno que la constitución ha puesto en sus manos
para garantir eficazmente el orden y las libertades públicas, sin necesidad de
atacar ó suspender esas mismas libertades».
Como se ve, no solo era el medio vituperable para las
Legislaturas provinciales, sinaque la cosa lo era en esencia
y en la Constitución federal, de cuya facultad no haría uso
sino en el mayor extremo. Lo que no impidió un poco
mas tarde, al mismo gobierno, mejor aleccionado sin duda,
declarar el estado de sitio en todo el territorio de la
República.
Los Estados Unidos, como todos los gobiernos de la
tierra, al darse una Constitución, insertaron en ella el pri-
vilegio, sin imaginarse, es verdad, que había luego de pre-
sentarse en la tierra un pueblo que tiene en su lengua la
palabra chiripá, caudillo, mazorca, montonera, que pretendería
hacer dar un paso mas á la humanidad en cuanto á ga-
rantías de la libertad personal, reclamándola aun en caso
de insurrección, para Chacho, Potrillo, Clavero, el Flaco
de los Berros, Chumbita, Guayama, el Rubio de las Tos-
cas y los I ores del desierto sus secuaces y paniaguados
que sostuvieron treinta años y pretendían ahora revindicar
con Rosas, que la mejor constitución es el cuchillo apli-
cado á las gargantas por el bárbaro rudo de las campañas,
ó las clases bajas ignorantes organizadas en bandas ar-
madas.
Todo ese fárrago de declaraciones oficiales que nos hacía
decir, que sería preciso ir un día á buscar en la basura de
las calles, los pedazos del poder ejecutivo que los gober-
nantes arrojaban, han tenido por efecto destruir las pro-
vincias en su carácter propio y autoridad.
Perdidas las Provincias, la nación constituida es una
quimera. Otros luego nos lo han hecho ver bien claro.
Pasemos esa época y esas pequeñas rivalidades que
persiguen á un hombre honrado, aun hasta el oscuro rincón
A donde se aleja para no ser obstáculo á nuevos intereses
MEMORIAS 167
y capacidades. ¿Creerá el lector que ese Gobierno nacio-
nal tuvo la insolencia de ajarme hasta en manejo de fondos
haciéndome responsable de caballadas que se suponía ha-
bían quedado en San Juan, y fué preciso justificarse lar-
gamente, en sustitución de los jefes nacionales que debían
dar cuentas?
Pero pasemos, demos una vuelta al caleidoscopio y pre-
senciaremos algunas otras de las majaderías del doctor
Ravrson.
Durante la presidencia, lo tenía en el Congreso, para oír su
voz meliflua, su acento lloriqueante, interpelando en cual-
quier ocasión sus acusaciones contra el Presidente Sar-
miento, como el vendedor de lana tramposo que echa
piedras en el fardo, para que pesen, en lugar de la lana
que escamotea. El amigo Rawson tomaba todo asunto
como bueno para introducir de nuevo su acusación sempi-
terna y no bastaba que la cosa fuese agena al debate, para
que se le oyesen sus lamentaciones y jeremiadas sobre
el número de veces que Sarmiento había violado la Cons-
titución.
Es requisito esencial de toda acusación oír al reo en su
defensa; pero nuestro orador liberal metía sus quejumbro-
sas acusaciones entre plantas y flores, en vía de disgre-
sion, cerrada la puerta á su víctima para toda defensa,
pues no tenia ocasión, ni ante quien decir que todo lo que
decía y todo lo que dirá en adelante es obra del despecho
y de la rabia impotente.
Recordarán ustedes el interrogatorio de una anciana
aristócrata durante el Terror en París. — Diga su nombre y
cualidades. — Soy sorda. — Actuario, ponga que confiesa que
conspira sordamente!... Pues así se produjo la acusación,
contra todas las formas, y no faltando qué mas pero ponerle,
lo ataca por estar sordo como una tapia, declarando que
había conspirado sordamente contra la higiene y la salud
públicas, haciendo un paseo para el pueblo en el lugar
en que él se había paseado largos años con sus amigos y
camaradas de colegio, Irigoyen, Victorica y compañía. Ni
los árboles habii^n de crecer en Palermo, á juicio del hi-
gienista Rawson, si se le dejara á tan grande malvado
Sarmiento la gloria de dotar á una ciudad de su corona de
flores, antes que tuviese que costaría sendos millones.
168 OBRAS DE SARMIENTO
Las actas parlamentarias están ahí para dar tesiinaonio de-
tanta bajeza.
Al fin en el año 1875, miembro del Senado, Rawson lo
había desertado y solo lo reconoció al efecto de caerme en-
cima, como yo lo hice caer al Chacho en Caucete, anun-
ciando al ingeniero Moneta, que Sarmiento iba á oir esta
vez lo que en su vida había oído. Durmióseme tres días
para hilar una diatriba en la forma mas escandalosa y
jamás oída en un Parlamento, tomando la palabra des-
pués de rechazado el proyecto en discusión y no siendo
permitido el debate, para descargarse en argumentos nad
hominemy), contra el literato que dijo irregular de un acto
feo pero legitimo de guerra, contra el encargado de la gue-
rra, contra el Gobernador de San Juan, contra el Ministro
en Washington, produciendo una nota impresa (á trai-
ción), contra el Presidente de la República que no pueda
ser juzgado sino por acusación en forma de la otra Cá-
mara. (*)
El reo de tantos delitos probó con las instrucciones reci-
bidas del ministerio, de que Rawson formaba parte, que
el Gobierno nacional mandó ejecutar al Chacho con fuer-
zas á sus órdenes y no del jefe sin nombre de la defensa
y pudiera, sino respetase tanto el derecho parlamentario,
haberle dicho que Sarmiento se separó del General Urqui-
za, abandonando de nuevo su patria reconquistada, por no
aceptar cosas de menos valor, mientras que Rawson se
fué á participar á su sombra de su poder, y fué Vice Presi-
dente de su Congreso. Y como no entiende todavía lo que
es la represalia en la guerra á muerte, es decir irregular^
todavía ha de estar creyendo que aquella diatriaba de
tres días, no basta para deshonrar al Senador que al día
siguiente se fué para Europa, sin permiso del Senado y^
(1) Véase los debates del asunto amnistía, tomo XIX, pág. 208— El autor se
refiere á una nota enviada desde Estados Unidos como Ministro diplomático sobre
las ideas prevalentes en aquel país con respecto á impuestos nacionales — (ideas
de donde han emanado los actuales impuestos internos) — nota que fué publicada
en hoja suelta por el gobierno de que Rawson era Ministro y presentada en aquel
debate como prueba de las violaciones de la Constitución por Sarmiento. Dicha
nota, que no pasa de una información á su gobierno, la hemos publicado en eY
tomo XXXIII, pág. 31. ( N. del E. )
MEMORIAS 169
refregándoselo por los hocicos, como ha de ignorar siem-
pre que su discurso fué simplemente un atentado parla-
mentario sin ejemplo sino en la Convención francesa,
cuando se mandaban unos á otros á la guillotina.
Se fué, pues, á Europa, sin venia ni permiso del Senado,
enviándole solo una nota insolente. Sarmiento nada pidió
contra ese desacato y queriéndosele incorporar á la Comi-
sión que debía informar, se excusó alegando los ataques
de que había sido victima. Un amigo suyo y partidario,
halló solución, entre la dignidad del Senado vejada y
el insolente tránsfuga. Se pidió sobre tablas que se archi-
vase sin resolución la nota y asi se hizo y ahí está ad per-
petuara rei memorian.
Su último acto público ha sido repetir textualmente las
palabras de la reina María de Escocia á su servidumbre.
— «Nunca hubo mujer mas amada que yo.» — El doctor dija
á sus discípulos lo mismo, sin mas diferencia que aquella
los decía al regalar sus joyas para subir al cadalso, y este
para recibir una pensión como médico, terreno en que no
he entrado ni aun para curarme de mi falta de dolencias,
pero si fuese tan acertado con sus enfermos como lo fué
conmigo, administrándome aquel brebaje con estricnina
de su única arenga famosa y su canto del cisne, toda
enfermo está seguro en sus manos, sino hace algún des-
arreglo como yo cuatro é seis años después, y cuando los
años aconsejan la prudencia, como aquel imberbe aconse-
jaba para desarraigar tiranos.
Apliquemos las grandes faces histói'icas á las pequeñas
cosas nuestras.
Uno se siente ser algo por comparación y solo así se
puede vivir en este mundo estrecho, en este país secunda-
rio, en este cuerpo caduco.
Cuando murió Alejandro, sus generales se repartieron el
imperio del mundo asiático, que tan vasto era, que podía
satisfacer una ambición honrada como la de Parmenion,
quien como dijera: «si yo fuera Alejandro, haría tal cosa.»
— «eso haría yo, le contestaba el héroe macedonio, si fuera
Parmenion.»
Después de caído el Darlo argentino, Rosas, y sin haber
muerto el Alejandro, (perdone el lector la excesiva modes-
tia), de la lucha contra la tiranía, se repartieron, Alberdi
170 OBRAS nR SARMIENTO
y mas tarde otros, las provincias del imperio, cual Tolomeo
se apoderó del rico Egipto y cual Seleuco de otras provin-
cias. Pero ha llegado el momento de ajustar cuentas, y
nos vienen trayendo uno en pos de otro estos reos de
lesa-historia, que se revisten como el grajo de lo ageno, y
ni siquiera saben aprovechar el despojo, pues que, con
plumas ó sin ellas, andan ya viejos, dándose tumbos en
busca como Paturot de una posición social,
Don Tadeo Rojo (*) saca á luz al doctor Raw^son que se
<íesahogó tres mortales días en el Senado, para acabar de
demoler los últimos restos de lo que quedaba de buen
nombre á un su compatriota, lo que fué contestado sin
revancha y hasta donde alcanza el derecho de propia de-
fensa y las reglas parlamentarias.
Ahora, no se contentan con deprimir á otros, sino que
van hasta sustituirlos y borrarlos de la pizarra. ¡Alto ahí!
El articulista nos muestra que si el doctor Rawson tiene
ojos, es para contemplar la República Argentina y si los
cuida de que no se enceguezcan, es por puro amor á la
patria. El exordio hecho á una carta, es una pieza digna
del maestro de Alejandro el Grande, conquistador del
Oriente.
«El Dr. D. Guillermo Rawson es uoa de nuestras glorias, como Inteligencia su-
perior, como liombre de ciencia y como político de la escuela de la libertad, real-
zada por una conciencia austera y un carácter elevado que antepone el interés
público al ínteres prirado.
« El ha retardado lo mas posible esta operación, á fln de gastar en el estudio de
la ciencia, las últimas vibraciones de la luz que iluminan su retina para guardar
sus resplandores en el fondo de su alma, en previsión de que pudiere perder la
vista para siempre.»
Todo esto se traduce al castellano, diciendo que espere
que maduren las cataratas, para hacerlas abatir, según
lo exigen los médicos.
¡Qué gana de bordar idilios en la tela mas prosaica,
como aquellos paisanos de quienes se dice que, tal es su
amor al juego, que echaran una primera sobre la rodaja
de una espuela nazarena !
(i) La Nación publicó la laudatoria á que alude el autor, firmada por Don Tadeo
Rojo, el mismo que firma el documento trascrito de la Legislatura de San Juan,
declarando traidor á Urquiza. (A', del E.)
MEMORIAS 171
Tendrá todas las dotes que deseen darle sus amigos al
doctor Rawson, excepto la de respetar las de otros, como
en aquel volumen que esp)ectó durante tres días en el
Senado y que constituye el crimen mas grande y el abuso
mas escandaloso que en un Congreso se haya hecho de
la palabra, sustituyendo un hombre, un concolega, argu-
mento y discusión ad-homiuem como tuvo la impavidez de
decirlo, en lugar del artículo en debate.
Escriben y envían á La Ndcton una novela sobre la con-
ducta del doctor Rawson en la Legislatura de San Juan,
cuando se pedía la suma del poder público para Rosas.
De que fuera muy excelente y valerosa, el lector habrá
podido juzgarlo en lo que hemos escrito de la historia de
aquellos tiempos con los documentos.
x\ hora se trata de consagrar el doctor Rawson como el
Gran Sacerdote de la libertad. . . Oh! Sacerdos magnus! (i)
REPRESIÓN MILITAR Y REPRESALIAS DE GUERRA í^)
Acababa de sahr el país, por la caída y expulsión de un
tirano, de un periodo de veinte y cinco años de estado de
guerra, caracterizado por su síntesis: ¡mueran los salvajes
unitarios!
Los que tal nombre llevaban, eran pues, el enemigo pú-
blico, lo que no daba, y por el contrario quitaba el motivo
de la guerra á muerte, tratando á los prisioneros como si
fueran simples amotinados regidos por las ordenanzas mi-
litares y no por el derecho de gente; pues el propósito
como la duración y persistencia de la resistencia, pone la
guerra civil bajo las mismas leyes que la guerra al extran-
(1) No era del todo injustificada la previsión del autor, al comparar humorís-
ticamente al desmembramiento de las conquistas de Alejandro, el trabajo en que
suelen empeñarse los fabricantes de grandes hombres, desvistiendo á un santo
para engalanar á ctro. A la muerte del Dr. Rawson, un panegirista en la prensa
le hacia á Rawson todo el honor de la creación del Parque de Palermo y un Dr.
Larrain hablaba en su tumba, atribuyéndole la célebre divisa durante la confe-
deración, de «porteño en las provincias, y provinciano en Buenos Aires». (N. del E.)
(2) Aunque no parezca pertenecer este capítulo al orden cronológico en que
se halla, lo hemos adoptado por tratarse principalmente del Dr. Rawson y refe-
rirse á lo anterior. (N. del E.)
172 OBKAS liK ^iAKMlUMTO
jero, siempre que aquella sea sostenida por gobiernos regu-
lares de quien emanen las comisiones dadas á sus generales
y tropas para usar las armas. Este carácter tuvo la guerra
de la Independencia.
Rosas tuvo que habérselas siempre con gobiernos revo-
lucionarios, pero regulares, tales como los que procedían
de Corrientes y Entre Ríos, de la Liga del Norte, de la plaza
de Montevideo, etc., ni mas ni menos que la Confederación
de los Estados del Sur en Norte América, contra el Go-
bierno federal y Constitución de los Estados Unidos.
No podía Rosas sin crimen hacer la guerra á muerte á
sus adversarios de veinte años, en que él se prolongó en
el poder, para justificar con eso solo que sus adversarios
tenían razón, pues es contrario á los principios republica-
nos y sin ejemplo en la historia, salvo en Venecia y en
el Papado, la prolongación ilimitada en el ejercicio del
poder.
La opinión vulgar, reaccionando contra aquel abuso, y
aun volviendo á las ideas revolucionarias que provocaron la
tiranía misma, tendía al ejercicio de un sistema leniente,
desaprobaba todo acto de severidad, aun á costa de la segu-
ridad pública, y á riesgo de las vidas de los jefes, no obs-
tante que por cuerda reservada, como se diría legalmente,
pero en realidad por ejecuciones clandestinas á pretexto
de resistencia, los jefes militares hacían desaparecer los
cabecillas de montoneras ó salteadores que caían en sus
manos.
Al terminar la guerra de secesión, el Presidente Lincoln
consultó al Dr. Liebig, sobre cual era la posición de las
guerrillas armadas y campeando por sus respetos en las
guerras, al arrimo ó contra los ejércitos regulares; y aquel
asesor dictaminó que estaban fuera de la ley de la guerra,,
en las condiciones de los piratas, por no tener una comisión
para usar armas de guerra. Lincoln mandó á los Coman-
dantes de avanzadas pasar por las armas, quince días des-
pués del decreto, á los que se encontrasen én armas contra
el Gobierno de los Estados Unidos, después de tomada
Richmond, capital de la Confederación, prófugo el titulado-
Presidente, y rendidos los ejércitos regulares.
Pero cuando todos los hombres públicos se habían edu-
cado en la resistencia y en la guerra civil, unieron la idea
MEMORIAS 173
'de tiranía y guerra de exterminio hecha á su nombre, como
ideas congénitas, no teniendo ni el derecho el gobierno á
reprimir militarmente con el objeto de que el enemigo se
mantenga, por su apremio y terror, en los límites que el
cruel uso de la guerra, aun la civil, impone el derecho de
•gentes.
Lincoln decretó por represalia la ejecución de dos jefes,
oficiales ó soldados, por cada uno que fuese ejecutado por
los insurrectos del Sur, aunque felizmente no tuvo aplica-
ción; y la Alemania, en 1870-71, con la aprobación de la
Europa y reconocimiento del Gobierno de la Defensa, pro-
hibió por ejecuciones 7'^peí«í?as, la introducción de guerrillas
españolas ó nuestras, con el nombre de franco-tiradores.
De las vidas se pasaba á la propiedad. Ocurriendo la
formal insurrección de un General de Milicias en Entre
Ríos, después de asesinar traidora y alevemente al Gobier-
no de la Provincia, el Gobierno Nacional envió tropas para
«vitar que se apoderase del país el homicida, ya que se
había hecho nombrar Gobernador sobre el insepulto cada-
ver de su víctima. Una dificultad técnica embarazó las
operacianes militares desde el principio, prolongó indefi-
nidamente la guerra, y costó millones de fuertes al Tesoro.
Los Jefes del ejército, apenas desembarcados, de regreso
del Paraguay, entendían que no podían proveerse de caba-
llos entrerrianos sin previa expropiación y pago de su
valor. Recibiendo el General Conesa, orden dsl Ministerio
de la Guerra de proveérselos por recogidas, como era la
costumbre del Entre Ríos mismo, contestó que no haría tal,
por nadie ni por nada^ frase con que creía manifestar que
defendía los derechos del pueblo. De ahí resultó, y eso
duró tres años, que el insurrecto Jordán disponía de cien
mil caballos, que poseía aquella Provincia, sin que á nadie
le ocurriese resistirlo; y el ejército nacional tenía que im-
portarlos á precio de oro, transportarlos en escuadras, y
pagarlos á diez y ocho fuertes cada uno. Tanto cuestan los
errores populares y sobre todo la falta de instrucción y
conocimiento de las leyes de la guerra, de parte de los Jefes
que mandan ejércitos.
El General Sherman, al tomar posesión de Atlanta, de-
claró por una proclama, que los carros, barracas, caballos
muías, y cuanto le era necesario para hacer la guerra al
174 OBKAS DU 8AKM1BNT0
Gobierno de la Confederación del Sur, estaban por derecho
de represalias, confiscados en servicio del gobierno, pues
no podía dejar al enemigo ventaja alguna que lo pusiese,
por poseerla exclusivamente, en mejores condiciones que
el ejército nacional.
Merced á aquellas doctrinas que todos profesaban, fué
preciso acudir al Brasil, á Buenos Aires y Santa Fe á pro-
veerse por empresarios de caballadas, resultando que al
concluir la guerra, el país sometido se quedaba con las
caballadas importadas, sin hacerse pagar de Jordán las
que él empleaba sin restricción.
Fué el Presidente interpelado en el Congreso por una
combinación de conspiradores (motin Segovia), sobre la
manera de proveerse de caballos, para probarle que los
tomaba sin pagarlos. Al fin las prácticas correctas preva-
lecieron y la batalla de «Don Gonzalo» se dio con diez
mil caballos mal habidos, por el Ministro de la Guerra Gene-
ral Gainza, establecido en el Paraná al efecto.
En cuanto á represalias sobre la vida, el proceso judicial
seguido á Jordán, ha dejado comprobados mas de ciento
cincuenta ejecuciones á cuchillo, á lanza, á fusil, ordenadas
por aquel Restaurador, aveces al lado de su tienda de cam-
paña. More majorum, quería establecer simplemente el de-
recho de guerra federal, como lo practicaba Rosas, habiendo
intimado al Gobierno Nacional que pasaría por las armas
á los soldados extranjeros.
Aquellas ideas ó preocupaciones encontraron un órgano
digno de su causa en un médico, que en materias de
derecho de guerra y de ordenanzas, era de presumir no
fuese muy versado; pero lo era, en dar forma á todas
esas nociones que el vulgo acepta y forma como un credo
ó confesión, que no es la aceptada por la Iglesia.
Concluido en la Verde y en Santa Rosa el motin militar
de 1874, Se introdujo en la Cámara un proyecto de amnistía
sancionado sin correcciones; en el Senado la Comisión
propuso enmiendas que fueron desechadas por la mayoría,
entrando en discusión el de la Cámara. Toda alusión á
las enmiendas estaba vedada por las reglas parlamentarias,
pues el primer artículo del proyecto en discusión en parti-
cular, no daba lugar á ello.
Toma la palabra el doctor don Guillerno Rawson, médico
MKMOhlAS 175
de profesión, porque esto importa mucho en q1 debate sobre
leyes de la guerra, y ex-Ministro del General vencido en
la Verde, y simpatizador del movimiento subversivo de
sus amigos. Toma la palabra para atacar ad hominem, estas
fueron sus palabras, enderezando contra el miembro de
la Comisión que había propuesto las enmiendas ya des-
echadas.
Era el caso, que no hallándose bien en el Senado, por
no imperar sus partidarios, no había, desde la apertura del
Congreso hasta entonces, asistido á sus sesiones; pero
tratándose de las enmiendas propuestas, dijo al Ingeniero
Moneta que iba á concurrir esta vez á la Cámara, «para
hacer oír á Sarmiento lo que no había oído en su vida»>
y en efecto, no obstante haber oído muchas cosas en su
vida, oyó esta vez durante tres días consecutivos, lo que
no ha oído Congreso ni Asamblea alguna en la tierra,
si no es en los días en que la Convención mandaba á la
guillotina á la minoría. Hasta las precauciones reglamen-
tarias para el uso de la palabra, concurren á estorbar que
el orador se encare y dirija contra un Diputado adversario,
ad hominem, porque adversarios son los diversos partidos
y sus leaders. Aun en los Congresos de las sachems se hace
circular la pipa (sacra) de boca en boca, para establecer
la hermandad que debe reinar en el debate que van á
abrir los oradores de la tribu. Los reglamentos prohiben
nombrar las personas por sus nombres, á fin de atenuar
la personalidad del cargo; dirigir la palabra al Presidente;
no interrumpir al orador, ni salir de la cuestión que era
entonces el art. 1° del proyecto de la Cámara; no repro-
ducir por reproche la opinión anterior de un Diputado, etc.
Esta vez todo era inaplicable ad hominem^ porque solo se
trataba del proyecto original. La victima de tan insólita
como injustiíicada violación de toda regla del debate, lo
hizo asi presente; pero la Cámara y el Presidente, por
pasión los unos, por curiosidad los otros y por malas
prácticas parlamentarias muchos, sostuvieron al orador,
quien continuó desenvolviendo su tesis, que era simple-
mente una vivisección practicada en el anfiteatro, en forma
de acusación: 1°, contra la política y actos criminales de
un Presidente durante seis años de gobierno, acusación
que solo puede hacer la Cámara con dos tercios de votos;
176 OBRAS DE SARMIENTO
2°, acusación contra el Comandante General de armas en
la manera de hacer la guerra; 3'^, acusación contra un
ministro plenipotenciario, por un consejo, «inconstitucional»
que deba á su gobierno fuera de sus funciones oficiales;
4°, acusación- contra el Gobernador de la Provincia de San
Juan, por sus actos de gobierno; 5°, por fin, acusación
contra el literato historiador de la campaña del Ejército
Grande, por haber caracterizado un acto de simple irregu-
laridad, siendo un homicidio ó un asesinato.
Todo esto y mas contenía aquella famosa oración pro-
nunciada con afluencia durante tres días consecutivos, en
medio del silencio universal, y con la aprobación ruidosa
de una numerosa barra. Si alguna vez se publica en tomo
separado este discurso, formará el único libro que haya
dejado á la posteridad el doctor Rawson, como prueba da
que fué Ministro, Senador, y hombre de Estado, á mas
de médico.
Al cuarto día fué necesario desvanecer aquel cúmulo de
imputaciones que probaban demasiado, puesto que abra-
zaban por lo menos cien actos criminales de persona que
justificaba el mayor de todos los cargos ante hábitos y
preocupaciones, que es el saber por lo menos io que hace
y dice.
Probólo, tomando aquel ovillo por la cabeza del hilo,
que es de lo único que me ocuparé por corresponder al
asunto de este capitulo.
Para probar que, pidiendo la Comisión del Senado en
las enmiendas desechadas y que no estaban por tanto en
discusión, amnistiar también á los empleados del Gobierno
Nacional que hubiesen cometido actos irregulares, citó el
médico la misma frase en (a Campaña del Ejército Grande y»^
aplicada á la ejecución del Coronel Santa Coloma, después
de la batalla de Caseros, ordenada por el General Urquiza
vencedor. De donde deducía la consecuencia lógica, de
que, si solo llamaba acto irregular á una muerte ó asesinato
en una historia, debía entenderse que por actos irregulares
de los funcionarios del gobierno, debía sobreentenderse
también asesinatos, ¿en el proyecto de la Comisión del
Senado? No; de Sarmiento, por ser considerado presunto
redactor del proyecto, suprimiendo como elementos pasivos
á los otros miembros, para mejor hacer ad hommeni el argu-
MEMORIAS
177
Tnento; porque todo esto entra en la dialéctica de estos
orgullosos razonadores poco familiarizados con el lenguaje
técnico.
La moral de aquella homilía inquisitorial, era indicar
que acaso el motín del General Rivas tuvo por objeto
protestar contra aquellos atentados del Presidente Sar-
miento. Pero se leyó en pleno Senado la carta autógrafa
de Rivas, deplorando haber sido arrastrado á hacer su
pronunciamiento, durante aquella presidencia, pues nada
tenía que objetar contra ella, con lo que quedaba inútil
aquella torre de Babel inventada para salvar á sus amigos
■de la reprobación, (i)
Como todos los demás cargos eran ejusdem fnrince, excepto
la muerte del Chacho, que la réplica probó con instruc-
ciones y documentos en la mano, que había sido autorizada
por el Presidente, de que era Ministro Rawson, y ejecuta-
da por jefes del ejército que no estaban á órdenes del Go-
bernador de San Jaan, me limitaré al cargo de irregularidad
en que el acusado sostuvo la propiedad de la frase usada
en ambos casos.
(1) He aquí el texto de la carta citada:
Octubre 3 de 1874.
Señor Gobernador de Buenos Aires.
Contesto á su apreciada del 28 del pasado. Con el hecho que me dice ha consu-
mado Arredondo con Ivanowski, ningún género de participación me afecta, lejos
de eso lo lamento porque fué un compañero mío. El movimiento revolucionario
que se ha operado nunca tuvo la detestable tendencia, de derrocar el Gobierno de
Sarmiento, por cuanto es este un Gobierno legal, al cual he acatado en todo su
periodo; pero fatalmente ese movimiento ha tenido que anticiparse, por incidente
que Vd. conoce; pero su objeto y su fin será contra el gobierno de hecho de
Avellaneda impuesto por la violencia y el fraude. Este movimiento es, estimado
Doctor, el fruto de la aceptación de los Diputados al Congreso; esa aceptación
que no podrá menos que condenarla por el modo inicuo con que fué hecha. En
el paso que doy estoy tranquilo....
Solo un punto me queda que lamentar, él es. que el movimiento se haya pro-
Jucido antes de bajar el Presidente Sarmiento, por quien tengo particular aprecio,
i Pero que hacer? Los sucesos nos han llevado á esa extremidad y estoy dispuesto
a caer con mis compañeros. Mitre, Borges, Arredondo y tantos otros. Crea Vd.
que lamento esto, pero marcharemos adelante.
I. ElVAS.
Tomo xux.— 12
178 OBKAS DE SARMIENTO
En el caso de Santa Coloma, el General Urquiza había
hecho uso de un derecho de la guerra, y era la represalia.
La que Rosas había hecho á sus opositores durante veinte
años, había sido á muerte^ sin abatir su rigor en ningún
tiempo, ni aun con emisarios ó parlamentarios.
En el sitio de Montevideo había continuado el mismo
sistema, con lo que por represalia, los que lo combatían
podían y debían usar del mismo sistema, so pena de dejar
de un lado todos los terrores de la violencia y del otro
todos los pavores de caer bajo la cuchilla del degollador,
ya que hubiese salvado de las balas ó el sable en el com-
bate. Cité al efecto el caso en que el General Paz en
Montevideo hizo ejecutar por represalias á un soldado de
Rosas, tomando para ello un herido, que se le creía de
muerte, á fin de atenuar el rigor de la ley. Cité el casa
del General Washington que resistió á todas las súplicas
porque atenuase la ley militar que condena á morir ahor-
cado al espía, aplicándola al Mayor Andre, hombre dis-
tinguidísimo, á quien ejecutó en esa forma, por ser
tales terrores medio de preservación de los ejércitos.
Lo mas notable era, que el presunto simpatizador con
el asesinato, el que lo había llamado simplemente irregu-
lar^ se separó del perpetrador, volviéndose al destierro
antes que participar de su política Y el Senador puri-
tano que hoy execraba tal crimen, después de vivir en
santa paz con Benavides, después de haber votado las ex-
traordinarias para Rosas, había venido al Congreso del
Paraná y sido electo Vice Presidente, tan del agrado era
de la mayoría que apoyaba la política de Urquiza. Bueno
habría sido recordárselo en el debate; pero era exclusivo
derecho del antagonista Rawson el hacer discursos ad homi-
nem, que en lengua de retórica pueden llamarse diatribas.
y en el Parlamento están prohibidas, pues á mas de irre-
gulares, son un peligro de la paz. Ya han ocurrido ho-
micidios en las Cámaras de los Estados Unidos por haber
tales desmanes.
No sería de asegurar que la mayoría del Senado aceptó
estas sutilezas que distinguen el homicidio del asesinato,
de la represalia, siendo esto un derecho y la pena del tallón
en la guerra.
Pocos días después, uno que se decía hijo político del
MEMORIAS 179
General Paz, dirigió una carta al General Sarmiento, con-
siderándose agraviado, por la vía política, de que hubiese
en el Senado asegurado calumniosamente que el General
Paz hubiese ordenado tal ejecución, á lo que se contestó
que su carta se remitía original a! Presidente del Senado,
siendo este cuerpo el único tribunal, persona ó autoridad
ante quien respondería de aserciones hechas en el Senado.
Este hecho y los que sucedieron, mostraron el estado de
la opinión entonces, la ignorancia general sobre los usos
de la guerra, y de como el Senador Rawson, era la fiel
expresión de todas aquellas ignorancias.
El susodicho hijo político, no obteniendo la retractación
que solicitaba de un Senador, como lo solicitó el hijo de
Saá después á otro Senador, levantó una información su-
maria, por medio de cartas, para que oficiales que habían
estado en el sitio de Montevideo, declarasen al tenor de
las preguntas, si habían oído decir que el General Paz
hubiese mandado ejecutar á un prisionero de guerra, del
ejército sitiador, por causa de represalia. Y como medida
de la moralidad política de los partidos, ó de la preocu-
pación que les hacía tomar por cargo contra el General
Paz, el haber usado de la represalia en guerra á muerte
del enemigo, habiendo un día la descubierto encontrádose
con treinta cabezas de franceses alineadas en la calle,
])ara obstruirles el paso; — todos, alféreces, capitanes, mayo-
res, políticos, etc., todos á una fueron declarando, siendo
varios ya generales, que jamás llegó á sus oídos tal historia
de fusilado.
Depuso un Coronel ético, depuso un General, y otro,
y otro, y cien testigos fidedignos; y nadie había oído de
tal ejecución, por represalia, ú oído poco, así rumores,
etc., etc.
Estaba, pues probada la calumnia; pero como tiene este
calumniador — óiganlo Oroño y Quintana — la vida de los
gatos, era preciso darle el golpe de gracia con el miséri-
corde del historiador. Habla éste; refiere el hecho: — «el
sol brillaba, dijo, en todo su esplendor; las avecillas can-
taban— (no había aves en Montevideo en diez leguas á la
redonda, con el cañoneo y el hambre del sitio) — Hubo,
es verdad, un indignation meeting provocado por las atroci-
dades de Rosas y el «pueblo» en asamblea decretó en teoría
180 OBRA.S DE SARMIENTO
la represalia. Pero el caso citado en el Senado ocurrió
en la vanguardia y el General Paz no tuvo parte en su
ejecución!» Magister dixit y San se acaból
Vínole al calumniador el recuerdo de un godo, Calero,
que calentaba un horno con fagina verde, que no hacia
llama, sino humo. Cansado de luchar y sacado de goz-
nes, se quitó el sombrero, y poniéndolo ante sí, boca arri-
ba, dijo: — «Entre aquí la virgen Purísima, entre San Pedro
y San Pablo, entre toda la Corte Celestial, entre Jesu-
cristo en persona. . .ya están todos, dijo removiéndolos. . .
pues al horno todos ellos, con sombrero y todo!
No dice la historia si con aquel refuerzo se incendiase
la fagina. Pero el Senador calumniador de Paz, amigo
suyo, y no de ninguno de sus acusadores, que no eran
cosa entonces; cuando ya hubieron caído en el sombrero
todos los deponentes en contrario, publicó la orden de
ejecución del reo, dada por el General Paz, y ejecutada
por el oficial del piquete, que estaba en Buenos Aires,
y era el honorable General don José M. Bustillo.
El silencio se hizo de ambos lados, sin que se sepa si el
hijo político se ha persuadido hasta ahora que su padre
era como Washington, como Lincoln, como Bolívar, capaz
de aplicar las leyes de la guerra á los casos prescriptos ó
admitidos por el derecho de gentes.
Necesito ahora remontar á tiempos mas remotos todavía
que las declaraciones de Liebig, Calvo, Lincoln y la Ale-
mania en 1870, por no ocurridos todavía sobre represalia,
para conjeturar que el General Paz obraba con concien-
cia de lo que hacía en el caso aludido.
De paso para Europa en 1847 en Montevideo, al despe-
dirme después de larga conversación con don Valentín
Alsina, entonces redactor del Comercio del Plata, de parado
y ya en la puerta de calle, me comunicó que el doctor...
había presentado al venir de Bolivia, al General
Paz, una memoria sobre el derecho de represalia, conju-
rando al General á ponerla en ejercicio, para contener la
atrocidad de la guerra que Rosas hacia y la matanza de
patriotas y de militares de la Independencia, pues tales
rataliacíones tenían por objeto defender las vidas de sus
propios soldados y evitar que el temor de una muerte cierta
los amilanase.
MKMORIAS 181
A medida que el doctor Alsina se extendía y deleitaba
en seguir la argumentación de la Memoria, sentía el que
le escuchaba venirle también el recuerdo de haber tenido
esas mismas ideas, expresádolas en una Memoria dirigida
al General Paz y enviada desde Chile, por conducto del
mismo doctor
Muy maravillado quedó el narrador cuando supo aque-
lla circunstancia, asombrado de aquella sustitución de
nombres, pero tan de acuerdo con las observaciones he-
chas, que declaró la Memoria un trabajo perfecto.
El General Gainza que fué ayudante del General Paz en
Entre Ríos, ha asegurado muchos años después, haberle
dicho el General Garzón á quien hizo prisionero en la bata-
lla de que el General Paz había pasado una nota
á Rosas, conminándolo á regularizar la guerra, so pena
de declarar la represalia, grado por grado, según las leyes
lo permitían. Es probable que Rosas se guardase muy
bien de darle publicidad, por lo concluyente de los cargos
y lo claro del derecho, y que el General Paz no lo hiciese
sin recibir contestación, pues que publicar de su parte la
declaración, era poner en práctica la represalia.
Que alguna malicia debió haber de parte del doctor aquel
en la sustitución de nombre, lo deduzco de que habiéndo-
nos encontrado después en Buenos Aires y residido durante
su vida, pues ya murió en esta ciudad, empleados del
mismo gobierno, nunca me saludó ni en la calle, afectando
no haberme conocido. Tenia en medio de su seriedad sus
puntos de taimado y de gracejo. Suya es la frase caracte-
rizando al Departamento Topográfico, en un escrito en
que obraba como Asesor de gobierno: «este Departamento
que tiene tanto de Topo y tan poco de gráfico. . .»
Lo ocurrido conmigo es tan curioso, que merece la pena
referirlo.
Un día se me anunció que un señor doctor deseaba
tener una conferencia conmigo, aguardándome en el Hotel
Ingles, donde estaba hospedado. Yo era por entonces el
encargado de entretener las relaciones con los emigrados
de toda América, y á mi se dirigía el embajador, porque por
tal se daba.
Preguntando quien era, al mismo emisario portador de
la credencial, dijo que era un personaje misterioso, que se
183 OBRAS Olí SARMIENTO
tenía á puerta entornada, apenas dejando entrar una ráfa-
ga de luz. Apresúreme á descifrar el enigma y me encon-
tré con un hombre entrado en edad, muy ceremonioso,
hablando en voz baja y prodigando saludos. Padecía de
no se qué filtración eterna en una oreja que le hacía
estarla refrescando con agua fría. Echando una mirada
furtiva sobre la mesa, vi un gran libro abierto manuscrito
de excelente letra, que debí creer una obra que estaba
escribiendo.
Informóme del asunto de su comisión. Venía en nom-
bre de los emigrados en Bolivia y los había proeminentes,
á pedir órdenes á los emigrados en Chile, pues debiendo
ir por Santa Cruz de la Sierra, vía Gran Chaco, á Corrientes»
llevando notas del General Rojo, convenía aprovechar la
ocasión de ponerse los que estaban en Chile en contacto
y comunicación con el General Paz, y siendo yo el mas
conspicuo de estos, sería de desear que yo indicase al Gene-
ral lo que juzgase oportuno para la prosecusion de la
guerra.
Requirió la mayor reserva y continuó hablando en voz
baja, como si estuviésemos conspirando contra el gobierno
de Chile. Era preciso regresar á la brevedad posible, pro-
veímoslo de fondos, Frías, yo y algunos otros, y yo puse
mano á una Memoria sobre Represalia, que debía conducir
el portador, á fin de que no quedase estéril su ocurrencia
de venir á Chile.
Esta es la Memoria de que me habló con tanto enco-
mio D. Valentín Alsina que la había leído, supongo que
comunicada* por el General Paz, y atribuida al portador.
Con este antecedente, comprenderase con cuanta pro-
piedad había usado en «Campaña del Ejercite Grande», el
epíteto de irregular aplicado á la ejecución del Coronel
Santa Coloma, irregular solo por las prácticas conocidas
del degüello, en lugar de la muerte del soldado á bala.
Había ademas la circunstancia de ser la elección de la
víctima espiatoria, hecha por recomendación al General en
presencia de muchos Jefes, yo presente, del Dr. Seguí, ea
desagravio de una sedición.
Tan convencidos estaban los oficiales y jefes de Rosas de
que serían degollados á su vez, como ellos lo practicaban,
que en el campo de batalla, sesenta ó mas oficiales pri-
MEMORIAS 183
sioneros, viendo á un Jefe de uniforme á la europea, me
dirigían súplicas con lágjjimas en los ojos, pidiéndome los
salvase de la muerte á que se creían destinados.
EN EL LITIS PENDENCIA
(La Tribuna, 30 de Julio de i873.)
Sobre hechos históricos, seguido por el mozo Rebollo, en represen-
tación de los hi^rederos de la testamentaria del General D. José
María Paz, contra el Senador D. F. Sarmiento en el desempeño de
sus funciones.
Vistos y considerando:
1° que el mozo Rabollo actor en esta causa, ha alegado
no haber tenido conocimiento del hecho de haber sido eje-
cutado en represalia, un teniente tomado prisionero y ha-
llándose herido en ei sitio de Montevideo, por los años mil
ochocientos cuarenta y uno ó cuarenta y dos, y no contando
en autos la edad del querellante; pero siendo público y
notorio que el General Paz se casó en su prisión de Lujan
no antes de 1832, resulta que la esposa de dicho querellan-
te Rebollo, no debía tener diez años cuando tales hechos
históricos sucedieron, y no ser esa vía la mejor para adqui-
rir nociones históricas, aunque en francés se llama vulgar-
mente des histoires,
2° que si bien el testigo capitán Francisco Pico citado
por el querellante, citado á fojas... dice que jamas ha
visto ni oido decir el caso del fusilamiento que ha citado
el señor Senador Sarmiento, añadiendo que no hallándosa
el dicho Sarmiento en el sitio de Montevideo, ha sido en-
gañado miserablemente, este aserto es contradicho por dos
testigos hábiles que no solo conocen el hecho, sino que
dan el nombre del fusilado Teni-^nte García, á saber el tes-
tigo Vedia, alférez durante el sitio de Montevideo que ase-
gura: aqne habiendo caído prisionero en el Cerro un teniente que
se cree de apellido García el que fué ejectitado.yty á fojas vuelta,
«que su roh (el del General Paz,) ase limitó al de. un General que
da cumplimiento á una ley del Gobierno, á cuyas órdenes sirve,» y
el testigo Escola, soldado de la Legión Argentina que de-
clara que «cayó prisionero en el centro de nuestra linca, un te-
mente García, el que fué conducido de ese lugar, en una camilla al
184 ObUAS UIG iJAKMlKNTÜ
hospital de sangre etc.» Testimonios contestes ambos, que
muestran que hubo un prisionero herido, una camilla y
una ejecución, que son el cuerpo del delito imputado á
dicho Senador, con lo que queda demostrado que el testigo
capitán Pico ha perdido miserablemente la memoria, corro-
borando por el contrario el aserto de dicho Senador, la
declaración del testigo alférez Vedia, que dice á fojas...
«que esto fué la única aplicación de dicha ley por el gobierno oriental
en todo el memorable y largo sitio,» circunstancia que no con-
tradice en lo principal el hecho; —
3° que los testigos Vedia y Escola atribuyen la ejecución
del Teniente Garcia «a una ley declarando traidores, no está
seguro el último si á los orientales ó á los oficiales de linea de
aquella nación»^ ley que no se cita como era del caso, pues
corre impresa, y el primero asegura que «.jamas el General
ejecutó prisioneros por causas políticas» ; y constando de la his-
toria que el Geiieral Oribe había sido depuesto de la
presidencia por una revolución, y reclamaba indebida coma
ineficazmente con las armas de un aliado, la sumisión
de los que reputaba rebeldes, de donde resulta que tanto
él, como los que defendían la plaza, se tildaban de traidores
y era aquella contienda, una contienda por causas políticas
entre orientales, teniendo de ambos lados por aliados argen-
tinos en guerra por cuestiones políticas, no es pertinente
la excepción; pues el acusado Senador no atribuyó el acto
para incriminarlo, ni por ser ejecutado en cuestiones poli-
ticas, sino en uso legítimo de la represalia de guerra, que
es permitida y autorizada por la ley de las naciones que
es la ley de la guerra; y que es humano y consultando
los fines de la civilización, contener el desafuero de un
enemigo bárbaro, á íin de que no perezcan millares dfr
beligerantes que hacen leal y regular guerra, y aplicar
por represalia al trasgresor su mismo sistema á fin de
contenerlo.
4° que de la misma declaración del testigo Escola, á
estar á su aserto que es singular, resultaría que él, mas
bien que el General Paz, ignoraba las leyes de la guerra,
pues le hace decir: «.que aun cuando continúen con el sistema
bárbaro de minas que han adoptado^ (los enemigos) los hemos d&
vencer^ etc., puesto que por las leyes de la guerra civili-
zada es licito poner minas para hacer volar muros 6
MEMORIAS J 85
fortalezas sitiadas, á fin de abrir brecha ó tomarlas; pero
que es prohibido por dichas leyes poner minas en casas
particulares ú otros sitios con el ánimo doloso de destruir
tropas enemigas que pasen sin estar prevenidas de tal
celada, pudiendo y debiendo pasar á filo de espada ai
enemigo desleal que tal trasgresion de las leyes licitas
de la guerra cometiere.
5° que siendo extraño y peregrino el caso de la aplica-
ción de una ley á un solo traidor, el Teniente García, sin
derogarla, lo que no se explica; mientras que siendo efecto
de la ley de las naciones sobre represalia de guerra; la
singularidad del caso se explicaría, pues á la prudencia
del General queda medir el uso y aplicación de su derecho
á las circunstancias del caso, ó á la conveniencia pública
que debe ser su norte.
6° que estaba el General Paz al mando de fuerza beli-
gerante en ciudad capital, residencia del Gobierno, y no
así cuando el General se hallase en campaña, en su terri-
torio ó en el ageno, pues entonces obra por sí, en defensa
y conservación de la vida de sus soldados y respecto á las
prácticas y usos de la guerra lícita,
70 Que en la declaración del Capitán Pico se habla de
unos principios de guerra regular que profesaba el General
Paz, y según el otro testigo Vedia, n cuánto repugnaba á sus^
principios, verse obligado á aplicar la pena de mnerte, en los casos
de la ordenanza militar», cuando un derecho no puede acep-
tarse, que hayan unos principios de la propiedad de nadie,
pues los principios pertenecen á la humanidad y son
el fundamento de las leyes, y ellas mandan y obligan so
pena de destitución á los generales cumplir estrictamente
las leyes militares, salvaguardia de la seguridad pública
y garantía de la subordinación, disciplina y honor de los
ejércitos; y si bien la historia hará honor al carácter
humano del General Paz, el derecho no será tan compla-
ciente si, de sustituir las bellas prendas de su alma, á las
duras prescripciones de la ley, resultase que murieron
degollados millares de nuestros prisioneros á manos de
un enemigo cruel y bárbaro, por no usar de su derecho
legitimo de probar á contener su sevicia con el licito uso
de la represalia de la guerra. Así el General Washington
resistió á toda infiuencia, á todos los ruegos, aun los dei
186 OBRAS 1)K SARMIENTO
mismo Mayor Andre, en hacerlo sufrir la pena de la horca,
como espia, por no quebrantar la ley de la guerra, fusi-
lándolo simplemente, que era lo que de rodillas se le pedía.
Así el General Moltke en la guerra contra la Francia, hizo
decir á su rey, horrorizado de ver demoler, descuartizar,
pulverizar, diez mil franceses con ocho ametralladoras
que arrojaban sobre ellos ocho chorros de balas y man-
daba suspender aquel fuego: id á decir á mi Rey y señor,
que si tiene caridad no declare ni haga la guerra; pero
una vez en guerra, mi deber es hacer que triunfen las
armas de Su Majestad y necesito destruir aquel obstáculo
humano para vencer; — y no cumplió la orden.
7° Que los dos testigos Vedia y Escola, sin negar el hecho
primordial de haber sido ejecutado el Teniente García,
insinúan, el uno a que fuBron llenadas las formalidades de estilo^
y el otro que, hallándose muy mejorado de las heridas Garda
concluyó la causa, y fué por las armas, por resolución del tribunal
que lo juzgó^), aseveraciones ambas impertinentes y fuera
del caso en el litigio, pues el acusado Senador, no ha
establecido nada en contrario, por no ser este el objeto
de su aserción, sino simplemente que se obró asi, ejecu-
tándolo, por la ley de represalia, y si el enemigo cortaba
cabezas de los soldados de la defensa, si practicaba con-
suetidinaria y confesadamente la guerra á muerte con
circunstancias de crueldad aterrantes como el degüello
que no está autorizado por la ley de las naciones, el sol-
dado enemigo tomado en acción de guerra, puede ser
ejecutado sur place, no por delito que él cometió y
pueda probársele, sino en espiacion de la infracción de
las leyes de la guerra perpetrada notoria y diariamente
por su general. Así ha sucedido muchas veces, que se
sacan de los depósitos de prisioneros, las víctimas espia-
torias de un delito cometido por el enemigo, con poste-
rioridad á la época en que cayeron prisioneros; y aun
puede el General para revindicar las leyes de la guerra
violadas, amenazar á su adversario con ejecutar dos por
cada uno de los suyos que haya muerto inútilmente.
8° Que no es cierto que siempre y en todo caso, al frente
del enemigo ó en el acto de estallar un motín, sea requi
sito esencial de la regularidad de una ejecución, el consejo
de guerra ú otra formalidad. El General Las Heras, reti*
MEMORIAS 187
rándose de Cancha Rayada, con cuatro mil soldados, pro-
hibió bajo pena de muerte hacer movimiento ninguno al
soldado que no fuese permitido en parada; y no obstante
no darles de comer suficientemente por no tener víveres,
mandó fusilar sin detener la marcha, á un soldado que
al pasar un arroyuelo cristalino, se agachó á alzar algunas
gotas de agua para humedecer los labios y á otro por
haber extendido la mano á coger un racimo de uvas
que tentó su hambre y otros dos por causas tan frivolas;
pero con cuyo rigor trajo intacta la columna y salvó á
Chile y acaso la América de la reconquista española. El
Comandante Gainza mató con sus propias manos un
sargento y tres soldados de su regimiento que se le
sublevó en marcha del Baradero á Buenos Aires y res-
tableció el orden y la disciplina. El General Mitre mandó
pasar por las armas sin ninguna formalidad á dos soldados
y un vecino, en su marcha de Pavón al Rosario, por haber
infringido una orden del día del campamento, no obstante
que el vecino era un patriota voluntario, tener casa, mujer,
seis hijos y mil vacas y mostraba los botones de onzas
de oro de su tirador, como prueba de ser persona hacendada
y notable en su pago. Con esta orden fueron ejecutando
sus Coroneles y Generales al interior en los casos que ocu-
rrían. El General Paunero ejecutó al Coronel Burgoa,del
ejército de Caseros, y á dos Comandantes de milicia de
Córdoba, prisioneros en la batalla de las Playas en que no
hubo resistencia; y sus jefes hicieron mas ejecuciones en
las poblaciones de campaña, como uno de los que servían
á sus órdenes ejecutó al Chacho con formas mas ó menos
usadas; pero sin formalidad; alguna, sin recaer vituperio
ni censura por esto sobre el General que fué después Mi-
nistro de la Guerra y Enviado Diplomático, por creer el
Gobierno que había obrado sin faltar á las leyes de la guerra
contra bandidos, como fué declarada aquella.
9° Que el demandante Rebollo ha pedido públicamente
cuenta á un Senador de sus dichos en el Senado, no de-
biendo un Diputado ó Senador responder ante nadie, sino
ante su propia Cámara, de sus opiniones, errores ó asertos
punto ya fallado en el caso de un tal Calvete que fué con-
denado por la justicia á pagar diez mil pesos, por igual
reclamo contra un Senador en causa propia que se le acu-
188 OBRAS DK SAKMIKNTO
saba de dilapidación, no pudiendo alegar ni esa escusa el
demandante Rebollo, por cuanto con el posterior casa-
miento con la heredera de una testamentaria, no adquiere
el derecho de rehacer la historia según sus simpatías y
cuando el dicho ó el hecho que acusa, no fué ejecutado,
ni expresado para vulnerar la memoria de un General
que era amigo intimo del acusado Sarmiento y no pre-
sentía cuando murió, que el demandante Rebollo hubiese
de pretender representar á personaje tan justiflcado y recto
para hacer servir á fines de partido lo que con el finado
tuviese relación.
10° Y puesto que el Poder Legislativo por una ley sin
antecedente en los fastos parlamentarios de todos los go-
biernos representativos, tuvo á bien por la ley de justicid
federal desnudarse en favor del Poder Judicial de los privi-
legios inherentes á su cuerpo, entre ellos el de defender y
castigar sin juicio previo y por solo la constancia del hecho
al que viole los privilegios acordados por la Constitución
á la palabra del legislador, por serle propio y en común el
privilegio; y en virtud del art. 3° del tít. YII, ítem. 2%
donde se estatuye que cometen desacato contra las auto-
ridades, «los que calumnian, insultan ó amenazan á un
« Senador ó Diputado por las opiniones manifestadas en
« la Cámara,»
— por todas las razones espresadas en los anteriores con-
siderandos, hemos venido en ordenar y fallar, como orde-
namos y fallamos:
— 1° Queda el acusado Senador, absuelto de la demanda
por haber crimen en intentarla y por haber probado nada
en contrario los testigos.
— 2° Absuélvese igualmente de todo cargo, al testigo ca-
pitán Pico, porque si bien parece prestar testimonio en
acción ilícita, se ha escusado prudentemente con la falta
de memoria para no comprometer su justificación.
— 3° Absuélvese igualmente al testigo Vedia, alférez en
el sitio de Montevideo por la aparente complicidad en el
delito de Rebollo, por su declaración estar conforme en lo
principal y pertinente con la opinión histórica del Senador.
— i° Y en cuanto al testigo Escola por haberse prestado
al propósito del demandante, no obstante lo embrollado de
su declaración, se le condena al mínimum de la pena de
MEMORIAS 189
-dos meses de prisión, ó cuarenta pesos fuertes á su elec-
ción.
5'^ Y en cuanto á Rebollo, autor principal del delito de
desacato, no pudiendo alegar ignorancia, aunque, sea esa
su escusa natural, puesto que consta de autos que el insul-
tado Senador, le apercibió por escrito, de su desafuero; se
le condena en costa por litigante temerario, injusto y tenaz
con mas la pena mayor de la ley citada, tít. Vil inciso 32,
^ue este Tribunal en atención á la penuria alegada en autos
de la testamentería que representa, la conmuta en conde-
narlo á leer, durante los dos años de la pena de prisión,
el tratado de Derecho de Gentes del señor Calvo, en que están
compilados los principios, prácticas y usos de la guerra
entre pueblos civilizados, la historia de la guerra de la Pe-
nínsula en que el General Wellington estableció con el
General Suchet francés, los principios que debían regir
contra las guerrillas ó los que hacen guerra irregular y el
tratamiento que debe aplicárseles por sus trasgresiones.
Ademas, los dos volúmenes de Cushing sobre teoría y
práctica de las Asambleas, Wilson, digesto; y Wheaton,
Paschal, y otros comentadores y expositores de las leyes
de la guerra y jurisdicción de los Generales; y en caso de
no cumplirlo, se le cobrará la suma de cuatrocientos pesos
fuertes en favor del agraviado Senador (art. 32), quien los
destinará á la fundación de una escuela gratuita para
diaristas y representantes de testamentarías, donde se les
«nseñe lo que aquellos libros contienen.
Y finalmente al Redactor de La Prensa, fautor, instigador,
publicador y cómplice de tan feo delito, con ánimo dañado
y procaz lenguaje, se le condena á no saber nunca nada
de las materias que escribe, á conservar mientras escriba
la misma saña y desvergüenza; y que si alguna vez quiere
aprender algo, siendo muy peligroso para la República el
saber de los malos, que los ojos se le anublen, y no vea pa-
labra, que lea al revés de lo que el autor dice, y no com-
prenda, y se obstine en el error y lo ratifique y lo proclame.
Por tanto ordeno al actuario notifique esta mi sentencia
á los interesados y para que el Poder Ejecutivo proceda á
io que haya lugar.
Dado en este Tribunal á 28 días del mes de Julio del año
del Señor 1875. (f.)— El Juez Posible Fuiuro!
IdO 014KAS UK SÁKMIKNTO
¡¡ERAN REPRESALIAS!!
(La Tribuna, Agosto H de 1875.)
Es dura é improba la tarea, pero no desesperada.
Veinte años duró la prédica contra las tiranías populares
semi-b:\rbaras. contra la institución argentina del caudiüajty
y al fin la palabra de Florencio Várela, de Yalentin Alsina
y de Sarmiento, entre otros, (exceptuándose á D. Bartolomé
Mitre que no alcanzó aquellos tiempos como publicista \
acabaron por conquistar la opinión, aun de las masas po-
pulares, y acabar con los Gobiernos bárbaros, violentos y
sanguinarios.
¿Costará tanto tiempo desautorizar el sistema de violar
todos los principios de derecho, todas las prescripciones
constitucionales, todas las reglas del Reglamento, para satis-
facer pasiones, 6 á los objetos de ambiciones caudilleras, so
color de amor á la libertad ó defensa de los principios?
Pues si tanto ha de costar, no han de faltar espíritus ani-
mosos que inicien las luchas contando con que cuando
hayan acabado su vida en trabajo tan glorioso, no ha de
faltar un nuevo campeón que, como Valentín Alsina, ponga
al frente de sus escritos: «Muerto asesinado D. Florencio
Várela, ocupa su lugar en la redacción de este diario D.
Valentín Alsina.^)
Ese Valentín Alsina que vi^ne, se llamó estos días un
juex posible futuro. Ese juez posible lo hemos de encontrar
luego en la juventud estudiosa qne está atesorando ciencia
para corregir el error de sus padres, y hacer entrar com-
pletamente la sociedad á que pertenecen, por sus leyes, sus
I>rácticas, en el gremio de los pueblos civilizados.
A las épocas de ignorancia, á la edad media que podemos
llamar entre nosotros la de Rosas en gobierno, sucede un
periodo de empirismo, en que cada uno funda teorías, inven-
ta principios, hasta que la ciencia fundada en las leyes de
la naturaleza, ó las de todas las otras sociedades regulares
penetran y corrigen el error local ó de circunstancias.
Vamos atravezando la época del emperismo, y no es ex-
traño que haya una escuela empírica en política, que da
sus fallos ex-cátedra y se irrita y se abandona á toda clase
MKMOKIAS 191
de excesos, si se le ponen por delante las leyes de todas
las naciones, ó los principios fundamentales en que reposa
todo orden social.
Esta escuela ha producido ya los mayores extragos, falsea-
do cuanto toca, á fin de hacerlo concurrir á sus designios.
Creará la palabra ^'o&ícrno ¿e liecfto, para hacer creer á los
ignorantes, que por serlo, es lícito violar las leyes y abjurar
el honor militar, volviendo las arenas que manda en simple
comisión de ese gobierno, contra su jefe. Sostendrá que
con uun infracción de hecho de una ley cualquiera, ó una ley
injusta dado por el Congreso, es un cagus belli^ por quedar
con ello suprimido el sufragio.
hlam'dvk jurisprudencia de sangre á la que seguiría la letra
y el espíritu de las ordenanzas militares, aun cuando se
trate (Je un motín de bandidos, con derramamiento de la
satigre de los que lo sofocaron.
Acusará irregularmente al Presidente por haber mandado
poner en libertad á una Legislatura, Asamblea ó Congreso,
presa por un Ejecutivo, y hallará que es pecado venial un
petit pécfiémiguon, áecratar la expulsión de una fuerza na-
cional, del territorio de una provincia, porque ejecuta una
orden del Presidente.
Si esta escuela aparece en el Congreso, sostendrá que tra-
tándose de amnistía se puede hablar tres días de un indi-
viduo particular con el ánimo confesado de matarlo moral
y políticamente, sustituyendo un ataque ad hominem á la
rníiteria del debate. Con tan autorizado sistema, de que no
había ejemplo en la tierra, ni aun en nuestras legislatu-
ras de provincia, se llegará á acusar y á juzgar á un Presi-
dente, sin las formalidades prescriptas, ó á un Gobernador
que no puede ser juzgado por el Congreso; y si el Congreso
hubiese por desgracia, tratado ya esas cuestiones y resuci-
tólas en sentido contrario ai del empirismo, será condenado
y declarado corrupto en la manera como se formó la mayo-
ría. Si se trata de asentir á un nombramiento hecho du-
rante el receso, se dirá que ese asunto está mf/ jad ice, como
si hubiera crimen y criminal.
Llamará clandestinos, escritos que supone anónimos, a
an, ana, negación griega, nomen latín, sin nombre. Citaiá
una frase del Evangelio, no solo de pan vive el hombre, para
anular la base del sistema representativo, cuya expresión
192 OBRAS DE SA.HMIENTO
arriba á una operación de sumar y restar, la mitad mas uno
de votos.
Sería nunca acabar, porque todo el sistema está montado
en el torcido uso de las palabras: pueblo, por cualquier
fracción ó grupo que vota las leyes, barra, por la reunión
de curiosos que entre los dos millones de habitantes que
forman la nación, pueden reunirse y caber en unos cuan-
tos bancos de un salón como espectadores.
Pero no desesperen de la patria los hombres serios y
sinceros. Una numerosa juventud se está educando en la
buena escuela, que es la que todas las naciones siguen, y
tiene en las repúblicas ordenadas, modelos comoLincoin,
Thiers, publicistas como Laboulaye, modelos intérpretes
de la Constitución, á mas del derecho de gentes, que es
el complemento y el precedente de toda Constitución, á
mas de las gloriosas conquistas hechas por el espíritu de
orden, contra los tumultuarios demagogos que han des-
honrado la libertad, bajo cuya éjida quisieran poner sus
pasiones, sus rencores y aun sus decepciones.
Pero dejen en libertad el uso de la palabra en la tribuna,
ó en la prensa á los que trajeron siempre al orden á cuan-
tos se salieron de él, y el pueblo, la posteridad recompen-
sarán el esfuerzo y la sanidad del propósito.
Sugiérenos estas observaciones un hecho que ocupa una
parte de la prensa y hace recordar el tiempo en que el bajo
imperio, ó bajo el imperio de la escolástica, las sociedades
se ensangrentaban, ya sea por el color verde adoptado por
-los corredores de carreras en el Hipódromo de Constanti-
nopla, ya sea por saber que es primero, si la forma ó la
materia.
La prensa argentina está seriamente perturbada por sa"
ber si era exacto en todos sus mas mínimos accidentes la
aserción de un Senador, de que el General Paz había apli-
cado las leyes de la represalia á los enemigos. Cuestión
incidental parecería esta, porque el Senador no escribía la
historia, sino que conjeturaba que al haber clasificado de
irregular una ejecución que presenció, pudo tener presente
que ambos beligerantes se hacían la guerra á muerte, que
-el ejecutado formaba parte de un ejército que la habia
practicado bárbaramente veinte años, y que en derecho su
ejecución era lícita.
MEMORIAS 193
Inde ircel Se ha levantado una información sumaria á
/punta de pregón, (ilícita, esto no importa) para probar que
fué juzgado un reo, que no fué por represalia, que corría
viento y el Senador no lo dijo, que se confesó que era trai-
dor, etc., etc.
No ha parado ahí, sino que como es la práctica diaria de
ia escuela empírica, del hecho inexactamente narrado, de
la aplicación ó no, de la represalia se ha pasado á conde-
nar la represalia misma; y no es ya el historiógrafo inexacto
el que está en tela de juicio, sino la represalia como acto
■de barbarie, y por lo tanto todas las naciones de la tierra
son condenadas, el derecho de gentes envilecido, y las
leyes militares anuladas.
Si la historia fuese á escribirse por los declarantes, tes-
tigos presenciales, según ellos, de la ejecución de G-arcía
en Montevideo, no sabría la posteridad á que atenerse.
Uno declara que jamas oyó tal hecho; otro que fué á vir- ,
tud de traición; cual que fué después de haber sanado de
las heridas; y quien al fin que hubo en efecto represalias,
hallando sin embargo la ley de la represalia bárbara y que
el General Paz, que era mas civilizado que el mundo civi-
lizado, no podía cometer crimen de lesa civilización tan
nefando. Souvent un peu de vérité se melé au plus grossier mensonge
dice Voltaire: Aquí están invertidos los términos y pode-
mos decir, mucho de mentira se mezcla á un poco de
verdad. ¿Cual de todas las declaraciones es la cierta, puesto
que todas son contradictorias y niegan y afirman en parte
lo. que quisieran desmentir?
Un hecho sin embargo, ha quedado de manifiesto, y es
que la cuestión histórica es simple arma de partido. Todos
los declarantes son ó revolucionarios ó simpatizadores.
Al Senado, no le interesaba que fuese el General ó el
Gobernador quien declaraba la represalia, que hubiese
consejo de guerra ó no, por no ser del caso.
La inexactitud del hecho aludido, no favorece á los
amnistiados, sino en cuanto la escuela empírica puede
con sus denegaciones hacer reflejar sobre el Senador ins-
tintos sanguinarios. ¿No es ese el objeto? Éralo por lo
menos en aquellos artículos qae tenían por encabezamiento
jurisprudencia de sangre; éralo en lo de Segura, el de los
Tomo mi.— 13
194 OBRAS DE SARMIENTO
azulados ojos y rubias guedejas. Esto en la endecha can-
tada por un Senador en tres días, y no en tres horas, coma
aquella que Rossini ha inmortalizado:
Estabat mater dolorosa
Juxta crucem lacrimosa
Pero cuando acabemos con la serie A, volveremos á la
serie B, que mostrará desde cuando y de donde vienen las
relaciones poco regulares del Senador con el Chacho y la
sangre. Por supuesto que la de los seiscientos argentinos
inocentes, que no eran declarados ladrones, que la escuela
empírica mató ó hizo matar para probar que los gobiernos
de hecho^ según sus sofismas, deben ser derrocados, eso si
que es un tout petit peché mignont de que no se ruborizaría la
conciencia de un angelito. Oh! humanos matadores, silo
supiera el Chacho, vuestro santo mártir!
¿En qué quedamos, pues, mis señores testigos del sitio de
Montevideo? Eran entonces tan poco autorizados, ya por
su edad ó su oscuridad muchos de ellos, que no era fácil
distinguirlos. El mas notable entonces era el capitán.
Pico, que está fuera de cuestión, por no recordar nada.
Oigamos el testimonio de los gros bonnets, no de entonces,
sino de ahora, los patriarcas de la escuela empírica. (*)
Aserciones tan formales no dejan lugar á duda. Si bien
en esta octava declaración, tenemos que hubo en efecto,
derecho de represalia, no solo contra traidores que el
humano General Paz no ha tenido que ver en ello, pues
la cosa sucedió en la linea^ estando el General en la plaza;
García, pues un García hubo, fué ejecutado antes de llegar
Oribe á la plaza, por ser desertor.
Queda pues, el malhadado Senador, convencido no hasta
de error, sino de crueldad y de cambios deplorables de
fechas.
(i) El General Mitre:
« El decreto (9 de Noviembre de represalia) no tuvo el carácter de una medida
« política ó militar y nunca fué práctica, habiendo tomado después muchos
u prisioneros, ninguno de los cuales fué ejecutado.
« En virtdd de ente decreto (de traición 13 de Febrero de 1843) tres días anlts
« de llegar Oribe al Cerrilo, fueron ejecutados dos en la línea, hallándose el
« General Paz en la plaza. De los dos ejecutados en la línea, uno se ilaniaba
« García, desertor de extramuros tomado ligeramente herido.»
MEMORIAS 195
Pero hay un juez mejor que el Posible Futuro, que es
B. Pretérito Pluscuamperfecto Pasado, es decir, el decreto
mismo, que fué orden general del ejército, y no decreto
dado efectivamente el 9 y la orden particular del General
Paz, del 11, mandando ejecutar á Garcia.
La distancia entre el 9 y el 11 no prueba que se pasase
ese tiempo en un sumario y reunir pruebas para probar
que había una ley de represalia, y que Garcia tomado
herido, peleando, no era un fraile francisco, ni un corredor
de número.
El hecho estaba probado por sí mismo, lo que se llama
lo evidente. Es que el 11 recien cayó prisionero Garcia y
el juicio militar en tales casos, se reduce á pararse eu
círculo cinco ó trece oficiales, señalar el cuerpo del delito
y declarar que cae bajo la cuchilla de la ley.
Las heridas, si ligeras ó profundas, pudo no medirlas
el que las llama ligeras hoy, pues siendo en 1843 un
oscuro oficial de artillería de don Frutos, derrotado en el
Sauce Grande, donde era Teniente, pudo no haber venido
entre los veinte y cinco de cada cuerpo, que la orden del
General Paz mandó concurrir á, formar el cuadro. Uno
de los oficiales que asistieron, declara que eran profundas
las heridas y el reo estaba moribundo, sacado en un catre
de cuero, camilla, por no poderse tener de pie, que era
lo mismo que diez veces ha repetido, contándolo con aplauso
el General Paz, y ante oyentes diferentes, el doctor Velez
que era amigo entonces del General Paz,, (y no lo era
porque por su edad y grado no podía serlo, el mas cope-
tudo de los declarantes en falso), cambiando las fechas,
achicando las heridas y sustituyendo el derecho de gentes,
el General Paz no por amor al General, sino por perse-
cución y odio al Senador; persecución y odio que ha
tolerado diez años en silencio y no quiere tolerar mas
tiempo, si lo provocan á usar en legítima defensa, de la
verdad que siempre es necesario decir.
Ahora vamos á los principios. No es por un movimiento
de indignación de cuatro mil circunstantes que un gobierno
declara ó no la represalia. Las represalias de guerra, las
legitima el violar el enemigo con crueldad los usos de la
guerra. Decir que aquella declaración, una vez confesado
que la hubo, no tuvo carácter civil ni militar, es simplemente
196 OBRAS I)K SARMIKMTO
una falta de criterio. Decir que el derecho no se aplicó
nunca, es hacer farza de cosas tan graves, como los actos
de aquella guerra terrible. ¿Por qué no lo cumplirá? Por
miedo de Oribe? No degollaba el enemigo los prisioneros?
Otra cosa es que la represalia se aplique con parsimonia.
Declarantes falsos, con dolo, con segunda intención, con
miras torcidas, he aquí toda la cuestión.
Lincoln era mas humano que Paz, puesto que no tenía
por profesión las armas que matan, y Lincoln declaró la
represalia. El rey Guillermo, ó su General en Jefe en
la reciente guerra, declaró á la Francia que pasaría por
las armas irremisiblemente á todo el que hiciese guerra sin
llevar el uniforme de un cuerpo, con fos botones del
ejército á que pertenecía, é irremisiblemente lo cumplió.
La Europa entera que es tan humana, como los que no
han querido en el Congreso declarar que el degüello está
incluido entre los delitos de lesa humanidad, aprobó la
declaración prusiana y el Gobierno francés la aceptó como
genuina observancia de los principios y usos de la guerra
civilizada. El resultado fué que no pudiendo París sitiado
proveer de botones franceses á los franc tireurs, la aduana
de Inglaterra anunció la exportación deVo.v millones botones
de fábrica inglesa, de tropa del ejército francés, para uso
de los franc tireurs cuya vida dependía de tenerlos ó no.
No sé qué opinión forman los empíricos que inventan una
humanidad contra las leyes, sin mas propósito que hacer
aparecer inhumano al que invoca las leyes que nos rigen
y las de la guerra. Debido á ese empirismo ó no saber
lo que diceUj se dan instrucciones de tratar una Provincia
como cueva de ladrones, de hacer guerra de policía, de declarar
ladrones á los enemigos, sin haceles el honor de guerra civil,
y llevarse después diez años calumniando al que uo cum-
plió tales órdenes por necias y procedió conforme á derecho.
¿Cómo no ha de tener razón el doctor Rawson de hacer
desconfiar de las traducciones del ingles, cuando él sabién-
dolo tan bien, entendió al revez el art. 7<' de la ley de
habeas corpas y á otro Senador le observaron igual irregu-
laridad, cuando media sociedad, soldados, alféreces, tenien-
tes, capitanes, pitos y tambores, están dando el espectáculo
de contradecirse unos á otros y alterar las fechas, de hacer
y rehacer la historia y condenar las leyes y los usos civi-
MEMORIAS 197
1 izados como bárbaros, solo para que parezca bárbaro y
cruel y arbitrario, uno que es mas civilizado que todos
ellos, puesto que ha vivido en mayor número de socieda-
des civilizadas, entre los hombres que dan el tono á la
civilización?
Bástele para no condenar la represalia, leer en Calvo ya
que en todos los reinícolos sería molesto, i^que á pesar de
« la tendencia cada día mas pronunciada en favor de la persona
« del enemigo^ el conjunto de las leyes de la guerra^ es preciso
« convenir que los gobiernos, como los Jefes militares, están estriC'
« tamente en derecho de adaptar su conducta á las reglas de
« reciprocidad que admiten las represalias y la retorcion de
« hechos, para imponer respeto á los principios del derecho natu-
« ral del beligerante que lo atropella». (IV de los enemigos
medios lícitos é ilícitos de ataque y defensa, Yol. I, p. 110.)
¿Qué valen los asertos del empírico Mitre y de sus saté-
lites, parciales é instrumentos, en presencia de la ley de
las naciones, el ejemplo de todos los pueblos modernos,
y los hechos recientes?
¿Qué valen todas las falsificaciones de fechas y de la
historia, producidas para denigrar á un Sonador, en pre-
sencia del terrible documento que sigue y que tenían por
delante los que han faltado á la verdad intencionalrnente,
y de la firma del General Paz, al pie de la sentencia de
García, en la orden del día que sigue?
ORDEN GENERAL
( Linea de Fortificación, Octubre 9 de íSi3. )
El gobierno con fecha 7 del corriente ha'; expedido el decreto que sigue : El
gobierno de la República ha agotado su moderación para con los verdugos del
degollador de Buenos Aires. Les ha dado protección generosa, aun cuando sus
manos humeaban en sangre derramada con alevosa ferocidad. Dos días después
de la victoria de Cagancha, vivian entre nosotros y en el seno de su familia
en plena libertad todos los prisioneros de aquella memorable jornada. La con-
ducta de los Jefes aliados de la República que han combatido en las Provincias
argentinas no ha sido menos generosa. Ellos han mirado la vida del prisionero
como un derecho sagrado, á pesar de que tuviesen que vengar el asesinato atroz
de compañeros y deudos sacrificados á sangre fría, después de haber depuesto las
armas, de existir muchísimos meses sumidos en terribles mazmorras, o de haberse
entregado prisioneros solo en consecuencia de solemnes capitulaciones y garantía
en sus vidas. El derecho de gentes, pues, autoriza al Gobierno para reprimir
198 OBKAS l>K MAKMIKNTO
con el castigo á los que en Paifo Largo pasaron á cuchillo á mil y quinientos
hombres rendidos; á los que en el Quebracho Herrado asesinaron á un parla-
mentario y á casi todos los prisioneros de esa jornada ; á los que en Sancalá
pasaron por las armas á todos los prisioneros de la clase de oficiales; á los
que asesinaron en Tucuman á los que rindieron las armas; á los que en Catamarca
levantaron una pirámide de seiscientas cabezas humanas; á los que en el
Rodeo del Medio mataron á cuantos sobrevivieron en el combate y por muchos días
liuscaban á los diíípersos moribundos bajo los hielos de los Andes y los desen-
terraban de sus sepulcros no para volverlos á la salud y la vida, sino para tener
el placer de asesinarlos; á los que Analmente estuvieron degollando durante tres
dias á nuestros compatriotas y compañeros de armas tomados prisioneros
en la infausta jornada del Arroyo Grande; formados de diez en diez, asesi-
naban allí los verdugos de Rosas con mofa atroz á los valientes veteranos de
nuestra Independencia á los que tantas veces vimos arrostrar la muerte, vencer
y perdonar.
Estos mismos verdugos están hoy á nuestra vista y cada día se hacen culpables
de un nuevo crimen contra la civilización ó la humanidad. Su marcha desde ci
Paraná hasta el Cerrito puede decirse sin exageración que no ha sido sino una
huella de sangre.
El Gobierno no vacila entre tanto, en restablecer contra ellos las represalias y
aunque pudiera extender su rigor á todos cuantos siguen la bandera de Rosas, la
limita á los Individuos de la clase de jefe y oficial; y para él será día de suma sa-
tisfacción aquel en que deje su enemigo de hacer la guerra á muerte y le permita
entregarse sin peligro á los sentimientos de humanidad de que ha dado tantas
pruebas. Entre tanto ningún remordimiento debe quedar á nuestros soldados al
inmolar con implacable lirmeza á ios degolladores de prisioneros, que hacen sufrir
á sus victimas, horrendas torturas, que han sembrado las playas y caminos del Rio
de la Plata, con cabezas de ilustres americanos, que han violado los sepulcros,
que han hecho salazón de miembros humanos, tegido correaje de la piel arrancada
Á sus cuerpos muertos y que persiguieron muchas leguas al cadáver del ilustre é
infortunado General Lavalle, para cortarle la cabeza.
En documentos oficiales constan todos estos crímenes contra la naturaleza y la
civilización. La Europa y la América los contemplan con horror y nos harán Jus-
ticia cuando nos vemos forzados á usar del derecho de represalias, desenvainamos
irrevocablemente la espada para caer muertos con gloria ó tornarla á la vaina
tinta en la sangre de los tigres feroces.
El Gobierno de la República, teniendo en vista estas consideraciones, y con ca-
lidad de someter oportunamente al Cuerpo Legislativo esta resolución, cuya res-
ponsabilidad psume; dispone que en los ejércitos de la República se lleven desde
este día á inmediata ejecución los siguientes artículos :
Art. lo. Hasta el día que el enemigo cese en su práctica de matar á los soldados
y oflciales de la República ó de nuestros aliados, y haga la guerra conforme á la
civilización, serán irremisiblemente pasados por las armas todos los individuos del
BÍÉROITO DE ROSA.S QUE SEAN APREHENDIDOS, Y PERTENEZCA.\ k Ul CLASE DB JEFK D
OFICIAL.
Art. 2». Los de la clase de sargentos, cabos y soldados que no se hayan hecho
culpables de asesinatos premeditados, y no sean nacidos ó avecindados en la Re-
pública, serán respetados como prisioneros de guerra, y tratados con toda gene-
rosidad.
Art. 3». Se ecei)túa de la disposición anterior á los individuos de laclase de sol
MEMORIAS 199
dado que tienen el oficio de degolladores en los cuerpos enemigos y á los que sean
convencidos de haber usado alguna vez de manea ú otra «lase de correaje fabri-
cado de piel humana, é insultado de algún modo los cadáveres de los muertos en
batalla ó en los cadalzos de la tiranía.
Art. 40. Comuniqúese á los ejércitos de la RepiíMica, dándose en la orden Ge-
neral por ocho días consecutivos, publíquese por bando, é insértese en el Registro
Nacional y en los diarios por ocho días.
ScARKZ.— Melchor Pacheco y Obes.
Adición á la orden Qeneral
Noviembi-e íl de íS43.
' En vista de la sentencia pronunciada por el Tribunal Militar contra el reo
Bonifacio García, ha recaído el decreto siguiente: — «Cúmplase, póngase en capilla
el reo, quien será ejecutado á las 5 y media de la tarde de este día.
Paz.
En consecuencia el comandante D. César Diaz, mandará el cuadro, debiendo
asistir veinte y cinco hombres de cada cuerpo del ejercito, á la plazoleta inme-
diata al Hospital de Sangre, á las cinco de ella.
Baez.
CASEROS
Escusado es dar cuenta aquí de lo que pasó en Chile
desde 1841 hasta 1851, en cuanto á la cuestión política
argentina. Habiéndose hecho extranjera la guerra baja
las murallas de Montevideo, toda la Confederación yace
postrada á los pies de sus caudillos.
Chile en tanto, se convierte en una cátedra de derecho
constitucional, de historia, de economía política, para
ilustrar todas las cuestiones que suscita la lucha contra
un tirano semi-bárbaro. Es este el mas bello espectáculo
que haya presentado la América latina. Navegación libre
de los ríos, libre cambio, viabilidad, emigración, todo se
ventila en la prensa, en folletos y en libros que afectan
la forma de la historia; pero que arrastran tras sí las
simpatías aun de los opresores, y se abren paso hasta
Europa mismo, y cambian la opinión del mundo civi-
lizado.
Los tiempos se acercan al fin, y los termidorianos apa-
recen formidables, revindicando su parte de acción perdida,
pues han acabado por sentirse absorbidos por el poder
dictatorial que ellos mismos han creado.
Es triste el denuncio que el autor hace de los pequeños
pero invencibles obstáculos que se opusieron á que la
poderosa emigración de Chile, con las mejores espadas
de los ejércitos de línea, con la inteligencia de sus leaders,
apareciese en la escena, cuando de destruir la tiranía de
Rosas se trataba en 1851, ya que el General Urquiza se
aprestaba á la lucha, en alianza con Montevideo, Corrientes
y el Brasil. Diez provincias, siendo en cuatro de ellas
por lo menos mas fuerte y decidido el partido liberal^
MEMORIAS 201
con Chile al respaldo como maestranza y campamento^
permanecen tranquilas, cual si nada les fuese en la parada,
hasta que el vencedor de Caseros tiene que entenderse
con los gobernadores de Rosas, reconocidos guardianes
de pueblos que en efecto parecieron rebaños. Esta apa-
rente anomalía es causa de importantes revelaciones.
Los jefes militares que pudieron, dieron la vuelta del
Cabo y fueron á ofrecer sus servicios al General Urquiza,
ya General en Jefe de un poderoso ejército aliado. Tomaron
servicio en dicho ejército con el titulo de Tenientes Coro-
neles don Bartolomé Mitre y don D. F. Sarmiento, el
Coronel Aquino y el Coronel Paunero.
De un documento publicado entonces, se ve que el
General Urquiza, invitaba al Teniente Coronel Sarmienta
á incorporarse al ejército para acompañarlo en la próxima
campaña, en que sus servicios é inteligencia — decia — serán de
mucha utilidad, sin que por eso deje Yd. de estaren campaña,^
cuando tnucho tiempo hace que lo está combatiendo con sus escri-
tos al tirano de nuestra patria (í).
Este reconocimiento de los pasados servicios prestados,
declarándolos continuos y útiles el general en jefe, no
conviene á todos los militares argentinos de entonces,
por cuanto no estuvieron combatiendo con sus escritos al
tirano de su patria. Alberdi encabezaba una escuela que
pretendía, que siendo extranjeras las prensas de que eran
redactores los argentinos, no les era lícito abogar por los
intereses de su patria de nacimiento. Sarmiento sostenía,
aun ante el gobierno de Chile, que el espíritu humano no
se divide en dos secciones, y que donde quiera que las
ideas liberales lo reclaman, ahí ha de estar con toda su
inteligencia y voluntad el que hace profesión de sostenerlas.
Cumpliólo sin tregua en los diarios chilenos que redac-
taba, pero para responder á toda objeción, escribió libros
como el Facimdo, periódicos como La Crónica y Sud- América,
que contienen todo el programa de la revolución y ocultan
los enormes caudales necesarios para imprimirlos y hacerlos
circular en catorce provincias clandestinamente durante
diez años con otros panfletos por toda la Confederación
(1) Tomo XIV. pag 53.
202 OBRA.S DE SA.RMIBNTO
hasta introducirlos bajo la almohada del tirano, según el
testimonio de La Fuente, secretario del gobierno, del
General Mansilla, hermano político de Rosas, de Roque
Pérez, oficinista, de Pedro Angelis, escritor de Rosas, que
«ervían de agentes, mas ó menos directamente.
Yendo camino de incorporarse al ejército, los tres oficia-
les generales que venian de Chile, trasbordándose en
Montevideo al vapor Don Alfonso que llevaba la insignia
del Almirante Greenfel, tuvieron parte en el combate naval
del Paso de las Piedras, sufriendo la lluvia de novecientas
balas rojas, según confesión del General Mansilla que las
arrojó; y nunca está demás en la foja de servicios de un
Jefe de Estado Mayor de tierra, un combate naval en que
quedando sobre cubierta, toma la misma parte que el
Almirante ó el último grumete (*).
La campaña, ejército y batalla de Caseros, es el mas
considerable hecho de armas de que pueda honrarse un
General, no tanto por la batalla que era una consecuencia,
como por el plan de campaña que anticipó diez años la
revolución que debía experimentar la composición de los
ejércitos, sufriendo en la batalla general la caballería, im-
potente contra el remington y el krupp, y reservándola
para obrar en grandes masas, sobre el enemigo, ya para
embarazar, ya para desconcertar sus operaciones.
El General Urquiza, antes que pudieran los pasados regi-
mientos de Buenos Aires, con la muerte de Aquino entonar
el decaído espíritu moral de sus tropas, formó una vanguar-
dia de ocho mil hombres de caballería, y á marchas forza-
das, yendo á su cabeza, cayó el 31 de Enero sobre el Ge-
neral Pacheco, que se mantenía de vanguardia con toda la
caballería de Rosas en los campos de Cabral, y lo aplastó
con el número, y lo espantó con la rapidez. La batalla
campal para Rosas era un vano simulacro. Habiendo des-
cubierto el astuto General Urquiza el verdadero uso de la
caballería en las campañas modernas, repitió la misma
maniobra en Cepeda, donde había triple vanguardia, sobre
la cual cayeron siete mil hombres en cuatro divisiones. Es
verdad que el General Trochu, no había escrito todavía que
(1) El parte del Almirante Greenfell se halla en el T. XIV píg. 139 (iV. del E.).
MEMORIAS 203
ce la invención de armas cortas había cambiado enteramen-
« te, la parte que la caballería debía desempeñar en la
« guerra, y que su verdadera misión le venía de su rapidez
« y por consecuencia de su aptitud para caer en medio de
« un ejército en retirada, rompiendo los trenes, interrum-
pe piendo las comunicaciones, cayendo donde menos se le
«. espera. La asombrosa fuerza moral sobre la eficacia
« simplemente material de esta arma, no parece haber
« sido eomprendida por el ejército francés durante la últi-
« ma guerra, permitiendo que su caballería operase en
« masa compacta con la infantería, etc., etc.» Qué extraño
pues, que no fuese comprendida tampoco entre nuestros
Generales, aunque aquel genio militar que el General Paz
reconocía en Urquiza, le hubiese hecho anticiparse á la
Europa en el cambio de estrategia, avanzando setenta
leguas con toda su buena caballería para tomar y aplastar
al enemigo en su propio campamento?
Desgraciadamente el jefe de Estado Mayor, que en la
Campaña del Ejército Grande aplaudió calurosamente estas
audaces operaciones, no tenía los mismos elogios para los
actos políticos que se sucedían en Buenos Aires después
del triunfo, tratándose aun antes del Acuerdo de San Ni-
colás de revivir y organizar la Confederación de Rosas,
razón porque el 10 de Febrero pidió y obtuvo su retiro
del servicio público; pero al momento de embarcarse para
regresar á Chile, renunciando á toda esperanza de ver
organizada la República bajo instituciones libres, entregó
al General Hornos la siguiente carta, para ponerla en
manos del General Urquiza, que tuvo un mal rato al
leerla.
Buenos Aires, Febrero 83 de 1852.
Señor General en Jefe del Ejército Aliado:
Habiendo obtenido de V. E. el permiso de regresar á
Chile, después de haber terminado la comisión que se
dignó confiarme en el Ejército Grande, he resuelto apro-
vechar la próxima partida de un buque para Río Ja-
neiro. Aceleran esta resolución el lenguaje y los propósitos
de la proclama que ha circulado ayer, siendo mi intención
decidida no suscribirá la insinuación amenazante de llevar
204 OBRAS DK SAKMIBNTO
un cintillo colorado, por repugnar á mis convicciones y
desdecir de mis honorables antecedentes.
\Qv.e Dios ilumine á V, E. en la escabrosa senda en
que se ha lanzado, pues es^mi convicción profunda que se
extravía en ella, dejando disipar en un periodo mas ó-
menos largo, pero no menos fatal por eso, la gloria que
por un momento se había reunido en torno de su nom-
bre. Aprovecho esta ocasión de ofrecer á V. E. los res*
petos y la consideración con que me suscribo de V. E-
seguro servidor.
D. F. Sarmiento.
Carta del comandante Bartolomé Mitre á don Mariano
DE Sarratea
Febrero 12 de 1852.
«Todos los Jefes argentinos quedan en Buenos Aires
para organizar el ejército permanente. Yo mandaré la
artillería y con Sarmiento escribiremos un periódico, em-
pieza para nosotros una nueva campaña más laboriosa
que las anteriores. Nuestro Sarmiento se ha portado
como un héroe. En el combate del Tonelero estuvo á mi
lado, y durante sesenta y cinco minutos de fuego perma-
neció con la mayor serenidad conversando conmigo. (*)
En la batalla del 3, cayó con la columna oriental con
espada en mano sobre las posiciones fortificadas del ene-
migo, bajo el amparo de los fuegos de mi batería que
disparó en aquel día 400 balas rasas, sosteniendo el ata-
que de nuestras columnas de infantería. Incluyo á V. el
parte de la batalla. Le dije á Vd. que buscara mi nombre
en el boletín que de ella se diese y he cumplido mi pa-
labra. He tenido la fortuna de ser el jefe de artillería que
más se ha distinguido, batiéndose con dos baterías del
(.1) «Porque no seria Mitre el que estuvo al laclo de Sarmiento? se « el
espíritu de hacerse el sujeto de la oración. Sarmiento estuvo con su rico
anteojo siguiendo la dirección que traian las balas rojas, novecientas, y di-
ciéndole, alli viene una, alia vá etc. Después con Paunero se consagró á ca-
lentarles los lomos á los artilleros que se escondían tras la borda y no car-
gaban el único cañón. Mitre mas flemático, se tenia impasible (Nota del autor)..
MEMORIAS 205
centro enemigo, como lo verá V. Cuarenta y siete balas
del enemigo cayeron en mi batería, matándome once
hombres, siete caballos y desmontándome tres piezas.
Tres balas de cañón me cubrieron de tierra y las astillas
de una palanca rota por el proyectil enemigo me rosaron
levemente la cara haciéndome una herida de alfiler.
Cuando la derrota se pronunció, hostilicé al enemigo en
su retirada con cuatro piezas de artillería (la batería era
de cinco) que fueron las primeras que llegaron á Paler-
mo, donde con parte del ejército acampé en la misma
noche de la batalla, Al otro día, al ir á ver al general
ürquiza, me dijo delante de una gran concurrencia: «La
batalla se debe á los esfuerzos de todos los amigos, y
entre ellos á los del Comandante Mitre ». Estoy de nuevo
en camino y espero llegar lejos, si no me muero en el
viaje. Hemos dejado en la mitad del camino á nuestro
pobre Aquino que no tuvo la felicidad de ver libre á su
patria. Pero hemos hecho en honor de su memoria cuanto
hemos podido hacer. Tenemos con Sarmiento la lista
de los asesinos y hemos jurado que ni uno solo ha de
quedar vivo.... Hágame la gracia de pasar esa cantidad
($ 300) en Chile á la cuenta de Sarmiento que él me ha
entregado aquí igual valor. — B. Mitre.
Un incidente dio á la prensa y servidores de Rosas
ocasión para una fábula que el Coronel Mitre, don Bartolo,
tuvo el coraje de desmentir con el siguiente comunicado
al Redactor del «.Comercio del Plata»:
«Sírvase publicar estas cortas líneas en contestación al
torpe pasquín, que con el título de asesinato frustrado y fuga
del asesino se ha insertado en el Diario de la Tarde de hoy
(viernes 26 de Febrero de 1852) con la firma de don Juan Mur.
«El señor Sarmiento, á quien se ataca en esa ridicula pas-
quinada, no necesita de mi defensa; pero siendo amigo
suyo, y estando incidentalmente mi nombre mezclado en
el asunto que ha dado origen á aquella publicación, me con-
sidero en el deber de no dejar pasar las injurias que se le
dirijen por la espalda.
«Todos conocen bien al señor Sarmiento. Sus escritos po-
líticos, literarios y administrativos le han granjeado una re-
putación americana, y solo al señor Mur, podía ocurrido la
•ridiculez de llamar asesino al publicista ilustrado, al mili-
206 OBKAS X>K SAKMIENTO
tar valiente, cuyo nombre es respetado en toda la República
Argentina.
«En cuanto al dictado de cobarde que le aplica el autor
del pasquín, solo una cosa diremos en contestación. El
señor Sarmiento se batía con honor en Monte Caseros, y
cargaba espada en mano en la División Oriental, que tomó
por asalto las posiciones enemigas. . .
«El señor Redactor del Diario déla Tarde, haciéndose el abo-
gado de la causa de Mur, también le dirije al señor Sar-
miento su tiro por la espalda, y puesto que se ha hecho
solidario de tan noble causa, reciba igualmente para si todo
lo que queda dicho para el autor del pasquín que él ha
prohijado.»
B. Mitre.
(Diario «Agente Comercial del Plata» Núm. 213, año I.)
Treinta años después, esta carta tiene un gran valor.
Escusado es confirmar el hecho de que el Teniente Coro-
nel Sarmiento, estúvose espada en mano en lo mas recio
del combate de Caseros, pues que con el señor Dillon ocu-
paba el costado de la guerrilla de infantería oriental avan-
zada sobre la batería de la puerta del Palomar, que arrojaba
una lluvia de metralla. Lo que ahora importa, y el
Coronel Mitre que aun no figuraba en la escena política,
hace notar entonces, es el caudal de reputación formada,
que traía desde Chile, Europa y Estados Unidos, el señor
Sarmiento, objeto de aquellas injurias, pues todos sus gran-
des escritos, como sus viajes, son anteriores á la batalla
de Caseros. Podemos, pues, retener las palabras del Coro-
nel Mit)'e, que va á aparecer en la escena, para ver si
pudo en adelante conservar íntegro este buen nombre, y
no lo disminuyeron y degradaron el epíteto de loco, de
boletinero, y el trabajo y las intrigas de los partidos repre-
sentados por diarios conocidos, que sucesivamente intenta-
ban hacerle descender en la pública opinión, á punto de
creerse él mismo, hoy que ha necesitado llegar á, la edad
de setenta años para recuperar en la estimación pública
el puesto honorable que le tenían deparado desde 1845 los
hombres notables del mundo, que trató.
Vuelto de su destierro voluntario, después de la revolu-
ción del 11 de Setiembre, de cuyos síntomas precursores
MEMORIAS 207
huyó, volvió á tomar servicio, y el decreto que sigue, aunque
sin aplicación sino durante dos días, pues que el General
en Jefe llegó y se recibió del mando de la plaza, contuvo
las dos últimas comisiones que recibió con mando de tro-
pas, siendo de notar que se conserva Teniente Coronel
con funciones de General durante diez años, y que, salva
el grado de Coronel dado mientras dirije la campaña con-
tra Peñalosa, se conserva treinta años Teniente Coronel;
y aun transcurridos aquellos, es materia de graves dudas
y vacilaciones para la Comisión militar del Senado, cuya
mayoría la formaban el hermano del General Navarro,
Gobernador caudillo de Catamarca (*) como era General
el Chacho, y el hijo del General Echagüe, aquel Restaura-
dor del Sosiego Público de Santa Fe, cuyos títulos de doctor
en teología le sirvieron para que Rosas lo condecorase con
aquel título.
Con esto termina la crónica militar de los tiempos he-
roicos, y el servicio de subalterno que lo lleva á la cam-
paña del interior después de la batalla de Pavón, con el
carácter de auditor de guerra, acabando por terminarla
personalmente, como se verá en seguida, mediante lo que
él llamó /rt diplomacia de la guerra.
El decreto que sigue cierra el periodo de la historia
pre-constltucional argentina, y de los servicios militares
del Teniente Coronel don Domingo F. Sarmiento á las órde-
nes de otros gefes de mayor graduación.
« Art. 1° Al exterior de la ciudad se formará una linea
«de fortificaciones... etc.
« Nómbrase Comandante General al Coronel don Wen-
« ceslao Paunero, y para segundo Jefe al Teníante Coro-
« nel don Domingo F. Sarmiento, antes Jefe del Estado
«Mayor del Ejército de Reserva... Las tropas que guar-
« nacen la línea de fortificaciones, dependerán del General
« en Jefe del Ejército de la Capital. — Buenos Aires, Octu-
« bre 29 de 1857.— Pastor Obligado.»
(i) Este señor ha permanecido Diputado ó Senador por Catamarca durante
treinta años sin interrupción en los Congresos de la Confederación y de la Re-
pública. No ha usado nunca, ó poquísimo, de la palabra, y se cree que la resis-
tencia á despachar el informe de la Comisión Militar del Senado, durante tres
años, es hasta hoy su único acto parlamentario.— (.Yo (a del autor).
208 OBRAS DE SARMIENTO
DESPUÉS DE CASEROS
«Con pretexto del decreto de Urquiza sobre el
cintillo punzó, abandonó á Buenos Aires, abandonó
á sus compañeros de causa y los dejó frente á frente
al caudillo, en aquella hora suprema en que se
aprontaban todos á la nueva lucha que ya se veía
venir, que vino, y en la que ganaron una batalla
mas importante que la de Caseros . »
«?Cuál era el deber de Sarmiento en aquellos
momentos?
La consecuencia á sus principios, el patriotismo
se lo imponían: permanecer ai lado de sus compa-
ñeros, seguir su suerte, quedarse con ellos, ayudarlos
formar en sus filas, tanto que él se consideraba una
potencia, creyéndose, como por otra parte se ha
creído siempre, uno de esos predestinados de la
Providencia y del destino, para cambiar la suerte
de los pueblos, luchando hasta contra la omnipo-
tencia de Dios ! »
¡Pobre Jacinto (i) cuanta razón teníais de acordaros de
Marnix de Saite Aldegonde!
La historia se escribe con los resultados ya realizados,
de los que los autores de los hechos imaginaron justo,
bueno y necesario, y cuyo juicio solo el tiempo rectifica,
(Cuantos sacrificios heroicos hizo la revolución francesa
para acabar con sus reyes y establecer el reino de la razón
y de la libertad! ¿Qué consiguió? A. través de arroyos de
sangre, levantar en los escudos de- los soldados al Empe-
rador Napoleón y hacer morir dos millones de franceses.
Segunda República! otro Napoleón y la desmembración.
— No está la monta en quererlo.
Faltábanos ahora los niños de hoy calumniando á los
autores de ahora treinta años, para hacerlos entrar
en el cartabón de la época actual. aGanaron una baialla
(nuestros padres dicen,) mas importante que la de Caseros
en ausencia de Sarmiento.» Así será; pero Sarmiento
volvió Presidente á Buenos Aires, cuando ya se habían
(1) D. Jacinto Rodríguez Peña, hijo del procer Rodríguez Peña quien envió
■al autor el libro de Louis Blanc sobre Marnix de Sanie Aldegonde, comparando al
protagonista con Sarmiento (Nota del Editor),
MEMORIAS 209
reconocido, no que pagado, costos y costas del sitio, Cepeda,
Pavón y reincorporado Buenos Aires á la nación, no habien-
do mas de nuevo que un Brigadier General.
«Sarmiento en 1850 abandonó á Buenos Aires, á sus com-
pañeros de causa» etc. Vaya que cargo! ¿Encuéntralo
esto el historiador en algún documento de la época? Lea
Los Debates y en ellos verá que Sarmiento estaba presente.
Registre las actas de la Legislatura, y encontrará que
ausente, fué nombrado Representante, en reconocimiento
de los grandes servicios que prestó á Buenos Aires sitiado,
desde Chile, con sus escritos, su influencia y su acción.
Lo único raro que encontrará, lo único anti-porteño de lo
porteño de entonces, es que no quiso aceptar por ciertos
escrupulillos de conciencia. Hablan hecho fueguito á
parte, levantando «la banderita de pulpería», como solía
decirles el Coronel Mitre entonces.
¿Pero cuales eran sus compañeros de causa? Vaya con
la pregunta! Su compañero era el General Urquiza, á quien
se había asociado para destronar á Rosas. Anduvo malean-
do y se le hizo á un lado.
Un punto dividió por entonces á los viejos unitarios.
¿Debía aceptarse á Urquiza con tierra y todo? Debía ser
con su mas ó su menos? Unos porteños pensaron que sí
y lo siguieron al Paraná; otros que no, disimulando su
pensamiento.
Sarmiento diría á su vez: — no es conmigo y se alejó.
Creía, sin duda, que ni en Buenos Aires, ni en Urquiza se
encerraba la Bienaventuranza; que habían unitarios por
todas partes y la nación se extendía hasta los Andes y
-Tujuy; creería ademas que la gran batalla estaba aun lejos
y debían economizarse las municiones.
En cuanto á unitarios y federales de entonces, excluyendo
los sostenedores de Rosas (alias mozorqueros), se ha de
quedar lelo, el que treinta años después le echa en cara
haber abandonado á sus compañeros. Oiga, y asústese de
lo que en un Memorial escribía al Gobernador Benavides
en Marzo 11 de 1845, conjurándolo á encabezar el movi-
miento contra Rosas:
«Rosas sucumbirá sitiando á Montevideo, ese es su des-
atino.
Tomo xux.— i4
210 OBRAS DB SARMIENTO
«Esta cuestión no la decidirán ya los antiguos unitarios-
« (1845!) pero alguien la ha de decidir, y ese alguien es mejor
« que sea V. E. en cuyas manos está hoy el hacerlo. Ne-
« cesitamos ademas hacer á los unitarios viejos respetar
« los cambios que se han venido operando en la República,
« y esto no podemos hacerlo, sino sosteniendo y apoyanda
« los intereses nuevos que se han creado.» (i).
Con tales ideas sibilinas, ya puede el critico vulgar pre-
guntarle quienes eran sus compañeros.
Sarmiento presente en Buenos Aires entonces, no habría
estorbado la separación, que era salida de clérigo mulato,
porque si dice de gallos de mala ralea, (gallo bruto) le
arman camorra los gramáticos pardos!
¿Qué sucedía cuando el decreto de Urquiza ordenando
llevar el cintillo? Era contra los unitarios, pues los fede-
rales habían llevado la cinta toda la vida. El efecto fué
que los unitarios excepto Sarmiento, lo toleraron por pru-
dencia y que la indignación de Buenos Aires no tuvo lími-
tes. Era un levantamiento en masa. El Dr. D. Diógenes
Urquiza que me puso la queja, dirá que á la puerta del
General le expresé con sinceridad la gravedad del caso, y
se lo dijo á su padre, quien no me llamó para oirme, pues
á ser requerido le hubiera indicado el peligro y el remedio.
Vi, pues, venir una insurrección. Aun no había cometido
faltas graves el General, y debe decirse á su justificación
que no las cometió dignas de un alzamiento; pero asi es
la historia.
¿Cuáles serían sus consecuencias? Expuse al Dr. Alberdi
á mi llegada á Chile mis temores. — «Va á haber lucha de
Buenos Aires con el vencedor de Caseros y debemos espe-
rar el resultado.»
Mi temor era que de reacción en reacción, volviesen, ó á
los hombres de Rosas, ó á Rosas mismo. Los unitarios
con prestigio civil ó militar no pasaban de una docena,
todos desconocidos, aunque estimados de reputación por
aquella generación. Los hechos respondieron luego á la
teoría: hubo revolución. Véase quienes formaron la Le-
gislatura. Se nombró Gobernador unitario, Alsina, y vino
(1) Publicadas en La Crónica el 7 de Enero de 1853— Tomo XVI pág acj.-v
{Nota del Editor).
MEMORIAS 211
la reacción federal; hubo sitio. Fueron naturalmente al
poder Anchorena, D. Lorenzo Torres, el General Pacheco
al ejército. Era, pues, patente la reacción. Si Flores
triunfa, teníamos á los de Rosas. El sitio iba acentuando,
no las divergencias, sino las similitudes. El Gobierno de-
claró que tan federales eran los de dentro como los de
fuera y que lo que los dividía era una simple querella de
familia.
Motivó esta declaración un hecho secundario. Un Sar-
gento, Primitivo Ceballos, gaucho guapo, y por tradición
unitario, tenía una guerrilla de caballería, de franc-tireiirs
ó de voluntarios. Un día les puso banderolas azul celeste
por su cuenta á las lanzas, y hacía con éxito salidas, quitaba
caballos y hacía maravillas. Llamó la atención y el Go-
bierno se alarmó de los colores celeste y blanco que podían
escandalizar al enemigo.
El Dr. Velez, escandalizado á su vez de esta declaración
oficial federal, puso lo que llamaron después una viruta en
JZÍ JVaciímaí, diciéndoles en una palabra, tan picaros son los
de adentro como los de afuera. ¡Gran sensación! Que se
cierre la imprenta, si no entregan al autor! lo que hizo el
bravo Pinero, entregándoles el manuscrito con la íirma
en todas letras de Dalmacio Velez Sarsfield. Lo llamaron
al Ministerio y le dijo áD. Lorenzo de una hasta ciento, y
se tranquilizaron, porque nada hay que tranquilice mas á
los que no tienen razón, que decirles lo que ellos llaman
una desvergüenza, es decir, cantarles la cartilla.
— ¿Doctor, no pudiera V. proponerle al General Paz, que
se encargase del Parque que anda dado á Barrabas? —
Consintió en ello; anuncióle la embajada con mil rodeos,
temiendo un rechazo como era de esperarse; pero el viejo
táctico y organizador le contestó poniéndose la levita y
acompañándole al Gobierno. Quince días después, salía
del Parque un torrente de balas, y D. Nicolás Anchorena
exclamó: — ¡quien hubiera creído que hubiesen militares
tan honrados! — exclamación que provenía de la sublevación
de la opinión contra los militares de la Independencia,
general á todos los propietarios en todas partes; Rosas
mató cuantos pudo y Facundo hacía instintivamente lo
mismo, á la sombra de la preocupación honrada, para no
tener obstáculo á su ambición perversa.
212 OBRAS DE SARMIENTO *
Con Paz en el ejército, la reacción se detuvo; pero el
triunfo del sitio, dio brios al sentimiento local y al aleja-
jamiento del resto del país.
Don Demetrio Peña, mi amigo, y uno de los porteños
mas preparados para la administración, pues había sido
diez años Oficial Mayor de Guerra y Marina en Chile y
que había ocupado un puesto eminente aquí, vino á su país,
por mi consejo, y regresó á Chile luego, diciendo; — «me
vuelvo espantado. El odio á los emigrados es implacable,
y entre jóvenes, (que me nombró), de las primeras fami-
lias, en mis propias barbas, no se recatan de mostrar su
odio y su menosprecio.»
Cuando Sarmiento vino y empezó á escribir, su viejo
amigo Tejedor le dijo por vía de consejo: — «V. se pierde;
emigrado y mazorquero corren parejas en la opinión.» —
Dicen que Sarmiento le contestó: — «como hace veinte años
que ando perdido, ¿qué extraño seria que ande algunos
años mas?» — porque solía perderse con frecuencia, pero
siempre caía á la huella, como las muías de su tierra.
Cuando la lucha entre la lista amarilla con la blanca, otro
Sargento, Juan Carlos Gómez, ni porteño, ni provinciano,
aunque yo lo siguiese como cabo, levantó la bandera ce-
leste y blanca en la prensa, y al fin el gobierno empezó á
ser como unitario. Entonces volvió al Gobierno Alsina, con
mucha ayuda de Sarmiento, y la cosa fué tomando color,
hasta Cepeda, la Convención en que estábamos igualmente
representados y apareados; yo por ejemplo, con Irigoyen
que con todo su saber no se atrevía á tomar la palabra y
se mordía de rabia, cuando les ganábamos las cuestiones.
Esta es historia, mis perversos chicueios, y no hay que
andarme señalando donde estaba mi puesto, ni donde mis
amigos. Véase, por lo dicho, si tenía ó tengo razón de
creerme uno de esos pronosticadores «de la Providencia ó
del destino». . . Suprimo una blasfemia de estos troneras
sin conciencia y sin respeto.
Mi ausencia les trajo áVds. un gran bien; yes dejar el
campo libre á un joven militar y literato que necesitaba
hacer sus primeras armas en su país. Escribió un sentido
artículo en defensa del Comandante Sarmiento, insultado
por un Mur, en el Diario de la Tarde, declarando haber estado
aquel en lo mas grueso de la pelea en Caseros, espada en
MEMORIAS 213
mano como un bueno á una cuadra ó mas de nueve piezas
de artillería que no vomitaban por cierto confites, sino
vizcainos. Este acto de justicia y de amistad le valió al
Coronel Mitre que se le llenase la casa del pueblo de Buenos
Aires á visitarlo y desde entonces fué conocido y estima-
do (1). Su camino estaba hecho, al menos así lo mani-
festó él y en esos términos á su ahijado, pues contaba con
talento, patriotismo, instrucción y podía manejar la pluma
y la espada. Escribió Los Debates^ y entró de lleno en la
carrera pública, ocupando luego el primer puesto y acaban-
do por ser el hombre necesario, felicidad que les deseo á
todos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, Amen.
LIFE IN THE ARGENTINE REPUBLiC
(El Censor, 30-y 31 de Diciembre y !<> de Enero 1886 )
Mrs. Horace Mann al traducir al ingles Civilización ij Bar-
barie^ dióle á su trabajo aquel nombre, porque decía, la
lucha entre la civilización y la barbarie es común á todos
(1) En presencia del señor General Roca, del Dr. Pellegrini y otros Senadores
hemos oído al señor General Mitre declarar con sencilla hidalguía que esa de-
fensa que hizo de Sarmiento le valió en Buenos Aires, donde era desconocido, su
primera popularidad.
El asunto Mur tiene estos antecedentes. Antes de sublevarse Urquiza contra
Rosas, se presentó el Coronel Juan Mur en Chile en la casa de Sarmiento, á
proponerle el Ministerio de Gobierno de parte de D. Juan Manuel Rosas, con
todos los circunloquios y promesas que son de imaginarse. Sarmiento contestó
ofreciéndole al negociador chicotearle en la cara, cuando se hallase en Buenos
Aires, caído el tirano. En efecto, algunos días después de Caseros, en la calle de
Cangallo frente al pasaje del teatro Argentino, lo encontró y le cruzó la cara con
un rebenque. El Coronel Mur en el Diario de la Tarde el 26 de Febrero, después
de salir Sarmiento de Buenos Aires, publicó un articulo titulado: — «As^si/iftío
frustrado y fuga del asesúto». (La contestación de Mitre es la consignada pág. 205.)
Es esta la ocasión de consignar una anécdota de esa época, que relató el General
Mitre en antesalas del Senado, en la misma ocasión que acabamos de apuntar,
Al despedirse Sarmiento de sus amigos, en el muelle, para salir de nuevo al
destierro, con grande asombro de Mitre, le dijo:— «Mitre, será Vd. el primer
Presidente de la República ; pero acuérdese que me reservo la segunda Presi-
de^ncia»— Era pocos días después de Caseros, y Urquiza debía parecer el únic¿*
Presidente posible.
Esta relación hecha por el General Mitre, concuerda palabra por palabra con la
que ha hecho varias veces en nuestra presencia eJ General Sarmiento. — (.Yüíai
del Editor)
214 OBRAS DE SARMIENTO
los países y de todos los tiempos, mientras que lo que este
libro describe es la vida, como lo es en la República Argen-
tina con suscaudillejos y sus luchas civiles que son cosas
sui generis.
Contaremos un episodio de esta vida argentina para
mostrar lo que cuesta vivir aun en los tiempos mas tran-
quilos, reproduciéndose las escenas mutatis mutatidi, como si
nada hubiera sucedido.
Recuérdase que en 1852, el entonces Coronel Sarmiento
de la misma hornada que el Coronel Mitre, se retiró de la
vida pública á causa de irregularidades del gobierno que
sucedía á Rosas, regresando á su casa en Chile de donde
no volvió, sino después al país, mediante los tratados de
Junio, y estar nombrado por la Provincia de Tucuman
Diputado al Congreso del Paraná.
Debía regresar á las costas del Atlántico por la Cordi-
llera, y, no pudiendo resistir á la tentación de ver á su
madre, familia, amigos, y aun las calles y los cortijos de
San Juan su patria, hizo una punta desde Uspallata á el
Acequión, y llegó inopinadamente al Pocito en una bella
tarde de otoño. Guardaba á San Juan, Benavides, para
quien la batalla de Caseros era historia antigua, habiendo
sido confirmado en su cacicazgo de 27 años por el vence-
dor, por cuya razón no podía volver á San Juan el proscripto
de veinte años.
Acometió pues la aventura y de un galope recio y tendido
se introdujo á la ciudad, no entre gallos y media noche,
sino á horas permitidas, entre dos luces.
— Que ha llegado Sarmiento! — que lo han visto venir ga-
lopando, por la calle ancha — que entró á su casa — que
■es él y no puede ser otro por el vestido y la silla (no se
usaba montar en silla).
Una hora después, la ciudad semi-aldea estaba en ascuas;
las comadres pasándose la palabra; los policiales, asisten-
tes y ayudantes cruzándose en todas direcciones para im-
partir órdenes. Benavides tenía unos guardas de corps sin-
gulares, compuestos de setenta oficiales de coroneles abajo,
que servían en las campañas, pero que en tiempo de paz
estaban en sus casas, sin uniforme, sin revistar, teniendo
cada uno un asistente para cobrar para ambos las raciones
■de carne y vicios, con lo que había siempre ciento cincuenta
MEMORIAS 215
hombres á mano, para un caso inopinado. Ya le había
sucedido que la guarnición de plaza se le había sublevado
y escapado por milagro al decirle dése d preso. Esa noche
durmió el escuadrón sagrado, por pronta providencia,
detras de la casa del titulado Coronel, en una pampa donde
este fundó después la Quinta Normal.
Al día siguiente reunidos todos los caporales del partido
de la resistencia á la prolongación del gobierno de caudi-
llos, no obstante Caseros, y el sitio de 1853 levantado, un
edecán de S, Exa. que no era Benavides sino un Juárez
cualquiera para tapar el agujero, entregó al señor Sar-
miento una nota en la que se le intimaba salir de la pro-
vincia en el término perentorio de veinte y cuatro horas,
dándose cuenta con aquella fecha al Director General, de
las razones que motivaban aquella medida.
Acertaba á ser el edecán un pariente suyo y como her-
mano, pues se habían criado juntos. «Siéntate Eusebio (*)
le dijo, que este es negocio largo.
«Yo contestaré por escrito la nota; pero ya puedes antici-
parle el contenido mas ó menos. Dile al señor Goberna-
dor que siento que al regresará mi patria, á mi casa paterna
después de veinte años de ausencia, me reciba con esta
bienvenida: pero que no se aflija, que yo no acostumbro
hacerme cómplice de las maldades de otros, suscribiendo
á ellas. Que no saldré, pues, de mi casa, y que tenga
paciencia, que no corre tanta prisa. Que recuerde que está
su gobierno bajo el imperio de un Constitución que le
prohibe ponerle la mano á un ciudadano, ni desterrarlo,
lo que es pena capital; pero que no siendo ellos diestros
en el manejo de este chisme incómodo, la Constitución,
yo le indicaré el medio de eludir sus preceptos. Que de-
clare la provincia en estado de sitio, á causa de conmoción,
lo que es cierto, y de tentativa de revolución, para lo que
tienen ya aquí reunidos los confabulados, y entonces pido
mis pasaportes como extranjero, pues los extranjeros tie-
nen el derecho de salir del país, ó bien, vean á cualquiera
que me acuse de haberme robado las torres de la cate-
dral, y no les han de faltar cuarenta picaros que declaren
-(,1) D. Eusebio Flores hermano de D. José Ignacio (-Y. del E.)
216 OBRAS DE SARMIENTO
haberme visto en el acto de echármelas á los bolsillos;^
me acusan, me condenan y me destierran. Este procedi-
miento es mas largo, porque hay la defensa del reo y otras
majaderías.»
Pasósele la nota-contestacion al Gobernador con esta
dirección: — El Teniente Coronel del Ejército de Buenos
Aires (Coronel antes por el General Urquiza) á S. E. el
señor Gobernador. — Estando usted bajo el imperio de la
Constitución y yo protegido por los tratados de Junio que
establecen paz y amistad entre la Confederación y el Esta-
do de Buenos Aires, pido á S. E. se sirva revocar la orden
que no debo cumplir dando cuenta con esta fecha k mi gobier-
no, de la violación en mi persona del tratado de paz »
Con esta salida no contaban; pero no cesaban las alarmas»
las carreras, los aprestos bélicos, la citación de escuadro-
nes para relevarse montando guardia. El Teniente Coro-
nel mientras tanto, era apoyado por el pueblo entero, por-
que Benavides llamaba á sus oponentes alos ciudadanos»!'
Pues no vé, decía, lo que piden los ciudadanos! Los ciu-
dadanos quieren que yo me deshaga del poder! El creía,
como empieza á creerse hoy, que él con los setenta Coman-
dantes y oficiales eran otra cosa que el pueblo, pues que
ni con la guardia cívica contaba. El Teniente Coronel,
firme en su posición á dos anclas, mandó decir al Goberna-
dor que le concediese una audiencia á fin de obviar difi-
cultades, y estorbar violencias inútiles, á loque accedió el
Gobernador Díaz (el Juárez de entonces). La entrevista
tuvo lugar, y un incidente previo dá la medida de la situa-
ción. Púsose de frac negro y calzó guantes blancos para
asistir á la conferencia, por la misma razón que Facundo
Quiroga que vestía de ordinario como un paisano, se puso
de chiripá cuando don Braulio Costa fué á La Rioja en
comisión de minas.
No habiendo alumbrado en las calles (había habido en
tiempo de Carril) como un Comisario amigo que acompa-
ñaba á la comitiva, siendo el doctor Rawson de la partida,
se adelantase á saber si estaba el Gobernador, quedaron
en el dintel de la puerta, visibles los bultos pero muy
notable la silueta del de frac. En el centro del patio
había un grupo como de ocho que se movían alrededor
de algo, cuyos miembros no se fijaban en el pequeño grupo»
MEMORIAS 217
de la puerta. Acércasele el Comisario y pregunta por el
Gobernador y como notasen al mirarlo que quedaban dos
ó tres mas distantes. ¿Quiénes son aquellos, preguntó el
Coronel Rios? — Es Sarmiento que viene á ver al Gober-
nador.— Sarmiento! y todos abandonaron lo que tenian
entre manos, y se enderezaron llenos de sorpresa. No era
miedo, sino novedad! Hacía veinte años que no lo veían
los hombres de edad, muchos Comandantes no lo conocían^
y después de tanto escribir, de tanto batallar, tenerlo ahí
casi encima!
¿Qué estaban haciendo á oscuras estos ochos hombres
en medio de un patio? Estaban abriendo cajones de muni-
ciones, y entregándole á cada comandante su parte, que
recibía y acomodaba en un poncho. Si hubieran estado
en vísperas de elecciones para nombrarle sucesor al gober-
nador, se comprende que se distribuyesen cartuchos, como
ahora se mandan remingtons á las provincias. Era para
la próxima batalla con los ciudadanos que encabezaría
Sarmiento. Se abandonó por redundante la tarea, y cuando
había este entrado en la sala de gobierno, los comandantes
se colaron furtivamente en una vecina, para oír y ver cosa
tan extraña. La conferencia principió con Diaz y su mi-
nistro, por guerrillas insignificantes, pues ministro y gober-
nador eran meras pantallas, hasta que apareció la figura
elevada, sin gracia pero bondadosa y sonriente de Bena-
vides, dirigiéndose á darle la mano al Teniente Coronel,
que tuvo el cuidado de juntarlas en la espalda, como lo
hacia el Emperador del Brasil cuando deseaba evitarle á
un huésped republicano la ceremonia de besarle la mano.
Suprimo preliminares. — He venido señor General, á dar y
pedir explicaciones que pueden ahorrarme á mi desagrados
y violencias, y á Vd. un crimen, porque no he de obedecer
esa orden.
— El Gobierno está justamente alarmado con su venida
en estas circunstancias y ha querido evitar un conflicto
con los ciudadanos.
— De mí nada tiene que temer. En todas ocasiones estan-
do bajo su gobierno antes, y después desde Chile me dirigí
siempre á Vd. pidiéndole (por derecho de petición) que
dejase de ser instrumento de la política de los tiranos que
oprimen el país, y S. E. lo que ha hecho con mis peticiones
218 08KAS Dü SARMIBNTO
ha sido mandárselas á ellos, ó á los jueces de Mendoza
para perderme. Yo lo he buscado siempre.
— Si pero mientras me dirigía peticiones me sacaba el
cuero en sus escritos.
— Que quería Vd. que guardase mis armas hasta que
Vd. contestase? Ya habría quedado lucido! Mientras tanto
á Dios rogando y con el mazo dando, que ha sido la
regla de toda mi vida ( aplicada tres veces á Urquiza
después ).
— A mi no me gustan revoluciones!
— Sí; pero le gusta quedarse con el mando veinticinco
años, ó dejarlo provisoriamente en sus tenientes.
Cuando los pueblos están en armas, Vd. se deja estar
en casa, oprimiendo á las mujeres y á los ciudadanos
inermes. Salí de Buenos Aires con el General Mansilla y
Terreros, que fué yerno de Rosas y este me dijo en con-
versaciones á bordo:
—¿Quién es ese Benavidés? A él se debe la pérdida de
la batalla. Había prometido venir con diez mil hombres
y Rosas lo aguardó hasta el día de la batalla, que habría
evitado sin eso. Se le han mandado cuarente mil fuertes
(no le llegaron). .. Creo que no es fundado el cargo; pero
Vd. general hubiera estado bien al lado de Rosas, y mejor
al lado de Urquiza; en cualquier parte habría estado bien,
pero no aquí.
— Yo no habría de dejar el gobierno, porque así lo quieren
los ciudadanos; y que mientras asistía al acuerdo de San
Nicolás me declararon depuesto.
— Observe, general, que todas las otras provincias hicie-
ron lo mismo, no obstante seguir el acuerdo; y que Vd.
es el único seide de Rosas que queda en el poder, y sobre
su cabeza han de descargar sus iras cuando los hechos
triunfantes llevan otro camino. Créame general, esto va
á acabar mal, sin que yo haga revolución, pues yo necesito
estar en Buenos Aires, hoy separada de la Confederación,
quizá á causa de usted.
— También de eso, tengo la culpa?
— No precisamente eso; pero si hubiese Vd. estado al
lado del General Urquiza que con la gloria de tan grande
triunfo ha perdido los estribos, habría el pueblo de Buenos
Aires buscado otro Presidente y Vd. era el candidato posible.
MEMORIAS 219
Todos saben que Vd. no ha derramado sangre de ciuda-
danos, que ^no ha robado ni confiscado bienes de los
salvajes unitarios, y como los partidos estaban concilla-
dos, Vd. era el hombre de las circunstancias. ¡ Y qué
gobierno podría haber hecho! Habría Vd. hecho el papel
de Washington con sus virjinianos, con los sanjuaninos
que se habrían reunido en torno suyo. Oiga Vd. el nombre
de unos pocos. El doctor Carril, el doctor Aberastain, el
doctor RaT\'Son, el General Rojo, el infrascripto que vale
tanto como cualquiera otro, don Domingo de Oro. . . etc., etc.
Este rasgo de oratoria le gustó mucho, según se supo
después. . .
— Pero Vd. ha preferido no ser nada y seguir vejetando
entre las paredes sanjuaninas.
— Qué don Domingo! Siempre el mismo!
— El mismo Greneral, que Vd. conoció joven, siempre
diciéndole la verdad... La verdad es que el hielo estaba
roto y se separaron en los términos mas cordiales.
Esa noche me deserrajaron un tiro en la ventana, que
atravesó un postigo. Al día siguiente pasé un oficio á
la policía que mandaba el Comandante Burgoa con quien
había sido compañero de gancho y rancho en la campaña
que terminó en Caseros. Quería alejar todo cargo de
connivencia y se tomaron desde entonces las precauciones
mas esquisitas para resguardar la persona del enemigo,
no obstante los acantonamientos de tropas para estorbarle
hacer la pretendida revolución.
Diéronse cita para una conferencia á pocos días, reca-
yendo el designado en el Viernes de Dolores, que debe
recordarse, porque los sucesos ulteriores se ligan estre-
chamente con la semana santa que explica los qiii proquos
á que dio lugar. Como los asuntos de que se trata merecen
particular consideración suspenderemos aquí el relato
saliendo ya de los propósitos de este capítulo.
Habíase serenado la atmósfera, que agitó tan profunda-
mente la inopinada llegada del Comandante Sarmiento.
Después de la conferencia oficial tenida entre este individuo
y el doctor Rawson de un lado y el Gobernador Diaz, (Coro-
nel de milicias) y el General Benavides por otro, se mante-
nía en servicio un escuadrón de milicia de caballería,
siendo el último que vino á la ciudad el del Albardon.
220 OBRAS DE SARMIENTO
Por lo demás la tranquilidad de los espíritus se' había
restablecido desde que ya no se veían como los días ante-
riores asomadas por ventanas y puertas, cabezas con ojos
inquietos é inquisitivos espiando los movimientos de los
paseantes, atraídos por los galopes de los caballos.
Diéronse cita para el viernes y acudieron los nombrados
á casa del Gobernador.
La recepción fué cordial y amena. El Gobierno se había
convencido de que el señor Sarmiento había venido á San
Juan simplemente de paso, sin conocimiento de nadie, aun-
que esta sola circunstancia justificase al gobierno por sus
alarmas. Repúsole que estando seguro de que se le habría
impedido llegar, deteniéndole en el camino, era de buena
estrategia ser él mismo el conductor de la noticia, dicién-
doles: aquí estoy en mi casa, y el General que es buen
militar me hallará justicia. El Coronel Gobernador recor-
dó con gusto haberle salvado de la muerte en la mazor-
queada de veinte años antes; el recuerdo no era muy
correcto; pero como no venía á rehacer la historia sino á
hacerla, agradeció el cumplido, en honor á la intención.
Entrando en materia dijo el Comandante: Me felicito de
que el Gobierno haya adquirido la convicción de que nin-
gún propósito, sino es el de ver á mi familia, y reveer el
suelo natal y el teatro de las escenas de la juventud me
trajeron á San Juan; pero ya que estoy aquí y viendo la
situación tirante en que se halla el gobierno para con los
vecinos, he pedido esta conferencia para proponer medios
de transacción y de arreglo de un orden de cosas insopor-
table; porque veo que la exasperación ha llegado á su
término.
«Yo quisiera que el General se fiase á mi conocimiento
de la marcha que llevan siempre los acontecimientos.
Caído Rosas, cayeron todos los gobiernos que lo apoyaron»
no obstante los esfuerzos del General Urquiza por detener
esta inevitable reacción. Queda es verdad el General Be-
navides, aunque representado por ün jefe suyo. Caerá
infaliblemente este lunar, precisamente por los esfuerzos
mismos que hará para mantenerse. Es preciso pues que
el triunfo de Caseros sea para San Juan lo que ha sido para
todas las provincias, el comienzo de un nuevo orden de
cosas.
MEMORIAS ■ 221
«Es preciso no olvidar lo que ya he tenido el gusto de
•decir al General con otro motivo, y es que no obstante las
irritaciones del momento, el pueblo de San Juan no tiene
que quejarse de esas violencias que ponen una barrera en-
tre pueblos y gobernantes. El General Benavides no se
ha manchado con sangre de sus conciudadanos; no ha
despojado á nadie de sus bienes. Esto basta. Puedepues
descender del poder, sin temer nada de los otros; pero esta
presunción se cambiará en certidumbre, cuando descienda
bajo un gobierno regular y constituido, á que él mismo ha-
bría contribuido.»
El discurso produjo el efecto deseado, y se procedió á
buscar términos de arreglo. «Sería largo, acaso ridículo,
dijo el que iniciaba esta idea, apelar á las elecciones, para
renovar el gobierno; pero tenemos la antigua institución
del Cabildo abierto, que legaliza un acto que noesrevolu-
•cionario. Convengamos en algunas bases, y sobre ellas
podemos convocarlo.
«En todo caso, saltó el Gobernador Diaz, nosotros nos que-
damos en er gobierno.
— No veo inconveniente en ello y ya tenemos una base
segura. Vamos á la Legislatura.
Probemos á hacer una lista de las personas mas ins-
truidas ó notables de la ciudad, porque aquí están los veci-
nos mas acaudalados. ¿Que les parece?
— ¿Nombraríamos mitad y mitad de cada partido?
— No. Eso no hace mas que crear una dificultad mas,
sin remediar nada. Pondremos dos tercios de ciudadanos
de los que están divorciados con la política seguida, á fin
de que hagan adoptar las leyes necesarias para arreglar la
situación.
Esta proposición tan descarnada iba tan al fondo de las
•cosas y tan poco estaban dispuestos á conceder nada que
dio lugar á mucho debate; pero se aceptó al fin. Pero los
ciudadanos decía, se opondrán á todo, y no dejarán gober-
nar.— Probablemente, y en eso se pasará el tiempo hasta
nuevas elecciones regulares, etc., etc.
— Vamos á la milicia: Que los cuerpos elijan sus Co-
mandantes y el Gobierno el Comandante general.
— ¿Entonces usted quiere que las armas estén en manos
de ios enemigos del gobierno?
222 OBRAS DB SARMIENTO
— No General. Deseo que los cívicos de San Juan que
son los artesanos y la gente honrada, y que á usted le
consta que hace años son sus opositores, y á cuyos sar-
gentos y cabos se ven en la necesidad de prender cada
dos meses, queden contentos, lo que no sucederá si el
Gobierno les pone algún militar de los que tiene á su ser-
vicio y detestan. Estamos formando un gobierno para que
todos queden como en su casa, y para que no sea una
burla para los que hoy se consideran oprimidos.»
También esto ofreció dificultades porque veían que iba
á su objeto. Benavides y Virasoro murieron á manos de
los cívicos, con quienes prefirieron ponerse de punta.
Hablóse de los medios de llevar á cabo la idea y se sugi-
rió citar á, la Catedral á los vecinos notables, y con el
Sacramento descubierto proceder al acto, ante escribano y
demás formalidades.
El Gobernador — ¿Cuando se haría esto?
— Dentro de ocho días á mas tardar, porque yo necesito
seguir viaje á Buenos Aires.
El General — ¿Porque no pone por escrito don Domingo
el proyecto, para poderlo examinar?. .
Dr. Rawson (alarmado) — Por escrito no. Estas son pro-
posiciones que se hacen sin carácter ninguno, porque esto
mismo hay que proponérselo á los ciudadanos para su acep-
tación....
Comandante Sarmiento. — No veo inconveniente de pre-
sentar un borrador al señor general. Se lo mandaré luego...
Con esto terminó la conferencia; al parecer al gusto de
de todos, y dos horas después no se hablaba de otra cosa
en los corrillos que del Cabildo abierto, dudando muchos
de su eficacia, y meneando la cabeza los que recordaban,
que un tiempo en que el Dr. Rawson contaba traer á la
razón al Gobernador Benavides con el encanto de su ri-
sueña palabra, y parecía tener conquistada aquella agua
dormida. Al llegar la noticia del pronunciamiento de
ürquiza, y como la sala de que era Presidente Rawson, ese
mismo Gobernador Diaz se presentó á la puerta de la sala
con una partida á caballo, y una banda de cornetas y cla-
rines á gritarles: Mueran los salvajes unitariosl Muera
el salvaje inmundo, unitario, loco, traidor Justo José de
ürquiza!
MEMOKIAS 223
El Dr. Rawson no había olvidado la lección dada á su
excesiva confianza en la retórica de su adorable y estereo-
tipada sonrisa y conjuraba á su concolega á no poner por
escrito nada, temeroso de una celada.
Insistió sin embargo el otro, hizo un borrador de lo con-
venido, y leyó al que debía firmarlo si obtenía su apro-
bación.
Leyó el art. l^' asi concebido:
«Se conviene, que para evitar motivo de irritación entre
los vecinos y las autoridades, se adopte en el Departamento
del Pocito, el Reglamento para la distribución de las aguas
(corrientes) del Albardon, por ser el mas perfecto, á fin de
acallar la queja de que los que tienen poder, se apropian
indebidamente el agua del canal
— Pero ese artículo no ha sido estipulado.
— Pero se entiende, pues que remueve una de las causas
de alborotos y de queja. No temía Vd. que manden al
General Urquiza la propuesta de arreglo y sirva de cabeza
de proceso? Que le manden el art. 1* y Urquiza tan poco
conocedor en estas cuestiones de canales de irrigación y
compuertas, llamará á su ministro Carril que la estableció,
que le explique el enigma.
Anticipando un poco los sucesos, luego se supo que los
müitaresj no estaban contentos de la transacción, y dichóselo
á Benavides quien les contestó con sorna: Vds. no entienden
estas cosas. El va á presentar por escrito sus propuestas,
y allá se verá pues.
Es de advertir que San Juan estaba dividido entonces en
ciudadanos, y militares. Los militares eran generalmente
unos chinos ó campesinos; gente orillera que hacia años
servían sin sueldo cuando no hacían campaña teniendo
ración y asistente. Benavides llamaba á los vecinos, ó al
partido unitario ó á lo que quieran los ciudadanos] y era ado-
rable la gracia y aplomo con que decía: Pero no ve pues-
amigo, lo que quieren los ciudadanos?
¡Qué felicidad es la de poder escaparse un día, una sema-
na, acaso mas tiempo, de la atmósfera ardiente de la vida
pública, sin que las propias y las ajenas emanaciones del
espíritu sobreexitado, ó las muestras de pasiones rencorosas
224 OBRAS DE SARMIENTO
mal contenidas, levanten como una polvareda que enturbia
la clara y tranquila visión de los objetos! Yo he gozado
de esa felicidad alguna vez, en formas tan nuevas, tan
frescas, que al recordarlas, se presentan como en un dio-
rama plantas, rios y flores de esmalte, brillando verde y oro
las plantas, azul y plata los ríos, en una atmósfera de fuego
sin calor, como los crepúsculos de la tarde en el vasto
océano, que dan vida á la inmensidad y casi voces al
silencio.
¿Por qué no he de detenerme volviendo á ver en mi
imaginación estos cuadros, que como se sabe, en la vejez
adquieren en intensidad de colores y de sombras, una
profundidad de talladura que parecen grabados en acero.
En 1858 discutíamos en el Senado de Buenos Aires las
€uestiones mas abstrusas de la economía política, de dere-
cho, del comercio libre, de la distribución de tierras, leyes
de instrucción pública, de elecciones etc. Era la época
fecunda del pensamiento argentino. Tenían la palabra
Velez, Mármol, Mitre, ambos Alsinas, Avellaneda, Barros
Pazos, López, Frias, Riestra y tantos otros oradores de
aquella época. La discusión era luminosa y donde hay
luz hay calor; y la palabra á veces centellea y hasta relám-
pagos solían salir de estos focos calcinados. Saliendo de
las Cámaras, y atravesando en carruaje ó diligencia el es-
pacio que media hasta San Fernando y tomando allí la
chalana, la canoa guaraní movida á pala, iba por entre
canales hermosos á abordar una isla, húmeda de la hume-
dad de la crisálida que se escapa de la cápsula, á tomar
asiento á la orilla del fuego, bajo techo escaso de ramas
aun, si ya se había abandonado la tienda. ¡Dónde ha podi-
do nunca el espíritu del hombre pasar por contrastes tan
marcados del santuario de la ley, á los misterios de la crea-
ción de mundos futuros, por el lento depósito de sedimien-
tos, que provienen de rocas disueltas de mundos que ya
fueron!
En San Juan tuve también ocasión de pasar de una á otra
de estas escenas, sin intermediarios, ni atenuaciones. Una
semana sobre el quien vive, bajo la amenaza de ser aplas-
tado por la fuerza, intimación de salir, un tiro por la ven-
tana, partidas que se mueven, rumores que circulan hasta
arribar á un convenio con todos los síntomas de una celada.
MEMORIAS 225
Esto hasta el domingo de Ramos que me llevaba á la Cate-
dral que fué antes la Matriz, y la escuela en que aprendí el
silabario, y la iglesia de que era familiar, pues mi tío José
Manuel Eufrasio y mi primer maestro había sido allí
zota cura, cura vicario, Dean y Obispo y acompañándolo en
todas estas trasformaciones hasta la Catedral de Santiago
de Chile donde se consagró.
El Martes Santo fuimos en gran comitiva de damas y
caballeros á visitar el Departamento de Caúcate, entre el
río que se arrastra lentamente y el Pie de Palo destacado
■de las otras montañas. Estaban allí los cultivos de los Sar-
mientos, de Laspiur y otros grandes hacendados; habíase
creado y crecido en los veinte años de ausencia y había
que ver en aquel país llano de seis leguas de largo, divi-
dido á cordel en manzanas de diez cuadras de costado, flan-
queadas por los álamos mas robustos del mundo, en ala-
medas de seis leguas, cuyo extremo oculta á la vista un
tronquillo ó un adobon de tierra que la azada haya des-
parramado, porque los últimos álamos en la perspectiva no
se ven sino de una cuarta de alto; salvo las calles anchu-
rosas todo es verde de alfalfa, empedrados de ganados en
gorde y salpicados de casas de campo que no se distinguen
por su arquitectura, pero que cubren, como para evitar su
desaliño, sendos y espesos bosques de árboles frutales.
Había que ver en aquel damero, pues la agricultura de
país alguno se alinea ni se aliña con estupendas alamedas,
salvo ios antiguos cafetales de la Habana, de palmas reales
en lugar de álamos, con naranjales en flor y frutificando,
con plátanos y con tierra arenosa roja, y sol y lluvia para
regar á cada hora el Jardín de Dios, del sol, de la natura-
leza de gala. , .
El Miércoles estábamos de regreso á la ciudad, al remo
como dicen las matronas sanjuaninas, por el rudo lidear
de la vida de trabajo que llevan, sin saber que remo es una
pala de madera para impulsar la embarcación en los puer-
tos, y que la tradición de la lengua alude al remo de los
galeotes, presidiarios bajo el azote del sobrestante, condena-
dos por años al remo de las galeras.
Apenas llegados, ya se supo que el Gobierno había vuelto
«obre lo del arreglo entre los ciudadanos y los militares, y
Tomo xur.— 15
226 OBRAS DE SARMIENTO
á dudar no poco de la sinceridad del parlamentario. Su-
cede en estos casos, que la chismografía azuza y envenena
las cuestiones, y que el natural vicelve al galope. No había
que hablar mas de Cabildo abierto y si de tomar el camina
de Buenos Aires antes que el tiempo se metiese en agua.
Empezóse pues á hacerse diligencia de transporte y se
encontró un coche capaz de seis personas que debíamos
viajar en compañía.
Sobrevino el Jueves Santo, y otra de las resurrecciones
de Provincia y de infancia vino á embellecer la prosa en
que caía visiblemente el idilio. Lo he dicho en mis viajes.
Siempre creí de niño que la luz del sol era mas amarilla
y opaca el Viernes Santo que en otros días; pero cuando
asistí en Roma á las ceremonias de Jueves Santo, con el
Papa y todo el Colegio de Cardenales, cada uno con cuatro
familiares, y el todo con ciento cuarenta obispos oficiantes
dentro de San Pedro; cuando yo vi estas estupendas magni-
ficencias del culto romano y oi el Miserere de Palestrina,
é interrogué mi corazón, mi alma, mi sentimiento de cris-
tiano, y me vinieron los recuerdos de nuestra Matriz de
San Juan, y las ceremonias de semana santa en que yo
tenía mi papel y mi parte, me di por robado (je siiis Volé);
pero como se iba á comparar aquella parada de figurines
y de figurones, que desplegan en batalla, que cierran en
columna, que se dispersan en tiradores, al lado de la misa
de pasión, cuando mi tío el oficiante decía como las mayo-
res verdades del mundo, respondiendo al policeman que
preguntaba en el Huerto por un tal Jesús Nazareno; y mi
tío con voz llena, grave, vibrante, contestaba Ego sum,
y nos inclinamos todos, confundidos de dolor de que lo
iban á prender!... y cuando D.Miguel Sánchez entonaba una
sinfonía ó una larnentacion con su voz metálica, no de plata
sino de bronce, como cuando hablamos por dentro de un
tubo de cobre, voz que no he vuelto á oir, en ningún bajo
profundo de las grandes óperas de París, Milán, ó el teatro
Fénix.
Cuando leí después del toro de bronce en que sacrifica-
ban víctimas á Moloc los cartagineses, y el grito del que-
mado salía de la boca del toro, me acordaba del canto de
D. Miguel Sánchez.
Aquello si que era Semana Santa, cristiana, sentida, lio-
MEMORIAS 2S7
rada la muerte de Jesús, como de un antiguo conocido, y
con la simplicidad de las escenas de pueblos pequeños,
con sus casitas, con sus iglesias modestas, y sus gentes
creyentes y piadosas.
Pero en Roma ¡imaginarse que toda la concurrencia se
compone de ingleses, americanos y rusos que van á ver
tanta cosa rara, y divertida. . .!
No pude esta vez tomar parte ni aun ver las ceremonias
de Semana Santa. Había muerto mi tío y el presbítero
Sánchez; y yo ya estaba granduloncito para enternecerme
y rezar. Sin embargo en la noche, que es cuando se hacen
las estaciones en los países católicos, estaban conmigo
en casa de varios amigos, entre ellos el presbítero Cano, el
Dr. Rawson, D. Isidro Quiroga y algunos otros y alguien
le ocurrió proponer que fuéramos á hacer las estaciones
como buenos cristianos; y dicho y hecho, se convino en
que el clérigo á guiza de capellán, hiciese cabeza y nosotros
coro en los rezos usuales; y para darle mas fisonomía á la
comitiva, púseme de uniforme con medalla de la Orden de
la Rosa, lo que da carácter, y espada que por ser de parada
y fina, usaba sin tiro como bastón.
Principiamos por la Catedral, y desde que descendimos
la iglesia, el padre Cano decía: «Dios te salve María, llena
eres de gracias etc.,» y nosotros contestamos, Santa María..,
etc., que yo acompañaba de un rrrrum de la espada
corriendo sobre los ladrillos. Grande conmoción en la
Iglesia: cuchicheos de las comadres, una voz por ahí
dice. ... es Sarmientol ahí va Sarmiento! Atravesamos
diagonalmente la plaza hacia la Merced, y encontramos los
grupos que por centenares y por millares de gente hacen
las estaciones; porque en las ciudades del interior, como
San Juan que es un país continuo de población agrícola
de leguas á la redonda, acuden á la ciudad hombres, mu-
jeres, á hacer las estaciones, pues allí hay las cinco iglesias
necesarias para darle forma y solemnidad.
Cuando volvimos de Santo Domingo, alguno nos hizo
observar que casi toda la población se había agregado á
nuestra comitiva, siguiendo y respondiendo al verso del
presbítero Cano, y ocupando la negra columna muchas
cuadras.
2S8 OBRAS DE SARMIENTO
Concluímos nuestro ejercicio, volvimos á casa á tomar té,
contentísimo yo de haber entre visto, aunque entre los
velos de la noche, á toda la población de mi tierra, pero
mas contento todavía, ¿porqué no decirlo? de que me hu-
biesen visto á mi, mis amigos y amigas que lo eran todos
los vecinos, como lo son akora los de otras provincias y he
podido verlo y sentirlo en Mendoza, en Tucuman, en el
Paraná, etc. jCuántas madres pobres deseaban verm'S
después de oir hablar de mi veinte años, y hablar bien,
I^orque era bueno, bello y grande lo que hacía en Chile
contra Rosas, y cuantas niñas y jóvenes querían conocer
al Sarmiento que conocían todos los paisanos de la campa-
ña de Buenos Aires de nombre, cual D. Juan Pujol de
Corrientes interrogaba uno á uno de los que encontraba
en el Ejército Grande, sin hallar uno solo que no se sonriese
maliciosamente á la pregunta, diciendo: ¿quién no lo co-
noce?
Nos visitamos, pues, en aquel salón de nueve ó diez cua-
dras de calles que recorrían las estaciones. De repente
entra desolado don Pedro Pastoriza, comisario de policía y
muy amigo y aun pariente mío, y echando una mirada des-
pavorida sobre el cenáculo este, hasta que sus ojos se en-
contraron con los míos, me interpeló diciendo: ¿pero que
es lo que usted ha hecho? — Hecho! qué? nada. — ¿Pero que
no ha visto de la que se ha escapado? — Vamos, de qué?
Diga qué hay!
— Qué ha de haber; que si usted pasa por la plaza segun-
da vez, hay una matanza de gente, porque le hacen fuego
de debajo de los arcos y de arriba del Cabildo, donde están
desde la tarde esperándolo las tropas y todos ios oficiales;
— tomando un poco de resuello, para ir poco á poco dando
descanso á sus nervios rendidos, y crispados, agregó: — se
esperaba la revolución esta noche; y se había dado cita á
todos los oficiales. jQue no ha visto los parapetos del
Cabildo!
— No, ¿qué parapetos?
— Pero si han corrido una trinchera de adobes de-
tras de la baranda para guardar de las balas á, los sol-
dados.
— ¿Pero que hay revolución en efecto?
MKMORIAS ^9
— Pero la que viene á hacer usted. Cuando usted atra-
vesó la plaza en dirección á la Merced, seguido de aquella
enorme columna de gente que venía detras, fué uno al
café de Aubone, y gritó: ahí vienen ya! y todos corrieron á
ocupar sus puestos de combate. ¿Como es que pasa ade-
lante? dijeron, ha de ser por la otra calle, á la vuelta... y
creo que hasta ahora poco han estado en posiciones de
combate, creyendo positivamente que iban á batirse, y lo
que los confirmaba mas era verlo en traje militar, y con la
espada en la mano.
Pura coquetería de mi parte! pero casi les cuesta la vida
al presbítero Cano y al doctor Rawson. A mí no, porque
antes del Remington el único que estaba seguro era aquel
á quien le apuntaban para matarlo.
¿De donde había salido este espantoso error? De las
astucias y desconfianzas del gaucho y del ignorante. ¡A.
mi no me la pegan, ehl Este era todo el secreto. Re-
cuérdese que por casualidad era el viernes de Dolores, la
entrevista con Benavides y Diaz, seguro de mi parte siem-
pre y en aquella circunstancia también, que yo no me
curo de saber en el día en que vivo, porque los míos fue-
ron siempre del mismo color; pero por la misma casuali-
dad el término de los ocho días que es el usual para un
asunto aplazado, caía en el viernes santo. Ahora, no se
escapaba á la sagacidad de aquellos lobos y zorros, que no
había de ser zonzo que prefiriese el viernes al jueves
santo, si de una revolución se trataba; pues el jueves viene
todo el pueblo de las orillas á la plaza, y entre las muje-
res, vienen los hombres, y pueden venir quinientos. Luego
el pretendido Cabildo abierto es para el jueves; ¡á mi no
me la pegan los unitarios!. . y casi me matan estos anima-
les desconfiados.
Emprendíla para Buenos Aires con Zavalla, Laspiur y
otros luego, por que todo estaba preparado; y en la Car-
pintería camino de Mendoza, alcé á un músico que iba de-
sertado, porque lo perseguían por la política, quien me
dijo que desde el sábado anterior al domingo de Ramos
habían tenido á los músicos acuartelados haciendo cartu-
chos para la revolución de don Domingo.
230 OBRAS DE SARMIENTO
EL 8 DE NOVIEMBRE
APUNTES PARA LA HISTORIA
(El Zonda, Marzo 6 de 1864.)
Esta fecha se lía convertido en Buenos Aires en un baldón
que se lanzan los unos y los otros y no obstante las
vindicaciones repetidas, el 8 de Noviembre queda como
un oprobio, de que nadie quiere hoy participar.
El 8 de Noviembre en que en presencia y por exigencia
del General Urquiza que sitiaba á Buenos Aires fué
depuesto el (gobierno del Dr. Alsina por la Legislatura,
venía de antemano preparado por el partido ultra liberal,
que con el Nacional á la cabeza, se proponía deponer al
gobierno, por juzgarlo inepto para triunfar de Urquiza..
El 8 de Noviembre, el público amedrentado por lo alar-
mante de la situación, se prestaba fácilmente á todo cam-
bio que le ofreciese esperanza de mejorarla, y un cambio
de gobierno, era ya un medio de propiciarse al enemigo,
para unos, de cortar la guerra, para otros.
El cambio lo maquinaban con el Presidente del Senado
los intereses materiales que trataban de asegurarse contra
los posibles desastres de un sitio, ó de una ocupación de
la ciudad á viva fuerza. Políticos no faltan nunca que
hallen razones plausibles para estas precauciones, é ins-
trumentos hallaron activos y decididos en un clérigo
ambicioso, sin patriotismo y sin luces, y en un Senador
el único que había felicitado por una carta al General
Urquiza por su triunfo de Cepeda. Así el movimiento anár-
quico iniciado por los liberales, vino á ser ejecutado por
dos federales encubiertos. Lo que al principio era energía
de resistencia, se convirtió en entrega de la plaza.
Hoy es una vergüenza el 8 de Noviembre; y sin embargo
el dia ocho de Noviembre por la mañana era la cosa acor-
dada, convenida y adoptada casi unánimemente por treinta
representantes y veinte Senadores: los redactores de la
Tribuna tomaron una parte activísima y la opinión pública,
expresada según lo aseguró el Sr. Azcuénaga, por toda la
Guardia Nacional que cubría las trincheras.
MEMOUIAS 231
La reacción moral se empezó á obrar el mismo día, y
al día siguiente no sabian donde poner la cara de ver-
güenza los autores y sostenedores de aquel paso tan falso.
Los antecedentes del 8 de Noviembre se encuentran en
las sesiones del Senado, hasta el 29 de Septiembre, en
que el Senador Sarmiento desbarató la tentativa hecha,
con un frivolo pretesto, de embarazar la acción del eje-
tivo, y forzarlo á renunciar. Estos discursos son no solo
importantes como antecedentes que explican los hechos
posteriores, sino como una defensa de ios principios que
mas tarde desenvolvió en la cuestión Estado de sitio, pro-
movida tan inoportunamente por el gobierno nacional.
En esos notables discursos están expuestas las ideas de
gobierno que profesaba el Sr. Sarmiento cuando era Sena-
dor, y que ha puesto en práctica cuando él mismo estuvo
encargado del gobierno de una provincia; y el que ha
dado tantas pruebas de liberalismo, el que el 8 de No-
viembre salvó á Buenos Aires de un baldón, merece ser
creído, cuando con los hechos ha probado la sensatez de
sus doctrinas
(El autor reproduce aquí su discurso en la sesión del 29 de Septiembre 1859 —
<iue el lector hallará en el tomo XVIII, pág. 331 y siguientes.)
Para que se comprenda la importancia moral de aquella
fecha, necesitamos tratar en breves rasgos la situación de
Buenos Aires aquel dia.
Sucede casi siempre en la guerra que ambos conten-
dientes están devorados de inquietudes y de temores, cada
uno juzgando su fuerza, por el lado débil y exajerándose
la contraria. Esta era la situación del General Urquiza
y la de la población de Buenos Aires. El general ven-
cedor en Cepeda había quedado aterrado con la resistencia
heroica que la infantaría le opuso después de desbandada
la caballería. Esa infantería se había abierto paso á.
Bueiios Aires, derrotando su escuadra, y se había refor-
zado con ocho batallones de Guardia Nacional y ciento
veinte piezas de artillería. El general no había olvidado
el desenlace final del sitio de 1853, y temía con razón una
resistencia igual.
232 OHKAS UB «AKÍJ.1KNT0
La ciudad de Buenos Aires por su parte había visto-
desembarcarse sus legiones diezmadas, y esos mismos sol-
dados después de pasada la exitacion del combate se mos-
traban pur reacción abatidos, aunque momentáneamente.
La Guardia Nacional llamada á la defensa de las trin-
cheras acudía de mala gana y en corto número, murmu-
rando contra el gobierno que no había triunfado y previenda
las molestias de un sitio.
Negociaciones de paz se abrieron bajo estos aupicios, y
el General L'rquiza puso tres condiciones que llamó inde-
clinables, el cambio del gobierno era una, y el reconoci-
miento de los militares federales dados de baja, la ma-
zorca, entre ellos entraba el negro Chapaco, que debía
ser reintegrado en su título y sueldo de corouel. El go-
bierno del Dr. Alsina tuvo el coraje de romper las nego-
ciaciones, en un rechazo de aquellas humillantes con-
diciones.
Este acto en lugar de retemplar la opinión no biza
mas que exasperarla, dispuesta á pasar por todo, como
sucede en tales casos, á trueque de conjurar el peligro.
El Sr. Sarmiento tuvo razón en decir en una de esas
discusiones, que la opinión en los conflictos de la guerra»
era muchas veces el miedo y el egoísmo.
Los ciudadanos de Buenos Aires iban ¿visitar las trin-
cheras y llevaban á ellas de la ciudad la alarma y pavo-
res que el cuchicheo cría siempre. La verdadera situación
se les ocultaba, bajo estas malas impresiones. La Guardia
Nacional se había remontado, á punto de que el mismo-
8 de Noviembre los Comandantes pedían por centenares
raciones de aumento sobre los pedidos del día anterior;
y en las grandes ciudades el espíritu de la Guardia Nacio-
nal se mide por el número de plazas que forman Ios-
batallones.
La tropa de línea en tres divisiones acampaba en tres
plazas distintas, pronta á acudir al punto que el enemigo
amenazase. La defensa era completa y eficaz. En la linea
todo estaba tranquilo, mientras que la ciudad vivía en la
alarma.
El propósito de deponer al gobierno estaba en tabla
hacia días. El 8, la Asamblea se convocó á sí misma á
sesiones extraordinarias. Primer violación de los principios
MEMORIAS . 233
del gobierno, y atentado que en otras circunstancias habría
autorizado al Ejecutivo á hacerla desalojar á cañonazos.
Nonabrose una comisión para ir á intimar al Ejecutivo
que abdicase, encar,gándose de esa incumbencia el clérigo
Fuentes, antiguo federal compañero de Marino, que halló
la ocasión propicia para vejar é insultar al Gobernador
Alsina, quien ofreció mandar sus ministros á aquel cuerpo
de amotinados, prometiendo renunciar si no satisfacía á
los cargos.
El Poder Ejecutivo había recibido esa mañana el aban-
dono de parte de Urquiza, de lo indeclinable de las con-
diciones habiendo pasado una noche terrible por falta de
trenes, que anticipasen este desistimiento, y razón tenia,
pues el ejército de Buenos Aires se preparaba á hacer
una salida. No obstante producir estas piezas el Ministro,
la Asamblea elogiando la energía del Gobierno que deponía,
llevó adelante su propósito, aceptando lo que Urquiza no
le exigía ya, es decir, la afrenta.
Esa es la verdad histórica del 8 de Noviembre. Era
tal el encono de algunos, que convenida ya la deposición
del Gobierno añadían; y los Ministros también — temiendo
sin duda que los Ministros quedasen gobernando! Una
frase se compuso feliz. «Gobierno que no sabe hacer la
guerra ni la paz».
Aquí entra el papel honrosísimo que cupo ese día al
Sr. Sarmiento, quien hallándose en las trincheras al lado
del general Mitre, ignoraba las tramas que se urdían en
la capital, y viniendo por distracción al Senado que sabía
iba á reunirse, se encontró inopinadamente en aquella
deplorable escena.
El Senador Mármol se encargó de informarle de lo que
se trataba, y simpatizando con el movimiento, le pidió su
opinión. Resistir, fué la contestación que obtuvo. — Es cosa
ya hecha y acordada (la deposición). — Debemos resistir,
aun que no sea mas que por nuestro honor. — Estaba de-
signado para Ministro de la guerra. — Gracias, tendrían que
deponerme al cuarto de hora, como se proponen deponer
al Gobierno actual. Cualquiera que sea la ineptitud del
Gobierno, es una vergüenza^ deponerlo á pedido del ene-
migo. Esta concesión hecha, hace imposible todo tratado,
sino es rendirse á discreción. —
234 OBRA.S DE SARMIENTO
La campanilla sonó luego y pronto estuvieron llenos
los bancos de Diputados y Senadores. El ministro Velez
ocupó su puesto, decidido á sostener la dignidad del país
y del gobierno.
Reinaba una sorda agitación en todos los bancos. Todos
ó muchos de los RR. hablaban á un tiem[»o en conver-
sación ó en diálogos familiares. La presencia del Señor
Sarmiento no esperada por alguno, les hacia presagiar un
debate tempestuoso. Pido la palabra dijo, dirigiéndose al
Presidente, que dio vuelta la cara á otro lado, fingiendo
no haber oído. Esta maniobra se repitió varias veces, favo-
recido por el rumor confuso de voces que decian; está ya
acordado — no hay discusión — para qué va hablar?
Entonces el Sr. Sarmiento levantando la voz con solem-
nidad, y señalando hacia el Presidente con la mano levan-
tada, dijo: — Sr. Presidente; pido la palabra por sexta vez.
Este incidente atrajo el silencio é impidió al Presidente
eludir la discusión.
Entonces dijo; Sr. Presidente; no pido la palabra para
oponerme á lo que considero una iniquidad. Ya es de-
masiado tarde. Es preciso que no nos mostremos divididos
en presencia del enemigo. La Asamblea no tiene dere-
cho para hacer lo que ha hecho; pero está hecho. Lo
que ahora importa es que los que han destruido un
gobierno no se muevan de aquí sin haberle sustituido
otro, porque lograrían entregarnos al enemigo sin gobierno.
Que se resuelva que nadie se mueva de aquí sin que
este deplorable acto quede terminado. Al obrar así, quiero
protestar que no apruebo, ni tomo parte en lo que ha re-
suelto la mayoría, que reputo una deshonra para el país».
Poco mas dijo.
Esta proposición fué acojida con entusiasmo por todos.
Esperando encontrarse una resistencia tenaz, un peso se
les quitaba de encima, encontrando que no había obs-
táculo para llevar adelante el triste intento.
Este temperamento era, al punto á que habían llegado
las cosas, el único prudente. El enemigo tenía inteligen-
cias en la ciudad, y dos horas después sabría la vergon-
zosa escena. El triunfo por algunos votos, si se obtenía,
no restablecía la situación moral perdida. Los tratados
no estaban firmados, y el enemigo podía retirar su asen-
, MEMORIAS 235
timiento á todas sus cláusulas, y en tres días mas, pedir
la rendición lisa y llana.
Pasado á cuarto intermedio D. Mariano Várela, ame-
nazó al Sr. Sarmiento con publicar el debate y hacer
saber al público que no habia aprobado aquel indigno
enjuague. Mañana se avergonzará Vd. le contestó, de
haber tomado parte tan activa en hecho que será el
oprobio de sus autores; y en cuaato á publicidad yo le
ahorraré la molestia.
Vueltos á los asientos, el Sr. Sarmiento volvió á pedir la
palabra diciendo: — Sr. Presidente. Me debo á mismo, lo
debo á mis antecedentes, al uniforme militar que llevo;
haced constar en la acta que yo desapruebo altamente
lo que se ha hecho. Muchas voces, parándose ocho
Diputados ó senadores apoyaron la indicación, suscitán-
dose debate, sobre si era permitido por el reglamento,
(que no lo era) este procedimiento, consintiendo al fin
la Cámara, tan segura estaba de su proceder, se levan-
taron doce, pidiendo que sus nombres fuesen consignados
también, y constan en efecto en el acta ; entrando entre
ellos el Sr. Ocampo que desde el principio se había mos-
trado enérgicamente opuesto, el Sr. Mármol diñrió á las
observaciones del Sr. Sarmiento en la antesala y los Sres.
Agrelo, Obligado y otros. Alguno se paseaba en triunfo
en uniforme militar,'gloriándosesin duda de aquella hazaña
que no deslustraba sus botas granaderas, abriéndole las
puertas al enemigo, y aceptando condiciones vergonzosas.
Se procedió á nombrar Gobierno y Ministros. En la
tarde el Dr, Montes de Oca dijo en su casa que habían
hecho un barro. La reacción moral obraba por la enérgica
protesta del Sr. Sarmiento y de los que lo siguieron, se
dejaba sentir en ese mismo día. A la noche estaban todos
tristes y avergonzados.
Al día siguiente se citó á sesión secreta; y entonces la
reacción moral hubo de producir otro desacierto que hu-
biera perdido de nuevo al país. El Dr. Montes de Oca hizo
moción, pura que se exigiese del General Urquiza que
retirase las dos otras condiciones indeclinables, ya que le
habían concedido la esencial.
Entonces tomó la palabra el Sr. Sarmiento y en un
discurso de una hora, que sus amigos han reputado siem-
236 OBKAS Da SARMIKNTO
pre el mas solemne é impresivo que hubiese pronenciadOj
reprobó aquella necia exigencia del amor propio, recor-
dando que aun no estaban firmados los tratados y el
peligro en situación que ellos mismos habían hecho tan
vidriosa de exitar la cólera del general Urquiza, cuyo,
desprecio habían merecido. «El Sr. Senador, dijo, tiene
sin duda asco de tenderle la mano al Coronel Chapaco
según el tratado; y el que tuvo la debilidad de echar
por tierra su propio gobierno, por propiciarse al enemigo,
tenga ahora el coraje de soportar las consecuencias. Démos-
le la mano á Chapaco, ya que hemos consentido en envi-
lecernos hasta ese grado. La fuerza bruta nos impone
porque la parte ilustrada es débil. Eduquemos al pueblo,,
pues, para librarnos de estas humillaciones; pero no pro-
voquemos á quien no sabemos resistir, con pretensiones
ridiculas, después de habernos mostrado débiles. Que se
firmen los tratados tales como ayer los consintieron, y
salgamos de una situación que no debe prolongarse un
minuto.»
Esta moción, no obstante la dureza con que fué hecha»
y los amargos reproches que el orador tenía derecho de
hacer á la asamblea fué aceptada por unanimidad, y puso
término al debate; salvando á Buenos Aires esta pruden-
cia de quien sacrificando sus convicciones desde el primer
día, acaso la ocasión de arrastrar á una mayoría á volver
sobre sus pasos, á trueque de no prolongar la situación,.
y dar alas al enemigo, con la profunda desmoralización en
que había caído el Gobierno y la Legislatura.
La situación de los ánimos, y los antecedentes que deja-
mos espuestos disculpan el desacierto que mas tarde vino
á convertirse en mancha.
Los liberales reprocharon el acto olvidándose que la
deposición del Gobierno Alsina había sido su Deleada e&
Cartago, y que ellos habían formado la opinión á este
respecto, declarando retrógrado, hombre ya perdido al Sr.
Sarmiento, comparable con Alberdi, porque en el senado
se opuso un mes antes á la consumación del mismo acto
con la ridicula interpelación Rivas, saliendo á la de-
fensa de los principios del Gobierno, vaticinando lo que
sucedió un mes después, y consignando las terribles
palabras que había dicho á ese mismo Gobernador de-
MEMORIAS S37
puesto:» dentro de un año hemos de ir á recojer de la
basura los pedazos del poder ejecutivo, que están arro-
jando los gobernadores á la calle por no querer gobernar» .
No alcanzó á trascurrir el año, y cúpole al Sr. Sarmiento
el honor de recojer esos pedazos envilecidos, y levantarlos
con honor en aquel día de triste recordación.
Tal fué el 8 de Noviembre.
LAS PROVINCIAS Y LOS PROVINCIANOS (i)
¿Que han hecho las provincias en favor de la libertad?
Que se queden las provincias como se están. El buey solo
bien se lame. Chacun pour soi.
Tal es lo que se viene á los labios de cada uno y á noso-
tros también, á fuerza de oirlo.
¿Ha visto usted los cordobeses prisioneros? Esas son
las provincias é involuntariamente nos rascamos las costi-
llas, creyendo que sentimos comezón.
La cuestión nacional se va volviendo cuestión de aseo y
de repulsión. A un partidario acérrimo de la nacionalidad
lo haríamos dormir con un prisionero, y seguro que al día
siguiente estaba por la independencia, aun á costa de que-
darse en cueros vivos. Estos malditos cordobeses han
venido á comprometer á sus amigos.
¿Y que dice usted de Bouquet que pretende que Juan B.
Peñase parece á todos los demás?
Si no fuera por los cordobeses, nos atreveríamos á hacer
la defensa de las provincias.
¿Que han hecho los provincianos? Pero mucho han
hecho con ir á nacer á Córdoba, Salta y aquellos desiertos
que fueron á poblar sus padres durante la colonia, para
sufrir las desventajas de su posición. jQue gracia hace el
parisiense en nacer en París, en medio de los goces de la
civilización y del lujo, al lado de la Opera y de la Academia
de Ciencias, contemplando gratis Notre Dame y el Louvre,
con la educación en las calles y la música en el aire!
En lugar de dar una medalla á los vencedores de Pavón,
(1) Esta página es de la época en que se debatían las cuestiones que obstaban
á la unión de Buenos Aires con la confederación. Ha quedado inédita entre los
papeles que el autor dejó en San Juan después de ser Gobernador. (iV. del E.)
238 OBRAS DB SARMIENTO
yo se la diera á todos los que tienen trescientos cañones
en el Parque, diez mil fusiles, un puerto, banco de acuñar
moneda y cuatro batallones de línea bajo del poncho, para
decirle mentís al diablo y tenérselas tiesas á Derqui. El
señor Peña de Córdoba decía, meneando la cabeza en el
Parque, al ver la primera vez pilas de bombas y cañones
y carroñadas sobrantes todavía: — hasta yo, que soy un
zonzo, le habría contestado cuatro frescas á Derqui y á
Roma por todo! Qué pueblo tan grande es este y que balas
aquellas!
¿Qué han hecho las provincias para que las proteja-
mos?
Claro está que si hubieran hecho lo que debían ó podían
hacer, no necesitaban de la protección de nadie. Serian
de nueva invención las bienaventuranzas de los optimis-
tas. Socorrer al que no lo necesita; dar de comer al harto;
vestir al que está abrigado; enseñar al que sabe. Y así
por el estilo; y la verdad es que hay muchos separatista?,
pródigos de lecciones de lo que ignoran, á los que podrían
mandarlos á la escuela.
Son tan despavilados los jóvenes de las capitales y les
cuesta tanto á los provincianos perder el pelo de la dehesa,
que muchas veces hemos contemplado en el Senado las
fisonomías de Barra, Calvo y Alvear, radiantes de des-
vergüenza, al ensartar desatinos, ante un Senado de pro-
vincianos doctores, pero con caras de arrieros sanjuaninos,
oyendo y dudando si ellos eran los que de rudos no enten-
dían. Barra, (esto es histórico), pretendía una vez hacerse
entender de un ingles, hablándole jerigonza con acento
ingles deque no sabe palabra; y el pobre capitán al oir
hablar con tanto aplomo, creía no oír bien, hasta que le
dijo Y fpeak not german^ sir creyendo buenamente que era
alto alemán lo que le estaban hablando. Barra, dirigién-
dose á su compañero: «Yo he de hacer que me entienda el
gringo.»
¡Que han hecho las Provincias! Todo está en el modo de
mirar las cosas y en el punto de vista donde las miramos.
Las provincias han hecho mucho y poco. Buenos Aires
ha hecho demasiado, y demasiado poco también.
¿Cuando hizo Buenos Aires algo por las provincias? En
el tiempo de la independencia. Entonces todos éramos
MEMORIAS 239
sastres y no se cobraban, como ahora, las costuras. No
hablemos de eso. Hablemos de lo que cada uno de los vi-
vos tenga derecho de reclamar como suyo. Tire el primero
la piedra al que mas asco le haga á las provincias, por su
apatía, abyección ó miseria. — Vamos, señor Canario de la
Gironda, (*) qué hace que no tira su piedrecita! ¿Qué ha
hecho usted por las provincias? Si hubiera seguido á La-
valle, podría decir: yo derramé una gota de sudor bajo el
cielo abrasado de Tucuman, ó una de sangre en Angaco.
Pero esas cuentas pasadas fueron saldadas á su tiempo;
y como los pueblos son eternos, contaréle lo que han he-
cho las provincias, no por Buenos Aires, sino por la causa
de la libertad que ahora solo Buenos Aires deñende.
En 1835, cuando Rosas se alzaba en Buenos Aires con la
suma del poder público, y Yanzon y Ortega de San Juan,
Huidobro al mando de los lanceros de San Luis (regimiento
de linea) y Rodríguez de Córdoba, hicieron una liga secreta
para resistir al caudillaje, descubiertos por Rosas, Rodrí-
guez fué fusilado, Yanzon y Ortega se expatriaron y Hui-
dobro pudo ocultar su complicidad. Benavídes nació de
esa tentativa abortada. Fué desde Buenos Aires á reci-
bir el gobierno de San Juan.
En 1837, después de la revolución sofocada en Chascomús,
Lavalle encontró en Corrientes soldados para volver sobre
Buenos Aires, y si no triunfó, no fué culpa de Corrientes ni
de los correntinos. Volvióse de Merlo, porque nadie salió
ásu encuentro.
Tucuman, La Rioja, Saltay Jujuy hicieron en seguida la
liga del Norte que tuvo á Lamadrid y Hacha por brazos;
y todavía Lavalle encontró apoyo, soldados y recursos eu
Tucuman exhausto y Paz, desde Corrientes, daba la batalla
de Caaguazúque hicieron malograr desavenencias intes-
tinas.
¿Era partidario del caudillaje Buenos Aires entonces, y
desde 1839 hasta 1851, e:i que no hizo con éxito esfuerzo
alguno para quebrantar sus cadenas? Entonces las provin-
cias, pobres, escasas de hombres y de armas, podían decir
lo que ahora dicen algunos: ¿pero qué hace Buenos Aires,
(1) Rawson. Véase introducción del T. XI Y {N. del E.)
240 OBRAS Ui£ SAKMII«NTO
con sus millones, su puerto, sus heroicos antecedentes,
mientras nosotros, sin dinero, sin hombres, mantenemos
la lucha, cayendo y levantando?
Ved ahora lo que hizo, no ya Buenos Aires, el pueblo
ilustrado, la ciudad cuna de la libertad, sino el tirano que
la oprimía. Mandó sus poderosos ejércitos á Córdoba con
Oribe, á Mendoza con Pacheco, é hizo decapitar á los
principales ciudadanos. ¡La sangre corrió á torrentes en
las casas, en las calles de Tucuman !
Esto era poco para lo futuro. De Córdoba se trajeron
á Santos Lugares los ciudadanos mas ilustrados y ninguno
volvió; y ya Córdoba había experimentado otra decapita-
ción en 1831, trayéndose á Buenos Aires 150 vecinos. Otro
tanto sucedió en las demás provincias, y á mas fueron
todas desarmadas por el tirano. En el Parque están las
seis culebrinas de Mendoza, como en Pavón han quedado
los pobres cañones y fusiles de Córdoba y San Juan.
Rosas, al despojar las provincias de sus armas y matarles
sus hombres notables, se proponía asegurar el porvenir;
y cuando en Caseros su obra fué destruida, sus previsiones
le sirvieron á Urquiza para someter provincias que no
habían olvidado sus torturas, empobrecidas, desarmadas
y privadas de hombres.
¿Qué hacen las provincias?, dicen. Nada!
Ya hicieron, cuando nosotros no podíamos hacer. Ahora
que nosotros podemos ¿qué hacemos por ellas? ¿Hacerles
asco como á leprosos? Pretender que les gusta ser insul-
tadas por Allende y Sáa, estropeadas por Nazar, es lo mismo
que decir y sostener que Buenos Aires gustó de la mazorca
veinte años.
Y sin embargo, las provincias han hecho mucho en medio
de su desvalimiento. Tucuman, Salta, Jujuy, Santiago no
ayudaron á la invasión de 1858 á Buenos Aires; y aisladas
«n el fondo de la República, aun han tenido valor para
no ayudar á Derqui en su tentativa actual.
¿Por qué no se han pronunciado abiertamente? decís.
Acaso por una razón muy sencilla. No habiendo, ni
<iespues de la ocupación de Córdoba, hecho Buenos Aires
una declaración explícita de la guerra, y corriéndose muy
válido el rumor de que Buenos Aires estaba dispuesto á
tratar, han tenido miedo de quedar colgados y expuestos
MEMORIAS 241
•álos furores mazorqueros, después que se separase Buenos
Aires. Estas disculpas pueden dar. Fresco estaba el
desastre de San Juan, contra el cual protestaron. Sart
Juan esperó sin duda que sus amigos de causa lo apoyasen,
que las reformas no fuesen solo para estar en el papel.
¡Qué han hecho las provincias! Y qué ha hecho Buenos
Aires en estos diez últimos años, para pedirle á nadie
cuenta de lo que pudo y no hizo 1-
¡Qué han hecho las provincias! Lo que hacen siempre
las provincias, sufrir y gozar las consecuencias de los actos
de las capitales y de las grandes ciudades. Cuando una
nación se forma en un punto del globo, sus habitantes
se diseminan en aldeas, ciudades y campañas. En una
gran capital se aglomeran las luces, los goces, las fortunas,
los capitales, todas las fuerzas vivas de la nación. La nación
cuenta con estos medios reunidos en una parte para la pro-
tección de los otros. Sino nadie iría á poblar un terreno
lejano de las costas, ni aventurar el porvenir de sus hijos.
Ala aldea no se le pregunta qué hace en favor de la capital
y á la capital, á la cabeza, hay derecho de preguntarle
qué hace en protección de la aldea miserable, al rico
del pobre, al fuerte del débil, al sabio del ignorante, al
que está armado, del indefenso. Esta es la sociedad y
para eso se ha instituido el gobierno.
¡Qué han hecho las provincias! Pero abandonemos este
terreno inicuo. Darle teatro y medios á Calvo, Barra,
Guido, Lámela, Alvear, Laprida y cientos mas de la capital,
para que muestren los hombres lo que son, sin relación
al suelo en que nacen. ¿Qué intriga en el gobierno nacio-
nal contra Buenos Aires, qué ley en el Congreso, qué
consejo al lado de Urquiza, no ha tenido por agente, orador,
apoyo ó expositor á hombres acatados de Buenos Aires?
¿Quiénes son los autores, instigadores y factores de la
presente guerra? Calvo y Barra en la prensa, Guido y
Alvear en el Senado, Victorica en San José, Lámela, Nadal
en el Rosario.
Y esto que asume la forma de un descargo, no es sino
la prueba de la comunidad de intereses, de pasiones, de
-crímenes y de virtudes de todos los pueblos.
Si quisiéramos echar en la balanza hombres, crímenes
Tomo zux.— 16
242 OBRAS DB SARMIENTO
y virtudes de provincianos, nunca podríamos hacer el
deslinde. Cada invasión ha sido alisada, aconsejada desde
aquí, ¿quién ]o ignora? Los capitales han ido de Buenos
Aires y los mas orgullosos separatistas sacan el sombrero
hasta el suelo al señor don Fulano de Tal que dio fondos
para equipar la primera escuadra y al señor don Mengano
que proveyó fusiles y municiones.
Este es el privilegio de los grandes centros de población;
el caudal es poder; la inteligencia es poder; las armas,
los puertos, el crédito son poderes y para el mal y para el
bien son los que pueden los que son siempre y en todos
los países los responsables.
Con plata, armas é ideas se revuelve el mundo. En las
provincias puede mostrarse un instinto; en las capitales
tomará la foima de teoría y aplicación. Facundo será
corregido, aumentado y perfeccionado por Rosas.
Esta es la historia.
PAVÓN
Al tei minar la administración Obligado, uno de sus
Ministros, el Coronel Mitre y muchos otros proponían la
candidatura Riestra, otros á cualquiera en su lugar, pues
no habían ideas fijas.
Nombrados los doblantes, que eran dispuestos por mayo-
ría en favor de aquella, sus amigos propusieron á Sarmiento
el caso, pidiendo su parecer. — «Malo, les dijo, (el parecer
de Sarmiento valía algo entonces), Riestra, cualquiera que
sean sus cualidades, no es un hombre significativo en la
lucha que sostenemos. Es preciso que en Salta se sepa»
por el nombre del Gobernador, de qué se trata. Alsina. —
Pero Alsina no es amigo de Vd. — Pero Alsina fué el jefe
político con quien se avisó Urquiza en Montevideo. — Alsina
fué el Gobernador que derrocaron los federales. — Hay Q2
votos por Riestra y solo nueve por Alsina. — Hagan lo que
gusten. Alsina.
No hicieron lo que gustaban, porque entonces se sacri-
ficaba mucho al ínteres público. Fué Alsina con 22 votos,.
Riestra con 10, y 8 dispersos (Vide Elizalde).
MEMORIAS 243
Alsina consultó mas tarde en asamblea de partido si
nombraría Ministro á Mitre. Llegado su turno, Sarmiento
dijo: — «Dentro de un año tendremos que recoger de la
basura los pedazos del Poder Ejecutivo que los gobernantes
arrojan á la calle.» (Vide Gelly que apoyó).
No pasaron ocho meses antes que Sarmiento recogiese
en efecto de la basura el Poder Ejecutivo depuesto después
de Cepeda por una reacción federal (Véase sesión del 8
de Noviembre ).
Azcuénaga (conocido al día siguiente por carta que había
escrito al sitiador) el padre Fuentes, Llavallol por miedo
de las vacas que quedaban inconsolables en la cam-
paña .
Era preciso conjurar el mal. Tejedor tuvo la habilidad,
(que él llamó poder de intriga), de alejará Urquiza con-
tento y habia de nombrarse Gobernador. Candidatos Obli-
gado y Mitre, ya General aunque vencido. Era ardua la
empresa; pero no imposible. El Nacional, que entonces
pesaba en la balanza, pues lo habían redactado sucesiva-
mente Velez, Mitre, J. C. Gómez, estuvo por Mitre y cuando
don Amancio Alcorta fué visto por don Manuel Ocampo y
vio á don... se sobreentiende que la pluma y la palabra
de Sarmiento andaba de ese lado.
Fué electo Mitre, y es esta la errata mas grande que
tendrá que hacer Sarmiento en sus Memorias postumas.
No se crea que pretende recalentar la historia al calor
de las pasiones. No. Mitre con sus deficiencias, tiene
esas facultades de atracción y de apatía de Aratus, el Ge-
neral de la Liga Aquea, para quien las derrotas eran su
corona. Esta gran cualidad lo ha hecho sobrevivirse á sí
mismo. Es la de los caudillos, y revela, aun en Benavides,
capacidades políticas, imperceptibles al ojo desnudo, pero
que se hacen sentir por años. Tiene cualidades de mando
militar, puesto que los jefes que ha mandado han perma-
necido unidos bajo su dirección.
Sus faltas pertenecen á la historia; pero fué mía la falta
de no haber visto entonces, no obstante pruebas, que care-
cía de aquellas convicciones profundas, necesarias á un
jefe ostensible de una gran revolución social, larga, lenta
difícil; y que por tanto requiere que el que la dirige, pueda
244 OBRAS DE SARMIENTO
ceder al viento, pero no cambiar de rumbo, recojer velas,
tenerse á palo seco, con viento contrario; pero soltar todo
el trapo cuando corre favorable.
¿Era unitario? ¿era federal? ¿localista? ¿separatista? De
todo fué y casi siempre en mal momento.
Necesitábase un argentino, un nacionalista como San
Martin, Rivadavia, de todas las horas, de todos los tiempos,
y Mitre no era eso entonces,
Lo fué ¡quién lo creyeral Don Pastor Obligado en el
momento supremo. Llamado por el Gobernador Mitre al
ministerio, por renuncia de Sarmiento, á quién la muerte
dada á Aberastain obligaba á alejarse de la escena para
dejar paso franco á los sucesos, Obligado dijo al Goberna-
dor:— «Entendámonos claro. ¿Cuál será vuestra política
con la Confederación? — De eso hablaremos en los consejos
de Gobierno. (Ya le había contestado lo mismo á Rawson
procurado por Sarmiento y que se negó redondamente á
aceptar). — No amigo, le contestó Obligado; necesitamos en-
trar por la fuerza en la nación: la guerra, si es necesario.
Vd. ha gobernado conmigo mientras estuvimos separados
y no era vida esa. No podemos estar separados, con la
amenaza permamente, el comercio perturbado etc.»
Entró Obligado á esas condiciones y se intentó la guerra
para unirnos y se logró. Si el jefe del ejército flaqueaba
en el propósito,- aquí estaban Obligado, Ocampo, Velez y
Sarmiento, que lo hicieron ir derecho á Pavón, á la victoria,
á la unión, á la Presidencia.
Obligado hubiera sido, pues, mi hombre; pero se reveló
tarde, por atrición, por temor del infierno y no por amor á
su Dios, la Patria común que ofendía en sus mocedades.
No hago la historia de Mitre. Me defiendo del cargo de
haber abandonado á mis compañeros, en la hora suprema.
Mi compañera era la Nación Argentina, no esta villana
de papel, sino aquella, cuyo amor, cuyo engrandecimiento
Inspiraron algunas bellas páginas de mis primeros escritos
y me tuvieron en guardia contra las tentaciones á que
tantos cedieron.
MEMORIAS 245
CARTAS CON MITRE
Nota— Sarmiento afirma en lo que precede, y lo ha hecho en otras circuns-
tancias, que la batalla de Pavón, de la que procede toda nuestra organización
nacional, fué dada, venciéndose las honorables irresoluciones del General Mitre,
mediante las instancias de Velez, D. Pastor Obligado, D. Manuel Ocampo (el
Gobernador delegado) y las suyas que quedaban confirmadas por los escritos de la
época y sus discursos en el Senado.
No hemos conseguido del Señor General Mitre la comunicación de las cartas
de Sarmiento que conserva de aquella época climatérica de nuestra historia;
pero poseemos casualmente el borrador de una carta que arroja viva luz sobre
aquellos sucesos, conservado acaso por su importancia, acaso por ser la única vez
que el autor hiciese un borrador. Dicha carta está empezada tres veces, tan
delicada era la materia. No seria extraño que la que publicamos discrepara en
algún detalle del original que posee el señor Mitre, pues era una caracteristicu
del autor que nunca pudo copiar nada textualmente y menos de lo suyo donde
la superabundancia de ideas lo hacia ampliar lo escrito.
Para que no haya duda sobre nuestra imparcialidad de criterio al apreciar lo
pasado, hacemos una excepción á la regla que nos hemos impuesto de no trans-
cribir documentos ágenos en esta recopilación de que hemos debido excluir
tanto de Sarmiento, dando á continuación la carta que poseemos manuscrita del
Señor Mitre, sobre cuya impresión debemos advertir que á pesar del prolijo
trabajo de interpretación de la endemoniada letra á que nos hemos entregado
con prácticos en la materia, puede quedar alguna duda sobre una ó dos palabras
que su mismo autor no reconocería {El Editor).
San Nicolás, Agosto -2 de 1861 .
Sr. Don Domingo F. Sarmiento.
Mi estimado amigo:
He recibido su carta del 22 que he estimado y apreciado como la manifes-
tación de los sentimientos de un verdadero amigo y como la expresión de los
que deben animar al buen ciudadano en las difíciles circunstancias que
atravesamos.
Vd. debia pensar que yo no podía estar en desacuerdo con Vd. en las
aspiraciones patrióticas, en las vistas generales', aun cuando podamos diferir en
cuanto á los medios, en cuanto á la apreciación de estos y la oportunidad de
hacerlos valer. 3
Me ha oido Vd. decir varias veces que tal vez hemos hecho un verdadero mal
á las Provincias simpáticas á la causa de Buenos Aires, para remediar en ellas
males externos, haciéndoles concebir una idea exagerada del poder de Buenos
Aires, que solo por fuerzas y acción propias pueden remciliarse; y que, esta
ilusión, de que han participado los poderes enemigos de esos pueblos, ha hecho
que conspirara con mas empeño contra su orden interno y contra sus principios,
como ha sucedido en Córdoba. Hablo solo de nuestro poder expansivo por medio
de la acción directa.
Como complemento de esas ideas, y solo como idea digna de profundizarse me
ha oido decir Vd. también, que tal vez hemos comprometido la estabilidad de
246 OBRAS DE SARMIENTO
esas provincias, su crecimiento moral y material, por pretender prematuramente
identilicarlas no solo con nuestra suerte, sino hacerlas andar á nuestro paso,
gravitando sobre ellas poderes y cosas que podían hacerles mas daño inmediato
que el bien que nosotros podriamos prometerles para lo futuro; con mas la
certidumbre de que por ahora, esas provincias eran por si solas nulas para la
acción, en el caso da que los elementos contrarios se dirigieran sobre Buenos
Aires, único y verdadero baluarte de los principios, perdido el cual se pierde
todo.— No pensaría lo mismo si la unión se hubiese consolidado, y los hechos
dicen bien claro, que uno ó dos años mas de paz con Buenos Aires, con reunión
del Congreso, (?; aquellos elementos habrían obrado poderosamente en nuestro
sentido. Hoy si su acción no es hostil (que lo es en el hecho de darla(?) ) es
nuia, y nuestros planes militares que deben ir á un mes de plazo cuando mas
no pueijen solucionarse á lo que pudieran hacer algunas Provincias, imitando
el noble ejemplo de Baigorria. Eran las Provincias aliadas de la paz.
En fin, estas reflecciones para discutirlas mas tranquilamente al lado del fuego
de la estufa.
Por ahora le diré cual es mi base de criterio y de procedimientos, á que esas
mismas refiecciones sirven en cierto modo de base.
En primer lugar prefiero la paz á la guerra, como medio de consolidar los
principios y las instituciones, salvando la moral; dar vigor saludable á los iiueblos
y vincular sus intereses morales y materiales. En esta atmósfera se desarrolla
la libertad, y el caudillaje no solo se marchita, sino que á su pie no retoñan
arbustos, como sucede en la guerra.
Obligado á aceptar entre la paz ó la guerra, con medios para llevar esta ade-
lante y con esperanza de éxito, estaré siempre por la paz, si ella salva aquello
mismo porque se va á combatir, aunque no aumente el capital político, y aunque
no se puede garantir su larga duración. Pero cada año de paz es entre noso-
tros un triunfo para los pueblos libres y los dos años de paz de Cepeda en
Buenos Aires se lo prueban á Vd. Cuando nadie creía en las fuerzas que el
país había recobrado y gozado en estos dos años, me costaba trabajo persuadir
<]ue la guerra era al menos posible, á los mismos que hoy, no quieren ni
hablar de paz.
Otra de mis bases, es que, sino puedo salvar á toda la República con Buenos
Aires, debo salvar á Buenos Aires que como he dicho á Vd. es lo único sólido
que que hay en la República, la seguridad de la libertad al presente y su
áncora de salvación en lo futuro. ¿Se imagina ver lo que será Buenos Aires, con
«uatro años de paz, desenvolviendo su riqueza, su poder, su libertad, su espíritu
público, aun cuando el caudillaje agotándose en esfuerzos brutales trabaje por
disolver lo único que le sirve de egide hoy, es decir, las instituciones fede-
rativas? Esto no es imposible, aunque es difícil, y aunque seria mejor ganar
una batalla y organizar de nuevo la República sobre la base de victorias, ¿porqué
un hombre racional debe renunciar á la esperanza de obtener este resultado sin
necesidad de medios que comprometan el mismo fin que se tiene en vista?
Agregue Vd. que si nos unimos hoy con los pueblos, atando á Urquiza, disol-
viendo al Congreso, deponiendo á Derqui, y cambiado militar y revolucionaria-
mente el modo de ser de las Provincias que nos son hostiles ó se hallan dominadas
por fuerzas extrañas, no podremos unirnos legalmente, es decir, no podemos
incorporarnos definitivamente sin comprometer el porvenir de Buenos Aires
cualesquiera que sean las concesiones constitucionales que obtengamos. Salvar,
MEMORIAS 247
pues, á Buenos Aires, no por egoísmo provincial, sino por amor á los principios,
por amor á la libertad Argentina, que solo aqui vive y solo de aquí puede ex-
tenderse, y salvarle á pesar de la guerra, y de las asechanzas que en la guerra
pueden anonadarle, tal es el doble problema que tengo que resolver en el
terreno de las negociaciones.
Ello no impide que revele á Buenos Aires un poder que ella misma no conocía
y que lie impuesto al enemigo, y que siga obrando en el sentido de la guerra,
con la energía y actividad que corresponde, y entre nosotros, que la faz nego-
ciones me ha servido para ello mas que mi actividad y mí energía, cosa que le
explicaré tal vez algún día, y entonces comprenderá lo difícil de mi posición
militar, hasta ahora pocos días lo que veo ninguno ha comprendido.
Por lo demás, creo muy difícil la paz, dado el estado de los hombres y de las
cosas, aunque no lo creo imposible, y aunque sería muy fácil con un poco de
buena voluntad.
Así, me preparo á la guerra, y es á lo que me preparo seriamente cualesquiera
que sean mis ideas políticas y ülosóflcas, y llegado el caso, la haré como corres-
ponde, jugando la suerte de la libertad á la suerte de las armas, pero como
debe jugarse el porvenir de un gran pueblo y de una gran causa, es decir, con
el poder que tiene á su servicio, sin fiar mucho en aventuras mas ó menos
remotas.
Seguiría, si no se acabase aqui el pliego, pues mi tiempo no me permite
extenderme fuera de las fronteras de un pliego de papel por carta; Suyo siempre
Bartolomé Mitre..
SARMIENTO Á MITRE
He escrito mucho papel, mi estimado amigo, para contes-
tar su estimable del 2, cosa que nunca me sucede, tan difícil
es decir su pensamiento, ó hacerle llegar el ageno al que
tiene en sus manos la suerte del país. Al escribirle, me
sucede lo que pasa en mi espíritu al pensar que va á venir
al Senado un tratado de paz, tal como es posible hacerlo
con Juan Saá que lo firma. ¿No asistir al Senado? no habría
Senado por falta de número. ¿No tomar la palabra? ¿Hablar
y ser el primero en tirar la piedra?
Qué le diré, pues, á su carta que no lo crea efecto de
mis convicciones que me llevarían hasta lastimarlo.
Diréle, pues, lo que todo el mundo piensa de Vd. y lo
que yo deduzco de ello. La única y la primera víctima de
la paz, es Vd. que se hará la reputación del primer diplo-
mático, matando al General, impotente con el mas grande
y mas altamente moralizado de los ejércitos. No tenía Vd.
gloria militar adquirida, y la paz como blanco, que ha sido
sin disimulo del poderoso armamento, le dará á Vd. quince
248 OBRAS DE SARMIENTO
mil detractores en ese ejército, martirizados cuatro mese&
para volver á esconder sus espadas inocentes de esa paz.
Muerto Vd. como General, y su estadía en San Nicolás es
una agonía, nuestro partido desaparece por impotencia»
pues en otro conflicto, todo sucederá menos que Yd. mande
un ejército, porque para el objeto de su reunión, el públi-
co se convencerá que Vd. no es para ello, que si le sobra
valor personal, le falta la voluntad del General. Esto está
en todas las conciencias. Al principiar, solo la necesidad
compelía á los hombres á arrostrar la situación; no había
fe en su capacidad militar. Cuando la opinión se vio res-
paldada por un fuerte y poderoso ejército, la decisión no
conoció límites y el país se lanzó á la guerra.
Cuando Vd. anuncie la paz, !a aceptarán, por la convicción
que se arraiga, y Vd. robustece, de su mala voluntad para
hacer la guerra; y mas se resignan á ser derrotados en ei
gabinete de Vd. que en el campo de batalla.-
Vd. cree que consulta el ínteres del país, imponiéndole
la paz, en busca de un problema moral; porque prublema
es que la libertad y las instituciones se salven con la paz.
Esta manera de razonar tiene el defecto de dar por sentado
lo que es discutible.
No será atacado Buenos Aires de afuera, lo que no quita
que se disuelva interiormente, por la acción de las mismas
causas que la retrajeron de arrostrar las dificultades exte-
riores. ¿Qué instituciones salvamos? La Legislatura como
poder moral de opinión, de luces, no existe. El Senado se
compone de catorce viejos, sin luces y sin salud. El pueblo
no quiere elegir los que faltan, porque desprecia institucio-
nes sin valor real. La Cámara no está mejor parada. El
Ejecutivo, ó mas bien el Gobernador, ha hecho en dos años
lo que ha querido él solo, sin que haya poder que modifi-
que su opinión. La prensa, fuerte para agitar la opinión
en el sentido de la guerra, no lo ha sido para contrariar
esta disposición. Las Cámaras no han dictado ley alguna.
La vida pública comienza á hacerse insípida; lodos los hom-
bres de nuestro partido están divididos ó anulados.
La organización militar será en adelante, por la Guardia
Nacional, el director de la política. El Club Libertad será
una máquina que Vd. no manejará. El tesoro está abru-
mado, el papel agotado como recurso.
MEMORIAS 249
Estas son las instituciones que Vd. va á salvar, con la
exhibición de un grande ejército. Una sola cosa falta y es
un Gobierno con prestigio y el de Vd. dudo mucho que
conserve el necesario para acabar honorablemente. ¿Cuá-
les son su amigos en la opinión, en la prensa, en las Cáma-
ras, en los Clubs? Hoy tiene á todo el país, porque lo ha
armado en nombre de deberes, de sentimientos, de agra-
vios comunes á todos; pero !e ordena desarmarse en nom-
bre de una abstracción que se parece al miedo y á la
debilidad.
Después del (no triunfo) los quince mil valientes en yer-
ba, con cinco mil críticos aquí, darán sus batallas en la
política tirando ai blanco sobre el Gobernador, sobre el
General de la paz; y como las elecciones futuras no tienen
nada que ver con la persona de Vd. los Comandantes de
los cuerpos que influyen en las elecciones se ocuparán de
sus negocios.
Yea la composición de la Cámara y de los Clubs. Estas
son las instituciones que Vd. se propone salvar; pero á mi
juicio, será otro el que las salve, no Vd. que habrá abdicado
con el sentimiento de la virilidad, á dar dirección á las
cosas, ni dominar las resistencias.
La discusión de un tratado de paz va á ser la señal de
la disolución. Cada uno quiere salvar su responsabilidad;
y sin la indiscreción que salva á veces á los pueblos, será
aprobado por un voto mudo, cualquiera que sea, persuadidos
de que no queriendo pelear el General (el público cree que
por carácter, sin tacharlo de cobarde), es preciso capitular
como sucedería después de hacerlo pelear contra su vo-
luntad y hacerse derrotar.
La gloria de la paz, — desengáñese Vd. — le quedará á
Thornton que tiene los medios de adjudicársele en Europa
y á Urquiza que la otorga, pues la escuadra estacionada
en San Nicolás le quita á Vd. el derecho de decir que ha
optado por la paz, pues nunca quizo hacer la guerra, de-
jando documentos incuestionables de esa intención.
A la altura á que han llegado las instituciones y los
hombres, era en el corazón de la República que debíamos
ocultar la propia debilidad y adquirir nuevas fuerzas-
Vd. tiene la Presidencia por un lado, ó la posición de
los demás Generales por otro. Es preciso seguir su carrera
250 OBRAS DE SARMIENTO
Ó anularse. VJ. conspira contra sí mismo creyendo que
es una alta razón que lo guía. El pueblo cree que es Vd-
una inteligencia superior engastada en un cuerpo sin alma,
sin voluntad, sin pasiones ni públicas ni privadas, domi-
nado por una molicie de carácter que su razón se empeña
en vano en vencer ú ocultar, y empeñando á fuerza de habi-
lidad inactiva, los frutos que no se obtienen sino á fuerza
de actos perseverantes.
Si yo pudiera pasar á su alma mis convicciones, le acon-
sejaría salvarse dando una batalla y haciéndose derrotar
en un lago de sangre. Estos pueblos no se pierden por las
derrotas. Treinta años se lo han mostrado. Se pierden
por el voto de 1835 en Buenos Aires, por las contemporiza-
ciones de Gutierrrez, Carril etc., en 185'2, por las paces de
■53, 55, 59 61 que prolongan el mal sin curarlo.
CARTAS Á DON MANUEL OCAIYIPO
{El Censor, 15 de Enero de 1886.)
Publicamos con gusto las cartas que remite uno de los
Sres. Ocampo en corroboración del aserto del General
Sarmiento, que establece que D. Manuel Ocampo, como
su Ministro D. Pastor Obligado tuvieron parte muy pro-
minente en la pacificación final de la República en 1861.
En las cartas del mismo autor, está tantas veces insinuada
la idea que se ve que era preocupación del momento, y
que el éxito daba satisfacción á los que habían persis-
tido en buscar desenlace final á la cuestión.
Ocampo como Presidente del Senado era Gobernador
Delegado, mientras el efectivo estaba en campaña, pero
en aquellos buenos tiempos un Gobierno Delegado, era
tal Gobernador, como el Senado ó la Cámara eran el Con-
greso y no oficinas de hablar del Poder Ejecutivo. El
Gobierno Delegado tuvo pues su política con respecto al
tratado Yancey, que rechazó; pero también era razgo de
aquellos tiempos que el Gobernador propietario hiciese
al delegar el Gobierno, real dimisión de su poder
y se sometiese á llenar las órdenes de los que la ley
constituía superiores. Hoy han tomado otro aspecto las
cosas, y de ahí viene que no se diera toda la importancia
MKMORIAS 251
á la acción de los Sres. Ocampo y Obligado en la termi-
nación de la guerra civil, como la que resulta de las reve-
laciones del general Sarmiento.
3r. General D. Domingo F. Sarmiento.
Mi querido General:
Puede Vd. imaginarse con qué placer hemos leído el hon-
roso recuerdo que Vd. hace de mi padre, atribuyéndole
grande influencia en la reunión de las Provincias y Buenos
Aires, en 1861, por la firme voluntad de incorporarse en
la Nación.
Esta aserción de Vd. nos hizo traer á la memoria va-
rias cartas suyas á mi padre, de aquella época, y de tal
modo confirman lo que Vd. dice ahora, que me tomo la
libertad de remitírselas, con cargo de devolución, para
que se divierta releyéndolas después de veinte años.
Agradeciéndole á nombre de mi padre y de toda la
familia tan honroso recuerdo tengo el placer de suscri-
birme.
Su affmo. amigo.
José L. Ocampo,
Eccmo. señor Gobernador don Manuel Ocampo.
Rosario, Nonembre 16 de 1861 (1).
Mi estimado amigo:
Había postergado hasta ahora escribirle, esperando tener
algo que decirle de positivo; y ahora que lo hago, no estoy
mas adelantado que el primer día.
Aquí se respira la atmósfera de calma que imprime el
general en jefe, que encuentra en sus propias ideas y en
los hechos que se desenvuelven motivos de no salir de
ciertos límites de acción. Todo se encadena en efecto.
( l) La noticia de haberse libertado Córdoba, debió llegar el 20 al Rosario. El 21
se puso en marcha la División Pftunero, llevando la vanguardia el batallón de Rivas
para apoyar al general Flores que despejó el camino hacia el interior en Cañada de
Uomez.
252 OBRAS I)K 8AKMIENTO
La escuadra inmóvil conserva el obstáculo que obstruye
al Entre-Rios y Corrientes; el Carcarañá crecido cubre á
Santa-Fé; y la falta de caballos, y la nulidad de la caba-
llería paralizaban hasta ahora los movimientos. Ayer se
ha mandado reconocer el Carcarañá para vadearlo 6
echar un puente y hoy se sabrá el resultado.
De Urquiza no se sabe nada, y si algo se sabe es que
vuelve á sentimientos y propósitos hostiles. Quizá esto
sea un bien. No estamos mas adelantados del interior.
La expedición á Córdoba es fuerte y bien organizada»
Está completa de caballos, y ya están cargadas las carre-
tas de parque etc. ¿Guando saldrá? nadie lo sabe, ni se
apura, contentándose con ver prepararse todo al efecto.
Yo marcho en ella como auditor de Guerra, ó como
quiera, con que la voluntad puede hacer algo, armada
de bayonetas ó de palabras.
Aquí ha producido cierta sensación la orden del día
que subdividía el ejército y mostraba intenciones de
obrar. Cada uno sintió donde le dolía: algunos coman-
dantes de G. N. en que no los elogiaba, otros en que los
ponía en movimiento.
La Aduana se está organizando aquí, de manera de ofre-
cer recursos para el sosten del ejército del interior, cosa
que no. preocupa mucho porque de ahi depende el éxito
final.
Desde Córdoba, desde el camino ó de donde quiera,
le trasmitiré las noticias que puedan interesarle.
Deseando etc.
D. F. Sarmiento.
Campamento en marcha. Los Desmochados.
Noviembre 25 de 1861,
Mi querido Gobernador:
Recibo á esta altura su estimable del 21, contestán-
dome á la mía sobre Córdoba. Me gozo en imaginarme el
placer que ha debido causarle lo de la Cañada de Gó-
mez, en que nuestro viejo General Flores ha mostrado
MEMORIAS 253
de lo que era capaz, y nuestra caballería levantándose
á la altura de los naejores cuerpos de línea.
Ya estamos tomando el olor á Córdoba : nos llegan
chasques, avisos y espías diariamente. Sabemos que ayer
estaban en las Tortugas (como doce leguas de aquí)
Virasoro y otros reuniendo dispersos y ganado. Es pro-
bable que Sandes le caiga encima con trescientos hom-
bres: Ño anticipemos nada porque no está en uso de
hacerlo.
Debe V. creer que recupero de día en día con tan
buenos sucesos, el ánimo que de ocho meses me había
faltí^do. Creo de nuevo en una organización efectiva,
seguida de una paz fructuosa.
Quépale á V. la satisfacción de haber trabajado tanto
por conducir los sucesos por buen camino; y de ver que
los resultados inevitables han producido lo mismo que
se confian á la voluntad.
He leído su carta al General Paunero, que está en las
mas felices disposiciones, y á los cordobeses que gustan
de saber que la actitud de Córdoba resuelve mas de un
problema. Mi General le manda decir, como los paisa-
nos, «que tratará de hacerlo regular».
Ningún accidente desagradable ni desgraciado ha tenido
lugar hasta hoy. Es este el ejército mas ordenado y
bueno que haya tenido la República; y del de Buenos
Aires es lo escogido.
Acaba de llegar Baigorria á quien he tenido el honor
de ser presentado. Ya ve Vd. si nos escasean los brazos
auxiliares.
Deseando que una serie de triunfos allá y acá, y por
todas partes termine la lucha, como los castillos al fin
de los fuegos artificiales, á fin de que tenga Vd. siempre
razón, quedo de Vd. etc.
D. F. Sarmiento.
Villanueva, Diembre li de 1861.
Mi querido Gobernador:
Le mando un abrazo con la noticia de la ocupación
de San Luis y la fuga de Saá á Mendoza. A cada paso
254 OBRA.S DE SARMIENTO
que damos, á cada triunfo fácil que obtenemos, me
acuerdo de mi buen Gobernador, comiéndose los dedoSy con
el presentimiento claro de los sucesos, tales cuales se realizan.
ün paisano, un Ordoñez, una especie de potro con un
cuero á la cola, es todo lo que hemos puesto en ejercicio
contra Saá, desde 90 leguas de distancia á que nos ha-
llamos todavía. Lo felicito, pues, por la satisfacción de
ver cumplidos sus pronósticos y llevado á cabo su pensamiento.
Estos restiltados deben hacerle olvidar tantas contrariedades.
Ahora á Urquiza!
Rivas con 800 hombres, 3° y 8" de línea, Sandes y dos
piezas, van en marcha á San Luis; el resto del ejército
va mañana ó pasado á Córdoba, yo con mis sanjuaninos,
marcharé dentro de tres á San Luis, para ver como se
enderezan las cosas de San Juan y Mendoza.
A Dominguito le mando un manuscrito de la campaña
de 20 días, tan feliz, que cuando acababa de ponerlo en
limpio, llegaba el aviso de estar evacuado San Luis, y de
Córdoba, la Diligencia de Sauze, que llevará hoy mismo
el manuscrito á Buenos Aires para imprimirlo.
El Comandante General que me está viendo escribirle
me encarga que lo felicite de su parte, y le diga que
según verá, lo ha hecho regular, como se lo prometió al
abrir la campaña.
Deseando etc.
D. F. Sarmiento.
Rio 4". Diciembre 17 de 1861.
Mi querido Gobernador:
Cumplo el segundo aniversario de Pavón en esta villa,
y lo consagro á darle las últimas noticias. La villa da
un aspecto á lo lejos hermosísimo, porque hay muchas
alamedas y árboles, es ruin de barro y tapias, con agua
corriente, derrames en las calles, pantanos y polvo á
discreción. Es una miniatura de San Juan.
i San Juan mismo cuando era niño, de este tamaño.
MEMORIAS 255
sucio y pobre! Todos los sanjnaninos nos hemos sen-
tido como en casa. Estábamos encantados.
El Comandante Ordoñez está en la ciudad de San
Luis con 200 hombres perfectamente montados. Del Morro
adelante va Baigorria con 400 igualmente montados. En
San Luis, después de haber retardado sus marchas por
falta de caballos, Sandes con 200 hombres de caballería
y el 3*^ y 8° de línea con dos piezas están acampados ea
esta, todo al mando del Coronel Rivas.
Mañana marcha la caballería á San Luis, y el Coronel
Rivas se adelanta conmigo á determinarlas operaciones.
Yo llevo el carácter de Comisario regio, para negociar lo
que convenga, tomar posesión de las aduanas, etc.
No sabemos nada cierto de Mendoza y San Juan. Saá
y Videla se han retirado de San Luis, con sesenta hom-
bres escasos, tomando al Sud, se cree que al fuerte San
Rafael .
Como marcho mañana para San Luis, allí sabremos lo
que convenga hacer, y si el camino está franco para San
Juan, ó es necesario abrirlo. Le informaré de ello.
Deseoso estoy de saber como se resuelve la cuestión
entreriana, ya que la cuestión Córdoba, ha tenido desen-
lace fácil. Pienso como pensaba Vd. hace un mes, que
si hiciéramos una demostración igual por aquel lado, esas
montañas de dificultades que la ciencia militar inventa
teóricamente, se disiparían al solo contacto de nuestros
soldados.
Supongo que hinchado con tan buenos sucesos de su
política, no ha abandonado la costumbre de ir de la
oración adelante, subiendo aquella larga y empinada
escalera, á ablandar las dificultades á fuerza de charla,
con el Dr. y los demás amigos y amigas. Recuérdeme
á la memoria de todos ellos, pues que yo los tengo á
todos presentes, etc.
D. F. Sarmiento.
256 OBRA.S DB SARMIENTO
San Juan, Enero 10 de 1862.
El Gobernador Interino de San Juan.
Al Gobernador Delegado, de Buenos Aires,
Salud!
Sin que me halagasen las guirnaldas cordobesas, y
siguiendo la huella que Vd. me indicaba, seguí hasta
San Luis, Mendoza y San Juan, deteniéndonos con el
ejército en cada una de estas ciudades, como Vd. lo
presentía, lo bastante para buscar caballos y marchar
adelante.
Mi entrada tuvo lugar el 7 de Enero en la ciudad»
precedido y seguido por cuatro leguas de polvo, suscitado
por el tropel de los que salían á recibirme y ver las
primeras avanzadas del Ejército de Buenos Aires.
Vd. no se forma una idea de las manifestaciones de
este pueblo, y de la, simplicidad y sencillez de sus medios
de expresarlas. ; Qué poeta griego habría imaginado ha-
cer que saliesen á. mi encuentro los escapados al desastre
del Pocito, para recibirme sobre el sitio en que mataron
á Aberastain !
La historia desp'ies de tres días de alborozos y alegría,
concluyó en que se casó Numa con Pompilio, y héteme
gobernador de San Juan, de cuyo acontecimiento doy parte
á Vd. para que me tenga por tal, en el círculo de nuestras
relaciones.
Queda, pues, la guerra terminada por este lado, y rea-
lizadas en menos tiempo y menos costo de lo que era permitido
esperar, todo loque Vd, no se cansó nunca de esperar que tendría
lugar al menor amago de parte de Buenos Aires.
Detenida la diligencia que por extraordinario despacho,
solo por anunciar este desenlace, no tengo tiempo sino para
darle mil parabienes por su honrosa parte en empujar los
sucesos en la dirección que llevan, repítome etc.
D. F. Sarmiento.
MEMORIAS 257
ALCANCE Á LA FOJA DE SERVICIOS (*)
Con la campaña al Interior después de Caseros al
mando del General Paunero, y de que forma parte el
Teniente Coronel Sarmiento como Auditor de Guerra, y
un poco como Consejero ó Secretario oficioso, termina la
larga preparación que lo llevó en los trascurridos treinta
años desde Alférez de Milicia Urbana de Sfm Juan, siendo
su Capitán el que murió General en el Paraguay, D.
Cesáreo Domingnez, hasta la efectividad de Teniente Co-
ronel de Estado Mayor. Ha servido sucesivamente bajo
las órdenes de Generales sanjuaninos como Vega; men-
docinos como Moyano; Cordobeses como Paz; Entre-Rianos
como Urquiza; bonaerenses como Mitre, Paunero y Rivas,
según que se desprendían divisiones, hnstR terminar en
persona y con mando propio la pacificación del Interior
en San Juan el 7 de Enero de 1860, en que hizo su en-
trada con treinta hombres destacados de los Guias de
Sandes, y puestos á sus órdenes por instrucciones escritas
del General Paunero. La nación aparecía unida en un
solo cuerpo, con esta punta, dirigida hábilmente hasta
Cuyo (bongré mal gré), poniendo en arcas nacionales ciento
veinte mil fuertes de los derechos que cobrarían las
Aduanas de San Juan y de Mendoza, que habian que-
dado en poder del enemigo. Estas razones las hizo pre-
valecer el Auditor de Guerra para modificar el plan de
campaña originario.
El General Rivas y el Coronel Sandes emprendieron,
sin sujeción al Gobernador de San Juan, que lo era el
señor Auditor de Guerra, pacificar la Rioja, empresa en
que emplearon un año, con muchos gastos, y sin resul-
tado alguno, hasta que de guerre lasse, celebraron un tra-
tado (capitulación) con el Chacho, que debía durar lo
que tales flaquezas duran. Los actos de vandalaje comen-
zaron invadiendo á San Javier en Córdoba, y espulsados
de allí, amenazaron á San Juan.
(1) Lo que sigue, hasta el final del capítulo pertenece al folleto que hemos
mencionado en la nota de la página 1 y en la advertencia. (jV. del E.)
Tomo xux.— 17
258 ÜitKAS uní SAKMllfiNTO
Fué nombrado entonces el Gobernador de San Juan»
encargado de dirigir la guerra contra Peñalosa en la
Rioja, Oiitivero en San Luis, y Clavero y Puebla en Men-
doza, poniendo á sus órdenes el 6 de línea de infantería
el primero de caballería y la Guardia Nacional de tres
provincias, habiendo en San Juan un excelente batallón
de rifleros.
Estas y mas fuerzas eran necesarias para cubrir el
campo del levantamiento, pudiendo extrañarse solo el
título dado al Jefe, de Director de la Guerra, que la mi-
licia no reconoce, ni la ordenanza inviste, con el derecho
de juzgar é imponer la pena de muerte que tiene el Co-
mandante General de un ejército, cualquiera que sea la
graduación del que tiene el^comando. Un solo hecho bas-
taría para medir el vacío. Caido Clavero en manos del
pretendido Director de la Guerra, hubo de juzgarlo mili-
tarmente con anuencia escrita del Ministro de la Guerra,
llamando consejo ordinario el que lo juzgase, no obstante
rezar su nombre en el escalafón de la Confederación.
¿Puede condenar á muerte un director de guerra por
delitos militares? (la rebelión lo es). El Teniente Coro-
nel dudó de sus facultades, y condenado Clavero en
consejo de guerra de oficiales generales, mandó procesos
y sentencia por cuerda reservada al Comandante Gene-
ral de Armas para que aprobase la sentencia y mandase
ejecutarla.
Reunió el Presidente un consejo compuesto de los juris-
consultos Velez, Pico y Tejedor, quienes hallaron en regla
el procedimiento, decidiendo sin embargo el Presidente que
era juicio civil el del sublevado Clavero, y por tanto irre-
gular el consejo de guerra. El criminalista Tejedor, exi-
giendo cuando ministro que se juzgase militarmente al
Comandante Gómez de San Juan, que se había puesto en
condiciones iguales á Clavero, el Presidente le opuso aquel
precedente administrativo que él mismo había autorizado.
Entonces el doctor Tejedor, protestando contra la aserción,
dijo delante de los demás ministros, que al salir de la con-
ferencia, el Procurador de la República hizo notar la singu-
laridad de llamar en consulta á tres jurisconsultos para
hacer lo contrario de lo que ellos habían decidido, atenién-
dose al juicio del General Gelly y al del Ministro Elizalde,
MEMORIAS 259 .
no obstante que el ministro Rawson había adherido á la
opinión de los criminalistas.
Sea de ello lo que fuere, la campaña contra los subleva-
dos de Mendoza, San Luis y La Rioja presenta caracteres
de extrema singularidad, como convenia á la primera que
se hacía bajo el imperio de la Constitución, y era dirigida
por uno de los hombres públicos mas conspicuos á este
respecto. Su desenlace con la. derrota y aniquilamiento
del Chacho, presenta los rasgos principales de las guerras
que mas tarde habrá de dirigir ex-oficio el Presidente, y
ofrecerán, cuando se hayan revelado sus resortes, materia
de estudio á los jóvenes generales, y de comento á los an-
tiguos que tomaron parte en ellas, ó fueron de su éxito
final testigos presenciales. Entonces se verá cuan poca
parte tuvo la casualidad en la victoria, y cuanto se debió
á la observancia de ciertas reglas y principios estratégicos,
buenos en todo tiempo y lugar.
San Juan había quedado desguarnecido, después de po-
ner sus fuerzas y las nacionales al mando de los coman-
dantes Arredondo y Sandes, en campaña, habiendo este
acudido á la batalla de las Playas de Córdoba con sete-
cientos hombres de su comando de fuerzas de San
Juan.
Por circunstancias inevitables, el General Peñalosa se
había acampado mas cerca de San Juan, que lo estaba
Arredondo detras de él con las fuerzas de San Juan casi
á pie. Estos hechos nose discuten por su misma brutali-
dad. Ahí están las fuerzas. El director de la guerra pedia
á Mendoza el 1° de línea desocupado, al Comandante Sego-
via, muerto ya Sandes, al Gobernador, al General Paunero
director de la guerra situado en Córdoba, y de todas partes
recibía la misma respu'^sta, «á mi no me cabe en la cabeza
que el Chacho invada, dejando á su espalda á Arredondo.»
Fué preciso mandar en persona al jefe de policía, señor
Rojo, primo hermano del Ministro Rawson á implorar de
nuevo socorros. Qué instrucciones me da? preguntaba el
funcionario. Hincarse de rodillas ante el General Paunero,
y como testigo presencial explicarle la verdad de las cosas.
No hago Rinconadas! sin caballería segura. Al fin llega-
ron á San Juan dos días antes del Chacho setenta y cinco
saldados del 1° de línea de caballería, y setenta y cinco de
260 ORKAS DK SARMIKNTO
guardia nacional de Mendoza, á mas de una conipañía del
6 de línea al mando del Capitán Méndez, que se hizo vol-
ver de Jachal. El Chacho fué derrotado seis horas des-
pués de haber invadido, por una pequeña pero sólida
fuerza improvisada, llenándose asi, casi sin cálculo, una
de las prescripciones de la estrategia, — ocultar al enemigo
la propia fuerza, ó hacerle fallar los datos que le sirvieron
de base para sus cálculos.
El Chacho contaba habérselas con un escuadrón de mi-
licia del Comandante Juan Egidio Alvarez, y medio de
guias mandado por el Comandante Quiroga. Encontróse
con el heroico Irrazabal con trescientos hombres, la
mitad como de linea, y una buena y sólida base de infan-
tería.
Jordán creyó haber dado un golpe maestro trasladando
el teatro de la guerra á Corrientes, ya que el ejército na-
cional no podía seguirlo á tanta distancia al Norte, Ni
aguardarlo se propuso el Gobernador Baibiene con su
milicia, á punto de insurreccionarse con Reguera, que no
obedecía. Muy sorprendido se quedó Jordán al ver que le
caía encima, como una teja del cielo, el Coronel Roca con
dos batallones de infantería, lanzado al trote gimnástico
sobre su propio campamento. La noche anterior había
entrado en línea de formación el batallón brigada de arti-
llería, llegado de Bahia Blanca en linea recta. Casualidad?
No. Es que la distancia entre la Esquina y Corrientes, á
caballo es menor que la que recorren los vapores en el río,
y sabido cuando se pondría en marcha, se le podría aguar-
dar con una corona de bayonetas y de cañones, no pre-
vistos en su pobre plan de operaciones. Don Gonzalo
resulta ser una combinación de los planes de Caucete y
Ñaembé, á saber, traer al campo de batalla otra fuerza que
la que se conoce y embrollarle al enemigo sus propios
datos.
Creía habérselas con el General Vedia, situado al Oeste,
y hubo de medirse con el señor Ministro Gainza que le
tocó la espalda por detras del lado del Oeste.
Las primeras escaramuzas para la represión del formi-
dable motin del 1° de línea en Mendoza, se trabaron en el
Senado, mediante las diez y seis interpelaciones que debían
confundir al gobierno, y probar sus malos manejos en
MEMORIAS 261
aquella provincia. Cuando á fuerza de articulaciones (abo-
gados disipan la maniobra), logró ganar tiempo para res-
ponder á tanta artimaña maliciosa, el Senador Araoz, que
no estaba en el secreto, pero que gustaba de todo lo que
era insolente, injurioso é irregular, preguntaba á sus cole-
gas, ¡pero porque el empeño de ventilar lo de Mendoza!
(Véanse las sesiones de esta conjuración mandada publicar con
sus Mensajes por el Presidente). Todo el imbroglio estaba en
lo de Mendoza. Un voto de censura al Presidente, era la
señal del motin de Segovia, quien no viendo venir el voto»
recibió del Presidente del Club Alsina esta consigna: «A
Roma por todo,» con cuyo motivo el Capitán O'Conell, que
estaba en Mendoza con 79 hombres á las órdenes del Pre-
sidente, las recibió de Segovia (que estaba licenciado por
enfermo), para marchar al Sur á incorporarse al 1° de lí-
nea, que se hallaba en San Rafael. El motin había esta-
llado. Preguntado el Gobernador de Mendoza, «puede
usted resistir ocho días en la plaza?» Si. Preguntado el
Coronel Ivanowsky en Mercedes, «¿podría ponerse en mar-
cha en dos horas?» Si.
He aquí la campaña de Mendoza. Ivanowsky llegó de
San Luis con excelentes caballos á Mendoza, un día ante^
que Segovia de San Rafael, igualmente bien montado. La
casualidad hizo, dicen, que un jefe del 1° de caballería
(seiscientas plazas) perdiese el caballo ensillado una no-
che y se atrazase otro tanto la división en su marcha; pero
la casualidad hizo también que el Gobierno de Mendoza
y el Coronel Ivanowsky le propusiesen ofrecer una amnis-
tía al ejército sublevado, si reconocían y acataban la auto-
ridad nacional, lo que dio ocasión al Presidente á declarar
que no habría jamas perdón ni amnistía para el Coman-
dante Segovia, O'Connell y demás criminales. Al primer
disparo del cañoncilo de Ivanowsky, el General en Jefe in-
surrecto con su Estado Mayor puso pies en polvorosa, no
de miedo del impotente cañón, pues sus fuerzas eran supe-
riores, sino de la horca, que le presentaban en perspectiva
las reservas del Presidente. Este acto moral que viene
clasificado bajo el rubro Diplomacia de la guerra, no solo
decidió de la batalla, sino que ahorró el derramamiento de
sangre, inevitable en un combate en que forman de ambos
lados batallones y escuadrones de línea.
262 OBRAS DE SARMIENTO
Muy instructiva es esta parte segunda de las memorias
de que damos cuenta. Concluida la guerra de secesión
en los Estados Unidos, el General Sherman, el General
Sickles y todos los que obtuvieron comandos separados,
fueron sometidos á un Consejo de Guerra para dar cuenta
de su encargo. Asi se consigue dejar consignadas en un
proceso, las razones que tuvo el General para adoptar tal
ó cual sistema de operaciones, responder á los cargos y
dejar constancia para instrucción del ejército, de los moti-
vos determinantes.
En el servicio militar se ve dá orden á veces de palabra;
pero la intención ó aun las razones que la aconsejan, que-
dan en el secreto del General. Mas se ha agravado el
inconveniente ahora con el uso del telégrafo, cuyas comu-
nicaciones no quedan siempre consignadas en el libro de
órdenes. Un Senador délos quemas contrariaban la política
del Presidente, que mas desprecio abrigaba de sus dotes
militares, se asombraba al leer que el fusilamiento del
Colegio con las ametralladoras, fué un acto de guerra
meditado, necesario é indispensable, preguntando j por qué
ha aguardado diez años para explicar cosa que salta á la
vista! Darwin se estuvo diez años sin dar su teoría simia,
de miedo que le sacasen los ojos los Senadores cristianos.
La razón es un modo del intelecto; y haber intentado expli-
car entonces el hecho, hubiera sido suministrar nuevas
armas al ridiculo de los que condenaron como atentatoria,
en la intención, á las libertades argentinas, la publicación
en castellano de la décima edición de los poderes del
Presidente de la República en guerra; y no obstante decir
el autor de la moción para impedirlo, que no había leído
el libro, la Cámara por unanimidad casi, negó los fondos
para la publicación. Debía ser abominable, puesto que le
gustaba al Presidente, como debía ser un santo el Senador
cuyo desafuero pedía el Juez federal, puesto que hacía la
oposición y conspiraba descaradamente. Esta era la lógica
de entonces.
^ Y á propósito de doctrinas y opiniones que tanta influen-
cia tuvieron en las tentativas revolucionarias, por ignorar
ó no practicar los principios que rigen los actos del gobier-
no, el autor pretende que costaron quince millones aquellas
deplorables guerras, simplemente por no conocer las leyes
MEMORIAS 263
de la represalia en la guerra, que no permiten que el
enemigo, violando las leyes reconocidas por el derecho
de gentes, tenga ventaja sobre su contendor. Baste saber
que mientras el Gobierno Nacional compraba caballos»
hasta en el Brasil, para proveer á las necesidades de la
guerra de Entre Ríos, Jordán contaba con doscientos mil,
que son los existentes en la Provincia, y cuyo uso nadie
pretendía negarle. Los generales del ejército, los miembros
del Congreso, los publicistas y hasta los ministros, soste-
nían la respectabilidad de los caballos y su no participación
en la insurrección contra la verdad y la justicia. Una de
las mas interesantes discusiones, está consagrada á este
asunto en que entran los discursos del Senado sobre actos
irregulares del Presidente que se apoya, en cuanto á repre-
salia, en la conducta del General Paz, lo que sucitó una tor.
menta de protestas de generales y contemporáneos negando
el hecho, hasta que se publicó la orden firmada de puño
y letra para la ejecución, lo que los dejó como en misa
á todos. Ahora resulta, sin embargo, que lejos de ser un
hecho aislado, el General Paz procedía en virtud de un
estudio legal que le había sido remitido de Chile, incre-
pándole no emplear la represalia, para contener por el
terror la guerra que Rosas hacía á muerte, con sacrificio
de víctimas ilustres. Tenían, según se ve ahora, conoci-
miento de ello el doctor don Valentin Alsina, que apro-
baba grandemente la idea, y el General Garzón, que aseguró
al Mayor Gainza, al servicio de Paz, que este había pasado
nota á Rosas desde Corrientes, denunciando la represalia
si no cesaban los degüellos habituales de prisioneros de
guerra por las fuerzas federales.
Todavía el debate es llevado al gabinete de M. Thiers,
á que el autor es llamado en Francia al saberse la ejecu.
cion del Emperador Maximiliano, cambiando de plan de
ataque en el discurso que tenía preparado para la asamblea
contra la política de Luis Napoleón en Méjico, desde que
se persuadió que en virtud de la ley de la represalia de
guerra, Maximiliano había sido legal y debidamente con-
denado á muerte.
Conseguiriase con estos apuntes militares mostrar cómo
la guerra científica mató la guerra instintiva, y cómo se
aprovecharon todos los progresos que el país venia haciendo
264 OBRAS Dlí SAKMIBNTÜ
en vapores, ferrocarriles, telégrafos, forrajes cultivados»,
nacionalidad, etc., etc., para asegurar la tranquilidad pú-
blica. Si llegase á demostrarse también que murieron las
ideas anárquicas que sostenían grandes oradores, médicos
ó abogados, y aun militares, que no tienen forma aceptada
en nación alguna del mundo, puede esperarse que la publi-
cación de la obra, integra, si llega á realizarse, sea un
beneficio para el pais.
Los últimos actos militares del gobierno de que fué jefe el
General Sarmiento, fueron la creación de la Escuela Militar
y de la Escuela Naval, creando de todas piezas y bajo un
plan adecuado al país, una marina, des[)ues de haber
renovado el armamento de precisión, y la artillería de-
plaza que hizo traer y fué depositada en el arsenal de
Zarate.
En cuanto á fortificaciones, y no contando en el país con
ciencia adecuada á la fuerza de los misiles ó al enorme ca-
libre de la artillería moderna, el periodo de su gobierno
terminó antes que se concluyesen las negociaciones prin-
cipiadas para procurarse ingenieros de tal capacidad, que
hubiesen de asumir la responsabilidad de adoptar un plan
de defensa de nuestras costas, en presencia de los podero-
sos cañones de que pudieran venir armadas marinas
hostiles.
Podría decirse de todo este conjunto de creaciones, que
fueron la inspiración de un viejo y experimentado jefe de
Estado Mayor, que son la última y mas bella página de su.
foja de servicios.
CANDIDATO PARA PRESIDENTE
Nota — Salvo las que llevan la Indicación de la fecha de su publicación, {áos-
cartas privadas), las piezas que siguen, que autógrafas poseemos, no fueron
publicadas en su tiempo, sin duda que reservadas por los amigos del autor
por razones de prudencia y para no comprometer la ventaja política de hallarse
el candidato rodeado de todo el prestigio de la ausencia.
Las publicamos entre sus Memorias, porque revelan el pensamiento íntimo del
autor y hacen á la historia en cuanto demuestran cuales eran las ideas y los
términos que se juzgaba imprudente dar á luz.
Señor D. José Posse.
Nueva York, Setiembre -20 de 1867,
Mi estimado Pepe. Cuando menos lo esperaba, recibo tu
bienvenida de 15 de Junio. Tardaba en efecto. Dándoma
el detal délas probabilidades, alguien me decía en materia
de elecciones: de Salta todos los votos, de Tucuman ningu-
no. Posse podría, pero está comprometido en tal y tal
majadería. Tu carta viene, pues, á responder ¡presente?
sin ceremonia, sin preámbulo ¿donde avista el enemigo?
allá vamos! voiiá tout.
Bien. No se á quien te dirijas en San Juan y Mendoza,
No se quien, mis amigos. Todos, entiendo. Se suicidó
Soriano, mi hijo — yo lo crié — por las brutalidades de la curia
política. Ha muerto mi sobrino Marcos Gómez. Cirilo
Sarmiento es mi amigo y corresponsal á veces. En Men-
doza no estoy mejor. Se que todos los hombres influyentes
están conmigo. El hombre que ha tomado á pecho la cosa
es el General Arredondo. Dirijete á él y pásale el estado
de fuerzas á tu disposición. En Córdoba el redactor de
El Eco, Dr. Veiez. En Buenes Aires al primero que pase
por la calle, pero íntimamente á Velez, ó á su hija, mas á
266 OBRAS DE SARMIENTO
€sta que al viejo: tiene mas carácter, y créemelo, juicio
mas sólido que todos nuestros amigos. Si pudiera in-
ducirla á escribir en la prensa como me escribe á mí, ten-
dría un campeón, no por el amor hacia mí, sino por la
completa inteligencia del asunto.
Tengo una carta topográfica de las posiciones; pero es
escrita por los amigos. La idea dominante en Buenos
Aires es que no puede haber lucha posible. Mi temor es
el tuyo, la anarquía, que se desencadene antes de que ha-
yamos podido tomar posiciones. Creo que la preocupación
que mas me favorece es que la pondré freno; y tu sabes
que toda vez que cree que hay quien la enfrene, se queda
como en misa.
Me escribe Aurelia Velez, que los culones de Buenos Aires
se han reunido y proponen por candidato al viejo Velez,
lamentando ella que asi aparezca la desunión, dando esa
ventaja á Elizalde, que rae dicen da muchos convites y
gasta mucho té y vino.
Creo que tus medios de acción son la prensa para las
otras Provincias y tus amigos para la tuya. Si un diario
de Tucuman adoctrina la cuestión, si El Eco, El Zonda^ El
Constitucional de Mendoza trabajan en el mismo sentido, se
formará una corriente irresistible de opmion, pues £/ iVa-
cional, La Tribuna, El Pueblo, y me anuncian un diario especial
nuevo, obrarán en el mismo sentido.
La elección de un ausente por tantos años, sin el apoyo
oficial — partiendo de Buenos Aires no obstante ser provin-
ciano— apoyada por los crudos, los exaltados, no obstante
la dureza de sus doctrinas de gobierno, sería un espectáculo
consolador, pues mostraría que hay virtudes públicas que
pudieran dar mas valor á la influencia del individuo.
Si hubiera de indicar los costados favorables por donde
quisiera ser tratado, tu serías mi confidente, ya que no lo ha
querido ser de El Nacional á tu pedido. Pero es tarea de
nunca- acabar y la idea solo me fastidia. Tú harás lo que
el corazón te dicte y eso será siempre bueno.
Te encargo no maltratar á los que gobiernan. Esto es
todo.
Tenemos muchos elementos para jugar. Un inmenso
poder moral pondría á mi disposición una elección hecha
como se presenta hasta aquí, por un movimiento espontá-
MEMORIAS 267
-neo de la opinión. Es preciso conservarle ese carácter
y como yo no quiero gobernar, sino -para gobernar y hacer
efectivos los pensamientos que en treinta años he emitido,
necesito ser llevado al poder por una fuerte opinión, para
l)oner la mano en donde duele. Ya los culones de Buenos
Aires sienten donde les aprieta el zapato. Los mazorque-
ros, los bárbaros, los ladrones, me comprenden.
Por mi parte, y esto para ti solo, te diré que si me dejan,
le haré á la historia americana un hijo. Treinta años de es-
tudio, viajes, experiencias y el espectáculo de otras nacio-
nes que aquella de aldeas, me han enseñado mucho. Si
fuera un estúpido, razón tendría todavía de creer que mas
se me alcanza que á los niños con canas que tienen embro-
llada la fiesta.
Dios te dé acierto y mañosa la obra. Tuyo. Sarmieulo.
Nueva York, Setiembre 20 de 1867.
■ Señor Teniente Coronel D. Lucio V. Mansilla. (i)
Mi estimado amigo:
He recibido su carta del Fraile Muerto del 7 de Julio.
Paso por alto los gratos cuan crueles recuerdos que le sir-
ven de exordio y de vínculos á nosotros. Ya no tengo lugar
en mi corazón para nuevos dolores.
Por cartas de mis amigos, seque Vd. había recibido el
querido retrato, — que Vd. propalaba ideas que me mani-
fiesta en su carta, — que se proponía trabajar — que encon-
traba ecos simpáticos. Está, pues, todo aceptado; porque
yo he aceptado la idea sin gasmoñería, como puedo ase-
gurarle sin ilusiones y sin entusiasmo. No lie huido del
poder; no lo he solicitado. Municipal, Senador, Ministro etc.
etc., he aceptado un trabajo y he tratado de ejecutarlo.
El que impondría el voto de una mayoría, sería, á mi ver,
el de tronchar un roble, tan pesado me parece que es el
fardo; y sin embargo, no vacilaría en ponerle el hombro, á.
riesgo de ser aplastado. La misma idea de Vd. veo surgir
desde las capas inferiores del suelo, dar reposo á la sociedad
1 ) Publicada en La Tribuna de ese añ* y El Nacional. ( N. del E. )
268 ühKASi I>ÍS «AKMIIfiNTü
fatigada y echarlo en nuevas vías. Pídenme á mi que lo
haga. Hay, creo que una vaga reminiscencia de que de
veinte años atrás vengo diciendo: vamos mal; he aquí el
camino. ¿Helo yo encontrado en treinta años de peregri-
naciones por América y Europa, en cuanto cabe que un
hombre lo vea y lo discierma? El estudio teórico no ha ser
estéril á la luz de esa terrible práctica de nuestra vida
pública, que ha sido treinta años para mi, como el anfitea-
tro para el practicante de cirujia.
Alguna vez me ha cabido la fortuna de apuntar el escollo
que para mi estaba visible delante de la política seguida.
Quizá mi residencia en los Estados Unidos, en época tan
instructiva, los años, y una vida que pueda llamarse hono-
rable, den á mis consejos ó á mis actos la autoridad de
que carecieron antes por no considerarlos el fruto maduro
de la experiencia. Pero si una fuerte mayoría me apoyase
el Gobierno sería, acaso por la primera vez, la representa-
ción y como el agente de la voluntad pública; y enton-
ces la resistencia de las minorías interesadas en la continua-
ción de los males subsistentes cederían ante la presión
atmosférica.
¿Que le diría á usted ni á otros de programa?
Mi programa está en la atmósfera, en veinte años de
vida, hechos y escritos: eso se desea, eso será.
Tiene usted razón en creer que tenemos como arcilla
para modelar la estatua, un pueblo adelantado. Este ho-
rrible trabajo de las revoluciones, ese barro amasado y
humedecido con sangre, va sin embargo transformándose,
refinándose de sus primeras impurezas. En Buenos Aires
hay Yna.s principios Intentes que en parte alguna de América.
No olvide que estoy al habla de Méjico, Venezuela y Nue-
va üranada.
Fijarse en mi, ausente, sin partido, sin agradecidos, sin
esperanzas personales; en mi que nunca favorecí las ten-
dencias de la opinión, me parecen pruebas de adelanto; no
porque acierten en la elección, sino por cuanto engañán-
dose acaso, buscan un ideal, que no es el que persigue el
resto de la América. Piden gobierno y trabajo; no la
palabra, sino la cosa; no el fruto maduro que nadie sem-
bró, sino la planta regada con sudor que dará el fruto^
MEMORIAS 269
Pediríanrae, me imagino, que realice lo que tantas veces
he comenzado, en la escuela, en el ejército, en Chivilcoy,
en San Juan, en la prensa, hasta que la piedra de Sísifo
ha rodado hasta la base de la montaña.
Pónganse ámi lado, detras, espalda con espalda los otros,
sostengan mi debilidad, y por mi madre y por Dominguito,
prometo que levantaré la piedra y la subiré sobre la mon-
taña. Probemos pues. Desde luego acepto su apoyo;
busque el de otras simpatías y obedecerá al llamado su
affmo. amigo.
D. F. Sarmiento.
LA COZ
Espero que transcurridos ya los términos electorales
estas líneas llegarán cuando el dado esté irrevocablemente
tirado. Sin esta seguridad habría guardado . el silencio
que sobre la política militante de nuestro país me he ioi-
puesto. Pero leo en la Patria de Chile una carta del Gene-
ral Mitre, entregada ala publicidad'con la debida autori-
zación, por La Nación Argentina, en que se registran concep-
tos que es mi deber y mi derecho atenuar, por lo que á mi
respecta.
Agradezco á mi digno amigo el General la enérgica con-
denación del lenguaje ridículo y excesivo vituperio que
sobre mi nombre hace recaer el antiguo y conocido soste-
nedor de la política del Gobierno nacional. Villergas, Cal-
vo, y por un momento Makena, me han prestado el buen
servicio de mostrar cuan poco afectan imputaciones que
no tienen por base ni la verdad ni la justicia; pero no
me habría pasado por la imaginación que hubiese algún
día de deberle esta clase de favores al joven Gutiérrez.
Verdad es que hace tiempo dirijí á Dios esta humilde
oración: — Líbrame, Señor, de mis amigos políticos, que
de mis enemigos, su propia injusticia me guardará.
Ni aun en el caso del español Villergas, el caso ha fa-
llado. Sus críticas versaron, como se sabe, sobre el estilo
castizo, francesismo y verdad de ciertos hechos. Un amigo
mío ganaba cien pesos por corregir Los Viajes, en cuanto á
la dicción, por ser tenido como hablista. Si no supo ó no
270 OBRAS UB SAHMIKNTÜ
quiso llenar su deber, debió por lo menos salir á la defen-
sa de su obra y aceptar una responsabilidad que era suya.
De Makena diré solo una palabra. Al llegar á Santiago
en 1864, recibí, por el intermediario de un amigo común»
mensaje suyo, diciéndome que habiéndome ofendido sin
razón, desearía tener el honor de decírmelo personalmente.
Cuando regresando á Chile él, de los Estados Unidos, fué
á despedirse de mí al lago Oscawana y yo le acompañé
abordo. Lo que medió entre ambos en el lapso de tiempo
intermediario lo adivina todo el que tenga el corazón bien
puesto.
Solo á un cargo de Gutiérrez responderé. Con motivo
de una alusión que creí personal en uno de sus anterio-
res escritos, le escribí rectificando el hecho. Contestóme
que no h^bía ni remotamente aludido á mi, el hombre que
mm respetíiba (*) Como nada he hecho después para mere-
cer su despi-ecio, me atengo al fallo de Filipo sobrio, con-
tra Filipo ebrio. Pero niego que yo haya solicitado, ser
enviado á los Estados Ui)idos. Si en esto ha creído con-
sultar fuentes que le estaban vedadas, como lo insinúa el
General Mitre, ó la fuente ha sido enturbiada, ó solo vio
la corriente. Mis relaciones con el Gobierno nacional han
sido necesariamente por escrito; y escrita estará la primera
indicación, y aun ha de estar en alguna parte escrito que
no siempre tuvo mi aquiescencia la idea. (2)
Paso, sin otro preámbulo, á mitigar, si puedo, las duras
apreciaciones del General Mitre sobre mi carta-programa.
Si me hubieran presentado en pruebas el articulo de
Gutiérrez y la carta del General, á escoger entre dos
males, habría preferido el de Gutiérrez, como menos
eficaz.
Principio por negar que yo haya escrito un programa
(4) Poseemos la carta de D. José Maria Gutiérrez dirigida al Gobernador de
San Juan. (iV. del E.)
(2) Hemos oído referir á Sarmiento que al llegarle el nombramiento de Ui
nistro Plenipotenciario, siendo Gobernador de San Juan, su primer moTimiento
fué de rechazarlo, atriijuyendo la intención de alejarlo de la futura Presidencia
pero que luego, dibujando un gesto enérgico con la mano sobre el codo, exclamó:
te embromaste, seré Presidente, mejor de lejos! (N. del E.)
MEMOKIA.S 271
en la carta privada y tan á la ligera escrita al Comandante
Mansilla. (i)
He hecho para favorecer á muchos amigos, directos ó
indirectos, programas políticos. En las últimas páginas
del «Belgrano» (2) hay uno, cuyo alcance puede medirse
ahora. No es natural creer que fuese tan deficiente el mío,
si tal intención hubiese tenido.
Mis anteriores relaciones con el Comandante Lucio V.
Mansilla tampoco inducían á creerlo así, por ser menos
estrechas que las que me ligan con los que me vituperan.
En Febrero de 1852 emigrábamos de Buenos Aires en
un mismo vapor, Terreros, el General Mansilla y yo, mos-
trando este singular trio las vicisitudes humanas. El
General, repitiendo á quien quería oírlo, que yo era
quien había destronado á Rosas, trató de acercarse á,
mí, sin que yo creyese en manera alguna impropio
acf-ptar una distinción. (^) S. M. el Emperador del
Brasil me decía después riendo, que al verme en la
Opera con el General Mansilla, me tomó su corte por
uno de los insignes mazorqueros que huian de Buenos
Aires, y me contemplaba con pavor. Yo había observado
que de cuando en cuando dirigía su lorgnon hacia mi. El
joven Mansilla apenas adolescente acompañaba ásu padre;
y en ocasión oportuna me expresó quejas y aun agravios
que creía tener de mí, en términos tan dignos que -los re-
puté superiores á sus años. Satisfícelo, porque así era de
justicia. Olvido si en Buenos Aires le pagué la visita que
me hizo; pero hallándose preso y encausado por una cues-
tión de honor, me hice presente dándole una consejo de
prudencia que no creyó oportuno seguir. Alguna vez
( 1 ) Sin embargo el General Mitre tenia hasta cierto punto derecho á tomarla
como un programa por la circunstancia, que Sarmiento ignoraba, de que sus par
tidarios habían hecho la publicación con estos títulos: Cartas de Sarmiento — Su
programa (N. del E.)
(2) Como el General Mitre saliese á campaña sin terminar la Historia de
Belgrano que estaba publicando. Sarmiento escribió en El Nacional de 8 de Julio
de 1859 un capitulo que encerraba efectivamente un programa político. Ese escrito
aparece en la primera edición de la Historia de Belgrano y ha sido eliminado en
las siguientes. El lector lo hallará en el T. XLV pág 376 de estas obras (iV. del E.)
(3) Véase T. XIV. pág. 293 el relato de primera mano [N. del E.)
272 OBRAS DE SARMIENTO
aplaudí su persistencia en afiliarse al partido liberal á que
sus ideas le llevaban, no obstante el rechazo que las preo-
cupaciones de familia le opinian. En Lima vi su nombre
asociado al de mi hijo en la traducción de París en América'^
y en Washington una carta á la Señora Mitre y Vedia en
que lloraba la muerte de su compañero y protegido. Débole
a él el cabello que conservo.
Los que esto lean y sean padres, comprenderán el móvil
de una carta mía al Comandante Mansilla, ofreciéndole lo
que un padre puede ofrecer al amigo, compañero y jefe del
hijo malogrado. A esto me contestó desde Fraile Muerto,
hablándome de elecciones, como tantos otros antes que él.
Contéstele lo que ha dado lugar á tan poco benévolas apre-
ciaciones. Que el Comandante Mansilla no vio en la pu-
blicación cosa que me desfavoreciese, resulta de su intento,
aunque poco feliz, de favorecerme.
Pero hay un testimonio imparcial de que ninguna im-
presión desfavorable causó la lectura de la carta. El Stan-
dard ageno á las preocupaciones de partido, lejos de consi-
derarla un programa, dice en su reseña del contenido:
« esta carta es una cortez aquiescencia á las miras políticas
« que con respecto á él tengan sus amigos, mas bien que
« una especificada declaración de principios de un confe-
ti sado candidato á la Presidencia. El Coronel Mansilla ha
« suplido la omisión, etc.,» y mas adelante repite, « como
« ya lo hemos insinuado, las opiniones del señor Sarmiento
« están menos claramente pronunciadas en su propia carta
« privada.»
No era menos explícita la inteligencia que El Standard
daba al espíritu de la carta misma. «El prevee, dice el
« diario ingles, que los males que vienen del espíritu de
« partido y las maquinaciones de politicastros serán sofo-
« cados por la presión de una atmósfera política en Buenos
« Aires en la cual se imagina descubrir ciertos principios laten-
ce tes favorables que no existen en otra parte de la América.
« Habla con particular referencia de Méjico, Venezuela y
« Nueva Granada.»
El importante documento del General Mitre aludiendo á
esto mismo, dice: «Tampoco apruebo la carta programa de
«. Sarmiento, que siendo una coz dado á nuestro partido y
« un desconocimiento injusto de los sacrificios, trabajos y
MEMORIAS 273
•« conq-uistas de las generaciones presentes, se prestaba á
« reflexiones mas importantes.»
No dudo que mi honorable amigo no hubiese preferido
otra palubra que coz, en un documento eu que aparece
como una gota de tinta, caída por incidente.
Hay en castellano un verbo casi latino, extra-viarse, de
donde viene extra-vio, ir fuera del camino. El General, en
la misma carta que la historia recojerá, dice de sí mismo:
« Responsable hasta cierto punto de los extravíos de un par-
ce tido que confieso y por lo mismo que siempre le he dado
« consejos en el sentido que lo hago ahora?. . . imitaría el
(( ejemplo de Washington aquel padre de la democracia
« americana., . etc.»
Con menos acierto, yo había intentado decir lo mismo
que el General: — «Hay creo, decía yo en la carta aludida»
« una vaga reminiscencia de que de veinte años aLias, vea-
« go diciendo, vamos mal, hé aquí el camino.» — Perífrasis de la
palabra extravio de que usa y hecho que confiesa el Ge-
neral.
Cuestión de estilo ó de gramática. ¿Porqué en su pluma
el acto asciende á la elevación de Washington, y en la mía
desciende hasta una violencia puramente animal, como
dar una coz?
En carta como la mía, escrita al correr de la pluma, sería
difícil recordar, si oscuridad hubiese, el pensamiento
íntimo que el tal ir afuera de camino quiso expresar. No
tendría la misma atenuación la carta que con debida autori-
zación se da á la prensa, cuando usa palabras que no eran
por lo menos inevitables.
«De veinte años atrás vengo diciendo,» si se refiere á la
generación presente, parece por lo preciso de la fecha, que
aludo á La Crónica que escribí veinte años ha, y fué mi pri-
mer trabajo indicando ala América, un nuevo camino.
Apelaré siempre al testimonio imparcial de los ingleses
que están mejor dispuestos á comprenderme. De La Cró-
nica, dice M. Sinng, «que contiene la colección de docu-
« mentos sobre emigración, única en América, y para que
« se comprenda mejor la importancia de los cuestiones
« suscitadas por La Crónica, baste saber que sobre cada uno
í< de sus tópicos se propuso ó se dictó una ley.»
Tomo xui.— i8
274 0BHA8 DK SAKMIBNTO
Eso hacia veinte años atrás, eso vine haciendo, eso ofre-
cería en mi carta ensayar, «loque tantas veces he comen-
zado en la Escuela, en Chivilcoy, en San Juan, hasta que
la piedra de Sísifo ha rodado al pie de la montaña.» De-
recho tendría Chile de quejarse de este lenguaje, pues que
hablo de la América. Contrasto á Buenos Aires con Vene-
zuela, Nueva Granada y Méjico y le reconozco progreso;
pero nunca me hubiera temido que desaprobándolo, me
enrostraran que las doy una coz.
¿Háse tomado como alusión á los tiempos presentes, el
decir que «alguna vez me ha cabido la fortuna de apuntar
el escollo que para mi «estaba visible ante la politica seguidaf»
Si tal sucediese, convendrá el lector en que la injusticia
no era hecha á las generaciones presentes, sino á algún
gobierno ó administración especial.
No pudiendü deducir de mis recuerdos ó de nii propio pen-
samiento, si realmente aludí en ese escollo que señalé, á la
política actual, tengo que atenerme á las aseveraciones de
la carta documento, para inferir que es lo que su autor ha
creído columbrar, sin duda en la mas nebulosa de las alu-
siones. «Esta politica, dice la carta del General, triunfa
siempre (abrevio) en vez de capitular cobardemente con
el vicio, queriendo ó creyendo hacer política práctica, qu©
yo llamo política grosera, sin alcance y sin altura.»
Mal puede ser este un cargo contra mi, cuando el artículo
de la «Nación Argentina» dice de mi: — «Lo qne precisamos
« es un hombre que conozca el país y sus necesidades, que
« tenga calma para gobernar, que amalgame los partidos
« y no los resuscite y que encamine la República por medio
« de la paz, haciéndola progresar.»
Como el señor Gutiérrez aboga por un miembro de la
Administración que ha dirigido la politica, debo suponer
que este conoce el país y sus necesidades, que no conocí
yo en tantos años de estudiarlo, describirlo y recorrerlo;
que ha tenido calma para gobernar, que ha amalgamado
los partidos en los seis años largos, que ha calmado las
pasiones y encaminado la República por medio (ie la paz,
haciéndola progresar.
Si tal ha hecho en política, de temer es que otra política,
llegada así la República al pináculo de la prosperidad y
la paz, venga á, desmejorar obra tan laboriosamente acá-
MBM0RIA3 275
bada. El Herald, sin embargo, al dar las últimas noticias
del Río de la Plata, dice que jamas desde su origen, estuvo
la República mas al borde del abismo, la guerra exterior,
la anarquía interior, la exaltación de las pasiones, el
cólera, la seca, la depresión comercial. Un norte-ameri-
cano que trascribía sus noticias, añadía: « Espero que el
próximo telegrama traerá alguna bonanza, por la sencilla
razón de que el mal no puede aumentar.»
La misma política serían seis años mas de le mismo, al
paso de una nueva política sería como muchos remedios,
que si no curan no dañan.
No es, pues, esta política la que se me puede imputar,
ni por lo que pacta con el vicio, ni por lo que quiero
amalgamar y no amalgamo.
Mh«í h1 caso es la declaración propia del General sobre
la política que ha seguido. «Mi constante empeño, dice»
ha sido preparar el país á una libre elección de Presidente
en las mejores condiciones posibles para el. gran partido
nacional de los principios.» Quien conozca al General
Mitre le hará la justicia de creer que este deseo parte
de lo mas íntimo de su corazón; pero la política es aquel
sistema de actos por los cuales se hace práctico, hecho-,
el principio que desea establecerse. Los resultados son
la piedra de toque, no de la pureza de la intención, sino
de la política seguida.
¿Ha logrado el objeto de su constante anhelo? La carta
misma parece indicar que el éxito ha sido desgraciado.
Hay, según ella, una candidatura reaccionaria con Urquiza
una de contrabando en Buenos Aires, amigos solapados
como Luque en Córdoba, amigos nuestros como los Ta boa-
das y « todas ellas representan la liga inmoral de poderes electorales
Uiurpados por los gobiernos locales.» Si estos hechos tan valien-
temente denunciados, son ciertos, el constante anhelo para
preparar el país á una elección libre, ha producido en seis
años el efecto contrario, preparándolo á elecciones influidas.
Sobre Santa Fe y Corrientes se extiende la influencia que
se señala como personal y asaz reaccionario de Urquiza;
sobre Catamarca y Tucuman la de Taboada; en Buenos
Aires el Gobernador aprovechando sus medios de influencia
haría prevalecer una política de contrabando.
¿Dónde, pues, los resultados correspondieron á la inten-
276 OBRAS DE SARMIENTO
cion? ¿Será en San Juan, Mendoza, San Luis, Córdoba,
Salta y Jujuy? Pero sin contar que estas Provincias han
sido asoladas por los «montoneros francamente sediciosos»,
en ellas precisamente por no estar sometidas á las influen-
cias denunciadas, la candidatura del que es injusto con las
generaciones presentes ó la política actual, es la única
Gordialmente propuesta y aceptada.
El manifiesto de San Juan abunda en ese sentido, y si
la política seguida por su ex-Gobernador, se propuso lo
mismo que el General Mitre, que era preparar aquella
provincia á una elección libre, el unánime consentimiento
de aquel pueblo y el asentimiento de las Provincias vecinas
deja creer que él solo consiguió su objeto, aunque su política
no fuese exactamente la misma del Gobierno Nacional,
que nada consiguió, ni aun en Buenos Aires, á estar á
los hechos y á la confesión del General.
Para mayor confirmación de esto, añadiré que los que
firman el manifiesto de San Juan, excepto uno, no estu-
vieron de acuerdo siempre con el Gobernador, y dos de
ellos fueron sus enemigos ó se creyeron agraviados por
su influencia. Lo que prueba que la mejor política es
aquella que va á su objeto, sin curarse de las dificultades
del momento, contando con la justicia únicamente del
pueblo que conoce al fin á sus servidores y les aplaude la
abnegación con que arrostraron el disfavor.
Acaso sobre puntos de política no estuvo siempre de
acuerdo el Gobernador de San Juan con el gabinete del
General Mitre; acaso si hubiese sido de parte de él, no
hubiese habido lugar á disidencia; pero habiendo pasado
las cosas como pasaron, y no habiendo opuesto obstáculo
alguno á la que se siguió, no puedo, ni debo aceptar una
condenación como la del General, expresada en palabras
que disuenan de su conocida templanza, aceptando con
mi silencio un reproche inmotivado y por tanto injusto.
Si antes y en tiempo no quise hacer un programa,
menos he de querer ahora, ni aun por represalia á obje-
ciones y cargos infundados ó maliciosos.
«Sarmiento se ocupará de escuelas, ha dicho el señor
Gutiérrez, y nos haría una nueva «misión de libros, como
aquella geografía de célebre memoria.»
¿He publicado yo una geografía? Lo he debido olvidar.
MEMORIAS 277
como me ha sucedido con algunos escritos que el señor
Zinny ha anotado en su monobibliografía. Pero el antiguo
órgano de la política que deseara perpetuar por el mismo
personal, muestra en este reparo, no solo cuan bien me co-
noce, sino « cuan bien conoce el pais y sus necesidades»,
que me tacha de no conocer.
Para conocer bien la República Argentina, es condición
precisa no haber salido de las calles de Buenos Aires, por
lo visto; y para sentir sus necesid-ades, no haber traspasado
sus limites, á fin de estudiar por comparación lo que le
falta. En pais donde veinticinco mil niños que asisten á
las escuelas es todo lo que las presentes generaciones de
políticos están preparando para las venideras, es oportuno
denunciar y señalar al desprecio público al gobierno que
intentara fundar escuelas.
Si al pueblo se llamase á votar sobre este punto, sábese
que ricos y pobres, ignorantes y sabios, liberales y raccio-
narios, todos estarían de acuerdo. Pero á riesgo de com-
prometer las poquísimas probabilidades que me quedan,
puedo asegurarlo, habrá una política de escuelas, tan
ridicula como parezca .á los que ni para dormir dejan el
título de doctor, que los autoriza á derramar el ridículo
sobre lo que hoy ocupa la atención de todos los hombres
de estado del mundo.
Seguirá, pues, la política sin escuelas, que viene produ-
ciendo aquella paz de que la República goza y de que solo
mi acción puede despojarla.
Y sin embargo, vuelvo á repetirlo, lo que sin mal espíritu
dije privadamente á Mansilla. «Piden gobierno y trabajo,
no la palabra, sino la cosa; no el fruto maduro que nadie
sembró, sino la planta regada con el sudor que dará el
fruto.» Yo sembré ó Chivilcoy y las Islas en Buenos Aires.
He sembrado escuelas en todas partes y en San Juan
sembré gobierno. Los resultados están á la vista. No sé
si hice política grosera y sin altura, pactando con el vicio.
Muchos actos públicos de aquella época han debido olvi-
darse; pero mi carta á Peñalosa me absuelve de pactar así
no mas con el vicio. Recuerdo, si, que di seguridad á la
vida y á la propiedad, que reprimí, castigué y vencí á los
francamente sediciosos, respetando y protegiendo á los
desafectos honrados.
278 OBRAS DB SARMIENTO
Si San Juan gustó ó no, de aquel gobierno de trabaj o,
libertad, orden y seguridad para todos, de que gozó, fué
cuestión que nunca me preocupó. Cuatro años después, á
dos mil leguas de distancia, me llega el eco de aquella
provincia en que amigos y enemigos me ofrecen sus votos,
p-ara generalizar á las otras y devolverle á ella, lo que fué
mi ánimo darle.
Estoy, pues, compensado por el desprecio y el ridículo
que han hecho llover sobre mi nombre, los que, líbreme
Dios de dudarlo, pueden y saben ofrecer y dar en realidad
mucho mas. Cuando mas no fuese que enmendar sus
errores (de éxito por lo menos), de seis años, ya en eso
me llevan una inmensa ventaja* De algo ha de servirles la
experiencia.
La mía, tan larga, no ha pasado por tan amarga prueba;
y acaso para mi buen nombre, convenga mejor que no sea
sometido á ella.
Esta les llegará cuando la generación presente, con las
influencias y las ligas inmorales denunciadas, habrá deci-
dido ó aceptado su suerte por muchos años.
Feliz ó adversa, deseara participar de ellaD.F. Sarmiento.
(Nueva York, Marzo 31 de 1868.)
(La Tribuna, Marzo 6 de 1868.)
Parece que un fuerte movimiento de la opinión me seña-
la capaz de dirigir el común esfuerzo de la República en
el próximo término de la presidencia.
Dos de los que me escriben me piden que diga una
palabra como confirmación de las esperanzas que tantos
abrigan; otros quisieran que me presentara allí, no para
que me mueva, sino como signo visible...
Mientras, para adoptar el segundo partido, espero que la
marcha de los sucesos salve el respeto al decoro propio
que todo hombre de honor se debe á si mismo, no quiero
privarme del placer de decir á usted, para que lo comuni-
que á quienes interese, que acepto humilde y valiente la
distinción con que me honran, con las seguridades y te-
mores que puedan inspirar treinta años de existencia
consagrada á la República, con los errores de la inexpe-
riencia, con la experiencia de los años y de los viajes, el
MEMORIAS 279
carácter, las ideas, las pasiones en bien y en mal, tal
como Dios las ha dispensado y el juicio propio no alcanzó
á corregirlas. Tengo la conciencia clara de que quiero el
bien, y tantos años de práctica, tantas fases de la vida
pública contem[)ladas, tanto estudio de las necesidades
nuestras, y á la manera de proveer á las públicas de las
otras naciones en las cuales he virido, sin dejar de estar siem-
pre viviendo de nuestra vida propia, me da el derecho á creer
por lo menos que no me escasearían los medios de que
el hombre se sirve para formar correctos juicios.
Con esta intuición, sino ciencia experimental, añadiré
solo que siento aun rebullirse en mi pecho aquella fuerza
de voluntad que me sostuvo en días largos que hubieran
para otro sido de desaliento.
Un programa político de tal hombre seria fuera de pro-
pósito. El programa está en el sentimiento que allá reúne
tantas voluntades. En uno de los ensayos de República
que las ex-colonias están haciendo, con una guerra exterior
que consume como una hornalla cuanto se le acerca; con
6l desquicio obrando en el interior por bandas, que de la
política han descendido al brigandaje de los Abruzzos; con
partidos irreconciliables — una voz se levanta de todas
partes, de viejos y de jóvenes, de la capital y de las pro-
vincias, de la Universidad y del ejército, señalando como
prenda de tranquilidad para unos, de progreso para otros,
la presencia de un individuo siete años ausente, sin in-
fluencia sobre la actualidad, sin partido ni círculo.
¿Yerra la opinión? El hecho es que valiera la pena que
no se equivocase, por cuanto es ese el hecho mas moral
que presenta la América del Sud.
Probaría que hay al fin una República; que hay una
-opinión que señala un camino y un remedio, y si la aspi-
ración S9 convirtiese en hecho, que ese pueblo elije, lo cual
no está siempre ni en todas partes, fuera de duda. Basta
solo intentarlo, para quedar justificados.
Este hecho sería, pues, el primer artículo del programa.
Un gobierno creado por la opinión, á sabiendas del sentido
y significado de su obra: con esta base puede decretarse
la extinción de la guerra civil, que alientan las dudas de
si hay detrás de un gobierno, un pueblo.
El otro artículo que sigue es un hecho que está allá
280 OBRAS DB SARMIENTO
latente, y yo desde aquí estimo, por comparación. En la
América del Sud, según he podido sentirlo en las costas
del Pacífico y Golfo de Méjico, las ideas, la política no
se emancipan de la tradición en unas partes, de las doctri-
nas francesas, de las europeas en otras. De New York, el
espíritu americano salta á las orillas del Plata, y solo allí
se traduce en instituciones, emigración, prensa y aspiración
á la libertad norte-americana. Solo entre nosotros se usa
y se imprime á Kent, Story, Curtís y los jurisconsultos
norteamericanos, solo nosotros creemos que las creencias
religiosas no establecen privilegios ni esenciones, acaso
porque Dios en la distribución de los bienes y de
la tierra misma nos indica con su ejemplo este tempe-
ramento.
Tenemos, pues, un ideal americano, para país por po-
blarse y cuyo decálogo no es un misterio para nadie, sino
para el que no quiera tomarse el trabajo de aprenderlo.
Nuestro programa, pues, es seguir esa luminosa huella, 6
ser americanos como está á la vista de todos que se puede
ser, por el trabajo, por la igualdad de punto de partida y el
camino franco según las fuerzas.
La barbarie de nuestros campos es el escollo en que
hemos fracasado desde Artigas hasta Felipe Várela.
Esa misma barbarie existe en toda América, desde-
Méjico hasta Chile, en las masas populares. Pero, aparte
de que las llanuras argentinas se muestran mas á sus
anchas, tiene otro rasgo que es una promesa. Es que el
pueblo empieza á sentirse pueblo entre nosotros y llegará
á serlo. En otros puntos de América no ha despertado
todavía del letargo colonial.
Saá aspirando, como el pobre lo entiende, á dar un go-
bierno á la República, no se entendería en otras partes.
Dentro de pocos años ese río entrará en su cauce.
De ello tenemos ya un indicio. La República Argentina
consume treinta millones de pesos en oro de mercaderías
europeas. Ninguna República sud-americana tiene con
mas población tantos consumidores. La escuela comple-
tará luego la evolución. Tras la escuela el trabajo, y sere-
mos todo pueblo productor y consumidor.
Sobre tales bases puede fundarse una política. Sabemos^
donde vamos por lo menos. Ni es accidente territorial,.
MEMORIAS 281
histórico ó geográfico lo que nos favorece. Es fruto de semi-
lla sembrada.
Cada paso adelante que hemos dado venia preparado por
deas y hechos anteriores, y esto hace la noble solidaridad
del partido civilizado y civilizador.
¿Cual sería la política de un nuevo gobierno? No res-
pondería yo simple individuo, á pregunta que habrá de
responder un gobierno. Preséntase el mismo problema por
la primera vez en los Estados Unidos al aproximarse las
elecciones de Presidente. Como en nuestro país, aquí los
dos grandes partidos antiguos se han hecho entre sí la
guerra; los dos se han excedido á veces de los límites; los
dos se han hecho concesiones y traspasos de hombres y
de ideas. El candidato que los hechos traen no responde
á las interrogaciones. Acaso porque presiente que en
ambos encontraría sinceros sostenedores; acaso porque las
nuevas condiciones en que el país entra piden menos
sujeción á la disciplina ya relajada de los antiguos parti-
dos. Grant es la estatua del silencio!
Quien ha hablado, escrito y aconsejado veinte años, pue-
de cuando la ocasión de obrar se presenta, dejar la palabra
á otros.
¿Puede ser un programa político el hábito del trabajo?
Este es el mío.
Sarmiento.
EL UNO Ú EL OTRO í^)
Los candidatos, si son tales, véseles venir desde luego.
Por las repulsiones ó afinidades, cada uno los siente dentro
de si mismo.
(i) No habría de sospechar Sarmiento que el hombre de que hacía tan terrible
retrato, habría de rescatar muchos errores y levantarse en el concepto histórico
precisamente por el acatamientc que prestó al fallo de la soberanía popular que
colocaba eu la Presidencia á un enemigo personal y qu« había de dar prueba tan
grande de hidalguía moral teniendo plena confianza en la lealtad del antiguo
adversario. Sin duda el Dr. Velez en cuyo poder se hallaba esta pieza, obró pru-
dentemente en reservarla y nosotros la conservamos en este lugar, solo por la
belleza de invectiva y de forma y el noble concepto de si mismo, haciendo sal-
vedades sobre lo que el autor hubiera salvado de lo injusto que hoy nos parece
aunque contenga tanta verdad histórica (N. del E,}
282 OBRAS DE SARMIENTO
Dos candidatos reales tiene por delante el pueblo argen-
tino, para la próxima Presidencia; y antes que nadie los
indicase, presentábanse ya al ánimo de cada uno, como
dos sombras que se divisan en medio de la oscuridad de
los sucesos; porque son, en efecto, los representantes genui-
nos de las aspiraciones y tendencias de los partidos polí-
ticos.
La historia de la lucha de medio siglo, que será el fondo
aunque los accidentes varien por un siglo entero, parece
■reconcentrarse en ellos.
Rosas, reformado en el uno, por afinidades; Rivadavia
rejuvenicido en el otro por rasgos de familia.
Mas ó menos barbarie y violencia el uno; todo lo que
nuestro país admite de civilización el otro, ambos pueden
apelar al juicio de la historia, del de sus contemt)oráneos.
Los partidos no conocen medios tintes. Las figuras in-
termediarias que se muestran como bárbaros civilizados, ó
los civilizados que se prometen parecer bárbaros para aco-
modarse á las circunstancias, son pinturas al pastel que
basta un soplo para disiparlas.
Vamos á trazar el retrato de los personajes reales.
El uno es el hijo de la violencia. Riquezas fabulosas se
han ocumulado en torno suyo; y si la fortuna fuera en la
vida pública el premio de los servicios, diriase que Dios
premiaba en la tierra las grandes virtudes. Otros duda-
rían de la justicia de la Providencia. Instrumento afilado
de la tiranía de Rosas, abandonólo para seguir los impulsos
de su propia ambición, y después de haber representado
todos los papeles, instrumento siempre de alguien ó de
algo, encuentrasele repleto de botin, caduco, siempre una
amenaza ó un problema delante de la República. Por
recompensa de ti^es meses de vida honrada, ha pedido tres
veces la Presidencia, ya que es poco ser caudillo de por
vida en su Provincia.
El OTRO representa el polo opuesto. Fiel á una idea fija,
organizar sobre bases estables el gobierno de la república,
ni la fortuna le ha sonreído al paso, ni sabría donde re-
clinar su cabeza después de una larga vida de fatigasl
renunciando tres veces toda participación en el poder públi-
co á que lo llamaban treinta años de no interrumpidos
servicios. En la larga lucha contra Rosas, en la prensa ó
MEMORIAS 283
en el campo de batalla, todos supieron de qué lado habían
de encontrarle; y cuando otros, y no él, dividieron en dos
fracciones la República, solo él tuvo una patria común,
apellidándose «porteño en las provincias, provinciano en
Buenos Aires.» La unión por siempre, fué su divisa (sin
caudillos, se entiende), llueve ó truene! como entonces
decía y lo hizo bueno en las Convenciones de Buenos Aires
y Santa Fe.
Si la impopularidad fuese siempre el castigo del error,
diríase que en las Provincias unas veces, en Buenos Aires
otras, recibiólo que merecía. Alberti, Calvo y tantos otros,
se lo probaron al menos; pero no siempre el camino ancho
conduce al cielo. Otros dirían que cuidando poco de la
opinión de hoy, contando seguro con la de mañana, escogió
el sendero mas escabroso y desolado, solo cuando nadie
quiso seguirlo.
Cada vez que el uno agita el poncho del viejo montonero,
las malas pasiones se agitan en toda la República, la guerra
civil enciende su antorcha, la cinta colorada resucita y
algunos degüellos solemnizan su advenimiento, para que
no olvidemos que los ferrocarriles, vapores é instituciones
no han acabado de borrar los rastros de los caballos y las
malas prácticas de Ramírez y de Quiroga.
Cuando el otro deja correr su pluma^ vénse levantar Es-
cuelas en las Pampas, poblarse terrenos incultos, trabajar
las minas, crearse bibliotecas, y en los ánimos renacer la
esperanza de salir un día, por el trabajo y la civilización,
de esta eterna lucha de barbarie y cultura, de caudillos
ignorantes y de instituciones libres, que como una noche
tempestuosa, con iluminaciones súbitas de rayos, vamos
atravesando mas ya de medio siglo.
Tras del uno, un reguero de sangre que señala su cami-
no. Tras del otro donde quiera que haya pasado, en Chile,
Buenos Aires, San Juan ó Estados Unidos, algún esfuerzo
en favor de la América, algún bien intentado, propuesto á
realizado.
Es el UNO, el hombre que conoce mejor los caminos que
conducen á la parte innoble del corazón humano; y si qui-
siera gastar sus millones en comprar los votos que la igno-
rancia ó la codicia, sin honor ni patriotismo tienen á venta,
podría hacerse proclamar Restaurador del Desasociego
284 OBRAS DB SARMIENTO
Público, que él ha mantenido veinte años, pretendiendo
imponer á los otros la inacción, mientras él solo quisiera
agitarse y vivir.
El OTRO, nunca ha hablado sino á las nobles pasiones de
los demás, tan obligados como él á llenar los gratos deberes
de buenos ciudadanos. Si algo puede ofrecer á sus parti-
darios, seria solo su parte de abnegación y de trabajo.
El UNO, suscitará secuaces, donde quiera que haya un
bárbaro, donde una ambición sin altura ni conciencia. El
OTRO, no es el centro de ningún circulo á donde converjan
aspiraciones, porque nada puede ofrecer, si no es el premio
que á cada uno da la estimación pública y propia con-
ciencia.
El UNO, ha sido con Rosas, General. Presidente en una
Confederación imposible y Libertador hasta destronar á su
antiguo Jefe; pero General, Libertador ó Presidente, fué y
se quedó siempre caudillo. El otro, publicista, adminis-
trador, legislador ó diplomático, en todas estas varias fun-
ciones en que se aprende á gobernar, mostró que era siem-
pre maestro de escuela, como él se ha llamado siempre
para honrarse con ello.
El UNO necesita protestar cada día que no será en adelante
lo que fué toda su vida, á fin de calmar los recelos que
inspira. El otro, necesita solo señalar sus antecedentes,
para que cada uno diga lo que se sigue necesariamente.
Estos son los dos candidatos para la próxima Presidencia.
Quizá haya quien busque un tercero en discordia, que to-
mando las apariencias del uno se proponga realizar las
ideas del otro. No pueden añadir seis años mas de alarmas,
de perplejidades, á tantos que llevamos de no encontrar
reposo, Pero estos mirajes se disipan á medida que quere-
mos acercarnos á ellos, acabando por no saber donde nos
hallamos. La verdad verdadera es la mas segura guía,
pues de ficción en ficción, la realidad al fin despierta á los
pueblos, con su terrible aparición, cuando cerraron volun-
tariamente los ojos para no verla.
Entre uno y otbo tiene que elegir la República, ya que es
la primera vez que es llamada á decidir de sus destinos. Ri-
vadavia fué propuesto por el Congreso á catorce caudillos
que dominaban las Provincias. Rosas fué impuesto á
Buenos Aires por el ejército del Desierto, de que él fué el
MEMORIAS 285
héroe. Urquiza y Mitre fueron sucesivamente los candida-
tos laureados de la victoria. Derqui renunció á la candi-
datura en los Cerrillos de San Luis.
Dos candidatos le quedan á la República, si no quiere
sorprender al mundo con algún nombre anónimo, para
que después de electo, los electores mismos se pregunten
unos á otros ¿quién dicen que es el que dicen que hemos
elegido?
Hay el candidato del miedo k lo pasado, y el candidato
de la esperanza en lo futuro. El del hecho craso y el de la
idea clara; de lo que era y de lo que debe de ser, de un
mundo que acaba y de otro que comienza. El uno, ahí á
la mano, con sus amenazas, sus hombres y su plata; el otro
á dos mil leguas, con su consejo, su pensamiento y su
desnudez.
El UNO, para terminar su vida material; porque la pública
concluyó hace años en la impotencia, asilándose en el
poder, como seguro de vida y de fortuna, acosado de descon-
fianza y alarmas, juguete de sus palaciegos y poniéndose
colorete como Tiberio, para que no se aperciban de su pa-
lidez y caducidad. El otro, fuerte con mas años de trabajo
y de experiencia, robustecido en sus propósitos y principios,
por el estudio que está haciendo de la ciencia del gobier-
no, en la República que hoy es la grande escuela del mundo
y apoyado por la estimación de los hombres mas emi-
nentes.
Loque pediría aceptando la candidatura, sería ocasión y
lugar favorable para realizar lo que hace años es el blanco
de sus conatos, acabar con la barbarie y fundar el gobierno
que ha de responder de la libertad, aumentar la riqueza y
asegurar la civilización. Por poco que consiga, intentarlo
solo es andar hacia adelante.
Su adversario dejará hacer cuanto no dañe á sus propó-
sitos, hasta que un día pueda realizar su idea favorita, su
pensamiento persistente
restablecer por la quinta vez
EL CINTILLO COLORADO CON ALGÚN LETRERO AL CASOÜÜ
Ya lo ha intentado cuatro!
UN VIAJE DE NUEVA YORK A BUENOS AIRES
DE 23 OE JULIO AL 29 DE AGOSTO DE 1868
Nota — Un héroe de Shakespeare compara su vida con las cambiantes nubes
que asumen formas fantíisticas y ríales, engañan nuestra vista, como burlas
aéreas, y son los etnlfridiíres de la tarde que obscurece...
bi huDiere un escriiu donue se reilejaseii en caiijijiaiue.s formas fant;5sticas, en
vividos y risueños colores y con lontananzas profundas, todos los aspectos de
una grande existencia humana, ese compen ¡lo sería considerado, como el mas
valioso documento de una literatura. Se le estudiaría con ahinco para descubrir
los resortes que mueven á los grandes actores en la escena del mundo, ^e
conservaría, para ver la distancia que media entre algunos raros talentos y algún
genio; único de su estirpe.
Aquí en las páginas que siguen, bajo el sencillo plan de un diario de viaje que
Sarmiento dedicaba á una amiga, y para ella sola, debiéndose á la inevitable
indiscreción de la posteridad su publicación, aparece un alma derramada, un
corazón latiendo, un espíritu ingenuo y sincero jugueteando con cuanto embeleco
le cae á la mano, para remontarse sin esfuerzo y como dice por ahí, «aparece
Júpiter y toma el mando del cielo estrellado»...
Es un cuadernito de 200 páginas, escritas al lápiz, sin puntos ni comas, como
pinceladas preparatorias que el artista arroja sobre la tela para combinar las
armonías del colorido. Al publicarlas no nos hemos separado del texto y solo
hemos agregado la puntuación que exige el sentido. Estos apuntes, empero,
borrajeados sin otro orden que la sucesión de los días y, al acaso de las impre-
siones, producen, por la rapidez de los cuadros, la intensa verdad de las siluetas
todo el efecto de una obra acabada.
Sarmiento resusclta todo entero. Habla, educa, sermonea, fulmina á los
malvados, se entretiene con pajarillos, dibuja los contornos de una planta, goza
de la vida y de la exhuberancia tropical, come con el exceso que exije su gasto
de fuerzas, lanza al aire su carcajada honraila, varonil y contagiosa, diseña los
delicados ópalos de la aurora y la fiesta deslumbradoraque el snl celebra al
acostarse, arroja miradas profíticas sobre el porvenir y pone al descubierto
sensibilidades y ternuras que el gigante guardaba ocultas para el vulgo.
No habrá producido Sarmiento una página que contenga tanto como esta de su
propia esencia, y ninguna mas íntima y mas reveladora de su alma; pero lo que
le da mayor ínteres todavía, es la circunstancia de ser escrita en el vigor de la
vida y en el momento mas alto de la ambición, cuando es llamado á desempeñar
MEMORIAS 287
el puesto (íonde anhela hacer buena sus teorías y ha de dar el supremo impulso
á su patria, que cree preparada para el progreso 7 « terminado el grande
noviciado».
Viene de los E¿,tados Unidos á presentarse en la escena política, dudando del
éxito de su candidatura y solo por los honores que le prodigan en el camino
llega á creer que será, en en efecto, presidente de la República Argentina. Su
alma heroica no vacila un momento, ni pierde de vista que tantos esfuerzos no
son sino para conquistar una gloria á largo plazo, sin recompensa inmediata ;
pero sabe, ve y palpa el porvenir y entonces... «haré que no muera, sin que otra
« falange de amigos, de entusiastas, me acompañe al sepulcro. Oh 1 Magdalena !
« te levantaras la primera á preparar el cadáver querido para el reposo eterno.
M Si hay detras la iLmortalidad de la gloria, las lágrimas están demás»... (El Editor}
Ma vie est un combat
Beaumarchais .
Mi vida es un largo viaje, ¿Llegaré?
• Sarmienlo.
Pidióme Vd. las impresiones de viaje en mi excursión
á Francia, Dedicóle las que iré sintiendo á medida que
me acerco á mi patria y con la esperanza se aviva el
deseo de verla.
¿Quejóse Vd. de no haber satisfecho su deseo? Olvidaba
que aun estaban sangrando profundas heridas de mi co-
razón, y mi ánimo no estaba despejado aun de amargos
recuerdos. La exhibición de París, por otra parte, no
podía considerarse en una carta, sin perder la variedad
de formas y objetos que constituían su magnificencia.
Mil plumas teníanla por delante, y la mía habría sido
la menos adecuada para describirla. Para hacerlo con
acierto, ella sola debía llenar el cuadro, sin que el artista
apareciese en la escena.
En este viaje que me propongo describir, el viajero solo
es el protagonista; y dedicado á Vd. sola su lectura, dale
la seguridad que para llevar á cabo la idea, á toda hora
del día ha de estar presente Vd. en mi memoria. Viviré,
pues, anticipadamente en su presencia, y cada escena
que describa, tendrá á Vd. como espectador, complacida
acaso de recibir este diario tributo.
HOMEWARDS (Á TU TIERRA GRULLO )
Mi regreso á la patria estaba ya de largo tiempo resuelto.
Cue.stion de oportunidad solamente, que una carta resol-
vió. Desde que la hube recibido, empezaron los prepa-
2S8 ORKAS 1)8 «AKMIBNTO
rativos de viaje, dando disposiciones para ternoinar tra-
bajos comenzados y cortar ciertos hilitos que nos ligan
á un país, después de un tiempo de residencia.
Tan ancho es el círculo en que nuestra vida se mueve
en este país, que el solo despedirse de los amigos, es ya
cuestión seria. Téngolos en Chicago» Cambridge, Was-
hington, Lancaster, á tres rumbos opuestos y á cente-
nares de leguas.
Pero tengo ademas una tierna y constante amiga á
quien quería ver en todo su atractivo, por si no vuelvo
á verla mas. La naturaleza, tan bella, tan risueña de los
Estados Unidos. Fui á despedirme del Hudson, para
decir adiós con la mano á cada una de sus pintorescas
vistas. Quise sentir el terror de la Cascada del Niágara,
aunque solo por un minuto fuese; y como mi última
visita al oeste había sido en invierno, envuelto en las
frías sábanas de nieve, quedaba estereotipada esa ima-
gen, si no iba á refrescarla, engalanada con la verde
vestidura de la primavera.
Chicago
Así llegué á Chicago. Vi la ciudad hercúlea en mo-
mento escogido. Preséntaseme ahora en mis recuerdos,
coronada y ceñida de luces, cual la vi en uno de sus
días de gala.
Cada día Chicago toma mas y mas el rango de centro
y capital de los Estados Unidos. La gran convención
republicana para nombrar presidente reunióse allí. Hánse
reunido varios que llamaremos concilios religiosos y
están citados en agosto quinientos hombres de ciencia,
de la asociación que tiene por objeto promoverla y de
que soy miembro honorario.
Llegaban á la sazón, de Wurtemberg, Viena, Francfort,
Berlín y de cada ciudad de los Estados Unidos, por cen-
tenares y por millares, los alemanes, para celebrar una
Sangerfest. Mil quinientas voces ejecutaron una de esas
composiciones musicales que han constituido la nacio-
nalidad alemana.
Ni la lengua servía de vínculo á los pueblos separados
por reyes, emperadores, obispos, abades, electores que
MEMORIAS 289
los dividieron como rebaños. Hay alto y bajo alemán,
alemán del sur y del norte.
¿Dónde está la nacionalidad alemana? Ni en Prusia,
ni en Austria, aunque la preparó la Grande Opera de
Sadowa con acompañamiento de mil cañones. La mú-
sica, pueSj fué el órgano nacional de los alemanes; y en
América, la música y la cerveza son signo de reconoci-
mie/ito. Este concierto monstruo de Chicago, con los
delegados de Europa, presentaba el mas solemne espec-
táculo. Los antiguos tuvieron sus solemnidades pare-
cidas, en los templos únicos de un culto. Una calle
-State Street, estaba decorada de verdura para darles la
bienvenida.
Chicago es célebre por su cerveza, y el partido repu-
blicano en Nueva York perdió 50.000 votos alemanes,
por haber prohibido beber el día domingo. ¡Cuánta
cerveza bebieron 40.000 alemanes en tres dias! Yo iba
con mi secretario á las once de la noche á un Lagger
beer house á tomar mi modesta parte en la alegría gene-
ral. La última noche hubo procesión de antorchas,
cuarenta mil luces en columna, iluminando banderas,
inscripciones, emblemas. Había visto los torrentes de
lava del Vesuvio. Este es un torrente de cosa humana,
con puntos de fuego, que cuando se mira por delante
ó por detras de la columna, se unen y presentan una
superficie de fuego. La via láctea es pálida y está lejos.
Con esta ardiente imagen de Chicago, se despierta en mi
memoria otra fantástica, única, que está gravada en ella
cincuenta y cuatro años ha. Ni el tiempo, ni la reflexión
lá alteran.- Hombre maduro, solía decir en mi familia: —
Yo he visto cuando niñito, un pozo de donde millares de
luciérnagas acudían y descendían á la prima noche. Era
en el campo, en un gran paseo á caballo y alguien me
llevaba por delante. — Sacando la cuenta mi madre, de la
época en que mi padre tuvo una chacra de trigo y hubo
en efecto un gran paseo, llegando la comitiva á esa hora,
se averiguó que el niño había por la primera vez, á la
edad de dos años y medio, visto las luciérnagas, aunque
•el pozo fuese una ilusión ó un error del recuerdo.
Chicago queda ahora al lado de aquella imagen.
Tomo xlix.— 19
20O OBKAS UK SARMIENTO
Ann Arbor
Habíamos prometido hallarnos en el commencement de la
Universidad de Michigan. El 34, terminados los previos
ejercicios, la comitiva de profesores, estudiantes y convi-
dados se dirigió á. un templo preparado al efecto; en la
plataforma, el presidente tenia á la izquierda al general
Pope y la derecha me estaba designada á mí. Entre los
nombres de los que recibían el grado de doctor en leyes,
fué pronunciado el mío por el presidente, con ui] breve
discurso en que hacía valer mis buenos servicios á la
causa de la educación en la América. — Recuerdo que en
Chile durante quince años, y en mi país en ocho, mi nom-
bre no aparece en los documentos públicos.
Yo soy un antiguo conocido de la universidad de Michigan
y su biblioteca contiene media docena de mis escritos.
Soy, pues, doctor, como Longfeliow, John Stuart Mili, y
otros que lo eran cada uno en su ramo. Si de leyes sobre-
educación se trata y de tierras...
Cambridge
En otro trip hice una excursión á Boston.. . Era la semana
santa de la Nueva Inglaterra, en que se reúnen todas las
sociedades filantrópicas y religiosas, á darse cuenta de loa
trabajos del año, á cobrar nuevos bríos para la obra del
año que principia.
No sé de pueblo que tenga esta práctií^a. El corazón
está esos días henchido, los ojos de todos parece que
brillan con el fuego sagrado que excitan los informes
leídos, los discursos, exhortaciones y sermones que sa
pronuncian en cada iglesia, salón, teatro ó lugar adecuado.
Los diarios traen largas listas de los meetings que tienen
lugar ese día y las devotas corren de un lugar á otro
para saciarse de bellos discursos, de la relación de bellas
cosechas de obras de caridad.
Un día se rpune la asociación infantil para mejora de
los niños. ¡Qué ingenioso! Los niños de casas pudientes,
como habían de jugar á las muñecas ó á la pandorga
juegan á los meetings y k las sociedades filantrópicas.
El objeto es colectar suscriciones y ropas para los niños
MEMORIAS 291
pobres y darles educación. Nómbrase presidente y secre-
tario, se reglamentan, tienen comisiones, contaduría, infor-
me anual y fiesta y baile. Han aprendido las prácticas
de sus mayores, pronunciado speechs^ seguido un propósito
útil, divertídose, y los niños pobres ganan en ello. ¿Quién
hay mas rico que un niño hijo de madre acomodada? Si
tiene abuela será un Creso.
Estoy invitado á la comisión de los «Unitarios», cuyo
órgano es el Liberal Christian. Su objeto es reunir todas
las disidencias en una, que las contiene á todas, la caridad
cristiana. Yo le había prometido hace veinte años á esta
secta el porvenir; y lo saben ellos.
Pero al día siguiente, uno de los editores de El Radical
va á mi hotel, para hacerme tomar parte en los ejercicios
del ala izquierda de los liberales. Estos van mucho mas
allá de todo cuanto habia esperado. Seis predicadores se
suceden ante una numerosa audiencia, la mayor parte de
señoras. Nosotros no somos cristianos, dice devotamente
uno de ellos. Somos solo hombres en comunicación con
Dios nuestro padre común, sin intermediarios. Jesús llenó
su grande misión, en proporción de su época y al desa-
rrollo de la humana inteligencia. La doctrina no está hoy
en armonía con los datos de la ciencia y su obra no ha
podido en diez y ocho siglos afectar ni modificar sino á
una pequeña parte de la humanidad. Somos mas felices
que nuestros hermanos de otras sectas. No aborrecemos
á nadie por causa de Jesús. Cuatrocientos millones de
chinos, todos los pueblos del mundo, están en Dios, en
comunicación con nosotros. Sus religiones son vestidos
de otro color que el nuestro, pero que cubren mas ó menos
perfectamente la desnudez de las carnes...
Seis sermones á la tarde y otros seis á la noche, com-
pletaron los ejercicios. Yo asistí á todos, admirando este
profundo sentimiento religioso que mantiene en actividad
la mente y el corazón de este pueblo. Nosotros ni cristianos
somos. Convenido como está que hemos nacido católicos
y que fuera del jirón de la Iglesia no hay salvación, des-
cansamos en la dulce y consoladora esperanza de que todos
los demás se condenarán. Ay! son mil millones de seres
humanos los que no entran en la geografía católica: cues-
tión de geografía la salvación.
292 OBRA-S DB SARMIENTO
En Cambridge, fui visitado por el Rev. Hiil, presidente
de Harvard College, el profesor Gould, Waldo Emerson, el
otro Emerson el filósofo, doctor Alien, del Christian Examiner
y varias damas y caballeros invitados á un té de despedida
por Mrs. Mann.
Boston y Cambridge quedan, pues, como Chicago, coro-
nados de luces en esta última prueba del estereotipo.
Washington
Tenía que despedirme del Presidente por escrito, ya que
no tengo carta de retiro. A Mr. Seward dije lo que nece-
sitaba para satisfacerlo por no haber residido en Washington
Si la misión de un diplomático es cultivar las buenas rela-
ciones, yo he llenado la mia con superabundancia. No se
estima lo que no se conoce; y yo he consagrado el dinero
que otro habría invertido en comidas y carruaje, en recorrer
los Estados Unidos, estudiar sus instituciones, visitar sus
establecimientos públicos, mezclarme con su pueblo, mien-
tras el cuerpo diplomático juega al tresillo en Washington-
No solo los ministros europeos ignoran lo que son los
Estados Unidos, después de diez años de residencia, sino
que" los de Sud-América no vuelven mas adelantados.
Yo haré conocer este país en el mió y sus relaciones
serán siempre simpáticas.
Como era de esperarlo, visité á Henry Barnard en el De-
partamento de Educación. Mis cartas al Senador Sumner,
la primera pedida por él, la segunda sugerida por la ins-
pección de los preciosos documentos que va á publicar el
Departamento, si tienen el éxito que Barnard y Sumner
le auguran, habrán salvado esta institución en Norte
América y héchola productiva de bien en la del Sur.
Llegarále á cada nación de las nuestras un cajón de libros
que yo les mando y harán de ellos lo que han hecho de
Ambas Américas; predicar en desierto.
Encontré al ministro Matías Romero de Méjico, que me
contó cómo el Ministro de lutruccion Pública de su país,
había prometido subscribirse á ¡cuatro ejemplares! de
aquella publicación para todo Méjico; pero que ya estaba
arreglado con Juárez que serían 200. La cebada al rabo!
— Dígale que soy mas rico que Méjico, pues he podido
MEMORIAS 293
gastar tres mil duros. Que lea el artículo que le consagro
y donde le hago la justicia de reconocer qué clase de
borrico había de ser el tal ministro de instrucción.
Las santas mujeres
En Paris compré una copia de la Venus de Milo en cuya
base puse esta inscripción :
Á LA grata memoria DE TODAS LAS MUJERES QUE ME AMARON
Y AYUDARON EN LA LUCHA POR LA EXISTExNClA
La Venus de Médicis es todo amor; la da Milo es la
mujer pronta á ser madre ó amante, pues solo enseña su
seno, y su fisonomía es grave, como si sintiera la idea
del deber.
Hay las Mujeres de la Biblia, hay las de Shakespeare, ó
de Goethe. ¿Por qué no he de tener para mí las Mujeres
de Sarmiento'? no porque yo las haya creado al grado de
mi fantasía, sino porque todas ellas me cobijaron bajo el
ala de madres, ó me ayudaron á vivir en los largos años
de prueba.
Mi destino, hánlo desde la cuna, entretegido mujeres,
casi solo mujeres, y puedo nombrarlas una á una, en la
serie que, como una cadena de amor, van pasándose el
objeto de su predilección.
Mi madre! Su sombra está hoy aquí presente. Mis. Mann
la ha evocado para que me propicie el sentimiento reli-
gioso de los Estados Unidos.
Fué mi madrina de baustimo doña Paula de Oro y mi
protectora. Niño pequeño, acompañándola en las calles,
me contaba las grescas que tenia con una perra tía mía
que me malquería. Ella fué el intermediario, llevándome
á vivir á su casa, para que el clérigo Oro, su hermano,
me educase, desenvolviendo la facultad de pensar que á
sus lecciones debo.
Cuando salí de sus manos, recibióme doña Angela Salcedo
que ni mi pariente era; pero que, viuda de don Soriano
Sarmiento, me entregó una casa de comercio que el finado
tenía preparada para ayudarme y darme ocupación en la
vida. Su hijo, Domingo Soriano, á los 40 años de edadj
294 OBRAS DE SARMIENTO
esposo feliz, padre de una hija única ya casada, vecino
rico, se suicidó á la sola idea de que su tocayo, que su maestro,
pudiese creerlo mal ciudadano.
La Manso, á quien apenas conocí, fué el único hombre en
tres ó cuatro millones de habitantes en Chile y la Argentina
que comprendiese mi obra de educación y que inspirán-
dose en mi pensamiento, pusiese el hombro al edificio que
veía desplomarse. ¿Era una mujer?
Hay otra que ha dirigido mis actos en política; montado
guardia contra la calumnia y el olvido; abierto blandamente
puertas para que pase en mi carrera. Jefe de Estado Ma-
yor, Ministro acaso; y en el momento supremo de la am-
bición, hecho la seña convenida, para que me presente en
la escena en el debido tiempo. (*)
Otra hay, y esta llena dolorosamente el fondo de la exis-
tencia; volcan de pasión insaciable, inextinguible, el amor
en ella era un veneno corrosivo que devoraba el vaso que
lo contiene y los objetos sobre los cuales se derrama.
iDios le habrá perdonado el mal que hizo, por el que se
hizo á si misma, por el exceso de su amor, sus celos, su
odio!
¡Extraño fenómeno! Desfavorecido por la naturaleza y
la fortuna, absorto desde joven en un ideal que me ha
hecho vivir dentro de mi mismo, descuidando no solo los
goces, sino hasta las formas convencionales de la vida civi-
lizada» desde mis primeros pasos en la vida sentí casi
siempre á mi lado una mujer, atraída por no sé que mis-
terio, que me decía, acariciándome: adelante, llegarás.
Debe haber en mis miradas algo de profundamente dolo-
rido que excita la maternal solicitud femenil. Bajo la
ruda corteza de formas desapacibles, la exquisita natura-
leza de la mujer descubre acaso los lineamientos generales
de la belleza moral, ahí donde la física no se mues-
tra.
No me jacto de amores, ni de buenas fortunas.
Una mujer jugando á las visitas con las muñecas, es ya
madre ó amante y antes de ser e-n realidad la última, era
lo otro en espíritu y afección. ¿Porqué una joven virtuosa
( 1 ) La misma á quien dirigía estas páginas y de quien habla en la pág. a«5 de
este volumen. ( N. del E. )
MKMOKIAS 295
arna á un calavera? Es la madre la que ama, esperando
curar la dolencia, con sus cuidados. ¿Por qué una beldad
ama á un hombre feo? Por que lo ve oprimido, y sale
valientemente á su defensa. Una mujer es madre ó aman-
te, nunca amigo, aunque ella lo crea; si puede amar, se
abandona como un don ó un holocausto. Si no puede,
física ó moralmente, proteje, vigila, cria, alienta y
guía.
Mrs. Mary Mann
Esta es la encarnación del amor materno. Ha dejado á
su esposo Horacio Manu, cristalizado en la estatua de
bronce que decora el frente del State Hall de Boston.
Puede vivir tranquila, no será olvidado jamas, y su excelsa
gloria no necesita de su patrocinio.
Conocila en 1847, época en que me sirvió de intérprete
para entenderme con su marido. Renové mi relación con
motivo de la inauguración de la estatua. Teníamos, pues,
-un objeto común de adoración. Era preciso ayudarme á
sacar la tarea que á mi me cupo en suerte y ella puso
mano á la obra. Su vida, desde entonces, se liga á la mía,
aunque no nos veamos mas que dos ó tres días una vez
cada año. Su correspondencia es numerosa y las ramifi-
caciones de su afecto abrazan á la República Argentina,
porque yo la amo, á la Manso, porque me ama á mi, á mi
hija porque murió Domin güito, cuyo retrato está sobre
su mesa y es adornado de guirnaldas de flores cuando
voy á verla.
Donde quiera que vaya, encontraré amigos que su soli-
citud me ha deparado; y si algo publico, las revistas, los
diarios hablarán del libro, y yo sorprenderé en un artículo
de diario una frase que es tomada de una carta mía á ella.
Es, pues, suyo ese esci'ito.
iiYour glorious iiitroduction, me escribió de la de Lincoln
¿pero quien es usted que así comprende nuestras cosas?
Tradujo esa introducción, no sé si para publicarla, pero
seguramente para tener el gusto de traducirla. Traduci-
ría mis Viajes, si estuviera yo seguro de que fuesen
■leídos.
A\ fin, emprende la tarea mas desesperada, cual era
296 OBKAS UB SAKMIIÍNTO
escribir mi biografía. ¡Cuántas molestias le hubiera cos-
tado! sí, como me lo dice en una carta, no encontrase en
ello su propia complacencia. Su plan primero era la his-
toria de mis trabajos sobre educación, para lo que le
suministré copiosos datos, contenidos en libros y publica-
ciones del género.
Quiso mas tarde abrazar la vida política y tuvo que reha-
cer los apuntes. Mándele al fin «Recuerdos de Provincia»,
y entonces me escribió: «Por fin lo tengo todo entero y lo
comprendo.» Invitóme una vez á revisar sus ai)untes, y
cual fué mi pena al ver en ellos materia para un grueso
volumen. ¿Gomo decirle que habla extractado, traducido,
redactado demasiado? Tomé conmigo los papeles, pretex-
tando ser con urgencia llamado de Nueva York, y allí,,
rehaciendo, podando, cercenando, mutilando sin piedad,
dejé lo necesario para un bosquejo, única forma en que
podía introducirse tan indiferente asumo á un público
desapasionado.
Debió llorar sobre los despojos de su obra, tan sentidas,
son sus posteriores cartas, reclamando restablecer trozos
que reputa característicos é interesantes. Pedíame gracia
por la Toribia y Ña Cíeme que eran episodios interesantí-
simos. Benavides debía entrar en escena, aunque fuese
solo para mostrar los comienzos de la vida pública. Hechas
las concedidas reparaciones, el librero editor del Facundo
que cuida ante todo del tamaño del libro en relación al
precio de venta, concedía solo ochenta páginas de biogra-
fía. La lucha fué larga, hasta que al fin obtuvo doce mas,
seducidos los libreros, de ordinario insensibles, por el
entusiasmo de la autora, acaso por el interés dramático ó
novelesco que ha dado al personaje.
Si la vida de Quiroga tiene éxito, y se lo prometen los
editores de varias revistas que recibieron pruebas, deberáse
al esfuerzo y talento de la introductuia, que ha sabido
interesar al público é iniciarlo en las cuestiones de la
América del Sur, «Procuro, me dice en una carta, separar
á la República Argentina, y lo lograré, de lAinasa de South
América sobre la cual recae el desprecio ó la indiferencia
de mis compatriotas.» Las cartas á Sumner, ella las ha
agregado al fin de la obra, como justificación.
La víspera de mi partida, recibí la carta de despedida
MIVMORIÍ.S 297
que acompaño en ingles, por no perturbar la sublime fas-
cinación que revela.
Su amor de madre la eleva á la altura de Cornelia
«No es usted para mi un hombre, sino una nación» — «si
los pueblos no fueran perfectibles, la creación seria un
absurdo y Dios un mito» — son pensamientos inspirados
por una fuerte convicción ó una grande esperanza y fe en
los destinos humanos.
He aquí la carta. (*)
Mrs. Ida. Wickersham
Mi intimidad con esta linda dama ha sido casi impuesta
por una especie de fatalidad feliz. Es mi maestra de
inglés, enseñado en interminables coloquios, provocados
expi^üfeso para enseñarme á hablar. Las mujeres se
deleitan en enseñar á los niños á balbucear la lengua
materna; y un extranjero apenas puede expresarse, es
una especie de niño, cualquiera que su rango y edad sea.
Cuando me jactaba de llegar á hablar correctamente el
ingles, me decía: seria una lástima, es tan agradable el
acento extranjero!
Es Mrs. Ida esbelta, pálida y casi morena, tipo rarísimo
entre americanas del norte y acusa la sangre francesa
(De Lacey) que corre por sus venas.
«Su amabilidad, me escribía Miss Lucy Smith ó mas
bien su queenly beaiity me habían ganado el afecto desde
que la vi». Belleza de reina expresa bien la idea, pues
es el tipo de belleza de la edad media, antes que Rafael
hubiese introducido en las madonas las mas bellas for-
mas griegas. Su frente es irreprochable y el tocado que
usa muestra que sabe hacerlas valer. Dice en confianza,
que cuando jovencita la llamaban the Prairy queen, la
reina de la pradera; y basta asistir á la Opera de Chicago
para cerciorarse, por la falta de distinción que caracteriza
á una población nueva, que el epíteto no era mal em-
pleado.
(1) Desgraciadamente el autor, que ha dejado en blanco el espacio para transcri-
birla, se ha olvidado de hacerlo y la carta no se ha conservado; pero las de
Mrs, Mana insertas en el Tomo XIX pág. 280 y 286 darán una idea). (N. del E.)
298 ÜBRA.S OK SAKMIKNTO
Creeriánla siempre una dama española ó habanera, y
en cualquiera situación denunciarían la dama sus formas
y porte aristocrático. Por lo demás, es la mujer mas
mujer que he conocido, y jurara que me amaba en el
fondo de su corazón, si no estuviese seguro de que mis
años y posición le permitían abandonarse, sin las reservas
de su sexo, á la confianza que inspira un confidente.
Hoiü do yo like it? era la femenil pregunta á cada cosa,
sombrerillo picaresco, una cinta, un collar que me mos-
traba por la primera vez. Ofrecila tomar un retrato, y
en dos cartas y de palabra mas tarde quiso saber si lo
había hecho, pues su interés era vivísimo por saberse
preservada en imagen.
Lee admirablemente y no obstante admirar ese talento
que le hacía ejercitar, dos horas después de haberme leído
no sé que ocurrencia de diario, reflexioné que me había
leído y no contado el caso, tal era la impresión que
conservaba.
Su marido, el Dr. Wickersham, es tan lindo y joven,
como ella, y médico de cierta clientela en Chicago, donde
se ha establecido definitivamente. Entre 700 maestros
reunidos en Hew Haven, llamóme uno la atención por la
nobleza y dulzura de sus facciones, y por su porte, fué
él el primero en acercárseme. Encontrámosnos en Was-
hington; volvimos á vernos en Indianópolis. Era el prof.
Wickershan, hoy superintendente en Pensylrania. De
allí hicimos viaje juntos á Chicago é introdújome á su
hermano y señora. Diez díaz comimos, cenamos y almor-
zamos los cuatro juntos, lo que da treinta lecciones de
inglés, pues esta era la vez primera que me aventuraba
á hablarlo.
Seis meses después remitía á Lancaster al profesor el
primer número de Ambas Américas, contestándome con
una invitación á visitarlo en verano, ya que encontraría
allí á Mr, Wickershan. Prometiles aceptar la invitación,
de regreso de Francia, para donde tenia tomado pasaje
y de vuelta estuve ocho días en Heart Grove. Ocho días
importaron cuatro volúmenes de conversación, pues llo-
viendo constantemente, la sociedad se tenia bajo techo.
Formaban parte de elia Mrs. Wabtson, dama de corta
que había viajado y conservaba parientes en Francia ó
MEMORIAS 299
Inglaterra y otras señoras, esposa de un general una, de
un sabio otra. Entre todos formábamos lo que se llamó
el Pickwick Club, motivo de inoeente alegría y animación
para todos.
Sugirióme la idea de un viaje en invierno á Chicago
para gozar de espectáculo para mi nuevo, y sus continuas
instancias y las de su marido, me hicieron emprenderlo.
Fué aquella una temporada de movimiento y felicidad
la mas completa y activa que haya tenido en los Estados
Unidos, aunque no hubiese cabido en suerte á mi amiga
proporcionarme los mejores ratos, pues luego sin ser
sustituida, partieron con ella sus cuidados.
Mrs. Kate N. Dogget
No bien hube llegado á Chicago, una dama me hizo
pedir una entrevista. Había recibido carta de dos amigas
de Cambridge (aquellas para quienes pedía alojamiento
en la quinta del Dr. Velez, de paso para San Juan),
recomendándome especialmente á su cuidado.
Mrs. Dogget es la mas cumplida dama de Chicago;
protectora de las artes, su casa es el rendez vous de los
extrangeros de distinción. Una invitación á comer fué
solo prólogo de una soirée á que habían sido invitados
cuantos hombres notables cuenta la ciudad naciente^
para serme presentados. Una soirée musical, tres noches
después, me mostró el Chicago dilettante, si una tempo-
rada de ópera, no me hubiese ya iniciado en esta fac-
ción singular de la singularísima ciudad.
Museos, Universidad, Escuelas, todo entraba en el vasto
programa de Mrs. Dogget, para hacerme los honores de
la ciudad y llenar el- encargo de sus amigas. ¿No está
sintiendo en todo esto la mano de Mrs. Mann? Páselas
pues, en contacto, como á la Wickersham con la Dogget
y ahora estas dos últimas entre sí; cultivan excelentes
relaciones. Ambas han estado en la Habana, y conocen
si no hablan el español, conservando la última tan
agradable recuerdo de la hospitalidad española, que no
■cree pagarla ofreciendo su casa á cuantos hablan la
lengua.
Últimamente, por sus cartas recientes después de mi
300 OBKAS ÜIC SAKMIENTO
regreso de Francia, y su empeño de verme antes de-
partir, acaso para siempre para mi país, tuve ocasión
de volver por una semana á Chicago y Micliigan donde
conocí á
Miss LucY L. Smith
Eista niña entra como un relámpago en mi existen-
cia: y sin embargo, á su conocimiento accidental se
liga el título de doctor acordado por el consejo universi-
tario de Michigan. Mitre había prometido encontrarla en
Ann Arbor y á esta trivial ocurrencia se debió mi pre-
sencia accidental en el acto del Commencemeut. Al pie de
un retrato que me pidió escribí de lápiz: — D. F. SarmientOy
L. L. doctor de par la grdce de Miss Lucy L. Smith.
Decía de la Wickersham, que era mujer á todas horas
Miss Smith es la mujer yankee en todo su brillo, un tipo
nuevo en el mundo. Contábame un ingles que, invitado
por una señorita de Nueva York, á cuya familia había
sido recom.endado para llevarlo al teatro, pasando de
regreso por Delmonico, le propuso entrar á refrescar.
Ella, echando mano al bolsillo, le respondió: — ¡cuánto lo
siento, pero he dejado mi llave de la calle y no puedo
entrar tarde sin molestar 1
Una vez, en la calle, un amigo mío codeó intencional-
mente á una guapa muchacha que venía comiendo ave-
llanas. Dio ésta vuelta en el acto, y le plantó una en
las narices, riéndosele en los hocicos y preguntándole:
How do you like this? Estaban á mano.
Miss Smith es libre como las mariposas del aire.
Estaba en Washington con su padre, senador. Allí co-
noció á Mitre y se aficionó á él. Escribíale después
desde su residencia en Siracusa, mandándole su retrato,
¿por qué no contesta á mis cartas? — Mitre decía: porque
tengo miedo de que dé mas valor que el que merece
una galantería.
Miss Lucy había mostrado cariño á una casa en que
se crió, y su madre se la compró por 200.000 @. Hija
única, su padre se congratulaba haber vendido medio
millón de mercaderías este año. Vaya esto por la ri-
queza. Su educación es completa, su espíritu muy cul-
MEMORIAS 301
-tivado. Pero Mitre estaba comprometido y no tenía el
valor de decírselo. En una soirée en Aun Arbor vi á la
pobre niña, ofreciendo todas las facilidades que el de-
coro permite, al amigo que una palabra puede trans-
formar en novio feliz. Después de pasar tres días en
paseos, juego de crocket y fiestas, ella siguió viaje á
Chicago con cartas de introducción para mis amigos allí
y nosotros para Nueva York; y via Rio Janeiro al Wliite
House, según me lo decia ella en una carta: Mitre
via Panamá, á Lima . . . á casarse! Oh! destino humano!
Solo la niña feliz, libre, rica, ha visto disiparse la ilusión
de un momento
Apuestos
Solo en dos situaciones de la vida pongo en ejercicio
todas mis facultades de cuerpo y de espíritu. En cam-
paña y en viaje. Mostrarme superior á la fatiga en un
caso; preveerlo todo en el otro, hé aquí mi vanidad y
mi éxito. Después me abandono -á la pereza y dejo
correr la vida por donde le dé gana ¡qué me importa!
A víspera de un viaje, soy un general, un ministro,
un empresario. Nada ha de quedar por hacerse ó arre-
glarse, aun lo fantástico.
Esta vez, no tardan las órdenes dadas en realizarse.
Oracias á la perfección y rapidez de el Adams Express^
empresa millonaria para transportar paquetes y enco-
miendas, llegan de Providence una caja de vajilla, de
Cambridge Civilización, etc, chorreando agua de la encua-
demación.
El vapor de Río Janeiro trae al mismo tiempo correspon-
dencia que parece adrede para resolver dudas. El á^ y
último número de Ambas Américas se tira y encuaderna
veinte horas apenas antes de salir. La policía, la Oficina de
Tierras, el Consejo de Higiene mandan en tiempo los pe-
didos informes y por horas y minutos llegan paquetes de
libros, ropa y objetos de viaje.
A las doce se cierran los baúles; á las dos á bordo; á las
tres se leva el ancla. Todos mis amigos me acompañan.
Mitre, al oiría señal de despejar, se me arroja al cuello y
^ntre sollozos, con el llanto de un niño, dice, — vea á mi madre
302 OBRAS DB 8AKMIUNT0
háblele bien de mí. — Esta ternura filial, este deseo de con-
solarla, le valdrían el perdón de toda falta. Aquí no hay
que perdonar.
La Bahía de Nueva Yokk
Nueva York vista de la bahía^ se deja comprender la
reina futura de los mares, como recorriendo las lagunas
de Venecia, se siente que allí está, enterrado el cadáver
de la reina del Adriático.
Cuando, dentro de un año, se termine el ferrocarril del
Pacífico, Yeddo, Yokohamrá, Pekín, Melbourne, firmarán
pagarés á Londres, Liverpool, París, en Nueva York.
Pero para el viajero, Nueva York hade verse entrando
del mar y no saliendo. Cuando el ánimo viene medio sa-
lado con la contemplación del Océano, es que siente la nue-
va vida que inspira aquella sorprendente bahía, á donde
se entra por una abertura que cierran y guardan enormes
fortalezas. Desde ahí, dos leguas de palacios, bosques,
collages, jardines, mansiones, fábricas, todo verde, todo
pintado, todo brillante, atraen las miradas del lado de Gony
Island, al de Staten Island.
Dickens decía, al desembarcar en Boston, que estaba
sorprendido de ver k un niño de pecho, pues tan fresca está,
la pintura de las casas, que parece que no ha habido
tiempo para que nazcan niños allí.
Estos alrededores de Nueva York, vistos con el anteojo
parecen aquellos paisajes de abanico, siempre risueños,
con jarrones griegos, con palacios de Armida, con pastor-
cilios rosados siempre bailando.
Staten Island es una grande isla de palacios, de jardines
de casas de plnisance. Había pasado ahí dos días antes de
embarcarme, por refrescar las impresiones y despedirme
de M. Davidson y de aquella engalanada naturaleza.
Adiós á los Estados Unidos! Llevólos aquí como recuerdo,
como modelo. Son el Hudson, Staten Island, Niágara^
Chicago, como naturaleza. Son Mrs. Mann, Davidson,
Emerson, Longfellow y tantos nobles caracteres como hom-
bres. La República, como institución. El porvenir del
mundo, como promesa. Adiós. Adiós. Adiós!
MEMORIAS 303
El Mar
24 de Julio, Oh! el mar; cómo se dilatan ios pulmones
respirando sus saludables brisas! Me siento vivir. Cómo
se agranda el horizonte. En el buque, sobre mar sin
límites, deja uno de ser greí, pueblo, especie humana. En
mi casa, en tierra, estoy sobre un planeta. Aquí; Dios, el
mar, el pensamiento.
El capitán ni los pasajeros tienen que ver conmigo; ha-
remos conocimiento sinembargo. — El General Worthington,
ministro cerca del gobierno de la República Argentina, es
decir, cerca de mí... un escritor sobre cosas del Brasil,
unos novios, pocos pasajeros, por tanto, espacio y tranquilo
viaje. Ya empiezo á tomar posesión de mi ínsula, el ca-
marote. Recorro mis dominios, para sentirme en casa.
Una banda de tuninas, los potros de esta pampa, brin-
cando. Oh! los antiguos compañeros de viaje, los delfines,
amigos del hombre! Imposible no saltar de gusto al
verlos retozar, y pensar que ninguno de ellos está destinado
á ser Senador ó Presidente de la República Argentina! En
la estela verde aun, juguetean poqiierets, pamperos, según
los españoles, el alcyon, según los griegos.
El día pasa en darse por satisfecho, presagiar buen viaje,
echar cuentas y satisfacer la curiosidad.
La noche la reconozco, es la misma noche de los mares,
misteriosa, callada, salvo el susurro de las olas. Luna
nueva! promesa de quince noclies divinas! Todo va bien;
el capitán es bueno; el sueño viene al camarote. .. la Iwa
entra de nuevo por la ventanilla y. . .
Día 25 — El diablo tiró de la manta. Viento recio de proa;
mar brava; olas de travez y el vapor bailando y dándose
tumbos. Es el único resabioque conserva del buque de vela.
Los pasajeros han desaparecido; las mujeres han sido
abolidas. Dos ó tres somos los Robinsones de esta isla
desierta. De vez en cuando, de aquí y de allí, se escapan
los gemidos de estas almas en pena. El purgatorio.
26 id id id.
27 Mar azul, de leche! Llanura inmensa, serena. El viento
gira lo bastante para hinchar las velas.
La alegría vuelve á animar los semblantes. Una mujer
304 OBRAS DE SARMIENTO
se alcanza á ver. Estoy en un planeta. Hasta la exacti-
tud de los movimientos del vapores planetaria. Este cuerpo
tiene su órbita trazada entre Río Janeiro y Nueva York que
recorre en. . . días y. , . horas. La Luna en 26 etc.; pero es
mas chico que la Luna, es planetoide, como los ciento y uno
entre Júpiter y Marte.
Echo de menos, sin embargo, las emociones del buque
de vela, vehículo puramente humano, sujeto á las vicisi-
tudes de viento ó marea, con la incertidumbre de la dura-
ción del viaje y del paradero, pues es la incertidumbre lo
que constituye la vida. ¿Que viento? gritábamos ahora
veinte años desde la cama. — Malo! respondía el capitán; y
maldito el viento, y nos volvíamos de despecho al otro
lado. Qué caras, que humor de perros, que ganas de ti-
rarle con un plato al capitán, después de ocho días de
viento malo, y de saber que íbamos al oeste en lugar de
acercarnos al Cabo de Hornos.
Añádase á estos encantos de antaño, mar gruesa y ba-
lances de arrojar las entrañas, ¿todo para qué? Para ir á
Asia. En cambio, que alegría, cuando el viento soplaba
bien. Era de volverse locos. Ni cuando un negro se saca
la lotería. Qué gloria ver echar trapos y alas y arrastra-
deras y ver la aguja y saberse á rumbo! Que buen capi-
tán, que buque tan velero! Esto era vivir, sentirse parte
del buque, interesarse en sus menores detalles. ¿Porqué
toman risos? qué maniobra es aquella?
El vapor ha suprimido la vida en el mar. Se está en un
hotel que marcha; se sabe de antemano que es lo que
sobrevendrá, y la imaginación no puede poner nada de su
cosecha. Conocí las dichas y las penas del viaje á vela, de
sesenta y cuatro días del Río al Havre y de cincuenta de
Valparaíso á Montevideo. Al fin, acaba uno por hallarse
en casa, y <^omo no ha pensado en llegar, hoy ni mañana,
cuando le dicen que ha llegado, ni voluntad de alegrarse
tiene, tan poderoso es el hábito.
Soy yo un ente raro. — Otros lo son mucho mas sin aper-
cibirse de ello. — Soy el intermediario entre dos mundos
distintos. Empecé á ser hombre entre la colonia española
que había concluido, y la República que aun no se orga-
niza; entre la navegación á vela y el vapor que comenzaba.
Mis ideas participan de estos dos medios ambientes. Yo
MEMOKIAS 305
■soy el único que quedo todavía gjritando: mueran los godos!
Pertenezco á los viejos revolucionarios de la independen-
cia, yvoy, conla teoría de entonces y la práctica norte-
americana, contra lo que queda de la vieja colonia.
28 — Mar id, viento id. Las mismas velas infladas, la
misma brisa vivificante y risueña. Las mujeres reapare-
cen, feísimas por supuesto, y chupadas. Solo la novia hace
por la riña. Ningún buque á la vista en tres días. La
órbita de los vapores va derecho, en recta línea; los de
vela tienen stis caminitos, según los vientos. Estamos en
frente de Cuba, mañana en San Tomás.
Me he acordado hoy de mi tierra y me ha vuelto el
pensamiento de las cosas políticas y de mi porvenir. Lo
siento. . . Estaba tan contento de ver olas, nubes, puestas
del sol: la de anteayer fué bella, el sol se deslizó por un
agujero á guisa de hogar de chimenea que le había prepa-
rado una nube. Ayer, fué gloriosa: fondo de fuego, nubes
cirrosas, amontonadas en dos entradas con crestas dora-
das. Una roca, de nubes, estaba sola delante del sol y le
cubría la mitad al ponerse, de manera que parecía luna
menguante. Las puestas del sol son mis amores. Pagaría
doble entrada que para oir á la Ristori, después de haberla
visto muchas veces, se entiende. En todo este retazo
de mundo, las dan magníficas, espléndidas á veces. Irélas
anotando.
La política de allí me vuelve, como cosa indigesta. Lle-
go... grandes Víctores! gobierno admirablemente un mes,
dos presento ciertos proyectos de ley y principia la
fiesta. Un diario sugiere una objeción, ¡a comisión una
enmienda. Otro proyecto.... Este Sarmiento, tan poco
prudente, no hacerse cargo! Mitre me escribió á San Juan:
— «Usted debió contentarse con hacer un gobierno modesto...-»
Otra reforma y soy declarado loco! por los que han nece-
sitado quince años para dar aguas corrientes y no acaban
de establecer carros de sangre en la ciudad — por los que
no han dejado en diez años organizar la educación y des-
pueblan las escuelas cada año — por los que hacen que
ürquiza figure treinta años en nuestra historia — y des-
pués de despoblar la tierra con sus atrocidades, la despue-
'b!a con sus rapiñas — por los que tuvieron demorado tres
Tomo xlix. — 20
306 OBRAS DK SARMIENTO
años el Código de Comercio, sin objeción, sin entenderlo,
y sin otro motivo que la envidia.
Todas son cuestiones pendientes que pesarán sobre el
que viene atrás. ¿Donde la capital? ¿Volverá Urquiza á
mandarnos? Volverán los federales? Si, volverán. Los
Monagas, aquellos horribles bárbaros que despotizaron á
Venezuela ahora veinte años, vuelven hoy viejos al Go-
bierno, por el camino que les prepararon los liberales.
Nuestros Monagas volverán por el mismo camino. Urqui-
za solicitado como auxiliar por Elizalde, unitario, por Alsina
ultra-pot teño que no era argentino, sino porteño, por Mitre,
que llamó reaccionaria ipor pulcritud su política, aunque la
mía mereció ser bautizado coz, Urquiza ó sus descendien-
tes impondrán la ley con el auxilio, á su vez, de Mitre,
Elizalde, Taboada y todos los chasqueados.
Esta es la ley. Dáseme de ello un comino. Para alen-
tarme, tengo el espectáculo de toda la América del Sur —
Méjico en la orgía del bandalaje y la guerra civil — Vene-
zuela pasando por nuestro horrible año 40 — Bolivia...!! —
Perú, mal de raza, de antecedentes, de impotencia.
Probaré á curarlo. El enfermo resistirá. Curarélo. Aun
espero en la opinión, en la cooperación del pueblo. Si así
no fuese, apelo á la opinión de veinte años mas, cuando
broten los gérmenes. . .
Estaba pensando esto y peor, reclinado sobre la borda,
con los ojos clavados en el agu'a salada que pasa á diez
millas por hora. Espectáculo eterno, siempre el mismo,
siempre variado, como la llama de la chimenea que pue-
bla de visiones alegres la soledad de la noche. ¿Las olas
son verdes, negras, azules? problema á resolverse en horas
de contemplación, en años de viajar. Pero aquí en alta
mar al lado de la rueda del vapor, se descubre bajo la
espuma que levanta, una veta, un abismo de azul de mar,
de azul cobalto, el azul ideal, el azul que no se ve en otra
parte jamas. Es un abismo de azul que cubre la espuma
nevada que se desprende de la rueda.
29 — A bordo, los días se parecen como dos gotas de agua.
He registrado mi memoria, comparado las horas, y son
entre sí gemelos, estos dos días. Atravesamos, dizque, el
Golfo de las Damas, y llegamos mañana á San Thomás..
Ayer se decía, pasado.
mií;mohi\s 307
San Thomas
Vénse gaviotas en el mar. Varios peces voladores saltan
en el aire. Dos lindos delfines, acompañan jugueteando
al lado del vapor, lo mismo que los perros que por festejo
corren al lado del caballo. Van entre dos aguas y se
muestran por momentos; muchos mas les siguen.
Las montañas de Puerto Rico, la Culebra, St. John y,
San Thomas están á la vista; pasamos rocas, callos, islotes,
y á la vuelta de la esquina está St. Thomas, á la falda del
cerro, en tres tendidos piramidales. Bonitos edificios: la
población, negros y negros, que hablan español, ingles y
francés, menos dinamarqués, que no se conoce. Por lo
rubios, creo que los soldados son dinamarqueses.
Este es el levante de las Indias Occidentales, con su
lengua franca, su puerto franco y su estación de vapores.
La isla nada produce, y en cuanto á vejetacion, seria
mejor echarla al agua. Pero la Dinamarca se contentó
con esta piltrafa en la arrebatiña general que las naciones
hicieron de islas en las Antillas, Bahamas, Bermudas.
Hubo para todos.
St. Thomas abre una nueva época en la política inter-
nacional. Era de toda moralidad, honradez y decencia
antes quitarle á un prójimo Estado todo el territorio posi-
ble, sin pararse en medios; pero habría sido reputado
desdoroso, infame, ceder, vender territorio. los Estados
Unidos necesitan un puerto en las Antillas, y con un talego
bajo el brazo, andan buscando uno conveniente.
Los mulatos de Santo Domingo tienen ociosa la bahía
de Samaná que los yankees se proponen arrendar. ¡Men-
gua del nombre de los vencedores de España, sería arrendar!
Decreto: — traidor á la patria, el que hable de vender. —
Oh! heroicos mulatos I Son doscientos mil, con un blanco
por ciento. No se ha introducido el arado aun. Están
amenazados de la conquista de los negros de Haití, que
acaban de proclamar emperador á Salnave.
Bien. La Dinamarca ofrece en venta su islote. Se regatea;
lo hallan chico, descarnado, etc. Se conviene en siete
millones. Trato cerrado — toma y daca. Consúltase al pueblo
308 OBRA.S DE SARMIENTO
y el pueblo quiere ser yankee, aunque sabe qae tendrá
que enaigrar si no sigue puerto franco.
En esto estábannos, cuando jpatatrás! el ciclón mas espan-
toso de las Antillas destroza en una noche doscientas nayes»
80 capitanes perecen y seiscientos cadáveres se pasean
en la bahía. Esto sucedía en el agua; en tierra un temblor
mendocino hacía soparse la isla en el mar, con una repeti-
ción y gracia admirable. Resultado (pasemos por alto los
estragos), los yankees se abren del trato — dolo fraudulento —
la Dinamarca había ocultado las mañas de la isla, como
las de las muías que dan patadas ó se empacan. La Rusia
ofreció Alaska, una linda tierra cerca del Polo, blanca y
fresca como nieve, poblada de focas, osos blancos y bípedos
sin alas. Al fin ha sido ordenado el pago.
Bajamos á tierra. En el bote me siento atacado de
cólicos. Juro que no he hecho nada para merecerlos. Paso
el día en una fotografía, donde una francesa que ha estado
en Méjico años, me da hospitalidad, limonadas, infusión
de arroz, rom, vino, naranjas, todo lo que puede ser bueno
ó malo, pero que da salida y forma al deseo de ser útil
de cuidar, de mostrarse compasiva, que es el fondo de la
mujer, the deepest deep ! Al fin le doy mi tarjeta para com-
pensarla con la satisfacción de haber aliviado las penas
de tan esclarecido personaje.
Mi visitan cónsules chileno, peruano, guatemalqueño,
brasilero, todos en una sola persona. Es un estracto recon-
centrado de esencia de Sud América. Es un dinamarqués,
contratista de revoluciones en Venezuela, donde le deben
250.000 pesos. Ha caido Falcon; se ha levantado Monaga,
el antes horrible Monaga. Murieron dos mil generales y
algunos soldados en Caracas en cuatro días de combate.
Hay 4.000 generales reconocidos y presupuestados.
Corrióse que la isla de Tórtolas, aquí, vecina, se había
zabullido bonitamente, cuando el temblor, por supuesto
sin decirles á los habitantes agua viene. ¿Por qué no hace
lo mismo Dios con toda esta América, nada mas que dos
horas, con dos varas de agua, ó ya no hace diluvios de
40 días con 40 varas? Esto no vale la pena de tanto
gasto. Me arrepiento de haber criado, diría, á los godos
y sus hijos. . .
Gran novedad. Hoy pasa el sol perpendicular sobre
MEMORIAS 3C9
el meridiano de St. Thomas. Parado al sol, no tengo
sombra.
31 — Calma chicha en mi estómago. Los ojos se me van
tras los zapotes y zapotillos, ahuacates y naranjas verdes
de Jamaica, j Qué ingredientes para la indigestión que
preveo!
A las seis de la mañana, isla al costado. Un peñón
que sale exabrupto del fondo del mar. Divísase un grupo
de casitas blancas hacia la cumbre. Es la isla de Saba.
Diré lo que el francés que pasaba á treinta millas de
una isla : los habitantes parecen hos[)italarios. Si algún
viajero desembarca en este peñón, de seguro que lo llevan
en palmas de manos. ¿A quién pertenece? Lo único
que saco en limpio es que no me pertenece á mi. ¿ Qué
fuerza es que ha de ser de alguien?
Isla á proa. San Eustaquio. Casitas elegantes, un buque-
cilio enfrente, plantaciones, cocos, una ruina de algo y ai
extremo sur, un volcan apagado con su cráter visible,
con su boca como olla rota. Es de la Holanda el volcan
con su islita.
Otra isla, de San Cristóbal ó de Gatos, una monada. Me
alejo á popa, coloco mi silla enfrente y requiero el anteojo^
Hay teatro, panorama y decoración para dos horas. El
hombre queda sobreentendido á esta distancia. Las planta-
ciones de caña verdean como trigales en Chile; grupos
de cocoteros interrumpen la monotonía del paisaje. Las
casitas inglesas, con su grove alrededor, embellecen y
animan la escena. Las chimeneas de los ingenios lanzan
al aire sus espirales de humo. Un pueblecillo á la sombra
de palmeras y ahuacates, hace venir la idea que allí
se atan perros con longanizas. ¿Por qué han de haber
infelices en medio de campiñas tan risueñas, á la sombra
de plátanos, naranjales en eterna primavera ? Tales deben
ser aquí, lejos del bullicio del mundo corrompido Pablos y
Virginias.
Otra isla en el centro de la isla — Ossa sobre Pellón— ha
subministrado á la pérfida Albion base de granito ó basalto
para un fuerte, cuyos cañones, si los hubiera, barrerían la
costa. Mientras no hay guerra, el interior del fuerte está
plantado de papas, á lo que parece. Y sigue otro costado
de la isla y pueblitos é ingenios en actividad y un puerta
310 OBRAS DE SARMIENTO
con seis buques anclados. Me viene la idea de venirme
á esta isla si me impeachan, lo que sería salir bien en
nuestra South América. La única objeción que encuentro
á mi proyecto es mi supina incapacidad para ganar la vida
en países industriales. Nosotros hemos sido educados
fidalgos, yo para gobernador, senador, ú oficios así. Esta
isla es inglesa.
Otra isla, llamada Nieve, inglesa por propincuidad,
igualmente cultivada con esmero; {Da Capo).
Seis horas de ver pasar islas, casas, cañaverales,
fuertes, cocoteros, es la vista mas risueña y refrescante,
tanto mas que no hemos visto un solo animal ¿habrán
negros?
Un pasügero nuevo me es presentado. Tengo vergüen-
za de anotar aquí que, excepto la francesa que me
curaba, todos me anuncian conocerme de nombre y
haber deseado, etc. Este pasagero es un joven suizo,
establecido de dos años Amazonas adentro. Habíame de
Héctor Várela, cuj'O discurso oyó en Ginebra, cuando el
Congreso de la Paz, de que me da curiosos detalles.
De Juan Lavalle me hablaron con ínteres en St. Thomas.
Así vengo encontrando recuerdos de la patria por entre
estas islas, al parecer tan fuera de nuestros caminos.
El joven suizo me encanta con la descripción de las
nuevas colonias peruanas en los afluentes del Amazonas.
Fué el primer europeo establecido allí. Exportábanse
hace quince años 30.000 sombreros de paja. Exportamos
ahora 250.000 á 3 pesos — pescado salado antes unos cen-
tenares de arrobas y ahora miles. La vida es feliz, la
tierra feraz, la naturaleza hermosa, el clima tolerable.
Bajo el régimen peruano, sin contribuciones, ni autori-
dad, ni policía, ni leyes, se vive allí perfectamente y el
país progresa en proporción, mientras agua abajo, donde
principia el imperio, empieza el orden y el juez, el co-
mandante, el colector, la aduana y el fisco y el fastidio.
Para llegar á aquel «dorado» se necesitan 35 días de
navegación á vapor, los mismos que pondremos de
Nueva York á Buenos Aires.
Es un tesoro el que he descubierto. Cultivaré esta
relación. Hace años que le tengo codicias al Amazonas.
Arredrábame, mas que yakares, alacranes, y cientopies.
MEMORIAS 311
el que dirán, si republicano tan intratable, acababa como
Alcibiades por pedir auxilio ai rey de Betunia y Anibal
al del Ponto. Era Alcibiades; para el caso es lo mismo.
Pero ciudadano peruano en el Incalí, donde no haya
peruanos, en tierra virgen, á la cabecera de aquel estu-
pendo valle, de ríos que cubren mas área que el Missi-
ssipi. Toda la presente humanidad cabe holgada á ori-
llas de estos canales y aquí se jugará el último drama
del mundo.
Yo me ofrezco desde ahora, colono voluntario, cronista
y director del pueblo escogido (negros, mulatos, indios y
extrangis) para tomar posesión de esta tierra de promi-
sión. ¿Quiere Vd. acompañarme? Lea á Agassiz.
A la una. Hemos andado 160 millas, pobre jornada.
A la vista un peñón pelado — se llama la isla Redonda.
Desdeñáronla la Inglaterra, la España, la Holanda, etc., etc.
No hay tierra para una palma. Poséela una compañía
de Baltimore que no ha querido diez millones por ella.
Habítanla los pájaros que producen huano.
La Isla de Monserrat
A las dos. Isla al costado. Inglesa, mas bien irlandesa,
puesto que un regimiento irlandés de guarnición, en un
año contribuyó, con su ejemplo y estímulo, á que las
negras tuviesen hijos rubios, cosa que no sucedía antes.
De todas las islas que hemos visto, la mas bella,
acaso una de las mas bellas del mundo. A cada ins-
tante cambia la escena. La isla es volcánica, erizada
de promontorios y vallecitos que se descubren tras de
aquella vegetación espléndida — grupos de casas como
mansiones de lores — villetas que tocan al mar en un
puertecito con dos goletas. Grupos de una palmeral con
puntas amarillas, de manera á matizar el bosque como
enormes flores. Todo risueño, hasta las nubes blancas
que coronan las puntas. Los viajeros están encantados
y mientras muestran esto y aquello, y la iglesita, y la
casita pintoresca en un sitio delicioso, yo escribo deses-
perando de dar idea de estas bellezas naturales á quien
no ha visto sino llanuras.
A fuerza de apurar el anteojo, he descubierto algo que
312 OBHAS DB SARMIENTO
110 es tan alegre como la isla. Tengo un ojo tan débil,.
que vé menos que el otro. Ya era tiempo! He visto tanto
con ellos!
Isla de Guadalupe
Francesa; dicen que tan bella y feraz como la Martinica.
Costeárnosla á la luz de la luna. Vése, aunque coronado
de nubes, el volcan La Souífriére. De cuando en cuando»
la luz de una casa brilla en tierra. Muchas luces indican
el lugar donde está la ciudad de Terrebasse. La capital,.
Pointeapitré, queda del otro lado.
Es solemne y melancólica la impresión que deja esta
tierra sombría que sabemos habitada, mientras la luna
riela.
A las 9 nos hallamos entre la Dominica y Mariga-
lante, último eslabón de la cadena de islas que hemos
venido atravesando. Estamos, pues, fuera del mar Ca-
ribe que ciñen las Bermudas como cinturas de islas, y
después el mar sin nombre, el mar de Dios, hasta Para
en ocho días.
Agostólo — Un médico norteamericano me suministra
los siguientes datos. (Siguen datos estadísticos y geográficos
sobre las islas St. Thomas, Santa Crtiz, Saba, S. Eustaquio^ S. C/iris-
tophcr, Neris Redondo, Monserrat, Guadalupe, les Saintes.)
Dia 5— Un anciano que he visto á bordo, se me acerca,
y á poco me dice: — Vengo notando que Vd. es entre los pa-
sajeros el more industrious, — frase inglesa que denota otra
cosa que en castellano. El cumplimiento me sonríe; gusto
de mostrarme fuerte, activo. Compadezco á esta generación
de jóvenes entecados, que se marean, se emborrachan, se
indigestan y tienen dolores de cabeza, sueño, hambre
etc., etc.
¿Quién es el que tal cumplido me dirije? Un viejo de
65 años, que fué rico y lo arruinó la guerra y emigra al
Brasil, por no someterse á los yankees. Come con su
familia en segunda mesa. La esposa muy respetable;,
varios niños chicos; una señorita de 18 á 20 años se la ve
leyendo. El viejo padre dice: — no tengo cuidado por la
educación de mis hijos menores. Mi hija sabe cuanto se
enseña en los mejores colegios y les dará lecciones. Es>
MEMORIAS 313
escritora, hace excelentes versos y solo el mareo la es-
torba tomar el diseño de estas bellas islas. He ahí an
industrioiis man. Comenzar de nuevo la vida á los 65 años.
Bravol
La moral, la virtud, la gloria, el carácter, tienen su base
en el buen estómago. Una fístula en el de Napoleón costó
la vida á tres millones de hombres y la libertad á la Fran-
cia y el gemir la Europa bajo el peso de su armadura de
hierro. No hay héroes, ni verdaderos patriotas, ni hom-
bres grandes, con mal estómago. César no habría dicho
«no temas, que llevas á César y su fortuna,» si hubiese
estado mareado.
3— El agua del mar, verde como se presenta en las costas.
El capitán asegura que es efecto de la mezcla con el agua
del Amazonas que está á 9 grados de distancial Qué masa
enorme de agua dulce!
4 — Los pasajeros del «Merrimac» el 4 de Agosto de 1868»
día de Santo Domingo de Guzman celebran el natalicio de
D. F. Sarmiento que vino al mundo el 15 de Febrero de
cierto año y promete, dada la salud de que goza y el desea
de sus amigos, dejarse estar en este mundo muchos años
mas todavía y dar que hacer á muchos picaros.
¿Es ya presidente de cierta ínsula? En Para lo sabrá. Si
lo fuere! Si no loes, tanto peor para ellos...
Con esta profunda filosofía, observo que no obstante la
calma chicha sobre el mar en que navegamos, el equilibrio
está menos guardado por los pasajeros y alguno está
mareado.
La puesta de sol de ayer fué la primera gloriosa que
hayamos presenciado. Noche serena: la luna derrama un
Amazonas de luz sobre las olas apenas rizadas para refle-
jarla.
Las señoras por la primera vez, subieron sobre cubierta.
Oh! Calvino! cuanto daño ha hecho tu fanatismo! La mujer
puritana es como las hembras de las aves pintadas de los
trópicos. Es parda, sin moños, sin galas.
El stetvard nos sorprende con un espléndido banquete»
digno de Delmonico. En galantinas, pastas, xol-au tents
léese el nombre del objeto de la fiesta. El champagne
circula con profusión. La señorita del sur envía los siguien^
tes versos de felicitación.
314 OBRAS DE SARMIENTO
(Siguen diversos autógrafos de los pasajeros en ingles, portugués, francés, es-
pañol, entre ellos el «ieJosé Pedro Várela.)
En el seno del Océano, frescos aun los gratos recuerdos
de los Estados Unidos, á bordo del «Merrimac,» bajo la
dirección de nuestro excelente capitán, nutridos por el
«steward», que ha improvisado este banquete, rodeado de
americanos de la República que es y de las Repúblicas que
serán este es el lugar de mostrarse simpáticas ambas
américas.
La puesta de sol es soberbia. La brisa deliciosa y favo-
rable y por la primera vez aparece en toda su gloria la cruz
del sur que saludamos como el anuncio de acercarnos á la
patria.
La estrella polar vese aun á la misma altura en el
norte.
La luna aparece y poco después Júpiter toma el mando
del cielo estrellado.
Por íin de fiesta el «Merrimac» aparece iluminado con
fuegos de Bengala y algunos cohetes voladores anuncian
á tritones, nereidas y sirenas que un día auspicioso ha
concluido.
Parí
Día 7 — Tierra! Tierra de Sud-América! La boca del
Amazonas, ancha, abierta como el pórtico que dará entrada
al viejo mundo hacia el futuro, que se extiende por 1600
ríos navegables hasta los Andes, el Paraguay, el Orinoco.
Las islas que se le quedan al majestuoso río, como miajas
en la boca de un glotón, son grandes como Estados. Las
aguas que conduce son verdes en el mar, verde pálido en
la boca, hasta que cambian en topacio pajizo como en
el Plata. Este es el color regio que usan los ríos sobe-
ranos.
En tierra; y cerrando los ojos á lo que en Para es huma-
no y africano, heme aquí, á la oración, en carruaje sobre
la estrada de las Palmas. Alguna vez he de haber descripto
este portento de bellas artes, con su tronco liso, cipollino,
barnizado, á guisa de vaso japones, con su risada cabellera
como mulata de la Nueva Orleans. El gas ilumina las
palmeras con la movilidad vagorosa de los cuyucos fosfores-
MEMORIAS 315
centes de la Habana. Me pongo de pie en el coche para
contemplar la perspectiva fantástica.
El comandante del puerto me lleva á casa del señor Pie-
drabuena, hijo del estadista brasilero de este nombre,
quien me instala en el cuarto mismo en que residió Agassiz.
Me guurdo para mi el cumplido. El brasilero vive: casa
señorial, esclavos mudos y complacientes, mucho aire»
mucho espacio, todos los conforts de la vida civilizada exte-
riormente, adentro la hospitalidad en el corazón; fuera de
la casa plantas, frutas, flores, bellas, absurdas, imposibles
y reales en forma, color, fragancia, Ohf qué vida, que
naturaleza divina!
No pego los ojos, no obstante que hace casi frío y el
aire, procurado sabiamente por claraboyas en lo alto del
dormitorio, me alaga las mejillas y me abanica para que
me duerma. Pero me hace falta el ruido monótono del
mar, revuelto por el hélice del buque, el balanceo del ca-
marote. . . y luego la cuestión del día, la gran cuestión de
elecciones! Se sabe, según los diarios que hubieron 89
votos jpero! pero esta penumbra que viene desde un año,
amenazando crecer y ocultar el sol de tantas esperanzas, y
proyectos y temores!
8 de Agosto— Á. las seis de la mañana ruedo en coche por
los alrededores, aspirando los frescos perfumes de aquella
vegetación que se siente rebullirse á la vista del sol, como
cantan de dicha las aves á los primeros rayos del alba.
La estrada da Braganza corta la selva primitiva cinco
leguas á lo largo; y metiéndose por esta grieta, puede sor-
prenderse infraganti la naturaleza tropical á la obra, como
se vé la colmena á través de un vidrio. Y aquí para el
cuento. Vea una fotografía é imagínese mundos super-
puestos, una pelotera, un enjambre de moscas, de hormi-
gas, de abejas, todas empeñadas en devorar la tierra, es-
trecha para muchedumbre tanta; yerbas y plantas,
arbustos y árboles, unos encima de otros; gigantes quede
vez en cuando elevan su copa al cielo y miran con desden
la lucha por vivir que se agita á sus plantas; enredaderas,
astutas é intrigantes, que se dan maña, y de rama en
rama, y por troncos, ó balanceándose en el aire, ascienden
hasta lo alto, y exponen humildemente sus agravios y
piden su parte de sol también, lo toman mientras se les
316 OBRAS DE SARMIKNTO
concede; y luego las parásitas, muzgos, orquídeas, que
como los de su especie viven en el palacio de los gran-
des, adulándolos, robándolos de su subsistencia y engrién-
dose de su prestada elevación.
(Pido perdón y gracia para una orquídea de flor morada,
como lirios, que floreció hoy — para mí — la primera de su
género traída del Alto Amazonas y me fué debidamente
presentada y obsequié á la señora del ministro ameri-
cano.)
Y todo este tumulto, en que se oye el crugir de los
troncos, el reír á la brisa de las flores y renuevos, y el
gemir de los oprimidos por parásitas y enredaderas, es
no solo para vivir sino para gozar, para tomar su parte
en la universal orgia, de que dan testimonio los impúdicos
perfumes que se escapan del pollen de las flores, desho-
nestas y ebrias como bacantes antiguas.
En el jardín de Piedrabuena estaba la gigantesca Sam-
maüa que ha descrito y dibujado Agassiz. Hay en dicho
jardín, lo que en todo jardín brasilero, ibiscus lacres y ama-
rillos, naranjos, palmas, exóticos de todos colores y
formas.
Pasé un día como pocos en la vida, gozando sin testigo,
á la manera de aquellos perros que se apartan con su
hueso á roerlo y sacarle la substanty fique mo'élle. Yo no gru-
ñía, sin embargo.
Había para todos, y del almuerzo participamos Várela
(José Pedro), Halbach, Roa y sobreviviendo el General
Worthington y su señora, y el Rev. Fletcher, volvieron á
almorzar, provocados á tanto desarreglo por el magnifico
comedor, los ahuacates, un pollito (que me comí yo, por
estar dolente) y demás conforts, amen de un vino de Ma-
deira, etc., etc. . . Oh! efímeras horas de la vida, como pasan,,
dejando por todo recuerdo una indigestión!
Los Japiús
Con las bellezas tropicales se asocian en el ánimo, boas
contrictores, tigres, cocodrilos, monos, insectos venenosos^
escorpiones y cientopies. Yo dejaré para los naturalistas
y para los tontos estas sombras de la pintura. Tengo otra
mas plácida que hacerle.
MEMORIAS 317
El jardín brasilero reúne todo lo que la naturaleza ha
producido de extravagante en formas y colores. La Ura-
nia excelsa traída de Madagascar es un inmenso abanico
de hojas de bananero montado en un cabo de palma entero.
El viajero se detiene á mirarlo, diciéndose para su capote,
— á mi no me la pegan, es hecho á mano! — Luego ve que
es un necio: la naturaleza tropical es dueña de hacer lo que
le dá la gana.
Vecino á la casa de Piedrabuena, mi huésped, hay un
jardín que reúne las bellezas de las montañas, con sus si-
nuosidades obscuras y perspectivas umbrosas, el lujo ebrio
del bosque y la culta extravagancia del jardín. Esto lo
dejo en su conjunto para imaginado. Es el fondo del
<5uadro.
En primer plano está el cortijo pintado en que vive un
negro viejo, con su vieja negra y media docena de negritos
que me miran con sus ojos de gacela tímida y el dedito
en la boca, como los angelitos de Rafael en la madona de
San Sixto. Angelitos negros, desnudos, mamoncitos, ¿por-
qué no?
Sobre la cabana se eleva un árbol muy alto, tan alto
que no da sombra á la casa; en las ramas de este árbol
anidan cuatrocientos ó quinientos ;Ví/)n<?, pajarito amarillo
de alas azules, del tamaño del zorzal. Los nidos en raci-
mos de á diez y de á veinte, son unos cilindros de pajas,
de media vara, á lo que se divisan. Conté mas de dos-
cientos.
Los japiús es un pueblo muy sociable que construye estas
aldeas, no solo para poner sus huevos, lo que nada tendría
de nuevo, sino para vivir, gozar de los placeres domésticos,
conversar y reírse todo el día. No cantan precisamente,
sino que gritan para expresar sus emociones, meten bulla
como los niños, y están en acecho de cuanto ruido les llega
para imitarlo. Si canta un pajarillo, los japiús tratan de
imitarlo, si grazna un avechucho lo remedan, y si los ne-
gritos ríen, ríen ellos á su turno Es, pues, el caserío, una
zambra permanente. De repente, sale uno tras de otro,
para darle un buen pellizco, por cargoso, con aplauso gene-
ral de la turba multa, si lo alcanza, y le da bien, bien á su
gusto.
Si verdadera querella hay, que no lo creo, habiendo ali-
318 OBRAS DK SARMIENTO
mentó para todos en donde quiera, y no usándose los Ur-
quiza que se cogen la mejor parte; si hay, pues, querella^
ha de ser por lo que trajo la guerra de Troya, único motivo
racional para cortarla á otros el pescuezo.
Pero el pueblo japiúiano no gozara de su felicidad, si no
tuviera aliados y amigos que lo contemplen. ¿Qué habría
hecho Dios, toda la vida, en las profundidades de la eter-
nidad, si no hubiera creado al hombre para alabar su
poder y adorarlo? Losjapiús construyen su Sion cerca de
una habitación humana. Gustan del hombre, cuando no
sea mas que para verle afanarse en vano para ser feliz.
En el presente caso, el aliado es el negro viejo, el pueblo
fronterizo es la familia de negritillos. La paz se ha man-
tenido ocho ó diez años sin interrupción. Si pudieran los
negritos (que no pueden por ser el árbol tan alto) si pu-
dieran tirarles una pedrada, los japiús se irían con sus
lares y penates á otra parte, á buscar un lejano Lacio.
Sucedióle así á mi huésped. Un cazador tiró sobre los
que él tenía, y al día siguiente cargaron baúles y petacas y
no se les vio mas en la casa.
Yo contemplo una hora el plácido espectáculo, sentado
á la sombra de una palmera. El negro levantando la
cabeza para mostrármelos, dejábame ver el perfil de su
rostro iluminado por la sonrisa del padre que ve á sus
hijos revolcándose de dicha sobre el césped. ¡Cuántas
amarguras habrán dulcificado aquellos compañeros en la
larga y penosa vida del pobre negro esclavol
Después de veinte y cuatro horas, llenas á desbordar de
la copa, volvimos á la ciudad para embarcarnos.
Dia P— En plena mar. Con recuerdos dolorosos del día
de ayer; pero me tengo á dieta. Dentro de cuatro días á
Pernambuco, y es preciso estar preparado para todas las
contingencias. Las pinas (ananás) dicen que son delicio-
sas. Mi provisión de abacates se me ha perdido!
Dia 10 — Nada ocurre. All right. Estoy rumiando me-
lancólicamente sobre la situación (el estómago serenado).
Cada uno me da el parabién sobre las noticias traídas por
el vapor, dando por seguro mi nombramiento.
Seré, pues, Presidente. Hubiera deseado que mi pobre
madre viviese para que se gozase en la exaltación de su
Domingo. Pero me sucede loque á los viajeros que han
MKMüRIAS 319
ido dejando como luces extinguidas sus afecciones en el
largo canaino.
Como los generales, después de gloriosos combates en
que perecieron sus bravos compañeros; como el marino
que salva del común naufragio, yo tengo un mundo fúne-
bre que quisiera evocar de la temprana tumba. El doctor
Aberastain que desde los primeros pasos de mi vida, creyó
en mi como en un ser privilegiado. Belin, el impresor
marido de mi hija, habría encontrado la recompensa de
su laboriosa vida, á mi lado. Juan Godoy, Hilarión Moreno,
Jacinto y Demetrio Peña eran mis candidos admiradores.
Perdí á Dominguito, cuando necesitaba de su aprobación,
de su pluma, de su entusiasmo. El pobre Marcos Gómez,
que tanto prometía; el pundonoroso Soriano, que se mata
por tem.or de que yo le juzque mal. Todos míos, sin
egoísmos, mios por el corazón. De esta estirpe de amigos
se ha hecho en torno mío un desierto.
Quédame la otra rama del árbol de las afecciones, y á
Dios gracias, en plena y abundante florescencia. Al frente
de la falanje Aquella que me decía: — «Si no sigue mi
consejo, no siga el de nadie.» — Nunca el corazón habló
mas alto. Y aquella que me escribe: — «Usted no es un
hombre, es usted una nación que lleva en su corazón.
Yo creo en las individualidades.» — Y aquella que k propó-
sito de Ambas Américas, exclamaba: — «El gigante está dfl
pie otra vez.» — Y aquella que, nombrado senador, me decía:
— «Lo celebro por lo que le honra, que todo honor es poco
para lo que merece.» — Y aquella otra Marta, que después
de la entrada del enemigo en San Juan, me escribía: —
« Si hubiera estado usted aquí, mi hermano no hubiera
muerto.»
Y los poetas menores del corazón, mis hermanas, mi
hija, han tenido también su palabra de aliento ó de fe ó
de inspiración. La mujer es la sensitiva humana. Ella
es la primera en sufrir las crispaciones que causa el
contacto de las naturalezas eléctricas. Las mias vienen
anunciando, presintiendo el sentimiento público. Su&
cabellos se agitan y ondulan con los suspiros de la
brisa. El pueblo necesita que la brisa se convierta en
viento.
Aquella fe robusta de Aberastain, aquella infatuación
320 OBRAS DE SARMIENTO
de Mrs. Mann se han encarnado en el pueblo y héchose
fe, creencia, opinión, esperanza. Mi Aberastain, es la prensa
de ahora. La que me dio su corazón, años antes de que
nadie creyese que merecía un corazón y solo necesita
decirme: venga á recibir su ínsula; el grande noviciado
está terminado.
¡Y vive Dios! Si siento á mi espalda el apoyo del pueblo,
si esta brisa favorable no cambia de rumbo, he de justi-
ficar á mi país, á mis amigos y á los que me aman.
Haré que tengan razón, y que no muera, sin que otra
falanje de amigos, de entusiastas, me acompañe al se-
pulcro. . .
Ohl Magdalena! te levantarás la primera á preparar el
cadáver querido para el reposo eterno. Si hay detrás la
inmortalidad de la gloria, las lágrimas están demás.
Mar azul turquesa. Hace fresco. Olvido que dejamos
-al sol en St. Tilomas. Estamos, pues, en invierno de este
lado de la línea.
Dia 11 — Puesta del sol ayer, dispuesta con cierto arte
y seguida de radiaciones opalinas sobre fondos azules de
buen efecto. La noche sobreviene casi sin gradación. En
este mundo de que el buque es el centro, todo toma interés,
la forma de una nube, la sucesiva aparición de una
estrella. Así contemplando el cielo estrellado, mas brillante
«n el sur quo en el norte, llámanos la atención la columna
de luz que aun ya avanzada la noche y visibles todas
las estrellas, marca el oriente; es la luz zodiacal que veo
por la primera vez. Alcanza hasta cerca de la vía láctea
en ángulo recto. La base en el horizonte es ancha, y
toda ella figura un oblicuo. Brillante espectáculo ¿ qué
será? Créese que es un anillo de materia luminosa que
rodea á la tierra en el Ecuador, como los de Saturno.
Faraday supone que son las corrientes magnéticas. Esta
noche volveremos á verla.
Divísanse las montañas de Paranahyba, donde se produce
el mejor té del Brasil. Mar verdosa.
Hay un pasajero muy ignorante (habla español) á quien
le dicen que cuando el sol se pone, vuelve á pasar por
el cielo para volver á salir el otro día; pero como es
de noche, no lo vemos. Mi hombre se queda pensando
MEMORIAS 321
un rato, hace que le repitan la proposición, la pesa, la
medita, duda y al fin halla que es imposible la cosa.
Día 12 — Vénse las montañas de Ceará y pasamos á una
milla de la ciudad. En aquellas montañas, Agassiz encontró
rocas moiitoYinées y el drift, evidencia de la existencia de
glaciers. El mundo ha estado alado en alguna época.
Traigo á bordo la obra de la señora Agassiz sobre el
Amazonas y mucho dijera sobre sus descubrimientos en
peces y la teoría de la creación, sino temiese que el papel
me falte. Agassiz, contra Darwin, no cree en el sucesivo
cambio de las formas de los animales por variación, y sus
descubrimientos lo prueban, sin embargo. La teoría de
Darwin es argentina y me propongo nacionalizarla por
Burmeister, etc., etc.
Día 13 — Rumbo al sur. A las doce pasamos el cabo San
•Roque. El mar desierto hasta aquí, se anima con buques
de vela y diez changadas ó tartamaran^ la mas ruda de las
embarcaciones, á saber una vela sobre un triángulo de
palos; los pescadores van en el agua. Si unos indios in-
ventaron la balsa, estos inventaron la vela, sin balsa.
Seguimos á lo largo de la costa. Vése humo. Hay vida;
y á bordo, caras alegres con la perspectiva de llegar mañana
á Pernambuco.
Puesta del sol ayer, suave, sin nubes, de una beldad lán-
guida, horizonte ópalo (caldo) dos cuernos como el Moisés
de S. Pietro in vinculi, rosados, con un espacio intermedio
azul. La luz zodiacal ocupa en la noche el campo azul.
Pernambuco
Bia 14 — ¡Humaitá tomado! Hurra! Hurra. Hurra!
La primera escalera (bote) que se aproxima, pregunta por
el señor Sarmiento, y un pasajero me grita. ¡Humaitá to-
mado! El cónsul argentino me espera en tierra. Buques
empavesados, las banderas de la triple alianza en los edifi-
cios del gobierno. Saludo la nuestra y por cortesía las
otras.
Visito la ciudad; qué linda es! la Yenecia del trópico. Un
rio, el Ibiribí, ó cosa parecida, se subdivide en varias ramas,
á que los brasileros han puesto marco de piedra, maleco-
TOMO XLII.— 21
322 OBRAS DE SAKMIENTO
lies sobre los que descuellan palmeras, mangos, zapotes.
y toda la tribu engalanada de papagayos vegetales. Las
chacras son deliciosas, las casas magníficas.
El pueblo por doquiera está endomingado, las calles
embanderadas, los magníficos puentes de hierro cerrados
de arcos de verdura.
Al fin de uno de los canales, se ve Oiinda, la vieja ciudad,
sentada sobre un collado, abanicándose con sus palmeras.
La euforbia viene á aumentar aquí las galas de la natu-
raleza. Recorro los alrededores hasta el puente colgado de
Changada. Vueltos á casa del cónsul argentino, óyense los
voladores de una procesión de ciudadanos que recorren las
calles. Dos músicas se acercan. Una comisión me ofrece
las libertades de la ciudad de Pernambuco. Soy proclamado
presidente de la república aliada. Ofrezco en cambio (in
imo pectore) rebanarle el bandullo á López, etc. Visito al
«presidente» de la ciudad que ha estado á saludarme en
casa. El comandante del puerto me aguarda en el arsenal
con la escalera de marina. Voy cargado de ananas, naran-
jas y gratitud por la excesiva oficiosidad de estas gentes.
Los redactores de los diarios me visitan.
Me embarco y danzamos en este mar proceloso hasta
llegar al buque, donde me reciben con el título de Presi-
sidente. El capitán de un buque de guerra norteamericano
ha venido á bordo á anunciarlo, como la última noticia que
trae de Ptío Janeiro. Siento subirme desde las piernas á los
brazos una oleada de. .. Había leído en tierra que Urquiza
estaba armado hasta los dientes. . Obi serénate corazón.
Para conseguirlo, le contaré un cuento que le va á gustar.
Allá en tiempo de entonces, en 1624, la compañía holandeza
de las Indias Occidentales se apoderó de las costas del
Brasil, desde Bahía al río San Francisco. En 1636 el sta-
thouder Féderik envió para gobernarlas al conde Juan
Mauricio de Nassau, sobrino del gran Guillermo el Taci-
turno. Con el espíritu de la libertad conquistada, presintió
desde tan temprana época, el medio de asegurarla. Era
también sobrino del gran conde Mauricio (véase Motley).
Había alcanzado en sus primeros años á batirse con las
últimas huestes españoles que invadieron la Holanda. A
su llegada á Pernambuco se propuso, y lo consiguió, recon-
ciliar á holandeses y portugueses, proclamó la libertad de^
MKMORIAS 323
conciencia para católicos, protestantes y judios. Acompa-
ñábale Piso, uno de los primeros naturalistas de aquella
época. Pidió á Holanda sacerdotes y maestros de escuela,
y no solo los europeos sino los indios, vieron levantarse
iglesias y escuelas en las colonias y en las selvas. Dos
siglos ha, principiábase, pues, en esta parte de América, la
obra que solo se ha de realizar en la última mitad del
siglo XIX para el norte.
Reedificó la ciudad, y hasta sus bellos canales están re-
velando su origen holandés. Formó un jardín de aclima-
tación é introdujo de Asia y África muchas plantas tro-
picales raras ó productivas. La Compañía de Indias,
empero, quería dividendos y no un país feliz. Fué llamado;
y aunque después se revocó la orden, salió de Pernambuco
á, Parnahiba á embarcarse, siendo el objeto de una continua
ovasion de las aldeas y pueblos de indios por donde atra-
vesó. Embarcóse saludado por el himno nacional holandés
Wilhem Von Nassau.
El Portugal reconquistó después este territorio, y el mar
de la ignorancia é intolerancia absorbió en su seno esta isla
florida. Pernambuco, conserva, sin embargo, mucho que
lo recomienda. Es el punto de partida ó encuentro de todas
las líneas de vapores, y sin puerto tan peligroso, sería una
gran ciudad mercantil; aunque es ya la segunda, después
de Río Janeiro.
Mis impresiones son vivísimas y me parece que aun veo
sus árboles, sus casas, sus flores, luminosas como incrusta-
ciones de conchas en papier maché. Suena el caldero, bufa
el vapor y rumbo al sur.
Dia i5— No hay naranjas mas dulces que las de Pernam-
buco. Si fuera ciudad argentina yo trabajaría por hacerla
Ciipital. Solo en lo malo del puerto aventaja á la nuestra.
Navegamos S. O. S. viendo siempre la costa. Pasamos la
ciudad de Meseas. Dos ballenas (chacalotes) andan jugue-
teando al lado. Cada colazo en el agua es recibida con
aplausos de á bordo. Centenares de delfines vienen esca-
pando por bandadas, huyendo de las ballenas. El vapor
que va á Liverpool nos cruza. Nada mas de nuevo.
Dia 16 — Una puesta del sol sublime. Ha debido darse á
beneficio de los aliados, en celebración de la toma de Hu-
maitá. La paleta del pintor no tiene colores para represen-
324 OhKAS l>lí SARMIENTO
tarla. Nuestros blancos son pálidos. La luz no tiene otros
representantes que la plata y el oro que no son trasparen-
tes. Cuando el sol es el protagonista del drama, el espec-
tador aparta los ojos, como Moisés de la vista de Jehova.
El Rev. Fletcher hace los oíicicios divinos. El tema de
su discurso es la primera palabra del vers. 29 cap. X de los
Números.
We arejourneyng. Como ilustración de que el hombre debe
tener una carta que lo guie en la jornada, la verdad, cita el
ejemplo de uno de los pasajeros que han luchado toda su
vida para establecer el imperio de la verdad en el gobierno
de su país y se dirige ahora, hacia él, en este buque, á po-
nerla en práctica, etc., etc. Concluido el sermón, muestro
al Rev. Fletcher, este diario de viaje y las palabras que le
sirve de lema: — Ma vie est un combat, de Beaumarchais, y,
la mía es un largo viaje. ¿Llegaré? Circunstancia que le
sorprende por su novedad.
bahía
La mas vieja coqueta ciudad del Brasil. Como las de su
gremio, no hay joya, colorín, ni flores de que no se haya
revestido. Sobre una falda de palmeras y verduras de
una legua, se muestra coronada de_ torres, sobre cada rizo
de su cabeza; el mar tranquilo de la inmensa bahía lame
sus pies. La ciudad se muestra entera en anfiteatro.
Todo para visto de lejos. De cerca, huele mal; el colorín
está chorreado, los conventos son de pésima arquitectura
portuguesa, y los frailes sucios y brutos (supongo caritati-
vamente); y como es un faldeo y está lloviendo y hace frío
y viento, no quiero bajar, no obstante la escalera de la mari-
na que viene á ponerse á mis órdenes. Tengo aprensión de
que sea lagañosa!
Día 17 — La escalera del arsenal está á mis órdenes desde
temprano. Descendí á tierra con algún séquito y la forta-
leza al pasar me saluda con veintiún cañonazos.
Recíbeme el Comandante del puerto, que me encierra en
un coche, que me trepa sobre la batería, que me depone
á la puerta del palacio del presidente, quien rodeado de
oficiales me recibe con la nacional cortesía y afabilidad.
MEMORIAS 325
Cinco horas visito los alrededos, el Señor Milagroso de
Bomfin, en cuya capilla encuentro un museo de piernas,
brazos, pechos (en cera) en memoria de curas hechas por
iíitercesion. Antes eran de plata. Hoy basta un recuerdo
de cera! Veo un fraile en cadeira (chaise á porlcurs).
Visito á la hermana de la señora de Elizalde brasilera
de origen, pero porteña de idioma, gracia y despejo. Pasé
una hora deliciosa.
El jardin público es bellísimo. Bahía es la mas antigua
ciudad del Brasil y conserva mucho del antiguo tipo portu-
gués. Américo Vespuccio encontró aquí la madera de
tiate que se llamaba palo de brasil y la región tomó el nom-
bre del palo, como la América se llamó así de las primeras
noticias publicadas en Europa.
En esta hermosa Bahía se dio la batalla naval en que
D. Fadrique de Toledo desalojó y expulsó á los holande-
ses. En la biblioteca de los jesuítas expulsos por el mar-
quez de Pombal, un ingles prisionero encontró, comidos
de las ratas los mas preciosos manuscritos de viajes desde
el Brasil á Bolivia, Perú, Venezuela, etc. Muchos se han
publicado.
Los alrededores de Bahía son espléndidos, favorecido el
brillo de la vegetación por lo sinuoso del terreno, que forma
valles profundos encerrados en limitadísimo espacio. La
ciudad sobre la barranca, es menos angustiada que en el
puerto, donde el tránsito á pie ó en carruaje es apenas po-
sible. De aquí la necesidad de sillas cubiertas y sostenidas
á hombros por dos negros, para subir las laderas. El
grueso de la población es de negros de la raza 7niná que es
bien formada y corpulenta. Atribuye el censo á Bahía
15.000 habitantes, á la provincia millón y medio. La po-
blación no está en el interior, si no en la costa y la isla que
cierra la bahía, lo que obvia, por la navegación, las dificul-
tades del tránsito. Un ferrocarril penetra 77 millas hacia
el interior.
Pero lo que hará la eterna gloria de Bahía, mas que sus
antigüedades, sus calles impracticables, sus conventos y
su teatro, es lo hiperbólico, superlativo, incomparable y
dulce de sus naranjas. La naranja principia en Buenos
Aires, agria á los 35° de latitud; asciende en tamaño y
toma todas las variedades de china^ augelina, tetón de negresse^
326 UBKAS UK SAHMIKNTO
limas, etc., en Rio Janeiro, hasta que en Bahía, toca al
zenit, al apogeo, la naranja unbilical, sin semilla, grande
como melón cantaloup.
Llevo prisioneras en un cajón, un centenar á Buenos
Aires, seguro de congraciarme las voluntades, desarmar
las presuenciones, derrotar toda oposición, con solo hacer á
cada malqueriente presente de una naranja de Bahía, na-
ranja excelsior, óptima, la última palabra de la naranja —
su nec plus ultra.
Nuevo y mas cordial saludo del cañón. Un batallón de
guardias nacionales me presenta las armas; la música bate
marchas. S. E. el presidente de la provincia me acompa-
ña, todo lo cual se me hace habitual, á fuerza de repetido,
A bordo me aguarda el almirante de. la escuadra norte-
americana, que me cumplimenta por mi nombramiento, y
cuando pasa el «Merrimac» delante del «Guerrior,» fragata
de guerra, la gente está en las vergas, la música entona
Hail Golumbia, el oid mortales yankee y veinte y un cañona-
zos me desean feliz viaje. Es, pues, en estas latitudes»
hecho consumado, incuestionable, reconocido por todas las
naciones que soy presidente de la República Argentina.
Día 17 — Buen viento — caras alegres. Comentarios sobre
las emociones de ayer. El saludo del «Guerrior» ha dejado
complacidos á todos, á los americanos del norte por ser de
su nación, á los del sur, por haber visto flamear al tope la
bandera argentina. Supe por los que han venido de tierra
que es cosa recibida en Bahía que yo soy enemigo de la
guerra y por tanto del Brasil. Esto se sabe de buena tinta
del Río de la Plata (traslado á Leal y C^.)
Muestránme un artículo del Siglo^ de Montevideo, que
analiza las candidaturas. Yo soy, á lo que veo, el maná
que sabía á lo que cada uno gustaba dar preferencia. Des-
pués de enumerar mis virtudes y prendas en términos
que le merecen mi cordial aprobación, prueba como tres
y dos que haré la paz con López y me prepararé á hacer
cruda guerra al Brasil ó al imperio. Así acaban todas
las novenas después de las oraciones y milagros del santo.
Aquí, dice el padre, cada uno pedirá al santo lo que mas
deseara conseguir. La paz! la paz!
Día 18 — Se mide una naranja, 17 pulgadas inglesas de
circunferencia, y se comen muchas otras. Reclinado so-
MEMORIAS 327
bre la borda, mirando sin ver el mar azul que pasa á dos
millas por hora y meditando sobre las vicisitudes huma-
nas, sin advertirlo, yo me había comido cuatro!
El doctor Carranza me obsequia un volumen de la im-
portante obra sobre el Army medical museum en que están
consignados los hechos observados por los médicos duran-
te la guerra, heridas, amputaciones, etc. El museo osteo-
lógico es el mas célebre, sino el único en su género en el
mundo.
Dia i£>— 'Miss Parker, me envía, como memoria, unos
versos. El que consagra á la ambición es bellísimo.
Antes que se me oscurezcan los recuerdos, diseño aquí
la urania excelsa, la mas matemática de las plantas. No
puede trazársela sin compás, tan equidistantes están sus
ramas, tan exacta la forma de abanico. Respondo de la
exactitud del dibujo.
Vése por la primera vez, aunque ya alta, la mas alta
de las nubes de Magallanes (manchas del sur.)
Un banquete de despedida en que descuella una galan-
tina me trae la consiguiente indigestión. Estaba tan bue-
na! Los pasajeros se reúnen en meeting, nómbrase Chair-
man á Mr. Sarmiento y se redacta un voto de gracias al
capitán del «Merrimac», por el feliz viaje y atenciones,
á que han suscrito todos y debe serle presentado en
Río.
Río DE Janeiro
Desde el Cabo Frío la escena marítima se anima. Mon-
taña tras montaña, pico tras pico, trazan, las líneas que-
bradas, rotas, atormentadas de la formación granítica.
El mar se cubre de velas, trazándose penosamente en la
calma su camino, ó buscando la entrada. Una lejana, va
rumbo al Río de la Plata.
La bahía se diseña, al fin, por los morros, las islas, las
enormes murallas que revelan un mundo derruido. Aquí
se siente que el actor ha sido Dios. El caos se le mostraba
rebelde. Que aterrante ha debido serla lucha!
Pasada la isla*'que guarda la entrada, el telón se levan-
ta, y aparece la bahía estupenda, el Corcobado, como bas-
tidor enorme de aquel sublime escenario, la montaña Das
328 OBRAS DB SARMIENTO
Oi'gas, en perspectiva, al fondo del paisaje. Los que re-
cien lo ven se felicitan de haberlo visto; yo creo que he
olvidado mis pasadasimpresiones, tan fuerte es laque ex-
perimento.
Pasamos los formidables fuertes que cruzan sus fuegos
y que, sin embargo, pueden ser desde afuera bloqueados
por un «Thunderberg»; y un cañonazo anuncia que esta-
mos fondeados. De las primeras llega una galera del ar-
senal, seguida de un vaporciiio. La galera es para qu©
desembarque su Exa. y el vaporcito para su equipaje. Un
coche lo aguarda en tierra, un oficial lo acompañará.
El comandante del arsenal me aguarda en las gradas..
í(Su excelencia, me dice, no me conoce» — Su fisonomía no
me es desconocida.— O capitán del «Alphonso» en el com-
bate naval del Tonelero! — Los dos estábamos viejos. Diez
y seis años median. Nos dimos un buen apretón de
manos.
El cónsul argentino me aloja en el Club Fluminense. El
ministro Torrent me pone al corriente de lo que pasa; se
teme ó se espera de mi entrada en escena. El Emperador
quiere verme cuanto antes.
Dia 21 — A las tres y media de la mañana me despertó
un negro. Yo quería ir á visitar el jardín botánico. Al
doctor Velez, aquella planta de Córdoba, arraigada en
Buenos Aires, decíale una vez, cuando se lamentaba de
no haber viajado y decía envidiarme de haber estado en
Roma: — tome, doctor, el vapor de Río Janeiro, desembar-
que, hágase conducir al jardín botánico y vuélvase á su
casa seguro de que ha visto la mas bella página de la
creación. — El Brasil está todo en ese pedazo de país con
Jas decoraciones del escenario circunvecino.
Esta mañana, recorriendo el jaj'din, las vecindades enga-
lanadas por aquella vegetación iluminada, pintarrajeada,,
sombreada por picos, morros y crestas gigantescas, volvia.
á repetirme lo mismo, no obstante que visité el Central
Parkde Nueva York, el mas bello del mundo, exprofeso
para compararlo. Aquel es un grabado en acero, bien inter-
pretado; este un cuadro del Tíciano.
Vi una salida del sol, por sobre picos y recortes del gra-
nito. El sol era un enorme granate candente. Nunca lo-
he visto de este color. Teñía de rojo subido las nubeciUas.
MEMORIAS 329
De regreso, me encuentro con el ministro norteameri-
cano que me previene loque ha podido observar y puede
interesarme. — Personajes muy altamente colocados están
ansiosos con su llegada, de acuerdo todos en atribuirle las
mas altas cualidades, temen que según los boatos de la
prensa de Buenos Aires, el señor Sarmiento está contra la
guerra y contra la alianza. — El Rev. Fletcher me encuentra
igualmente y me cuenta los detalles de una visita al
Emperador. — ¿Porqué no ha venido el señor Sarmiento in-
mediatamente? Se lo tenía pedido al ministro argentino.
«Cono señor Sarmiento no ha etiqueta, somos viejos ami-
gos; lo trato como á Agassiz y le doy la mano.» Su impa-
ciencia crece á medida que el tiempo avanza. — Quiero
hablar con él. Tengo la mas completa confianza en su
carácter,» — y cuando Fletcher le asegura que no traigo
tales ideas — Lo sé, lo sé, le repite con vivacidad, — en co-
nozco a o señor Sarmiento; pero la presión que ejercerá la
opinión pública sobre él en su país, puede ser superior á
su voluntad.»
Veo á Paranhos, á la una y media, que tenía recibida
carta del Emperador, de la noche anterior, sobre mi demora
de verle, y la que creía omisión de Torrent, indicándole
hora para recibirme.
Me recibe, en efecto, con las mas cordiales muestras de
amistad personal. Me da la mano; se sienta y me hace sen-
tar, contra las formas de la etiqueta y hace alarde de esta
vieja amistad, diciéndome que sus hijas y yernos me co-
nocen y leen mis libros y escritos. Hablase de todo; tóca-
se el punto delicado; y siento que la presencia de Torrent,
dando por su carácter, algo de oficial á la conferencia, le
impide á él y me impide á mi, extendernos mas, yo para
corroborar sus temores y requerir de su parte se obvien
dificultades que pueden justificarlos, él para expresarse
sobre la situación asumida por Urquiza y poder medir la
gravedad del conflicto y los medios de pararlo.
La visita dura una hora larga que él prolonga con satis-
facción, hasta que anuncian ser llegada la hora de presidir
el Instituto Histórico Geográfico y me dice: ¿Porqué no
vamos? — Vamos, esto es de estudiantes, aludiendo á lo que
una vez dije y el corroboraba á Fletcher, Torrent y otros
que habíamos pasado quince días en Petrópolis, tratando-
330 OBRAS l>K SAhMIKNTO
nos como dos colegiales. Torrent aprovecha la ocasión y
establece algunas verdades oscurecidas por el lenguaje de
la prensa y por el sentimiento aparente de hostilidad hacia
el Imperio.
Asisto al Instituto y se me asigna un lugar al lado del
Presidente efectivo. Léese el acta y se procede á tramitar
los asuntos ordinarios. Levantada la sesión, deseándome
feliz viaje y siempre deplorando que no fique algunos días
mas, para ver á la familia imperial.
Día 22 — Santa Teresa es un espolón que sirve de base
al Corcovado y tiene su extremo dentro de la ciudad; y
ascendiendo por una estrada, á diversos planos, se llega,
entre casitas dispersas y bosques primitivos, á las obras
de agua que surten á la ciudad. Nada mas pintorezco que
este ascenso, desde donde se divisan la ciudad y la bahía
inmensa. Del pie mismo de la roca del Corcovado, brota
un abundante raudal de agua, que por un antiguo acue-
ducto, es dirigido á la ciudad. Las obras modernas son
de mucho gusto y mantenidas con esmero.
De regreso, visítame el general Webb ( U. S. Minister)
y tenemos una larga conferencia sobre la guerra del Para-
guay. Como yo no vendo la piel del oso vivo, queda
abierta la conferencia para segunda entrevista.
Dia 55— Un mes cumplido desde Nueva York, hacemos
hoy rumbo al sur, desde Rio Janeiro en el «Aunis». AI
pasar delante de un buque de guerra norteamericano, soy
saludado con veinte y un cañonazos. A bordo nos hemos
reunido varios de los pasajeros del « Merrimac», otros que
encontré en Europa, unas hermanas de caridad y franceses
que vienen ó vuelven al Rio de la Plata.
Un joven brasileño observa que las dos veces que ha
navegado, le ha tocado hacerlo en compañía mia, la pri-
mera veinte años ha á Francia. Esto da ocasión á observar
con cuanta cordialidad se establecen relaciones entre los
pasajeros, y el joven Torrent recita con ese motivo los
bellos versos de Méry que le hago consignar en este libro
para su ornato.
Dia 25— EA mundo de á bordo presenta todos los tintes
de la sociedad de tierra, sin fundirse, sin embargo. Tres
ministros plenipotenciarios — artistas— hermanas de la cari-
dad— monjas — un sacerdote — viajeros de todos países. Una
MEMORIAS 331
niña elegante de París sigue á un joven; quisieron impe-
dírselo en nombre de la moral, pero teniendo dinero, hizo
valer su derecho de moverse y embarcándose, puso fin
al litigio.
Entre las de su sexo, vuelve la señorita de A'", loca,
incurable. Su mirada es tranquila. Sonríe á veces, como
si estuviera recordando ocurrencias plácidas de su vida.
Otras parece que piensa. Pobre! El pensamiento de un
loco, es un caballo sin ñ^eno; .corre sin ginete. Vésele
en la loca, que anda suelto. Una brisa agita el extremo
de las fibras pensantes del cerebro y produce imágenes,
recuerdos, ideas que ahí se hallan, como el viento agi-
tando las cuerdas del harpa, emite sonidos que nos parecen
música lejana, melodías, acordes vagos. La loca es un
harpa destemplada, nunca dará sonidos armoniosos.
¿Qué serán las Hermanas? Cada una un drama secreto,
alguna, un nauñ'agio, acaso un vaso de porcelana que
salió ya trizado del horno. El bello ideal que se llama
religión, convertido en amor á la humanidad. La hermana
de la caridad es la primera transformación de la idea
abstracta en hecho práctico. El mundo tiende lioy á ser
hermano de la caridad para consigo mismo. Un filósofo
ha dicho que los pueblos cristianos de hoy, por los fines
de su gobierno, por los intereses sociales, no son cristianos
ya. Han descendido del cielo á la tierra. Se olvidan
de la otra vida y piensan en hacer otro vida de la pre-
sente.
Dia 27 -Tierra del Uruguay. Cabo de Santa María. Ayer
aguardaba el día de lioy con ansia, esperando excitarme
con la proximidad del término de esta carrerra. Esperanza
vana! Siento embotado el sentimiento. La imaginación
de la cordial acogida, de las caras amigas, de los entu-
siastas que saldrán á recibirme, anda remisa. Diviso grupos,
la rivera negra de gente, y sin embargo, no puedo agitar
esta masa inerme. Hanme hecho racional y sobrio las dudas,
la incertidumbre del éxito final que desde el principio ha
venido dejando algo por resolver. Dura ya un año este
aspecto de las cosas. El vapor siguiente debía siempre
traer luz y aseveraciones concluyentes. Salí de los Estados
Unidos con esta sombra por delante. En Para se cruzan
los vapores de ida y vuelta y nada se sabía. En fin será
332 OBKAS DE SARMIENTO
en RÍO Janeiro; y allí no estuvimos mas adelantados. Era,
para Montevideo.
Y sin embargo, todo convida á alegrarse. Los auspicios
son favorables. De Nueva York, como de Río, el mar, de
grueso se tornó en un lago apenas rizado. La luna nueva,
signo de prosperidad creciente, alumbró mi camino al
principio y al fin del viaje. Por todas partes acogido con
interés por mis antiguos trabajos en unos puntos, por las
futuras esperanzas en otros. Nadie quiere dudar que estoy
electo Presidente. Esto es poco; nadie quiere persuadirse
que lo soy en realidad. Allá en tierra, detrás del pueblo
que me acoje y congratula, está una sombra triste, irritada»
pesarosa, arrepentida, deplorando lo que le alegrara en
otro tiempo, porque cada aplauso se le torna un reproche.
Para expiación, creíasele demasiado. En el Entre Ríos
está otro, interrogando los sonidos que del lejano rumor
le llegan. Escucha por si le nombran. Quisiera comprender
lo que tales manifestaciones encierran de amenazas pró-
ximas ó futuras. Una y otro son antagonistas irreconci-
liables. La una amenaza mi corazón, el otro apunta á mi.
cabeza. Estos son mis fantasmas; dos ángeles guardianes
tengo, el uno es legión, el pueblo, su conciencia final de
lo justo, el otro el corazón de los que me aman.
Llegamos de noche á Montevideo, nos mantenemos á
distancia y solo divisamos las luces que trazan el contorno
de la planta de la ciudad, coronada por la iglesia catedral.
Dia 28 — Amanece, y en la cama, me saludan Presidente»
electo, escrutado, aprobado y debidamente proclamado.
En prueba de ello, me muestran el discurso de clausura
de la sesión, pronunciado por el venerable doctor Alsina.
Léolo y reléolo, y saco en limpio por su tenor, que se ha
elegido Vice-Presidente á su hijo Adolfo, nombrado dos
veces, objeto del discurso de clausura. Sospecho que lo he
sido yo también por añadidura, por la alusión dios magis-
trados de que se habla al fin. Si no lo hubiera sido habla-
rla en singular, el magistrado, mi hijo Adolfo, con lo que
me tranquiliza.
Mas tarde llegan pasajeros ó curiosos, cartas y periódicos.
Buchental trae la carta que no llegó á Río, adonde se le
había dado cita. Bienvenida sea I La necesitaba. Aconseja
seguir viaje incontinenti, contra el sentir de los hábiles
MEMORIAS 333
que creen que debe precederse con arte! La carta con-
tiene un apólogo ó ¡parábola sobre el efecto de los objetos
según el punto de vista de que se miran.
La moral no sé si es oportuna. Si yo tuese patán, Juan
vecino, senador, ó Perico de los palotes, todo marcharía
bien en el mejor de los mundos; pero si hubiese de clavar
mi tienda en la cúspide de la montaña, de manera de ser
visto de todas partes, cumple á otros, no á mi, decir si
están dispuestos á todas las eventualidades. ¿Será lo
mismo allí, que en medio de la llanura? A la bonne
heure! Nada mas tengo que desear, que yo seré siempre
el mismo.
jCómo se toma la vida! La vida real, práctica, llena de
azares, de malicia, emboscadas, envidia, odios!
Me echan en cara no ser poeta. Hablaba prosa cuando
distinguía el senador del presidente. Contra éste van diri-
gidos todos los tiros; y en la guerra, es sabido, ay ! de
los ayudantes que rodean al general; apuntándole á éste
matan casi siempre á los que le rodean.
Urquiza saluda con caluroso entusiasmo mi advenimiento!!
El mapa de la guerra civil queda enrrollado, como cuando
la paz de Campo Formio. Tres meses después estaba otra
vez sobre el tapiz.
A la patria y al porvenir, salud !
Nota — El cuaderno que contiene las anteriores páginas está lleno de dibujos
del autor, plantas, frutas, paisajes, escenas y aun caricaturas, que merecerían
reproducirse. — (£í Editor.)
COMO SE DERRAMA LA SANGRE
EN LA REPÚBLICA ARGENTINA
ODIOS IMPLACABLES DE SARMIENTO
{El Nacional, Julio o, 6, 8, 10.)
Porque es larga y lamentable, esta historia de los odios
de Sarmiento. No es el señor Bilbao el inventor, ni el
observador primero, de aquella predisposición de ánimo de
un hombre público, que tantas pasiones ha concitado en
su larga carrera.
El señor Bilbao, sin embargo, no confesará que es el amor
á Sarmiento el que lo ha impulsado en sus escritos, desde
que á la sombra de su hermano manejó una pluma, ni que
haya sido siempre correspondido por éste. Esta vez el odio
implacable es á Arredondo y no á Bilbao.
Diremos una palabra sobre este caballero, por quien he-
mos mostrado, no diremos deferencia, sino apartamiento.
Es chileno, y escribe en nuestro país. Abusa de lo
que otros llamarían hospitalidad, y que no es masque un
derecho. Pero debemos en él respeto á Chile, donde nos-
otros escribimos largos años, usando y acaso abusando de
aquel mismo derecho.
Muchas veces los diarios de aquel país nos, llamaron ex-
tranjeros; y los partidos que combatíamos (el liberal revo-
lucionario, análogo al que seguimos combatiendo aquí),
nos fueron liostiles. Pero es justicia que debemos á Chile,
á la opinión pública, sobre todo á los hombres de Gobier-
no, que en ninguna parte, y menos en aquellos tiempos,
MEMORIAS 335
los argentinos hayan gozado de mas libertad para escribir.
Nosotros mas que nadie, nosotros que tenemos grandes
pulmones, y necesitamos mucho, mucho aire para respi-
rar, acaso no hemos escrito en nuestro propio país con
mas holgura que en Chile, que estaba entonces mas im-
buido de ciertas ideas, tradiciones y predilecciones, que lo
está ahora. Antojábasenos reimos de los chilenos, ó del
chilcnOy como tipo del hablista ó del clásico, y los que no
gustaban de tales licencias devoraban su rabia; pero sin
hacerla sentir de una manera violenta. El señor Bilbao
será pues siempre, para nosotros, algo que no habremos de
tocar; de que huimos, no obstante el implacable encono
que nos muestra, de años atrás, cuando ni aun lo mencio-
nábamos.
Sin embargo, en Chile sostuvimos siempre, franca y
lealmente al gobierno, cuyos principios profesábamos, y
que continuamos profesando hasta hoy. Eso lo proclaman
ahora no solo los que fueron nuestros adversarios entonces
en Chile, sino Hasta señoras chilenas, que de paso por
Buenos Aires, pudieron verlo en el gobierno. Este es,
decían, el mismo Sarmiento de Chile, y nada hace y sostie-
ne aquí, que no lo haya sostenido allá.
El 20 de Abril, sublevado QWaldivia^ fuimos con nuestro
magnífico rifle Colton á formar, al Estado Mayor, en linea
de combate; y ese día nos dijeron los liberales chilenos:
conquistasteis la carta de ciudadanía, combatiendo contra
rosotros como un bueno. (Lastarria).
En cambio, defendíamos nuestra causa argentina á capa
y espada, y la República debe mucho á esa prensa argen-
tina en Chile, libre es verdad, hasta el abuso.
El 24 de Setiembre que Bilbao había provocado con sus
escritos anárquicos, se metió en la casa del ministro chile-
no, porque solo para eso se acuerda en público que es chi-
leno. Se dice de los malvados que no son consumados,
sino cuando parecen hombres honrados. Bilbao se parece
tanto á un argentino que se le podría tomar por Oroño,
Arredondo, un deudor del Banco ó un anarquista cualquiera
de la peor especie.
Tiene por empresa comprometer á Sarmiento, perder á
Sarmiento, hacer juzgar á Sarmiento por algún tribunal
septembrizador, ó hacerlo matar, todo esto en desagravio
336 OHHAS un SARMIENTO
de agravios chilenos, de donde se dice liberal, no obstante
que escritos tan canallamente anárquicos no se leen en
Chile, donde además no es conocido sino por llevar el ape-
llido de su hermano.
Bilbao es depositario de todos los secretos de conjuracio-
nes y complots en que él toma la parte mas activa (ga-
nando el olivo cuando abortan); y apenas pasa el susto,
vamos, dice, á juzgar á los grandes criminales, (el ex-Presi,
dente), y principia la publicación de las cartas sustraídus
al cadáver de Ivanowsky.
No fué condenado entonces el reo del chileno Bilbao, por
delitos chilenos. Ahora le arma gresca con Arredondo, á
ver si se atreve á decir lo que piensa.
Pídale permiso, Bilbao, á Arredondo, para continuar esta
polémica, y no hemos de quedarnos cortos. Bilbao era el
cómplice de Arredondo. Se ríe de él en sus adentros y le
desprecia tanto como detesta á Sarmiento, que está cien
leguas arriba de ese truhán.
Alberdi
¿Es cierto que tenemos esta facultad de odiar, que se nos
atribuye? La verdad es que por esta causa, ó invocando
este odio acaso suscitado por hombres notables, se han
producido hechos de tal magnitud, que afectaron ó afectan
la marcha de los acontecimientos. Vamos á narrar lo que
se nos ha revelado á este respecto.
En 1851, nos separamos del General Urquiza, regresando
á Chile y, abocándonos al llegar con Alberdi, único corres-
ponsal que teníamos, hablamos largo y convinimos en abs-
tenernos de toda acción, hasta que se resolvieran las difi-
cultades que surgían entre Buenos Aires y Urquiza.
Llenábamos religiosamente este compromiso, cuando
supimos que Alberdi se ponía en acción, á favor de Urquiza,
después de disuelta la Legislatura de Buenos Aires, á con-
secuencia de las sesiones de Junio. Reclamamos, nos que-
rellamos, y al fin fué preciso parar los golpes asestados
contra Buenos Aires por los que se declaraban Urqui-
zistas.
Alberdi logró desautorizar nuestra palabra como testigos,
leaders que habíamos sido durante diez años, asegurando
MEMORIAS 337
que el odio implacable que profesábamos al General Urquiza,
nos hacía ver bajo un punto de vista falso los sucesos.
Era en vano que, fieles á la verdad, protest<ásemos que no
sentíamos tal odio, lo que era la verdad, que no nos ha-
bíamos querellado, como sostenía Alberdi, pues nos habíamos
separado en buenos términos. No había remedio, aborre-
cíamos á Urquiza, le teníamos envidia por haber estudiado
él en la Universidad y nosotros no. Así logró sublevar
contra nosotros las provincias, cuyos jóvenes se educaron
en el odio, inspirado por Alberdi, mientras que Alberdi,
que había huido y rehuido de tomar parte alguna en la
lucha hasta que Urquiza triunfó, no solo en Caseros, sino
€ñ Junio, fué desde entonces el oráculo, el mentor y el
director de la opinión pública en el interior. Acabamos
por sublevarnos y atacar, sin sentir sin embargo el preten-
dido odio; pero ese odio hizo la fortuna (pecuniaria) de
Alberdi, su fama literaria, y su carrera política.
El tiempo, que todo lo aclara, dejó también en claro que
no hubo tal odio implacable, sino la viveza natural del com-
bate. Tan convencido de ello estaba Urquiza, que lo expresó
asi en términos inequívocos, en sus últimos días, declaran-
do la confianza que tenía en la sinceridad de Sarmiento, y
la poca fe que le merecían otras amistades.
El tiempo mostró también que si había un odio implaca-
ble entre Alberdi y Sarmiento, este debió olvidarlo, no
sabiendo donde estaba su adversario, tan abajo liabía
caído.
Los TRIUNVIROS
Ha hecho tanto ruido este odio, son tales sus resultados,
que vale la pena de seguirlo en todos sus desenvolvimien-
tos. Afanoso de salvar á Oroño de las persecuciones susci-
tadas por odio tan poderoso, el Senado argentino ofrecía al
mundo el espectáculo de una votación, unánime en conde-
narlo, dando así á los pueblos ejemplo de valor cívico, al
desafiar las iras del Poder.
Verdad es que la prensa de todos los colores, nacional y
extranjera, dio también, á poco andar, el espectáculo de
ponerse de acuerdo para lanzar un grito unánime de indig-
Tou* xux.— 22
338 OBRAS DE SARMIENTO
nación contra el Senado, revelando la negrura del acto, y
las pasiones que lo habían inspirado. Siendo nuestra
prensa tan poco parsimoniosa en la injuria y en la oposi-
ción al Poder Ejecutivo, es digno de memoria este acto de
justicia hecha por todos los diarios, á un Presidente tan
indignamente calumniado y con tanta sin razón insultado-
por un acto del Senado. Pero el público ignora la trama
que preparó y produjo aquel momento de vértigo, y lo que^
es mil veces peor, las consecuencias deplorables que
trajo.
Baste decir que, á consecuencia del odio del Presidente^
Sarmiento contra el Senador Oroño, vanya ciento cincuenta
y dos hombres muertos, de los cuales, apenas seis ú ocho
sabían quien y á que culto los sacrificaban.
Para narrar historia tan tenebrosa, nos apoyaremos en
documentos irrecusables, haciendo hablar á los actores
del drama sangriento, y no añadiendo de nuestra parte-
sino explicaciones indispensables para mantener el hilo de
los sucesos.
En 1873, se acercaba, como se ve, la época de las elec-
ciones para Presidente, (ardía la guerra civil en Entre Ríos,,
con Jordán) — y los candidatos ya pronunciados, ó en
vía de serlo, eran Alsina, Mitre, Quintana y Avella-
neda.
En Santa Fe, había sido derrotada la invasión de Bro-
chero, Iturraspe, etc., efectuada al grito de «viva Jordán,
viva Oroño», y en Mendoza se cruzaban las influencias^
ajíoyándose unas en Segovia, otras en Arredondo, jefes
ambos del ejército de linea. Quienes estaban por uno,
quienes por otro, la narraciotí lo dirá.
El 29 de Setiembre estalló, en efecto, el movimiento
revolucionario de Segovia, lo que muestra que á abrirle
camino pudieron tender varias mociones surgidas en el
Senado, donde tenían asiento ciertos corifeos de candidatos.
Los hechos y los actores hablaban por sí.
En uno de los mensajes del Presidente al Senado, se le
escapó una frase: triimvirato posible, pues basta, decía^
que dos votos apoyen una moción, para que sean tres
los autores de una interpelación.
Ocurrió el hecho singular que habiéndose quedado en
antesalas para leer el mensaje impreso, los Senadores-
MEMORIAS 339
Oroño, Torrent y Quintana, al llegar á la frase triunvirato
dieron uo salto de sorpresa, se miraron entre sí, como
si los hubieran sorprendido en un acto culpable, y aban
donaron la lectura, fuéronse á ocupar sus asientos.
Tomaremos, pues, la palabra accidental y sin estudio
del Presidente, — Triunvirato, — y se la aplicaremos á estos
tres individuos, en las confrontaciones que siguen.
Debemos advertir para claridad de la narración, que el
Gobierno de Mendoza, hostil al parecer á todas las candi-
daturas senatoriales, tenia desde la administración Mitre,
"un batallón movilizado que, por haber hecho la guerra
en el Paraguay, reunia la fuerza de uno de linea. No
era pues, empresa fácil, ni con el 1° de caballería,
como lo probó después el hecho, derrocar el Gobierno
de Villanueva.
■Montadas ya las baterías, el Poder Ejecutivo recibió una
minuta de comunicación, en la que se destacaban las
siguientes consideraciones:
«La Nación necesita ver terminar en paz el período
gubernativo del señor Sarmiento. La rectitud de nuestras
intenciones no puede ser puesta en duda por el Poder
Ejecutivo. ..El Congreso quiere auxiliarle con sus esfuerzos,
con su palabra, con su prestigio, y para saber, etc., se le
dirijen las 16 interpelaciones^ etc.»
Haciendo prácticos esos propósitos, el Senador Torrent pi-
dió se conminara al Ministerio, para responder, y especial-
mente sobre dos puntos:
Señor Torrent — 1^ Si es cierto que el Gobierno do Mendoza
ha movilizado la Guardia Nacional en gran número.
« 2^ Si es cierto que en la Capital reside el batallón
Mi'ndozn.y)
El Poder Ejecutivo ante la apremiante nota en que se
emplazaba á los Ministros para que dentro de cuarenta
y ocho horas concurrieran á dar explicaciones, contestó
por escrito y ganó ocho días.
SESIÓN DEL 22 DE AGOSTO
« Señor Quintana — Entre estos (los 16 puntos) hay algunos
cuya urgencia es mayor. . . Me refiero á todas las preguntas
i-elutivas á Mendoza. La elección de electores de Gober-
340 OBRAS DE SARMIENTO
nador,debe verificarse el 7 del próximo mes de Setiembre.. .
Este batallón está á las órdenes del actual Gobernador de
la Provincia (sigue la enumeración de las fuerzas).
« Entonces, lo que cuadra á la dignidad del Congreso,
es que las preguntas referentes á Mendoza sean satisfe-
chas el próximo Martes.
SESIÓN DEL 26 DE AGOSTO
Señor. Quintana — A qué llama servicio militar, el señor
Ministro? Acaso á tener guarniciones en las capitales de
Provincia?
Señor Ministro — ^Todo eso entra. El Gobierno de Mendoza
ha hecho presente la situación crítica porque atraviesa,
así como el peligro inminente de ser perturbado el orden
público en su territorio.
A consecuencia de estas explicaciones, los triunviros presentan
el siguiente proyecto :
Art. 1° El Poder Ejecutivo mandará licenciar toda la
Guardia Nacional movilizada en Mendoza, San Juan y la
Kioya.—Torrent — Oroño— Quintana.
OTRO
« Cesa la intervención que el Poder Ejecutivo ejerce
actualmente en Mendoza, sin la autorización del Congreso.»
(No había tal intervención)— Torre/íí— Oroño.
<i SeFior Quintana — Esta, interpelación, no ha sido hecha
en mi nombre, personalmente sino á nombre del doctor
Torrent, del señor Oroño y mió.
Los proyectos no fueron aceptados por la Cámara después
de dos sesiones prolongadísimas.
El señor Arias^ partidario, negando su voto dijo,— Mi opi-
nión es que, en las circunstancias actuales, tan difíciles,
no es conveniente producir acto alguno que importe apro-
bación ó improbación, de las operaciones del Gobierno,
respecto á Mendoza.» Esta era la buena doctrina.
El levantamiento de Segovia, solo tuvo lugar el 09 de
Setiembre, y los batallones aquellos, auxiliados oportuna-
nte por Iwanowski, lo sofocaron.
MEMORIAS 341
11
EL ALLANAMIENTO DEL FUERO DEL SENADOR OrOÑO
Efectos del odio de un Presidente á un Senador
Habíase traído á Buenos Aires á un tal Brochero, tomado
en la Paz por las fuerzas nacionales, y encontrádoseie una
carta firmada N. Oroño, que denunciaba á éste como
director, fautor ó cómplice de invasiones á Santa Fe y
Entre Ríos.
Los diarios habían publicado telegramas así concebidos:
«Julio 30 de 1872. — A las ocho y media de la mañana
del lunes 29, el Gobernador recibía un telegrama en que
se le comunicaba que por San Javier venian como dos-
cientos y tantos revoltosos, al mando del indio Bailón,
Rivarola y Brochero. Fueron completamente dei rotados.
La bandera de ellos es: viva Oroño!
{La Tribuna.)
El Gobierno, en posesión de los papeles tomados al
reo Brochero, convocó un gran Consejo de Ministros, á
que asistieron los jurisconsultos Velez y Tejedor, los Mi-
nistros Várela, Domínguez, Frías y Avellaneda. Sometido
el caso á deliberación, la cuestión se redujo á materia
de trámite, en que el Presidente no podía tener voto por
no ser abogado; y se resolvió que el doctor Tejedor hiciese
el borrador, para provocar la acción del Fiscal. Este fué
sometido al Procurador de la Nación, quien confirmó lo
obrado, y el 29 de Setiembre, día en que se sabía del
alzamiento de Segovia, se pasó al Fiscal la resolución así
concebida :
« Pásese original dicha carta, de que se dejará copia
legalizada, al procurador fiscal de la sección Buenos Aires,
para que entable la gestión que por ley competa, y pida
inmediatamente al Juez respectivo se dirija al Honorable
Senado, solicitando el allanamiento del fuero del expresado
Senador (Oroño), por suministrar aquel documento mérito
suficiente para ello, (semiplena prueba), recomendándose
342 OBKAS DE SAKMIENTO
al Procurador Fiscal la actividad necesaria en la prose-
cusion de este asunto. Sarmiento — Frias.-»
El Fiscal dice al Juez:
(c Esta providencia (el allanamiento) se halla justificada
por el mérito que suministra la carta firmada por dicho
Senador, dirijida á uno de los jefes de la invasión de
Santa Fe, que al mismo tiempo es uno de los rebeldes
tomados con las armas en la mano, en la Paz, al ejecutar
el proyecto mismo que la carta contiene.
Z aballa— FiscdiL*
El Juez provee «Por presentado: solicítese previamente
el desafuero á la Cámara respectiva, librándose el corres-
pondiente oficio, con los documentos originales que forman
el proceso. Ugarriza.»
8ESI0N EXTRAORDINAHIA, DEL 29 DE SETIEMBRE, EN EL SENADO
. . . Señor Presidente — Esta nota me fué entregada el Sábado,
á las 7, por el Secretario.
Señor Quintana— Qué es lo que adjunta?
Señor Presidente — Es la acusación del Fiscal, y una caita
firmada por el señor Senador. (O roño?) Se leyó enseguida
otra nota de esa fecha, expresando que se acompañaba
otros documentos relativos al asunto,— Me llama la aten-
ción que diciéndose en ella que se acompañan varios
documentos, haya solo una carta, sin otro dato ni fecha,
y firmada por un sargento
Señor Oroño — Pido al señor Presidente, se sirva recomendar
á la comisión, quiera despachar si es posible, mañana. . .
Señor Presidente — Se levanta la sesión, en el concepto de
que se continuará mañana.
Obsérvase que el Secretario lleva á su casa particular
el despacho, que el Presidente nota que no hay sino pocos
papeles, y que se precipita el despacho de la Comisión, en
una sesión especial.
La Comisión de Negocios Constitucionales informa : « no
ha lugar y devuélvase», á la solicitud del Juez.
Fúndase la Comisión en que « del contenido de la carta
no puede deducirse legalmente la complicidad que se le
imputa al acusado en la rebelión de Entre Ríos, y la cual
MEMORIAS 343
es necesario tener comprobada, antes de pedir el desafuero
de un Senador.»
No se comprueba en juicio la complicidad de un acusado,
sino después de oidos los testigos y la defensa del reo; y
lio pudiendo un juez llamar á un Senador á tomarle decla-
raciones, se solicita el allanamiento para principiar. Lo
que el Senado tenía que resolver es, si una carta es semi-
plena prueba de un delito; pues si delito existía, á mas
de la presunción que arroja la carta, eso resultaría del
proceso. Cuando ya está comprobado el delito, se da la
sentencia y el reo sufre la pena.
Las piezas presentadas son tres, con doce proveídos.
La discusión comienza. Es práctica en todos los Congre-
sos y corporaciones que, cuando ha de tomarse resolución
sobre uno de sus miembros, éste deje el local, á fin de que
pueda obrarse con toda libertad.
Leido, empero, el informe de la Comisión, que tan favo-
rable le es. el reo toma la palabra y llena la sesión,
(quince páginas) con la defensa que habría pronunciado
él ó su defensor, ante el Juez, cuando la causa hubiese
sido puesta en ese estado. Aquí es el reo el que preside
la sesión, á pesar de que nadie ha tomado la palabra en
contra, y de que por tanto á nadie contesta.
Contra quien se defiende? Contra el Juez? Contra el
Fiscal? No; contra el Presidente de la República; y con
una habilidad que fuera notable en paisano tan poco ver-
sado en los actos del foro, si no sucediese que todos los
otros se muestran tan hábiles como él, el reo tiene el
ingenio de abandonar el banco del acusado, y sienta en
su lugar al Presidente de la República, tomando entonces
el rol del Fiscal, que está á la puerta esperando le entre-
guen á Oroño, y no al Presidente.
Habiendo, según el Senador Granel, que es su compañero
de senaduría y de oposición al Presidente, é invariable
co-peticionario de la capital en Santa Fe, declarado Oroño
ante la Comisión— que la carta era suya, entra en materia
diciendo que, cuando niño, fué perseguido por Rosas, y
ahora lo es por el Presidente de la República, que se
propone matar la independencia de su carácter.»
Habla Oroño: «El Presidente de la República ha querido
•envolverlo en una atmósfera perjudicial.
344 OBRAS DE SARMIENTO
c< A mediados del 72 me diiijí á Ricardo López Jordán . . .
«¿Acaso es un misterio para nadie, señor Presidente, el deseo
que he manifestado de que se cambiara la situación de
la Provincia de Santa Fe?» {Ruidosos aplausos y algunos
silbidos.)
« La iniciativa del Presidente tiene su origen en el deseo
de ejercer una venganza contra mí, con motivo de haber
reproducido las Cartas Quillotanas del señor Alberdi, que^
hoy se venden con profusión en las librerías. ( Pagaría al
contado ?) ( Aplausos.)
«La prueba mas completa de la falsedad de esa asevera-
ción está en el mismo papel.»
«En cuanto llegó aquí el señor Iturraspe, etc.
« Ademas, no parecen llenadas otras condiciones, no hay
« deposición de testigos, ni la ratificación del que suscribe,
« ni se sabe cómo se ha obtenido esa carta. Esto, por lo
«que hace á la única carta firmada (la suya), y se ve
« que, sin haberse dado el trabajo de tortnar datos, ni decla-
« ciones y menos esclarecimientos, el Juez manda esos
«papeles, con el nombre ridículo de sumario!»
Enseguida toma la palabra el señor Torrent, y debe
creerse que su propósito es refutar algún concepto, pues
esa es la regla y objeto del debate.
Nótase, sin embargo, que no hay debate.
La Comisión opina como el reo: el reo como la Comisión
inspirada por Granel, presunto reo también, y el señor
Torrent, parte del triunvirato en las interpelaciones y
cuestiones de Mendoza, va á tomar la palabra para apoyar
al reo y á la Comisión.
Pero esta vez lo hará de una manera tan nueva, y
arribando á tan concluyentes definiciones de derecho,
que ellos ahorran al jurisconsulto que sigue, Quintana,
la molestia de citar ó examinar autores, ó prácticas de
procedimientos.
Por supuesto, que ya están apartados, como extraños
al debate, la carta, el Senador Oroño, el - Juez y el Fis-
cal. El Reo reconocido y aceptado es el Presidente,
pero como hará para llegar al Presidente, el señor Se-
nador por Corrientes? El ingenioso medio adoptado es
un trozo del género dubitativo, de que el señor Cosson
puede ai)rovechar, para presentar á los alumnos un mo-
MEMORIAS 345
délo clásico, que no existe en literatura alguna. Véase,
sino, lo que sigue:
Sr. TorrenL— «.Como en el Mensaje del Ejecutivo (?)
que — puede decirse — ha dado origen á este incidente (es el
pedido del Juez) se hace alusión al Senador por Santa
fe — y al parecer — también á otro miembro de esta Cá-
mara, á quien se designaba — casi — directamente; como
creyeran, que esas referencias se dirgian — acaso — á mí,
como yo — no hice caudal — de ésto y me creía suficiente-
mente autorizado para cubrir con mi desden (al Presi-
dente!) esa insinuación, si es que ella me había sido dirigida^
— como en los debates posteriores — nunca hice mérito, —
de haberme apercibido de que el señor Presidente de la
República quería referirse en esto á mi individuo; sin
embargo, puesto que en la opinión de algunos me encon-
traba asociado, en esas alusiones al Senador Oroño, creo
conveniente usar de la palabra:
«Para felicitar al senador por Santa Fe, y al Senado
también, por la completa vindicación que él ha obtenido,
de las acusaciones del señor presidente de la república,
(No está todavía conocida por el voto la opinión del
Senado). Señor Presidente, yo creo que la petición del
P. E. está debidamente sintetizada, en el auto y en la
nota del Juez de Sección Dr. Ugarriza. El Gobierno Na-
cional y el Fiscal de Sección solicitaban del Juez de Sección
el allanamiento del señor D. Nicasio Oroño. El señor Juez
de Sección, Dr. Ugarriza, de cuya ilustración tengo formada
una buena idea, se dirije á esta Cámara pidiendo con clara
intención, nó un desaforo sino un desafuero. Y efectiva-
mente, señor Presidente, sería un gran desafuero deferir
á semejante petición. (Aplausos) .. . (Esa es la buena
idea que tiene del Juez).
Hemos copiado también íntegro este trozo, por su
pueril exactitud en describir la marcha del expediente
que todos saben, ó mas bien que á fuerza de ser esqui-
sitamente pedestre y vulgar uno cree no saberlo, como
cuando anda uno en la calle, que casi no se apercibe
que hay luz, aire, puertas, casas, bocas calles y gente
que va y viene etc. etc.
Pero aparece aquí, sin embargo, una joya que, como
el diamante Regente, va á alumbrar todo el procedí-
346 OBRAS UK SA.KM1ENT0
miento, y pasando del caletre, del Senador Torrent, al,
cerebro del jurisconsulto Quintana, decidir un punto
difícil de tramitación, en cuanto á si una carta firmada
y cuya firma reconoce el reo así que la ve, es suficiente
semiplena prueba del delito, de que hay indicios en ella
pues lo demás se evidenciará ó no del juicio.
Torrent halla que la solución del caso está en este
equívoco:
No ES DESAFORO, SINO DESAFUERO.
lo que parece decir, por el comentario que sigue, que el
tal desaforo es desafuero, ó que el Juez comete desafuero
de lo que resulta que el criminal es el Juez y no Oroño.
Cuando Castor aparece en el horizonte, ya se sabe que
Polux está cerca.
El Sr. Quintana — (Jurisconsulto célebre):
Expone el caso, y culpa al señor Presidente, de morO'
sidad en entablar demanda, cosa que hasta entonces
no se había alegado en juicio contra el derecho de nadie.
Mas adelante, el orador explica benévolamente la causa
de la demora.
«Retado, dijo Quintana, por el señor Senador Oroño, en
una de las sesiones del Senado, para presentar esas pruebas
(la carta) y encerrado dentro del dilema de fierro, de que
faltaba á sus deberes ó calumniaba á un Senador, recien
entonces, señor, el Presidente, en un auto igualmente
modificable (?), en que desnaturalizando la verdadera
significación de uno de esos documentos (vide ut supra,
auto del doctor Tejedor ), lo ponía en manos de la justicia,
no para que ella cumpliera con su deber, sino para eje-
cución de las órdenes que abusivamente le dictaban ( Yelez,
Tejedor, Pico, Domínguez, Avellaneda, Várela, Frías, Zabala
y Ugarriza!)
Parecería, acaso, de esta acusación, que puede decirse,
que el susodicho Presidente, por razones de prudencia
atribuidas quizá, por algunos^ á criminal miedo, no pre-
sentó antes el auto, que algunos le aconsejaron, á riesgo
de quedar calumniador, así declarado en pleno Senado;
y que no habiendo presentado sino una miserable carta
del Senador, Juez de Jueces esta vez, y azote de Presi-
dentes, quedó éste declarado, confirmado, convicto, pero
no convencido, de ser el calumniador mas infame, como
MEMORIAS 347
■el Senador Quintana sabe y profesa en su práctica^ que es
la obligación de cada cual decírselo!
Pero volvamos al asunto.
Es conocida la reputación del Dr. Quintana, como abo-
gado; y es de suponer la ansiedad con que el Senado
esperaba su dictamen de asesor en materia de trami-
tación, á saber: si una carta es semiplena prueba del
delito de que ella misma habla.
Pero, tratándose por incidencia, del Senador Oroño,
pues que el fondo de la cuestión y el acusado es el Presi-
dente, como en la interpelación á Mendoza, en que Oroño,
Quintana y Torrent, firman, en compañía de explotación
de ciertos negocios, siempre contra el Presidente, apela á
las luces de su contrario, adopta sus conclusiones jurídicas,
y levanta en alto, revestido ahora del prestigio de la ciencia
del doctor, jurisconsulto y orador Quintana, el célebre
axioma que Papirau, Cujas, Troplung, Dupin y Velez le
habrían disputado, declarando: «que ese documento (la
carta) no autoriza la petición de desaforo, la cual, como lo
ha dicho muy bien el señor Senador Torrent, importa en
este caso un verdadero desafuero.-»
Pero el doctor y Senador Quintana, no se contenta con
una simple declaración de principios, sino que, como Juez
Supremo que sería algún día, cuida de castigar á todos
los verdaderos culpables, no obstante que los Congresos
moderno^han renunciado á la facultad de attainder, del alto
Parlamento ingles.
Vistos, y considerando, etc., en cuanto al reo prin-
cipal:
« La actitud enérgica del señor Senador Oroño, para
condenar los abusos del señor Presidente de la República,
hiriendo su grande amor propio y su excesiva intolerancia, el voto
de esta Cámara ha de decir al señor Presidente de la Repú^
blica ( reo principal ) : el Senado no funciona para prestarse —
« A VENGANZAS POLÍTICAS Ó PERSONALES », síno para defender
los intereses del pueblo!
a. . p. . 1. a. íi. s. 0. s!/))
(Ve á decir á tu amo, que aquí estamos reunidos (en
la cancha de pelotas) por la voluntad del pueblo, y que
no nos separaremos sino por la fuerza de las bayonetas».
348 OBRAS DB SARMIENTO
alcance de Quintana estilo Mirabeau), y, en cuanto al
cómplice y reo secundario:
«La Justicia Nacional!! (no, por Dios! corregiremos una
mala redacción, un error de los taquígrafos, un lapsus lin-
gua?, á cualquier bípedo parlante le ocurre), el Juez Uga
rriza, y no la Justicia Nacional, que es un poder, indepen-
diente de Senadores deslenguados : el Juez Ugarriza, — «.Nd-
ha sabido defender su Independencia, — y contestar al Presidente
de la República, (argucia del reo admisible cuando mas
en su defensa una vez sometido á juicio) que ese docu-
mento no autoriza la petición de desaforo: que la Justicia
Nacional fut supra ) no ha estado á la altura de su misioa
de defender la Libertad (de no ser juzgado)...
...DE UN CIUDADANO INJUSTAMENTE ACUSADO
(Entre paréntesis, sentencia de la causa, antes de abrirse
y formarse el proceso, y denegación de justicia al que-
rellante).
Un observador curioso, había consignado por escrito esta
aserción aventurada: «Jamas ha abierto los labios el doctor
Quintana, en el Congreso, sino para violar algún principio
de derecho de gentes, alguna ley, algún artículo de la
Constitución, ó la verdad de los hechos! Cómo se equivo-
caba el crítico! Quintana estuvo á punto de ser Pre-
sidente !
Sigue la sesión.
Se leyó el informe de la Comisión.
« No ha lugar y devuélvase ! » — porque hasta en los mas míni-
mos debates hay enseñanza é instrucción.
Señor Presidente — Se votará.
Señor Quintana — Falta un señor Senador; sería bueno
llamarlo; quizá no sepa que se va á votar! (Qué solicitud!)
Señor Presidente — Se le ha mandado llamar ; voy á,
esperarlo.
Señor Araoz — (Médico sin clientela) Debe esperársele —
á él, como (i cualquiera otro.
Señor Presidente — Avisan que el señor Ibarguren se ha
retirado : se va á votar.
Votado el dictamen de la Comisión, resultó aprobado por
unanimidad, con excepción del Senador -'Ibarguren, que
MEMORIAS 349
como Lot, sin duda, y temiendo acnso, el faego del cielo,
abandonó la ciudad, sin mirar para atrás.
Señor Quintana — ( Procurador Fiscal ) Deseo, señor Presi-
dente, que se proclame la votación.
Señor Presidente — Creo que es por unanimidad.
Señor Quintana — ( Procurador de la Nación ) Yo creo lo
mismo.
Señor Presidente — Se rectiíicará. (,Se ratificara?) «Recti-
ficada la votación, da el mismo resultado» (y ademas el
de ratificarla.)
Señor Quintana — Esta unanimidad, hace mas elocuente la
resolución de la Cámara.
Señor Araoz — Solicito, señor Presidente, que en la nota
que se pase,
A QUIEN QUIERA QUE FUESE !
,{ Risas en la barra !),
á quien corresponda, se consigne la condición de que el
Senado, unánimemente, aceptó el dictamen;
«NO HA LUGAR Y DEVUÉLVASE»
Bravos y aplausos
Advertencia. Durante toda la sesión, hay consignadas
catorce interrupciones por aplausos, con especificación de:
numerosos aplausos, bravos prolongados y aplausos. Cuan-
do Oroño confiesa que conspira en Santa Fe, entre los
aplausos se escapan algunos silbidos.
Un solo ciudadano argentino, tuvo la idea de tomar
nota de este grande acto de justicia, ciencia y delibera-
ción de nuestros Padres Conscriptos, y guardarla como
una muda, triste y desesperada apelación á otro Senado,
y en su defecto á la posteridad, poniendo por carátula del
legajo:
350 OBRAS DE SARMIENTO
LITTERA MANET
Señor Quintana — Podemos pasar á cuarto intermedio. Así
se hizo.
Hasta aquí las actas!
III
El acto fué consumado. Justicia, leyes, constitución^
respetos humanos, todo desapareció en aquella orgia de
la embriaguez, del orgullo, y del cinismo.
Y sin embargo. En este pueblo donde se hace gala
del desacato á la autoridad del gobierno; donde la prensa
no conoce otro límite que la voluntad, el interés ola pasión
del que escribe, — al día siguiente de consumado, de lo
profundo de la conciencia humana salió, no ya un grito,
sino un jemido en que la vergüenza, el dolor y la indig-
nación \hí)\\ mezclados.
Todos los diarios, nacionales y extranjeros, excepto La
Libertad, (\nQ era propiedad y cómplice de Oroño, expresaron
su sentimiento, inclusa La Nación, que era el órgano de
la oposición Mitre.
Habló el reo Presidente, á quien el Senado había puesto
en lugar del reclamado por el Juez Federal para poder
interrogarlo; el Presidente, á quien va á designar Araoz
como al reo á quien ha de leerse la sentencia, con aquella
estigma de por unanimidad, — equívoco que excita la hila-
ridad del pueblo, ante aquel rey de farsa, — coronado de
espinas, envuelto en un andrajo á guisa de púrpura y con
una caña por bastón presidencial.
Pero al fin pudo hablar este reo que llevan al potro, y
puede decirle, al paso, al pueblo, — «fueron los juriscon-
sultos Velez, Tejedor, Pico, los jueces Ugarriza y Zaballa,
los abogados Avellaneda y Frias, los ministros Domínguez
y Várela, los que han errado en una simple cuestión de
tramitación. Yo no soy abogado ! No profeso odio á Oroño.
"No tengo tiempo de odiarlo, y no sabría porqué, ni
para qué.»
Y el Presidente fué oído. He aquí lo mas expresivo
MEMORIAS 351
de lo que cada órgano de la prensa dijo á este respecto ;
y si nos particularizamos con el Daihj Netvs, transcribién-
dolo integro, es porque aquel articulo es la manifesta-
ción del juicio ingles, que todavía siente vivo en su
alma el espíritu de raza del pueblo que contuvo á sus
reyes sin destruir la monarquía, que tiene el sentimiento
de la libertad, sin perder el hereditario respeto y amor
al gobierno, que es suyo, y no la imposición agena.
Se necesitan muchos años de -residencia entre nosotros
para que un ingles se persuada de que su sola misión
en la tierra es vender quincalla y comprar cueros.
Después de leer el manifiesto del señor Sarmiento, resalta
mas todavía la fealdad del procedimiento del Senado.
Tan mostruoso es ese proceder, que después de pasado
el primer momento, no ha habido un solo diario que levante
su voz para justificar al Senado.
La reacción ha sido rapidísima.
{La Tribuna.)
La opinión pública fallará y principia ya á pronun-
ciarse.
Entre tanto, podemos afirmar que será un día oscuro y
triste en la historia de nuestros Congresos, aquel día en
que un Senador dijo — «.Tiabajo contra la situación de una
Provincia», — situación legal y constitucional, reconocida
por los poderes públicos de la Nación y que tiene mas
de seis años de existencia.
{La Union Argentina.)
Lamentamos, sí, que el primer magistrado del país se
vea obligado á venir á justificarse ante la opinión, de los
reproches injustos que se le han dirigido, nada mas que
por haber cumplido un deber ordinario y casi de simple
tramitación, que ha venido á revestir el carácter de un
alto deber cívico.
352 OBRAS DE SARMIENTO
Hay una carta interceptada á un rebelde, tomado con
las armas en la mano, mientras atacaba á las autoridades
nacionales. El autor de esa carta no solo no la niega,
sino que la reconoce; confirma su contenido y se proclama
audazmente como un agente activo, que busca por todos
los medios, cambiar la situación de una Provincia.
«El Procedimiento Judicial estaba debidamente autori-
zado y el Senado no ha podido cubrir con el manto de
las inmunidades constitucionales, al que desde la silla
curul se declaraba á sí mismo un conspirador constante
contra la actualidad política de una Provincia.
Ahora bien, si el Juez Nacional, con razón ó sin ella,
solicita que se despoje á un Senador de los privilegios
personales que la Constitución le acuerda, ¿cuál es el
rol del Gobierno? ¿Podría oponerse á la acción de los
Tribunales?
La teoría del Senado es monstruosa. Ella viene á auto-
rizar la perpetración de un delito contra la Nación, tanto
mas grave cuanto mas altamente colocado se encuentra
el que, no solo la conciencia pública, sino sus propias
confesiones, designan como culpable del delito de sedición.
La carta reconocida, revelaba la existencia de un delito
severamente castigado por las leyes y era lícito al Senado
detener la acción de la justicia?
(La Nación.)
El estilo del documento que dirije el Presidente, es sen-
cillo á la vez que digno: las formas de la polémica han
sido olvidadas para dar lugar á la explicación lógica de
su conducta, precavida y prudente en esta" ocasión, si
efectivamente ha llamado en su apoyo hombres de consejo,
que hicieran valer su opinión como una garantía de acierto
en el asunto.
Nosotros, que no respondemos á las exigencias de una
política sistemada, hacemos cumplida justicia al Presidente
MEMORIAS 353
en esta ocasión, sin que sea un impedimento para ello la
censura que otras veces hemos hecho á sus actos.
{El ConstilucionaL)
Ayer dimos á conocer á nuestros lectores el acta de
acusación, que el pueblo entero, sin distinción de bandos
políticos, á no ser una que otra rara excepción, ha formu-
lado ya contra el Senador Oroño.
Hoy nos toca presentar la prueba de los cargos hechos.
A dónde vamos? se preguntan todos los buenos ciuda-
danos ? lal vez al desquicio, al desorden^ al crimen, á la guerra
civil, llevados al impulso de la política maquiavélica de
unos cuantos malos hijos de la patria.
Acusamos ayer al Senador Oroño, como perjuro, por ha-
ber faltado al sagrado juramento prestado sobre los Santos
Evangelios al ingresar al Congreso; como rebelde, por en-
contrarse á la cabeza de los movimientos revolucionarios
de Santa Fe, en comunicación con los traidores á la patria,
como reo de abuso de confianza desde el momento que no
ha podido desempeñar fielmente su cargo de Senador,
y desde que él mismo ha declarado que no se des-
prenderá de sus intentos revolucionarios; y por último,
como enemigo de la patria, desde el momento que ha
venido burlándose de las prescripciones constitucionales,
que él mas que ningún otro estaba obligado á obedecer
y acatar.
Veamos la prueba.
Con placer dejamos de escribir sobre esta materia, por-
que da vergüenza que en países que tienen el derecho de
titularse liberales y progresistas, se cometan semejantes
escándalos, en nombre de una Constitución que ha sido
pisoteada.
¡Adelante padres de la patria de Belgrano y de Moreno.
Amparad con los fueros al criminal rebelde; premiadlo
Tomo xlix.— 23
354 OBRAS DE SARMIENTO
con vuestras alabanzas; pero no olvidéis que legáis á las.
generaciones venideras, no solo un precedente funesto, sino
el oprobio de vuestra conducta.
{La Prensa).
TRADUCIDO DEL INGLES
ftNada impresiona mas á un ingles, al visitar las Repú-
blicas americanas, que la completa indiferencia con que
las revoluciones y las tentativas de revolución son mira-
das por mucha parte del pueblo. Alzarse en armas contra
la ley, y tratar de establecer gobiernos independientes en
partes del mismo dominio, ó derribar la autoridad estable-
cida y sustituirles otras en su lugar, por una infracción
violenta é insólita de las leyes que rigen las sociedades
y las naciones, parece un e^^tado normal de cosas.
Para que sirven las constituciones, si han de ponerse á
merced de cualquier corporación de individuos, que se
creen á si mismos mas capaces de tener las riendas del
poder que los que han sido legalmente nombrados para
administrarlas? Este no es el gobierno republicano, según
lo vemos expuesto en los libros de los publicistas, y pueste-
en práctica en Suiza y en Norte América.
Este, en efecto, no es gobierno de ninguna clase, sino
una desintegración de la sociedad, en sus antiguos elemen-
tos bárbaros, que usurpan el puesto del derecho.
La Inglaterra es una vieja monarquía, y por eso es des-
hechada como ejemplo para medir los países que se jactan
de poseer la libertad democrática. Sin embargo, como
asunto de curiosidad, nos será permitido comparar cual
habría sido la conducta del Parlamento ingles, sobre un
caso semejante ál del señor Otoño, que ocupó la atención
del Senado argentino, el martes.
Habiendo el Ejecutivo Nacional descubierto que este Se-
nador estaba en correspondencia con el caudillo rebelde
de Entre Ríos, envió los documentos que lo acusaban, al
Senado de que es miembro, pidiéndole que le suspendiera
sus privilegios de libertad contra arresto, sin duda con la
MEMORIAS 355
intención de que fuese juzgado por el delito de alta trai-
ción.
El acusado se presenta ante sus colegas Senadores, y cual
es su defensa?
Ni mas ni menos que una desvergonzada confesión de
su pasada correspondencia con Jordán, á quien le había
recomendado «no invadir k Entre Rios», como de su corres-
pondencia actual continuada con el mismo bandolero. Se
enorgullece de su conexión íntima con la rebelión, y
tiene el descaro de llamarse un verdadero «patriota».
Pues bien, como obran sus colegas Senadores? Lo
absuelven unánimemente, y se niegan á acceder á la súplica
del Ejecutivo.
Supongamos que hubiera una rebelión en Irlanda, y que
un miembro de una de las Cámaras fuese acusado por la
Corona de complicidad con la rebelión. Apurémosla ima-
ginación, y supongamos que este hombre, sea Común ó
Par, se atreviera á mantener su puesto en el Parlamento,
y reconocer y gloriarse de estar en correspondencia con el
caudillo rebelde. ¿Qué haría el Presidente de la Cámara de
los Comunes ó de los Lores?
No se levantaría de su asiento, y sin que mediase una
palabra, ordenaría al sargento de armas prender al traidor
confesado por sí mismo, ya fuese común ó duque, para en-
jriciarlo según las leyes del país!
Volvamos á nuestros hermanos de la República del Norte,
y {preguntémosles como habría obrado su Senado con uno
de sus miembros, que durante la guerra confederada hu-
biera osado confesar y envanecerse de haber estado en
correspondencia constante con Jefferson Davis.
Pero aun no es todo. Ese mismo señor Oroño se atrevió
en pleno Senado á estigmatizar alJefe de la República con
el sucio nombre de «calumniador», consistiendo la
calumnia en un cargo, que el acusado confiesa que es
cierto.
Sintió el Senado este ultraje á la decencia, esta sucia
aspersión al Jefe del Estado»* Nó; la miró con complacen-
cia, y su Piesidente no pronunció una palabra de repren-
sión.
Nosotros preguntaríamos: — ¿Quién es el señor Sarmiento?
En primer lugar, es un caballero particular, que en una
356 OBKAS DK SAKMIliNTO
asamblea de caballeros pediría protección de un grosero
insulto.
Pero es algo mas. En su persona es la representación
de la magestad y de la grandeza de la Nación Argentina,
que lo ha elegido su representante colectivo. El señor
Oroño en su insulto al Presidente, hizo un ultraje á todo
el pueblo argentino.
El Presidente en su carácter oficial, es tan sagrado
como cualquier rey ó emperador que alguna vez mandó,
y el hombre que, en su persona, insulta á toda la nación, es
un traidor.
Si un miembro del Parlamento británico, fuese tan loco
que se pusiera á insultar con un ei)íteto oprobioso á la que
es representante de la grandeza de la Inglaterra, ¿no lo
asiría del pescuezo su colega mas cercano, y lo entregaría
á la justicia?
El señor Oroño es un «hombre atrevido», se dice. Nos-
otros no lo creemos. Ningún valiente se pone á defender
rebeliones, ni mucho menos da cabida á la traición. Pero
él conocía el auditorio á quien se dirigía, estaba seguro
de sus simpatías, y sabía que su braggadocio iba á caer
sobre oyentes que lo deseaban.
Este es, sin duda, el aspecto mas desalentador de la
presente situación peligrosa de este país. Cuando sus
representantes, en sumas alta asamblea, lo abandonan en
su tiempo de necesidad, el verdadero patriota bien puede
exclamar desesperado: «Ay! de mi patria!»
{Daily News.)
IV
Hemos presentado en esqueleto, en artículos anteriores,
la contextura de la sesión en que se cerró la puerta á
lus tribunales de justicia, impidiendo perseguir y castigar
á los reos de rebelión ó sedición, cuyos delitos fueron pro-
bados, haciéndola seguir del juicio que los diarios formaron
acerca de aquel acto insólito.
Sus consecuencias duran hasta hoy, sin esperanza de
verlas terminar, pues la impunidad de los delicuentes está,
por decirlo asi, declarada, y casi establecida por ley. Desde
MEMORIAS 357
entonces se han producido diez tentativas de revuelta en
la Provincia de Santa Fe, por los mismos actores, bajo la
misma inspiración, y solo muertos, van ya mas de ciento
sesenta personas, entre ellas los Brocheros, un Culien, un
Rodríguez y algunos otros notables.
Para sentir todo el horror de estos desórdenes, debe
tenerse siempre presente la frivolidad de las razones
opuestas al allanamiento del reo, y la falsedad, probada
pur su misma evidencia, de las odiosas imputaciones, que
con aire triunfante se hicieron al Presidente. Podemos
ilustrar el pensamiento del señor Torrent, con algunos
ejemplos. Su opinión de que sea un desafuero, es decir, un
delito, el allanamiento que pide el juez, se funda en una
suposición, en una hipótesis, en una posibilidad, perj no
en un hecho..
Por mas que medien muchas palabras entre anteceden-
tes y consecuencias, el motivo que induce al senador To-
rrent á declarar desafuero el desaforo, está expuesto ai
comienzo de la oración^ y puede formularse asi:
«Si, según la opinión de algunos, me encontraba asocia-
do á esas soluciones del Presidente, lo que el Juez pide es
un desafuero; y por tanto están bien muertas las ciento
cincuenta personas que han caído á manos de los Broche-
ros é Iturraspes, liasta que los primeros han desaparecido
también.
Pero como hoy está averiguado que el Presidente no
hizo esas referencias que «acaso» se dirigían al señor
Torrent, resulta que lo que parecía desafuero, era en ver-
dad desaforo, y por tanto, concediéndolo, no habrían muer-
to los ciento cincuenta hombres, sacrificados á la suposi-
ción de que el Presidente hacía referencia, al parecer, al
señor Torrent.
El mismo argumento puede hacerse al abogado Quin-
tana, que aceptó las conclusiones jurídicas de Torrent.
No habiendo el señor Oroño herido profundamente el
grande amor propio del Presidente, dado caso que este no
pudiese, como el doctor Torrent, cubrirlo con su desden,
pues tantos jurisconsultos aconsejaron la acusación fiscal,
no era desafuero lo que pedia el Juez, «como tan mal lo
había dicho Torrent», sino desaforo, y otorgado como era
358 OHRAS UK SAKMIKNTü
de justicia, no pesaría sobre la cabeza del abogado Quinta-
na la sangre de las ciento cincuenta vidas sacrificadas.
Si la justicia nacional no se hubiera metido á defender
la libertad y la dignidad de nadie, sino después de probada
la inocencia del acusado, contra la inaudita pretensión del
doctor Quintana, de que ha de ser antes de iniciarse la
causa, el Senado habría funcionado, para hacer que las
leyes se cumpliesen, y á su vez hubiese funcionado la jus-
ticia nacional; como está probado, mas allá de la eviden-
cia que ninguna venganza personal ni política inspiró á
los jurisconsultos, letrados y jueces Velez, Pico, Tejedor,
Ugarriza, etc., etc., el pedido de allanamiento, resulta que
el doctor Quintana perturbó con falsos asertos la concien-
cia de la Cámara, ajó la magestad de la justicia nacional,
faltó á los respetos debidos al Presidente de la República,
y abandonándose á las «inspiraciones de su grande amor
propia, su excesiva intolerancia», su venganza personal y
política, han hecho sacrificar ciento cincuenta víctimas,
inocentes del odio impotente á este caballero, contra quien
no tiene ni el desden de Torrent, tantas veces mostrado
y usado que ya parece trapo descolorido.
Al poner de relieve estas torpezas, no tomamos siquiera
una revancha, legítima, contra tal cúmulo de injurias,
imputaciones odiosas, y calumnias de los que hemos lla-
mado triunviros, porque siempre obraron de consuno,
como consta de las actas y de los debates, sino que obra-
mos así, al ver que sigue y sigue el derramamiento de
sangre en Santa Fe, fomentado por la especie de patente
con que el Senado, bajo la instigación de aquellos tres
conjurados en su daño, revistió álos empresarios que están
deseando, hace diez años, obrar un cambio en esa pro-
vincia.
Los Congresos no son responsables, ante ninguna otra
autoridad, de sus errores; pero un Congreso posterior
puede corregirlos, derogando la ley impropia; y si fuere
un atentado ó un crimen el que obtuvo su sanción, se le
castiga moralmente, mandando tarjar las páginas, en que
consta la sesión en el libro de actas, á fin de que no pese
sobre la dignidad de la asamblea la fealdad -del aten-
tado.
Ahora, nuestras Cámaras han podido cometer muchas
MEMORIAS 359
faltas, sancionando muchas leyes injustas; pero ninguna
reviste los caracteres de un atentado, como aquella dene-
gación de justicia y amparo ofrecido á un indiciado de
crimen de que era acusado, aunque atenuándolo ó cir-
cunscribiéndolo, en condiciones favorables á su defensa.
El atentado consistió en juzgar al Presidente de la Re-
pública en lugar del reo. En admitir la defensa del cargo
en lugar y ante quien no correspondía; en inventar juego
de palabras como desafuero ó desaforo, como razón jurí-
dica de lo obrado. En reprobar y condenar la acción de
la justicia nacional, cosa que el Congreso no tiene derecho
ni facultad de hacer, en tanto que la justicia nacional
puede declarar inconstitucionales leyes dadas por el
Congreso, y aplicarlo contrario de lo que ellas ordenan.
El haber hecho mofa de la autoridad del Presidente, en
-equívocos y reticencias, como los usados por Araoz, y en
la constatación de la unanimidad, requerida por Quintana,
como un nuevo ultraje al Presidente, inocente sin duda de
tanta ignorancia, de tanta zana, y de una vanidad tan pue-
ril como la demostrada por todos los que dirigieron aquel
indigno complot, que al fin vino á redundar en oprobio
del Senado, impugnado por unanimidad de la opinión, así
que reconoció la verdad y en vergüenza eterna de sus auto-
res, que, según consta de las sesiones, fueron Granel,
Torrent, Quintana y Araoz, pues no es justo inculpar á
Oroño, desde que al reo le es permitido defenderse como
pueda.
Los siguientes extractos los hemos transcrito de apuntes
detallados tomados en Santa Fe, donde se están colectando,
■por orden del gobierno, todos los datos sobre muertos y
heridos, familias dejadas en la horfandad, daños á parti-
culares producidos, y costo de las fuerzas que mantiene
en pie la provincia, pues no hay hora segura contra in-
vasiones, asaltos, conspiraciones de los presos de las cár-
celes, ataques nocturnos, todo ello siempre por el mismo
grupo de individuos, bajo la misma inspiración.
No es un cargo que hacemos, pero si el recuerdo de un
hecho familiar, y son las continuas invasiones desde Bue-
nos Aires, ya de gentes que salen de la capital misma, ó
de verdaderas divisiones que se ^reúnen en San Nicolás,
Arrecifes y Pergamino, y que, una vez derrotadas, vuel-
360 OBRAS DE SARMIENTO
ven á asilarse, sin guardarse de nadie, y sin que nadie les
incomode.
Es posible que este estado de cosas cese, en fuerza del
cansancio, sino del escarmiento; pero transcurridos ya diez
años de continua zozobra, es de temer que transcurran
otros tiintüs en la misma lidia de acechanzas, hacienda
perder á aquella provincia muchos dineros y mucho tiem-
po malgastado, prolongando de paso medidas de seguridad,
justificadas por el peligro constante, y que necesariamente
son causa de nuevas quejas y cargos. Como se verá en
los estractos siguientes, indicamos con una palabra los
perdones del gobierno, las amnistías de las Legislaturas
correspondidas por un nuevo conato. Observaráse que
estos, no obstante ser efectuados en lugares y horas ino-
pinadas, nunca tienen éxito, porque nadie se les adhiere,,
y que por el contrario, cada día el escarmiento es mas
cruel, á causa de la creciente irritación de los espíritus.
Por ventura, están obligados, la Guardia Nacional, la Poli-
licía ó los vecinos de Santa Fe á morir á mano de los
Brocheros, de los Iturraspes y de los Leivas?
INVASIÓN Á SANTA FE — DIEZ MUEKTOS
Julio 1872— Bi'ochero é Iturraspe atacan el Cuartel de
Infantería — 10 muertos.
CONJURACIÓN
Octubre 1873 — Agentes de Oroño atacan las oficinas del Jefe
Político en Santa Fe, viniendo del campo, é ignorando
que estaba ya todo descubierto — dispersos y varios
muertos.
INVASIÓN DEL NORTE
Octubre 1874. — Iturraspo, Gaitan, Gallo, invaden del Norte. —
Hay un encuentro en que muere el cabecilla Gallo con
4 mas, fuera de heridos.
DE BUENOS AIRES, POR MAR Y TIERRA— CUATRO MUERTOS
1877 — Marzo 17— Los Cullen, (cuñados de Oroño), Bailan,.
Villalba, los Iturraspe, auxiliados de Buenos Aires, por
MlíMORIAS 361
tropas recolectadas por Oroño. — Combate del 20 de Mar-
zo. Herido Iturr'-ispe, muertos 4.
MUERE CULLEN Y VEINTE Y DOS MAS
1877 — Marzo 21 — Otro encuentro; muerto Cullen, un mayor
López y como veinte in(Jividuos mas — Indulto.
INDULTO
10 de Abril — Veinte días después del indulto, sofócase una
conjuración en Santa Fe, una hora antes de estallar.
En la casa inmediata á la del Gobernador Bayo se sor-
prende á varios hombres y armamentos reunidos. El
proceso seguido dio por complicado á don Camilo Al-
dao (cuñado de Oroño.)
motín— VEINTE Y TRES MUERTOS
1877 — 9 de Mayo — Motin en el cuartel de infanteiia del Ro-
sario, en combinación con los presos, que lograron
armar. La Guardia Nacional corrió á las armas, fueron
rodeados y vencidos, des[)ues de dos días de combate,
14 muertos, y nueve de la policía, en la noche anterior,
en las azoteas.
INVASIÓN DE BUENOS AlftES — TRES MUERTOS
1877 — Julio 14 — Invasión de Buenos Aires, por Oroño y On-
rubia — Toma del vapor Proveedor — Desembarco en las
Piedras — Combate en el Arroyo del Medio, 3 muertos,
entre ellos un joven Rodríguez de Buenos Aires — La
Legislatura concede amnistía.
1878— ^6/-i7 7— Recepción de Iriondo.
Asalto — cincuenta y dos muertos
Abril 15 — Asalto nocturno sobre los cuarteles y casa del
Gobernador — Leiva, Iturraspe — Brochero — 2 muertos
en combate, y otros tantos heridos en los hospitales.
Fuga — Iturraspe huyendo, hace matar capataces de estan-
cias y peones, seis muertos.
362 0BRA.3 DE SARMIENTO
Combates de las Higueritas, frontera: entre muertos y heri-
dos, 40— Murieron un Candioti y un Leiva, herido un
Iturraspe— Cerca del Rosario, batidos 60 ó 70, idos de
Buenos Aires. Tomaron á San Lorenzo, vencidos des-
pués con muertos y heridos y prisioneros de proceden-
cia de San Nicolás.
Suma, total averiguada: ciento cincuenta muertos
POK EL odio de SaKMIENTO
Pacificada toda la Provincia, se descubre en una quinta á
las inmediaciones del Rosario, un punto de reunión y
un gran depósito de armas, para nuevas tentativas.
Oroño en San Nicolás — ^Reuniones de gente en Arrecifes
y Pergamino.
LITTERA MANET (i)
El Gobierno Representativo es necesariamente un gobier-
no por escrito, mediante la taquigrafía que fija la palabra,
la prensa que la divulga, el telégrafo y el vapor que la
llevan rápidamente á los estremos de un país, por dilatada
que sea su área geográfica.
Los ciudadanos de una República, grande como el Celeste
Imperio, Representados en Congreso, no importa que sean
millones, no importa la ciudad, villa ó campaña en que
vivan, asisten de hecho á los Debates de sus Representan-
tes, oyen sus observaciones, juzgan iie su capacidad, hon-
radez y principios, porque esas tres cualidades constituyen
el Representante de un pueblo civilizado.
El pueblo, en su acepción moral, es la suma inteligencia,
la suma justicia, la suma ciencia política de una parte de
la humanidad, en un siglo dado.
El sistema representativo sin publicidad pronta, general,
en todo el país, puede degenerar en una conspiración de
habladores paniaguados con cómplices por auditorio.
(1) Esta página sirve de introducción al folleto que con el mismo título fué
publicado por el Presidente. El Manifiesto del Presidente sobre este asunto lo
hemos reservado para el volumen que contendrá los Papeles del Presidente.
(Nota del Editor. )
MEMORIAS 363
Un incidente había perpetuado en nuestro sistema repre-
sentativo iiasta 1869, las sesiones del Congreso, como un
hecho local.
La República sabía por el cúmplase del Presidente, que
una ley se había dado, sin duda por que habrían mediado
para ello muy buenas razones, sobre las cuales el pueblo
soberano era remitido á la publicación que de ellas se
hiciese cuatro años después, en el Diario de Sesiones. Prove-
nia este desorden, no de mala intención de los Represen-
tantes, sino de una de las deficiencias de la vida de pue-
blos nacientes.
Hemos visto un interrogatorio principiando en una ciudad
poco después de fundada, en los tiempos de la conquista, en
que el escribano pone al pie este proveído: y «habiéndose
acabado el papel que hay en la población, se dio por termi-
nada la investigación, y pase á Mendoza el solicitante á
continuarla con los declarantes que allí hubiere.»
Podían nuestras Cámaras decir de sus sesiones algo pa-
recido: «y no habiendo sino el taquígrafo Camaña para dos
Cámaras, aguarde el pueblo tres años para saber lo que
motivó las leyes del presente.»
Añadíase á este andar de la carreta delante de los bueyes
la facultad que tenían los oradores de corregir sus discur-
sos, para completar la confusa redacción taquigráfica con lo
que mas tarde hallaban dicho de mas, ó mal dicho y peor
pensado, usando de esa prerogativa el Senador Mármol
una vez hasta reducir ciento tres páginas de traducción
del taquígrafo, ó cinco del orador refutado, y convencido
ya de sus errores.
Así sucedía que el que asistió á una sesión oral, tenia
el gusto de leer después otro discurso del que había oído,
ó bien al leer la refutación hecha al preopinante, echar
de menos en el discurso de éste, las ideas refutadas, pues
el astuto había tenido buen cuidado de suprimirlas por
inconducentes cuando le llevaron á corregir su discurso.
Todas estas incongruencias que harán reir á la genera-
ción próxima por ridiculas, fueron desde luego destruidas
por la presente administración, creando un cuerpo de ta-
quígrafos bastante numeroso para proveer á las necesida-
des de las sesiones; y desde este año la prensa da el Diario
■de la sesión de dos días antes. Cuando alcance á darlas al
364 OBRAS DE SARMIENTO
(lía siguiente, la brirra desaparecerá sin necesi(iad de
hacerla des[)ejar, pues-es preciso ser haragán de oficio para
ir á engrosarla, y molestarse cuatro horas, en lugar de
leer cómodamente las sesiones en su casa, bien redactadas
y puestas en orden. Tenemos barra porque no teníamos
taquígrafos, que son los que pregonan ante la Nación entera.
las razones de la ley ó los debates que la precedieron.
Tan reciente es la introducción de este elemento com-
plementario del sistema representativo, que los oradores
mismos no se han apercibido de ello; y continúan hablan-
do, como si no tuviei'an otro auditorio qué el centenar de
habitúes que concurren á la barra, sin cuidarse de la frase,
con tal que sea contundente, como la requieren los espec-
tadores de un teatro para aplaudir ó silbar sucesiva ó
conjuntamente.
Debe atribuirse á esta restringida atmósfera de antaño el
tono de invectiva que ha tomado nuestra oratoria parla-
mentaria, el cinismo de las aserciones, y la falta de moral
y de principios que ostentan no pocas veces oradores que
son menos ignorantes de lo que parecen serlo, ó menos
audaces de lo que allí se muestran.
No se explica de otro modo, cómo podría haber un Sena-
do, por ejemplo, que se emi)eñara en que, en materias que
pretende graves, es preferible el dicho in voce y á la minute,
de un Ministro, al Informe escrito del Jefe del Gobierno,
acompañado de documentos, lo que le impone la respon-
sabilidad de sus ideas ante el país, y, si pasa plaza de
entendido, ante el mundo. Pero la barra se aburre de oír
leer papeles en tono grave, mientras que los habitantes
del Estado que van á leer en sus casas y á sus horas
el Diario de la Sesión anterior, se dan por mal servidos,
cuando en lugar de razonamiento encuentran dicterios; y
como á estos daba al preferirlos ex[)resion y acento el
gesto y el ademan iracundo del orador, halla insi[)ida esta
vocinglería, y duda de si en efecto aquellos (aplausos) que
siguen á lo mas vituperable del discurso, no han sido
puestos por el Editor del Diario, á fin de mantener viva la
atención del lector desapasionado y codicioso de instruc-
ción.
Creemos que el hacer notar la diferencia de teatro y de
espectadores, hará que sean en adelante mas indecisos los
MEMORIAS 365
que tomen la palabra, y que aventuren menos conceptos
desautorizados, aunque de buen efecto para un momento
de sorpresa.
Las sesiones consagradas á las 16 preguntas del cono-
cido interrogatorio, dan de esta negligencia y de aquella
adaptación del discurso á la audiencia de la barra, un
triste ejemplo. Mucho ruido y pocas nueces, hubiera de
ser el título con que debieran publicarse. Qué precipi-
tación para formularlas! Qué 'desorden de ideas! Qué
aserciones tan enfáticas! Qué arrogancia y desatención
para traer al culpable al banco de los acusados! Qué
tiempo y paciencia para leerlas I T sin embargo, cuando
aparecen los Mensajes escritos, llevando mas allá todavía
de lo que se imputaba á crimen en el Ejecutivo, la defensa
y sosten de sus prerrogativas, silencio profundo de los
agresores de ayer, á punto de hacer creer al lector lejano
que el triunvirato sft lo ha tragado la tierra, si no fuera
que el hábito adquirido del denuesto, hace oir todavía
un decrescendo de voces como los coros de la ópera que
se alejan cantando de la escena, hasta fingir que se
pierden las voces á la distancia.
Publicamos á continuación la famosa sesión en que
por unanimidad el Senado absolvió á uno de sus miem-
bros, del crimen que nadie le imputaba, y él confesó,
de estar en correspondencia con el rebelde asesino
Jordán. El hecho es uno de los mas memorables ejemplos
del pernicioso efecto que produce sobre los ánimos, el
complot de los oradores, la estrechez del local, y la
presencia de una barra.
Una joven embriagada por las fascinaciones de un
momento, seducida y deshonrada, no vuelve mas pronto
de lo que ha vuelto la opinión pública sobre la catástrofe
de aquella sesión. El cuerpo mas espectable del Estado,
fuá sorprendido, fascinado y precipitado á un error de-
plorable, declarando lícita la rebelión, adorable el cinismo,
muerta la moral, impotentes las leyes y suprimida la
traición del catálogo de los crímenes.
Precede á la sesión, lo que sin formar parte de ella,
destruye todo su brillo falaz, como el de los ojos del
febriciente en delirio, esto es la sencilla relación del tan
vilipendiado Presidente, que solo toma parte en el debate
366 OBKAS DK SARMIENTO
para mostrar que él ha sido el que menos prisa se ha
dado en entregar un culpable á la justicia.
Sigúele el indignado dolor del hijo de la vieja Inglatera»
al ver que el sistema representativo con que ella dotó al
mundo moderno, se ha prostituido en una asociación que
se pretende República, hasta hacer de él un instrumento
de indignas especulaciones, para trastornar el Gobierno
y fomentar las rebeliones, en que se desangran inútilmente
las repúblicas sud-americanas.
Sigúele en fin la expresión del sentimiento público, en
los escritos de diarios que nunca fueron indulgentes, pero
que sienten que el sistema está, herido de muerte y el
honor del pais mancillado.
EL PRESIDENTE REO
Acusado por un Senador^ Fiscal oficioso ante su Juez constitu-
cional, el mismo Senador.
( INÉDITO )
El lector ha recorrido ya la acusación contra el gobierno
del Presidente Sarmiento, que el Senador Dr. D. Manuel
Quintana ha interpolado en una discusión sobre la con-
veniencia de crear en el terreno llamado Palermo de San
Benito, un Parque ó jardines públicos. En derecho par-
lamentario, intercalar asunto tan extraño al debate, es
lo mismo que hace el vendedor tramposo de lana que
echa piedras en la lana, para que pesen en lugar de la
lana que escamotea.
No es de la defensa del Presidente de lo que vamos á
ocuparnos; pues cuando la injuria es gratuita y la vio-
lencia no motivada, la ley no exige al agraviado expli-
cación ni disculpa. ¿Qué prueba, por ejemplo, exigirle
al agredido de que no es ladrón, cuando un malvado le
llama tal, sin que á él le haya hurtado nada, ni siquiera
tenido un sí, ni un nó con él?
El Senador Quintana se ha sustituido á la Cámara de
Diputados, después de obtenido mayoría de dos tercios de
votos, para convertirse en el Fiscal acusador de oficio
MBMOKIAS 367
del primer magistrado de la República, toda vez que
un proyecto se presenta eri su nombre. Urde lo que él
llama interpelaciones y el hecho muestra que son com-
plots de paniaguados con propósitos electorales, y pre-
para interrogatorios cabeza de procesos, como si fuera
el Juez sumariante, con la particularidad de exigir la
confesión del reo, para que sirra de semi plena prueba
de delitos de que nadie lo había acusado antes.
En un debate parlamentario- sobre un Parque, intro-
duce su acusación sempiterna, y cuando el lector desa-
percibido va á buscar en el diario de sesiones el pro
y el contra de una cuestión de higiene, de agricultura
y ornato, se encuentra con que hay, entre informes de
médicos, agrónomos é ingenieros, un informe en derecho
del Senador Quintana, que establece el número exacto
de las veces que el Presidente en seis años ha violado
la Constitución.
Es requisito esencial de toda acusación, oir al reo en
su defensa; pero el Senador Quintana, . abogado distin-
guido, olvida las garantías que rodean á cualquier mise-
rable y mete su acusación entre plantas y flores, en
via de disgresion, y cierra la puerta á su víctima para
toda defensa, pues no tiene ni ocasión, ni ante quien
de'-ir lo que hemos de decir ahora para que conste,
como consta de documentos públicos el inconsiderado y
permanente ataque.
¿De qué acusa al Presidente? ¿De violar la Constitución?
Vamos á demostiar que al hacerlo, el Senador Quin-
tana viola la Constitución, atropella los respetos huma-
nos y destruye las bases de todo gobierno y de toda
legislación.
La ausacion sistemática contra el Presidente es la prueba
misma de lo que sostenemos. Un Senador no puede for-
mular acusaciones de funcionarios públicos. Es punto
decidido que el Senado no representa, como la Cámara de
Diputados, al pueblo ni á la opinión pública. El Senada
es un mecanismo legislativo cuyo objeto es considerar con
mas experiencia y calma la materia de la legislación. Ad-
ministra junto con el Ejecutivo en ciertos casos. Juzga
con un juez supremo á su cabeza, los delitos acusados por
la otra Cámara de ciertos funcionarios.
368 OBRAS DE SA.RMIKNTO
El Jefe del Estado puede ser acusado. Si es dinástico,
se le declara inviolable, es décimo acusable, á fiti de no com-
prometer la estabilidad secular que se pretende dar al
Ejecutivo. Si es electivo, por tiempo señalado, no se con-
cede al pueblo, ni á un Diputado el derecho de acusarlo,
ni á una simple mayoría. Dos tercios de votos han de con-
currir, para establecer siquiera que hay lugar á acusación.
Deducida ésta ante el Senado, })residido por un juez de
derecho, es oída la defensa y fallado el caso en cuanto á
cesar en su oñcio y cuando mas á ser declarado inhabili-
tado políticamente.
Estas precauciones esquisitas y estas salvaguardias tan
poderosas, se han inventado para estorbar que los partidos
y los ambiciosos pretendan, con cualquier motivo, anticipar
el término de la renovación de los poderes, en provecho
propio, ó debilitar con imputaciones diarias, tergiversacio-
nes y calumnias la autoridad del Presidente, degradarlo
ante la opinión y preparar el camino á las revueltas y al
desobedecimiento á las autoridades, á título de abusivas,
incontitucionales.
Un Senador que se constituye en fiscal, acusador y de-
nunciador de los actos del Presidente, viola las convencio-
nes puramente humanas, que hace del Senador la clase de
funcionario público que es. Si sus atribuciones fuesen las
mismas que las de los miembros de la otra Cámara, sería
ociosa la bipartición del cuerpo legislativo.
Si pretende usar del derecho del ciudadano; á mas de
que el ciudadano no tiene derecho de acusar, ese ciudadano
para serlo, debe renunciar el puesto de Senador que su
conciencia ó su patriotismo, ó su ambición, no le permite
desempeñar, en el sentido y para los fines con que la Cons-
titución bu creado este cuerpo de hombres moderados, por
su mayor edad, su mayor caudal, su experiencia en los ne-
gocios y su doble duración en el cargo, á fin de que, en
cuanto es posible anticiparlo en combinaciones humanas,
no se deje afectar fácilmente* de los intereses, pasiones ó
errores dominantes.
Esta es la mente al menos, de la institución del Senado.
E! Senador Quintana, como se ve, está mal sentado ahí.
Debe pasar á la extrema iz(j[uierda de la Cámara de Dipu-
tados. Le falta la indulgencia, la tolerancia, la circuns-
MBMORIAS 369
peccion de juez designado, como es, por virtud de su
oficio'. Atacando, denunciando diariamente abusos, arbi-
trariedades, es Fiscal y no Juez probo; y si puede ser lo uno
y lo otro sin remordimiento de conciencia, será verdugo
también en nombre de la libertad ó de la Constitución, y
hasta ahí suele llegar el fanatismo de una idea.
Acusando ademas al Presidente en ocasión, lugar y con
motivo que no abre camino á este funcionario para su
defensa, comete un delito de lesa justicia humana, estable-
ciendo cargos que no pueden ser contestados.
¿Cómo se defiende el Presidente, en un proyecto de crear
un Parque de árboles, plantas y flores, contra un ataque
en que se le condena como transgresor de toda ley y Cons-
titución, no ya en el Parque ni en el proyecto, sino durante
toda su administración?
Es que deprimiendo, ennegreciendo al Presidente, se
olvida que ese Presidente es un hombre con los mismos
derechos que los demás; que la reputación de hombre
honrado que posee, no es propiedad de un Senador, ni una
res nullius de que puede apoderarse cualquiera para destro-
zarla y hacerla servir á sus propósito, quizá á su ambición,
que no puede ó no sabe abrirse camino, si no es destru-
yendo á los que están en posesión legítima de los puestos
que ese cualquiera codicia.
Si el Senador no siente estas delicadezas que moderan en
los demás los apetitos demasiado vivos, no respeta, y por
lo contrario, viola esa Constitución que invoca, toda vez que
ella le pone obstáculo á sus pasiones; de manera de dejar
sospechar que para él, Senador y Senado son sinónimos y
por tanto, Quintana y Senado, sinónimos, Quintana y Con-
gresos sinónimos, Quintana y Constitución sinónimos!
En la sesión del 23 de Agosto de 1873, con motivo de un
proceso que bautizó con el dudoso é inconstitucional nom-
bre de iyiterpelacion, avanzó esta extraña teoría: — «Se equi-
« voca el señor Ministro, cuando cree que el Congreso
« tiene sus brazos atados y carece de todo otro derecho
« que el de la acusación, verdaderamente imposible, por mas
« autorizado y constitucional que sea, dadas las condicio-
« nes actuales de nuestro país.»
He aquí, pues, que la parte de la Constitución que res-
Toíio xux. — ¿V
370 OHHA.S UK «AKMIKNTO
guarda al Presidente contra acusaciones informales, na
está vigente en nuestro país, atendida la situación del país.
Es verdaderamente imposible la Constitución á este respecto, y
por tanto queda librada la estabilidad del gobierno y la
honra y persona del Presidente á la zapa y al martillo del
Señor Quintana.
Pero si es verdaderamente imposible la acusación, con acu-
sador, juez y defensa, el Senador Quintana debió retirarse
del Senado; porque este cuerpo es verdaderamente inútil, si no
tiene su prerogativa y función especial, que es la de juzgar
á los altos funcionarios, cuando la otra Cámara los acusa
con las formalidades proscriptas.
¿Porqué es verdaderamente imposible la Constitución?
¿Qué situación era la actual? En todos los países y en
todos los tiempos y situaciones es verdaderamente imposi-
ble acusar al "Jefe Supremo del Estado, sin concurrir dos
tercios de votos en la acusación y dos tercios de votos en el
fallo, oído el acusado.
Las situaciones de las naciones son las mismas siempre
para observar estas prescripciones. Es la necesidad de con-
servar el gobierno, contra las ambiciones prematuras^
inmoderadas, ó anárquicas, de un lado; conveniencia de
corregir los abusos que amenazan trastornar las intitucio-
nes de parte de los mandatarios; obligación forzosa de oír
al acusado dar las razones que motivaron y justificar sus
actos.
No busquemos ejemplo en Europa, pues solóla acusación
contra el ministerio Polignac nos suministra la Francia,
que ha derrocado antes y después, diez gobiernos y no ha
organizado ninguno constitucional todavía.
En los Estados Unidos el Juez Chase, acusado ante el
Senado, cuyo local se colgó de terciopelo colorado, para
indicar la solemnidad del acto, fué oído y absuelto.
Recientemente, acusado el Presidente Johnson por una
mayoría de nueve décimos de la Cámara, ante una mayo-
ría de cuatro quintos del Senado que le era adversa, fué
absuelto, oída la defensa, por no concurrir dos tercios de-
votos á la condenación.
El General Butler, presidente de la comisión de acusación
decía: «el Senado es su propia ley», como diría el Senador
Quintana. Ticknor Curtís, el conocido constitucionalista
MKMORIAS 371
le replicaba: — «El Senado juzgando, es juez de derecho, y
falla conforme á derecho. — ftSeñor Presidente», invocaba
Buttler al de la Corte Suprema que lo es del Senado para
este caso, — «Señor Juez Supremo, Chief Justice», le llama-
ba siempre la defensa, y ante estas sutiles distinciones
sucumbió la acusación, porque el Senado cumplió su deber
de juez, ahogando su odio de partido.
Diez eran las articulaciones que creyó formidables aque-
lla formidable mayoría de Diputados. Tadeo Stevens, an-
ciano que contaba medio siglo de vida parlamentaria, dijo:
«Estos diez cargos los levantan un tinterillo de aldea
(abogado ramplón). Yo presento este undécimo: — «Por
hiibev W-dmaido traidores en diversos actos públicos á Sena-
dores, nombrándolos por sus nombres — Yeremos quienes
acefttan el epíteto, absolviéndolo.» Ese único artículo fué
votado y absuelto el acusado, porque no era en acto oficia^
que les llamó tales, y porque usaba ó abusaba de la libertad
que se tomaban los Senadores de llamarle arbitrario, dés-
pota, conculcador de las instituciones!
Una vez el Diputado Quintana supo ó creyó saber, que
el Presidente de la Rejmblica había escrito un artículo
burlesco en que lo mencionaba á él, y en la sesión si-
guiente denunció el atentado ante la Cámara é invocó las
furias infeinales para execrar al Presidente por delito tan
horrendo. Si el Senador lee hoy con calma el escrito y
el diario de sesiones, verá cuan intolerante era su vanidad
entonces. En cuanto al Presidente, dicho se está que es
permitido contra él en la prensa, en las Cámaras, todo géne-
ro de denuestos é increpaciones.
Ya hemos visto como el Senador Quintana suspende la
Constitución en todo aquello que proteje al Ejecutivo;
siempre que él trabaje por desacreditarlo. ¿Porqué? Por-
que siendo Senador el señor doctor Quintana, no ha de
haber valladar que limite sus pretensiones.
En otra sesión avanzó esta doctrina, explicativa de todos
su'í actos: «el Senado es el cuerpo mas alto de todos los po-
deres de la República.»
Mas alto de todos, es lo que en buen castellano y en
latin se llama supremo, como postremo lo mas posterior é
ínfimo, lo mas bajo de todo. La Constitución dice, sin
embargo: «El Presidente es elJefe supremo de la nación.»
372 OBRAS l)K SAKMIBNTO
No incurriría en estos errores el Senador Quintana, sino
creyese que donde se sienta él, está el poder supremo,
diga lo que diga la Constitución, y no olvidaría que el Se-
nado no es un poder, sino una rama de uno de los tres
poderes del Estado. El Senado no puede nada de por si,
sino es juzgar, y alguna otra atribución administrativa que
ejerce en concurso con otros poderes; pero desde que decla-
ra verdaderamente imposible llenar el Senado su función
primordial, es una rueda inútil y el Senador está de-
más.
Es raro, casi imposible la unanimidad en los cuerpos
colegiados y menos en ambas ramas de la Legislatura, si
la materia en discusión pasa por las formalidades reque-
ridas. Uno de los triunfos parlamentarios del Senador
Quintana, ha sido realizar este imposible. ¿Para algún fin
útil sin duda, ageno á ios intereses de partido, como la
creación de un Parque en una gran ciudad que carece de
este indispensable complemento? — Nol Para hacer al Se-
nado que embarazase la acción de la justicia ordinaria,
sustrayéndole un reo de conspiración, á quien delataba una
carta suya, reconociéndose cómplice y director de rebelio-
nes, después de confesado con alarde que ese era en efecto
su constante propósito y afán.
Es hazaña esta, que lo llevará á la posteridad, pues el
delito, la jurisdicción del juez, la clase de prueba, el reco-
nocimiento de la firma y la confirmación y confesión pú-
blica del acto incriminado, no son creación de nuestras
leyes é instituciones propias, de cuya aplicación puede
decir, que es verdaderamente imposible, por constitucional y
legal que sea, dada la situación actual del país. No; delito,
reo, prueba, confesión de parte, pertenecen á todas las
naciones, en todos los tiempos y bajo todas las formas
de gobierno; y el extravío del Senado, abrigando al reo en
su recinto, como en los lugares de asilo de la edad media,
estará presente y vivo ante la justicia humana, y el Senado
futuro, como el rey David, leerá á la entrada de su recinto,
ct peccalurn meum contra meet semperl La unanimidad para una
denegación de justicia al juez mismo, la unanimidad
para proclamar inocente al que se obstina en proclamar-
se reo!!
La doctrina la proclamó en las interpelaciones en que
MEMORIAS 373
el Senador Quintana y el acusado de conspiración, obra-
ban de común el insolidum en otra conspiración senatorial.
— «El poder legislativo, había dicho el Senador Quintana,
es el único poder que colectiva é individualmente no está
sujeto á responsabilidad legal.»
Un hombre versado en la materia entendería que, com-
poniéndose el poder legislativo de dos ramas, es como Con-
greso colectivamente irresponsable é individualmente cada
Cámara. Su idea es otra empero. Los individuos que for-
man una de las Cámaras son irresponsables de las ideas
que viertan en el ejercicio desús funciones y la inmunidad
de arresto provee á ese objeto; pero son responsables de
todos los crímenes que cometan ó de que sean acusados
ante la justicia, haciendo esta conocer á su Cámara la
semi-plena prueba djel delito.
El Senador Quintana, defendiendo á su socio de interpe-
lación, mostró cómo el Presidente obraba por rencor hacia
el inocente compañero, sustituyendo asi al Juez que era
quien pedía el allanamiento del privilegio, por un nuevo
reo de la invención y el comodín del Senador. Este nuevo
acusado, no sabiendo, donde hacer su defensa, se dirigió
al público, revelando que con él habían diez jurisconsultos
copartícipes de aquel rencor. La alcaldada estaba consu-
mada y hasta hoy el Presidente es el reo castigado.
Y mientras tanto hay castigos legales, solemnes, dura-
deros para los Congresos, Parlamentos y Legislaturas que
violan los principios fundamentales en que la sociedad
reposa. Cuando un Congreso comete un crimen, otro Con-
greso futuro, diez ó veinte años después á fin de salvar el
honor de la institución, revisa el acto y lo declara nulo^
ordenando que en el libro de las actas parlamentarias se
tarje á pluma el acta que recuerda el hecho cul pablen y el
curioso que registra las actas del Parlamento ingles, mira
con recogimiento las rayas negras pasadas por resolución
del Parlamento.
Un día cuando el sentimiento de la justicia se despierte
en nuestro país, el acta que recuerda que el Senado sus-
trajo á la acción de la justicia á uno de sus miembros,
con declaración y confesión de parte de haber cometido
el delito de que se le acusaba, con el cuerpo del delito
constante de una carta suya, la que excusa otra prueba
374 OBRAS» l>a SAKMIKNTO
testimonial, substituyendo el Senado, por el reo verda-
dero al Presidente de la República que no era el Juez
que pedía arresto del reo, ese día se ha de tarjar el
acta del Senado en que consta que tal crimen se co-
metió.
Hay todavía otra responsabilidad, aunque no sea legal,
pero que es igualmente eficaz. El Senador Quintana no
ha sido ni candidato para Presidente y él sabe medir la
importancia de este veto público, solemne, universal, in-
cuestionable, puesto á su legítima aunque violenta ambi-
ción. Si lo atribuye al rencor del Presidente; tendrá que
convenir que una señal, un gesto del Presidente bastaría
para que toda la República se auna para escluirlo de la
presidencia lo que no es admisible, ni menos lo será
cuando otros individuos desempeñan ese cargo. Existe un
tribunal de la opinión pública, que ya no es la compla-
ciente barra, sino la opinión de la República entera que
se expresa por signos inequívocos, por desestimación polí-
tica que castiga en silencio.
Pero hay otro tribunal ante el cual ha de responder de
tales actos, y es el saber argentino, representado ante los
liberales del mundo, ante su país mismo, ante el juicio
de la historia, por esa misma víctima de sus ataques en
presencia de la transitoria barra, el que puede escribir una
carta á Taboada y matar en su agujero á una alimaña
que había estado veinte años labrándose un Paraguay
Mi ni.
Veamos ahora como profesa las ideas de libertad del
pensamiento, cuando no expresa el suyo. El Presidente,
al venir de Estados Unidos, deseando hacer conocer en su
país los comentadores de la Constitución mas modernos,
propuso la traducción, de Pomeroy, Lieber, Paschal y los
Poderes de Guerra del Presidente por Whiting, libro este
último que obtuvo diez ediciones y había sido requerido
en país que vivió setenta años en completa paz, para
mostrar cuales eran los medios que el derecho de gentes
y la Constitución ponen en manos de las naciones, para
defender su integridad y su gobierno, atacado por la mas
formidable rebelión de los tiempos modernos.
La Cámara votó los fondos casi por unanimidad; pero el
Presidente Quintana baja de su asiento para pedir recon-
MSM0R1A.S 375
«ideracion, diciendo: — «Aunque no he leído ese libro, como
conozco de antemano la opinión del Presidente, no debe
■autorizarla Cámara su impresión». .. Y votado de nuevo»
fué pasado al Índice expurgatorio. Un lego portero de Ja
Inquisición no hubiera ido tan adelante. Suelen condenar
las beatonas los libros por las tapitas doradas; otros in odium
autoris; pero condenar por concomitancias presumibles,
cerrar los ojos y taparse los oídos, para no leer ni oir, he
ahí el amor á la libertad del Senador. «El es su propia
regla.» Es papa infalible en cuestiones de dogma político.
Los norteamericanos con sus libros huelen á heregía. El
libro corre impreso sin embargo y aunque el Senador Quin-
tana nunca se ha dado el trabajo de escribir cosa alguna,
tendría el deber de refutar las doctrinas que están en Whi-
ting, Pomeroy, Paschal, Calvo y tutti quanti, íunákndose en
la práctica de todas las naciones y en el derecho de gentes,
que es el que establece los derechos de la guerra, pues esta
se hace entre dos naciones y por derivación entre grandes
fracciones de una nación dividida por la guerra civil.
En su empeño de amenguar al Poder Ejecutivo, mientras
él sea miembro del Supremo Poder Senatorial, intentó hacer
de aquel, en las intervenciones, un simple agente del Se-
nado ó de ambas Cámaras, que para él es lo mismo; y no
sabiendo cómo, ideó este expediente. «Mientras no se dicta
la ley reglamentaria de las intervenciones, se dictará una
ley especial para cada caso que ocurra.»
La justicia humana no se ejerce sino en virtud de una
condenación previa de ciertas acciones en todos los casos
en que se cometan en adelante. La soberanía popular no
alcanza hasta autorizar á sus legisladores á dictar leyes
ex post fado. Es crimen de lesa humanidad. Para el Se-
nador Quintana es una guinda, cortarle al cuerpo una ley á
cada marchante. Cometa Vd. su acción y yo decidiré des-
pués si es criminal ó no. El Congreso ademas asumía aquí
funciones judiciales ¿no era mejor someter al Poder Judicial
la averiguación de los hechos por sumaria información para
saber de qué lado está la razón?
Las Constituciones de todo el mundo, establecen que los
actos del Poder Legislativo sean sometidos al Poder Ejecu-
tivo para su aprobación, si no los devolviese aprobados por
■iser requisito esencial esa aprobación, pero como el Senado
376 OBRAS DE SARMIENTO
es Supremo, el Senador propuso y lo rechazó el Presidente
someter antes del término fatal de diez días al Congreso,
para su aprobación, los actos del Ejecutivo en materia dfr
ejecución de una ley de carácter ejecutivo, cual es el em-
pleo de la fuerza. jFriolera, cambiar los frenos!
Veamos como entiende el texto déla Constitución, cuando
no la suspende en «consideración» á la situación actual, ó
no subvierte las atribuciones, ó no levanta poderes supre-
mos donde él está.
La Constitución da la iniciativa en el bilí ó proyecto, ó
al Ejecutivo. Una Constitución es como un discurso se-
guido, una composición literaria, que se va desenvolviendo
sin perder de vista el sujeto y los antecedentes. Como la
ley es la expresión del mayor saber, el que legisla necesita
datos para confeccionarla, y el Poder Ejecutivo adminis-
trador tiene el conocimientos de los hechos, cuyo conoci-
miento se requiere para mayor acierto de la ley. Si es
pues, la Cámara lo que por uno de sus miembros presenta
un proyecto, puede pedir informes al administrador; si es
el Ejecutivo el autor del proyecto, entonces puede recibir
explicaciones de su proyecto, si no estuviese manifiesta la
razón de cada artículo.
Un hecho reciente servirá de explicación. El Ejecutivo
presenta un proyecto á la Cámara sobre la creación de un
Parque en Buenos Aires. La Comisión encargada de es-
tudiarlo, aceptando y apoyando con calor la idea, suprime
sin embargo un artículo y añade otro. Pudo llamará su
sala al Ministro para recibir explicaciones del significado de
ese artículo, cuya importancia no salta á primera vista^
El Ministro le hubiese dicho que creando por el texto de
ley una Comisión que debe invertn* fuertes sumas, gran
parte de las cuales no entran en la administración del pre-
supuesto, que estando el terreno, no solo bajo la jurisdic-
ción provincial, sino siendo propiedad pública, sin propie-
tario; y debiendo invertirse en la mejora del Parque fondos
cuantiosos de otra procedencia y jurisdicción, porque ha
de durar años y años, y requiere dirección y administración
seguida y exenta de los vaivenes y cambios políticos, con-
venía para evitar troi)iezos en lo futuro renovaciones etc, —
crear en una comisión, una persona jurídica y una autori-
dad capaz de recibir fondos é invertiilos, dando cuenta en.
MEM0M1A8 377
general, á las autoridades provinciales, pues en su juris-
dicción y no en la nacional ejercería su acción. La ley
ha salido trunca, desvirtuada y será necesario completarla
mas tarde, á propuesta de la Comisión nombrada de oficio
ya que no la había legal. Si la comisión legislativa,
usando de su derecho de llamar al Ministro á su sala, para
recibir explicaciones de su proyecto, hubiese conocido la
importancia del artículo que suprimió creyéndolo redun-
dante, esa obra no habría sufrido los tropiezos y embarazos
que indudablemente sufrirá.
Pues bien; el Senador Quintana creía como muchos que
la palabra explicaciones usada en la Constitución, es la que
en la diplomacia se usa cuando un gobierno, por me-
dio de su Ministro acre-litado, reclama la causa de algún
acto que pueda dañarle. Estoy satisfecho, es la contes-
tación del Ministro, si en efecto la explicación dada es
satisfatoria. Hay en este caso derecho de pedir. La Cons-
titución dice que la Cámara puede llamar á su sala á los
Ministros para recibir informes, si el proyecto viene de la
Cámara, ó explicaciones, si viene del Ejecutivo. He aquí
que llaman á esta facultad, interpelación y derecho de pedir
y poner plazos, no tramitándose nada conocido, sí no es
de iniciar un proceso al Ejecutivo en preguntas discor-
dantes y capciosas. Creemos que todavía está esperando
las explicaciones que Su Majestad el Poder Supremo Sena-
torial pide á S. E. el Poder Supremo Ejecutivo, dos naciones,
como se sabe, fronterizas y dispuestas á hacerse la guerra,
sobre el objeto con que ha colocado una fuerza de observa-
ción cerca de su frontera, en Mendoza ¡Parece broma!
Serán sinónimos informes ó explicaciones, porque no
hay informe que no explique algo, ni explicación que no
informe sobre algo; pero no lo son en la Constitución, que
no admite sinónimos, porque trae perturbaciones.
Mostraremos otros inconvenientes del sistema de interpe-
laciones. Su mas claro resultado, contra la intención y el
propósito de los interpelantes y acusadores oficiosos, y
en violación de la Constitución, es que ellas contribuyen á
afianzar el poder de los gobiernos que se proponen debi-
litar. La interpelación Victorica en 1860, contra el Gober-
nador Mitre, si bien trajo por consecuencia la guerra, dio
por resultado con ella, la Presidencia del General Mitre.
378 OBRAS DE SARMIENTO
La interpelación San Juan nada cambió en los actos
que condenaba, y el Gobierno del Presidente Sarmiento
que principiaba desautorizando, conquistó el respeto de
todos, mostrando que sabía lo que hacía y que sus minis-
tros eran dignos de la confianza del país y del elogio de los
publicistas. Acaso el Ministro Avellaneda conquistando
entonces la fama de orador, echó en el ánimo de los hom-
bres políticos la base de su candidatura.
La interpelación Quintana, si bien produjo la conspira-
ción militar que entrañaba, devolvió al Presidente la auto-
ridad moral que le venían arrebatando los complots en
el Senado y eliminó al trio de lista de los candidatos.
La acusación interpolada á guisa de disgresion, en el
debate sobre un Parque, ha dejado al Presidente en su
buena fama, y el Parque se hará.
Fatiga seguir tan en detalle esta figura parlamentaria;
pero debe enderezarse alguna vez tanto entuerto y dejar
constancia de lo que pudo aducir la otra parte tan mal"
trecha de ataques que constan de documentos públicos.
Dejémoslo en el campo de sus teorías, invenciones ó ve-
jeces, francesas, paisanas y anárquicas, en materias consti-
tucionales, porque de todo eso hay, y descendamos á los
propósitos.
Nunca ha presentado el Senador Quintana un proyecto
de ley. Su función senatorial es atacar, destruir, torcer,
enmendar, lo que otros hayan hecho. Tan elocuente como
Mármol, no dejará, á su país como Mármol en su carác-
ter de representante, un rastro de su vida pública en
ninguna creación ó iniciativa útil.
La interpelación, aquel poder terrible de que quiso armar-
se en la triangular liga de las diez y seis articulaciones,
después de tanto hablar de todo, vino á estrellarse en una
solemne declaración, rodeada de circunloquios,
«por la felicidad de mi país...
«por honor á su gobierno...
«buscando las inspiraciones de mi conciencia...
«declaro con toda solemnidad, abrigo la convicción
«que en Mendoza, existe una conspiración electoral
«URDIDA EN LAS REGIONES GUBERNATIVAS Y DESEN-
« VUELTA CON MEDIOS OFICIALESl»
MEMORIAS 379
Si no es poesía este lenguaje entortillé en un abogado
que sabe que conjuración, palabra legal, no puede aplicarse
al Ejecutivo, salvo en el caso de Marino Faliero, y que no
admite el derecho compiraciones electorales, aunque admita
fraudes, violencias, cohechos, etc., debemos reducir al len-
guaje llano estas burbujas. Vamos; claro:
«El Presidente emplea el ejército en elecciones en Men-
doza.»— ¿Es eso?
Ya había establecido antes la urgencia de tratar lo de
Mendoza y sobre tablas, por temor de que la interpelación
«no fuese eficaz!» Luego se produjeron los sucesivos pro-
yectos de ley para quitar al Gobernador de Mendoza la
fuerza que evitaba un trastorno. Un mes después se pro-
dujo la rebelión de Segovia, que fracasó por no haber
podido los triangulares coaligados de la interpelación dejar
desarmado al Gobierno, ante Segovia que se sublevaba solo
para derrocar á aquel funcionario.
Ahora, á la luz de los hechos históricos, usemos del
mismo derecho del Senador Quintana para declarar con
toda solemnidad que es nuestra íntima convicción, que
con solo cambiar dos palabras, traeremos al terreno de la
verdad y del lenguaje legal aquella torturada frase:
— « Existia en Mendoza una conjuración militar, urdida en
las regiones senatoriales .y)
Y para dejarnos de tapujos y de regiones oficiales ó
senatoriales, tomaremos el estractum carnis :
—«El Senador Quintana empleaba jefes del ejército en
elecciones en Mendoza» . . . ¡ Hola ! Con que es un atentado
en lugar de Presidente, poner Senador, de regiones guber-
nativas, hacer regiones senatoriales, y de conjuración elec-
toral que no tiene sentido legal, conjuración militar, que
es hecho punible y existe! Así es la justicia de nuestro
Senador. La ley del embudo tan conocida.
Le llevamos una gran ventaja, sin embargo. Su acusa-
ción de conspiración dirigida al Presidente, es una aserción
positiva, iiecha en pleno Congreso, con toda solemnidad,
mientras que la nuestra es una hipótesis, como las
que los sabios suponen para encontrar por inducción
la verdad.
Conjuración hubo en Mendoza y los conjurados notorios
no fueron inducidos al crimen por el Presidente. Interpe-
380 OBKAS DK SARMIENTO
lacion hubo, y resultó ineficaz para sacar las fuerzas de
Mendoza ante las cuales se estrelló la conjuración.
De que era electoral la conjuración no hay la menor
duda. Veamos como se ligaría en la apariencia, no solo
con la interpelación [Quintana (eso es fuera de duda) sino
con el Senador Quintana mismo, candidato aceptado en-
tonces para futuro Presidente de la República, con programa
y demás requisitos de estilo.
Un señor Beiró solicitó audiencia del Presidente para
interesar su influencia con el General Arredondo, cuyas
predilecciones electorales seguía, á fio de que abandonase
una primera candidatura que Beiró aseguraba no encon-
traba eco en el Entre Ríos, distrito asignado á su acción..
Un Senador vio poco después al Presidente para que en
atención á que la rebelión de Jordán iba á estallar de un
día para otro, llamase al General Arredondo á Buenos
Aires, para que estuviese pronto á tomar el mando del
ejército. El Presidente se negó á dar disposición alguna
y pidiendo que no tornase su nombre para nada, asintió á que
el General viniese si él solicitaba permiso. Dos dias des-
pués aquel Beiró aseguró al Secretario Ojeda que iba en
comisión, mandado por el Senador en cuestión y otros, á
Mercedes, á llamar al General para proclamar la candi-
datura Quintana, diciéndole que el Presidente no se oponía.
Alarmado este con el aditamento de una candidatura
nueva á que ya se había opuesto en favor de un amigo
suyo, escribió al General, desautorizando todo lo que se le
dijere en relación á su nombre y precaviéndolo contra
esta clase de sorpresas. El General contestó que no tuviese
cuidado, que quedaba prevenido. Algún tiempo después,
el Gobernador de San Luis dio cuenta por telégrafo, de
haber el General Arredondo, de paso enfermo para Men-
doza, proclamado él en persona en la ciudad de San Luis,
la candidatura Quintana, que prohijó en Mendoza.
Andando los sucesos, el General Arredondo fué separado
del mando de la frontera, por razones de buen servicio ú
otras causas. En la interpelación ineficaz, el Senador Quin-
tana hizo la apología del General Arredondo, vituperando
al Presidente, en actos de su sola competencia ; y el Senador
Araoz que no peca de parcialidad hacia el Presidente, dijo
estas significativas palabras: — «Digamos también que el
MEMORIAS 381
<( Jefe de esas fronteras ( el General Arredondo), que repre-
« senta al Poder Ejecutivo, que tiene de ese Presidente de
« la República el mando, que tiene fuerzas considerables
« á su disposición y está influyendo eficaz y poderosamente
íc hace mucho tiempo en la opinión, entrometiéndose en
« cuestiones elector-ales y llegando hasta nombrar Gober-
« nador en San Luis y la Riojal (aplausos) Estos son los
« hechos notorios; es preciso expresar la verdad de lo que
(c pasa por una y otra parte,.para que nuestra palabra sea
« autorizada ! ! ! »
Es el Senador Araoz y no el Presidente quien habló asi.
En San Luis, Mendoza y la Rioja estaba proclamada la
candidatura del Senador Quintana, del intei'pelante Quintana
que no se interesaba por cierto en la candidatura Alsina
ó Mitre, para entablar aquella interpelación tan urgente
sobre sacar de la ciudad de Mendoza, las pocas fuerzas que
no obedecían ya á Arredondo, pero ni á Segovia que fué
el que se conjuró. A nadie hará el Senador comulgar con
ruedas de carreta.
¡Qué terrible cosa sería que un Senador candidato, abu-
sando de su puesto de Senador, entablase una acusación
por interpelación, ya que en aquella situación la constitu-
cional era verdaderamente imposible, irava desarmar al Gober-
nador de Mendoza y dejar el campo libre á la conjuración
militar que estalló en efecto después de frustrada la inter-
pelación ?
Sin aceptar versión tan verosímil, que parece evidente,
aunque no probada en juicio, aprovechamos la ocasión
para mostrar las causas que han aconsejado á todas las
naciones á no permitir que pueda acusarse informalmente
al Presidente, no sea que, á pretexto de que él entra en
Conjuraciones electorales, algunos ambiciosos Senadores ó
Diputados fomenten reales y verdaderas conjuraciones,
sublevando jefes, con hacerles creer que el magistrado
Conspira, y conculca la Constitución, y que ellos salvarán
la libertad, haciendo una revolución á mano armada y
proclamando Presidente al interpelador malicioso y detrac-
tur interesado de un magistrado á quien debe respeto y
consideración. Así se hacen las revoluciones en todos los
países anarquizados.
Pero si desgraciadamente para nuestra hipótesis y por
382 OBRAS DB SAHMIENTO
fortuna del país hubo conjuración y tentativa de echar á
rodar en Mendoza al Gobernador y se frustró la conju-
ración como se frusto la interpelación, no sucede lo mismo
con la candidatura del señor Quintana, pues, á atenerse
á los hechos reales, no hubo tal candidatura, invención
sin duda de Beiró que fué á engañar al General Arredondo,
haciéndole creer que en Buenos Aires tenia mas prosélitos
que Alsina ó Mitre; que si tal candidato hubiera habido
en realidad, no se habría podido guardar el secreto tanto
en Buenos Aires como en las provincias, puesto que ni
un solo voto partido por la mitad ha reunido en ninguna
parte.
Acaso la interpelación hizo ese irreparable daño al Se-
nador Quintana y el pueblo se conjuró unánimemente en
todo el país á no votar por su candidatura, viéndolo tan
encarnizado enemigo del Presidente á cuya administración
debe muchos bienes, el de la paz sobre todo, en país donde
desde el Senado se trabaja por perturbarla, (¿quién? el
portero); sabiendo que pide que no se intervenga, única
seguridad que tiene en perspectiva contra las violencias
de que es victima, entregándolo por el contrario á levan-
tamientos de tropas del ejército destinado á protegerlo.
Si esas han sido las causas que eliminaron su pretendida
candidatura, militar ó electoral, jqué escarmiento para
todos los interpeladores I
La interpelación Quintana, con dos oficiantes de dalmá-
tica para que fuese mas solemne la misa que llamaremos
eler.toral en Mendoza, resultó ineficaz para el trío y acóli-
tos; perdió á Segovia y á muchos oficiales del ejército,
comprometió al General Arredondo, eliminó la candidatura
de Quintana y ha hecho bajar el copete á muchos de los
interpeladores de oficio.
En cambio afirmó la autoridad del gobierno que preten-
dían hacer vacilar; dio al Presidente ante todos los ciuda-
danos, lo que habían querido oscurecer, yes que sabe me-
jor que el Senador Quintana loque prescribe y autoriza la
Constitución. Desbaratando con un simple telegrama la
conjuración tramada en Mendoza á trescientas leguas,
mostró energía, inteligencia é inspiración militar. Impuso
respeto á los anarquistas, mostrando que los que querían
enredarlo en telas de araña, como la interpelación de diez
MEMORIAS 383
y seis hilitos de una madeja sin cuenta, no eran capaces
de sostener sus pretensiones, cuando el Presidente fija por
escrito las doctrinas y las interrupciones, (aplausos y silvos
de la barra no son resortes parlamentarios.) A la interpe-
lación Quintana se debió, pues, desbaratando las tramas
que entrañaba, el haber salvado al país de la anarquía y
tenídose en orden las elecciones. Para eso sirven las inter-
pelaciones.
Ya que tenemos las manos en la masa, no le hemos de
dejar pasar otra de sus tergiversaciones del espíritu de la
Constitución, á fin de sobreponerse el Senadora! Ejecutivo,
so pretexto de ser miembro del Senado.
Sostuvo un día, y llegó á producir una perturbación en
la opinión del Senado ó de la Cámara, que nuestra Cons-
titución era tallada bajo el modelo de la Suiza, todo
por usurpar como Senador los poderss del Ejecutivo.
Al presentar al Congreso constituyente el proyecto de
Constitución, el doctor Salvador María del Carril declaró
que la Comisión de que era miembro informante había
rechazado la forma de gobierno de la Suiza, sin Poder
Ejecutivo definido. Al presentar las enmiendas la Comi-
sión de la Convención Reformadora de Buenos Aires,
declaró que la había ajustado mas y mas á la Constitución
norte-americana.
El Senador Quintana sostiene lo contrario, contra la
verdad oficial y contra la historia. El error le viene de
que está en el Senado. El Senado entonces es el poder
suj)remo. Eso cae de su peso.
La Suiza no necesita, propiamen te hablando, de Poder
Ejecutivo. No puede hacer la guerra y las naciones euro-
peas le han garantido su integridad y su existencia. Los
Cantones suizos divididos entre sí por montañas casi inac-
cesibles, vive cada uno de su vida propia municipal, desde
tiempo inmemorial, porque se conservan en algunos de
ellos instituciones, la propiedad de la tierra en común
por ejemplo, que pertenecen á los tiempos prehistóricos
de antes de establecerse el derecho de uno á llamar suyo
un pedazo de tierra. El pueblo habla tres lenguas distin-
tas, las de las naciones á cuyo lado comunican las faldas»
de los Alpes. Tiene tres religiones, el catolicismo, el lute-
ranismo y el calvinismo. La Constitución fué un pacto de
384 OBRAS DE SARMIENTO
guerra hecho por los antiguos jefes de tribu para resistir
á enemigos exteriores, y sobre ese pacto de alianza han
venido formándose hábitos y vínculos de gobierno gene-
ral, que se aplican á la educación popular, al comer-
cio, etc.
Hoy tiende un gran partido á dar mas poder á la nación,
ampliar las atribuciones del Ejecutivo y acercarse á la
Constitución americana. Pero nadie ha creido imitable
como forma de gobierno lo que no puede imitarse, sino bajo
las condiciones especiales de aquel país, protegido de
afuera y separado moral y físicamente por dentro. Hasta
ahora poco se hacían guerra unos cantones á otros, sin
romper el vínculo federal.
Le hablaría muy largo sobre nuestra Constitución y sus
deficiencias, si lo considerase por ahora apto para oír estas
cosas. El tiene un seguro criterio para resolver toda duda
y oscuridad. ¿Dónde estáis, Quintana? se pregunta á sí
mismo ¿qué te conviene? ¿qué deseas? Ahí está la Consti-
tución y sino, «pido la palabra», y ya está probado. La
verdad es que no ha probado nada en quince años de
usarla, á expensas de los otros, creyendo que lo único que
se necesita para ser hombre de Estado es atacar á otros
y echar á rodar al que ocupa el puesto que ambi-
ciona.
Si se tomara el trabajo de leer y estudiar los antece-
dentes y la historia de las Constituciones é instituciones
humanas, no repetiría cuestiones viejas ya resueltas ni
usaría expedientes ni argumentos ya desbaratados.
El pretender que nuestra Constitución procede de la
Suiza, es para debilitar el Poder Ejecutivo, como en Suiza
donde es nominal y hacer de nuestra unión federal una
confederación de Cantones con un gran Consejo Fede-
ral.
Calhoum, el uulificador norte-americano cuyas doctrinas
trajeron la rebelión del Sur, escribió un libro 0« Governement
para probar también que la Constitución americana estaba
fundada en un pacto, como la Suiza, y que Hamilton,
Jay, Mu'lison, que la formularon, eran unitarios, como
Carril, Sarmiento y Velez y la habían desnaturalizado. Su
propósito era nulificar ese pacto, reconociendo á los Esta-
dos el derecho de separarse. La guerra fué el juez su-
MEMORIAS 385
premo del debate y á los milificadoves les valió lo que á los
interpelantes, que el Gobierno nacional y la Constitución
salieron mas fuertes que antes, y que es hoy ridículo
hablar de State Rights y de Constitución Suiza de que nadie
hace caso.
Es, pues, presuntuoso desmentir al miembro informante
de la Constituyente argentina y al miembro informante
de la Convención de Buenos. Aires, que no fué el General
Mitre solo, para venir á decirnos, contra la asereracion
positiva de aquellos, como Calhoum, que nuestra Constitu-
ción es suiza.
Que el Senador Rawson, que halla archi-inconstitucional
lo que un artículo expreso de la Constitución encarga al
Ejecutivo, lo diga, pase. Hasta se le puede aplaudir el
que, reconociendo la decadencia del espíritu público pro-
ducido por las subvenciones á las provincias de que Bue-
nos Aires no abusa, citase ó impróbase el hecho vergon-
zoso deque la Legislatura de Baenos Aires, descendiese
hasta felicitar al Presidente, y acaso al país, de que esca-
pase á las balas envenenadas de los Guerri, obrando aque-
lla Legislatura en imitación de los soberanos y Presidentes
de Repúblicas que, como es práctica entre las naciones
cristianas y cultas, enviaron oficialmente sus felicitaciones
al Presidente argentino, en casos como este en que el sen-
timiento de humanidad está de por medio, en lo que aflije
ó regocije á un gobierno ó un pueblo.
La vida pública tiene, como la privada, su etiqueta, sus
relaciones de familia, diremos así. A los cuerpos políti-
cos, no los degrada mostrar que se componen de hombres
y no de osos; y es de regla felicitar á un alto funcionario
si esca'pa á un asesinato, como se dá el pésame á su suce-
sor, como lo hicieron todos los soberanos del mundo
cuando asesinaron á Lincoln, y los ministros de todas las
naciones aquí representadas acudieron confundidos en un
solo sentimiento, á la casa del Presidente Sarmiento á
darle sus cordiales felicitaciones.
El Congreso argentino empero, se abstuvo de toda mani-
festación. La explicación del silencio de ambas Cámaras
de que es co-legislador el Presidente, está en que se halla-
ban bcjjo la influencia de varios guarangos políticos, hin-
TOMO xux. - 25
386 OKRAS DB SARMIENTO
chados de vanidad y orgullo, que creen que degradando al
primer magistrado de su patria, muestran su celo por la
libertad.
Todavía ayer ha ocurrido una de esas manifestaciones
de la audacia impudente de un bolichero, que ni enrique-^
cido es, para atreverse á tanto. Al presentarse el Presi-
dente, rodeado de sus Ministros en el Congreso reunido,
que preside ese día para la solemne inauguración del Con-
greso y lectura de su mensaje, el Senador Oroño, puesto
de pie el cuerpo legislativo, el cuerpo diplomático y el
pueblo, para recibirlo, el escapado de la justicia Oroño^
permaneció sentado él solo, ceremonia que repitió al des-
pedirse el cortejo, para mostrar así al Jefe supremo de
la nación, el profundo desprecio de un Oroño I
El Senado de los Estados Unidos, tan república coma
la que mas, donde para pedir al Presidente ciertos papeles,
se hace siempre con esta frase cortes, — «si lo considera
compatible con el interés público» — (¡qué Senado tan
envilecido!)— Ese Senado resolvió lo siguiente:
— «Por cuanto durante el receso ha ocurrido la melan-
« cólica y trájica muerte de Abraham Lincoln, anterior
« Presidente de los Estados Unidos, concurriendo las dos
« Cámaras y ambas participando en el dolor general y
« deseando mostrar lo sensible que les ha sido esta des-
« gracia, resuelve». . . (un acto solemne para oir la biogra-
«fía de Lincoln)... y ademas resuelve que se ruegue al
« Presidente de los Estados Unidos trasmita una copia de
« esta resolución á Mrs. Lincoln y darle la seguridad de
« la profunda simpatía de las dos Cámaras por su aplica-
« cion personal y su sincero duelo por el dolor público.»
Un libro en folio de 930 páginas se ha publicado, conte-
niendo las manifestaciones de dolor de todas las naciones,
gobiernos, corporaciones y sociedades del mundo. El
Gobierno argentino se hizo notar por el lenguaje simpá-
tico de su pésame, firmado por Mitre, William Rawson,
Rufino Elizalde, Lúeas González, Eduardo Costa, John
Gelly and Obes... El Congreso argentino fué mas expre-
sivo en su dolor, decretando luto por el Presidente extran-
jero asesinado y dirigiendo una nota de pésame al Gobierno.
Y bien. Habiendo escapado milagrosamente de ser
asesinado, por razón de su oficio, el propio Presidente y
MKMURIAS 387
hallándose el Congreso en sesiones, aquellos mismos
Ministros que dieron, como debían, el pésame á un gobierno
extraño, en el caso que enviaron sus felicitaciones todos
los gobiernos y la Legislatura de Buenos Aires, en ese
caso ambas Cámaras nacionales «concurrieron» en no
darse por entendidas de aquel peligro salvado; y todavía
un año después, el antes Ministro y hoy Senador Rawson
vitupera á la Legislatura d,e Buenos Aires haber felicitado
al Presidente de la República por la intervención del
Destino, según los antiguos, de la Providencia, según el
cristianismo, en la preservación de su vida. ¡Qué lágrimas
mas copiosas habría derramado el sensible Senador Rawson,
si en verdad lo hubiesen muerto!
Explicamos el fenómeno diciendo que el Congreso sufre,
hace tiempo, la influencia de ciertas maneras que desdicen
de la civilidad del país, y sienten por su terquedad á
algo improvisado que la lengua castiza no alcanza á
expresar.
Como se ha visto, en el libro de actas del Congreso de
los Estados Unidos hay una que recuerda la fecha en
que fué asesinado un Presidente. En las actas del Con-
greso argentino nada indica que un crimen mas horrible
amenazó la vida del Presidente. Pero siguiendo por las
fechas aproximativas, tras del dolor público expresado por
la Legislatura, Gobernador y vecindario de Buenos Aires,
y los ministros plenipotenciarios, soberanos y presidentes
de naciones, la primer acta que del Senado Nacional se
sigue, es una en que el Senador Quintana y los turife-
rarios levantan un sumario inicuo al Presidente, poniendo
no su cabeza á talla, como el que movió el brazo de los
Guerri, sino su autoridad, su reputación, su dignidad )>er-
sonal, atribuyéndole una conspiración en Meridoza, preci-
samente para conspirar á mansalva ellos, según lo mostra-
ron los hechos posteriores. Cada cual se sirve de los
instrumentos que maneja: Jordán, el puñal de los Guerri
para eliminar al Presidente, destruyendo la persona, y
éstos la interpelación para destruir la autoridad del Pre-
sidente. Iban ambos al mismo fin; ambos fracasaron, ante
la mano de la Providencia el uno, el otro, ante la expe-
riencia, el conocimiento de las instituciones del Presidente
y el interés de la conservación de la paz.
388 OBRAS DE SARMIENTO
Mas el asesinato de los Guerri, contemporáneo coft el
mutismo del Congreso, con las inUrpelacionea, con la abso-
lución de Oroño y el motin militar de Segovia, son hechos
que en el espíritu y el propósito se ligan entre sí y
analizará la historia, como no olvidará el baldón arrojado
por el Senador Rawson sobre la Legislatura de Buenos
Aires, porque se reconoció parte de la humanidad culta.
¿Como puede concebirse sino que se aunasen contra
la idea de hacer un paseo público, para solaz del i^ueblo
y ornato de una gran ciudad, los mismos que dirigieron,
asusaron y sostuvieron la interpelación San Juan, y la
nterpelacion Guerri?
Y todavía mas, el doctor Quintana el hombre elegante
por excelencia, poseedor de las mas hermosas yuntas de
caballos, que nadie habrá de lucir mejor en el mismo
Parque destinado al mas refinado dandysmo, el Senador
Quintana no halla que sea inconstitucional el acto; pero
no habla con el Gobernador de Buenos Aires, y sabido de
él que no S(> ha reclamado previamente lo que el proyecto
ofrece posteriormente que es recabar el asentimiento formal
de las autoridades provinciales. El Senador nacional des-
ciende á ser Procurador municipal de Buenos Aires, para
declararlo ajado de que no se le haya previamente pedido
que diere por acio legislativo su asentimiento á aceptar
seiscientos mil duros que el Congreso, si oyese i. Rawson
y á Quintana, rechazando el proyecto \e negará en lugar de
darle. El Gobernador declara, sin embargo, que consul-
tado por el Presidente, en conferencia especial en que
sometió á su consideración el proyecto de \ey y el plano,
contestó que aceptaba con entusiasmo la idea y la apoyaría
ante la Legislatura, de la cual esperaba, como era natural,
el mismo caluroso asentimiento.
Con la publicidad oportuna de las sesiones, chorreando
dicterios y despropósitos, la influencia del Senador Quintana
ha de disiparse, ó se disiparán en el mismo doctor Quin-
tana las influencias que oscurecen su criterio, ante la mayor
madurez que adquiere diariamente la razón pública y la
mejor inteligencia de las instituciones republicanas.
Es sensible que el Presidente que ha de dejar bien pronto
su puesto con honor, haya perdido el uso del oido con la
excitación y tensión cerebral en que tienen en nuestro
MEMORIAS 389
país sin descanso á los que gobiernan, las intrigas y
codicias de los unos, las interpelaciones de los otros, la
sublevación al Este, los motines al Oeste, que ponen en
problema á cada hora el éxito final de educación, telé-
grafos, ferrocarriles, colonización, que el soplo revolucio-
nario puede destruir en una hora. Sin eso, si las inha-
bilidades físicas no se lo impidieran, podría esperarse que
un dia, electo Senador por Buenos Aires ó por San Juan
pudiera discutir tranquilamente con el Senador Quintana,
si estuviese ya en nuestras costumbres parlamentarias
limitar el debate al asunto, si el estado de nuestra lite-
ratura ampulosa, supliendo con símiles y frases de retórica
el raciocinio y la oratoria dirigida á obrar sobre los nervios
de la barra con los pleonasmos y la vocinglería patriotera
de la segunda ó tercera hornada de patriotas, los liberta-
dores del día siguiente, si. .. si el decoro enseñase á no tratar
al Gobierno, como el señor Oroño no trata á sus criados
si una generación madurase tan pronto como para traer
al debate menos presunción y mayor estudio.
El inválido ex-Presidente al leer estos debates mas tarde
se consolará de la fortuna de no poder oírlos, por no tener
que preguntar á cada rato, lo que solía alguna vez á
Mármol — ¿ha visto escrita alguna vez esa doctrina?
i Qué decir, para no dejar nada en el tintero, de un
orador que exclama á propói<ito de llevar á c.ibo una
trama en provecho electoral propio: — «De cuan distinta
« manera se entendían las libertades públicas en ¡os Esta-
« dos Unidos, aun antes de la inmortal Constitución (¿la
«Suiza?) que las aseguró para siempre? Releyendo la
« inmortal acta de la Independencia, he visto que los dos
« mas fuertes agravios que las colonias inglesas invocaron
« para declararse independientes, fueron precisamente el
« de colocar el poder militar sobre el civil de ocupar
«militarmente las colonias en pleno estado de paz...»
Con estas citas se obró en el ánimo del Coronel Segovia,
poder cii% para intentar derrocar al Gobernador de Mendoza,
poder militar !
Lo rico, lo impagable del símil está en esto. El poder
militar, la Inglaterra, es el Presidente, según la inmortal
Constitución. El poder civil de la colonia Mendoza es el
gobierno de aquella Provincia. El poder civil, el Gober-
390 OBKAS DK SARM.1KNT0
nador Yillanueva, no solo no se queja del de la Inglaterra,
sino que pide protección á éste, contra el Greneral Arre-
dondo primero, y contra el Coronel Segovia, después que
intentan, como poder militar, ponerse encima del poder
civil. El Presidente provee lo conveniente, separando al
uno, derrotando al otro y el elocuente Senador exclama:
— «Releyendo el acta inmortal de la Independencia, veo
que los dos mas fuertes agravios, etc., el de colocar el
poder militar sobre el civil»: es decir, á Arredondo y
Segovia sobre Villanueva y al Senador candidato militar
sobre el Presidente civil.
De este singular argumento resulta que si la Inglaterra
hubiese procedido como la nación argentina, ó Jorge III
como Sarmiento, ó Faustino I, no hay tal acta inmortal
de la Independencia, ni tales Estados Unidos, ni tal Cons-
titución inmortal, pues en lugar de quejarse los colonos
le habrían dado las gracias, por sostener el poder civil,
contra el poder militar y deponer, castigar, derrotar y
escarmentar á los jefes ingleses que intentasen lo con-
trario. Con tan bellaca manera de cambiar los frenos no
hay discusión posible.
El pensamiento del Presidente de la República, al empe-
ñarse desde su advenimiento en dotar á las Cámaras de
un completo y eficaz servicio de taquígrafos, era para
sacar de la atmósfera sofocante de un estrecho recinto
la oratoria parlamentaria y exponerla fresca aun, al aire
libre y al examen de toda la República, cuyos nervios,
leyendo, no se extremecen con los silvos y aplausos de
la barra.
Acusando con motivo de un Parque, el Senador Quintana
al Presidente de «descansar de las fatigas de la admi-
« nistracion en las islas del Paraná, ó haciendo viajes
'(innecesarios al Paraná, en el «Talita»... lo aplauden
y silvana un mismo tiempo. El discreto orador exclama:
— « Señor Presidente, agradezco los aplausos» (que ajan
al Presidente); «los silvos no me han de impedir que diga
« \í^ verdad.» ¡Qué mocito tan desaprovechado!
Cuando el señor Sarmiento fué Senador en Buenos
Aires, suprimió antes de todo los aplausos de la barra,
que los silvos se suprimieron á si mismos. El diario de
sesiones de la Convención no registra un solo aplauso en
MEMORIAS 391
■doce sesione?, si no es en la última, al concluir, en que
el Presidente, la Convención, la barra se pusieron instin-
tivamente de pie, al proclamarse reintegradas las Provincias
Unidas del Rio de la Plata. El Ministro Costa, silvado mas
tarde, dijo á la barra: — es porque no está Sarmiento que
se cometen estos atentados. El Senador Quintana premia
á quien lo aplaude y fulmina á quien lo vitupera.
Ahora el Presidente Sarmiento ha tocado otro resorte,
y es publicar en folleto separado la interpelación Quin-
tana y el juicio Oroño, con todo lo que cada uno dijo y
los mensajes del Ejecutivo y la apelación al público contra
las calumnias que se le habían hecho en los móviles de
su conducta en el asunto Oroño, y todo reunido, entre-
garlo á la barra de la nación, de la historia, del sentido
moral del pais y aun del juicio de los políticos de otras
naciones, á fin de que no queden ocultos, como antes suce-
día, los discursos de los oradores, y cada uno responda
de sus actos. El Senador Quintana podrá leer mas tarde
sus oraciones al lado de los mensajes y como será capaz
de avergonzarse, despejado su criterio, así será su sentir
el mal éxito ante la posteridad de sus declamaciones, tergi-
versaciones y armitañas, que lo que hace á sus acólitos
Torrent y Oroño, ha de ser el primero en reir á pierna
tendida de sus tragi-cómicas solemnes necesades.
El resultado de estas violaciones de la Constitución de
part« del Presidente y de publicarlas sesiones y los men-
sajes juntos, lo ha palpado ya el diserto Senador, no siendo
ni candidato á Presidente, á cuyo fin hacía la interpelación
al día siguiente de la interpelación de los Guerri; y mien-
tras tanto el Presidente descansa de las fatigas que le traen
dos millones de habitantes, como Grant de los cuarenta*
Thiers y Mac Mahon de treinta y cinco millones, los que
viajan, se solazan y vuelven á abrir sus salones, sin que
á nadie le ocurra como al seráfico doctor, quejarse de que
-descansen un rato.
SANGRE Y MAS SANGRE
SIN UNA GOTA OE SANGRE
{El Censor, 23 de Diciembre de 1883.)
Sangre pintada, sin efusión de sangre. Don Julio da la
segunda edición de las cartas que sacaron de los bolsillos
del General Ivanowsky los que lo asesinaron. Es el Gene-
ral Sarmiento el que derramó esa sangre!
Y no era la primera.
Tomó prisionero á Clavero; lo sometió á Consejo de Gue-
rra con aviso del Ministerio de la Guerra, condenándolo
á muerte el Consejo, pero como el encargado de la eje-
cución, no tenía investidura de General en campaña,
pues se le había dado un título que la ordenanza no re-
conoce, el de Director de la Guerra, no se crej'ó con auto-
ridad legal para ejecutar una sentencia militar, y envid
por la vía reservada, al Comandante de las fuerzas
de mar y tierra, la causa con la sentencia, apoyándola.
Hace seis años que el doctor Tejedor declaró ante
testigos, que habiendo citado el Presidente á los docto-
res Pico, procurador, al doctor Velez y á él como crimina-
listas, les consultó en presencia de sus ministros sobre
el procedimiento y Consejo de Guerra á que había sido
sometido Clavero, y que leídas sus piezas, el procurador
de la Corte doctor Pico, dijo que todo estaba en regla, y
no tenía nada que observar, que el doctor Velez opinó lo
mismo y el doctor Tejedor id; que el doctor Rawson apo-
yó el dictamen de los jurisconsultos; pero que después de
algunas observaciones, el Presidente declaró que era causa
civil la de Clavero y así se resolvió. Que al salir el doc--
MEMORIAS 3Q3
tor Pico les dijo: Es gracia que llamen abogados que den
opinión, para resolver lo contrario. El hecho es que el di-
rector esta vez no derramó sangre.
Siendo Presidente se extrenó con un acto de crueldad
muy cacareado entonces.
El General Urquiza no había mandado hasta entonces
contingentes para la frontera, y mandó al Presidente setenta,
diciéndole en carta privada: «Le recomiendo que haga tener
cuidado con esa gente. Hay muchos hombres malos.» La
verdad es que eran destinados del Monte Montiel El Presi-
dente no recomendó á los montenegrinos estos; pero no se
hicieron esperar.
Se sublevaron una noche; se batieron una hora con la
guardia de prevención en Loncague, y fueron tomados. El
Comandante del punto dio cuenta del hecho, diciendo que
sometía á proceso á los cabecillas.
El inspector general, Coronel Victorica, le contestó qua
debía someterlos á todos á juicio, pues todos tenían el mis-
mo delito, citando Victorica el texto litersl de la ordenanza
que dice: «serán todos ahorcados en cualquier número
que sean». Al citar una ley no pueden cambiarse, susti-
tuirse ni atenuarse las palabras, al gusto de los que no
se han horrorizado de los degüellos. En los Estados Uni-
dos se ahorca todavía, en España se da garrote. Sea de
ello lo que fuere, apareció entonces una serie de artículos:
Jurisprudencia de sangre, en que se achacaba al Presi-
dente, su furor de derramar sangre (de salteadores). Pero
esta vez se quedó con las ganas y no derramó sangre. Es
preciso hacerle esajusticia.
Una banda de asesinos acometió la morada del Gene-
ral Urquiza en San José, y casi en los brazos de sus hi-
jas y de su esposa lo mataron. El autor de la hazaña
declarándose el héroe de la jornada, se posesionó del go-
bierno y dirigió ios honores fúnebres de la víctima. El
Presidente declaró que no reconocía acto revolucionario
político, aquel infame asesinato; y cuando las Cámaras
estuvieron reunidas sosteniendo esta doctrina, aconsejó
imitar al Congreso de los Estados Unidos que ofreció
200.000 pesos por la captura de John Booth, el asesino de
Lincoln en el teatro, y esa suma había sido pagada. Pro-
ponía lo que es práctica diaria en los tribunales ingleses,^
394 OBRAS 1)R SAHMIKNTO
y lo que el Congreso de los Estados Unidos había man-
dado y cumplido dos veces, en una de ellas encargándose
el mismo Congreso, de hacer la raparticion de la suma
entre todos los interesados; pues se había creado una em-
presa para perseguir á los delincuentes. Como en el caso
de Clavero, consultaba, aconsejaba, pero se quedó con his
ganas y no derramó sangre! En cambio Jordán mató mas
de trescientos en su campamento, sin contar los que hizo
morir, y hay muchos que piden se le indulte. Ha padecido
tanto!
El General en Jefe había enviado al Director General
de la Guerra, instrucciones escritas sobre LaRioja, que se
leyeron en el Senado, y están á disposición de quien quiera
leerlas. En ellas se le dice:
«Haga usted guerra de policía. La Rioja se ha vuelto
c< cueva de ladrones. No les haga los honores de una
c( guerra civil.» Estas instrucciones son conformes al de-
recho de gentes, que solo reconoce guerra civil aquella en
que hay una porción considerable de una nación en ar-
mas con gobierno civil regular, y propósito declarado;* sin
embargo, ninguna ejecución tuvo lugar no obstante que el
hermano del Ministro Albarracin fué degollado en su
casa. , Los Jefes Sandes, Arredondo, llevaban instruccio-
nes formales. Una vez salió á la defensa de Sandes y
Rivas que se habían tomado algunas licencias poéticas;
pero Rivas declaró por la prensa que él mismo había
dado la orden. Aun después de esa declaración el Di-
rector se quedó con las ganas de derramar sangre esta
vez.
Viene en seguida el salteador Guayama, compaiiero del
salteador Segura, ejecutado en Mendoza, quien pasando
á Chile saqueó la aduana de Uspallata, hasta que, hacien-
do en La Rioja nuevas fechorías, se lo recomienda efi-
cazmente al General Ivanowskj'; pero es tan mala suerte
la de aquel Nerón, que Guayama, no cayó en manos de
Ivanowsky y solo diez años después se establece en San
Juan con su partidita de siete salteadores, viviendo hon-
radamente en Caucete, robando ganados en los potreros
de alfalfa, sin que hubiese Juez de Paz que se atreviese á.
denunciarlo, cuanto menos á capturarlo. Al fin una ma-
ñana bajó á la ciudad á comprar sus vicios, se lo comuni-
MBMORIAS 395
<jaron al Gobernador Gómez quien mandó prenderlo, y á
la noche fué muerto en el cuartel en el acto de sublevar
la guardia.
ajQuien á cuchillo mata á cuchillo muere!» y á Gómez
le pasó otro tanto. Pero el Calígula no tuvo ocasión de
derramar tan preciosa sangre. Nótese que siempre son
asesinos, salteadores de caminos, los que excitan sus ape-
titos sanguinarios. Nunca hombres políticos.
Viene ahora la gran causa de Segovia y demás santos
mártires de Mendoza. Ahí están las cartas chorreando
sangre. Sangre y mas sangre respiran! Vamos á verlo.
El Coronel Segovia, ebrio de profesión, no tenía mas
motivo de queja contra el Presidente que haberle repa-
rado una cuenta de caballadas á 20 reales al mes por
cabeza, mientras él las hizo contratar á cuatro reales.
Un día, (para ahorrar detalles) subleva Segovia ó lo su-
blevaron desde Buenos Aires. El Presidente en ocho días,
hace que le caiga encima Ivanowsky horas antes de llegar
de San Rafael á Mendoza con el renombrado 1° de línea
fuerte de 600 plazas, un batallón y dos mil milicianos.
No tenía con que empezar con la pequeña fuerza de sete-
cientos hombres de Ivanowsky. A este no se le pegaba' la
camisa al cuerpo de miedo de su propio ejército. Desde San
Luis telegrafió: «Si Arredondo está en la revolución yo no
respondo de la fuerza. Pídale una declaración.» Arredon-
do estaba preso; y se pasó la noche en idas y venidas del
Edecán al cuartel, á casa del Ministro Tejedor, al telégrafo,
etc. Como los tres actores están ahí, no hay que entrar
en detalles.
Ahora vamos á lo mas gordo. El Gobernador Villanueva
y el Coronel Ivanowsky, antes de la batalla proponen dar
amnistía general y consultan. El soio proponerlo era señal
de inferioridad. Herodes contesta que no, que jamas, que
se comerá frito á todos los granaderos, con sus caballos;
pero que en todo caso no había perdón para Segovia,
O'Connor y algunos mas.
Dícenselo á Segovia en la vanguardia, la víspera del
combate; y al oir la primera y última detonación del cañon-
cito de Ivanowsky, siente Segovia, que el cuerpo se le
dispara para el Sur, sin poderlo remediar, y con siete mas,
O'Connor y aquellos, otros toman el portante y fueran á
396 OBRAS UR SARMIENTO
tirar la rienda al Estrecho de Magallanes, sino estuvieran
de por medio el Río Colorado y el Río Negro.
Ganóse pues la b;ítalla con palabras, con amenazas y á
punta de telegramas.
Todo estaba en la celeridad de la marcha, pero al poner-
se en línea resultó que de cuatro solo un cañoncito estaba
listo. El Presidente no conocía esos seiscientos hombres
de Mercedes; pero conocía el 1° de caballería en cuyas
venas circulaba sangre de Sandez, y no había que chan-
cearse con sus cuatro escuadrones y sus seiscientos hom-
bres. Irrazabal con solo 70 derrotó en Caucete al Chacho
con 700; y no asustándolos con la lata, sino peleando un
cuarto de hora con Onti veros y todos los guapos del Chacho
cayendo siete del 1° y veinte y uno del enemigo, á lanza
seca de uno y otro lado.
Pero lo peor del cuento quedaba todavía. Después de
la batalla sin batallar, los dos ejércitos beligerantes se
reunieron y los dos estaban minados, el uno por los amigos
de Segovia, el otro por los de Arredondo, y entonces no se
le pegaba al cuerpo la camisa al Presidente de miedo de
una chispa incendiaria. Ivanovi'sky y Villanueva confir-
maron estos temores. No se olvide que está el telégrafo
corriente; y el Presidente sabe que Segovia, O'Connor fu-
garon al Sur desde el campo de batalla y que van dispa-
rando.
Entonces en lugar de un telegrama escribe á Ivanowsky
una larga carta que ha de tardar ocho días en llegar. No
había ferrocarril y en ella vuelve á su maniobra que tan
bien le ha salido de no perdonar á bicho viviente; de hacer
pasar por las armas á los tambores, á las cajas y á los trom-
petas, pero en todo caso no se perdona á Segovia que á.
la hora de esa estaría en Bahía Blanca...
Muy bien. Llega la carta, se habla de ello, circula el rumor»
se enternecen las señoras mendocinas y piden gracia por
los setenta soldados de la compañía del Capitán O'Connor
que no tienen mas delito que haber ensillado sus caballos
cuando la corneta toca á caballo, montado, marchado
cuando su jefe mandó, por cuatro de frente, etc.
El cruel Presidente se hace tirar la oreja, y al fin condes-
ciende con el pedido de un pueblo entero, y manda sobreser
en causa que sin est oestaba sobreseída rop falta de delin-^
MBMORIAS 397
Clientes. Pero tal es su mala estrella que ni esta vez pudo
derramar como lo deseaba una gota de sangre. Lo cierto
es que no se persiguió á nadie, no obstante que muchos
mendocmos tomaron parte en aquella maldad.
¿Y donde me deja Vd. unos salteadores de la diligencia
que llevaba la correspondencia del ejército á la cueva de
ladrones? Pero Arredondo que es la humanidad personifi-
■cada, no colgó á los salteadores, (porque no los tuvo á
mano) pero se guardó la carta para colgar al autor que no
derramó osa sangre^ sino la del tintero.
Queda en el fondo del tintero la muerte dada al Chacho,
al ilustre General Peñaloza, el héroe de catorce derrotas,
y de muchos barriles de aguardiente cansumidos. jQué
caiga la sangre de este inocente exclamó el sensible y
lacrimoso Dr. Rawson, sobre las cabezas de los que derra-
maron tan alcohólica sangre!
Que caiga! contestó el taimado, que me importa un pito,
no teniendo nada que ver en ello, pues no tenía comisión,
ni mando, ni envié tropas, ni pude dar instrucciones á
fuerzas que no me pertenecían, ni mandaba, con lo que se
quedó con hambre de derramar esa sangre, y empaparse las
manos. ¿Fueron tan felices sus detractores? Díganlo, y
serán creídos sobre su palabra un sargento Molina, un
chasque mandado por Aguirre.
Un día ha de hacerse un mito popular, una leyenda, de
esta sed de sangre en el pai)el, y de aquella incapacidad de
satisfacerla, por impedírselo su ángel guardián, como á los
terneros á quienes le tiran del lazito cuando ya iban á em-
puñar una teta ó bien como aquel niño que se quedó con
la camisita levantada. .. Qué lástima no ipoder derramar
sangre!
¿Por qué no ha dado esta explicación en diez años, de la
famosa carta á Ivanowsky?
Por la misma razón que puso doce años en explicar para
qué fin útil había hecho ametrallar el Colegio Nacional del
Rosario. No hay que entregar secretos de la gramática
parda de la extrategia, al pueblo.
LA política electoral DE UN PRESIDENTE
{El Nacional, Diciembre 17 de 1870.)
Las columnas de El Nacional registrarán desde mañana»
las observaciones á que provoca el articulo de La Nación del
domingo, con el epígrafe de esta introducción.
Han provocado este examen los varios artículos sobre
Gobernadores electores, que la prensa ha producido, y en
el de La Nación á que nos referimos, tratádose de fijar los
términos del debate, rastreando el origen de la política
electoral, y llegando hasta la presidencia del señor Sar-
miento, á quien se le atribuye haberse proclamado abier-
tamente elector, datando de ahí la dirección que los sucesos
tomaron después.
Para probar esta proposición, se presentan hechos y
deducciones de principios establecidos, en tono mesurado,
como muestra de sinceridad, y debemos decirlo, sin la
acostumbrada acrimonia de las ])olémicas apasionadas y
detractoras, que oscurecen de ordinario la verdad, porque
oscurecerla es su fin.
Necesitamos, pues, que el artículo de La Nación á que
las subsiguientes observaciones se referirán, figure en las
columnas de El Nacional, á fin de que sus lectores, que
no lo son siempre de La Nación ó que aun siéndolo dejan
pasar con el día lo que al día se recibe, tengan á mano
los antecedentes, por cuyo motivo, reproducimos el impor-
tante escrito de La Nación.
Nuestra historia contemporánea presenta un ejemplo
raro en los fastos políticos de un país. La tentativa, porque
en tentativa quedó, de revolución de Setiembre del 74,
fué vencida y amnistiada, y con la conciliación, se ha
MBMORIAS 399
converti'Jo en casi gobierno. Pudiera decirse de ella que
ha triunfado d'í la victoria misma; pero al mismo tiempo»
puede observarse que la opinión ha muerto el derecho y
la práctica de las revoluciones, no obstante su reciente
triunfo en Corrientes. Désele la importancia que se quiera
al desenlace de aquella ruidosa cuestión Corrientes, jamas
persuadirán á la opinión pública argentina de que un
conflicto de provincia en que figuran como protagonistas
Reguera, Pampin, Cabral, Derqui, Azcona y demás perso-
najes, es un antecedente histórico, revestido de autoridad
y que haga escuela.
Al día siguiente del triunfo de tal ó cual sistema de
hechos, la palabra Corrientes desapareció de la prensa,
y cuando mas, se trae á colocación lo que por allí pasa, á
causa de algunos centenares de emigrados que piden ser
repatriados, con garantías reales de volver sin ser moles-
tados y poder ejercer sus derechos.
La revolución de Setiembre tiene otro carácter. Promo-
viéndola ó sofocándola, se comprometieron las fuerzas
morales é intelectuales del país. Era nacional por su
carácter, por sus personajes y por las doctrinas.
Sus autores, vencidos en el campo de batalla, ño la
fueron ante la justicia, que no fué llamada á dar su fallo
sobre la criminalidad del acto, quedando librada á la opi-
nión su condenación moral.
Esta se ha hecho lentamente, llegando hasta sus autores,
que deploran hoy el hecho inútil, buscando razones plau-
sibles que atenúen su gravedad.
Nadie sostiene hoy la legitimidad de las revoluciones
en conciencia, y al decir nadie, no olvidamos que hay
quienes la sostienen. Eso mismo prueba que nadie sos-
tiene tal cosa. Se alegan solo las causas atenuantes, y
es cuanto puede hacerse.
El escrito que reproducimos hoy de La Nación, tiene ese
carácter. Busca la causa que produjo aquella tentativa
de revolución, en la política electoral de un Presidente, y
cree haberlo demostrado, citando declaraciones y hechos.
Hay á este respecto la mayor libertad de apreciación»
El gobierno aquel ha pasado, sin dejar sucesión ni repre-
sentante; pero puede decirse lo mismo de la revolución
de Setiembre, como teoría y como hecho: ha muerto.
400 OBKAS DK SAKMIKISTO
Puede hablarse de ella, desde que sus autores, están reha-
bilitados legalmente por la amplia amnistía, como de
ausentes, ó de los prohombres de nuestra historia pasada
sin ofenderlos, lo que no quita que las revoluciones hoy
sean un crimen, condenado no solo por las leyes, como
en todos tiempos, sino por un cambio en la opinión del
mundo político, que las reprueba.
Son ademas un error económico, del género del juego,
que no es permitido á los hombres que manejan los inte-
reses públicos.
Nuestra opinión pública avanza todos los días, sin darse
cuenta de sus progresos. Sin saber porqué, los mismos
que antes creían en revoluciones como en un derecho y
un remedio, empiezan á hastiarse de oir hablar de ello.
Ahora les toca á los gobernadores electores su turno de
suscitar la animadversión pública; y esto es también una
forma atenuada de revolución. Parece, ó se presenta como
un hecho nuevo, lo que es tan antiguo como la existencia
del gobierno.
Al principio de nuestra Revolución, se proclamó la liber-
tad de imprenta; y para realizarla el gobierno creó La
Gaceta Mercantil de un lado para publicar los documentos
óíiciales, y de otro un Censor, funcionario rentado, cuya
misión era criticarlos y hacer el papel de una opinión
pública independiente.
Los Gobernadores electores, pertenecen á esa infancia del
arte del gobierno libre. Son la Gaceta de los actos oficiales,
de la opinión pública, y las revoluciones eran el Censor
para criticarla.
No han hecho todavía una pregunta á los censores revo-
lucionarios.
Para gastar cien mil pesos de papel en plantar árboles
en la Casa Rosada, se necesitaba, según ellos, ley expresa
que autorizase el gasto. ¿Quién autorizó á Fulano ó Men-
gano, censor de actos oficiales, y de Gobernadores electores,
á gastar los millones que cuesta una revolución aun
triunfante? No son unos ladrones? Nuestra deuda inmensa
excepto los treinta millones de obras públicas, se compone
toda, toda, de libramientos y deudas contraidas por los
revolucionarios, desde los cinco millones del antiguo Banco
Nacional, en 1825.
MEMORIAS 401
Los Gobernadores electores, son, pues, la presente forma,
-en que se exhibe el espíritu revolucionario, forma latente
de una enfermedad aguda en su origen.
Conviene, pues, averiguar, si hubo realmente una política
electora, de un Presidente, pues que es del interés de todos,
que no subsista tan feo vicio orgánico, y al examen de
estos hechos, con el importante artículo de La Nación,
que sigue á la vista, pedimos á nuestros lectores benévolos,
oigan rectificaciones y descargos.
La revolución, como enfermedad americana, está ven-
cida en los ánimos, no obstante la recrudescencia de Se-
tiembre. Si lográramos romperle su último atrinchera-
miento, como circunstancia atenuante, la política electora
de un Presidente, y probar que los mismos que la con-
denan, son un poco electores, en mal sentido, habríamos
destruido el germen de futuras revueltas, haciéndoles mas
indulgentes con sus propias faltas, ó con las incapacidades
inevitables del país.
Nos despedimos de nuestros lectores, hasta mañana.
{El Nacional, Diciembre 18 de 1878.)
Hace días que la prensa discute, rechaza y vuelve, cual
pelota, el epíteto de Gobierno elector, que parece estar de
moda. Creen unos que se dirige por tabla al Gobernador
de Buenos Aires; quieren algunos que recaiga sobre el
Presidente actual, como pecado original de que lo ha lava-
do el bautismo de la conciliación y no falta quien cuelgue
el epíteto al pasado, al presente y al /?¿ífí/'0 Presidente,
Al íin ha tomado forma definida, con nombre de persona,
bajo el título que encabeza estas páginas, y con el acopio
de razones ó de afirmaciones, al menos, que tienen lugar
de pruebas.
Como de principio de gobierno se trata, y como se de-
nuncia un vicio fundamental en la elección del actual
Presidente, habría un interés de orden público, en hacer
subir la legitimidad á la elección del Presidente Avella-
neda, á fin de evitar las revoluciones, las batallas perdidas,
las amnistías, las conciliaciones, con que se subsanan vicios
•originales.
Tenemos una base segura de donde partir, en el cargo
Tomo xur.— 26
402 OltUAM 1)K SAKMIKNIO
de gobierno elector, hecho al anterior Presidente, para sos-
tenerse, á lo que parece, durante su gobiernos y para hacer
elegir por gobiernos electores al que debía sucederle, y esta
base es la declaración «de que el gobierno del señor Sar-
« miento y el Congreso que proclamó su presidente, fué
« reconocido como la expresión mas legitima de la elección
« popular.»
Encareciendo mas su pensamiento el autor añade: «Jistos
poderes públicos eran de los mas legítimos que habíamos tenido,
habiéndose hecho por la primera vez la trasmisión del poder
en la forma mas perfecta.» Nada mas franco y completo.
Para caracterizar mas esta superabundancia de legitimi-
dad, recordemos que una parte del partido nacionalista «no
concurrió á su elección y tuvo otro candidato.y>
Esta circunstancia, en efecto, realza mas la legitimidad
de aquel gobierno.
Los nacionalistas que lo combatían tenían en sus manos
la administración pública. El candidato que oponían al
señor Sarmiento era Ministro y se presentaba en los comi-
cios como representante del personal administrativo que
venía gobernando así diez ó mas años.
Contra ese personal, contra la continuación de esa polí-
tica, contra los gobernadores que la sostenian, se formó
en toda la República una inmensa mayoría, sin influencias
extrañas, ni dineros empleados, y triunfó de toda resis-
tencia, hasta establecer una legitimidad que no pudiese
jamas oscurecerse, y de que no había ejemplo antes, según
sus opositores mismos.
El candidato estaba ausente hacía años, aunque su nom-
bre era de todos conocido. Era nacionalista, liberal, y
puede decirse versado en materias de gobierno. Sus viajes
y su estudio de las instituciones republicanas en los Esta-
dos Unidos, debieron dejar expresar que traía mayor acopio
de luces, que las que tenían los que solo contaban con
lecturas ó la práctica poco segura que dan nuestros propios
hechos.
Sin entrar en mas detalles, deseáramos preguntar : esa
mayoría incuestionable que en 1867, elevó al Gobierno al
señor Sarmiento, lo abandonó al día siguiente de recibido
y desapareció de la vida pública?
Por el contrario, ¿aquella minoría vencida que encabe-
Ml'.MÜKlAS 403
zaba el personal de la administración Mitre y votó en
contra, se tornó en mayoría al día siguiente, y fué desde
entonces la expresión de la opinión del país?
No es esa la regla, de los partidos políticos, al menos.
Cuando se constituyen en mayoría, tratan de conservarla
por años, hasta que son dejados en minoría con el discurso
del tiempo.
Así el partido republicano en los Estados Unidos ha
dado cuatro Presidentes consecutivos, en diez y ocho años
que lleva de mayoría. Hace tres que empezó á perder el
terreno, que acaba de recuperar hace solo tres meses, en
la renovación del Congreso.
El partido ó la mayoría indisputable que elevó al señor
Sarmiento, ha debido, pues, continuar por largo tiempo
nombrando Gobernadores y Legislaturas, y mandando
mayoría de Dij^ulados y Senadores al Congreso; y sino
había claudicado todavía en 1874, ha debido elegir segundo
Presidente de su partido, á despecho de la minoría nacio-
nalista que se presentase en las elecciones con su antiguo
candidato.
Diremos mas. En casi toda la República había hasta
ahora poco, no un gran partido, sino una mayoría que
no tenia mas bandera que su oposición al personal de
la antigua administración Mitre. Componíase de unitarios,
de federales, de nacionalistas, de autonomistas, de provin-
cialistas, de por tenistas, que no estaban de acuerdo sino
en su oposición á la minoría nacionalista de 1867, repre-
sentante del personal de la pasada administración.
En 1874, se presentó de nuevo en los comicios aquel
personal, y aunque en Buenos Aires dividió la opinión,
en las provincias no encontró sostenedores sino en San
Juan y Santiago del Estero, por razones que se verán
después.
Hoy mismo, la oposición á esa candidatura es tan mani-
fiesta, que ni se inventa siquiera un candidato, aunque
tenga diarios y prosélitos; aunque cuente con Corrientes
conquistado; por que se sabe que será rechazada, sino
adopta algún candidato de circunstancias, como Laspiur^
Tejedor, etc.
Suponer, pues, que el señor Sarmiento se hizo presidente
el ector durante su gobierno, para tener gobernadores y
404' OBRAS DK SAKMIENTO
diputados, es suponer que la mayoría que con tanto calor
].o sostuvo, se desvaneció como el humo, de la noche á
la mañana, y se adhirió á la minoría nacionalista admi-
nistrativa de los Elizalde, Mitre, Costa, y otros de la misma
harina. Es suponer que un partido en mayoría se anonada,
se disuelve, de puro gusto, y se convierte en minoría,
cuando tiene el poder en las manos.
Mucho de eso puede suceder; pero no sucede en un año,
ni en cuatro, y suele durar veinte y treinta años su poder,
como sucede en Inglaterra, en Chile y en Estados Unidos.
El gobierno del señor Sarmiento no ha concluido despres-
tigiado. Era observación de sus propios adversarios, que
cada día ganaba mas poder y aceptación. El escándalo de
Setiembre no era contra él.
Sea de ello lo que fuere, no ha debido necesitar de la
intriga, de la seducción, ó de la violencia, para que la
mayoría que lo eligió continuase en mayoría, nombrando
gobernadores de esa mayoría, y diputados y senadores de
esa mayoría.
La minoría que se constituyó en oposición, ha debido
sin duda ir ganando terreno en algunas provincias, acaso
en Buenos Aires mismo; pero sin el cambio brusco que
supone la necesidad de convertirse el Presidente en elector,
por haber sido dejado en la estacada por los que lo
eligieron, y haberse pasado con armas y bagajes á la mino-
ría que no lo eligió. El Presidente que le sucedió, debió
ser elegido por esa mayoría.
Esta es la verdad práctica de las cosas, y á esas pro-
porciones queda reducida la pueril cuestión de los gobiernos
electores, que supone necesariamente que toda la República
se hizo mitrista ó elizaldista, al día siguiente de vencidos
los patronímicos en las elecciones de 18C8, y que los
gobernadores, trece en número, se quedaron solos con el
Presidente, ingeniándose para inventar Diputados, sin duda
con las policías, pues al pueblo que hizo las elecciones de
1868, se lo ha tragado la tierra al día siguiente.
Eso de proclamarse abiertamente elector el señor Sarmiento,
sin decir el año en que tan desesperado partido tomó, no
expresa un hecho histórico, ni puede sostenerse seriamente;
como no resistirá al examen la pretensión de la minoría
nacionalista que sostuvo otro candidato, de haberse coa-
MEMORIAS 405
vertido en mayoría, sin decir en qué año le sobrevino
tanta felicidad, y qué gobernadores empezaron á ser nom-
brados en las provincias y en Buenos Aires bajo su influen-
cia, sin necesidad de ser gobernadores electores.
Eso de que autoridades legítimas se convierten en ilegí-
timas por actos subsiguientes, habiendo una Constitución
y modos de proceder, es bueno para dicho, si como en
Corrientes, hubieran triunfado en la Verde, es decir: si
hubiesen echado por tierra las instituciones.
Con estas aclaraciones preliminares, vamos á seguir al
autor en sus cargos.
« El Gobierno del señor Sarmiento, se proclamó abierta-
mente elector, y se nos dice « excluyendo al partido naciona-
lista que sostuvo otro candidato, ace[)tando el concurso de
verdaderos opositores y enemigos declarados.»
Enemigos de quién?
Si tal hubiere hecho, habría procedido como todos los
gobiernos libres del mundo, cuyo primer magistrado es
nombrado por el partido que triunfa en las elecciones,
excluyendo al del candidato opuesto.
Asi se gobiernan la Inglaterra, la Francia y los E!ítados
Unidos. Es el candidato y la minoría la que se excluije á sí
misma.
Cuando los toríes suben al poder, excluyen á los whigs.
Cuando dominan los republicanos en los Estados Unidos, los
demócratas no son llamados al gobierno. En Francia, los
imperialistas doblan bagaje, cuando los republicanos
triunfan.
Las conciliaciones (palabra de nuestra invención) no son
moneda política; aunque puedan haber coaliciones de opi-
niones, fusiones, etc., etc., etc.
Pero aun así, el cargo es falso. El Presidente Sarmien-
to llamó á su lado á compartir las responsabilidades de
su gobierno, á hombres conspícijos y respetables, nacio-
nalistas: al doctor Velez, uno de los mas autorizados libe-
rales nacionalistas.
Doctor don Mariano Variano Várela — nacionalista.
Teniente Coronel Gainza — nacionalista.
Doctor Avellaneda — nacionalista.
Doctor Gorostiaga — nacionalista.
Doctor Tejedor — nacionalista.
■^06 OBRAS DE SARMIENTO
Doctor Dominguez— nucionalista.
Doctor Albarracin — nacionalista.
Doctor Frías — nacionalista,
conservando al doctor Pico como procurador y al señor
Posadas como administrador de correos, nacionalista hasta
el fin.
¿Cuáles de estos eran los enemigos del partido nacio-
nalista? Los enemigos del gobierno puede encontrarlos
el curioso en los debates de las Cámaras de entonces, en
el lenguaje de ciertos diarios, aun antes de mostrar el Pre-
sidente una política, aun antes de nombrar ministros. Tes'
tigos, orgia de Palermo, y las zapatillas verdes. Esos son los
enemigos.
Esto ocurría en 1868! Respetaremos la prudencia que
aconseja no entrar en «.CMusas que es inútil discutir^ sea quien
fuere el que las «originó»; aunque sea siempre el mejor
modo de exclarecer ios hechos subir á las fuentes, y saber
quien originó los sucesos que se deploran después.
«Esta política electoral, agregan no era oculta en el señor
Sarmiento, sino que se proclamaba abiertamente, y lo que
no se había oído en tiempo de Urquiza, lo oímos enton-
ces.»
Queda, pues, demostrado hasta la evidencia, que don Emi-
lio Castro no fué Gobernador impuesto á Buenos Aires por
un Presidente elector; y que don Mariano Acosta, fué
nombrado Gobernador, cuando el doctor Alsina no estaba
en relación política ni aun personal con el Presidente, ni
aun con el doctor Avellaneda, pues Alsina era candidato
á la presidencia. Aun la elección del señor Casares, pro-
cedió de orígenes puramente porteños, sin que los sucesi-
vos Presidentes tuvieran que ver en ello.
Resulta, pues, que en Buenos Aires por lo menos, du-
rante nueve años, no ha habido política electoral de un
Presidente. Fueron Gobernadores electores aquellos
tres? Negocios suyos son, en que no debemos inqui-
rir.
No pudieado, pues, establecer en Buenos Aires la poli-
tica electoral, el Presidente, que no tenía afinidades con los
Gobernadores Castro y Acosta, ni las simpatías de Alsina
ó Mitre, que presentaban ambos programas de política
hostil al Presidente, ó en oposición á su política, necesi-
MEMORIAS 4Ct
taba ir á buscar en las Provincias las muestras de la
política electoral; y ya mostraremos que allí fué tan des-
graciado como en Buenos Aires.
«LA NACIÓN» SE CHANCEA
(Diciembre 19 de 1878.)
Era el Dios saliente, Mitre, quien nombraba al Dios
entrante Elizalde. «Un Grobernador ó Presidente saliente,
« que nombraba á su ministro Elizalde Presidente entran-
te en 1867, sostenido por La Nación.
Hemos de tratar estas cuestiones, despacio.
Por ahora nos contentaremos con alejar las caliñcacio-
nes arbitrarias.
Pueden haber Gobernadores electores. Eso se lia visto
en Buenos A.ires y en muchas provincias. Las hubo en
que no había Gobernador saliente, en Santiago del Estero
ouyo gobierno no fué acusado de criminal por La Nación
que lo sostenía por ser favorables á la libertad los seño-
res Taboada.
No es muestra de libertad electoral el que el Goberna-
dor entrante ha de ser precisamente enemigo del Gober-
nador saliente, ni de otro partido. Como el Gobernador
fué electo por un partido en mayoría contra otro en mi-
noría, es posible que vuelva á triunfar ese partido en las
siguientes elecciones, lo que no constituye Gobernador
elector al saliente, por ser de su partido. De esta manera
un partido gobierna un país elector diez, veinte años, sin
que la minoría en oposición prevalezca, hasta que se con-
vierta en mayoría. Eso sucede actualmente en los Estados
Unidos, con los republicanos.
No se ha definido crimen por legislación alguna, ni
menos por la nuestra ser gobierno elector. En Francia, el
mariscal Mac-Mahon, queriendo hacer prevalecer en la
renovación de la Cámara disuelta, al partido monarquista
ó imperialista, permitió que sus ministros, reaccionarios,
pasasen circulares á los Prefectos, recomendando oficial-
mente hiciesen elegir á los Diputados que él les recomen-
daba.
Habiendo triunfado en las elecciones, no obstante los
408 OBKAS DK SAKMIBNTO
Prefectos electores, como aquí en 1868, una mayoría repu-
blicana, la Asamblea, en juicio de elecciones, condenó en
principio á los gobiernos electores; pero para constituir el
delito, estableció como prueba, el que los Prefectos hubiesen
puesto en carteles en papel blanco, que es el papel oficial, las
listas recomendadas, pues este signo material constituía
]a orden devalar. Los Diputados que fueron recomendados,
en carteles azules ó verdes, no fueron declarados im-
puestos por la autoridad, y muchos quedaron apro-
bados.
Ya vé, pues, La Nación que está creando crímenes que
no están definidos por legislación alguna.
Por eso es arbitrario decir, que todo crimen justificado que
sea de un gobierno, anula y deja sin efecto su nombra-
miento, por mas legitimo que sea. Pero si le es dado á, La
Nación inventar crímenes, no le es dado ;w5íí/?6*aWo5, porque
no es el Juez. El caso del Presidente Derqui, es una
invención gratuita, que lejos de probar la doctrina, la
condena.
Pudo hacerse el Presidente Derqui gobierno elector en la
Confederación de que Buenos Aires no formaba parte, y
por tanto no tenía que saber si Derqui era elector ó no,
allá en su jurisdicción. No trató de elegir ó imponer Gober-
nador á Buenos Aires.
Los pueblos de la Confederación no se levantaron en
.armas contra él, por ser gobierno elector. Sospechamos."
que no lo fué, pues acababa de ser electo Presidente y no
necesitaba renovar Gobernadores, y tenía mayoría en el
Congreso.
La Presidencia, Congreso, Tribunales, y demás autorida-
des legítimamente constituidas de una llamada Confedera-
ción Argentina, claudicaron por haber sido disuelta aquella
nación sin Buenos Aires, en una batalla campal entre
ejércitos regulares, y con otro gobierno, el del Estado de
Buenos Aires, reorganizándose en seguida una nación com-
l>uesta de ambos Estados. Llamarle Gobierno electoral á
Derqui, por haber sido vencido su ejército, es inventar crí-
menes, y tribunales de justicia ó insultos imaginarios, como
aquel que le decía á alguno: Tiene Vd. la pituiial
La verdad es que todos tenemos pituita, incluso La
Nación.
MEMORIAS 409
«Los juicios de Dios, fts La iVrtCíOtt que habla, — Caseros,.
Pavón, deciden la cuestión.»
No queremos aceptar que tal piensa la Nación. El juicio
de Dios, si esa es su doctrina, debiera haberlo acatado en
la Verde, y en Santa Rosa, que han sido negadas, declaran-
do en un Manifiesto sus proceres, al conciliarse, que man-
tenian en alto la bandera arriada por la fuerza en Junin.
Somos mas equitativos. Ese partido compuesto de ex-
funcionarios de un gobierno pasado que no cree que lo
están venciendo hace diez años en las elecciones, gobierna
á los suyos con figuras de retórica, el juicio de Dios res-
taurado de la edad media, los gobiernos de hecho, los gobier-
nos electores, los Presidentes de otras Repúblicas, como la
pasada Confederación Argentina ó el gobierno del Paraguay
deslegitimados por la guerra con otro Estado vecino: de
donde se deduce que un gobierno elector de Buenos Aires,
hizo unas elecciones, y que el Congreso Argentino en mala
hora las aprobó.
Los libertadores de Buenos Aires, tenían derecho de to-
marle á la Nación su ejército, que no era de Buenos Aires,
y decir que la Nación había hecho una revolución, contra
La Nación (periódico), no obstante que la Nación, gobierno,
trajo á buen recaudo á los sublevados y á los rebeldes, en
la Verde.
{Diciembre 20 de 1878.)
Al formarse el Gabinete Nacional que debía funcionar
desde el 18 de Octubre de 1868, fue solicitado por el Presi-
dente B. Emilio Castro, para el Ministerio de la Guerra. En
tres conferencias sucesivas, se escusó dando las gracias,
negándose redondamente en la última, diciendo que mejor
serviría al Gobierno Nacional como Gobernador de la Pro-
vincia, si era electo, siendo provisorio ya, que como Minis-
tro de la Guerra.
Electo Gobernador Castro, no Gobernador elector, la Le-
gislatura nombró Senador al ex-Presidente, y el pueblo á
los señores Gelly, Elizalde, Ocantos, etc., Representantes.
¿Era el no excluido Castro, sostenedor de la mayoría que
había triunfado en la elección de Presidente?
Sería ocioso preguntarlo, pues lo que á la cuestión de
Presidente elector atañe, seria saber si el Presidente intentó
410 OBRAS DE SARMIENTO
alguna vez saber, por ejemplo, que jueces de Paz se nom-
braban ó alguna de tantas cuestiones locales que agitan los
partidos y dan dirección torcida á los sucesos.
Los Ministros Gainza, Várela, Velez, Avellaneda, después
Tejedor, dirán si ellos estuvieron en contacto con el señor
Castro; y este, si en las elecciones le denunciaron trabajos,
intrigas, agentes del Gobierno Nacional, tratando de favo-
recer una política cualquiera.
Debe prevenirse que el naalogrado Alsina, no estaba en
relación sino oficiales, como Vice-Presidente, con el Gobier-
no Nacional, dejándose mas bien traslucir una tendencia á
oposición.
La administración Castro dejó también traslucir una
€ierta inclinación á mitrista y aposición, que no le estaba
mal.
Tratándose de renovar el personal del gobierno, vencido
el término del señor Castro, se presentó como candidato el
Dr. Costa, cuyos negocios fueron arreglados satisfactoria-
mente, para el caso.
Procedióse á la elección, y resultó electo, no obstante
el influjo que pudo ejercer el señor Castro, el señor Acosta,
lo que probaría que no hay gobiernos electores en Buenos
Aires y que se conservaba la mayoría que había negado
su voto al Dr. Elizalde y consocios nacionalistas, que hacían
oposición al Gobierno Nacional y á quienes conservaba
afición el gobierno Castro.
La candidatura Castro no prueba que tratase de poner
Gobernador elector en Buenos Aires, para la próxima Presi-
dencia, fi doncl Probaría á lo sumo, que no está demás un
pan con otro pedazo. Lo que necesitamos probar es que
Castro no fué excluido del Gobierno Nacional, y que Acosta
no debió el gobierno á la política electoral del Presidente,
que no influyó en las elecciones, aunque sea posible que el
Dr. Alsina, tuviese influencia en Buenos Aires.
Pero lo repetimos. Alsina no era amigo ni sostenedor
del Gobierno, y por tanto ni Castro ni Acosta debieron
su puesto á la política electora de un Presidente.
Si vicios hay y hubo en las elecciones y en el sistema
electoral, cuando se eligió á Castro, y antes á Alsina, y
andando hacia atrás, á Mitre, que en 1852 puso cátedra del
arte de elegir gobernadores en Buenos Aires. Pero es una
MEMORIAS 411
iniquidad atribuirle al señor Sarmiento que él inventase
nada de nuevo, cuando no tuvo una política electora, ni
se puso de acuerdo con el Dr. Alsina, á quien negó toda
ingerencia en el ejército, ocho días antes de dejar el go-
bierno.
Decididamente, no la deplegó en Buenos Aires; donde
eligieron bajo su gobierno á Castro, mitrista opositor, á
Acosta, alsinista, opositor entonces.
Desgraciada ó felizmente hay un documento irrefragable
de la política electora de un Presidente en las Provincias,
(pues que en Buenos Aires no lo fué), y confesión de parte
releva de prueba.
Veamos el documento:
La intervención decían sus ministros, en el seno del Congreso^
es una arma política que tiene el Presidente (Sarmiento) para
sostener las Legislaturas, y Gobiernos amigos, y dejar derrocar
á lo que lo son.»
Citadas estas frases en letra bastardilla, se hacen notar
como irrecusable testimonio.
Sin embarge, algo puede decirse para atenuar su fnerza.
Hemos buscado en las sesiones del Congreso, esta decla-
ración, y no consta de la redacción taquigráfica de las
sesiones.
No teniendo fecha, pudiera^er que se nos escape.
Permitido es pues, dudar de su existencia y de la redacción
de la frase, pues que cinco ministros no han de habej
usado la misma. Pidiéramos nombre de autor del minis-
tro que tal dijo, fecha, y lugar, sin lo cual creeremos que
es apócrifa la cita; y una política electora de un Presidente,
no S9 prueba con palabras de un ministro, á no ser que
acuse al Presidente, ni los hechos constantes no la com-
prueban.
Hablase en seguida de tal declaración de Corrientes, y
es de suponer que á Corrientes se refieren aquellas frases.
En 1868, al recibirse el nuevo Presidente se encontró
con que le legaban una intervención pedida tres meses
antes, entre dos ejércitos en armas.
El Presidente mandó al Ministro Velez á poner término
al largo conflicto ; este los desarmó á todos, y quedó el
partido mitrista, nacionalistas ó lo que quieran, gobernando
con Pampin, Guastavino, Baibiene, en el gobierno, Torrent,
412 OBRAS DE SARMIENTO
Justo en el Congreso, Azcona, Reguerra en las comandan-
cias. No hubo política electora del Presidente y si la hubo^
fué en favor de sus adversarios.
Sería á los tres ó cuatro años después?
Pero la oposición de los Mitre, Elizalde, Costa y demas^
ingresados durante los anteriores años, no fué estorbada
por una política electora, y no hay política sino cuando
hay sistema. No hubo sistema en Buenos Aires, no lo
hubo en Corrientes, antes de aquella supuesta declara-
ción que los ministros Tejedor, Domínguez, Frías, Gainza
ó probablemente Avellaneda, debieron hacer en el Congreso,
de la cual no hay constancia, sin embargo, pues no tomaron
la palabra.
Ocurrió mas tarde un hecho singular en su género en
Corrientes. El Gobernador Baibiene, dirigió una circular
á todos los comandantes de campaña, á todos los militares,
aun adversarios de su gobierno^ invitándolos á ayudarlo á
elegir un gobierno que le sucediere, para que todos los
correntiiios reunidos, resistieran al Congreso, cuando tratase de
las Misiones, que eran, según él, de Corrientes.
Una circular le fué traída original al Presidente ( de
diez ó doce iguales), con la firma de Baibiene, y el Pre-
sidente la hizo publicar, para conocimiento de todos. Era
un gobierno elector el autor de ella, no por conjeturas,
sino por un acto público en que declaraba que iba á darse
un sucesor, en abierta sedición contra la Nación invitando
l)or circulares no al pueblo, sino á los militares, á entrar
en el plan.
Según la teoría que hace el mayor de los crímenes el
ser gobierno elector, y siéndolo Baibiene, no por conje-
turas sino por circulares con su firma, el Presidente debió-
evitar la consumación de tan feo crimen.
El Presidente no procedió, sin embargo. No se puso
en relación con los coroneles Sosa, Azcona, Insaurralde,
Reguera, que denunciaban el atentado, ni con alma nacida
de Corrientes.
El Presidente, sin embargo, manifestó al Consejo de
Ministros sus dudas, no de que fuese Gobernador elector
Baibiene, que lo era descaradamente, sino de la obligación
de proceder, contra conato de sedición, creando por medio
de comandantes de campaña y militares un gobierno que-
MEMORIAS 413
•sublevase la provincia de Corrientes, cuando el Congreso
tratase de las Misiones, en caso de resolver otra cosa que
lo que quería Baibiene.
Los ministros aconsejaron esperar á que se produjesen
hechos. En eso quedó lo de la circular sediciosa y electora.
No hubo, ni aun asi, política electora de un Presidente.
El asunto no paró ahí, sin embargo. Hubo alborotos en
Corrientes, sublevándose Azcona, Reguera, Pampin, Sosa,
Insaurralde, contra el doctor Justo, que era el Gobernador
de Baibiene, y el Presidente no creyó necesario intervenir
para asegurar un gobierno contra el Congreso, con la misma
■discreción con que la Cámara de Di{)utados no creyó pru-
dente intervenir en Santiago, para restablecer al Q-ober-
nador Montes.
Pero no paró ahi el negocio de Corrientes. Presentóse
petición de intervención á la Cámara de Diputados; y la
comisión de Negocios Constitucionales, compuesta de los
señores Rawson, Gelly, Ocantosy Elizalde, que había acon-
sejado no intervenir en Santiago del Estero, aconsejó
intervenir en Corrientes, allá porque nó, y aquí porque sí.
Pero la Cámara pensó de otro modo, y después de un
acalorado debate, en que los ministros no dijeron que el
Presidente no intervenía en favor de los que conspiraban
contra el Congreso, en Corrientes, como no había interve-
nido en Santiago, contra los que conspiraban contra el
mismo, como don Manuel Taboada.
Fué, pues, la Cámara, en inmensa mayoría, la que no
intervino en Corrientes.
Entre Ríos
El Presidente legitimo, fué solicitado por los señores Velez
Várela, Arredondo y Mansilla, para admitir á conferencia
al doctor que se decía traía encargo de dar segu-
ridades al nuevo Presidente, de sus buenas disposiciones,
etcétera, á lo que se negó redondamente, dando por toda
contestación, el dicho de Nelson que, «cada uno cumpla
su deber.» Mataron á Urquiza, y para establecer un go-
bierno regular, fué preciso someter al homicida que se
había declarado Gobernador del Entre Ríos. Se nos dice
414 OBRAS DR SAHMIKNTO
que el Presidente, buscó el apoyo de los antiguos amigos
nacionalistas que había excluido.
Hay en esta aserción el mismo error que trajo la revo-
lución, puesto que con tal nombre llaman al motin de
Setiembre, y es, creer que hay un ejército y jefes militares
que no son nacionales sino nacionalistas. El Presidente
dispuso de SU ejército, como Comandante general de armas,
dándosele un bledo entonces saber, si el General Mitre
era hermano del ex-Presidente; si el General Gelly había
sido el brazo derecho del Brigadier General en el Paraguay,
ni lo que pensaban los Generales Conesa, Rivas, etc., etc.
Dispuso de las divisiones que llegaban del Paraguay, en
la forma que lo juzgó conveniente; separó del mando jefes
y generales, por razones de servicio, y en virtud de sus
facultades, sin mirar á colores políticos, ni de partidos,
aun el nacionalista, nombró comisionado nacional al doctor
Pico, nacionalista y mitrista.
Concluida la guerra, fué nombrado en el Entre Ríos, por
la junta de electores. Gobernador don Emilio Duportal,
nacionalista mitrista, sin que el Presidente metiese la mano
en ello; y habiendo este señor renunciado, por no encontrar
un empréstito que solicitó en Buenos Aires, le sucedió el
doctor Echagüe,tan conocido del Presidente, entonces como
el señor Duportal.
Este caballero dirá si el Presidente le indujo á renunciar,
habiéndole á su vuelta á Buenos Aires, ocultado en con-
ferencia particular, que ya lo había hecho, lo que aleja
hasta la idea de que indicase al doctor Echagüe.
No hubo, pues, política electoral en Entre Ríos, ni con
Duportal ni con Echagüe.
Santiago del Estero
*c Santiago, dice el escrito de acusación que contestamos,
« Santiago se mantenía independiente de la influencia elec-
tora (del Presidente) en su ex cep ció nal ré gi men au to-
no tni co.y> ¿Tiranía?
Heroica mil veces Santiago ! Solo allí estrelló la intriga,
la cábula, la astucia de la política electoral del Presidente.
Los Senadores y Diputados de Santiago, se dormían en
sus bancos, sabiendo que debían votar wo, cuando aquel
MKMOIÜAS 415
Presidente proponía un proyecto de ley; y si cuando no.
¿Para qué saber de qué se trataba?
El Presidente, sospechan alojunos, cuidaba de conservar
aquella joya de gobierno, excepcionalmeute autonómico, según
lo declaró el Diputado Rawson, aconsejando no intervenir,
ya que el Presidente no había querido hacerlo con Montes,
por no hallarse, decía, en condiciones regulares; como el
carpintero á quien le llevan una silla descompuesta, y
dice no debe componerse, porque está descompuesta. ¿Y
si estuviera compuesta? Claro es que debía componerse.
Los nacionalistas triunfaban, á la sombra de tanta
libertad.
(Diciembre ai de 1878.)
Hemos revistado cuatro provincias: Buenos Aires, Co-
rrientes, Entre Rios y Santiago, y la disparidad de la mar-
cha de los sucesos en cada una, muestra que no había un
sistema de política electora, extraña á sus propios partidos^
En Santiago no entra política de afuera, porque está tira-
nizado, y en Buenos Aires porque es libre. En Corrientes,
una vez son nacionalistas los preferidos del Presidente,
y otras los deja librados á su suerte. No hay, pues, una
política.
¿Habíala en Córdoba? El que denuncia su existencia,
asegura que en Córdoba, en 1874, triunfó el candidato de
la elección del pueblo. Luego no hubo política electora de
un Presidente. Esto sucedía gobernando el doctor Rodrí-
guez, que era nacionalista, y no Gobernador elector.
Luego no había en Córdoba, ni Gobernador elector, ni
política electora, excluyendo á los nacionalistas, represen-
tados en su Gobernador,
En San Juan, al fin, triunfó el pueblo, de la política elec-
tora del Presidente.
¿Cuando? ¿Cuando el interventor Frías, mandado por el
Presidente, se entendió con los partidos y nombraron Go-
bernador §L don ManuelJ. Gomez^ nacionalista contum-azf
Luego la política electora dejaba á los tiranuelos inde-
pendientes, como los Taboada, influía en Córdoba con Ro-
dríguez, nacionalista, para que le ganasen las elecciones,
y en San Juan hacía por el contrario que obtuviese Go-
mez,nacionalista, el triunfo?
416 OKRAS DK SARMIBSNTO
San Luis resiste á la política electora del Presidente, cede
á la de jefes militares y con el Senador Qairoga triunfa
el pueblo, que como el de San Juan asistió á Santa Rosa,
todo lo cual probará todo lo que se quiera, menos que hu-
biese una política general, pues, á haberla habido, los
resultados serían iguales en todas partes, y se nos dice
que en Mendoza, en Tucuman, Jujuy y allá en Salta, el
pueblo en mayoría hizo elecciones legítimas, adversas á los
nacionalistas. Fatiga el empeño de demostrar la simple
verdad que arrojan los hechos, y es que habrán vicios
electorales por todas partes, á veces, en favor ó en contra
de los nacionalistas; pero que en ninguna se descubre
una polilíca, un sistema constante en un cierto sen-
tido.
Quiere citarse la de Santa Fe donde hasta hoy vive ex-
cluido el partido nacionalista del Gobierno? ¿Pero no fué
el Presidente Mitre el que hizo excluir á Oroño? Los
Cullen y Aldao á los Iturraspe, etc., interviniendo y acep-
tando la revolución hecha contra el Gobernador Oroño, y
que trajo por consecuencia el triunfo del partido oi)uesto,
que no ha dejado en diez años que alcen cabeza por me-
dio de revueltas intentadas los Oroño, Cullen, Ahlao, y
los Iturraspe, dando al contrario una serie de Gober-
nadores, tales como Cabal, Pascual Rosas, Iriondo y
Bayo?
Cuánta impavidez no se necesitaba para atribuir al sub-
siguiente Presidente y á su política electoral el estableci-
miento de aquellos gobiernos y la deposición y derrotas
posteriores de Oroño! No hubo, pues, necesidad de políti-
ca electora de un Presidente, desde 1868 hasta 1874, por-
que ya el ministro Costa le había ganado de mano, quitado
Gobernadores nacionalistas, y ahogado al partido que
formaban los Cullen, Iturraspe, Aldao, Oroño y demás
personas notables de Santa Fe, que son enemigas de la
situación creada por Costa en 1867.
Creemos haber probado hasta la saciedad; con las mis-
mas pruebas presentadas en contra, que si hay gobernado-
res electores en las Provincias, ni el Presidente Sarmiento
introdujo el artículo, ni él tuvo una política electora.
Hasta aquí hemos refutado las aserciones caprichosas,
de haber tenido el Presidente Sarmiento una política elec-
MEMORIAS 417
tora, para obtener, ó diputados por gobernadores electores,
ó senadores por legisladores apócrifos, ó para darse un
sucesor por la acción combinada de todos estos medios.
Los cargos hechos prueban que se sucedían gobiernos,
según lo que creemos nosotros, por conservarse unida has-
ta 1874 la mayoría que nombró un Presidente legítimo
por excelencia. Si influencias perturbadoras hubieron,
debe atribuirse al progreso que en algunas provincias hacía
la oposición en minoría, de 1867.
Algunos jefes del ejército nacional quisieron hacer fuer-
za en Mendoza y La Rioja, unos en favor de Alsina, otros
en favor de Quintana, ninguno de ellos, en favor, por
entonces, de la minoría vencida en 1867. Los desórde-
nes electorales reprimidos en Buenos Aires por ei gobier-
no nacional, ocurrían entre alsinistas y mitristas, ambos
candidatos proclamados á la presidencia, ambos hasta cier-
to grado hostiles al Presidente.
Para desvanecer el error, hemos citado nombres propios
de personas que darán testimonio de la verdad, y que nos
complacemos en reunir aquí, para que declaren en contra-
rio, que no fueron instrumentos, cómplices ó favorecidos
de una política electoral del Presidente Sarmiento; á sa-
ber: diez ministros suyos: los militares Rivas, Arredondo,
Vedia, Obligado, Roca, al mando de fuerzas; los goberna-
dores Emilio Castro, Acosta, Duportal, Rodríguez, Estrada,
Quiroga, Manuel José Gómez, Montes, Taboada, los inter-
ventores Velez. Frías, y todos los diputados y senadores al
Congreso.
Recordaremos que el General Mitre escribió á don Am-
brosio Montt á Chile, antes del fallo de la Cámara, que
jamas se habían hecho elecciones mas perfectas.
No olvidemos que las elecciones en su conjunto, no
fueron el pretexto del motín de Setiembre, sino la aproba-
ción de las de Buenos Aires, en las que el Presidente ni
remotamente, ni por simpatía personal siquiera, tenía ni
ejercía influencia. Creemos mas, y es que no habría podido
ejercerla, si hubiese querido.
¿Quién no conoce los resortes electorales de entonces, y
las influencias?
Diríamos mas todavía; y es que á esa prescindencia de-
TOMO XUX.— 27
418 OBHAS UB SARMIENTO
bió el poder gobernar un país entregado á las influencias
personales, ó á las de los militares.
Y al hacer estas observaciones tan positivas viene una
triste reflexión, ¡Será cierto, en efecto, que de una elección
popular, la naas legitima que haya conocido el pais, según
lo confiesan los que en ella fueron vencidos, hubiese en
realidad sido, y el público lo ignore, el gobierno que mas
libertad haya asegurado en las elecciones, dejando á los
pueblos errar, aceitar, enmendar sus errores, ó agravarlos?
Gobierno bajo el cual vivieron los Tabeada, sus enemigos,
y á quienes un soplo del Presidente, habría hecho desapa-
recer, en cuatro ocasiones que le dieron para anonadarlos?
Que solo fuese inexorable con los jefes de fuerzas, á
quienes excarmentó de su antigua corrupción de constituir-
se en jueces de elección, y protectores de libertades, que
no es su oficio entender; y que el Presidente que no soli-
citó votos para si, y dejó á todos en libertad de hacer uso
de sus medios, buenos ó malos, casi siempre malos, ha-
biendo descendido honorablemente de su puesto, y alejá-
dose del torbellino de los sucesos, haya de descender ala
historia, manchado con haber tenido una política electoral,
que trajo una revuelta de jefes sus amigos, no obstante de-
claraciones solemnes en contrario: nada mas que por nece-
sidad de justificarlas?
Ojalá fuese decoroso declarasen los que lo hicieron,
cuántas propuestas C')nfidenciales recibió para proponerle
invadir el Entre Ríos, desde Corrientes, deponer á los Ta-
boada desde Tucuman, entre otros cambios, ó suprimir
obstáculos á su política; y la respuesta constante que á todos
dio; como no es lícito tampoco revelar las pequeñas insu-
rrecciones, desobediencias y provocaciones de funcionarios
públicos, de militares y aun de Gobernadores de Provincia,
que desimuló ó corrigió, sin traer perturbación ninguna, y
cuya justicia han reconocido algunos mas tarde, no todos,
pues hay quienes le guardan incurable enconol
A esos mismos y á todos, aseguramos en nombre de la
verdad histórica, que no hubo una folítica electoral,
regida por un presidente, ni para sostenerse en su Gobier-
no, por serle útil, ni para darse un sucesor, pues quiso
ahorrarse, cuando mas no fuese, una tarea molesta y
ociosa.
MEMOHIAS 419
OTRO DIAPASÓN
(Diciembre 23 de 1878.)
«Qaitad, se dice, la fuerza de línea en 1874, y el pueblo no
iiabría sido burlado, con la falsificación que se hizo... El
Gobierno Nacional entonces ha concurrido á que la adíxii-
nistracion de la Provincia, (D. Mariano Acosta), suprimiese
el libre sufragio.»
Habiendo demostrado que no hubo política electoral, con
los gobernadores como instrumentos del Presidente, ahora
parece que este alto funcionario ayudase á la política elec-
toral de aquellos.
Gánase algo en esto, y es que no fué el Presidente el que
se hacía elector, sino que siéndolo los Gobernadores de Pro-
vincia, el Presidente les prestaba apoyo para suprimir el
sufragio.
Importa, sin embargo, restablecer la verdad; y seguire-
mos en esto el plan que hemos seguido antes.
A las aserciones dogmáticas, oponer los hechos y resta-
blecer las leyes suprimidas, invocar los testimonios contem-
poráneos.
Hay una frase oscura en aquella observación. Restablece-
remos la que conviene.
Sin la presencia de las tropas de línea en 1874, la parte del
pueblo que sostenía la candidatura del General Mitre no
habría sido burlada por la escandalosa falsificación que
hizo la administración que había creado, la parte del pueblo
que sostenía al Dr. Alsina.
Siendo esta la verdad, quita el carácter de parcialidad y
violencia que se atribuía al Gobierno Nacional y á la polí-
tica electoral de un Presidente.
Hasta entonces, el Dr. Alsina no habia disistido de su
candidatura, por lo que el Presidente no es sospechable en
esos actos, ni de afición á la del Dr. Avellaneda, que ño
era el objeto de las elecciones en Buenos Aires; ni podía
preverse que mas tarde se asociase Alsina á esta otra
candidatura.
El Dr. Rawson, partidario de la parte del pueblo, que se dice
defraudada, dirigió una carta á. un diario, que una frase
420 OHKAS l>ie NAKMIKNTO
hizo célebre, manifestando su complacencia, hasta hacerla
derramar lágrimas de felicidad al contemplar los progresos
que había hecho el pueblo de Buenos Aires en la práctica
de las elecciones, pues no solo había reinado la mayor
libertad en las mesas de Catedral al Sud y Norte cuyos actos
presenció, sino el mayor decoro y orden de parte del pueblo^
Esta es una declaración importante, contemporánea, de
testigo presencial, y caracterizado, perteneciendo á la parte
del pueblo que hoy juzga de otro modo.
Las mesas de Buenos Aires eran catorce, y solo en una,
casi de extramuros, ocurrió intervención de la fuerza.
En Balvanera, en el local de las elecciones, no había
tropas de linea. Una fuerza estaba acantonada en la plaza
de Lorea, distante muchas cuadras de la mesa. Cuando su
jefe oyó tiros y descargas en Balvanera, requerido al efecto, se
dirigió á, la iglesia, lugar de las elecciones, y cualquiera
puede calcular el tiempo necesario para llegar á paso de
trote.
Cuando hubieron llegado á las inmediaciones, no se diri-
gieron á la mesa electoral, sino que guiados por el humo de
la fusilería, acometieron una casa de enfrente, que tomaron
sin hacer fuego, prendiendo cincuenta y seis individuos y
tomando setenta fusiles Enfield, y municiones, treinta ó
mas revolvers, ochenta ó mas puñales etc. La lista de per-
sonas y armas consta del sumario que se levantó, y entregd
á un juez.
En el atrio de la iglesia, yacían cuatro ó mas cadáveres,.
y había seis ó siete heridos.
Eran estos extragos hechos por la parte del pueblo que soste-
tenía la candidatura Mitre, si ti contestación de ia otra parte
del pueblo^ que sostenía la candidatura Alsina.
Había algo mas de particular. La parroquia de Balvane-
ra, no peca por adhesión á, Mitre ni á los nacionalistas de
entonces.
Allí tenía partidarios Alsina, no Avellaneda, ni el Presi-
dente elector. Los conserva aun en mayoría el partido
autonomista; y si se replica que entre las influencias elec-
torales y sus hombres notables hay allí federales antiguos,
convendráse en que tienen el mismo derecho que los nacio-
nalistas jwir sang para votar.
No necesitaban, pues, del fraude para triunfar^ pues eran
MKMOKIAS 421
mil contra ciento, y asi se conservan hasta hoy. Necesi-
taron solo que no los acabaran de fusilar los de la batería
ó cantón de enfrente de la iglesia, donde se habían acumu-
lado de antemano armas de fuego y blancas.
«Quítenselas fuerzas de línea (de Balvanera en 1874, como
se dice y el pueblo habría sido fusilado durante dos ó tres
horas, operación que no duró sino el tiempo necesario
para que la tropa, al oir los tiros, llegase de Lorea á
Balvanera.
No ocurrió mas novedad en las elecciones. Si había
fraudes en algunas parroquias, en Balvanera hubo la mas
criminal agresión. El Dr. Rawson dio testimonio de que
todo se pasó en orden en las parroquias que él visitó, y esto
quita toda fuerza á la sospecha.
La captura del armamento reunido en la casa cantón de
Balvanera, prueba una violencia preparada de aniemano
en una parroquia en que estaba conocidamente en minoría
¡a parie del pueblo, mitrista; porque de las candidaturas de
Mitre ó de Alsina se trataba solamente.
Esta premeditación del crimen, justificaba la acción de
las tropas para garantir la vida de los hombres. Era un
propósito confesado ó mal disimulado de ambos partidos,
en lugar de elegir, batirse en todas las parroquias, teniendo
se decía, cantones en todas y depósitos de armas.
Consta esto de los documentos de entonces.
Se había logrado en los diarios desacreditar y envilecer á
lapo/»ctade seguridad, y los unos se proponían llevársela por
delante, y el gobierno no contaba con medios para dar la
autoridad y poder.
El Presidente creyó de su deber estorbar un escándalo
vergonzoso; pidió informes oficiales al Gobernador, acerca de
la situación (corren impresos) y obtenténdolos alarmanies, ipor
declaraciones de la policía de varios homicidios ocurridos
en las afueras, entre gentes preparadas al choque, procedió:
Primero. A hacer imprimir en grandes carteles la parte
penal de la ley de elecciones, y la parte de la ley de Jmticia
Fícíera/ que declara sedición la violencia en las elecciones, y
la manera y requisitos de hacer uso de la fuerza (nacional)
para reprimirla en el acto de aparecer, y estos carteles se
fijaron en las esquinas, para que los fíándidos no alegasen
ignorancias y desistiesen de su criminal propósito.
422 OKrtAS UK SAKMiKNTO
Segundo. Dirigiendo una carta al señor Gobernador, que
se publicó, reproduciendo nota del Ministro argentino en
Nueva York, dando testimonio (oficial) de como se. asegu-
raba el orden en las elecciones en las grandes ciudades,
anunciando desde el día anterior, por la prensa, los luga-
res en que estarían colocadas las fuerzas, de á cien, de á
seiscientos hombres, á mas de dos empleados de policía en
cada mesa, etc.
Esto se hacía para desvanecer el error, muy valido has-
ta entonces, de que en día de elecciones la autoridad y
la fuerza se eclipsaban, precisamente cuando mas se nece-
sita hacer respetar las leyes y garantir las vidas.
Con estas medidas previas encaminadas á disipar erro-
res y desarmar resistencias por el convencimiento de la
sin razón, el Presidente, en la orden del día, distribuyó
fuerzas de linea en diversos puntos, y dio instrucciones
escritas y pmadas á sus jefes, y la manera de proceder,
conforme á la ley, en la represión del desorden.
La verdad histórica, irrefragable, es que no hizo uso de
las armas la tropa, ni aun en Balvanera, donde se limitó
á desarmar y prender á los furibundos que habían muerto
á varios inocentes.
La mas triste de las verdades históricas es que no hubo
justicia para aquellas victimas, tan inútilmente sacrifi-
cadas.
Esta es la influencia que las tropas de línea ejercieron
en las elecciones de 1874.
Es la misma que por orden de Lincoln habían ejercido
en Baltimore, aun contra la voluntad del Gobernador se-
paratista.
Era la misma que ejercieron, después en la Carolina
del Sur y en la Luisiana en elecciones, limitándose á es-
torbar actos de violencia. Es la misma, en fin, que hace
meses ejercieron en Buenos Aires, después de la concilia-
ción, fuerzas de policía en el atrio de una iglesia, á diez
pasos de las mesas, haciendo fuego sobre perturbadores,
dando muerte á uno é hiriendo á cuatro, aunque no sepa-
mos si La Nación reprobaba esta vez el acto que hoy se
denuncia como coacción del voto, no dicen si de los muer-
tos ó heridos en el atrio de Balvanera, ó de los cincuenta
y seis tiradores acantonados enfrente, para fusilar mesas
MEMORIAS 423
donde no podía haber fraude, pues era en la parroquia en
que es hasta hoy mas fuerte el partido opositor á los nacio-
nalistas de entonces.
Sabemos lo que son las preocupaciones y la venda de los
partidos. Después de leído lo que precede volverá árepe-
tiise lo de los gobiernos electores, en cuanto á la política
electoral de un Presidente, y de la violencia que ejerció
con las tropas de línea en las elecciones de 1874, sin la
cual el pueblo /
«Quitad, se dice, la fuerza de línea de la elección, en
1874, no habría sido burlado por la administración de don
Mariano Acosta.» ¿Era desde la azotea que da frente á la
iglesia de Balvanera, que el pueblo evitaba la falsificación
de votos, que en aquella parroquia era inútil?
Asi se defiende el pueblo! No hace tres días que el mismo
diario con esa frase y la mas chocante falsificación de la
historia, la resistencia á la ejecución de las leyes, pretex-
tando que los Estados Unidos debían su independencia á
un acto semejante.
No hay hoy ni pretexto siquiera para deprimir actos que
no fueron aconsejados por miras ni propósitos torcidos.
El Presidente, en 1874, nada tenía que ver con don Maria-
no Acosta ó Alsina, ó Mitre, que se disputaban la elección
en Buenos Aires. Mucho tenía que cuidar, sin embargo,
de que bajo su administración y en ciudad tan grande se
derramase sangre en combates fratricidas. La sangre fué
derramada, sin embargo, y no lo fué por las tropas de
linea, lo que justifica la previsión de las medidas tomadas
para contener el desorden.
DA CAPO
(Diciembre 30 de 1878.)
Nuestras señoritas, como que están en mayor número
que el sexo viril, mas al corriente de los signos musicales,
saben lo que deben hacer cuando encuentran la palabra
da capo, que es volver al principio de la pieza que ejecutan,
y repetir segunda vez el trozo ya ejecutado, lo que hace
un excelente efecto, pues las sensaciones musicales ya pro-
ducidas, se despiertan como un recuerdo plácido y como
424 OBRAS DB SARMIENTO
si las melodías aquellas fuesen ya parte de nuestro ser, ó
un micrófono de Edison.
Así, el organitode Berberia, que tal se llaman los que en
las calles nos prodigan sus composiciones estereotipadas,
cuando acaba su pieza hace da capo también, y vuelvo el
manubrio á dar vueltas y vuelve la barcarola, la aria de
la Sonámbula ó de la Linda de Chamounix y quien sabe si la
marsellesa roncadora, á regalarnos el oído.
j Feliz el que va pasando y puede acelerar el paso, des-
pués de haberle arrojado al diletantii un cuarto! ¡feliz mil
veces feliz, el que puede cerrar su ventana, para no oir
segunda y tercera vez, la acreditada aria: La politica elec-
toral de un Presidente ; acreditada en el original, pero maldi-
tamente trtKiucida en el organito, por faltarle á este tres
ó cuatro dientes de bronce, y ostentar ademas sendas
grietas ^por donde silva, ronca y gime el aire, no obstante
el paño verde que lo cubre, desafinando cada vez mas»
á medida que vuelve da capo, la misma pieza.
No obstante que los ingleses tenían ya tfte eommon law,
el derecho contra toda public nuisances, traducción del
commodo et inoommodo, del derecho romano, han arrancado
al Parlamento, ( no se dice si por una manifestación mons-
truo), el derecno de notificar al del organito que siga su
camino, so pena de mandarlo al work house por vago y
mal entretenido, si persiste en horadar el oído de las
personas honradas, que no quieren oir la sexta edición
de politica electoral de un Presidente, aunque venga acompañada
d& cimbales y tambora. Nuestro Código Civil ha refrescado
la vieja idea del de commodo et incommodo, en nuestro derecho;
pero no alcanza á la imprenta, que es libre, ni contra las
viejas costumbres que han dejacio en los ánimos la tradi-
ción de la ventaja de repetir mañana y tarde, al despertar,
al comer, y al dormir, al bostezar ó estornudar: viva el
Restaurador de las leyes \ mueran los salvajes wiitariosl que así se
vence al fin, y se embute una idea ó una mentira, á fuerza
de repetirla en el ánimo desapasionado y distraído del audi-
torio.
Queda establecido pues, que hubo una política electora,
que produjo un Presidente regularizado, rescatado y hecho
de nuevo, á neuf; porque si ponemos en duda la mas pe-
queña parte de la proposición, á Dios. ..da. cápoI y princi-
MEMORIAS 425
piará de nuevo el organito, con la consabida pieza y refuerzo
de ronquidos, resoplidos, y suspiros del malhadado instru-
mento.
Se declara, pues, suficientemente debatido el asunto; y
sometido á votación, resulta por unanimidad, declarado que
hubo una política electora de un Presidente.
Y decimos por unanimidad, porque llegado el caso de la
votación, se declara, que los alsinistas no eran cosa, ni los
que seguían á Urquiza gente, siendo cuando mas provin-
cianos, y unos nacionalistas refractarios que se les unieron,
no cuentan en la iglesia ortodoxa católica, habiéndose
todos ellos, así que alumbraron de un Presidente elector
en 1868, reunídose á, los buenos creyentes, pedidoles perdón
de su extravio momentáneo, y prometídolescomoAtodo niño
mal criado ó travieso, no volverlo hacer mas, con lo que en
la elección de 1874, el Presidente elector se encontró solo
con los gobernadores electores y las polainas blancas, con los
cuales manipularon un nuevo Presidente, que es el actual,
á quien Dios guarde!
Este á su vez, viendo que no lo había elegido nadie
en la Verde y en Santa Rosa, donde se hacían las elec-
ciones, se dijo: pá los pavos! y dirigiéndose á la fuente
de toda legitimidad formada por los mismos que tienen
•el encargo de lavar niños sucios con el pecado original
de venir mal electos, y administrado que le fué el bautis-
mo, y recibida la sal sapientiae! que gesto debió hacer!
quedó cristianado y apto para desempeñar en gracia, las
funciones de su cargo, que son, absolver pecados y coa-
ceder indulgencias para los que en adelante se cometan.
Cómo se legitiman los gobiernos ilegítimos, ya que sabe-
mos cómo se desligitiman los legítimos? Vaya un ejemplo
al caso :
Ahí está Catriel. Alzó su voz autorizada en el Azul, en
Setiembre, contra el usurpador.
Protestó en la Verde, y prefirió vagar en el desierto,
antes que reconocer un gobierno usurpado.
No bien supo, empero, que se tocaba á conciliación,
cuando echando pelillos á la Pampa, se presentó aquí,
reconoció y legitimó al gobierno, recibió sus raciones
atrasadas y va á ser nombrado Inspector de caballadas
flacas en los bañados de Palermo, esperando la reunión
426 ÜBKAS DS SAKMIKNTO
del Congreso de Conciliación para darle un grado, pues-
es sabido que si no se hubiese internado en la Pampa
con su indiada, Alsina no hubiera tratado de avanzar la
frontera, ni Roca de acabar con los indios.
Otro principio absoluto, es que el Congreso es juez de
sus elecciones, y el ejército el juez de Congresos.
El Congreso del Paraná, fué derrocado por la Legislatura
de Buenos Aires, por ser Derqui elector, luego ,
el nacional de 1874 hubo de ser derrocado, por ser
Sarmiento elector; y si no se produjo el hecho, las conse-
cuencias fueron las mismas.
El intento constituye el derecho patrio, puesto que pro-
dujo la conciliación, desde cuya época comienza la egira
nacionalista, porque toda legitimidad proviene de la regu-
Jarizacion que dan ó niegan los nacionalistas, ganen ó
pierdan las batallas, sin ptigar las costas del pleito, que
paga la nación, porsupuesto, de la que son apoderados
espensados.
Se deben obedecer las leyes? En absoluto, sí; pero en
particular no. ( Véase como se defiende el pueblo).
Todo esto queda probado y aceptado. Entre la abundante
copia de argumentos, se ha introducido uno nuevo, que
provocarla una segunda cuestión y otra composición musi-
cal que damos de barato al diletantti. Tal es la que resultaría
de este : « Nadie puede decir, sino de broma, que el General
Mitre tomó parte on las elecciones, porque en verdad es
notorio que no lo hizo.»
Este es un nuevo pleito que nos suscitan, tendiéndonos
el poncho para que pisemos ; pero ya nos bastan y sobran
los porrazos que nos hemos llevado. Conocemos y conoce
Buenos Aires, la austeridad ejemplar y principios del gran
Catón argentino, en materia de gobiernos electores. Desde
los principios de su carrera, se hizo notar por su rigidez.
Nada de fraude, nada de violencia, nada de quebrar mesas
y romper los registros. Tuvo discípulos y admiradores.
Uno solo no aprovechaba las lecciones, y en prueba de
ello, que cuando llegó á ser Presidente, inventó de todas
})iezas la policía electoral. Al General Mitre, Presidente,
y en su ausencia á sus discípulos, y sobre todo á Juan
Evangelista, debió sucederles que, cuantas mas elecciones
ganaban, mas rígidos, mas austeros, mas intratables sí-
MEMORIAS 427
ponían, en materia de fraudes y elecciones, y como la
■virtud tiene al fin su recompensa, nunca largaron el mango
de la sartén, hasta 68, catorce años de una sola colada, y
sin tomar resuello. Ministro, General medio vencido y por
tanto Gobernador; Brigadier vencedor y por tanto Presi-
dente interino; y cayéndose de su peso Presidente por seis
años, para continuar Presidente perpetuo de la mesa donde
se legitiman los nombramientos hechos por el Congreso-
Los que sucedieron y habrán de sucederle, habiendo ya
puesto á dos Presidentes su visto bueno, si bien se dejó
tironear un poco para concedérselo al último, por no estar
muy en regla sus papeles; y sino puede preguntarse á
Muñoz. Estos legitimadores de elecciones fraudulentas, no
gozan sueldo, en diez años que hace llenan tan altas fun-
ciones; sirven gratis, por puro patriotismo I
Porque toda esta sonata y aquel eterno jugar de organito,
es para humillar, para avergonzar de su origen al actual
Presidente, repitiéndole en todos los tonos: Presidente
ilegítimo. Presidente regularizado, Presidente sin autoridad,
P4^esidente perdonado, Presidente recortado á la medida de
la Conciliación.
El Presidente anterior era el mas legítimo que habíamos
tenido, «concurriendo en el Congreso de ISQl , algunos á la
« SUPERCHERÍA á que se debió su proclamación (número de
« La Nadan de ayer) y que fué legitimada por el asentimiento
«de sus opositores», Mitre, Elizalde, Costa, etc.
El mas legítimo, 1867, fué fruto de la superchería, como
el menos legítimo lo fué de la política electoral, 1874.
« En prueba de lo cual, decíamos, aquel Congreso pesti-
« lente en la mousiruosidad que representaba su personal
« al concluir aquel, 1868, y elegirse al nuevo Presidente^
« que lo puso á las puertas de un abismo, pues su exis-
« tencia (del Presidente) no dependió sino de la suerte de
« las batallas.»
« Si aun requirieran mas pruebas, añade, presentaríamos
la triste herencia qu^ recibió la polUica de conciliación, (la
del Presidente).
« A la primera renovación, bajo el imperio de la conci-
« Ilación (antes decíamos bajo la imperio de la Constitución)
« será del iodo regenerada la Cámara,)^ fruto legítimo en matri-
monio, en segundas nupcias, del Presidente.
428 OKKA8 UK SAKMIKISTü
Y el pobre paciente á quien le repiten diariamente en
sus barbas que no es Presidente, sino merced á la suerte
de las batallas, tiene que devorar en silencio las doctrinas
que ha dejado, como la mala yerba, crecer á su lado, y
que lo envuelven y lo sofocan, sin poder como nuestro
abuelo, en su ínsula, cansado de las impertinencias de
sus ministros y palacie^íos, rebosando en honrada indigna-
ción, decir, una vez por todas al que le habían puesto al
lado para hacerle sentir la nada de su poder.
«Señor don Pedro Recio, de mal agüero, natural de
« Tirteafera, lugar que está á la derecha mano, como vamos
« de Caracuel á Almodovar del Campo, á la mano derecha»
«graduado de Osuna, quítese luego de adelante; y sino
« voto al sol, que tomo un garrote, y que á garrotazos'
« comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda
a la ínsula, á lo menos de aquellos que yo entienda que
« son ignorantes; que á los médicos sabios, discretos y
« prudentes los pondré sobre mi cabeza, y los honraré
« como á personas divinas : y vuelvo á decir que se me
« vaya Pedro Recio de aquí, sino tomaré esta silla donde
«estoy sentado, y se la estrellaré en la cabeza; y pidan-
« meló en residencia (juicio de impeachement )^y yo me
<c descargaré con decir que hize servicio á Dios en matar
«un mal médico, verdugo de la República.»
Venía tanta cólera de que le negaban el acceso á unas
perdices, estando muerto de hambre; pero ni el Duque, ni
el médico, tuvieron nunca la crueldad de hacerle sentir, á
cada hora que no era tal Gobernador de la tal ínsula Bara-
taría, que acaso entonces habría requerido su sombrero y
cabalgado en su buen rucio.
Bajo el imperio de la conciliación, no quedará uno, ni entra-
rá ninguno al Congreso, ó á la Presidencia, nombrado
bajo el imperio de la Constitución, eso sin que lo di-
gan.
Todas las provincias (depuestos los Gobernadores, encar-
nación del crimen) serán Corrientes, donde todo es de un
color, cámaras, gobierno, jueces, bajo la inspección de un
Comandante General de armas, que es por donde princi-
pia la conciliación, siempre, con su hermano Vice Gober-
nador, con ministros que no eligió el Gobernador, y con
un Gobernador que jura por el sol, que es no solo Gober-
MBM0RIA3 429
nador sino que gobierna por medio del Comandante Gene-
ral de armas.
Nosotros también juramos, por los Gobernadores electo-
res, que bajo el imperio de la conciliación, las generaciones
venideras hasta la segunda, serán conciliadas, nemine dis-
crepante^ como lo fué Baenos Aires, desde 1827 hasta 1851
en que empezaron las discrepancias, la manía de querer
pensar de otro modo que el Restaurador, Conciliador, pues
una idea extrema, ó una mixta, cuando se convierten en
sistema de gobierno, producen el mismo efecto.
El lecho de Procusto, es el metro de la santa conciliación.
De ese largo, del largo oficial, ha de ser el pensamiento de
cada uno. Al que le falta se le estira, al que le sobrase le
corta; hasta que la conciliación reúne á todos, en una
misma fisonomía, y talla á cordel nacionalista, con derecho
de reversión del gobierno á su origen: una revolución.
ERRORES ACREDITADOS
(1882.)
Un diario de la mañana, asegurando que el Presidente
Sarmiento favoreció candidaturas, según lo demuestran
históricamente ciertos hechos, se contenta con saber que
el General Sarmiento desaprueba ahora tales actos, para
darse por satisfecho.
No hay enemigo mayor de la verdad que el historiador
preocupado de su propia idea. El historiador católico no
solo ha hecho los santos, sino que ha creado los milagros.
Yóanse las historias de Lozano, Zolorzano, sobre la presen-
cia é ingerencia decisiva de la Virgen y del señor Santiago
en las batallas que refieren. Los castigos de Dios sobre he-
rejes é infieles se ven y palpan á cada estornudo.
Por eso nos santiguamos al toser, bostezar, etc.
Así se escribió la historia de la Revolución Francesa,
hasta hace poco, perpetuando por la enseñanza y la apro-
bación, los errores mismos que la comprometieron.
Los liberales que crearon con sus exigencias las dos ti-
ranías de los emperadores, habrían creado una tercera de
1870 adelante, si los mas experimentados protagonistas.
430 OBRA.N DE SARMIENTO
Thiers, Dufaure, y otros no hubieren al fin fundado la Re-
pública sobre mejores bases.
Necesitamos levantar la moral política de la vergonzosa
postración á que la ha traído la fraudulenta maña de explo-
tadores sin conciencia y sin antecedentes; y cuando un
escritor tenido por honrado y republicano sincero, dice
de un Presidente que tendrá la gloria de no haber con dos
mas que señala, falseado las instituciones, otro asegura que
los falseó, aunque le acepta la confesión, con lo que el
fraude gana un nuevo triunfo, deshonrada así la declaración
que se tenía por verdadera.
Luego, todos mienten, aun los que reprueban los hechos^
Cremos que no ha sido tal desmentido meditado y que-
remos que no pase inapercibido, sin enderezar la his-
toria ó la crónica, ó la chismografía que todo parece la
mismo.
Un acto humano tiene antecedentes y objeto. Anteceden-
tes en ideas recibidas ó aceptadas, objeto en esperanzas ó
propósitos propios.
Apliquemos estas reglas al caso presente.
El señor Sarmiento, al entrar á la Legislatura de Bue-
nos Aires en 1858, presentó un proyecto de ley de eleccio-
nes, que trataba de asegurar á todos, al mayor número, la
libertad del sufragio; y no pudo hacer pasar su proyecto.
Luego hay un antecedente para creer que en todos tiempos
trató de asegurar esta libertad; y como nadie lo haya acu-
sado de que entonces de 1857 á 60, falsifícase votos, es cla-
ro que su conducta era irreprochable, y conforme á sus
proyectos de ley.
Habiendo estado ausente del país cuando se hicieron las
elecciones de Presidente en 1868, no le han de culpar que
usase de influencia ninguna torcida, 'para ser electo. Re-
cibido de la presidencia, encontró en la prensa la mas de-
cidida y grosera oposición, y en la Cámara una mayoría
organizada y hostil. Esta mayoría duró todo el tiempo
de su gobierno, y en el Senado produjo la escena escanda-
losa de un voto unánime de censura, movido por pasiones
perversas; sin que opusiese otra política que defenderse.
Hoy consta que si alguna vez estuvo en contacto con
los señores Mitre, Quintana, Oroño, Granel, Raw^son y otros
de sus adversarios políticos, no mejoró esto, ni cambió la
MltMORlAS 431
situación de los ánimos, continuando hostiles á la polí-
tica, hasta después de concluir su gobierno, hasta después
de nombrado Senador, donde fuó acusado por Rawson y
hostilizado por sus antiguos detractores, lo mismo que
antes.
iQué malvado era aquel Presidente para excitar tanta
saña, en la prensa y en la tribuna, y que Santo Bendito
es Roca á quien no denuncian de salir de bórdeles como
al Presidente Sarmiento!
Es que han sido castigados por donde pecaban. Sarmiento
como Presidente, tenía el mismo defecto que Luis Felipe
como rey constitucional, y era dejar á cada uno gozar de
su libertad, la libertad de errar la primera de todas; y el
uso que de esa amplia libertad hacen los pueblos mal edu-
cados, es atacar ó derrocar el gobierno que los proteje.
Sarmiento era execrable porque Oroño era el tipo de las
virtudes republicanas, y Quintana el oráculo de las ideas
liberales. ¿De qué se quejan?
El señor Sarmiento presentó un nuevo proyecto de ley
de elecciones para salvar á Buenos Aires de la combina-
ción del voto de lista, que ha creado el gobierno de Rocha
y del Juez de Paz; y ni el honor de considerarlo le hicieron
ios que ahora le culpan de haber torcido el voto.
Ahora los republicanos de Francia han hecho justicia á
ía previsión de Sarmiento, y Rocha á la estupidez de sus
adversarios, soplándoles la dama.
Se acercaron elecciones de nuevo Presidente, y entonces
resulta históricamente, según el diario aludido, que el Pre-
sidente influyó en el resultado de la elección.
¿Qué hechos históricos son esos? Deseáramos que al
responder á esta pregunta, sino se presenta un documento
se de el nombre del testigo que lo asegura.
En afirmaciones en que va la verdad de las institu-
ciones, y la reputación de un hombre público, que no es
un malvado, bueno fuera abandonar el sistema inquisi-
torial que hemos heredado, para acusar sin que el reo sea
careado con el testigo que se pone la careta del diario — para
lanzar el cargo. Eso se deja para cronistas.
Estamos en los Hustings de Inglaterra y respondemos
por el interesado á los cargos, como el defensor del reo
Deponentes.
432 OBRAS DE SARMIENTO
El General Mitre escribió á Chile y está publicado, que
las elecciones esa vez eran libres, como nunca. Eeahiun
hecho histórico.
El gobierno intervino en San Juan, y resultó electo un
enemigo del Presidente y partidario del General Mitre. Ee
ahí un hecho histórico.
El Presidente ordenó publicamente á todos los Jefes de
División, abstenerse de tomar parte en las elecciones, y
resistiéndolo Arredondo fué depuesto. Hechos históricos.
Se publicaron los papeles encontrados en el cadáver del
General Ivanowí^ki asesinado, y ninguno recomendaba can-
didatos, ni se refería á elecciones. Esta fuerza fué pedida
de la Rioja. Hecho histórico.
No se pueden justificar los hechos negativos, diciendo
no hice esto, no hice aquello; pero hay como veinte ó
treinta ex-gobernadores y ex-ministros de Provincia que
pueden publicar ó denunciar lo que al caso se refiera.
Si no puede ninguno hacerlo, es una fea acción estar
repitiendo que hubo cierta complicidad, que por debajo
de cuerda. . . etc., etc. El hoy General Roca, pidió su baja
absoluta ei\tonces lo que prueba que no estaba entendido
con el Presidente en materia de candidatos. Hechos fei»-
ióricos.
Recibido el nuevo Presidente no podría decir el que con-
cluyó, que no volvió á verle mas la cara, por que no faltó
á los deberes y respetos obligados, por que sería contra la
verdad estricta; pero los que suponen tales connivencias
se han sentado muchas veces á la mesa del nuevo Presi-
dente, y el señor Sarmiento no; han concurrido á sus
Lunes en seis años y el señor Sarmiento no.
¿Para que fines pues favorecería, contra sus propias doc-
trinas, esta presidencia? Para influir sobre ella? No pisó
mas la casa de gobierno, sino solicitado en las grandes
crisis para dar consejos en reuniones públicas, consejos
que daba con seguridad de que no serían seguidos, como
no lo fueron nunca. ¿Esperando algún favor? Al dejar
el gobierno pidió uno, y era desempeñar en la Exposición
de Filadelfía el mismo rol que ha venido á desempeñar
tan útilmente el señor Regho Filho del Brasil en la Conti-
nental. ¡Cómo lo necesitaba el antiguo huésped de los
Estados Unidos? qué brillo habría tenido la Exposición
MEMORIAS 433
Argentina y la Sud-Americana con un Emperador y ur*
ex-Presidente, amigo del Presidente Grant y tan conocido
en el Departamento de Educación, que el era uno de los
que habían promovido su creación como consta de do-
cumentos?
El Presidente en uso de su derecho, nombró á un jardi-
nero alemán que no volvió mas, ni dio cuenta de los miles
que le confiaron.
Esperamos, pues, que con estos hechos hisiórieos, cese da
mentir la historia argentina, privándose por desfigurarlo
inútilmente, del hecho que mas la honra, y es un político
que desde sus escritos en Chile, su gestión en la Provincia
de Buenos Aires, ó en la de San Juan, ó como Presidente,
ó como Senador después, en todos tiempos ha inculcado
de palabra y de obra, la rectitud y la sinceridad del voto,
como la única salvaguardia no ya de la libertad, sino de
la civilización de estos países.
El publicista de que nos ocupamos según lo hemos venida
anunciando, hace hoy nuevos estudios sobre la situación
á que hemos llegado, y los peligros que amenazan á toda
la América española, que tan incapaz se muestra de go-
bernarse, y es muy posible que el hombre de Estado, que
cambió la lucha interminable y sangrienta de unitarios
y federales en lucha de civilización y de barbarie, en que
podían reunirse todos contra un bárbaro, y convocar un
Congreso; por la autoridad de la razón con Argirópolis, nos
dé todavía alguna luz sobre esta gangrena de la falsifica-
ción, por el fraude, la violencia y el civilismo indígena»
que ha puesto á la mayor parte de las Repúblicas hispa-
no-americanas en mano del primer aventurero audaz y
sin vergüenza, ni principios, que se alzase con el poder.
FIN DEL TOMO XLIX
Tomo xux.— 2S
índice del tomo xlix
Páginas
Advertencia del Editor
Introducción
-Gimnasia militar
Las culebrinas de San Martin.
Guerra civil
Niquivll. .
Mendoza
Tiroteos de guerrillo.
Maniobra frustrada...
Sitiados
El campo del Pilar
Instrucción militar
En Chile.— Primeros escritos
Las cordilleras
Episodios en la Cordillera
Con Cuiíiño
Mis campañas en Chile
África
Combate del 20 de Abril en Santiago
La organización nacional.— Con Rawson.
Represión militar y represalias de guerra...
En el litis pendencia
1 Eran represalias !!
Caseros
Después de Caseros
Life in the argentina republic
El 8 de Noviembre apuntes para la historia.
Las provincias y los provincianos
Pavón
Cartas con Mitre
Sarmiento á Mitre
Cartas á don Manuel Ocampo
Alcance á la fuja de servicias
Candidato para presidente
La coz a.
V
1
10
17
34
31
39
45
52
67
71
80
98
110
123
125
13á
136
142
151
171
183
190
200
208.
213
230
237
242
245
247
izQ
?57
265
269
436 ÍNDICE DEL TOMO XLIX
Páginas
El uno ó el otro 281
Un viaje de Nueva York á Buenos Aires.— De 23 de Julio al 29 de
Agosto de 1868 286
Como se derrama la sangre en la República Argentina 334
Litto.ra Manet 362
El presidente reo 366
Sangre y mas sangre sin una gota de sangre 392
La política electoral da un Presidente 398
«La Nación» se chancea 407
Otro diapasón 419
Da capo 423
Errores acreditados 429
¿1
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